una muerte en la familia - james agee

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    Jay Follet muere en accidentede trfico cuando regresa a casatras de atender una emergenciafamiliar. Su ausencia marca lasvidas de su esposa, Mary, y de susdos hijos de corta edad, Rufus, y lapequea Catherine. A travs de susrecuerdos, junto a los de otrosmiembros de la familia, sereconstruye todo el universo que lesuna y el vaco que produce su falta.

  • Mary busca refugio en susprofundas creencias religiosas,mientras la pequea Catherineapenas entiende lo que pasa. Encuanto a Rufus, sobre el que dealguna manera gira gran parte delpeso de la trama, la muerte de supadre le genera sentimientosencontrados. Aturdido por losmisterios del mundo de los adultosy apegado al mismo tiempo alingenuo placer de la infancia, ladramtica experiencia de laausencia paterna le ir acercando

  • progresivamente a una anticipada yforzada madurez. Una muerte en lafamilia es una obra sobre el dolor yel desconcierto que genera laprdida, la ausencia de un serquerido. Una novela poderosamenteemotiva, escrita con una inusualbelleza lrica y una apreciableinfluencia joyceana en algunospasajes. En Una muerte en lafamilia, James Agee hace un retratode una familia norteamericana en elcorazn de los agitados EstadosUnidos de 1915. Un retrato que en

  • buena medida es el de su propiafamilia. El padre de Agee, quetambin se llamaba Jay, muricuando l tena la misma edad queRufus, que curiosamente es elsegundo nombre del autor. Lanarracin transcurre en Knoxville,el pueblo natal de Agee. De algunamanera, los sentimientosexpresados en esta novelaautobiogrfica son los quemaduraron en el autor durante tresdcadas hasta que, con la distanciadel tiempo, pudo finalmente

  • expresarlos en negro sobre blanco.Tard siete aos en escribirla perolamentablemente no lleg a verlapublicada en 1957, ya que muri deforma repentina dos aos antes.Tampoco pudo ver el notable xitoque cosech entre lectores y crtica,que fue reconocido con el premioPulitzer de 1958.

  • Sinopsis Jay Follet muere en accidente detrfico cuando regresa a casatras de atender una emergenciafamiliar. Su ausencia marca lasvidas de su esposa, Mary, y desus dos hijos de corta edad,Rufus, y la pequea Catherine.A travs de sus recuerdos, juntoa los de otros miembros de lafamilia, se reconstruye todo eluniverso que les una y el vacoque produce su falta. Mary

  • busca refugio en sus profundascreencias religiosas, mientras lapequea Catherine apenasentiende lo que pasa. En cuantoa Rufus, sobre el que de algunamanera gira gran parte del pesode la trama, la muerte de supadre le genera sentimientosencontrados. Aturdido por losmisterios del mundo de losadultos y apegado al mismotiempo al ingenuo placer de lainfancia, la dramticaexperiencia de la ausencia

  • paterna le ir acercandoprogresivamente a unaanticipada y forzada madurez.Una muerte en la familia es unaobra sobre el dolor y eldesconcierto que genera laprdida, la ausencia de un serquerido. Una novelapoderosamente emotiva, escritacon una inusual belleza lrica yuna apreciable influenciajoyceana en algunos pasajes. EnUna muerte en la familia, JamesAgee hace un retrato de una

  • familia norteamericana en elcorazn de los agitados EstadosUnidos de 1915. Un retrato que enbuena medida es el de su propiafamilia. El padre de Agee, quetambin se llamaba Jay, muricuando l tena la misma edadque Rufus, que curiosamente esel segundo nombre del autor. Lanarracin transcurre enKnoxville, el pueblo natal deAgee. De alguna manera, lossentimientos expresados en estanovela autobiogrfica son los

  • que maduraron en el autordurante tres dcadas hasta que,con la distancia del tiempo,pudo finalmente expresarlos ennegro sobre blanco. Tard sieteaos en escribirla perolamentablemente no lleg averla publicada en 1957, ya quemuri de forma repentina dosaos antes. Tampoco pudo verel notable xito que cosechentre lectores y crtica, que fuereconocido con el premioPulitzer de 1958.

  • Ttulo Original: A death in the familyTraductor: Criado Fernndez, Carmen1957, Agee, James2007, Alianza EditorialColeccin: Alianza literariaISBN: 9788420648927Generado con: QualityEbook v0.70

  • James AgeeUna muerteen la familia

  • Una nota sobre estelibro James Agee muri repentinamenteel 16 de mayo de 1955. Esta novela,en la cual haba trabajado durantemuchos aos, se presenta aquexactamente tal y como l laescribi. No ha sido reescrita ynada se ha eliminado en ella,exceptuando unos cuantos pasajesdel primer borrador que el autorreelabor despus detalladamente y

  • un fragmento de unas siete pginasque los editores no lograron encajarsatisfactoriamente en el cuerpo dela obra.

    Agee haba finalizado Unamuerte en la familia antes de sumuerte y el nico problema de loseditores consista en insertar en elrelato varias escenas ajenas allapso temporal en que ste sedesarrolla. Finalmente se decidiimprimirlas en cursiva y colocarlasal final de la primera y segundapartes. Pareca presuntuoso tratar

  • de adivinar dnde podra haberlasincluido el autor. De este modo seobviaba tambin la necesidad decomponer un material de transicin.Se ha aadido el breve pasajetitulado Knoxville, verano de1915, que hace las veces deprlogo. No formaba parte delmanuscrito que dej Agee, pero,indudablemente, los editores lehabran instado a incluirlo en laredaccin final.

    Es imposible adivinar hastaqu punto l habra pulido o

  • reescrito la novela, ya que era unescritor meticuloso e incansable.Sin embargo, en opinin de suseditores, Una muerte en la familiaes una obra de arte casi perfecta. Elttulo, como el resto de la obra,corresponde a James Agee.

  • Knoxville: verano de1915 Hablamos ahora de las tardes deverano en Knoxville, Tennessee, enla poca en que yo viva all, tanperfectamente disfrazado de nioante m mismo. Era aqul unbloque un poco mezclado,bsicamente de clase media bajacon una o dos excepciones en unoy otro lados. Las casas estaban enconsonancia: edificios de madera

  • de tamao mediano,graciosamente decorados congrecas y construidos a fines delsiglo diecinueve y principios delveinte, con pequeos jardinesdelante y a los lados y otro msespacioso detrs, con rboles enlos jardines y con porches. Losrboles eran de madera blanda:chopos, tuliperos y lamos deVirginia. Una o dos casas estabanrodeadas de vallas pero, por logeneral, los jardines se solapaban,con slo aqu o all algn seto que

  • no prosperaba gran cosa. Habapocas amistades entre los adultosy no eran lo bastante pobres comopara que existiera entre ellos otrotipo de relacin ms ntima, perotodos se saludaban con la cabeza,se hablaban y hasta charlaban aveces, brevemente, acerca de cosastriviales en los dos extremos de logeneral o lo particular, y losvecinos ms prximos conversabanhabitualmente un buen ratocuando coincidan, a pesar de quenunca se visitaban. Muchos de los

  • hombres eran pequeoscomerciantes, uno o dos erandirectivos muy modestos, uno odos trabajaban con las manos, lamayor parte eran simplesoficinistas y casi todos tenanentre treinta y cuarenta y cincoaos de edad.

    Pero es de esas tardes de loque hablo.

    La cena era a las seis, y a lasseis y media haba terminado.Para cuando los padres y los niossalan, la luz del sol brillaba an

  • suavemente y con un lustre opaco,como el interior de una concha, ylos faroles de acetileno que sealzaban en las esquinas estabanencendidos en la luz del atardecer,y los grillos cantaban, y laslucirnagas ya haban salido, yunas cuantas ranas saltabanpesadamente sobre la hierbahmeda. Primero los nios corrandesenfrenados gritando losnombres por los que se conocan;luego, sin prisa, salan los padrescon sus tirantes cruzados y la

  • camisa sin cuello, de forma que elsuyo propio pareca largo yavergonzado. Las madres seguanen la cocina fregando y secando,guardando los cacharros,cruzando y volviendo a cruzar suspasos sin huella como los eternosviajes de las abejas y midiendo elcacao para el desayuno. Cuandosalan se haban quitado eldelantal, y tenan la falda mojada,y se sentaban silenciosamente enlas mecedoras de los porches.

    No es de los juegos a los que

  • jugaban los nios en aquellastardes de lo que quiero hablarahora, sino de una atmsfera quese creaba al mismo tiempo y quepoco tena que ver con ellos: la delos padres de familia, cada uno ensu propio espacio de csped, consu camisa plida como un pez bajoaquella luz no natural y su rostrocasi annimo, regando su jardn.Las mangueras se acoplaban a lasespitas que sobresalan de loscimientos de ladrillo de las casas.Las lanzas se ajustaban de

  • diversas maneras, perogeneralmente de forma quearrojaran un largo y dulcesurtidor de agua pulverizada, laboquilla mojada en la mano y elagua goteando a lo largo delantebrazo derecho y el puoarremangado y trazando un conode curva baja y larga con unsonido delicado. Primero, un ruidoenloquecido y violento en laboquilla, luego el sonido todavairregular del ajuste, despus elacomodo a un flujo regular y a un

  • tono tan perfectamente afinadocon respecto al tamao y al estilode la corriente como un violn.Tantas calidades de sonidoprocedentes de una solamanguera; tantas diferenciascorales en las distintas manguerasal alcance del odo. A partir decada una de ellas el silencio casicompleto del fluir del agua, elbreve arco trazado por las gotasseparadas, silencioso como elaliento contenido, y un nicoruido, el agradable sonido que

  • causaba cada gotern al caersobre las hojas y sobre la hierbacastigada. Eso, y el intenso siseoque acompaaba a la intensacorriente; eso, y la intensidad quese haca no menos sino mstranquila y delicada con cada girode la lanza hasta llegar a un suavesusurro cuando el agua no erasino una amplia campana formadapor una pelcula de agua. Sinembargo, en su mayora lasmangueras se ajustaban de unaforma muy semejante, alcanzando

  • un compromiso entre la distancia yla dulzura del roco (y sin dudahaba una sensibilidad artsticatras este compromiso, y un deleiteprofundo y tranquilo, demasiadoreal para reconocerse a s mismo),y los sonidos, por lo tanto, seajustaban a un tono muy parecido,punteados por el resoplido delarranque de una nueva manguera,adornados por un hombre quejugueteaba con la lanza, haciendosentir un vaco, como el que sienteDios cuando muere un gorrin,

  • cuando slo uno de ellos desista,diferentes, aunque semejantes,todos ellos y todos ellos sonandoal unsono. Estas dulces y plidascorrientes arrastran consigo a laluz del atardecer su palidez y susvoces, las madres que mandancallar a sus hijos, el silencioprolongado artificialmente, loshombres, tranquilos y silenciosos,encerrados como caracoles en laquietud de aquello en que cadauno se ocupa individualmente, elorinar de unos nios enormes en

  • posicin vagamente militar frentea una pared invisible, felices ysosegados, saboreando lamezquina bondad de su vida comosaborean en la boca la recientecena, mientras las cigarrasprolongan el sonido de lasmangueras en una clave muchoms alta y aguda. El ruido quehacen las cigarras es seco, y noparece el resultado de una friccino de una vibracin, sino que surgede ellas como surge un alientoinextinguible a travs de un

  • pequeo orificio. Nunca se oye unasola, sino la ilusin de que son almenos un millar. El sonido quecada una produce se ajusta a unregistro clsico respecto al cualninguna se desva ms de dostonos completos; y, sin embargo,nos parece or cada cigarra comodistinta del resto, y hay unapulsacin larga y lenta en esesonido como el arco apenasdefinido de un puente largo y alto.Estn en cada rbol, de forma queel ruido parece llegar al tiempo de

  • todas partes y de ninguna, de todoel cielo nacarado, estremeciendotu carne y atormentando tustmpanos, el ms audaz de todoslos ruidos nocturnos. Y sinembargo, es habitual en las nochesde verano, y pertenece a esa grancategora de sonidos a la quecorresponden el ruido del mar y elde su nieta precoz, la sangre,aquellos que slo nos damoscuenta que omos cuando nossorprendemos escuchndolos.Mientras tanto, desde all abajo

  • en la oscuridad, justo ms all delhorizonte oscilante de lasmangueras, transmitiendo siemprela sensacin de la hierbahumedecida por el roco y sufuerte olor de un verde negruzco,surgen los ruidos regulares,aunque espaciados, de lascigarras, cada uno de ellos unsonido dulce, argentino y froformado por tres notas como sialguien pasara uno a uno treseslabones iguales de una pequeacadena.

