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Movimientos sociales urbanos y desafíos de la participación política. La Unión de Vecinos y Damnificados 19 de septiembre y el Frente del Pueblo en la Ciudad de México Miguel Rodrigo González Ibarra

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  • Movimientos sociales urbanos y desafíos de la participación política.

    La Unión de Vecinos y Damnificados 19 de septiembre y el Frente del Pueblo

    en la Ciudad de México

    Miguel Rodrigo González Ibarra

  • RECTOR GENERAL Dr. Eduardo Abel Peñalosa Castro

    SECRETARIO GENERAL Dr. José Antonio De Los Reyes Heredia

    UNIDAD IZTAPALAPA

    RECTOR Dr. Rodrigo Díaz Cruz

    SECRETARIO M. en B. E. Arturo Leopoldo Preciado López

    DIRECTOR DE LA DIVISIÓN DE CSH Dr. Juan Manuel Herrera Caballero

    JEFE DEL DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA Dr.

    COORDINADOR DE EXTENSIÓN UNIVERSITARIA Mtro. Federico Bañuelos Bárcena

    JEFE DE LA SECCIÓN DE PRODUCCIÓN EDITORIAL Lic. Adrian Felipe Valencia Llamas

    Movimientos sociales urbanos y desafíos de la participación política. La Unión de Vecinos y Damnificados 19 de septiembre y el Frente del Pueblo en la Ciudad de México

    Primera edición: 2018

    © UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA-IZTAPALAPA

    Av. San Rafael Atlixco No. 186, Col. Vicentina, Iztapalapa, C. P. 09340, México, D. F.

    ISBN:

    Impreso en México / Printed in Mexico

    Unidad Iztapalapa

  • III

    Índíce

    PRÓLOGO V

    INTRODUCCIÓN XI

    1. ENFOQUE TEÓRICO-ANALÍTICO SOBRE LA RELACIÓN UVYD-19-FRENTE DEL PUEBLO 1

    1.1. Aspectos sobre la participación política 2

    1.2. Participación política, partidos y sistema político 9

    1.3. Movimientos sociales: estrategia política 13 contra identidad colectiva

    1.4. La estrategia política en el análisis de los movimientos sociales 20

    1.5. Hacia un análisis sobre la relación entre UVyD-19 24 y Frente del Pueblo

    2 ORGANIZACIONES Y MOVIMIENTOS SOCIALES EN MÉXICO: 39 ORIGEN DE LA UVYD-19 Y EL FRENTE DEL PUEBLO, 1985-1990

    2.1. Sistema político, organizaciones y movimientos 41 sociales en México

    2.2. La Izquierda y el Movimiento Urbano Popular 47 en México (MUP)

    2.3. Sismos, movilización social y surgimiento de la Unión 55 de Vecinos y Damnificados en la colonia Roma

    2.4 La Unión de Vecinos y Damnificados 19 de septiembre 62 (UVyD-19) en el centro de la ciudad: de la emergencia ciudadana a la estrategia política

    2.5. La UVyD-19 ante la coyuntura del proceso electoral de 1988 73

    2.6. Política de alianzas de la organización y participación electoral 77

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    2.7. El movimiento urbano popular, los damnificados y el origen 82 del Frente del Pueblo

    3. LA UVYD-19 COMO MOTOR DEL FRENTE DEL PUEBLO 89 EN LA CIUDAD DE MÉXICO, 1991-1995

    3.1. Antecedentes y origen de los fundadores del Frente del Pueblo 91

    3.2. El Frente del Pueblo en la Ciudad de México 99

    3.3. Objetivos, ideología y estructura organizativa 108

    3.4. Construcción de la estrategia político-partidista 111

    3.5. Participación política en las elecciones de 1991 y 1994 131 en la ciudad

    3.6. Política de alianzas hacia organizaciones sociales y políticas 138

    3.7. La participación política en la relación UVyD-19-FP hasta 1995 147

    4. LA UVYD-19 Y LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA 151 EN EL FP-UNIOS, 1996-1999

    4.1. La vivienda como eje de la reivindicación social 152 y acción política

    4.2. Desafíos como organización social y límites 159 en la construcción partidista

    4.3. Las elecciones de 1997: entre la participación 169 político-electoral y la construcción del partido

    4.4. El Partido del Pueblo y la constitución de la Agrupación 182 Política Local en la Ciudad de México entre 1998 y 1999

    4.5. Desafíos de la organización partidista: entre 194 la institucionalización, la autonomía y la identidad política en el FP-UNIOS

    4.6. La relación de la UVyD-19 y el FP en el sistema político 201 hacia el XIV Aniversario de los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985, en 1999.

    5. CONCLUSIONES Y REFLEXIONES FINALES 209

    BIBLIOGRAFÍA 223

    SIGLAS UTILIZADAS 241

    ANEXOS 245

  • V

    Prólogo

    Existe un consenso casi unánime acerca de la importancia que tuvo para el proceso de democratización de la Ciudad de México el movimiento social surgido a raíz de los terremotos de 1985. El 19 de septiembre de ese año en la Ciudad de México tuvieron lugar un par de sismos que transformaron de manera radical la vida en la capital del país. La importancia del aconteci-miento no estriba únicamente en los cuantiosos daños a la infraestructura urbana y la trasformación de la fisonomía de la urbe, sino también en los cambios estructurales de sus sistemas político y económico. El movimiento social de damnificados consiguió en pocos meses, con una amplia moviliza-ción, incluir en la agenda política el tema de la reestructuración política-ad-ministrativa de la ciudad, y con ello el reconocimiento de la participación ciudadana en los asuntos públicos del entonces Distrito Federal (D.F.).

    Lo que logró la movilización de damnificados de 1985 en la ciudad fue constituirse como un “movimiento emergente” que despertó inevitable-mente las simpatías de la población para desarrollar una incuestionable efi-cacia política. Esta eficacia se demostró, primero, al lograr el reconocimiento de las autoridades como interlocutor válido; segundo, al desplegar una ca-pacidad de conseguir cambios sustanciales en la distribución del producto social urbano (viviendas) y del poder político local (alianzas políticas).

    La relevancia política de las asociaciones independientes de vecinos y damnificados que emergieron de los sismos de 1985 podría evaluarse me-diante sus contribuciones a la democratización de las instituciones del en-tonces D.F., así como por la reconfiguración de las élites políticas locales. Siendo beneficiarios los mismos líderes sociales de esa eficacia política al ascender a cargos públicos o de representación popular.

    Ahora bien, por azares del destino, el 19 de septiembre de 2017, justo un par de horas después de realizarse una serie de simulacros de evacuación

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    de edificios públicos, a cargo del área de protección civil en la Ciudad de Mé-xico, un terremoto volvió a sacudir el Valle de México con una intensidad de 7.9 en escala Richter. Muchos de los observadores políticos y especialistas en la materia esperaban una reacción colectiva de la ciudadanía similar a la ocurrida treinta años atrás. Si bien la población en general volvió a salir a las calles a demostrar solidaridad con los damnificados de diferentes for-mas (rescate de víctimas, remoción de escombros, recolección de víveres, etc.), pasados los días y una vez hecho el recuento de los daños, la sociedad organizada no apareció por ningún lado.

    Es hasta cinco meses después de los sismos de 2017 que los integrantes de los colectivos 19S-17 y de la Coordinadora Democrática de la Ciudad de México em-pezaron a dar señales de movilización y de presión ante la negligencia de las autoridades locales frente a la reconstrucción de las viviendas dañadas (La Jor-nada/24/02/2018). ¿Qué fue de la vitalidad organizativa de los chilangos? ¿Dón-de quedaron las organizaciones sociales independientes que contaban con la experiencia para movilizar a los nuevos damnificados de estos terremotos?

    Nos permitimos hacer una serie de conjeturas respecto a este nuevo pro-ceso, que necesariamente nos obliga a resignificar a los movimientos socia-les como medio a través del cual los grupos excluidos pueden contribuir a la redefinición de las estructuras de participación política a nivel local.

    Una variante que se puede observar en el proceso de reconstrucción de la ciudad en el 2017 tiene que ver con el tipo de régimen democrático que se instauró, precisamente a partir de los procesos de movilización generados en 1985. Recordemos que el régimen autoritario posrevolucionario dominado por el PRI ejercía un control sistemático, si bien no total, de la participación social de las organizaciones en la agenda política, la estimulaba de acuerdo con sus intereses y mediante un cálculo de impacto. Este control social y político de la agenda terminaba promoviendo consensos entre los distintos actores sociales y la acción gubernamental que legitimaban al régimen.

    En este sentido, el sismo de 2017 tuvo lugar en el contexto de un proceso de consolidación democrática en la Ciudad de México, a unos meses de pro-mulgarse su propia Constitución Política. A diferencia de hace treinta años, el régimen local actual no requirió con urgencia sentarse con los damnificados para investirse de legitimidad como fue el caso del gobierno priista encabeza-do por el Regente Ramón Aguirre. Paradójicamente, la democratización de las estructuras políticas que impulsaron con movilizaciones las organizaciones de 1985 esta vez creó un marco donde lo más importante e inmediato fue

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    Prólogo

    el rescate y las muestras de solidaridad con las personas que perdieron su vivienda. El adversario político de entonces (el gobierno local) no fue identifi-cado con prontitud, lo que permitió ganar tiempo a las autoridades federales y locales para reducir los riesgos de la movilización de los nuevos damnificados.

