irresistible 17

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Irresistible By: SexSexAndMoreSexFaberry Rachel es adicta al trabajo y no tiene vida social y Noah, preocupado por su hermana, le pide a su amiga Quinn que la saque un rato de su casa y sobre todo del laboratorio. A Rachel no le hace gracia porque recuerda a Quinn como una rompecorazones que vivía por y para el sexo, pero en el fondo sabe que su hermano tiene razón y necesita salir un poco. Es una adaptación Quinn G!P. Rated: Fiction M - Spanish - Romance/Friendship - Rachel B., Quinn F. - Chapters: 17 - Words: 60,265 - Reviews:121 - Favs: 43 - Follows: 63 - Updated: 19h ago - Published: Dec 29, 2014 - id: 10929241 + - < Prev Una semana más y termino los exámenes *_* Gracias por seguir ahí :) 17.Chapter17

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historia de la serie gleede quinn y rachellas emociones que tuvieron

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Page 1: Irresistible 17

IrresistibleBy: SexSexAndMoreSexFaberry Rachel es adicta al trabajo y no tiene vida social y Noah, preocupado por su hermana, le pide a su amiga Quinn que la saque un rato de su casa y sobre todo del laboratorio. A Rachel no le hace gracia porque recuerda a Quinn como una rompecorazones que vivía por y para el sexo, pero en el fondo sabe que su hermano tiene razón y necesita salir un poco. Es una adaptación Quinn G!P.Rated: Fiction M - Spanish - Romance/Friendship - Rachel B., Quinn F. - Chapters: 17 - Words: 60,265 - Reviews:121 - Favs: 43 - Follows: 63 - Updated: 19h ago - Published: Dec 29, 2014 - id: 10929241

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Una semana más y termino los exámenes *_*

Gracias por seguir ahí :)

Disclaimer: Glee y sus personajes no me pertenecen, tampoco me pertenece esta historia.

Capítulo 16

17. Chapter 17

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Yo salía a correr todos los días sin excepción, salvo que estuviera gravemente enferma o si tenía que coger un avión para ir a algún sitio, así que el lunes por la mañana me odié a mí misma un poquito por apagar la alarma del reloj y darme media vuelta en la cama.

Simplemente, no tenía ningún interés por ver a Rachel.

Sin embargo, en cuanto hube formulado ese pensamiento, no tuve más remedio que recapacitar. A quien no quería ver era a Ziggy, tan dicharachera y llena de energía como siempre, como si no hubiese hecho temblar el suelo bajo mis pies dos noches atrás, con su cuerpo, con sus palabras y sus necesidades cuando esa noche era Rachel. Y sabía que si era Ziggy quien aparecía esa mañana, actuando como si el sábado anterior no hubiese pasado nada, me dolería.

Me había criado una madre soltera, junto con dos hermanas mayores que no me dieron más opción que comprender a las mujeres, conocer a las mujeres y, sobre todo, amar a las mujeres.

En una de las dos relaciones serias que había mantenido en mi vida, había hablado con mi novia sobre la posibilidad de que aquel buen entendimiento con las mujeres me hubiese funcionado muy bien cuando alcancé la

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pubertad, y eso hizo que acabara queriendo mantener relaciones sexuales con todas las chicas a las que conocía. Creo que esa novia había tratado de insinuarme, de una forma nada sutil, que yo manipulaba a las mujeres fingiendo escucharlas. No llegué a profundizar demasiado en el asunto; rompimos poco después.

Sin embargo, mi buen entendimiento sobre el tema no parecía ayudarme demasiado en el caso de Rachel. Para mí, era como una criatura de otro mundo, una especie completamente distinta.

Con ella, mi experiencia no me servía para nada.

El caso es que cuando volví a dormirme, empecé a soñar que me la follaba sobre una pila gigantesca de material deportivo. En el sueño se me clavaba un stick de lacrosse en la espalda, pero no me importaba. Solo la veía balancearse encima de mí, con la mirada transparente clavada en la mía y recorriéndome los pechos con las manos.

Me sonó el móvil, que tenía incrustado en la columna, debajo del cuerpo, y me desperté sobresaltada. Miré el reloj y me di cuenta de que me había dormido: eran casi las ocho y media.

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Respondí sin mirar a la pantalla, dando por sentado que sería Aaron preguntándome dónde coño estaba para nuestra reunión del lunes por la mañana.

