colección orestes di lullo

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Orestes Di Lullo Santiago del Nuevo Maestrazgo. Santiago del Estero - República Argentina En esta oportunidad tengo la satisfacción de presentar esta colección en diez tomos de once libros de un médico santiagueño que hizo de su vida un ejemplo y cuya obra hoy casi inhallable es una de las más valiosas de Santiago del Estero y el Noroeste Argentino. Como argentinos conscientes, hemos decidido comenzar nuestra actividad en la Madre de Ciuda- des, y en menos de un año, edita- mos ya Santiago del Estero. Historia- Tradición - Cultura, Las Termas de Río Hondo y la pre- sente edición que conforma esta colección, que forman parte de la colección de mi hijo más pequeño, Franco Rossi. Estos libros se los dedico a mi esposa Adriana, quien me pre- sentara a Graciela Paladea, que como santiagueña de ley que ama su terruño, nos diera toda la información y su experiencia para lograr nuestro propósito editorial: hacer saber más de esta “tierra de encuentros”. Un reconocimiento especial a la Fundación Cultural Santiago del Estero que permitió que el proyecto se realizara con mayor soltura y excelencia. A todos los que colaboran en cada libro, a los santiagueños: muchas gracias!!! Jorge Rossi Editor FRANCO ROSSI C A S A E D I T O R I A L

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Obra monumental la de este santiagueño admirable, nacido el 4 de Julio de 1898. Monumental en todos los sentidos: por su excelencia, por su profusión, su multiplicidad, pero sobre todo, por su valor documental, por su gran esfuerzo de rescatar para preservar la memoria. Orestes Di Lullo, médico de profesión, que abarca todos los aspectos, en afán de investigar, desentrañar, registrar, clasificar y dejar así, en sus numerosos libros, el gran corpus de la santiagueñidad para que abreven en él los especialistas que lo continuarán. En reconocimiento a su prolífera labor profesional y cultural, el 28 de abril, día de su muerte (en 1983), fue declarado Día de la Cultura Provincial en Santiago del Estero.

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Orestes Di LulloI

Santiago del NuevoMaestrazgo.Santiago del Estero - República Argentina

Santiago del Nuevo Maestrazgo. - Orestes Di Lullo

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En esta oportunidad tengo lasatisfacción de presentar estacolección en diez tomos de oncelibros de un médico santiagueñoque hizo de su vida un ejemplo ycuya obra hoy casi inhallable esuna de las más valiosas deSantiago del Estero y el NoroesteArgentino.Como argentinos conscientes,hemos decidido comenzar nuestraactividad en la Madre de Ciuda-des, y en menos de un año, edita-mos ya Santiago del Estero.Historia- Tradición - Cultura, LasTermas de Río Hondo y la pre-sente edición que conforma estacolección, que forman parte de lacolección de mi hijo más pequeño,Franco Rossi.Estos libros se los dedico a miesposa Adriana, quien me pre-sentara a Graciela Paladea, quecomo santiagueña de ley queama su terruño, nos diera toda lainformación y su experienciapara lograr nuestro propósitoeditorial: hacer saber más de esta“tierra de encuentros”. Un reconocimiento especial a laFundación Cultural Santiago delEstero que permitió que elproyecto se realizara con mayorsoltura y excelencia.A todos los que colaboran encada libro, a los santiagueños:muchas gracias!!!

Jorge RossiEditor

Obra monumental la de estesantiagueño admirable, nacido el4 de Julio de 1898. Monumentalen todos los sentidos: por suexcelencia, por su profusión, sumultiplicidad, pero sobre todo,por su valor documental, por sugran esfuerzo de rescatar parapreservar la memoria. Orestes Di Lullo, médico deprofesión, que abarca todos losaspectos, en afán de investigar,desentrañar, registrar, clasificar ydejar así, en sus numerosos libros,el gran corpus de la santiagueñi-dad para que abreven en él losespecialistas que lo continuarán.En reconocimiento a su prolíferalabor profesional y cultural, el 28de abril, día de su muerte (en1983), fue declarado Día de laCultura Provincial en Santiagodel Estero.

FRANCO ROSSIC A S A E D I T O R I A L

FRANCO ROSSIC A S A E D I T O R I A L

TomoI Santiago del Nuevo Maestrazgo.II La agonía de los pueblos.

Viejos pueblos. III Contribución al estudio de las voces santiagueñas. 1ª parte.IV Contribución al estudio de las voces santiagueñas. 2ª parte.V Reducciones y fortines. VI Caminos y derroteros históricos en Santiago del Estero. VII La Razón del folklore. VIII Santiago del Estero Noble y Leal ciudad. IX La medicina popular de Santiago del Estero.

La alimentación popular de Santiago del Estero. X El bosque sin leyenda. Ensayo económico social.

TÍTULOS DE LA COLECCIÓN

Proyecto y RealizaciónJorge Rossi

EdiciónAdriana Serra Lafluf

Idea y Coordinación EditorialGraciela del V. Paladea

Prólogo de la colecciónDr. José Andrés Rivas

Revisión y correccionesDra. Hebe Luz Ávila

Dibujos tapasRicardo Touriño

Diseño tapas y armadoNicolás Foong

Colaboración EditorialLic. Alicia C. Montenegro

Primera ediciónSANTIAGO DEL NUEVO MAESTRAZGO

Editorial Herca. Santiago del Estero. Noviembre de 1991.

ISBN 978-987-1060-54-2

Este libro ha sido impreso en papel según normas IRAM ISO 2000de acuerdo con los estándares de TCF.

Jorge Rossi Casa EditorialDr. José E. Uriburu 646, B1846AYL - Esteban de Adrogué, Pdo. Alte. BrownProvincia de Buenos Aires, ArgentinaTel. 54 11 4214-4404 / cel. 54 11 [email protected] / www.rossieditorial.com.ar

Todos los derechos reservados. La reproducción de este libro, sea en su totalidad o parcialmente,deberá hacerse con expresa autorización del editor.Este libro fue impreso por Jorge Rossi Casa Editorial.

ORESTES DI LULLO

Santiago

del Nuevo Maestrazgo

Santiago del EsteroRepública Argentina

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Orestes Di Lullo

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Santiago del Nuevo Maestrazgo

LOS LIBROS DE ORESTES DI LULLO

Dr. José Andrés Rivas *

Hace mucho que los estábamos esperando. Hace mucho quepasábamos con cuidado las hojas cada vez más frágiles de los libros queguardan algunas bibliotecas de Santiago. Siempre había un privile-giado que tenía alguno de ellos y a veces hasta algún recuerdo de aquelhombre pulcro, pausado, de mirada firme y profunda que amaba in-tensamente a su provincia. Pero la mayoría de las veces sólo eran fo-tocopias de fotocopias de páginas preciosas sobre las que el tiempohabía pasado.

A veces sólo era la cita en alguna monografía o en algún ensayo.Otras, el título de alguno de sus libros en una tesis de licenciatura. Oel trabajo de un investigador de nombre extranjero, que anotaba elsuyo en un texto de más allá de nuestras fronteras. En todos los casosla palabra de Orestes Di Lullo o lo que él había escrito o había afir-mado, estaban allí. Sin ella, quedaba inconcluso el pensamiento y lacultura de esa honda pasión que se llama Santiago del Estero.

Sin embargo, ese destino es extraño. Di Lullo apenas salió delos límites de su provincia y publicó la mayor parte de sus libros en susimprentas. La pasión que rige sus páginas se vuelca hacia el presente,el pasado o el futuro de su provincia y más allá de sus límites empiezaun territorio que no le pertenece. Hasta en el libro que escribió sobreCastilla a cierta altura de su vida, buscaba el reencuentro con las pala-bras de su tierra. Tampoco propuso un nuevo sistema, una nuevaforma que pudiera servir como modelo de otras disciplinas. Ni creóun paradigma del hombre de su provincia, que sirviera para entendera los que vivían en otras partes.

Por el contrario, en Di Lullo hay una predominante pasión, unafelicidad y una angustia por su tierra. A través de miles de sus páginas,de su riquísima erudición sobre las costumbres, temores, creencias,tradiciones, alegrías y tristezas de sus hombres y mujeres elaboró elmás extenso corpus de la vida santiagueña. Partió de ella para termi-nar en ella, y nada ajeno a su cultura tuvo lugar en sus páginas. Lo queno pertenece a ella, apenas le toca y sólo lo convoca para justificar oexplicar una fecha, un lugar, la aventura de un habitante del presenteo el rico pasado de una tierra postergada.

