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Juan Pablo Cárcamo Velasco, S.J. Director del Centro de Espiritualidad Ignaciana A los cristianos, la intelectuali- zación heredada nos ha dificul- tado vivir la “experiencia” de la fe, por lo que no es de extrañar que hoy muchos busquen re- mansos de paz en las enseñan- zas del antiguo Oriente. C on gran preocupación me he encontrado con muchos sacerdotes y religiosas muy confundidos ante la duda de si el ejercicio del yoga es compatible con el cristianismo. Una solución fácil para ellos suele ser alejarse o, derechamen- te, condenar esta práctica, considerándola reñida con la meditación cristiana y en conflicto con la fe y los mandamientos de la Iglesia católica. Tal opción, sin embargo, implica olvidar que existe una estrecha relación entre nuestra capacidad de meditar y nuestro cuerpo. Afortunadamente, hoy se está volviendo a comprender que este y el alma confor- man una unidad, y que no podemos desmembrar al hombre de este “compósito” sin traicionar nuestra fe más profunda en la creación y la encarnación. Es esta unidad la que entra en oración, en contacto con su Creador y Señor. Un inmenso peligro en el cristianismo a lo largo de los siglos ha sido vivir un dua- lismo infecundo, dejando de lado al cuerpo o —derechamente— considerándolo un impedimento. Si a esto se suma una exacerbada intelectualización, tenemos como consecuencia que nuestra oración será eminentemente racional, explicativa y analí- tica, en detrimento de lo vivencial, afectivo y sensitivo. Esto se hace más patente en los varones, pues las mujeres tienen conectado más naturalmente su cuerpo a las emociones y parecieran, por lo tanto, estar dotadas de forma más armónica para la espiritualidad. Sin embargo, no es así. Todos tenemos la capacidad de integrarnos 123RF Stock Photo ENERO-FEBRERO 2013 13 Yoga y meditación cristiana: ¿riesgo u oportunidad? MSJ ESPIRITUALIDAD

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Juan Pablo Cárcamo Velasco, S.J.

Director del Centro de Espiritualidad Ignaciana

A los cristianos, la intelectuali-zación heredada nos ha dificul-tado vivir la “experiencia” de la fe, por lo que no es de extrañar que hoy muchos busquen re-mansos de paz en las enseñan-zas del antiguo Oriente.

Con gran preocupación me he encontrado con muchos sacerdotes y religiosas muy confundidos ante la duda de si el ejercicio del yoga es compatible con el cristianismo. Una solución fácil para ellos suele ser alejarse o, derechamen-

te, condenar esta práctica, considerándola reñida con la meditación cristiana y en conflicto con la fe y los mandamientos de la Iglesia católica. Tal opción, sin embargo, implica olvidar que existe una estrecha relación entre nuestra capacidad de meditar y nuestro cuerpo.

Afortunadamente, hoy se está volviendo a comprender que este y el alma confor-man una unidad, y que no podemos desmembrar al hombre de este “compósito” sin traicionar nuestra fe más profunda en la creación y la encarnación. Es esta unidad la que entra en oración, en contacto con su Creador y Señor.

Un inmenso peligro en el cristianismo a lo largo de los siglos ha sido vivir un dua-lismo infecundo, dejando de lado al cuerpo o —derechamente— considerándolo un impedimento. Si a esto se suma una exacerbada intelectualización, tenemos como consecuencia que nuestra oración será eminentemente racional, explicativa y analí-tica, en detrimento de lo vivencial, afectivo y sensitivo. Esto se hace más patente en los varones, pues las mujeres tienen conectado más naturalmente su cuerpo a las emociones y parecieran, por lo tanto, estar dotadas de forma más armónica para la espiritualidad. Sin embargo, no es así. Todos tenemos la capacidad de integrarnos

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Yoga y meditación cristiana: ¿riesgo u oportunidad?

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Nos preocupa, en primer lugar, que la filosofía milenaria del yoga se asocie sin más al New Age. No debemos olvidar que este último es una mezcla de todo, hasta de ocultismo; sin embargo, el yoga serio tiene otros principios. Nos inquieta a su vez, insistimos, que se asuste a la gen-te diciendo que “el yoga, zen, reiki” son pecado, están poseídos por el demonio, como hace no poco tiempo escuchamos a un sacerdote del Vaticano. El actual es un tiempo de enriquecernos, aprender y conocer, no de confundir.

Una respUesta clara

Hombres como Juan XXIII o momentos históricos como el Concilio Vaticano II, y otras figuras aún más cercanas, como Juan Pablo II y Benedicto XVI, conside-raron y consideran a todos los hombres y mujeres como hermanos y hermanas, comprometidos con búsquedas distintas de un mismo Dios amor.

