tremere 2 - el velo de la viuda - eric griffin

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  • 7/29/2019 Tremere 2 - El Velo de La Viuda - Eric Griffin

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    ________EL VELO DELA VIUDA

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    (Coleccin: "Old World of Darkness"~"Viejo Mundo de Tinieblas", Grupo: Vampiro)

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    (Triloga: Tremere, Tomo-2)

    ERIC GRIFFIN

    "Widow's Weeds" 2001

    Traduccin: Manuel de los Reyes

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    _____ 1 _____

    El mirador de la viuda

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    Antgona aterriz de golpe y resbal hacia el borde del tejado.

    Vacil al filo, experimentando un inusitado momento de fro pnico.Alete con los brazos, recuper el equilibrio y gir en redondo,preparndose a arrostrar cualquier posible persecucin. El crculo defragmentos de cristal artsticamente colocados del que habaemergido estaba vaco. An haba tiempo.

    Barri el diagrama de un puntapi furioso, borrando un ampliotrazo del diseo. Eso debera bastar para impedir que la siguieranadie.

    Se le ocurri entonces una idea ms inquietante. Unperseguidor tenaz no se dejara disuadir por el cierre de esta va.Tena motivos para creer que los Astores, antes que nada, erantenaces. Si encontraban esta puerta cerrada, abriran otra.

    Antgona se apresur a agacharse y reorganizarmetdicamente el delicado mosaico de cristal; reparando el dao quehaba hecho por aqu, alterando un smbolo de apoyo por all.

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    Trabajaba de memoria, reconstruyendo un patrn que apenas sihaba atisbado en las criptas bajo la Capilla de los Cinco Distritos. Eincluso ella deba admitirlo, se trataba de un patrn que comprendaa duras penas. Un crculo de proteccin, invertido.

    Segua encorvada sobre los desperdigados trozos de cristal--intentando recordar la correcta conjugacin de la runa deproteccin elemental-- cuando apareci Stephens. En cuclillas frentea l, Antgona se protegi el rostro con los brazos, a punto de caersede espaldas.

    Stephens deba de haber estado corriendo cuando tropez conel portal. Sali volando del diagrama, yndose a estrellar contra elanillo exterior de protecciones. Sus rasgos se retorcieron en un gritode ultraje y dolor cuando rebot para caer pesadamente sobre elcemento.

    Por aterrorizada que estuviera Antgona, no pudo evitar elpensar en una gaviota que hubiera volado directamente contra laantigua ventana que daba a la baha de su casa en Scoville, cuandono era ms que una nia. En estos momentos, volva a sentirseexactamente igual que una nia pequea y asustada.

    Stephens se levant igual que un vendaval, colrico yamenazador. Se irgui sobre ella, vocalizando silenciosas palabras,

    splicas, amenazas, sin que sonido alguno traspasara la barrera.Antgona se arrastr de espaldas, impulsndose con las manos.Sinti cmo los crueles fragmentos de vidrio se le clavaban en laspalmas, pero no consegua liberarse del imperativo que habitaba enlos ojos de Stephens. La mantena all clavada, retorcindose, comoexpuesta en una vitrina. El peso de su expectativa no le permitamoverse ni hablar.

    --Bravo!

    La voz vino directamente de detrs de ella, sobresaltndola yliberndola de aquella paralizadora fascinacin. Antgona torci elcuello, preparndose para recibir un nuevo ataque por un flancoinesperado. Apenas si consegua distinguir algo ms que el vagoperfil de una figura que avanzaba sinuosamente hacia ella.

    Antgona fue sbitamente consciente de la indignidad de supostura. Estaba a punto de morir; de eso no le caba ninguna duda.

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    Haban llegado los Astores. Ella haba agredido a uno de ellos. Yahora estaba rodeada. S, saba que estaba a punto de morir. Pero,curiosamente, este convencimiento no acentu su desesperacin nisu parlisis, sino que la liber. Ya que estaba a punto de morir, al

    menos no pensaba morir as... despatarrada vulgarmente en mediode la basura, asistiendo impotente al descenso de su condena.

    Despacio, vacilante, se limpi las manos en la pechera de latnica, desprendiendo una fina lluvia de astillas de cristal. Acontinuacin, haciendo acopio de cuanta dignidad logr reunir, seenderez con porte regio y volvi el rostro hacia esta nuevaamenaza.

    Abri los ojos de par en par y a punto estuvo de perder surecin encontrada resolucin.

    --T! --acus--. Cunto hace que...?--Tranquilzate, pequea --respondi Sturbridge, que sala de

    las sombras del ascensor de servicio--. Lo suficiente. Antes hepresenciado tu rito con la navaja y ahora esto. Verdaderamenteimpresionante.

    Sturbridge rode el diagrama, seguida en todo momento porlos ojos del prisionero. Lo ignor ostentosamente.

    --Puedo? --pregunt a Antgona.

    Sin saber qu esperar, Antgona asinti su mudoconsentimiento. Sturbridge se agach y coloc en su sitio uno de lossmbolos de apoyo, musitando entre dientes. Antgona capt unretazo de algo parecido a un ensalmo pronunciado en alguna lenguaspera y gutural.

    Ante la caricia de sus palabras, los diminutos alfileres de luz deluna reflejados en cada trozo de cristal cobraron vida y destellaron.

    Antgona, con los ojos entrecerrados para protegerlos del fulgor

    cegador, vio que el semblante de Stephens se retorca en un aullidode dolor y frustracin. Un instante despus, desapareci porcompleto.

    Con una sonrisa en los labios, Sturbridge se volvi haciaAntgona. Vio algo en el visaje de la novicia que la desconcert.Haba esperado encontrar alivio, quiz incluso gratitud en el rostro de

    Antgona pero, a pesar suyo, la novicia nicamente dejaba traslucir

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    preocupacin en su franca expresin.--No estar...?--No, no le pasar nada --dijo Sturbridge--. Me he limitado a

    ponerlo fuera de peligro por una temporada. --Estudi los rasgos de

    Antgona, vio cmo se desgranaban paulatinamente la aceptacin, lacredulidad y, finalmente, el esperado momento de comprensin yalivio. Ahora estaba a salvo. Lo saba.

    Sturbridge sorte el crculo de nuevo hasta interponersedirectamente entre el mismo y Antgona. Lo mejor sera librarsecuanto antes de los detalles desagradables, pens. No saba cunafectada poda estar la novicia tras su reciente encuentro con los

    Astores. No quera correr el riesgo de que Antgona cometiera unaestupidez.

    Como volver a intentar destruir el diagrama. Eso sera de loms perjudicial para el seor Stephens, y Sturbridge tena todavaunas cuantas preguntas cruciales que plantear al entusiastainquisidor.

    O peor an, Antgona podra decidirse a saltar detrs de l, enun ataque de remordimientos o venganza. Stephens estara a salvodonde Sturbridge lo haba enviado... encerrado en el laberinto decriptas bajo la Capilla de los Cinco Distritos hasta que volviera a

    necesitarlo. No poda asegurar que a Antgona fuera a irle bienestando a solas con l.

    Pero no serva de nada proteger a la novicia de lasconsecuencias de sus actos. Sturbridge se oblig a componer lamscara de muerte que era su rostro en lo que esperaba que fueseuna expresin tranquilizadora. El tono de su voz era sereno, calmo,especulativo.

    --Vers --dijo--, ese diagrama de contencin en que lo

    atrapaste, no es nada agradable. Aunque no lo creas, existen buenasrazones por las que prohibi su uso la Convencin en el siglo XV.Llegamos al punto de esta pequea leccin de historia en el que temenciono que quedas oficialmente censurada por haber invocado unrito taumatrgico oscuro completamente verboten.

    Vio cmo se le desencajaba la mandbula a Antgona, perosigui hablando antes de que terminara de calar el pleno significado

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    iba a fijarse en unas cuantas lgrimas sanguinolentas cuando sucabeza yaciera boca abajo en el charco coagulado de su sangrevertida.

    Sturbridge tendi una mano expectante, con la palma hacia

    arriba. Estaba vaca, lo que contribuy a confundir an ms aAntgona. Segua esperando ver una hoja refulgente. Luego entendilo que se le peda y deposit su mano en la de la regente. Saba quedebera hacer algo, decir algo. Pero lo nico que se le ocurra enesos momentos era esperar que su superior no hubiera reparado ensu vacilacin.

    Antgona hizo acopio de fuerzas y se prepar para recibir elgolpe. Senta la firme presin de la mano de Sturbridge, exente decalidez. Su carne pareca pescado... spera, fra, hmeda. Lerecordaba al roce de unos gordezuelos dedos azulados en unapesadilla recurrente.

    Antgona se prometi no dar un respingo. Pero, pese a su voto,un sutil lamento escap entre sus labios al sentir cmo se abra lacarne. Se maldijo por esa muestra de debilidad. Le escocan los ojospor culpa de la vergenza y sinti que al fin acudan las lgrimas,manando al son del clido flujo de vitae que brotaba de su brazo. Viocmo le baaba la mueca y discurra entre sus dedos en largos y

    viscosos tentculos. Cerr los ojos con fuerza y sofoc un sollozotraicionero.

    Sturbridge hablaba de nuevo, con la misma monotona gutural,pero Antgona ya no consegua distinguir las palabras, mucho menossu significado. Algo clido y hmedo le salpic la mejilla y se apart,retirndose del punto de impacto. Casi contra su voluntad, abri losojos y vio cmo se aproximaba el siguiente sopapo.

    La mano ahuecada de Sturbridge descendi de nuevo. El golpe

    moj esta vez la mejilla derecha de Antgona; el puado de su propiavitae rompi sobre su clavcula como una ola. Su clida espuma leba el mentn, reflejo exacto del golpe anterior.

    Sin comprender, Antgona alz la vista hacia Sturbridge comosi viera, no a su conocida regente, sino a algn macabro ngelvengador. En los ojos de Sturbridge, no obstante, Antgona no viorastro de malicia, de justo castigo, de justicia servida. nicamente se

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    Vacilante, Antgona cogi el brazo de Sturbridge con ambasmanos y se inclin sobre l.

    --No s por qu hace usted esto. Precisamente ahora. Cuandoparece que todo est a punto de irse al garete. No tiene por qu. A

    cualquier otro le dara igual. Le parecera un gesto hueco e intil.Pero a m no. Salga lo que salga de esto, se lo agradezco. Estoy asus rdenes, como siempre, regente.

    Bebi.Sturbridge acarici con delicadeza el cabello de Antgona, al

    comps del exttico borboteo elctrico de la sangre que flua entreellas. Si acaso, se demor sosteniendo el abrazo. Hasta que supropia consciencia se convirti en un tenue aleteo.

    --Mi pequea --arrull en voz baja, para s--, mi hijita preciosa.Antgona expector y se atragant con la sbita bocanada de

    agua helada y estancada. Se apart, presa de un ataque de tos.Encogida.

    Sturbridge volvi en s lentamente. El torrente de sangre de suantebrazo haba cesado por completo. En su lugar, manaba una fraagua negra. La carne rosada y arrugada alrededor haba adquiridouna inconfundible tonalidad azulada. Se baj la manga, recatada.

    Pens en Eva, en el embajador, en su hija. En todos los nios

    que haban cado en aquel pozo oscuro antes que ellos. En todas lasmiradas recriminatorias que la observaban desde all cada vez quecerraba los ojos.

