flor de durazno hugo wast

Upload: esteban27

Post on 14-Jul-2015

1.064 views

Category:

Documents


126 download

TRANSCRIPT

HUGO WASTDE LA ACADEMIA DE LETRAS C. DE LA REAL ACADEMIA ESPAOLA C. DE LA ACADEMIA DE BOGOTA

FLOR DE DURAZNO

1927 2

NDICE

PRLOGO DE LA PRIMERA EDICIN..............................4 ADVERTENCIA A LA EDICIN DE 1927...........................7 PRIMERA PARTE........................................................11 EL CEMENTERIO...................................................................11 DON FILEMON......................................................................18 LA BUENAVENTURA.............................................................23 EL ALMACN........................................................................28 LA PARBOLA......................................................................36 PRIMERAS TRISTEZAS..........................................................47 EL MES DE MARIA................................................................54 BAJO LOS SAUCES................................................................64 HACIA LAS LOMAS ALTAS....................................................70 EL CONSCRIPTO...................................................................77 SEGUNDA PARTE.......................................................84 LA SERENATA......................................................................84 LA FLOR DE LA VIDA............................................................97 EL SECRETO.......................................................................105 EL BUEN PASTOR...............................................................113 LA CIUDAD.........................................................................121 LA SIRVIENTA.....................................................................126 LA LTIMA ILUSIN............................................................131 EL MAL CONSEJO...............................................................140 LA FLOR DE DURAZNO.......................................................148 TERCERA PARTE......................................................151 UNA IDEA DEL CURA..........................................................151 PEC DE IGNORANTE, SEOR!.........................................155 EL HOGAR DESHECHO.......................................................159 EL AMOR DE LOS POBRES..................................................165 COMO EN LA VIDA.............................................................170 TU ESTRELLA ES ROJA.......................................................177 AMOR QUE UNE.................................................................183

3

PRLOGO DE LA PRIMERA EDICIN

Mi casita est situada en el cruce de dos caminos. Por el uno, que va de San Esteban a Capilla del Monte, pasan las polvorosas cabalgatas de las gentes alegres. El otro, ancho, melanclico y de costumbre solitario, lleva pausadamente al blanco cementerio, tendido en una loma pedregosa y estril, donde slo crece el tomillo. Desde mi galera diviso la quieta mansin. Estamos en abril y tengo el presentimiento de que antes de acabar este invierno dar mi ltimo paseo por ese camino abandonado. Mis huesos aristocrticos irn a dormir confundidos, sin repugnancias, con los huesos annimos de los pobres paisanos que all descansan de sus largas fatigas. Es tiempo y no me quejo. Cuando supe que estaba sentenciado, dese vivir hasta escribir mi libro. Est concluido ya y puede la eterna sombra caer sobre m. Variando apenas los nombres, cuento una verdadera historia, algunos de cuyos protagonistas andan vivos. Camino del cementerio he visto hoy pasar a uno de ellos, al ms duro, al que lleva en s todo el sufrimiento de los que abandonaron su parte, por haberse ido a descansar antes de la noche. Una niita rubia le sirve de lazarillo, porque es ciego. Casi todos los das hace la misma jornada, y algunas veces nos hemos cruzado en la senda. Su odo aguzado siente crujir las arenillas bajo mi paso, y sin que la nia se lo advierta, l sabe quin es el extrao paseante. Buenas tardes, seor me dice tocando el ala del sombrero. Buenas tardes, don Germn le contesto. Un da nos encontramos dentro del recinto del cementerio cerrado por una sencilla "pilca" de piedra. 4

Lo vi arrodillarse ante una humilde tumba, y sent la voz cristalina de la nia que haca coro. Por abuelita muerta! Padre nuestro que ests en los cielos. Y la voz spera del viejo que contestaba: El pan nuestro de cada da dnosle hoy. Despus rez la nia: Por mam muerta! Padre nuestro que ests en las cielos y respondi el viejo, y torn la nia a decir: por abuelito vivo: Padre nuestro. Cuando supe su historia, me vino la idea de este libro. He deseado la vida slo para concluirlo, por llevarme del mundo cuando me presente al tribunal de Dios, entre mis innumerables das estriles, unas pocas horas fecundas, que depondrn en mi favor. Lo he escrito como quien hace un testamento, con el pensamiento en Dios y sin temor a los vivos. Habr quin se hiera con l? No s, ni lo sabr. Se publicar cuando yo duerma ya en el tranquilo cementerio que visito en los das de sol. Y si las almas de los muertos se mezclan en las cosas de la vida, mi alma se alegrar, cuando en el corazn de uno solo de los que me lean, brote esa rara flor de la simpata hacia los dolores ignorados de las gentes humildes. H. W. Abril 30 de 1910.NOTA Como lo presenta, Hugo Wast no lleg al invierno. El prlogo est fechado en 30 de abril, un mes despus, el 31 de mayo, en el cementerio de un pueblito de las sierras de Crdoba, se plantaba una cruz ms, sealando el sitio en que hoy descansa de sus fatigas el autor de este libro. Una seora en cuya casa se hospedaba y muri, nos ha enviado el manuscrito, comunicndonos en su carta que sa fue la ltima voluntad del muerto, Nos cuenta algunos rasgos de su vida, pero no nos aclara bien su biografa: apenas podemos decir que era joven, hijo de extranjeros y que vivi largo tiempo en la sierra. Junto con el manuscrito de Flor de Durazno, cuidadosamente puesto en limpio, como si hubiera sido el pensamiento capital de esta pobre ida, hemos recibido algunos borradores, trabajos sueltos, cuentos, esbozos de novelas.

5

Es sta la primera obra de Hugo Wast que ve la luz? Creemos que s. Slo un recorte impreso hemos hallado entre sus papeles firmado por l. Es una poesa en ingls, fechada en Londres en 1906 y que parece recortada de una revista inglesa. Avaro en sus ideas o excesivamente esquivo a la letra de molde, toda su labor literaria duerme indita. Es cuanto sabemos de Hugo Wast.

6

ADVERTENCIA A LA EDICIN DE 1927

Esta novela apareci en 1911. Su primera edicin, de 2.000 ejemplares, tard seis o siete aos en agotarse. Desde entonces te han hecho numerosas reimpresiones, todas por desgracia plagadas de errores, algunos de ellos graves. El autor ha credo indispensable proceder en esta edicin de 1927 a una prolija revisin del texto, depurndolo en muchos pasajes. Y ha aprovechado la ocasin para eliminar, adems, algunos detalles disonantes y sin importancia. H. W. Flor de Durazno, abril de 1927.

7

GLOSARIO

Apoyo, ltima porcin de leche que se extrae al ordear y que es ms gorda y sabrosa. Aviado, se dice del que posee bienes. Balde, cubo. Basto, silla rstica de montar. Campear, salir al campo en busca de algo. Carpincho, pequeo cuadrpedo, anfibio, de largos pelos cerdosos. Cebar (el mate), preparar el mate. Chacra, sementera. Chambn, torpe. Changador, mozo de cordel. Chinchuln, tripa de vaca o de cordero que se come asada. Chirip, manta o poncho que usan los paisanos en lugar de pantalones. Choclo, mazorca tierna de maz. Chorrito, caracol pequeo. Churrasco, carne sin hueso, asada sobre las brasas. Churqui, mata o matorral. Cimarrn, mate amargo. Cojinillo, cuero blando que se pone sobre la montura o silla de montar. Conchabado, empleado, ocupado. Conventillo, casa de inquilinato. Cuarta al prtigo (andar de la), andar sin dinero. Cumbrera, viga superior del techo a dos aguas. Cuzco, perrillo lanudo. Estancia, establecimiento de campo. Flor de la maravilla, sensitiva. Guasca, lonja de cuero. 8

Guaso, hombre rstico. Jume, arbusto con cuyas cenizas se hace leja. Malacara, caballo que tiene la cara blanca y el cuerpo de otro color. Mancarrn, rocn. Mate, infusin de hierba, vasija en que se bebe dicha infusin. Matungo, rocn, mataln. Medio pelo (de), de familia humilde. Molle, rbol resinoso, americano. Pachiquil, rollo de trapos con que se defiende la cabeza para llevar cosas pesadas. Palenque, poste al cual se atan las cabalgaduras. Pava, vasija para calentar agua. Pelln, cuero de oveja que se pone encima de la montura o silla de montar. Pial, lazada con que se coge a los animales vacunos o yeguarizos. Picana, caa con un clavo en la punta para aguijar a los bueyes. Picazo, caballo de color oscuro con cabeza blanca. Pilca, valla de piedras colocadas sin argamasa. Pingo, caballo. Piquilln, arbusto espinoso que da una frutita roja o morada. Poleo, arbusto de hojas fragantes, que se utiliza en infusin. Querencia, lugar de origen de un animal. Quintov, benteveo, pajarito pardo, pecho amarillo. Rancho, choza con techo de paja. Recado, montura, silla de montar. Refucilo, relmpago. Run-run, picaflor. Sobrepaso, paso ligero y acompasado de un caballo. Tala, rbol espinoso de madera fuerte.. Talero, rebenque, Tapera, rancho arruinado. Tata, padre. Tero, ave zancuda, pequea. 9

Tintitaca, rbol de madera fuerte. Torear, ladrar. Tuna, higo chumbo. Yerra o hierra, acto de marcar el ganado.

10

PRIMERA PARTEI

EL CEMENTERIO

Como a travs de un velo, apareca el paisaje, la montaa oscura y la loma estril, donde haban edificado el cementerio de Dolores a la vista de toda la poblacin. Por la carretera, que ascenda suavemente, marchaba al paso tardo de dos bueyes un carro con un muerto en un cajn de pino. Guibale a pie un paisano emponchado en una manta de lana, que la llovizna iba cubriendo de gotitas. Era alto, seco y fuerte; su rostro apenas se vea, tapado por el ala del sombrero. Se llamaba Germn Castillo y viva a una legua de Dolores, al otro lado del riacho, decorado con el nombre de ro por aquella gente que no los conoca mayores. Haca el viaje con tiempo tan malo, para enterrar a su mujer en aquel cementerio, que era el punto de cita para los muertos de toda la pedana. Desde su casa hasta el pueblo, el camino era malo. Desde el pueblo hasta el cementerio, era ancho y cmodo. Pasada la parte difcil, no trep al carro, porque iba engolfado en sus pensamientos, y sigui marchando adelante con la picana sobre el yugo lustroso, pronto a aguijonear a las bestias, por hbito ms que por reflexin, en cuanto aflojaran el paso. Pensaba en su hogar deshecho, en su pobre mujer que no haba conocido ni goces ni descanso. Se haba muerto el da antes. Estuvo lavando toda la maana para una seora enferma, que pasaba el invierno en Capilla del Monte; despus 11

