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Diánoia ISSN: 0185-2450 [email protected] Universidad Nacional Autónoma de México México RODRÍGUEZ-CONSUEGRA, FRANCISCO La filosofía del lenguaje: su naturaleza y su contexto Diánoia, vol. XLVIII, núm. 50, mayo, 2003, pp. 41-68 Universidad Nacional Autónoma de México Distrito Federal, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=58405002 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Diánoia

ISSN: 0185-2450

[email protected]

Universidad Nacional Autónoma de México

México

RODRÍGUEZ-CONSUEGRA, FRANCISCO

La filosofía del lenguaje: su naturaleza y su contexto

Diánoia, vol. XLVIII, núm. 50, mayo, 2003, pp. 41-68

Universidad Nacional Autónoma de México

Distrito Federal, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=58405002

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La filosofía del lenguaje: su naturalezay su contexto

FRANCISCO RODRÍGUEZ-CONSUEGRADepartamento de Lógica y Filosofía de la CienciaUniversidad de [email protected]

Resumen: El artículo es un intento de determinar la naturaleza de la filosofía del len-guaje a través de las relaciones de esa disciplina con otras, tanto desde el punto devista histórico como desde el sistemático. Se examina la forma en que la filosofía dellenguaje ha venido relacionándose de hecho con la lingüística, la lógica, la psicologíay la propia filosofía, al tiempo que se hacen propuestas de clarificación de esas re-laciones, en el sentido prescriptivo del término. De paso, se critican ciertas nocionesque han venido oscureciendo el problema, como las de “lógica filosófica”, “filosofíalingüística” y otras, para terminar apoyando el papel fundamental de la filosofía dellenguaje dentro de la filosofía analítica, en un sentido amplio.

Palabras clave: filosofía del lenguaje, lógica, lingüística, psicología

Determinar con cierta precisión lo que es, o debe ser, la filosofía del len-guaje es tarea que usualmente no se aborda, o se hace de manera muysumaria, casi siempre en la confianza de que su carácter resulte más o me-nos determinado mediante la mera exhibición de unos cuantos temas queconfiguran su contenido de facto. Naturalmente, ello presenta el inconve-niente de que no se sabe entonces en virtud de qué criterios se ha llevadoa cabo la selección de esos temas, con lo que no se sabe tampoco si se hanescogido de entre los que habitualmente ocupan a los filósofos del lenguaje,o si meramente se está tratando de proponer una especie de programa detrabajo. Con estas consideraciones he aludido ya al carácter metafilosóficodel título, así como a sus connotaciones necesariamente descriptivas y/oprescriptivas. Veamos más acerca de ello.1

De entre los rasgos más convincentes que se han propuesto para deter-minar el carácter específico de la filosofía, particularmente en oposicióna las ciencias, está aquel que consiste en decir (Danto 1968) que la filo-sofía contiene como problema interno el determinar su propia naturaleza.Tal problema inaugura precisamente lo que se entiende por metafilosofía,mientras que las ciencias se limitan a inquirir sobre su contenido específi-co, dejando para la filosofía el determinar su naturaleza, lo que constituye

1 Agradezco a Juan José Acero las observaciones que me hizo llegar tras su amable lecturade una versión anterior de este intento de determinar la naturaleza de la filosofía del lenguaje.Gracias a ellas he podido introducir mejoras en varios lugares.

DIÁNOIA, Volumen XLVIII, Número 50 (mayo 2003): pp. 41–68.

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para ellas un problema externo. Pues bien, no parece caber duda de que, almenos por los mismos motivos, las divisiones fundamentales de la filosofía—como la filosofía del lenguaje— deberían también abordar la misma ta-rea, sobre todo en el caso típico en el que tal pregunta se suele plantear, quees justamente aquel en el que se trata de determinar después un contenidotemático. Así, qué es —o qué debe ser— la filosofía del lenguaje es —odebería ser— uno de los problemas internos fundamentales de la filosofíadel lenguaje.

Sin embargo, el declararlo meramente así nos lleva inevitablemente alproblema de la determinación del contenido restante de tal especialidad.¿Podemos decir —como irónicamente sugirió Russell respecto a la filosofíaen general— que la filosofía del lenguaje consiste en aquello de lo quetratan los libros de filosofía del lenguaje? ¿O deberíamos más bien aportar,aunque fuera estudiando tales contenidos, ciertos criterios que sirvieranpara determinarlos? El dilema es ciertamente algo ocioso, pues sabido esque en filosofía ambas tareas suelen hallarse estrechamente ligadas. Así,difícilmente podríamos dilucidar el concepto general con independenciade lo que en el uso normal cae bajo él, o, a la inversa, clasificar una seriede temas como pertenecientes o no a su extensión sin manejar de hechocriterios efectivos de clasificación. Por consiguiente, no parece que sea posi-ble decidir a priori qué porcentaje prescriptivo contiene —debe contener—nuestra determinación metafilosófica de la naturaleza de la filosofía dellenguaje sin, eo ipso, servirnos en algún grado del estudio de las temáticasque usualmente pasan por pertenecerle.

Ahora bien, constituiría ciertamente una tarea prolija el examen de esastemáticas, con vistas a su inclusión o no en la extensión que deseamos ca-racterizar, con independencia de la consideración de otras especialidades,más o menos cercanas, por comparación con las cuales es precisamentemás dificultosa aquella caracterización. Así, parece conveniente abreviaralgo nuestra tarea reconduciéndola a una comparación con aquellas espe-cialidades que tenga por objeto no sólo el señalar con cuáles de ellas nocoincide la filosofía del lenguaje y por qué (Valdés 1991, introducción),sino también, sirviéndonos de las diferencias halladas —en parte descripti-va, en parte prescriptivamente—, configurar con alguna claridad el carác-ter que buscamos. Es obvio que ello nos compromete necesariamente conla complicación de dar por supuesto mucho con respecto a la naturalezade esas otras especialidades cercanas, pero no parece que sin asumir esaconfrontación podamos hacer mucho más que poner de manifiesto nuestraspreferencias.

Pues bien, de entre las materias con las que más se entrecruza la te-mática de la filosofía del lenguaje están sin duda, al menos por tradición,la filosofía lingüística y su compañera de viaje, la filosofía analítica (pre-sumiblemente basada en el método del análisis filosófico), por lo que la

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comparación debería quizá comenzar con ellas. Sin embargo, con objetode facilitar la tarea me parece más aconsejable despejar algo el caminodedicándonos primero a dilucidar los posibles rasgos comunes con otrasdisciplinas que, por diversas razones, suelen considerarse muy relevantesal respecto, como la lingüística, la lógica y la psicología, sobre las que diréalgo, precisamente en ese orden.

1 . Filosofía del lenguaje y lingüística

1 . 1 . Lenguaje, lingüística y filosofía

La diferencia obvia entre filosofía del lenguaje y lingüística parece a prime-ra vista suficiente. Ambas toman como objeto de estudio el lenguaje, peromientras que la primera lo hace desde un punto de vista y con unos méto-dos filosóficos, la segunda lo hace desde el punto de vista científico y porello con los métodos científicos habituales. Con un poco más de precisión,podríamos añadir que a la filosofía le interesan los problemas filosóficosque plantea el lenguaje, mientras que la lingüística busca elaborar teorías—científicas— que den cuenta de él. Es fácil mostrar que en cuanto trata-mos de precisar un poco más, comienzan los problemas de solapamiento.Me limitaré a ofrecer unas cuantas ilustraciones de esas dificultades.

Ante todo está la noción misma de lenguaje. Uno de los problemaspropiamente científicos de la lingüística consiste en elaborar teorías quenos digan qué es el lenguaje, tanto desde la óptica puramente estructural—formal, lógica, matemática—, como apoyándose en ciencias o subdisci-plinas —semiología, psicolingüística, sociolingüística, antropología, etc.—,que ensanchen ese marco hasta hacer justicia a la complejidad que aquélpresenta. Pero es obvio que en el transcurso de ese esfuerzo se planteanhabitualmente muchos problemas que poseen tintes claramente filosóficos.Por ejemplo, el problema —metodológico, ontológico— del carácter de lasreglas —sintácticas— que determinan el dominio de un lenguaje, desdeel punto de vista de si su determinación puede o no presentarse comouna explicación de esa facultad; o el problema —epistemológico— de ladilucidación del tipo de conocimiento que supuestamente tenemos de talesreglas.

A la inversa, el estudio filosófico del lenguaje requerirá cierta dependen-cia respecto de la lingüística, para que esa ciencia aporte con cierto gradode precisión el fenómeno que se va a estudiar, mientras que tal aportaciónno se puede aceptar sin analizar críticamente los supuestos o implicacio-nes —metodológicos, ontológicos, epistemológicos— que quizá presente lalingüística misma. Y, lo que es aún peor, a menudo los filósofos tratan dedilucidar por sí mismos la noción de lenguaje basándose exclusivamenteen las redes conceptuales que les aportan sus propios presupuestos, sean

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éstos de carácter puramente filosófico o dependan de otras ciencias (comosucede, en el caso de la semántica modelista, de la lógica y la teoría deconjuntos), sin excesivo respeto por la lingüística, que sería una ciencia“meramente” empírica.

