relatos lima 1881 (1)

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RELATOS DE LA BATALLA DE MIRAFLORES

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Relatos participantes batalla miraflores

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  • RELATOS DE LA

    BATALLA DE

    MIRAFLORES

  • ~ 2 ~

    INDCE

    Presentacin 3

    Prlogoi Introduccin

    Relatos La batalla de Miraflores. Testimonio del Teniente Coronel Manuel

    Layseca 6

  • ~ 3 ~

    a batalla de Miraflores se llev a cabo el

    sbado 15 de enero de 1881 y fue el

    ltimo enfrentamiento armado antes del

    ingreso del ejrcito chileno a la capital. En esta

    batalla se recuerda el sacrificio de los ciudadanos

    de Lima por la defensa de su patria, pues fueron

    los batallones que integraban estos ciudadanos, los

    de Reserva, los que ms destacaron en la batalla,

    as como tambin los batallones de infantera de

    marina.

    A pesar que esta batalla fue ms corta, con menor

    fuerza entre los contendientes y menor nmero de

    bajas que la batalla de San Juan y Chorrillos, es

    ms recordada que sa gracias a los testimonios

    que dejaron los combatientes peruanos sobre

    aquella accin, en mayor cantidad que los de la

    batalla de San Juan.

    Los partes oficiales peruanos de las batallas de

    San Juan y de Miraflores recin fue publicada el

    15 de enero de 1884 en el diario El Comercio, pero

    la primera versin peruana de la batalla de

    Miraflores fue publicada en 1881, en el peridico

    El Orden, cuando fue publicado, por partes, desde

    el 7 al 24 de marzo, el opsculo Lo que yo v.

    Apuntes de un reservista sobre las jornadas de 13

    y 15 de enero de 1881 de Alberto Ulloa Cisneros,

    periodista, quien estuvo presente en la batalla de

    Miraflores como ayudante del estado mayor del

    Ejrcito de Reserva. Antes, en el mismo peridico,

    el 3 de marzo, haba sido publicado la carta de

    Nicols de Pirola a Julio Tenaud, Jefe del Estado

    Mayor del Ejrcito de Reserva, que si bien habla

    de toda la campaa de Lima, especfica que

    Pirola no orden la movilizacin de las pocas

    tropas del Ejrcito de Reserva en Vsquez durante

    la batalla de Miraflores.

    Los partes oficiales publicados por El Comercio

    referente a Miraflores fueron: el del general Pedro

    Silva, Jefe del Estado Mayor General de los

    Ejrcitos; el del coronel Ambrosio Jess del Valle,

    Sub jefe del Estado Mayor General de los

    Ejrcitos, y el del sargento mayor Jos E. Diez,

    Jefe de la batera Alfonso Ugarte. Tambin en el

    diario La Tribuna fue publicado, por fragmentos,

    desde el 17 hasta el 24 de marzo de 1884, un parte

    oficial del general Pedro Silva pero con

    anotaciones y comentarios diversos, ms extenso y

    detallado que el publicado en El Comercio.

    Tambin un parte oficial de Pedro Silva, ubicado

    en el Archivo Velarde, fue publicado por Jorge

    Ortiz Sotelo en su obra Apuntes sobre la Batalla

    de Miraflores.

    Despus de la versin de Alberto Ulloa, no fue

    publicada otra versin peruana de la batalla de

    Miraflores hasta el 15 de enero de 1884, cuando

    los peridicos El Comercio, La Tribuna y El

    Callao publicaron artculos de la batalla con datos

    proporcionados por los sobrevivientes de la

    batalla. En el siglo XX todava aparecieron otras

    versiones: la carta del coronel Pereyra publicada

    por Alejandro Montani en su libro Artculos

    Militares; la de Domingo Gamio, en el peridico

    El Tiempo del 15 de enero de 1915; la de Ramn

    Ribeyro, en el peridico Ultima Hora del 15 de

    enero de 1916, y la de Manuel Layseca, que a

    continuacin reproducimos en este post, en el

    peridico La Crnica el 15 de enero de 1928; la de

    Jos Torres Lara en su folleto Recuerdos de la

    Guerra con Chile (Memorias de un distinguido).

    La batalla de Miraflores en 1911; la de Manuel

    Gonzlez Prada en Impresiones de un

    Reservista; los artculos publicados en El

    Comercio en 1944 por Manuel Elguera; el

    Memorndum de Belisario Surez publicado por

    su descendiente Rmulo Rubatto; las Memorias

    del Mariscal Andrs A. Cceres y una biografa

    del general Juan Buenda, presuntamente escrita

    por l mismo, en donde se refiere a su actuacin en

    Miraflores.

    L

  • ~ 4 ~

    Algunos notas sobre la batalla de Miraflores

    La lnea peruana de Miraflores se extenda por la

    derecha desde la orilla del mar, en donde

    actualmente se encuentra Larcomar, hasta Ate

    Vitarte por la izquierda. En esta lnea se ubicaban

    8 reductos, el primero de los cuales estaba ubicado

    en los alrededores de lo que hoy es el hotel Marriot

    y el ltimo en la hacienda Mendoza. La batalla se

    llev a cabo slo en el sector de Miraflores.

    Despus de la batalla de San Juan y Miraflores, el

    Ejrcito de lnea peruano se reorganiz la noche

    del 13 de enero de 1881, reforzado por los

    batallones Guarnicin de Marina y Guardia

    Chalaca, qued organizado en la lnea de defensa

    de Miraflores en 3 Cuerpos del Ejrcito, cada uno

    con 2 divisiones. El 1 Cuerpo estaba al mando

    del coronel Andrs A. Cceres, el 2 Cuerpo al

    mando del coronel Belisario Surez y el 3, al

    mando del coronel Justo Pastor Dvila. El 1

    Cuerpo estaba ubicado desde la orilla del mar y se

    prolongaba hasta un poco ms all del reducto N

    2, el 2 Cuerpo entre los reductos N 2 y 3, y el 3

    Cuerpo entre los reductos N 3 y 4.

    Adems estaba el Ejrcito de Reserva, al mando

    del coronel Juan Martn Echenique, dividido en

    dos cuerpos: el 1 al mando del coronel provisional

    Pedro Correa y Santiago y el 2 al mando del

    coronel temporal Serapio Orbegozo. El 1 Cuerpo

    tena sus batallones N 2, N 4, N 6, N 8, N

    10, N 12, N 14 y N 16 distribuidos en los

    reductos N 1, N 2, N 3. hasta el N 8

    respectivamente. El 2 Cuerpo estaba ubicado en

    Vsquez, actualmente Ate Vitarte, y

    aparentemente contaba slo con 5 batallones y no

    los 11 que se mencionan en diversos estudios (1).

    El efectivo del Ejrcito de lnea Peruano era:

    coronel Cceres, 3,602 hombres; coronel Surez,

    2,240 hombres; coronel Dvila, 2,761 hombres;

    caballera, 547 hombres, y batera Alfonso Ugarte,

    180 hombres (2), pero el general Pedro Silva

    afirma que la fuerza que efectivamente se bati

    eran 7 mil del ejrcito activo y 1,500 del ejrcito de

    reserva, en total, 8,500 hombres (3). Las fuerzas

    chilenas eran casi 20 mil hombres pero tampoco no

    todos se vieron involucrados en la batalla.