  • Pero ahora los hombres, unopor uno, han silenciado susmangueras y las han escurrido yenrollado. Ahora slo quedan dos,ahora uno, y slo ves una camisafantasmagrica con ligas en lasmangas y el grave misterio de unrostro tan apacible como la caralevantada de una res que sepregunta acerca de tu presencia enuna oscura pradera; y ahora ltambin se ha ido y ha llegado esahora del atardecer en que todos sesientan en el porche mecindose

  • tranquilamente, y hablandotranquilamente, y mirando la calley cmo se elevan en la esfera de supropiedad los rboles, los refugiospara pjaros y los cobertizos.Pasa gente; pasan cosas. Uncaballo tirando de una calesa yquebrando su hueca msica dehierro sobre el asfalto; unautomvil ruidoso; un automvilcallado; parejas que andan sinprisa, arrastrando los pies,balanceando el peso de suscuerpos estivales, hablando

  • despreocupadamente mientrasflota sobre ellas un sabor devainilla, de fresa, de cartn y deleche, y, sobre ellos, la imagen deamantes y jinetes completada conpayasos en un mbar sin matices.Un tranva eleva su quejido dehierro, se detiene, suena lacampanilla, y arranca entreestertores, despertando y elevandode nuevo su quejido de hierro, ysus ventanillas doradas y susasientos de paja pasan, y pasan, ypasan, deslizndose ante los ojos

  • de todos, mientras una plidachispa maldice y crepita sobre lcomo un espritu maligno decididoa seguir sus huellas; arrecia elsonido de su quejido de hierroconforme acelera; arrecia anms, se apaga; se detiene, se oyedbilmente el sonido estridente dela campanilla; arrecia de nuevo,se apaga, se va apagando, elsonido va arreciando, arrecia, seapaga, se desvanece ignorado,olvidado. Ahora la noche es unroco azul.

  • Ahora la noche es un roco

    azul; mi padre ha escurrido y haenrollado la manguera.

    All abajo, a lo largo delcsped de los jardines, alienta unfuego que se extingue.

    Satisfecho, plateado, como undestello de luz, cada grillo repiteuna y otra vez su comentario sobrela hmeda hierba.

    Un sapo fro chapotea confuerza.

    En las hmedas sombras de

  • los jardines laterales, unos nioscasi enfermos de alegra y demiedo observan cmo un poste detelfonos va quedando indefenso.

    En torno a la luz blanca delos faroles de las esquinas,insectos de todos los tamaos seelevan como sistemas solares,elpticos. Unos cuantos decaparazn duro, agresores, semagullan; uno de ellos ha cadoboca arriba y agita sus patas en elaire.

    Los padres, en los porches, se

  • mecen y se mecen. De las hmedasguirnaldas cuelgan los rostrosantiguos de los dondiegos.

    El ruido seco y exaltado delas cigarras, que llena el aireentero, hechiza mis tmpanos.

    Sobre la hierba hmeda del jardntrasero, mi padre y mi madre hanextendido cobertores. Todos nosechamos en ellos, mi madre, mipadre, mi to, mi ta, y yo tambin.Primero nos sentamos, despusuno de nosotros se tiende, y luego

  • todos nos tendemos, boca abajo ode lado, mientras ellos siguenhablando. No dicen mucho, y sucharla es tranquila, sobre nada enespecial, sobre absolutamentenada en especial, sobre nada. Lasestrellas son grandes y estnvivas; cada una de ellas es comouna sonrisa muy dulce y parecenestar muy cerca. Todos misparientes tienen cuerpos msgrandes que el mo, son tranquilosy sus voces son amables y carecende sentido, como las de los pjaros

  • dormidos. Uno de ellos es pintor yvive en casa. Otra es msica y viveen casa. Otra es mi madre, que esbuena conmigo. Otro es mi padre,que es bueno conmigo. Por azarestn todos aqu, en esta tierra; yquin podr describir nunca latristeza que produce estar tendidoen ella un atardecer de verano,sobre cobertores, sobre la hierba yrodeado de ruidos nocturnos. QueDios bendiga a los mos, a mi to,a mi ta, a mi madre, a mi pobrepadre. Recurdalos, oh, con amor

  • en sus momentos de dificultad y enla hora de su partida.

    Al poco rato me llevan a lacama. El sueo, dulce sonrisa, meatrae a su seno; y los que tanplcidamente me tratan me recibencomo alguien familiar y querido enesta casa, pero nunca, ah, no, niahora ni nunca, nunca me dirnquin soy.

  • PRIMERA PARTE

  • Captulo 1

    Aquella noche durante la cena,como tantas otras veces, dijo supadre:

    Y si furamos al cine?Oh, Jay! dijo su madre

    . Ese horrible hombrecillo!Qu tiene de malo?

    pregunt su padre, no porque nosupiera lo que iba a decir, sino paraque lo dijera.

    Es tan desgradable! dijo

  • ella, como siempre. Tan vulgar!Con ese bastn tan desagradable,levantando faldas y todo tipo decosas, y con esos andares tandesagradables!

    Su padre se ech a rer, comosiempre, y Rufus pens que aquellose haba convertido en una bromavaca, pero, como siempre, la risale alegr; senta que rer le una asu padre.

    Rodeados de una claridadnacarada, fueron andando al centro,hasta el Majestic, y, a la luz de la

  • pantalla, encontraron sus asientosen medio de un estimulante olor atabaco rancio, a sudor maloliente, aperfume y a calzoncillos suciosmientras el piano tocaba una msicarpida y los caballos al galopelevantaban una grandiosa banderade polvo. Y ah estaba William S.Hart con sus dos revlvereslanzando llamaradas, y su alargadacara de caballo, y su boca grande ydura, y el paisaje se alejaba tras ltan ancho como el mundo. Despushaca un gesto tmido a una chica, y

  • su caballo levantaba el belfosuperior, y todos rean, y luegollenaban la pantalla una ciudad y laacera de una bocacalle y una largafila de palmeras, y aparecaCharlie. Todos se echaron a rer enel momento en que le vieron andarcon las rodillas separadas y laspuntas de los pies hacia fuera, comosi estuviera escocido; el padre deRufus se ri y Rufus se ri tambin.Esta vez Charlie robaba una bolsade huevos, y un polica vena, y llos esconda en el fondillo de sus

  • pantalones. Luego vea a una mujermuy guapa, y comenzaba a andarcon las rodillas dobladas, y a hacergirar su bastn y a poner carastontas. Ella ergua la cabeza y sealejaba con la barbilla muy alta,frunciendo todo lo que poda loslabios pintados de un color oscuro,y l la segua afanosamentehaciendo con su bastn todo tipo decosas que hacan rer a la gente,pero ella no le haca caso.Finalmente la mujer se detena enuna esquina para esperar un tranva,

  • de espaldas a l y haciendo como sino existiera, y despus de tratar deatraer su atencin, sin conseguirlo,Charlie se volva hacia el pblico,se encoga de hombros y hacacomo si fuera ella la que noexistiera. Pero despus de golpearel suelo con el pie un ratitofingiendo que no le importaba,volva a interesarse por ella, y conuna sonrisa encantadora tocaba elala de su sombrero hongo; entoncesella se ergua an ms, levantaba lacabeza de nuevo y todos se rean.

  • Luego l iba de un lado a otrodetrs de ella, sin dejar de mirarlay doblando las rodillas mientrasandaba sin hacer ningn ruido, ytodos se rean de nuevo; despus,con un movimiento rpido, coga elbastn por el extremo recto y, conel extremo curvado, le levantaba lafalda hasta la rodilla, exactamentede ese modo que tanto disgustaba amam y mirando vidamente suspiernas, y todos se reanestrepitosamente; pero ella hacacomo si no hubiera notado nada.

  • Luego l haca girar su bastn y depronto se pona en cuclillas, sesuba los pantalones, y de nuevo lelevantaba la falda para quepudiramos ver las bragas quellevaba, que tenan casi tantosvolantes como los bordes de losvisillos, y todos volvan a rer acarcajadas, y entonces ella se dabala vuelta furiosa y le daba unempujn en el pecho, y l se caasentado con las piernas rgidasdndose un golpe que por fuerzatena que dolerle, y todos se rean

  • de nuevo a carcajadas; y entoncesella se alejaba altiva por la calleolvidndose del tranva, hecha unbasilisco, como deca su padrecon regocijo; y all quedabaCharlie, sentado en la acera, y porsu expresin, como de asco ydisgusto, veas que de pronto seacababa de acordar de los huevos,y en ese momento t tambin teacordabas de ellos. La expresin desu cara, con el labio fruncidodejando ver los dientes y susonrisita de asco, te haca

  • experimentar la sensacin que esoshuevos rotos deban de producir enlos fondillos, una sensacin tan raray tan horrible como la que sinti lese da en que llevaba aquel trajeblanco de piqu, cuando aquello leresbal a lo largo de las pernerasmanchando el pantaln y loscalcetines y tuvo que volver a casade ese modo mientras la gente lemiraba. El padre de Rufus sedesternill de risa como todos losdems, y a Rufus le dio lstima deCharlie por haberse encontrado

  • haca poco en un trance similar,pero la capacidad de contagio de larisa fue demasiado para l y seech a rer tambin. Y luego an fuems divertido cuando Charlie selevant de la acera con muchocuidado, con esa sonrisa de ascoan ms pronunciada en la cara, yse puso el bastn bajo el brazo, ycomenz a pellizcarse lospantalones, por delante y pordetrs, con mucho cuidado y con losmeiques levantados, como siestuvieran demasiado sucios para

  • tocarlos, apartando de la piel la telapegajosa. Luego se llev la mano ala espalda, y sac la bolsa llena dehuevos rotos, y la abri, y mir ensu interior; y sac un huevo roto ysepar con asco las dos mitades dela cscara dejando que la yemaresbalara de la una a la otra, yluego lo solt con un gesto dedisgusto. Despus volvi a mirar alinterior y sac un huevo entero, conla cscara pegajosa por la yema quela recubra, y lo limpi frotndolocuidadosamente en la manga, y lo

  • mir, y lo envolvi en su pauelosucio y se lo guardcuidadosamente en el bolsillo delpecho de su chaqueta. Luego sesac el bastn de debajo de laaxila, lo empu de nuevo y,dirigiendo una mirada final a todos,an con su sonrisa de asco peroalegre al mismo tiempo, se encogide hombros, se volvi de espaldas,ech hacia atrs con sus zapatones,como un perro, las cscaras rotas yla bolsa pegajosa, se volvi a miraraquel revoltijo (todos se rieron de

  • nuevo cuando lo hizo) y comenz aalejarse inclinando mucho el bastncon cada paso y separando ms quenunca las rodillas dobladas,pellizcndose constantemente elfondillo de los pantalones con lamano izquierda, sacudiendoprimero un pie y luego el otro,rebuscando a fondo una vez en suspantalones, parndose despus parasacudirse entero como un perromojado y echando a andar otra vez,mientras, en la pantalla, se cerrabaen torno a su figura un repentino

  • crculo de oscuridad; luego, elpianista toc otra cancin yvinieron los anuncios fijos en color.Se quedaron a ver el comienzo dela pelcula de William S. Hart paraasegurarse de por qu haba matadoal hombre que llevaba aquelchaleco tan elegante tal comohaban supuesto, por la cara entreasustada y complacida de la chicadespus del suceso, el hombre lahaba ofendido y haba estafado asu padre, y entonces el padre deRufus dijo: Creo que fue aqu

  • donde llegamos, pero vieron cmoHart volva a matar al hombre yluego salieron.