Sus libros están llenos del polvo de los caminos, de páginas ama-rillentas de viejos textos, de legajos o documentos del pasado de San-tiago, de antiguas canciones y refranes populares, de miedos yesperanzas, de voces de criollos y criollas que vivían muchas veces enpueblos de nombres olvidados, de la honda sabiduría de sus gentes. Entodos los casos Di Lullo insiste en recordarnos que él pertenece a esahistoria y a esa geografía, que le duelen sus dolores y le alegran sus ale-grías. Que él también pasó por allí: Me he despertado. Las campanas tañendulcemente. Un gallo ha hecho oír su épico clarín. Me he asomado por la ven-tana. Pasa una viejecita arrebujada en su manto negro, puede decirnos conpalabras cotidianos en una página. O: …he echado a andar. Las veredassuben y bajan. Veo cuartos diminutos, puertas recias y pequeñas con gruesos he-rrajes coloniales…., puede decirnos en otra.

De experiencias tan sencillas y tan íntimas como éstas, están cu-biertas sus páginas. Cuando las leemos, sentimos que el hombre que lasescribió está aquí. Por esa razón, las palabras de Di Lullo viven y ardencomo cuando aún corría la tinta fresca sobre ellas. El papel sobre lasque las escribió puede haber envejecido; lo que él dijo, en cambio,sigue igual. Nos parece que todo lo escribió entre nosotros y para nos-otros esta misma mañana.

A más de un cuarto de siglo de su muerte nos parece normalesa rigurosa pasión de Di Lullo por su tierra. Después de tantos co-mentarios, tantas observaciones, tantas alabanzas sobre este o aquellibro o sobre cualquiera de sus actos, nos es posible creer que aquelhombre que dedicó tan vasta obra a su provincia, sabía desde el co-mienzo adónde tenía que ir. La propia sustancia de sus páginas agravaeste engaño. Es imposible encontrar en ellas, alguna que no haya sidolabrada con pasión y que ignorara adónde iba. Y hasta nos parece na-tural el largo inventario de sus libros.

Sin embargo, su vida aparece como una extraña paradoja. Fueun apasionado hispanista, pero en sus venas corría sangre de inmi-

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grantes italianos que habían llegado cuando la Argentina era el paísdel futuro. Estudió en el prestigioso Colegio Nacional Absalón Rojasde Santiago bajo la dirección de un hombre al que luego dedicaría pá-rrafos de justa admiración, Baltasar Olaechea y Alcorta. Después di-sentiría con él en la visión del saladino Ibarra y del pasado de Santiago.Participó en el mitológico movimiento de La Brasa y compartió con suinspirador, Bernardo Canal Feijóo, y tantos otros, la misma pasión:nombrar Santiago desde adentro de Santiago. Después se alejó y des-cribió a su Santiago con otra mirada y otra voz. Pocos años más tarde,se convirtió en el gran cronista de la vida de su provincia.

Vista en perspectiva, su obra se abre como los círculos que haceuna piedra al caer en el agua. Partió de las características de la medi-cina y la alimentación, se rebeló luego contra el infierno del obraje, sesumergió en las leyendas, creencias, tradiciones, juegos, temores y ale-grías de sus comprovincianos y no se detuvo hasta que buscó en la largahistoria de su tierra la misteriosa razón de su destino. Pero detrás deesas aparentes diferencias había una unidad esencial: la de su autorcon la tierra que amaba y de esa tierra con ese autor. Por esa razón suobra tiene esa intensa coherencia y por cualquiera de sus páginas po-demos internarnos en una experiencia fascinante. Veamos cómo pa-saron el tiempo y su vida sobre ella.

LA VIDA, LOS LIBROS

Todavía puede leerse en el ejemplar de La Medicina Popular deSantiago del Estero que se conserva en la biblioteca Sarmiento la dedi-catoria a Bernardo Canal Feijoo: poeta y animador de La Brasa, lo llama.El libro había sido impreso en 1929 y no es posible acercarse a él, nia los otros que escribió, sin partir de la simpatía que transmiten estaspáginas. En todas ellas, Di Lullo tiene una mirada generosa y com-prensiva sobre las creencias de los hombres y las mujeres de su tierra.

Gracias a esa mirada, el médico Orestes Di Lullo puede guiar-nos desde el comienzo de su libro en el devenir de la medicina popularen su provincia. Parte del mundo de rituales y creencias de esa “me-dicina”, antes de la llegada de los europeos. Un mundo en el que sejuntaban las artes mágicas con la experiencia y la práctica en enfermosajenos, la búsqueda de fórmulas mágicas y los conjuros reservados paraunos pocos iniciados. Todo eso sería inexplicable sin los oficios del cu-randero, un singular personaje que formaba parte de la comunidadindígena, ocupaba un lugar importante en ella y cuyas prácticas eran

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muy respetadas. Si ellas fracasaban -lo cual era lo más probable- las cre-encias de la comunidad, que no estaban muy separadas de las fórmu-las mágicas del curandero, le vaticinaban a la víctima un lugar en elmás allá adonde compensarían sus pesares.

Para la tradición indígena, señala Di Lullo, la enfermedad eraproducto de los malos espíritus. Para espantarlos recurrían a los cu-randeros, los amuletos, los conjuros y hechizos. Plumas, hilos de lana,collares de cabezas de serpientes, pedazos de huesos de cráneos, dien-tes y garras de animales formaban parte de una singular farmacopea,que había asombrado tanto al padre Lozano, quien diría que el pue-blo más contagiado por la hechicería era el de Santiago del Estero.Por esa razón el teniente general don Alfonso de Alfaro había conde-nado…a varios al brasero para que las llamas abrazasen esta peste y se puri-ficasen al aire de tan fatal contagio. Una reacción demasiado cruel, sirecordamos que la medicina de los españoles también apelaba a con-juros, rezos y remedios extraños. Como curar tomando agua tres veces“barajada” (pasada de un vaso a otro) mientras se rezaba un padrenuestro. El credo no, aconseja,…porque es muy cálido.

La segunda parte del libro es un delicioso inventario de las en-fermedades y remedios que la cultura popular había aceptado. Lasprimeras podían dividirse entre los males en el cuerpo, muchas vecesnacidos de la orfandad sanitaria de las poblaciones rurales, y los malesdel alma, de los que contagia el deseo en todas partes. Para estos últi-mos también había remedios o explicaciones del mal. Así la vulgar pur-gación, mejor designada como blenorragia, podía ser mal de hombre omal de mujer, según la víctima del encuentro amoroso. De cualquiermodo, el mal podía curarse tomando durante nueve días en ayunas untrago de ginebra marca llave al que se agregaba enseguida una tajadita denaranjas. Si el remedio fracasaba, el enfermo debía tomar el caldo dela lengua del oso hormiguero bien hervido. Sin sal, por supuesto. Másespiritual es, en cambio, el mal de amor producto de brujerías, artes má-gicas o encantamientos, que le causaban al enamorado con el mate, pe-queños cigarros o sangre menstrual en la cama. Por suerte, bastaba unramito de ruda en el bolsillo para evitarlo.

Di Lullo escribió ese libro hace más de ochenta años. En esetiempo, la medicina tuvo grandes transformaciones y encontró curapara estos y otros males. Comparados con esa evolución de la ciencia,la lista de remedios que recoge aquí el médico Orestes Di Lullo consonriente erudición, envejeció necesariamente. La frescura de sus pá-ginas, en cambio, sigue intacta.

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Al año siguiente -en 1930- lo encontramos como concejal de laMunicipalidad de Santiago, pero la revolución de Uriburu lo sacaríamuy pronto de allí. Igualmente publicó su tesis doctoral sobre el Páaj,más conocido como el Mal del Quebracho, que atacaba a los hacheros enel monte santiagueño. A fines del año siguiente se presentó como can-didato a diputado provincial. Y en 1935 apareció La Alimentación Popularde Santiago del Estero con un prólogo en el que el destacado nutricionistaPedro Escudero, destacaba el profundo amor lugareño del autor.

Di Lullo nos confirma en este libro que su interés por la culturapopular seguía intacto. Pero a diferencia de los investigadores porte-ños de más renombre -muchos de ellos provincianos, como el ilustreRicardo Rojas- a Di Lullo le interesaba más que la elaboración de tesiso investigaciones de laboratorio, recorrer los campos, oír los testimo-nios de las creencias, milagros, tradiciones o leyendas que allí circula-ban y, sobre todo, conversar con sus gentes alrededor de una ollahumeante sobre una pila de leña. Allí, junto a hombres sudorosos ymujeres pacientes, podía sentir mejor el sabor de las comidas.

Como haría en sus otros libros presentaba a éste como un mo-desto trabajo, una simple compilación y comentario de los alimentosque prodigaba el campo de su tierra y del arte culinario propiamentedicho. Como haría también en sus otros libros, afirmaba que la mate-ria que trataba era más importante que su tarea, que sus páginas ape-nas darían una vista panorámica de la alimentación popular de Santiago.Sin embargo, su libro nos muestra un delicioso inventario de comidascon nombres muy extraños para el lector urbano, muchos de ellos en“la quichua” que se hablaba asiduamente en los campos de su provin-cia. Y así aparecían el chuchocko, la amcka, el illinchao, el anchi-api,el zanco, el huascha-locro, el api, el alcuco, el moten-acu, el jigote, lasajta, la chatasca, etc. mezclados con los más conocidos mistol, bolan-chao, guarapo, patay o aloja.

