ed heubo u na vez uln men talista -...

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i hay hombres que son un misterio en sí mismos, para los que no hay explica- ción aparente, ante los que la ciencia se frustra y la idea de normalidad naufraga, Enri- que Marchesini fue uno de ellos. Todavía se sabe poco de él cuando se han cum- plido veinticuatro años de su muerte y de la im- posibilidad de resolver su enigma. ¿Fue un vidente, un psíquico, un cu- randero, un santón? A este cordobés de Cosquín, nacido en 1906 y muerto en 1975, los encasilla- mientos le quedan chicos; y lo único cierto sobre él es lo que parece increíble. De todas formas, y más allá de las incredulida- des, lo bueno de su historia es que plantea pre- guntas, y que en ese mundillo cada vez más frecuentado de parapsicólogos, excéntricos, contactistas, esotéricos y ocultistas, Enrique Marchesini supo hacerse un lugar. Su historia es esta historia. PRimERaS manifEStaciOnES Como él mismo, la casa donde Enrique vivió en Córdoba, ubicada en la esquina de 24 de Septiembre y Jacinto Ríos, ya no existe. Los Marchesini habían llegado allí desde Cosquín con sus seis hijos a cuestas cuando nuestro personaje era chico. Sobre su primera infan- cia, los datos escasean. Algunos retratos bio- gráficos lo describen como sano y alegre, sin problemas físicos ni anormalidades psíqui- cas, y anotan que el primer incidente que prefiguraría su vida ocurrió a la edad de do- ce años. Enrique estaba de paseo por Italia con su pa- dre, visitando una iglesia, cuando tuvo la sen- sación de que ya había estado allí, y señaló un mueble diciendo que detrás de él se en- contraba la entrada a un pasadizo secreto. Y era cierto. Ya en viaje de regreso, en medio de la travesía en barco, tuvo otra premoni- ción: le dijo a su padre que su abuela aca- baba de morir, y la noticia se confirmó al llegar a Córdoba. Fuera de eso, poco más: Marchesini adivina- ba de vez en cuando las notas de sus compa- ñeros de colegio, hallaba cosas que todos daban por perdidas. Sus visiones no pasaban de ser travesuras. Trabajaba de a ratos en el taller fa- miliar donde se fabricaban tinturas, y a los pa- dres les costó hacer que terminara la escuela. Había sido bautizado pero no iba a misa, se desentendía del ahorro y no leía. Después llegaría el accidente que sería la bi- sagra de su vida. POR J ORGE CAMARASA. I LUSTRACIÓN DE LUCAS AGUIRRE. Cuenta la historia extraoficial que un superdotado vidente habitó Barrio General Paz durante casi medio siglo, poniendo su don al servicio de enfermos a los que sólo ayudaba a identificar su afección cuando ni los médicos podían hacerlo. Se llamaba Enrique Marchesini y los detalles de esa historia se materializan en estas páginas. 62 HUBO UNA VEZ UN MENTALISTA PUEDO VERLO S Dicen que fue desde que se recupero de un accidente que la clarividencia se hizo evidente en Enrique, y que empezo a manejar sus poderes a voluntad.

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Page 1: ED HEUBO U NA VEZ ULN MEN TALISTA - LaCentralrevistalacentral.com.ar/pdfs/14/62-65-marchisini.pdf · ... que llegaban a la consulta con una prenda del afectado. Entonces, como había

i hay hombres que son un misterio ensí mismos, para los que no hay explica-ción aparente, ante los que la ciencia se

frustra y la idea de normalidad naufraga, Enri-que Marchesini fue uno de ellos.Todavía se sabe poco de él cuando se han cum-plido veinticuatro años de su muerte y de la im-posibilidad de resolver su enigma. ¿Fue un vidente,

un psíquico, un cu-randero, un santón?A este cordobés deCosquín, nacido en1906 y muerto en1975, los encasilla-mientos le quedanchicos; y lo únicocierto sobre él es loque parece increíble.

De todas formas, y más allá de las incredulida-des, lo bueno de su historia es que plantea pre-guntas, y que en ese mundillo cada vez másfrecuentado de parapsicólogos, excéntricos,contactistas, esotéricos y ocultistas, EnriqueMarchesini supo hacerse un lugar.Su historia es esta historia.

