el chico que vivia encerrado en antonio lozano

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Hola, me llamo Nerea y te escriboporque mi hermano hadesaparecido. He encontrado tunombre entre una serie de personasque tenía agregado a ?La Sombra?como amigo. Lo último que hizo mihermano antes de dejar de darseñales de vida fue agregar a esaSombra a su lista de amigos. Si nome equivoco, todos los que laagregaro n permanecen inactivos.Excepto tú. Por favor, ponte encontacto conmigo urgentemente.Estoy un poco asustada. Muchasgracias.

Antonio Lozano & AlvaroColomer

El chico quevivía encerrado

en una

habitaciónSaga: Terror en la red - 01

ePub r1.0Rocy1991 04.09.14

Título original: EL chico que vivíaencerrado en una habitaciónAntonio Lozano & Alvaro Colomer, 2012

Editor digital: Rocy1991ePub base r1.1

A Nerea Cortés, con el deseode que sea tan valiente como

la protagonista a la que cedióel nombre, y a Paula Prats,

con la esperanza de quecontinúe leyendo todos

nuestros libros.

WWW. PRIMERAPARTE

http://1_SOLO PORPRIMERA VEZ

Algo inquietaba a Jonathan. Nosabía por qué se sentía tan alterado,pero una extraña sensación se habíainstalado en su interior y ahora deseabacon todas sus fuerzas que sus padresregresaran de la cena a la que habíanasistido. Lo que le había invadido no eraexactamente miedo, sino una especie dealerta previa a su aparición, unaadvertencia de que el miedo podíapresentarse en cualquier momento, laantesala del más horrible y espantoso

terror.Era la primera vez que lo dejaban

solo. Habían intentado contratar a lacanguro de siempre, una veinteañeraentrada en carnes que se pasaba la nocheviendo la MTV y hablando por teléfonocon su novio, pero Jonathan habíainsistido en que, cerca de cumplir losdoce años, ya no necesitaba cuidadora.¡Y menos a la estúpida de Mel!, que lehabía hecho de canguro desde que teníauso de razón y que poseía un sentido delhumor tan macabro que a veces, siendoJonathan todavía pequeño, apagaba elinterruptor general de la luz, se colocabauna linterna bajo la barbilla y le

aterrorizaba mostrándole las extrañassombras que se formaban en su rostro.No, Jonathan ya no quería que Melpasara las noches con él y aquel díasuplicó a sus padres que lo dejaran solo.Les dijo que necesitaba sentirse mayor,que quería conocer la soledad, queansiaba comprobar que ellos confiabanen él. Al principio su madre se mostróreacia, pero el padre se enorgulleciótanto de su vástago que convenció a suesposa para que empezara a tratarlocomo a un adolescente. «Tu hijo se haconvertido en un hombrecito», le susurrómientras le pasaba una mano por elcuello. Y así fue cómo, por primera vez

en su vida, Jonathan se quedó al cuidadode la casa y de sí mismo.

Lo primero que hizo cuando suspadres se hubieron marchado fueencender todas las luces. Aunque sehabía hecho el valiente delante de ellos,no se sentía a gusto rodeado deoscuridad, así que recorrió todas y cadauna de las habitaciones de la casaaccionando los interruptores yasegurándose de que las ventanasestuvieran cerradas. También conectó eltelevisor para que las voces le hicierancompañía. Mientras hacía todo esto, ibasilbando una tonadilla para convencersede que no pasaba nada, incluso de que

se estaba divirtiendo.Cuando hubo terminado, deambuló

por el apartamento buscando algo con loque entretenerse. A ser posible, algonormalmente prohibido. Al fin sepresentaba la oportunidad de realizaraquellas cosas que sus padres no lepermitían hacer, como ver una películasanguinolenta, comerse una bolsa depatatas fritas o jugar a la pelota en elsalón. Ahora tenía el mundo en susmanos y no quería desaprovechar laocasión de estrujarlo.

No tardó en entrar en el despacho desu progenitor y quedarse mirando,embobado, el ordenador portátil al que

tenía restringido el acceso. En el colegiole habían enseñado a usar el sistemaoperativo, pero en casa considerabanque no había alcanzado la edadsuficiente como para navegar porInternet sin la supervisión de un adulto.Por eso, su padre le había prohibidotajantemente que tocara el portátil si élno estaba delante. Pero la noche en quese quedó solo por primera vez, la del 3de febrero de 2011, decidió saltarse lasnormas.

Antes de llevar a efecto su travesura,se dirigió a la cocina, hundió un dedo enel tarro de Nocilla y bebió Coca-Coladirectamente de la botella. ¡Qué mayor

se sentía haciendo estas cosas! Después,cuando ya se hubo saciado, caminó hastael recibidor y corrió el cerrojo de lapuerta principal. Sus padres le habíandicho que no lo hiciera, porque esoimpediría que ellos entraran cuandovolvieran de la cena, pero Jonathanpensó que, si por cualquier circunstanciaregresaban antes de lo previsto y loencontraban sentado ante el portátil, lecastigarían durante varios días sin ver latelevisión y, peor aún, sin jugar con laPlayStation. Así que, saltándose otranorma, echó el cerrojo y, más tranquilo,regresó al despacho. Siempre podíaalegar en su defensa que había oído

ruidos extraños y que había preferidotomar precauciones.

Desde el quicio de la puerta,observó ese ordenador que parecíaaguardar su profanación y esa otra sillaque, un poco ladeada, le incitaba atomar asiento. Una suave brisa acariciósu nuca empujándolo a adueñarse deaquel espacio sagrado. Sintió que lascircunstancias le eran propicias, que losobjetos reclamaban su presencia, que elsilencio invocaba su nombrerecordándole una y otra vez que ya eramayor para cumplir sus deseos. Aquelloera como estar muriéndose de sed yrechazar un refresco helado.

En el despacho no había lámpara detecho. Su padre, un crítico literario quese pasaba las horas encerrado en aquellahabitación, decía que le gustaba escribiren penumbra, con un pequeño flexocomo única fuente lumínica. En muchasocasiones, Jonathan lo había estadoobservando desde la puerta. La figura deaquel hombre encorvado sobre elescritorio, sosteniendo con los labios uncigarrillo que jamás encendía pero quele recordaba la época en que fumaba,siempre rodeado de un silencioabsoluto, encandilaba a su hijo. En supadre no veía al afamado intelectual alque tantos admiraban, sino al hombre

silencioso que, muy de vez en cuando, leobservaba por encima de algún libro,como si se preguntara quién era esechavalito que corría por la casa o comosi se maravillara de que ese jovenzuelofuera su hijo.

En realidad, hubo un tiempo en queJonathan odió los libros con todas susfuerzas. Le parecían tropas enemigasque asaltaban incansablemente lafortaleza que era la atención de supadre. No obstante, con el paso deltiempo Jonathan comprendió que esamanera de observarle era su particularforma de mostrar amor. Finalmente,había aceptado que el hombre que lo

trajo al mundo era un padre distinto alos demás, uno que prefería el silencioal bullicio, la soledad a la compañía, lacontemplación a la práctica. Y era tancuriosa esa forma de ser, causaba tantasorpresa en un niño acostumbrado alcarácter expansivo de los padres de susamigos, que Jonathan no podía más quemirarlo como quien contempla el fuego:con una admiración no exenta de temor.

Todo esto hacía que entrar en sudespacho alcanzara la categoría deprofanación de un templo, de un lugar alque sólo se podía acceder atesorandouna inteligencia superior. Y quizá fueraese mismo afán por entender cómo

funcionaban las cosas, ese interés porabrirse a realidades ocultas, esanecesidad de adquirir conocimientosque había aprendido de su padre, lo queimpulsó a Jonathan a acercarse a aquellamesa, encender el flexo y tomar asientofrente al ordenador.

Mientras la pantalla se encendía,miró hacia el espejo que colgaba en unade las paredes y vio su propio reflejosentado a la mesa. Por un instante sesintió alguien importante, un hombrehecho y derecho, y sonrió al reconoceren sus facciones algunos de los rasgoscaracterísticos de su padre. De formainconsciente la visión de ese doble le

hizo sentirse protegido y retrasó lallegada del miedo, como una ficha delparchís que al ser devorada debe volvera la casilla de salida.

Enseguida empezó a navegar. Sepasó delante de la pantalla más de doshoras, buscando páginas sobre laspelículas que más le gustaban,repasando la web de su propio colegio ycotilleando en la red social en la que sehabía dado de alta dos semanas antes,durante una clase práctica del colegio,cuando uno de sus amigos aprovechó eldespiste del profesor para entrar en esapágina y crear su propio perfil. Después,ese mismo chico incitó a Jonathan a que

hiciera lo mismo y, presa de laexcitación del momento, él también secreó una cuenta en uno de los portalessociales más importantes del momento:Facebook. No obstante, desde aquel díano había tenido ocasión de entrarnuevamente en la web, por lo que esanoche se lanzó con voracidad a agregara cuantos amigos le habían enviado unasolicitud. En apenas veinte minutos,Jonathan aceptó la petición de ochenta ycuatro personas, la mayoría compañerosdel colegio o amigos del pueblo, perotambién algunas desconocidas.

Cuando sus ojos empezaban a acusarcansancio, abandonó el despacho para ir

a buscar un jersey, ya que le dio laimpresión de que hacía más frío queantes, como si alguien hubiera abiertouna ventana y el invierno se hubieracolado en el domicilio. Fue entoncescuando volvió la inquietud.

Por un instante deseó que sus padresregresaran de la cena. Supuso que sunerviosismo no era más que unareacción derivada de la repentina oleadade frío que había invadido la casa y, enconsecuencia, dedujo que desapareceríatan pronto como se abrigara. Se dirigió asu dormitorio para rebuscar entre loscajones algo con lo que cubrirse y derepente, cuando ya había cogido una

sudadera adornada con el logotipo delos Lakers, todas las luces de la casa seapagaron. La oscuridad le rodeóbruscamente, como un manto tenebroso,y la sensación de frío se acrecentó hastatal punto que le puso la piel de gallina.

A los pocos segundos, viendo que laluz no regresaba, Jonathan sintió pánico.No estaba preparado para algo así. No,no lo estaba en absoluto. El miedo habíarecuperado el terreno a una velocidadasombrosa. Ahí estaba, soberano yferoz, adueñándose de todos losrincones de su alma.

Estuvo a punto de llorar. No sabíacuándo regresarían sus padres y

tampoco se atrevía a llamarlos.Telefonearlos sería una demostración dedebilidad que sólo serviría para quenunca más lo dejaran solo. Evaluó laposibilidad de abrir la portezuela delcontador de electricidad y mirar sipodía devolver la luz accionandoalgunos de los interruptores, peroaquello supondría una falta mucho másgrave que el uso del ordenador. Suspadres le habían prohibido navegar porInternet y ver películas de miedo en suausencia, pero tocar el cuadro de luces yla caldera de gas rozaban el ámbito delo delictivo. También pensó en salir dela casa y llamar al vecino pidiéndole

ayuda, pero rechazó esa posibilidad tanpronto como imaginó al hijo delmatrimonio que vivía en la puerta de allado, un chico de su edad con quien sehabía peleado en varias ocasiones,llamándole cobarde, gallina y llorica.

De modo que, plantado en medio delpasillo y sin una triste cerilla con la quealumbrar la estancia, decidió que lamejor solución sería salir a la terraza.Pensaba que las luces de la ciudaddisiparían el miedo a la oscuridad, y yase dirigía hacia el balcón cuando, alpasar de nuevo frente al despacho de supadre, se dio cuenta de que el ordenadorcontinuaba encendido. La batería del

portátil le proporcionaba autonomíasuficiente como para no depender de losfusibles de la casa y, como el aparatoemitía un buen chorro de luz, Jonathanabandonó la idea de salir a la terraza,prefiriendo quedarse en el despacho.

Aun cuando el ordenadorfuncionaba, no había Internet. El módemdependía de la corriente eléctrica, porlo que ya no podía navegar. Estoaumentó su malestar, dado que ahoraestaba forzado a permanecer frente a lapantalla sin hacer nada, dejando que suimaginación se excitara con la oscuridaddel pasillo, temiendo a cada instante queapareciera un monstruo y se lo llevara.

Ya tenía edad para haber abandonado lacreencia en seres malignos, pero larepentina oscuridad que cubría la salahizo que rebrotaran sus temores deinfancia y que se sintiera acogotado antela noche cerrada que se había instaladoen el piso. Además, cuando levantó lamirada hacia el espejo donde poco antesse había visto reflejado, le parecióentrever una sombra a sus espaldas,como una mancha negra con formahumana. Esto le asustó tanto que dejó dereprimir las lágrimas para ponerse allorar. Sabía que todo era fruto de sufantasía, pero la oscuridad le aterrabatanto que no pudo contenerse.

Al cabo de un rato, cuando ya sehubo cansado de llorar y cuando se hubojurado a sí mismo que no permitiría quesu imaginación le jugara otra malapasada, buscó en el menú del disco duroalgo con lo que entretenerse. Sabía queel sistema operativo traía juegosintegrados y, tras husmear durante unrato en las entrañas de esa máquina,encontró el Buscaminas.

Pasó la siguiente media horatratando de localizar todos los espaciosen blanco del gran tablero que habíaaparecido en pantalla, pero algo vino ainterrumpir su diversión cuando menoslo esperaba. Se trataba de un chasquido,

un ruido seco procedente de algunahabitación, quizá de la más lejana detodas.

El miedo hizo un nudo con sustripas. El frío se había intensificadohaciéndole exhalar bocanadas de airegélido, la oscuridad parecía aún másinsondable que antes y el silencio seconvirtió en algo ensordecedor. Laimaginación de Jonathan le jugó, denuevo, una mala pasada al crear formasimposibles entre las sombras: una caraarrugada junto a la puerta, unas enormesarañas caminando entre los libros, unobjeto metálico asomando por el plieguede la cortina… Por un momento pensó

en la posibilidad de que Mel, la canguromalvada, se hubiera presentado en lacasa sin decirle nada, con la intenciónde darle un gran susto. Si bien Jonathanno quería ser víctima de una broma deese calibre, se alegró de que la chicapudiera haber entrado, pero el silencioque dominaba el lugar resultaba tanaplastante que enseguida desestimó esaopción.

No podía salir del despacho porquelas piernas no le respondían y porquetampoco quería arriesgarse a tropezarcon los seres diabólicos que habitan laspenumbras. Entonces escuchó unsegundo chasquido, esta vez un poco

más intenso, como si la fuente de esosruidos se aproximara.

No quiso esperar más y agarró elteléfono resuelto a llamar a su madre.Sabía que eso retrasaría en algunos añossu conversión en adulto, pero en aquelmomento tenía tanto miedo que no pudocontenerse. Y no había empezado abuscar el número en la agenda cuandouna sombra cruzó por delante de lapuerta. Eso terminó de paralizarlo,dejándolo con los dedos agarrotados,incapaz de apretar ninguno de los iconosde la pantalla táctil, pensando que habíallegado el final.

Ahora no había duda: alguien había

entrado en el piso. Y no traía buenasintenciones. Si hubiese recordado algunaoración, Jonathan se hubiese puesto arezar en aquel momento.

Dos horas después, cuando suspadres regresaron, no encontraronninguna dificultad para abrir la puertaprincipal. El cerrojo no estaba puesto yla luz se encendió tan pronto comoaccionaron el interruptor. Todo estabaen orden. Salvo un detalle: su hijo habíadesaparecido.

http://2_LA SOPADE VERDURAS DE

LA TÍA LIZ

El reloj marcaba las 20:07, lo quesignificaba que faltaban exactamente 23minutos para que Nerea Wells tuvieraque sentarse a cenar. Ni 22, ni 24, sinojusto 23. El motivo por el que su tía Lizservía cada noche la cena a las 20:30 enpunto era que a las 21:00 empezaba sutelediario preferido. Y es que, si habíaalgo que su tutora, la mujer que se habíaconvertido en su madre adoptiva desde

que murieron sus padres, no se perdíajamás eran las noticias, las cuales leexigían tanta concentración que poníalos cinco sentidos en ellas. Enconsecuencia, a las 20:58 la comidatenía que haber sido deglutida, la mesadespejada y los platos fregados, de caraa que a las 20:59 ella se pudiera plantarfrente al televisor a la espera de latonadilla que indicaba el inicio de suinformativo.

Liz quería estar al día de cuantoocurría en todos los rincones delplaneta. Era casi una obsesión, un ritualque le estructuraba la jornada, una formade afianzar esa rutina que tanto le

gustaba. A menudo soltaba ante susobrina frases como «El que no seinteresa por lo que pasa en el mundo noes que sea un ignorante, es que es uninmundo», y después lanzaba una sonoracarcajada, orgullosa como estaba deljuego de palabras que acababa de hacer.Pero también tenía máximas másprofundas, como «Viajar es caro, perosaber es gratis», «La cultura no sólo esgratuita, sino que además es nutritiva» o«Una sólo entiende la realidad si conocesus adornos».

A veces Nerea se preguntaba si esapuntualidad enfermiza, esa obsesióntotalmente exagerada por sentarse frente

al televisor justo cuando empezaban lasnoticias, no se debía a que bajo la pielde su tía en verdad se escondía un robotprogramado para servir la cena conprecisión digital. Tan grande era estaduda que, en ocasiones, cuando Liz sequedaba dormida en el sofá, Nereasentía la tentación de levantarle lacamiseta en busca de circuitos eléctricoso de tocarle el cráneo para comprobar sialgún cable asomaba entre la cabellera.Tampoco la había visto nunca ligera deropa o en remojo, lo que aumentaba lassospechas. Su tutora aseguraba teneralergia a los rayos del sol y, dado queuna gitana le había leído la mano de niña

y profetizado que moriría ahogada,jamás se había bañado en el mar. Dehecho, pronunciar la palabra mardelante de ella era peor que gritar«¡fuego!» en una tienda de muebles.

Ahora quedaban 21 minutos para lacena. Tictac. Tictac. Tictac. Con eseescaso margen de tiempo, Nerea teníaque escoger entre tres opciones: 1)acabar los deberes de Lengua (la másurgente, pero menos excitante); 2) darseuna ducha rápida (la más necesaria, perotambién más molesta); y 3) escuchar porenésima vez en lo que iba de tarde elCD de Devils in Pekin (la menosresponsable, pero también más

divertida). ¡Qué sencillo sería el mundosi uno pudiera hacer tres cosas a la vez!En ocasiones, Nerea se preguntaba porqué demonios no habían inventado uniPod sumergible, o un ordenador aptopara bañeras, o un teléfono móvil quefuncionara bajo el agua. Nerea noentendía por qué las empresastecnológicas se empeñaban en sacaranualmente nuevos modelos de susaparatos en vez de solucionar losproblemas más urgentes de lahumanidad, como podían ser los quecomplicaban la vida de una niña detrece años con mucho trabajo y pocotiempo. En el caso de que algún día

tuviera poder, ciertos asuntos iban amejorar una barbaridad.

Cuando el sentido del deber, quetenía muy arraigado, estaba a punto dellevarla a sentarse para realizar losdeberes de Lengua, un pitido la alertó deun mensaje entrante en el teléfono móvil.Podía tratarse de un SMS de Brigid, laúnica amiga que también disponía demóvil, o bien de su hermano Alex, conquien de vez en cuando intercambiabafrases a través del teléfono que su tutorale había comprado recientemente.

Si bien era cierto que la tía Lizpodía mostrar comportamientos de lomás estrafalarios, también lo era que

dichas rarezas quedaban compensadaspor una generosidad sin límites. ANerea la colmaba de caprichos, entrelos que se encontraba el teléfono móvilque ahora tenía entre las manos. Liz veíacon buenos ojos cualquier mecanismoque aumentara las posibilidades de queuno estuviera bien informado, motivopor el cual Nerea siempre poseía, paraadmiración de sus compañeros de clase,las últimas tendencias en aparatostecnológicos. Otra cosa era que luegolos empleara para «estar informada», yaque ella prefería usarlos para divertirsellamando o enviando mensajes a laúnica amiga que también tenía acceso a

esos cachivaches. Y eso es precisamentelo que ocurrió aquella noche, cuandorecibió el mensaje de Brigid, con quienNerea intercambió, durante lossiguientes 17 minutos, un buen montónde SMS sobre Devils in Pekin y sobreBrian, un chico del que Brigid estabaenamorada y que a Nerea le parecía taninteresante como el cordón de un zapato.Y en ésas estaba cuando, a las 20:30, noa las 20:29, ni a las 20:31, la voz de latía Liz resonó en todo el apartamentoinformando de que la cena estabaservida.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó Nerea con la cara desencajada,

como si hubiera visto a un gnomopatinando sobre su plato.

—¿El qué? —respondió su tía Lizcon aire distraído, a pesar de saberperfectamente a qué se refería susobrina.

—¡Ayer ya cenamos sopa deverduras!

—Te equivocas. Anteayer cenamossopa de verduras. Ayer, puré de patatas,y hoy repetimos la sopa de verduras.Tómatela, ¡anda!, que me ha salidoriquísima… y no es porque lo diga yo.

—¿Y quién lo dice, si no?—Pues tú de aquí a un segundito, si

es que eres una niña sincera.

—¿No podríamos tomar algo mássólido de vez en cuando? —replicómientras dirigía la primera cucharadahacia su boca.

—Míralo de otra forma: piensa en loafortunada que eres, porque, si hubierasnacido en cualquier país pobre de losmuchos que hay en el mundo, no podríascomer una sopa tan nutritiva.

Nerea sabía que no había forma dediscutir con su tía. Para empezar porqueel 99 por ciento de las veces le asistía larazón. Parecía tener respuesta para todassus quejas y sus salidas solían serocurrentes, incluso divertidas, cuando lomás fácil para ella hubiera sido poner

cara larga y obligarla a comer sinrechistar. De modo que Nerea seempezó a tomar la sopa, en realidadbastante sabrosa, aun cuando sólo loconfesó al terminar el plato. Estoocurrió a las 20:48, momento en el queempezó a recoger la mesa y a fregar losplatos antes de que arrancara el sagradotelediario. Cuando el reloj marcó las21:00, escuchó la musiquilla queanunciaba el inicio de las noticias ypensó que al menos existía cierto ordenen el universo.

Lo primero que hizo Nerea al entraren su cuarto fue alimentar a Pancracio,el pez de colores comprado por su tía

Liz en homenaje a aquel otro pez que supadre juró regalarle poco antes delfatídico accidente de tráfico en el quemurió, junto a su madre, dos años antes.

Nerea nunca hablaba de aquello; aeste respecto era un muro infranqueable.Ni siquiera con Liz, que durante losprimeros meses, cuando tuvo que asumirla tutela de sus dos sobrinos, Alex yNerea, se esforzó de un modosobrehumano por hacer que recuperaranla sonrisa, algo que sólo ocurrió con elpaso del tiempo y tras aplicar unasextraordinarias dosis de paciencia. Pesea esto, el carácter de Nerea nuncavolvió a ser el mismo. Puedes volver a

pegar los trozos de un jarrón roto, perojamás podrás disimular sus grietas. Aveces se encerraba en su habitación, aoscuras, y lloraba durante horas. Enotras ocasiones, mientras veía latelevisión, su rostro se ensombrecíarepentinamente, como si la pena sehubiera metido en su espíritu, y seabrazaba las rodillas, y escondía elrostro entre las piernas, y trataba dedisimular sus lágrimas, y sus pequeñoshombros subían y bajaban al ritmo desus sollozos. Cuando esto ocurría, la tíaLiz se sentaba a su lado y, sin decir niuna palabra, la abrazaba.

La última vez, Nerea le pidió que,

de nuevo, le enseñara el álbum de fotosfamiliar. Juntas estuvieron contemplandolas instantáneas en las que sus padresaparecían sonrientes, junto a sus doshijos, llenos de vitalidad. Mientrasmiraban esos retratos, la tía Liz explicócosas sobre sus progenitores que Nereaconocía de sobras, pero que no secansaba de escuchar: el día en que secasaron, el modo en que hablaban de sushijos ante los amigos, los planes defuturo que tenían… También le narróaquella historia que tanto le gustaba: lade la noche en que se conocieron,cuando su padre tuvo que dar un bofetóna un borracho que, en medio de un bar,

intentó besar a la que sería su futuraesposa. A Nerea le encantaba aquellaanécdota porque le permitía fantasearhasta la exageración. Así, mientras Lizle susurraba la historia al oído, ellaimaginaba a su padre, un joven fuerte ydecidido, entrando en aquel garitosemiclandestino, un tanto oscuro, llenode marineros beodos. Su madre estaríasentada en una esquina en penumbra, conuna copa sobre la mesa, mirando alhombre que acababa de cruzar lasportezuelas dobles que daban acceso albar. Entonces él se fijaría en ella y,¡zas!, el amor los atravesaría como unrayo partiendo el cielo. Después

aparecería el borracho, sin duda un serdespreciable con un olor nauseabundo, yse acercaría a la mujer de la esquina, lacogería de la muñeca con fuerza y laobligaría a levantarse. Cuando tratara dedarle un beso sin su consentimiento,alguien le detendría. Ese alguien sería elpadre de Nerea, que empujaría alborracho contra la barra y que lesoltaría un bofetón, ¡no: mejor unpuñetazo!, en toda la cara. Acontinuación, el joven fuerte y decididopreguntaría a la mujer solitaria si seencontraba bien y ella le daría lasgracias regalándole el beso que negó alotro. Así deformaba la imaginación de

Nerea la historia que le contaba su tía,la cual estrechaba aún más sus lazos,permitiéndoles recordar, abrazadas, alos que se habían ido. Curiosamente,mirar las fotos no la entristecía; muy alcontrario, la reconfortaba.

Lo segundo que solía hacer Nereadespués de cenar era ponerse el pijama,aunque en esta ocasión, dudando sobresi terminaría duchándose o no, loaplazó. No olvidaba que había dejadolos deberes por rematar, pero había unatarea que tenía preferencia sobre todaslas demás, incluyendo escuchar a losDevils in Pekin.

Desde que su hermano Alex

empezara la carrera de Filosofía y sefuera a vivir a una residenciauniversitaria, cada noche se escribían através de Facebook. Nerea no queríaadmitirlo delante de él ni de su tía, peroechaba terriblemente de menos a Alex.Pese a los seis años de diferencia,siempre habían estado muy unidos. Trasla muerte de sus padres, Alex se habíavolcado aún más en cuidarla y en jugarcon ella, demostrando que jamás seconvertiría en el hermano mandón opasota que solían tener sus amigas, sinoque siempre sería una especie de escudoprotector, de cinturón de seguridad, demapa con el que guiarse en el arduo

camino de la vida. De hecho, en unaocasión le dijo que siempre podríacontar con él. Se lo juró en elcementerio el mismo día en queenterraron a sus padres bajo una lluviainfernal.

Nerea recordaba perfectamenteaquella tarde: los familiares vestidos denegro, el coche fúnebre, las coronas deflores… Fue el día más triste de su vida,pero, de repente, cuando un dolorterrible le oprimía el pecho, su hermanole puso las manos en las mejillas y lejuró por lo más sagrado que jamás, bajoninguna circunstancia, la dejaría delado. Y aquella promesa realizada frente

a la tumba de sus padres se convirtió enlo único que pudo restarle algo dedesolación al mundo en un momento tanespantoso.

Nerea entendía que su hermanoprefiriera vivir en un campusuniversitario, ya que el sistemaeducativo hacía necesario que seinstalara en la residencia situada junto ala facultad, pero se sentía un tantodolida porque en el fondo considerabaque había algo de abandono en aquelladecisión. De ahí que le hubiera hechojurar que, durante sus años en launiversidad, estarían en contactopermanente. Y así había sido. Cada día

uno de ellos lanzaba un mensaje porFacebook que el otro contestaba antesde que transcurrieran veinticuatro horas.Ninguno de los dos había fallado jamásy Alex, demostrando que sus promesaseran sagradas, solía ser el primero enescribir.

Aquella noche Nerea encendió elordenador y se conectó a la red social.Mientras se abría la página, recordó conuna sonrisa el mensaje que la nocheanterior Alex le había enviado trasenterarse de que ella quería apuntarse aclases de paracaidismo. El textoacababa con estas palabras: «Siemprehas sido una valiente, Uñitas». Así la

llamaba, «Uñitas», por la costumbre demordisqueárselas desde su más tiernainfancia. Por supuesto, él también teníaun apodo, resultado de su sueño fallidode convertirse en astronauta. De maneraque esa noche, tras comprobar que Alextodavía no le había enviado ningúnmensaje y extrañándose de semejanteolvido, Nerea escribió: «QueridoSaturno…».

http://3_EL RAPTODE SATURNO

Alex Wells despertó con un terribledolor de cabeza. La oscuridad imperabaa su alrededor y el suelo vibraba comosi estuviera tumbado sobre el tejado deun vagón de tren. Nunca se habíalevantado con el cuerpo tan entumecidoy una sensación de mareo tan terrible.Quiso echarse una mano a la frente paracomprobar si tenía fiebre, pero algo leimpidió mover los brazos. No tardó encomprender que tenía las manosamarradas con una cuerda que bajaba a

lo largo de su cuerpo hasta formar otronudo en sus tobillos. ¡Estaba atado y unavenda cubría sus ojos!

«Pero ¡qué diablos!», pensó.Durante varios minutos trató de

deshacerse de la soga, pero, por másque se agitaba, no lo conseguía.También quiso acurrucarse, adoptandouna posición fetal, para alcanzar lavenda de sus ojos con los dedos. Sinembargo, cuanto más estiraba losbrazos, más se tensaban los dos nudosque lo aprisionaban. Al final,comprendiendo que no podría liberarse,prestó atención a sus otros sentidos, enespecial al oído, tratando de averiguar

dónde se encontraba. El suelocontinuaba vibrando y un rugidoconstante rebotaba contra las paredes,probablemente metálicas, que formabanel receptáculo donde había sidodepositado.

De pronto la sala dio una especie desalto y Alex rebotó contra uno de losmuros laterales. Se dio un golpe con lacabeza que lo dejó aún más aturdido. Acontinuación oyó un bocinazo y a alguiengritando. Ya no tenía dudas: estabamaniatado, amordazado y vendado en laparte trasera de una furgoneta que debíade circular por el centro de la ciudad.

Las náuseas aumentaban a medida

que se iba dando cuenta de que estabasiendo víctima de un secuestro. Era unaidea completamente absurda, algo quesólo pasaba en las películas, pero no sele ocurría otra posibilidad. ¿Quiéndemonios querría raptarlo? Su familia,en verdad compuesta por su tía Liz y suhermana Nerea, no tenía demasiadodinero, así que descartaba que alguienpretendiera un rescate por un simpleestudiante de Filosofía sin más ahorrosque los restos de una beca de escasadotación. Claro que, pensándolo bien,tal vez el secuestrador no buscabasolicitar dinero a sus parientes, sino a launiversidad o al ayuntamiento, caso en

el cual cabía suponer que su captorperteneciera a una banda organizada oincluso a un grupo terrorista. Estaposibilidad también le pareciódisparatada, ya que nunca había leídoninguna noticia —y él estaba bieninformado, como le había inculcado sutía— sobre un secuestro a un estudiantede su país por motivos políticos. Asípues, buscó en su machacada cabezaotras causas por las que podríaencontrarse en esa situación, hasta quecayó en una opción mucho másplausible.

Alex estudiaba primero de Filosofíay recientemente había ingresado en una

residencia, donde había conocido aDavid, su compañero de habitación. Esechico, un alumno de cuarto de carreraque había ido aprobando los exámenesmás por su habilidad para esconderchuletas que por su esfuerzo intelectual,se había mostrado algo antipático desdeel día en que se conocieron. Más queantipático, estúpido y con un punto dechulería barata. Alex recordaba que,mientras él deshacía la maleta, Davidentró en la habitación y, tan sólo verlo,dijo:

—Vaya, vaya, vaya, ha llegado elnovato.

A Alex no le gustó el recibimiento.