fue a llevar la ropa que ya tena planchada; hizo las tres leguas a pie, sin ms que unos mates amargos en el estmago, y a la vuelta, como se sintiera dbil, entr en el almacn de Dolores para comprar algo y descansar un poco. All cay muerta. La vida de trabajo, las privaciones, haban gastado su organismo. As mueren muchos paisanos en la sierra. Le echaron un pauelo sobre la cara y fueron a avisarle a l. Cuando se lo contaron, le entr un gran fro en el corazn. Estaba acostumbrado a la pobre mujer, que durante veinte aos haba cuidado de su casa. Se cas con ella, no por amor, los pobres no tienen tiempo de pensar en eso, sino por tener quin le cocinara y le arreglase la ropa. Pero ella lo fue ganando poco a poco. l era duro y codicioso; ella dulce y sometida; acept la miseria que l le impona, y luch bravamente por arrojarla de su casa. Acab por profesarle un afecto tranquilo y firme cuando naci Corina, su hija, dos aos despus de Antonio, su primognito. Aquella nia fue el eje de su vida. Llambanla Rina. Los ricos porteos que veraneaban en Dolores, acostumbrados a ver nios hermosos, decan que jams haban visto criatura ms linda. Cuando tuvo siete aos, una seora joven, sin hijos, se enamor de ella y quiso llevrsela para adoptarla. Aunque era rica, Germn no crey que esa riqueza hara la felicidad de su hija, y la neg. Amor extraordinario en l, que era taciturno, que nunca sonrea, que jams hablaba media hora seguida con nadie, que trataba a todo el mundo de usted, a su mujer y a sus hijos, como si fueran extraos. Los clavos difciles para entrar, son los ms duros para salir, y as era en su corazn el amor a su hija. Pero tena vergenza de dejarse sentir en una pasin propia de mujeres y de ricos, y se mostraba seco y duro para ella, como para todo el mundo. Era su gran alegra ntima volver del trabajo en el monte, al caer la tarde, y encontrar a la chicuela en el corral, jugando con los cabritos, mientras su madre ordeaba las cabras. Cuando ella fue mayor, gustbanle a l los das de lluvia, para tener 12

un pretexto de quedarse en casa, cerca de ella, trenzando algunas lonjas, componiendo un apero. Ahora, muerta la madre, sera la duea de casa, la que cocinara, lavara la ropa del padre y del hermano, y seguira viviendo la misma vida, hasta acabar como su pobre difunta. Le daba pena pensarlo, pero as est arreglado el mundo, y el ser linda como una seorita, en las pobres no sirve ms que para perdicin. Dio un picanazo a los bueyes, que se encogieron doloridos, y abandonando el camino real, enderez al cementerio, por en medio de la loma. A su puerta, dos caballos ensillados, con las riendas en el suelo, aguantaban pacientemente la llovizna. Dentro; en uno de los rincones, dos hombres cavaban el suelo pedregoso. Uno era Antonio, el hijo de la muerta, mocetn de veinte aos. Habase quitado el chambergo para cavar con ms respeto la tumba de su madre, y gruesas gotas de sudor brillaban en su frente blanca. Vesta a lo pobre, y llevaba un trozo de crespn cosido en la manga. El otro paisano era su primo Fabin, novio de Rina. De la edad de Antonio, algo ms bajo, pareca mucho ms fuerte y ms hombre por su fisonoma seria y triste. Trabajaba con el sombrero puesto y en mangas de camisa, y las puntas de un amplio pauelo de seda anudado al cuello se le pegaban en la carne sana y morena del rostro. Al ruido de la carreta, que suba aplastando los guijarros calizos, dejaron la tarea para ayudar a Germn. Este, desde la puerta, sin soltar la picana, ech una mirada en el recinto del cementerio. No ha venido nadie? Nadie, tata respondi Antonio. El da era malo y Germn tena pocos amigos. Ni siquiera el padre Rochero iba a despedir a su muerta con un responso. Como la fosa no estaba concluida, resolvieron dejar el cajn en el carro, tapado con una manta para que el agua no "la ofendiera". El suelo era pura piedra y la tarea de cavar un hueco para enterrar un muerto era obra larga y triste. Los que podan se hacan un nicho y eso resultaba ms bonito. Sin cambiar una palabra ms, Germn empu la barreta y continu 13

su obra. La llovizna iba espesndose. Ya la sierra no se vea, y haba un gran silencio en la naturaleza. Cuando la barreta dejaba de herir la tierra, sentase resollar a los bueyes fatigados y a los caballos que hacan girar con la lengua las coscojas del freno. No bien la fosa estuvo acabada, entre los tres bajaron el cajn de la carreta, y con infinito cuidado lo pusieron en su hueco. Cogi Germn la pala y ech la primera palada bien llena de tierra y piedras. En el silencio se agrand extraamente el ruido de los guijarros que golpearon la tabla. Germn dio la pala a Fabin. Se recost contra la pilca y comenz a liar un cigarrillo. Yo no puedo dijo, tpela ust. Antonio, al lado de la fosa, miraba cmo iba desapareciendo el humilde cajn de pino en que dorma su madre. Pronto se llen el hueco hasta el borde. Para sealar el sitio, hicieron con piedras grandes un pequeo tmulo, y plantaron una simple cruz de palo. En un rincn, agarrada con sus guras a las piedras speras, creca una granadilla, cubriendo buena parte de la pilca. Antonio cort algunas ramas y fue a enredarlas en la cruz. Aquel humilde adorno alegrara a su pobre madre, que siempre se haba contentado con poco. Se le llenaron los ojos de lgrimas, pensando que quedaba sola entre los muertos. An no estaba acostumbrado a la idea de que estuviera muerta. Mala noche djole Fabin, para ser la primera. Ni l ni su padre contestaron. Cerraron la puerta de hierro, que chirri en su quicio herrumbrado, y partieron, Germn en su carro y a caballo los mozos. Ni en el camino, ni al pasar por Dolores, vieron alma viviente. Algunos gritos alegres viniendo del almacn, rompieron un momento el silencio, pero nada ms. El arroyo crecido saltaba sonoro y revuelto entre las grandes piedras. 14

Un buey viejo y flaco, que rumiaba echado contra la barranca, para abrigarse un poco de la lluvia, mirlos al pasar con sus ojos mansos e indiferentes. Vadeado el arroyo, siguieron un camino difcil que unas veces contorneaba las lomas, otras trepaba sobe ellas, y otras por cortarle el paso alguna pilca, seal de una heredad o de un corral, descenda hasta el bajo y costeaba el curso arenoso, bordeado de lamos y mimbres, de otro arroyo ms pobre, exhausto en tiempo de seca, que con las lluvias se transformaba en un turbio riacho. La gara no haba producido ms que charcos cenagosos, de donde, al pasar el carro, se levantaban asustados algunos tmidos chorlitos. De cuando en cuando, un tero suscitaba los ecos del callejn con su grito destemplado. Ganado no haba; las lomas eran estriles; slo ms all, donde estaban los pocos terrenos de Germn, donde eran ms profundas las quebradas y ms altos los picos, haba dos o tres vallecitos frtiles, que en el verano se llenaban de verdes maizales. Era la poca de la siembra, y la tierra apareca recin roturada por Germn y los mozos. Caa la noche, mojada y triste, cuando el carro lleg a casa del paisano. Situada en una loma menos estril que las otras, resguardbanla de los vientos fros del sur unos cerros cubiertos de cocos espinosos, en bosquecitos enmaraados, difciles para explorar. All se esconda la hacienda arisca y era ardua la tarea de sacarla. Una vertiente, nacida en una quebrada cercana, haba formado un arroyito, que despus de bajar cristalino y rumoroso, dando tumbos, moderaba su marcha haciendo pequeos remansos e iba a morir oscuramente en un lodazal, ahogado por matorrales de mimbres. Aquel modesto hilo de agua, que naca y mora en terreno de Germn, era un orgullo para su familia. Surtanse de l todos los que vivan por aquellos parajes, que no eran muchos, y como pasaba muy cerca de la casa, su mujer y su hija no tenan necesidad de costearse a traer agua de lejos para lavar. Bajaban al arroyo, que frente a la casa formaba un tranquilo remanso, a cuyo borde haban crecido algunos sauces llorones, y all lavaban su ropa llenando de jabn el agua cristalina. 15

La casa era de piedra, techada de caas, fabricada por Germn y su hijo; dos cuartos que miraban al este, sombreados por una galera con pilares de madera de tintitaca, y a pocos pasos de ella, pegando con el corral de las cabras, la humilde cocina de adobes, donde dorman los perros en las noches crudas. Frente a la casa, en el patio de tierra endurecida por las pisadas de los hombres y de los animales, barrido despiadadamente por las duras pichanas de poleo, haba dos o tres palenques lustrados por los cabestros de las cabalgaduras, y un rbol que en las maanas de invierno amaneca con sus ramas escuetas blancas de escarcha. Era un durazno, plantado por la muerta, el da en que bautizaron a Rina. Haban ido a la iglesia a caballo, y como hubiera perdido el talero, para que castigara al caballo, Germn cort en una quinta un gajo de durazno. Cuando volvieron a su casa, la madre quiso tener tambin un durazno en su patio, y ese mismo da enterr un carozo. Como un recuerdo de la fiesta dijo riendo, porque no esperaba que prendiera. Sin embargo, a la segunda primavera la plantita floreci, y cuando la nia tuvo cinco aos, era un hermoso rbol en que venan a cantar las calandrias y anidaba un zorzal. El rbol y la nia fueron amigos. Ella carpa la tierra alrededor de su tronco y lo regaba; limpibalo de bichos, le quitaba las hojas muertas y conoca cada una de sus ramas, que le servan de caballitos. El, en cambio, en el buen tiempo se cubra de flores, con que su amiguita teja coronas para su cabecita rizada, y en el verano, por cada una de las flores que ella respet, daba un durazno grande y perfumado. El padre Rochero un da llev seriamente a Rina, que tena siete aos, al pie del rbol florido. Mir le dijo, cada uno de los hombres que viven en el mundo tiene su rbol, aunque l no lo sepa. Cuando uno es bueno, el rbol florece, y cuando es malo, el rbol se seca. Este es tu rbol. S siempre buena para que tenga flores todas las primaveras. La nia escuchaba al cura, matando una a una las hormigas que suban por el tronco del durazno. Entonces, yo soy buena? pregunt, mirando la cara seria del 16

sacerdote, y mostrndole las flores que vestan el rbol l no contest; tom una ramita de las ms floridas, la arque en forma de corona y la deposit sobre la linda cabecita de la chiquilla. Despus desat su mula una mula malacara clebre en el pago, arremangse la sotana y de un salto enhorquetse en ella con la limpieza de un domador. Desde arriba, como un ltimo consejo, le dijo: Cuida tu rbol; cuando hagas la primera comunin, yo te har una corona como sta, y cuando te cases, quiero que entres a la iglesia coronada de flores de durazno. Dio un talerazo a la mula y se alej al trote. Rina sintise ms unida a su rbol. Y era feliz cuando las brisas tibias anunciadoras de la primavera hacan reventar los brotes del durazno, que se cubra de flores rosadas.