PRimERaS manifEStaciOnES

Como él mismo, la casa donde Enrique vivióen Córdoba, ubicada en la esquina de 24 de

Septiembre y Jacinto Ríos, ya no existe. LosMarchesini habían llegado allí desde Cosquíncon sus seis hijos a cuestas cuando nuestropersonaje era chico. Sobre su primera infan-cia, los datos escasean. Algunos retratos bio-gráficos lo describen como sano y alegre, sinproblemas físicos ni anormalidades psíqui-cas, y anotan que el primer incidente queprefiguraría su vida ocurrió a la edad de do-ce años.Enrique estaba de paseo por Italia con su pa-dre, visitando una iglesia, cuando tuvo la sen-sación de que ya había estado allí, y señalóun mueble diciendo que detrás de él se en-contraba la entrada a un pasadizo secreto. Yera cierto. Ya en viaje de regreso, en mediode la travesía en barco, tuvo otra premoni-ción: le dijo a su padre que su abuela aca-baba de morir, y la noticia se confirmó alllegar a Córdoba.Fuera de eso, poco más: Marchesini adivina-ba de vez en cuando las notas de sus compa-ñeros de colegio, hallaba cosas que todos dabanpor perdidas. Sus visiones no pasaban de sertravesuras. Trabajaba de a ratos en el taller fa-miliar donde se fabricaban tinturas, y a los pa-dres les costó hacer que terminara la escuela.Había sido bautizado pero no iba a misa, sedesentendía del ahorro y no leía.Después llegaría el accidente que sería la bi-sagra de su vida.

POR JORGE CAMARASA. ILUSTRACIÓN DE LUCAS AGUIRRE. Cuenta la historiaextraoficial que un superdotado vidente habitó BarrioGeneral Paz durante casi medio siglo, poniendo su don alservicio de enfermos a los que sólo ayudaba a identificarsu afección cuando ni los médicos podían hacerlo. Sellamaba Enrique Marchesini y los detalles de esa historiase materializan en estas páginas.

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HUBO UNA VEZ UN MENTALISTA

PUEDO VERLO

S

Dicen que fue desde que se recupero de un accidente que la clarividencia se hizo evidente

en Enrique, y que empezo a manejar sus poderes a voluntad.

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POR acciDEntE

Sucedió en 1929, cuando Enrique aún no ha-bía cumplido veintitrés años. Fue una tarde deverano, cuando iba a Alta Gracia con dos desus hermanos. El auto que los llevaba chocóy él fue el único que resultó herido. Nada se-rio: un golpe en el cuello que le provocó unaluxación cervical, que a su vez causó una com-presión medular, que a su vez le dejó una pro-tuberancia que lo haría llevar la cabeza inclinadahacia adelante por el resto de su vida. Dicenque fue desde entonces, desde que se recu-peró del golpe, que la clarividencia se hizo evi-dente en Enrique, y que empezó a manejarsus poderes a voluntad.El primero en enterarse de las nuevas fue suabuelo paterno, quien desde el vamos no lecreyó. La demostración del joven fue contun-dente: enumeró con lujo de detalles y sin ol-

vidarse de nada elcontenido de unviejo baúl que elanciano había traí-do de Italia y delque sólo él teníallave.Un segundo desafíoa su nieto terminóde eliminar las du-

das del abuelo: pidió a Enrique que le dijeraqué enfermedad tenía su hermana menor. Losmédicos no podían identificarla. Cuentan queMarchesini se acercó a la pequeña, tocó elvestido que llevaba puesto y dictaminó: "Esapendicitis, pero no lo detectan porque elapéndice está mal ubicado".Como despuéspasaría con mucha frecuencia, el diagnósticoera correcto.

cOnSULtORiO 24

Enrique Marchesini nunca se casó ni dejó des-cendencia. Desde aquél momento en que suspoderes se revelaron con toda intensidad trasel accidente, su fama corrió por las calles deCórdoba y la casa familiar se transformó en unvirtual consultorio al que acudían familiares deenfermos y desahuciados de todo tipo, perso-nas que buscaban parientes desaparecidos yaventureros que perseguían tesoros. Tambiénconcurrió un grupo de funcionarios del bancoprovincial, para que el afamado vidente losayudara a encontrar las llaves de la bóveda queel tesorero había extraviado. Hasta es posibleque alguna vez haya acudido a él la policía.A veces, con sus amigos, hacía la prueba de"leer" cartas cerradas. Y en eso era infalible.También tenía acierto garantizado en el artede conocer la historia de los objetos con so-lo tocarlos. Una de las anécdotas que se re-cuerdan sobre él fue la sorpresa que le provocóa un médico que descreía de sus capacida-des y se lo había dicho. Enrique le pidió aldoctor su reloj de bolsillo y, mientras lo pal-paba, le fue contando dónde había sido he-cho, quién había sido su dueño anterior yquién y cuándo se lo había dado. El médicoacabó por admitir que todo lo dicho era ab-solutamente cierto.Los métodos que usaba Marchesini eran sen-cillos y despojados de liturgias. Para no influen-ciarse y para no tener que dar malas noticiasdirectamente a los enfermos, nunca los aten-día directamente, sino que recibía a sus fami-liares, que llegaban a la consulta con una prendadel afectado. Entonces, como había hecho porprimera vez con su hermana menor, Enriquetocaba la ropa hasta que "percibía" datos, yluego hacía su diagnóstico y pronóstico de ladolencia.Nunca recetaba, ni indicaba tratamientos niderivaba a algún médico. Años más tarde, esaactitud le valdría un reconocimiento de hechoy lo pondría a salvo de cualquier sospecha deejercicio ilegal de la medicina.