Observó al recién llegado con cautela,como quien estudia un artefactoincendiario, y se guardó mucho deverbalizar su primera impresión.

David era alto, delgado y pelirrojo.Tenía un pendiente en forma de cruz enla oreja izquierda, se había dejadocrecer las patillas varios centímetrospor debajo de las orejas y lucía unacicatriz en el centro del labio superior.Parecía desaseado, lo que cuadraba conel desorden que imperaba en lahabitación. Pero lo peor no era suaspecto, ni sus diferencias con lalimpieza, sino los aires de superioridadque emanaba, como si su condición de

veterano le permitiera mirar a los demáspor encima del hombro. Vestía unacamiseta a la que había recortado lasmangas sin duda con la intención delucir aquellos bíceps tan bien trabajadosen el gimnasio. Algún tiempo después,cuando ya se hubieron conocido mejor,Alex llegó a la conclusión de que, siDavid hubiese dedicado el mismotiempo al estudio que al cultivo de sucuerpo, se habría convertido en unauténtico intelectual. Pero en aquellaprimera ocasión no sacó tantasconclusiones. Simplemente disimuló suenojo por haber sido llamado «novato»y, tratando de ser amable, ofreció su

mano al desconocido, quien respondióal saludo con una pregunta:

—¿Sabes que todos los estudiantesrecién matriculados tienen que pasar unaprueba?

—¿Una prueba?—Bueno, unos lo llaman prueba, y

otros, novatada.Alex sabía que en las residencias

universitarias, al igual que antaño en loscuarteles militares, se había puesto demoda gastar bromas pesadas a losnuevos estudiantes. Debía de estarrecibiendo una primera advertenciasobre lo que se le venía encima.

—¿Qué tipo de novatada?

—¡Ah!, eso nunca se sabe —respondió David al tiempo que apartabaa Alex de un manotazo y se ponía arevisar su maleta—. Un día te levantarásy ocurrirá algo que no esperas. Quizásese día sea mañana o tal vez dentro deun mes. La incertidumbre forma partedel juego.

—Incertidumbre —repitió Alexmientras veía a su compañero de cuartosacando las camisetas de su propiamaleta y tirándolas al suelo con totalimpunidad.

—Sí, la deliciosa incertidumbre —remató David esbozando una mueca delo más perversa.

—¿Y no hay forma de librarse?La sonrisa de David se transformó

en una carcajada y, moviendo el dedoíndice de una de sus manos, indicó queno, no la había.

—Además, tu novatada será máscruel de lo habitual.

—¿Por qué?—Porque el chico que el año pasado

compartía dormitorio conmigo era muyquerido por los otros estudiantes de launiversidad. Un tipo fantástico, sí,señor. Y tú no pareces llegarle a lasuela del zapato.

—Yo también puedo ser muysimpático.

David lo miró de hito en hito antesde decir:

—Pues no lo pareces.A continuación dejó de hurgar en

maleta ajena, se dirigió hacia la puertay, antes de salir, murmuró:

—Recuerda, amigo, la novatadallegará cuando menos te lo esperes…

Y ahora Alex se encontraba en laparte trasera de una furgoneta, atado demanos y pies, imposibilitado de vernada por culpa de la venda, nerviosoante la incertidumbre —de nuevo, laincertidumbre— que se cernía sobre supersona.

Tratando de entender las

circunstancias que habían propiciado elinicio de la broma, se esforzó porrecordar cómo había llegado hasta lafurgoneta. Se acordaba de estar frente alordenador, en su habitación de laresidencia, sobre las 23:45. Dos horasantes había recibido un mensaje enFacebook de Uñitas que empezaba consu habitual «Querido Saturno…» y querelataba las vicisitudes de su jornadaescolar. Aunque lo normal hubiera sidoque él hubiese respondido de inmediato,no lo había hecho porque tenía queterminar un trabajo que un profesor lehabía impuesto y, cuando puso el puntofinal a dicha labor, se entretuvo

contestando otros mensajes escritos poramigos de la red.

También agregó a unos cuantosconocidos, entre los que se contabanalgunos estudiantes de su facultad, y a unpar de individuos cuyos seudónimos noreconoció, pero a quienes agregó porconsiderar que, si pedían su amistad,sería por algo. Esto era lo último querecordaba. El resto era un vacío, unespacio en blanco durante el cual habíasaltado de su habitación a aquelvehículo. Suponía por el dolor decabeza que alguien le había golpeadocon un objeto pesado mientras revisabalos mensajes del Facebook y que,

aprovechando que se había quedadoinconsciente, lo había trasladado hastael vehículo.

Al cabo de un rato, cuando susbrazos y piernas ya empezaban adormirse por culpa de la posición que lacuerda le obligaba a adoptar, el motorse detuvo. Alex distinguió perfectamenteel tintineo de las llaves siendo sacadasdel contacto, el portazo del conductor yel crujido de la puerta trasera al abrirse.Después notó a alguien agarrando suspiernas y tirando de su cuerpo hacia elexterior.

—Oye, David, te has trabajadomucho la broma—dijo—. Felicidades,

tío, pero estás yendo demasiado lejos.Nadie contestó. Simplemente notó

que le cogían del brazo y le obligaban acaminar, siempre con pasos breves porculpa de las ataduras. Aunque no podíaver, su olfato detectó humedad y suscodos rozaron las paredes del estrechopasillo por el que le obligaban aavanzar. Su secuestrador caminaba a suespalda, porque el corredor erademasiado estrecho para hacerlo a sulado y, cuando Alex se detenía pormiedo a tropezar, el otro le arreaba unapalmadita en la cabeza, indicándole quecontinuara avanzando.

—Venga, David, suéltame de una

vez —insistió—. Esto no tiene gracia.Entonces el individuo le hizo

detenerse. Alex pensó que le retiraríanla venda y que un montón deuniversitarios se burlarían de él. Pero,en vez de eso, oyó el tintineo del mismomanojo de llaves. Después percibió elsonido de una cerradura cediendo y elchirrido de los goznes de una puerta. Y,cuando menos se lo esperaba, una manole dio un empujón tan potente que Alexno pudo mover las piernas a lavelocidad del cuerpo y cayó de brucesdentro de una sala que, a juzgar por elolor y el tacto, debía de estar totalmenteenfangada. Luego, el silencio. Aquello

ya no era una broma pesada. Aquelloempezaba a dar miedo de verdad.

Los oídos de Alex fueronadaptándose a esa quietud hastadistinguir algunos sonidos muy débiles,probablemente la respiración de otraspersonas.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó.Nadie respondió, pero los sollozos a

su alrededor hicieron patente que noestaba solo.

—¿Hay alguien ahí? —repitió.—¡Calla! —replicó una voz.—Quitadme la venda.—Cállate —añadió una segunda voz

—. Se enfadará.

—Quitadme la venda, por favor.Unas manos desataron el nudo de la

tela que cubría sus ojos y otras hicieronlo propio con la cuerda que le oprimíamuñecas y tobillos. Al verse liberado,Alex se frotó los ojos con fuerza,tratando de recuperar la visión, perotodo continuaba dominado por laoscuridad. A lo sumo pudo distinguirtres, quizá cuatro sombras apostadas enlas esquinas de aquella suerte demazmorra donde había sido arrojado.

—¿Quiénes sois? —preguntó entresusurros.

—Rehenes.—¿Rehenes?

Alex se acercó a uno de ellos, pero,cuando estiró la mano para tocarlo, éstese estremeció, doblando todavía más lasrodillas y lanzando un gemido aterrador.

—Déjala —dijo una voz desde otraesquina—. Se está volviendo loca, comotodos nosotros.

—Pero…, ¿cuánto hace que estáisaquí? —preguntó Alex.

—Yo llevo aquí más de tressemanas —dijo la misma voz—, y ella,más de dos semanas…

—Y yo, diez días —añadió unasegunda voz.

Alex no podía creer lo queescuchaba. Estaba encerrado en una

mazmorra oscura con tres personas más,una de las cuales llevaba tres semanas,nada más y nada menos que tressemanas, metida ahí dentro.

—Pero…Antes de que pudiera continuar, un

punto de luz, casi una flecha, rasgó laoscuridad de la celda. Cuando Alex sevolvió para descubrir la procedencia deaquella luz, vio que su secuestradorhabía abierto la mirilla desde el exteriory distinguió claramente un ojo asomandopor el agujerito. Tenía la pupila grande,más negra que un pozo, con las venasalrededor del iris tan marcadas queparecían dibujadas con rotulador. En ese

momento, los otros secuestrados seacurrucaron en sus esquinas y el pánicoles transformó el rostro. A los pocossegundos, la mirilla se cerrónuevamente.

—Entonces, ¿no es una novatada? —preguntó Alex a sus compañeros decautiverio con la desesperacióntrepándole por la garganta.

—Qué más quisiéramos —soltó unade las angustiadas voces.

http://4_NIETZSCHEAL TELÉFONO

Aunque esa tarde había tenido clasede Gimnasia y aunque en consecuenciaestaba exhausta, Nerea no conseguíaconciliar el sueño. Durante más de doshoras estuvo enredándose con lassábanas a fuerza de cambiar de posturadocenas de veces, golpeando laalmohada en un intento por ahuecarla enel punto exacto que necesitaba su cabezay acurrucándose en todas las posicionesposibles con el deseo de encontrar unaque calmara sus nervios. Sin embargo,

continuaba inquieta. Quería destrozar elcolchón a dentelladas, y sus ojos,siempre abiertos, le escocían. Cuandomiró el despertador por enésima vez,marcaba la 01:36 AM.

Había recurrido a todas las técnicaspara conciliar el sueño. Empezócontando ovejitas, pero se cansó dehacerlas saltar la valla y se las imaginópastando tranquilamente en una hermosapradera; luego colocó una monada deperro vigilándolas al que añadió unlacito rosa en la cabeza y, cuando hizoaparecer a un apuesto pastor por elhorizonte, supo que el asunto se le habíaido de las manos. Entonces probó a

poner la mente en blanco mientrasrespiraba profundamente, pero deinmediato empezó a enumerar otrosobjetos de idéntica pureza cromática,como una bola de nieve, un plato denata, un oso polar, etc. A los pocosminutos estaba psicológicamenteexhausta, como si llevara horascompitiendo contra un albino en unconcurso de rapidez mental. Tambiéntrató de controlar la respiración, peroeso la enervó todavía más. ¿Ibademasiado rápida o demasiado lenta?,¿tenía que hacerlo con los pulmones ocon el abdomen?, ¿por la nariz o por laboca?…

Todos los métodos para convocar alsueño le parecían un timo. No se podíadescartar que funcionaran con otraspersonas, pero a ella no le resultabaneficaces. Quizá debía inventar unopropio. Le dio varias vueltas al asuntomientras daba el mismo número devueltas en la cama. Hasta que ¡eureka!Intentaría engañar a su cerebrohaciéndole creer que estar despierta eraen verdad estar dormida. Si su cerebrose lo tragaba, si tomaba la vigilia porsueño, si confundía lo uno con lo otro,tal vez activaría el botón de despertarproduciendo el efecto contrario, esdecir, dormir. «Qué astuta soy», se dijo

con una sonrisa. El reloj marcaba la01:58 AM y, cuando hubo probado esatécnica durante un rato y volvió amirarlo, ya eran las 02:25 AM. No habíaconseguido timar a su cerebro y eso,sumado a todos los esfuerzos realizadosanteriormente, la hizo sentirse aún másridícula.

El motivo por el que Nerea nopegaba ojo era que habían transcurridomás de veinticuatro horas desde queenviara el mensaje de Facebook a Alex,quien todavía no había contestado.Ninguno de los dos había fallado a lacita desde que Saturno abandonó la casade su tía para instalarse en aquella

residencia universitaria cuatro mesesatrás. Por muy liados que ambosestuvieran o por tarde que se hubierantenido que acostar, siempre habíanencontrado un momento para conectarse.Aun teniendo tareas más urgentes, Nerease las ingeniaba para entrar unosminutos en la red social y mandar unaspalabras a su hermano antes de meterseen la cama. Y le parecía imposible queAlex rompiera el pacto sabiendo loimportante que era para ella establecerese contacto diario, por breve ytontorrón que fuera.

No obstante, Nerea no queríacomportarse como una histérica, así que

se esforzó por tranquilizarse y concedera su hermano más margen de tiempo.Seguramente le habría surgido unimprevisto, ya fuera un examen sorpresao, peor aún, una chica. O quizás elordenador se le había estropeado altiempo que el móvil se le había quedadosin batería, dejándolo totalmenteincomunicado. Raro, sí, pero posible.Fuera como fuese, Nerea decidió que nose comportaría como una niñata quemonta un drama de inmediato y aceptóque Saturno, ahora inmerso en una nuevavida, tenía cosas más importantes quehacer que charlar con su hermanapequeña. Seguro que al día siguiente

todo se aclararía y recibiría un mensajeencabezado por un «Uñitas», ese moteque le enrabiaba pero que ahora añorabatanto como un náufrago tierra firme.

Nerea cayó al fin dormida cuando eldespertador marcó las 02:48 AM. A lapostre ninguna técnica obró el milagro.Ni ovejas, ni blancuras, ni trampas, sinoel cansancio, que acabó sumergiéndolaen el sueño como un cocodrilohundiéndose en las profundidades de unpantano.

Sin embargo, al día siguiente, tanpronto despertó, reapareció lapreocupación por la ausencia demensajes de su hermano. Nerea se

levantó de un brinco y, sin ponersesiquiera las zapatillas, se plantó ante elordenador, entró en Facebook y miró sihabía recibido algún correo.

No era así.A continuación estudió la pantalla de

su teléfono móvil, deseosa de encontrarun SMS, y se llevó otro chasco.Decepcionada, observó el retrato de suhermano que tenía sobre la mesilla,junto a aquella otra fotografía de suspadres, y le sacó la lengua. Estabarealmente enfadada con Saturno y nopensaba perdonarle con facilidad.

Unos minutos después, mientrasNerea intentaba desayunar su habitual

tazón de cereales con leche, la tía Lizapareció por la cocina para beberse unzumo de naranja y salir disparada haciael trabajo:

—Vaya cara tienes, chica. Se diríaque un vampiro se ha colado en tuhabitación y no te ha dejado pegar ojo.

—No ha sido un vampiro, sino unmarciano de Saturno —respondió,irónica, Nerea.

Se pasó toda la mañanaensimismada, flotando en una mezcla denervios, preocupación y dudas,mordiéndose las uñas y tratando derecordar qué había soñado. Tenía unavaga imagen de cocodrilos y pantanos,

pero no estaba segura… Los profesorestuvieron que llamarle la atención en unpar de ocasiones al darse cuenta de queno estaba prestando atención y uno deellos, el de Matemáticas, se vioobligado a gritar su nombre hasta tresveces para sacarla de su abstracción.Aun así, fue la primera en entrar en elaula de Informática y, antes de que elmaestro llegara, se sentó ante unordenador e, infringiendo las normas delcolegio, entró en la página de Facebookpara comprobar una vez más que suhermano no le había escrito.

Aunque no sabía si la vidauniversitaria había convertido a Saturno

en un dormilón, aguardó al siguientedescanso para llamarle al móvil ypreguntarle qué estaba ocurriendo, porqué se había olvidado de ella, cuándopensaba responder a sus mensajes… Asíque, cuando sonó el timbre que indicabael final de la clase de Informática, saliócorriendo, se escondió en el lavabo ymarcó el número de Alex. Tras variospitidos, saltó ese insoportable, repelentemensaje del contestador en el que, trasdisculparse por no estar disponible,Saturno citaba a un tal «Niche». Nereasabía que ese «Niche» era uno de esosfilósofos que tanto flipaban al intelectualde su hermanito, pero entonces, con lo

nerviosa que estaba, ese nombre le hizopensar en un escritor plomazo queseguramente había escrito cosas tanaburridas como incomprensibles. Elmensaje de Alex decía: «En tiemposmodernos el eterno retorno de Nietzscheno es más que la metáfora sobre lanecesidad de volver a llamarme tantasveces como sea necesario para que, alfinal, me localices».

Por la tarde, apenas hubo llegado acasa, se abalanzó sobre el ordenador.De nuevo, nada. Ningún mensaje enFacebook, ningún correo en Hotmail,ninguna llamada en Skype. Simplemente,nada. Por supuesto, sus uñas pagaron las

consecuencias de aquella situación tanextraña. Se las estuvo mordiendo unbuen rato, hasta que no pudo contenersemás y salió de su habitación parameterse en la de su hermano, quecontinuaba tal y como él la había dejadocuatro meses antes.

No sabía muy bien qué buscaba,pero se descubrió a sí misma hurgandoen los cajones, revisando las carpetas y,al fin, haciéndose con una agenda deteléfonos antigua, probablemente dehacía más de seis años, cuando Alextodavía no tenía móvil. Estuvo mirandolos nombres que figuraban en esa libretay se planteó seriamente la posibilidad

de llamar a alguno para preguntarle sisabía dónde estaba su hermano. Pero,haciendo un último esfuerzo, decidióesperar hasta la noche para comprobarsi Saturno contestaba de una vez portodas a su mensaje de Facebook. A finde cuentas, ¿no se decía siempre que lapolicía no daba a alguien pordesaparecido hasta que no transcurríancuarenta y ocho horas?

De todas formas, la impaciencia laconsumía. Sobre todo porque tenía unacorazonada. Una de un color tan negrocomo la boca de un lobo. Una tanprofunda, tan insistente, tan premonitoriaque, de pronto, Nerea se puso a escribir

una nota donde mentía a su tía Lizdiciéndole que había tenido que irse acasa de Brigid y que la madre de ésta latraería de vuelta sobre las 20:00 en sucoche. Después había abierto el cajónde su escritorio, había sacado el sobrecon el dinero ahorrado para el próximoconcierto de Devils in Pekin y salió decasa con la idea de personarse en laresidencia universitaria donde vivía suhermano, en la otra punta de la ciudad.

Mientras esperaba a que pasaraalgún taxi, probó a llamar una vez másal móvil de Saturno. Y, de nuevo, el«Niche» de las narices.

http://5_LASOMBRA DE UNA

PISTA

El taxista la observaba por elretrovisor y Nerea pensaba que habíaalgo extraño en su mirada.Acostumbrada a ir al colegio enautobús, se sentía incómoda en el cochede un desconocido que, encima,aprovechaba los semáforos paraescrutarla con detenimiento, como sialguna idea malvada cruzara su mente ocomo si ocultara algún secreto que, en

caso de ser desvelado, dejaríapatidifusa a su pasajera. Tanto era asíque, por un momento, Nerea pensó queese hombre sabía algo sobre el paraderode su hermano, que le ocultaba una pistafundamental para desentrañar elmisterio, que conocía los peligros quese cernían sobre Saturno. Aunque,pensándolo bien, lo más probable eraque el conductor no supiera nada detodo eso y que en verdad ella estuvierasiendo presa de un ataque de paranoiamotivado por el nerviosismo que ladominaba.

Así pues, harta de la actitud deltaxista, decidió mirar por la ventanilla y

fijarse en la gente que transitaba por lacalle, personas sumidas en suspensamientos, ajenas a la desapariciónde Alex, despreocupadas por los asuntosque agobiaban a una niña que,infringiendo todas las normas de su tía,viajaba sola en taxi. De vez en cuandoNerea detectaba a algún peatón que se laquedaba mirando desde la acera. Aveces eran personas muy serias que laescrutaban como si quisieran leerle lamente. En otras ocasiones, transeúntesque sonreían cuando la descubríanasomada a la ventanilla de aquelvehículo y que le guiñaban un ojo sinque Nerea consiguiera saber si la

saludaban o si se burlaban de ella. Yhubo incluso un individuo, harapiento ydesaliñado, que aprovechó el semáforopara acercarse al taxi con las manosextendidas, como si quisiera coger delcuello a la pasajera y estrangularla hastala muerte. Por suerte, el disco se puso enverde antes de que semejante loco laalcanzara, pero aquello impresionó tantoa Nerea que no consiguió quitarse elmiedo del cuerpo durante el resto delviaje y, muy asustada, maldijo la hora enque decidió emprender esa aventura sinmás compañía que su propia sombra.

Cuando el taxista se detuvo en laresidencia universitaria, Nerea pagó la

carrera y se apeó del vehículo. Luegocaminó hasta la entrada del edificio y,antes de cruzar la puerta y siguiendo unaintuición, se giró para descubrir que elconductor del vehículo que acababa deabandonar seguía mirándola fijamente,ahora con media sonrisa en el rostro yun pitillo entre los dedos. Despuésarrancó y se alejó de allí haciendochirriar las ruedas. Si su tía Liz hubieravisto todo esto, sin duda habría corridoa la comisaría más cercana paradenunciar el sospechosocomportamiento de aquel hombre.Aunque también era verdad que, si sehubiera enterado de que su sobrina había

cogido un taxi en solitario, se habríaquerido morir del disgusto.

Su tutora se había ido adaptando a laresponsabilidad de cuidar de sus dossobrinos con lentitud, dedicación ybuena voluntad, pero eso no significabaque se hubiera acostumbrado a losquebraderos de cabeza que losadolescentes suelen traer de la mano.Desde el accidente de tráfico que acabócon la vida de los padres de Nerea yAlex, ella se había hecho cargo de todosin rechistar y, aunque siempre mostrabauna sonrisa, a veces sentía que lasituación la superaba. Nerea eraconsciente de ello, entre otras cosas

porque en alguna ocasión la habíapillado llorando a escondidas, casisiempre en el lavabo, sentada sobre elmurete de la bañera, con las manoscubriendo su rostro. A fin de cuentas, nose podía olvidar que ella también habíaperdido a una hermana en aquelaccidente. Y es que, a tenor de lasfotografías del álbum, la tía y su madrese habían querido mucho. No obstante,su tutora jamás permitió que sussobrinos la vieran abatida, o al menoseso pensaba ella, y siempre mostró lamayor de sus sonrisas ante aquelloschiquillos que, de la noche a la mañana,se convirtieron en huérfanos. Por todo

esto, nada preocupaba más a Nerea quedisgustar a su tía y aquella tarde,mientras atravesaba la puerta de laresidencia, se juró a sí misma que,ocurriera lo que ocurriese, le evitaríacualquier preocupación.

El edificio era un bloque dehormigón repleto de ventanasrectangulares. Se trataba de una antiguafábrica reconvertida en residenciauniversitaria y, según cómo lo miraras,presentaba un aspecto de lo mássiniestro, sobre todo por la decrepitudde la fachada y los ladrillosdescascarillados que amenazaban condesprenderse. Además, aquella tarde los

nubarrones se habían concentrado sobreel recinto universitario y, a excepción detaxis y autobuses, el tráfico había sidocortado a causa de unas obras,provocando un desasosegante silencioen toda la manzana.

Por las ventanas de las distintashabitaciones se entreveía, de vez encuando, la silueta de algún estudiantemoviéndose tras las cortinas, lo quehacía que pareciera un cuerpo amorfo ouna sombra indefinida, casi un espírituerrante.

Pese a todo esto, Nerea se armó devalor y cruzó la puerta principal,accediendo a un hall por el que

circulaban docenas de chavales sumidosen un murmullo ensordecedor. De prontosonó una especie de sirena y todosaquellos universitarios interrumpieronsus charlas, desviaron sus trayectorias yse esfumaron por las cuatro puertas quedaban acceso a la zona de aulas. En unperiquete la recién llegada se habíaquedado sola.

En uno de los extremos de la salahabía una caseta custodiada por unbedel. Nerea se acercó con cautela,cruzando los dedos para que no lepusieran pegas a la hora de pasar a lahabitación de su hermano, y se plantóante el conserje. Se trataba de un

hombre gordo, de unos cincuenta años,con una barba tan espesa que no se leveían los labios y unas manos tangrandes que podrían partir un coco de unmamporro. Cuando vio a la niña, esbozóuna gran sonrisa, mostrando unos dientesennegrecidos por el abuso del tabaco yuna lengua que parecía un felpudo.

—¿En qué puedo ayudarla, señorita?—Estoy buscando a Alex Wells. Es

estudiante de esta universidad yresidente del campus.

El conserje no se dejó impresionarpor la seguridad de Nerea.

—¿Y se puede saber quién lo busca?—Soy su hermana, Nerea Wells.

—Encantado de conocerla, señoritaWells —dijo el bedel al tiempo quesacaba una de sus manos, tan grandecomo la cabeza de la niña, por laventanilla.

Nerea estrechó la manaza consatisfacción. Normalmente los adultos leplantaban dos besos en la cara, amenudo dejándosela llena de babas,pero ese hombre la trataba como a unaadulta. Después observó al conserjesacando una carpeta de un cajón yabriéndola sobre la repisa de su caseta.

—A ver…, a ver…, a ver… —repetía mientras pasaba el dedo por losdistintos folios—. Aquí está: Alex

Wells, habitación 248. ¿Quiere que lollame yo o quiere hacerlo usted misma?—preguntó mostrando el auricular delteléfono.

—Usted. Dígale que estoy aquí, porfavor.

—Como mande, señorita —respondió ese bedel que, pese a suaspecto rudo, mostraba una educaciónexquisita.

El hombre permaneció enganchadoal teléfono unos minutos, esperando aque alguien descolgara. Mientrasaguardaba, miraba a Nerea y de vez encuando le guiñaba un ojo en señal decomplicidad. Al fin colgó el auricular:

—Pues parece que su hermano noestá en la habitación. Debe de andar enclase.

—¿Puedo esperarlo en sudormitorio?

—¡Oh! Me temo que eso no estápermitido.

—Pero soy su hermana.—Y yo el conserje, señorita, y no

puedo dejarla pasar. Normas de la casa.Nerea abandonó el edificio abatida.

Su investigación sobre el paradero deAlex había fracasado a la primera y ellase sentía como un bólido calado en laparrilla de salida. No se le ocurría cómocontinuar con sus pesquisas y decidió

darse por vencida.Ya estaba hurgando en sus bolsillos

para comprobar si tenía suficientedinero como para coger un taxi deregreso cuando le vino a la cabeza unade las frases que solía repetir su padre:«Las dificultades hacen más interesanteel camino». Volvió a repetirse lamáxima para sus adentros y, de pronto,experimentó una sensación extraña,como si una gran bocanada de aire sehubiera colado en sus pulmones. Y enese momento supo que debía seguirluchando para solventar el misterio de ladesaparición de su hermano. Estabaconvencida de que esa sensación que

acababa de experimentar no era otracosa que su padre viniendo en su ayudadesde el otro mundo. Y se sintió tan felizal pensar que sus padres continuabanprotegiéndola, que seguíanpermaneciendo a su lado, que estuvo apunto de echarse a llorar. Pero notar esapresencia no sólo hizo que Nerearecuperara el ánimo, sino que también laayudó a comprender que algo realmentegordo le había ocurrido a Saturno. Si supadre le estaba echando una mano desdeel más allá, sin duda era porque aquelasunto revestía más gravedad de laaparente.

Con las energías renovadas se puso

a idear un método para acceder a lahabitación de su hermano sin que elconserje se diera cuenta. Y sólo se leocurrió una forma de hacerlo.

Nerea esperó cincuenta minutos paraponer en marcha su plan. Se habíacolocado en la parte exterior de laentrada principal y cada dos por tresmiraba el reloj. Hasta que al fin sonó lasirena que indicaba el final de lasclases, con lo que el hall de launiversidad volvió a llenarse, como porarte de magia, de estudiantes quecaminaban de un lado a otro mientrassus voces inundaban la nave.Aprovechando semejante barullo, Nerea

se coló de nuevo en el recibidor y,camuflada entre la multitud, avanzó sinque el conserje pudiera verla. En pocossegundos, alcanzó la puerta de acceso ala zona de dormitorios y echó a caminarpor los distintos pasillos hasta dar conla puerta 248. Golpeó la hoja con losnudillos.

—¡Adelante! —gritó alguien desdeel interior.

Nerea se sorprendió de que hubieravida allí dentro. Cuando el bedeltelefoneó, nadie respondió, pero ahorasurgía una voz de la habitación. Al abrir,supuso que se trataba de David, elimpresentable del que Saturno le había

hablado a través de Facebook.—¡Vaya! —exclamó David—. Un

gnomo.En efecto, se trataba de él. Nerea no

hizo caso de la bufonada. A fin decuentas, había sido advertida sobre locretino que podía llegar a ser ese tipo.

—Me llamo Nerea y soy la hermanade Alex.

David la contempló de arriba abajoy, volviendo a mirar la revista que teníaentre manos, dijo:

—De eso no hay duda.—¿Por qué dices eso?—Eres igual de fea que él.Pero Nerea no pensaba dejarse

intimidar y respondió:—Y tú, aún más imbécil de lo que

me había asegurado mi hermano.David volvió a mirarla por encima

de la revista, como si calibrara la fuerzade su contrincante, y seguidamenteencogió los hombros fingiendo que leimportaba un pimiento haber sidoinsultado.

Considerando que había ganado laprimera batalla, Nerea se sintió librepara actuar a su antojo, de modo queentró en la habitación, cerró la puerta yechó un vistazo a su alrededor.

El dormitorio estaba dividido en doszonas, con una cama a cada lado. Junto a

la de su hermano, que estaba sindeshacer, había una mesa con unordenador y varios libros. Tambiéndestacaban dos pósteres: uno del grupode rock Blood in the Sky y otro de unachica en biquini. Sin pedir permiso aDavid, Nerea inspeccionó el armario,donde había varias camisas colgadas, unbalón de fútbol y, lo más extraño, dospares de zapatillas. Eso no era normal.Alex sólo tenía aquel calzado, por loque, salvo que se hubiera comprado otropar de zapatos, había desaparecidoestando descalzo. Aquello tenía que seruna primera pista.

—Mi hermano no ha dormido aquí,

¿verdad?—No. Y ha sido una suerte, porque

los pies le cantan más que un coroinfantil en Nochevieja.

—¿Sabes dónde está? —preguntóNerea sin hacer caso a la gracieta.

—Ni idea.—¿Tenía clase hoy?Esta vez David ni siquiera se dignó

a mirarla:—A mí lo que hagan o dejen de

hacer los novatos me resbala.Nerea desistió de intentar

comunicarse con aquel indeseable y sesentó ante el escritorio de su hermano,frente a un ordenador tuneado con

pegatinas de discotecas, retratos defilósofos y, de nuevo, fotos de chicas enbiquini. El aparato estaba encendido y,cuando Nerea movió el ratón, aparecióla página de Facebook que Alex habíaestado mirando antes de desaparecer.Refrescó la web para comprobar sihabía habido alguna actualización quepudiera darle una pista sobre suparadero, pero no vio nadaespecialmente interesante. Decidióentonces hacer clic en el apartado de«Perfil», donde aparecían los últimosmovimientos realizados por su hermanoen la red social. Entre los distintosmensajes que descubrió, estaban los que

ella misma había estado mandándoledesde la noche anterior.

El primero decía:

Nerea, 13 de febrero de 2011 a las22:15

Querido Saturno:¿Cómo te ha ido el día? Yo no he

hecho nada especial, así que esperoque tú tengas más novedades que yo.

El segundo:

Nerea, 13 de febrero de 2011 a las23:02

Saturno, ¿no respondes?

El tercero:

Nerea, 13 de febrero de 2011 a las23:35

¡Eoooooooo! ¿Dónde te has metido?

El cuarto:

Nerea, 14 de febrero de 2011 a las00:34

Bueno, me tengo que ir a dormir.Espero que estés bien y que pronto des

señales de vida. Nunca me habíasfallado, pero imagino que la vida

universitaria te ocupa demasiadotiempo como para seguir prestandoatención a tu hermanita. Estoy muy

dolida, pero supongo que debo iracostumbrándome a que ya no ocupo

un lugar preferente en tu vida.

Los siguientes mensajescorrespondían a esa misma mañana ybásicamente eran una retahíla dellamamientos y reproches que habíancaído en saco roto.

Nerea, 14 de febrero de 2011 a las08:15

Buenos días, Saturno. ¿Estás ahí?