Otra dificultad de solapamiento se refiere de forma mucho más concretaal contenido de ambas materias. No parece que la fonética y la fonologíaplanteen muchos problemas filosóficos; pero detengámonos, por ejemplo,en la semántica. Es innegable que la semántica es una parte importante dela lingüística, que se ocupa de nociones como significado, referencia, sen-tido e interpretación. Sin duda, su forma de ocuparse de ellas está dirigidaal estudio de lenguajes concretos y a la forma en que tales nociones se ma-nifiestan en ellos; pero caben pocas dudas de que a menudo los lingüistasambicionan mucho más y apuntan hacia lo que verdaderamente hay de co-mún en ellas, lo cual llevaría a hablar de supuestas facultades humanas uni-versales. Y ¿cómo negar las implicaciones filosóficas de tales pretensiones?Cabe plantear lo propio respecto de la pragmática, incluso de forma másclara. Aquí no es ya sólo que tanto en obras de lingüística (de lingüistas)como de filosofía del lenguaje (de filósofos) puedan hallarse temáticas (porejemplo, fuerza ilocutiva, implicatura conversacional) y autores comunes(por ejemplo, Austin, Searle, Grice), sino que es casi imposible deslindarcon precisión quirúrgica lo que de científico —lingüístico— o de filosóficohay en sus tratamientos.

1 . 2 . Lingüística filosófica y filosofía de la lingüística

Problemas como éstos parecen haber llevado a algunos a acuñar la desa-fortunada expresión “lingüística filosófica” (Acero et al. 1982). Un primerproblema con ella es que parece sugerir que existe una lingüística científi-ca y otra de carácter “racional” que, al estilo quizá de la vieja física filosóficaaristotélica, trataría de abordar ciertos problemas, esquivos al tratamientohabitual, mediante otro tipo de métodos y quizá de conocimiento. Claroque no es eso lo que de hecho sus proponentes tienen en mente; pero laexpresión no deja de ser peligrosa por las razones señaladas, especialmen-te si nos percatamos de que, como veremos más adelante, algo parecidosucede en el caso de la lógica, la matemática y quizá también en el de lapsicología.

Más concretamente, se ha utilizado la expresión mencionada para abar-car el análisis pragmático del lenguaje, o la pragmática a secas, pero creoque sería mucho mejor hablar simplemente de pragmática y reconocer quetanto la filosofía como la lingüística tienen cosas serias que decir en esecampo (o quizá en esa rama de la semiótica). O bien, dejar los proble-mas pragmáticos propiamente dichos para la lingüística y aislar las impli-caciones filosóficas de tales problemas —sus vertientes epistemológicas u

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ontológicas— con objeto de pasarlas a la filosofía, naturalmente con inde-pendencia de que hayan sido precisamente filósofos quienes hayan hechoaportaciones capitales a su estudio. Otras veces (Otero 1989) se ha en-tendido por lingüística filosófica simplemente la concepción de la filosofíadel lenguaje que no tiene una relación directa con la lingüística, es decir,que no depende de ella en grado alguno, constituyendo así una aproxima-ción precientífica a aquella ciencia. En tal caso se ha propuesto tambiénque habría otra concepción de la filosofía del lenguaje, seguramente másauténtica, que vendría a coincidir con la metodología o filosofía de la lin-güística (y más en general de la psicología cognitiva), en el sentido en quese entiende habitualmente la filosofía de una ciencia particular cualquiera.

Semejante propuesta me parece peor todavía. Por un lado, llamar lin-güística filosófica tanto a la semántica modelista (o “modélica”, según tra-duce Otero) como a la concepción de Davidson, metiendo en el mismo sacoy sin distingos a toda la base fregeana, tarskiana y quineana, parece unasimple fórmula para salir del paso a tiro de manual. Por otro, restringir lafilosofía de la lingüística al puro estudio de las implicaciones filosóficas dela gramática generativo-transformacional parece algo más que mero secta-rismo, por cierto muy propio de los seguidores (¿fieles?) de Chomsky. Estoúltimo puede verse también en la propuesta más elaborada de Katz, que,como es sabido, ha pasado de defender la identificación entre filosofía dellenguaje y filosofía de la lingüística a separarlas de forma tajante, dejandopara la segunda el estudio de las teorías y la metodología de la lingüística,y para la primera el estudio de la estructura del conocimiento conceptual,que presumiblemente se logrará a través de la teoría empírica del lenguajeque en todo caso ha de aportar la lingüística (véanse Katz 1966 y 1971).

La evolución de Katz me parece muy positiva; también yo creo que fi-losofía del lenguaje y filosofía de la lingüística no pueden identificarse. Elproblema radica en que, tanto en su primera etapa como en la segunda,Katz presupone sencillamente que la filosofía del lenguaje así como la filo-sofía de la lingüística vendrían a ser, unidas o separadas, nada más que unaespecie de apéndice filosófico del modelo chomskyano. Ello constituye unproblema, al menos porque: (i) no todos las cuestiones de la filosofía dellenguaje pueden apoyarse en la lingüística generativo-transformacional;(ii) la lingüística chomskyana no agota toda la lingüística; (iii) la separa-ción propuesta, siendo aceptable, no clarifica las relaciones entre los refe-rentes de ambas expresiones; de hecho ni siquiera determinan su extensióno campo de aplicación. Vayamos por partes.

Es obvio que existen temas interesantes de la filosofía del lenguaje quemuy poco o nada tienen que ver con la lingüística generativa. Así, el temade la referencia directa, el de las implicaciones filosóficas de las gramáticasde Montague, o el de la supuesta importancia de una teoría general delsignificado para abordar problemas filosóficos básicos (al estilo de Dum-

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mett). Claro está que siempre puede decirse que la aproximación concretaa tales problemas está precisamente en su recolocación dentro del ámbitode la lingüística generativa, mientras que si ello no es posible, entonceses que no se trata de temas o problemas de interés lingüístico genuino.Pero semejante reacción no pasaría de mera táctica dilatoria, al tiempoque estaría aceptando claramente que podrían existir problemas filosóficosgenuinos que dependieran de otras líneas. Que la lingüística generativo-transformacional no agota toda la lingüística es también evidente; no haymás que abrir textos de lingüística para comprobarlo. Y no me refiero sólo atemas pragmáticos, sino a muchos temas semánticos, o relacionados con lacultura, la psicología o la sociología. Por todo ello, el aceptar la separaciónentre filosofía del lenguaje y filosofía de la lingüística, aun reconocien-do la vital importancia del modelo chomskyano para ambas, no nos debecomprometer con una dependencia demasiado estrecha de ese modelo enninguno de los dos sentidos. Queda el tercer punto de los señalados.

La relación que me parece que existe —o al menos debe existir— entrefilosofía del lenguaje y filosofía de la lingüística es la de inclusión propia:entre los problemas de la filosofía del lenguaje se hallan los de la filosofíade la lingüística. Así, aunque todos los problemas filosóficos de la lingüís-tica son, en principio, problemas de filosofía del lenguaje, esta última esuna materia más amplia en la que caben otras temáticas. No parece nece-sario mostrar lo primero (véase, no obstante, infra), así que basta probarlo segundo, para lo que es suficiente recordar los ejemplos ofrecidos enel párrafo anterior u otros similares. Ello no significa que la filosofía dela lingüística no sea relevante para la filosofía del lenguaje; lejos de ello,reconocer la relevancia de la lingüística es reconocer, a fortiori, la de suestudio filosófico (es decir, semántico, epistemológico y ontológico). De loque se trata es simplemente de darse cuenta de que no toda filosofía dellenguaje es filosofía de la ciencia. Muchos de los problemas más genuinosde la filosofía del lenguaje son problemas conceptuales referidos al len-guaje mismo, o a nociones estrechamente relacionadas con él, como lasde pensamiento, mente o acción, más bien que al estudio filosófico de laciencia de la lingüística, sus teorías o sus métodos.

Insisto; no se trata de defender una aproximación “filosófica” indepen-diente a los objetos mismos de la lingüística, ni tampoco —sólo— de se-ñalar problemas no estrictamente lingüísticos en filosofía del lenguaje. Setrata simplemente de llamar la atención sobre la clara diferencia existenteentre filosofía de cierto objeto o proceso y filosofía de la ciencia que es-tudia ese objeto o proceso (por más que los propios científicos ignoren amenudo esa diferencia). La filosofía de la lingüística no estudia los objetosde la lingüística como tales (eso ya lo hace la lingüística misma), sino sólocomo construcciones teóricas, con el fin de dilucidar y evaluar sus virtudesteórico-metodológicas y sus implicaciones filosóficas. La filosofía del len-

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guaje es más amplia, pues se abre al lenguaje también desde el punto devista del conocimiento precientífico, de la terminología corriente, de susrelaciones con otras nociones con las que lo hallamos emparentado y deotros problemas filosóficos no relevantes para la filosofía de la ciencia.

Naturalmente, debemos estar preparados, una vez rebasada esta pri-mera aproximación conceptual, para encontrarnos con problemas más omenos especializados que, perteneciendo claramente a la filosofía de lalingüística, constituyan dudosamente problemas propios de la filosofía dellenguaje. En tal caso diremos que la filosofía del lenguaje debería hallaruna lectura más puramente filosófica y general de tales problemas, tratan-do de rebasar el más estrecho marco de la ciencia de la lingüística. Estáclaro que para ello deberemos contar con categorías filosóficas propias, yeso requiere, a su vez, teorías propiamente filosóficas, pero eso suele ser lohabitual.