Juan Pablo II tuvo ese profético en-cuentro en Asís en el que rezó por la paz con todas las religiones monoteístas del mundo, haciendo eco a lo que dice el Con-cilio Vaticano II en su decreto Ad gentes divinitus: “Consideren con atención cómo pueden ser asumidas en la vida religiosa cristiana las tradiciones ascéticas y con-templativas, cuyas semillas esparció Dios algunas veces antes de la predicación del Evangelio en las antiguas culturas” (nº 18).

Entonces, ¿están en peligro y en fal-ta los cristianos que buscan aprender de esas antiguas culturas, sabiendo que son distintas a nuestra fe, pero que son se-millas de Dios? Parece que no.

Algunas personas podrán decir “qué ingenuo, qué poco atento a los peligros en que se ven tantos cristianos que prac-tican yoga, zen, reiki, etc.”. Como hemos dicho, el Magisterio nos llama al discer-nimiento desde una perspectiva abierta e informada (lo que es responsabilidad de la familia y la catequesis) que asuma el Magisterio oficial de la Iglesia católica. La declaración Nostra aetate, del Concilio Vaticano II, declara: “Así, pues, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los seguidores de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reco-

plenamente en el contacto con nuestro Señor, dada nuestra condición de creatu-ras que somos “imagen y semejanza” de nuestro Creador. Nada de lo que somos puede quedar fuera del encuentro que se vivencia en la oración cristiana. Esto in-volucra cuerpo, mente, alma, espíritu, co-razón, afectos, emociones, sentidos, etc.

BúsqUedas frenéticas

Muchos hombres y mujeres de hoy —católicos o no tanto— han encontrado una fascinante alternativa de integración cuerpo-mente en algunas filosofías y re-ligiones del Lejano Oriente. La fuerza de estas y del movimiento que se ha dado en torno a ellas, no ha dejado indiferentes a muchas personas que ven que nuestra propuesta católica de vivencia de la fe queda en los rezos y en textos, palabras y análisis. Como dicen algunos: hay de-masiada “cabeza” y poco “corazón”. Te-nemos que reconocer que esto es verdad.

La intelectualización heredada, recibi-da, asumida y defendida no nos ha ayu-dado a la “experiencia” de la fe. En con-secuencia, no es de extrañar que hoy mu-chos se sientan turbados, angustiados y agobiados, y busquen remansos de paz e integración interior en las enseñanzas del antiguo Oriente. El hecho es que ven la propuesta católica muy distante de sus búsquedas: paz, tranquilidad, silencio, misericordia, compasión.

Las filosofías orientales son cierta-mente maravillosas, pero no están exen-tas de riesgos y confusiones, sobre todo para personas con insuficiente formación catequética y espiritual, o para quienes solo han oído prédicas y leído libros.

peligros concretos

El Magisterio de la Iglesia ha esta-do atento a este fenómeno creciente de búsqueda que muchos católicos de recta

intención realizan en filosofías no tradi-cionales.

Existe un documento del año 2003 que resulta muy interesante —aunque es solo provisional— emanado del Con-sejo Pontificio de la Cultura y del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Se llama “Jesucristo, portador del agua viva” y busca ser una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era” o New Age, fenóme-no complejo que influye en numerosos aspectos de la cultura contemporánea.

Ese texto —en su carácter proviso-rio— nos da pistas de posibles peligros y de los simplistas sincretismos en que se puede incurrir al unir, sin más, aspectos de nuestra rica espiritualidad cristiana con tradiciones o propuestas de vida de Oriente, no cristianas en sus raíces. Es peligroso, ciertamente, incorporar estas filosofías sin realizar un correcto discer-nimiento o careciendo de una adecuada formación teológica de nuestra fe. Hay, por ejemplo, situaciones tan ambiguas como hablar de “yoga cristiano”.

Creemos que es una falta de delicade-za hacia el yoga, como entidad propia, y hacia el cristianismo, por lo mismo, mez-clar sin más ambas tradiciones. Debemos respetar lo que los hace tan distintos y ver por dónde podemos los cristianos recibir y aprovechar las riquezas milenarias de las tradiciones del antiguo Oriente.

Es importante enfatizar que la oración cristiana es una relación con Dios que te pone en contacto y en movimiento hacia otros. Se recibe la Gracia para actuar en el mundo —como María, que la recibe y se pone en movimiento—, a diferencia de meditaciones del Oriente que quizás buscan solo el bienestar físico-espiri-tual. Pero, por ello mismo, ese bienestar físico-espiritual puede ser de una gran ayuda para el orante cristiano como modo de “entrada y disposición” para el encuentro con su Señor.

pasos en falso

Hemos recibido críticas de perso-nas que sienten que es un grave peligro que enseñemos sobre las tradiciones de Oriente antiguo a los cristianos y, peor aún, ayudemos a practicarlas para una verdadera meditación cristiana.