Nerea, 14 de febrero de 2011 a las08:30

A ver si te levantas de una vez, quetengo que irme al cole.

Nerea, 14 de febrero de 2011 a las08:45

Dormilón, que eres un dormilón.

Nerea, 14 de febrero de 2011 a las09:00

Bueno, me voy al cole. Me debes una.Un beso (pero con mordisco que

contagia la rabia).

A continuación Nerea leyó losúltimos mensajes escritos por suhermano. Había varios destinados a unatal Mar, seguramente su nueva novia, yotros a amigos que no decían más quetonterías. También había escrito algunoscomentarios a mensajes dejados porotras personas. Y por último habíaagregado a varios usuarios. El primerose llamaba Pol, el segundo Eli y eltercero alguien que usaba el nick de «LaSombra» y que, en vez de una foto, habíacolgado un pictograma:

Según la cronología de las accionesrealizadas por su hermano durante lajornada anterior, agregar a La Sombraera lo último que había hecho antes devolatilizarse. Así pues, Nerea hizo clicen el apodo de «La Sombra» deseandoaveriguar quién se ocultaba tras eseseudónimo, pero en su perfil no habíaningún dato de utilidad: ni un nombre

real, ni una fecha de nacimiento, nisiquiera una ciudad de origen… Nada.

A continuación repasó la lista decontactos de La Sombra. Sólo habíacinco nombres: Orson M., Cristina D.,Jonathan V., Alex W. y alguien que sehacía llamar «El niño de la habitación».

Nerea fue haciendo clic sobre cadauno de esos nombres para ver si habíaalgún nexo de unión entre ellos, pero loúnico que descubrió fue que los cincoresidían en la misma ciudad. Noobstante, hubo algo que la alarmó.Cuatro de las cinco personas habíandejado de actualizar su Facebook justodespués de agregar a La Sombra. El

primero, Orson M., lo había hecho tressemanas y cuatro días antes; la segunda,Cristina D., dieciocho días antes; eltercero, Jonathan V., once; y Alex W., suhermano, el día anterior. Era como…,como si todos hubieran desaparecido dela faz de la tierra tras haberse hechoamigos de La Sombra. Sólo uno deaquellos usuarios, el llamado «El niñode la habitación», había seguido usandoFacebook después de haber agregado aLa Sombra. Sin duda, esa persona sabíaalgo y Nerea necesitaba compartir esainformación, así que empezó a escribirleun mensaje:

«Hola, me llamo Nerea…».

WWW. SEGUNDAPARTE

http://6_EL CHICOENCERRADO EN

UNA HABITACIÓN

Un perro y la nieve. Eran las doscosas que acudían con más frecuencia ala mente de Derek en los momentos dedebilidad, cuando volvía la vista atrás yrecordaba el día en que todo cambió.

Lo que le había ocurrido teníamuchos nombres. Los médicos, porejemplo, lo llamaban «colapsonervioso» o «trauma psicológico»; susamigos, «locura» o «tontería»; y su

madre, simplemente «tristeza». Sinembargo, él lo denominaba «GranBoom», porque ese día se habíaproducido una explosión que habíaconvulsionado su vida.

El perro que siempre acudía a sumente era Yuk, el labrador del vecinoque, hacía ya bastante tiempo, Derek seencargaba de pasear cada tarde. Era unchucho divertido. Ladraba como unposeso cada vez que veía un uniforme,ya fuera de policía, cartero o bombero,no importaba, y solía orinar en lasruedas de las motos de gran cilindrada,nunca de ciclomotores o bicicletas.Única y exclusivamente encontraba

alivio en los neumáticos de las motazas,como si en una vida pasada hubiera sidoatropellado por un motero de largasmelenas que rodara por lasinterminables autopistas del desierto deArizona. Yuk disfrutaba persiguiendo alas palomas en el parque y en más deuna ocasión Derek había tenido quedisculparse ante alguno de los ancianosque, sentado en un banco, lanzaba migasde pan a las aves.

La última vez que Derek habíatenido contacto con la luz del sol habíasido precisamente una tarde en quepaseaba al chucho. Recordaba el parquecon los niños persiguiendo el balón en

un caos de piernas, gritos y polvareda.Se acordaba de los dueños de los otrosperros preguntándole si Yuk era machoo hembra, mientras los animalestrazaban círculos olfateándose eltrasero. Guardaba asimismo algunaremembranza de árboles sin hojas, unpuesto de castañas y ancianos conbufanda. También recordaba que aqueldía había tenido que agacharse paraatarse los cordones de una de susdeportivas y había cruzado la miradacon una chica tremendamente hermosacuya falda, estampada de flores, quedógrabada en su memoria. Pero sobre todose acordaba de cómo, en un momento

dado, miró al edificio donde vivía consu madre y su hermana, y le entraronunos irrefrenables deseos de volver acasa. De repente, sintió el impulso deencerrarse en su cuarto. Era unanecesidad angustiosa, un arrebatoimposible de frenar, una orden lanzadadesde las profundidades de su cerebro.Se empezó a marear. Los árboles, losancianos y el puesto de castañas seemborronaron, como si alguien losocultara tras una telilla oscura, y unaoleada de calor surcó su cuerpo.

Cualquiera que se hubiera fijado enel pánico que delataba su rostro, lavelocidad con la que echó a correr y la

fuerza con que tiraba de la correa deYuk, habría pensado que se le veníaencima un tsunami. Pero no era untsunami, no. Era el principio de unencierro entre cuatro paredes.

Derek entró en la portería como unaexhalación, subió los escalones de tresen tres, ató el perro al pomo de la puertade su vecino y, jadeante, cruzó el umbralde su casa, se dirigió a su cuarto, cerróla puerta, bajó las persianas y se metióen la cama sin siquiera desvestirse.Nunca se había sentido tan mal. No teníani idea de qué le ocurría. No quería salirde su habitación nunca más. Habíaempezado su nueva vida.

Desde el Gran Boom hasta el díaactual habían transcurrido tres meses, 23días y 14 horas en los que Derek nohabía vuelto a salir de su dormitorio. Lamera idea de cruzar el umbral de lapuerta le aterrorizaba, provocándolesudoraciones y temblores,estremeciéndole de pies a cabeza.Tampoco soportaba contemplar la calle,de manera que jamás descorría lascortinas y la habitación sólo se ventilabadurante unos minutos al día, mientras seduchaba (por suerte, en la sala contiguahabía un baño al que accedía desde supropia habitación), momento en que sumadre o su hermana entraban en el

dormitorio, abrían las ventanas,recogían la ropa sucia y dejaban las trescomidas del día sobre su escritorio. Lossábados tocaba limpieza en profundidad,lo que obligaba a Derek a permaneceren el baño durante más de dos horas,aguardando a que todo el mundoabandonara su guarida. Lamentaba eldaño que estaba causando a susfamiliares, pero el trastorno le obligabaa actuar de ese modo.

Por otro lado, estaba el asunto de lanieve. Desde que estalló el Gran Boom,Derek tenía un sueño recurrente en elque descendía a toda velocidad por unapendiente nevada. Estaba solo en aquel

paisaje montañoso, bajo un cieloazulísimo, flanqueado por un bosque deenormes pinos. Sus esquís se deslizabancomo dos flechas a lo largo de la colinay él rebosaba felicidad, se sentía librehasta reventar, al fin disfrutaba del cieloabierto. Pero el sueño se veíainterrumpido por la aparición de Yuk,que de pronto corría a su vera,convirtiendo a su paso la nieve en tierra,en la misma tierra que cubría el parquedonde antiguamente lo llevaba a pasear.Aquel paisaje nevado se habíaconvertido en un abrir y cerrar de ojosen el lugar donde todo empezó, donde leasaltó el miedo al exterior, donde por

primera vez sintió la necesidad deencerrarse. Le invadía entonces elmiedo, el mismo miedo de aquella tarde,y despertaba empapado en sudor.

Y es que, de todo lo que su reclusiónle había obligado a sacrificar, añorabaespecialmente el placer de esquiar. Loechaba tanto de menos que a veces abríael armario de su dormitorio y sequedaba mirando su anorak. La ilusiónde volver a subirse a un telesilla ydescender un valle le devolvíamomentáneamente las ganas de salir alexterior, pero, apenas rozaba el pomo dela puerta, los temblores volvían aadueñarse de él.

Lógicamente, durante todo estetiempo había visitado a varios médicoso, mejor dicho, varios psiquiatras lohabían visitado a él, dada suincapacidad para abandonar el cuarto.Le habían sometido a diversostratamientos, algunos de los cualesincluían la ingestión de fármacos, perono habían conseguido que su trastornoretrocediera un ápice. Incluso llegó avisitarle una de las máximas autoridadesen agorafobia, quien concluyó que Derekhabía caído en ese estado a causa delestrés y el sufrimiento que el divorciode sus padres le había provocado.

Efectivamente, seis meses antes del

Gran Boom su padre había anunciadoque se iba a separar de su madre y que,además, lo vería con menos frecuencia,puesto que le habían contratado en unaempresa que desarrollaba susactividades en otro país. Una vez al mes,el padre de Derek regresaba para pasaralgo de tiempo con sus hijos, pero esono había satisfecho sus necesidadesafectivas. Para colmo, su hermano, aquien Derek idolatraba, se habíamarchado a estudiar en el extranjero dosmeses atrás. Desde entonces, surendimiento escolar había bajadomuchísimo y se había distanciado de sucírculo de amigos.

De tanto sufrir, acabó desarrollandolo que el doctor llamó «la enfermedadde la reclusión». Derek había estadosometido a unos «niveles denegatividad» tan altos que había sufridouna especie de «cortocircuito mental».

—Para que me entiendan —aclaró—, es como si la batería que mantenía elmotor de su cabeza funcionando sehubiera agotado de sopetón.

—Pero, ¿se curará? —preguntó sumadre.

El médico respiró profundamente ymiró a Derek:

—¿Tú quieres curarte?—Sí —respondió el chico.

—Pues entonces te curarás.—Pero, ¿cuándo? —interrumpió la

madre.—Mire, señora, con estas

enfermedades nunca se sabe. Su hijotiene que recorrer un largo camino ytiene que hacerlo al ritmo que él mismoconsidere necesario. Empezaremos unaterapia inmediatamente, pero, se lorepito, su hijo se curará cuando su menteesté preparada para enfrentarse denuevo a la realidad.

Derek escuchó todo esto sentado ensu cama, abrazándose las rodillas, conla cara oculta entre las piernas. Sinembargo, la mano del médico le obligó a

mirarle a los ojos.—¿Me prometes que te esforzarás

por salir de nuevo al mundo? —lepreguntó el psiquiatra.

—Sí.Después de aquello, le suplicó a su

madre que, hasta que no estuvieracurado, nadie volviera a entrar en suhabitación. Ni siquiera ella. Porqueaunque Derek había dado un sí muyrotundo, la verdad era que no albergabaesperanzas de una pronta recuperación.

Para empezar no había compartidoni con su familia ni con sus médicos eldolor que le había causado un profundodesengaño amoroso. Una chica de la que

se había enamorado profundamente lehabía hecho pedazos el corazón, ungolpe tan devastador que suponía quehabía influido en su trastorno. Era untema demasiado íntimo que no se veíacon ánimos ni fuerzas de compartir connadie. Sabía que quizá se estababoicoteando a sí mismo, pero existíanlistones mentales que simplemente nopodía saltar.

Sin embargo, había algo más que loimpedía, algo que no encajaba y que loponía a la defensiva. Era difícilexpresarlo con palabras y cabía laposibilidad de que todo se redujera auna paranoia suya, pero Derek

sospechaba de manera muy intensa quesu madre también se guardaba algo parasí. En ocasiones le había sorprendidoque se produjera un largo silencio encasa estando ella y su hermana, como siambas se hubieran retirado a algunahabitación a cuchichear. Además, concada psiquiatra se había reproducido lamisma escena: en un momento de laconversación su madre había puesto unCD en el reproductor de música, algoque raramente hacía y obviamente jamáscuando tenía visitas, consiguiendoahogar la conversación. Para acabar deenrarecer las cosas, todos los médicos,sin excepción, le habían preguntado si

recordaba alguna habitación que de niñole causara un gran impacto, ¿quizás unaen el campo?, ¿quizás una con paredesde madera? Negativa tras negativa, unDerek confundido y perplejo intentabasonsacarles de qué iba el asunto, perotodos le daban largas o decían que notenía mayor importancia.

No pudo dejar de pensar que en suinfancia podría haber ocurrido unepisodio significativo que su mentehubiera bloqueado y que su madrecustodiaba celosamente, velando pormantenerlo en las sombras. Prefería nodarle muchas vueltas al asunto, ya que lodesequilibraba en exceso.

Como había previsto, pasaron losdías, las semanas y los meses, y nadacambió. Derek continuaba prisionero ensu propio cuarto, siempre a solas.

Por suerte, no se dejó vencer por lapereza o el aburrimiento. Consciente delriesgo de caer en la depresión o lalocura, comprendió que debía redoblarsu actividad intelectual para no acabardesquiciado entre aquellas cuatroparedes, y desde el principio de suencierro estuvo incluso más activo quecuando pisaba la calle: combatía lashoras muertas siguiendo una tabla degimnasia que realizaba tres veces al día;estudiaba las lecciones por su cuenta

con los apuntes que le pasaba por e-mailel único amigo del colegio que se habíapreocupado por mantener el contacto;leía una barbaridad, en especialhistorias de terror y de ciencia ficción;y, por encima de todo, le chiflabanavegar por Internet. Esta afición lehabía llevado a convertirse en unauténtico experto en informática y, trasesos meses encerrado en su cuarto, yapodía medirse con algunos de loshackers más populares de la red. Parano ser objeto de chismorreos ni de uninterés morboso, se había creado unacuenta en Facebook bajo el nombre de«El niño de la habitación».

Pronto pasó a ser conocido en la reda través del montón de seudónimos queusaba para sus prácticas de pirateoinformático y sus hazañas leconvirtieron en una pequeña leyenda.Por ejemplo, consiguió y publicó lascontraseñas para entrar en todas lasrevistas digitales destinadas al públicojuvenil; también logró colarse en laspáginas oficiales de los grupos demúsica que más gustaban a los «niños depapá» y cambiar las fotos de esos ídolospor imágenes de orangutanes durmiendo;y alcanzó fama internacional el día enque, en protesta por la muerte de unpersonaje en una de las series

televisivas más populares entre la gentejoven, filtró en la red el guión del últimocapítulo de la serie.

Pero Derek también hacía un usomás relajado de Internet. Le gustabachatear, enviar e-mails y escribir en lared social. El niño de la habitaciónactualizaba con asiduidad su perfil enFacebook. Y fue precisamente enFacebook donde tuvo su primer contactocon un usuario que se hacía llamar «LaSombra».

Recibió una petición de amistad deese personaje una mañana cualquiera y,pese a que el apodo sugería algotenebroso, la aceptó. El pictograma

empleado por aquel usuario le habíaparecido intrigante y sintió curiosidadpor descubrir quién se ocultaba trasaquel nombre. Sin embargo, una vez lohubo agregado, nunca recibió ningúnmensaje de su parte, por lo quesimplemente se había acabadoconvirtiendo en un usuario más queestaba en su lista de amigos. Yprobablemente no habría vuelto a pensaren La Sombra si la noche del 14 defebrero de 2011 no hubiese entrado ensu cuenta de Facebook para toparse conel siguiente mensaje:

Nerea Wells quiere que la agregues

como amiga.«Hola, me llamo Nerea y te escribo

porque mi hermano ha desaparecido.He encontrado tu nombre entre una

serie de personas que tenía agregada aLa Sombra como amigo. Lo último

que hizo mi hermano antes de dejar dedar señales de vida fue agregar a esaSombra a su lista de amigos.Si no meequivoco, todos los que la agregaron

permanecen inactivos. Excepto tú. Porfavor, ponte en contacto conmigo

urgentemente. Estoy un pocoasustada.

Muchas gracias».

Derek dio un respingo al leer elmensaje. Hasta ese momento no habíarelacionado cierto incidente ocurridounas noches atrás con La Sombra. Sóloahora, por medio de las palabras deNerea, caía en la cuenta de que aquellasituación extraña, aquel susto que sellevó poco después de apagar elordenador, había ocurrido de formaconsecutiva a que hubiese agregado a lapersona oculta tras el oscuro seudónimoa su cuenta de Facebook. Confuso einquieto, decidió que ya contestaría elmensaje más adelante. Así que se metióen la cama y, una vez más, soñó que

esquiaba.Sin embargo, sobre las 03:24 se

despertó sobresaltado, víctima de unapesadilla en la que algo intentabatragárselo mientras descendía por unapista absolutamente despejada. Salió delsueño justo cuando la pendiente seconvertía en un precipicio al fondo delcual se extendía la oscuridad. Pero nouna oscuridad cualquiera, sino la de unaenorme sombra con la boca abierta.

http://7_UNENCUENTRO SIN

ROSTROS

Cuando se hubo comido el sándwichde atún y tomate que su madre le habíapreparado, Derek se conectó a Facebooky, tras pensárselo durante unos minutos,aceptó la solicitud de amistad que Nereale había enviado la noche anterior. Lesorprendió que ella reaccionara deinmediato, porque no habíantranscurrido ni dos minutos cuandorecibió un mensaje.

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las08:30

¿Estás ahí?

No había duda de que la chicaestaba realmente preocupada. Nereallevaba varias horas sentada frente alordenador con los brazos cruzados, a laespera de que El niño de la habitaciónrespondiera al mensaje que le habíaenviado antes de acostarse. Puesto queen su cabeza no cabía otra cosa que nofuera la imagen de su hermano enapuros, no había conseguido dormir niquince minutos y se había pasado lashoras en estado de vigilia, dando vueltas

y más vueltas a su habitación y buscandoen Google páginas donde apareciera lapalabra sombra.

Lógicamente, no había hecho másque perder el tiempo, pues los cientosde miles de webs que contenían esesustantivo no le habían aportado ningúndato útil que la ayudara a esclarecer elmisterio sobre la identidad de aquelextraño usuario. Aun así, había estadotan concentrada en la búsqueda queincluso se había olvidado de darle decomer a Pancracio, que ahora parecíamirarla enfurruñado desde el cristal dela pecera, con la boca en forma de «O»y las aletas en constante movimiento.

Derek, una vez que hubo despertadoviolentamente de la pesadilla, se habíapasado el resto de la noche dándolevueltas al mensaje que Nerea le habíaenviado. No descartaba que se tratara deuna broma, quizá lanzada por uncompañero de clase, uno de los que sehabían mofado de su enfermedad durantelos primeros días del cautiverio, alguienque además, tras mucho investigar en lared, habría descubierto que bajo elapodo de «El niño de la habitación» seescondía su antiguo amigo.

Sin embargo, la alusión al personajellamado «La Sombra» por parte deNerea le hizo desestimar la posibilidad

de que se estuvieran burlando de él. Loque más le intrigó del mensaje, lo querealmente hizo que se interesara por elasunto fue comprobar que, tal y comoella afirmaba, todas las personas quehabían agregado a La Sombra habíandejado de actualizar su perfil enFacebook ipso facto. No podía tratarsede una casualidad.

El niño de la habitación, 15 de febrerode 2011 a las 08:43

Sí, estoy aquí. He leído tu mensaje.¿Tienes novedades sobre tu hermano?

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las08:44

Mi hermano sigue sin aparecer y estoymuy preocupada. Es extrañísimo que

no dé señales de vida.

El niño de la habitación, 15 de febrerode 2011 a las 08:47

Lo siento muchísimo, pero ni siquierasé quién es tu hermano.

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las08:50

Ya he visto a través de Facebook queno erais amigos. Pero los dos teníais aLa Sombra entre vuestros contactos.

¿Qué sabes de ese usuario?

El niño de la habitación, 15 de febrero

de 2011 a las 08:54Siento decepcionarte de nuevo, pero

no puedo decirte gran cosa.Recibí un mensaje de La Sombra en el

que simplemente me pedía que loagregara a mi lista de contactos. Yo

no tenía la más remota ideade quién era, pero pensé que se

trataba de un seudónimoque pertenecía a alguien que yo

conocía. Mucha genteusa nombres falsos.

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las08:55

Como tú…

El niño de la habitación, 15 de febrerode 2011 a las 08:57

Sí, como yo.

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las08:58

¿Cuál es tu nombre verdadero?

Aquella pregunta cogió a Derekdesprevenido. Hacía mucho tiempo queno revelaba su auténtica identidad anadie. Sólo algunos amigos íntimos, porsupuesto todos de la época anterior alGran Boom, sabían que él se ocultababajo el seudónimo de «El niño de la

habitación». A los demás usuarios, estoes, a aquéllos a quienes había conocidoúnica y exclusivamente a través de lared, jamás les revelaba su nombre.

De alguna manera, Derek se sentíacomo un superhéroe que tuviera trespersonalidades, dependiendo delmomento del día. Cuando actuaba comopirata informático, usaba nicks tandiversos como «White Boy»,«Leonidas», «2G56» y otros; cuandoestaba en la red social era «El niño dela habitación», y cuando trataba con sumadre y hermana, volvía a convertirseen Derek. Y nunca, bajo ningúnconcepto, cruzaba identidades, es decir,

jamás revelaba a la gente de uno de esostres mundos datos sobre sus otrasidentidades. Hubiera preferido seguirsin hacerlo de no ser porque había algoen el modo en que Nerea escribía susmensajes, algo en la forma en quemostraba su preocupación, que leinspiraba una enorme confianza. Y, porprimera vez desde que empezara suencierro, decidió abrirse ligeramente almundo.

El niño de la habitación, 15 de febrerode 2011 a las 09:10Me llamo Derek.

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las

09:12¿Por qué usas seudónimo?

El niño de la habitación, 15 de febrerode 2011 a las 09:14No voy a decírtelo.

Esta vez la sorprendida fue Nerea.No esperaba una respuesta tan brusca ypensó que la negativa de Derek a revelardatos sobre su vida privada podíaguardar alguna relación con ladesaparición de su hermano. Así que,entendiendo que tenía que seguir eljuego a ese desconocido si quería

conseguir información, retomó laconversación sin mostrarse indiscreta.

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las09:17

Perdona. No quería ser entrometida.Si no te importa, me gustaría

preguntarte más cosas sobre LaSombra. ¿No te envió ningún otro

mensaje después de que la agregaras?

El niño de la habitación, 15 de febrerode 2011 a las 09:18

Cero. Pero decidí no darleimportancia. Hay mucha gente en

Facebook que pide que la agregues yque después no te manda ni un

mensaje.

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las09:20

Pero La Sombra tiene a otros usuariosagregados. ¿Conoces a alguna de esas

personas?

El niño de la habitación, 15 de febrerode 2011 a las 09:23

No. Me temo que voy a serte de pocaayuda.

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las09:24

Lo extraño es que todos, excepto tú,han dejado de aparecer por Facebook

después de agregarla. ¿Por qué tú no?

En ese momento, una idea incómodaacabó de cuajar en la cabeza de Derek,una opción estremecedora que hastaentonces había preferido descartar.

El niño de la habitación, 15 de febrerode 2011 a las 09:26

Ni idea.

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las09:27

Piensa un poco, por favor. Esimportante. ¿Te ha ocurrido algoextraño desde que agregaste a La

Sombra?

Derek volvió a dudar. Aquel sustoque su cerebro había luchado pordescartar se acabó revelando con unafuerza tremenda. Le trajo a la memoriaaquel percance que había preferidobloquear. Y es que la misma noche enque agregó a La Sombra, una noche en laque su hermana y su madre seencontraban fuera de casa, habíaocurrido algo del todo inusual. Estabaleyendo en la cama una novela deciencia ficción cuando oyó un ruidoextraño, como si alguien estuviera

forzando la cerradura de la puertaprincipal. Debían de ser más de lasdoce, así que pensó que en verdad setrataba de su familia entrando en casa.Sin embargo, por más que afinó el oído,no escuchó ningún saludo. Normalmente,su madre se acercaba a su puerta y, sinabrirla, gritaba eso de «¡Ya estamosaquí!», a lo que él respondía con unsonoro «¡Vale!». Pero aquella noche nohabía más que silencio.

La entrada al piso quedaba bastantelejos de su habitación, por lo que nopodía estar seguro de que el ruido nofuera producto de su imaginación. Peroel temor volvió a asaltarle cuando, al

cabo de unos segundos, creyó oír pasos.El parqué de la casa se había abombadoalgunas semanas antes por culpa de lahumedad y una de las tablas rechinabacuando alguien la pisaba. Y eso fue loque oyó aquella noche: el crujido de lamadera bajo los pies de alguien que nodecía «¡Ya estamos aquí!».

Aterrorizado ante la posibilidad deque algún ladrón hubiera entrado encasa, echó los cerrojos de su habitación.Los había mandado instalar pocassemanas después del Gran Boom ante eltemor de que, por indicación de algúnmédico, lo sacaran del dormitorio a lafuerza para llevarlo a un hospital

psiquiátrico. Y menos mal que habíainstalado dos pasadores, porque unossegundos después alguien estabaintentando abrir su puerta.

«¿Mamá?», preguntó. Pero sólohabía silencio. «Mamá, ¿eres tú?», ynada. «¿Kate?», dijo entonces, pensandoque podía tratarse de su hermana. Y, denuevo, ni un sonido.

De pronto la persona al otro lado dela puerta intentó girar el pomo conbrusquedad y golpeó la hoja con el pesode su cuerpo. Derek no supo qué hacer.Estaba paralizado por el miedo. Porsuerte, justo cuando el intruso arremetiócontra la puerta por tercera vez, salió de

su letargo y, fingiendo que había cogidoel teléfono, gritó: «¡Policía, hay alguienen mi casa!». En ese momento, elindividuo al otro lado de la puertadetuvo sus movimientos y se alejócorriendo por el pasillo. Un portazo yotra vez el silencio.

La pregunta de Nerea le habíarefrescado aquella espantosa noche,pero Derek no tenía claro que debieracontárselo. Al carecer de pruebas quedemostraran que aquel intruso tuvieraalguna relación con el usuario llamado«La Sombra», optó por una mentirapiadosa.

El niño de la habitación, 15 de febrerode 2011 a las 09:35

No, no me ha ocurrido nada extraño.

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las09:36

Bueno. Tenías razón en eso de queserías de poca ayuda. Gracias porhaber respondido a mi mensaje de

todas formas. He visto en tu perfil quevives en la misma ciudad que yo. Tal

vez podríamos vernos algún día.A fin de cuentas, eres la única persona

con la que puedo compartir esteproblema.

Derek consideró que era demasiadopronto para explicar a aquella chicatodo el asunto de su reclusión. Temíaque Nerea pensara que trataba con unenfermo. O peor, que sospechara que untipo tan raro forzosamente tendría algoque ver con la desaparición de suhermano. Y, si por un lado era evidenteque no podía citarse con ella, por el otrotambién lo era que no quería despedirsetan pronto de ella. Sentía afinidad conesa chica. Aun cuando nunca la hubieravisto en persona y no llevaran apenastiempo en contacto, se sentía a gustoescribiéndose con ella y, si por él fuera,

habría seguido intercambiado mensajesdurante un buen rato. También debíareconocer que la historia sobre ladesaparición de su hermano le intrigabay que, a esas alturas, ansiaba saberquién se escondía tras el seudónimo de«La Sombra».

El niño de la habitación, 15 de febrerode 2011 a las 09:40

Te prometo que voy a ayudarte ainvestigar el paradero de tu hermano.Tú intenta no preocuparte mucho. Esprobable que aparezca en cualquiermomento con una explicación tansimple que te sentirás ridícula por

haber estado mordiéndote las uñas.Si quieres, podemos conectarnos de

nuevo mañana.

Nerea sonrió al leer la alusión a sumanía de morderse las uñas. Ella nohabía dicho nada al respecto, pero eltal Derek parecía conocerla a través

de un sexto sentido.

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las09:43

Me parece bien. ¿A qué hora nosconectamos?

El niño de la habitación, 15 de febrerode 2011 a las 09:45

Cuando quieras. Yo siempre estoydelante del ordenador.Te estaré esperando.

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las09:48

¿Puedo hacerte una última pregunta?Es un poco indiscreta.

El niño de la habitación, 15 de febrerode 2011 a las 09:50

Dispara.

Nerea, 15 de febrero de 2011 a las09:52

¿Por qué te haces llamar «El niño dela habitación»?

Derek no tuvo que pensarse ni unsegundo la respuesta, ya que la tenía másque preparada dadas las múltiples vecesque se la habían hecho.

El niño de la habitación, 15 de febrerode 2011 a las 09:54

Porque soy como el conejo queencuentra su máxima felicidad metido

en la madriguera.¡Hasta mañana!

Al leer la respuesta y por primeravez en cuarenta y ocho horas, Nerea

soltó una carcajada. Ese Derek parecíasimpático. Seguro que continuaríanescribiéndose.

http://8_LASOMBRA ATACA

DE NUEVO

En la esquina de la calle había unafurgoneta; en la furgoneta, un hombre; enlas manos de ese hombre, unos guantesde cuero; y entre los guantes de cuero,un volante. Pero no conducía. Estabaparado, escuchando el Réquiem deVerdi, con las luces apagadas,observando aquella ventana, la deltercero segunda de aquel edificio delextrarradio. Se diría que la mueca de su

rostro mostraba una sonrisa, pero sucara estaba tan ensombrecida que no sepodría asegurar.

Cerró un instante los ojos,concentrándose al máximo en elestribillo de la pieza, aquel Dies Iraeque le acercaba al éxtasis. Echó lacabeza hacia atrás para dejarse llevarpor el coro de voces. De vuelta alplaneta Tierra, abrió su ordenadorportátil y, tras entrar en el portal deFacebook, confirmó lo que había pasadomedia hora antes: Leo Brick le habíaagregado como amigo o, mejor dicho,había agregado a La Sombra comoamigo. Y un instante después, cuando

acercó el mechero a la punta delcigarrillo, pudo verse claramente que sí,sí que estaba sonriendo.

Como un acto reflejo desatisfacción, sus guantes de cuero seciñeron con más fuerza sobre el volante.Se sentía un soldado imprescindible queformaba parte de un ejército dispuesto alibrar una batalla que cambiaría el cursode la historia. Su fidelidad a los altosmandos era ciega. Estaba orgulloso deservirles en una misión trascendental y,por tanto, dispuesto a sacrificar su vidasi era necesario.

Al cabo de diez minutos, la luz queestaba observando se apagó y él soltó el

volante, se ajustó los guantes ydesconectó el reproductor de música.Pero el Réquiem continuó sonando en sucabeza, infundiéndole determinación ynervio, como ocurría siempre que sedisponía a secuestrar a alguien. Se apeódel vehículo y caminó hasta el portal.

Si sus datos eran correctos, LeoBrick no estaría solo, sino que a esahora sus padres ya habrían llegado acasa. Tendría que ser muy sigiloso y,por si acaso, usar el esprayadormecedor que llevaba en el bolsillo.Primero debía forzar la entrada de laportería. Parecía una cerraduracompleja, difícil de reventar, sólo apta

para auténticos profesionales.Afortunadamente, había practicadomucho desde que, unas semanas atrás,empezó a secuestrar a cuantos leagregaban en aquella red social creadapor el Diablo.