    El inicio de la batalla fue de lo ms casual y

    ninguno de los bandos estaba preparado. Esto se

    dio porque estaban en tregua hasta la medianoche

    y el ejrcito chileno estaba ordenando sus fuerzas

    delante de la lnea peruana. Aparentemente

    empezaron las fuerzas peruanas porque los

    chilenos estaban bien cerca, se dispararon uno o

    dos tiros contra el general Manuel Baquedano,

    Jefe del Ejrcito chileno, y se generaliz el fuego, a

    pesar de las ordenes peruanas de alto al fuego,

    mientras las fuerzas chilenas almorzaban. Al

    mismo tiempo, el Dictador Nicols de Pirola

    estaba en un almuerzo con Petit Thouars, Stirling,

    Labrano, jefes navales de Francia, Inglaterra e

    Italia respectivamente, y con los Ministros de las

    Legaciones extranjeras (4).

    Las bajas peruanas fueron, segn el Jos F.

    Vergara, Ministro de Guerra y Marina en

    campaa de Chile, no menos de 1,500 muertos (5),

    mientras que segn Spenser St. John, Ministro

    Plenipotenciario de Inglaterra y quien estuvo

    almorzando con Pirola al inicio de la batalla, las

    bajas chilenas fueron de 3 mil y las peruanas

    fueron de 4 mil en San Juan y relativamente

    menores en Miraflores (6). Ricardo Palma dice que

    los Las bajas chilenas si son especficas en la

    batalla: 31 jefes y oficiales muertos, 118 jefes y

    oficiales heridos, 502 soldados muertos y 1622

    heridos (7).

  • ~ 5 ~

    La batalla de Miraflores Testimonio del

    Teniente Coronel Manuel Layseca

  • ~ 6 ~

    L a fidelidad de su memoria en auxilio y empez el seor Layseca, recordando que con fecha 14 de febrero de 1880, un decreto supremo dictado entonces por el Dictador Nicols de Pirola, creaba el batalln Guarnicin de Marina, con un

    efectivo de 600 plazas, sobre la base del antiguo Cuerpo de Artillera de Plaza.

    La Plana Mayor de este cuerpo de ejrcito estaba formada por el Capitn de Navo don Juan Fanning, como primer jefe; como segundo, el coronel Andrs Segura; tercero, el sargento mayor de artillera don Jos Antonio Sarrio; cuarto, sargento mayor don Jos Hernndez.

    Capitanes de compaa fueron: de la primera, sargento mayor graduado Ugarte; de la segunda, capitn Federico Canta; de la tercera, Manuel Asanza; de la cuarta, Hilario Mansilla; de la quinta, el sargento mayor don Mariano Bustamante, sobreviviente de la guarnicin del Huscar; de la sexta, Augusto Gmez Lira; era ayudante mayor del cuerpo, el capitn Manuel del Pino.

    El doctor Felipe Rotalde, que fuera nombrado Cirujano del Ejrcito, fue en su condicin de mdico fundador del Batalln Guarnicin de Marina, prestando importantes servicios a esta unidad, desde que los primeros buques de guerra del enemigo iniciaron el bombardeo de la plaza del Callao, estando con inmensa laboriosidad, hasta que termin la campaa con la toma de Lima.

    Yo prosigue el seor Layseca con la clase de subteniente de la cuarta compaa, fui tambin fundador de ese cuerpo del ejrcito, el cual, sin pretensin alguna, era el mejor de los organizados para la defensa de Lima en los das nefastos de la toma por los soldados de Chile. No solo por el efectivo de que dispona aquella unidad, sino tambin por la calidad de los jefes y oficiales que la mandaban y de los soldados; lo ms florido de la juventud chalaca, llenos todos del espritu de guerra, afanosos de dar su sangre por mantener siquiera por algn tiempo, inclume la ciudad que los vio nacer; a mas de los voluntarios, contaba la unidad mencionada, con 200 prisioneros peruanos que fueron canjeados despus de las batallas de San Francisco, Pisagua y Alto del Alianza y algunos de la Guarnicin del Huscar; hombres que haban ya recibido el bautismo de fuego, cuando la lucha en sus principios se mostraba ms enconada; contbanse, adems de las fuerzas formadas por los cabitos, muchachos de la Escuela Militar de Chorrillos quienes, en las rudas campaas del sur, mostraron el empuje de sus corazones, cuando combatan fieramente, mandados por el coronel Vctor Fajardo, Llosa, Morales Bermdez y otros, que conquistaron la corona del herosmo, ante un ejrcito muchas veces superior, en efectivo, en preparacin y en condiciones de confort.

    Era el 13 de enero de aquel ao. Muy distintamente percibamos desde el Callao, el intenso caoneo de la batalla de San Juan. Todos ardamos en ansias de recibir lo ms pronto posible, la orden de marcha hacia el campo de las operaciones. Tal vez era la vehemencia que nos llenaba el espritu, que bien poco falt para que nos insubordinramos, porque nos pareca que habamos dejado olvidados (sic).

    Capitn de navo Juan Faning

  • ~ 7 ~

    Momentos ms tarde, a las 11 y 30 de la maana de ese mismo da, con el jbilo ms grande, escuchamos la orden de ponernos en marcha hacia el campo de batalla. Llegamos a Lima en un tren del F.C.C. y desde la Estacin de Desamparados, iniciamos la marcha hacia el sur. Momentos despus, marchaba al lado nuestro el bizarro batalln Guardia Chalaca, formado por la ms brillante juventud del Callao.

    La marcha desde Lima la hicimos hacia la hacienda Vsquez, llegando a ese sitio en las primeras horas de la noche, debiendo, momentos despus, seguir marcha sobre Miraflores, a donde llegamos a punto de media noche.

    El batalln nuestro estaba materialmente rendido, de cansancio y de hambre, pues desde nuestra salida del Callao, no habamos probado alimento alguno; a mas de esto, en el campamento, no haban tenido la preocupacin, pero logramos descubrir un carro de galletas, con lo cual pudimos reconciliarnos medianamente.

    Se nos seal para acampar, un potrero, desde el cual, con la angustia y el rencor en el corazn, podamos percibir el resplandor siniestro del incendio de Chorrillos originado por las tropas chilenas; el pueblo arda por tres partes. Mientras estbamos sumidos en la macabra contemplacin de aquel espectculo brbaro, se nos present un industrial italiano, que haba logrado fugar de la ciudadela incendiada. Este seor, nos refiri como, despus de la entrada del invasor a Chorrillos, la soldadesca habase entregado al saqueo ms vergonzoso, arrasando cuanto a su paso encontraba, sin respeto alguno por las fuerzas de la civilizacin. Terminado el saqueo, sigui contando el italiano, los soldados se dieron a la bebida en forma desenfrenada, a punto tal, que los mismos jefes amedrentados, por temor de que sus secuaces se sublevaran y les hicieran dao, tuvieron que encerrarse en el rancho del general Pezet.

    La relacin que hiciera este sbdito italiano, inspir al entonces coronel Andrs A. Cceres, lo mismo que al coronel Csar Canevaro, la idea de marchar al asalto y reconquista de Chorrillos, esa misma noche, penetrando a la ciudad, precisamente por los puntos en los cuales el incendio haca estragos.