LicEncia PaRa DiagnOSticaR

En una de las paredes del cuarto donde aten-día, colgaba un diploma que sorprendía a losvisitantes que llegaban por primera vez. El cer-tificado estaba expedido por el Consejo Pro-vincial de Higiene, y en él se autorizaba aEnrique Marchesini a realizar diagnósticos.Lo había conseguido con buenas artes, defen-diéndose de una acusación. Las cosas ocurrie-ron así. Un día, al tiempo de que habíaempezado a trabajar y su nombre empezabaa correr de boca en boca, había llegado hastasu casa el presidente del Consejo y dos fun-cionarios, con una denuncia que los habilita-ba a clausurar el lugar.Marchesini se defendió explicando que no su-gería medicación ni tratamientos, que sólo te-nía dotes para diagnosticar a distancia, y seofreció a probarlo. Dirigiéndose a uno de loshombres, le dijo: "Usted lleva una carta en elbolsillo interior del saco, que ha recibido esta

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cuentan que se acerco a la pequena, toco elvestido que llevaba puesto y dictamino:

"Es apendicitis, pero no lo detectan porque elapendice esta mal ubicado".

tripledoblevewww.alipsi.com.arwww.paranormal.com.arwww.mitosdelmilenio.com.ar

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mañana y aún no ha sido abierta. Yo puedotranscribirla para que usted vea mis poderes".El presidente del Consejo tomó el guante y re-plicó: "Si usted escribe el texto, abrimos la car-ta y concuerda, yo le extiendo un certificadopara que nadie más lo moleste". Dicho y he-cho: la carta coincidía con el manuscrito deEnrique hasta en los menores detalles, y el vi-dente obtuvo su licencia para poder diagnos-ticar. Fue un caso único.

finaL Sin PROnOSticO

Enrique Marchesini trabajó durante más de cua-renta años en lo que sabía hacer. Daba turnoscon semanas de anticipación, no cobraba laconsulta y vivía de los regalos que le hacían.Nunca se mudó de casa y se resistió a crear unculto a su alrededor. Otros psíquicos, como Ir-ma Maggi, quisieron conocerlo y se asombra-ron ante sus dotes. Algunos estudiosos, comoJosé María Feola y Álvarez López, se interesa-ron por él. Pero sus poderes nunca fueronestudiados científicamente. Los últimos años de su vida, como era de es-perarse, son confusos. Redujo paulatinamen-te la atención de consultas y creó un grupo

con el que exploraba nuevos fenómenos. Lointegraban él y seis amigos y lo llamaban sim-plemente "El grupo de los Siete". Casi no haytestimonios de lo que ocurría en las reunio-nes. Se dice que Marchesini se recostaba enun sofá, entraba en trance y levitaba.Fue otro de los secretos que se llevó a la tum-

ba. Murió el 11 de diciembre de 1975 cuandotodos esperaban que se recuperara de otro ac-cidente automovilístico. El segundo choque desu vida ocurrió también camino a Alta Gracia,exactamente en el mismo lugar donde habíaocurrido el primero, el que casi cincuenta añosantes le había develado sus poderes.

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Ofilia vive en Bell Ville y 40 años después puede rela-tar con detalles otra de estas historias. Ella es testigo

interesada de los aciertos de Marchesini: la mujer había sido operada pero seguía mal. Su mari-do, Jorge, llevó una prenda al gurú del diagnóstico. Ni bien hizo contacto, Enrique aseguró queOfilia había sido mal operada, le habían quitado un ovario sin ser necesario y la dolencia conti-nuaba. Efectivamente, después la mujer pudo constatar mediante consultas con otros médicosen Buenos Aires. Pudo curarse y tener a su hija Verónica. Pero lo más curioso según Ofilia, fue el diagnóstico que hizo Marchesini ante la consulta por suhermano, José María. En aquella oportunidad, también acudió Jorge con un elemento personaldel enfermo, pero esta vez sin tener pistas de lo que podría estar afectando a José, que vivía enBuenos Aires. Sin embargo el adivinador no necesitaba mucho más: apenas tocó la prenda vati-cinó que se trataba de una úlcera que, si bien ya se había curado, seguía complicando la saludde aquel hombre en recuperación. Jorge y Ofilia, que hoy rondan los ochenta años, todavía recuerdan a este personaje de pocas pa-labras y muy concreto, que habitaba el viejo barrio de General Paz.

testigos

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