—Sí, tío. Estaré ahí dentro de una hora, ¿vale?

—¿Quinn?— Mierda.

—Ah, hola.

El corazón me golpeaba el pecho con tanta fuerza que lancé un gemido y me tapé la boca con la mano para sofocarlo.

—¿Todavía estás durmiendo?— preguntó Rachel. Parecía estar sin aliento.

—Sí, estaba durmiendo.

Se calló y el viento que se oía al otro lado azotó la línea. Estaba en la calle y con la respiración jadeante: había salido a correr sin mí.

—Perdona si te he despertado.

Cerré los ojos y me llevé un puño a la frente.

—No, no importa.

Se quedó en silencio durante unos segundos eternos y exasperantes, y en ese tiempo mantuvimos varias conversaciones distintas en

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mi cabeza. En una me decía que me comportaba como una gilipollas. En otra me pedía disculpas por insinuar que pudiese ser tan considerada con lo ocurrido la intensa noche que habíamos pasado juntas. En otra se ponía a hablar sin parar sobre cualquier cosa, al más puro estilo Ziggy. Y en otra me preguntaba si podía ir a mi casa.

—He salido a correr— dijo —Creí que habrías empezado sin mí y fui a ver si te encontraba en el recorrido.

—¿Creías que había empezado sin ti?— exclamé, riendo —Eso sería de muy mala educación.

No dijo nada, y me di cuenta demasiado tarde de que lo que había hecho, no presentarme, no molestarme siquiera en llamarla, era igual de malo.

—Mierda, Ziggs, lo siento— La oí tomar aire profundamente.

—Así que hoy soy Ziggy… Interesante.

—Sí— murmuré, y luego me odié a mí misma inmediatamente— No. Mierda, no sé quién eres esta mañana—Aparté las sábanas de un puntapié, obligando a mi cerebro embotado a despertarse de una puta vez —Mi cerebro se confunde si te llamo Rachel.

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«Hace que piense que eres mía», me dije a mí misma, sin añadirlo en voz alta. Soltó una risotada, y cuando echó a andar de nuevo, el viento azotó con más fuerza el teléfono.

—Supera tu angustia Quinn. La otra noche nos acostamos. Se supone que precisamente tú deberías saber mejor que nadie cómo manejar esta situación. No te estoy pidiendo las llaves de tu apartamento—Hizo una pausa y se me encogió el corazón al darme cuenta del mensajeque, con mi distanciamiento, le estaba transmitiendo: creía que me la estaba quitando de encima, quetrataba de ahuyentarla.

Abrí la boca para sacarla de su error, pero ella fue más rápida:

—Ni siquiera te estoy pidiendo que volvamos a repetirlo, maldita cabrona engreída— Y dicho eso, colgó el teléfono.

Pedí a mis amigos que adelantásemos nuestro almuerzo de los martes al lunes con la excusa de que había perdido las pelotas y la cabeza, y nadie se opuso. Por lo visto, mi enamoramiento había alcanzado tal nivel de empalago que darme caña había dejado de ser un pasatiempo divertido para mis amigos.

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Quedamos en Le Bernardin, pedimos lo de siempre y, aparentemente, era como si la vida siguiese igual que en los nueve meses anteriores: Aaron besando a Cara hasta que ella se lo quitó de encima, y Jake y Taylor haciendo como que se odiaban mientras daban cuenta de la ensalada que ella misma había insistido que compartieran para almorzar, escenificando una forma un tanto extraña de coquetear para ponerse a tono. Lo único aparentemente distinto es que me bebí la copa de alcohol con la que acompañaba el almuerzo en menos de cinco minutos y nuestro camarero habitual enarcó una ceja cuando le pedí otra.

—Creo que yo soy Kitty— dije cuando se alejó el camarero. Al ver que la conversación enmudecía de repente, me di cuenta de que mis amigos habían estado charlando alegremente de cualquier gilipollez mientras mi pobre cerebro se sumía en la desesperación delante de sus narices —Me refiero a lo mío con Rachel— aclaré, escrutando sus rostros para captar alguna señal de si me seguían o no— En nuestra relación, yo soy Kitty. Yo soy la que dice que me basta con que nos enrollemos y ya está, pero no es verdad. Soy yo la que dice que me parece bien que echemos un polvo el tercer jueves de los meses impares con tal de poder estar un

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rato con ella. Es ella la que dice: «Oh, no necesito que volvamos a enrollarnos».