    Efectivamente, momentos despus se comunicaba a la Guarnicin de Marina, a tres cuerpos de reserva, a una fraccin del batalln Jauja y a la Guardia Chalaca, para que se movilizaran, en plan determinado, sobre Chorrillos. Cuando recin las tropas habanse puesto en marcha, la orden lleg a conocimiento de la superioridad, la que, quien sabe porque razn, mand suspender la marcha y que las unidades volvieran a sus posiciones.

    Es indudable que, dado el estado de desmoralizacin en que se encontraba aquellas tropas invasoras durante la noche, nuestras fuerzas que conservaban su ecuanimidad, hubieran dado buena cuenta de aquellas, sin que en auxilio de las mismas, hubieran podido venir siquiera los buques de la escuadra, por efecto de la noche, que se presentaba oscura.

    Al amanecer del da 15 de enero, pactado el armisticio que deba expirar a las doce de la noche de ese mismo da, notamos que los buques de guerra, que haban fondeado muy cerca de la playa misma, abranse a todo lo largo de la costa, por lo que presumamos que la batalla habra de generalizarse sobre nuestra ala derecha.

  • ~ 8 ~

    Subteniente Domingo Gamio como

    Consl de Per en Amberes

    Justamente al mismo tiempo, observamos que las tropas chilenas, en columna cerrada, avanzaban sobre Barranco, introducindose en las chcaras Pacayar y Larrin, habiendo entre los que marchaban y nosotros, una distancia de ochocientos metros ms o menos teniendo de por medio, la Quebrada Honda.

    Como el armisticio de que se ha hablado ms arriba, deba terminar en la media noche de aquel da, nos mantuvimos tranquilos, ocupando el batalln Guarnicin de Marina la chcara Armendriz, posicin estratgica pues desde ah dominbamos perfectamente todo el camino a Barranco.

    Siendo esa situacin, a las doce y media del da, los buques de la escuadra rompan los fuegos, el batalln de marina se abra en guerrilla y se iniciaba el combate en todo nuestro frente.

    Bien recuerdo al sargento Meneses y al cabo Lucero, dos famosos tiradores que tenamos en nuestra compaa, quienes donde ponan el ojo ponan la bala, siendo cada disparo un seguro mensajero de la muerte para quien era tocado; bala disparada por cada uno de estos muchachos, era hombre que caa fulminado.

    Diezmado el regimiento naval, fue reforzado por el segundo de lnea y un resto del Atacama. Tal era el valor de estos hombres que formaban estas unidades que en pocos momentos, los soldados chilenos que avanzaban parapetndose tras las tapias y utilizan de todos los recursos de la naturaleza del terreno, bien pronto tuvieron que sembrar el campo con sus cadveres. Sin embargo, el mayor nmero de enemigos rest fuerzas a nuestros valientes.

    Por dos veces, logramos rechazar, casi definitivamente, a los chilenos, a punto tal, que las embarcaciones que llegaron hasta muy cerca de la playa, hacan seales muy incesantes para que los chilenos volvieran a bordo, como nico medio de librarse del estrago que hacan nuestras tropas en las filas de ellos.

    Desgraciadamente, estos ligeros xitos, que hubieran llegado a una feliz terminacin, vironse bien pronto frustrados, pues, la falta de municin hizo que nuestros brazos sintiranse indefensos.

    Al mandarse traer ms municin, un equvoco o un error, hizo que nos trajeran municin Peabody, cuando lo que necesitbamos era Remington calibre 43. Escrito estaba que la

    planta chilena entrara en las calles de Lima, no ya por consecuencia de su valor, sino por las circunstancias que se acaba de enunciar.

    Entre tanto, el coronel Fanning haba fallecido. El comandante Isaac Chamorro, enrolado en las filas al no tener puesto a su regreso de las

    campaas del sur, acababa de ser herido; herido tambin el coronel Surez. Entonces, asumi el puesto de jefe del Guarnicin de Marina el

    sargento mayor Sarrio, quien, sin perder un solo momento la serenidad, alentaba a las tropas que lo rodeaban y, en un instante de feliz inspiracin, comision al subteniente Domingo Gamio, para que,

    por todos los medios disponibles, recogiera la municin que en sus cartucheras tenan los soldados muertos y los heridos, para as,

  • ~ 9 ~

    Subteniente Genaro V. Cobin

    poder dar municin a los que an se mantenan en pi, quienes por recomendacin especial deban quemar tiro por tiro, teniendo solo la certeza del impacto mortal en el

    enemigo. El subteniente Gamio cumpli valerosamente la macabra comisin.

    Entre tanto, la suerte nos haba dado las espaldas una vez ms. La retirada haba comenzado por efecto de la falta de municin, pues al notar el enemigo de que ya no disponamos de una sola bala, reaccion violentamente, renovando el ataque, ya sobre un conjunto de hombres que no tenan sino el valor para contrarrestar el ataque.

    El comandante Arias Araguez, que en las ltimas maniobras de la defensa haba recibido una mortfera bala, exhala el ltimo suspiro.

    Entonces el mayor Sarrio, sereno siempre y comprendiendo la dureza de la situacin, para que no se enterara el enemigo, ordeno de viva voz la retirada, diciendo: No tengo derecho de sacrificar a estos valientes que quedan, sin contar con municin y sin posibilidad de rechazar este flanqueo; un rato ms y sera tarde, quedaramos envueltos raz de ellos.

    Reunidos que fueron los ltimos sobrevivientes, iniciose la marcha de retirada a Lima; por el camino, entre surcos y grietas, encontrbamos soldados heridos, algunos de los cuales nos insultaba creyndonos huidos y los mas, nos pedan que les vengramos, ya que aun nos quedaba vida.

    Estos momentos de depresin espiritual, nos haba aniquilado completamente; todos llevbamos como una constante visin, entre otros, el episodio del capitn Asanza, quien, herido en un brazo, apenas fue vendado, con la izquierda empu su espada, alentando a sus soldados a seguir en la lucha. El del teniente Valega, quien, herido desde los primeros momentos de la refriega, se neg a abandonar el campo de lucha, hasta el momento en que perdi el conocimiento, como consecuencia de la fuerte hemorragia que le sobrevino.

    Nos pareca que los fallecidos Patrn, Hurtado y Aza, Barrios, Higginson, Genaro V. Cobin, mi hermano materno, Surez, Becker, Eslava y otros, seguan con nosotros, la marcha en retirada; les sentamos cerca de nosotros.

    Ya en Lima, el 16 de enero, con los restos del Guarnicin de Marina, recibimos orden de marchar en refuerzo de la Ciudadela Pirola, a rdenes del Dr. Fernando Palacios, que la mandaba. Habamos casi recin iniciado el desfile hacia nuestra nueva posicin, cuando una contra orden nos haca regresar al cuartel, en el convento de La Merced, con el mandato expreso de que se nos desarmara y licenciara.

    No me es posible seor redactor, nos dijo el seor Layseca, el describir la situacin del momento aquel. Los mismos momentos del rudo combate durante los cuales vi caer a mis ms queridos compaeros y entre ellos, mi hermano, si me produjeron una sensacin de pesar infinito, no fue tanto como el que experiment cuando, uno a uno, nos quitaban nuestras espadas, nuestros fusiles, las mismas armas con las que habamos defendido, siquiera por horas, la dignidad nacional, nuestro terruo bien querido. Con las lgrimas

  • ~ 10 ~

    en los ojos, veamos como nuestro armamento era amontonado en un rincn del cuartel. Cada prenda de combate que nos arrebataban, era como un trozo del corazn que nos lo robaran en un momento de injusticia, que era duro para nosotros el soportarlo. No podra ser yo, en palabras, reconstruir aquel momento. Estas son cosas que se siente muy dentro del corazn y que es imposible traducirlas.