17

II

DON FILEMON

Por el estrecho sendero que corre a lo largo del arroyo de Dolores, de una banda, o de la otra, segn lo permita la barranca, marchaba un hombre, jinete sobre una mula, defendindose de la llovizna implacable con un poncho que le cubra el pecho y la espalda, y aun sobraba para resguardar el apero. Haba cerrado la noche, y el camino que en pleno da no es de los ms andaderos, estaba gredoso y resbaladizo; pero el jinete pareca tener prisa, porque ms de una vez son un lonjazo sobre el anca de la mula, que se encoga nerviosa, enderezando las orejas y resoplando fuerte, aunque sin animarse a apretar el paso. Repitise la tentativa dos o tres veces, hasta que su dueo, viendo lo intil de su empresa, se resign al cauto andar de su cabalgadura, no del todo pesaroso, pues comprenda que era tentar al cielo el galopar en aquellas circunstancias. Sin embargo, como una constancia de su protesta, farfull entre dientes: Bendito sea Dios! Te has de salir con la tuya, mulata de la gran perra! Por aquella jaculatoria sacro-profana, cualquiera de los feligreses en diez leguas u la redonda habra reconocido al cura de Dolores, don Filemn Rochero, gran amigo de mezclar lo humano con lo divino, a pesar de su inflexible ortodoxia. Segn contaban, el obispo haba recomendado encarecidamente al buen cura que se desprendiera siquiera en los sermones, de aquellos dichos criollos y de aquellas sales de cocina con que sazonaba su palabra, impregnada, por otra parte, de un intenso espritu cristiano. Intil empeo! Haca treinta aos que don Filemn hablaba de aquel modo a sus ovejas, y una, que ellas no le entenderan si cambiaba de estilo, 18

y otra, que l no poda cambiar, ello es que desde el plpito de la iglesia de Dolores siguieron lloviendo sobre los mansos paisanos las ms desarrugadas metforas. "A m no me den clamaba un da, hablando de las prcticas religiosas esos catlicos que no sirven ni para Dios ni para el diablo, porque son como la bosta de la paloma, que ni hiede ni da buen olor". En otra ocasin, explicando la misericordia de Dios, que alcanza para todos, pobres y ricos, ilustraba la explicacin con esta imagen: "La gracia de Dios es como el estircol de las cabras trepadas sobre un horno, que se derrama por todos lados". Otra vez preguntaba a sus oyentes: "En qu se parece Dios a los piojos?" Y tras un rato de profundo silencio en que a la iglesia llegaba el rumor del arroyo lejano y el gorjeo de los pjaros en el sauzal, deca: " Bozales! no adivinis: Dios se parece a los piojos en el amor a los pobres, en que le gusta vivir entre los miserables, porque en verdad, en verdad os dijo: es ms fcil a un burro con dos rganas pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios". Ninguno de los feligreses se fue jams del sermn sin comprender, hasta la ltima brizna, la explicacin del buen sacerdote. La aristocrtica curia cordobesa acab por dejarle en paz usar su original retrica, exhortndolo solamente a que la moderase en el verano, cuando la iglesia se llenaba con los veraneantes distinguidos de todos los pueblitos de los alrededores. Si don Filemn cambi de metforas en el esto, es cosa que la curia no quiso averiguar; pero es lo cierto que la Virgen de Dolores deba de estar bien satisfecha de su cura, que saba con su sola palabra atraer a la iglesia y volver a las prcticas religiosas, almas invulnerables a los sermones de los ms copetudos oradores porteos. Es de imaginar el ascendiente que aquel hombre tosco, lleno del espritu de Dios, tendra en los sencillos paisanos, a quienes hablaba en su propia lengua. En esa poca pasaba don Filemn un largo trecho del medio siglo, pero la vida sobria y sana del campo y su propia naturaleza de algarrobo, le haban conservado en una robustez incomparable. Era feo, su rostro pareca labrado a hachazos; pero sus cabellos blancos siempre revueltos, sus ojos azules de una inmensa dulzura, suavizaban la figura de ese gigantn de anchos hombros y manos grandes y duras 19

como las de un pen de estancia. Llevaba siempre su traje talar cuidado y pulcro, en cuanto era posible, en aquel apasionado amante de la naturaleza salvaje, que en lo mejor del invierno sola irse a cazar guanacos, con carabina, en la sierra alta, y que tena en su escritorio dos o tres pieles de leones muertos por su mano, unas veces a bala y otras a cuchillo. En tiempo de hierra, cuando marcaban la hacienda, era infaltable en los rodeos. Iba siempre de mirn, como l deca, por no perder la costumbre; pero, en cuanto algn paisano enlazador dejaba escapar un animal por haber errado el tiro, se arremangaba la sotana y gritaba: A ver, chambn! Presta el lazo; yo te voy a ensear a echar un pial en menos de un Dominus vobiscum. Le pasaban el lazo y se meta en el corral revoleando la armada. Cul quers que te agarre? Aquel torito picazo? All va! Y zumbando iba el lazo a caer matemticamente sobre las astas del animal, que si era un poco arisco disparaba asustado. Don Filemn lo dejaba correr, y en el momento oportuno sostena el lazo con la mano izquierda, lo afianzaba con la derecha afirmada en la cadera, haca pie en la tierra floja del corral y aguantaba sin moverse el cimbrn formidable del toro, que rodaba por el suelo con los remos al aire. Ite missa est! De mi flor! gritaba la paisanada, aplaudiendo la hazaa. La noche en que lo vemos costeando el arroyo en su mula, regalo de un amigo, deba andar en el ejercicio de su ministerio, pues aunque no era hombre de recelar por gara ms o menos, no estaba el tiempo para paseos, y mejor le habra sentado quedarse en su escritorio calentndose los pies en la piel del len y rezando su oficio o leyendo algunas de las pocas cosas que l lea, mientras llegaba la hora de cenar, que no andaba lejos. Y as era. Vena de la Cumbre, cuatro o seis leguas atrs, adonde fue el da antes para una confesin. En treinta aos de jabonar almas de paisanos haba enjuagado muchas suciedades, pero ninguna encontr jams tan percudida con tan mezquinos pecados como la que esa tarde despach a la gloria cristianamente pensando. Era una ricacha portea, instalada en las sierras haca dos o tres aos, por prescripcin mdica. 20

Muchas obras buenas tena en su haber, muchas caridades, pero de esas caridades hechas coram gentibus, como deca don Filemn, desvirtuadas por la vanidad que las inflaba, vanidad de aparecer generosa ms que nadie, dando mil, slo porque otros dieron cien. Que tu mano derecha ignore lo que hace tu izquierda grua don Filemn, cuando la enferma le contaba sus muchas larguezas. Adems, haba en ella un apego desmedido a las cosas del mundo y horror excesivo a la muerte, cuyo solo nombre la haca prorrumpir en gritos que crispaban los nervios de los que la rodeaban. Un da entero haba pasado el cura esperando que espontneamente pidiera confesin. Rodebanla los deudos complacientes, para impedir que don Filemn entrara directamente en la ardua cuestin, con riesgo de espantar a la enferma; y l, que vea aquella estpida prudencia humana delante de la muerte que avanzaba, se senta en ascuas. Al fin no pudo ms y dijo resueltamente: Seora, quiere usted confesarse? Cuando uno est en estos trances, bueno es tener el pingo ensillado, por lo que potest contingere. Jess, padre Rochero! No diga eso! Yo no me pienso morir. Dios no puede permitir tamaa injusticia: yo soy joven y hago mucha falta. Mire, padre, le he prometido a la Virgen de Dolores, si me cura, hacerle este verano una iglesia mejor que la que tiene. Porque yo no me quiero morir, qu sera de tanto pobre sin m? No quiero, no puedo morir... Jess! Y, sin embargo, seora acab por gritar sulfurado el cura, se est usted muriendo a chorros! Los espantados deudos que oyeron tamaa impertinencia, se agruparon en tropel, creyendo que la enferma se habra muerto de la impresin. Y, sin embargo, aquella saludable franqueza logr ms xito que todas las tmidas insinuaciones anteriores. Vamos!murmur el cura secndose el sudor que le haba hecho brotar el esfuerzo, ya he agarrado la hebra; ahora todo se va a ir como lista de poncho. Y, efectivamente, tras breve debate, un sincero espritu de humildad y de resignacin entr en el alma de la moribunda que, como si le hubieran trocado el corazn, desde ese momento mir las cosas del mundo con un singular despego. 21

Seora deca don Filemn como un supremo consuelo, la injusticia habra sido que usted se fuera al infierno teniendo un cura al lado. Pero de esta hecha ha cambiado de rumbo. Fallecida la enferma, mientras rezaba mi responso, hizo don Filemn que le ensillasen la mula, y poco despus, envuelto en un poncho de vicua, ms impenetrable al agua que todos los impermeables ingleses, se larg al galope hacia sus pagos, lleno de alegra por haber rescatado un alma. Cuando lleg a su casa, en San Esteban, doa Floriana, una vieja sirvienta, nico bien heredado de sus padres, djole que esa tarde haban enterrado a la mujer de Germn. Rendido de fatiga, echse de nuevo al campo, a travs de la cruda noche. Nunca en esos trances deba faltar la palabra alentadora de don Filemn. A eso de las ocho lleg a casa del viudo y de los hurfanos. Ladrronle los perros; pero como Antonio saliera a calmados y a ver quin llegaba, pudo apearse y meter su mula en una ramada para guarecerla de la lluvia. Como viejo amigo, entr sin llamar en la pieza del duelo.

22

III

LA BUENAVENTURA

Brillaban al sol las lomas cubiertas de escarcha, y del fondo de los valles se alzaba la niebla, como el aliento de la montaa. En el bajo dorma el arroyo helado, al pie de los sauces quemados por el relente de la noche. Haca un fro agudo, pero la maana era serena y luminosa y tan extremada la limpidez del aire, que sobre el fondo azul del horizonte se recortaba minuciosamente el perfil de los montes lejanos. Rina, sin miedo al fro, en el corral ordeaba las cabras alborotadas e impacientes por ir a tomar sol y ramonear los churquis de las lomas. Cabras deban ser para vivir y engordar en esos pobrsimos pastos. En las quebradas y en los valles, defendidos del fro, creca tupida y fuerte la gramilla, pero estaba reservada para los caballos y las vacas lecheras. Las cabras mirbanla de lejos y no pensaban en ella. As que Rina haba concluido de ordear una, sujetndole una pata con las rodillas, peda otra a Fabin, que se la traa arrastrndola de los cuernos. Eran veinte las cabras por ordear, y senta el mozo que no fueran cien. Todos los das l, que dorma en la cocina sobre su apero, se levantaba antes del alba. Como una gran ilusin, lo desvelaba la idea de ayudar a su prima. Haca un mes, desde que muri su ta, mientras Germn y Antonio calentaban el estmago con algunos cimarrones antes de marchar al trabajo, Fabin acompaaba a la ordeadora. Y no se haba acostumbrado! 23

Cuando se abra la puerta del rancho y apareca la muchacha, el corazn le daba golpes en el pecho. Habase criado cerca de ella, y siempre le pasaba eso. Ni que la viera por primera vez! pensaba. El no haba conocido a sus padres; su to Germn lo recogi de nio y lo cri como a un hijo. Miraba hacia atrs su vida y veala llena de amor a la nia, a quien aprendi a querer, cuando juntos llevaban la majada a pastear en las lomas. Su cario silencioso fue creciendo, cual si el corazn se le agrandara con los aos. Ahora eran novios, sin que l se hubiera atrevido jams a decirle una palabra de amor; eran novios porque as lo haba dispuesto Germn y porque as lo deca todo el mundo. Pero su amor correspondido no lo haca dichoso. El no era un mal partido; a los diez y nueve aos hecho un hombre, duro para el trabajo, bueno y sin vicios, poda pretender sin afrenta para ella a cualquiera de las muchachas del pago. Pero Riza estaba en su concepto ms alta que la estrella de la maana, y nadie, ni l que la amaba tanto, poda merecerla. Este pensamiento, que haca tiempo trabajaba en su cerebro, haba formado su carcter taciturno, y era a los diez y nueve aos un hombre que ha vivido mucho. Desde el corral, apoyado en la tranquera, esa maana la vio venir con un balde en cada mano. Buenos das, Fabin; no has tomado mate? No tens fro? No contest l, entornando los ojos. Habra querido explicarle que renunciaba al vicio ms arraigado de los paisanos, porque prefera estarse en el corral cerca de ella, a solas; pero anudbasele la palabra, y todos sus pensamientos eran una niebla que se deshaca al sol. Quedaban los dos en silencio, ella ocupada en su tarea; l mirndola a su gusto ordear las cabras con sus manos campesinas, pequeas y fuertes. Contemplbala de perfil, la nariz delicada, la boca chica, donde volaba una sonrisa; una mechita de sus cabellos oscuros, recin peinados, le caa sobre la frente pura; tena el color tan suave, que le haca pensar en la flor del durazno. De cuando en cuando, ella, con una fugitiva mirada sorprenda en su 24