Más allá de este inusual inventario, las páginas Di Lullo nos re-cuerdan que el verdadero héroe de todos los días eran los hombres ymujeres comunes, cuya cultura era honda, secreta, permanente. Deellos rescataba el esfuerzo permanente, los pequeños placeres de lavida cotidiana, la íntima felicidad y el cansancio. De allí que sus pági-nas podían mostrar con orgullo la tarea que ellos realizaban. Entreellas aparecía su homenaje a aquellos estupendos chipacos de la Marica,que comían los chicos a la entraba de la escuela. Aunque entre todaslas comidas, rescata el pan de mujer: y propone una fórmula única parasaborearlo …hay que comerlo en esas mañanitas frescas, a orillas del río, o en

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los ranchos del campo, o en las puertas de las revendedoras del mercado, cuandoaún conservan el tibio calor de la horneada. Entonces sí que saben a gloria,dice.

En 1937 se publicó El Bosque sin Leyenda, un libro al que él cali-ficaba como…una defensa sentimental de las posibilidades sociales y econó-micas del hombre, en su relación con la tierra y el capital. Esta aparición esextraña si pensamos que el año anterior Di Lullo había obtenido porconcurso la beca de la Comisión Nacional de Cultura para estudiar elfolklore de su provincia. Para realizar esta tarea se había internado enel campo santiagueño, conversado con sus gentes y escuchado lo queellos le contaban de sus alegrías y sus penas. De estas últimas, lo quemás le había dolido e impresionado era el terrible destino que ago-biaba a tantos hombres y mujeres del bosque santiagueño bajo el opro-bio del obraje. Y la evidencia de que por la tala indiscriminada, elmonte santiagueño que otrora cubría la décima parte de los bosquesargentinos, podía convertirse en un desierto.

Su libro no era, sin embargo, una voz clamante en el desierto,ya que treinta años antes, al final de El País de la Selva, Ricardo Rojasse lamentaba junto al mítico Zúpay por la caída del bosque a golpes dehacha. Y en ese año de 1937, Bernardo Canal Feijóo publicaba su En-sayo sobre la Expresión Popular Artística de Santiago, en el que denunciabaque con la destrucción del bosque se estaba creando el desierto. A ellose sumaba el azote de la “Gran Sequía”, que estaba diezmando elcampo santiagueño.

Di Lullo compartía con ellos la misma angustia y la misma rabia,por la tala indiscriminada, pero acentuaba su palabra contra el obraje,al que acusaba de devastar el bosque, crear el desierto y robarle al ha-chero el futuro de sus hijos. Por su culpa el bosque santiagueño deduras maderas y tantos mitos y creencias, podía convertirse en un in-fierno. Con esa dolorida experiencia escribió estas páginas.

En su libro se internaba en la historia de su provincia que tanbien conocía, y recordaba que durante la Colonia los indios habían te-nido una vasta legislación de amparo; en cambio, el paria de su tiempo,se lamentaba, él no tenía nada. El obraje de esos años había arruinadola provincia y sembrado el campo de troncos inútiles. Podía haber cam-biado el interior de la provincia, pero había fracasado en su funciónmoral, social y política y se había convertido en el último reducto del cau-dillismo. A ello se agregaba la proveeduría, a la que llegaba el paria obli-gadamente, la policía del patrón, el contratista y el trazado de las víasférreas, que había destruido el cuerpo interno de Santiago. Para solu-

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cionar ese problema proponía una alianza entre el hombre y el capi-tal. Éste es importante porque lleva trabajo y progreso, señalaba, peropedía que quien lo ejerciera tuviera… un sentido humano, de beneficiohumano.

Di Lullo escribió este libro con mucha angustia. Le dolía ver ladestrucción, el olvido y el futuro derrotado. El destino hubiera tenidoque ser otro y a él le hubiera gustado escribir un libro más sereno ymás esperanzado. En cambio, tuvo que escribir ese libro en el que mos-traba tanta injusticia y tanto dolor. En él no aparecían, como en losbosques de la literatura tradicional, ni mitos, ni creencias, ni sueños.Pocas páginas, sin embargo, tenían la poesía y la doliente belleza de suBosque sin Leyenda.

Al año siguiente de su aparición, el gobernador Pío Montene-gro convocó a una convención para reformar la Constitución de la Pro-vincia. Di Lullo participó en ella y defendió con mucha pasión laenseñanza libre. En 1939 publicó La San Asís, cuyo subtítulo era Ensayode Organización de la Sanidad y Asistencia Social, una tesis que interesó aRamón Carrillo, quien años después la llevaría a cabo desde el Minis-terio de Salud Pública de la Nación. Entre fines de 1943 y comienzosdel 45 se desempeñó como Intendente Municipal de su ciudad y desdeese lugar intentó devolverle a ella su fisonomía original. Por esos añostambién publicó una compilación del cancionero popular y le dioforma a una institución a la que se dedicaría con singular pasión du-rante largos años de su vida: el Museo Histórico de la Provincia. En1946 apareció su Contribución al Estudio de las Voces Santiagueñas, un mo-numental estudio, al que él llama apenas un complemento de sus estudiossobre el folklore de la provincia.

Con su singular modestia, Di Lullo afirmaba que este libro erauna continuación de valiosas investigaciones anteriores que habíanquedado truncas, como las de Juan Christensen, Andrés Figueroa y Sa-muel Lafone Quevedo y las de los sacerdotes Pablo Cabrera y MiguelA. Mossi. Y lo definía como el producto de una paciente búsqueda de lar-gos años, durante los que había podido reunir ese precioso material delacervo lingüístico de su provincia. Que su libro era apenas una compila-ción o catálogo de voces dialectales y que no tenía otro propósito que ser-vir al lingüista, etnólogo, folclorista o historiador.

Una breve incursión en este libro nos demuestra que es muchomás que eso. Con una exquisita erudición, una organización sistemá-tica y la prosa de un hombre que escribe como si nos estuviera con-tando una historia fascinante, Di Lullo nos introduce en el mundo de

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la flora, la fauna, las formas afectivas y familiares de los nombres pro-pios, los topónimos, etc. de su provincia. Sobre ese vasto inventariovuelca el paso de la historia, cuyos pormenores describe deliciosa-mente.

Recorre los rastros que habían dejado pasadas lenguas en elcampo santiagueño, en especial el quichua, lengua que según él, habíallegado dos siglos antes de la Conquista con los mitimaes que habíaenviado el Inca Huiracocha para enseñar a sus vasallos la lengua de sucorte, como lo asegura Garcilaso de la Vega. Otorga una notable impor-tancia a los nombres de los animales y las plantas, a los que definecomo la mitad de la vida del campo. Su ignorancia, señala, había deshu-manizado al hombre de la ciudad al arrancarlo del mundo original.El hombre del campo, en cambio, estaba en contacto con la naturalezay podía extraer de ella sus conocimientos.

Como en sus páginas sobre la medicina y la alimentación, aquítambién Di Lullo recoge los significados más sabrosos. Así por ejemplo,nos cuenta que la hembra del ushamico le asierra al macho la cabeza conuna de sus patas; que la charata cuando canta, dialoga en quichua; que ellicenciado no es sólo el hombre de estudios sino el que tiene licencia parabautizar a falta de un cura y sobre todo, que el sestiadero, es el nombreque designa el lugar en donde se hace la imprescindible siesta.

Centenares de palabras y frases como éstas con tanto sabor ysaber, recorren este delicioso y exhaustivo trabajo al que su autor de-finía apenas como un modesto estudio.

También en 1946 apareció su Agonía de los Pueblos. En él, Di Lullodaba otra vuelta de tuerca a sus investigaciones sobre la vida de su pro-vincia y se sumergía angustiadamente en los resabios de un pasado queno se resignaba a perder. Pero antes de internarnos en sus páginas, y ensu continuación en Viejos Pueblos de 1954, debemos recordar un libroanterior: Los Pueblos, un libro de 1904 del escritor español José MartínezRuiz, a quien la literatura recuerda con el seudónimo de Azorín.