La Sombra miró a ambos lados de lacalle para asegurarse de que no seaproximaba ningún transeúnte. Nadiepor la derecha, nadie por la izquierda.Alzó la vista hacia las ventanas de losedificios colindantes y le calmócomprobar que no había gente asomada.A continuación introdujo un alambre enla cerradura, inyectó silicona con unajeringuilla y agitó la varilla para hacer

que saltara el mecanismo. Esta vez noresultó tan sencillo. Llevaba más decinco minutos forzando la entrada ytodavía no lo había conseguido.Demasiado tiempo. Cualquier vecinoque saliera a la terraza o cualquierpeatón que paseara por esa misma acerapodría llamar a la policía, y entoncestodo estaría perdido. Su plan habríaterminado. ¡Y el plan era lo únicoimportante! Sus superiores lo habíanestado elaborando durante años,coordinándose desde distintos países,siempre siguiendo los pasos trazadospor la Estrategia Global. Estaba enjuego cambiar el mundo acabando con

su esclavización tecnológica.Por unos instantes, se dejó arrastrar

por los recuerdos. Le vino a la memoriael día en que contactó por primera vezcon su inmediato superior en la secta ala que se había acabado afiliando. Seacordaba de las dudas que lo dominaronaquellas semanas, de los temores alcambio de vida que todo aquelloimplicaría, de las esperanzas respecto alfuturo que le habían dibujado. Alprincipio le costó incorporarse a larevolución, pero ahora estabaplenamente convencido de que era elúnico camino hacia la salvación de lahumanidad.

«Dos minutos más», pensó. «Si noconsigo abrir esta puerta en dos minutos,tendré que dejarlo para mañana».Continuó peleándose con la cerraduracon intensidad y, tan concentrado estabaen esta actividad, que no reparó en uncoche de policía que doblaba la esquina.Cuando lo vio, ya era tarde. El vehículose había detenido a escasos metros y unode los agentes le apuntaba con unalinterna.

—¿Qué ocurre ahí?La Sombra oyó la pregunta, pero no

se volvió. Temía que le vieran el rostro,que lo reconocieran, que todo se fuera algarete.

—¡Oiga, usted! Dese la vuelta —gritó el agente.

Antes de que el policía pudierareaccionar, La Sombra echó a corrercalle abajo y se internó por el primercallejón que encontró. El coche patrullatambién aceleró, pero el camino erademasiado estrecho, así que los dosagentes se tuvieron que apear delvehículo y arrancaron a correr tras elhombre vestido de negro. Por suertepara él, la forma física de susperseguidores dejaba mucho que desear.Sus estómagos habían digeridodemasiados donuts y tenían una ridículacapacidad pulmonar, sin duda por el

exceso de nicotina en el cuerpo. Losiguieron durante un rato, ordenándoleque se detuviera, pero desistieroncuando La Sombra escaló una valla demás de dos metros y desapareció entrecubos de basura. Uno de los agentesinformó por radio de la fuga de unsospechoso. Después socorrió a sucompañero, que se había desplomadosobre los adoquines como consecuenciadel esfuerzo realizado durante aquellapersecución. Si en aquel momento leshicieran repetir las pruebas físicas quedaban acceso al cuerpo de policía, yales convendría ir barajando cualquierotra salida laboral.

La Sombra se refugió en un bar depequeñas dimensiones. Pidió un trago dewhisky, se sentó en la última mesa y sequitó el abrigo. Temía que los agentesirrumpieran en el garito en cualquiermomento, así que no quería llevar lamisma ropa que antes. Escondió laprenda entre dos sillas, se quitó el gorroy observó la puerta del local. Si lapolicía entraba, echaría mano de lapistola que escondía bajo la camisa.Acarició la culata con la yema de losdedos. Un estremecimiento recorrió sucuerpo. Nunca había disparado a un serhumano, pero aquella sensación leindicó que no le importaría hacerlo.

Haría lo que fuera para asegurar el éxitodel plan.

Sin embargo, ahora tenía quetranquilizarse. Hasta el día siguiente nopodría hacer nada. ¡Qué desastre si elplan sufría algún retraso! Era forzosoesperar unas horas antes de regresar allugar donde había aparcado la furgoneta.Una vez allí, debería extremar lasprecauciones, ir con mil ojos. Tantashoras diseñándolo todo al milímetropara luego esto. Una puñetera pérdidade tiempo. La rabia le ordenó estrellarel vaso de whisky contra la pared, peroel sentido común logró frenarlo atiempo. Mejor no llamar la atención.

Las fuerzas del orden no aparecierony, a medida que pasaban los minutos, LaSombra fue relajándose. Pidió unsegundo whisky, y después un tercero, yhasta un cuarto. Cuanto más seemborrachaba, más se iba enfureciendo.Estaba colérico por haber fracasado ensu intento de secuestrar a Leo Brick, elquinto en su lista. Si lo hubieraatrapado, sólo le habría faltado uno máspara alcanzar el objetivo final, paraconseguir el número perfecto de cara aque las cosas cambiaran para siempre,completando así la fase inicial de laEstrategia Global.

No era la primera vez que fallaba.

Le había ocurrido con anterioridad, enconcreto con aquel chaval extraño, elque vivía encerrado en su habitación.Trató de secuestrarlo una noche, cuandono había nadie en la casa, pero la puertade su dormitorio resultó inexpugnable.Sabía que el chaval se pasaba el díaencerrado en ese dormitorio porque,antes de enviar una solicitud de amistad,que era una floritura final, estudiaba condetenimiento a sus futuras víctimas. Lasvigilaba, seguía sus movimientos en lared, investigaba sus vidas. De maneraque estaba al tanto de que padecía algúnproblema que le impedía pisar la calle.Lo que no había podido anticipar era

que su chaladura hubiera llegado a talextremo que se había colocado cerrojosen su propia puerta. Maldito niño.Cuando lo pillara iba a darle unalección.

La furia fue hinchándose de talmanera en su interior que el sentidocomún no pudo imponerse por mástiempo y acabó lanzando el vaso dewhisky contra la pared del local.

—¡Eh! —gritó el camarero—. ¿Sepuede saber qué diablos hace?

La Sombra miró fijamente al hombreque le había chillado y éste, aterradoante aquellos ojos oscuros, ante aquelloslabios resecos, ante aquella piel

marchita por el odio, comprendió quehay personas a quienes es mejor nomolestar.

http://9_ELINSPECTOR DE

POLICÍA

Al inspector de policía de origenespañol Enrique Gómez todo el mundole llamaba Harry. Era una viejacostumbre. Tan vieja que nadierecordaba quién la inició, tan arraigadaque si un amigo de la infancia hubieragritado «¡Enrique!» por la calle nisiquiera se habría vuelto. Algunosdecían que los primeros en usar esemote fueron los integrantes de una banda

de ladrones checos detenidos quinceaños atrás, quienes, no pudiendopronunciar correctamente el nombre deEnrique (les salía algo así como«Rijka»), se referían a él como Harry.Otros aseguraban que el alias fue creadopor los chicos de la prensa, los cuales,en su afán por dotar de más emoción asus artículos, cambiaron su nombre real—demasiado vulgar, a su entender—por uno más contundente, más varonil,más ligado a Hollywood, en clarareferencia al del encallecido personajecinematográfico Harry El Sucio,interpretado por Clint Eastwood. Y untercer grupo afirmaba que él mismo se

había autobautizado para dárselas detipo duro.

Así pues, nadie sabía a cienciacierta por qué llamaban Harry a EnriqueGómez, pero lo que todo el mundo teníamuy claro era que se trataba del mejorinspector que jamás había pisado laciudad, un hombre más comprometidocon la ley que con su familia, dispuestoa pasarse dos noches seguidasingiriendo litros y litros de cafeína si seencontraba en el pico de unainvestigación, capaz de interrogar a lasratas para averiguar quién cometió tal ocual fechoría.

Entre las diversas leyendas que

circulaban sobre él, destacaba una queaseguraba que se había arrancado unamuela con unos alicates como rito deingreso en una banda de narcotraficantesen la que quería infiltrarse. Aunque laexageración o directamente la ficciónalargaran su estatura y su carisma, Harryera un policía de los pies a la cabeza,con un expediente inmaculado y con unolfato extraordinario para detectarcrímenes donde los demás veíanaccidentes.

Por otro lado, tenía una pupila decada color: la del ojo izquierdo, verde,y la del derecho, marrón, característicaesta que hacía que sus compañeros de

trabajo aseguraran que era tan buenodestapando la verdad porque uno de susojos servía para limpiar la realidad detodas sus apariencias, mientras que elotro tenía el don de atravesar el alma delos detenidos.

En realidad, el único poder que leotorgaban esos ojos multicolores era elde la seducción. Porque, aun cuandohabía superado la cincuentena, Harry eraun imán para las mujeres. Un imán conun polo verde y otro marrón.

Recientemente, el capitán le habíaadjudicado la investigación de ladesaparición de varios adolescentes enla ciudad. Las desapariciones siempre

caían en manos de los agentes másnovatos, principalmente porque solíanser casos de escasa trascendencia, a losque llamaban, en argot policial, «patatascalientes». Al final, siempre sedescubría que aquellos fulanos se habíanido de casa simple y llanamente porqueestaban hartos de sus familias o de sustrabajos. Detrás de esas huidas no habíaningún misterio digno de un inspectorcon una hoja de servicios tandeslumbrante que cegaba. Sin embargo,el capitán le asignó ese caso a Harryporque en esta ocasión losdesaparecidos eran bastante jóvenes ylas familias estaban presionando al

alcalde para que tomara cartas en elasunto.

Si los medios de comunicaciónrelacionaban esas desapariciones, algoque todavía no habían hecho, sin dudaempezarían a hablar de un secuestradoren serie o algo mucho peor. Llegado elmomento, el alcalde, como era habitualen él cuando se enojaba, empezaría acortar cabezas. Así, aun sabiendo queHarry no les tenía mucho cariño a losniños, y menos a los adolescentes, alcapitán no le quedó otra opción queadjudicarle la investigación a su mejorhombre. Y si a su mejor hombre estaasignación le sentó como tragarse un

barril lleno de erizos, se esforzó pordisimularlo.

El inspector se pasó toda unamañana leyendo y releyendo losinformes sobre aquellas desapariciones.Cuando algún compañero se acercabapara invitarle a tomar un café en el barde la esquina, Harry rechazaba elofrecimiento con un gruñido. Parecíaquerer resolver esos casos lo antesposible, quitarse de encima el muerto ydedicarse a otras cosas, como el asuntode la mujer decapitada que había sidohallada bajo el tobogán de un parqueinfantil o el del asesino de chinos quellevaba varias semanas actuando sin que

nadie pudiera echarle el guante. Cuandolos otros policías pasaban junto a suzona de trabajo, lo veían tanconcentrado que le palmeaban laespalda y le decían con rechifla:«Léelos con el ojo mágico, Harry, queasí seguro que lo resuelves bienrapidito». Luego se marchaban, dejandoal agente irritado y con la sensación deque era el único que trabajaba en esacomisaría. El próximo que le vinieracon una gracia también iba a tener un ojode cada color, pero por cortesía de supuño.

El capitán le había pedido queintentara encontrar alguna relación entre

aquellos expedientes, algo que abrierala posibilidad de que hubiera un únicosecuestrador detrás de los tres casos.Por lo menos una pista que les indicarapor dónde enfocar la investigación. Sellevó los expedientes al restaurante yestuvo revisándolos mientras lacamarera, que siempre sonreía a Harryde un modo especial y que en variasocasiones le había comentado que jamáshabía visto unos ojos tan misteriososcomo los suyos, le traía la comida.Normalmente Harry habría prestado másatención a la muchacha e incluso lehabría guiñado su ojo marrón (teníacomprobado que el verde fascinaba más,

por lo que procuraba cerrarlo lo menosposible), pero aquel día estaba tanabsorto en el trabajo que ni siquiera lamiró.

En el primer expediente se podíaleer:

Nombre: Orson M.Edad: 14 añosFecha de nacimiento: 17 de

septiembre de 1996Fecha de la desaparición: 20 de

enero de 2011

En el segundo:Nombre: Cristina D.Edad: 16

Fecha de nacimiento: 13 de junio de1994

Fecha de la desaparición: 27 deenero de 2011

En el tercero:Nombre: Jonathan V.Edad: 12Fecha de nacimiento: 3 de

noviembre de 1999Fecha de la desaparición: 3 de

febrero de 2011

Harry se pasó la mano por labarbilla, dándose cuenta de que lucíauna barba de tres días poco habitual enél, que cuidaba su imagen para no

perder un ápice de magnetismo con elotro sexo. Esa mañana no había podidoafeitarse porque había salidoprecipitadamente de casa. Desde hacíavarias semanas dormía poco y mal.Tenía un buen montón depreocupaciones en la cabeza yúltimamente se había pasado más de unanoche deambulando por la ciudad. Suestado habitual era de estrés ynerviosismo. Necesitaba unasvacaciones.

—¿Qué haces, Harry?La pregunta provenía del inspector

de delitos fiscales Meloux. Acababa deentrar en el restaurante y ahora

permanecía de pie junto a la mesa deHarry, observándolo con ese gesto desuperioridad que lo hacía taninsoportable. Si no fuera por suarrogancia, el agente Meloux estaríarodeado de admiradores. Ese hombretenía un don para detectar estafaseconómicas y había conseguidoencarcelar a algunos de los banquerosmás prominentes de la ciudad. Pero enla comisaría todo el mundo lo detestaba.Sus aires de importancia, su manera dealardear del precio de sus trajes y sudesprecio hacia quienes no dominabanlos números habían conseguido que suscompañeros lo consideraran un estirado

a quien no darían ni un vaso de agua enmedio del desierto. En el trabajoabundaban las bromas malas del tipo«Meloux es un número primo sólo quesin el número».

—Hola, Meloux.—¿Me puedo sentar contigo?Harry arrugó la nariz:—Preferiría comer solo. Estoy

metido en un caso y necesito leer estosexpedientes con calma.

El inspector Meloux se fijó en losexpedientes que había sobre la mesa.

—Ya veo. Estás con lasdesapariciones de esos niños, ¿no?

—Sí, el capitán quiere que

investigue si hay algún nexo de unión,pero lo dudo.

—Pues yo no lo dudaría tanto…—¿Por qué dices eso?Meloux tomó asiento a la mesa de

Harry, haciendo caso omiso de sunegativa a compartirla. Lucía una camisatan exquisita que no se le arrugó ni unafibra. Señalando una de las fichas, dijo:

—Fíjate: la suma de los númerosque componen la fecha de nacimiento deeste chico suman seis.

—¿Y? —preguntó un Harry, que nodaba crédito a que su colega hubierapodido realizar ese cálculo mental a lavelocidad de la luz.

—Pues que las fechas de nacimientode los otros chicos también suman seis.

Harry observó las fichas condetenimiento y anotó las fechas en unaesquina del mantel de papel:

—Orson M.: 17 de septiembre de1996

1 + 7 + 9 + 1 + 9 + 9 + 6 = 424 + 2 = 6

—Cristina D.: 13 de junio de 19941 + 3 + 6 + 1 + 9 + 9 + 4 = 333 + 3 = 6

—Jonathan V.: 3 de noviembre de1999

3 + 1 + 1 + 1 + 9 + 9 + 9 = 333 + 3 = 6

Cuando terminó de realizar estoscálculos, el mantel estaba lleno denúmeros y el inspector Meloux sonreíaburlón.

—¿Necesitas papel y lápiz parahacer unas sumas tan sencillas?

Harry le hubiera tirado gustosamenteel café por encima.

—Sí, ¿pasa algo?—No, no —respondió el policía.—No todos somos unos cerebritos

de los números.—No creo que haya que ser un

Nobel de Física para hacer una suma desiete u ocho dígitos.

—No me toques las narices, Meloux,y dime: ¿cómo sabías lo de las fechas denacimiento?

—Soy un cerebrito, ¿no? Tú mismolo acabas de decir. Sólo he tenido queechar un vistazo a las fichas para darmecuenta de la coincidencia.

—¿Tan rápido?—Así soy yo, amigo Harry. Los

números no tienen secretos para mí.El inspector Meloux acompañó la

sentencia chulesca con un chasquido delos dedos, los cuales Harry hubierametido sin pensarlo en una trituradora. A

continuación, Meloux se levantó y sealejó de la mesa.

Harry lo escrutó con detenimiento,fijándose en su indumentaria, en susandares, en su forma de pedir a lacamarera que le sirviera la comida.Continuaba siendo un fantasma, pero unfantasma con una cabeza prodigiosa.Luego apuntó algo en una libreta.Segundos después, sonó su teléfonomóvil. Era el capitán:

—Harry, necesito que vuelvas a lacomisaría inmediatamente.

—Estoy revisando los expedientesde los desaparecidos.

—Deja eso. Tienes que investigar un

intento de allanamiento.—¿Qué ha ocurrido?—Un tipo intentaba entrar en una

portería y, cuando vio el coche patrullaque pasaba por allí, echó a correr.

—¿Quién vive en la casa que haintentado asaltar?

—Es un bloque pequeño. Sólo dosplantas y cuatro puertas. Los agentes haninterrogado a los vecinos. Bueno, haninterrogado a los de la segunda planta,porque los de la primera todavía no hanregresado de vacaciones.

—¿Y qué dicen?—Nada. No tienen ni idea de quién

podía ser.

Harry echó un vistazo a los tresexpedientes que tenía sobre la mesa ypreguntó:

—¿Algún niño en el edificio?—Uno —respondió el capitán

mientras repasaba el informe que lehabían pasado—. Se llama… Sellama… Leo Brick y tiene quince años.

http://10_LA SECTAKORUKI-YA

Derek había ocultado hechoscruciales a Nerea con la intención de noasustarla, pero no conseguía librarse dela sensación de que la estabatraicionando. No conocía de nada a esachica y, sin embargo, se sentía cerca deella. Todo era bastante confuso yextraño.

Puesto que habían acordado volver aconectarse, había estado preguntándosequé era mejor contarle y qué era másprudente seguir reservándose. No

lograba concentrarse. Cuando intentabareflexionar sobre ello, su mente sedistraía imaginando cómo seríafísicamente Nerea: ¿tendría el cabellorubio o moreno?, ¿le superaría enaltura?, ¿cuál sería el color de sus ojos?… Había perdido dos veces la cuenta delas flexiones que había hecho esamañana y había releído varias veces elmismo capítulo de una novela. Parecíaque su cerebro sólo podía procesar loque tuviera relación con aquella chica.Con frecuencia se quedaba con lamirada perdida en la pantalla delordenador, como si ese fondo fuera unapecera que lo hipnotizara, y a menudo

perdía el hilo del chat donde habíaentrado.

Aunque tratara de distraerse contodas estas actividades, su pensamientovolvía una vez tras otra a Nerea y altema del secuestro de su hermano.Consciente de que no podría quitarseese asunto de la cabeza, abandonó elescritorio, se arrodilló ante su cama y,abriendo uno de los cajones que habíabajo el colchón, extrajo una carpetaverde en cuya portada había escrito unasola palabra: Koruki-ya. A continuacióncogió una de las gomas que manteníancerrado aquel cartapacio y, antes deestirarla, respiró hondo.

Se había pasado todo el día anteriory toda la noche investigando sobre esasecta. Había volcado toda suexperiencia como pirata informático enuna investigación en profundidad que lepermitió acceder a datos privados de losdesaparecidos. Se infiltró en sus correoselectrónicos y buscó toda suerte deinformación sobre sus hábitos frente alordenador. Lo que descubrió fue que losusuarios que agregaron a La Sombra nosólo habían dejado de conectarse aFacebook, sino que habían abandonadopor completo el uso de Internet, algoque, fijándose en la asiduidad con que loempleaban con anterioridad, sólo

indicaba una cosa: tenían que haber sidosecuestrados. Sin rastro de virus en suscircuitos cibernéticos, no había otraexplicación para que, de la noche a lamañana, hubieran dejado de navegar.

Derek tenía un método paraconfirmar esta sospecha. Sólonecesitaba usar uno de los múltiplesseudónimos de hacker para meterse enlos ordenadores de la policía yaveriguar si alguien había denunciado ladesaparición de esos jóvenes. En apenasdiez minutos, había confirmado sussospechas. Consciente de que él mismohabía estado a punto de formar parte deese grupo de secuestrados, una

convulsión le recorrió el cuerpo. Fueigual que si le hubiera rozado unaanguila eléctrica.

Movido por la curiosidad, inició unabúsqueda por su propia cuenta. No sabíapor dónde empezar, así que, no con pocotemor, entró de nuevo en el perfil de LaSombra. Sus ojos se dirigieron hacia elpictograma que había escogido paraidentificarse.

Ahí tenía la primera pista. Lleno deexcitación, Derek comenzó a navegarconvencido de que su maestría por elciberespacio le mostraría el camino. Notardó en descubrir que estabaequivocado. Horas de rastreo serevelaron infructuosas. Empleó variosprogramas de reconocimiento deimágenes y accedió a la base de datosde varios museos internacionalesdedicados a la simbología, pero noconsiguió ningún dato relevante.

Estaba tan abducido con subúsqueda que a veces su estómagoacababa rugiendo y, al ir a cenar algo,se dio cuenta de que la bandeja del

almuerzo seguía intacta. Ladesesperación empezó a apoderarse deél, pero, cuanto más compleja serevelaba la investigación, másinteresante le parecía. Derek amaba losretos y ahí tenía uno grandioso.

Continuó investigando durante variashoras y, cuando ya estaba a punto deconcluir que ese pictograma había sidouna creación de La Sombra y que enconsecuencia no tenía antecedentes en lahistoria de la humanidad, su suerte dioun vuelco de ciento ochenta grados.Encontró el escurridizo dibujoreproducido en una breve noticia de undiario digital japonés. Pegó un grito de

euforia, pero ésta se enfrió al percatarsede que el texto estaba, obviamente, enjaponés, un idioma que no dominaba.

Enseguida encontró la solución: lepediría a uno de sus amigos deFacebook, una tal Mihoko de la que sólorecordaba su afición por los vídeosmusicales protagonizados por perros,que le echara una mano. Mihoko notardó nada en enviarle una traducción dela noticia (junto con un vídeo en el queun mastín surfeaba al son de una canciónde los Beach Boys). Decía así:

CAPTURADO LÍDER DE SECTAANTITECNOLÓGICA

A primera hora de esta tarde, unadotación policial ha detenido en un

piso en el barrio de Shibuya (Tokio) aAkunari Watanabe, de 46 años,

considerado uno de los cabecillas de lasecta Koruki-ya. Desde hace varios

años, la secta viene pregonando que latecnología es un instrumento del

demonio y que su misión es acabar contodos los que se dedican a difundirla ya enriquecerse a su costa. Dos de susmiembros ya fueron arrestados comosospechosos de la colocación de las

dos bombas caseras que arrasaron laplanta baja de una tienda de Apple enla misma capital del país. Además, las

autoridades creen que Koruki-ya estádetrás de la difusión del troyano quecausó estragos entre los internautas

nipones el pasado mes de marzo.Tampoco descartan que sean

responsables del secuestro delprogramador de Sony, Takeshi Wei,

aunque a este respecto lasinvestigaciones siguen en un punto

muerto. Entre lo poco que se conocesobre la secta está la firma que dejan

en sus acciones: un logo querepresenta un microchip en llamas con

el que presuntamente demuestran suodio hacia todo lo relacionado con la

tecnología. Se espera que mañana

mismo Akunari Watanabe pase adisposición judicial.

Derek estaba releyendo lainformación, para intentar descifrar quérelación podía tener La Sombra con unasecta dispuesta a borrar la tecnología dela faz de la Tierra, cuando le entró unmensaje de Facebook:

Nerea, 16 de febrero de 2011 a las09:50

Hola, Derek, ¿estás ahí?

El niño de la habitación, 16 de febrerode 2011 a las 09:53

Sí, estoy aquí y tengo cosas que

contarte, cosas que no te había dicho.

http://11_OTRACLASE DE

ENCUENTRO

Nerea se había sentado frente alordenador decidida a mantener una largaconversación con la única persona quepodía proporcionarle alguna pista sobreel secuestro de su hermano y, de pronto,se encontraba con que esa persona lereconocía que la noche anterior le habíamentido. Ella ya había intuido que esechico, por simpático que le hubieraparecido, no le había contado todo lo

que sabía. Por eso estaba furiosa desdeel principio. Tan sólo se había tratadode un presentimiento, pero no habíapodido quitárselo de la cabeza y ahorase confirmaba.

Ansiosa como estaba por descubrirla verdad, había fingido encontrarse malpara que su tía Liz le permitiera saltarselas clases. En vez de quedarse en lacama, lo primero que hizo cuando sututora hubo salido a hacer la compra fueconectarse a Facebook, decidida asonsacar a aquel desconocido hasta laúltima gota de información.

Nerea, 16 de febrero de 2011 a las

09:57 No sé qué sabes, pero serámejor que nos veamos personalmente

para que me lo cuentes.

El niño de la habitación, 16 de febrerode 2011 a las 09:59 Tendrás que

conformarte con chatear. Hace muchotiempo que no veo a nadie.

Nerea, 16 de febrero de 2011 a las10:01 Quizá puedas hacer una

excepción. Creo que la situación es losuficientemente grave.

El niño de la habitación, 16 de febrerode 2011 a las 10:03 Imposible. Lo

siento de veras, créeme.

Nerea, 16 de febrero de 2011 a las10:05 Pues entonces debes

prometerme una cosa.

El niño de la habitación, 16 de febrerode 2011 a las 10:06 ¿Qué?

Nerea, 16 de febrero de 2011 a las10:07 Que no volverás a ocultarme

nada ni a mentirme.

El niño de la habitación, 16 de febrerode 2011 a las 10:10 De acuerdo.

Tienes mi palabra.

Nerea bebió un sorbo de Coca-Colamientras pensaba cómo sonsacar a Elniño de la habitación las cosas que sehabía guardado. Aún más complicadoera encontrar la forma de cerciorarse deque le contara toda la verdad. Se lehabía ocurrido que, si conseguíaencontrarse con él en persona, podríadetectar con más facilidad cualquierembuste que tratara de colocarle. Erabuena interpretando el lenguaje gestual,aquello que más nos delata. Sinembargo, ese desconocido se mostrabareacio a tener una cita en el mundo real.

Mientras cavilaba la forma deconvencerlo, su tía entró repentinamenteen la habitación para preguntarle cómose encontraba. Estaba tan sumida en susreflexiones que no había oído abrirse ycerrarse la puerta principal. Al verlasentada frente a la pantalla, Liz le dijo:

—¿Pero tú no te encontrabas mal?Nerea forzó la tos antes de decir:—Sí, muy mal. Pero eso no me

impide estar delante del ordenador.—Si estás enferma, debes descansar

—soltó su tía mientras se acercaba a lamáquina para apagarla.

—Nooooooooooooo… —suplicóNerea al tiempo que cazaba el brazo de

Liz al vuelo.—Tienes que descansar.—Estoy chateando con un

compañero de clase porque me tiene quepasar unos apuntes.

—No me mientas.—No te miento —dijo Nerea

mientras ponía esa cara de niña buenaque tanto encandilaba a su tutora.

La tía Liz dudó unos instantes, peroal final cedió porque estaba hecha debuena pasta.

—Está bien. Te doy cinco minutosmás. Luego, de vuelta a la cama.

—Gracias, tía.Y justo antes de marcharse su tutora

soltó algo que, de forma accidental,resolvía su problema de comunicacióncon El niño de la habitación:

—Ay, esta juventud está todo el díaenganchada al ordenador. Y eso no esbueno, Nerea, nada bueno. Tienes quehablar con la gente cara a cara. Hay quemirar a los ojos para acceder al alma delas personas.

¡Claro! Cómo no se le habíaocurrido antes. Aquellas palabrasencendieron una bombilla en la mente desu sobrina, quien, acto seguido, presa dela excitación, saltó de la silla y seabrazó a su tía al tiempo que le decíaque la quería mucho. Liz se quedó

pasmada por aquella reacción,confirmando su sospecha de que Nerease había quedado en casa porque no leapetecía ir al colegio. Prefirió callar yaprovechar tamaño brote de cariño paraachuchar a su sobrina y recordarle queella también la quería mucho. Instantesdespués, cuando hubo abandonado lahabitación, Nerea abrió un cajón de suescritorio y sacó una webcam queconectó a uno de los puertos delordenador. Antes de activarla, envió unnuevo mensaje a Derek.

Nerea, 16 de febrero de 2011 a las10:16 Ya que no quieres que

quedemos en el mundo real,hablaremos cara a cara a través de

Skype. No puedes negarte.

Aguardó la respuesta durante unosminutos, pero el tiempo pasaba y El niñode la habitación no daba señales devida. Nerea pensó que tal vez habíarecibido una llamada de teléfono o sehabía distraído con cualquier páginaweb. No se imaginaba que Derek sehabía quedado de piedra, aterrado anteaquella propuesta.

Desde que vivía enclaustrado nuncahabía usado la cámara integrada en su

ordenador. Aunque, evidentemente, lohabía pensado en infinidad deocasiones. Conectar la webcam lehabría permitido mantenerse en contactocon el mundo exterior de un modo másdirecto, relacionarse con aquellaspersonas a las que había apartado de sulado y, por así decirlo, seguir formandoparte de la realidad. Sin embargo, nuncase decidió a hacerlo, probablementeporque sentía cierta vergüenza ante laposibilidad de que la gente, al verle elrostro, le preguntara por lascircunstancias de su encierro. O inclusoque se rieran de él.

Aun cuando el Gran Boom no le

impedía usar la webcam, Derek habíaoptado por replegarse más en sí mis-morenunciando a ese aparato. Ahora Nereale solicitaba una videoconferencia porSkype y, por primera vez desde queempezó su enclaustramiento, consideróseriamente la posibilidad de mostrarseal mundo. A fin de cuentas, lareaparición de La Sombra exigía laaplicación de medidas excepcionales.

El niño de la habitación, 16 de febrerode 2011 a las 10:25 De acuerdo. Abre

Skype. Mi nombre de usuario esDerek_158.

Nerea hizo clic en el icono de Skypeen su ordenador. A los pocos segundos,recibió la confirmación de queDerek_158 había aceptado su solicitud.Rápidamente marcó el símbolo dellamada y aguardó a que aquel chicomisterioso descolgara.

Primero apareció una ventana oscuraen el centro del programa, ya que lacámara del niño de la habitación tardóunos segundos en mostrar una imagennítida, pero al fin apareció el anheladorostro.

Visto a través de la pantalla, Derektenía la tez extremadamente pálida,probablemente como consecuencia del

alejamiento del sol; el pelo, negro comoel carbón, le caía sobre el rostro,ocultando sus ojos; y los labios, algorosados, contrastaban con aquella tezblanquecina, convirtiéndose en elelemento más llamativo de su rostro.Estaba bastante delgado, pero susfacciones denotaban una constituciónatlética, fibrada, bien definida. Su cuelloera grueso y la nuez, bastanteprominente, se desplazaba a lo largo dela piel con suavidad. También tenía lospómulos afilados, un hoyuelo en labarbilla y unas pestañas largas, un pocorizadas. Vestía una camiseta negra. A suespalda colgaba un póster de Devils in

Pekin, el grupo preferido de Nerea, yuna estantería repleta de libros, cuyostítulos no podían discernirse a través dela pantalla. En una de las baldas, habíaasimismo unos inquietantes muñecos querepresentaban monstruos de aspectosiniestro. No correspondían a ningunapelícula ni libro que Nerea conociera.Eso se debía a que aquellas criaturassalían directamente de la imaginación deDerek, que las moldeaba en cera y sepasaba horas coloreándolas.

Pero, por encima de estos detalles,lo que más sorprendió a Nerea fue lainfinita tristeza que su rostro emanaba.La tez pálida, los labios rojizos, los ojos

ocultos, todo dotaba a Derek de unaspecto frágil y vulnerable, acaso faltode luz o de contacto humano. Sinembargo, el efecto amplificaba labelleza de su rostro. Resultaba chocantepercibir el aura de desamparo querodeaba a aquel chaval y, al mismotiempo, observar la hermosura de susfacciones. Nerea estaba tan fascinadapor este contraste que no dijo nadadurante un buen rato, limitándose aobservar la imagen que tenía en pantalla,a sacar conclusiones sobre supersonalidad a través de aquellasfacciones, a decidir si la fascinación quesentía venía provocada por el aspecto

físico o por algo más indefinible.Por su parte, Derek no supo

interpretar el silencio de Nerea. Pensóque esa falta de reacción respondía a unrechazo hacia su aspecto, que ella estabacomprobando que su encierro lo habíaconvertido en un bicho raro. Por unmomento deseó que se lo tragara latierra. En cambio, sus primerasimpresiones respecto a la chica fueronopuestas, de una cegadora luminosidad.Cuando la miró por primera vez, notóuna sacudida en el estómago, una mezclade nerviosismo y admiración, que lehizo sentir un latigazo de deseo. Hacíameses que no observaba con

detenimiento un rostro. Había vistomuchos vídeos colgados en Internetdonde aparecían chicos y chicas de suedad, pero ésta era la primera vez quese enfrentaba a una conversación con unrostro real, en vivo y en directo, sólopara él. Y lo que estaba viendo legustaba. Tanto que le pareció un regalo.