    Haba anochecido totalmente,pero an era temprano; la calle Gayestaba llena de rostros absortos;muchos de los escaparates seguanencendidos. Figuras de escayola, enposturas elegantes, vestanrgidamente ropas nuevasintocables; hasta un nio haba, conpantaln corto recto, las rodillas alaire y calcetines largos,evidentemente un mariquita, pero

  • llevaba una gorra y no un gorrocomo un beb. Todo el interior deRufus se revolvi al ver la gorra.Mir a su padre, pero ste no se diocuenta; su cara reflejaba el buenhumor de la memoria de Charlie. Alrecordar la negativa del aoanterior, aunque en ese caso habaprocedido de su madre, Rufus tuvomiedo de hablar de ello. A su padreno le importara, pero ella noquera que llevara gorra todava. Siahora se la peda a su padre, stedira que no, que con Charlie

  • Chaplin era suficiente. Mir lascaras absortas que se adelantabanlas unas a las otras y las grandesletras luminosas de los letreros:Sterchis, Georges. Ahorapuedo leerlos, pens. Hasta puedodecir Sturkeys. Pero pens queera mejor no decir nada; recordcmo su padre le haba dicho Note jactes y cmo habapermanecido perplejo y comoatontado en el colegio durantevarios das a causa del tono severode su voz.

  • Qu significaba jactarse?Algo malo, sin duda.

    Doblaron la esquina y entraronen una calle ms oscura, donde losrostros, menos frecuentes, parecanms secretos, y se adentraron en laextraa luz incierta de la Plaza delMercado. Estaba casi vaca aaquella hora, pero aqu y all, a lolargo del pavimento recorrido porregueros de orina de caballo, sevea una carreta y el dbilresplandor del fuego brillando atravs de la lona blanca tensada

  • sobre los aros de nogal. Un hombrede rostro oscuro estaba apoyado enla blanca pared de ladrillosroyendo un nabo; los mir con ojosplidos y tristes. Cuando el padrede Rufus levant la mano en unsaludo silencioso, l levant lasuya, aunque menos, y el nio, alvolverse, vio cmo les segua consu mirada triste y, de algn modo,peligrosa. Pasaron junto a unacarreta en la que arda una luz bajade color naranja; yaca en ella todauna familia, grandes y pequeos, en

  • silencio, dormidos. En el extremode una carreta estaba sentada unamujer, su rostro apenas visible bajoel volante de su cofia, a cuyasombra brillaban sus ojos oscuroscomo dos manchas de holln. Elpadre de Rufus desvi la mirada yse toc ligeramente el ala de susombrero de paja; y Rufus, alvolverse, la vio mirar al frentedulcemente con sus ojos muertos.

    Bueno dijo su padre,creo que voy a echar un trago.

    A travs de unas puertas

  • batientes, entraron en una explosinde olores y sonidos. No habamsica: slo la densidad de loscuerpos y el olor a bar de mercado,a cerveza, a whisky y a cuerposllegados del campo, a sal y a cuero;nada de bullicio, slo la quietudespesa de las conversacionesahogadas. Rufus se qued de pie,mirando la luz reflejada en unaescupidera mojada; oy a su padrepedir un whisky y supo que estabamirando a lo largo de la barra porsi conoca a alguien. Pero

  • raramente vena nadie desde unlugar tan lejano como el valle delro Powell, y Rufus supo muypronto que su padre, esa noche, nohaba encontrado a ningnconocido. Levant la mirada hacial y vio cmo se inclinaba haciaatrs apurando la copa de un solotrago con gesto seorial, y unmomento despus le oy decir alhombre que tena al lado Es mihijo, y experiment la calidez delamor. Enseguida sinti bajo susaxilas las manos de su padre que le

  • levantaban del suelo, le suban y lesentaban en la barra, y se encontrmirando una larga fila de rostrosrojizos barbados o con una barbaincipiente. Los ojos de los hombresque estaban ms cerca de l semostraron interesados y amables;algunos sonrieron; los que estabanms lejos le miraron con ojosimpersonales e inquisitivos, peroincluso algunos de ellos esbozaronuna sonrisa. Con cierta timidez,pero seguro de que su padre sesenta orgulloso de l, y de que caa

  • bien a esos hombres y esos hombresle caan bien a l, les sonri a suvez, y de pronto muchos de ellos seecharon a rer. Su risa ledesconcert y durante un momentodej de sonrer; luego, al darsecuenta de que era una risa amable,sonri de nuevo, y otra vez ellos seecharon a rer. Su padre le sonri.Es mi hijo dijo con afecto.Seis aos y lee como no lea yocuando le doblaba la edad.

    Rufus not un sbito vaco ensu voz, y a todo lo largo de la barra,

  • y tambin en su propio corazn.Pero no dices cmo pelea, pens.Cuando tu hijo es valiente, no tejactas de su inteligencia. Sinti laangustia de la vergenza, pero supadre no pareci notarlo, exceptoque, tan repentinamente como lehaba subido a la barra, le volvi abajar con suavidad. Creo que voya tomar otro whisky, dijo, y lobebi ms despacio, y luego, conunos cuantos buenas noches,salieron del local.

    Su padre le ofreci un

  • caramelo de menta, cortsmente, dehombre a hombre; l lo aceptdando a esa cortesa un sentidoespecial. Sellaba su acuerdo. Slouna vez su padre haba consideradonecesario decirle: Yo en tu lugarno se lo dira a mam; desde aquelmomento haba sabido que podaconfiar en Rufus y Rufus le habaagradecido su callada confianza. Sealejaron de la Plaza del Mercadopor una calle oscura y casi vaca,chupando sus caramelos de menta, yel padre de Rufus pens, sin

  • especial preocupacin, que uncaramelo no sera suficiente, quems le valdra esa noche fingir queestaba muy cansado y volverse deespaldas en el momento en que seacostaran.

    El asilo de sordomudos estabasordo y mudo, observ su padre envoz muy baja como haca siempreen esas noches, como con cuidadode no despertarlo; sus ventanasdestacaban negras sobre el ladrilloplido como los ojos de laenfermera y el edificio se alzaba

  • profundo y silencioso entre lasleves sombras de los rboles. Msadelante, la avenida Asylum yacadesolada bajo las farolas. Tras elcierre metlico de una casa deempeos, un viejo sable reflejabala luz de un farol y brillaba elvientre de una mandolina. En unafarmacia cerrada se alzaba unaVenus de Milo con el cuerpodorado ceido por tiras elsticas.Las vidrieras de colores de laestacin del ferrocarril de la lneaLouisville & Nashville ardan como

  • una mariposa exhausta y en mediodel viaducto se detuvieron parainhalar la rfaga de humo de unalocomotora que pasaba por debajo;Rufus, all arriba, con la carbonillapicndole en la cara, se alegr deno temer ya ni aquella suspensinsobre las vas ni las potenteslocomotoras. All lejos, en laestacin, una luz roja cambi averde; un momento despus oyeronun clic electrizante. Eran las diez ysiete minutos en el reloj de laestacin. Siguieron adelante, ms

  • lentamente que antes.Si pudiera pelear, pens

    Rufus. Si fuera valiente, l no sejactara de cmo leo. Jactarse.Naturalmente. No te jactes. Esoera. Eso era lo que significaba. Note jactes de que eres listo si no eresvaliente. No tienes nada de qujactarte. No te jactes.

    Las hojas tiernas de la avenidaForest temblaban contra los farolesde la calle mientras ellos seacercaban a la esquina de su calle.

    Haba all un solar vaco, en

  • parte de tierra desnuda y en partecubierto de malas hierbas, que seelevaba un poco sobre la acera. Apoca distancia de sta haba unrbol de tamao mediano y, tancerca de l como para quedar a susombra durante el da, unafloramiento de piedra caliza quepareca un gran bulto de ropa sucia.Si te sentabas en cierto lugar, eltronco del rbol tapaba la luz delfarol que quedaba a una manzana dedistancia y todo pareca muyoscuro. Cada vez que iban al centro

  • y volvan a casa ya de noche,comenzaban a andar ms despacioaproximadamente desde la mitaddel viaducto, y cuando se acercabana esa esquina caminaban an mslentamente aunque con decisin, sedetenan un momento en el borde dela acera y luego, sin hablar, seadentraban en el solar oscuro y sesentaban en la roca mirando la caraabrupta de la colina y las luces delnorte de Knoxville. En laprofundidad del valle, unalocomotora tosi y se detuvo; se

  • asentaron las largas cadenas queunan los enganches y los vagonesvacos resonaron como tamboresrotos. Un hombre avanz desde elextremo de la calle, andando nideprisa ni despacio, y se detuvo sinvolver la cabeza y sin reparar en supresencia; le siguieron con lamirada hasta que dejaron de verle yRufus sinti, seguro de que su padresenta lo mismo, que aunque aquelhombre no causaba ningn mal consu presencia y que tena tantoderecho como ellos a estar all, su

  • regreso haba quedado interrumpidodesde el momento en que habaaparecido hasta que le habanperdido de vista. Una vez quedesapareci, experimentaron en suintimidad un placer mayor queantes; realmente se sintieron a gustoen ella. Miraron a travs de laoscuridad las luces del norte deKnoxville. Sentan la presencia delas hojas silenciosas sobre suscabezas, y las miraron, y miraron atravs de ellas. Entre las hojasmiraron hacia las estrellas.

  • Generalmente, durante esas esperasnocturnas o pocos minutos antes dereemprender el camino, el padrefumaba un cigarrillo entero, ycuando acababa, haba llegado elmomento de levantarse y seguirhacia casa. Pero esta vez no fum.Hasta haca poco, siempre habadicho que Rufus estaba cansadocuando todava se hallaban como auna manzana de aquella esquina,pero ltimamente no deca nada y elnio cay en la cuenta de que si sedetenan era tanto por l como

  • porque su padre lo deseaba.Sencillamente no tena prisa porllegar a casa, descubri Rufus; y, loque era mucho ms importante,estaba claro que le gustaba pasaresos pocos minutos con l.ltimamente Rufus haba llegado asentir una especie de secretaexpectacin con respecto a aquellaesquina desde el momento en queterminaban de cruzar el viaducto, ydurante esos diez o veinte minutosque pasaban sentados en aquellaroca experimentaba una especial

  • satisfaccin, diferente de cualquierotra que hubiera conocido hastaentonces. No poda plasmarla ni enpalabras ni en ideas, ni conoca elmotivo que la provocaba; radicabasimplemente en todo lo que vea ysenta. Radicaba, sobre todo, ensaber que su padre senta alltambin una especial satisfaccin,diferente de cualquier otra, que lasatisfaccin que ambosexperimentaban era muy semejante,y que la del uno dependa de la delotro. Raramente haba advertido

  • Rufus con claridad que su padre yl estuvieran distanciados, y, sinembargo, tenan que haberlo estado,y l sin duda haba tenido quepercatarse de ello, porque siempre,durante esos momentos detranquilidad que pasaban en la roca,parte de su completa satisfaccin sedeba al convencimiento de que sehaban reconciliado, de querealmente no haba entre ellosdivisin ni distanciamiento, o que silo haba no poda ser muy profundo,y, en cualquier caso, no poda