    Recuerdo que entre los que salimos vivos del campo de batalla se contaban al mayor Sarrio, el mayor Hernndez, el mayor graduado Mariano Bustamante, el teniente Lpez Hurtado, el subteniente Nicanor Legua, hermano del actual Presidente de la Repblica y nico oficial que sobrevivi del grupo de su compaa; el subteniente Pedro E. Muiz y Guillermo Freundt, de todos los cuales, slo sobrevivimos hasta la fecha (y que sea por muchos aos seor Layseca), el teniente Federico Valega, hoy teniente coronel, don Domingo Gamio, que no sigui la carrera militar, y el que habla, actualmente teniente coronel.

    El mayor de los oficiales subalternos tendra escasamente 20 aos; as y todo, por espacio de cinco meses, soportamos en el Callao, el intermitente caoneo de los buques chilenos, que tenan dominado el indefenso puerto del Callao.

    Del comportamiento del batalln Guarnicin de Marina, durante la accin de armas que he relatado someramente, puede dar fe el que fuera sargento Augusto B. Legua, hoy Presidente de la Repblica, que desde el reducto que peleara, que estaba colindante con nuestra posicin, observara en detalle, el comportamiento valeroso de todos los que, desde la trinchera improvisada en Armendriz, luchbamos con toda decisin (8).

    Notas

    (1) Enrique Flrez, Ciudadanos en Armas. El Ejrcito de Reserva de Lima en la Guerra del Pacfico, Tesis para optar el ttulo de Licenciado, pp. 140; 158 (2) Peridico La Tribuna, 23 de enero de 1884. Parte anotado y documentado del Estado Mayor General al Dictador, sobre las batallas del 13 y 15 de enero de 1881. (3) Jorge Ortiz Sotelo, Apuntes sobre la batalla de Miraflores, p. 103. Parte oficial del general Pedro Silva. (4) Rudolph de Lisle, The Royal Navy & the Peruvian-Chilean War 1879-1881, pp. 151-152. (5) Peridico La Actualidad, 4 de febrero de 1881. (6) Instituto de Estudios Histrico-Martimos del Per. P.R.O. Further Correspondence respecting the conduct of war against Peru by Chile. 1879-81, pp. 35-38, oficio de

    St. John al conde Granville del 22 de enero de 1881. (7) Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacfico, recopilacin completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y dems publicaciones referente a la

    guerra que han dado a la luz la prensa de Chile, Per y Bolivia, conteniendo documentos inditos de importancia, tomo IV, p. 479. (8) Peridico La Crnica, 15 de enero de 1928.

  • ~ 11 ~

    Recuerdos de la guerra con Chile

    Jos Salvador Cavero Ovalleii

  • ~ 12 ~

    La batalla de Miraflores

    e encontarba en Ayacucho cuando el Mariscal Cceres, de trnsito a Lima, despus del desastre del Campo de la Alianza, el 26 de mayo de 1880, pas por dicha ciudad. Antiguos amigos de intimidad, el mariscal Cceres me revel en

    nuestra primera entrevista, el prposito que lo animaba a constituirse prontamente en la Capital de la Repblica. Era el de continuar prestando sus servicios en la nueva fase que se abra en la guerra con la inevitale campaa del ejrcito invasor sobre Lima. No slo se notaban en el bravo militar, ni asomos de desaliento con los reveses sufridos en el sur, sino que pareca que la adversidad haba retemplado las fibras del patriotismo.

    No obstante las decepciones que suferamos en Lima por la temeraria actitud del Dictador, que no supo apreciar el esfuerzo patritico que representaba la organizacin del Batalln de Voluntarios 9 de Diciembre de Ayacucho, no poda resignarme a permanecer tranquilo en el hogar cuando huestes extranjeras estaban profanando el santuario nacional, y millares de conciudadanos vertan su sangre en los campos de batalla para vengar el ultraje.

    La presencia del Mariscal y su fervor patritico, que lo empujaba hacia las nuevas formas de sacrificio, acabaron por decidirme a seguir sus huellas. Servir bajo sus rdenes en el ejrcito fue mi determinacin. Respondiendo el Mariscal a mi empeo, obtuvo mi nombramiento de Jefe de Detall de la divisin de su mando, acantonada en Huaral.

    En marcha al lugar de mi destino, por la ruta de Huancayo, llegu a Chicla el 13 de enero de 1881, el da mismo segn telegramas oficiales que ya circulaban en la poblacin, haban sido arrolladas por el enemigo nuestras fuerzas en Chorrillos y San Juan. Pero como an estaba en pie la lnea de defensa organizada en Miraflores, prosegu la marcha llegando a Lima el da siguiente. Cuando el 15 me incorpor en la divisin a que estaba destinado, que ocupaba el ala derecha de la lnea de batalla, entre los reductos 1 y 2, ya que se haban roto los fuegos. A las 5 de la tarde nuestra derrota pona la Capital de la Repblica a merced del invasor.

    Recogido del campo de batalla por un Comandante Zavala, sangrando por tres heridas, una de ellas con fractura del antebrazo izquierdo, se me aloj en una mabulancia de la Cruz Roja, de la calle Valladolid, que hube de dejar algunos das despus procurando una asistencia ms esmerada en un acasa particular de la calle de Npoles 116, por la gangrena de hspital con que se agrav la lesin del brazo.

    Que la existencia no me haba sido concedida para rendirla en esta cruenta jornada, lo puso de manifiesto un proyectil que rozndome ligeramente el chaleco en la parte delantera, de derecha a izquierda, atraves de dentro afuera el saco que vesta, a laaltura del bolsillo superior, donde llevaba la cartera, que conservo con las huellas delimpacto, y lo extaro del caso es que no me di cuenta del escape providencial, sino cuando al da siguiente se me hizo notar en la ambulancia.

    Pese a la cuidadosa asistencia que me prodigaron en el nuevo alojamiento, con tanto desinters como solicitud mis inolvidables amigos y distinguidos facultativos, Enrique C.

    M

  • ~ 13 ~

    Basadre, Jos S. Canales y () Rotalde, se iba agravando cada vez ms la herida del brazo, de manera tal que se declar en consulta de mdicos, con la concurrencia del Dr. Bartonelli, la necesidad de la amputacin; pero por mi negativa indeclinable, se procedi nicamente a la resercin del radio. Slo al transcurso de 8 meses de asidua medicacin a mis exclusivas expensas, pude restablecerme de mis quebrantos.

  • ~ 14 ~

    Impresiones de un reservista (1)

    Jos Manuel de los Reyes Gonzlez de Prada y lvarez de Ulloa

  • ~ 15 ~

    Federico Bresani

    I

    n 1880, cuando se organiz la Reserva, fui nombrado capitn de una compaa en el batalln nmero 50, perteneciente a la novena divisin mandada por don Bartolom Figari. Mi coronel era don Federico Bresani, hombre de negocios como

    el seor Figari (2). Bajo la Dictadura de 1879, los paisanos ejercan las funciones reservadas a los militares (3).