—Hola —dijo ella de pronto.—Hola —respondió, casi en un

susurro, Derek.—Dime, ¿quién es La Sombra?Nerea fue al grano porque, pese a la

atracción que le provocaba suinterlocutor, no quería andarse por lasramas. ¿Y si la vida de su hermano

corría peligro? No podía perder eltiempo.

Durante los siguientes minutos,Derek contó a Nerea todo lo que habíadescubierto sobre el símbolo usado enFacebook por La Sombra, sobre la sectaKoruki-ya y sobre aquel líder detenidoalgún tiempo atrás: Akunari Watanabe.

Nerea escuchó con atención y sólose distrajo en un par de ocasiones, casisiempre cuando la imagen de Derekquedaba por unos segundos congeladaen pantalla, sin duda a causa de la malaconexión de Internet, y ella podíadeleitarse recorriendo un rostro que, sinsaber muy bien por qué, comenzaba a

atraerla con la fuerza de un imán.—Y eso es todo lo que he

descubierto.—¿Crees que hay alguna forma de

averiguar quién se esconde detrás de LaSombra?

Nerea vio cómo, de pronto, Derekesbozaba una sonrisa de satisfacción:

—Yo puedo descubrirlo todo. Sólonecesito un ordenador y tiempo.

—No disponemos de lo segundo —aclaró Nerea—. Mi hermano puede estarsufriendo.

—Lo sé, Nerea.A ella le gustó escuchar su nombre

en boca de Derek. Se sonrojó

ligeramente, pero su interlocutor no lodetectó porque los matices del color noquedaban definidos a través de lapantalla. No obstante, Nerea pensó quesí que se había dado cuenta, porque Elniño de la habitación se quedómirándola con interés, en silencio, comosi ella estuviera detrás de un escaparateque mostrara un objeto muy valioso.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —soltó Nerea.

—Dispara.—¿Por qué no quieres que nos

veamos?—Lo estamos haciendo.—Digo en persona.

Derek suspiró. Sabía que, si larelación con aquella chica avanzaba,algún día tendría que explicarle lo delGran Boom. Sólo era cuestión detiempo. En ocasiones anteriores, cuandoalgún usuario de Facebook, normalmentedel sexo contrario, le había pedido quele explicara por qué no salía nunca de suhabitación, él siempre había respondidocon evasivas y a la larga esa barrerahabía condenado la relación. Salvo losamigos de Facebook que vivían en otrospaíses o ciudades, todos habían insistidoen llevar la amistad al mundo real y,cuando Derek se negaba a hacerlo, elintercambio de mensajes decrecía hasta

desaparecer. Y así era como habíaaprendido que, por más hermosa que seauna relación a través de la red, todo elmundo prefiere el contacto físico. AhoraNerea le planteaba ese mismo salto a larealidad y, mirando su rostro enpantalla, él se dio cuenta de que esta vezno quería ni oír hablar de la posibilidadde perder de vista a esa chica. De modoque, armándose de valor, decidióexplicarle lo del Gran Boom y su terrorabsoluto a pisar la calle.

—Tú ganas, Nerea. Te contaré mihistoria.

—Sólo quiero que lo hagas si estásrealmente a gusto haciéndolo.

—Nunca se la he contado a undesconocido. Pero tú…, no sé…, tú meinspiras confianza.

Nerea volvió a sonrojarse:—Yo me siento igual hablando

contigo.—Aquella tarde estaba en el parque

paseando al perro del vecino…

http://12_LOSORÍGENES DE

HARRY

Cuando Enrique Gómez, el futuroinspector Harry, sólo contaba seis años,aprendió la mayor lección de su vida.

Era un 24 de diciembre por la tardey sus padres andaban muy preocupadosporque aún no habían comprado el árbolde Navidad. Aquel año les tocabaorganizar la cena de Nochebuena paratoda la parentela y les parecía quecarecer de un abeto les dejaría en

ridículo ante los invitados. Detrás de losgritos histéricos que sus padres secruzaban y del nulo caso que hacían aHarry, se escondía una rivalidad que seremontaba a los primeros años deformación de esa familia. Lacompetencia entre su madre y su cuñadapor superarse anualmente en lo tocante ala decoración navideña había alcanzado,con el devenir del tiempo, la categoríade guerra. Tener la casa mejoradornada, trinchar el pavo más tierno yobligar a los retoños a memorizar piezasmusicales cada vez más complejas eranalgunas de las batallas que se librabanen cada edición. Así pues, un

majestuoso árbol del que colgaran losmás preciosos adornos tenía quepresidir el comedor, como la Tierra estáobligada a girar alrededor del Sol.

Pero aquella víspera de Navidadaún no lo tenían. Y a este contratiempose sumaba otro no menos gordo. Lacanguro que tenía que cuidar de Harryhabía llamado simulando voz deresfriado y diciendo que le resultabaimposible cumplir con su deber.(Después de colgar, entró en el bardonde unos amigos, a cual másgamberro, coreaban su nombre). Losúnicos abuelos vivos de Harrycomunicaban sin parar, demostrando una

vez más que eran unos especialistas endejarse el teléfono descolgado, y lavecina, que tenía un hijo de la mismaedad, se había marchado a pasar lasvacaciones fuera de la ciudad. De modoque a los padres de Harry no les quedóotro remedio que llevárselo consigo a laferia navideña, donde pensaban comprarel árbol.

Como era de esperar, el tráficoinfernal fue el prolegómeno de lo que sehabrían de encontrar cuando llegaran alrecinto ferial, ubicado en el corazóncomercial de la ciudad. Parecía que el99,9% de la ciudadanía había dejado lacompra del árbol para el último día y

que ahora todo el mundo se apelotonaraen aquella explanada donde loscarteristas trabajaban tanto o más quelos tenderos.

A Harry le entusiasmó aquel trasiegohumano y aquella explosión de luces ycolores, donde uno tan pronto se topabacon puestecitos repletos de adornosnavideños como con coros de niñoscantando villancicos, abuelas haciendoofrendas a las puertas de las iglesias yturistas arrobados que sacaban fotos adiestro y siniestro. Para sus estresadospadres, en cambio, no parecía habermucha diferencia entre encontrarse enese lugar o dentro de un caldero de agua

hirviendo.Y así, entre codazos, nervios a flor

de piel y el clásico diálogo de «¿Dóndeestá el niño?», «Pensaba que ibacontigo», «Pues yo pensaba que estabacontigo», ocurrió lo que tenía queocurrir: que Harry se perdió. Imposiblesaber cuál de las dos partes era laresponsable de su extravío: los padrescon sus prisas o Harry con suembelesamiento. Seguramente ambascircunstancias conspiraron a favor deldesastre. El caso es que, cuando el niñose supo solo, cayó en un estado depánico que lo dejó paralizado durantemás de diez minutos. Toda la belleza

que lo rodeaba —luces parpadeantes,juguetes originales, transeúntessonrientes— se convirtió en purahostilidad. Imaginaba que en cualquiermomento alguien lo agarraría y lometería en un coche de camino a uncuarto oscuro. Adiós a sus padres, adiósa sus amigos, adiós al colegio, adiós alos pasteles de chocolate, adiós a suvida. Por suerte, consiguió empujar esosfunestos pensamientos lejos de sucabeza y serenarse.

De forma inaudita para alguien detan corta edad, Harry trazó un planmental para encontrar una solución a suproblema. Lo primero era buscar ayuda;

lo segundo, localizar el último lugardonde había visto a sus padres; y lotercero, pedir a alguien que reclamara lapresencia de los suyos por megafonía,tal y como había visto que hacían en losgrandes almacenes cuando un chiquillose perdía. Harry echó a andar entre elgentío deseando tropezar con un agentede policía, o con un empleado de laseguridad, o incluso con algúncomerciante que tuviera a bien sacarledel apuro. Por encima de todas lascosas, debía evitar la ayuda de aquellosextraños que le despertaran unainstintiva sensación de desconfianza. Allobo le gusta lucir abrigos de piel de

cordero.Harry era demasiado bajito para que

el resto del mundo reparara en supresencia. Intentaba avanzar entre unoleaje de bolsas y piernas que no hacíanmás que golpearle. Durante un cuarto dehora trató de encontrar el último lugardonde recordaba haber estado con suspadres, pero el tumulto lo arrastraba ensentido contrario, alejándolo cada vezmás de su destino. El pánico volvió ahacer acto de presencia ante laimposibilidad de llevar a cabo su plan,lo que hizo que Harry empezara a ver enlos rostros de los peatones algunas carasque le atemorizaron. Su abuela le había

llenado la cabeza con historias de niñossecuestrados que acababan comoesclavos en un lugar llamado África.

Muchos años después, siendo Harryya un hombre adulto, continuaríarecordando con todo lujo de detalles elbrazo del policía —no su cara, nitampoco su voz— al que se agarró comosi se tratara de un flotador en medio delocéano. Era un brazo robusto, firmecomo un poste y, sin embargo,recubierto por una tela suave, de lo másreconfortante. Aquel brazo lo alzó envolandas para apartarlo de las piernasque estaban a punto de arrollarlo. Elagente se lo llevó a la altura del pecho

y, estirando el brazo que le quedabalibre, fue apartando a la concurrenciahasta alcanzar el stand de información,donde pidió que llamaran a sus padres.Harry siempre sospechó que, con eltranscurrir del tiempo, acabó haciéndoseagente de la ley por la energía positivaque aquel brazo le transmitió en elmomento más crítico de su cortaexistencia. Todavía hoy creía escucharel comentario que le hizo aquel policíamientras aguardaban la llegada de suspadres: «Estoy orgulloso de ti, chaval.Nunca había visto a un niño quemantuviera así la serenidad en unascircunstancias tan adversas».

Más de cuarenta años después,Harry seguía la misma táctica cuando seveía acorralado por un problema:calmarse. No dejar que la preocupacióncreciera tanto que su sombra ocultara lasalida del conflicto. Con la madurezhabía aprendido que nada letranquilizaba tanto como la brisa delmar bajo la luna. Por eso, aquella mismanoche, después de haberse pasado el díareleyendo una y otra vez los expedientessobre los niños desaparecidos, se habíadirigido al paseo marítimo. Queríaponer en orden sus ideas y nada mejorque hacerlo frente al oleaje querestallaba contra el espigón. Lo único

que le impedía relajarse era el ligeropinchazo que sentía en la rodillaizquierda, donde lucía una cicatriz desiete centímetros, regalo de una bala deun atracador a la fuga que, viéndoseacorralado, apretó el gatillo. Latraicionera humedad le recordaba elincidente a la mínima que podía.

Harry recapituló los hechos de losúltimos días. La mañana anterior elcapitán le había asignado lainvestigación sobre los tresdesaparecidos. A la hora de comer, elinspector Meloux le había hecho notarque todas las fechas de nacimiento deaquellos chavales sumaban seis. Por la

tarde, se había personado en eldomicilio de Leo Brick paraentrevistarse con los padres. Sesospechaba que podía haber ciertaconexión entre el hombre descubiertomientras trataba de entrar en aqueledificio y las desapariciones de losotros jóvenes. El interrogatorio habíasido pura rutina y no había conducido aningún sitio. Desde el principio, lospadres de Leo se mostraroncomprensiblemente incómodos ante lapresencia de un policía cuyos ojos dedistinto color le proporcionaban ciertoaire de alienígena. Por su parte, Harrytomó notas en su libreta con desgana,

aunque justo cuando iba a abandonar eldomicilio, la madre dijo algo que lopuso en alerta:

—Lo irónico del asunto es que yocreía que mi hijo estaba más seguro encasa, jugando con el ordenador, que enla calle, y ahora resulta que el peligro lotenía precisamente aquí. Este mundo estáloco.

—Dígame, señora, ¿a qué horassuele estar su hijo en casa?

—Llega sobre las cinco y media delcolegio y se sienta delante delordenador hasta las nueve. No hay quienlo despegue de ahí.

—Y ustedes, ¿sobre qué hora suelen

llegar?—Huy, mi marido nunca llega antes

de las nueve y media. Se pasa el díatrabajando.

—¿Y usted?—Yo alrededor de las seis, pero

enseguida me vuelvo a marchar parahacer las compras del día.

—Entonces, el niño suele estar solode 17:30 a… pongamos… las 19:00.

—Más o menos.Harry tomó nota en su libreta y a

continuación chupó la punta delbolígrafo.

—Pero el intento de allanamientofue por la noche—dijo de pronto el

padre, que hasta ese momento se habíamantenido en silencio.

—Sí, pero toda información es útil.De cualquier modo, no creemos que suhijo esté en peligro. Es bastanteimprobable que el delincuente regrese.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó lamadre.

—Experiencia profesional.—Bueno, aun así, el ladrón se

llevaría un buen chasco—comentó elpadre poniendo cara de satisfacción.

—¿Por qué dice eso?—Hemos cambiado la cerradura.—Ah, ¿sí? —se interesó Harry—.

¿Y qué tipo de cerradura han puesto?

—Una de máxima seguridad. Nosdijeron en la tienda que estaba hecha aprueba de bombas. El último grito, vaya.

—¿Puedo verla?—¡Claro! —exclamó el padre sin

ocultar su satisfacción.Los dos se dirigieron a la entrada

principal, donde el señor Brick mostróla cerradura al inspector. Se trataba deun sistema de doble cierre, con muellede seguridad y sistema antirrobo decobre.

—¿Qué le parece? —preguntó elpadre de Leo.

—Me parece que no entraría ni untanque.

—Pues ésa es la idea.Cuando una hora después Harry

llegó a comisaría, telefoneó a unconfidente de la policía, un ladrón deguante blanco que había colgado loshábitos —o, mejor dicho, las ganzúas—para montar una empresa de seguridad.

—Oye, ¿sabes cómo se puede abriruna cerradura Smith, modelo 768-E?

—Ah, una buena cerradura.—Sí, pero… ¿puede ser abierta?—Todo puede ser abierto, querido

Harry, absolutamente todo.—Pues cuéntame cómo.

http://13_ELMANIFIESTOENCRIPTADO

Derek no pensaba darse porvencido. Aquello no había hecho másque empezar. Aun cuando su estadomental le obligara a permanecerprisionero entre cuatro paredes, no sequedaría quieto. Quería ayudar a Nerea,la chica con la que había compartido laprimera videoconferencia realizadadesde el Gran Boom, la chica a la queahora consideraba su compañera de

aventuras, la chica que hacía que suestómago diera un vuelco cada vez quepensaba en ella.

Nerea se había quedado grabada ensu cerebro y, por más que se esforzara,no lograba quitársela de ahí. Incluso leparecía verla cuando contemplaba lapantalla oscura del ordenador. El rostrode Nerea surgía entre las sombras, comouna psicoimagen fantasmal que usara elmonitor para comunicarse con el mundoexterior. Y cuando se producía dichaaparición, Derek se repetía que era lomejor que le había ocurrido desde suencierro. Así que no iba a dejar a sunueva amiga en la estacada. La ayudaría

a descubrir quién se ocultaba tras elseudónimo de La Sombra y lo haríausando la única arma que dominaba a laperfección: la red.

Durante más de ocho horas, Derekbuscó información en Internet sobre lasecta Koruki-ya y sobre su fundador,Akunari Watanabe. La mayoría de laspáginas estaban en japonés, perotambién localizó algunas en inglés. Leyócuanto pudo sobre esa organización yllegó a la conclusión de que, pese a lacaptura del líder, sus acólitoscontinuaban libres y seguramenteactivos.

Según pudo leer en algunas webs, la

Interpol y el FBI daban por zanjado eltema porque consideraban que la únicapersona realmente peligrosa de toda laorganización era Akunari Watanabe. Alresto de los fieles los tomaban porsimples perturbados que se limitaban aidolatrar a un prisionero apocalíptico.Sin embargo, había quien desafiaba lasopiniones de las fuerzas policiales. Enalgunos foros a los que sólo podíanacceder auténticos expertos en la red,Derek encontró comentarios queaseguraban que Watanabe no era, nimucho menos, el jefe supremo. Además,había consenso en que los miembros deKoruki-ya estaban preparando una

operación a nivel mundial que, segúnsus creencias, cambiaría la estructurasocial del planeta tal y como hoy laconocemos. Otros usuarios afirmabanque se habían organizado en lo que ellosmismos habían bautizado como «Elejército de las sombras». Esta miliciasecreta permanecería oculta a la esperade que su auténtico líder, del que nadase sabía, lanzara un llamamientouniversal para que sus soldados salierande sus madrigueras y sincronizaran unataque colectivo en un buen número degrandes ciudades. Y un tercer grupo deusuarios respaldaba cierta leyendaurbana según la cual el líder de la secta

había encriptado en varias páginas webun manifiesto donde se explicaban losobjetivos de la secta Koruki-ya.

En principio Derek no creyó al cienpor cien ninguna de las versiones que sedaban en aquellos foros. Como expertoen Internet, sabía que, si algo sobraba enla red, eran las medias verdades y lashistorias disparatadas. Estabaconvencido de que la imaginación decientos de usuarios se había vistoexcitada ante la posibilidad de quehubiera una secta resuelta a terminar conel dominio de la informática en nuestromundo. Esos mismos internautas habíanhinchado la paranoia añadiéndole todo

tipo de fantasías.No obstante, algo de verdad podía

intuirse leyendo entre líneas. Por esocontinuó investigando en torno aaquellos rumores, recurriendo a unúltimo comodín: el foro de hackersH4CK. Se trataba de una página web ala que sólo se podía acceder rompiendouna serie de códigos de seguridad ycontraseñas, una proeza reservada aaquéllos para los que la informática noguardaba ningún secreto. Derek habíaconseguido saltar todas las barreras deseguridad para acceder a H4CK muchotiempo atrás y ahora sólo tenía queentrar en dicho portal para lanzar la

pregunta que le rondaba por la cabeza:

¿Quién puede informarme sobre laposible supervivencia de la secta

Koruki-ya?

En apenas veinte minutos recibiómás de un centenar de respuestas. Todascoincidían en un punto: aun cuandohubieran detenido a un miembrodestacado, la secta continuaba a plenorendimiento. La información era fiable,porque nadie podía moverse por Internetcon la pericia de los usuarios de aquelforo. Ahí no acudía gente con ganas dedivertirse a base de fabricar historias de

miedo, sino auténticos ciberexpertos conuna idea muy clara de la importancia deno difundir meros rumores en la red. Asíque Derek lanzó otra pregunta:

¿Cómo puedo infiltrarme digitalmenteen la organización?

La cuestión era más compleja,motivo por el cual el número derespuestas se redujo considerablemente.Algunos usuarios le recomendaron queno lo hiciera, porque la organizacióncriminal disponía de expertosinformáticos dedicados en cuerpo y

alma a rastrear cualquier ataquecometido desde fuera.

Convencido de que su habilidadfrente al ordenador le permitiría driblarcualquier intento por descubrir suidentidad, Derek desoyó tales consejos.Continuó leyendo los mensajes enviadospor los otros usuarios durante un rato,hasta que un usuario con el nick «La luzaniquila la sombra» le escribió elsiguiente mensaje:

Busca el manifiesto encriptado.

Derek replicó inmediatamente a estemensaje:

¿No se trata de una leyenda urbana?

Y obtuvo la respuesta que buscaba:

En absoluto. El líder de la sectaKoruki-ya encriptó su manifiesto en

decenas de páginas web de apariencianormal. Ese manifiesto contiene todaslas claves para entender qué se oculta

tras la organización.

Derek seguía albergando seriasdudas sobre esta revelación, pero suinterlocutor se mostraba tan convencido

que decidió seguir indagando:

¿En qué páginas debo buscar?

La luz aniquila la sombra dijo:

Nadie lo sabe, pero alguna vez he leídoen este mismo foro que los Koruki-ya

captan a sus adeptos a través depáginas dedicadas a temas esotéricos.

Es todo lo que puedo decirte.

Derek comprendió que hasta ahíllegaba la ayuda.

Gracias por la información, LLALS.Te debo una.

La respuesta le dejó bastanteintrigado:

Algún día te pediré que me ladevuelvas.

El niño de la habitación se puso abuscar en Google y otros motores debúsqueda páginas sobre esoterismo.Aparecieron miles de webs donde sehablaba de fantasmas, diablos,

monstruos, duendes, reencarnados,zombis, vampiros y toda suerte de seresque, al entender de Derek, nopertenecían a otro reino que no fuera elde la fantasía. No era la primera vez quehabía tenido que buscar mensajescifrados dentro de un número elevado dewebs, por lo que, algunos meses antes,había creado un programa que sededicaba a «deshacer» los portales quecontuvieran alguna palabra o nombreque le interesaban. Este programaescaneaba todas las páginasseleccionadas y se adentraba en suscódigos ocultos para averiguar siescondían textos sólo visibles por ases

de la red. De este modo habíaconseguido contactar con algunasasociaciones de hackers queencriptaban mensajes dentro de webs deapariencia inofensiva.

Dio las órdenes pertinentes alordenador para que ese mismo programacomenzara a analizar los códigosocultos en las páginas de esoterismo.Consciente de que la máquina tardaríavarias horas en desenterrar algúnmensaje, se puso a hacer flexiones.Cuando terminó, la pantalla delordenador continuaba en blanco. Hizouna sesión de pesas, durmió una siesta yal despertar descubrió una alerta en el

monitor: «Se ha encontrado una páginaencriptada dentro de la web:shadowphantom.net».

Derek pulsó el icono de desencriptar yde inmediato la página empezó a

deshacerse. Las palabras e imágenesque la formaban fueron cayendo a lo

largo del monitor como si se hubieranconvertido en una lluvia de signos.

Bajo esa cortina de letras asomó unasegunda web en cuyo encabezamientopodía leerse, en grandes letras rojas,la palabra KORUKI-YA. La seguía

este texto:

La tecnología ha convertido a los sereshumanos en periféricos de los

ordenadores. Nosotros, Guardianes dela Vida Biológica, revertiremos esta

situación. No podemos permitir que laVida Tecnológica acabe con el ser

humano.

Hemos tratado de hacer comprenderesta Verdad mediante palabras. Nadienos ha escuchado. Ha llegado la horade que invoquemos a todos los diosesque, a lo largo de los milenios, hanacompañado a los seres humanos.

Hemos dado con la forma de llamar aesos dioses. Hemos dado con la forma

de comunicarnos con los Creadores.Hemos dado con la forma de pedir alos Seres Supremos que aniquilen a

cuantos quieren sustituir la VidaBiológica por la Vida Tecnológica.

El 20 de febrero de 2011 llevaremos acabo el ritual de invocación de los

Seres del Más Allá. Les pediremos quesólo salven a aquellos seres humanos

que se han mantenido limpios deespíritu, que no han mezclado sus

almas con los universos digitales, quehan continuado tal y como vinieron almundo. Ese día las Sombras dispersaspor todo el planeta alzarán sus manos

para derramar la sangre que daráorigen a un nuevo mundo. Ese día se

acabará con la existencia de 64impuros que no supieron vivir acordecon los principios biológicos. Ese día

los dioses, benignos y malignos,despertarán gracias al olor a sangre ybajarán a la Tierra para exterminar a

los amigos de la tecnología.

Así sea. El fin está cerca. El principiotambién.

Derek se quedó paralizado. Notóque le temblaban las manos. Aquel

mensaje era una clara amenaza para elhermano de Nerea. Hablaba de sangrederramada, de 64 víctimas, del fin de latecnología, del origen de un nuevomundo. Quiso enviar un mensaje deFacebook a su amiga, pero en el últimomomento se contuvo para noaterrorizarla y optó por seguirinvestigando en la web que acababa deaparecer ante sus ojos. Derek disponíade las herramientas necesarias paraaveriguar la IP desde donde había sidocolgada aquella página. Activó un parde programas y, durante más de unahora, estuvo trabajando en torno alpor tal shadowphantom.net, hasta que

descubrió lo que hubiera preferido nosaber: el ordenador que creó esa páginaestaba en su propia ciudad. Aún peor, sehallaba a pocas manzanas de sudomicilio y del de Nerea.

http://14_DE LALUZ A LASSOMBRAS

La Sombra colgó el teléfono,encendió un cigarro y miró la puerta trasla que permanecían secuestrados loscuatro chicos. Aquel día ninguno deellos lloraba. Tampoco hablaban entresí. Ni siquiera se les oía arrastrando lospies por la celda. Pensó en echar unvistazo por la mirilla, pero desestimó laidea por miedo a alterar el silencio en elque estaban sumidos aquellos

desgraciados. La calma era absoluta yLa Sombra se sentía aliviado. Con laexcepción de una ópera sublime, elsilencio era el mejor bálsamo. Prontoterminaría todo. Dos días más y lasangre sería derramada, los diosessaldrían de su letargo y los hombres queno respetaron la Vida Biológica seríanexterminados. Así lo había asegurado elprofeta. El 20 de febrero de 2011, él, LaSombra, formaría parte del ritualplanetario que habría de desatar la furiade los Seres Superiores. Pero todavíafaltaban dos piezas en su colección paraalcanzar la cifra mágica de seis. Sihubiera conseguido capturar a Leo

Brick, sólo quedaría uno. Pero aquelmaldito coche de policía…

La Sombra apartó estospensamientos de su cabeza porque noquería estropear el momento. Lorodeaba tanto sosiego, tantatranquilidad, que no deseaba estresarseinútilmente. Se sirvió un whisky en vasoancho, se sentó en la butaca y puso lospies sobre la mesa. En momentos así sesentía importante, un componenteineludible del revolucionario engranajeque en breve movería el mundo que seavecinaba. Su vida, tan cargada demomentos dolorosos, al fin parecíaadquirir un sentido rotundo,

incontestable. Cerró los ojos y reclinó lacabeza. Una mueca de satisfacción cruzósu rostro, pero enseguida se esfumócomo el humo que salía de su cigarrillo.Le había asaltado un recuerdo, un levechispazo que lo empujó al origen de suhistoria, al momento en que se convirtióen La Sombra, al incidente que lo llevóa transformarse en un soldado de lasfuerzas superiores.

Aquella madrugada, sobre las 06:00,decidió que ya no tenía ningún sentidointentar dormir. Quedaban aún dos horaspara que sonara el despertador, perosabía que era inútil esperar a que levenciera el sueño. En realidad, lo había

estado ahuyentando con suspensamientos desde que se había metidoen la cama, ya bastante tarde. Se habíapasado hora tras hora con la vista fija enalgún punto de la oscuridad, dándolevueltas a lo que ocurriría cuando salierael sol. Llevaba casi un año aguardandola llegada de ese día.

Tras levantarse, puso especialesmero en su higiene personal. Se afeitólenta y cuidadosamente, hasta asegurarsede que conseguía un rasurado perfecto.Después se duchó a conciencia e inclusocomprobó que las uñas de pies y manosestuvieran en perfecto estado de revista.Para la ocasión, se había comprado una

camisa de marca, algo cara a suentender, pero sin duda elegante. Lanoche anterior había sacado lustre a suszapatos y había planchado con esmerosus pantalones. También había llevadola chaqueta a la tintorería y ahora,cuando ya se la había puesto, se miró enel espejo del recibidor. Le gustó lo quevio. Él, que nunca había cuidadoespecialmente su imagen, quería estarguapo para ella. Iba a ser una muestra deque todo podía cambiar a partir deentonces. Le guiñó un ojo a su otro yo.Si la confianza fuera un chaleco, ya lehabrían saltado todos los botones.

Intentó desayunar, pero dejó el café

y las tostadas a medias. John habíaestado tan concentrado en ella, enintentar visualizar cómo lo recibiría y enpreparar varios temas de conversaciónpara que el reencuentro no se volvieseincómodo, que se percató de que llevabaun tiempo récord sin pensar en Sam.Avanzó por el pasillo de la casa y sedetuvo ante la puerta de la habitación desu hijo. Al habitual escalofrío de penase le unió uno de culpabilidad. Desdeque Sam desapareciera hacía más de unaño, no había habido una sola hora enque su recuerdo no hubiese aparecido ensu mente, aunque fuera fugazmente.Apoyó la cabeza contra la puerta de la

habitación, contuvo las lágrimas y al finla abrió. El cuarto del niño seguía igualque lo dejó, a excepción de suordenador, que ya no estaba allí. ¡Elmaldito ordenador con el que empezó lapesadilla! La policía, con el llamadoinspector Harry a la cabeza del caso, lohabía requisado porque sospechaba queen sus archivos estaba la clave de sudesaparición. Y así había sido. Samhabía conocido a su futuro secuestradoren un chat.

John y su esposa, Judith, se negarona que la policía les devolviera lamáquina que les había arrancado al hijode su lado. Cerraron la puerta de la

habitación para no volver a abrirla,como un gesto metafórico que les habríade ayudar a taponar el dolor que lesprovocaba su ausencia.

Fue en balde. La herida se expandíainevitablemente, como una marea negra,por sus almas. La pena los consumía.Las discusiones y el distanciamiento seacrecentaron. La desaparición de su hijopudrió el lazo que siempre los habíaunido. Judith y John no se divorciaron,pero el silencio cayó sobre ellos hastaconvertirlos en dos extraños. Y ella,hasta entonces rebosante de brillo, entróen una depresión que la postró en camadurante semanas y que en poco tiempo

convirtió su larga y brillante melenanegra en una mata canosa que no sepodía tocar, bajo riesgo de quedarse conmechones en la mano con la caricia másleve. Fue como ver un preciso violíndevorado por la carcoma, con suscolores marchitos por culpa de unaprolongada exposición al sol. Laenfermedad, inmune a los fármacos,terminó haciendo que la internaran en uncentro de salud mental.

Aquella mañana, tras acicalarse contodo el esmero posible, John se dirigióal hospital donde su esposa llevaba unaño ingresada. Los médicos no le habíanpermitido visitarla hasta entonces. Por

eso estaba tan ilusionado. Llegó muypronto, tanto que el ala de psiquiatría,construida sobre un pequeño islote alque se llegaba cruzando un puente,continuaba cerrada. John dio un paseopor los alrededores. Había dejado elramo de flores en el coche por miedo aque el viento lo arruinara. Alcanzó unfaro maltrecho por la humedad, a buenseguro abandonado. Las gaviotas habíanfabricado un nido en la techumbre. Lasratas asomaban el hocico entre lasgrietas. Los insectos quedaban atrapadosen las telarañas. Y él, perfectamenteacicalado, observaba ese decoradocomo quien contempla una fotografía de

su propio estado de ánimo.A las nueve menos cinco volvía a

estar a la entrada del centro de saludmental. Respiró hondo, se ajustó lacorbata y miró al cielo. Hacía 365 días,8.760 horas, que no veía a su mujer. Laprofunda emoción que lo embargó hizoque todas las fibras de su cuerpovibraran como las cuerdas de unaguitarra. Agarró el pomo y cruzó lapuerta. Por la presencia de la directoradel hospital en medio del recibidor y elsilencio sepulcral que provocó suaparición, John supo de inmediato quealgo no marchaba bien. La responsabledel pabellón lo invitó a su despacho,

pero él, paralizado por el pánico, exigióque le dijera allí mismo qué estabapasando. Fue entonces cuando lecontaron lo del suicidio.