  • significar mucho en comparacincon esa unin tan firme y segura quese daba entre ellos en ese lugar.Intua que aunque su padre seencontraba bien en su hogar y losquera a todos, senta una soledadmayor que la que el amor de sufamilia poda compensar, y que eseamor aumentaba incluso su soledado le haca ms difcil noexperimentarla. Intua que cuandoestaban sentados all su padre no sesenta solo; o que si lo haca, eracapaz de llegar a avenirse con su

  • soledad; que echaba de menos sutierra, y que en aquella roca, aunquequiz le embargara esa nostalgiams que nunca, se encontraba bien.Saba que una parte importante deesa sensacin se deba al hecho depermanecer unos minutos fuera decasa, tranquilamente, en laoscuridad, escuchando las hojas sise movan y mirando las estrellas; yque su presencia, la presencia deRufus, era totalmente indispensablepara que ese bienestar se produjera.Saba que los dos saban del

  • bienestar del otro y lo que lomotivaba, y saba hasta qu puntocada uno de los dos dependa delotro, que para cada uno de ellos elotro era, en este sentido, msimportante que ningn otro, ms quenadie o ms que nada en el mundo,y que lo mejor de su bienestar sedeba a ese conocimiento que ni seocultaban ni se revelabanmutuamente. Saba esas cosas contoda claridad, pero, naturalmente,no de la forma en que solemosexpresarlas con palabras. Ni en el

  • hombre ni en el nio existanpalabras, ni siquiera ideas niemociones, del tipo de lassugeridas aqu. La conciencia deesas cosas les llegaba claramente atravs de los sentidos, la memoria,los sentimientos, la mera sensacinque produca el lugar en que sedetenan a cuatrocientos metros decasa, sobre una roca, bajo un rbolperdido que haba crecido en laciudad, con los pies sobre unatierra no domesticada, mirando, atravs de la noche y por encima de

  • las vas del ferrocarril del Sur,hacia el norte de Knoxville y hacialos profundos pliegues de lascolinas y el valle del ro Powell,mientras sobre ellos temblaban lasluces del universo, que parecan tancercanas, tan ntimas, que cuando labrisa mova las hojas y suscabellos, se dira que era el aliento,el susurro de las estrellas. A veces,aquellas noches, su padre tarareabay rompa el tarareo con una palabrao dos, pero nunca completaba niuna parte de la cancin porque el

  • silencio resultaba an msplacentero; a veces deca unascuantas palabras intrascendentes,pero nunca trataba de hablar mucho,ni de terminar lo que estabadiciendo, ni de escuchar unarespuesta, porque el silencio, denuevo, era an ms placentero.Rufus haba notado que, enocasiones, acariciaba la rocaarrugada y apretaba firmemente sumano contra ella, que apagaba elcigarrillo, y lo deshaca, y esparcael tabaco por el suelo cuando

  • apenas haba fumado la mitad. Peroesta vez estaba ms callado que decostumbre. Esta vez aflojaron elpaso un poco antes de lo habitual ycaminaron hacia la esquina un pocoms despacio, sin decir unapalabra, y dudaron antes de pasarde la acera a la tierra slo porpermitirse el lujo de la duda, y sesentaron en la roca sin romper elsilencio. Como de costumbre, elpadre de Rufus se haba quitado elsombrero y lo haba puesto sobre larodilla doblada, y, como de

  • costumbre, Rufus le haba imitado,pero esta vez su padre no li uncigarrillo. Haban esperadomientras el hombre pasaba ydesapareca, como si se hubieraentrometido en su intimidad, y luegose haban relajado en el placer questa les proporcionaba; pero estavez el padre de Rufus no canturre,ni dijo nada, ni siquiera toc laroca con la mano, sino quepermaneci sentado con las manoscolgando entre las rodillas mirandohacia el norte de Knoxville

  • mientras escuchaba el nerviosoensamblaje del tren; y despus deque reinara el silencio durante untiempo, levant la cabeza y mir lashojas, y mir entre las hojas a lasvastas estrellas, sin sonrer perocon los ojos ms calmados y msgraves y la boca ms fuerte y msquieta que Rufus le hubiera vistojams; y mientras miraba su rostro,Rufus sinti que la mano de supadre se posaba, sin tanteos nitorpeza, en su cabeza desnuda, leacariciaba la frente, le apartaba el

  • pelo de ella y luego sostena sunuca mientras l echaba hacia atrsla cabeza contra la mano firme, y,en respuesta a esa presin, la manoapretaba su oreja y su mejilladerechas, todo ese lado de sucabeza que despus su padre atraacon serenidad y con fuerza contra elspero tejido que cubra su cuerpo,a travs del cual Rufus poda sentirsu respiracin en sus costillas;luego le solt y Rufus se sentderecho mientras la mano reposabafirme sobre su hombro, y vio que

  • los ojos de su padre eran ahora anms claros y ms graves, y que lasprofundas arrugas que rodeaban suboca se relajaban satisfechas; ymir hacia arriba, a lo que lcontemplaba tan fijamente, las hojasque respiraban en silencio y lasestrellas que latan como corazones.Oy que su padre exhalaba un largoy profundo suspiro y decabruscamente: Bueno..., y luego lamano le solt y ambos selevantaron. Durante el resto delcamino ni hablaron ni se cubrieron.

  • Cuando casi se haba dormido,Rufus oy una vez ms elentrechocar de los vagones de lostrenes de mercancas, y, en laprofundidad de la noche, elentrechocar de voces y de palabrasapagadas, No: probablementevolver antes de que se duerman, yluego el leve crujido de unos pasosrpidos abajo. Pero para cuandooy el crujido de los pasos y lapartida del Ford, estaba tanprofundamente dormido que slo leparecieron una parte de su sueo, y

  • a la maana siguiente, cuando sumadre les explic por qu su padreno desayunaba con ellos, hasta talpunto haba olvidado aquellaspalabras y aquellos sonidos, queaos despus, al recordarlos, nuncapudo estar seguro de que no loshubiera imaginado.

  • Captulo 2

    Muy entrada la nocheexperimentaron la sensacin, en susueo, de estar siendo aguijoneadoscomo por un insecto persistente. Serevolvieron sus nimos ysacudieron manos impacientes, peroel causante del tormento no pudoser ahuyentado. Los dos sedespertaron en el mismo instante.En el vestbulo oscuro y vaco,solitario, el telfono chillaba

  • estridente, triste como un nioabandonado y an ms imperioso ensu exigencia de ser acallado. Looyeron sonar una vez y no semovieron mientras sus sensacionescristalizaban en irritacin, desafo yaceptacin de la derrota. Volvi asonar y en ese momento ellaexclam: Jay! Los nios!, y l,mientras grua No te muevas,puso los pies, con un golpe seco, enel suelo. El telfono volvi a sonar.l corri en la oscuridad, descalzo,de puntillas, maldiciendo entre

  • dientes. Por mucho que trat deadelantarse a l, volvi a sonarjusto cuando lo alcanz. Lointerrumpi en mitad de su grito yescuch con satisfaccin salvaje suestertor agnico. Luego se llev elauricular a la oreja.

    S? dijo en tonoamenazador. Diga.

    Es la residencia de...?Diga, quin es?Es la residencia de Jay

    Follet?Otra voz dijo:

  • Es l, telefonista. Djemehablar con l, es...

    Era Ralph.Diga? dijo l. Ralph?Un momento, por favor, su

    interlocutor no est conec...Jay?Ralph? S. Hola. Qu

    pasa?Porque haba algo raro en su

    voz. Seguro que est borracho,pens.

    Jay? Me oyes bien? Digoque si me oyes bien, Jay.

  • Y suena como si estuvierallorando.

    S, te oigo. Qu pasa?Padre, pens de repente.

    Seguro que se trata de padre; ypens en su padre y en su madre yle inund una oscuridad triste y fra.

    Se trata de padre, Jay dijo Ralph con una voz tandescompuesta por las lgrimas quesu hermano apart un poco eltelfono, contrada la boca en unamueca de disgusto. S que notengo derecho a despertarte a estas

  • horas, pero tambin s que nuncame perdonaras si...

    Basta, Ralph dijo.Djalo y dime qu pasa.

    Slo cumplo con mi deber,Jay. Por Dios todopoderoso que...

    Est bien, Ralph dijo l, te agradezco que hayas llamado.Ahora dime qu le pasa a padre.

    Acabo de llegar, Jay, eneste mismo momento. He venido acasa corriendo slo para llamarte...Claro que volver all enseguida,t...

  • Escucha, Ralph. Escchame.Me oyes? Ralph estaba ensilencio. Ha muerto o vive?

    Padre?Jay empez a decir S,

    padre, con una rabia tensa, perooy que Ralph comenzaba denuevo. No puede evitarlo, pens, yesper.

    Pues, no, no ha muerto dijo Ralph, desinflado.

    La oscuridad que inundaba aJay se disip considerablemente.Escuch con frialdad cmo Ralph

  • recompona sus sentimientos.Finalmente, con la vozadecuadamente temblorosa, Ralphdijo:

    Pero, Dios mo, esto pareceel final, Jay!

    Debera ir, verdad?Comenz a preguntarse si

    Ralph estara lo bastante sobriocomo para que pudiera confiar enl; Ralph le oy e interpreterrneamente la duda que haba ensu voz.

    Habl con dignidad:

  • Naturalmente, slo tpuedes decidirlo, Jay. S que apadre y a todos nosotros nosparecera muy raro que su hijomayor, el que siempre haconsiderado el ms...

    Esa nueva entonacin y esenuevo rumbo desconcertaron a Jaypor un momento. Luego comprendilo que insinuaba Ralph, lo quehaba interpretado errneamente ysupuesto acerca de l, y se alegrde no hallarse donde pudieragolpearle. Le cort.

  • Un momento, Ralph, esperaun momento. Si padre est tan mal,sabes muy bien que ir, as que nome vengas con sas...

    Pero, disgustado consigomismo, se dio cuenta de la pocaimportancia que tena discutir eseasunto con l y aadi:

    Escucha, Ralph, y no quieroreirte, slo escchame bien. Meoyes? Los pies y los brazos se leestaban quedando fros. Calent unpie poniendo el otro encima. Meoyes?

  • Te oigo, Jay.Ralph, entindelo bien. No

    quiero reirte, pero me parece quehas estado bebiendo. Ahora...

    Yo...Espera. Me importa un

    comino que ests sobrio o no. Lacuestin es sta, Ralph. Cuando unoest borracho, y lo s porque a mme pasa, tiende a exagerar...

    Crees que te estoymintiendo? T...

    Cllate, Ralph. S que nomientes. Pero cuando uno est

  • bebido puede hacerse una ideaexagerada de la gravedad de unasunto. Piensa un momento.Pinsalo bien. Y recuerda que nadieva a pensar mal de ti por cambiarde opinin o por haber llamado.Hasta qu punto est enfermorealmente, Ralph?

    Naturalmente, si no quierescreerme...

    Piensa, maldita sea!Ralph guard silencio. Jay

    cambi los pies de posicinponiendo encima del otro el que

  • tena debajo. De pronto se diocuenta de lo estpido que habasido al tratar de conseguir queRalph hiciera algo sensato.

    Escucha, Ralph dijo.S que no habras telefoneado de nohaber pensado que se trataba dealgo grave. Est Sally ah?

    S, claro. Est...Djame hablar con ella un

    momento, quieres?Ya te he dicho que est en

    casa.Y, naturalmente, madre est

  • con l.Claro, Jay, nunca se

    apartara de su lado. Madre...Y ha ido el mdico,

    supongo.Sigue con l. O segua

    cuando yo me fui.Qu ha dicho?Ralph dud. No quera

    estropear su historia.Dice que tiene alguna

    posibilidad, Jay.Por la forma en que lo dijo,

    Jay sospech que el mdico haba

  • dicho bastantes posibilidades.Estaba a punto de preguntar si

    haba dicho alguna posibilidad obastantes posibilidades cuando depronto se sinti ms disgustadoconsigo mismo, por discutir sobreaquello, que con Ralph. Adems,tena los pies tan fros queempezaban a picarle.