xtasis al mozo, que se pona colorado ante la malicia de aquellos ojos hmedos y graves, color de los granos tostados del caf. Entretanto las vasijas en que se recoga la leche se iban llenando, cuando a la puerta del corral apareci una mujer. Ya est sa! dijo Fabin con despecho. Quin? pregunto Rina. Candela! Era una hngara, una gitana; fijamente en aquellas tierras nadie saba lo que era en realidad. Decan los viejos que, muchos aos atrs, apareci en el pueblo escapada de una tropa de gitanos, donde la maltrataban. Era entonces joven y hermosa. Al presente haba cambiado; las privaciones y el alcohol haban ajado esa rara belleza de la gente de su raza. Slo le quedaban los grandes ojos fogosos y la abundante cabellera negra y ondeada. Tendra cuarenta aos, pero pareca mucho ms vieja. Viva de limosna y de pequeas rateras. Pasaba por bruja y los sencillos paisanos, aunque la odiaban, respetbanla por temor al "dao". Iba siempre seguida de un perrillo lanudo, negro y feo, a quien llamaba "el Brujo'. Los perros ladrbanla sin acercarse, amedrentados por su garrote, y perdonaban a su can, Dios sabe por qu. Vesta miserablemente, siempre sucia, y llambanla Candela. Fabin no poda verla. Presenta que aquella mujer haba de hacerle un gran mal, y le quemaba la sangre la compasin de Rina hacia ella. Cada maana Candela, que viva en una tapera, no lejos de all, se acercaba al corral. Rina llenbale de leche una vasija que traa, y si algo haba quedado de la cena, dbaselo tambin. Ella que era pobre, hallaba manera de hacer caridades a otros ms pobres que ella. Fabin, que no quera estar cerca de esa mujer, dijo bruscamente: Hasta luego, Rina. Hoy acabaremos de arar. Fuese a las casas, donde Germn y Antonio ensillaban los caballos para salir a campear los bueyes que haban de uncir al arado. Ensill el suyo y sali junto con ellos. Al pasar por la puerta del corral, Germn grit a Rina: Hija, no me entretenga las cabras, sultelas pronto, para que puedan pastear a gusto. 25

Bueno, tata contest la muchacha acercndose a la tranquera. Germn pas a su lado, y desde el caballo acaricile la barbilla redonda y suave. La muchacha sonri; el padre, como avergonzado de acariciar a su hija, dio un talerazo a su zaino oscuro y parti al galope hacia la quebrada de los cocos, la ms extensa de todas, as llamada por los rboles que le hacan cerco. Estaban al concluir de roturar la tierra, y ya por un lado Antonio haba comenzado a sembrar el maz. Rina vio perderse tras una lomada la adusta figura de su padre y volvi a su tarea. La hngara la miraba. De veras, nia, que te casas con se? pregunt sealando con su palo a uno de los tres hombres. Estn muy verdes las brevas contest ella, pero han de madurar. Vos lo quers tom a decir la hngara, o es tu padre el que te hace el casorio? Menos averigua Dios y perdona. Bah! dame la mano, te voy a decir la buenaventura. Rina se ri y escondi la mano. Yo no creo en eso. Con mayor empeo comenz a ordear la ltima cabra. La hngara la miraba por la espalda. Tan perturbadora era la presencia de aquella mujer, que la joven, intranquila, se volvi. Sos linda le dijo la hngara, como la flor del durazno. Tu suerte est en la flor. Rina se estremeci; las palabras de Candela le recordaban las que le dijera don Filemn, muchos aos antes. La coincidencia del pronstico la hizo pensar si Candela sera o no una verdadera bruja. Dame la mano, te voy a contar tu porvenir sigui diciendo la mujer, que comprendi la turbacin de la muchacha. Rina vacil un momento, y casi sin darse cuenta tendi la mano. Coloc la hngara tres cobres sobre la palma abierta, dibuj rayas y ms rayas, y con una extraa voz murmuro, como si leyera en ella: Vos ests triste. 26

S, por mi madre. No, por otra cosa. Vos no quers a tu novio. S, lo quiero. Mentira; cllate, porque si hablas se rompe el sortilegio. Has nacido debajo de tres estrellas; tu estrella es azul, sos linda y hay quien te quiere; tu estrella es amarilla, has nacido para casarte con rico; tu estrella es colorada, en tu familia habr sangre por vos; no pods negar tu estrella, que es tu destino. Solt la hngara la mano de la muchacha, que se haba quedado pensando, impresionada a su pesar por el extrao vaticinio, y sin agregar palabra sali del corral y trep la loma, alternndose en su garrote y seguida de su msero can flaco y lanudo, a quien los otros perros ladraban de lejos.

27

IV

EL ALMACN

Haba en Dolores, cerca de la iglesia, un almacn que surta de comestibles y "bebestibles" a toda la poblacin. Era al mismo tiempo panadera, tienda, ferretera. All poda entrar el paisano seguro de encontrar lo que necesitase y de ir dejando en l, poco a poco, hasta la camisa, si la usaba. Don Laureano, su dueo, era uno de los cuatro hombres prestigiosos del lugar; eran los otros tres el jefe poltico de la Punilla, don Eugenio, excelente persona, que en tiempos de elecciones arreaba a los paisanos a votar por sus candidatos: desde que l ocupaba la jefatura, no haba ejemplo de que al gobierno le hubieran ganado una eleccin; el juez de paz, don Teodorito, hombre incoloro como su justicia, y el carnicero, don David, que con don Laureano representaban el comercio del pago. Don David tena el prestigio de hombre de pesos. Habase enriquecido con la compra y venta de frutos del pas, y eran suyos al presente los mejores potreros y chacras del departamento. En invierno, cuando se acababa el pasto en los campos abiertos, l ofreca generosamente los suyos, cercados, a las vaquitas y a las yeguas de los pobres paisanos. En primavera, cuando renaca el pasto en todas partes, cada uno retiraba su tropa, dndole a don David una vaca por cada dos que haban pasado el invierno en sus potreros, y adems las gracias, por su oportuna ayuda. De lo perdido, algo recogido deca l cuando alguien se quejaba del precio del pastaje. As se iba quedando con todo. Don Lauro tena un hijo, a quien quiso hacer estudiar para doctor. El mozo, sin agallas para tanto, contentse con llegar a maestro de la nica escuela de Dolores, lo que le daba tambin a l cierto privilegio de "hombre ledo" y algunas ventajas que ms adelante veremos. 28

Llambase Caupolicn, pero los paisanos transformaban su nombre en otro menos histrico y ms fcil: Cabo Policarpo. Esta transformacin dio origen, en unas carreras en que se corra un caballo del maestro, a una ardua discusin filolgica entre la paisanada. Gan Cabo Policarpo! gritaba uno que haba apostado por l. S, gan contest con despecho el perdidoso, pero no es tu hermano para que le digas as. Y cmo entonces? Don Cabo Policarpo! Bah! la acertaste, ch! Dnde has odo decirle al cabo de la jefatura don cabo Pedro, sino el cabo don Pedro? terciaba uno ms sabido. Pero es que ste no es cabo, sino mestro. Mestro o cabo es lo mismo: se dice Cabo don Policarpo y no hay que darle vueltas. Unos quedaron convencidos y otros no. De lo que se convencieron todos, fue de que era preciso darle el don, pero unos se lo pusieron delante del cabo y otros detrs. Y aunque el mozo protest, jams pudo acordar las dos escuelas formadas alrededor de su nombre, y los paisanos siguieron dicindole don Cabo Policarpo, unos, y otros Cabo don Policarpo. El almacn de don Laureano era en Dolores el punto de cita de pobres y ricos. No haba en ninguna parte cancha como la de don Laureano para hacer lucir los parejeros, y todos los domingos y fiestas de guardar, se armaban carreras, contra las cuales tronaba intilmente don Filemn. Cuando no se corra, el paisanaje formaba crculos atrs de la casa, para jugar a la taba. Horas enteras se pasaban tirando el hueso y bebiendo la caa terciada que venda don Laureano, quien, a la postre, por ese medio se quedaba con la ganancia de todos. Cuando l se dignaba mezclarse en el juego, el despojo andaba ms rpido, porque no haba paisano que le pusiera el pie delante en eso de echar suertes tras suertes, con una taba "cargada" que l tena. Pero l no abusaba porque habra sido echar a perder el negocio, ahuyentando la clientela. Prefera estarse dentro del almacn, donde se jugaba al truco y al monte, con una srdida baraja que l conoca como si la hubiese pintado. 29

Sus compaeros habituales eran el carnicero, el juez de paz y don Cabo Policarpo. Tampoco estaba en jugar con ellos su ganancia, porque ni don Teodorito ni el maestro eran hombres de plata, y en cuanto a don David, camandulero como l, antes se dejaba sacar los dientes que los pesos. El gran negocio se haca en el verano, cuando la mozada rica caa al almacn a taquear en un billar desnivelado que all haba. El billar entretena poco, y la mesa de juego, con una jerga nueva por carpeta y sus montoncitos de porotos y maces que hacan de fichas, tentaba de veras. Los mozos acababan por apearse de su finura y armaban con los guasos interminables partidas de monte. Ganando unas veces, perdiendo otras, don Lauro se arreglaba para que ninguno de sus clientes pudiera alabarse con razn en la ciudad de haber pelechado en Dolores. Ante todo el patriotismo. Secundbanlo en su empresa don David, que jugaba fuerte; don Teodorito, algo ms tmido, pero seguro como pisada de mula, y Caupolicn, siempre perdidoso y siempre de la cuarta al prtigo. Sola don Lauro habilitarlo, pues aunque la restitucin del prstamo era improbable, el maestro, comedido y lenguaraz, atraa parroquianos. De noche variaba el teatro de la accin. En un hotel una vez, en una casa de familia otra, dondequiera que hubiese piano, reunanse los veraneantes para pasar el tiempo. Los hombres prestigiosos de la villa no dejaban de ir. Mientras la gente joven bailaba o cantaba, la gente gris jugaba al tururo, juego de seoras, segn don Lauro, lo que no les impeda ni a l, ni al juez, ni a don David, levantarse todas las noches con algunos pesitos ms, a pesar de lo corto de las puestas. Pasado el verano, el negocio aflojaba mucho, a no ser que algn pueblero rico se quedara a reforzar los pulmones con el oxgeno de la sierra. Sucedi eso aquel invierno, con un tal don Luis Gauna, mozo enclenque, rico y vicioso hasta los tutanos. Caupolicn ofrecile su amistad, y Luis, que se aburra, la acept. El maestro era hombre de avera; no haba rancho donde no penetrase, ni muchacha con quien no tuviese algo que hacer, por ser o haber sido 30

su discpula. Cuando eran bonitas, empeaba palabra de casamiento, y ellas, ms de una vez, se quedaron con la palabra en cambio de la inocencia. Los jvenes paisanos mirbanle con torvos ojos: pero el mozo era taimado, y jams se pisaba las riendas. Todas sus relaciones pasaron a ser de su amigo; pero, en las casas honradas, era mal visto aquel par de aves de rapia, que se cerna siempre sobre los ranchos solitarios y los bailecitos de medio pelo. Gauna, a pesar de sus pesos y de ser mejor figura que Caupolicn, tena menos xito. Palabra que l diera, era mal tomada. Hombre de sus condiciones no deba pretender muchachas, cuando poda enamorar seoritas. El mozo tascaba el freno. Para consolarse se refugiaba en el almacn, entregndose a furiosas partidas de monte con don Lauro, que de cuando en cuando se permita algn consejo: Ande con cuidado, don Luis djole una tarde lluviosa de invierno, en que el mozo cay mojado como un pato. Lo dice usted por la lluvia? Por todo, don Luis contest don Lauro guiando un ojo, por la salud y por... la tranquilidad. Vamos, djese de adivinanzas, y hable claro. Esa empresa en que anda metido, amigo... Cmo lo sabe? Todo se sabe... esa empresa, como le digo, es arriesgada. No tenga cuidado, don Lauro; la fruta se cae de madura. No crea, don Luis; ni siquiera est pintona. Don Lauro, que por nada del mundo habra querido desagradar a su cliente, escudri el efecto de sus palabras y prosigui: Yo no digo que la nia no sea bocado de cardenal; pero es que tiene perro que la cuida. S? El perro del hortelano, seguramente, que ni come ni deja comer. La madre, don Luis. Bah! con ensebarle la rueda para que no chille... Y el novio. 31