Resumiendo: la filosofía del lenguaje debe mirar atentamente la cienciade la lingüística, pero no se confunde con la filosofía de la lingüística, sinoque la incluye, mientras que deberíamos deshacernos de la expresión “lin-güística filosófica” por desorientadora e inútil. Como ocurre con la matemá-tica y la física, podremos también, al considerar ciertas partes o resultadosde la lingüística, hablar de sus implicaciones filosóficas.

2 . Filosofía del lenguaje y lógica

2 . 1 . Forma lógica, lenguaje y filosofía

Históricamente, las relaciones entre filosofía y lógica han sido estrechas yvariadas, ya desde Aristóteles. Sin embargo, las características particularesde la relación de la moderna filosofía del lenguaje con la lógica procedende los inicios de la propia filosofía del lenguaje, es decir, de la época en quelos creadores de la filosofía analítica dieron en: (i) crear lenguajes formalescon objeto de formalizar las proposiciones de la matemática (Frege, Peano,Russell); (ii) proceder al análisis sistemático de las ideas implicadas en losfundamentos de la matemática, mediante la creencia de que el resultadode tal análisis es la obtención de la forma lógica auténtica subyacente en laforma gramatical engañosa (Frege y Russell, con el antecedente de Bradleydesde fuera del campo matemático), y (iii) aplicar los métodos obtenidosen tal análisis a otros problemas filosóficos, extendiendo la creencia deque la búsqueda de formas lógicas es lo que debe caracterizar la filosofía,hasta llegar a los componentes últimos e indefinibles de las proposicionesfilosóficamente interesantes (Moore, Russell, primer Wittgenstein).

Podemos ilustrar esos tres momentos, tan sólo artificialmente separadosen pro de la claridad en la exposición, considerando brevemente su apa-rición en la propia obra de Russell, que puede considerarse el fundador

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supremo de la filosofía del lenguaje en el sentido moderno. La utilidad delos lenguajes formales se halla perfectamente disecada en la introduccióna la primera edición de los Principia. Russell dice allí que el uso del sim-bolismo en que se decantan: (i) hace posible establecer la conexión conla necesidad de manejar ideas sumamente abstractas, para las que el len-guaje ordinario no aporta términos; (ii) proporciona los recursos de sim-plicidad requeridos para reproducir los procesos del razonamieto deduc-tivo; (iii) supera las limitaciones de la imaginación a la hora de manejarconjuntos y series de ideas abstractas, que no se ven representadas por laforma gramatical; (iv) hace posible abarcar proposiciones muy complejasde un golpe, y (v) permite llevar a cabo el mayor análisis posible de lasideas y proposiciones involucradas, hasta presentarlas en su aspecto máspuramente formal.

No hay que olvidar que Russell se está refiriendo aquí explícitamenteal programa logicista ideal de formalización de la matemática, pero sinduda también está pensando en logros ya habidos, como la teoría de lasdescripciones, en los que el hallazgo de formas lógicas no sólo permitió laobtención de instrumentos necesarios para proseguir el trabajo de forma-lización de la matemática, sino también el desvelamiento de estructuraslingüísticas subyacentes que iluminaban todo un campo de implicacionesfilosóficas hasta entonces oscuro. En ese punto preciso es donde nuestrosegundo momento aflora, mostrando cómo el análisis lógico de ideas lo-graba despojarlas de aditamentos gramaticales confundentes, en este casosobre los conceptos de nombre, referencia, descripción, identidad, existen-cia, conocimiento directo, etcétera.

La culminación de todo ello radicó en la extensión de tales métodoshasta caracterizar el tipo de filosofía que interesaba a Russell. De ahí queel segundo capítulo de su obra sobre el conocimiento del mundo externo(1914) se titulase “La lógica como esencia de la filosofía”, y que Russellestuviese hasta tal punto convencido de ello que llegara a considerar talesprocedimientos como lo que caracteriza “El método científico en filosofía”.En esos trabajos aparece claramente la idea de que la utilización filosófi-ca de la lógica consiste precisamente en el desvelamiento de las formaslógicas de las proposiciones filosóficamente relevantes, entendiéndose porforma simplemente la manera en que los diversos elementos constituyentesde la proposición están combinados entre sí, lo que naturalmente impide(a riesgo de regreso infinito) considerar esa forma como un constituyentemás de la proposición. Así, el propósito del método científico en filosofía eshacer explícitas las formas auténticas que laten bajo las engañosas, comosucede, según Russell, con la tradicional forma sujeto-predicado. Y ello,naturalmente, no puede llevarse a efecto sin olvidar el problema básico dela naturaleza última de la proposición (o del juicio) que, como sabemos, seconvirtió en el problema central del Tractatus (aunque ya lo fue para Brad-

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ley y en cierto sentido también para Moore; véase Rodríguez-Consuegra2002, caps. 2 y 3).

En este sentido para Russell la filosofía no se puede separar de la lógica,pues sólo la lógica puede aportar la catalogación última del repertorio deformas lógicas posibles, y con ello de los diversos tipos de hechos y suselementos constitutivos últimos, que es el resultado del análisis filosófico yconstituye la esencia de lo que se conoce como atomismo lógico (expresiónque se atribuye a veces erróneamente a Wittgenstein; véase Rodríguez-Consuegra 2002, caps. 5 y 6). Pues bien, como lo ilustra Russell con pro-fusión en esas obras, la aplicación de tales métodos a problemas filosóficosdiversos es lo que hace posible el verdadero éxito en filosofía. No hay másque recordar su análisis de nuestro conocimiento del mundo externo, enel que se aplican modelos puramente lógicos (matemáticos diríamos hoy)al lenguaje con el que describimos la realidad física, hasta descomponersus proposiciones en elementos constitutivos genuinos, es decir, en átomoslógico-epistemológicos con los que, según Russell, estemos auténticamentefamiliarizados.

Este último momento, que como es obvio rebasa lo que puede entender-se por filosofía del lenguaje, tenía por fundamento, sin embargo, una de lasdos partes en que, según Russell, se divide la lógica; en concreto, aquellaparte inicial en la que distinguimos y catalogamos las formas lógicas, y a laque bautizó, de forma históricamente feliz a juzgar por el éxito de la expre-sión, como lógica filosófica (siendo la otra parte la puramente matemáticaen la que obtenemos consecuencias, es decir, demostramos teoremas). Así,puede decirse que para Russell la lógica filosófica es la esencia de la filoso-fía, en el sentido preciso en el que la esencia de la filosofía es la filosofíadel lenguaje, dado que su cometido principal debe ser el análisis lógico delas proposiciones hasta desvelar su naturaleza última —sin olvidar las im-plicaciones del tema para con la filosofía de la mente, a través del análisisdel juicio y el de las actitudes proposicionales (expresión ésta, por cierto,también debida a Russell).

Aquí tenemos ya el menú principal de lo que ha venido siendo, duran-te muchas décadas, la aproximación típica a la filosofía del lenguaje —ya gran parte de la filosofía de la mente— característica de la tradiciónanalítica. No tenemos más que añadir el toque final mediante el cual Rus-sell estableció el enlace con Wittgenstein y el positivismo lógico. El primerpaso se concretó en la identificación de las formas lógicas con las constan-tes lógicas (Russell 1919). Como es sabido, Russell y Wittgenstein no sepusieron de acuerdo en su interpretación filosófica, pero lo que debemosretener ahora es que Russell estableció el espacio filosófico relevante alsostener que lo auténticamente importante para el problema de la natura-leza de la lógica (de la filosofía de la lógica, diríamos hoy) es la naturalezade sus constantes (o formas), al tiempo que hábilmente insertaba ese pro-

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blema en el marco general de su logicismo, al sostener la existencia deun continuo caracterizado por un comienzo filosófico (lógica filosófica),un tránsito lógico (lógica matemática) y un final matemático (aritmética,análisis y geometría).

El segundo paso dio lugar, tras unos primeros intentos de resistencia, auna rendición completa de Russell al punto de vista de Carnap, según elcual, aunque el objeto de la filosofía debe seguir siendo el análisis lógico,tal análisis no deja lugar para una consideración platónica de las constanteslógicas, sino que éstas deben desaparecer en el marco de un tratamientoconvencionalista de la lógica y de una reducción lingüístico-sintáctica delas proposicones matemáticas (Russell 1951). Con ello, el programa de la“filosofía del lenguaje ideal” lograba mantenerse tras el problema de lasparadojas y los ataques de Wittgenstein.

2 . 2 . Lógica filosófica y filosofía de la lógica

El problema que plantea el pequeño estudio de los orígenes de nuestradisciplina del apartado anterior es que, con él en la mano, aunque en-tendemos mucho mejor el suelo que pisamos, nos surgen grandes dudasacerca de la posibilidad o conveniencia de seguir confiando en las etique-tas tradicionales que presupone el uso de la mayoría de las expresionesconsagradas por la costumbre. Ello se concreta en la necesidad presente declarificar las relaciones que existen —o deben existir— entre la filosofía dellenguaje, la lógica filosófica y su pariente cercano, la filosofía de la lógica.Planteado de forma más clara: (i) ¿podemos continuar manteniendo quela lógica filosófica busca las formas lógicas genuinas y es, en ese sentido,la esencia de la filosofía del lenguaje? Sólo a la luz de nuestra respuestaa esta pregunta podremos pasar a la siguiente: (ii) ¿qué relaciones debetener la filosofía del lenguaje con la lógica filosófica y con la filosofía de lalógica?