Muchas veces se ha hablado sobre la huella que Azorín dejó enlas páginas de Di Lullo. Sus formas de escribir son parecidas. Ambosutilizaban frases breves, enunciativas, en presente o en el pretérito per-fecto tan caro a la expresión del habitante de esta provincia. La formade contar de ambos era también seca, precisa, austera. Hasta aquí loscontactos y coincidencias. Pero mientras el alicantino Azorín volvía aesos pueblos para recuperar las huellas de un imperio, Di Lullo via-jaba a los suyos en busca de un futuro que les habría sido arrebatado:Asistimos al espectáculo de esta agonía tremenda con total ausencia de nuestros

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deberes /.../ He querido creer que ello es debido a la ignorancia del pasado his-tórico de estos pueblos....nos dice angustiado. [Escribo] con la vaga ilusiónde encontrar algún espíritu que los comprenda o interprete, agrega más ade-lante Y antes de guiarnos en su viaje por esos pueblos, recuerda otrosque ya habían desaparecidos: Ayachiquiligasta, Mocana, Guacra,Mopa, Lasco, Pasao, Mamblache, Sanagasta y tantos otros.

Estos pueblos /.../ se van muriendo poco a poco, en una larga agoníade siglos, denuncia. Una agonía que en Azorín venía del agón, la luchapara defender las vastas fronteras del orgulloso imperio de los Aus-trias. En cambio, los viejos y olvidados pueblos del interior santiagueñoque nos recuerda Di Lullo, padecían otra agonía. No era la lucha delhombre triunfador para sobresalir, sino la angustia del moribundo, delque sabe que la muerte es irremediable, porque ya ha sido derrotadopor la vida.

Sin embargo -y éste es uno de los mayores méritos de su libro-su autor nos recuerda que en muchos de esos pueblos habían vividopersonajes singulares o habían ocurrido episodios que permaneceríanmás allá de sus vidas ¿Qué había sido sino, la tarea del padre MiguelÁngel Mossi, quien en 1899 había escrito la Gramática Quichua, mien-tras que sus dedos agarrotados por el esfuerzo trazaban los signos de una len-gua que no era la suya en la antigua Atamisqui? ¿O El Bracho, un lugarque había nacido para ser la cuna de adonde se forjaría el espíritu de unaraza libre, pero un ignominioso destino lo había condenado a ser elnombre de una horrorosa prisión de torturas y degüellos? La más tris-temente célebre, aquélla en la que estuvieron prisioneros Agustina Pa-lacio de Libarona y su esposo enloquecido.

Más allá de las tristezas y los dolores por tanta posible grandezadetenida, Di Lullo nos sumerge en sus páginas en los sabores delmundo provinciano, los placeres de la vida diaria, la recuperación delhombre común como sujeto de la historia y ésta como una empresaque todos realizamos. Él no podía mostrar como Azorín el pasado deun imperio en donde no se ponía el sol, pero rescataba la vida menuday secreta de aquellos pueblos y nos recuerda nuestro injusto olvido.

Al año siguiente, en 1947, Di Lullo consiguió dar forma a unode sus anhelos más preciados: que la provincia adquiriera la vieja y se-ñorial casona de la familia Díaz Gallo en donde funcionaría el MuseoHistórico de la Provincia, que llevaría con justicia su nombre despuésde su muerte. Pero en esa época Di Lullo estaba muy lejos de ese des-tino y con casi medio siglo de vida estaba en uno de los momentos máslúcidos de su producción intelectual. Ejemplo de ello es la aparición

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de su Santiago del Estero, Noble y Leal Ciudad, en el que se sumerge delleno en la historia de la ciudad que amaba.

Éste es quizás el libro más hermoso de Orestes Di Lullo. El quenos muestra uno de sus más altos momentos como narrador. El librode un historiador que a partir del relato del tiempo de las lanzas y ar-cabuces, las espadas y corazas, los yelmos y celadas portados por hombresbarbados, sucios, hirsutos, sudorosos… nos pinta con trazo fascinante elarduo devenir de su provincia hasta los albores del siglo XX. De paso,nos demuestra que era un enorme escritor.

Para que no quedaran dudas de cuál es su perspectiva, Di Lullonos recuerda desde el comienzo que el título de Noble y Leal Ciudad lehabía sido otorgado por Felipe II, uno de los monarcas más grandes de Es-paña. Pero agrega de inmediato, que ese título también podría habersido la ciudad desvalida o la gran desventurada. Y como en sus otros librosreaparece una vez más su rostro más modesto para decirnos que esetrabajo era apenas una narración sucinta de los inmensos sacrificiosque había realizado su ciudad, y de la ingratitud y el infortunio querecibiría como pago.

El libro comienza en el presente mientras el narrador oye lascampanas de la iglesia, que suenan graves, lentas y piensa en el destinode su ciudad. Esto lo lleva a una tarde como ésa de 1552 cuando lle-garon los conquistadores con el capitán Juan Núñez del Prado, se ins-talaron media legua al sud de esa ciudad y fundaron la ciudad del Barcoen su tercer y último emplazamiento. A partir de allí advertimos queesa historia tiene un personaje fascinante: un Núñez del Prado conrasgos tan profundamente humanos, que sólo los del brigadier JuanFelipe Ibarra, el personaje que Di Lullo más intensamente conocía yadmiraba, podía alcanzarlo.

Luego la vida de su ciudad se mete por otros caminos y con lallegada furtiva de Francisco de Aguirre comienza la desdicha. La his-toria que sigue es el relato de las grandezas y miserias que conoció suciudad. En ella conviven personajes tan disímiles como un Gonzalo deAbreu y Figueroa odiado por los pobladores, derrotado por los indios y en-vilecido por sus actos, y el ejemplar San Francisco Solano que borra esasmiserias, pero al final se aleja desolado, enfermo, cargado de amargura ypesadumbre.

La vida de la Noble y Leal Ciudad continúa. Di Lullo nos cuentasu historia que él conoce como pocos, y nos hace oír las descargas dela fusilería, los estertores y gemidos, las procesiones, las escenas deamor, el sonido de los clavecines o del arpa o los anuncios de la sedición.

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También oímos los nombres admirados de José Antonio Rodríguez,de la Beata Antula, de Borges que se rebelaría hasta su propia muerteen defensa de su ciudad natal y del saladino Ibarra.

Su relato nos mete por calles, casas, esquinas, nos hace sentir elescalofrío por el anuncio de los malones, la llegada de las carretas, lavisita de los prelados, el traqueteo de las encomiendas, los misterios ylos secretos, las conversaciones junto a alguna mesa con un vaso devino y un plato humeante y nos recuerda la profunda sabiduría de lagente del pueblo. Nada de eso estaría tan vivo, si no sintiéramos la pre-sencia de un hombre que asumía en carne propia el destino de su tie-rra. Sólo con esa sustancia pudo escribir páginas tan intensas como lasque nos regaló en este libro.

Dos años después -en 1949- ocurriría un hecho central de suvida pública: Di Lullo, uno de los más altos intelectuales del norte ar-gentino, el hombre que había dejado una marca memorable en subreve paso como intendente de la capital, renuncia a la segura gober-nación de la provincia por motivos éticos. Una actitud como ésta noera frecuente, pero era coherente con la línea de conducta que habíaseguido en su vida. Sería también una de sus últimas actuaciones en esecampo. En cambio, siguió buceando en la geografía y la historia deSantiago del Estero y ese mismo año apareció su Reducciones y Fortines,un libro en el que su autor regresaba a dos viejos amores: la vida delinterior de su provincia y la marca que había dejado en ella el paso delos siglos.

Como en sus libros anteriores, Di Lullo se lamentaba aquí deque después de tantos sacrificios, el Santiago que tanto amaba, habíaquedado con las manos vacías: Una fuerza aciaga -se quejaba- parece pre-sidir los destinos de esta provincia. Todo nace en ella bajo el signo de la muerte.Eso también había ocurrido con sus reducciones y fortines, otra his-toria de esfuerzos y sacrificios muy pronto olvidados.

Su libro quería recuperar su memoria y el significado que ellostuvieron en la devenir de la provincia. Y así se detiene minuciosamenteen la vida de sus reducciones- la de Concepción de Abipones, la deSan José de Vilela y la de San Joseph de Petacas- y en los fortines si-tuados en las riberas del río Salado. La historia de estos últimos era lahistoria dramática de muchos siglos de dolor y sangre, pero tambiénel recuerdo del sueño de grandeza que habían emprendido los Tabo-ada: la posibilidad de convertir ese río en una vía navegable. A pesarde su precaria apariencia -los fortines se levantaban con la premura quedicta el miedo y el peligro, improvisadamente- ellos habían sido la frontera

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de la civilización, señala. Hoy podemos imaginar el aspecto de esos fortines en los versos

del Martín Fierro y sobre todo en los folletines de Eduardo Gutiérrez, tanlejanos y ajenos al mundo en que vivimos. Gracias a las páginas de DiLullo podemos recuperarlos. Con su escueta empalizada, perdidos enla soledad de un territorio peligroso e inmenso, insomnes frente a lainvasión inesperada, ellos serían durante mucho tiempo y muy lejos, laúltima frontera de su provincia. Éste es el significado que él quería res-catar en su libro. Para conseguirlo regresó como en sus otros libros alinterior de su tierra, se confundió con sus gentes y buscó las huellasque había dejado el paso de la historia.