    Posteriormente, el enojo y las incipientes movilizaciones cedieron el paso a la vida cotidiana de la mayoría de los habitantes de la urbe, principalmen-te porque las dimensiones físicas de la tragedia fueron incomparables, pero también porque el aparato gubernamental mostró mayor capacidad para manejar la situación. En todo caso, la estrategia de confrontación política no prosperó y esto permitió al gobierno local mantener el control social y político de las asociaciones, echando mano de sus redes clientelares y re-duciendo las posibilidades de éstas para incidir en la toma de decisiones respecto a la reconstrucción de la ciudad.

    Asimismo, hay que señalar que varios de los líderes e integrantes de las asociaciones que en 1985 se movilizaron de manera independiente, ahora forman parte de la estructura social y política del gobierno de la ciudad. Y es que el panorama actual para los movimientos, las resistencias y los actores sociales son muy diferentes. El llamado proceso de transición a la democracia generó esperanzas de que la alternancia política abriría nuevos horizontes políticos, económicos y sociales. No obstante, lo que observamos en la Ciudad de México, después de veinte años de alternancia política, es la profundización de las desigualdades económicas, políticas y sociales, dan-do como resultado un profundo malestar y descontento social, aunado a la exigencia de nuevos espacios de participación y de democracia.

    Finalmente, a casi 32 años de los sismos de 1985 la imposición de las políticas neoliberales y la criminalización de la protesta social son factores nuevos que no se presentaban en el período más intenso de la movilización ciudadana en la ciudad (1985-1988). La metrópoli cambio en un primer mo-mento para bien, pero sería erróneo no reconocer que gracias a los sismos también hubo un giro económico perverso hacia el mercado, hacia el nego-cio inmobiliario y el lucro desmedido del suelo urbano.

    Estos nuevos elementos, además del auge de la violencia criminal, de-ben analizarse para comprender la estrategia de contención o restricción política hacia los movimientos sociales, así como el surgimiento de diversas formas de organización y protesta que se salen del encuadre académico.

    En este contexto, el libro de Miguel Rodrigo González Ibarra adquiere re-levancia pues tiene como propósito precisamente contribuir al análisis del

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    cambio sociopolítico que tuvo lugar en la Ciudad de México desde fines de los años ochenta. Analiza las contribuciones a dicho cambio de los movi-mientos sociales liderados por la Unión de Vecinos y Damnificados 19 de septiembre (UVyD-19), no sólo como actores políticos dentro de la sociedad civil, sino como desafíos colectivos con una identidad propia y a través de su conexión con las instituciones políticas, las élites y los partidos políticos. Poniendo énfasis en el “cómo” y en el “por qué”, de las acciones colectivas, el texto se adentra en la interacción que se da en el sistema político mexicano y en las prácticas sociales que tienen lugar en la esfera política.

    La propuesta es actualizar el debate y hacer una lectura diferente de los movimientos y organizaciones urbanas, que, a partir de su vinculación con partidos, así como de su participación activa en distintos ámbitos del orden social y cultural, promovieron cambios significativos para la democratiza-ción de la vida política en la ciudad.

    El texto nos permite identificar los procesos en los cuales las organizacio-nes urbanas que actuaron en el D.F., dejaron de ser y actuar como grupos de presión para convertirse en agrupaciones políticas locales. Su arena de acción dejó de ser la calle y las plazas públicas para concentrarse en la búsqueda de espa-cios a través de alianzas y pactos dentro del sistema político e institucional.

    En un primer apartado del libro se analiza el marco teórico que permite comprender la acción colectiva como una estrategia política de los movi-mientos sociales; propone además una interesante revisión de conceptos clave en el debate sobre la democratización de un régimen autoritario como el que se constituyó en el México postrevolucionario: participación política, partidos, sistema político, movimiento social, acción estratégica, entre otros. Asimismo, hace una revisión del proceso de transformación de la Unión de Vecinos y Damnificados 19 de septiembre (UVyD-19), del movimiento social independiente, reivindicador de intereses populares, a la organización con interés central por la lucha política como vehículo para obtener espacios públicos institucionales.

    En una segunda parte se amplía la descripción y análisis de la manera en que una organización social va adquiriendo relaciones estratégicas dentro de la estructura de oportunidades políticas, lo que favorece su incursión en el área institucional. Este proceso le permitió a la organización de damnifica-dos del 85 influir en la integración de la agenda de gobierno y en el proceso de reconstrucción, así como modificar la correlación de fuerzas en la ciudad.

  • División de Ciencias Sociales y Humanidades. Departamento de Sociología IX

    Prólogo

    En el tercer y cuarto capítulo del libro, González Ibarra se da a la tarea de describir el proceso de reorientación del grupo creador del Frente del Pue-blo como una organización socio-partidista, proveniente de un activismo de izquierda social que fue determinante en el proceso de reconstrucción de la ciudad, con el paso de los años se ve inmersa en la reconfiguración de su identidad –como organización– y de su proyecto político. Este proceso no estuvo exento de conflictos y desgarramientos internos, producto de un “desdibujamiento” de los planteamientos dogmáticos e ideológicos de los lí-deres históricos, y por el acceso a la toma de decisiones, a partir de acciones pragmáticas, en diferentes niveles políticos e institucionales.

    Las aportaciones de este trabajo al estudio de la acción colectiva y los movimientos sociales rebasa sus propios límites y objetivos planteados, so-bre todo a la luz de los acontecimientos recientes en la Ciudad de Méxi-co. Ante una situación de emergencia urbana, la reserva de organización y participación social que suponíamos estaba latente en la capital del país, se vio anquilosada por la falta de su ejercicio autónomo y permanente. La organización independiente de los sectores populares y de clase media de la ciudad se encontró sin nuevos líderes capaces de organizar la resistencia al programa de reconstrucción planteado por el gobierno federal y respalda-do a nivel local por el Jefe de Gobierno Miguel Ángel Mancera. A diferencia de hace 32 años, en el 2017 las negociaciones de los damnificados fueron a título individual y no de manera colectiva, mediante “pactos” para la repa-ración de daños que aceptaron deudos de fallecidos o a través de créditos para la vivienda (Reforma/12/02/2018). En lugar de un programa amplio de reconstrucción de las viviendas dañadas, lo que se ha propuesto ha sido un modelo de reconstrucción bajo la lógica del mercado.

    De manera paradójica, la ausencia de organizaciones sociales de damni-ficados, como las que emergieron en 1985, y que esta obra analiza a detalle, resalta la contribución que tuvieron éstas entre la sociedad, en la defensa del espacio local. Asimismo, permite revalorar su papel en la lucha para que la población más afectada por las políticas neoliberales tuviera acceso a una vivienda popular; despertó también una mayor conciencia sobre la importancia de la ciudadanía en los mecanismos de decisión y represen-tación política y, en general, resalta su lucha por el respeto de los derechos individuales y sociales en México.

  • XI

    Introducción

    En las últimas cuatro décadas aparecieron un número considerable de trabajos cuyo objeto de estudio es la acción colectiva y los movimientos sociales. En América Latina la irrupción de la sociedad expresada en el sur-gimiento y desarrollo de diversos organismos civiles, no gubernamentales, organizaciones sociales urbanas, asociaciones políticas, religiosas, grupos de presión, asociaciones civiles, entre otros, ha permitido ubicar distintas perspectivas teórico-metodológicas sobre las relaciones existentes entre el ámbito de lo social y de lo político institucional.

    De entrada, muchas de las acciones colectivas se identificaron con reivin-dicaciones que proclamaron el derecho a la participación social o política bajo su condición justa de ciudadanos, además de que se orientaron hacia la defensa de sus intereses organizándose, demandando y proponiendo vías alternas de acción al margen de los partidos políticos y del mismo gobierno. En gran medida, fueron organizaciones que se opusieron o favorecieron de-terminadas políticas gubernamentales, o bien coadyuvaron a los sistemas de representación política formal, pero que también realizaron propuestas alternativas de participación y, de alguna manera, de democratización.

    Desde una visión más amplia, los movimientos sociales han obtenido espacios de poder, de decisión y resistencia en el nivel político institucio-nal. No obstante, este proceso de movilización no necesariamente ha veni-do acompañado por una institucionalización que permita su continuidad y permanencia en el sistema político. Las organizaciones se han encontrado con diversos dilemas desde el punto de vista de su autonomía e identidad colectiva durante su despliegue en el sistema político; sólo en pequeños espacios y, en muchos casos, a partir de su vínculo con los partidos políti-cos, las organizaciones y sus actores han podido obtener un reconocimiento como interlocutores válidos y legítimos ante el Estado y sus instituciones.

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    En el ámbito urbano de la Ciudad de México los trabajos sobre movimien-tos y organizaciones urbano populares se han abordado desde distintos en-foques que advierten la dificultad por considerar una sola definición. Sin embargo, por las características socioeconómicas, los problemas y las mani-festaciones diversas que viven y generan a diario sus habitantes, así como por su condición de centro político, la capital del país constituye todavía el escenario urbano, económico y político principal donde la acción colectiva se desarrolla de principio a fin.

    La más importante urbe del país es uno de los lugares donde la exposi-ción de la inconformidad se hace más evidente y donde los actores encuen-tran la posibilidad de conformar mayores redes de identificación social y política para expresar sus significados y demandas locales. En este sentido, las reivindicaciones de las también denominadas luchas urbanas no sólo se refieren a sus condiciones de vida en la Ciudad, sino que, además de ser escenario de sus acciones, ésta constituye su objeto y motivo. Es decir, las reivindicaciones giran en torno a sus condiciones de vida en un espacio pú-blico determinado que constituye su hábitat e intentan influir en la configu-ración del entorno y de la misma Ciudad; son movimientos que tienen una base territorial definida y que se encuentran constantemente redefiniendo no sólo su identidad, sino su acción hacia lo político e institucional.