    Dos o tres veces por semana, los oficiales del 50 recibamos instruccin militar. Un profesional nos enseaba la Tctica del Marqus del Duero, o, mejor dicho, la aprenda con nosotros. Diariamente, nuestra divisin practicaba ejercicio en la Alameda de los Descalzos y en el camino a la huerta del Altillo. A las tres de la tarde sonaban algunos campanazos en la Catedral, y toda la Reserva se pona en movimiento. En ventanas y balcones se instalaban las mujeres para ver desfilar a los reservistas, y los reservistas desfilaban con aire marcial y conquistador. Los uniformes azules con visos blancos y las espadas con puo de metal amarillo pasaban en triunfo, bajo la mirada y la sonrisa de las mujeres. Yo, que nunca pude tomar a lo serio los entorchados y que nunca supe medir la distancia del uniforme a la librea, iba cubierto de un sobretodo gris (4).

    A los pocos meses de ejercicio, nuestros cachimbos practicaban satisfactoriamente las evoluciones de batalln: hombres despiertos, dciles y de buena voluntad, no cometieron ninguna insubordinacin ni el ms leve acto reprensible. Cunda en la Reserva el deseo de rivalizar con la tropa de lnea, desacreditada por las derrotas de San Francisco y Tacna.

    Como una sola vez hicimos ejercicio de fuego, la mayor parte de los soldados ignoraba o no conoca muy bien el manejo del rifle. El fogueo se verific en la Pampa de Amancaes, donde se consumi ms sndwiches y licores que plvora y plomo (5).

    Oficiales y soldados fuimos muy exactos en asistir al ejercicio mientras pareca dudoso el ataque a la ciudad; pero desde el da que los invasores desembarcaron en Pisco, el animoso entusiasmo de los reservistas empez a decaer y sigui decayendo hasta degenerar en un amilanamiento indecoroso. Abundaban los rostros plidos y las voces temblorosas. Las primeras en amilanarse fueron las personas decentes: ellas, con sus figuras patibularias y sus comentarios fnebres, sembraron el desaliento en el nimo de las clases populares. Difundido el miedo y prdida la vergenza, los hombres se guarecan en las legaciones, en los conventos y en sus propias casas. Hubo necesidad de traerles por la fuerza. Un da, arrogndome facultades supremas, orden a un sargento que, al mando de una comisin del 50 y sin respetar domicilios ni guardar consideraciones de ninguna especie, recogiese a la gente, fuera o no fuera de nuestro batalln. El sargento don Manuel Jos Ramos y Larrea logr traer a muchos; pero no a todos. Regres narrando cosas inauditas: algunos, al saber la llegada de los comisionados, se fingan enfermos y apresuradamente, sin haber tenido tiempo de quitarse la ropa, se metan en cama; hubo quien, vestido de mujer, se dola de las muelas y con un barboquejo trataba de esconder mostacho y barbas.

    E

  • ~ 16 ~

    Las esposas, las madres y las hijas se mostraban heroicas en la defensa de sus esposos, de sus hijos y de sus padres. Insultaban a los comisionados, les amenazaban y aun les acometan: en una de las rafles, el sargento recibi un tremendo escobazo. Algunos aos despus, Ramos y yo nos reamos al recordar el chichn levantado en su cabeza por el palo de escoba. Mas no todas las hembras carecieron de virilidad espartana: una mujer del pueblo extrajo del escondite a su hombre o su marido y le entreg diciendo:

    Llvense a este maricn!

    Con la desercin, no slo de los soldados sino de los oficiales, los tres batallones de la novena divisin quedaron reducidos a uno, y yo di el salto de capitn a teniente coronel y segundo jefe del 50. Si la batalla de San Juan se hubiera librado en junio, yo habra concluido por ascender a general de brigada o jefe de estado mayor. A fines de diciembre, los restos de la novena divisin recibieron orden de acuartelarse en el convento de San Francisco; ms no lo efectu yo porque al intentarlo me dijeron que otra persona haba sido nombrada en mi lugar.

    Algunos das estuve indeciso, no sabiendo qu resolucin tomar, cuando recib orden verbal de constituirme en la batera del Pino, como jefe de la guarnicin. Mi coronel haba credo prestar mejores servicios alistndose en la Cruz Roja. Muchos pensaron lo mismo.

    II

    El cerro del Pino est situado a unos dos kilmetros al sur de Lima. Mandaba la batera el capitn de navo don Hiplito Cceres. La guarnicin sumaba unos ciento cincuenta o doscientos hombres pertenecientes a la Reserva, quiere decir, a los batallones enrarecidos y quedados en cuadro: formaba un curioso abigarramiento, donde capitanes y mayores haban descendido al rango de soldados. A la guarnicin de reservistas se agregaban unos cuantos oficiales de marina y algunos marineros destinados al servicio de los caones. No faltaban militares de toda graduacin: hasta dos o tres coroneles. De estos, unos dorman en el Pino, otros se iban al cerrar la noche. Ignoro para qu vinieron ni quin les mand.

    El Pino contaba con cuatro piezas: dos buenos caones Vavasseur que haban pertenecido a la corbeta Unin y dos caones de montaa.

    III

    Al amanecer del 13 de enero un caoneo lejano me anunci la batalla. Vea fogonazos, oa descargas de rifle, sin darme cuenta precisa del combate. Los chilenos atacaban por la izquierda: nada ms poda percibirse.

    Aclarado el da, disminuy el caoneo, mas las descargas de fusil me parecieron aumentar y extenderse en direccin a Chorrillos. Not que por nuestra derecha, en el morro Solar, se combata.

  • ~ 17 ~

    Manuel Elas Bonneimason

    Qu haba pasado? A las nueve o diez de la maana me convenc de nuestra derrota. Por las inmediaciones del Pino huan soldados dispersos en direccin a Lima. Decidimos detenerlos y engrosar la guarnicin de nuestra batera. Varias comisiones salieron a cumplir la orden; mas hubo necesidad de suspenderla para evitar una serie de lucha armadas: los dispersos acabaron por defenderse a tiros. Habra convenido ametrallarles desde los fuertes. Los persas tenan razn de poner a retaguardia de sus ejrcitos grandes masas de caballera para detener, chicotear y empujar a los fugitivos.

    Los pocos dispersos recogidos y llevados al Pino ofrecan un aspecto lamentable. Algunos pobres indios de la sierra (morochucos, segn dijeron) llevaban rifles nuevos, sin estrenar; pero de tal modo ignoraban su manejo que pretendan meter la cpsula por la boca del arma (6). Un coronel de ejrcito se lanz a prodigarles mojicones, tratndoles de indios imbciles y cobardes. Le manifest que esos infelices merecan compasin en lugar de golpes. No me escuch y quiso seguir castigndoles.

    Si pone usted las manos en otro soldado le dije, tendr usted que habrselas conmigo.

    Soy me contest un coronel de ejrcito y usted es un cachimbo.

    Si fuera usted un militar de honor, le repliqu, no se hallara en la Reserva, sino batindose con la tropa de lnea.

    Refunfuando me volte la espalda. Como momentos despus nos viramos cara a cara, me dijo, ponindome la mano en el hombro:

    Amigo, no hay que sulfurarse... (7)

    Nuestros caones hicieron seis u ocho disparos: uno cay en un pelotn de caballera chilena, otro en una batera instalada en un montculo. Posea yo un buen anteojo, y habindome colocado tras de una de las piezas, poda seguir la trayectoria del proyectil. Si no recuerdo mal, diriga los disparos el marino don Manuel Elas Bonnemaison (8). Cuando sentamos ms deseos de seguir bombardeando al enemigo, recibimos orden de suspender los fuegos.