El libro se cierra con un delicioso documento de 1767, que nostraslada a la vida de la segunda mitad del siglo XVIII. Se trata del Tes-timonio de los Ymbentaxios que se pxacticaxon al tiempo del secuestxo que se hisoa los Regulares expulsos de este Colegio de Santiago del Estero.

Si recordamos que cuando en 1954 apareció Viejos Pueblos, hacíavarios años que Di Lullo sólo había publicado artículos sobre la vida desu Noble y Leal Ciudad, nos llama la atención este regreso al interiorde su provincia y a la historia de los viejos pueblos, que la memoriahabía olvidado. Tal vez no fuera ajeno a su publicación el hecho deque el año anterior había sido nombrado director del Instituto de Lin-güística, Folklore y Arqueología de la Universidad Nacional de Tucu-mán. O tal vez había encontrado tantos amarillentos pergaminos de labiblioteca que hablaban de ellos, que regresó a buscarlos. Lo que en-contró fue solo un puñado de ranchos escasos, de arbolitos retorcidos, edi-ficios en ruinas, callejas desiertas o apenas unos montículos adonde estabala iglesia de siglos. Como en su libro sobre la agonía de esos pueblos,también se preguntaba allí cuáles habían sido las causas de ese des-tino. Su respuesta es otra vez una hipótesis, pero también una acusa-ción: …se debió unas veces al cambio del curso de los ríos; otras, a la taladespiadada de sus bosques; al paso del tren por otras rutas; a la emigración desus pobladores y, las más de las veces, al desconocimiento de la historia y del des-tino de estos pueblos…, nos recuerda.

Sin embargo, por esos pueblos también había pasado una partede la historia, que explicaría el destino de la provincia. Como en So-concho, que fuera testigo de la primera entrada de los españoles en laprovincia y de la lucha y la agonía del desdichado Diego de Rojas. OSilípica, adonde se replegó el esforzado Borges perseguido por Lama-drid, cuando aún se oían los pasos de San Martín que iba a reunirsecon Belgrano. O en Icaño, adonde Emilio Wagner creyó descubrir el

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origen de una antigua civilización que, aunque inexistente, no dejó deser fascinante, y adonde buscaría refugio el otrora opulento FabiánGómez de Anchorena, el Conde del Castaño, amigo del rey AlfonsoXII y del Príncipe de Orange, para morir muy pobre y con una piernaamputada, pero rodeado de humildes labriegos de rostros curtidos por el sol,de desarrapados pobladores, de viejitas y de niños. O en Otumpa, luegoCampo del Cielo, adonde cayó un meteorito del espacio para que se te-jieran muchas ambiciones, muchas leyendas y una novela extraña-mente olvidada.

Esos pueblos también tienen otros nombres, como Tuama, Pi-tambalá, Sumamao, Oratorio, Guasayán y tantos otros, en los que seoiría el silbato del tren que destruía la geografía y la temible llegada delobraje. En alguno de ellos tal vez estaría la escuelita de barro, en dondeel maestro Jorge Wáshington Ábalos había conocido a su inolvidableShunko. Sobre esos pueblos Di Lullo escribió este libro, que se insertaen la tradición de aquellas Probanzas de Méritos, que escribían los va-lientes soldados que habían arriesgado algo más que sus vidas en estastierras de lo que sería América para justificar sus sacrificios.

A este género pertenece este libro, pero también al de las la-mentaciones por la decadencia y el olvido. Di Lullo compara esos pue-blos con esas madres que habían envejecido de penurias después dehaberlo dado todo, incluso la alegría. El recuerdo de ese sacrificio, sos-tiene, es necesario para entender el presente y asegurar el futuro. Ysólo el conocimiento de esos viejos tiempos podría señalarnos el ca-mino. La tesis es discutible, por cierto, pero nos demuestra la hones-tidad intelectual de su autor y la preocupación ética con que escribíasus páginas.

Caminos y Derroteros Históricos en Santiago del Estero apareció en1959. El año anterior, Di Lullo se había presentado como candidato aIntendente Municipal de su ciudad y ese mismo año y al siguiente ob-tendría por concurso la beca del Fondo Nacional de las Artes. En estetrabajo continuaba las investigaciones que había emprendido en sutrabajo sobre las reducciones y fortines y en el delicioso viaje por el in-terior de su provincia en busca de los viejos pueblos que estaban des-apareciendo. Al libro lo acompañaba una minuciosa cartografía deLuis G. B. Garay, que nos muestra el dibujo que habían trazado aque-llos caminos en la historia de Santiago. Su importancia era muygrande, señalaba Di Lullo, porque…los caminos y derroteros jalonan, encierto modo, la historia del hombre.

Su historia comenzaba antes del arribo de los españoles.

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Cuando éstos llegaron, ya estaba el imponente camino que habíanconstruido los incas hasta los arrabales de su imperio. Él unía las po-blaciones de lo que luego sería Santiago del Estero con un rosario depueblos y ciudades a lo largo de los Andes. Luego, con trazo minu-cioso, Di Lullo nos lleva junto con los conquistadores, los guerreros, losartistas, los pensadores, los religiosos, los comerciantes, los hombres deleyes y la gente común de los pueblos que recorrieron sus huellas, aveces con sueños de gloria, de poder o riqueza.

El libro también nos muestra las huellas que había dejado la his-toria en ellos. Como el camino que había recorrido Concolorcorvopara escribir su Lazarillo de Ciegos Caminantes, el itinerario real de pos-tas que recogía la Guía de Forasteros, el sendero que trazaron los piesdescalzos de la Beata Antula, el Itinerario del Virrey, al que para hacergrata su permanencia en la ciudad, el Cabildo había llamado a cam-pana tañida y que por… no aver en esta Ciudad casa en que poder hospe-darlo…se destinan las casas capitulares... a las que hay que rebocar, calzar yponer escalera firme, o la ruta que habían hecho los prisioneros españo-les capturados en el norte, quienes después de Ambargasta … comieronasado y tomaron agua caliente de dos chifles.

Como en sus trabajos anteriores, Di Lullo nos propone otra vezun libro de grata lectura con personas o acciones famosas. Como enaquellos libros también, los verdaderos protagonistas serían los hom-bres y las mujeres comunes, que mirarían con asombro, incredulidady esperanza, las vidas de otros personajes tan transitorias y fugacescomo las suyas.

Orestes Di Lullo murió en la ciudad que tanto amaba el 28 deabril de 1983. Años antes, en 1965 y 1966, se había convertido en elúnico santiagueño que fuera designado Miembro Correspondiente enSantiago del Estero por tres de las más prestigiosas Academias Nacio-nales: la de Historia, la de Medicina y la de Letras. Sin embargo, estasdistinciones, como las otras que recibió en los últimos años de su vida,no lo distrajeron de sus trabajos sobre la cultura y la historia santia-gueñas y cuando él murió, quedaban en su mesa de trabajo varios li-bros inéditos. Entre ellos La Razón del Folklore y Santiago del NuevoMaestrazgo. A ambas las editó su provincia en 1983 y 1991, respectiva-mente.

En este último libro, Di Lullo regresaba a las posturas que habíaasumido en su fascinante trabajo sobre la Noble y Leal Ciudad: su ad-hesión a la figura de Juan Núñez del Prado y su lamento porque suciudad lo hubiera olvidado. Él seguía siendo su fundador, aunque... la

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trasladen una y cien veces, aunque se la quiten a Núñez y la llamen de milmodos, aunque la remuden y pueblen y pretendan hacerse dueños de ella. Ycomo en aquel libro la figura de contraluz era Francisco de Aguirre, unpersonaje de carecía de los atributos morales y espirituales del anterior.

Para que no quedaran dudas de cuál era su perspectiva, Di Lullose detiene minuciosamente en la figura de ambos, pero también en lade Diego de Rojas, la de Pedro de Valdivia y la de Francisco Villagrán.Ninguno de ellos, sin embargo, alcanzaría la dimensión de FranciscoCésar, un ...oscuro soldado de la expedición de Sebastián Gaboto..., que nohabía estado en Santiago, pero cuyo nombre había creado la leyendadel País de los Césares con ciudades de oro y piedras preciosas. Al-guien que había despertado sueños de aventura y riqueza sin término,y había fundado en la afiebrada imaginación de los conquistadores…el Imperio de la Quimera, tan grande como el Imperio de aquel otro César, lla-mado Carlos Rey de España y emperador de Alemania…El libro se cierra conuna propuesta muy polémica de cambiar el nombre de Santiago del Es-tero por el de Santiago del Barco o solamente Santiago, como habíagritado Diego de Rojas en la primera entrada en la provincia.