    A finales de 1985, se presentó una ruptura en las prácticas de acción co-lectiva de organizaciones de naturaleza urbano-popular. La emergencia ciu-dadana, a raíz de los sismos del 19 y 20 de septiembre, ocasionó nuevas formas de acción y movilización social que modificaron no sólo referentes simbólicos, sino sus estrategias y discurso hacia el ámbito de lo público y, por tanto, político. Al mismo tiempo generaron y/o aumentaron la participa-ción de las organizaciones hacia el sistema de partidos, ya sea como aliadas de alguno de éstos o de organizaciones políticas de izquierda en formación.

    En el espacio de la zona central de la Ciudad, particularmente en la colo-nia Roma, un caso representativo lo constituyó la Unión de Vecinos y Dam-nificados 19 de septiembre (UVyD-19) entre 1985 y 1999. La emergencia de la Unión se produjo por las luchas de expropiación de predios en la urbe, he-cho que la convirtió en protagonista en el contexto de crisis de las grandes coordinadoras de masas de los años setenta y ochenta del Movimiento Ur-bano Popular (MUP). Además resalta su condición de promotora de nuevos frentes urbanos, hacia principios de los noventa, tales como la Asamblea Nacional del Movimiento Urbano Popular (ANAMUP); y, de forma más im-

  • División de Ciencias Sociales y Humanidades. Departamento de Sociología XIII

    Introducción

    portante, como fundadora de una organización política, el Frente del Pueblo (FP) hacia finales de los noventa. Es necesario advertir que en este periodo el Frente del Pueblo se estableció también como Frente del Pueblo/Unidad Obrera y Socialista (FP/UNIOS). Si bien a lo largo del trabajo indicamos los motivos, en diferentes momentos hacemos referencia sólo al FP o bien FP/UNIOS debido a los puntos específicos de nuestra investigación.

    Ahora bien, y de la misma manera que otras organizaciones sociales, naci-das de la emergencia e identificadas en el MUP, la Unión no sólo recuperó mu-cho del pragmatismo ideológico que se venía gestando desde los años setenta, sino que articuló desde lo social una estrategia de participación adecuando sus discursos y las prácticas de ciertos sectores populares hacia una forma alternativa de hacer política y de acceder en la estructura de oportunidades políticas en el gobierno. Manifestando en todo momento su identidad social, pero advirtiendo sus concepciones de orden político socialista, la Unión y sus actores centrales desplegaron diferentes formas novedosas de movilización y negociación política con las autoridades; lograron fomentar una alta presen-cia y visibilidad entre los medios, los partidos políticos existentes y organiza-ciones civiles, que pocas organizaciones urbanas habían desarrollado.

    Si bien el problema de la participación de las organizaciones sociales en el sistema político y partidista ha sido un tema que pone en disputa las re-ferencias teóricas, organizaciones sociales como la Unión aportaron algunos elementos de análisis que permiten entender la acción colectiva a partir del reconocimiento de lo social y de la actividad política a través de su relación con partidos u organizaciones políticas, así como de su participación activa en distintos comicios electorales, entre otros ámbitos de orden social y cultural.

    Precisamente, uno de los motivos para el desarrollo de una investigación sobre una organización urbana en la Ciudad, sobre sus orígenes, prácticas y argumentos implicó revisar no sólo los aspectos relacionados con la conforma-ción social, sino con sus procesos de apropiación manifestados hacia el espacio político y partidista a través de su vinculación con organizaciones políticas en el marco de una integración y construcción permanente en el espacio público.

    En este mismo sentido consideramos que pese a que es posible que exis-tan obras y trabajos sobre la actividad de organizaciones sociales en la Ciu-dad de México, este trabajo contribuye al debate y aporta una lectura central para comprender los procesos de colaboración e intercambio político entre organizaciones de los movimientos sociales urbanos y asociaciones de na-turaleza político-partidista. Por este motivo, consideramos que este trabajo

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    es una oportunidad para aclarar y destacar desde otra mirada la relación Estado/organizaciones sociales y permite reflexionar sobre los procesos de participación política en el ámbito local.

    Objetivos y líneas de discusiónEsta investigación tiene como objetivo principal explicar las relaciones que se establecieron entre una organización social, la Unión de Vecinos y Dam-nificados 19 de septiembre, y el Frente del Pueblo, como organización po-lítica en la Ciudad de México entre 1985 y 1999. Partimos de la noción de que tal organización se trató, en gran medida, de relaciones basadas en la participación política de los miembros de la Unión en actividades de forma-ción, desarrollo y consolidación partidista del FP y que consideramos que es necesario hacer una investigación más precisa y clara.

    De manera más puntual, y con el objeto de establecer las líneas de inves-tigación, consideramos: a) reconocer la lógica de las relaciones que se for-maron e instituyeron entre la UVyD-19 y el FP; b) conocer las formas de par-ticipación y las consecuencias que derivaron para la UVyD-19 en su proceso de lucha social y orientación político-partidista en el Frente del Pueblo; y c) destacar que la UVyD-19, fue un caso representativo de la adecuación políti-ca e ideológica de las organizaciones nacidas a raíz de los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985, en el debate por conservar su autonomía e identidad.

    Ahora bien, el conjunto de interrogantes que planteamos para guiar el trabajo se refiere a: 1) ¿Cómo se constituyó la UVyD-19? 2) ¿Qué razones explicaron su inserción en el espacio político y partidista? 3) ¿Cómo se cons-tituyó el Frente del Pueblo en la Ciudad de México? 4) ¿Bajo qué lógica se sustentó y se llevó a cabo la relación de intercambio político entre ambas organizaciones? 5) ¿Qué consecuencias tuvo para la UVyD-19, las tareas que implican la formación de una organización política? y 6) ¿Hasta qué punto la UVyD-19 llevó a cabo actividades sociales y reivindicativas, toda vez que su dirigencia se orientó hacia la dirección y eje de la acción política partida-ria del Frente del Pueblo?

    Como un primer acercamiento para indagar nuestro objeto de estudio, conviene señalar tres hipótesis de trabajo:

    1) que entre 1985 y 1999 la Unión de Vecinos y Damnificados 19 de septiembre y el Frente del Pueblo se generó una relación de inter-cambio político a partir de la estructura organizativa producto de

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    los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985 en la Ciudad de Mé-xico, y de la integración política que se dio particularmente en las elecciones de 1991, por parte de un sector de organizaciones del movimiento urbano popular y grupos de damnificados en la zona central de la entidad;

    2) que entre 1985 y 1999 la Unión no sólo fue una pieza importante frente al gobierno para demandar y exigir la restitución de viviendas y otros servicios sociales dentro de un ámbito territorial específico, sino que representó el motor del Frente del Pueblo durante la inter-vención en el sistema político institucional y partidista en la Ciudad;

    3) que, aunque las demandas de reconstrucción de viviendas fueron una de las causas para la movilización social, la participación polí-tica entre 1985 y 1999, no sólo orientó la acción colectiva entre los miembros y dirigentes de la Unión, sino que a partir de la vincu-lación existente con otras organizaciones del MUP, su actividad se transformó gradualmente hacia la constitución de una agrupación política local;

    4) y, si bien la UVyD-19 obtuvo espacios y se consideró como un gru-po de presión para participar en el sistema político e institucional (especialmente en periodos electorales para colocar demandas en la agenda política), se presentó una crisis o falta de definición po-lítica entre las acciones de orden propiamente reivindicativo en lo social y aquellas relacionadas con la construcción partidista en el FP-UNIOS, lo cual afectó el curso de su estrategia política y la ac-ción colectiva en la organización entre 1985 y 1999.

    Perspectiva metodológicaPara el desarrollo del trabajo se utilizó un enfoque metodológico cualitativo que dé a conocer las posiciones, discursos y construcción de significados de las organizaciones sociales y políticas en el contexto del sistema político de la Ciudad de México. Asimismo, se utilizó el método histórico político para recuperar los antecedentes de ambas organizaciones, sobre todo de la Unión, con el fin de conocer la experiencia del trabajo social y analizar la lucha político partidista del sistema político electoral en esta entidad.

    Desde la perspectiva cualitativa consideramos que la importancia de ubi-car el principio de una organización que se constituye y se comprende des-

    Introducción

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    de lo social y su paulatina acción colectiva que se orienta hacia lo político, representa un desafío metodológico para comprender y analizar un conjun-to de procesos sociales más complejos y que, a manera de trazos diversos, intentamos explicar la formación del actor y su orientación hacia lo político.

    En este camino, se realizó un cuestionario de investigación para ahondar sobre la estructura política interna y las relaciones externas con actores e instituciones políticas, entre otros temas vinculados a la cultura política, y se realizaron entrevistas a los dirigentes de las organizaciones sociales y coordinadores de la gestión en materia de vivienda y trabajo de integración política. Asimismo, fue necesario realizar trabajo de observación en reunio-nes y juntas de coordinación en las organizaciones, de una forma directa e indirecta, para compilar y precisar posiciones de líderes, dirigentes, afilia-dos y militantes y así percibir su sentir hacia la actividad social y política.

    En este encuadre es importante aclarar que, por un lado, el trabajo se delimita al ámbito de la Ciudad de México, especialmente en la zona central de las Delegaciones Cuauhtémoc y Venustiano Carranza (no obstante que tanto la UVyD-19 y el FP, en su expresión más general, han tenido presencia en algunas localidades del interior del país); por el otro, el trabajo recupera la historia política de los sucesos de los sismos de 1985, en la Ciudad, y con ello la constitución de la organización social, hasta la convocatoria para la constitución de la organización política local (FP) en el año de 1999, debido a que no existió mayor información sistematizada en la sede de las organi-zaciones y se tuvo que recurrir con personas claves y actores institucionales que proporcionaron datos, síntesis, notas, revistas, informes y otros docu-mentos de consulta.