Ah! no saba... Pero ese seor... No es de arrear con la mano. No diga nada, don Lauro; pero usted conoce mejor que yo a estos guasos; no son muy exigentes en cuestiones de honor; sobre todo cuando el cerrar los ojos les trae honra y provecho. Diga usted provecho, pero honra... Le parece poca honra el llegar a ser mi amigo? contest petulantemente el mozo. No digo que no, pero esa amistad... por ese camino... Don Lauro quedse en silencio, pensando que su cliente era un botarate. Pero como tenia inters en conservarlo sano y bueno prosigui: Por ese camino, o por cualquier otro, a ellos les honra. Estos guasos son unos infelices; no saben apreciar lo que nosotros... Lisonjeado por el "nosotros", don Lauro asinti con la cabeza. Desengese, si es que est engaado; estas gentes son como animales; ni tienen nuestros gustos ni pueden tenerlos; si se hicieran los delicados, se moriran solteros, porque no hallaran con quin casarse, a no ser con chiquillas de diez aos. As es el mundo y ellos estn hechos a su suerte... y vivan los buenos bocados para la gente fina! Y solt una carcajada, a la que don Lauro, por no resentirlo, se adhiri mansamente. Caupolicn entr sacudindose el agua del poncho, como un perro de lanas. Todo alborozado, llam aparte a Luis y djole al odo: Sabs quin viene? Mara? S. Sola? S. El joven se volvi y campanudamente dijo: Don Lauro, hablando del rey de Roma... Luego asoma. Bueno; yo tengo que hacer; despach vos, Cabo Policarpo. Y como, al tiempo de eclipsarse el camandulero soltern, entrara en el almacn una joven, l, que alcanz a echarle una ojeada, se fue refun32

fuando: Vestido azul, medio alzao Se apareci la muchacha; Pelo de oro como hilacha De choclo recin cortao. Y, en efecto, la que entraba era una linda joven, casi una nia, que pocha haber inspirado los versos del Fausto si hubiera sido rubia como Margarita y hubiera llevado pollera azul y no gris. Tena, sin embargo, el pelo dorado, aunque no como las hilachas del choclo, y los ojos azules, que formaban un lindo contraste con su tez color trigo madurado por el sol y el aire de la sierra. Era fina y modesta y se comprenda al verla la miserable pasin de Luis Gama. Como viera solo el almacn, donde crey encontrar a don Lauro, peor que solo, con aquellos dos hombres a quienes ya conoca, detvose en el umbral. Pero era tarde para retroceder y despus de un momento de vacilacin entr resueltamente. No est don Lauro? pregunt sin dar las buenas tardes. No est, Maruca; pero lo mismo puedo despacharte yo. Bueno, don Cabo Policarpo: diez de yerba, veinte de azcar y un pan. El mozo no se movi del mostrador, donde se haba sentado a lo moro; Luis Gauna arrimse a la muchacha. Esta, intranquila, pidi con la voz temblorosa: Ligero, si me hace el favor, don Cabo Policarpo; llueve y mama est sola. Caupolicn salt del mostrador sonriendo y comenz a revolver la cuchara en el cajn de la yerba. Gauna insinu melosamente: Tiene prisa, nia? S, seor. Se sabra saber por qu? La muchacha no contest. Gauna, para quien el dinero era entre las gentes humildes la llave que abre todas las puertas, acercndose ms, se atrevi a insinuar: 33

Y sin embargo, es usted tan bonita, que hay quien le pagara el gasto y mucho ms, si no tuviera tanta prisa. La joven se puso colorada y, esquivando el cuerpo del hombre que se le arrimaba, clam: Pronto, don Cabo, o me voy. Y como el maestro apenas se moviera juntando las raspas del cajn, adivin ella su intencin y volvise para salir. Gauna le cerr el camino. No te has de ir, mi hijita djole estirando la mano para tomarla del brazo. La muchacha dio un grito, pero antes de alcanzarla el insolente mozo una feroz cachetada lo tendi largo a largo en el suelo enladrillado del almacn. Antonio! exclam la nia, viendo al que entraba. Yo, mi prenda! ndate ligero! Tenemos que arreglar cuentas todava! No hemos de tener, guaso bruto! Ahora vas a ver! rugi Gauna incorporndose penosamente y enarbolando un revlver. No alcanz a apuntar, cuando otra cachetada lo desarm lanzndolo contra lo pared. A mano limpia, si es capaz, so insolente! contest el joven paisano aventando el arma, que fue a dar a los yuyos del camino, qu se ha pensado! Si se habr credo que, porque anda propalando que es rico, ya los pobres vamos a bajar el cogote para que haga su antojo! Si se habr credo que tener plata es tener las llaves del cielo, y que el cario del paisano es hacienda mostrenca! Si quiere amores vaya a buscarlos entre los suyos, donde no faltan desorejadas; y si cuestan caros pguelos, para eso es la plata. Yo soy pobre, pero por dorado que sea, ni usted ni nadie va a manosear lo mo... s, lo mo! Gauna, aturdido, estaba pegado a la pared. Caupolicn, con una vara de medir en la mano, de pie sobre el mostrador, no atinaba a hacer ningn movimiento. Don Lauro haba salido al barullo. Pero, como las cosas ya no las poda atajar, se hizo el chancho rengo y se qued arrimado al marco de la puerta. Al fin y al cabo, l tambin era hombre de campo y en el fondo esta34

ba herido por las maneras insolentes con que el mocito trataba a los paisanos. Antonio pase su mirada orgullosa por la escena y dijo escupiendo con desprecio: Flojo! Que no haba tenido mano ms que pa las hembras! Y sali del almacn, y con esa tranquilidad del hombre valiente, arregl sin apurarse las caronas de su caballo, mont despacio, y al trotecito tom para su casa.

35

V

LA PARBOLA

Al borde del riacho de Dolores estaba la casita de don Filemn, dos o tres piezas pintada de blanco. Alrededor de ella corra una amplia galera, pero aquel montn de albas piedras apenas se vea, oculto por un bosquecillo de frutales, amorosamente cuidados, que eran en primavera una canasta de flores y en verano se desgajaban al peso de la fruta. En la otra banda, tambin en medio de una arboleda, estaba la casa de don Eugenio Larcos, jefe poltico del departamento y gran amigo del cura. Era ms moderna y ms cmoda, de un solo piso, pero con un alto mirador que dominaba toda la cuenca y serva de observatorio. La huerta, ms variada, cubra dos o tres hectreas de una loma frtil; por un lado se una con un alfalfar, donde el jefe tena media docena de vacas y dos caballos de silla, y por el otro iba a morir contra una magnfica valla de sauces llorones, que baaban sus lacias cabelleras en el agua dulce y fugitiva del arroyo. Tambin los rboles de don Eugenio eran bien cuidados por su dueo, que los haba plantado, y los regaba, les carpa la tierra, los injertaba, los podaba minuciosamente, mientras su ama de llaves, una vieja al estilo de la Floriana de don Filemn, cuidaba de la casa y del dueo de los rboles. Ella y un chico para los mandados eran toda la servidumbre del hombre omnipotente, que en los das de elecciones arreaba a las urnas a todos los votantes del departamento, a elegir libremente el candidato oficial. La propiedad en que viva y poco ms eran todo su caudal. Haba gastado en su juventud una fortuna esplndida, en viajes y placeres, y se haba hastiado de los goces mundanos. Aquel rincn de la sierra, en que jams pensara, heredado de una ta 36

lejana y desconocida, ofrecisele en los aos maduros como un puerto de refugio, y en l encontr la calma y la dicha. Rayaba en el medio siglo. Su gran cabeza rubia, no muy proporcionada al cuerpo enjuto y pequeo, comenzaba a platearse. El bigote ya estaba blanco, y habralo estado tambin la barba si no la afeitara diariamente, con una pulcritud, dejo de la antigua existencia mundana. Haca diez aos, apretado por la necesidad, fuese a aquel agujero, con un sueldo de jefe poltico. No pensaba quedarse all, porque aborreca el campo. Era un respiro que se daba mientras cambiaba la suerte. Pero convirtile la paz de aquella vida, que le restaur la salud y le infundi la pasin de los libros. Haba comenzado leyendo, por distraerse, algunas obras de Flammarin, y acab entusiasmndose con la astronoma, que lo llev hasta a repasar las olvidadas matemticas y encargar a Pars un magnfico telescopio. Con un estilo fcil a toda sabia pedantera, escriba originales artculos que le pagaban bien los grandes diarios; y complacase, de cuando en cuando, en sacar de sus casillas a los pacficos astrnomos del observatorio de Crdoba, adelantndoseles en las novedades y rectificndoles sus informes. En esos diez aos no baj diez veces a la ciudad. En cambio, suba muchas a la sierra alta, a cazar guanacos, en compaa de don Filemn, quien, al contagiarle sus sanas pasiones, tuvo mucha parte en lo que el jefe llamaba su conversin. Conversin de costumbres, pero no de ideas. Don Eugenio segua pensando mal de las cosas del campo, y siendo el mismo espritu, despreocupado en materia de religin. Usted cambiar decale el cura o yo no me llamo Filemn. Pero el hombre no tena trazas exteriores de cambiar; y si los domingos iba a la iglesia, ms que por or misa era por escuchar las plticas sabrosas de su amigo. Al principio de su conversin, por miedo de aburrirse en su agujero solitario, pens en casarse pero el tiempo se le haba pasado sin bajar a la ciudad a buscar novia. Hombre de experiencia, no gustaba de las fciles beldades que cada verano, en desenfrenadas cabalgaduras, llenaban de ruido y polvo los caminos de Dolores. Y mientras no cambiaran sus ideas aristocrticas, no haba que pen37

sar en que pudiera enamorarse de una hija de la sierra. Gente, para l, villana y codiciosa, de raza inferior en ideas, en moral, en costumbres, no entraba en su reino. Moral! Qu moral puede tener gente que no se baa! deca, discutiendo el tema con don Filemn. El cura se rea. S! Fese usted en los cuartos de bao! Desde que chocaron sus opiniones, entablse entre ambos una guerra sin cuartel. Cuando llegaba a odos de don Eugenio alguna villana de paisano, inmediatamente cruzaba el arroyo para ir a comunicrsela al cura, que bufaba de ira. Y en cuanto don Filemn pescaba alguna de gente fina, se arremangaba la sotana, pasaba el riacho en sentido inverso y caa como una tromba en casa del jefe. En honor de la verdad, eran ms las veces que don Eugenio vadeaba el arroyo, porque los campesinos son truhanes en todas partes; pero cada visita de don Filemn vala por diez de las de su amigo. Cuando lleg al jefe la noticia de lo ocurrido en el almacn entre Luis Gauna y Antonio, aprestse a la visita del cura. Fastidbale de antemano, pero no quiso rehuirla porque el ladino sacerdote habra comprendido el motivo de su fuga. A cosa de las diez del siguiente da lleg don Filemn. Para no dar un rodeo hasta la puerta de la casa, entr salvando el cerco de la huerta. El jefe, muy tranquilamente, recorra sus rboles. Que descansada vida! gritle de lejos el cura cierto retintn, que a su amigo le hizo apretar los dientes. La de todos los Padres del desierto contest ste. Diga, seor jefe, sabe a qu vengo? A buscarle tres pies al gato? Justo! Conoce ya la historia? Don Eugenio, limpiando las hojas de un durazno, asinti con la cabeza. Y qu opina? interrog el cura plantndosele por delante con los brazos en jarra. El jefe se encogi de hombros. No opina nada? insisti implacable don Filemn. Qu quiere usted que opine? 38