En La Razón del Folklore también regresa a un libro anterior: elvoluminoso estudio sobre el folklore que había publicado casi cuarentaaños antes. En aquella ocasión Di Lullo se había detenido minuciosa-mente en todos los testimonios del folklore de su provincia: sus cre-encias, leyendas, juegos, fábulas, casos, etc. En éste, en cambio,buscaba la razón y el sentido. El mismo es la larga reflexión de un hom-bre que había estudiado la geografía, la historia, la vida y la cultura desu provincia durante más de medio siglo, en los últimos años de suvida. Su legado sería esta minuciosa visión sobre el mundo y la vida desus comprovincianos.

Hay un pueblo y una región desconocidos en el país. Son el pueblo y laprovincia de Santiago del Estero… ambos, pueblo y comarca, permanecen lejosde nosotros, como en una perspectiva del tiempo, como en una visión del pasado-visión retrospectiva de años que se suman inútilmente, nos dice dolorido. Ysus páginas, como las de sus otros libros, nos muestran la imagen deun hombre que antes de su despedida, seguía luchando contra esa ig-norancia y ese olvido. Con ese fin nos brinda uno de los más comple-tos y definidos inventarios de la vida y el hombre de su provincia, delsecreto sentido de sus actos, de la huella que había dejado en ellos elpaso del tiempo.

La Razón del Folklore es uno de esos libros, en los que sentimosque el autor quiere dejarnos en claro cuál era su visión antes de des-

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pedirse. El resultado es una muy digna conclusión de muchos años detrabajo fecundo. Como en sus otros libros la imagen que nos brinda nopermite equívocos. Podemos discutirla o no compartirla. Pero no po-demos dejar de admirar aquí, como en sus otras páginas, la coheren-cia y la intensa pasión que mantuvo a lo largo de su vida. Fue unhombre que se arriesgó a sentir y a pensar diferente. Pero todo lo hizoal servicio de su provincia, de los hombres y mujeres de su tierra. Y poreso perdura.

LA HERENCIA

La redacción de este prólogo me permitió releer varios libros deOrestes Di Lullo. Eran los mismos que había leído hace algunos añosen dos bibliotecas de Santiago -la Nueve de Julio y la Sarmiento-, en le-janas fotocopias de fotocopias y en algún precioso ejemplar de sus li-bros que alguien me había regalado. En todos los casos me encontrécon hojas envejecidas por el paso del tiempo y en algún momentohasta me gustó jugar con la ilusión de que yo era él leyendo las hojasgastadas de algún documento olvidado Tan grata tarea me sirvió paraconfirmar dos recuerdos que tenía de sus libros. El primero, que DiLullo es uno de nuestros más grandes escritores. No sólo por su ex-tensa bibliografía, sino porque sus libros tienen las virtudes que en-contramos en los clásicos: la prosa transparente, el lenguaje preciso, elpensamiento claro y definido.

El otro recuerdo era que en todos ellos había una modestia con-movedora. Que en todos los casos, afirma que el mundo que abordabaen sus páginas era infinitamente más importante que él. Gracias a esarelectura, lo confirmé. En sus libros no aparece por suerte la torpe einsensata vanidad que envilece tantas páginas. Él podía hacerlo, por-que no necesitaba recordarnos a cada paso que era un grande. Le bas-taba con serlo.

Estas virtudes aparecían como una constante en las páginas deun hombre al que lo dominaban dos rostros de una misma pasión: lahistoria y la geografía de su provincia, por un lado; la vida de sus hom-bres y sus mujeres, por el otro. Con esa pasión había hurgado comopocos y mejor que muchos, en los dolores, las esperanzas, los proble-mas, la vasta riqueza escondida, las alegrías y las tristezas de una tierrainjustamente olvidada. Con esa misma pasión durante más de mediosiglo de trabajo fecundo multiplicó la herencia que había recibido. Elresultado de ese trabajo fue una imagen mucho más rica, más orgu-

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llosa y más perdurable del Santiago que había heredado. Es innega-ble, por cierto, que sin los innumerables rostros de su provincia, esaobra hubiera sido imposible. Pero es también innegable que hay unSantiago antes y después de Orestes Di Lullo.

¿Por qué nos interesa tanto una obra que nos habla de extrañasfarmacopeas, sabrosas comidas o el secreto de algunas palabras? ¿Porqué nos atraen tantas páginas sobre caminos que ya no existen, pue-blos abandonados o viejos y viejas que viven en ranchos lejanos? ¿Porqué nosotros que vivimos en otros tiempos y podemos no compartir susideas, queremos leer sus libros? Creo que es porque las páginas de DiLullo nos recuerdan que nuestros temores son los mismos, que conotros nombres nuestras ilusiones son las mismas, que con el paso deltiempo nos olvidamos de nuestros límites. O porque a lo largo de suslibros siempre quiso mostrarnos formas de amar, de vivir y de sentirque fueran ejemplares. O tal vez por el insobornable amor que tuvopor una tierra que tanto quiere ser amada

Un territorio puede ser importante por los recursos que tiene,la riqueza de sus campos, la dimensión de sus montañas, la multipli-cación de sus caminos, el caudal de sus ríos, su comercio o su indus-tria. Pero si los hombres de más valía no se apasionan por él, no valenada. Felizmente Di Lullo fue uno de esos hombres y amó con toda in-tensidad el cuerpo y el alma de la provincia que había heredado. Aella le dedicó los mejores frutos de su vida, su pasión sin descanso y lainvalorable riqueza de sus páginas.

Toda esa riqueza estaba escondida en sus libros guardados en al-gunas bibliotecas, en fotocopias de fotocopias, en la cita de alguna mo-nografía o algún ensayo, en el trabajo de algún investigador de nombreextranjero que anotaba el suyo más allá de nuestras fronteras. Siemprehabía un privilegiado que tenía alguno de ellos y a veces hasta algúnrecuerdo de aquel hombre pulcro, pausado, de mirada firme y pro-funda que amaba intensamente a su provincia. Pero la mayoría care-cíamos de ellos y una generación ávida de esos libros los esperódurante muchos años. Su ausencia nos confirmaba el doloroso olvidoque él recordó en tantas páginas y era una afrenta para la cultura desu tierra. Hoy por suerte los tenemos entre nosotros. Hoy por suertelos hemos recuperado.

*(Miembro Correspondiente de la Academia Argentina de Letras)

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A MODO DE PRÓLOGO

Volver a escribir sobre la fundación de Santiago es como volvera las viejas banderías, enrolarse con uno u otro capitán, llevando denuevo la ciudad, tantas veces trasladada, a ser una presa, no ya del con-quistador sino del historiador. Pero hemos de correr el riesgo de unapresupuesta adscripción, atendiendo al hecho de que el problema noha sido dilucidado en absoluto pese a los dictámenes de prestigiosas fi-guras de nuestra historia, ni en lo que se refiere al nombre del funda-dor, ni a la fecha de la fundación de nuestra ciudad.

Es cierto que las actas han desaparecido, pero es obvio que haydocumentación testimonial suficiente y en cantidad abrumadora parasuplir la falla de aquella pérdida, si esta documentación hubiese sidoconsultada con minucioso empeño crítico.

Luego, la forma un poco desaprensiva de juzgar los hechos talun pleito pobre de tribunales nos ha mostrado con evidencia que enla mayor parte de los escritos sobre el tema hubo poco interés al re-clamo de una venerable ciudad que no sabía su origen y a quien le ad-judican, quiera que no, una paternidad ajena a todas luces.

Y creemos nosotros que el caso asume singular importancia,sobre todo en este momento en que Chile, por pretendidos derechos,puja en el empeño de expandir sus fronteras a costa de las nuestras, yaque en Santiago del Estero del Barco empezó (año 1550) el conflictolimítrofe con Chile.

Con la intención de subsanar este malentendido hemos escritoesta narración (que por eso no lleva notas al pie de página y porque enella se relatan hechos muy conocidos) tratando de ordenar los sucesosde modo de hacerlos fáciles y legibles, veraces y concretos.

Y es que hemos sentido un poco de tristeza al comprobar de

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qué modo un tanto absurdo, se procede a sacar conclusiones por su-puesto falsas de hechos dudosos, que, desde luego, no se compaginancon la realidad, tal la presunta legitimidad de derechos de Chile sobreel Barco Santiago, ya que nuestra ciudad nunca estuvo dentro de la ju-risdicción de Valdivia, como lo sostienen los chilenos y muchos ar-gentinos, llevados éstos por el afán repetitivo de proclamar, comoaquéllos, la paternidad “aguirrista” de nuestra ciudad.

Ahora bien, si no hay documentos fehacientes que sustenten di-chas pretensiones (y los hay a granel que prueban lo contrario) ¿porqué hemos de seguir consintiendo estos desmanes de lesa historia yhacernos pasibles del grave delito de lesa patria?