    Estructura de la obraCon el propósito de lograr una mejor exposición y comunicación de esta obra, el trabajo se articuló en tres periodos de estudio y análisis:

    1) 1985-1990, entendido como la fase de fundación y de mayor activi-dad de la organización en lo social y en sus primeras experiencias en el espacio político partidista, sobre todo en las elecciones fede-rales en 1988;

    2) 1991-1995, como la etapa de coordinación, establecimiento de redes e interacciones sociales y políticas impulsadas por la UVyD-19 a fin de impulsar el proyecto político partidista en el FP; y

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    3) 1996-1999, como la etapa de reflujo, crisis de identidad y reagrupa-miento político en la relación entre la UVyD-19-FP/UNIOS (Unidad Obrera Socialista) en la Ciudad, especialmente ante las dificulta-des legales y los accesos que impone y/o brinda el sistema político institucional y partidista.

    De manera más precisa, en el Capítulo 1, presentamos un encuadre teóri-co-analítico con base en las nociones de la interacción entre sistema político, partidos políticos y acción colectiva. Destacamos la importancia de la socie-dad civil respecto al ámbito político institucional. Así, profundizamos en el de-bate que existe sobre la noción de movimiento social e indicamos un modelo de referencia sobre las estrategias de acción colectiva de los movimientos en el sistema político. Finalmente, se realiza una aproximación a la distinción e intercambio entre organizaciones, movimientos sociales y partidos.

    En el Capítulo 2, caracterizamos al sistema político mexicano y las organi-zaciones sociales en el contexto de la nueva orientación entre el Estado-so-ciedad; ofrecemos los antecedentes de los movimientos sociales urbanos en México a fin de señalar las raíces de los fundadores de la Unión de Vecinos y Damnificados (UVyD-19); describimos la movilización social generada a partir de los sismos de 1985, y la posición que asumió la Unión frente al go-bierno, así como su paulatina orientación hacia el ámbito político partidista de 1988. También apuntamos los factores que permitieron comprender el surgimiento del Frente del Pueblo como organización política en el contexto de repliegue del Movimiento Urbano Popular hacia 1990.

    En el Capítulo 3, enfocamos el trabajo en los procesos de participación de la Unión en las actividades de formación e integración política-ideológica del Frente del Pueblo en la capital. En esta sección, ubicamos a la UVyD-19 no sólo como uno de los motores del funcionamiento político del FP, sino como la base para establecer relaciones, intercambios y mecanismos de participación polí-tica en el sistema junto con otros actores y fuerzas políticas entre 1991 y 1995.

    En el Capítulo 4, analizamos los cambios presentados en la estrategia política adoptada entre la UVyD-19 y el FP entre 1996 y 1999, toda vez que consideramos a esta fase como la de mayor actividad política, pese a coexis-tir en ambos bandos una aparente crisis de definición (estrategia) política generada por las implicaciones del proyecto partidista y que, desde nuestra visión, afectan la conformación e identidad de la organización social. En este tenor, recuperamos las razones que originaron los intentos por consti-tuir un partido político local (FP-UNIOS), así como los motivos que llevaron

    Introducción

  • Movimientos sociales urbanos y desafíos de la participación política.La Unión de Vecinos y Damnificados 19 de septiembre y el Frente del Pueblo en la Ciudad de México

    UAM-IztapalapaXVIII

    a ambas organizaciones a plantear la posibilidad de constituirse en Parti-do Político Nacional (Partido del Pueblo), todo ello en vísperas del catorce aniversario de los sismos ocurridos el 19 y 20 de septiembre de 1985, en la Ciudad de México, hacia 1999.

    En este orden, se recuperan los puntos centrales de nuestra investiga-ción. Se realizan algunas consideraciones centrales sobre la importancia de las actividades de gestión social generadas por la Unión de Vecinos en el Frente del Pueblo en la Ciudad. Asimismo, se anotan algunos de los proble-mas y desafíos que se detectaron en ambas organizaciones en el ámbito político institucional, especialmente el terreno partidista, y en su proceso de constitución y desarrollo como Agrupación Política Local.

    Como parte de la recopilación de fuentes que utilizamos para la realización del trabajo, apuntamos al final del texto una biblio-hemerografía referida a todos aquellos documentos internos, libros, artículos, periódicos, entrevistas y notas de sesiones que fueron utilizados para esta investigación y compartimos una selección de anexos para una mejor comprensión de los temas tratados.

    AgradecimientosFinalmente, deseo agradecer a todos y cada uno de los miembros de la Unión de Vecinos y Damnificados 19 de septiembre y del Frente del Pueblo por el apoyo que tuve para acceder a su proyecto de organización social y política, para conocer una parte de sus éxitos y desafíos que han venido impulsando en la lucha por el cambio social y político de la Ciudad de México.

    También agradezco a los investigadores que tuvieron la oportunidad de leer y revisar este trabajo para aclarar los temas y presentar la obra de la mejor manera hacia un público más amplio. Especialmente, agradezco al Dr. Fernando Pliego Carrasco y a Moisés Frutos por su generosidad y por fortalecer este trabajo.

    Evidentemente, deseo resaltar el apoyo del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, por la oportunidad de considerar y coadyuvar en la publicación del trabajo. Es indudable que este esfuerzo constituye un motor para alimentar nuevas ideas y perspecti-vas entre los jóvenes que tienen como interés el estudio de la acción colec-tiva y de los movimientos urbanos que luchan cada vez más por la defensa del espacio local, la autonomía y la libertad en nuestro país.

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    Capítulo 1. Encuadre teórico-analítico sobre

    la relación UVyD-19-Frente del Pueblo

    “Lo que se desarrolla en línea recta y es predecible resulta irrelevante. Lo decisivo es el saber torcido, y sobre todo lateral.”

    Elias Canetti

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    Con el propósito de avanzar hacia una interpretación general sobre las re-laciones que se establecen y construyen entre una organización social, la Unión de Vecinos y Damnificados 19 de septiembre (UVyD-19), y una organi-zación política, el Frente del Pueblo (FP), en la Ciudad de México entre 1985 y 1999, el presente capítulo tiene como finalidad discutir algunas aportacio-nes teóricas relevantes a fin de establecer un encuadre teórico-metodoló-gico. Inicialmente, proponemos la revisión de conceptos clave en el debate sobre la participación política, partidos y sistema político, así como en el estudio sobre los movimientos sociales. Finalmente, acotamos una perspec-tiva analítica para analizar, explicar e interpretar el objeto de estudio central de este trabajo.

    1.1. Aspectos sobre la participación políticaPara esclarecer el conjunto de relaciones que se producen de formas, modos, con frecuencias e intensidades entre individuos, grupos, asociaciones e ins-tituciones que comúnmente se analizan bajo la categoría de participación política, coincidimos con Gianfranco Pasquino cuando señala que existen una abundancia de definiciones, así como una gran cantidad de combina-ción entre ellas para el análisis, por lo que es necesario delimitar el campo de investigación y el objeto de estudio en tratamiento1.

    Por participación, en primer lugar, se alude a diferentes planos, realida-des y propósitos. La acepción se invoca cuando hablamos o nos referimos ya sea a organizaciones sociales y políticas; a la participación de la sociedad en alguna situación concreta para encontrar caminos y vías de solución en asuntos comunes y/o individuales; o bien, para hacer confluir voluntades dispersas en una sola acción compartida2. La participación suele ligarse, en muchos casos, a propósitos transparentes en busca de intereses colectivos en el orden público. Participar, nos dicen algunas referencias de compilacio-nes sociales, es el fenómeno por el que alguien participa o toma parte en la acción de otro o en los resultados de esa acción3. También se sitúa como par-te de una acción que nace de necesidades, intereses, sentimientos y com-portamientos comunes4. En otros, se acota como un proceso social y como

    1 Pasquino, Gianfranco, “Participación política, grupos y movimientos”, en Pasquino, Gianfranco, Bartolini S., et. al., Manual de Ciencia Política, Madrid, Alianza, 1988, p. 179.

    2 Merino, Mauricio, La participación ciudadana en la democracia, México, Instituto Federal Electoral, Cuader-nos de Divulgación, Núm. 4, 1997, p. 9.

    3 Ontza, Juan, La política, Bilbao, Azuri Ediciones, 1981, p. 467.4 Ibídem., p. 468.

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    Capítulo I. Encuadre teórico-analítico sobre la relación UVyD-19-Frente del Pueblo

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    la entrada en alguna situación social definida que se identifica a través de la comunicación o de actividades comunes5.

    Si bien es cierto que el término se define como parte de un acto social donde hay una relación de, por lo menos dos individuos, y de manera más amplia, donde existe una organización, también se acota como un acto de voluntad individual en favor de una acción colectiva que descansa en un proceso previo de selección de oportunidades e intereses6. Al participar se busca algo y se advierte una situación de decisión y acción por parte del individuo que se desenvuelve en campos (o bien esferas) del orden social, político, económico y cultural, donde circunstancias específicas y concretas definen su orientación.