Prohibir, alejar y asustar, como si todo el mundo fuera incapaz de discernimiento, no es un modo cris-tiano. Se nos llama a dialogar, cola-borar y enriquecernos mutuamente.

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nozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que se en-cuentran en ellos” (nº 2). Aquí visualiza-mos un cambio de paradigma. No dice “anatema”, como antes se hacía. Prohibir, alejar y asustar, como si todo el mundo fuera incapaz de discernimiento, no es un modo cristiano. Se nos llama a dialogar, colaborar y enriquecernos mutuamente.

Nuestro actual Papa, el 15 de octubre de 1989, como cardenal y en su rol de pre-fecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, envió una carta oficial, titulada “Orationis Formas”, dirigida a todos los obispos “sobre algunos aspectos de la meditación cristiana”. El texto, en bue-na medida motivado por las confusiones que se observaban en algunos católicos, busca una orientación para formar cris-tianos adultos, capaces de discernir, por lo cual actualiza el pensamiento del Con-cilio sobre la materia. Ante la interrogante de si es posible integrar filosofías como el yoga a la oración-meditación cristiana, formula una serie de aclaraciones. Seña-la que puede haber confusiones —sobre todo, en personas con escasa formación cristiana y una pobre experiencia afectiva de Dios— y que es fácil creer que “sensa-ciones físicas y espirituales” son la gracia y la consolación de Dios. Nos señala que esto significa que falta una vivencia espi-ritual cristiana bien discernida.

Pero el cardenal Joseph Ratzinger, ade-más de aclarar, invita y abre la opción de usar estos aportes del Lejano Oriente,

tanto cristiano como no cristiano. Cito: “Con la actual difusión de los métodos orientales de meditación en el mundo cristiano y en las comunidades eclesia-les, nos encontramos ante un poderoso intento, no exento de riesgos y errores, de mezclar la meditación cristiana con la no cristiana. Las propuestas en este sentido son numerosas y más o menos radicales: sin embargo, algunas utilizan métodos orientales con el único fin de conseguir la preparación psicofísica para una con-templación realmente cristiana” (nº 12). Y, más propositivo aún, dice: “Esto no impi-de que auténticas prácticas de meditación provenientes del Oriente cristiano y de las grandes religiones no cristianas, que ejer-cen un atractivo sobre el hombre de hoy, alienado y turbado, puedan constituir un medio adecuado para ayudar a la perso-na que hace oración a estar interiormente distendida delante de Dios, aunque le ur-jan las solicitaciones exteriores” (nº 28).

corporalidad y oración

Todo lo que nos ayude a vivir lo que dice Roger Schutz, fallecido prior de Tai-

zé, es bienvenido. Cito: “No sabría cómo rezar sin incluir al cuerpo. A veces ten-go la sensación de que rezo más con el cuerpo que con la mente. Una oración sobre el suelo desnudo: arrodillarse, postrarse, observar el lugar donde se celebra la eucaristía, aprovechar el si-lencio tranquilizador e incluso los ruidos que llegan desde el pueblo. El cuerpo está allí, totalmente presente, para es-cuchar atentamente, para comprender, para amar. ¡Qué absurdo no querer con-tar con él!”.

Las últimas siete palabras de la cita anterior parecen un grito a la dificultad que viven muchos católicos para orar en plenitud, para entrar en contacto con Dios. Muchos viven una oración básica-mente vocal (rezos, rosarios, oficio de lec-turas, etc.), que está muy bien y son parte de nuestra más rica tradición, pero si no se tiene una oración mental profunda y, sobre todo, una contemplación vital, la experiencia y vivencia de Dios se empo-brece gravemente.

Por ello todos los aportes, tanto del Oriente cristiano como del no cristiano que nos ayuden a integrarnos ante nues-tro Creador y Señor para tener una ver-dadera oración, un verdadero encuentro de personas que dialogan, han de ser buscados, conocidos y aprovechados como semillas divinas esparcidas por Dios desde antes del Evangelio, como citamos del Concilio Vaticano II... Prac-ticar Yoga no es pecado, como dicen al-gunos por ahí. MSJ

Se recibe la Gracia para actuar en el mundo –como María, que la recibe y se pone en movimiento–, a diferencia de meditaciones del

Oriente que quizás buscan solo el bienestar físico espiritual.

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