Los testigos que presenciaron lareacción de John coincidieron enseñalar que todo transcurrió a cámararápida. Fue como observar a un animalque, herido de muerte, despliega unafuria incontenible contra todo lo que lorodea. John había dejado caer las floressobre las baldosas. Después habíapegado un grito ensordecedor y,completamente fuera de sí, se habíadirigido a la mesa de recepción, habíaarrancado las pantallas de los

ordenadores y las había estampadocontra el suelo. Acto seguido, abandonóel lugar con el rostro tan enrojecido queparecía a punto de estallar.

La policía fue alertada enseguida. Sedecidió que Harry se acercaría al lugarde los hechos porque él había llevado elcaso del secuestro del hijo de John. Trastomar las declaraciones pertinentes yfotografiar el deplorable estado en quehabían quedado los ordenadores, fue enbusca del agresor. Supuso que debía deandar por la zona, ya que su cocheseguía en el mismo sitio. Lo encontrómedia hora después, a los pies del faro,mirando el mar. Harry sabía que estaba

contemplando la figura de un hombreroto, de una persona que había perdido asus dos seres más queridos en el plazode dos años. Lo que no podía imaginarera que el dolor que sentía en su interiorera tan descomunal y salvaje que sucorazón se estaba transformando en unrecipiente tenebroso y helado. Uncorazón digno de alguien a quien llamarLa Sombra.

http://15_ELHOMBRE DEL OJO

MUERTO

A medida que Derek le informaba delas circunstancias que rodeaban a lasecta Koruki-ya, en el interior de Nereacrecía, en vez de angustia y pánico, unafuerte determinación por liberar a suhermano. La noticia de que un manifiestoque anunciaba un derramamiento desangre había sido colgado desde unordenador cercano, del cual suciberamigo había conseguido hasta la

dirección postal, le incitó a quereractuar con rapidez. El reloj corría ycualquier vacilación resultaría fatal.Aun así, intuyendo sus intenciones,Derek le hizo jurar que no haría nadahasta que trazaran un plan de acción. Lepidió que no cometiera la estupidez dehacerse la valiente y que antepusiera lainteligencia a las emociones.

Sin embargo, Nerea no podíapermanecer de brazos cruzados mientrasla vida de Alex pendía de un hilo.Lamentaba mentir a su nuevo amigoprometiéndole que no actuaría por sucuenta, pero las circunstancias no ledejaban otra elección. Además, El niño

de la habitación la había ayudado muchoa la hora de buscar información, pero,dada su agorafobia, no podía hacer nadamás por ella. Como era mejor nopreocuparle, decidió guardar silenciosobre sus auténticas intenciones. Elfactor añadido de que su tía Liz salieraesa noche al teatro terminó porconvencerla de que era el día perfectopara pasar a la acción.

—Tienes croquetas en la nevera —le había dicho Liz antes de marcharse—.Mételas en el microondas durante unminuto y medio, y a cenar. Las puedesacompañar de ensalada. ¡Ah!, tambiénhay naranjas y yogures.

—Vaaaaaaaaaaaaale.—¿Seguro que estarás bien?—Sí, tía. No te preocupes. Que ya

soy mayorcita. Vete tranquila.—De acuerdo, de acuerdo. Calculo

que estaré de vuelta a eso de las doce.Y, por lo que más quieras, no toques elDVD, que estoy…

—…grabando el telediario —lahabía interrumpido Nerea—. Me lo hasrepetido mil veces, tía…

Nerea se dio un margen de seguridadde quince minutos antes de quitarse elpijama y ponerse ropa de calle, no fueraque su tía hubiera olvidado algo yregresara de pronto, pillándola in

fraganti. Por temor a despertarla, Liz nosolía entrar en su cuarto cuandoregresaba tarde a casa. No obstante,como medida de precaución amontonóvarias almohadas bajo la manta de lacama para que abultaran lo suficientecomo para engañar a un ojo en laoscuridad, haciéndole creer que ahídormía una persona.

A continuación sopesó laposibilidad de dejar una nota diciéndolea su tía que había salido con algunaamiga. Terminó descartándola, dado queresultaría poco creíble que hubierahecho eso teniendo clase al díasiguiente. Tampoco podía jugar la carta

de decir que se quedaba a dormir encasa de Brigid, ya que eso siempre loanunciaba con un día de antelación y,por lo general, coincidía con el fin desemana. La única opción era fugarsedirectamente, sin dar explicaciones, ycruzar los dedos para regresar a casaantes que su tía.

Resuelta a seguir adelante con susintenciones, Nerea se abrigó bastante ymetió en la mochila un botellín de agua yuna linterna, por si las moscas. Antes deabandonar el domicilio, echó un vistazoal rellano por la mirilla para asegurarsede que no había vecinos. Bajó por lasescaleras, evitando ese ascensor en el

que podía encontrarse con alguien, ycruzó la portería conteniendo larespiración.

Como había previsto, la noche erafresca. Antes de echar a andar, y pese aque no llovía, se calzó la capucha delchubasquero. No quería que lareconocieran. El reloj marcaba las20:50, por lo que todavía había bastantetrasiego por la calle. Hasta esemomento, Nerea se había sentido muysegura de sí misma, pero al poco deempezar a caminar, viéndose envueltapor todos aquellos rostros desconocidosy sabiendo que un secuestrador actuabaimpunemente en aquella ciudad, sus

ánimos fueron flaqueando. ¿Cómo se lehabía ocurrido seguir sola una pista quela conduciría a unos chifladossumamente peligrosos? ¿Por qué nohabía acudido a la policía desde unprincipio? ¿Por qué le había ocultado ala tía Liz sus sospechas sobre ladesaparición de Alex? ¿Acaso se creíacapaz de enfrentarse por sí sola a unasecta organizada? Angustiada por todasestas dudas, pensó en volver sobre suspasos, pero el recuerdo de su hermanole devolvió el valor suficiente paraapartar aquellos interrogantes de sumente y seguir adelante.

La dirección que le había dado

Derek se encontraba a quince minutos.Había pasado por ahí multitud de veces,sobre todo cuando había tenido quevisitar a su dentista. Aminoró la marchaantes de llegar a la localización exacta ycruzó la acera para observar el lugardesde una distancia prudencial.

Se trataba de un edificio de una solaplanta, con una única puerta de acceso yun aparcamiento subterráneo. Las lucesestaban apagadas y las cortinas corridas,amén de que la puerta principal teníacuatro cerraduras y un cartel de«Cuidado con el perro».

Durante la siguiente media hora, noocurrió nada. Nerea, que se había

sentado en una parada de autobúsfingiendo ser una pasajera más,empezaba a notar los estragos del frío.Buscó el móvil en la mochila paraasegurarse de que su tía no la habíallamado y descubrió horrorizada que selo había dejado. Se maldijo a sí misma.«Estúpida, estúpida, estúpida». Quizáshabía llegado el momento de poner fin aaquella majaradería.

Mirar el reloj y comprobar quehabían transcurrido otros veinte minutosinútiles le hizo abandonar la vigilancia.Aquello era una absoluta pérdida detiempo y ella no podía entretenersedemasiado si quería llegar a casa antes

que su tía.Ya se había levantado cuando, de

pronto, un individuo se detuvo frente ala puerta del edificio. Era alto,corpulento y fumador. Nerea no pudodistinguir sus rasgos faciales porque ladistancia y la oscuridad se loimpidieron. Que fuera vestidocompletamente de negro dificultaba aúnmás las cosas. El hombre miró aizquierda y derecha antes de introducirlas llaves en las distintas cerraduras, ydetuvo su mirada en la parada deautobús donde se encontraba Nerea. Ellaechó instintivamente el cuerpo haciaatrás para ocultarse tras una señora que

aguardaba la llegada del transportepúblico. Aquel individuo no podía saberquién era ella y qué hacía allí, pero elcorazón le empezó a latir con fuerza ylas manos comenzaron a sudarle.

El hombre de negro entró en eledificio y cerró tras de sí. «Y ahora,¿qué demonios hago?», se preguntóNerea. No podía llamar a la puerta, perotampoco había otra manera de accederal edificio. Inevitablemente, empezó amorderse las uñas con frenesí. «Quéhago, qué hago, qué hago». La señora lamiró con cara de extrañeza, por lo quese obligó a mantener la compostura. Enese preciso instante llegó el autobús, la

señora subió y Nerea se quedó sola enla parada. Seguía sin saber cuál debíaser su siguiente paso cuando la llegadade una furgoneta le brindó la solución.

Desde el interior del vehículoabrieron automáticamente la puerta delaparcamiento y Nerea no se lo pensódos veces: cruzó la calzada con rapidez,se colocó tras el vehículo y, antes deque el mecanismo electrónico cerrara denuevo la entrada, se coló en el garaje.Cuando ya se encontró dentro, se echó aun lado para ocultarse entre unas cajasamontonadas en una esquina y seencogió como un ovillo suplicando atodos los dioses que no la descubrieran.

El conductor apagó el motor y salióde la furgoneta. Nerea no pudo verle elrostro porque no se atrevía a asomarse,pero distinguió claramente el clic de laspuertas traseras del vehículo cediendo.Armándose de coraje, sacó la cabezapor encima de una de las cajas yvislumbró la figura de un hombre queextraía un gran bulto del interior de lacamioneta. Al principio Nerea creyó quese trataba de un saco de harina, pero,cuando vio que se movía, entendió quehabía alguien ahí dentro. Estaba siendotestigo de un nuevo secuestro. Dentro deese saco pataleaba Leo Brick.

El hombretón se puso el saco sobre

los hombros y avanzó hasta el fondo delsótano. Nerea no pudo ver más porquela furgoneta le tapaba la visión. Sólooyó una puerta chirriando al abrirse ycerrarse. De golpe la sobresaltó una vozgrave que llegaba desde la plantasuperior.

—¿Todo en orden?—Sí.—Pues sube.—Voy.Los pasos del captor se fueron

debilitando a medida que subía por laescalera. Al cabo de un par de minutos,cuando sólo le llegaba el rumor de unaconversación desde algún punto lejano

del piso de arriba, Nerea se atrevió asalir de su escondrijo.

Encendió la linterna, rodeó el cochey se dirigió hacia la puerta del final delpasillo. Era de acero, de un grosorconsiderable, y estaba cerrada por unacadena coronada por un gran candado.Nerea tuvo la certeza de que Saturno seencontraba allí dentro y le sobrevino unatremenda euforia. Puso una oreja contrala hoja, pero no oyó nada. Quiso llamara su hermano por su nombre, pero erademasiado arriesgado. Estudió elcandado, buscando la forma de abrirlosin la llave y desistiendo cuando se diocuenta de que necesitaría una caja de

herramientas y mucho tiempo. Entoncesdescubrió la mirilla. Estaba demasiadoalta para su estatura, así que tendría queusar una silla para alcanzarla. Pero no lepareció prudente encaramarse a esemueble sin haberse asegurado antes deque los secuestradores continuaban en laplanta superior. Lo más importante eratenerlos controlados.

Subió las escaleras lentamente yapareció en una sala vacía, con unamesa en el centro y varias sillas a sualrededor. Había dos puertas. Unaestaba cerrada; la otra, abierta, daba aun pasillo por el que seguramente sehabía metido el secuestrador. Nerea

caminó muy despacio hasta el corredor.Con suerte se habrían dejado la llavedel candado a la vista y podría hacersecon ella sin que nadie se percatase.Avanzó lentamente, dejando cincosegundos entre paso y paso para nohacer ruido. «Concéntrate, no tengasmiedo», se repetía mientras avanzabapor el pasillo tal que si estuvierainfestado de minas.

Ahora las voces le llegaban conmayor claridad. Confiaba en que los doshombres estuvieran enfrascados en unacharla que los retendría en la otra saladurante un buen rato. Cuando quedabapoco para llegar al final del camino, se

agachó y, reptando durante los últimosmetros, asomó la cabeza por el salón.Vio a dos individuos sentados a la mesa,fumando como carreteros y bebiendowhisky. Los dos tipos permanecíancallados alrededor de una mesailuminada por una lámpara de pie. Sólopodía distinguir el rostro de uno, ya queel otro le daba la espalda.

El hombre a quien podía ver conclaridad era el que había entrado aledificio por su propio pie. Tenía unamelena de un blanco cegador y el rostrocosido a cicatrices, con un ojo cuyapupila no se movía y que le recordó alde un tiburón; probablemente era de

cristal. En el antebrazo lucía un tatuajeque reproducía el pictograma que LaSombra tenía colgado en Facebook.Parecía imposible que algo calientecomo la sangre pudiera bombear dentrode ese cuerpo.

Mientras un escalofrío recorría elcuerpo de Nerea, el hombre apagó uncigarrillo y rompió el silencio:

—¿Está todo controlado?—Por supuesto, señor.—No podemos permitirnos ningún

error.—Estoy siguiendo la Estrategia

Global al pie de la letra, señor.—¿Y tu ayudante?

—También está siguiendo losplanes. Pero ha habido un pequeñoinconveniente.

—¡¿Un inconveniente?! —gritó elhombre de las cicatrices y, por unmomento, pareció que su furia sumía lahabitación en una espesa penumbra.

—Alguien se ha entrometido.—¿Quién?—Un policía.—Pues acaba con él.—Así lo haré, señor.—Sólo quedan dos días para el

sacrificio y sigue faltando la sextavíctima.

—No fallará nada.

—Más os vale.Al oír la palabra sacrificio, una

descarga eléctrica había recorrido elsistema nervioso de Nerea. Del susto, selevantó tan bruscamente que su espaldaderribó un cuadro que colgaba de lapared.

—¿Qué ha sido eso?Eso era Nerea corriendo para salvar

su vida.—¡Cógela! —oyó gritar al hombre

del ojo de tiburón.

http://16_PERSECUCIÓNEN LOS GRANDES

ALMACENES

El tráfico había disminuidoconsiderablemente a esas horas de lanoche. Y era una suerte, porque Nereacorría por las calles sin prestar atencióna los semáforos, sin esquivar a lospeatones, sin reparar en los perros quele ladraban desde algunos balcones.Sólo pensaba en salvar el pellejo, enperder de vista al hombre que laperseguía, en alcanzar su casa para

ponerse a salvo. Pero no lograba dejaratrás a aquel tipo.

A veces, cuando doblaba unaesquina, se agazapaba tras algúncontenedor, deseando que La Sombrapasara de largo, pero el hombre siempresabía dónde torcer para no abandonar asu presa. Nerea corría, corría y corríacomo jamás lo había hecho. Miraba entodas direcciones buscando a un agentedel orden a cuyos brazos lanzarse, perono veía a ninguno. «La policía nuncaestá cuando la necesitas», solía decir latía Liz. Cuánta razón tenía.

Las luces de las farolas ya se habíanencendido y la sombra de su perseguidor

se alargaba hasta tal punto que a menudoalcanzaba a Nerea. Sólo se trataba de susombra, pero, cuando ella la veíarebasándola, sacaba fuerzas de flaquezay conseguía acelerar aún más. Nuncahabía destacado en las pruebas develocidad durante las horas de gimnasia,pero ahora no tenía ninguna duda de queestaba batiendo todos los récords de suclase. Se sorprendió de la capacidad delcuerpo humano en situaciones extremas.Sobre todo cuando adelantó a un par deciudadanos que hacían footing por losalrededores del parque y cuando rebasóa un ciclista que circulaba por la acera.Notaba el corazón revolucionándose

dentro de su pecho como una batidora enmarcha.

La Sombra también sabía correr. Ymucho. Quizá no fuera tan veloz comoella, pero sus piernas eran más largas yuna de sus zancadas equivalía a dos delas de ella. Por otra parte, el hombre nose andaba con chiquitas. Cuando alguiense interponía en su camino, lo apartabade un empujón. Así fue como tiró alsuelo a una anciana, a un niño y, elúltimo de todos, al ciclista que ellahabía rebasado poco antes. Al pasar a sulado le dio un golpe con el codo y elciclista se estrelló contra una farola,quedando atontado en medio de la calle.

Por fortuna, Nerea tenía un plan. Nohabía querido correr hacia su casa paraevitar que su perseguidor descubrieradónde vivía, ni tampoco que relacionarasu calle con el domicilio de Alex. Si LaSombra averiguaba que era la hermanade uno de los secuestrados, sin dudatomaría represalias contra el prisionero,forzándola a entregarse para evitarlas.De modo que había echado a correr endirección contraria, siempre con laintención de alcanzar la zona másconcurrida de la ciudad. Todavía nohabían tocado las diez de la noche, asíque algunos comercios seguiríanabiertos. Si conseguía llegar a ese

barrio, podría confundirse entre elgentío y, con un poco de suerte, perderíade vista a su perseguidor.

Durante diez minutos más, Nereacorrió como alma que lleva el diablohasta aparecer en la calle de las tiendas.Por ahí deambulaban cientos deciudadanos que, a la salida del trabajo,se habían dirigido a realizar las últimascompras del día. Al final de la avenida,radiantes como una montaña iluminadapor potentes focos, se alzaban unosgrandes almacenes que estaban siemprellenos de gente. Ése era el destino finalde Nerea.

Probablemente La Sombra se dio

cuenta porque, cuando doblaron laesquina tras la cual apareció el centrocomercial, el hombre apretó el pasopara darle caza. Faltaban pocos metrospara que la atrapara cuando un individuosalió de una tienda con tanta mala suerte—o buena, según se mire— que seinterpuso en el camino de La Sombra. Eltrompazo fue espectacular. Elsecuestrador arrolló a aquel individuo yambos se dieron de bruces contra elsuelo, provocando un gran revuelo a sualrededor. Nerea se detuvo a contemplarla escena unos segundos. La Sombratrataba de calmar al hombre que, ya depie, le sujetaba del brazo

recriminándole indignado su atropello.Había pretendido escabullirse echandode nuevo a correr, lo cual hizo quealgunos ciudadanos le rodearanimpidiendo su fuga, y ahora seagolpaban a su alrededor exigiéndoleque se disculpara. Nerea retomó lacarrera, satisfecha de haber conseguidouna ventaja considerable respecto a suenemigo.

Al cruzar la puerta de los grandesalmacenes, se detuvo en seco porque noquería alertar a los vigilantes. Podríahaberles pedido ayuda, pero no se fiabade ellos. Aquellos hombres, pese a irarmados, no eran policías, sino guardas

jurados acostumbrados a pillar aadolescentes robando videojuegos.Mejor no encomendarse a su eficaciafrente a un delincuente de verdad. Nerease infiltró en el establecimiento sinllamar la atención y se dirigiódirectamente a la escalera mecánica. Asu lado había varias familias y gruposde chicos charlando distendidamente yunos cuantos dependientes que, con sustrajes de color verde, atendían a losclientes. Con tanta gente a su alrededor,y con una pizca de suerte, lasprobabilidades de que La Sombra laencontrara eran remotas.

Cuando desembocó en el tercer piso

de los grandes almacenes, se asomó auna de las barandillas interiores deledificio, desde donde podía ver laplanta baja. No se lo podía creer. ¡Ahíestaba La Sombra! Acababa deatravesar la puerta principal y miraba entodas direcciones tratando de adivinardónde se había metido. El terror laparalizó. Se sujetó a la barandilla comosi fuera el último salvavidas de un barcoa la deriva. Y en ese preciso instante superseguidor alzó la cabeza y ladescubrió allá arriba. Nunca olvidaríala enfermiza expresión de placer que elrostro de aquel criminal mostró tanpronto como la vio. Echó a correr

escaleras arriba y, aun cuando deseabaalcanzar la última planta, se detuvo en elpiso superior, dedicado a Informática yTelefonía.

Aquel lugar estaba lleno deordenadores encendidos para que losconsumidores pudieran juguetear conellos. De repente se le ocurrió una ideay, abandonando la intención inicial deascender hasta la última planta, Nerea seapresuró hasta la máquina másesquinada de todas. Su esperanza eraque las columnas, los clientes y losdemás elementos decorativos lamantuvieran oculta mientras toqueteabael teclado. Volvió a lamentar no llevar

el móvil consigo para contactar conDerek. En caso de extrema necesidadtambién podría haber llamado a Brigid,a quien no había contado nada por temora que se fuera de la lengua. El primerordenador donde se detuvo no teníaconexión a Internet y el segundo sólocontenía juegos de combate. Por fortuna,el tercero sí que le permitió entrar enFacebook, introducir su contraseña yacceder a su cuenta, donde, luchandopor vencer el temblor de sus dedos,escribió:

Nerea, 18 de febrero de 2011 a las21:30

La Sombra me persigue. Estoy en losalmacenes Dresslandia. ¡Ayuda!

Aguardó unos segundos mientrasobservaba, asomando la cabeza por unlateral del monitor, la escalera por laque subía La Sombra. Sudaba enabundancia, pero los mismos nervios leimpedían percatarse de ello. Enseguidallegó la respuesta:

El niño de la habitación, 18 de febrerode 2011 a las 21:31

No abandones los almacenes.

Nerea, 18 de febrero de 2011 a las

21:32Pero él sabe que estoy aquí.

El niño de la habitación, 18 de febrerode 2011 a las 21:32

Estarás más segura en un lugar llenode gente.

Nerea, 18 de febrero de 2011 a las21:33

Pero ¿cómo escapo?

El niño de la habitación, 18 de febrerode 2011 a las 21:34

Confía en mí. Yo haré que puedashuir. Dame un par de minutos.

Nerea hubiera querido responder aeste mensaje diciendo que no disponíade un par de minutos. Sin embargo, noescribió nada porque, de pronto, vio lafigura de La Sombra ascendiendo por laescalera automática. Primero reconociósu cabeza, después sus hombros, elpecho, el vientre y, al final, los pies. Elhombre repasó toda la planta con unamirada escrutadora. Nerea se agachópara no ser descubierta. Ahora no podíaverla, pero ella tampoco podía verlo aél. La posibilidad de que aparecierarepentinamente en la esquina dondeNerea se ocultaba la aterrorizó.

Lentamente, asomó la cabeza por elhueco que había entre las mesasdeseando reconocer los zapatos de LaSombra entre los de los demás clientes.Pero no lo logró. Ante sus ojos semovían más de veinte pares de pies, lamayoría con calzado oscuro y, enconsecuencia, todos sospechosos depertenecer a un psicópata ansioso porcapturar a una niña.

Aunque era arriesgado, no había otroremedio que sacar la cabeza por encimade la mesa. Cuando al fin encontró elvalor para hacerlo, no divisó a superseguidor. Miró en todas direcciones,con las pupilas dilatadas por el pánico.

La Sombra no aparecía por ningunaparte. Supuso que había subido a lasiguiente planta y se permitió tomar unaprofunda bocanada de aire. Observó lapantalla y, como no había ningúnmensaje, escribió:

Nerea, 18 de febrero de 2011 a las21:36

Derek, ¿qué haces?

El niño de la habitación, 18 de febrerode 2011 a las 21:36

Espera.

Nerea, 18 de febrero de 2011 a las21:37

No puedo esperar. Voy a intentar salirsin que me vea.

El niño de la habitación, 18 de febreroa las 21:38

Espera. Confía en mí.

Nerea confiaba en Derek, pero nopodía aguardar un segundo más. Si LaSombra había subido a la plantasuperior, era el momento de echar acorrer escaleras abajo, alcanzar lasalida y perderse por las calles.Olvidándose de su amigo, abandonó elordenador y empezó a caminar con

disimulo entre los televisores, losportátiles y los teléfonos que llenaban eldepartamento. Y ya estaba a punto dealcanzar la escalera automática cuandouna mano pegajosa la agarró del cuello yla obligó a volverse. Ante sus ojos teníala asquerosa sonrisa de La Sombra,quien acercó su rostro al de la niña ydijo:

—Ya eres mía.«Ha llegado el final», pensó Nerea.

Se acabó el juego. Game Over. Todoestá perdido. El fluir de estas fúnebresconclusiones se interrumpió de formasúbita al producirse un sonidoensordecedor. Acababa de dispararse la

alarma de Dresslandia. Derek habíaaccedido al sistema informático de losgrandes almacenes para activarla. Suobjetivo era provocar tal caos entre laclientela que su amiga pudiera escaparal amparo de los cientos de adultos quese dirigirían nerviosos a las puertas deemergencia. Cruzaba los dedos para quela policía se personara en losalmacenes, permitiendo que Nereapidiera auxilio.

Efectivamente, tan pronto como sonóla alarma, los dependientes de todas lasplantas empezaron a solicitar a la genteque se dirigiera ordenadamente a lasalida. La Sombra continuaba sujetando

a Nerea, pero estaba desconcertado porla situación. Miraba a todas partestratando de evaluar cuál era la mejorruta de escape sin llamar la atención. Suprisionera trató de liberarse en variasocasiones, pero, cuanto más forcejeaba,más fuerte la sujetaba su captor; llegó ahacerle un gran moratón en el brazo,donde quedaron marcados sus dedos. Yen éstas estaba cuando un dependiente,un veinteañero lleno de pecas y conaspecto de no haber roto nunca un plato,se acercó a la pareja para conminarles aque se apresuraran a bajar las escalerascon calma.

—¡Socorro! —gritó entonces Nerea

—. ¡Este hombre me quiere secuestrar!El dependiente no pareció entender

lo que le estaban diciendo, porque sequedó perplejo, con la boca medioabierta y el ceño fruncido, sinreaccionar, acaso esperando a que sucerebro procesara la informaciónrecibida.

—¡Ayúdame! —soltó de nuevoNerea.

Cuando el dependiente saliófinalmente de su estupor, cogió suwalkie-talkie para avisar a seguridad.La Sombra reaccionó propinándole unrotundo puñetazo en la nariz. El chicocayó a plomo sobre la moqueta, pero en

su descenso pudo agarrar la chaqueta deLa Sombra. Le dio tal tirón que se vioforzado a soltar a Nerea para mantenerel equilibrio. Ella aprovechó para echara correr escaleras abajo y camuflarseentre la gente que se agolpaba en lassalidas de emergencia.

Tan pronto pisó la calle, se acercó aun policía que trataba de despejar laacera para evitar apelotonamientos.Cuando quiso explicarle lo que leacababa de pasar, el agente, sinprestarle atención, le dio un empujón altiempo que le decía:

—Avance, señorita. No se quedequieta.

Nerea le hizo caso. Decidió que erapreferible aprovechar la confusión paraalejarse lo antes posible de aquel lugary correr hacia su casa. Allí podríaexplicar a su tía Liz cuanto habíaocurrido y juntas irían a una comisaríapara denunciar los hechos.

Resultaba evidente que la situaciónse le había escapado de las manos y queya era hora de que los adultos tomarancartas en el asunto. La vida de suhermano corría auténtico peligro y ellase había librado milagrosamente deconvertirse también en víctima. Porsegunda vez aquella noche, sus piernasse propusieron batir un récord olímpico.

http://17_UNAAYUDA

INESPERADA

Nerea tenía la sensación de quellevaba una eternidad corriendo, de quedurante ese día no había hecho otra cosaque huir, de que a partir de entonces suvida estaría siempre amenazada.

Se había jurado ser fuerte y nodesfallecer, pero no pudo evitar que,mientras avanzaba a toda prisa por lascalles de la ciudad, se le saltaran laslágrimas. No podía dejar de pensar que

había estado muy cerca de ser atrapada.Por un pelo no se encontrabacompartiendo celda con su hermano,cautiva de dos locos, a un par de díasdel sacrificio. Se imaginó a sí mismaatada en una mazmorra inmunda mientrasun verdugo encapuchado rebanaba elpescuezo de su hermano, y se redoblaronsus lágrimas.

Había llegado la hora de ponerpunto final a su investigación suicida.Hasta aquí habían llegado sus sueños deconvertirse en una heroína de película.Pero… ¿quién la había convencido deque podía ser una superwoman capaz devencer a los malos, rescatar a las

víctimas y recibir una medalla delalcalde mientras el pueblo la aplaudíaenfebrecido? Ya era hora de poner lospies en el suelo. Tan pronto estuvierasana y salva en casa, llamaría a lapolicía y la pondría al corriente de todo.Su propósito de evitar que su tía sepreocupara ya no tenía ningún sentido.Las circunstancias la habíansobrepasado.

Nerea corría y corría bajo lasfarolas, volviéndose cada pocos metrospara asegurarse de que nadie la seguía y,cuando doblaba por una calle despejada,se situaba en el centro de la calzadapara tener visión periférica y evitar que

La Sombra, en caso de aparecer, lapillara desprevenida. Cada vez que veíaa un transeúnte en la distancia, seestremecía, pensando que podría ser superseguidor o, peor aún, el hombre delojo muerto. En las películas uno sentíaexcitación al presenciar la persecuciónde una pobre chica, pero en la vida realno tenía la menor gracia.

Lo que Nerea desconocía era que LaSombra ya no la perseguía, sino queavanzaba en otra dirección, hacia elsótano; y al contrario también que ella,lo hacía con paso tranquilo, para nodespertar sospechas. Romperle la narizal empleado de los grandes almacenes

había sido un gravísimo error, unimpulso absurdo. Si uno o másmiembros del equipo de seguridad deledificio lo hubieran visto, podríanhaberlo reducido y hubieran llamado deinmediato a la policía. Tampoco sepodía descartar que las cámaras deseguridad hubieran captado el momentoy que ahora estuvieran imprimiendoimágenes con su rostro. Por todo ello,había decidido abandonar el centrocomercial manteniendo la calma,adoptando el mohín de resignaciónidéntico al de los clientes que habíanvisto frustradas sus compras, fingiendoser un ciudadano normal y corriente.

Era muy consciente de que, alenterarse de que la chica se le habíaescapado, su superior montaría encólera. Y eso sí que era peligroso. Se loimaginaba perforándolo con su ojomuerto mientras apretaba la mandíbulade pura rabia. No podía descartar que losometiera a un castigo ejemplar quehiciera comprender a los otros soldadosque los errores se pagaban muy caros.Las molestias por aquel fallo seríanenormes. Para empezar, tendrían queabandonar el sótano de inmediato, yaque la chica podía informar de suparadero a las autoridades. La furia lollevó a apretar los puños. Un fuego lo

consumía por dentro.Al entrar en la portería de su casa,

Nerea se sintió al fin a salvo. Se miró enel espejo del ascensor y vio a una chicaasustada, sudada y despeinada, con losojos acuosos. Se recompuso el pelo, sesecó el rastro de las últimas lágrimas ymiró el reloj, que ni siquiera marcabalas 22:30. Su agotamiento y el peligroexperimentado le habrían hecho jurarque eran las tantas de la madrugada. Sutía aún no habría regresado del teatro.Una molestia, ya que Nerea estabaansiosa por explicarle todo lo que habíaocurrido y pedirle que la acompañara acomisaría.

Antes de que el ascensor sedetuviera, pensó que se ducharía, seprepararía una taza de chocolate calientey contactaría con Derek para contarlelos pormenores de aquella nocheinfernal. Estaba segura de que lapreocupación lo tenía en vilo.

Pero lo que se le apareció al entraren su domicilio hizo que todos susplanes saltaran por los aires. En el sofáse encontraba su tía Liz con un pañueloen la mano y una cara de preocupaciónque le llegaba al suelo. Más tarde seenteraría de que su amiga se habíasentido indispuesta apenas iniciada lafunción teatral y había regresado a casa

temprano. Sentado en una silla frente aella había un hombre al que no habíavisto nunca. Cuando se acercó un poco,reparó en que tenía un ojo de cada colory una libreta en la mano. Aquellos ojostan inquietantes le provocaron unescalofrío al relacionarlos con el dellíder de la secta. Nerea se asustó alpensar que podía tratarse de un miembromás que, habiendo averiguado sudirección, se había personado en sudomicilio y ahora amenazaba a su tía.Sintió cómo se le formaba un nudo en elestómago.