Cualquier cosa; lo que se le ocurra, lo que le brote. No me brota nada. Nada! !Bendito sea Dios! De manera que segn su opinin la cosa no vale la pena... As es... Ju pucha! Sobre todo habindose llevado el delincuente dos o tres manoplazos de ese animal de Antonio. Bravo! Antonio es un animal por haber defendido a su novia; y el otro qu es? El otro... pues... igame, seor cura; le parece a usted muy santa la alegra que le causa esa mala accin? Cree cosa muy evanglica el venirse a juzgar a los hombres delante de los hombres, regocijndose de sus cadas, como si un pecado fuera el triunfo de una causa? Brava doctrina, seor ministro de Dios! Eh! pare el carro, don Eugenio, que hay piedras! Ni yo me alegro de esto, sino que me indigno muy de veras, ni creo justo el regocijarme de los pecados de nadie, aunque hagan el triunfo de la ms santa de las causas. Pero qu canejo! hay que dar al Csar lo que es del Csar. Y ya que usted est empeado en convencerme de que la moralidad entra con la finura y la urbanidad y la plata, yo quiero probarle lo contrario. Que la moralidad entra con la grosera y la miseria? interrumpi el jefe con una risita. Don Eugenio! salt el cura sulfurado. Don Filemn! Lo que quiero probarle es que hay ms grosera entre la gente urbana y platuda que entre estos paisanos infelices que usted desprecia. Y cmo lo prueba? Con hechos! Por ejemplo con el de ayer? Usted lo ha dicho! Pero el que un muchacho decente... Decente? pregunt el cura arquendose como un signo de interrogacin, indecente, querr decir! Llmele usted hache! Un mozo rico, si le parece, falte al respeto 39

a una muchacha... Falte al respeto? Nada ms? Que yo sepa, de all no pas. Bueno; pero tenga en cuenta, seor jefe, que no pas de all porque hall quien le sumiera el resuello. Bien; adelante. El que un rico cometa esa mala accin, creo que no le da a usted derecho, seor cura, para juzgar temerariamente que todos los ricos sean capaces de cometerla. Si la moralidad no entra con la riqueza, no veo por qu con ella ha de entrar necesariamente la inmoralidad. Bah! Vea, don Eugenio; ni usted ni yo nos chupamos el dedo; usted sabe de qu pie renguean esos que se llaman "hombres bien", que mejor haran en ser hombres de bien, aunque no se llamaran de ningn modo. Usted sabe que al frer los huevos se ven las cscaras, y para que ellos, sobre todo los jvenes, los cultos, los distinguidos, los platudos, muestren la hilacha, no se necesita ms que ponerlos en circunstancias especiales. No entiendo qu sean esas circunstancias. Bueno, vea usted. Tome uno por uno cien de esos mozos bien ay pngamelos solos con una muchacha bonita y pobre, y dgame si habr uno que no se crea obligado a faltarle al respeto e ir hasta donde la audacia de l lo lleve o la dignidad de ella lo consienta. Todos son iguales en esto, porque todos tienen tan miserable concepto de la honra masculina, que se creeran deshonrados si no "se aprovecharan" de la ocasin. Como si la honra del hombre viviera slo a costa de la honra de la mujer! Zonzos ante sus propios ojos, seran ms zonzos ante los ojos de sus amigos que supieran que en un caso as, han obrado sencillamente como hombres de bien. Efectivamente, don Filemn, pero la razn es otra. S? Otra! Esa prueba es peligrosa; a esa prueba yo no sometera, no digo a jvenes despreocupados y en la edad de las pasiones, ni a varones virtuosos como los quiere usted! Es la naturaleza, que tambin tiene sus derechos! Ah lo quera ver, seor jefe! Es el supremo argumento! Pero eso s, en favor de los ricos, que llaman naturaleza a sus costumbres. Como si slo ellos tuvieran naturaleza! Rugiente y formidable es la de los campesinos, hechos a la libertad y no gastados por los placeres, sa es naturaleza! Yo no quiero decir que sean santos, pero s que respetan 40

infinitamente ms todo lo respetable. Porque son ms tmidos. O porque son menos perversos. Dome usted un potro; acostmbrelo a no saltarse los cercos; pngale buenas riendas y venga despus a hablarme de la naturaleza de los potros no domados. Bueno, bueno; por timidez o por lo que usted guste, los hombres del campo son ms puros que los de las ciudades; pero las mujeres? por cada rica, hay diez pobres que se desbarrancan. Y la moral de una sociedad se juzga por la moral de las mujeres que por la de los hombres. Los hombres hacen las leyes, las mujeres las costumbres! Las mujeres! Usted me obliga a decirlo con pena; es verdad que son ms morales que los hombres; stos estn podridos por dentro y por fuera; ellas slo por dentro. Don Filemn! Ustedes los profanos conocen el mundo exterior; por nosotros los sacerdotes conocemos las almas. Cuando una de estas humildes mujeres viene a volcar en nuestros odos el fardo lastimoso de sus culpas, vemos en ella muchas veces la vctima inconsciente, vencida o engaada; la vctima, la sacrificada! Cuando una gran dama, de estas que jams caen... definitivamente, viene a nosotros con sus aristocrticas faltas, hallamos ms malicia y ms pecado en sus inofensivas coqueteos que en las cadas de las otras, a quienes ellas miran con asco. Rara doctrina! Si, muy rara; que para nosotros los curas tiene grandes consuelos. Muy arraigada debe estar la virtud entre las gentes humildes, cuando existe en medio de tanta lucha. Lucha en la clsica paz de los campos? S, don Eugenio; de parece a usted poca lucha la que debe sostener la conciencia de una muchacha pobre, que quiere conservarse virtuosa, cuando hay quien la sacara de la pobreza pagndole el vicio? Bah! Ni todas se pierden por la plata, ni a todas se les ofrece costearles el vicio. Qu mal conoce su gente y la ma! Hay en la pobreza ms dramas desconocidos de los que usted sospecha. No a todas se les ofrece costear el vicio, porque felizmente no todas estn en contacto con quienes pueden costearlo; ni todas se pierden por la plata, es verdad; tambin se 41

pierden por amor! Don Eugenio solt una carcajada. Oh, amigo mo! Usted vive en pleno romanticismo! Eso del amor del rico al pobre o de la pobre al rico, slo se ve en las novelas por entregas; es la historia de la Cenicienta... Eso contest tristemente el cura se ve... en el confesionario. El Prncipe enamorado de la Cenicienta? O la Cenicienta enamorada del Prncipe. Imposible! Muy posible y muy humano. De qu cree usted que es el corazn de los pobres? De carne! Y el de los ricos? Pues tambin de carne. De modo que para los ricos y pobres el amor es lo mismo. Evidentemente; pero el amor no es, como lo pintan las novelas, una cosa fulminante: "te vi y te am..."; es algo que para desarrollarse necesita circunstancias especiales, semejanza de gustos, de ideas y de condiciones, afinidad, y, sobre todo, seor cura, esperanza cercana o remota, pero esperanza de reciprocidad. Si maana, con un poderoso telescopio, pudiramos ver a los habitantes de Marte, el ms inflamable don Juan del mundo jams llegara a enamorarse de una belleza de Marte, aunque la viera todos los das... No es igual el caso respondi tranquilamente don Filemn. Suponga usted una muchacha inocente y sencilla, como son casi todas las muchachas serranas, una Cenicienta sin mundo, y sin malicia, que ve venir al Prncipe enamorado, que la corteja un da y otro da, que la llama bonita, que le da mil pruebas de amor, sin que ella pueda saber si es de oro de ley. Que con dulces palabras y con paciencia va ganndose su voluntad; aada usted que esa muchacha ha odo contar el cuento de la Cenicienta y otros por el estilo, en que las campesinas, gracias al amor, se vuelven princesas; aada tambin que el Prncipe que la enamora es buen mozo, viste bien, es rumboso, es rico... o lo parece... es hombre!... y ahora le pregunto: de qu debe ser el corazn de esa muchacha que est en la edad del amor, para no dejarse engaar por todos esos prestigios juntos y enamorarse con toda su alma? Ve, seor don Eugenio, cmo no es igual su caso? Mi 42

Cenicienta no se enamorara de un Prncipe si ste no descendiera hasta ella ni la cortejara, ni la mintiera, ni la engaara. Don Eugenio guard silencio un momento; despus dijo: Seguimos en plena novela romntica: eso no sucede. Desgraciadamente, eso sucede; pero son de esas cosas que quedan en secreto. El que por su ministerio tiene la misin de sondear las almas, es el que llega a descubrirlas. Pero usted descarta el caso en que el Prncipe se enamora de la Cenicienta. Pamplinas! Eso s que no sucede! Y si sucediera sera para peor. Cada oveja con su pareja. Ese prncipe que ha tomado por amor eterno lo que es entusiasmo pasajero de la carne... Cmo de la carne? S, seor, de la carne; el amor fuerte y sano nace en el alma; y el alma fina o cultivada de un mundano no puede interesarse en buscar la compaa del alma rstica de una paisana. Ese Prncipe que as confunde las especies, es un zonzo. Y si el matrimonio se hace, crame, no tendr buen fin. Vaya! pero al fin y al cabo dijo don Eugenio por decir algo, yo no encuentro tan grave el dao de que una de estas pobres muchachas, condenada a ser ms tarde vctima de un marido brutal, como suelen serlo estos paisanos, sienta penetrar en su alma oscura, aunque solo sea por un instante, ese rayo de luz que es el amor. A lo menos podr decirse: he vivido! Usted, seor jefe, conoce ms la luna que el corazn humano. Ese rayo de sol, que ha entrado en esa alma, slo servir para hacer ms triste con su recuerdo la oscuridad en que ha de vivir. Y nada es eso, que, al fin, de recuerdos se vive; pero usted no cuenta para nada el desengao, el desamparo, la vergenza de la honra perdida... No crea que esa gente fuese tan melindrosa en cuestiones de honra: lo que no es en tu ao no es en tu dao. S, ya s; se es el argumento que se hacen todos los seductores para acallar su conciencia. El pobre, por lo mismo que es modesto y humilde en sus gustos, no tiene derecho a ninguno de los grandes bienes de este mundo, ni siquiera cario al ntegro de su hogar, ni siquiera a la virginidad de sus mujeres 43