Me encontré con la palma abierta de la mano de Taylor delante de mi cara.

—Espera un momento, Quinn. ¿Te la estás follando?

Me incorporé de golpe, con los ojos muy abiertos y a la defensiva.

—Tiene veinticuatro años, no trece, Taylor. ¿Qué cojones…?

—Me importa un bledo que te la estés tirando… Lo que me molesta es que te la hayas follado y que no nos haya llamado a ninguna de las dos inmediatamente. ¿Cuándo ha sido?

—El sábado. Hace dos días, cálmate— murmuré.

Se recostó hacia atrás y su rostro se dulcificó un poco. Más relajado, fui a coger mi nueva copa en cuanto el camarero la depositó delante de mí en la mesa, pero Aaron fue más rápido y la quitó de mi alcance antes de que pudiera levantarla.

—Esta tarde tenemos una reunión con Albert Samuelson y te necesito muy

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despejada— Asentí y me incliné para frotarme los ojos.

—Os odio a todos.

—¿Por tener razón?— dedujo Jake correctamente. No le hice ningún caso.

—Bueno y al final, ¿has cortado ya oficialmente con Kitty y Marley?— quiso saber Cara.

Mierda. Aquello otra vez. Negué con la cabeza.

—¿Por qué iba a hacerlo? No hay nada entre Rachel y yo.

—Solo que sientes algo muy fuerte por ella— insistió Sara, arrugando la frente.

No soportaba que no aprobase mi conducta. De todos mis amigos, Cara solo me echaba la bronca y me daba caña cuando realmente me lo merecía.

—Es que no sé si es buena idea montar un drama innecesario ahora mismo— fue mi patética justificación.

—¿Ha llegado a decir Rachel realmente que no quiere nada más

contigo?— preguntó Taylor.

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—Creo que es evidente por la forma en que reaccionó el domingo por la mañana.

Asintiendo ya con la cabeza, Aaron añadió:

—Detesto señalar lo obvio, pero ¿se puede saber por qué no has tenido la típica charla de Quinn Fabray con ella? No te estás poniendo precisamente como ejemplo de eso que siempre nos dices con respecto a tus ligues: que es mejor dejar las cosas claras desde el principio que dejar los temas sin resolver.

—Porque es fácil mantener esa conversación cuando ya sabes lo que quieres y lo que no quieres—expliqué.

—Bueno, ¿y qué es lo que sabes?— insistió Aaron, apartándose un poco para que el camarero pudiese dejarle el plato delante.

—Sé que no quiero que Rachel folle con nadie más— mascullé.

—Bueno…— empezó a decir Jake con cara de intriga —¿y si te dijera que la otra noche vi a Kitty enrollándose con otro tío?— Sentí una enorme oleada de alivio.

—¿De verdad?— Negó con la cabeza.

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—No, pero, desde luego, tu reacción es más que elocuente. Soluciona las cosas con Rachel. Deja las cosas claras con Kitty— Cogió el tenedor y añadió —Y ahora, cállate de una puta vez para que podamos comer a gusto.

A la mañana siguiente, me levanté a las cinco y esperé debajo del edificio de Rachel. Sabía que ahora que se había acostumbrado a salir a correr, saldría todos los días. Tenía que arreglar las cosas con ella…, solo que no estaba segura de cómo hacerlo todavía.

Se paró en seco al verme y abrió los ojos con expresión de sorpresa antes de colocarse una máscara de serenidad e indiferencia.

—Ah, hola, Quinn.

—Buenos días.

Echó a andar y pasó a mi lado, dejándome atrás, con la mirada fija hacia delante. Me rozó el hombro con el suyo al pasar, y supe por la forma en que se estremeció que había sido sin querer.

—Espera— dije, y se paró, pero no se volvió —Rachel.

Lanzó un suspiro.

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—Y hoy vuelvo a ser Rachel otra vez.

Me acerqué hasta donde se había parado, la miré a la cara y le apoyé las manos sobre los hombros.

Percibí el leve temblor de su cuerpo. ¿Era enfado o la misma excitación que sentía yo al entrar en contacto?

—Siempre has sido Rachel— Su mirada se ensombreció.