Al verla aparecer en el salón, Lizpegó un brinco que todavía la sobresaltó

más y corrió a abrazarla. Las lágrimas lebrotaban a borbotones y el llantoparecía tan inconsolable que Nereaacabó contagiándose. El desconocidoles concedió un momento antes depresentarse:

—Hola, Nerea. Soy el detectiveHarry. Estoy al mando de lainvestigación sobre la desaparición detu hermano. Hemos recibido una llamadade la universidad informando de quelleva varios días desaparecido. Quizá sudesaparición tenga relación con la deotros chicos que también llevan algúntiempo separados de sus hogares.Hemos ido al campus y sabemos que

fuiste a visitarle.—¿Por qué no me contaste nada?,

¿por qué no me dijiste que sabías que tuhermano había desaparecido?—intercedió Liz mientras soltaba más ymás lagrimones.

—No sé —respondió Nerea.La presencia de Harry la había

tranquilizado. De pronto vio cómo suplan de acelerar el rescate de suhermano cobraba un gran impulso. Sesentó junto a su tía en el sofá y, tomandoaire cada cierto tiempo, les contó todolo que le había ocurrido durante losúltimos días. Todo, menos un datosignificativo: no dijo ni una palabra

sobre Derek. Tenía la intuición de queera mejor mantenerlo al margen,guardarse ese as en la manga por si lascosas se torcían, tener esa bala en larecámara.

Mientras los ponía en antecedentes,Liz emitía suspiros o se palmeaba lasrodillas o le agarraba la mano, y de vezen cuando soltaba una frase que nollegaba a acabar del tipo: «Ay, si tuspadres levantaran la cabeza, seguroque…».

Cuando Nerea puso el punto final asu relato, Harry, que no había dejado detomar apuntes, le hizo unas cuantaspreguntas y, a modo de cierre, añadió:

—Vamos a investigar el edificiodonde viste a los dos sospechosos. Encuanto sepamos algo, se locomunicaremos. Mientras tanto,extremen la vigilancia. Y Nerea: nadade hacerte la valiente. Para cualquiernovedad o cualquier cosa que necesitéis,aquí tenéis mi tarjeta.

Cuando Harry se dirigía a la puertapara abandonar el domicilio, Nerea tuvoel impulso de lanzarle una últimapregunta:

—Inspector Harry… —dijo.—¿Sí?—¿Me promete que salvará a mi

hermano?

El policía se le acercó, le acaricióel rostro y sonrió:

—Te lo prometo.En la otra parte de la ciudad, La

Sombra había recuperado la furgoneta yconducía con una prudencia quecontrastaba con la rabia que seguíadevorándole las entrañas. Pese al riesgoque implicaba realizar dos operacionesen un período de tiempo tan limitado,iba a consumar el sexto y últimosecuestro. No había otra opción. La furiapor haber dejado escapar a Nerea loabrasaba y quien iba a pagarlo pocopodría imaginar que haber aceptadoaquella misteriosa solicitud de amistad

hacía veinte minutos escasos,aprovechando una pausa en el trabajo, lefuera a costar tan caro.

A Bea Michigan le quedaban aúndos horas largas para acabar su turno enel McDonald’s donde la habíancontratado. Sin embargo, enfrente delrestaurante acababa de estacionar unvehículo, desde cuyo interior alguien lavigilaba sin descanso, a la espera defrustrar sus planes de regresar a casa.Apenas hubo apagado el contacto, suocupante se puso un CD de músicaclásica para aplacar la rabia que loazuzaba.

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http://18_UNAPESADILLA

REVELADORA

Con el alivio de tener a un detectiveinvestigando la desaparición de suhermano, Nerea se quedó dormida tanpronto apoyó la cabeza en la almohada.Se deslizó en el sueño como en unamedia de seda. Por primera vez en losúltimos días, se sentía relajada y, alcerrar los párpados, arrancó unaexperiencia onírica de lo más agradable.

Al principio había una casa aislada

y de enormes proporciones, casi unpalacio, que acababa en un pináculosobre el que flameaba una banderanegra. Nerea se encontraba frente a lacancela principal, que estaba bañada enpapel de oro. El sol brillaba en lasalturas y la temperatura, pese al desiertoque rodeaba la mansión, era perfecta. Aun lado de la casa, en un inmenso patio,niños jugando, riendo, saltando. Al otro,una cuadra con varios camellos,caballos y una jirafa tocada con unsombrero de copa. En las alturasflotaban docenas de globos aerostáticosque moteaban el cielo de vivísimoscolores.

Nerea abrió la verja, cuyos goznesrechinaron como si llevaran años sintrabajar, y contempló la fachada deledificio. Había algo en aquellaarquitectura que la serenaba, quizá laarmonía de los elementos decorativos,tal vez ciertos detalles que, sin saberpor qué, le resultaban familiares. Lasventanas del palacete estaban abiertas ylas cortinas, blancas y sedosas, bailabanal son de las corrientes de aire. Nereacaminó por una calzada de ladrillos decristal que terminaba a los pies de unaescalinata sobre la que se alzaba,majestuosa e imponente, la puerta delcaserón. Tuvo que reunir fuerzas para

abrir una de las hojas y acceder a unrecibidor sin mobiliario pero igualmentehermoso. En el centro de la sala, unaescalera de caracol, y en los laterales,unos agujeros por los que, de vez encuando, brillaban unos puntos de luz denaturaleza desconocida.

En las paredes laterales se alzabanseis puertas, cada una de un colordistinto, que intrigaron a Nerea. Podíaascender por la escalera de caracol oaventurarse por una de esas entradas.Tras pensarlo un buen rato, eligió laprimera opción. Empezó a subir poresos escalones metálicos, de colorcobre y con esmeraldas incrustadas, que

rechinaban cada vez que apoyaba un pie.A medida que ascendía, el suelo delrecibidor empezaba a llenarse de aguaprocedente de todas las esquinas y delos agujeros llegaron unos quejidosagudos.

El reconfortante sueño penetraba asíen el reino opaco de la pesadilla.Cuando su cabeza asomó por la primeraplanta de aquel palacio, la oscuridadcomenzó a adueñarse del lugar. Lospórticos de las ventanas se cerraronbruscamente, las cortinas blanquecinasse convirtieron en negras y el sonidoemitido por las criaturas de los agujerosse tornó ensordecedor. Tan pronto se

adentró en el piso, la escalera decaracol inició su derrumbamiento. Lostornillos se desprendieron uno a uno, lospeldaños y la barra central sedesplomaron como un árbol reciéntalado. En medio de la habitación dondeahora se encontraba Nerea, quedó, comoun pozo artificial, el agujero antesdestinado a dicha escalera.

No veía nada. El único punto dereferencia era el hueco en el centro de lasala, por donde se filtraba un poco deluz. Todo lo demás se habíatransformado en tinieblas. Avanzóresuelta a encontrar alguna puerta que lepermitiera abandonar el lugar. Mientras

caminaba, sus pies tropezaban confrágiles objetos que resultabanimposibles de identificar. Cuando porfin alcanzó una de las paredes, reparó enque un líquido viscoso las recubría. Lesobrevino una arcada.

Nerea seguía rodeada de oscuridad.Recorrió las cuatro paredes con cautela,siempre temerosa de tropezar con algodesagradable, hasta que se dio cuenta deque se encontraba en una sala ciega, sinventanas, ni puertas, ni vías de escape.Sólo ese agujero en el centro del suelo,obviamente inútil dada la altura a la quese encontraba respecto a la planta baja.Además, todo estaba anegado.

Nerea era consciente de que estabadentro de una pesadilla y deseó contodas sus fuerzas despertarse. Sepellizcó los brazos creyendo que así laabandonaría la ensoñación, pero sóloconsiguió hacerse daño. También pensóen lanzarse por el agujero del suelo.Había oído decir que, en los sueños, unosiempre despierta antes de morir, asíque lo mejor era saltar al vacío cuandono encontrabas otro modo de regresar ala realidad. No tardó en comprobar queera el típico consejo más fácil de darque de realizar. Porque, tras colocarseen los márgenes del agujero y poner losbrazos en cruz resuelta a lanzarse, la

visión de esa agua oscura que prometíatragársela hizo que fuera incapaz dedejarse caer.

Todavía tenía los pies al borde delprecipicio cuando una cerilla seencendió en medio de la sala. Alprincipio le pareció un fósforo flotandoen el aire, sin nadie que lo sujetara.Lentamente el resplandor fue revelandoun rostro sombrío, encapuchado,envejecido. Un rostro dominado por unojo inmóvil y oscuro, completamentedesprovisto de vida. Cuando su dueñosopló sobre la cerilla y las tinieblasengulleron de nuevo la sala, Nerea sintiópánico y dio un paso atrás. Quedó con

los talones colgando en el vacío. Unossegundos después, cuatro cerillas más seencendieron en medio de la oscuridad ycada una de ellas reveló una cara hostil,fiera y mortecina. Al no vérseles elcuerpo, parecía que flotaran en laoscuridad, como cabezas clavadas sobreestacas.

Estaba rodeada por cinco hombresque dejaron caer sus cerillas cuando yase habían acercado lo suficiente comopara atraparla. En el instante en que losfósforos se extinguieron, las tinieblas lodevoraron todo. El crujido de losobjetos que pisaban al caminar daba aentender que estaban cercando a Nerea.

Todavía junto al agujero del suelo,ella no podía más que rezar paraabandonar esa pesadilla lo antesposible. Pero nada la salvaría. Nada,salvo el precipicio que la hundiría enlas aguas negras… Ya tenía un piecolgando en el vacío, resuelta a dejarsecaer, cuando una trampilla se abrió en eltecho y emitió un chorro de luz tanintenso que los cinco encapuchadosretrocedieron varios pasos, cubriéndoselos rostros con las capas. Nerea miróentonces a las alturas y descubrió elrostro pálido de Derek asomando por laportezuela, gritando su nombre ylanzando una cuerda.

—Sujétate —gritó.Nerea se asió a la cuerda con todas

sus fuerzas mientras los cinco hombres,luchando denodadamente contra la luz,se abalanzaban hacia su posición. Derekalzó su menudo cuerpo justo cuando unode los encapuchados se precipitabacontra ella con un cuchillo en la mano.

Cuando al fin alcanzó la segundaplanta, Derek cerró la trampilla y ambosse fundieron en un gran abrazo. La pielde él estaba fría, su rostro blanquecino yel flequillo sobre los ojos. Sus carasestaban a menos de cuatro dedos y ahoralos dos se miraban con intensidad. Susalientos se entremezclaban y sus labios

temblaban. Derek cerró los ojos yacercó su rostro al de Nerea. Y tal vezhubieran llegado a besarse si ella nohubiera despertado en ese precisomomento, jadeando y empapada ensudor.

La acumulación de emocionesextremas la hacía sentirse agotada. Pesea la belleza del primer acto y la dulzuradel último, la angustia central de aquellapesadilla proyectó sobre el corazón deNerea una sombra tan espesa que ya nopudo volver a dormirse.

http://19_UN DÍADE CALMAIMPOSIBLE

Al día siguiente Nerea y Derekconectaron sus respectivas webcams ymantuvieron la conversación más larga,profunda e íntima desde que La Sombrauniera sus vidas.

El niño de la habitación habíapasado la noche en vela, muerto depreocupación tras recibir aquellapetición de socorro desde Dresslandia.Durante las siguientes horas había

intentado conectar reiteradas veces conella por Facebook, pero siempre deforma infructuosa.

La noche anterior, consciente de queDerek debía de estar esperando noticiassuyas y deseosa de agradecerle suprovidencial intervención, Nerea sehabía metido en la cama con la intenciónde esperar a que su tía se durmiera paralevantarse furtivamente y encender elordenador. Sin embargo, el sueño laacabó venciendo. Tan agotada estabaque había dormido hasta pasadas lasdoce de la mañana y al despertar sesintió terriblemente culpable. Aunquetenía colegio, la tía Liz la había dejado

descansar y ella misma se habíaausentado de su trabajo alegando fiebrepara, así, cuidar de su sobrina.

Ambas se iban a tomar el día libre.Su tía decidió que, dada la angustia y elestrés al que habían estado sometidas enlas últimas horas, les sentaría bien queles diera el aire. Por ello insistió en darun paseo, ir a comer a la pizzeríafavorita de Nerea y, por la tarde, entraren un cine para ver alguna película.Podía parecer una imprudencia salir a lacalle después de los recientesacontecimientos, pero el inspector Harryles había asegurado que, aun cuandoellas no se dieran cuenta, habría un

agente vigilándolas en todo momento.—Si nos quedamos encerradas aquí

nos volveremos locas —le había dichola tía Liz para convencerla de quesalieran a despejar la cabeza.

Nerea sólo tenía ganas de entrar enFacebook para comunicarse con Derek,pero cuando hizo el amago de sentarsefrente al ordenador, su tía montó encólera:

—¡¿Es que no has aprendido nada?!Si no fuera por el maldito ordenador, nohabría pasado nada de esto.

—Pero, tía…—Ni peros ni nada. Si tus padres,

que en paz descansen, estuvieran aquí,

se habrían indignado tanto que nisiquiera te dirigirían la palabra… Y amí tampoco. Si vieran lo mal que os hecriado, lo mal que os he protegido, lomal que lo he hecho todo, no querríanvolver a saber nada de mí.

Tras decir esto, Liz rompió a llorarcon tanto desconsuelo que Nerea nopudo más que abrazarla y pedirleperdón. Se sentía fatal. Ella no queríatraer todo ese dolor a su casa y ahora sedaba cuenta de que, si hubiera acudido alos adultos desde un principio,probablemente su hermano ya estaría asalvo.

—Arréglate y vamos a dar un paseo

—dijo al fin su tía, aceptando lasdisculpas de esa sobrina a la que amabacon locura—. Es mejor que nosdistraigamos mientras esperamos a quela policía nos llame.

—Tía…—¿Qué?—Te quiero mucho y seguro que si

papá y mamá estuvieran aquí teagradecerían todo lo que estás haciendopor nosotros.

—Gracias, mi niña —respondió Liz,acariciando la cara de su sobrina—.Pero vamos a dejar de llorar como unasmagdalenas, que tantas lágrimas haránque nos salgan arrugas.

Así pues, sintiéndolo mucho, Nereatuvo que dejar a Derek enfrentado a unaterrible incertidumbre.

Ni ella ni su tía pudieron relajarse nidisfrutar lo más mínimo de tan extrañajornada. Alex seguía secuestrado y esopesaba enormemente sobre susconciencias. Liz se pasó el día fingiendoque estaba tranquila y se mostró en todomomento solícita, pero, cuando creíaque su sobrina no la miraba, su rostro seensombrecía, sus manos estrujaban elbolso y los ojos se le humedecían. Noquería ni imaginar qué ocurriría si lapolicía fracasaba y su sobrino era… (nose atrevía siquiera a ordenar a su

cerebro que formulara la palabraasesinado). Ya habían enterrado a lospadres de Nerea; si ahora hicieran lomismo con el hermano, la chica no losoportaría. Demasiado dolor paraalguien tan joven, demasiadas injusticiaspara quien tenía toda la vida pordelante; demasiadas lágrimas para unamuchacha que antes, cuando sus padresvivían, se pasaba el día riendo.

La policía tenía que rescatar a Alexpara demostrar a Nerea que el mundo noera un lugar tan infernal como parecía. Yla tía Liz deseaba tanto que su sobrinafuera feliz que aquel día, mientrascaminaban hacia la pizzería, se detuvo

en seco, se arrodilló ante Nerea y,siguiendo un impulso, le dijo:

—Quiero que sepas una cosa.—¿Qué?—Pase lo que pase, yo siempre

estaré a tu lado.Nerea se estremeció al escuchar

aquellas palabras. Entre líneas,implicaban que su tía concebía laposibilidad de que algo espantoso leocurriera a su hermano.

—Yo no quiero que Alex muera —gritó de súbito Nerea al tiempo queestallaba en sollozos.

—No le pasará nada, cariño. Perodebemos ser fuertes. Tú y yo tenemos

que ser la una para la otra como unaroca a la que te agarrarías parasobrevivir durante un temporal.¿Entiendes lo que quiero decir, mi niña,lo entiendes?

—Sí, lo entiendo.Ninguna de las dos pudo acabarse la

pizza. Romper el silencio durante lacomida resultó más trabajoso quedescorchar una botella de cava con losdientes. Tras abandonar el restaurante,fueron al cine y, si alguien les hubiesepreguntado a la salida qué les habíaparecido la película, no hubieran podidodecir nada, ni siquiera explicar elargumento.

Luego, Liz insistió en comprarlealgo y, por mucho que Nerea le repitióque no necesitaba nada, acabóaceptando unos tejanos demasiado carospara la economía familiar. Nereallevaba semanas pensando en ellos, peroahora que los columpiaba dentro de unabolsa le parecía una ridiculez haberdepositado tanta ilusión en un estúpidotrozo de tela.

Llegaron a casa igual o peor de loque la habían abandonado. Tristes,vacías, consumidas por la preocupación.A pesar de que ambas le habían dado alinspector Harry su móvil para serlocalizadas en cualquier momento

(saltándose la obligación de apagarlo enla sala de cine), la tía Liz no pudo evitarrevisar el teléfono fijo para comprobarsi había alguna llamada perdida. Sólouna: la tintorería informando de que elvestido ya estaba listo.

En la cena ni siquiera se esforzaronpor hablar, limitándose a echar fugacesvistazos a esa pantalla del móvil quenunca se iluminaba. Cuando Nereafinalmente pudo conectarse a Internetgracias a la distracción que trajo a su tíael bendito telediario, Derek continuabaesperándola. Tan pronto como el iconole indicó que su amiga acababa deconectarse, se le iluminó el rostro,

encendió su webcam y llamó a Nerea.—¡Dios mío, Nerea! Llevo

veinticuatro horas pendiente de ti. Yaempezaba a temer lo peor. ¿Estás bien?¿Funcionó la alarma en los grandesalmacenes? ¿Qué te ha pasado?

Pese a las circunstancias tandramáticas que rodeaban aquellajornada, Nerea sintió un agradablehormigueo en el estómago al comprobarque Derek estaba realmente preocupadopor ella. Las ojeras que lucía lo hacíanaún más atractivo y, por primera vez, elflequillo no le tapaba los ojos, que serevelaron verdes, grandes y misteriosos.Había algo en aquella mirada que iba

más allá de la tristeza, algo que sugeríauna constelación de sentimientos ávidospor explosionar. El día en que ese chicosaliera de la habitación donde vivíaencerrado, se desataría una tormenta deemociones.

Nerea le puso al día sobre lascircunstancias de la noche anterior,contándole con pelos y señales sudescubrimiento del sótano dondesospechaba que retenían a su hermano,la huida a la carrera tras ser descubierta,la persecución por los grandesalmacenes, el reencuentro con la tía Liz,la conversación con el inspector Harry ylos tristes recorridos por la ciudad

durante esa jornada. Le narró todo concalma, deleitándose con la atención queDerek le prestaba, no dejándose ningúndetalle. Y si su tía no hubiese asomadorepentinamente por la puerta paradesearle buenas noches, no se habríadado cuenta de que llevaba más de doshoras charlando con El niño de lahabitación.

En esta ocasión Liz no hizo ningúncomentario al descubrir a Nereaenganchada a la pantalla. No teníafuerzas para discutir y, en el fondo,entendía que, pese a los recientesacontecimientos, la informática formabaparte de las nuevas generaciones del

mismo modo que la televisión lo habíaformado de la suya. Le lanzó un beso yse dirigió a su cuarto en silencio.

—Si no estamos equivocados,mañana es el día escogido por losKoruki-ya para el sacrificio —dijoDerek—. Puede que la intención originalde los miembros de la secta fuerarealizarlo en ese sótano, pero ahora quelos has descubierto habrán tenido quebuscar un nuevo sitio.

—Tienes razón. Cuando conseguíescaparme, La Sombra debió de correrde vuelta a su guarida para trasladar alos secuestrados a otro lugar. En casocontrario, la policía ya nos habría

anunciado su detención, pues di alinspector Harry las señas exactas.

—Confiemos en que la policía hagasu trabajo, pero no por ello debemosabandonar la investigación. Voy acontinuar navegando a ver qué másencuentro sobre la secta. El tiempo senos echa encima.

—Yo mañana tengo que volver alcolegio, pero buscaré la manera desaltarme el entrenamiento de baloncestode la tarde y regresaré lo antes posible acasa para contactarte y ver qué haspodido averiguar. Aunque confío en quela policía se nos adelante.

—Perfecto. Entre todos lo

conseguiremos, confía en mí.—Confío en ti. No sabes cuánto

valoro lo que estás haciendo por mí ypor mi hermano. No sé cómoagradecértelo.

—No te preocupes, yaencontraremos la manera cuando todoesto acabe.

—Sí… Lo siento, pero he de dejarte.Estoy segura de que mi tía estápendiente de si me acuesto o no. Hatenido un día muy duro y no quiero darlemás motivos de preocupación.

—Está bien, procura descansar.Hasta mañana.

—Hasta mañana. Un beso.

Nerea apagó la cámara antes de queDerek pudiera darse cuenta de que sehabía puesto roja. Se le había escapadoesa despedida con «un beso» incluido yahora sentía una oleada de vergüenza.Su inconsciente le había jugado unamala pasada. Se había imaginado a símisma incorporándose hacia la webcamy estampándole un beso de buenasnoches a Derek. Sus palabras habíandelatado lo que deseaban sus labios.

Por su parte, El niño de lahabitación hubiera podido aguantar otranoche entera sin dormir con tal de nodejar de hablar con ella. Ese besovirtual que le había lanzado Nerea le

dejó una expresión idiota en el rostrodurante el largo rato que aún se pasófrente al ordenador para avanzar en lainvestigación.

Al día siguiente, mientras Nereaesquivaba en el colegio las preguntas desus amigas sobre dónde había estado eldía anterior y lanzaba constantes ojeadasa la pantalla del móvil, Derek, pese a nohaber apenas dormido, se concentró enbuscar más pistas sobre La Sombra.

Trabajaba a contrarreloj, pues éseera el día señalado para el sacrificio.Por mucho que navegó durante toda lamañana, no encontró ninguna otra noticiao documento secreto que le aportara

nueva información sobre la secta. Envióla enésima tanda de mensajes de ayuda aotros internautas que resultaron del todoinútiles. Tras comer un plato deensalada con arroz y una Coca-ColaZero, estudió los datos del piso dondehabía estado Nerea la noche anterior.Sólo encontró información sobre ladueña de la finca, una señora de 67 añosque vivía a trescientos kilómetros de laciudad. A buen seguro, la pobre mujerno tenía la menor idea de a quién habíametido entre aquellas cuatro paredes.

La frustración comenzaba adominarlo, por lo que hizo cuatro seriesde pesas. Al acabar decidió volver a

mirar los perfiles de aquellos quehabían agregado a La Sombra comoamigo. Suponía que todos habían sidosecuestrados. Empleó un programacreado por él mismo que buscabacoincidencias en los perfiles de aquelloschicos y chicas. En menos de diezminutos el ordenador le reveló que susfechas de nacimiento sumaban seis. Sinduda era un dato relevante que arrojabaalguna luz sobre por qué La Sombrahabía elegido a esos jóvenes y no aotros de los muchos que navegaban adiario por Facebook. Pero tampocoaportaba nada de interés respecto allugar donde los miembros de la Koruki-

ya pensaban cometer el sacrificio. Sesentía impotente, incapaz de hacer nadadesde las cuatro paredes de su prisiónparticular.

Puesto que el ejercicio lo ayudaba aconcentrarse y le refrescaba las ideas,se puso a hacer unas flexiones. Cuandoempezaba la cuarta serie, una bombillase encendió en su cabeza. De un salto secolocó frente al ordenador y volvió aleer el manifiesto de la secta Koruki-ya,donde se anunciaba que el 20 de febrerode 2011 morirían 64 impuros. El númerole sonaba, como si lo hubiera vistoanteriormente en algún sitio. Deinmediato revisó sus notas y comprobó

con exaltación que el número de la casadonde había acudido Nerea también erael 64. Cruzando los dedos para que lapista fuera geográfica, buscó todos losnúmeros 64 repartidos por las calles dela ciudad. Los había a centenares.Descartó los de los barrios máscéntricos y adinerados, así como todosaquellos que pertenecieran a comercios,iglesias, residencias de ancianos,oficinas y demás edificios escasamentesospechosos de albergar a unaorganización clandestina. Los resultadosse redujeron considerablemente, peroseguían siendo excesivos.

Al centrarse en las zonas del

extrarradio, tropezó con una noticia quele llamó poderosamente la atención. Elayuntamiento había cerrado un popularafter-hours llamado «64» tras dar luzverde a un plan de rehabilitación delpolígono industrial donde se encontraba.La decisión había acabado en disturbiosentre los clientes del local y la policía.Meses después, las obras todavía nohabían comenzado, pero el ayuntamientose había encargado de vallarlo paraevitar el regreso de los juerguistas.Hundida en el abandono, la naveindustrial había sido tomada por lasuciedad y las ratas hambrientas. Anadie en su sano juicio se le ocurriría

acercarse por un lugar como aquél.Derek era consciente de que no tenía

una base muy sólida, de que aquello eracomo disparar un arma en la oscuridad yesperar dar en el blanco, pero no teníaotra alternativa. Con una euforia algocontenida, abrió Facebook para conectarde inmediato con Nerea, pero nadierespondió a sus múltiples mensajes.Cruzó los dedos para que volvierapronto. Si se había podido escaquear dela clase de baloncesto, en media horaestarían conectados. Lo que Derek nosabía era que su compañera de batallashabía recibido la visita sorpresa de sutía, que en una señal de apoyo no había

querido perderse la clase, forzando a susobrina a quedarse. Para colmo demales, Nerea había olvidado que teníauna cita con el dentista que Liz la obligóa cumplir. Era la segunda vez quefallaba de forma consecutiva a lapersona que más estaba haciendo porella. Si la impotencia hubiese sido unbuen anestésico, no habría necesitadoninguna de las tres inyecciones que lepusieron para poder matarle el nervio deuna muela. Por lo menos, antes de entraren la consulta pudo enviarle un mensajea través del móvil avisándole delcontratiempo.

Sólo recibirlo, Derek decidió llamar

a la comisaría. Las vidas de muchaspersonas estaban en peligro. No podíanjugar a hacerse los héroes. Había sidoun error no pedir a Nerea el móvil deHarry, pero imaginaba que sabríanpasarle con él. Cuando le dijeron que elinspector había salido, colgó elauricular. Minutos después, Nerea llegóa su casa. Le dijo a su tía que cenaríamás tarde, que no tenía hambre, y seencerró en su cuarto. Voló hacia elordenador.

Derek no perdió el tiempo. Le contótodo a la velocidad del rayo. Laspalabras salían disparadas de su bocacomo proyectiles que desafiaran la

capacidad de asimilación de su amiga.Nerea cogió de inmediato el móvil yllamó a Harry. Le saltó el contestador.Dejó un mensaje pidiéndole que lallamara lo antes posible, que era muyurgente, que había dado con una pistasumamente importante. Si sumabas 6+4,además de obtener el nombre de laantigua discoteca donde probablementese realizaría el sacrificio, el resultadoera diez. El número que simbolizaba laperfección. A Nerea le quedaban treshoras para contactar con Harry oprevenir por su cuenta el asesinato de suhermano.

http://20_LA HORADEL SACRIFICIO

Durante la siguiente hora, Nereatelefoneó a Harry cinco veces y semordió las uñas con tanta insistencia queacabó sangrando. Pero el inspector teníael móvil apagado. Cada llamada inútilera un clavo en el ataúd de su hermano.En la centralita de la comisaría pidióhablar con algún jefe; no lo consiguió.Intentaron convencerla de que Harry erasu mejor detective y de que seguro quetenía el caso controlado.

La tía Liz se había pasado la última

hora en la cocina, mano sobre mano,aguardando una llamada que leanunciara la liberación de su sobrino.Nerea había recorrido el pasillosigilosamente y había descubierto a sututora con la mirada en el techo,seguramente rezando, en actitudcontemplativa. No quiso interrumpirla yregresó a su habitación, donde observócon infinita frustración el movimiento delas agujas del reloj. Si sus cálculos nofallaban, sólo quedaba una hora ycuarenta y cinco minutos para elsacrificio. Harta de esperar, cogió porúltima vez el teléfono y marcó el númerodel inspector. Si no contestaba, tendría

que tomar cartas en el asunto. Cuandovolvió a saltar el contestador, Nerea,aprovechando que su tía continuabaconversando con Dios, salió del piso.Por segunda vez su promesa de nointentar ser una heroína de películaquedaba aplastada bajo el peso de ladesesperación. «Lo siento en el alma,tía, perdóname», pensó tan pronto pisóla calle.

La discoteca 64 se encontraba en laotra punta de la ciudad, en una zonarepleta de naves industrialesabandonadas, donde muchos jóvenes delos llamados «poligoneros» acudían losfines de semana para divertirse en sus

locales nocturnos. El taxista se mostróextrañado de que una chica tan jovenquisiera acudir a un lugar tan pocorecomendable, pero todavía sesorprendió más de que quisiera hacerloun día en que las discotecas ni siquieraestaban abiertas. Cuando llegaron alpolígono, el conductor le preguntó siestaba segura de querer apearse en unlugar tan solitario. Nerea se hizo lavaliente diciéndole que no sepreocupara, que todo estaba controlado,que había quedado con unos amigos.Para asegurarse de que ese hombre no seinmiscuyera en ese asunto, le dio unabuena propina.

Segundos después, cuando el taxidesapareció por una de las calles ycuando la escasa iluminación del áreaensombreció todavía más los edificiosdel entorno, Nerea sintió un escalofríorecorriéndole el espinazo. Tras eltrauma pasado en los grandesalmacenes, ahora se encontraba sola enun lugar inhóspito, a punto de cometeruna nueva locura. No se reconocía a símisma, su vida había tomado unoscaminos demenciales.

Había pedido al taxista que la dejaraa unos doscientos metros de la antiguadiscoteca 64 porque no quería que losmiembros de la secta la vieran llegar.

Después había caminado, siempre entresombras, hasta vislumbrar la fachada dela fábrica, de la que colgaba,desvencijado y oxidado, un gigantescorótulo donde podía leerse: «Abiertosesenta y cuatro horas seguidas». Nereanunca había entrado en una discotecaporque su edad, y su tía, se lo impedían,y no entendía cuál podía ser la gracia depasarse sesenta y cuatro horas bailandoen un lugar oscuro, cerrado, asfixiante.Pero ahora eso era lo de menos. Debíasalvar a su hermano y cualquierpensamiento que la desviara de eseobjetivo le parecía una pérdida detiempo.

Se acercó a una de las entradas deledificio con prudencia. No estaba segurade que la secta pensara utilizar aquellugar para llevar a cabo el sacrificio,pero confiaba en la intuición de Derek.No había otra esperanza a la queagarrarse. La puerta de emergenciaemitió tal chirrido cuando Nerea laempujó que le provocó unestremecimiento. No debían descubrirlaantes de tiempo y menos por un errorabsurdo.

El interior de la nave industrial lerecordó una gruta. Casi no podía ver loscascotes que se apelotonaban en elsuelo, haciéndola tropezar de vez en

cuando. No había traído ningunalinterna, ni un mechero, así que avanzópor la sala arrimada a la pared,guiándose por el tacto de un muro que,de pronto, quedó interrumpido por labarra donde antaño se servían las copasy, después, por los altavoces que losdueños de la discoteca habíanabandonado. La humedad era muypegajosa. Parecía una presencia vivaque la rodeara, que la espiara, que seanticipara a sus movimientos. Esaviscosidad le hizo pensar en la pesadillaque había sufrido la noche anterior, en laque ella misma había palpado unasparedes que parecían impregnadas de

una mucosidad tremendamentedesagradable. No creía que aquel sueñohubiera sido premonitorio o, mejordicho, no quería creerlo, porque en laensoñación ella era atacada por cincohombres que no querría encontrarse enla vida real.