Estas páginas llevan el propósito de poner cada cosa en su lugar,dando a cada cual lo suyo, en un esfuerzo de esclarecimiento, sencilloy ordenado.

Se advertirá en ellas la avilantez de este proceso por la perfidiade los que pretendieron evitar la erección de nuestra ciudad (empeñoen que fracasaron) y la persecución y saña con que actuaron contraNúñez del Prado al quitarle la ciudad que él había fundado.

Nuestra tarea ha resultado particularmente difícil, pero lahemos realizado con satisfacción, con el afán de situar el problema dela génesis de nuestra ciudad en los términos de una objetividad es-tricta, sin sombra alguna de duda. No sabemos si lo hemos logrado,aunque la misma Academia nos ha abierto una puerta de acceso a ladiscusión al permitir nuevas pruebas y nuevos planteamientos,

Pues bien, esa prueba (una más de las mil) ha sido encontradaal consultar, en 1955, la Biblioteca provincial de Toledo (España),donde hemos visto el libro “Geografía y Descripción Universal de lasIndias”, del año 1571, cuyo autor D. Juan López de Velasco, fue Cos-mógrafo y Cronista Mayor del Reino y en sus manos obraban los do-cumentos de la época. Dice López de Velasco que Juan Mz (Martínezpor Núñez) de Prado pobló la ciudad de Santiago del Estero que alprincipio la llamó la Ciudad del Barco del Nuevo Maestrazgo”.

No vamos a suponer que este documento sea el decisivo en estacuestión, pero sin duda es un valioso aporte, que nos decidió a unanueva compulsa e incluso, a examinar de nuevo el Informe Académicode don José Torre Revello, quien después de reconocer todos los de-rechos a Juan Núñez de Prado sobre la fundación del Barco-Santiagodel Estero, acredita a Francisco de Aguirre la paternidad de la ciudad,por el mero hecho de que aquél no había realizado ningún acto degobierno mientras Aguirre ocupaba el poder, cuando se sabe que no

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pudo realizarlo por haber sido encarcelado por orden de Aguirre,como lo reconoce el mismo Torre Revello en dicho informe.

Habiendo dedicado una gran parte de nuestra vida a los temaslocales, y exigidos por un imperativo de la conciencia, resolvimos re-plantear el problema que trata de la fundación de nuestra ciudad. Pre-tendemos enfocar el tema con un esfuerzo totalizador quecomprendiese los distintos propósitos fundacionales, ya que nuestraciudad era el resultado de una pluralidad de intentos. Estamos segu-ros, por otra parle, de que la documentación mejor ordenada en estacompulsa, ha de hablar por sí sola con mayor claridad a la nueva com-prensión historicista de la crítica.

Al menos, ese ha sido nuestro propósito. Si no lo hemos logradoque la intención nos valga.

O.D.L.

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del Nuevo MaestrazgoPRIMERA PARTE

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La provincia de Santiago representa geográficamente un granmar interior desecado, y fue parte principal de una fosa tectónica hun-dida entre dos grandes pilares cristalinos: los relieves uruguayo-brasi-leños y las sierras desprendidas de los Andes.

Tiene fisonomía propia, pero sin duda, configura la expresióndel llano de un llano algo “sui generis” pues, ni es una llanura absoluta,ni deja de serlo.

En efecto, la inmensa planicie, en que discurren los ríos Dulcey Salado, que la recorren íntegramente y paralelos de N.O. a S.E., estápoblada de bosques, surcada de arroyos y brazos divagantes, modeladade relieves pétreos, y montículos, deprimida en lagunas y hoyas sali-nosas, aflorada de manantiales, y cubierta en gran parte de arenas es-teparias, cuando no de un tenue limo de aguas desbordadas, que leforman inmensos aunque superficiales mantos fecundos.

Santiago es una zona de transición morfológica, pero tambiénétnica y cultural. En lo morfológico representa una forma intermediaentre las serranías y las llanuras y, no obstante su tipismo, esta indife-renciación geográfica trasciende al hombre, a la fauna y a la flora. Suscerros que se elevan apenas en el S.O. (Guasayán, Sumampa y Am-bargasta), no serán nunca una montaña; sus bosques, duros, sufridos,no fueron nunca selva lujuriosa; sus lomazos, no serán ni túmulos nidunas, el llano tampoco será la pampa y sus ríos son ríos sólo dosmeses, y cauces secos el resto del año.

En este desdibujamiento de su planicie, Santiago puede, sin em-bargo, participar de las cinco subzonas características en que dividi-mos su geografía: la llanura, los ríos, las serranías, el bosque y losesteros, cada una de las cuales está representada en su mitología porun numen tutelar: el Pampáyoj, la Mayumaman, el Orkomaman, el Sa-cháyoj y la Mailinpaya, respectivamente.

Esta naturaleza a la vez variada y uniforme, configura un esce-nario grande, austero; un marco abierto, holgado, de contornos in-

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LA PREHISTORIA

conmensurables; donde el paisaje parece rechazar el fácil apegamientodel hombre, pues la madre tierra sólo sustenta con mezquindad a sushijos, enseñándoles en cambio a amarla intensamente, aun por en-cima de las necesidades vegetativas y de los sufrimientos.

Fue, en otro tiempo, la tierra de nadie y continua siéndolo hoyen otro sentido pero fue también la tierra de todos. Ancha, abasteciday plana, ahí confluían, desde 8.000 años ante de Cristo las hordas sal-vajes de todos los rumbos, convocadas por la necesidad y atraídas porla facilidad, términos que luego serán la clave que explique la posturafilosófica de nuestro pueblo actual Ahí los ríos se hinchaban de sí mis-mos y desbordaban de sus crecidas, fecundando inmensas comarcasdonde se sembraba el maíz. Ningún clima fue mejor para la fruta sil-vestre y la miel por lo prematuro de sus primicias,

Había muchos peces y los bosques estaban poblados de aves yotras animales de caza, sin contar con la sal de sus salinas, “de la queeran golosos los indios’,

Mas, era tierra paradojal y contradictoria. En ella se daban todoslos extremos: frío y calor; inundaciones y sequías; vientos y lluvias; pro-digalidad y avaricia; un sol sin sombras y una noche blanca de luna.Estos antagonismos sustanciales de la tierra y sus elementos han sidotransferidos a la historia, al alma del pueblo y a su destino,

Confluyeron, pues, a Santiago, acuciados por la necesidad y atra-ídos por la facilidad, casi todos los pueblos vecinos de la prehistoria.Ahí se mezclaron, intercambiando sus respectivas culturas o simple-mente, imponiéndolas, como en el caso de los Incas, lo que no impi-dió que a la caída del imperio y por dejadez del poder aglutinante dela dictadura, aquella civilización se transformara en un caos, singular-mente en Santiago, —zona marginal— donde parecen acabar los tri-butos culturales y raciales, donde sus elementos se dislocan y semejannáufragos que se ayudan para vivir y sobrevivir.

Dijimos que Santiago en épocas remotas, fue un gran mar inte-rior. Podemos agregar que fue, también un mar étnico-lingüísticocomo las mareas, los hombres, viniendo de distintos rumbos llegarona esta región y se fueron, o se quedaron remansados, o se absorbieron.Estas mareas, inundables, cambiantes, con sus flujos y reflujos, sin es-tabilidad ni permanencia, como si una ley de interinidad dictase nor-mas emergentes, como si todo tuviese que dejar de ser, fundido otransformado por fuerza de las circunstancias, fueron diversas entiempo, intensidad y extensión. Cubrieron, como la influencia pe-ruana, vastos y lejanos escenarios, anegando totalmente pueblos, len-guas, cultura, avasallándolas, mas, sin borrarlas totalmente. Otras veceslas marejadas de pueblos, fueron aisladas y débiles y llegaron apenas alamer los pies de otras culturas. De unas y otras quedan en Santiago del

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Estero capas estratificadas con resto de civilizaciones y cultura prehis-tóricas.

Y es porque esta provincia es una zona de tránsito, una llanuraabierta a todas las invasiones, donde hasta lo propio se cambia cons-tantemente, donde todo florece y nace y fructifica.

Por todos los rumbos penetraron en Santiago los pueblos abo-rígenes.

Directamente desde el Norte hacen su entrada los lules o juris,desprendimiento lejano de los ándidos, mezclados luego, con ele-mentos de la Amazonia, que ocupan por momentos la mesopotamiasantiagueña a ambas márgenes del Dulce y forman el estrato más in-diferenciado por ser de transición típica entre los pacíficos y los atlán-tidos y sobre todo, por ocupar sin permanencia fija, el camino de lasinvasiones del Norte (arawacos, chiriguanos, etc.) y del Sur (huarpes,araucanos, pampas, etc.). Del noroeste, los quichuas y aimaras con susecuela de diaguitas, calchaquís, humauacas y atacamas.