La respuesta a la primera pregunta no puede ser más que negativa. Todala tradición, digamos clásica, que siguió a Russell en la creencia de que ellenguaje natural ha de ser reducido a sus formas lógicas lo ha hecho conla vista puesta en lo que Quine llamó “la regimentación del lenguaje”; esdecir, en la aportación de un modelo reductivo según el cual sólo es recupe-rable lo que encaja con el modelo aportado por la lógica de primer orden,y si hay estructuras lingüísticas —intensiones— que no encajan, peor paraellas. Sin embargo, para esa tradición misma, al igual que son perfecta-mente admisibles distintas reducciones conjuntistas de los números, contal de que cada una cumpla las propiedades aritméticas que esperamos deellos (véanse Rodríguez-Consuegra 1991 y 1992), así también deberían ad-mitirse distintas formas lógicas para las proposiciones del lenguaje natural,con tal que todas cumplan las propiedades que esperamos de ellas, una vez

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inmersas en el sistema formal dado, de cara al conjunto total de la ciencia.En ese sentido no parece que pueda hablarse de formas lógicas genuinascomo una especie de correlatos únicos a las enunciados lingüísticos, má-xime cuando, incluso dentro de la esfera de la traducción misma, apareceenseguida el fenómeno de la indeterminación y la relatividad.

En cuanto a la línea de Davidson, heredera de Quine, también pareceque la respuesta sería negativa. El sentido de las formas lógicas de David-son es aproximadamente el mismo que el de las de Russell y Quine, sóloque complementado por el aditamento tarskiano de una teoría de la ver-dad en el sentido de una teoría del significado. Así, cualesquiera formaslógicas canónicas que se pongan en correspondencia con los enunciadosdel lenguaje natural, y que permitan la introducción de una semántica, sonaceptables, puesto que las condiciones de verdad que establecen dan el sig-nificado auténtico del fragmento del lenguaje de partida. Pero el fenómenode la indeterminación continúa amenazando la construcción completa, queen consecuencia no es menos holista por ello. En última instancia, la úni-ca forma de superar esa indeterminación debería ser la conexión de losenunciados originales con sus formas lógicas, partiendo de una gramáticaconstruida de tal modo que tuviera “realidad psicológica” (Lycan 1984),con lo que estaríamos hablando ya de la constitución misma del cerebro.Quizá cabría hablar entonces de formas genuinas, pero todo el asunto seescaparía de las manos del lógico y el adjetivo “lógicas” dejaría de tener uti-lidad. Seguiríamos, pues, respondiendo negativamente a nuestra pregunta.

En el caso de la semántica modelista, el problema se hace mucho máscomplejo, pero queda aparentemete resuelto señalando que sólo muy du-dosamente cabe hablar aquí de algo parecido a lo que habitualmente seentiende como forma lógica (Gamut 1991), aunque desde luego no pare-ce tampoco que pueda entonces hablarse de unicidad. En todo caso, lospotentes instrumentos matemáticos manejados por la semántica modelis-ta plantean incluso un problema de carácter inverso, pues podría inclusodecirse, a la vista de sus construcciones, que de lo que se trata es de mo-delos matemáticos que ponen de manifiesto la naturaleza matemática dellenguaje. Como vio muy bien Gödel en algunos de sus manuscritos inéditos(Gödel 1994), si ello fuera así, la concepción neopositivista según la cualla lógica y la matemática son de carácter lingüístico estaría profundamenteequivocada, y la verdad caería del lado de la tesis opuesta: el lenguajemismo sería imposible sin matemática.

En el caso de la línea chomskyana se ha hablado también de formaslógicas, relacionadas de cierta manera con las estructuras sintácticas pues-tas de manifiesto por el análisis aportado por el modelo generativo-trans-formacional. Sin embargo, en la medida en que la decantación de talesformas lógicas presupone, para los seguidores de esa línea, la existenciade correlatos mentales, e incluso cerebrales, que les otorgan su realidad

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psicológica, entonces, aunque cabe hablar de autenticidad, de nuevo eladjetivo “lógicas” pierde su sentido. Naturalmente, fue por no afrontar pe-ligros similares que el viejo Russell, que ya en su juventud había podidohuir del psicologismo (en buena medida gracias al objetivismo lógico delpropio Bradley), negó una y otra vez realidad mental subyacente algunaen las formas lógicas, que debían ser totalmente generales y a priori, en unsentido objetivista no kantiano, con objeto de marginar la vieja concepciónde la lógica, según la cual ésta se limita a recoger las “leyes del pensamien-to”, que serían entonces subjetivas.

En pocas palabras: en ninguna de las líneas serias de trabajo conforme alas cuales puede todavía hablarse de formas lógicas cabe sostener, aunquesea por razones diversas, que tales formas sean únicas, en el sentido de lavieja creencia de Russell, Moore y Wittgenstein (y quizá de Frege, aunquecon más dudas), según la cual las proposiciones sólo tienen un análisislógico correcto en sus componentes últimos indefinibles. Falta por saber,antes de pasar a nuestra segunda pregunta, si tiene sentido para esas líneasde trabajo considerar que existe una lógica filosófica, como esencia de lafilosofía del lenguaje, destinada a descubrir un repertorio de tales formas.

De nuevo, la respuesta ha de ser negativa, a pesar de ciertos lastrestradicionales (Sainsbury 1991). Ni Quine ni Davidson, que yo sepa, danpie para hablar de una lógica filosófica tal, como suerte de fundamento dela lógica matemática, que nos permita la consecución de aquel repertorio.Así, sería la lógica matemática a secas, complementada con la semánticaconjuntista, la encargada de aportarnos instrumentos para formalizar ellenguaje de manera satisfactoria. Con lo cual parece que cualquier evalua-ción de la selección de formas que se van a emplear tendría que estar enfunción de los fines que persiguiéramos en cada caso. Ello no quiere decirque no pueda discutirse si tal o cual formalización es mejor que otra; perosí que hemos de especificar antes lo que pretendemos con ello, e inclusoque somos nosotros los que introducimos la formalización más que des-cubrirla, como a veces parece que pretendía Russell. Por tanto, al negarcarta de naturaleza a la lógica filosófica, en ese sentido preciso que esta-mos manejando ahora, no es posible convertirla en esencia de la filosofíadel lenguaje.

Otra cosa es saber si esa esencia puede hallarse, de todas formas, enlas respectivas ideas de formalización de Quine o Davidson. En lo querespecta a Quine, en ningún caso su propuesta de regimentación pareceagotar aquella esencia. Es cierto que el modelo de formalización que hapropuesto constituye su instrumento favorito para atacar la exuberanciaontológica de las escuelas que ve como enemigas, muy en particular la detodo lo que huela a intensionalismo. Pero no debe olvidarse que para elviejo maestro de Harvard, los problemas de las implicaciones ontológicasde los lenguajes formales son también parte esencial de la filosofía del

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lenguaje, así como la indeterminación de la referencia y la traducción. Sinembargo, todos ellos pueden afrontarse con independencia del tema delas formas lógicas. En el caso de Davidson, la respuesta es menos clara,pues es indudable que su teoría de la verdad como teoría del significadoes la esencia de su filosofía del lenguaje, así como que esa teoría de laverdad entra en la línea de lo que venimos llamando “formas lógicas”.Pero ya hemos señalado que existen serias dificultades para insertar suconcepción de las formas lógicas en el modelo clásico, principalmente poraproximarse a una teoría de la mente destinada a superar el problema dela indeterminación.

Pasemos ya brevemente a la segunda pregunta: ¿qué relaciones debetener la filosofía del lenguaje con la lógica filosófica y con la filosofía de lalógica? Vistas las dificultades de abordar el tema de la lógica filosófica en latradición de las formas lógicas, parece que lo más sensato sería prescindirde semejante expresión, que inevitablemente provoca la creencia en quela lógica se divide en dos partes: matemática y filosófica, y puede llevar alconvencimiento de que existe un conocimiento científico de carácter filosó-fico (como veíamos en el caso de la rechazable “lingüística filosófica”). Elproblema radica en que existe una tradición bien establecida según la cualeso es precisamente así. No hay más que pensar en los títulos de dos céle-bres manuales canónicos, Barwise 1977 y Gabbay y Guenthner 1983–1989,para darse cuenta de ello. No es probable, por tanto, que una propuesta enese sentido prospere. Ahora bien, tampoco me parece que el uso contem-poráneo de la expresión sea muy claro, ni que, en consecuencia, coadyuveen lo más mínimo a establecer una relación precisa con la filosofía dellenguaje. Veámoslo.

En general, los tres primeros tomos del segundo manual citado son ex-posiciones de lógica, más o menos introductorias, pero técnicas, en el or-den esperado: lógica clásica (primer orden, órdenes superiores, teoría detipos), extensiones de la lógica clásica (lógicas intensionales) y alternativasa la lógica clásica (lógicas intuicionista, multivalente, multivariada). Antetodo está el hecho de que la lógica clásica esté también incluida, con lo queparecería que toda lógica es filosófica, aunque sin duda ello se hizo paradar una introducción clásica a los otros volúmenes. Podría quizá pensarseque lo que hace filosóficas a ciertas partes de la lógica es que por motivoshistóricos hayan estado asociadas a ciertos problemas filosóficos de múlti-ple origen, y desde luego no especialmente lingüístico, o quizá porque sepresten más a extraer implicaciones filosóficas. Pero, aún así, el nexo deesa lógica “filosófica” con la filosofía del lenguaje no resulta transparente.