    Mira, Ralph dijo en untono de voz diferente. Estoyhablando demasiado. Yo...

    S, creo que ya casi hanpasado los tres minutos, pero qu

  • significan unos cuantos...Escucha. Voy para all.

    Creo que llegar hacia las... quhora es, lo sabes?

    Son las dos y treinta y siete,Jay. Saba que...

    Creo que llegar alamanecer. Dile a madre que voypara all lo ms deprisa posible.Ralph. Est consciente?

    A ratos. Ha estado diciendotu nombre, Jay, casi me parte elcorazn. Seguro que dar gracias alcielo porque su hijo mayor, el que

  • siempre ha considerado el mejor,haya pensado que vala la pena ve...

    Basta, Ralph. Quindemonios te crees que soy? Sirecupera el conocimiento dile quevoy para all. Ah, oye, Ralph...

    S?Ya no quera decirlo. Pero lo

    dijo de todos modos.S que no tengo derecho a

    decirte esto, pero... trata de nobeber tanto como para que lo notemadre. Toma un poco de caf antesde volver, eh? Caf solo.

  • S, claro, Jay, y no creasque me ofendo tan fcilmente. Noquiero aadir una ms a suspreocupaciones, ni en este momentoni por nada del mundo. Ya lo sabes.As que, gracias, Jay. Gracias porllamarme la atencin sobre eso. Nome ofendo. Gracias, Jay. Gracias.

    De nada, Ralph. No hay dequ aadi sintindoseexcesivamente crtico y un pocodisgustado de nuevo. Voy paraall. As que adis.

    Dile a Mary lo que pasa,

  • Jay. No quiero que piense mal dem por llamar a...

    No te preocupes. Loentender. Adis, Ralph.

    Yo no te habra llamado,Jay, si...

    No te preocupes. Graciaspor llamar. Adis.

    La voz de Ralph sonabainsatisfecha.

    Bueno, adis dijo.Quiere mimos, pens Jay. No

    se siente lo bastante valorado.Escuch. Segua al otro lado del

  • hilo. Al demonio, se dijo, y colg.Llorica, pens, y volvi aldormitorio.

    Cielo santo dijo Mary en vozbaja. Cre que nunca iba a pararde hablar.

    Bueno dijo Jay,supongo que no puede evitarlo.

    Se sent en la cama y busc atientas los calcetines.

    Se trata de tu padre, Jay?S dijo l mientras se

    pona un calcetn.

  • Ah, vas para all dijoMary, dndose cuenta de pronto delo que l estaba haciendo. Pos unamano sobre su hombro. Entonceses que es muy grave, Jay dijomuy suavemente.

    l se abroch la liga y pusouna mano sobre la de ella.

    Slo Dios lo sabe dijo.Con Ralph nunca se est seguro denada, pero no puedo permitirme ellujo de correr el riesgo.

    Claro que no Su mano semovi para darle unas palmadas; la

  • de l se movi con la suya. Leha visto el mdico? pregunt concautela.

    Dice que tiene algunaposibilidad, segn Ralph.

    Eso puede querer decirmuchas cosas. Quiz podrasesperar hasta maana. Quizentonces te enteres de que estmejor. No es que yo quiera...

    Como, para vergenza suya, lse haba estado haciendo esasmismas preguntas, volvi aexasperarse de nuevo. Una idea

  • cruz su mente. A ti te es fcildecirlo. No se trata de tu padre, y,adems, siempre le has mirado porencima del hombro. Pero alej esaidea de su mente hasta tal punto quese censur por haberla concebido, ydijo:

    Cario, yo esperara tantocomo t a ver qu nos dicenmaana. Puede que todo sea unafalsa alarma. S que Ralph pierdelos nervios con facilidad. Pero nopodemos correr ese riesgo.

    Claro que no, Jay se

  • levant de la cama con un granrevuelo.

    Qu vas a hacer?Tu desayuno dijo ella al

    tiempo que encenda la luz. Diosmo! dijo al ver el reloj.

    No, Mary. Vuelve a lacama. Puedo tomar algo en laciudad.

    No digas tonteras dijoella mientras se pona la bataapresuradamente.

    De verdad, ser igual defcil dijo l.

  • Le gustaban los restaurantesque abran por la noche y no habaestado en ninguno desde que habanacido Rufus. Se senta ligeramentedecepcionado. Pero, por encima detodo, le conmova la naturalidadcon la que Mary se levantaba porl, ya totalmente despierta.

    Eso ni pensarlo, Jay dijoella mientras se anudaba el cinturnde la bata. Se puso las zapatillas yse dirigi a toda prisa hacia lacocina. Se volvi y aadi, comoen un aparte: Trae tus zapatos a

  • la cocina.Mientras desapareca, la mir

    preguntndose qu demonios habraquerido decir con eso, y de prontole sacudi un resoplido de regocijocallado. Haba dicho tan seria, lode los zapatos... Dios mo, las diezmil cosas insignificantes en quepiensan cada da las mujeres acausa de los nios. Ni siquiera laspiensan, se dijo mientras se ponael otro calcetn. Es algoprcticamente automtico. Comorespirar.

  • Y la mayora de las veces,pens mientras se quitaba elpijama, tienen toda la razn. Claroque estn tan acostumbradas ahacerlo (comenz a ponerse lospantalones) que a veces exageran.Pero casi siempre, si lo piensasaunque slo sea un segundo antes deenfadarte (se abroch la camiseta),lo que demuestran es un gransentido comn.

    Sacudi los pantalones. Unasombra acab con ese momento dereflexin y desenfado y se sinti un

  • poco ridculo porque an no estabaseguro de que hubiera motivoalguno para la preocupacin ymucho menos para la solemnidad.Ese Ralph, se dijo mientras se subalos pantalones y se abrochaba elprimer botn. Y permaneci de pieun momento mirando la ventana,pulida por la luz, y el negro azuladodel exterior. La hora y la belleza dela noche le invadieron; oy el tictacdel reloj, que son ajeno ymisterioso como una rata en lapared. Experiment una profunda

  • sensacin de solemne aventura,hubiera o no motivo para lasolemnidad. Suspir y pens en losprimeros recuerdos que guardabade su padre: la nariz aguilea,guapo, con el imponente ceo de sugran bigote negro. Desde muypronto haba sabido que su padreera una especie de intil sin quepretendiera serlo; la carga quedejaba caer sobre su madre habaenfurecido a Jay desde pequeo. Y,sin embargo, no poda evitarlo; erapor naturaleza tan alegre y tan

  • profundamente bondadoso que nopoda dejar de quererle. Nuncahaba pretendido hacer dao. Susintenciones eran buenas. Esa ideaenfureca particularmente a Jay, eincluso en este momento le vena ala cabeza acompaada de una ciertaamargura. Pero ahora reflexion:pues bien, maldita sea, lo eran. Y supadre poda haberse aprovechadode ello, pero nunca haba tratado dehacerlo; que l supiera, su bondadnunca le haba beneficiado en nada.Tena las mejores intenciones del

  • mundo. Y durante un momento,mientras miraba por la ventana, notuvo ninguna imagen mental de supadre, ni pens en l, ni oy elreloj. Slo vio la ventana,suavemente iluminada en el interior,y la oscuridad infinita que seapoyaba como el agua contra lasuperficie exterior, y la ventana nisiquiera era una ventana sinosolamente una cosaextraordinariamente vivida y sinsentido que por el momentoocupaba todo el universo. Una

  • sensacin de enorme distancia seapoder de l y se transform en unmomento de turbacin y tristezainsoportables.

    Bueno, pens, todos tenemosque partir en algn momento.

    Luego la vida volvi a ocuparel centro de su atencin.

    Una camisa limpia, pens.Se desabroch los primeros

    botones del pantaln, separ lasrodillas y se acuclill ligeramentepara sostenerlo. Qu tontera,reflexion. Siempre tengo que hacer

  • lo mismo. (Meti el faldn de lacamisa por dentro del pantaln y loalis; el faldn era especialmentelargo, y eso siempre, por algunarazn, le haca sentirseparticularmente viril.) Si mepusiera la camisa primero, notendra que flexionar las piernas deesa manera tan tonta. (Acab deabotonarse la bragueta.) Bueno (sepuso un tirante sobre el hombroderecho), la costumbre es lacostumbre (se puso el otro tirantesobre el hombro izquierdo y

  • flexion ligeramente las piernaspara reajustar todo).

    Se sent en la cama y alarg lamano para coger un zapato.

    Oh.Up.Cogi los zapatos, una

    corbata, un cuello y los botones delcuello y sali de la habitacin. Viola cama revuelta. Bueno, pens,puedo hacer algo por ella. Dej lascosas en el suelo, alis las sbanasy mull a golpes las almohadas. Lassbanas estaban an calientes en el

  • lado de Mary. Subi la colcha paraconservar el calor y luego abri lacama unos centmetros para queinvitara a meterse en ella. Legustar, pens complacido con elaspecto que ofreca. Recogi loszapatos, el cuello, la corbata y losbotones y se dirigi a la cocina,poniendo especial cuidado al pasarante la puerta del cuarto de losnios, que estaba ligeramenteentornada.

    Ella estaba revolviendo los huevos.

  • Estar listo dentro de unsegundo dijo l mientras seapresuraba a entrar en el bao.Deberamos tener uno arriba, sedijo como se haba dicho ya unasquinientas veces.

    Adelant el mentn hacia elespejo. No est tan mal, se dijo, ydecidi lavarse solamente. Luegoreflexion: despus de todo, porqu se haba puesto una camisalimpia? Poda desear todo lo quequisiera que no fuera as, pero eramuy posible que sta resultara ser

  • una ocasin muy solemne. Y paraun funeral se afeitara, no?, pensmolesto por su pereza. Sac lanavaja de afeitar y la afilrpidamente.

    Mary oy el prolongadosonido de la badana y, con un ligeroespasmo de impaciencia, empujlos huevos al fondo del fogn.

    Por lo general l tardabamucho en afeitarse, no porque legustara (lo aborreca) sino porque,ya que era necesario, quera hacerlobien, y porque odiaba cortarse. En

  • esta ocasin, como tena prisa,dirigi una mirada especialmentefra a su protuberante barbilla antesde inclinarse hacia delante y darcomienzo al trabajo. Pero, para susorpresa, todo sali a las milmaravillas; incluso bajo losorificios de la nariz y en el mentntuvo menos problemas de lohabitual y no quedaron lugares sinafeitar. Se sinti tan satisfecho quese aplic unos toques de espuma enlos pmulos y se afeit laspequeas medias lunas de vello.

  • Segua sin tener nada que objetar.Limpi el lavabo, tir al vter lostrocitos de papel higinico llenosde jabn y pelos y tir de la cadena.Voy?, se pregunt mientras el vtergorgoteaba. No. Alarg la manopara coger los botones del cuello.

    Cuando Mary vino a la puertaestaba hacindose el nudo de lacorbata con el mentn estirado yladeado, como siempre que llevabaa cabo esa operacin, y con elaspecto de un caballo impaciente.

    Jay dijo ella con

  • suavidad, frenada por su expresin. No quiero meterte prisa, pero seva a quedar fro.

    Enseguida salgo.Coloc el nudo

    cuidadosamente sobre el botnmirando intensamente sus ojosreflejados en el espejo, se hizo laraya con especial cuidado y seacerc presuroso a la mesa de lacocina.

    Oh, cario!All estaban el beicon, y los

    huevos, y el caf, todo listo, y Mary

  • estaba preparando tortitas.Tienes que comer, Jay. An

    har fresco durante unas horas.Hablaba, sin darse cuenta,

    como si estuviera en una iglesia ouna biblioteca, a causa de los niosdormidos y a causa de la hora de lanoche.