    Pas la mayor parte de la noche sin dormir. Ni del campo ni de la ciudad vena el menor ruido: sobre la carnicera se desplegaba la serenidad imperturbable del firmamento. En medio de un silencio trgico, observaba yo con mi anteojo el lejano incendio de Chorrillos; la belleza de las enormes llamaradas sanguinolentas me haca olvidar el origen del fuego. De vez en cuando unos como polvorazos y explosiones suban ms arriba de las llamas, iluminando el horizonte. Fatigado de rondar, me haba sentado en una gran piedra y empezaba a dormir, cuando sent en la mano el roce de algo hmedo y fro: era el hocico de un perro. De dnde vena ese animal? (9, 10, 11).

    El 15, nos hallbamos reunidos los oficiales cuando una descarga de fusilera nos anunci el ataque de los chilenos a los reductos de Miraflores. Algunos oficiales, cogidos de pnico, huyeron a todo escape, bajando el cerro con una agilidad de galgo. Quise ordenar que se les hiciese fuego, mas el jefe del fuerte me lo impidi:

  • ~ 18 ~

    Deje usted que los cobardes se vayan, me dijo (12).

    Era da de un sol magnfico. A pesar de los aos trascurridos, veo las masas de tropas chilenas embistiendo los reductos, retrocediendo y volviendo a embestir, por tres o cuatro veces. Diviso an los reflejos de espadas blandidas por oficiales para detener y empujar a los soldados. Ms de un momento me figur que los enemigos huan en completa derrota; pero desgraciadamente observ que el ltimo reducto de nuestra derecha haba sido

    flanqueado y que algunos batallones de la Reserva eran palomeados en la fuga (13).

    Al llegar la noche, todos haban abandonado el Pino, as la tropa como los oficiales. El jefe, antes de seguir el xodo general, nos encarg a don Eduardo Lavergne y a m inutilizramos los caones.

    Slo quedamos en el fuerte, Lavergne, don Jos Mara Cebrin, un hijo de Bolognesi (Federico) y yo. De cuando en cuando sentamos ruidos que se acercaban a nosotros y se hacan ms sensibles en la falda del cerro.

    Quin va?, preguntbamos.

    Batalln nmero tal de la Reserva, nos respondan.

    Completo?

    Completo.

    A las dos de la maana destruimos los caones, valindonos de la dinamita. Nos encaminamos a Lima: nada haba que hacer en el fuerte. Entramos cinco, pues se nos haba juntado don Manuel Patino Zamudio despus de batirse en un reducto. Al atravesar la poblacin corrimos algn peligro: dos o tres veces nos hicieron fuego. Ignoro si la guardia urbana, por creernos malhechores, o algunos dispersos, por simple mala fe o la pesada broma de asustarnos. No respondimos. Yo iba perfectamente armado: con mi espada, mi revlver y mi Winchester de quince tiros. Para igualarme con Tartarn de Tarascn no me faltaba... (14).

    No vi los saqueos de los chinos, y pienso que los autores no fueron los reservistas de Miraflores a quienes pocas horas antes haba yo visto desfilar disciplinados y con sus efectivos completos. Saquearon los emboscados, los que no salieron a combatir.

    Concluir con un incidente personal. Me encerr y no sal de mi casa ni me asom a la calle mientras los chilenos ocupaban Lima (15). Cuando supe que la haban abandonado, quise dar una vuelta por la ciudad. Pues bien, a unos cincuenta metros de mi casa me encontr con un oficial chileno: haba sido mi condiscpulo, mi mejor amigo en un colegio de Valparaso. Al verme, ilumin su cara de regocijo, abri los brazos y se dirigi a m con intencin de estrecharme. Yo segu mi camino como si no le hubiera reconocido (16, 17).

    Notas

    (1) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: A principios de 1915, Juan Pedro Paz Soldn, director del diario limeo La Capital, invit a algunos combatientes en la guerra con Chile a escribir sus recuerdos personales: Gonzlez-Prada acept, y traz estas impresiones, que vieron la luz con el ttulo de Relato de don Manuel Gonzlez-

    Eduardo Lavergne

  • ~ 19 ~

    Prada. Ms tarde quiso ampliar estas reminiscencias; pero slo refundi los cinco primeros prrafos del relato publicado en La Capital. (Las siguientes cifras dan

    idea de las proporciones de esta refundicin: los cinco acpites iniciales del original impreso suman trescientas palabras; la versin corregida alcanza a cerca de mil quinientas.) El presente texto consta, pues, de dos partes: la primera, indita; la segunda, publicada. La nota 11 indica el punto de separacin entre ambas.

    (2) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Al margen del texto impreso aparece anotada la siguiente variante: Mi coronel era don Federico Bresani, comerciante como el seor Figari y persona de excelentes cualidades.

    (3) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Desempeaba la Comandancia General de la Reserva don Julio Tenaud, un hacendado, y la Jefatura del [ilegible en el manuscrito, Alfredo Gonzalez-Prada] don Juan M. Echenique, algo peor que un hacendado: un militar de saln y alcoba.

    (4) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: En los ltimos meses de 1880, Lima se haba transformado en campamento. Todo era toque de tambores, clangor de trompetas, ruido de sables, galope de caballos y arrastrado de cureas. Ya pasaba un batalln de lnea, ya un pelotn de indios con ms aire de ovejas que de tigres, ya un regimiento de caballera, ya una brigada de artilleros. Abundaban las plumas blancas, las charreteras doradas y los queps rojos.

    (5) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Tuvo ms de francachela que de preparacin al combate. (6) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: En el texto publicado aparece aqu la siguiente frase, suprimida en la refundicin indita: Detalle ignominioso: mujeres estacionadas

    en las afueras de Lima, golpeaban y desmontaban de los caballos a los fugitivos. (7) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Este dilogo, desde donde dice No me escuch..., etc., est tachado en el manuscrito. Creemos de inters contravenir la voluntad

    del autor. (8) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: El recuerdo del autor es exacto, y est corroborado por don Manuel de Elas Bonnemaison en el reportaje que le hizo un redactor de

    Mundial de Lima y publicado en esa revista el 7 de octubre de 1921. Preguntado el seor Elas Bonnemaison (guardiamarina en el Huscar durante el combate de Angamos) sobre su actuacin posterior en la campaa terrestre, contesta:

    ...fui destinado a la fortaleza del Cerro del Pino, asistiendo a la batalla de Miraflores. Recuerda usted algunos incidentes de la batalla? S. Tengo algunos recuerdos que me llenan de dolor patritico, pero sobre los cuales conviene ms no hablar. Era mi jefe inmediato ese gran espritu que fue don Manuel Gonzlez-Prada.

    (9) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Comprend al Nern de la leyenda. Tambin comprend al Byron del epitafio a Boatswain. (10) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Sent algo nuevo: la inquietud de que tal vez saldra herido o perdera la vida. Mas el papel ridculo de los amilanados produjo

    en mi una reaccin saludable: el miedo de los otros me infundi nimo. Desde aquel momento me tuve por condenado a morir dentro de breve plazo; sin embargo, una voz interior me anunciaba que yo... [Inconcluso en el manuscrito, Alfredo Gonzalez-Prada]

    (11) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Aqu termina la parte indita y ampliada, como explica la nota 1. Lo siguiente es copia del recorte impreso, alterado por el autor con algunas enmiendas e interpolaciones.