Tan triste se hizo la voz de don Filemn, que su amigo agach la cabeza, muy ocupado en cortar los retoos viciosos de un peral. Tena vergenza de defender una causa que se estaba poniendo muy negra. Pero no era hombre de tragarse sus razones y exclam despus de un momento de silencio: Nos hemos salido de la cuestin! S? Qu importa eso? Cmo no ha de importar, seor lgico! Absolutamente; es cierto o no es cierto lo que yo he dicho? Vamos dijo vacilando el jefe, supongamos que sea cierto... quiere decir eso que la moralidad est reida con la urbanidad? No, ni yo he querido probarlo! Lo que quiere decir, es que esa alta sociedad tan orgullosa de su aparente virtud no tiene por qu despreciar a la pobre mujer cada del pueblo; que rompa su cscara brillante y vea cunta ceniza hay en el corazn de esa doctrina aristocrtica tan egosta. Si por cada gran dama que cae hay diez humildes mujeres cadas, es porque aqulla tiene muchas cosas que la contienen, la sociedad que la mira, el hombre que la cela, la costumbre de guardar las formas, la rutina de ser virtuosa! y sta tiene muchas cosas que la empujan: la brutalidad del pobre que la persigue, el prestigio del rico que la solicita, la ignorancia, la sencillez fcil de engaar, la miseria que es mala consejera. De modo que, segn usted, la virtud de los ricos se mantiene por falta de ocasiones? Yo no juzgo a los ricos: defiendo a los pobres; si aqullos pierden en la comparacin, peor para ellos. Hallo ms mritos en una muchacha pobre que guarda su inocencia, que en una rica, porque la pobre tiene que vencer cien tentaciones ms; vencer las tentaciones de los pobres, y las tentaciones de los ricos, oh, las tentaciones de los ricos, las ms formidables porque se valen de su poder de hombres dueos de la fortuna y del tiempo! Las tentaciones de los mundanos ociosos, sin ms carrera en su vida fcil, que enamorar a las pobres muchachas! !Ay! en sus das cortos y alegres esa inocencia conquistada es un episodio que ocupa slo un momento; pero en los das largos y tristes de la pobre nia hundida en la vergenza, esa inocencia perdida llena la vida entera! Qu cobarda y qu responsabilidad! Don Eugenio volvi a agachar la cabeza como si aquellas palabras le 44

tocaran personalmente. Don Filemn se enjugaba los ojos con un gran pauelo a cuadros. Pas un buen cuarto de hora, sin que ninguno dijera una palabra. Por ltimo habl don Eugenio: Eso es socialismo, seor cura. Eso es cristianismo, seor jefe. Sabe usted la parbola de Natham? El jefe mene la cabeza. igala: "Haba dos hombres en una ciudad, el uno rico y el otro pobre. El rico tena ovejas y bueyes en gran manera; el pobre slo tena una ovejita pequea que haba crecido en su casa junto con sus hijos, comiendo de su pan y durmiendo en su regazo, y era para l como una hija. Y como llegara un forastero a casa del rico, para banquetear a su husped, no tom l de sus ovejas, ni de sus bueyes, pero mat la ovejita del pobre, aderezla y convid con ella al forastero..." Pas otro largo rato de silencio en que los pensamientos de los dos amigos iban acercndose. Habl don Filemn: Yo conoc a ese pobre de la parbola: tena una hija que era todo el amor y el consuelo de su vida triste. Un da un joven rico la conoci; era bonita, le gust, y aunque con su dinero y su tiempo de hombre ocioso habra podido enamorar a una rica y perderla si quera, enamor a la pobre y la perdi. Ella muri en el hospital; el padre se ahorc. El joven rico ni siquiera lo supo. Despus del banquete no pens ms en la ovejita del pobre... Volvi a caer el silencio sobre ambos. Oase slo el rumor del arroyo que se quebraba entre las piedras. Don Filemn deshizo ese silencio con voz ms alegre: Amigo mo, lo dejo; son las doce y el churrasco se me est secando. Don Eugenio quedse al pie del peral cuyas ramas haba limpiado, mirando la ruda figura de don Filemn que marchaba a saltos. Despus, como respondiendo a su vanidad herida por la derrota, pero conforme con ella, murmur: Y si tuviera razn este buen hombre? La verdad es que nuestra culta mozada no busca las ovejas del rico, sino elige la oveja del pobre... 45

como en la parbola!

46

VI

PRIMERAS TRISTEZAS

Una maana Rina vio el durazno cubierto de flores: era la primavera. Entrle una gran alegra, una de sas inconfundibles alegras infantiles, como en los tiempos en que viva su madre; y cuando se qued sola porque los hombres salieron al trabajo, sentse en el umbral de la puerta. La adusta montaa parda no haba cambiado, pero las lomas rean al tibio sol, cubiertas de tomillos floridos y de margaritas rojas y azules. Vease en el montea marillear los piquillines cargados de frutitas, y sobre los matorrales llenos de brotes nuevos volaban mariposas que no llegaran al invierno. Los rboles eran pocos para los pajaritos que buscaban dnde hacer sus nidos. Una calandria con una pajita en el pico se asent en el durazno, dio unos cuantos saltitos, vio a Rina y vol al monte, porque no le convena la vecindad de las gentes. Oase el murmullo del arroyo, que saltaba sobre las piedras recin lavadas por las aguas primaverales, y los intermitentes balidos de las cabras, diseminadas por la loma. La muchacha miraba el paisaje como si lo viera por primera vez, y sin saber por qu, senta que su alegra se iba tornando tristeza. El durazno, en cuyas escuetas ramas pareca que se haban apiado millares de maripositas rosadas, traa a su alma viejas nostalgias. Se levant y se fue al arroyo, detrs de la casa. De ese lado la montaa no cerraba tan de cerca el horizonte, y las lomas iban cayendo en speras pendientes, hacia el riacho de Dolores. En el bajo, medio ocultas por una alameda, asomaban la aguja y la mansarda de un chalecito, y columbrbase sus alegres paredes de ladrillos desnudos. 47

El chalet del nio Miguel! djose Rina, y como si esa palabra hubiese descorrido un velo, vio el cuadro de su niez, cuando a ella no la ataban los trabajos de la casa y corra libre en los campos, cuidando la majada, cuando viva su madre, cuando las flores del durazno, anunciadoras de la primavera, llenaban su alma de una irrefrenable alegra, porque llegaba el tiempo en que los veraneantes volvan a la sierra. Aquel chalet fue edificado en tierra comprada a Germn por don Miguel Benavdez, rico porteo, que fue a Dolores persiguiendo la salud. Veraneaba con su familia, cuatro o cinco personas, su madre misia Rosa, una suave y tmida viejita que pasaba los das haciendo dulces; su mujer, misia Encarnacin, dama empingorotada, mezcla de orgullo y de caridad; su hijo Miguel y una sobrinita de quien era tutor, porque sus padres haban muerto, dejndole una gran herencia. Miguel, que tena once aos cuando fueron por primera vez, era un hermoso muchacho rubio y fuerte, que gustaba de paseos y de excursiones. Rina, en aquel tiempo, corra por las lomas cuidando las cabras de su padre y juntando piedritas de colores; tendra ocho aos y amaba ms la naturaleza que la compaa de las gentes. Alguna vez al borde de un camino se encontraron los dos nios. Miguel pasaba desdeoso sin mirar siquiera a aquella chicuela, descalza, con los cabellos al viento; mientras ella lo segua con sus grandes ojos asombrados, pensando que se pareca a los prncipes de los cuentos. Un da la abuela le prometi a Miguel un regalo si le llenaba de tomillos una gran canasta. El muchacho fue a las lomas alfombradas de la planta aromtica y comenz la tarea. Rina lo haba visto y se puso a juntarla como l. A la tarde, cuando l pas por all, acercsele tmida y ruborosa y le ofreci su cosecha en el hueco de la falda. El muchacho la acept y pidi que le juntara ms. Se hicieron amigos. Miguel era esquivo, pero acab por agradarle la compaa de la chica, que se asombraba de su fuerza, de su saber, de su riqueza, y le obedeca como si hubiera nacido para ello. Se daba el lujo de mandarla y de protegerla, y como la nia saba cuentos y lindas canciones que cantaba con una afinada vocecita de cristal, l se entretena a su lado, lo bastante para olvidar algunos das el petiso que su padre le haba comprado. A veces vena a caballo y era entonces mayor la admiracin de ella, 48

viendo las botas lustrosas, la lujosa montura, el traje flamante del jinete. La nia lleg a encariarse tanto con su amigo, que se le hacan largas las horas en que l no estaba, y su mayor alegra era acompaar a su madre cuando iba al chalet, para poder verlo todo el da. Cuando se acab el verano y los Benavdez se fueron a Buenos Aires, ella se qued triste. Un da su madre la encontr llorando, y la chiquilla no supo decirle por qu. Ese ao muri el padre de Miguel y durante el verano el chalet estuvo desierto. Dos aos pasaron as. Fabin se iba apegando ms a la casa, y comenzaba a comprender que de todas las cosas que vea, Rina era la que ms le gustaba. Los domingos, libre de su tarea, la acompaaba a la loma a cuidar las cabras o al monte a juntar piquilln. Ella le contaba cuentos, los mismos cuentos que l saba, porque los haba odo a las mismas personas, pero contados por Rina le llenaban el alma. Al tercer verano, despus de la muerte de don Miguel Benavdez, volvi la familia a habitar el chalet. Miguel haba casi olvidado a su antigua amiga y sta no lo recordaba tampoco. Pero, cuando la nia fue a su casa con su madre que iba a entrar de cocinera, los dos se alegraron de verse. Miguel tena quince aos. Rina tena doce. Volvieron a correr por las lomas juntando tomillo para la abuela. Alguna vez llegaron hasta el monte y volvieron con las caras pintadas de piquilln. Fabin sufra, y durante el trabajo, en Dolores o en otra parte, acompabalo perpetuamente el recuerdo de la nia, por quien se hubiera dejado cortar en pedacitos, y a quien imaginaba alegre y sumisa a la voluntad de Miguel, como no era, como no haba sido nunca con l. Ahora la chica le torca la cara cuando l se le acercaba. Lo quiere porque es rico! pensaba l, haciendo un mundo de sus penas infantiles. Un odio sordo le roa el corazn, un odio contra los ricos que iban a robarle lo que era de l. Contra ella no; a ella la quera ms, porque para l todo era motivo de quererla ms. 49