Del Noreste, los guaraníes y su cortejo de matacos-guaicurús,ramas amazónicas y que ocupan en sus correrías circunstanciales todoel territorio del Chaco Santiagueño.

Por el sur penetraron los pámpidos (huarpes, comechingones,sanavirones, indamas, patagones y querandís) sumados a la influenciaaraucana.

Y por el Oeste y el Este los capayanes y los chamás respectiva-mente. Sin duda, esta sencilla esquematización no responde total-mente a la realidad siempre muy compleja, pero ayuda a fijar losprincipales rumbos de estos avances que afluyen a Santiago y ahí sepierden, mezclados, y ahí se aquietan como en la necesidad del gocey la holganza, prolíficos, aunque este reposo temporario no fuera, deningún modo, ni absoluto ni perfecto, aunque más que suficiente si locomparamos con las urgencias y zozobras de otros lares, por ofrecerSantiago mejores medios de vida a aquellos aborígenes.

Señalemos, empero, el hecho de esta confluencia, que nopuede ser accidental, y el de su forzosa mixigenación, como la clave demuchos problemas que hay que resolver.

Si bien es cierto que la guerra entre ellos era endémica no poreso hay que pensar que fuera cotidiana o muy frecuente. Había largosperíodos de quietud y bonanza, sobre todo en las zonas marginales yapartadas de los corredores transitados por las tribus trashumantesocasionales que se desplazaban buscando “un lugar bajo el sol”, paradescansar y sembrar, para dedicarse a su manufactura doméstica, a suarte, a su culto, a su vida.

El nomadismo fue siempre por necesidad. Emigraban sólo tem-porariamente o porque eran impedidos o rechazados y siempre, bus-

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cando mejores condiciones para su vivir, o tranquilidad o bastimentos.La guerra no fue tampoco un quehacer arbitrario. Por el contrario,muchos pueblos la mayoría convivían pacíficamente o intercambiabansus elementos culturales, a la par que sus productos.

Reconozcamos también que los desplazamientos masivos noeran frecuentes y no se realizaban en son de guerra. Eran penetracio-nes que ocupaban zonas baldías y daban lugar a enfrentamientos. Lalucha podía ser endémica, pero de ningún modo era epidémica

Lo esporádico y fortuito fue norma de la acción guerrera, par-ticularmente en Santiago, donde su vasta extensión estaba sembradade pueblos minúsculos, mal organizados y a veces sin nexo de uniónentre ellos. No es verosímil pues, que se movieran sincrónicamenteante un enemigo que nunca fue común, a menos que se tratara del es-pañol. Ni siquiera los incas ejercieron predominio militar en Santiago,donde se aceptó lisa y llanamente el vasallaje sin lucha

Por lo demás, nunca coexistieron las grandes invasiones anta-gónicas. La cronología lo demuestra con evidencia. Hay estratos cul-turales que se superponen. Unos dominaban primero y otros después.Y en cada caso los sojuzgados acataron los acontecimientos como he-chos naturales. La resistencia se caracterizó por desplazamientos o porfugas. Casi nunca por luchas cruentas. No estaba en la condición na-tural de estos indígenas de un territorio de tránsito grande y generoso,el hacer pie en nada, para defender nada preciso, acaso una semen-tera, pero nada más, pues el campo continuaba siendo suyo más allácon los mismo frutos y dones.

La verdadera resistencia fue interior, y hasta cierto punto su va-sallaje era formal. Adentro del alma triunfaba la inclinación nativa, laidiosincrasia la índole, la tendencia, el seguir siendo el mismo, la in-sobornable voluntad de no ser al modo de la exigencia. Es decir, triun-faba en él la condición negativa: una especie de huelga de brazoscaídos, el “trabajo a reglamento” de los conflictos laborales modernos.

Algunos grupos indígenas pelearon en Santiago. Pero eran losdiaguitas o yuguitas o capayanes que se establecieron a su modo sobreel Dulce y Salado, a la altura de los paralelos 28 y 29. Formando pue-blos bien organizados y defendidos con fosos y empalizadas,

En cuanto al hábitat de estos indígenas podría decirse que fuesiempre móvil y extensible. El sedentarismo, en esta tierra de nadie —y de todos— era una mera fórmula. En el mejor de los casos sería unreposo peregrino de una trashumancia crónica y forzosa. Sería aspi-ración de estas tribus vivir en paz, pero pocas veces se daría el caso deuna permanencia absoluta en un espacio vital circunscripto, sin nor-mas morales o jurídicas, en tiempos dilatados como los que abarcan laformación libre del hombre en América.

Orestes Di Lullo

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Bien, pues, esta tierra y estos hombres fueron parte del Tucu-mán prehistórico y Santiago fue entonces un centro incaico como lofue durante la conquista del periodo histórico.

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Santiago del Nuevo Maestrazgo

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Santiago del Nuevo Maestrazgo

ÍNDICE

Prólogo de la colección. 5A modo de Prólogo. 25

PRIMERA PARTELa Prehistoria. 31El Tucumán. 36Los dos Imperios. 39La leyenda de Francisco César. 41La Historia. 44El Nuevo Maestrazgo de Santiago. 48El Descubrimiento. 50 Diego de Rojas. 53 La Fundación. 55 Juan Núñez de Prado. 58 La conquista. 64 Pedro de Valdivia. 66 Francisco de Villagrán. 69 Francisco de Aguirre. 73

SEGUNDA PARTELa Ciudad Imperial. 79Noticias. 82Méritos y Servidos. 94El Nombre . 100Títulos . 102Jurisdicción. 104Posición. 106Distancias. 108Población. 111El Río. 115Traslados. 117

TERCERA PARTEAlgunos testimonio a favor de Francisco de Aguirresobre la fundación de Santiago. 123Algunos testimonios a favor de Juan Núñez del Pradosobre la fundación del Santiago de Estero. 127Preguntas para una nueva información sobrela fundación del Barco o Santiago. 137Resumen General: Conclusiones. 151Bibliografía. 154

Orestes Di LulloI

Santiago del NuevoMaestrazgo.Santiago del Estero - República Argentina

Santiago del Nuevo Maestrazgo. - Orestes Di Lullo

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En esta oportunidad tengo lasatisfacción de presentar estacolección en diez tomos de oncelibros de un médico santiagueñoque hizo de su vida un ejemplo ycuya obra hoy casi inhallable esuna de las más valiosas deSantiago del Estero y el NoroesteArgentino.Como argentinos conscientes,hemos decidido comenzar nuestraactividad en la Madre de Ciuda-des, y en menos de un año, edita-mos ya Santiago del Estero.Historia- Tradición - Cultura, LasTermas de Río Hondo y la pre-sente edición que conforma estacolección, que forman parte de lacolección de mi hijo más pequeño,Franco Rossi.Estos libros se los dedico a miesposa Adriana, quien me pre-sentara a Graciela Paladea, quecomo santiagueña de ley queama su terruño, nos diera toda lainformación y su experienciapara lograr nuestro propósitoeditorial: hacer saber más de esta“tierra de encuentros”. Un reconocimiento especial a laFundación Cultural Santiago delEstero que permitió que elproyecto se realizara con mayorsoltura y excelencia.A todos los que colaboran encada libro, a los santiagueños:muchas gracias!!!

Jorge RossiEditor

Obra monumental la de estesantiagueño admirable, nacido el4 de Julio de 1898. Monumentalen todos los sentidos: por suexcelencia, por su profusión, sumultiplicidad, pero sobre todo,por su valor documental, por sugran esfuerzo de rescatar parapreservar la memoria. Orestes Di Lullo, médico deprofesión, que abarca todos losaspectos, en afán de investigar,desentrañar, registrar, clasificar ydejar así, en sus numerosos libros,el gran corpus de la santiagueñi-dad para que abreven en él losespecialistas que lo continuarán.En reconocimiento a su prolíferalabor profesional y cultural, el 28de abril, día de su muerte (en1983), fue declarado Día de laCultura Provincial en Santiagodel Estero.

FRANCO ROSSIC A S A E D I T O R I A L

FRANCO ROSSIC A S A E D I T O R I A L

TomoI Santiago del Nuevo Maestrazgo.II La agonía de los pueblos.

Viejos pueblos. III Contribución al estudio de las voces santiagueñas. 1ª parte.IV Contribución al estudio de las voces santiagueñas. 2ª parte.V Reducciones y fortines. VI Caminos y derroteros históricos en Santiago del Estero. VII La Razón del folklore. VIII Santiago del Estero Noble y Leal ciudad. IX La medicina popular de Santiago del Estero.

La alimentación popular de Santiago del Estero. X El bosque sin leyenda. Ensayo económico social.

TÍTULOS DE LA COLECCIÓN