    (12) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Al margen del recorte, el autor ha escrito los nombres de algunos de esos oficiales. Nos limitaremos a indicar las iniciales: D.I.C., T.C., M.C., y un oficial apellidado R.

    (13) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Recuerdo una gran pluma blanca balancendose en la cabeza de un jinete que con gran velocidad galopaba hacia Lima. De pronto se detiene, retrocede y huye en sentido contrario: era probablemente algn general.

    (14) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Inconcluso. La ltima parte de este prrafo, desde donde dice: Ignoro si la guardia urbana... etc., es una interpolacin al texto publicado.

    (15) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: No quera ver la insolente figura de los vencedores.

    (16) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Las cosas me ofrecan un aspecto raro; los amigos me eran indiferentes. Era yo otro hombre. Todo mi pasado haba muerto. (17) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Al margen del recorte, el autor ha escrito estas palabras: Vanidad, ineptitud y cobarda.

  • ~ 20 ~

    IV

    Si gracias a los polticos mercantiles nuestra vida normal se resume en el despilfarro y la bancarrota se condensa en algo mejor durante las conflagraciones internacionales? Olvidemos Ingavi y el Portete, recordemos vergenzas ms cercanas.

    En la guerra con Chile no imitamos a los holandeses de 1673 ni a los rusos de 1812: estbamos lejos de los hombres que anegaban territorios para cerrar el paso a los ejrcitos de Luis XIV, de los que talaban campos y quemaban ciudades para matar de hambre y fro a las huestes de Napolen. Los militares, los eternos succionadores de los jugos nacionales, los obligados a defender el pas, ofrecen el mal ejemplo. Qu hacen algunos de los jefes enviados al Sur para organizar la victoria? Hurtan los fondos destinados a la tropa, juegan, beben y agotan en brazos de mujerzuelas el vigor que deberan gastar en los campos de batalla. La responsabilidad inmensa no les modifica: permanecen los mismos, los que antes de la guerra vivan enriquecindose con plazas supuestas en los batallones, aprendiendo Tctica y Estrategia en las antesalas de los presidentes, ganando ascensos merced a la proteccin de faldas libidinosas, haciendo grotescas sediciones pretorianas y no sabiendo ni sostener a los amos, pues se dejaban derrotar por desordenados pelotones de montoneros. As desaparecieron, con todos sus generales y todos sus coroneles, los formidables ejrcitos de Echenique, Pezet, Prado y Cceres.

    Chile encuentra allanado el camino a la victoria y la conquista. El ejrcito peruano (si ejrcito se llama la aglomeracin de indios semiconscientes arreados por jefes moralmente inferiores a ellos) no resiste el empuje de los batallones chilenos. Tampoco resiste la reserva o milicia compuesta de unidades intelectualmente superiores a los individuos de tropa. La ruina se consuma: todo se desploma en la sangre y el fango, a pesar de los herosmos individuales y colectivos, porque si existen un Grau y un Bolognesi, no faltan indiadas que al rifle chileno oponen la honda y el rejn.

    Que el pas, sin buenos soldados ni guardias nacionales bien organizadas, estuviese a merced del enemigo tradicional, les importaba muy poco a nuestros mercaderes polticos. Saban que, hundido el Per, ellos salvaran del naufragio y saldran a flote, con el talego en la mano. Si no cul de ellos muere en el campo de batalla? Los ajenos al peculado, los limpios de toda mancha, los puros, los inocentes en fin, sos sirven de vctimas expiatorias, sos escuchan la voz de llamada y caen bajo las balas chilenas. Cuando los polticos mercantiles no huyeron a tierras lejanas, llevndose el cofre de Harpagn, se quedaron para infundir el desaliento, desertarse de los reductos, sostener la conveniencia de la paz a todo trance, conglomerarse alrededor de Iglesias, defender el pacto de Montn y concluir el tratado de Ancn. Se quedaron tambin para vivir en relaciones ntimas con los incendiarios de Chorrillos y repasadores de los reservistas heridos en Miraflores.

    Eduardo Lavergne

  • ~ 21 ~

    Hay algo tan oprobioso y nauseabundo como la actitud de Lima durante la ocupacin chilena? Aqu no sopla una sola rfaga del orgullo paraguayo; y se concibe: los envilecidos con la lluvia de oro no podan ennoblecerse con la derrota y la opresin. Se patentiza la accin deprimente de los mercaderes polticos. Hombres y no del pueblo estrechan la mano de los invasores, les sirven de satlites, empleados sumisos, espas, alguaciles, delatores, consejeros en la imposicin de los cupos. Jvenes decentes les pilotean en las casas de prostitucin, cuando no les ofrecen en la familia propia lo que se vende en los prostbulos. Mujeres de todo linaje les prodigan entraables y fecundas manifestaciones de cario. Mientras el Per sufre una crucifixin y sangra de Norte a Sur, las hembras de la capital se abrazan con los chilenos y engendran unos cuatro o cinco mil bastardos. Siguiendo el instinto del sexo, prefieren el vencedor al vencido, el valiente al cobarde. Merecen disculpa.

    En esto se resume la obra de nuestros mercaderes polticosiii.

  • ~ 22 ~

    Los Mrtires de

    San Juan y Miraflores Jorge Basadre Grhmann

  • ~ 23 ~

    Detalle del cuadro Tercer

    Reducto. Obra del capitn

    Juan DeLepiani

    ...

    l nmero de los muertos entre los jefes peruanos lleg a ser extraordinario. En San Juan perecieron siete coroneles, entre ellos dos comandantes generales, tres jefes de batalln y un edecn del Dictador; siete teniente-coroneles; un nmero

    elevado a ms del doble de sargentos mayores y, cuando menos, una cuarta parte de los oficiales subalternos.

    En Miraflores la proporcin de bajas fue mayor: diez coroneles entre ellos cuatro primeros jefes de batalln y un nmero igual de tenientes coroneles. Los tres generales que ejercan mando resultaron heridos. No expresa satisfaccin el general Pedro Silva, jefe del Estado Mayor peruano, en su parte oficial, acerca de la conducta de la tropa en San Juan, salvo las que mandaron Iglesias y Recavarren. Ricardo Palma en una carta a Pirola afirma que en San Juan, batallones enteros arrojaron sus armas sin quemar una cpsula y fugaron y lo atribuye a que eran indios (8 de febrero de 1881).

    En cambio, en Miraflores, la Reserva, formada por los vecinos de la capital, se bati heroicamente, singularizndose el batalln N 6, cuyos jefes primero y segundo Narciso de la Colina y el lambayecano Natalio Snchez murieron; el Guarnicin de Marina casi exterminado como se ha visto, con su jefe Juan Fanning; el Guardia Chalaca con su jefe el capitn de Fragata Carlos Arrieta tambin victimado.