Es cierto que algunos de los temas recogidos, como la lógica intuicionistao la lógica modal, han dado paso a tendencias interesantes en la filosofíadel lenguaje (Dummett, Kripke y la semántica modelista, respectivamente),pero ello no parece justificar el nexo, que no es en ningún caso general.

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Quizá, en última instancia, ese nexo radique en que, en la mayor partede los casos, las ramas de lógica cubiertas han hecho posible la formaliza-ción de argumentos que no “cabían” en la lógica clásica de primer orden.Pero si ello fuera así, entonces estaríamos volviendo de manera subrepticiaal enfoque de las formas lógicas, y ya hemos visto con algún detalle losproblemas a los que ello conduce. Concluyo, por tanto, que sólo oscurasrazones históricas de respeto a una tradición llevan a mantener la expre-sión “lógica filosófica”.

El problema de la relación con la filosofía del lenguaje se ve agrava-do cuando observamos que el cuarto volumen de Gabbay y Guenthner sededica precisamente a temas de filosofía del lenguaje. Con ello, sus com-piladores parecen proponer que tal especialidad, o al menos una parte deella, pase a estar incluida en la lógica filosófica, sea esto lo que fuere. Lasupuesta justificación podría radicar en que, en tales temas (el papel de loscuantificadores en la formalización; la presuposición; las descripciones yla referencia), el uso de técnicas lógicas es muy importante. Y, puesto queobviamente se trata de temas filosóficos, no hay más que unir los dos com-ponentes —lógica y filosofía— y ya tenemos la lógica filosófica resultante.

Pero por razones similares podríamos haber añadido un quinto tomoa la serie en el que se tocaran temas de física, o de matemática, en losque el uso de técnicas lógicas fuese también importante, sin que por elloa nadie se le ocurriera hablar de lógica filosófica. Concluyo, de nuevo, quesólo razones históricas, unidas a razones corporativas y de estructura delos departamentos universitarios, permiten mantener el nexo tradicionalentre esa oscura lógica filosófica y la filosofía del lenguaje. En cuanto a lalógica, ahora a secas, qué duda cabe de su gran papel en la filosofía dellenguaje, fundamentalmente a través de la creación de lenguajes formalesy su aplicación a problemas de filosofía del lenguaje. Pero ello no exige,ni aconseja, hablar de lógica filosófica, puesto que aquellas aplicacionesson también posibles a partir de áreas de la lógica que nadie sostiene quesean filosóficas en el mismo sentido (teoría de modelos, teoría de conjun-tos). Resumiendo: la lógica tiene importantes aplicaciones e implicacionesfilosóficas en filosofía del lenguaje, pero eso no hace —no debería hacer—“filosófica” a la lógica.

Queda sólo preguntarse por la relación entre filosofía del lenguaje y filo-sofía de la lógica. Aquí podemos ser mucho más breves, pues no se trata yade ningún problema de solapamiento de la filosofía del lenguaje con otradisciplina no propiamente filosófica, como la lógica o la lingüística. Propon-go resolver el problema de forma empírica. Tómense un par de textos de fi-losofía de la lógica de calidad y hágase la siguiente pregunta: ¿son relevan-tes consideraciones acerca del lenguaje natural y sus problemas filosóficospara dilucidar los problemas propios de la filosofía de la lógica? Veremosen seguida que, en la inmensa mayoría de los temas de nuestros dos libros,

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la respuesta no puede ser más que positiva. Así, los temas de la validez, laverdad lógica, la naturaleza de la lógica (de sus “objetos”), la de sus cuanti-ficadores, los portadores de verdad, las teorías de la verdad, las paradojas,etc., etc., todos ellos reclaman perentoriamente el auxilio de aquellas con-sideraciones. Concluyo que existe un estrecho nexo entre filosofía del len-guaje y filosofía de la lógica. Ahora bien, ¿cuál es la naturaleza de ese nexo?

En parte ya lo hemos visto. La filosofía de la lógica necesita recurrir a lafilosofía del lenguaje para abordar con éxito sus problemas. A la inversa,el problema es más complejo. No cabe duda de que el filósofo del lenguajeusa de hecho ideas extraídas del campo de la filosofía de la lógica conprovecho; pero me parece que sólo de manera secundaria, y ello en temasbastante específicos (pienso sobre todo en Dummett, Davidson y Kripke).Me parece que lo que debería decirse es, simplemente, que hay filósofos dellenguaje que se inspiran en ciertos problemas de filosofía de la lógica paraelaborar sus teorías, pero eso no parece reclamar la necesidad sistemáticade hacerlo. En todo caso, el tema es demasiado oscuro como para decircosas precisas con mucho sentido. En el fondo, todo parece resolverse enun sentido corporativo: hay filósofos que trabajan en ambos campos y otrosque no; pues bien, es probable que los primeros hallen más fructífera lainteracción que los segundos.

El nexo más importante es paralelo al que hemos hallado al estudiarlas relaciones entre la filosofía del lenguaje y la filosofía de la lingüística:la aspiración generalizadora (categorizadora) de la filosofía del lenguajehacia (o desde) la construcción de una filosofía superior (véase más ade-lante la sección 4). Ahí topamos con la inevitable dependencia de algunateoría filosófica, o incluso claramente metafísica, que trate de arrojar luzsobre problemas filosóficos específicamente relacionados con el lenguaje,como sucede, digamos, con la posibilidad de construir auténticas teoríasdel significado. Así, por ejemplo, según manejemos una metafísica u otra,así entenderemos la causalidad (o incluso la idea misma de sustancia), yasí también entenderemos el papel de las relaciones causales en posiblesteorías del significado, sobre todo si éstas caen en el ámbito de algún pro-grama de naturalización del significado, como empieza a ser habitual ennuestros días (véanse, por ejemplo, obras como Millikan 1984 y Schiffer1987). Pero nada de ello nos forzará a confundir la filosofía del lenguajecon la filosofía de la lingüística o con la filosofía de la lógica.

3 . Filosofía del lenguaje y psicología

3 . 1 . Lenguaje, mente, y filosofía

Las nociones de lenguaje y mente cuadran bastante bien entre sí, sobretodo en la medida en que ambas proceden de etapas casi precientíficas

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de nuestra historia intelectual. Así, no es extraño que exista otra noción,la de pensamiento, que haya obrado durante mucho tiempo como campode batalla donde se dirimen las disputas sobre sus relaciones, casi siemprecuando lo que se discute es —o era— si el lenguaje es mera expresión deun pensamiento preexistente, por tanto no lingüístico, o si por el contrariolenguaje y pensamiento vienen a coincidir en lo fundamental, por ser elpensamiento ya de carácter esencialmente lingüístico. En la medida en quepueda establecerse un continuo de posiciones en torno a estos dos polos,obtendremos fácilmente diversas concepciones de la mente.

La diferencia relevante entre ellas será, precisamente, que tendremostanto más acceso a la naturaleza de la mente desde el estudio del lenguajecuanto más lingüísticas creamos que son sus operaciones y contenido. Enconsecuencia, es obvio que la concepción del lenguaje que sostengamosserá extraordinariamente relevante para nuestra concepción de la mente.Así, filosofía del lenguaje y psicología han estado, y pueden continuar es-tando, estrechamente relacionadas. Curiosamente, en una época como lanuestra, en la que algunos filósofos de éxito han llegado a dudar de que eltérmino “lenguaje” posea referencia, y algunos psicólogos y filósofos handirigido fuertes críticas contra la noción de mente, todavía existen disci-plinas en buen estado de salud dedicadas a explorar ambas nociones y susrelaciones mutuas.

Obviamente, la posición más favorable a unas relaciones fructíferas en-tre el estudio de la mente y el del lenguaje es la que defiende la identidadentre lenguaje y pensamiento. Sin embargo, un problema especialmentedifícil en torno a esa identidad es que puede defenderse desde posicionesradicalmente antagónicas. Por ejemplo, puede argumentarse que lenguajey pensamiento coinciden porque existe un lenguaje del pensamiento de ca-rácter innato, del cual los diferentes lenguajes naturales que aprendemosno serían más que una especie de transcripción, basada en posibilidades re-presentacionales preexistentes (Fodor 1975). Desde esa óptica, el estudiode los “universales lingüísticos” arrojaría sin duda mucha luz sobre la natu-raleza de aquel lenguaje representacional, y por tanto sobre la naturalezadel pensamiento, la mente y la cognición (sean éstas lo que fueren). Puedeargüirse, en cambio, que esa coincidencia entre lenguaje y pensamientotiene lugar tan sólo porque interiorizamos las estructuras lingüísticas que,como formas de comportamiento, utilizamos para comenzar a insertarnosen una red social que las utiliza en ese sentido. Con ello, un posible “len-guaje interior”, lejos de constituir una parte originaria de la mente, novendría más que a estar por unas relaciones perfectamente contingentes yvariables de una cultura a otra (Vygotsky 1962).

Propongo una antítesis semejante sólo a título de discusión de sus im-plicaciones, como ilustración del tipo de evidencia “filosófica” que puedeesgrimirse en las polémicas que envuelven nociones tan resbaladizas. Me

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parece que ambas posturas pueden defenderse mediante una oscura mez-cla de argumentos empíricos y meramente conceptuales (entendiendo con-ceptual como no empírico, o al menos como no esencialmente empírico). Aprimera vista, el argumento esencial de Fodor para defender no ya la exis-tencia, sino la necesidad de un lenguaje del pensamiento, es de carácterconceptual, pues rechaza la posibilidad de que podamos aprender concep-tos nuevos, que suponen un sistema más rico, desde sistemas más pobres.Así, cuando defiende que el desarrollo cognoscitivo depende de estadiospredeterminados de la mente, parece hacerlo por razones no empíricas (amenos que acudamos al discutible argumento de la pobreza del estímulo).