    --Ya es la hora --dijo, en voz alta.Antgona se puso en pie con dificultad y dio un paso vacilante

    hacia ella.--Regente, me...--Ya lo s, pequea. Pero la noche se acaba y ahora debes

    volar. No estars a salvo si regresas a la capilla. Eres una proscritapeligrosa. Una taumaturga oscura. Lo comprendes? --Sonri, peroel gesto no reconfort a Antgona. Quiz el exceso de vitae se lehubiera subido a la cabeza. Los ojos de Sturbridge le parecandemasiado grandes, demasiado vidriosos. Los ojos de un cadverque llevara muchos das ahogado.

    Antgona mene la cabeza y, cuando volvi a mirar, la

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    inquietante impresin haba desaparecido.--S, pero... pero dnde voy a ir? --pregunt.Sturbridge guard silencio un momento. Miraba fijamente a

    Antgona, pero su visin estaba poblada por las sombras. Segua

    viendo, no a su novicia de pie en aquel precario asidero, sino a otrapersona. Un prncipe en ciernes pasendose intranquilo por lasalmenas. Inclinado sobre el Mirador de la Viuda. Intentandoarrancarle sus secretos a la ciudad que se extenda a sus pies.

    --Bajo tierra --dijo Sturbridge, al cabo--. Con los Nosferatu, conCalebros. Les dirs que vas de mi parte y que tienen que protegerte,a cualquier precio. Diles que lo hagan por el bien de los huesos quebaa la sangre de la regente. No te negarn su santuario. Lo hascomprendi do? Reptemelo.

    --Por el bien de los huesos que baa la sangre de la regente--dijo Antgona--. Pero qu significa eso?

    --Los Nosferatu sabrn lo que significa.Antgona zangolote la cabeza.--Santuario. --Se ri, nerviosa, acordndose de su pjaro

    enjaulado, Mr. Felton. Qu sera de l ahora que ella era unafugitiva?--. Entiendo. Voy a exiliarme, regente, gustosa. Pero an haycosas de las que debo ocuparme, en la capilla. Nuestro husped, es

    responsabilidad ma. Qu ser de l cuando los Astores descubranque es...? Ay, regente. No puedo dejarlo a merced de los Astores. Yya sabe usted que no puedo llevarlo con...

    --Es una idea excelente --dijo Sturbridge--. Que te acompae.Eso les dar tema de conversacin a los Nosferatu. Les entusiasmanlos dilemas morales. Verse obligados a proteger al mismsimoasesino cuya sangre llevan noches buscando. S, es un dilema dignode ellos. No temas. Los Nosferatu saben lo que vale un favor, una

    deuda sin saldar. Os mantendrn a salvo a los dos. Ahora, basta dediscusiones, basta de largos adioses. Es mejor as. La sombra de laPirmide es lo bastante larga... --Comenz las tradicionales palabrasde despedida, antes de interrumpirse.

    --Para refugiar a ms de uno debajo de ella --concluyAntgona, comprendiendo que, por primera vez en setenta aos, lamasa protectora de esa pirmide no la protegera. De repente se

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    sinti muy sola, casi desamparada. Se asi la pechera de la tnicaen busca de consuelo, pero las retir ensangrentadas.

    --En este caso, muy pordebajo de ella. --Sturbridge esbozuna sonrisa--. Adis, Antgona.

    La voz de Antgona son dbil, apagada.--Adis, s. --Despacio, se dio la vuelta y empez a caminar.

    No tena ningn destino concreto en mente, pero sus pies buscaronla ruta menos abrupta... el lugar en el que estaban ms cmodos. Elborde del precipicio.

    Pareca que su confianza aumentara a cada zancada. El pasode Antgona tena ahora un cierto propsito, aunque su rumbocontinuara siendo exactamente el mismo de antes... avanzandosilenciosa y metdicamente paralela al filo del abismo.

    El error del prncipe, pens, fue olvidarse de las cornisas. Opuede que hubiera calculado mal su alcance. No bastaba condejarse caer, con arrojarse a los brazos del abismo. Estas cosasrequeran un cierto valor, un cierto abandono.

    Al llegar a la esquina, vio las luces de Broadway extendidas asus pies igual que lmparas de naves que colgaran de las hileras deembarcaciones amarradas en un muelle. Titilaban, oscilando alcomps de los envites de olas invisibles. Ah haba ocultas galeras

    secretas, lo saba. Bolsas de aire que anidaban debajo de lasdrsenas, cmaras silenciosas definidas por las filas de pilares demadera embreada anclados en el lecho marino.

    Las recordaba bien. En Scoville, de pequea, zambullndosede noche en las fras aguas y los arracimados cascos de las barcasde pesca fondeadas, se poda atravesar... se poda traspasar lasuperficie bajo los muelles, hasta llegar a la cmara sagradaribeteada de obeliscos de madera. Los pilares estaban tallados con

    los nombres y los smbolos de los creyentes. All se intercambiabansecretos, conspiraciones, o besos a hurtadillas... en la oscuridad,temblando y rodeada de agua.

    Antgona se liber de la engorrosa tnica negra; el smbolo desu noviciado, de su fracaso. La cruenta insignia de su triunfodefinitivo perduraba reciente sobre su pecho. La tosca e incmodasegunda piel que la haba cubierto durante setenta aos cay al

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    serie de sospechosos asesinatos que se haba cebado en la capilla.Pero en el cmputo final, la parte de culpa de Antgona seraproporcional a su lugar en la Pirmide. Sera despojada de su rango,pero sa no sera una gran perdida. Quiz tuviera que acatar el

    traslado a otra capilla. Pero esto?El encuentro de Antgona con los Astores lo haba trastocado

    todo. Estaba sobrecogida, eso era evidente. Aterrorizada hasta elpunto de intentar llevar a cabo un rito contra los dictados de laprudencia. Sturbridge segua sin saber cmo haba conseguidoperpetrar la novicia el ritual que haba apresado a Stephens, pero sque se haca una muy buena idea del lugar en que poda haber visto

    Antgona ese diagrama de taumaturgia negra verboten. Era el crculohermtico invertido que inscribiera Eva en las criptas del subsuelo dela capilla.

    Eva, pens Sturbridge. Otro de mis errores.Se oblig a desechar ese pensamiento. Eva haba cerrado su

    propio acuerdo siniestro. Se haba propuesto destruir a los Nios delPozo, los instigadores visitantes de pesadilla que eran el reversotenebroso de las sangrientas artes taumatrgicas. El intento porescindir el poder casi ilimitado de la sangre del precio que debanpagar sus portadores haba resultado fallido y, en ltima instancia,

    Eva haba pagado el error con su vida. El sufrimiento de Sturbridgepareca insignificante en comparacin con el elevado designio deEva.

    Al imitar la parafernalia del rito prohibido de Eva, Antgona sehaba buscado su sentencia de muerte. Pero Sturbridge le habaofrecido una salida. La vida del exiliado --del fugitivo de la Pirmide--no era fcil, pero s preferible a aguardar la salida del sol con unaestaca clavada en el pecho. Seguro que Antgona lo haba

    comprendido as. Seguro que Sturbridge haba conseguido dejrseloclaro.Pensaba que el asunto estaba zanjado cuando Antgona

    accedi a esconderse entre los Nosferatu. La novicia haba llegadoincluso a preocuparse del bienestar de Mr. Felton, su saboteador,prisionero y, ahora, cmplice confabulador.

    Entonces, por qu lo haba hecho? Por qu haba saltado?

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    Para cuando hubo comprendido lo que se propona Antgona,ya era demasiado tarde. La regente se haba visto impotente paradetenerla, para gritar, incluso. Al final, toda la autoridad deSturbridge, todos sus aos de experiencia manipulando la elaborada

    jerarqua Tremere, todos los turbios secretos de su magia de lasangre, todos los reflejos e instintos sobrehumanos de su inmortalcuerpo depredador... nada de eso haba sido suficiente para salvar aesta pequea.

    As pues, qu esperanza tena Sturbridge de imponerse alajuste de cuentas que se aproximaba?

    Asomada al parapeto todo lo posible, sus ojos sondeaban elabismo. Pero si esperaba percibir una ltima imagen de Antgonamientras la novicia caa hacia el pavimento cien pisos ms abajo,incluso esa pequea cortesa le fue negada. La extensin de cieloque las separaba tan inesperadamente --amputando la lnea de lavida que las una, el tenue cordn desangre Tremere robada-- erademasiado vasta para asimilarla por entero. Sturbridge se sinti caera su vez, ahogndose en ese dominio de viento y vrtigo que seextenda a sus pies, ocupando el mundo de horizonte a horizonte.

    Por qu senta entonces que el mayor vaco estuviera en suinterior? Sturbridge se senta hueca, como si le hubieran arrancado

    algo esencial.Se aferr a la barandilla, pero sin conviccin. Una hoja vestida

    de negro invernal, asida a su rama ms por la fuerza de la costumbreque por orgullo desmesurado. Era vagamente consciente de que unaseccin de la barandilla metlica, hacia su derecha, se desprenda yseparaba musicalmente de la fachada del edificio antes de rendirse ala larga cada. Sturbridge no le prest atencin. A juzgar por supostura y el modo en que se convulsionaba todo su cuerpo,

    atormentado por una prdida inesperada y sin sentido, se la hubierapodido confundir con un desecho social que vomitara por labarandilla. Lo cierto era que se senta como si no pudieraguardrselo dentro... como si no pudiera digerir lo que acababa desuceder aqu... lo que le haba sucedido a Antgona. A ella misma.

    Slo el largo hbito negro desmenta la impresin de que fuerauna desventurada borracha encaramada a un asidero improbable. Su

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    extico atuendo le confera el aspecto de un sargazo doblegado antela inminente tormenta que azota la bajamar.

    Porqu tena que saltar? Maldita sea, poda haberlo logrado!Si se hubiera limitado a abrirse camino hasta los Nosferatu, habra

    tenido una oportunidad. Una buena oportunidad. Ellos la habranmantenido a salvo, aunque slo fuera por respeto a Sturbridge. Ellahaba auxiliado a su prncipe cuando no le quedaba otra esperanza.Y si haba alguien dentro de la Estirpe que supiera reconocer el valorde un favor, sos eran los Nosferatu. Se habran preocupado deprotegerla en sus madrigueras. Nadie --ni siquiera el inquisidorTremere ms obstinado-- se habra atrevido a invadir el dominioprivado del prncipe en pos de una fugitiva.

    O podran haberla sacado de la ciudad a hurtadillas. Enviarladonde a nadie se le ocurriera buscarla. Donde Antgona pudierahaber comenzado desde cero. La sombra de la Pirmide era larga,s, pero no eclipsaba el mundo entero.

    Entonces por qu?, musitaba Sturbridge una y otra vez paras, agarrada a la barra de metal doblado, estrujndola con losnudillos lvidos, cargando todo el peso de su cuerpo sobre ella. Porqu? Se balance lentamente.