    La idea de participar y tomar parte en los asuntos de interés público ha estado presente en diferentes hechos, acontecimientos y fenómenos espe-cíficos en la historia, lo que demuestran la dificultad para delimitar el con-cepto hacia un campo específico de la sociedad; el debate se puede ubicar desde las antiguas sociedades griegas hasta las organizaciones políticas y estatales más estructuradas en lo político y económico de nuestros días7. En la relación actual entre el Estado y la sociedad, la participación en el campo de lo político8 puede comprenderse como “el conjunto de actos y de actitudes dirigidos a influir de manera más o menos directa y más o menos legal sobre las decisiones de los detentores del poder en el sistema político o en cada una de sus organizaciones políticas; en su selección con miras a conservar o modificar la estructura del sistema de intereses dominante”9.

    5 Fairchid, Henry Pratt, Diccionario de Sociología, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1966, p. 211.6 Merino, Mauricio, op. cit., p. 10.7 Véase el recuento histórico que se desarrolla en el texto de Álvarez, Lucía (Coord.), Participación y demo-

    cracia en la Ciudad de México, México, La Jornada Ediciones/Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades-UNAM, 1997, pp. 17-25; y en el trabajo de Gianfranco Pasquino, (Comp.), Manual de Ciencia Política, Op.cit., pp. 179-215.

    8 Lo político se entiende como “la característica esencial de la totalidad social; no es posible ubicarlo en alguna esfera específica de la sociedad; es una subdimensión de todas las dimensiones sociales exis-tentes; es estructural a toda realidad social; representa elementos que provienen de la propia existencia social de los hombres; en suma, representa una dimensión inherente y propia del sujeto social, cuya característica más elemental es su capacidad de crear, modificar, determinar la forma que ha de tener su propia existencia, es decir, la capacidad de autorealizarse en una forma social que ha sido elegida y construida por el mismo; esta cualidad media toda relación que el hombre entabla frente a la natu-raleza [...] En este sentido, el carácter fundamental de lo político se ubica en la capacidad y potencial necesidad de cada hombre de participar activa y directamente en la administración y utilización de su libertad.” Véase Vega, Juan Enrique, “Política y Estado: Apuntes e hipótesis para una reflexión sobre sus interrelaciones”, en Vega, Juan Enrique (Coord.) Teoría y política de América Latina. México, Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), 1984, pp. 167-169.

    9 Pasquino, Gianfraco, op. cit., p. 180.

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    La manera o maneras como se decide influir y tomar parte en las deci-siones difiere considerablemente del tipo de régimen político y de la forma de articulación que exista entre lo estatal y lo social10. Esto es, por un lado, la existencia de canales de reconocimiento fundado en las normas y en los procedimientos legales vigentes para todos los efectos; por otro, se funda-menta en aquellas acciones no reconocidas pero aceptadas de manera legí-tima entre la sociedad; y, finalmente, las no reconocidas que enfrentan las bases del régimen en particular como sus formas de organización y opera-ción sociales y políticas en diferentes grados11.

    Podemos decir que las actitudes y actividades que involucran la partici-pación en lo político ligadas a fenómenos de politización, solidaridad, iden-tificación e identidad en las organizaciones, tienen como referente esencial a cada individuo donde privan las motivaciones, los objetivos y las conse-cuencias en términos de la organización y, sobre todo, de los deseos que de-finen los sujetos en sí mismos frente a la realidad; a sus valores e intereses en su conexión ante el sistema dominante.

    Por otra parte, algunos trabajos argumentan que el consumo de la in-formación política en los medios y los vínculos de comunicación que se establecen entre personas constituyen, por ese sólo hecho, una forma de participación12. Se afirma que las actividades de participación deben ser cuantificadas a partir de un acto o sucesos de actos públicos, como por ejemplo las votaciones, marchas, mítines, entre otras13. Finalmente, se alude

    10 Entendemos por régimen político al conjunto articulado de instituciones que norman y regulan la dis-tribución y el ejercicio del poder estatal como la lucha por conquistarlo, véase Bobbio, Norberto, Diccio-nario de Política, Tomo II, México, Siglo XXI Editores, 1988, pp. 1362-1363.

    11 En el caso de nuestro país, partimos de la premisa de que conforme al grado de participación política y al interés de los sujetos involucrados frente a un asunto en el ámbito público, se pueden ubicar las características que adopta el Estado a través del régimen y, por tanto, su gestión en lo social. Kervin Mi-ddlebrook, Oskar Oszlak y Lorenzo Meyer en diversos trabajos lo han caracterizado de tipo burocrático autoritario y con rasgos democrático-liberal; o bien, como patrimonialista debido a la manera como la figura presidencial define la política en su sentido más amplio. Para profundizar sobre este punto véase Middlebrook, Kervin, “La liberalización política en un régimen autoritario. El caso de México”, en O’Donnel, Guillermo, Schmitter, Philippe y Laurence Whithehead (Comps.) Transiciones desde un gobierno autoritario. México, Ed. Paidós, T. 2, 1988, p. 187-223; Meyer, Lorenzo, Liberalismo autoritario. Las contradic-ciones del sistema político mexicano. México, Ed. Océano, 1995; y Oszlak, Oscar, Políticas públicas y regímenes políticos: reflexiones a partir de algunas experiencias latinoamericanas, Buenos Aires, Centro de Estudios sobre la Sociedad y el Estado, Núm. 2, Vol. 3, 1980.

    12 Mauro González, Francisco José, Notas sobre la participación política en México, México, Colegio Nacional de Ciencias Políticas y Administración Pública, Cuadernos de Análisis Político-Administrativo No. 13, s/f, p. 12.

    13 Palacios Sommer, Armando, Participación y reglas electorales en México, México, Tesis de Lic. en Ciencias Sociales, Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), 1990, pp. 1-3.

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    Capítulo I. Encuadre teórico-analítico sobre la relación UVyD-19-Frente del Pueblo

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    a que la participación es indirecta ante la elección de candidatos y a la natu-raleza existente en la formulación de políticas gubernamentales –diseñadas en gran medida por un pequeño grupo situado en el poder estatal–, lo que vulnera y tergiversa uno de los supuestos básicos de la democracia referido a la participación directa e individual de los ciudadanos en la definición de los asuntos públicos como políticos14.

    En la actualidad el término se encuentra estrechamente relacionado con la idea de la representación como una característica primordial de la demo-cracia, ya que participación y representación forman una unión inseparable. No obstante, la primera tiene una acepción común entre los ciudadanos al asumir acciones en contra de los representantes formales que no cumplen su papel de mediación entre el gobierno y los asuntos de la comunidad; o bien, se participa para influir en las decisiones de quienes nos representan y así asegurar que las demandas y expectativas sean obedecidas y cumpli-das, de tal forma que el significado no sólo se agota en lo esencialmente electoral. En este campo, podemos decir que en las sociedades actuales la participación comienza desde la selección de representantes, vía los parti-dos políticos, así como con base en las organizaciones políticas y sociales que pugnan por diversos intereses15.

    Norberto Bobbio, al definir el concepto nos advierte no sólo de una uti-lización general que se ha dado a la noción, en cuanto a la designación de actividades que involucran actos como la votación, militancia en un parti-do político, la participación en manifestaciones, la contribución dada a una cierta organización social o bien agrupación política, entre otras; sino como una expresión reflejada en prácticas, orientaciones y procesos típicos de las democracias occidentales. En una segunda parte, Bobbio señala que la no-ción estaría muy limitada al considerar su aplicación en sociedades en vías de desarrollo, carentes de infraestructuras políticas y caracterizadas por altos porcentajes de analfabetismo, entre otras, donde la sólida tradición democrática no funciona; más aún donde la noción adquiere otros matices y características con relación al tipo de régimen político, ya sea pluralista o dictatorial, y por tanto, la orientación que se imprime a las políticas y, con ello, el sentido de la participación16.

    14 El análisis del fenómeno participativo en lo político remite a precisar el concepto en un nivel más gene-ral relacionado con la teoría de la democracia donde puede ser evaluado más ampliamente. Aquí sólo se destacarán algunos puntos que nos interesan.

    15 Véase Merino, Mauricio, op. cit., p. 13-15.16 Bobbio, Norberto, op. cit., pp. 1180-1181.

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    Para el análisis, el término puede ubicarse en tres niveles: la presencia, como la forma menos intensa y más marginal donde se definen comporta-mientos receptivos y pasivos, como las reuniones, la exposición voluntaria, entre otras, en las cuales el individuo no hace ninguna aportación personal; la activa, donde el sujeto desarrolla dentro o fuera de una organización po-lítica, una serie de actividades de las cuales es parte y delegado permanen-te, (por ejemplo una campaña electoral, manifestaciones de protesta, entre otras); y finalmente, el de participación, como la situación donde el individuo contribuye directa o indirectamente en una situación política, ya sea en un escenario donde existen las condiciones y las elecciones vinculables para toda la sociedad17.

    Consideramos que, no obstante, estos supuestos condicionan y definen la participación en sí misma y, además, constituyen la estructura perma-nente u ocasional en lo político, es menester señalar que su connotación teórica y empírica varía conforme al sistema en cuestión. Es decir, a la natu-raleza del régimen, a su forma de organización y a las normas existentes de legitimidad, así como al papel y estrategias que asumen los sujetos sociales dentro de él.