    Amor mo.l le puso las manos sobre los

    hombros all donde estaba, junto ala cocina. Ella se volvi, con lamirada penetrante de la vigilia, ysonri. l la bes.

  • Cmete los huevos dijoella. Se estn enfriando.

    l se sent y empez a comer.Ella volvi la tortita.

    Cuntas podrs comer? pregunt.

    Pues, no s dijo l,tragando el huevo (no se habla conla boca llena) antes de contestar.An no estaba lo bastante despiertocomo para tener mucha hambre,pero estaba conmovido y decididoa dar cuenta de un desayunoabundante. Haz slo dos o tres.

  • Ella cubri la tortita paramantenerla caliente y verti msmasa en la plancha.

    l not que haba aadido alos huevos ms pimienta de lohabitual.

    Estn buenos dijo.Mary se alegr al orlo. De

    una forma slo a medias consciente,lo haba hecho as porque dentro deunas horas sin duda l volvera acomer en casa de los suyos. Por lamisma razn haba hecho el cafms fuerte que de costumbre. Y por

  • la misma razn disfrut quedndosede pie junto a la cocina mientras lcoma, como hacan las mujeres dela montaa.

    Est bueno el caf dijo l. Esto ya es otra cosa.

    Ella volvi la tortita. Pensque debera hacer siempre doscafeteras, una de la que ella podrabeber y otra tal como a l legustaba, aadiendo agua y algo decaf sin tirar nunca los posos hastaque stos llenaran del todo lacafetera. Pero no podra aguantarlo;

  • preferira verle beber cidosulfrico.

    No te preocupes. Lesonri. Yo nunca te har el cafexactamente como a ti te gusta.

    l frunci el ceo.Ven a sentarte, cario

    dijo.Enseguida...Ven. Con dos ser

    suficiente.T crees?Si no, yo har la tercera.

    La cogi de la mano y la atrajo

  • hacia la silla. Sintate aqu. Ella se sent. No quieres caf?

    No podra dormir.Lo s.Se levant y se acerc a la

    nevera.Qu ests...? Oh. No, Jay.

    Bueno. Gracias dijo ella.Porque antes de que pudiera

    impedrselo, l haba vertido lecheen un cacillo, y ahora que lo ponasobre el fuego supo que le gustaratomarla.

    Quieres una tostada?

  • No, gracias. La leche solaser perfecta.

    Jay acab de comerse loshuevos. Ella se levant a medias dela silla. l la oblig a sentarseponindole una mano sobre elhombro al tiempo que se levantaba.Trajo las tortitas a la mesa.

    Seguro que ya estnpastosas. Djame...

    Comenz a levantarse denuevo y de nuevo l le puso unamano en el hombro.

    No te muevas dijo con

  • fingida severidad. Estn bien. Nopueden estar mejor.

    Unt la mantequilla, verti lamelaza, cort las tortitas en lneasparalelas, las gir con ayuda delcuchillo y el tenedor y las cort encuadrados.

    Hay ms mantequilla dijoella.

    Tengo de sobra dijo lpinchando cuatro trocitos de tortitay metindoselos en la boca.Gracias. Los mastic, los trag ypinch cuatro trocitos ms.

  • Seguro que ya se ha calentado laleche dijo dejando el tenedorsobre la mesa.

    Pero esta vez ella se levantantes de que l pudieraimpedrselo.

    Come le dijo.Verti la leche blanca y

    ligeramente humeante en una gruesataza blanca y se sent, calentndoselas manos en la taza mientras lemiraba comer. A causa de loextrao de la hora y de la bruscainterrupcin del sueo, de la

  • necesidad de accin y las pequeasminucias que la interrumpan, de lagravedad de su viaje y de unaespecie de excitacin fatigada, a losdos se les haca extraamentedifcil hablar, aunque ambos lodeseaban especialmente. Jay se diocuenta de que ella le miraba y lamir a su vez, los ojos graves perosonrientes, la mandbula ocupada.Estaba saciado. Pero terminar esastortitas, se dijo, aunque sea loltimo que haga.

    No te atiborres, Jay dijo

  • ella despus de un silencio.Qu?No comas ms de lo que te

    apetezca.l haba credo que su

    imitacin de un buen apetito habasido perfecta.

    No te preocupes dijo,mientras pinchaba un bocado ms.

    No le quedaba mucho paraterminar. Cuando baj la vista paracomprobarlo, ella le mir conternura y no dijo nada ms.

    Mmm dijo l

  • recostndose en el respaldo delasiento.

    Ya no haba nada que lesimpidiera mirarse, y sin embargo,por alguna razn, no tenan nadaque decir. No es que eso lesmolestara, pero ambos sintieroncasi la timidez del noviazgo. Cadauno miraba los ojos cansados delotro y sus ojos fatigados brillabansin que ninguna percepcin llegaraclaramente a sus corazones.

    Qu quieres hacer el da detu cumpleaos? pregunt l.

  • Oh, Jay. La pregunta lehaba pillado por sorpresa. Eresun encanto. Pues... pues...

    Pinsatelo dijo l.Haremos lo que prefieras...mientras sea razonable, claro brome. Yo me encargar de quepodamos hacerlo. Me refiero a losnios.

    Los dos recordaron al mismotiempo. l dijo:

    Eso, claro, si todo salecomo esperamos, all en casa.

    Naturalmente, Jay.

  • Permaneci un momento con lamirada perdida. Esperemos queas sea dijo con una vozextraamente abstrada.

    l la mir. Esa mirada perdidaque a veces vea en ella siempre ledesconcertaba y le inquietabaligeramente. Las mujeres, supuso.

    Ella volvi a este mundo y denuevo se miraron. Naturalmente,reflexionaron ambos, si no hay nadaque decir no tenemos necesidad dedecir nada.

    l aspir lenta y

  • profundamente y espir el aire conlentitud.

    Bueno, Mary dijo con suvoz ms tierna. Tom su mano.Sonrieron gravemente mientrascada uno pensaba en el padreenfermo y en el otro, y ambossupieron en sus corazones, comoantes haban sabido en su mente,que no haba necesidad de decirnada.

    Se levantaron.Bueno, dnde habr

    puesto...? Ah! dijo l,

  • profundamente molesto. Elchaleco y la chaqueta dijomientras se diriga a la escalera.

    Espera dijo ellaadelantndole rpidamente. Novayas a despertar a los nios susurr por encima del hombro.

    Mientras Mary suba, l entren la sala, encendi una lmpara ycogi su pipa y su tabaco. A aquellanica luz que brillaba suavementeen la enorme quietud de la noche,los pequeos objetos de lahabitacin parecan de un color

  • bronce dorado y curiosamentedelicados. Se emocion sin saberpor qu.

    Su casa.Apag la luz.Ella tardaba en bajar; ha ido a

    ver si estn bien tapados, pens.Permaneci de pie junto al fogn,mirando distradamente el juego delos cuadrados blancos y negros dellinleo. Se alegr de haberloinstalado finalmente. Y Mary habatenido razn. Aquella sencillacombinacin de blanco y negro

  • quedaba mejor que los colores y losdibujos complicados.

    La oy en la escalera.Naturalmente, lo primero que dijoal llegar fue:

    Sabes? He estado a puntode despertarles. Supongo que soytonta, pero estn tan acostumbradosa... Me temo que van a llevarse unadesilusin cuando vean que no tehas despedido de ellos.

    Despedirme? De verdad?No saba bien si aquello le

    gustaba o le disgustaba. Les

  • estaran mimando demasiado?Puede que me equivoque,

    claro.Sera una tontera

    despertarlos. Probablemente ya nopodras dormir el resto de la noche.

    Se abroch el chaleco.En otras circunstancias no

    lo habra pensado, pero bueno (se resista a recordrselo), siocurre lo peor, Jay, podras estarfuera ms de lo que esperamos.

    Eso es verdad dijo lgravemente. Este viaje repentino

  • era tan incierto, tan ambiguo, que alos dos les resultaba difcil hacerseuna idea clara acerca de l. Volvia pensar en su padre.

    Crees que debera hacerlo?Deja que lo piense.No dijo l lentamente.

    Creo que no. No. Vers, en el peorde los casos volver para llevaros.Al entierro, quiero decir. Y, por logeneral, estas cosas de corazn seresuelven bastante pronto. Encualquier caso lo ms seguro es quevuelva maana por la noche. Esta

  • noche, quiero decir.S, claro. S.Vers. Diles, sin

    prometrselo, claro, diles queprobablemente volver antes de quese duerman. Diles que har todo loposible.

    Se puso la chaqueta.Est bien, Jay.S. Eso es lo ms sensato.Tan sbitamente alarg ella la

    mano hacia su corazn que l, casiimpulsado por un movimientoreflejo, retrocedi; sus miradas

  • expresaron sorpresa y turbacin.Con una sonrisa severa, ellabrome:

    No tengas miedo, almita deDios; no es ms que un pauelolimpio, no puede hacerte nada.

    Lo siento dijo l riendo, no saba qu era lo que teproponas.

    Encogi el mentn, frunciendoligeramente el ceo, mientrasmiraba cmo ella sacaba el paueloarrugado y le colocaba el nuevo.Que le prodigaran atenciones le

  • incomodaba; y ms an leincomodaba el discreto pico blancoque su mujer tuvo cuidado de dejarasomando. Su mano se moviinstintivamente hacia l; sesorprendi a tiempo y se meti lamano en el bolsillo.

    As. Ests muy guapo dijoella estudindole con detenimiento,como si fuese su hijo. Se sinti unpoco ridculo, lleno de ternura antela inocente actitud maternal de sumujer, y muy halagado. Por unmomento estuvo convencido,

  • vanidoso, de que, efectivamente,estaba muy guapo, al menos a losojos de su esposa, y eso era todo loque le importaba.

    Bueno dijo mientrassacaba el reloj. Cielo santo! Se lo mostr. Eran las tres cuarentay uno. Cre que no eran ms delas tres.

    Oh, s. Es muy tarde.Pues no nos entretengamos

    ms.Rode los hombros de su

    mujer con un brazo y ambos se

  • dirigieron a la puerta trasera.Bueno, Mary. Siento mucho

    tener que irme, pero no hay msremedio.

    Ella abri la puerta y sali alporche de atrs precedindole.

    Vas a coger fro dijo l.Ella neg con la cabeza.Se est mejor fuera que

    dentro.Llegaron al extremo del

    porche. La humedad de mayoanegaba todo menos las estrellasms ardientes y devolva a la tierra

  • la luz sublimada de la ciudaddormida. All, al fondo del jardntrasero, el melocotonero brillabacomo un centinela celestial. El airefecundo acariciaba sus rostros conla ternura de las manos amorosas deun amante, con la fraganciaevanescente del mundo que dormarecortado contra el cielo.

    Qu noche tan divina, Jaydijo ella en el tono de voz que lms quera. Casi desearaacompaarte... record msclaramente en lo que pueda

  • ocurrir.Ojal pudieras, amor mo

    dijo l, aunque no haba pensadoen esa posibilidad. Francamente, depronto le haba atrado aquel viajesin compaa. Pero ahora el extraotono de voz de su mujer leconmovi y dijo con amor: Ojalpudieras.

    Permanecieron en pieaturdidos por la oscuridad.

    Bueno, Jay dijo ellabruscamente. No debo retenerte.

    l permaneci en silencio un

  • momento.No dijo con una tristeza

    extraa y cansada en su voz.Tengo que irme.

    La abraz, apartndose paramirarla. Aqulla no era realmenteuna verdadera separacin, y, sinembargo, le sorprendi descubrirque le pareca seria, quiz porqueel motivo era grave o por lasolemnidad de la hora. Vio lamisma sensacin reflejada en elrostro de ella y casi dese, despusde todo, haber despertado a los

  • nios.Adis, Mary dijo.Adis, Jay.Se besaron y ella apoy por un

    momento la cabeza en su pecho. lle acarici el pelo.