    Pens en todas las novicias a los que haba fallado. En

    Antgona, que, huyendo de la censura de Viena, se haba arrojadodesde esta elevada atalaya. En Jacqueline, que haba husmeadodemasiado en los asuntos de la primera oleada de infiltrados de laCasa Madre... y haba perdido la cabeza por su curiosidad. EnChessie, la agregada de Dorfman de la capilla de Washington, a laque Sturbridge, en un momento de debilidad, haba ayudadopersonalmente a trasponer el umbral de los no-muertos, tan slopara abandonarla luego a su locura, su hambre y su solitario peligro

    en un Baltimore desgarrado por la guerra. Y, evidentemente, pensen Eva. Su agregada y sucesora electa haba resultado ser ademssu traidora.

    Todas ellas haban sido las pupilas especiales de Sturbridge,sus pequeas. Y ahora estaban, todas ellas, fuera de su alcance.Lejos de sus brazos. Lejos de la redencin.

    Las ideas de Sturbridge conformaban un remolino esttico.

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    Una imagen difusa y oscilante se form espontneamente en sucabeza. Sus rasgos eran los de otra nia, una nia que --paraSturbridge-- estaba siempre implcita. El modelo en el que sebasaban todas las dems.

    Para el observador perspicaz, ese rostro sera un mosaicocompuesto de las dems caras. Tena el pelo de ala de cuervo y elceo fruncido de Antgona. Tena algo de Jacqueline en los pmulos,altos y nobles, en los ngulos casi rapaces del semblante. La barbilladesafiante bien hubiera podido pertenecer a Chessie, o esa sonrisainesperada que apareca como impulsada por un resorte paraeclipsar el resto del rostro. Y tena los ojos de Eva, los ojos de unania, encendidos alternativamente de risa y curiosidad.

    Haba un nombre al acecho en algn lugar bajo la fachada deesa cara. Inscrito en los huesos de la calavera semioculta. Era elnombre de la propia hija de Sturbridge, separada de ella ahora porcien aos y una sola muerte. Ella haba sido la primera vctima de laexistencia depredadora de Sturbridge, de esta monstruosa parodiade vida inagotable por la que haba cambiado su verdadera vida. Y lade su pequea.

    El nombre surgi imparable de los abismos de la memoria, deesa celda especial en la que haba esperado encerrar su recuerdo

    ms preciado, a salvo de la crueldad y la indignidad de estemonstruoso mundo de adultos.

    Maeve.Con un grito truncado, Sturbridge se apart del filo del parapeto

    y trastabill a ciegas entre las ruinas del mirador. No habaconseguido salvar a ninguna. Ni a una sola. Ni a su hija mortal, ni asus chiquillas inmortales. Ni a una sola de la larga concatenacin depupilas que haba seleccionado personalmente, estudiadas de lejos y

    atradas astutamente a su vera.No haba podido salvarlas. No poda redimirlas. Era como si lonico que pudiera hacer fuese reunir sus cuerpos. Era la suya unamacabra coleccin de pequeas muecas de porcelana idnticas,bellas doncellas expuestas en fila, con la cara resquebrajada.

    No, pens, eso no era del todo exacto. No era eso lo nico quepoda hacer. Alguien tendra que recoger los trozos blancos como el

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    por alisarlo de nuevo haban sido infructuosos.La nota deca:

    [[

    Helena,

    Es posible que no haya sabido explicarme. Todo va bien. Tan biencomo podra esperarse. Quiz mejor de lo que puede contarse.

    Eva est muerta del todo y el mal ya no puede alcanzarla. Parece que

    el resto de nosotros no es tan afortunado. Creo que pasar mucho tiempo

    antes de que pueda empezar a comprender la herida que nos ha infligido, y

    ms an para curarla. Mientras duermes, puedo sentir tu calor. Puedo oler

    tu sangre sobre tu cuerpo y s qu es lo que ests sufriendo. El mismo mal

    est sobre m y su fuente es la misma.

    Estabas mucho ms cerca de la verdad de lo que yo estaba dispuesta

    a admitir cuando dijiste que haba devorado a nuestros muertos. S que

    parece algo monstruoso pero en este momento no tengo otra manera de

    explicarlo o comprenderlo. No es que los devorara fsicamente, por

    supuesto. Eso sera una aberracin. Pero los engull: a los Nios, las

    pesadillas, les tremeres. Me los tragu del todo.

    Ahora mismo te estoy observando, mientras duermes. Me pregunto si

    an los ves. Los Nios, los sueos acusadores, llenos de reproches, del

    Padre. O ahora solo me pertenecen a m? Una cosa es segura: Eva quera

    librarse de las pesadillas. Y tuvo xito en su propsito, un xito que supersus ms locas pesadillas. Dentro de la capilla, podra condenrsela como

    asesina, pero, y ms all? Puede que, entre aquellos que vendrn despus

    de nosotros sea tenida por la herona, si no la redentora, de nuestro linaje.

    Debo marcharme. Demasiado he esperado para hacer demasiadas

    cosas. Quiero que sepas que te perdono. Pero no ests aqu cuando regrese.

    ~ A.S.

    `

    P.D.: las autorizaciones de seguridad estn desfasadas. Ha habidobajas. Ponlas al da, por favor.

    ]]

    --Y dices, ehm, adepta... --musit Himes--. Te puedo llamarHelena? Muy amable. Y dices, Helena, que esta nota te la enviadola regente Sturbridge?

    --S, me...

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    Sin aguardar ms que el asentimiento de su interlocutora,Himes sigui hablando, mascullando aparentemente para s.

    --S, sta es su letra, sin duda. Antes de salir de la Casa Madretrabaj mucho para familiarizarme con la caligrafa de la regente. Si

    te soy sincero, algunos de los despachos que haban salidoltimamente de la capilla resultaban un tanto, cmo decirlo?,sospechosos.

    Helena mantuvo la cabeza gacha, estudiando la leve crispacindepredadora de los dedos de Himes.

    --Me congratula --dijo, cautelosa--, que la intencin de esasmisivas no pasara desapercibida para nuestros hermanos de la CasaMadre. Comprenders que no pudiera expresar abiertamente mipreocupacin por la salud de la regente...

    --Desde luego --interrumpi Himes--. Desde luego. --Una deaquellas vivaces manos de rapaz surc la mesa y palme la deHelena tres veces, en ademn tranquilizador. Luego gru y selevant repentinamente, a punto de volcar la silla. Comenz adeambular agitadamente por su lado de la mesa.

    Transcurridos unos minutos, Helena se convenci casi de queel viejo se haba olvidado de ella. Pareca absorto en susmurmuraciones, aunque Helena slo captaba palabras sueltas en

    medio del tenue runrn. Carraspe educadamente.Himes levant la cabeza, sobresaltado; mene la cabeza y

    reanud su deambular y su rezongar. Por un breve instante, Helenapens en incorporarse y abandonar la cmara. Haba cometido unerror al venir aqu. Estos Astores, no eran de los alrededores. Nisiquiera eran del pas. Demonios, tampoco eran de este siglo, o esaimpresin daban. Cmo iba ella a hacerles comprender lo queestaba ocurriendo? Helena no estaba del todo segura de no haber

    pasado por alto algunos detalles. Era tan monstruoso. Pero tena queintentarlo. No conseguira sacar a Sturbridge ni a ella misma de estosi no lo intentaba al menos.

    --Vers, lo que intentaba decir es... --comenz.--Que tenemos que agradecerte a ti, personalmente, el envo

    de esas, hmm, sutiles valijas? --Himes se haba desembarazado desus cavilaciones y haba puesto el dedo en la llaga con una

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    preocupante presteza. Helena lo mir boquiabierta.Su instante de vacilacin le dijo a Himes todo lo que necesitaba

    saber. Sonri y reanud su anadear; se quit los anteojos conmontura de cobre y los sostuvo a la luz.

    De acuerdo, pens Helena. Est bien. Para ti la primerasangre. Pero ahora ya has mostrado tu acero, viejo, y puedes estarseguro de que no volvers a cogerme desprevenida.

    Himes frunci el ceo a sus lentes. Dej la nota arrugadaencima de la mesa, renuente, como si se temiera que Helena pudierallevrsela, y sac un pauelo del bolsillo de su pechera. Elmovimiento record a Helena al de una zanquilarga ave acutica quehundiera el pico en la corriente. Himes frot pacientemente algunamota invisible de los cristales.

    --S --admiti Helena--. Tuve que hacerme cargo de lacorrespondencia oficial de la capilla en ausencia de la regente.

    Alguien tena que preocuparse mantener en marcha las accionesrutinarias. La regente no se senta bien, como creo que ponen demanifiesto el contenido de su nota y su actual ausencia.

    --Ya retomaremos la cuestin del actual paradero deSturbridge. --Himes apart las gafas de s hasta donde le alcanzabael brazo y frunci el ceo--. Pero siento curiosidad. Por qu esta

    farsa? Por qu creste necesario mantener la apariencia de quetodo iba bien? Que Sturbridge gobernaba an la nave? Que elembajador segua, cmo decirlo suavemente, contndose entre losvivos?

    --Saba que las discrepancias no pasaran desapercibidas--respondi Helena, sin vacilacin. Haba pasado noches enterasimaginndose este encuentro, desde que comprendiera que lascosas haban ido demasiado lejos y que Viena no tendra ms

    eleccin que enviar sus inquisidores. Siempre resultaba incmodocuando llegaba el momento real de un enfrentamiento tan temido.Los detalles nunca encajaban exactamente con sus elaboradosensayos. Se haba imaginado que su interrogatorio tendra lugar enun recinto ms ntimo... en el sanctum de la regente, o quiz en lasala de control de seguridad. No esperaba estar sentada cara a caracon su interrogador frente a una mesa plegable levantada en el

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    conseguido que el ngulo de lino asomara del bolsillo con esa pulcraprecisin, ni siquiera aunque dispusiera de una escuadra y mediahora de tiempo para intentarlo. Aquella geometra exacta, segn vio,constitua un rito de por s. Un smbolo, una defensa. Un diagrama

    protector interpuesto entre ambos.Avergonzada, se dio cuenta de que se lo haba quedado

    mirando fijamente. Se apresur a terminar con el incmodo silencio.--Si la capilla se hubiera quedado incomunicada de repente, y

    en medio de la batalla por la liberacin de la ciudad, os habraistemido lo peor. Habra cundido el pnico --dijo Helena--. En esecaso, t y yo no estaramos manteniendo ninguna discusinrazonable sobre estos temas. Viena habra reaccionado frente a loque percibira como una amenaza blica. No habran enviadoinvestigadores, sino fuerzas de choque. En estos momentos, NuevaYork es demasiado voltil para permitir que se perciba siquiera ladebilidad de los Tremere.

    Himes exhal un suspiro y junt las manos ante s, encima dela mesa.

    --Has expuesto tus argumentos con suma prudencia, Helena.Pero el hecho es que falsificaste los comunicados de la capilla.Mentiste a tus superiores y encubriste al menos un brutal asesinato.

    Seguro que entiendes nuestra postura. --Pareca compungido; unamano jugueteaba distrada con los anteojos sobre la mesa--. Lapostura de mis superiores. No podemos permitirnos sufrir este tipode engaos, y menos viniendo de nuestras propias filas. Se te habaconfiado la seguridad de esta capilla...

    --Soy plenamente consciente de la gravedad del asunto. Slohe hecho lo que era necesario para proteger a mi regente y defenderesta casa. No me ha resultado fcil, y si he de pagar un precio an

    mayor por mis decisiones, estoy dispuesta a hacerlo.Las manos rapaces de Himes tamborilearon un staccato sobrela mesa.