    En otras palabras, el fenómeno de la participación entendido con base en estos niveles y dentro de un marco democrático, como el que define Robert Dahl por ejemplo18, se acota por sus estructuras y mecanismos de compe-tición entre fuerzas políticas y, en este sentido, se encuentra inmerso como parte de una relación de poder. De igual forma, las organizaciones o bien el conjunto de asociaciones voluntarias que constituyen el tejido social de manera plural y diversa, adquieren una función primordial como estímulos políticos que vinculan lo social con lo estatal. En el caso de los regímenes

    17 Ibídem., p. 1180.18 Las condiciones para que los ciudadanos actúen y se manifiesten democráticamente, en igualdad de

    condiciones, oportunidades y circunstancias deben observar las siguientes premisas: “1) formular sus preferencias; 2) significar sus preferencias a otros ciudadanos y al gobierno mediante la acción indivi-dual o colectiva; y 3) tener sus preferencias igualmente sopesadas en la formulación de las políticas gubernamentales”. Por parte del gobierno, y de los instrumentos legales-institucionales que coadyuven a la práctica democrática se tiene: “1) la libertad individual para formar y unirse a organizaciones; 2) libertad de expresión; 3) el derecho a votar; 4) el derecho a competir por votos y apoyos; 5) la elegibili-dad de cualquier ciudadano para ocupar puestos públicos; 6) la existencia de fuentes alternativas de información; 7) elecciones libres y justas; 8) la existencia de fuentes alternativas de información; y 9) instituciones dirigidas a ajustar las políticas gubernamentales a las votaciones y a otras expresiones de preferencias”. Dahl, Robert, La poliarquía. Participación y oposición, Madrid, Ed. Tecnos, 1989, pp. 17-18.

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    autoritarios19 la participación política es estimulada de manera diferente donde el término movilización acentúa el hecho de que los sujetos, su pre-sencia y acción se definen desde arriba (de lo estatal) hacia las organiza-ciones (lo social) asignando no sólo funciones de estímulo sino de control social e incluso político20.

    En este orden, la participación política no sólo cumple una función sus-tantiva para el sistema en su conjunto sino, además, suscita legitimidad y consenso a la acción gubernamental y a las organizaciones sociales como políticas que se desenvuelven en la sociedad en la búsqueda por su resolver o dar cauce a sus necesidades y demandas individuales o colectivas. Como apunta Verba y Nie, “la participación es un proceso a través del cual las me-tas son fijadas y los medios son elegidos con relación a todo tipo de asuntos sociales [...] a través de la participación se asume que se va maximizar la asignación de beneficios en una sociedad para empatar las necesidades y deseos de la población”21.

    Sin prescindir del amplio debate existente, recuperamos la noción gene-ral que Lucía Álvarez ha realizado y que adoptamos para nuestro objeto de estudio, en el sentido de que:

    “Se refiere, en primer lugar, a una actividad que realizan algunos miem-bros de la sociedad en relación con el Estado o con las condiciones que éste sustenta. En segundo lugar, a una actividad que se puede realizar de manera individual y colectiva, pero que persigue siempre fines colectivos; en tercer lugar, a una serie de acciones que se llevan a cabo dentro de o con respecto al ámbito público, entendiendo por éste los asuntos de in-terés general y usualmente regulados por el Estado; por último, se trata de una actividad con repercusiones sociales que acusa características de intencionalidad, grado de conciencia y capacidad de transformación”22

    19 Conviene apuntar que el autoritarismo “es una palabra despectiva que indica un exceso y abuso de au-toridad opresiva que aplasta a la libertad. En un sentido muy general se habla de regímenes autoritarios para indicar toda clase de regímenes antidemocráticos [...] un régimen autoritario se puede distinguir por la falta de libertad en las organizaciones que forman el sistema político, tanto formal como efectiva; la oposición política puede estar suprimida o invalidada; la autonomía de los demás grupos política-mente relevantes, destruida o tolerada mientras no perturbe la posición de poder del jefe o de la elite gobernante”. Véase Frutos, Cortés, Moisés, El proceso de reforma político-electoral en el Distrito Federal de 1977 a 1994 y la participación de los partidos políticos. Mimeo, 1995, pp. 2-5.

    20 Bobbio, op. cit., p. 1182.21 Verba, Sidney y Norman H. Nie, Participation in America. Political Democracy and Social Equality, New Yory,

    Harper Publishers, 1972, p. 4.22 Ibídem., p. 27.

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    Es menester indicar, que algunas dimensiones donde se desagrega la par-ticipación sugieren la necesidad de establecer ciertos criterios empíricos como referente sobre la relación que se da entre la participación y sus estra-tegias respecto al Estado. En este sentido algunas que se pueden distinguir sobre el fenómeno son:

    a) la participación social o corporativa, que se sitúa como el espacio don-de los actores se relacionan con procesos de cambio y, por tanto, se involucran en los asuntos públicos de forma colectiva y en un ambiente donde existe el conflicto;

    b) como participación comunitaria, donde la relación con el Estado es de manera asistencial y guiada por los ciudadanos (en apariencia) con el fin de solventar sus necesidades, y en general su nivel de vida; y

    c) como participación política, donde el escenario es el terreno de la de-mocracia y el lugar de expresión de las organizaciones e individuos como sujetos políticos que tienden a buscar no sólo la ciudadanía, sino a luchar y organizarse en lo público, con el fin de obtener una mejor distribución y ejercicio del poder en la sociedad. De ahí que también pueda considerarse a esta modalidad como la expresión de los intereses sociales23.

    En estas dimensiones, la participación varía con relación a, entre otros fac-tores, los niveles y ámbitos en los que recaiga la misma, así como al carácter de la intervención de los ciudadanos en las actividades y órganos públicos

    23 Respecto a la participación de las organizaciones sociales en el sistema político es necesario recuperar la tesis que propone Fernando Pliego en el sentido de considerar posiciones de poder y ámbitos sociales de participación; además, de definir no sólo el tipo y características respecto a la toma de decisiones y el poder mismo, sino las implicaciones cotidianas, públicas y políticas. De esta manera, las estrategias básicas de la participación de las organizaciones sociales se pueden ubicar a partir de la denominada matriz “estrategias de acción o participación”; ésta “constituye una herramienta particularmente útil para analizar y clasificar las implicaciones históricas [políticas, económicas y culturales] de las organi-zaciones sociales [...] posibilita en consecuencia, un sistema de clasificación complejo y diversificado, construido por varios niveles interpretativos”. Respecto a la Vida Cotidiana: No sistémica. Autoayuda, Asistencia de Emergencia. Sistémica. Autogestión y Asistencia Institucional. Respecto a la Estructura Social: No sistémica. Movilizaciones Sociales, Clientelismo. Sistémica. Cogestión y el Corporativismo y Neocorporativismo. Véase Pliego Carrasco, Fernando, “Estrategias de participación de las organizacio-nes sociales: un modelo de interpretación”, en Sociedad Civil. Análisis y Debates Núm. 1. México, Foro de Apoyo Mutuo/Fundación DEMOS/Instituto de Análisis y Propuestas Sociales, Vol. II, Otoño de 1997, pp. 125-164; asimismo, confróntese con el trabajo de Sánchez Mejorada, Cristina, “Debate en torno a la participación ciudadana”, en Coulomb, René y Emilio Duhau (Coords.), Dinámica urbana y procesos socio-políticos, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, 1993, pp. 326-331.

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    Capítulo I. Encuadre teórico-analítico sobre la relación UVyD-19-Frente del Pueblo

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    de representación. En otras palabras, dependiendo del tipo de participación que adopten las acciones colectivas se puede identificar si su relación tien-de hacia lo político (ámbito de decisiones y del poder como tal), o bien, hacia lo que se conoce como gestión pública (ámbito de la generación y concesión de bienes y/o servicios).

    Finalmente, el fenómeno de la participación, y especialmente la políti-ca, conlleva a profundizar otros aspectos de naturaleza socioeconómica y cultural, donde el proceso parte de realidades concretas que viven los in-dividuos y de su impulso de acción para tomar parte e incidir en las deci-siones, sin los cuales la política no se explica del todo; y más aún, donde la regeneración del poder en una clase hegemónica dirigente y de las formas de legitimación estatal, por esta vía en general, no tendrían sustento y ra-cionalidad política.

    1.2. Participación política, partidos y sistema políticoA pesar de que se puede hablar de participación política con base en la exis-tencia de las primeras comunidades organizadas, en la actualidad la ma-nera más común que plantean diversas nociones, atribuyen y relacionan la noción a la existencia de partidos como condición de lo que se ha denomi-nado democracia plural y representativa.

    Los partidos ocupan no sólo un lugar central en diferentes campos del debate, articulación, representación y gobierno, sino la importancia de éstos radica en su sustento y legitimidad que propician a muchas de las accio-nes estatales, además de sus funciones propias de la vida social (formación, socialización, movilización, representación, principalmente) e institucional (reclutamiento, selección de elites, organización y lucha electoral, forma-ción y deliberación de acciones estatales, entre otras)24.

    La historia y la importancia de los partidos u organizaciones políticas como intermediarios entre la relación genérica de Estado y Sociedad advier-te en principio la labor promotora, conjunta y articulada sobre el interés co-lectivo. Si bien el debate de antaño se situó en la distinción entre facciones y partidos con David Hume y Bolinbroke, en la actualidad nadie duda que los partidos, más que buscar intereses personales de sus miembros, los objeti-

    24 Pasquino, Gianfranco, op. cit., p. 181; y Cárdenas Gracia, Jaime, Partidos políticos y democracia, México, Ins-tituto Federal Electoral, Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática Núm. 8, 1996, pp. 25-31.

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    vos se centran en principios y proyectos aglutinados en una organización con fines superiores; en todo caso, se considerarían como organizaciones y grupos políticos estructurados de interés o de presión para determinados fines específicos a alcanzar frente al conjunto de instituciones estatales y ante el régimen político en razón25.