Sin embargo, no puede dudarse de que la postura de Fodor está de he-cho presuponiendo la gramática generativo-transformacional como baseesencial, a partir de la cual explicar el aprendizaje de un primer lenguajecomo la mera formulación de hipótesis y su verificación. Claro que pue-de aducirse, a su vez, que tal gramática se sostiene en razones empíricas,pero es bien conocido que muchos filósofos aducen convincentes argumen-tos contra ella que tienen poco de empírico. Como Quine sostuvo, puededefenderse incluso que las diversas gramáticas, en la medida en que se pre-sentan como explicaciones teóricas del lenguaje, no son sino teorías sub-determinadas por los hechos, y por tanto no dirimibles con base en ellos.Así, la mezcla de argumentos empíricos y conceptuales parece irrebasable.En tal caso, las ricas interrelaciones entre las nociones de mente y lenguajeinvolucrarían no sólo ciencias empíricas como la psicología, sino genuinafilosofía, en este caso de la mente, del lenguaje y de la psicología.

A resultados similares puede llegarse desde el otro extremo de la antí-tesis. En una primera aproximación, la argumentación central de Vygotskyparte de una supuesta evidencia empírica, en el sentido de que su tesiscentral se formuló a partir de la observación minuciosa del desarrollo lin-güístico de grupos de niños de diversas edades. Sin embargo, su noción delenguaje interior, que no es más que una reformulación del “lenguaje ego-céntrico” de Piaget, es lo suficientemente inverificable directamente comopara no poder rebasar el estatus de mera construcción teórica, dependientepor ello de toda una red conceptual teórica previa. Está claro que lo mismosucede con todos los conceptos de la ciencia, pero esa universalidad nopuede esconder el hecho de que la elección de unos conceptos y no deotros permite agrupar los “datos” de múltiples maneras distintas; máximeen un caso como el que nos ocupa, en el que por manejarse nociones tan os-curas como la de “lenguaje”, da la impresión de que ninguna construcciónteórica posible puede servir para emitir hipótesis seriamente verificables, amenos que se reconstruya la noción en el sentido de los modernos lengua-jes formales (aunque en tal caso temo que deberíamos tratar de manejarordenadores o robots más que niños).

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Si ello es así, las razones para defender el carácter social de un primerlenguaje interiorizado, aunque conducen también a defender la identidadentre lenguaje y pensamiento, no sólo establecen un mapa completamentedistinto de la mente, sino que lo hacen, en última instancia, por la mezclade razones empíricas y conceptuales que trato de señalar. De nuevo, no esde extrañar que las ricas interacciones tradicionales entre la psicología yla filosofía (de la mente, del lenguaje y de la psicología) pervivan actual-mente, y tengan todos los visos de hacerlo durante mucho tiempo. Es apartir de este tipo de consideraciones como creo que debe entrarse másdirectamente en el tema de las relaciones entre la filosofía del lenguaje, lafilosofía de la mente y la filosofía de la psicología.

3 . 2 . Psicología filosófica, filosofía de la mente y filosofía de la psicología

Una observación terminológica previa. Es ciertamente sorprendente que laexpresión “psicología filosófica” esté pasada de moda, y se vea con malosojos precisamente por muchos que hablan tranquilamente de lingüísticafilosófica o de lógica filosófica. Ello parece deberse al hecho de que aceptarla existencia de una parte filosófica de la psicología parece comprometercon la existencia, bien de ciertas entidades psicológicas no abordables conlos métodos científicos de la psicología (sujeto, alma), bien de cierto tipode conocimiento de ellas (empatía, comprensión, etc.) con fuertes conno-taciones de filosofía tradicional; es decir, de la época en que todavía se pen-saba en una especie de psicología “racional”, como opuesta a la psicologíacientífica (aunque algunos autores todavía usan la expresión sin sonrojo;véase Devitt y Sterelny 1987, cap. 15). Sin embargo, me parece una graveinconsecuencia el mantener tales renuencias cuando ello no se extiendea las expresiones hermanas relativas a la lógica y la lingüística, vista laexistencia de similares peligros. No puedo, por las razones expuestas an-tes, más que aplaudir la expulsión de la psicología filosófica del marco dediscusión actual. Lamento sólo que esa expulsión no se aplique también alas otras “disciplinas” igualmente oscurantistas.

Dicho esto podemos ya concentrarnos en el papel de la filosofía del len-guaje para la filosofía de la mente y la de la psicología. Veamos primerolas relaciones entre estas últimas. La postura tradicional, que en este casoaplaudo, es la de que la filosofía de la psicología es una parte de la filosofíade la mente. Los argumentos rara vez se formulan, pero uno podría ser quela filosofía de la psicología se restringe a estudiar esa ciencia desde el puntode vista filosófico (semántico, metodológico, epistemológico, ontológico),y por tanto se ocupa de temas como la naturaleza de la representaciónmental, la existencia de ideas innatas (tal y como las postula cierta escuelade lingüistas) o la naturaleza de los conceptos. En cambio, la filosofía de lamente aspira además a dilucidar temas de carácter más amplio y tradicio-

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nalmente filosófico, como el de la relación entre la mente y el cuerpo, o lanaturaleza de la conciencia.

Ciertamente, en ambos casos se trata de temas entre los que existe unafrontera muy difusa, pero al menos parece que la aproximación a ellosdebe ser diferente. En el primer caso, como filósofos, estudiamos el proce-der de una ciencia en principio independiente, sus métodos y sus teorías:hacemos filosofía de la ciencia; en el segundo obramos más directamente,por más que aquella ciencia continúe siendo relevante para nuestras inves-tigaciones, que alcanzan en este último caso un carácter más puramenteconceptual. Así, propongo que las relaciones entre filosofía de la mente yfilosofía de la psicología se planteen exactamente de la misma forma enque párrafos ates propuse que se hiciera con las existentes entre filosofíadel lenguaje y filosofía de la lingüística.

Por las razones expuestas no puedo sino rechazar la doble propuestade Block (1980, introducción), según la cual la filosofía de la psicologíaes el estudio de los temas conceptuales de la psicología (en el sentido deque tales temas son a la vez psicológicos y filosóficos), al tiempo que lafilosofía de la psicología, así definida, debe tener en su seno a la filosofíade la mente (puesto que muchos de los problemas de la primera no son másque reformulaciones modernas de temas tradicionales). Me parece que lapropuesta de Block es algo confusa, y esa confusión procede principalmen-te de su utilización de la expresión “temas conceptuales”. Creo más querazonable observar que muchos de los temas que discutimos actualmenteson reformulaciones más precisas e informadas científicamente de proble-mas tradicionales, y también que en muchos casos el planteamiento actualha posibilitado la superación de conceptos obsoletos y distinciones concep-tuales confundentes; pero de ahí a definir la filosofía de la psicología comouna investigación puramente conceptual va un abismo. De no ser así, porrazones similares podríamos decir que la física actual, que ha permitidola superación de la física aristotélica (un ejemplo mal usado por el propioBlock), es una investigación de temas esencialmente conceptuales, pudien-do por tanto hablarse de una física “filosófica”.

En cambio, creo que, aunque la ciencia permite superar viejas nociones,ello no se debe a que su investigación sea “conceptual”, sino a que aplicaconceptos teóricos nuevos a los materiales empíricos, de forma que talesmateriales dejan por ello de ser los mismos que los que se manejaban conanterioridad. Pero al tratarse de conceptos teóricos (o de teorías, sin más;pace la nueva concepción de las teorías), dependen de todo el formatometodológico habitual de la ciencia, cosa que no hacemos al trabajar con-ceptualmente los problemas de la filosofía. En consecuencia, los problemaspuramente conceptuales no son problemas científicos, sino filosóficos, porlo que no cabe hablar de temas conceptuales de la psicología, sino sólo deestudio filosófico (semántico, epistemológico, ontológico) de los conceptos,

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métodos y teorías científicos de la psicología. Por tales razones, es —o debeser— la filosofía de la mente la que emprenda el trabajo puramente con-ceptual sobre los temas, tradicionales o no, que nos parezcan interesantespara poner orden en el entramado conceptual relevante, en parte heredadodel pasado, en el que se inserta nuestra forma de hablar de la mente, suscomponentes, procesos y operaciones. Debo insistir, pues, en mi propuestade que la filosofía de la mente es el marco general en que hacemos filosofíade la psicología, y no a la inversa.

El papel de la filosofía del lenguaje es ya más fácil de establecer. Aquílas posturas de autores actuales importantes nos pueden ayudar, aunquetemo que sólo a enmarcar el tema. Por escoger dos de ellas contrapuestas,tenemos que, para Searle (1983), la filosofía del lenguaje es una rama dela filosofia de la mente. El argumento es, más o menos, que puesto queel lenguaje es la expresión del pensamiento, nuestras teorías acerca de lanaturaleza de la mente determinarán nuestra filosofía del lenguaje. Ahorabien, la trayectoria del propio Searle no ha sido precisamente ésa, sinoincluso la contraria: sólo tras elaborar una teoría del lenguaje ha pasado aambicionar la invasión del territorio mental. Para Dretske (en McLaughlin1991), en cambio, aunque la conducta es secundaria y lo realmente impor-tante es el problema de la naturaleza de la mente, no podemos entrar enese problema sin partir de lo que la mente realmente hace, y eso está enbuena medida en el estudio del lenguaje. Trataré de profundizar algo en eldilema.