    --Ya, ya. Muy noble por tu parte. Pero ste no es momento desentimentalismos. Lo que necesito de ti es, ahem, informacin. Hashecho bien en acudir a nosotros por voluntad propia, en presentarnosesta... prueba. La pronta entrega de tus cdigos de acceso y tu

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    cooperacin a la hora de reestructurar la jerarqua de seguridad de lacapilla te alaban. No todo est perdido para ti, Helena. Peronecesitaremos aqu a alguien en quien poder confiar, dentro de lacapilla, que nos ayude a finalizar rpidamente esta investigacin.

    Antes de que alguien resulte muerto o herido. Espero que nosestemos entendiendo.

    Helena slo pudo asentir con la cabeza.--Esplndido. Tengo algunas preguntas bsicas. Me gustara

    que las respondieras todo lo fiel y completamente que puedas.Empezamos?

    Helena asinti de nuevo.--Estoy preparada.--Helena, sabes por qu estamos aqu mis colegas y yo?Las historias de miedo de la "liquidacin" de la capilla de Tel

    Aviv centellaron en la mente de Helena. Historias en las que losAstores purgaban la casa con fuego y estacas. Escogi sus palabrascon cautela.

    --Estis aqu para restaurar el orden. Esta casa lleva semanassiendo vctima de un maledictus. Hemos sufrido asesinatos, fuego ylocura. El caos debe cesar.

    --El caos cesar, adepta. Que no os quepa duda de eso. La

    Capilla de los Cinco Distritos ha sido la joya de la corona de nuestrasoperaciones en este continente. Pero ltimamente, esta gema seha... empaado un poco. Empaada por el engao. Tanto que lapropia corona se ha corrodo. Tendremos que devolverle su lustre.Pero antes, tenemos que comprender las causas de estadegradacin. Y t nos ayudars en nuestras pesquisas.

    --Lo comprendo.--No haba por qu llegar a esto. Hace algunas semanas, el

    Consejo juzg apropiado enviar un representante oficial a esta casa.Este legado tena que ayudaros a restituir el orden en los asuntos deesta casa, antes de que la situacin diera un giro ms dramtico.Cuando este legado no inform segn se haba estipulado, la CasaMadre recibi, cmo decirlo?, unas explicaciones insatisfactorias.

    As que te lo voy a preguntar directamente, dnde est elembajador?

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    --Est muerto --admiti Helena--. Encontramos sus restos enlas criptas, en el fondo del pozo. Haba... cado.

    Himes arque una ceja.--Te refieres a que haba cado en combate? sa fue la

    explicacin que recibimos. Aunque, si la capilla hubiera sufrido algntipo de ataque, los informes lo habran mencionado.

    --Me he explicado mal. Se haba cado. Desde gran altura.Himes la escrut como si buscara el resquicio ms apropiado

    para clavar un cuchillo. Su tono era de incredulidad.--Y esto, esto es otro ejemplo de tu alteracin de la

    correspondencia oficial para solicitar ayuda?--En efecto. Los informes eran inexactos.--Los informes eran falsos! --Se resquebraj su compostura;

    golpe la mesa con el puo, enviando los anteojos lejos de s.Despacio, pausadamente, se oblig a abrir las manos y extendi losdedos sobre la mesa.

    --Se trataba de inexactitudes necesarias --repuso Helena, sinapartar la vista de aquellas manos--. Hice lo que pude porsalvaguardar a la regente y esta casa.

    --No me interesan tus razonamientos, adepta. En estosmomentos, estamos inmersos en un interrogatorio de facto.

    Responde en consecuencia. Dime, qu sabes del embajador?Helena lo fulmin con la mirada, pero no mordi el anzuelo.--Se haca llamarLogos Etrius, Palabra de Etrius. --Su tono era

    preciso, formal--. Se identific como legado de la Casa Madre. Dijoque haba venido para poner fin a la serie de asesinatos y restaurarel orden.

    Helena fue apagando la voz y dej que esa idea flotara entreellos un momento. No era una amenaza propiamente dicha, pero su

    significado era inequvoco. Estos Astores no eran los primeros enemprender esta causa perdida. Y la ltima persona que lo intenthaba acabado mal.

    --Estoy al corriente de su misin. Eso es todo? No compartiel embajador con vosotros nada acerca de su identidad, su capilla deorigen, su linaje?

    Helena neg con la cabeza.

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    --No, eso es todo lo que saba de l. No intimamos. No era loque se dice precisamente accesible.

    --Entonces, cmo calificaras tu relacin con el embajador?--Formal. No tuve ocasin de tratar con l, salvo cuando tena

    algo que preguntarme acerca de mi puesto como encargada deseguridad. Hablaba principalmente con Sturbridge. No me dio laimpresin de que acostumbrara a confraternizar con personas demenor rango.

    Himes pens en esas palabras.--Vale esto tambin para su relacin con las novicias? Hasta

    donde t sabes?--S. No slo conmigo. No recuerdo haberlo visto en compaa

    de las novicias.--Y la regente Sturbridge? Cmo describiras la relacin de

    la regente con el embajador?Helena se tom su tiempo antes de contestar.--Sturbridge era la viva imagen de la perfecta anfitriona.--Pero no era la perfecta anfitriona. Solamente "la viva imagen".

    --No era una pregunta.--No pretenda decir eso, Mr. Himes...--Pero es lo que has dicho. Diras que Sturbridge se senta

    amenazada por la llegada del embajador?--Amenazada? No. No dud nunca de que la regente pudiera

    manejarlo. No, creo que se tomaba su presencia ms como unaespecie de imposicin... una distraccin. Como cuando se le ordenacudir a ese consejo de guerra de la Camarilla en Baltimore cuandoera evidente que tena problemas ms acuciantes que resolver aqu.

    --De modo que Sturbridge se senta resentida por esasrdenes.

    --

    Resentida no, slo...--Molesta?Esta barricada pona nerviosa a Helena. Y sentirse nerviosa

    era algo que siempre consegua enojarla.--Bueno, puede decirse que algo "molesta", s. Yo que ella, les

    habra dicho dnde podan meterse esas rdenes. Maldita sea, aquse estaba muriendo la gente. Las novicias! No se le puede exigir a

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    alguien que se olvide de todo y vaya corriendo a Baltimore mientrasse muere su gente.

    Helena se interrumpi y rezong en silencio, comprendiendoque quiz haba ido demasiado lejos.

    Himes le concedi un momento para serenarse, tras lo queretom el hilo de la conversacin.

    --De modo que, en su opinin, la regente ideal debera sentirseagraviada por una convocatoria de ese tipo. Me equivoco? Y elhecho de que Sturbridge no se sintiera ofendida indicaraclaramente...

    --En ningn momento he criticada a la regente.--Claro que no. Pero puedo seguir la inferencia lgica, adepta.

    Evidentemente, en algn momento, llegaste a la conclusin de queSturbridge ya no era capaz de asumir decisiones de mando.Solamente trato de establecer el momento concreto. Ahora, sipodemos continuar... Sturbridge no expres su contrariedad antelas rdenes? Ante los planes para esa reunin, tal vez?

    --Lo cierto es que no s nada de dichos planes --dijo Helena,con frialdad--. Pero su sitio estaba aqu. Debera haber llegado alfondo de esos asesinatos antes de que resultara herido nadie ms.Si lo hubiera hecho, quiz nada de esto habra ocurrido.

    --Te sorprendera saber que esas rdenes procedan

    directamente del pontfice Dorfman?Helena no saba si con esa pregunta pretenda amonestarla,

    recordarle cul era su sitio. Peter Dorfman era el superior deSturbridge y estaba en su derecho de decidir por s solo qu era lomejor para la regente y esta capilla.

    --No, supongo que no me sorprende. S que Dorfman tienepotestad sobre la poltica del clan. El consejo de guerra de

    emergencia que celebr la Camarilla en Baltimore tiene pinta de seralgo que entra dentro de sus funciones.--Crees que Sturbridge se senta tan agraviada como para

    obstaculizar los esfuerzos de Dorfman en el consejo?--Qu insinas? Que Sturbridge fue a Baltimore para frustrar

    los planes blicos de la Camarilla porque le pareca que la orden deDorfman supona un inconveniente para ella?

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    --No insino nada. Pregunto si el resentimiento de Sturbridgepodra haberla impulsado a oponerse a Dorfman. Siquiera un poco.Lo justo para no esforzarse lo suficiente por satisfacer susdemandas. Retratndolo negativamente ante el consejo, tal vez.

    --Eso es ridculo!

    --Ridculo por qu? No conoces a ningn miembro de lacapilla al que se opusiera la regente Sturbridge por considerarlo unamolestia, un inconveniente, una vergenza?

    Helena hizo odos sordos a sus acusaciones.--Digo que Sturbridge no sacrifica los fines de la Pirmide para

    zanjar rencillas personales.Himes se enderez en su asiento como si acabara de recibir

    una bofetada.--Insinas que el pontfice Dorfman acostumbra a sacrificar

    los fines de la Pirmide para zanjar rencillas personales?--Qu? No hablaba de Dorfman, me...Su genuina sorpresa pareci apaciguar a Himes. Pero Helena

    comprenda que sus palabras deban de haber puesto el dedo en lallaga. Pareca que esta entrevista entraaba otros peligros al margende los evidentes.

    --Dejmoslo estar, adepta. Creo que te haba malinterpretado.

    Dnde est Eva?Helena se sinti algo desconcertada por aquel inesperado

    cambio de tercio.--Eva? Est muerta. Bueno, oficialmente sigue desaparecida

    en combate. Encontramos su perfil marcado a fuego en el suelo delas criptas. Hace semanas que no sabemos nada ms de ella.

    --Cmo diras t que muri? Otra cada?Helena lo mir con dureza.--

    No. No estoy segura de cmo muri. Sturbridge dijo algoacerca de que la haba quemado "la luz de la verdad" o algo por elestilo. Signifique eso lo que signifique.

    --De modo que Sturbridge presenci la muerte de Eva?--Creo que s --respondi Helena, tras meditarlo--. Aunque la

    regente est rara desde hace algn tiempo. No s muy bien hastaqu punto se le puede achacar...

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    de mantener una poblacin constante pasa por recibir un flujoconstante de "voluntarios" de otras casas hermanas ms pacficas.Eso significa que solemos cargar con los casos problemticos, losnovicios de los que deseen librarse los otros regentes. No resulta

    conveniente ahondar en el trasfondo de un recin llegado. Siemprese termina por encontrar alguna historia desagradable en algunaparte, y eso acrecienta su resentimiento.

    --Diras que Eva era un "caso problemtico"?--No lo s. Era una de las mejores. Nunca se meta en los.

    Nada dramtico que requiriera la asistencia del equipo deseguridad... --Helena se arriesg a sonrer, pero malgast elesfuerzo con Himes. Ni siquiera la estaba mirando. Haba reanudadosu deambular distrado.