    Los partidos políticos son una modalidad y expresión institucionalizada que se da de la participación política a través de asociaciones voluntarias, perdurables en el tiempo, con un programa de gobierno para la sociedad en su conjunto, y donde su fin último es alcanzar el poder político y convertirse en gobierno, o bien, participar en él a través de una serie de actos generados por sus miembros para incidir en la vida pública y política que hasta cier-to punto les permite el ámbito legal que establece el Estado. Además, y si bien los partidos pueden definirse como estructuras políticas intermedias e intermediarias entre lo social y estatal, en cuanto más extensa y compleja es la sociedad, y en ella el sentido de participación política, se requerirá de mayor expresión y articulación de sus demandas, vínculos y “correas de transmisión.” Bajo esta consideración los partidos (organizaciones políticas) no sólo son considerados como interlocutores en la mediación entre el po-der político y los ciudadanos, sino tienden a constituirse como bases para la canalización, representatividad y apoyo de las mayorías sociales.

    Para Giovanni Sartori, los partidos no sólo fungen como expresión sino canalizan, agregan, proveen e incluso manipulan como organizaciones polí-ticas a la opinión pública. En este sentido, el ámbito del Estado, que permite la mayor acción de los partidos, es el sistema de partidos entendido aquí como el espacio de competencia leal entre las distintas organizaciones polí-ticas orientadas bajo las características antes mencionadas hacia la obten-ción y el ejercicio del poder político26.

    Dicho de otra manera, y a pesar de que su origen es relativamente recien-te en nuestro país (considerando que un partido desde hace más de setenta años permaneció en el poder), el sistema de partidos representa un subcon-junto de instituciones políticas que conforman el sistema político; este es el marco de competencia que entabla este tipo de organizaciones para obtener y ejercer el gobierno; su función radica como cámara de compensación de

    25 Ibid., pp. 15-17.26 Sartori, Giovanni, Partidos y sistemas de partidos. Marco para un análisis. Vol. 1, Madrid, Esp., Editorial Alian-

    za, 1980, pp. 55-57; y Panebianco, Ángelo, Modelos de partido. Organización y poder en los partidos políticos, Madrid, Alianza, 1990, p. 31.

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    intereses y proyectos políticos que permite y norma la competencia, ha-ciendo posible el ejercicio legítimo del gobierno; y finalmente, la instancia mediadora de comunicación, donde se da la confrontación de opciones, la lucha política, el acceso a los puestos de representación y de gobierno y, en suma, el ejercicio democrático de la sociedad.

    Históricamente han sido varios los trabajos que describen la compleja realidad socio-política de los Estados. En uno de los intentos más sobre-salientes Giovanni Sartori realiza una amplia clasificación de los sistemas de partidos donde establece como categorías de análisis el de sistema de partido único, el de partido hegemónico, el de partido predominante, el bi-partidista, el de pluralismo moderado, polarizado y atomizado. Sartori ubica a México dentro del sistema de partidos, no competitivo y hegemónico, don-de existe la participación de partidos pero no se permite una competencia oficial por el poder, ni una competencia de facto. Dicho de otra manera, y en contraste a lo que se señaló con Robert Dahl, la igualdad que se presenta es de fachada, únicamente en la medida en que se admite una competencia política entre partidos, aunque el partido hegemónico no acepte el acceso real al poder. La alternancia en el poder no puede ocurrir, ni siquiera la po-sibilidad de rotación de la elite que detenta el mismo27.

    No es aquí el lugar para profundizar sobre todos y cada uno de los aspectos que implica este debate, sin embargo, podemos decir que en México existe un esfuerzo importante por definir un sistema de partidos con una clara igual-dad, competencia y lucha política. Aunque, en la actualidad la existencia del partido hegemónico y la estructura legal no ha permitido en lo real un verda-dero cambio de fuerzas, donde las diferentes organizaciones políticas (tanto oficiales como de oposición) logren expresar y elevar hacia las instancias polí-ticas las inquietudes y aspiraciones de diversos grupos de la sociedad que re-presentan, mucho menos los procedimientos de toma de decisiones y, en cier-ta medida, las consecuencias esperadas de la aplicación de políticas públicas.

    El régimen político en nuestro país, y de alguna manera los rasgos que imperan aún del Partido Revolucionario Institucional (PRI), así como las lí-neas que éste imprime hacia el juego político-partidista, y concretamente en la modalidad de participación electoral, han sido acotados por diversos analistas bajo la noción de régimen autoritario, entendiendo que se distin-gue de un régimen democrático toda vez que existe la falta de libertad en

    27 Op. cit., pp. 151; 259-277.

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    las organizaciones que forman el sistema político, tanto formal como efec-tiva; donde la oposición política puede estar y, de hecho, está suprimida o invalidada; y la autonomía de las organizaciones y grupos existentes en él es destruida o relativamente tolerada mientras no se perturbe la posición de poder del jefe o la elite gobernante28.

    Otro aspecto, que para fines de nuestro trabajo merece ser destacado, es el que se refiere a la relación existente entre partidos y organizaciones sociales. Al expresar ideas, proyectos y compromisos, generalmente los se-gundos poseen una serie de valores, objetivos y creencias de lo que debe ser la realidad social y política. No obstante, si el partido u organización política modela la actividad existente al interior de sus distintos grupos que lo con-forman de manera funcional se tiende a tallar y estructurar acciones com-partidas bajo un sentido de cohesión que orienta su comportamiento hacia otros planos de la realidad. Por un lado, el partido responderá a las exigen-cias de sus organizaciones o grupos en la medida en que estos sirvan como elementos de acción política y vinculación y, finalmente, para penetrar en el sistema político. Por el otro, si las necesidades del partido responden a procesos de participación e inserción política para sobrevivir o responder a las exigencias funcionales del propio sistema, las organizaciones y grupos se encontrarán sujetas a los destinos que definan sus líderes para adecuarse a la coyuntura política del momento.

    La relación entre organizaciones sociales, políticas y partidos influyen en la construcción del sistema político, lo acotan y a la vez se ven acotados por él ya que son parte de la diversidad de órganos e instituciones que van dando cuerpo al accionar del Estado. Para el caso de nuestra realidad, la

    28 Es necesario aclarar, que en el centro del sistema político mexicano se ha concentrado en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) que desde su origen y hasta las reformas electorales de 1996, había ganado todas las elecciones (tanto del Ejecutivo como de ambas Cámaras del Congreso de la Unión), y que se ha identificado indisolublemente con el Estado y con el desarrollo del país en todas sus dimen-siones. Dentro de este proceso, las elecciones del 6 de julio del 2000, marcaron un hito, ya que un can-didato de la oposición (PAN) se muestra por primera vez capaz de terminar con un sistema de partido hegemónico y dar paso (o crear las condiciones) a uno de competencia pluripartidista. Esto trajo como consecuencia no sólo una mayor importancia de las reglas del juego para decidir quién gobierna el país, sino una mayor definición para la apertura política, el diálogo y la negociación entre los actores en el sistema político en su conjunto, así como una mayor importancia de la sociedad civil en la deliberación de los asuntos públicos. Finalmente, en el ámbito de la Ciudad de México el triunfo del PRD en las elec-ciones a Jefe de Gobierno en 1997, fue un hecho relevante que permite comprender la debilidad del PRI en el sistema político y su declive hacia los comicios federales del 2000. Sobre la evolución del sistema político y electoral mexicano véase Análisis del Sistema Electoral Mexicano. Informe de un Grupo de Expertos, México, IFE/Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 1997; y Bobbio, Norberto, Diccionario de Política, op. cit., Tomo II, pp. 1362-1363.

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    emergencia de organizaciones sociales, políticas y ciudadanas de las últi-mas décadas han permitido ir redefiniendo cada vez más el amplio univer-so político y social prevaleciente del país. Su actividad ha ido penetrando de manera paulatina en el escenario político, construyendo y proponiendo nuevas formas de acción, relación y participación ante un escenario carac-terizado por el conflicto en el espacio público29.

    En suma, la participación política reviste un fenómeno complejo con di-ferentes modalidades y acepciones del orden social y político donde se le puede acotar dependiendo de las necesidades del análisis. Aunque en este punto abordamos la parte relacionada con la participación en lo político, y su relación con la democracia, los partidos y el sistema político, es menester señalar aquellos aspectos no políticos de la misma que se relaciona con lo que algunos trabajos han denominado el poder en movimiento o las redes que dan libertad, esto es los movimientos sociales.

    1.3. Movimientos sociales: estrategia contra identidad colectivaUna vez que se establecieron algunos significados de la noción de partici-pación política, y con ello el de los partidos, se impone el análisis sobre la interacción entre la participación y el poder en el sistema político. De la misma manera que podemos decir que todo régimen que se precia de ser democrático reivindica la participación, pero no toda participación impli-ca la existencia de un régimen democrático, podemos manifestar que todo movimiento social resulta de alguna forma de acción colectiva, aunque no toda acción colectiva indica la existencia de un movimiento social.

    En primer lugar, aludimos a que una gran parte de esta actividad es in-voluntaria y se encuentra manipulada por la elite política que explota las bases democráticas para dar una apariencia de libertad en un determinado régimen. En segundo, y de acuerdo con algunos autores como Giacomo Sani, se ha preferido llamar movilización a la supuesta participación, con el fin de indicar el hecho de que se halla programada desde arriba y “encuadrada” por la actividad de las organizaciones de masa, a las cuales se les asigna, además de funciones de estímulo, también tareas de control social30.

    29 Lavau, Georges, “Partidos y sistemas políticos: interacciones y funciones”, en Calanchini Urroz, Juan (Comp.), Partidos políticos: partidos y sistema político, Montevideo, Fundación de Cultura Universitaria/Instituto de Ciencia Política, s/f, p. 42.