    En cuanto pueda dijo,te dir si es grave.

    Rezar para que no lo sea.Espermoslo.El momento de suprema

    ternura se haba disuelto en supensamiento, pero l continuacaricindole suavemente la nuca.

  • Dale recuerdos muycariosos a tu madre. Dile quetengo a los dos muy presentes enmis pensamientos y que les deseo lomejor, constantemente. Y dselotambin a tu padre, claro, si est lobastante bien como para hablarle.

    Desde luego, amor mo.Y t, ten cuidado.S.l le dio unas palmaditas en la

    espalda y se separaron.Entonces, tendr noticias

    tuyas... te ver... muy pronto.

  • Eso es.Est bien, Jay.Le apret un brazo. l la bes,

    justo debajo de un ojo, y vio ladecepcin en sus labios; sonrierony la bes de buena gana en la boca.En un ligero arrebato de alegra,ambos estuvieron a punto desepararse con su habitual despedidade cada maana, cantando ella Notardes en volver, John, y cantandol, a modo de contestacin, Slouna semana o dos, pero ambos lopensaron mejor.

  • Bueno, cario. Adis.Adis, amor mo.l se volvi de repente al pie

    de los escalones.Oye susurr. Cmo

    ests de dinero?Ella pens rpidamente.No te preocupes. Gracias.Diles adis a los nios de

    mi parte. Diles que les ver estanoche.

    Ser mejor que no se loprometa, no?

    No, pero ser lo ms

  • probable. Y, Mary, espero llegar atiempo para cenar, pero no meesperes.

    De acuerdo.Buenas noches.Buenas noches.l se dirigi al garaje. En

    medio del jardn trasero se volvi ysusurr ms fuerte:

    Y piensa lo de tucumpleaos.

    Gracias, Jay. Lo har.Gracias.

    Le oy caminar lo ms

  • silenciosamente posible sobre lagrava. l levant y dej a un ladosilenciosamente la barra quecerraba la puerta y abri concuidado de no hacer ruido. Laprimera hoja chirri; la segunda,que generalmente haca ms ruido,se abri en perfecto silencio. Sedirigi al lado izquierdo del cochey, adoptando cautelosamente laposicin que exiga la estrechez delgaraje, desapareci en la negruraabsoluta.

    Ella saba que tratara de no

  • despertar a los vecinos ni a losnios, pero que era imposiblearrancar el coche en silencio.Esper comprensiva y divertida,con el acostumbrado temor a sufuria y a los juramentos que sinduda seguiran, formulados o noformulados.

    Ahgh-hai ah ya hai whai ahaiah: hik-ah-whik-ah:

    Aghh-hai wh yah: whik:(ahora los ajustes

    desesperados, casi mudos, de lasbujas, la vlvula y el estrter)

  • Aghgh-haiah yahyah whik yahyah whik whik whil yah yahyah:whik:

    (que ella nunca habaentendido, pero que, desde dondese encontraba, poda predecirperfectamente)

    Aghgh-Aghgb-yahyahAghwhik yuh yuh Aghgh yah whik whikyahyah: whik whik: ah:

    (como un espantoso animalsalvaje horriblemente estreido;como el sollozo de un luntico;como un ratn torturado)

  • Aghgh-Aghgh-Aghgh (Elpobrecillo debe de estar furioso)Aghgh-whik-Whaghaghyah-Aghwhikyakaag-hgauagh-yzhyahaiaaaaaaahhhhhhRhRhR H R H R H(oh, basta ya!) R H R H (subi unaventanilla) RHRHRHRHRHRyahaihhRRHR-HRHRHRHRHRHRHRHRH (unportazo rabioso y triunfante)RhRhRhRh (baj laventanilla)

    RHRHRHRHRH (el coche

  • retrocedi haciendo crujir lagrava). RHRH (l gir marchaatrs, brusca pero hbilmente, hastacasi llegar a la alambrada; entre lasdos casas, la luz de la calle sereflej en el lateral negro de lacarrocera) rhrh (el coche rodecon la misma brusquedad la esquinadel garaje, volvi en direccincontraria enfilando el camino haciael este, y all se detuvo) rhrh (obediente, vencido, maliciosocomo una mula, mientras Jayreapareca brevemente, miraba

  • hacia la casa, la vea, la saludabacon la mano ella le devolvi elsaludo pero l no la vio ycerraba la verja desapareciendotras ella) rhrhrhrhrhrhrhRHR-HRHRHRHRHH

    HRHR

    Hrhrhrh

  • rhrhrhrhrh

    rhrhrh

    rhCatta wawwwwk:

    Craaawwrk?Chiquawkwawh.

    Wrrawkahkahkah.Craarrawwk.

  • rwrwk?yrk.

    rk:Mary exhal un largo suspir,

    muy lentamente, y entr en la casa.All estaba la leche, intacta,

    olvidada, apenas tibia. La bebi deun trago, sin placer; toda sublancura, escurriendo sobre lablancura hmeda de la taza vaca,resultaba singularmente repugnante.Decidi fregar por la maana, dejque el agua corriera sobre losplatos y los dej en la pila.

  • Si los nios haban odo elmenor ruido, no lo demostraban.Catherine, como de costumbre,estaba profundamente dormida; losdos, como de costumbre, estabanprofundamente dormidos.

    La verdad es que sondemasiado mayores para esto.Especialmente Rufus. Los tapcuidadosamente para que nocogieran fro. Apenas se movieron.

    Debera preguntar a unmdico.

    Vio la cama estirada. Qu

  • encanto, se dijo, sonriendo, y seacost. Nunca llegara a saber quesu intencin haba sido conservar elcalor para ella, porque haca yaalgn tiempo que ste habaabandonado el lecho.

  • Captulo 3

    Supuso que, ms o menos en esemomento, ella estara volviendo asu cuarto y viendo la cama. Sonrial imaginrsela.

    Baj por Forest, cruz elviaducto, pas junto a la estaciniluminada, dobl a la izquierda msall del asilo y sigui cuesta abajo.A su izquierda quedaban losdepsitos de la lnea del ferrocarrilLousville & Nashville, borrosas

  • madejas de acero, sombras ocultasy jirones de vapor; vio y oy elcambio parpadeante de una seal,pero no pudo recordar lo quesignificaba. A su derecha sesucedan oscuros solares vacos,anuncios desvados, los bloquesoscuros de pequeos edificiosdormidos, una que otra luz. Habradesayunado en uno de aquelloslugares, pequeos antrosdbilmente iluminados y opacos porel humo de la grasa recalentada,unos para negros, otros para

  • blancos, donde servan a losempleados del ferrocarril y a losinexplicables noctmbulos que seencuentran en cualquier ciudad decierto tamao. Jams se vea enellos a ninguna mujer, exceptoalguna vez detrs de la barra osudando sobre un fogn. Nuncahablaba cuando entraba en uno deellos, pero le gustaba la sensacinde conspiracin que despertaban enl y el sonido de las voces. Si ibasal lugar adecuado, y si te conocano crean por tu aspecto que podan

  • confiar en ti, podan servirte unacopa o dos a cualquier hora de lanoche.

    Se pas la lengua por losdientes saboreando los restos desabor a melaza y a caf, a beicon ya huevos.

    Pronto la ciudad se redujo aesos oscuros indicios del mediosemirrural que tan curiosamente ledepriman; casuchas humildes juntoa otras inexplicablemente nuevas yslidas, demasiado cercanas entres como para satisfacer las

  • necesidades de una vida rural o eldeseo de intimidad y demasiadoalejadas como para proporcionar lacoherencia propia de cualquier tipode comunidad; tras ellas, humildesparcelas de tierra mal cultivada, y,junto a la carretera, entre unas yotras, basura, y desechos, ycobertizos cados, y anunciosborrados por la lluvia. Adelant auno de los ltimos tranvas, vacode pasajeros y ya cercano al finalde su trayecto.

    Dos minutos despus haba

  • dejado de ver todo aquello. Laoscuridad se hizo a un tiempo msntima y ms vaca; el motor sonabadiferente, como un zumbidomontono y regular; las ramas delos rboles, cargadas de brotes, seagrandaban a su paso ydesaparecan rpidamente con laltima y vivida luz; el cochehoradaba el centro de la oscuridaddel universo; sus penetrantes hacesde luz, como antenas de insectos,detectaban y hacan visible hasta elmnimo escollo relevante o la

  • ausencia de obstculos en elcamino, pero muy poco ms. Sedesabroch el chaleco y el primerbotn de los pantalones y se recosten el asiento. Al poco rato pens enquitarse la chaqueta, pero el ritmo yel impulso de la conduccinnocturna eran demasiadopersuasivos como para desearromperlos. Se hundi ms en elasiento, cambiando constantementeel alcance de su mirada desde elpunto ms lejano que alcanzabanlos faros hasta el ms cercano, y se

  • entreg totalmente a los placeresdel viaje y a su significado, todavaindeterminado pero esencialmentegrave.

    Cerca del amanecer lleg alro; tuvo que llamar con losnudillos varias veces en la ventanade la cabaa para que el barquerodespertara.

    Tengo que cobrarle el doblepor pasarle de noche, seor dijoel hombre mientras se aplicaba aencender su farol.

    No importa.

  • Al or la voz levant lamirada, totalmente despierto porprimera vez.

    Ah! Cmo est usted?Y usted?Suele venir los domingos

    con su esposa y un par de cros.S.Se alej hasta el borde del

    agua y examin el amarre delpontn bajando su farol. Luego lolevant y lo meci como suelenhacer los hombres del ferrocarril;Jay, que haba dejado el motor

  • encendido, baj cuidadosamentepor el camino de tierrafrecuentemente transitado y subi elcoche a bordo con cuidado. Apagel motor; el sbito silencio fue algomgico. Se baj del coche y ayudal hombre a bloquear las ruedas.Ya est, dijo mientras seincorporaba; pero el hombre nodijo nada; ya estaba soltandoamarras. Ambos miraron, al parecercon igual apreciacin, cmo el aguaparda se ensanchaba bajo la luz delfarol. Debe de ser bonito este

  • trabajo, se dijo Jay como se decasiempre; excepto en el invierno,claro.

    Cruza todo el invierno?S dijo el hombre

    mientras aseguraba el cable. Noest tan mal aadi al cabo de unmomento. Lo peor es elaguanieve. No me gustan las nochesde aguanieve.

    Los dos guardaron silencio.Jay llen su pipa. Mientrasencenda una cerilla sinti unadiferencia en el movimiento, una

  • especie de dilacin; la barcazacortaba ahora al sesgo la corriente,que la arrastraba, y el barquero yano trabajaba; sencillamentemantena una mano sobre el cable.La barcaza corra sobre el aguacomo una mano sobre un pecho. Lacorriente susurraba un poco;durante esa parte del cruce se erasiempre el nico sonido. Paraentonces, la superficie del roreflejaba una luz que an no podadiscernirse claramente en el cielo,y, a lo largo de las dos riberas, los

  • rboles, que se adentraban en elagua como ganado que estuvieraabrevando, comenzaban adistinguirse los unos de los otros. Alos dos lados del ro, a lo lejos,cantaban los gallos. El cielo violetabrillaba con destellos grisceos, ypor primera vez los dos hombresvieron, en la orilla opuesta, uncarro cubierto y, a su lado, unafigurita inmvil.

    Dios mo! dijo elbarquero. Quin sabe cuntotiempo llevarn esperando!

  • De pronto se concentr en elcable; tena que adquirir impulsosuficiente para que la barcazacruzara el centro del ro, donde lacorriente, con toda su fuerza, podaarrastrarla. Jay corri a ayudarle.