    --Nunca se meta en los? --musit Himes--. Extraaafirmacin, no te parece? Dadas las circunstancias que nosocupan. A ver si te he entendido correctamente: Eva aparece muertaen las criptas. El embajador, tambin muerto. Y, como Eva, tambinen las criptas. Y t me dices que fue Sturbridge la que los acompaall abajo. La misma que fue testigo de sus muertes. La misma queha redactado esta monstruosa confesin en la que admite habersecomido los cadveres. La misma, no creas que no me he dado

    cuenta, que ha desaparecido. Admitirs, Helena, que esto tiene muymala pinta para la seora Sturbridge.

    Ahora era ella la que no poda mirarlo a los ojos. Saba lo queencontrara all. La condenatoria certeza de un inquisidor, la penacapital. Lo vera en la curvatura depredadora de sus dedos.

    Los Astores ya le haban convencido de que Sturbridge eraculpable. Y, quiz, admiti Helena a su pesar, la regente fueraculpable. Ya no estaba segura de nada.

    Lo nico que saba era que sus palabras seran la hoguera enla que ardera la regente.Perciba apenas la insistente letana de preguntas de Himes.

    Oa la subida y la bajada de sus inflexiones, pero las palabras habandejado de tener significado para ella. Se senta prisionera de losconfines de su calavera, asomada a los elevados ventanillos conbarrotes que eran sus ojos. Responda a las preguntas con apata,

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    consciente de que poco ms poda hacer aparte de asistir allevantamiento del patbulo frente a la ventana de su prisin.

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    El estanque de los suicidios

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    Antgona traspas la superficie y se encontr nadando en lasaguas heladas de un estanque subterrneo. Poda or el chapoteodel agua contra el mrmol. Los obeliscos que delimitaban estacmara secreta no eran de madera embreada, sino de piedra tallada.Sus marcas eran visiblemente anteriores, jeroglficos tan antiguoscomo autnticos.

    Se impuls hasta el borde del estanque y se aup. El aguachorre de su cimbrea figura mientras se alejaba de las aguasmudas. El mrmol estaba fro al contacto con las plantas de sus pies.

    Pero qu era este sitio?Cuando estaba en el Mirador de la Viuda, todo le haba

    parecido tan seguro. Tan correcto. Lo nico que haca falta era tener

    la resolucin adecuada, la conviccin adecuada. Era un salto de fe.Haba realizado el mismo truco en infinidad de ocasiones. Sus

    dramticos saltos entre la vida y la muerte se haban convertido enun ritual, eran casi teatrales. Casi como un espectculo dedesapariciones. Ahora la ves, ahora no la ves.

    Cierto, nunca antes haba saltado de una cornisa tan elevada,pero la altura no era lo ms importante. Ni siquiera la escala picadel salto desde el mirador hubiera sido un obstculo. En todo caso, la

    heroica distancia la volva ms fuerte, la elevaba por encima de lavida y la muerte.Pero algo haba salido mal. No debera estar aqu. Debera

    haberse despertado en la cama de algn hospital, con el cuerpodestrozado pero triunfal el espritu. Sonreira a la enfermera entre lasvendas, su sonrisa ms radiante, y le dira que esperaba que no sehubieran preocupado.

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    sa era la mejor parte del espectculo. La pinta de sus caras,era impagable. Era todo el aplauso que codiciaba. Esa expresinconsegua que todo mereciera la pena, que valiera la pena repetirlouna y otra vez. Ser necesaria. Ser, de alguna forma, esencial. Hasta

    tal punto que pareciera que la vida no podra soportar perderla.La muerte no bastaba para retenerla. Nunca haba bastado.

    Siempre la expulsaba, la depositaba de regreso bajo el estril fulgorde las luces.

    "Que si nos habamos preocupado? Caray, seorita, tieneusted suerte de estar viva".

    Habra tenido razn a medias.El sonido de una pisada en la tumba en penumbra estrope el

    momento. Sac a Antgona de su ensimismamiento. Se quedpetrificada, asumiendo por instinto una pose agresiva a orillas delestanque. El chapoteo del agua que resbalaba de su cuerpo ygolpeaba el suelo resonaba en la oscuridad. Delatando su posicin.

    Una antorcha cobr vida con un siseo, cegndolamomentneamente. Parpade para despejar la visin y vio que la teaestaba sostenida en alto por una enorme zarpa de bano. Detrs deella slo consegua vislumbrar una corpulenta silueta henchida por laluz de la antorcha, ocupando la sala de una esquina a otra. Entorn

    los ojos, pero el nico detalle que pudo captar fue el destello de unostorvos caninos. Una burlona sonrisa digna del Gato de Cheshire.

    La voz era amable, pero tan vasta como el ocano. Inund ladiminuta caverna y la arrastr con su resaca, a punto de barrerle lospies del suelo.

    --Ests tiritando, pequea. Acrcate a la luz y entra en calor.Antgona cobr conciencia inmediatamente de su desnudez y

    vulnerabilidad. Se qued parada, temerosa y avergonzada a un

    tiempo.--Como prefieras --la ba la voz--. Seguro que coges un

    resfriado de muerte. Aunque a lo mejor eso ya no te parece tan gravecomo pudo serlo en el pasado. Hay quienes consiguen acomodarseaqu, a orillas del estanque. Hay quienes tardan aos en atreverse aacercarse a la luz.

    Algo roz el hombro de Antgona. Quiso darse la vuelta para

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    enfrentarse a su asaltante invisible, pero descubri que apenas podamoverse. Estaba inmovilizada, incrustada en una enorme masa decuerpos, agolpados en la orilla. Le pareci que intentaba coger aire,aunque no poda. Ni siquiera consegua recordar por qu era eso tan

    importante.Intent zafarse, pero nicamente consigui darse de bruces

    con el hombre que tena al lado. Tena violentamente levantada latapa de los sesos. Abri los ojos al reconocerla pero, cuando quisohablar con ella, lo nico que surgi de su boca fue un torrente desangre que escapaba de un boquete practicado en el velo de supaladar.

    Antgona quiso liberarse, darse la vuelta, perderse en laaglomeracin. Extendi los brazos, tante a ciegas y encontr unfirme asidero. Una mano en la lbrega masa de carne. Afianz supresa y tir para acercarse. Un rostro corri a su encuentro en mediodel mar de cuerpos. Por un instante vio su expresin de alivioreflejada en la cara de la otra mujer. Luego, igual de inesperado, laexpresin se convirti en una de horror y repulsin.

    Antgona no poda sostener la mirada a la mujer. Agach lavista a sus manos enlazadas y repar en los largos y exagerados

    jirones de carne que colgaban de los antebrazos de la otra. Barran

    el suelo a su paso.Se neg a gritar. Antgona apret los dientes para contener el

    creciente pnico y la repulsa y mir en rededor en busca de una vade escape de aquella multitud. El estanque! Se abri paso endireccin al sonido del chapoteo del agua, descargando golpesindiscriminadamente.

    Con un grito de alivio, divis el perfil de la ribera. Una manoazul, hinchada, surgi de las aguas y busc sus tobillos. Le propin

    una patada y retrocedi al tiempo que la mano volva a sumergirse.No eran los dedos regordetes y cianticos de un nio lo querepugnaba y alarmaba. Era el desmesurado volumen de cuerpos queclamaban y escapaban arrastrndose del Estanque de los Suicidios.

    Desesperada, Antgona busc el nico punto de referencia enmedio de aquel vasto paisaje de carne: la antorcha. Apenas siconsigui divisar la oscilacin de la lejana luz. A menos que estuviera

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    en capas de grueso algodn.--As, mucho mejor. As te recordaba.Cuando se hubo disipado la reconfortante oscuridad de las

    grandes zarpas, Antgona se encontr sometida a la indignidad de

    verse colgada boca abajo sujeta por un taln. Se revel contra elamasijo de largas faldas negras que le tapaban la cara.

    --Bjame --consigui increpar.--Casi como te recordaba, mejor dicho --se corrigi el Chacal.

    La sala se enderez de repente y Antgona volvi a pisar tierra firme.Cuando se hubo alisado el amasijo de faldas, le choc el contrastede su ridcula postura y la solemnidad del conjunto. El largo vestidonegro era elegante, pero sencillo, casi informe; un plido sargazoensombrecido de cualquier pantano. El sombro vestido ola incluso ahumedad, a bolas de naftalina. Le recordaba lugares desolados:marismas, jardines en invierno, cementerios.

    Su funcin era inconfundible. Era un vestido de luto. El velo deuna viuda.

    Al comprenderlo, le sorprendi la similitud entre este vestido yla tnica de novicia que haba abandonado en el Mirador de la Viuda.No haca ya una vida de aquello?

    No se trataba tanto de un parecido visual como de intencin,

    de propsito. Pero sus antiguos hbitos eran una insignia de susaos de servicio a la Casa de Tremere y su ftil lucha contra lamonoltica e impersonal estasis de la Pirmide. Era una carga que noansiaba retomar.

    Su mano vag, como por costumbre, hacia el lugar dondehaba un bolsillo interior en la vestimenta de novicia. Se sobresalt alencontrar all una forma familiar, recogida entre las capas de tela desu nuevo atuendo. Era el perfil de una vieja navaja. La Navaja de

    Occam. Tambin tendra que haberla perdido, abandonada en elprecipicio.--Ahora, basta de carreras --sonri el Chacal--. La manera en

    que pasas de un sitio a otro es sumamente desconcertante. Es unmilagro que consigas concluir un pensamiento. A ver, sintate aqu, amis pies. Nada de peros. Ser slo un momento.

    A lo lejos, sobre su cabeza, la antorcha traz un arco,

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    sumiendo a Antgona en las sombras. La luz revel un conjunto denichos de piedra encajados en la pared de la tumba. Los estantesestaban llenos de frgiles vasijas de barro --vasos canopios-- todosellos rematados por una realista cabeza de animal.

    El Riente Guardin de los Muertos pas una mano distradapor la hilera de jarras, como si estuviera leyendo sus etiquetas,buscando una en particular.

    --Ah, aqu est --dijo, retirando un recipiente de su balda--.Antgona, Canis Aureus. --Lade la cabeza al reparar en la expresinde curiosidad de Antgona y sonri--. S, somos iguales, me parece,t y yo. Canis Aureus. Chacales por naturaleza y temperamento.Cuidadores de cadveres. En cualquier caso, me halaga queeligieras mi nombre. --Le dedic una nueva sonrisa y, por unmomento, Antgona alberg la esperanza de que se hubiera olvidadodel ominoso propsito que tuviera en mente--. Acompame --dijo, alcabo--. Ya has malgastado tiempo de sobra con tus chapuzones.

    --Pero no lo entiendo. Qu estoy haciendo aqu? Esto es uninfierno. --Se estremeci involuntariamente y se cruz de brazos,sintindose perdida, sola y vulnerable.

    --Nada tan prosaico --dijo el Chacal--. Esto slo es unaencrucijada en el camino. Ven. --Emprendi el paso sin esperar a ver

    si ella lo segua. No hubo ido muy lejos cuando oy el chapoteo desus pies mojados apresurndose a darle alcance. Esboz su sonrisade mscara funeraria.

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    _____ 5 _____

    Solo fiebre y tormento`

    Francesca Lyon sali de la estacin de autobuses a la untuosalluvia vespertina. Levant malhumorada la capucha de su poncho decamuflaje, pero su esfuerzo contribuy apenas a reducir el torrenteconstante de agua que le empapaba la nariz y las mejillas. El ponchopresentaba manchas rojizas acumuladas durante los prolongados

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    perodos de tiempo pasados en las excavaciones de la pennsula deTidewater, en Virginia.