Para comenzar, está fuera de duda que nuestra filosofía del lenguaje vaa determinar en alguna medida nuestra concepción de la mente, al tiempoque el tipo de problemas que nos interesen de entre los que se ocupa lapsicología (y por tanto su filosofía). Podría también defenderse lo contra-rio, pero creo que con escaso éxito, puesto que tendemos a considerar,correcta o incorrectamente, que el estudio del lenguaje es la vía regia parael estudio de la mente (del pensamiento, de la razón y otros conceptostradicionales), y de al menos ciertas partes de la psicología (precisamentelas partes que más suelen interesar al filósofo). O incluso, rebasando elenfoque puramente metodológico, tendemos a considerar que, ontológica-mente hablando, ciertas propiedades lingüísticas (quizá sociales) puedenser constitutivas de las propiedades del contenido mental mismo (del con-tenido de las actitudes proposicionales). Así, la prioridad disputada se ma-nifestaría, ahora, entre la constitución del contenido mental y el significadolingüístico (véase al respecto el catálogo de posiciones que ofrecen en suintroducción Loewer y Rey 1991).

En todo caso, es naturalmente innegable que siempre puede sostener-se la tesis de que ciertos filósofos, al estar digamos que irracionalmenteconvencidos de cierta tesis acerca de la naturaleza de la mente, “escogen”cierta concepción del lenguaje que se acomoda mejor, por sus implicaciones

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filosóficas, a su noción previa de mente, para después recorrer el caminoa la inversa. Pero ya sabemos que las interpretaciones psicologistas de lafilosofía son muy peligrosas y es más aconsejable atenerse a lo prima facieargumentado.

Pero hay también argumentos puramente empíricos, o si se quiere cor-porativos, para defender el tipo de relación que comentamos. No hay másque dar un repaso a las filosofías de la mente contemporáneas y podremoscomprobar que suelen estar más que influidas por las correspondientesfilosofías del lenguaje. Pensemos, por ejemplo, en Quine o en el últimoWittgenstein. En tales casos, los ataques a cierta concepción del lenguajehan determinado los correspondientes rechazos de las entidades tradicio-nalmente asociadas a ciertas concepciones de la mente. Pensemos tambiénen Russell y su teoría del juicio como relación múltiple. Es un simple hechoque el abandono de semejante teoría de la mente (de la creencia) se debióa argumentos genuinamente filosóficos (lógico-ontológicos) en el campodel lenguaje. O pensemos en Davidson, o en Kripke, para detectar en se-guida la forma en que sus argumentos en filosofía del lenguaje han tenidoimplicaciones vitales para la filosofía de la mente.

Insisto; con todo ello no estoy sosteniendo la tesis a priori de que nocabe otro acceso a la mente más que el lenguaje (y por tanto su filoso-fía). Me limito a constatar que, para los filósofos, así suele ser. Por ello, noniego que existan otros accesos al problema de la naturaleza de la men-te. En las actuales ciencias cognitivas, y su correspondiente teoría compu-tacional o representacional de la mente (según los gustos), tenemos unmodelo aparentemente alternativo, puesto que tuvo su origen en la ana-logía mente-ordenador. Pero, incluso así, los filósofos (que fueron quieneslo propusieron) se las han arreglado para defender el nuevo paradigmacon argumentos extraídos de la filosofía del lenguaje. Es más, han sidoargumentos básicamente de filosofía de lenguaje los que han hecho quemuchos de tales filósofos abandonen el modelo (estoy pensando en el Put-nam reciente).

Cabe, sin embargo, confundir mi posición con una tesis mucho más fuer-te. Así, podría pensarse que lo que estoy defendiendo es que la filosofíadel lenguaje debe, por consideraciones a priori, convertirse en la base fun-damental de la filosofía (semántica, epistemología, ontología), vía ciertateoría del significado y la verdad. Sería la tesis de Dummett, que es unatesis original y ciertamente tiene sus atractivos. Pero no se trata de eso. Loque sostengo es que los filósofos, en el uso legítimo de sus técnicas tradi-cionales, no suelen poder evitar servirse de los argumentos del campo dela filosofía del lenguaje para explorar conceptualmente los temas típicosde la filosofía de la mente, pero no que necesariamente deba ser así. Al finy al cabo, la filosofía del lenguaje y la filosofía de la mente son discipli-

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nas históricamente constituidas, y, por tanto, con un precio que pagar a latradición.

Sin embargo, no estoy tampoco diciendo que puesto que de hecho los fi-lósofos actúan así —descripción—, deban también hacerlo —prescripción.Claro que existe un factor meramente histórico, y por tanto empírico, en lacuestión, pero no me imagino qué filosofía sería interesante hacer que nofuera de carácter esencialmente conceptual. Y si tiene ese carácter, como loha tenido históricamente, no puede más que estar estrechamente basadaen la filosofía del lenguaje, en un sentido amplio de la expresión (no en susentido estrechamente dummettiano de teoría del significado y la verdad).

Resumiendo: (i) existe, y debe existir, una estrecha relación entre filo-sofía y psicología, que procede de la relación similar entre lenguaje (con-ceptos) y mente (pensamiento, razón); (ii) ha de rechazarse una psicologíafilosófica, al igual que hicimos con una lingüística filosófica y, en el fondo,con una lógica filosófica (excepto por razones de pura imposibilidad coyun-tural); (iii) la filosofía de la mente comprende a la filosofía de la psicología,y no a la inversa, lo cual se debe a su naturaleza más puramente concep-tual; (iv) la filosofía del lenguaje, dada su naturaleza conceptual, es —ydebe ser— una de las bases principales de la filosofía de la mente, al igualque al menos la de algunos de los temas más conceptuales de la filosofíade la psicología. Pasemos ya a la última de nuestras secciones, en la que,fijadas sus relaciones con disciplinas cercanas, podremos abordar de unaforma más directa la naturaleza misma de la filosofía del lenguaje, una vezdentro de la filosofía misma.

4 . Filosofía del lenguaje y filosofía

No es éste el lugar para intentar siquiera examinar las relaciones entrelenguaje y filosofía, que puede decirse constituyen lo que ha sido, en ciertaforma, la historia de la filosofía toda. Por mantenernos a la vez en nuestralínea metafilosófica y dentro de lo que puede considerarse como filosofíacontemporánea, en esta última sección me limitaré a abordar las relacionesentre la filosofía del lenguaje y las dos escuelas o tendencias en cuyo senomás firmemente se ha tratado de darle carta de naturaleza, tanto meto-dológica como metafilosófica: la filosofía lingüística y la filosofía analítica.De paso, trataré de dilucidar hasta qué punto ambas etiquetas están rela-cionadas entre sí y también de hacer una valoración de si merece la penamantenerlas.

4 . 1 . Filosofía del lenguaje y filosofía lingüística

Para ver hasta qué punto la expresión “filosofía lingüística” nos puede serútil, una ojeada a la historia cercana es iluminadora. Los fundadores clá-

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sicos de lo que se entiende hoy por filosofía del lenguaje no tuvieron con-ciencia de que fuera necesaria una especialidad tal, ni bajo el nombre queusamos ni bajo ningún otro, con la posible excepción de la etiqueta “lógicafilosófica” que introdujo Russell (véase supra). Así, creyeron simplementeque no merece la pena hacer filosofía seriamente sin un análisis previo dellenguaje empleado, en la confianza de que mediante ello se introduciríaun nivel de precisión que lo hiciera manejable, al tiempo que se desve-larían muchos de los presupuestos que dificultaban el progreso hacia susrespectivos objetivos. Sin embargo, no hicieron de ello programa filosóficoalguno. Fueron los miembros del Círculo de Viena quienes, incluso a títulode manifiesto o programa filosófico, hicieron explícita la idea de que lasolución de los problemas filosóficos requiere su reformulación dentro deuna concepción específica del lenguaje, sin duda heredera del “lenguajeideal” más o menos implícito en muchos de los análisis de Frege, Russell yWittgenstein.

Ahora bien, tal reformulación habría de suponer no sólo un trabajo pre-vio de desbrozamiento del confuso terreno lingüístico por recorrer, sinouna auténtica pavimentación, realizada con la vista puesta en los métodosde la lógica y la matemática. En esa línea, los neopositivistas llegaron a de-fender que, a fin de cuentas, los problemas filosóficos surgen sólo porqueno se es consciente de la verdadera naturaleza del lenguaje, que no escon-de ya un conjunto de formas lógicas aislables por separado, sino toda unasintaxis lógica, cuya pérdida de vista conduce a las mayores confusiones.Se trataba, pues, de reconstruir sistemáticamente un lenguaje que pusieratal sintaxis de manifiesto, hasta disolver completamente los problemas filo-sóficos tradicionales, al tiempo que se mostraba la natureza “lingüística” delas ciencias formales. No vamos a recorrer la historia en detalle, pero hayal menos que decir que la imposibilidad de superar las implicaciones limi-tativas de los resultados de Gödel llevaron al convencimiento de que no eraposible hallar ninguna “otra completud” para la sintaxis lógica, al tiempoque los de Tarski impulsaban hacia la semántica, donde, como es sabido,los sueños iniciales dieron al traste. Así, el viejo proyecto del lenguaje idealterminaba sus días.