Al alcanzar el punto diametralmenteopuesto a la puerta de entrada, Nereapercibió una leve luz, casi un destelloque provenía de una escalera estrechaque descendía hasta el sótano del lugar.Se acercó con lentitud y, cuando al finpudo asomar la cabeza, escuchó unsonido procedente de la planta inferior.Bajó los escalones con cautela,

sintiendo la debilidad en sus piernas,presa de un pánico que le incitaba aabandonarlo todo y correr hacia unacomisaría. Pero no había tiempo. Segúnsus cálculos quedaban menos de veinteminutos para que se cumpliera el plazofijado por los miembros de la secta paraasesinar a los seis secuestrados. Nerease armó de valor, respiró hondo ycontinuó descendiendo hacia un lugarque en ese momento se le antojó como laguarida del diablo.

Cuando llegó al último peldaño,entrevió, al fondo, una puerta de accesoa una segunda sala de la que emanabauna luz titilante, seguramente

proveniente de unas velas. Era unabuena señal; ahí había alguien. Alacercarse pisó los pedazos de un vasode cristal roto que había en el suelo y elcrujido retumbó por toda la sala. Sedetuvo al instante, temerosa de habersido descubierta, sobre todo porque enla sala contigua, la de las velas, creyópercibir un movimiento de sombras.

Nerea nunca supo cuánto tiempopermaneció quieta como una estatua,conteniendo la respiración, a la esperade detectar algo sospechoso, pensandoque había llegado su final. Al cabo de unrato y tras comprobar que nada ocurría,continuó avanzando y, al asomar la

cabeza por la puerta, vio a los seissecuestrados maniatados a unos listonesde madera en forma de equis. Suhermano era el tercero por la derecha.Tenía el pecho descubierto y parecíadesnutrido, pálido, exhausto. Movía lacabeza ligeramente, como si no tuvierafuerzas para mantenerla levantada, y sumirada parecía perdida, como si lohubieran sedado con alguna droga. Porun momento, sus ojos parecieroncruzarse, pero Saturno no mostróemoción alguna. O no la habíareconocido o su cerebro no habíaprocesado lo visto.

Nerea contuvo las ganas de llorar de

la emoción. Habían acertado con ellugar y su hermano estaba vivo. Suimpulso inicial fue echar a correr haciaAlex para liberarlo de sus ataduras,pero logró controlar sus instintos. Teníaque evaluar la situación, no debíaprecipitarse. Miró a lo largo y ancho dela sala tratando de localizar a losmiembros de la secta, pero no habíanadie. Tal vez estuvieran preparándosepara el ritual, ocultos en otra habitación,murmurando antiguos sortilegios deinvocación a los dioses malignos a losque adoraban. También podía ser que sehubieran escondido tras oír el crujido decristales provocado segundos antes por

Nerea y que estuvieran esperando a quese adentrara en esa sala para cogerla.No había forma de saberlo, así quecontinuó inmóvil un rato, sin saber quéhacer, recapacitando sobre elmovimiento más inteligente.

De pronto escuchó un portazo en loalto de la escalera. Acababa de llegaralguien. El individuo empezó adescender los peldaños, bloqueando laúnica vía de escape disponible. Antesde que alcanzara el sótano, Nerea corrióa esconderse tras unas cajas de cartónapiladas en una esquina, desde dondepudo ver los pies del desconocido, acontinuación su cuerpo y por último su

cabeza, la cual iba cubierta por unacapucha.

Llevaba una antorcha en la mano ydejaba un rastro luminoso tras de sí.Avanzaba con parsimonia, obedeciendoalgún tipo de ritual, y su respiraciónresonaba entre las cuatro paredes. Elhombre misterioso se detuvo en mitad dela sala, como si algo hubiera llamado suatención, y movió la antorcha a amboslados de su cuerpo, queriendo iluminartoda la estancia y observando condetenimiento a su alrededor. Nereaagachó la cabeza cuando la luz se detuvoen la esquina donde estaba escondida.Se puso de espaldas como si eso

pudiera protegerla. Los dientes lecastañeteaban, las rodillas leflaqueaban, el corazón se le desbocaba,el vello se le erizaba. El verdaderoterror llegó cuando, en medio de lassombras, una mano apartó las cajas y laantorcha se interpuso entre su rostro y lacapucha de aquel ser malvado.

—¡Maldita mocosa! —dijo elhombre.

Nerea quiso escapar echándose a unlado, pero el miembro de la secta fuemás rápido y pudo apresarla. La cogióde un brazo y, de un tirón, la elevó porlos aires. Nerea voló durante unossegundos antes de dar de bruces contra

el suelo. Quiso levantarse rápidamente,pero su captor era más veloz, másmusculoso, más ágil. La agarró de nuevopor un brazo y la obligó a incorporarse.Después la arrastró hacia la puerta trasla cual se encontraban los seissecuestrados. Nerea empleó la únicaarma que en ese momento tenía en supoder: sus dientes. Lanzó un bocadocontra la muñeca de aquel hombre, queaulló de dolor antes de soltarla.

Cuando se disponía a echar a correrde nuevo, el secuestrador la cogió con laotra mano y los dos se enzarzaron en unadesigual pelea. Nerea pataleaba y sucaptor la apretaba cada vez con más

fuerza haciéndole verdadero daño.Durante el forcejeo, Nerea logró agarrarla capucha de aquel malvado y, de untirón, se la arrancó. Al ver aquel rostro,se desmoronó. ¡Era el inspector Harry!

Descubrir que aquel policía, laúnica persona que podía haberlaayudado, era un miembro de la sectahizo que Nerea desistiera de su empeñopor liberarse. Todas las energías laabandonaron como si alguien la hubieraapagado con un interruptor.

Consciente de que su aventura habíatocado fin, segura de que ella tambiénacabaría siendo sacrificada junto a losotros seis chicos, sintió una oleada de

desesperación. Ya nada le importaba. Elmundo era un lugar cruel, traicionero,injusto. Harry, al ver que su contrincanteya no mostraba oposición, acercó surostro al de Nerea, clavó esos ojos dedistinto color que ahora semejaban losde una bestia hambrienta y le susurró:

—Hoy morirás.A Nerea le hubiera gustado llorar,

pero estaba tan superada por lascircunstancias que no podía. Todo leparecía ajeno, como si fuera laespectadora de una película. La vidahabía perdido su interés. No quedabanhombres buenos en el mundo. Todos,absolutamente todos, ocultaban a un

monstruo en su interior.Cuando el inspector Harry empezó a

arrastrarla hacia la habitación donde seencontraban los seis secuestrados,Nerea pensó en su tía Liz. La imaginórezando en la cocina, pidiéndole a Diosque la ayudara, que pusiera a salvo a susobrino. Su tía ni siquiera se habríaenterado de que ella también estaba enpeligro. La creía encerrada en suhabitación, delante del ordenador, a laespera de noticias sobre Saturno. Liz eralo único hermoso en el mundo, pensó.Esa mujer se había esforzado porconvertirse en una especie de madrepara ella y Alex, en alguien que jamás

los abandonaría, en la persona quesiempre velaría por sus intereses. Ahorase acercaba la muerte de ambos y Nereaimaginaba el horrible dolor que seasentaría para siempre en su corazón. Unloco la tenía a su merced, pero Nerea nolloraba por su propia suerte, sino por sutía. La ironía era que Liz estaríasuplicándole mentalmente al inspectorHarry que las ayudara.

Estaba tan absorta en estospensamientos, sentía una pena tan grandeinvadiéndola, que no reaccionó cuandoel rostro de Harry cambiórepentinamente. El hombre se detuvo enseco. Sus ojos feroces se abrieron como

platos, un hilillo de baba cayó por lacomisura de sus labios y sus pupilas sedilataron con brusquedad. Después soltóel brazo de Nerea y cayó desplomado.La niña se quedó quieta, sin comprenderqué ocurría, y observó el cuerpo de sucaptor. Yacía en el suelo noqueado. Erasu oportunidad para escapar. Se levantórápidamente y, al darse la media vuelta,descubrió a Derek a sus espaldas.Esgrimía el palo con el que acababa degolpear al inspector y, pese a la palidezde su rostro, se esforzaba por sonreír asu amiga. Ella permanecía boquiabierta,paralizada por la emoción. Sóloreaccionó cuando él la abrazó con todas

sus fuerzas. Al sentir su cuerpo contra elsuyo, el calor la devolvió a la vida.

http://21_LA GRANEVASIÓN

A Nerea le pareció que el mundohabía dejado de girar sobre su eje. Porunos instantes, desapareció la inhóspitanave industrial donde se encontraban yse olvidó de los seis secuestrados queagonizaban a escasos metros. No dabacrédito a sus ojos. Ni tampoco a su piel.Estar soñando era más probable quesentir los brazos de Derek rodeándola.No tenía claro qué le resultaba másdifícil: si frenar las ganas de verter laslágrimas de alivio que se le agolpaban

en los ojos o las de besarle comomuestra de agradecimiento pasional.

Aún aturdida, sólo fue capaz desusurrarle el «gracias» más sincero quejamás había dado. Las preguntaspugnaban por salir de su boca: ¿cómohabía sido Derek capaz de abandonar elencierro de su casa?, ¿cómo habíallegado hasta allí?, ¿cómo había reunidoel coraje para enfrentarse al inspectorHarry?… Quería expresar con palabraslas docenas de interrogantes querevoloteaban por su cabeza, pero ambosintercambiaron una mirada decomplicidad en la que quedaba implícitoque era hora de actuar con rapidez y

determinación. Luego, ya habría tiempopara explicaciones. Si es que había undespués.

Derek empezó a respirar condificultad. Parecía que acababa determinar una carrera de fondo. Sentíacómo se le nublaba la vista y el techo seagrandaba y las paredes se estrechabany la sala giraba sobre su cabeza. Habíadescubierto que si apretaba con fuerzalos puños conseguía volver en sí yrecuperaba parcialmente laconcentración. Así que no quiso alarmara Nerea con sus problemas. Preferíalimitarse a mirarla. Con la webcam nohabía podido distinguir las pecas que le

salpicaban la nariz, un detalle que lahacía todavía más adorable. Tampocohabía apreciado del todo la inmensidadde sus ojos, donde ahora se veíareflejado.

—Quedan doce minutos para elsacrificio —consiguió decir haciendo unesfuerzo extraordinario—. Cuandoestaba a punto de entrar en la nave, hepodido esconderme a tiempo para evitarcruzarme con otro miembro de la secta.

—¿Tenía un ojo muerto?—No estoy seguro, no he podido

verle la cara con detenimiento. Creo quese dirigía a un cobertizo a buscar algo,lo que con suerte nos dará unos minutos

para intentar liberar a tu hermano.Aunque…

Derek no había acabado la frasecuando se oyeron pasos cercanos y unruido metálico, sin duda procedente deun aparato eléctrico situado en lascercanías. Los dos recularon conlentitud hacia el lugar más oscuro de lasala. Pusieron cuidado de no pisar a unHarry que había quedado absolutamenteKO tras el golpe, pero al que, porprecaución, habían atado de pies ymanos con cinta adhesiva y colocado unpañuelo en la boca. Ver muchaspelículas también tenía sus ventajas. Seescondieron tras unas cajas.

Cuando La Sombra entró en lahabitación, dio la impresión de que lasllamas de las antorchas disminuían deforma sincronizada. Llevaba la capuchapuesta, pero Nerea no pudo evitar que sele escapara un «ay» de angustia alreconocer las gigantescas espaldas y lasbotas de cuero del tipo que casi lacaptura en los grandes almacenes. Cogióla mano de Derek para serenarse y él sela apretó con firmeza. La Sombratransportaba dos cubos grandes de aguay llevaba un walkie-talkie colgado alcinto.

—¿Harry? ¿Harry? ¿Dónde estás?Maldita sea, ven a ayudarme con esto —

gritó, pero, cuando se dio cuenta de quesu compinche no estaba en la sala,murmuró—: Éste siempreescaqueándose. Se va a enterar.

Nerea y Derek temieron que elinspector despertara con los gritos, peroseguía fuera de combate. Los que sírespondieron al vozarrón de La Sombrafueron los chavales atados en loslistones de la sala contigua. Algunos deellos salieron de su letargo y susgemidos inundaron la sala. Esto trajouna sonrisa sádica a los labios de susecuestrador.

—Hacéis bien en tener los ojos muyabiertos. Ya podéis ir espabilando,

porque queremos que estéis atentos avuestros últimos momentos en estemundo.

Para asegurarse de que se cumplíansus deseos, cogió uno de los cubos y fuelanzando agua a la cara de sus víctimas.La mayoría no pudo contener el llanto alrecuperar la conciencia y versecolgando como cerdos en un matadero.Alex era de los pocos que mantenían lacalma, limitándose a poner una cara deinfinito desprecio delante de su captor.Nerea sintió un fogonazo de orgullo.Desde pequeña había sabido que suhermano estaba forjado con el materialde los valientes.

—Y ahora decidme: ¿de qué ossirven vuestros estúpidos ordenadores?¿Eh? Venga, ¿quién sabe la respuesta?¿Dónde se encuentran las docenas deamigos de Facebook cuando estáis enapuros? Yo os lo diré. No os sirven paranada. ¡No os salvarán! Dentro de diezminutos estaréis muertos.

La Sombra desapareció unosinstantes en la oscuridad y regresó conun maletín. Se lo llevó a la altura delpecho y lo abrió para que todospudieran verlo. Los llantos de los chicosredoblaron su intensidad y todos, sinexcepción, comenzaron instintivamente asacudir los brazos en un vano intento por

desprenderse de las ataduras. El maletíncontenía una colección de imponentescuchillos de caza, tan afilados yrelucientes que podrían cortar unrinoceronte por la mitad. Testigo delsufrimiento y la desesperación de suspresas, La Sombra emitió una carcajadaque parecía provenir de las catacumbasdel infierno. Y en ese preciso instanteuna transmisión llegó desde el walkie-talkie. Derek y Nerea no oyeron lo quedecía la voz metalizada, pero por la carade enfado de La Sombra entendieron queeran malas noticias. Furioso, abandonócorriendo la habitación, no sin antesvolverse para exclamar con asco:

—¡Enseguida regreso a porvosotros!

La Sombra volvió a subir lasescaleras buscando una mejor coberturapara poder comunicarse con su jefe, elcual dirigía la operación desde un lugarsecreto por si algo salía mal. Nerea yDerek abandonaron su escondrijosigilosamente. Los secuestrados seguíanconsumidos por la angustia. Algunostodavía forcejeaban con las cuerdas,mientras que otros se habían dado porvencidos y sólo gemían. Al ver a los doschicos que entraban en la sala, laincredulidad y la esperanza sematerializaron en sus rostros. Sólo uno

de ellos, Alex, acertó a decir algo:—¡Nerea!Su hermana se llevó un dedo a los

labios indicándole que guardara silencioy fue corriendo a abrazarlo. Derek abrióal maletín con los cuchillos que LaSombra había abandonado y cortó lascuerdas que sujetaban a lossecuestrados. La palidez de su salvador,unida a su ropa completamente negra y asus movimientos temblorosos, hicieronque lo miraran con extrañeza ydesconfianza. Una vez que se vieronliberados, todos siguieron lasindicaciones de Nerea, quien les ordenóque se pusieran en fila y la siguieran.

En su huida hacia el exterior, Derekno dejaba de apretarse los puños. Acada paso esperaba encontrarse con LaSombra, así que se esforzaba pormantener la compostura y estar atento acualquier sorpresa. Pero de golpe sintióun tremendo pinchazo en la cabeza yunas irrefrenables ganas de vomitar. Ahíestaba la mordedura del pánico. En elmomento más inoportuno, su enfermedadresurgía con virulencia. Las ganas deregresar a su habitación se acrecentaronhasta la agonía. Incapaz de caminar, sedejó caer sobre los escalones yescondió la cabeza entre las piernas.

Nerea acudió a socorrerlo

rápidamente y Alex, viendo el cariz delos acontecimientos y escuchando losllantos de los otros secuestrados, supoque debía tomar las riendas de lasituación. Quedaban pocos metros parasalir al exterior, así que apartó a suhermana y, agarrándolo por las axilas,se echó a Derek a la espalda y cargó conél mientras retomaba el camino.

A la entrada de la nave industrialestaba la furgoneta de La Sombra. Alexcondujo a todo el grupo hasta elvehículo y les ordenó que se metierandentro. Al hacerlo uno de ellos pegó ungrito. El resto se volvió aterrado paradescubrir un bulto en una esquina. Se

trataba del cuerpo de un adulto queyacía inconsciente y maniatado. Estabavivo, porque respiraba de formaentrecortada. Ninguno de los chavalespodía saber que se trataba del agenteMeloux. Su perspicacia al descubrircómo el número 6 unía a todos losdesaparecidos le había costado cara.Harry no podía dejar ningún cabo sueltoy se había encargado de que La Sombralo secuestrara. La secta pensabaliquidarlo cuando hubiera terminado elritual.

Alex buscó y rebuscó las llaves enel interior del vehículo. Miró por todoslados y, cuando ya estaba a punto de

darse por vencido, llegó la voztemblorosa de Derek:

—Tienes que hacer un puente.—No sé hacer puentes.—Coge esto —dijo Derek

mostrándole una navaja de pequeñasdimensiones—. Tienes que sacar la tapade debajo del volante. Descubrirásvarios cables. Pélalos y combina los dediferente color hasta que el motorarranque. No los unas, sólo rózalos.

—¿Cómo diablos sabes estas cosas?Derek lo miró de reojo:—¡Hazlo YA!Alex comenzó a seguir las

indicaciones de aquel chico pálido que

temblaba como una hoja de papel.Cuando el motor rugió, Saturno apretó elacelerador a fondo. Todos gritaban dejúbilo, se abrazaban y lloraban dealegría. A punto de cruzar la valla, undestello de luz los cegó y una piedra seestrelló contra el parabrisas, dibujandouna telaraña por todo el cristal. Alex dioun volantazo y el motor se caló.Confusos y asustados, no entendían quéhabía ocurrido. Hasta que, a unoscincuenta metros, se recortó la figura deLa Sombra. Estaba en medio del camino,con una linterna en una mano y un batede hierro. Su rostro era una puraexpresión de asco y odio. El ruido del

motor lo había sacado bruscamente desu infructuosa búsqueda de Harry.Acababa de jurarle al jefe que todoestaba en orden. Si no solucionabaaquello, era hombre muerto.

Alex se agachó para buscar de nuevolos cables que, bajo el volante,arrancaban el motor. Pero no conseguíacombinarlos del modo correcto. LaSombra comenzó a correr hacia ellos,los pasajeros gritaron y Alex juntóinútilmente otros cables. El secuestradorse aproximó aún más. La furgonetaseguía sin encenderse. Cuando elenemigo estaba a veinte metros, el motorpor fin volvió a la vida. Alex pisó a

fondo el acelerador, sin tener margen detiempo ni de maniobra para hacer otracosa que no fuera arrollar a La Sombra.Al impactar contra el chasis del coche,su cuerpo rebotó sobre el capó, hundióel parabrisas y rodó sobre el techo hastacaer por la parte trasera del vehículo.

Los gritos se multiplicaron en elinterior de la furgoneta, pero Alex no sedesconcentró. Continuó conduciendo yabandonaron el polígono a todavelocidad. Atrás quedaba una pesadilla.El silencio se extendió por la cabina delvehículo. Nadie quería cantar victoria,pero ya estaban a salvo. Regresaban acasa. Nerea se incorporó en el asiento y

tocó a Derek en el hombro.—¿Estás bien? —le preguntó

mientras le acariciaba la mejilla.Derek abrió los ojos a cámara lenta.—Necesito volver a mi habitación,

por favor —respondió en un tono tantenue que parecía estar bajo los efectosde la anestesia.

Las pecas que cubrían el rostro deNerea fueron lo último que vio antes deperder por completo el conocimiento.

http://22_ELRETORNO A LA

CALMA

Los medios de comunicación del díasiguiente se hacían eco de losacontecimientos de un modo exagerado.Se dibujaba a Nerea y Derek, siempresin revelar sus nombres, como unapareja de héroes que habían tenido elcoraje de enfrentarse a una de las ramasmás activas de la secta Koruki-ya. Sugesta alcanzaba mayor trascendenciaconsiderando que en el resto del mundo

la acción coordinada de la secta habíasido un éxito, lo que había provocado unpavoroso número de asesinatos. Seensalzaba especialmente el coraje deese chico que, aun teniendo pánico a losespacios abiertos, había abandonado lahabitación donde vivía recluido paraenfrentarse a los criminales.

Los periódicos sólo hablaban de undetenido, el inspector Harry, y de unfallecido, La Sombra, de quien ademásdaban el nombre, John Wissenbald, de45 años y ascendencia alemana. Alparecer, después de perder a su hijo y asu mujer, ese hombre había sidoabducido por la organización de

temibles fanáticos. En el pasado habíasido fichado por la policía por haberenviado varias amenazas de bomba a lasoficinas de Microsoft, Google y Apple.En cada una de ellas juraba que las haríavolar por los aires si no se publicaba entoda la prensa nacional un manifiesto enel que se advertía a la humanidad sobrelos peligros de la tecnología. Losperiódicos se negaron a reproduciraquella bazofia, pero colaboraron conlas autoridades fingiendo que estabandispuestos a hacerlo. Gracias a estamentira, los servicios de inteligenciapudieron rastrear el origen de las cartasde amenaza y detener a John

Wissenbald. Aun así, sólo pudo serimputado por un delito menor deamenazas y quedó en libertad tras eljuicio. Cuando algún tiempo despuésFacebook se convirtió en un portal dereferencia en el universo de lasrelaciones sociales, Wissenbald decidióvolver a actuar. Esta vez formando partede un plan mucho más ambicioso.

En el caso del inspector Harry, laprensa destacó que desde hacía algunosmeses estaba siendo investigado porAsuntos Internos en relación con suextraño comportamiento. A pesar detenerlo bajo vigilancia, no habíanpodido encontrar nada turbio que

confirmara sus sospechas. Ningúnperiódico acertaba a mencionar elvínculo entre el agente y lossecuestradores. Sólo un periodistaespeculaba sobre la posibilidad de queHarry, lleno de deudas a causa de suadicción a los juegos de azar, hubieraaceptado una importante suma de dineroa cambio de colaborar. Una presuntainvestigación de sus cuentas bancariashabría revelado que estaban a punto deembargarle la casa por impago de lascuotas de una onerosa hipoteca.

Los periódicos no mencionaban amás detenidos, algo que no gustó aDerek y Nerea, puesto que ambos sabían

que La Sombra y Harry tenían un jefe,Ojo de Tiburón, probablemente elenlace con el líder de la secta, allá enJapón. Nerea había visto personalmentea aquel tipo y le había oído hablar sobresus planes, pero esta información jamásllegó a los medios de comunicación. Nodescartaba que la policía hubieradecidido ocultar la existencia del tercersecuestrador para no entorpecer unainvestigación de carácter internacional.

Así las cosas, durante los siguientesdías la tía Liz estuvo cuidando de sussobrinos con toda la dedicación delmundo. Pero transcurrida una semana,regañó con dureza a Nerea. Se sentía

orgullosa de ella por haber salvado a suhermano sin más ayuda que la de ese talDerek, pero también estaba enfadadaporque no hubiera contado con ella. Estesentimiento ambivalente se transformóen una semibronca algo desconcertante.La tía Liz castigó a Nerea obligándola apasar una semana en casa, sin ver a susamigas, reflexionando sobre el peligroque había corrido. Era una sanciónfrancamente ridícula, pero su sobrina laaceptó sin rechistar porque entendía quesu tía sólo quería asegurarse de que novolvería a meterse en jaleos.

Tan pronto como Nerea se viorecluida en su habitación, contactó con

Derek. Le envió un montón de mensajespor Facebook y trató de conectar através de Skype, pero su amigo no dabaseñales de vida. Pensó que tal vez lohabían ingresado en un hospital.Recordaba perfectamente el modo enque él se había acurrucado en unaesquina de la furgoneta con la queemprendieron la huida y cómo los otroschicos trataron de calmarlo diciéndoleque enseguida estaría en su cuarto.Nerea pidió a Saturno que, en vez dedirigirse a la comisaría más cercana,fueran directamente a casa de Derek,pero la furgoneta estaba tan abollada, elcristal del parabrisas tan roto y la sangre

de La Sombra tan repartida por todo elchasis que una patrulla de tráfico losdetuvo apenas veinte minutos después deabandonar la nave industrial. CuandoSaturno explicó a los agentes lo queacababa de ocurrir, los escoltaron hastaun hospital. Fue ahí donde Derek acabópor derrumbarse. Empezó a patalear,chillar y sollozar ante el estupor de losmédicos. Le administraron un calmanteporque suponían que había entrado enshock y tuvo que ser Nerea quien lesexplicara que ese chico vivía encerradoen su habitación porque tenía fobia a losespacios abiertos. Eso hizo que, trasasegurarse de que sus constantes vitales

eran correctas, lo llevaran de inmediatoa su casa.

Dos días después, Derek continuabasin conectarse a la red y Nerea no podíadejar de pensar en él. Se preguntaba siesa obsesión era recíproca.

Al tercer día Derek se conectó.Nerea le pidió que encendiera suwebcam para mantener una charla cara acara. Necesitaba ver el rostro del chicoque le había salvado la vida, que habíaabandonado la fortaleza de su habitaciónpara ayudarla, que había luchado contrasus temores más profundos pararescatarla de una muerte segura. Derekaceptó el ofrecimiento y, al cabo de un

rato, su rostro apareció en pantalla.Ninguno dijo nada. Durante más de unminuto se estuvieron mirando ensilencio, sintiendo cómo les invadía lacalma al encontrarse al fin uno frente alotro, experimentando el placer de esaatracción que ya no había manera dedisimular. Fue Nerea quien, al cabo deun rato, rompió el silencio.

—¿Cómo estás?—Empiezo a mejorar —la voz de

Derek hizo que ella se estremeciera—.Me he pasado dos días en la cama. Y mehan asignado un psicólogo que intentaráayudarme a abandonar mi reclusión.Pero no creo que lo consiga, la verdad.

Nerea no miraba el rostro de Derek,sino sus labios.

—Gracias por salvarme la vida —ledijo.

—Tenía que hacerlo. Después dehablar contigo, cuando ya habíasabandonado tu casa para dirigirte a laantigua discoteca, descubrí algo que mehizo comprender que estabas en peligro.

—¿Algo sobre Harry?—Exacto. Conseguí romper las

barreras de los ordenadores de lacomisaría y me infiltré en su portátil.Allí encontré, oculta tras un montón demedidas de seguridad, la carpeta dondealmacenaba los e-mails que La Sombra

le había estado enviando durante losúltimos meses. Esos mensajesdemostraban que Harry formaba parte dela secta. Supuse que él tambiénparticiparía en el sacrificio y que, comosabía que tú estabas al tanto de susplanes, intentaría despistarte ymantenerte al margen de susmovimientos. Era evidente que debíaayudarte.

—¿Cómo saliste de casa?Antes de responder, Derek miró a un

lado y después, tras aspirar con fuerza,devolvió la atención a la pantalla.

—No fue fácil. Recuerdo que abrí lapuerta de mi habitación y el mundo

empezó a dar vueltas y más vueltas.Estaba mareado, con náuseas y sudando,pero conseguí poner un pie fuera,recorrer el pasillo de casa y alcanzar lapuerta principal. ¡Menos mal que mimadre había salido, porque no me habríadejado pisar la calle! Acceder al rellanofue la segunda prueba de fuego. Cuandoabrí la puerta, las piernas empezaron atemblarme. No sé cómo conseguí bajarlas escaleras hasta llegar a la calle yparar un taxi. Fue una experienciahorrible. Pero tenía que salvarte… Nopodía dejar que te ocurriera nada…

Nerea tenía ganas de salir corriendode su domicilio, correr hasta casa de

Derek y, derribando la puerta, abrazarlo.—¿Crees que podrías volver a

hacerlo?—No creo. Lo pasé muy mal ahí

afuera.—¿Y crees que podrías dejar que

alguien entrara en tu habitación?Derek abrió los ojos como platos,

sin saber qué responder, y no pudoevitar ponerse colorado.

—¿Quieres entrar en mi habitación?—preguntó.

—Me encantaría.—Pero…—No hay peros, Derek. Invítame a

entrar en tu habitación. Yo puedo

ayudarte a superar tus miedos. Déjameintentarlo.

Derek movía las manosagitadamente, como si estuviera muynervioso.

—No sé si podré soportar que nadieentre en esta habitación.

—Pues ya es hora de comprobarlo.—¿Estás segura?—Sí, estoy segura. ¿Y tú?—No lo sé… Pero podemos

intentarlo… Ven y veamos qué ocurre.Nerea salió corriendo de casa.

Estaba radiante, emocionada, llena deesperanza. Era la primera vez que sentíaalgo así. Ni siquiera esperó el ascensor.

Bajó los escalones de dos en dos,alcanzó el portal de su casa y se plantóen la calle. Quería bailar, regalar floresa los desconocidos, abrazarse a lasfarolas. Antes de ponerse a correr, echóun vistazo a la fachada del edificio.Alguien había hecho una pintada:

Antonio Lozano (Barcelona, 1974) eslicenciado en Ciencias de laComunicación por la UniversitatAutónoma de Barcelona y cursó undoctorado en Humanidades en laUniversitat Pompeu Fabra. Entre 1997 y2008 ejerció de responsable desecciones de la revista Qué Leer.

Actualmente colabora como periodistaliterario en Qué Leer, en el suplementoCultura/s y el Magazine del diario LaVanguardia, y en las revistas Woman yGo Mag. También es autor de librosinfantiles y forma parte del jurado delPremio Internacional de Novela NegraRBA, sello para el cual realiza un blogde actualidad sobre género policíacollamado «Lo leo muy negro». ÁlvaroColomer (Barcelona, 1973), escritor yperiodista, ha publicado una trilogíasobre la muerte urbana formada por lasnovelas independientes La calle de lossuicidios (Círculo de Lectores, 2000),Mimodrama de una ciudad muerta

(Siruela, 2004) y Los bosques deUpsala (Alfaguara, 2009). Estas tresnovelas, escritas en primera persona,analizan el fenómeno de la muerte y delsuicidio en la sociedad contemporáneadesde diversos puntos de vista.

Álvaro Colomer (Barcelona, 1973),escritor y periodista, ha publicado unatrilogía sobre la muerte urbana formadapor las novelas independientes La callede los suicidios (Círculo de Lectores,2000) , Mimodrama de una ciudadmuerta (Siruela, 2004) y Los bosquesde Upsala (Alfaguara, 2009). Estas tresnovelas, escritas en primera persona,analizan el fenómeno de la muerte y del

suicidio en la sociedad contemporáneadesde diversos puntos de vista.Tambiénha publicado los libros de no-ficción Sealquila una mujer (MR, 2002) yGuardianes de la memoria (MR, 2008).El primero es un extenso reportaje,aderezado con relatos basados enhechos reales, sobre el fenómeno de laprostitución en España. Este libro hizoque Álvaro Colomer participara en la laComisión Especial sobre la Prostitucióncreada en el Senado español. Su otra no-ficción, Guardianes de la memoria, es unlibro de viajes que recorre cinco puntosde la geografía europea marcados porhechos históricos (Auschwitz,

Chernóbil, Gernika, Transilvania yLourdes), tratando de descubrir cómoserían esas ciudades si el peso de laHistoria no hubiera caído sobre ellos.Este libro mereció el InternationalAward for Excellence in Journalism2007.Colomer también ha participado ennumerosas antologías, entre las quedestacan Que la vida iba en serio (MR,2003), Tierra de nadie (MR, 2005) y Laherida oculta (Principal de los Libros,2011).Como periodista, es columnistade El Mundo y ocasionalmente delperiódico alemán Der Tagesspiegel, asícomo bloguero de La Vanguardia(http://blogs.lavanguardia.es/el-

arquero), además de colaboradorhabitual en medios como Yo Dona,Cultura/s (La Vanguardia), Qué Leer,Mercurio, Primera Línea, etc. En 2010ganó el Premio Enerclub por unreportaje publicado en el Magazine (ElMundo).