    En Washington, estudiaba colonial en la Universidad deGeorgetown, pero supona que haba tirado todo aquello por la borda

    al subirse a ese autobs. No se haba tomado la molestia de sacar elbillete de vuelta. No saba si podra dar la vuelta ahora que haballegado a ese punto.

    Se colg la mochila del hombro, agach la cabeza y se adentren la lluvia. Tena la otra mano hundida en el clido bolsillo delanterodel poncho. En el puo aferraba una nota. La nota de Sturbridge.Deca nicamente:

    [[

    Ven a Nueva York.

    La demora traer nicamente fiebre y tormento.

    No ests sola.

    ~ A.S.

    ]]

    Nada ms que tres lneas. Catorce palabras. Pero esaspalabras se haban convertido en una obsesin abrasadora durantelas semanas transcurridas desde la visita de Sturbridge.

    Haba intentado sobreponerse, claro que s. A la enfermedad.

    Al apetito feroz. A los siniestros impulsos. Haba intentadoconvencerse de que nada de eso estaba ocurriendo. Tena quehablar con alguien, decir a alguien lo que suceda. Lo que le habanhecho.

    No poda acudir a la polica de buenas a primeras. Lasautoridades de Washington ya tenan monstruos reales de sobra delos que ocuparse. Las bandas, los adictos, los violadores, losasesinos... todos los deshechos humanos que solan cebarse con los

    residentes de las franjas menos pudientes de la ciudad gozabanahora de una impunidad casi absoluta, dejados a su aire. El pezchico en la pecera grande. La polica tena problemas de verdadentre manos.

    Siguiendo la estela de los disturbios, la zona comercial deWashington, DC, haba asumido el aspecto de un campamentoarmado militar. Una vasta ciudad de tiendas de campaa, inundada

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    de refugiados y empleados de emergencia, se extendaininterrumpida entre el Capitolio y las ventanas cegadas de la CasaBlanca.

    El Monumento a Washington se ergua desafiante en medio de

    la aglomeracin de lonas y cuerpos desaseados, como un dedoacusador levantado contra los cielos. Al aproximarse, no obstante,resultaba evidente que los esfuerzos combinados de innumerablesvndalos haban pasado factura. Como si presintieran cul iba a serla tendencia predominante, los empleados de la Agencia Federalpara el Control de Emergencias se haban sobrepuesto por fin a sutemor reverencial y sus reticencias y haban levantado unimprovisado andamio a fin de pintar una llamativa cruz roja en cadauna de las cuatro caras del obelisco.

    Todos los informativos eludan cuidadosamente el quid de lacuestin. Nadie quera admitir que la capital del pas se encontrabagobernada por la ley marcial, y que ni siquiera esta medida extremaconsegua garantizar el orden.

    La polica se reira de ella. Qu iba a decirles? Que desdeque llevara en su coche a un profesor forneo de arqueologa hastauna conferencia que se celebraba en Baltimore padeca estos...apetitos? Creeran que era una especie de pervertida. No la clase de

    pervertida de la que se ocupan ellos, desde luego. Diablos, habavisto buenos ejemplos de apetitos descontrolados en los asiduos dela Zona Comercial. Si la polica no estaba dispuesta a salir al frentepara detener las matanzas y las barbacoas con carne humana quese celebraban en el csped principal de la calcinada Casa Blanca,estaba claro que no se pararan a escuchar a una pirada diciendoque le haba cogido gusto a la sangre.

    Chessie pensaba que podra estar sufriendo una crisis, quiz

    que estuviera volvindose completa y rematadamente loca. Sepregunt qu se sentira al enloquecer. Era algo que ocurra derepente, o se adueaba de ti gradualmente, en distintas fases? Sedaba cuenta una de estar volvindose loca? Podas sentarte ysopesar la situacin de manera objetiva y decir ah, pues s, hoy estoypeor que ayer? Podan documentarse los cambios, llevar un diario?De ese modo podras repasar las hojas y seguir el inevitable y aciago

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    curso de tu propio derrumbamiento.Sabras siquiera que habas perdido la cabeza?

    Comprendas que algo iba mal... y que ese "algo" eras t?Quera acudir al decano Dorfman. l siempre haba estado ah

    para respaldarla, incluso cuando no haba nadie ms. Era suconsejero. l sabra qu hacer.

    La especialidad de Dorfman eran las sociedades secretas decomienzos de la historia de los Estados Unidos, pero eso era algoque no saba casi nadie en el campus. La mayora de susestudiantes lo evitaban. No porque fuera una especie de trasgo niuna sanguijuela ni nada de eso. Era porque la administracinenviaba a Dorfman nicamente los casos ms difciles. Los que yahaban recibido su tercera advertencia... los que estaban a un pasode salir de la universidad de una patada. S, Dorfman acaparaba lomejor de lo mejor: los que estaban tan enganchados a las drogas o ala bebida o al sexo que ya ni siquiera podan encontrar el camino desalida por s solos.

    Pero Dorfman no estaba ah ahora. Haca meses que no loestaba. Estaba de vacaciones. En Viena, cabrn con suerte. Y nadahaca presagiar que fuera a volver a casa antes del comienzo delsiguiente trimestre.

    Lo que la dejaba desamparada.Ven a Nueva York.Ni siquiera saba por qu estaba aqu. Despus de lo que le

    haba hecho Sturbridge la ltima vez, Chessie no se imaginaba quela profesora se alegrara de verla de nuevo. Probablemente le daracon la puerta en las narices.

    Haca noches que no pensaba en otra cosa. Ni siquiera estabasegura de que le gustara lo que pudiera ocurrir si Sturbridge acceda

    a verla. Pero tena que hablar con alguien. Con alguien que supieralo que estaba ocurriendo. Con alguien que pudiera explicarle por qutena estas... sensaciones.

    Haba pensado brevemente en volver a casa. No a casa con sufamilia, eso s que habra sido una estupidez. A casa a las montaas.Era el nico sitio en el que siempre tena la impresin de verlo todoen perspectiva. El nico sitio en el que siempre tena la impresin de

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    que podra escapar de los gritos, del tintineo de las botellas, de lostorpes araazos de la llave en la cerradura.

    Quiz la locura no tuviera nada que ver con Sturbridge. Ni conlo que haba hecho. Quiz hubiera estado ah siempre, latente, oculta

    a flor de piel. Podra llevar aos ah, esperando pacientemente a quealguien o algo rascara la superficie.

    Si alguien lo saba, se sera su padre. Pero antes preferiramorir que volver a acercarse a l. Ni siquiera para esclarecer lo quele estaba ocurriendo.

    Quiz formara parte de su legado, este apetito siniestro.Herencia de familia. Su derecho de nacimiento. Quiz lo que hizoSturbridge no fue sino exponerlo a la luz, sacarlo a flote.

    Quiz, pens, Sturbridge supiera cmo relegarlo de nuevo alolvido. Encerrarlo de modo que nadie volviera a verlo nunca. Demodo que nadie volviera a resultar herido.

    O puede que tambin Sturbridge se riera de ella. Chessiepisote un charco, malhumorada, aplastando su propio reflejo. Ya notena nadie ms a quien acudir. Resignada, encamin sus pasoshacia el Instituto Barnard. Tena la impresin de que Sturbridge erauna de esas personas que trabajan hasta tarde.

    Se estremeci, sintiendo la primera caricia tosca del siniestro

    apetito que se adueaba de ella. Con un escalofro, se cambi lamochila de hombro. Se encogi bajo ella, intentando volverse muypequea. Cerr los ojos y se afianz el poncho en torno a la barbilla.Vocaliz silenciosas oraciones para expulsarlo, aunque fuera sloesta noche. Se portara bien, si se alejaba. Pero ya poda oler suenfermizo aliento dulzn.

    Solloz y se cobij en el ensombrecido zagun de unestablecimiento. Donde la lluvia, al menos, no pudiera alcanzarla.

    `

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    _____ 6 _____

    La emperatriz de la India

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    Cuando Sturbridge cruz el crculo de fragmentos de cristal

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    artsticamente ordenados, su rostro se compuso en una hierticamscara mortuoria. Se enderez con porte regio y alis como pudolas arrugas de su tnica.

    Unos cuantos pases arcanos era todo lo que necesitaba.

    Stephens volva a estar frente a ella, invocado de las profundidadesde las criptas a las que lo haba expulsado. Al crculo invertido queera el gemelo de ste. Su cara mostraba an la misma expresinindignada. Segua vocalizando los mismos improperios y amenazas.Era como si nunca se hubiera ido.

    Despotric en silencio un momento, incapaz de imponer su voza la barrera del diagrama mstico. No tard en percatarse de lafutilidad del gesto y se sumi en una inmovilidad malhumorada.

    Sturbridge permiti que se desfogara. Dej que el silencioflotara entre ambos, que el momento se prolongara hasta ver losprimeros indicios de incomodidad por parte de l... hasta estarsegura de que haba comprendido que estaba a su merced.

    Cuando habl al fin, su tono era sucinto, seco, la voz de quienlleva dcadas acostumbrada a impartir rdenes.

    --Eres un intruso en mi casa. Has asesinado a mi novicia.Responders por estas infracciones.

    Sturbridge se agach para cambiar de sitio un trozo de cristal y

    retirar uno de los smbolos de apoyo del diagrama. Este gesto abralas esclusas del dique que haba contenido las palabras del hombre ystas brotaron como un torrente.

    --...esa jovencita tiene que responder de muchas cosas! Y noes la nica. Qu te propones encerrndome aqu?

    Sturbridge ignor la perorata de Stephens.--Te alegrar saber, sin duda, que la seorita Baines ya no

    supone ninguna amenaza para ti. A m no me alegra tanto. Dime

    enseguida quin eres y por qu has asesinado a mi novicia.Stephens no estaba dispuesto a colaborar.--Ya est bien. Yo no he asesinado a nadie, como t bien

    sabes. Tu "novicia" y t me atrapasteis en este maldito diagrama.--Dio un tentativo paso adelante. Sus manos impactaron en la lneade las protecciones exteriores y las retrajo, maldiciendo y frotndoselas muecas.

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    --Soy Aisling Sturbridge, seora de esta casa. Responders amis preguntas. Luego decidir si deberas ser puesto en libertad ono. Te he preguntado quin eres y por qu has asesinado a minovicia.

    Stephens sopes la posibilidad de arrojarse contra lasprotecciones, pero se lo pens mejor. Su punto fuerte pasaba porotros derroteros. Cambi de tctica.

    --Lo nico que queramos era hablar con la chica --dijo, conuna nota conciliadora--. Me llamo Stephens. Hemos venido en misinoficial de la Casa Madre. No le he tocado ni un pelo a tu novicia yest claro que ella segua con vida cuando t manipulaste eldiagrama y me arrojaste a las catacumbas. Mira, slo intento hacermi trabajo. No podemos volver a la capilla y discutirlo? Si le hasucedido algo a la chica, te ayudaremos a llegar al fondo de lacuestin. --Le dedic lo que esperaba que fuese una sonrisairresistible.

    --Slo intenta hacer su trabajo? Quiere que crea, Mr.Stephens, que es usted un asesino profesional?