Fabin tena quince aos como Miguel, pero nunca se hubiera atrevido a luchar con l. Su alma de paisano estaba hecha a doblarse ante el rico. Pero un da Miguel lo afrent delante de Rina. Era un domingo a la tarde. Fabin haba conseguido permiso y se fue a casa de su to. En el arroyo, Miguel y Rina construan hornitos de barro. Cuando lleg Fabin, Miguel, que no lo quera, se par, lo midi de arriba abajo con su mirada de hombre superior: Qu quers? le dijo. Fabin, que senta impulsos de ira, al ver a la que en el fondo de su alma era su novia, en compaa del nio orgulloso, no contest. Se afirm contra un sauce para verlos trabajar. Pero Miguel tena ganas de pelearle, y le dijo con profundo desprecio: Tan endomingado que te has venido, y con la cara sucia, cochino! Fabin se puso morado de vergenza, pero nada respondi. Apuesto a que tambin tens sucias las orejas. Rina, quers ver como las tiene? Se acerc al muchacho aturdido de pena, y con la mano embarrada, seguro de su impunidad por ser quien era, le agarr una oreja y quiso hacerle volver la cara para que Rina lo viese. Fabin sinti como un vrtigo y lo rechaz de un empujn. Miguel le contest con una ruidosa bofetada en plena mejilla, y el afrentado no vio ms, y se lanz contra su enemigo. Los dos eran fuertes y se golpeaban bien: Rina, asustada, miraba la lucha. Se haban abrazado y rodaron por tierra, y como la barranca era resbaladiza, cayeron al arroyo. Fabin debajo y Miguel encima. As lo mantuvo sumergido en el agua, y cuando a los gritos de la chica corrieron de las casas, sacaron al pobre muchacho medio ahogado, lo que no impidi que Germn le diera una soba en cuanto lo pusieron fuera de peligro, por haberse atrevido contra el nio de don Miguel Benavdez. Desde aquel da Fabin se puso ms triste y hosco. No volvi durante todas las vacaciones. Quera ms a Rina porque la haba visto llorar cuando su enemigo lo golpeaba. Alguna vez, arrastrado por su inmensa pasin, tom el camino de la casa de Germn; pero contentse con rodearla, esquivo como un 50

ladrn; una vez, una sola vez logr ver de lejos a su prima, que lavaba en el arroyo. Esa noche durmi menos triste. Se acab aquel verano como todos. Misia Encarnacin, viendo a Rina crecida y lozana, pidila a su madre para llevarla de sirvienta a Buenos Aires. Germn, que idolatraba a su hija, se neg; pero la madre, como muchas campesinas, crea que la suerte de una pobre est hecha si logra entrar en una casa rica, y plante el caso a don Filemn. De sirvienta en casa de ricos? Nunca! dijo el cura. La madre expuso su idea; no deban dejar escapar la suerte de la muchacha. Don Filemn se ech a rer, con lstima de ella. Nunca, nunca! repiti, y no habl ms. Rina llor cuando Miguel se fue, y no lo olvid en todo el invierno. Antes de irse quiso l deslumbrarla regalndole un billete de diez pesos. Ella se puso colorada y no lo acept. Yo te quiero dejar un recuerdo, Rina. El corazn de la nia lati con fuerza, porque haba algo que ella codiciaba: era la pila de agua bendita, puesta por la abuela a la cabecera del nieto. Qu dicha tener ese objeto que lo haba visto dormir! Pero no se atrevi, y la pila continu donde estaba sin que nadie sospechara que haba despertado la codicia de la chica. Cuando el durazno floreci de nuevo, Rina volvi a sentir su loca alegra, porque le anunciaba la vuelta de su amigo. Y as fue cada ao. Ella espiaba los brotes, y regaba el durazno cuando le pareca que tardaba en echar flores. Los primeros aos am a Miguel como a un compaero de juegos. Ahora saba que los ricos no se casan con las pobres; pero no era duea de su corazn y segua querindolo sin la menor esperanza, como al hijo de un rey; habra deseado ser su sirvienta para estar cerca de l; si l la hubiera golpeado, a ella le hubiera parecido natural, porque era su amo; ni en sueos pensaba ser ms que su esclava. Un da le dijeron que el muchacho tena novia; ella dese conocerla, sin envidias de una dicha que no poda alcanzar. Los ltimos tiempos ya no andaban juntos por las lomas. Ella se 51

quedaba en su casa, y l de cuando en cuando sola ir a verla. Hallbala moliendo maz para la mazamorra o lavando en el arroyo. Al verle, dejaba su quehacer y se pona a cebarle mate. Nunca hablaron de amores; en Rina el amor era como el perfume de las flores que brota sencillamente, porque as Dios las ha hecho; en Miguel no haba nacido an; ni siquiera tena ya por la muchacha la simpata de los primeros aos; si iba a verla era porque conoca que mandaba como rey en aquella voluntad toda suya y le agradaba verla humilde y sumisa, pronta a todo. Un ao el durazno floreci; pero la alegra de Rina muri pronto, porque supo que la familia Benavdez no vendra ms. Pas mucho tiempo. Ella iba hacindose una mujer, pero conservaba su alma sencilla y pura como una flor de la montaa. Apenas conoca a nadie; saba leer y escribir porque don Filemn le haba enseado. Los domingos iba a Dolores, a misa, y despus volva a su casa. Una sola vez fue a Capilla del Monte; era tmida y el bullicio de la villa la disgust. Amaba ms el retiro de su casa, donde su vida oscura se pasaba ayudando a su madre a mejorar la de los tres hombres que vivan con ellas. Germn, duro y codicioso, cuanto ganaba lo empleaba en tierras; la tierra lo fascinaba, aunque no le rindiera nada. Era el supremo goce hundir la pala en uno de sus valles y decir: esto es mo! y lo que hay debajo de esto, tambin es mo! Un pedazo de tierra estril, inapreciado por otros, para l tena un gran valor, porque no pensaba slo en la superficie, sino tambin en lo que haba debajo, siempre tierra, leguas y leguas... y todo era suyo! Don Filemn dijo un da a Rina: No tens novio? No, seor. Bueno; yo te lo voy a buscar; qu te parece Fabin? La muchacha mir al cura con sus ojos inocentes y respondi, sencillamente: Es el que mi tata quiere. Y vos no lo quers? S, seor. Don Filemn la vea volverse cada da ms hermosa y tema por ella. 52

En Dolores ms de una vez haba odo ponderar la belleza de la muchacha a personas que l nunca hubiera querido hallar cerca de ella. Por eso, conociendo que Fabin la amaba y era fuerte y poda defenderla y sabra respetarla, como la cosa ms natural del mundo le contest: Bueno, si lo quers, dentro de dos aos, cuando l haya vuelto de la conscripcin, yo los casar. Apoyada en el tronco del sauce, miraba Rina las flechas del chalet solitario y desierto haca aos. A la vista del durazno florido, haban brotado en su alma los recuerdos de la niez. Y era tan fuerte la evocacin, que cuando volva la cara y miraba las ramas pardas del rbol sin hojas, cubiertas de maripositas rosadas, volva a sentir la misma sensacin que en los tiempos pasados la alegraba anuncindole la llegada del verano. No pensaba ya en Miguel, que tampoco pensara en ella, pero en su alma oscura haba entrado un pensamiento extrao: recordaba el pronstico de Candela. Al considerar su vida triste y aburrida, ella que era brava y alegre para el trabajo, esa maana sentase cansada, sin haber hecho ms que ordear las cabras. Mir de nuevo el chalet, y volvi a la casa, a sentarse en el umbral. El sol baaba las lomas verdes, sembradas de manchas de colores que parecan piedras y eran las cabras diseminadas; en la montaa oscura brillaba una lista de plata: era un arroyito que se despeaba en alguna quebrada. Sobre el fondo azul del cielo, desteido por la luz del sol, volaban trazando anchas curvas las primeras golondrinas. Rina las contemplaba pensativa. Calculaba el tiempo que tardara Fabin en volver de la conscripcin que ese verano le tocaba. Dos aos. Y ella se casara con l... Y pensaba que los pjaros son felices porque pueden volar, irse lejos, lejos, en el cielo azul, ms all de las montaas, adonde ella imaginaba el mundo como un inmenso casero blanco...

53

VII

EL MES DE MARIA

La iglesia de Dolores era pobre y pequea, construida de piedra por algunos caritativos albailes a quienes arreaba y diriga don Filemn. Un frente con pretensiones de campanario albergaba dos alborozadas campanitas, que en los das de fiesta llenaban de alegra las lomas y los montes lejanos. Por fuera, la piedra desnuda aun era artstica; por dentro, su grosero revoque, pintado cada ao a la cal, hera los ojos y el gusto con su despiadada blancura. Don Filemn entenda poco de arte y era feliz viendo que ni Cosqun ni Capilla del Monte posean una iglesia mejor blanqueada. Con donaciones de ricos y jornales de pobres, logr construirla en quince aos. Don Eugenio regal una imagen muy hermosa de la Virgen de los Dolores, y poco a poco fueron llegando a hacerle compaa algunos humildes santos, desalojados de los lujosos altares cordobeses; fue primero un San Jos con un Nio y su vara florida, despus un San Antonio que las muchachas mimaban llenndole de flores, ms tarde una Santa Rita "de vestir" con un traje brillante de seda senegra, recamado de lentejuelas, y as hasta llenar los seis nichos del fondo. Un plpito de hierro que se usaba poco, porque don Filemn prefera hablar desde el altar; un confesionario de tablas de cajones, en que a pesar de la pintura an poda leerse algn letrero comercial; un coro de pino de tea, donde haba un armonio bastante bueno, regalo de una portea, completaban el ajuar de la iglesia. El piso, naturalmente, era de grandes baldosas cuadradas, sembradas aqu y all de patitas de perros que las pisaron estando frescas. Esta prosaica iglesia, desde el 17 de noviembre hasta el 8 de 54

diciembre, se converta en una canasta de flores. Traanselas a la Virgen los ricos que las cortaban en los jardines de sus chalets, y eran rosas, jazmines y nardos, y los pobres que las recogan en las lomas, en las quebradas, al borde de los torrentes, y eran humildes margaritas, pasionarias, aromitos, flores del aire... Los muchachos saqueaban los nidos del monte y hacan sartas de huevitos que doa Gertrudis la sacristana, una modesta y dulce muchacha de sesenta aos, colocaba artsticamente alrededor de los nichos. En aquel pueblo, adonde la resaca de los veraneantes llevaba muchas malas ideas y costumbres, an lata ardiente y entusiasta la potica devocin del mes de Mara. Hijo de Dolores que no hubiera cantado alguna vez y que en tierra lejana no recordara el campanario de su iglesia oyendo cantar el popular Venid y vamos todos, poda decirse que era un hijo renegado. Las tareas del campo, en aquel mes, graves y apuradas, no impedan, sin embargo, a los feligreses acudir todas las maanas al repique alborozado de las campanitas. Don Eugenio, regular pianista en su tiempo, suba al coro. Senta un raro placer, algo como un enternecimiento que le invada las entraas, cuando vibraba la vieja msica en el armonio, que l acab por conocer muy bien. Parecale que volva a los tiempos en que su madre, muerta haca muchos aos, siendo l muy nio, lo mandaba todas las noches al Mes de Mara. Vea an el templo severo y hermoso de la Compaa, en Crdoba, hecho un ascua de luces, y oa el rgano solemne, que llenaba de profundas y caras armonas la vasta nave en cruz. Extrao fenmeno en un espritu resabiado y mundano! Para evocar mejor esos recuerdos, haba formado un coro con muchachas del pueblo. Enseles los mismos cnticos que l aprendiera cuando nio; y que a travs del tiempo eran los mismos que se cantaban en todas las iglesias. Don Filemn, viendo el entusiasmo de su amigo, llenbase de gozo y se rea socarronamente. Este mancarrn volver a la querencia, tarde, pero volver! Rina, en quien don Eugenio haba descubierto una lindsima voz, cantaba los solos. Don Eugenio mordase los labios porque los ojos se le llenaban de 55

lgrimas, cuando ella entonaba la linda estrofa: Con torrentes de luz que te inundan Los arcngeles besan tu pie; Las estrellas tu frente circundan Y hasta Dios complacido te ve. Qu extraa ternura vibraba en su voz! Era su alma que llenaba los versos; su alma tierna, inocente y misteriosa... En la maana del 8 de diciembre, da de la Virgen, acompaada de su padre, bajaba Rina al pueblo. Iban a caballo, y como la senda era estrecha, Germn cabalgaba detrs de ella. Miraba su figura alegre, a pesar del traje negro que vesta; alegre como todas las cosas que la rodeaban en aquella hermosa maana, y senta el corazn llenrsele de un inmenso cario. Cmo la quera! Qu no habra dado para hacerla feliz? En ella estaba el secreto de la indomable voluntad con que trabajaba, persiguiendo una fortuna que l no sabra gozar. Para ella toda. Un grave pensamiento le tena preocupado. El da antes, alguien le cont que don David, insaciable para tragarse las heredades de los pobres, en el almacn haba dicho a quien le quiso or que l era el propietario de lo mejor de las tierras de Germn. Por una miseria adquiri unos derechos, y resultaba c