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Sueño del Paradigma Soné uno de los posibles orbes negados por Leibnitz, y por la divina gracia entregada en dádiva a la corrupta tierra. Uno de habitantes que imitaban rasgos antropomórficos; donde la diferencia con el hombre los hacía pigmeos y flagelo de la carne autómatas, por aquí no ser noticia. Habitaban todos un inmenso castillo: La falta permanente, el hambre que hace humano al hombre, confinada al silencio, condenaba a los pequeñitos a una labor harto monótona pero de infinitas bifurcaciones como lo es la guerra. Cada mañana las gentes del castillo se dividían en dos grupos. Uno tomaba posición fuera de la fortaleza y el otro dentro, junto a las murallas. Poco después comenzaban los cañones la demolición del edil; adentro, cada rajadura, grieta y boquete eran cubiertos con ladrillos de barro y sol. Cada día la operación se repetía: Aleatoriamente y sin ninguna lógica precisa, las partidas cambiaban de oficio; las que fueron atacantes pueden ser las que defienden cualquier mañana. Por la noche, todos en un mismo grupo se reúnen y discuten los logros y pormenores de sus desempeños para, luego, dormir – aquí todo sueño es inútil. Un último dato es llamativo: no se me hizo visible la destrucción total del castillo; aunque construido sobre la incontable arena del desierto y cada un indeterminado número de parcelas temporales ceda y se hunda en las arenas del tiempo, no hay final en este universo tan simple. Frente a este último hecho, la totalidad de las estas criaturas al parecer arrastradas hacia el mismo fin por la necesidad intrínseca de estas circunstancias, no caducaría; aunque su número en cada ocasión permanece inconstante, unos pocos de una sola generación bastan para reproducirse, alzar un nuevo edificio, y así continuar el ciclo.

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Parábola de Gonzalo Quevedo.

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Paradigma

Sueo del Paradigma

Son uno de los posibles orbes negados por Leibnitz, y por la divina gracia entregada en ddiva a la corrupta tierra. Uno de habitantes que imitaban rasgos antropomrficos; donde la diferencia con el hombre los haca pigmeos y flagelo de la carne autmatas, por aqu no ser noticia. Habitaban todos un inmenso castillo:

La falta permanente, el hambre que hace humano al hombre, confinada al silencio, condenaba a los pequeitos a una labor harto montona pero de infinitas bifurcaciones como lo es la guerra. Cada maana las gentes del castillo se dividan en dos grupos. Uno tomaba posicin fuera de la fortaleza y el otro dentro, junto a las murallas. Poco despus comenzaban los caones la demolicin del edil; adentro, cada rajadura, grieta y boquete eran cubiertos con ladrillos de barro y sol.

Cada da la operacin se repeta: Aleatoriamente y sin ninguna lgica precisa, las partidas cambiaban de oficio; las que fueron atacantes pueden ser las que defienden cualquier maana. Por la noche, todos en un mismo grupo se renen y discuten los logros y pormenores de sus desempeos para, luego, dormir aqu todo sueo es intil.

Un ltimo dato es llamativo: no se me hizo visible la destruccin total del castillo; aunque construido sobre la incontable arena del desierto y cada un indeterminado nmero de parcelas temporales ceda y se hunda en las arenas del tiempo, no hay final en este universo tan simple. Frente a este ltimo hecho, la totalidad de las estas criaturas al parecer arrastradas hacia el mismo fin por la necesidad intrnseca de estas circunstancias, no caducara; aunque su nmero en cada ocasin permanece inconstante, unos pocos de una sola generacin bastan para reproducirse, alzar un nuevo edificio, y as continuar el ciclo.