    --Aguarde un momento. Yo no he dicho nada de eso. Soyinvestigador, seorita Sturbridge. De la Casa Madre. De Viena.Seguramente esto no la pillar desprevenida...

    --Puede usted llamarme regente Sturbridge. Y, por favor, no

    crea que podr escapar a tu castigo parapetndose tras esta dbiltapadera. Usted no es ningn investigador.

    Stephens abri la boca para protestar, pero Sturbridge lo atajbruscamente.

    --Ahora mismo, ni siquiera es usted representante de la CasaMadre. Si lo fuera, se habra presentado formalmente ante m a sullegada... como estn obligados a hacer todos los emisarios de la

    Casa Madre segn la cdula concedida a esta casa. Como no lohizo, es un intruso.--Le aseguro, seorita Sturbridge, que precisamente bamos...--Pero digamos que se hubiera presentado como le,

    corresponda --volvi a interrumpirlo Sturbridge--. Y que a m mesatisficieran sus supuestas credenciales... y que, por algn motivo,me sintiera inclinada a solicitar su ayuda para llevar a cabo una

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    investigacin. Entonces, y slo entonces, podra decidirme a honrarlocon el ttulo de "investigador". Aunque lo mismo podra llamarlo "laEmperatriz de la India". Para serle sincera, una Emperatriz de laIndia con mi bendicin impondra mucho ms en esta casa que

    alguien al que un burcrata de Viena haya decidido llamar"investigador". Ha quedado esto claro?

    --Comprendo cmo se siente, seorita Sturbridge, peronuestras credenciales son autnticas. Me complacera mostrrselasformalmente, si fuese usted tan amable de... --Indic con un gesto eldiagrama de contencin.

    La mirada de Sturbridge era inflexible.--Si le es ms fcil apreciar su situacin en trminos de su

    confinamiento, Mr. Stephens, me parece aceptable. En cualquiercaso, el hecho es que usted sigue sin gozar de autoridad oficial. Estatrapado, literalmente, entre dos lugares. Se le consiente que hablenicamente gracias a la merced de mi justicia, para responder porsus acciones. Se le consiente existir, me temo, nicamente gracias ala merced de este diagrama, admitmoslo, bastante traicionero.

    --Me est usted amenazando, seorita Sturbridge? Seguroque sabe que obstruir una investigacin de los Astores constituye depor s una accin criminal. Hay hermanos que han visto la luz del sol

    por el simple hecho de ocultarnos informacin pertinente. Amenazarabiertamente la integridad de un investigador...

    Sturbridge esboz una sonrisa.--Ah, me malinterpreta usted, Mr. Astor. Yo no amenazo. No

    soy yo, a fin de cuentas, la que le impide ocuparse de sus asuntos.Es este condenado diagrama. Si de m dependiera, intentaraliberarlo de inmediato. Pero mi comprensin de este diagrama esmeramente imperfecta. Me temo que si intentara liberarlo a usted

    ahora, podra causarle daos permanentes... involuntariamente, seentiende.El gesto de Stephens se torn grave. Sturbridge vio que haba

    comprendido sus insinuaciones. Pero el hombre se repuso pararealizar una ltima intentona desesperada. Mirndola a los ojos, dijo:

    --Creo que sabe cmo liberarme.Toda la fuerza de su voluntad y su adiestramiento se canaliz a

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    travs del tenue e invisible conducto que una sus miradas. El podercrepitaba bajo la superficie de aquel flujo de slabas, inocentes enapariencia.

    Sturbridge le sostuvo la mirada. Cuando habl, su voz era tan

    fra como una pualada.--Entonces, quiere que lo intente?La confianza de Stephens se tambale, pero no pensaba

    echarse atrs ahora.--Hazlo --orden.La regente asinti lentamente.--Pues ponte de rodillas.

    Aquello lo cogi desprevenido. La mir intrigado.--La vnica forma que se me ocurre para liberarte consiste en

    llevar este malhadado rito a su conclusin. Si quieres ser libre,tendrs que cooperar. O puedo renunciar a intentarlo, destruir eldiagrama y dejar que sufras la descarga. T eliges.

    Stephens se arrodill.--Ahora te vas a dirigir a m como la legtima regente de esta

    casa y vas a jurar que acatars mis normas mientras sigas siendo miinvitado.

    Stephens sonri y zangolote la cabeza, rindose entre

    dientes. Haciendo acopio de dignidad, se puso de pie lentamente,sacudindose la ceniza y el holln que le ensuciaba las rodillas.

    --Muy bueno, seorita Sturbridge. Por un instante me habaengaado. Que le ayude a completar el rito...

    --Lo digo muy en serio, Mr. Stephens. Lo nico que le pido esuna muestra de cortesa elemental hacia su anfitriona. Si no estdispuesto a concederme esto siquiera, no tenemos nada ms quediscutir.

    Stephens decidi intentarlo por ltima vez. Quiz pudierahacerle ver los hechos.--Mire, sabe que no puedo hacer eso, seorita Sturbridge. Mi

    juramento es para la Orden. Y mi deber bien pudiera obligarme ahacer cosas que, francamente, una dama como usted no deberatolerar en sus huspedes. Hemos venido para poner fin a una seriede asesinatos, seorita Sturbridge. Eso no es algo que se tome a la

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    ligera. Haremos lo que sea necesario para restaurar la seguridad deesta capilla. Y si eso implica pisar unos cuantos callos y saltarseunas cuantas convenciones sociales... en fin, considerara que es unprecio muy pequeo.

    --Ya veo --dijo Sturbridge, al cabo--. Comprender usted

    entonces que diga que el riesgo de que usted muera me supone unprecio demasiado elevado a cambio de correr el riesgo de ponerlo enlibertad. De buena fe le garantizo que no puedo intentar liberarlo deeste diagrama, Mr. Stephens.

    --En tal caso, yo dira que estamos en un punto muerto. Ustedno puede sacarme... por miedo a matarme, como usted dice. Yninguno de los dos podemos quedarnos aqu plantados, mirndonoscon mala cara hasta que amanezca. Alguna sugerencia?

    Sturbridge no le devolvi la sonrisa.--Est usted seguro de que no quiere pensrselo? Le ofrezco

    la oportunidad de gozar de mi proteccin. Podr irse libremente y nosufrir dao ni reproche alguno mientras permanezca en mi casa.Tambin se librar de la indignidad de verse obligado por suscolegas a hacer algo que pudiera... pesarle.

    Stephens neg con la cabeza, compungido.--No se lo tome como algo personal, seorita Sturbridge. Pero

    no estoy seguro de qu podra servirle mi promesa si tuviera quequebrantar un juramento para realizar otro.

    --No lo tena a usted por un idealista, Mr. Stephens.Evidentemente, si decide usted despreciar mi proteccin, yo no mehago cargo de...

    --Quiere que sea ms pragmtico, seorita Sturbridge?Sinceramente, aun entre los muros de esta capilla, su "proteccin" novale gran cosa. Y si tengo que elegir entre usted o Viena, no voy a

    pensrmelo dos veces.Era Sturbridge la que hubo de mostrarse desconcertada en esemomento.

    --Le agradezco su franqueza, Mr. Stephens. Ya veo que nopiensa cambiar de opinin al respecto. Es una lstima. Las cosashabran sido mucho ms fciles, para ambos, si hubiera accedidousted a prometerme su apoyo. Me temo que ahora nos hemos

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    quedado sin opciones. Tendr que regresar usted a las criptas poruna temporada. Dgame, lo estiman sus colegas, Mr. Stephens?

    Stephens mene la cabeza ante el sbito cambio deconversacin.

    --No s si la sigo, seorita Sturbridge.

    --Ver, se me ocurre que su "vida", a falta de una palabramejor, bien pudiera ser lo nico de valor que pueda aportar a lasnegociaciones con sus compaeros. Dgame, Mr. Stephens, cmotiene usted ms valor para sus compaeros, vivo o muerto?

    Stephens haba recuperado su porte suficiente y flemtico.--Eso no le va a funcionar, seorita Sturbridge. Los Astores no

    negocian con secuestradores. Sugiralo siquiera y acabarn conusted en el...

    Sturbridge se encogi de hombros.--Qu pena. Entonces, supongo que lo mejor sera fingir que

    ha ocurrido un accidente. Oh, no se sorprenda, Mr. Stephens.Aunque los rumores digan lo contrario, no tengo por costumbreasesinar novicias ni invitados. Slo lo menciono porque me gustaraque pensara en mi oferta durante su confinamiento.

    Stephens quiso responder, pero Sturbridge hizo un gesto denegacin con la mano y ataj sus palabras. l sigui vocalizando

    invectivas mientras ella se inclinaba sobre el diagrama y lo devolva alas criptas.

    Cuando su imagen hubo desaparecido, Sturbridge deshizo eldiagrama meticulosamente, eliminando toda posible salida. Sepregunt cunto tardaran en echarlo de menos. Luego se dispuso arestablecer el portal de acceso a la Capilla de los Cinco Distritos.

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    _____ 7 _____

    La balanza de Anubis

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    --La ltima vez que estuviste aqu --dijo por encima del hombroel Guardin de los Muertos con cabeza de chacal--, me fue imposibleconseguir que te estuvieras quieta. Te acuerdas? Mi pajarito bobo.

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    Pero ahora, ahora te contienes. Me pregunto por qu. No ser queme tienes miedo?

    Antgona se crisp.--No estoy asustada --dijo, en voz baja.

    El chacal no la contradijo.--Entonces, el problema es qu hacemos contigo, pequea.

    --La antorcha del chacal se haba consumido haca tiempo. Su viajepor los fros pasadizos subterrneos pareca no tener fin. Abra lamarcha sosteniendo el vaso canopio ante l a modo de linterna. Unadifusa luz rojiza emanaba del vaso. No era tanto que iluminara elcamino como que pusiera de relieve las sombras que los rodeaban.Con cuidado, Antgona sorteaba las tinieblas resaltadas, temiendodar un paso en falso en la oscuridad.

    Frente a ella, Anubis haba llegado a una vasta cmara, unasala de audiencias formal. La tenue luz roja refulgi en el oro bruidoal capturar la balanza que ocupaba el centro de la estancia. Eldelicado ingenio era tan alto como ella. Un juzgado, pens. La ideano la reconfort.

    Penda sobre el tribunal un silencio inquietante. Los nicossonidos que se escuchaban parecan araazos, como de ratas en lasparedes. El lento pero inexorable roer de las fuerzas de la

    degradacin y la corrupcin.--Ya hemos llegado --dijo su gua, con evidente entusiasmo--.

    Ponte cmoda, por favor. Ser un momento.Antgona se demor en la entrada. Se esforz por distinguir los

    reveladores sonidos del interior. El rascar de un estilo procedente delextremo ms alejado de la sala podra sealar la presencia de unescribano oculto que tomara nota de los actos. El persistenterepiqueteo de unas garras contra la piedra sin duda indicaba el

    inquieto deambular de alguna bestia enorme a lo largo de la pared deenfrente. Nada delataba, no obstante, si esperaba a ser juzgada o siella era la sentencia de otro.

    --Muy considerado por tu parte --llam Antgona--. Pero noquisiera que te tomaras ninguna molestia por m. Te agradecera queme indicaras el camino de vuelta. Luego me largo. Por nada en elmundo deseara ocasionarte ms molestias.