—Pues ayer no lo era.

—Ayer la cagué, ¿vale? Siento no haber aparecido para ir a correr y siento haberme comportado como una capulla— Me miró con recelo.

—Una capulla integral.

—Sé que se supone que soy yo la que sabe qué hago aquí, pero admito que el sábado por la noche para mí fue distinto— Vi que su mirada se dulcificaba y relajaba los hombros, yo seguí hablando, con voz más serena—: Fue muy intenso, ¿vale? Y ya sé que parece una locura, pero me quedé un poco desconcertada cuando vi que al día siguiente estabas tan… tan tranquila, como si tal cosa.

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Le solté los hombros y di un paso atrás para darle espacio. Me miró como si acabara de salirme la cabeza de un lagarto en la frente.

—¿Y cómo se suponía que tenía que estar? ¿Rara? ¿Enfadada? ¿Enamorada?— Sacudiendo la cabeza, añadió —No estoy segura de qué fue lo que hice mal. Creía que lo había llevado bastante bien. Creía que había actuado como tú me habrías dicho que lo hiciera si me hubiese acostado con otra persona y no contigo.

Se ruborizó intensamente y tuve que meterme las manos en los bolsillos de la sudadera para no tocarla. Inspiré hondo. Era el momento en que podía decirle: «Siento algo por ti, algo que no había sentido nunca por nadie. Llevo luchando contra esos sentimientos desde el momento en que te vi, hace semanas. No sé qué significan esos sentimientos, pero quiero averiguarlo».

Pero no estaba preparada para eso. Levanté la mirada al cielo. Estaba muy perdida y no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Para empezar, podía estar así simplemente por el hecho de estar acostándome con alguien a cuya familia conocía de toda la vida, podía ser un ansia protectora, la necesidad de tener mucho cuidado con los sentimientos de ambas.

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Necesitaba más tiempo para poner las cosas en orden.

—Hace mucho tiempo que conozco a tu familia— dije, mirándola a los ojos de nuevo —No es lo mismo que tener una historia con cualquier otra persona, aunque las dos queramos que esto solo sea un simple rollo. Para mí, eres algo más que alguien con quien quiero mantener encuentros sexuales y…— Me recorrí la cara con la mano —Solo intento ir con cuidado, ¿de acuerdo?

Me dieron ganas de pegarme una patada en el culo. Me estaba acojonando. Todo lo que había dicho era verdad, pero era una verdad a medias bastante endeble. No era solo que la conociese desde hacía tantos años: era el hecho de querer seguir conociéndola, así, íntimamente, durante muchos años más.

Cerró los ojos un momento y cuando los abrió, estaba mirando a un lado, a un punto indefinido, a lo lejos.

—Vale— murmuró.

—¿Vale?— Al final, levantó la vista, me miró y sonrió.

—Sí.

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Ladeó la cabeza para indicarme que nos pusiéramos en marcha, se volvió y enseguida nuestros pies empezaron a golpetear el pavimento de la acera a un ritmo pausado y regular, pero yo no tenía ni idea de a qué conclusión acabábamos de llegar.

Hacía un día precioso, por primera vez en muchos meses, y a pesar de que probablemente estábamos aún por debajo de los cinco grados, el ambiente era primaveral. El cielo estaba despejado, sin rastro de nubes amenazadoras, solo luz, sol y aire fresco. A tres manzanas de su casa empecé a tener demasiado calor y reduje un poco el ritmo para quitarme el polar de manga larga y anudármelo alrededor de los pantalones de deporte.

Oí el ruido de un golpe contra la acera y antes de darme cuenta de qué ocurría, vi a Rachel en el suelo y sin resuello, como si acabara de perder todo el aire de los pulmones.

—Madre mía, ¿estás bien?— le pregunté, arrodillándome a su lado y ayudándola a incorporarse.

Aún tardó unos segundos en recobrar la respiración, y cuando lo hizo, fue con ansia y desesperación. Era la sensación más horrible del mundo, la de quedarte sin aire en los pulmones.

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Había tropezado con una grieta en la acera y aterrizado en el suelo con gran estruendo, y en ese momento apretaba los brazos contra las costillas. Tenía los pantalones rotos a la altura de la rodilla y se sujetaba un tobillo.

—Ay…— aullaba de dolor, meciéndose.