Sin embargo, la antorcha fue recogida, más que sorprendentemente, porotra escuela, también heredera de Wittgenstein, y no necesariamente delúltimo; para ello no hay más que recordar que el tipo de filosofía caracterís-tica de esta escuela se practicaba ya en parte durante los años treinta (Ryle1932). Los llamados filósofos del lenguaje ordinario (o escuela de Oxford)llegaron a la constatación de que, aunque es cierto que los problemas filo-sóficos surgen por descuido en nuestro tratamiento del lenguaje, el métodoque debe seguirse no es reconstruir éste, sino simplemente “dejarlo comoestá”, con la única precaución de respetar la profunda relación existenteentre significado y uso. Curiosamente, como fue perfectamente constatado

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por muchos en los años sesenta (por ejemplo, Rorty 1967, introducción;véase también Rorty 1990), semejante proceder tenía lo esencial en comúncon el positivismo lógico: (i) pensar que la solución de los problemas filo-sóficos es “lingüística”, y (ii) creer que existen criterios que podemos seguirpara tomar como modelo una cierta concepción del lenguaje, concepciónque sería la “ideal” para llevar adelante el programa (aunque no se trataraaquí de reconstrucción alguna, sino más bien de una descripción cuidado-sa de los mecanismos hasta entonces ocultos, muchos de ellos de carácterpragmático, como creyó Austin).

Pues bien, es entonces, a finales de los años cincuenta y principios de lossesenta, cuando el uso de la expresión “filosofía lingüística” se comienza ageneralizar, siempre para referirse tanto a la filosofía del positivismo lógicoy sus herederas como a la del lenguaje ordinario, dado que tanto la unacomo la otra compartían los presupuestos de carácter lingüístico descritos,que eran tanto metodológicos como sustantivos, pues en filosofía la defensade un método ha de basarse en criterios filosóficos previos. Ahora bien,puesto que por los años sesenta era sólo la segunda de esas escuelas laque estaba viva (aunque ciertamente ya atacada de grave enfermedad), laexpresión de marras solía aplicarse más bien para referirse exclusivamentea ella, sobre todo porque los nuevos teóricos de la forma lógica (Quine,Davidson) no habían desarrollado todavía sus nuevas teorías, que en partepretendían mantener la antorcha del positivismo lógico, aunque ya dentrodel nuevo paradigma holístico.

Así, se pasó a describir la filosofía del lenguaje ordinario (o de Oxford)con la etiqueta “filosofía lingüística”, entendiéndose ésta fundamentalmen-te como un método, más o menos lexicográfico, basado en el estudio decasos concretos y presidido por el recurso básico al argumento del “para-digm case”, o inferencia del uso real de las palabras, para la resolución(o disolución) de los problemas filosóficos. Una ilustración, y un ataqueferoz contra ese tipo de filosofía, fue Gellner 1959, que es muy útil paracomprender la gran implantación de semejante filosofía en el Reino Unido,así como el gran rechazo que suscitaba en quienes, como Russell, dieronen pensar que se trataba nada más que de la renuncia al trabajo duro (deuna “filosofía sin lágrimas”).

También en Estados Unidos adoptaron la etiqueta, aunque algo más tar-de, pero sin demasiada claridad en cuanto a su extensión o campo de apli-cación. Por ejemplo, Katz (1966, 1971) la usaba para referirse tanto a lalínea reconstructiva como a la de Oxford (en la línea de Rorty 1967), mien-tras que Searle (1969) se inclinaba por el uso más restrictivo, entendiendoque filosofía lingüística es el nombre de un método, presumiblemente elde los filósofos del lenguaje ordinario. De cualquier manera, ambos casosson ilustrativos de cómo iba evolucionando la filosofía del lenguaje. ParaKatz, era necesario superar las severas limitaciones de la filosofía lingüísti-

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ca mediante el estudio sistemático de las implicaciones del nuevo paradig-ma generativo-transformacional. Así, la gramática chomskyana aportaba elmarco en el cual la filosofía lingüística habría de desarrollarse, siempre enla misma línea de una búsqueda de la solución de problemas filosóficos apartir de una concepción —en este caso una supuesta teoría científica—del lenguaje. En cambio, para Searle, el modelo que había que seguir erael ya creado por Austin, una vez sistematizado, y con la importante nove-dad de convertirse no ya en un mero “método” filosófico, sino en toda una“filosofía del lenguaje”. Me parece que con esa contraposición fallece, porconsunción, la expresión “filosofía lingüística”. No creo que valga la penaseguir usándola, salvo en su sentido histórico, es decir, asociada a ciertoperiodo caracterizado por el clímax de lo que desde entonces se conocecomo “el giro lingüístico”.

Resumiendo: la expresión “filosofía lingüística” no tiene más relacióncon lo que hoy entendemos por filosofía del lenguaje que la puramentehistórica, según la cual, en los años cincuenta y sesenta, se llamó filósofoslingüísticos preferentemente a los filósofos del lenguaje ordinario, y a ve-ces, a falta de otra expresión mejor, a los practicantes del tipo de filosofíadel empirismo lógico. La filosofía del lenguaje como la entendemos hoy esalgo mucho más amplio, pues incluye ideas y métodos que han ensancha-do considerablemente el panorama en que la expresión que estudiamos seoriginó, y que se acercan más a lo que a veces se entiende por filosofía ana-lítica. Por tanto, no puedo aceptar que “filosofía lingüística” se utilice comoexpresión más o menos sinónima de “filosofia analítica” (Acero 1985), quetuvo y tiene un contenido distinto, y sobre la que ahora diré también algo.

4 . 2 . Filosofía del lenguaje y filosofía analítica

Dilucidar el sentido de la expresión “filosofía analítica” es mucho más difí-cil que hacerlo con el de “filosofía lingüística”. Dos son las líneas posibles:la histórica y la sistemática. Históricamente, por filosofía analítica se haentendido meramente uno de los tres bloques filosóficos de que habló jui-ciosamente Ferrater Mora (1969), caracterizado por ser el practicado enlos países anglosajones (con el importante añadido de la herencia alemanay austriaca procedente de la huida del nazismo), siendo los otros dos lafilosofía “continental”, inspirada sobre todo en los filósofos alemanes delneohegelianismo y neokantismo (incluyendo a Husserl y el existencialismofrancés), y la filosofía “marxista”.

Sistemáticamente, la cosa es mucho menos clara. No creo que se puedahacer mucho más que tratar de caracterizar la filosofía analítica por loque a veces se llama método del análisis filosófico (Ferrater 1974, Acero1985). Lo malo es que entonces no podemos más que señalar también unrecorrido histórico concretado en una lista de autores, a menos que debili-

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temos tanto la caracterización que nos limitemos a mencionar generalida-des como: esfuerzo por construir, o aceptar, cierta concepción del lenguajecomo prolegómeno al trabajo filosófico; esfuerzo por la claridad y la pre-cisión; cierto conocimiento y respeto por los filósofos fundadores (Frege,Russell, Wittgenstein); cierto grado de inspiración en la lógica matemática;cierto conocimiento y respeto por los resultados de la ciencia y su filosofía;la consiguiente moderación en las tesis metafísicas; cierto seguimiento —einspiración en ellos— de los grandes filósofos herederos de los fundadores(Quine, Putnam), etc. Claro que, entonces, más que de un método hay quehablar meramente de una línea o tradición.

No obstante, tanto en el sentido histórico como en el sistemático, creoque puede defenderse que la filosofía analítica, o al menos la tradiciónanalítica, sigue existiendo. Como constatación de hecho no hay más queobservar la forma, más o menos estricta, tanto en Estados Unidos comoen el resto de América y en Europa, en que los filósofos pueden clasificar-se todavía como pertenecientes o no a la tradición analítica, cuyas obrassuelen salir a la luz en las mismas revistas, editoriales, congresos, etc. Hayotros factores que han venido a complicar el panorama, pero me parece queson fácilmente aislables. El principal de ellos es la aparición de un nuevoparadigma, el de las “ciencias cognitivas”, en el que participa la mayoríade los filósofos actuales de tradición analítica, fundamentalmente por tra-tarse de un marco lo suficientemente fértil y bien estructurado como parafacilitar las líneas tradicionales de trabajo con nuevos instrumentos, siendoel principal de ellos la teoría computacional-representacional de la mente,favorecedora de un enfoque lingüístico de muchos problemas filosóficos.

Dentro de esa concepción de la filosofía analítica hemos de insertar loque hoy se entiende por filosofía del lenguaje, o al menos lo que yo entien-do que cae —o debería caer— bajo tal denominación. En ese sentido, lafilosofía del lenguaje sigue siendo de importancia vital dentro de la filosofíade tradición analítica como un todo, tanto porque ha de considerarse comouna especie de materia de formación básica que da un acceso fructífero aotras materias, como porque el tipo de problemas que maneja constituye,metodológicamente hablando, un desbrozamiento útil del terreno a la horade aspirar a hallar soluciones a esos problemas. Así entendida, y sin hablarde contenidos concretos, creo que la filosofía del lenguaje continúa —y de-bería continuar— siendo fundamento de la filosofía de tradición analítica.Sin embargo, como expliqué antes, ello no debe entenderse en el sentidofuerte de Dummett, que presupone que es —sólo— la teoría del significado,entendida de cierta manera, la que constituye —y debe constituir— la basede esa filosofía del lenguaje.

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