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    Su anfitrin se acerc a la balanza del centro de la sala ycomenz a ajustar el mecanismo.

    --Para nada. Es un placer tenerte de nuevo entre nosotros.Aunque has puesto el dedo en la llaga, tesoro. No te tomaste la

    molestia de planificar tu regreso con antelacin. Ahora tendrs quenegociar en, digamos, cierta inferioridad de condiciones.

    --Pero si esto es del todo inusitado --tartamude Antgona--. Osea, las otras veces, nunca tuve que preocuparme de regresar. Nohaba ningn sitio del que regresar. Simplemente me despertaba, enla cama, escuchando las crdulas monsergas que musitaba elmdico de turno. Nunca vi nada de... esto. Qu es este sitio?

    Anubis sonri sin apartarse de su tarea.--Mira a tu alrededor, pequea. No es la primera vez que

    vienes aqu. Conoces este lugar tanto como a m. Eso es bastante. Ynosotros tambin te conocemos a ti. A ti y tu espectculo deequilibrismo, tu jueguecito de las cornisas. De veras pensabas queibas a eludirnos indefinidamente?

    Antgona frunci el ceo y retrocedi un paso hacia elpasadizo.

    --No lo entiendo. A ti te conozco. Pero ste no es tu sitio. stees mirito. La danza del precipicio. Es algo personal, privado, ntimo.

    Y t no formas parte de l... nunca lo has hecho. No deberas estaraqu.

    --Ah, pero mira, lo cierto es que aqu estoy.Antgona mene la cabeza, obstinada.--No, esto es un error. T eres el producto de una poca

    diferente de mi vida, de una dinasta posterior. Pero si ni siquierasupe de tu existencia hasta aprender las costumbres de la Pirmide.

    --se es el problema? --El chacal fij su atencin en la otra

    cara de los platillos--

    . No se pueden olvidar las costumbres,pequea. Eso lo sabes. Estoy contigo ahora y lo estar siempre.Selah.

    --El rito no puede cambiar--insisti Antgona--. Es mo. Yo locre. Slo yo puedo alterarlo. Y no lo he alterado. No ha cambiadonada... la muda de la antigua piel, la adopcin de un nuevo nombre...

    Anubis se apart y examin su trabajo con ojo crtico.

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    --Silencio, pequea. Tienes razn; el rito no ha cambiado.Donde te confundes es al pensar que se origin contigo. Es msantiguo que t, mucho ms. Es tan antiguo como la magia de laspirmides, como el trnsito de una vida a la siguiente. De veras

    creas que t eras la primera? Que nadie haba probado antes eljuego letal de los cuchillos, las hierbas y las cornisas? Que nadiehaba coqueteado con la autoaniquilacin para luego apartarsebailando del borde del abismo? Claro que la parafernalia ceremonialha cambiado... ahora tenis a vuestra disposicin pistolas, pastillas ygas. Pero el juego sigue siendo bsicamente el mismo, no es as?

    Antgona se enfrent a su sonrisa socarrona.--No, en ningn momento quera decir eso. Ya s que ha

    habido otros que han... que se han quitado la vida. Yo me refera ami rito, mi rito personal. Ya me ha ayudado a salir antes de sta.Tiene que funcionar. No puedo estar...

    --Muerta sin ms? Acaso es eso algo tan terrible? Vamos,mrate! Pero si ests temblando, pequea. Acrcate.

    Ya haba dado un paso en direccin al acogedor abrigo de lavoz del chacal cuando se dio cuenta y se detuvo en seco.

    --No --insisti--. Hay una salida. Siempre la hay. El truco notermina hasta que vuelven a recomponerme. Hasta que despierto y

    veo a los mdicos cargndome de elixires polislabos yenvolvindome en inmaculados vendajes de color blanco...

    Anubis solt una risita gutural.--sa, pajarillo, es la magia ms antigua de todas. No

    reconoces la parafernalia que te rodea? No importa. Lo nico quedebe preocuparte es que el rito me fue concedido hace muchotiempo. Y t tienes que hacer lo mismo... confate a m. Basta. Ahora,no te muevas. La pirmide es una parte integral. Has pronunciado

    juramentos poderosos, juramentos de sangre. Ya no puedes hacer eltruco de pasar de una vida a la siguiente sin pasar por la pirmide yseguir sus reglas. Quiz nunca pudiste. Pero sa es otra cuestin.Estamos unidos, t y yo. Ser mejor que empieces a acostumbrarte.

    --Pero es que es eso. Ya no formo parte de la Pirmide. Mehan expulsado, soy una renegada, una paria...

    --Un chacal? --interrumpi Anubis, con su sempiterna y

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    deslumbrante sonrisa. No era del todo burlona; era ms biensabedora. Como si conociera los pensamientos de Antgona deantemano, antes de que ella pudiera expresarlos con palabras.

    Aunque quiz todos los pensamientos que hubieran de ser

    expresados se hubieran pronunciado ya en este sitio. Todos lospensamientos que pudieran ser expresados, tal vez. Esa sonrisacontrariaba a Antgona. No dejaba de imaginarse un boquete deltamao de su puo en medio de aquella resplandeciente hilera dedientes--. Siempre ests corriendo de un lado para otro --prosigui,antes de que ella pudiera responder a la ltima acusacin--. se esel nico propsito que define tu existencia. Da vrtigo mirarte.

    Antgona se revolvi incmoda frente a esta denuncia, pero serecompuso y se oblig a mantener el cuerpo rgido. A conservar suposicin exacta.

    --No estaba hablando de eso y lo sabes. Me refera a lo idiotaque es insistir en someterme a las tradiciones de mi gente cuandosta me ha vuelto la espalda. Me han apartado de esa tradicin demanera tajante. Si me encuentran, arder.

    El Chacal hizo un gesto de indiferencia.--Huyes de la vida, huyes de la muerte y ahora, al parecer,

    tienes que huir incluso de tus semejantes. Por qu no puedes

    quedarte quieta? Es como si hubiera una especie de vaco enormeen el mundo y t tuvieras que rellenarlo... con palabras, conaspavientos. Si insistes en desperdiciar el poco tiempo que te queda,te sugerira que al menos aplicaras tus esfuerzos con un poco msde estrategia. Por ejemplo, podras negociar tu liberacin. Muchos lohacen. Lo cierto es que ste sera el momento idneo para hacerlo.Cuando empiece el juicio, no tendremos ocasin de intercambiargalanteras.

    Estas palabras proyectaron un escalofro de aprensin querecorri la columna de Antgona. No le entusiasmaba enfrentarse a laprueba de la balanza del dios Chacal.

    --Negociar? Qu tengo yo que pudiera interesarte?--pregunt, circunspecta.

    --sa es la primera pregunta sensata que me haces desde quellegaste. Los suicidas andan siempre absortos en s mismos. Te

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    de cobre batido. Antgona no lograba imaginarse cmo haba llegadoall. Tuvo la fugaz impresin de que la haba depositado en su manouna mujer de muecas descubiertas tan plidas que parecanetreas. No saba cmo conseguan soportar el peso del tosco plato

    de cobre.Cuando el grial se hubo retirado de nuevo, Antgona escrut

    las sombras en un intento por divisar a su enigmtica portadora.Antes de que desapareciera el recipiente, le pareci ver unaaparicin de negra melena. La mujer plida era toda ngulos rectos:los hombros, los codos, la nariz, el mentn, todo afilado como unanavaja. Su tnica ceremonial asemejaba un mosaico de diamantesalternados, oscuros como una tumba y blancos como un sepulcro, unmagus arlequn.

    --Te encuentras ante el fulcro, el quid de la cuestin. --La vozdel Chacal se inmiscuy en los pensamientos de Antgona--. Slohay dos formas de salir de aqu. La primera pasa por el Devorador.Ese camino no te llevar a casa, pero al menos te liberars de laRota, la Gran Rueda. A menudo basta con eso. En cuanto a lasegunda manera, bueno, me parece que no hace falta que nospreocupemos de la segunda.

    Sin ms prembulos, pos la pluma en el platillo opuesto. La

    balanza permaneci inmvil.El chacal levant sus zarpas de bano, en ademn apenado.--Lo que me tema.--A ver, un momento. sa es tu prueba? Esa puetera jarra

    pesa ms que la pluma! Cmo se va a equilibrar la balanza? --Seacerc a los platillos, furibunda.

    --Te garantizo que mis medidas eran exactas. Y tenan encuenta el peso del recipiente. Aqu soy tu patrn, Antgona. Tu

    abogado. Pero la balanza no engaa. Todos debemos acatar suveredicto.Antgona lo fulmin con la mirada. Se escuch algo enorme

    que avanzaba arrastrndose por el suelo de piedra. No se atrevi amirar en la direccin del sonido.

    --De acuerdo, quieres comparar el peso de mi corazn con elde la Verdad? Pues comparmoslo. Pero que sea con el de mi

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    verdad, no con la de cualquier civilizacin rancia barrida de la faz dela tierra milenios antes de que yo naciera. Qu clase de prueba essa?

    Tena la mano convertida en un puo dentro del bolsillo de su

    hbito. Sac la afilada navaja de barbero y la abri, blandindolacontra su autoproclamado juez.

    ste no hizo ademn de defenderse, sino que se limit amostrarse ligeramente decepcionado por la actuacin de Antgona.

    --La Navaja de Occam --dijo ella, soltndola con desdn en labalanza, sumando su peso al de la pluma.

    Los platillos se movieron visiblemente.--Qu tal si aadimos la Lmpara de Digenes? O un

    volumen del De Ventas de Aquinas? Eso s que iba a inclinar labalanza a mi favor; pesa lo suyo.

    El chacal permaneci impasible ante su arrebato.--Te comportas como si fueran intercambiables, pequea --dijo.

    Sonri.--Maldita sea, quiero que me juzguen mis semejantes, segn

    los estndares de mi gente y mi cultura. No los de una vieja, mohosay medio olvidada...

    --Cuidado, tesoro. En mi casa, no se puede desdecir lo dicho.

    Y los nombres, una vez pronunciados, no pueden revocarse.Antgona rabiaba en silencio, abochornada por su mpetu,

    aunque segua sin estar dispuesta a dar el brazo a torcer.--Aunque visto que has decido respetar mi solicitud --continu

    Anubis, sin alterarse--, te conceder la tuya. Ests segura de quequieres ser juzgada segn los estndares de tu gente? De tuPirmide?

    Al escuchar la palabra "pirmide", Antgona levant la cabeza

    de golpe. Senta cmo se apretaba el nudo de la soga, pero otrojuicio --cualquier otro juicio-- tena que ser preferible a la alternativa.--Creo que correr el riesgo con los de mi especie.--Sea --enton el Chacal--. Aplazar el juicio de este tribunal.

    Tendrs ocasin de reunirte con los tuyos. Veremos qu sentenciaemiten sobre ti. Pero has de saber una cosa. Este aplazamiento estemporal... el parpadeo de un ojo en el da del juicio final. La prxima

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    vez que nos veamos, te enfrentars a la sentencia que emita estetribunal. Comprendido?

    Antgona no pudo por menos de asentir.--Gracias. El Seor de los Muertos es justo.

    --Otra cosa, pequea. No creas