—Mierda— mascullé, agachándome para pasarle la mano por detrás de las rodillas y la cintura y levantarla del suelo —Vamos a tu casa a ponerte hielo.

—Estoy bien— acertó a decir, forcejeando para que no la levantara en brazos.

—Rachel— Tratando de darme manotazos, suplicó:

—No me cojas en brazos, Quinn, te los vas a romper.

Me eché a reír —No creo. No pesas nada, y solo son tres manzanas.

Al final cedió y me envolvió los brazos alrededor del cuello.

—¿Qué te ha pasado?

Rachel no me contestó, y cuando incliné la cabeza para mirarla a los ojos, se puso a reír.

—Que te has quitado la sudadera.

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—Llevaba otra camiseta debajo, boba— murmuré, confusa.

—No, quiero decir que te he visto los tatuajes— Se encogió de hombros —Solo te los había visto en otras dos ocasiones, pero el sábado pasado los vi mucho rato, y eso me ha hecho pensar…, me los he quedado mirando y…

—¡¿Y te has caído?!— exclamé, riéndome a pesar de que sabía que no debía hacerlo.

Rachel lanzó un gemido de protesta.

—Sí— murmuró —Y no digas nada.

—Bueno, puedes mirármelos si quieres mientras te llevo en brazos— le dije —Y no te cortes y dame mordiscos en el lóbulo de la oreja, si quieres mientras— susurré, sonriendo —Ya sabes que me gustan tus dientes.

Soltó una carcajada, pero la risa no duró mucho, y en cuanto me di cuenta de lo que acababa de decir, la tensión se materializó en un espeso silencio entre las dos. Seguí avanzando por la acera en dirección a su edificio, y con cada paso que daba, aquella tensión monumental seguía creciendo. Eran las palabras tácitas, la forma tan despreocupada en que había aludido a lo que ella sabía que me gustaba en la cama, la

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realidad del lugar adonde nos dirigíamos: su apartamento, donde nos habíamos pasado toda la noche del sábado follando.

Estuve hurgando en mi cerebro para tratar de decir algo, pero las únicas palabras que cabeceaban en la superficie eran palabras sobre nosotras, o sobre esa noche, o sobre ella, y mi jodido cerebro hecho un lío. La dejé en el suelo cuando llegamos al ascensor y tuve que pulsar el botón de subida. El aparato anunció su llegada con un tintineo y ayudé a Rachel a entrar a la pata coja.

Se cerraron las puertas, pulsé el botón de la planta veintitrés y la cabina dio una sacudida con el impulso inicial. Rachel se situó en la misma esquina que había ocupado la última vez que habíamos estado allí juntas.

—¿Estás bien?— le pregunté en voz baja.

Asintió, y todo lo que habíamos dicho allí dentro hacía dos noches inundó el espacio del ascensor como si fuera humo ascendiendo del suelo. «Quiero que me comas. Que lo hagas hasta que me corra».

—¿Puedes mover el tobillo?— pregunté de sopetón, sintiendo una opresión insoportable en el pecho de puras ganas de acercarme a ella y besarla.

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Volvió a asentir, sin apartar los ojos de los míos.

—Me duele, pero creo que no me he hecho nada.

—Aun así— dije —deberíamos ponerte hielo.

—Vale.

El engranaje del ascensor emitió un crujido y alguna pieza encajó en su lugar con un sonoro estruendo. «Quiero que te recuestes sobre mí en el sofá mientras te haces una paja y que te corras en mis pechos».

Me humedecí los labios, dejando que mis ojos se posaran sobre su boca, mientras mi cabeza se recreaba en el recuerdo del placer que me daba besarla. El eco de sus palabras resonaba con tanta fuerza en mi cerebro que era como si las hubiese dicho en voz alta: «Quiero sexo en todos los rincones de mi cuerpo. Que quieras que te muerda y que veas lo mucho que me gusta morderte».

Di un paso para acercarme a ella, preguntándome si se acordaría de haber dicho: «Que estemos en plena faena y yo esté haciendo todo lo que tú quieras y que no solo me guste a mí, que tú también disfrutes». Y si se acordaba, me pregunté si vería en mis ojos que había disfrutado, lo mucho que había

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disfrutado; tanto que me daban ganas de arrodillarme a sus pies en ese preciso instante.

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