    Djelo le grit elbarquero, demasiado ocupado paracortesas. Jay lo dej. Al cabo deun rato el hombre se relaj un poco.Se volvi lo suficiente como paraencontrar la mirada de Jay. Si nofuera lo bastante hombre como parahacerlo solo, no valdra para este

  • trabajo explic.Jay asinti y mir cmo se

    extenda la luz.Espero que no sea una

    desgracia lo que le trae a esta horadijo el barquero.

    Jay haba detectado sucuriosidad y le haba respetado porsu silencio, de forma que, aunque lapregunta alteraba ligeramente eserespeto, le respondi, satisfecho encierto modo de poder comunicarsecon alguien tan cercano y, al mismotiempo, tan ajeno a sus

  • sentimientos.Mi padre. El corazn. An

    no s si es muy grave.El hombre chasque la lengua

    contra el paladar como una vieja,mene la cabeza y mir al agua.

    Malo es eso dijo.De pronto mir a Jay a los

    ojos; los suyos eran extraamentetmidos. Luego volvi a mirar elagua parda y sigui tirando delcable.

    Buena suerte dijo.Muchas gracias dijo Jay.

  • El carro se hizo ms y msgrande y ahora se distinguieron conclaridad los rostros oscuros yarrugados de un hombre y unamujer, los rostros tristes yarrugados de lo ms profundo deesa regin, rostros que parecan yaviejos en el inicio de la madurez yque siempre despertaban en Jay unasensacin de paz. La mujer ibasentada en una mula; la curva delvolante de su cofia remedaba laformada por el toldo de la lona quecubra el carro. El hombre se

  • encontraba de pie junto al carro,una bota manchada de barro sobreel eje embarrado. Los doscontemplaron gravemente sinmoverse y sin hacer ningn gesto desaludo a los hombres de la barcazahasta que sta estuvo amarrada.

    Llevan mucho tiempo aqu?pregunt el barquero.

    La mujer le mir; al cabo deun momento el hombre, sin moverlos ojos, asinti.

    No les he odo gritar.Un momento despus el

  • hombre dijo:He gritado.El barquero apag su farol. Se

    volvi hacia Jay.No puede decirse que le

    haya cruzado de noche. Le cobrarla tarifa de da.

    De acuerdo dijo Jaymientras le daba quince centavos.Y muchas gracias.

    Apag los faros y se agachpara arrancar el coche haciendogirar la manivela.

    Un momento, amigo grit

  • el hombre del carro.Jay levant la vista; el hombre

    se acerc a la mula con doszancadas rpidas y sujet la cabezadel animal. Despus asinti.

    El motor estaba caliente yarranc fcilmente, y aunque concada vuelta de la manivela unespasmo de angustia sacuda a lamula, una vez que el motor seestabiliz sta permaneci quieta,temblando solamente. Jay metienrgicamente la primera para subirla empinada pendiente embarrada

  • de la ribera, evitando todo loposible a la mula y el carro yexpresando al pasar con un gestotanto su pesar por el ruido como suactitud amistosa; las cabezas sevolvieron, pero los ojos que lesiguieron no le perdonaban el ruido.Al llegar a lo alto de la pendiente,llen su pipa y mir cmo bajabanla mula y el carro, sujeto el animalpor la cabeza y con la grupa alzadamientras sus corvejones saltabaninquietos y sus pezuas se hincabanen el suelo buscando apoyo en el

  • barro traicionero, y ladeado elcarro, con los frenos chirriandosobre las llantas de hierro.

    Pobres diablos, pens. Estabaseguro de que se dirigan almercado de Knoxville.Probablemente llevaban esperandola barcaza un par de horas.Llegaran tarde sin remedio.

    Se detuvo a contemplar elhermoso espectculo del agua quese desperezaba. La barcazaadquira su peculiar forma cuadraday su apariencia de exquisito

  • silencio. Mir su reloj. No eratarde. Encendi su pipa y seacomod en su asiento. Siempre sesenta distinto despus de cruzar elro. sta era la tierra antigua,profunda, verdadera. Su tierra. Lascasas le parecan diferentes, unpoco ms viejas y ms pobres yms sencillas, un poco ms de sutierra; los rboles y las rocasparecan surgir del suelo de unmodo distinto; el aire ola diferente.Pronto sabra lo peor, si es quehaba sucedido lo peor. De una

  • forma totalmente inconsciente, sesinti mucho ms tranquilo al verfluir la campia iluminada por lanueva luz del da; y de una formatotalmente inconsciente, empez aconducir un poco ms deprisa.

  • Captulo 4

    Durante el resto de la noche, Maryyaci en un constante duermevela.Sola en la cama se senta tanextraa como si acabaran desacarle una muela, y la casa enterale pareca ms grande de lo que era,vaca y llena de ecos. La luz del dano devolvi las cosas a lanormalidad como ella habaesperado que ocurriera; la cama yla casa, en ese silencio y esa

  • palidez, parecan an ms vacas.Dormit un poco, se despert yescuch el rido silencio; dormit yvolvi a despertarse bruscamentepara pensar en aquello que lepreocupaba. Pens en su marido,que conduca su coche en una de lasgestiones ms solemnes de su vida,y en su suegro, gravemente enfermo,quiz agonizante, quiz muerto eneste momento (se santigu), y noconsigui lamentarlo tanprofundamente como pensaba quedeba hacerlo por su marido. Se dio

  • cuenta de que si la situacin fuerala opuesta y fuera su padre el queestuviera muriendo, Jay se sentirams o menos como ella se sentaahora, y que no podra culparle porello como tampoco poda culparseella, pero no le sirvi de consuelo.Porque saba que, en el fondo, elproblema era, sencillamente, quenunca le haba gustado realmente alviejo.

    Estaba segura de que no ledespreciaba, como tantos parientesde Jay casi le decan a la cara y

  • como se tema que el mismo Jaycreyera en ocasiones; por supuestoque no; pero era incapaz de tenerleel mismo afecto que casi todos losdems le profesaban. Saba que sifuera la madre de Jay la queestuviera agonizando no le cabra lamenor duda acerca de su dolor odel apoyo que prestaba a su marido,y aquello daba la medida del pocoafecto que senta realmente por susuegro. Se pregunt por qu legustaba tan poco (porque afirmarque le disgustaba, se dijo

  • ansiosamente, sera una falsedad).Se dio cuenta de que se debaprincipalmente a que todos leperdonaban tantas cosas, y a que lescaa bien a pesar de sus defectos, ya que l aceptaba su perdn y susimpata tan despreocupadamentecomo si se los debieran o, an ms,como si no se diera cuenta de nada.Y lo peor de todo, lo que a ella leproduca un enfado y una aversinduraderos, era la carga que habaimpuesto constantemente a su mujer,y la paciencia infinita que ella le

  • demostraba, como si ni siquierasupiera que le impona una carga yque se estaba aprovechando de ella.Era esta inconsciencia por parte delos dos la que ella no podasoportar, y si slo una vez la madrede Jay hubiera tenido un gesto deirritacin, hubiera demostrado quese daba cuenta de la situacin,quiz habra podido empezar a sercapaz de apreciarle. Pero su actitudhaba creado en ella una especie deantipata, un resentimiento conrespecto a la madre de Jay que era

  • tan injusto como infiel a susverdaderos sentimientos y que lahaca sentirse incmoda; sesobresalt tambin al darse cuentade que permaneca despiertapensando mal de su suegro en lahora que bien podra ser la ltimade su vida. Vergenza deberadarte, se dijo, y pensansiosamente en todo lo que sabaque haba de bueno en l.

    Para empezar, era generoso.De una generosidad que llegaba aser un defecto. Recordaba cmo,

  • una y otra vez, haba regalado,prestado, deca l, a la primerapersona que se lo haba pedido, eldinero, la comida o cualquier otracosa que tan desesperadamentenecesitaban en su propia casa parair tirando. Un defecto, desde luego.Pero un buen defecto. No eraextrao que la gente le quisiera ofingiera quererle y seaprovechara de l de todas lasformas posibles. Y eraautnticamente bondadoso. Unavirtud maravillosa. Y tolerante.

  • Nunca le haba odo decir una solapalabra desagradable o amargaacerca de nadie, ni siquiera acercade aquellos que haban abusadoescandalosamente de sugenerosidad l no poda soportar,pens Mary, creer que realmentehaban pretendido hacerlo; y niuna sola vez, y de eso estabasegura, se haba unido a loscomentarios de la mayora cuandose referan a ella con envidia,hostilidad o desprecio.

    Por otra parte poda estar

  • igualmente segura de que nunca lahaba defendido ante los dems converdadera firmeza, con valenta ocon ira, como haba hecho suesposa, porque tena tanta aversina las discusiones como a lacrueldad; pero desterr aquellaidea de su mente. Que ella supiera,l nunca se haba quejado de suenfermedad, ni del dolor, ni de supobreza, y, aunque habitualmente yde una forma insensata siemprebuscaba excusas para los dems,jams buscaba excusas para s

  • mismo. Cierto era que tena bienpoco derecho a quejarse o a buscarexcusas; pero tambin se apresur adesterrar aquella idea de su mente.Se avergonz al recordar losimptico y amable que se habamostrado siempre, y si bien se vioobligada a reconocer que no lohaba hecho por ella sino solamenteporque era la chica de Jay, comoprobablemente dira, lo cierto eraque no poda censurarle por ello;tambin sus mejores sentimientoscon respecto a l se deban al hecho

  • de que era el padre de su esposo. Yuno no poda hacer que alguien lecayera mejor de lo que le caa; erasencillamente imposible. Ni podaquerer ms de lo que esa reaccinle permita. El padre de Jayadoleca de una especial debilidadestructural, y eso era lo que ella nopoda apreciar, ni respetar, nisiquiera perdonar, ni resignarse aaceptar, porque era un tipo dedebilidad que se aprovechaba delos otros, que amontonaba molestiasy cargas sobre los dems, sin

  • avergonzarse, sin darse cuentasiquiera. Y lo que en el fondo quizera peor: el padre de Jay era labarrera que se interpona entreellos, el conflicto pertinaz,pendiente de resolucin, evitado ensu, por otra parte, completo y mutuoacuerdo acerca de la familia de sumarido, de su ambiente. Nisiquiera en este momento podasentir un gran afecto por l o unapreocupacin profunda. Lospensamientos que despertaba enella eran graves y tristes, pero en la

  • misma medida en que lo habransido con respecto a cualquier serhumano anciano, cansado y enfermoque hubiera vivido muchos aos ycuyo fin, al parecer, hubierallegado. E incluso mientras pensabaen l, su mente se centrabarealmente en el dolor de su hijo yen su propia incapacidad parasentirlo. Cay en la cuenta conconsternacin de que hasta esemomento ni siquiera haba dedicadoun solo pensamiento a la madre deJay; era ste quien haba absorbido

  • totalmente sus pensamientos. Tengoque escribirla, pens. Pero,naturalmente, quiz la vea pronto.

    Y sin embargo, aunque se dabaperfecta cuenta de lo que esaprdida significara para la madrede Jay, y aunque saba que hacamal al contemplar siquiera esa idea,no poda por menos de pensar queesa muerte significara un granalivio y una gran liberacin. De esemodo, pens, dejara deinterponerse entre Jay y yo.

    En ese instante su espritu se

  • detuvo horrorizado. Que Dios meperdone, pens llena de estupor;casi he deseado su muerte!

    Junt las manos y fij lamirada en una mancha del techo.

    Dios mo, suplic; perdnamepor ese pensamiento incalificable ypecaminoso. Limpia, Seor, mialma de tales abominaciones.Seor, si es sa tu voluntad,permtele vivir lo suficiente comopara que yo pueda aprender acomprenderle y quererle con laayuda de tu misericordia. Permite

  • que viva, no por m sino por lmismo, Seor.

    Cerr los ojos.Seor, abre mi corazn para

    que pueda enfrentarme dignamente aeste triste suceso, si es que tieneque ocurrir, y qu