    Entre los muertos cados en las dos batallas libradas a las puertas de Lima contronse, adems, Reynaldo de Vivanco y Juan Castilla, los dos hijos de los grandes caudillos. Tambin los comandantes generales de sendas divisiones el puneo Buenaventura Aguirre y el ayacuchano Domingo Ayarza, este ltimo de tan meritoria actuacin pocos aos antes en Chanchamayo; y Jos Gonzlez, subjefe de la primera divisin de reserva, conocido por su porfiada defensa del Palacio de Pezet en 1865. Asimismo, cabe mencionar en la lista de las vctimas de estas infaustas jornadas a otros jefes militares como Pablo Arguedas, el autor del motn contra la Convencin Nacional de 1857, Joaqun Bernal, Juan M. Montero Rosas, edecn de Pirola, Jos E. Chariarse, Julin Arias y Aragez, hermano del hroe de Arica, Jos Daz, Mximo Isaac Abril, antiguo prefecto que serva como edecn del Senado y combati aunque estaba enfermo con pulmona.

    Entre los civiles uniformados estuvieron Narciso de la Colina, abogado, ex diplomtico y constructor de ferrocarriles en Tarapac; Manuel Pino, vocal jubilado de las Cortes Superiores de Puno y Lima y ex Rector de la Universidad de Puno, prefecto y diputado; los jueces de letras de Tumbes e Iquique, Jos Manuel Irribaren y Jos Flix Olcay; el secretario de la Junta Central de Ingenieros, Francisco Ugarriza; el contador del Tribunal Mayor de Cuentas, Natalio Snchez, ya mencionado; el oficial mayor de la Cmara de Diputados Jos Mara Hernando, de Huanta, sobrino del general Iguan, llamado por Jos Mara Qumper el puritano liberal; Francisco Javier Fernndez, tambin empleado de aquella Cmara que dej diez hijos hurfanos; los dos hermanos Adolfo y Luis de La Jara, uno empleado de la Aduana y el otro empleado de banco, los dos hermanos de los Heros, Ramn y Ambrosio, el primero oficial mayor del Ministerio de Gobierno; Francisco Segun, de sesenta aos jefe de seccin en la misma oficina; Jos Mara Segun de 18 aos; Manuel Mara Segun, su hermano paterno; Samuel Mrquez, ex cnsul en Chile y hermano

    E

  • ~ 24 ~

    Jos Andrs Torres Paz

    de Jos Arnaldo; Francisco Javier Retes, dueo de una cuantiosa fortuna, voluntario del Huscar, prisionero en Angamos y combatiente en San Juan; Pablo Bermdez; Ramn Daino; comerciantes como Mariano Pastor Sevilla; Manuel Roncavero, Enrique Barrn, Bartolom Trujillo, Emilio Cavenecia, Jos G. Rodrguez, Ismael Escobar; profesor del Colegio de Guadalupe; la Universidad y la Escuela de Ingenieros; Saturnino del Castillo que enseaba en varios planteles de Lima, era autor de difundidas obras didcticas y rindi su existencia vivando al Per; periodista como Mariano Arredondo Lugo, cronista de La Opinin Nacional y Carlos Amzaga, cronista de La Patria; J. Enrique del Campo; presidente de la Sociedad de Artesanos; el tipgrafo Manuel Daz, el obrero Juan Olmos; el empleado del ferrocarril trasandino Fernando Tern; el mecnico Csar Lund.

    De la generacin ms nueva sucumbieron, entre otros muchos, Enrique y Augusto Bolognesi, hijos del hroe de Arica; Jos Andrs Torres Paz, el joven chiclayano legendario en el Per que haba paseado el estandarte carolino entre el humo y el estruendo de San Francisco y de Tarapac, de Tacna y de San Juan; Enrique Lembcke que dej a su tierna novia destinada a seguirlo loca a la tumba; el adolescente

    Carlos Fernn Gonzlez Larraaga; Felipe Valle Riestra y Latorre, articulista inteligente de La Opinin Nacional que a los veintids aos llev la espada enarbolada por su to poltico Guisse y prob ser digno de ella; Hernando de Lavalle y Pardo, veintids aos, hijo del

    diplomtico cuya gestin intent detener la guerra y ms tarde celebr la paz; Toribio Seminario, de diecisiete aos, muerto con su hermano Alberto de dieciocho, abrazados a la bandera; Juan Alfaro y Arias, alumno de Letras y de Ciencias Polticas y contador del Huscar el 8 de octubre de 1879; Genaro Numa Llana y Marchena, combatiente en las dos batallas; nios como Alejandro Tirado, Grimaldo Amzaga, que slo contaba quince aos y era hermano de Carlos Germn, presente en Miraflores; Biviano Paredes; huaracino de diecisis aos, Emilio Sandoval, de catorce aos y Manuel Bonilla de trece. Otro de los muertos en San Juan fue, a los veintids aos, con el grado de sargento mayor Enrique Delhorme que, siendo nio, se distingui en el combate del 2 de mayo de 1866 en el Callao, por lo cual el Congreso, mediante la resolucin de 18 de noviembre de 1868, le concedi una beca en uno de los colegios del Estado y una pensin mensual.

    Smbolo del herosmo de los cabitos, alumnos de la Escuela de Clases, fue Braulio Badani Surez, muerto en Miraflores, herido en San Juan despus de haber hecho las campaas del sur.

    Al ao y once meses de haber sido herido en la batalla de Miraflores falleci el general Ramn Vargas Machuca que haba combatido como soldado en esa accin.

    Uno de los dramas de las viudas despus de San Juan fue el de Domitila Olavegoya de Vivanco, casada con Reynaldo de Vivanco, famosa por su belleza, por su fortuna y por su alcurnia. Domitila Olavegoya encarg que buscaran el cadver de su esposo, hijo nico del general Manuel Ignacio de Vivanco. Fue hallado en la misma fecha del fallecimiento de su madre, Manuela Iriarte de Olavegoya, muchos das despus de la batallaiv.

  • ~ 25 ~

    prudentes; resignado, soporta impvido las penurias de las marchas; agresivo, no teme exponer el pecho a las

    balas; frugal, se contenta con poco si es necesario; chancero, se re de las penurias, del enemigo, del mal tiempo y

    de cuanto puede, en un momento dado, llamarse a risav

    i El texto del prlogo, introduccin y el primer relato fueron tomados de http://elinaresm.blogspot.com/2011_01_01_archive.html , el 09 de noviembre de

    2014.

    ii Abogado, jurista, magistrado, catedrtico universitario y poltico peruano. Bajo las rdenes de Andrs A. Cceres luch en la defensa de Lima y en la

    campaa de la resistencia en la Sierra, durante la Guerra del Pacfico. Fue Ministro de Hacienda (1893-1894), Ministro de Justicia (1894 y 1910),

    Ministro de Gobierno (1894-1895), Vicepresidente del Per (1904-1908) y Presidente del Consejo de Ministros (1910). Tambin fue Senador por Ayacucho

    en varios periodos y Diputado por Huanta. Como magistrado lleg hasta el cargo de Fiscal de la Corte Suprema. Nacin en Huanta, 19 de febrero de 1850,

    y falleci en Lima el 9 de febrero de 1940. De: http://huantabella.blogspot.com/2012/11/personajes-ilustres.html. Visitada el 09 de noviembre 2014. iii Gonzlez-Prada, Manuel. 1986. Propaganda y ataque, en Obras, Tomo II, Volumen 4, Lima: Ediciones Cop, pginas 169-175 iv Basadre, Jorge. 1968-70. Historia de la Repblica del Per. 6ta. Ed., Tomo VIII, Lima: Editorial Universitaria, pp. 311-314. v Riquelme, Daniel. Expedicin a Lima. Santiago de Chile. 1967 p. 11