    30 Sani, Giacomo, “Participación política” en Bobbio, Norberto, op. cit., pp. 1180-1181.

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    Profundizando en el segundo caso, la noción de movilización no sólo ha sido utilizada por la ciencia política, sino recientemente es un tópico en debate con amplias bases y significados en el campo de la sociología y, con-cretamente, en la sociología de la acción. Tanto en México como en el resto del mundo, en las últimas décadas han proliferado los estudios sobre los movimientos sociales. Ello no sólo ha contribuido a que la noción se haya generalizado, sino que sus acotaciones teóricas son cada vez más amplias: en muchos casos se trata como un mismo asunto a actos relacionados con protestas, huelgas, marchas, entre otras expresiones colectivas, producto de la sociedad moderna y conflictiva31.

    Así, para comprender los movimientos sociales como un tipo de acción colectiva orientada hacia el cambio, por una masa descentralizada enca-bezada de manera no jerárquica por un actor social, la noción ha sido car-tografiada en un amplio panorama de interpretaciones y enfoques teóri-cos contemporáneos. En este sentido, tras el colapso de los planteamientos clásicos del comportamiento colectivo (Herbert Blumer), el funcionalismo estructural (Talcott Parsons, Neil Smelser) la frustración de las expectativas colectivas –relativa a los supuestos de la teoría de la elección racional (Da-vies, Graham, Gurr, Mancur Olson) y de acuerdo con Munck y Riechman, entre muchos otros– el debate sobre la reflexión reciente se ha desarrollado en la escuela norteamericana con base en la noción de estrategia y por los planteamientos europeos de los llamados teóricos de la identidad32.

    Las teorías norteamericanas sobre la movilización de recursos desarro-llada ampliamente por McCarthy, Zald, Olson, Tarrow, entre otros, parten del análisis de las organizaciones, no de los individuos. No se cuestiona si los individuos se suman a los movimientos sociales (MS en adelante), ni si

    31 Sobre el debate de los movimientos sociales existe, al igual que en la participación política, una amplia biblio-hemerografía que va desde trabajos clásicos hasta contemporáneos, entre algunos que retoma-mos para desarrollar esta parte del trabajo se encuentran los siguientes: Munck, Gerardo, “Algunos problemas conceptuales en el estudio de los movimientos sociales”, en Revista Mexicana de Sociología Núm. 3, México, Instituto de Investigaciones Sociales-UNAM, Año LVII, julio-septiembre de 1995, pp. 17-40; Tarrés, María Luisa, “Perspectivas analíticas en la sociología de la acción colectiva”, en Estudios Sociológicos Núm. 30, México, El Colegio de México, Vol. XI, septiembre-diciembre de 1992, pp. 735-755; Riechmann, Jorge y Fernández Buey, Francisco, Redes que dan libertad. Introducción a los nuevos movimientos sociales, Barcelona-Buenos Aires-México, Editorial Paidós, 1999; Tarrow, Sidney, El poder en movimiento, Madrid, Esp., Alianza Editorial, 1997; Offe, Claus, Partidos políticos y nuevos movimientos sociales, Madrid, Editorial Sistema, 1988; Ramírez Sáiz, Juan Manuel, Movimientos sociales, México, Universidad de Guada-lajara, 1992; Klandermas, Bert, The Social Psychology of Protest, USA, Blackwell Publishers, 1997; Melucci, Alberto, “Las teorías de los movimientos sociales”, en Estudios, op. cit; y Touraine, Alain, Producción de la sociedad, op. cit.

    32 Riechmann, Jorge, op. cit., pp. 23-26; y Munck, Gerardo, op. cit., pp. 19-20.

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    su comportamiento es racional o irracional, sino que se centran en la efica-cia con la que los MS (o las organizaciones en ellos) emplean los recursos de que disponen para alcanzar sus objetivos y metas. En este enfoque se entiende que la insatisfacción individual y los conflictos sociales existen en todas las sociedades y que, por lo tanto, los MS no dependen de la existencia de ese potencial, sino más bien de la creación de organizaciones capaces de movilizarlo de acuerdo a la estructura de oportunidades para actuar. Bajo esta perspectiva el estudio de los MS se centra en la tarea de descifrar cómo los organizadores usan una serie de recursos y estrategias para solucionar el problema de la dirección y coordinación de un movimiento social.

    Los trabajos europeos, por su parte, recuperan proyectos colectivos, ten-dencias históricas, desarrollos culturales, ideologías, e incluso filosofías po-líticas, que se generan entre la sociedad y que han sustentado el análisis a través de planteamientos sobre la identidad. En efecto, y a diferencia de la escuela estadounidense, para los teóricos de la identidad (Touraine, Melucci, Pizzorno, entre otros), se acentúan más los factores de ideario político y pro-yecto histórico de los MS entendidos como sujetos o actores históricos que tienden hacia la transformación de las sociedades modernas. Dentro de este marco de análisis los actores se constituyen en términos de la estructura de conflicto de la sociedad, así como en términos de las estrategias que éstos eligen y proyectan. Recuperando a Alain Touraine, el análisis empieza con las relaciones sociales y no con los actores. La identidad del actor no puede ser definida independientemente del conflicto real con el adversario ni del reconocimiento de la meta de lucha, la identidad se constituye en la estruc-tura de conflicto de una sociedad en particular33.

    Si bien ambos enfoques definen un campo propio de estudio, existen tres problemas centrales que giran en torno a ellos y donde se confrontan tres puntos centrales: la formación de actores, la coordinación social y la es-trategia política. Su importancia no sólo liga la definición de movimiento social como un tipo de acción colectiva orientada al cambio por una masa descentralizada o grupo de personas encabezadas de manera no jerárqui-ca por un actor social, sino que tiene que ver con la constitución de un MS como movimiento o el desafío de organizar al grupo, así como la estrategia que adoptan ante la supuesta orientación al cambio.

    Mientras la formación de actores tiene que ver con la emergencia de los fundadores u organizadores de un movimiento social, el problema de

    33 Munck, Gerardo, op. cit., p. 23; Touraine, Alain, op. cit., p. 47.

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    la coordinación social se ubica en la constitución y definición de un mo-vimiento social y, en este orden, el problema de la estrategia política resu-me la orientación hacia el cambio del movimiento. Dicho de otra forma, la emergencia de los fundadores, o como señala Sidney Tarrow “la gente que se atreve”, constituye la parte analítica para el estudio de un movimiento. Mientras que los estadounidenses toman como supuesto al actor (la gente y finalmente al individuo), los europeos señalan la importancia de analizar la gestación de la emergencia de esos actores (individuo y sus relaciones sociales)34.

    La experiencia compartida de un grupo de personas –en el contexto de una crisis estructural– que los lleva a establecer que las cosas pueden cam-biar representa la base del análisis de un movimiento social para los euro-peos: “El sentido de cambio y la visión de la gente no ocurre en un vacío, sino que se presenta dentro de un conflicto de orden estructural definido. Un movimiento social nace con una identidad colectiva”35.

    Si bien la emergencia de los fundadores de un movimiento social es un elemento decisivo, dado que son los actores los que encabezan al movi-miento, su surgimiento no garantiza por sí sólo su desarrollo pleno. El pro-blema de la constitución de un movimiento social como tal y la orientación al cambio son dos problemas analíticos distintos de los que atañen al asun-to de la formación de actores.

    Los trabajos estadounidenses, particularmente el de Sidney Tarrow36, son relevantes en el análisis del proceso mediante el cual un movimiento social es constituido como movimiento. Es decir, se centran más en el proceso mediante el cual sus fundadores coordinan, en una manera no jerárqui-ca, a una masa descentralizada o un grupo de personas. Es también una perspectiva donde se intenta mostrar cómo los fundadores del movimiento encaran el problema de la coordinación social mediante “otros medios”, así como basados en una explicación sobre los recursos, las redes sociales, las

    34 Ibid., p. 24-32; y Tarrow, Sidney, op.cit., pp. 21-25.35 Munck, Gerardo, op. cit. pp. 28-29.36 Los trabajos empíricos de este autor no sólo han recuperado los factores históricos y políticos de los

    movimientos sociales, sino su propuesta de análisis es ampliamente rica y fundamentada. Pese a ello, autores como Gerardo Munck, identifica este trabajo como parte de los enfoques norteamericanos so-bre la estrategia política donde aún no se aborda con exactitud el asunto del conflicto y la delimitación de lo social en su análisis. Para nosotros este trabajo resultar relevante toda vez que incursiona de manera novedosa al debate de los movimientos sociales recuperando la parte histórica, el papel de las instituciones y sus relaciones con los grupos y organizaciones y viceversa. Para profundizar sobre estos aspectos véase el Capítulo 1, op. cit., pp. 33-148.

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    estructuras de oportunidad política y los marcos culturales en que se des-envuelven y tienen a su disposición37.

    Tarrow ha demostrado cómo la capacidad de la formación de actores se ve beneficiada en la medida en que éstos van definiendo su incursión a la agenda política o bien se van acercando a la estructura donde se generan las oportunidades políticas, entendiéndose aquellas áreas o dimensiones con-sistentes del entorno político que fomentan o desincentivan la acción colec-tiva entre la gente. En este sentido, los MS se forman cuando los ciudadanos, a veces animados por líderes, responden a cambios en las oportunidades que reducen los costes de la acción colectiva, descubren aliados potenciales y muestran en qué son vulnerables las elites y las autoridades.

    Siguiendo con Tarrow, los movimientos encuentran una base o punto de apoyo para plantear su estrategia en el propio Estado, pero además en un sentimiento de tipo común: “La gente no arriesga su pellejo ni sacrifica el tiempo en las actividades de los MS a men