2.erased - jennifer rush

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Romantica

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2

Esta traducción fue hecha sin fines de lucro.

Es una traducción de fans para fans.

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sociales y ayudándolo a promocionar su libro.

¡Disfruta de la lectura!

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3

Staff Moderadora

Melii

Traductoras

Correctoras

Lectura final

Melii

Diseño

Sofía Belikov

Elle Mel Cipriano Julieyrr

Juli Mel Markham Nikky

Florbarbero Vani Vane Hearts

Verito ElyCasdel Alexa Colton

Snow Q Miry GPE Val_17

Valentine Rose Dannygonzal Lilizita15

Mire Jasiel Odair Niki

Vanessa Farrow Sofía Belikov

Ampaяo Elle Laurita PI

Itxi Val_17 florbarbero

Valentine Rose Clara Markov ElyCasdel

Michelle♡ AriannysG Eli Mirced

Anakaren *Andreina F* Sofía Belikov

Key SammyD Esperanza

Paltonika Lizzy Avett' Mel Markham

Daniela Agrafojo LucindaMaddox Adriana Tate

GusFuentes Amélie. Nana Maddox

Niki Miry GPE Jaz C.

Zafiro Jasiel Odair NnancyC

Julieyrr Mire Emmie

-Valeriia<3

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Índice

Capítulo 1 Capítulo 20

Capítulo 2 Capítulo 21

Capítulo 3 Capítulo 22

Capítulo 4 Capítulo 23

Capítulo 5 Capítulo 24

Capítulo 6 Capítulo 25

Capítulo 7 Capítulo 26

Capítulo 8 Capítulo 27

Capítulo 9 Capítulo 28

Capítulo 10 Capítulo 29

Capítulo 11 Capítulo 30

Capítulo 12 Capítulo 31

Capítulo 13 Capítulo 32

Capítulo 14 Capítulo 33

Capítulo 15 Capítulo 34

Capítulo 16 Capítulo 35

Capítulo 17 Capítulo 36

Capítulo 18 Agradecimientos

Capítulo 19

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5

Sinopsis Ellos pensaron que habían escapado. Estaban equivocados.

Después de huir de Branch con Sam, Cas, y Nick, Anna está tratando de

darle sentido a los recuerdos que emergen de su antigua vida. Al mismo

tiempo, ella está aprendiendo a sobrevivir en la clandestinidad, siguiendo las

reglas de Sam: No llamar la atención. Siempre llevar un arma. Conocer los

alrededores. Cuidar tu espalda.

Entonces una figura de la infancia de Anna vuelve a aparecer. ¿Es una

maquinación de Branch, o podría ser el reencuentro que Anna había esperado?

Sin saber donde están sus lealtades, Anna debe luchar para aprender la verdad

-antes de que ella sea traicionada de nuevo. En última instancia, las respuestas

dependen de una sola pregunta: ¿Cuál fue la verdadera razón para que sus

recuerdos fueran borrados?

Altered #2

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A Lacy, por ser increíble

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Traducido por Elle

Corregido por AmpaЯo

Como un reloj, me desperté después de medianoche e inmediatamente me urgió ver a Sam.

Hubo un momento, antes de estar completamente alerta, en que me pregunté si era seguro colarme en el laboratorio.

Entonces lo recordé: ya no estábamos en la granja. No había laboratorio.

Para ver a Sam todo lo que tenía que hacer era girarme.

Yacía sobre su estómago, las manos metidas bajo la almohada. En la oscura noche todo lo que podía ver eran las líneas negras del tatuaje con el árbol de abedul que le atravesaba la espalda, las ramas trepando por sus brazos. Con los ojos recorrí los hoyuelos que hacían sus huesos y músculos en sus hombros. Imaginaba qué tipo de lápiz usaría para dibujarlo sobre un papel.

En los meses desde que Sam, Nick y Cas habían escapado del laboratorio de Branch, y yo me había ido con ellos, había aprendido que nada era permanente, ni siquiera mis recuerdos. Ahora aprovechaba cada oportunidad que tenía para saborear lo que tenía solo por si acaso.

No desperdicies nada era mi nuevo mantra. Y no lo haría. No cuando tenía que ver con los chicos. Eran mi familia, de sangre o no. Cas era como mi hermano y, de algún modo, también Nick, aunque no necesariamente nos agradáramos.

Y Sam… bueno, lo amaba más que a nada.

Me extendí para tocarlo, para comprobar que era sólido, cálido y real, pero lo reconsideré. Últimamente todos habíamos estado nerviosos, y si lo asustaba, me preocupaba que tomara el arma escondida bajo el colchón. Y que luego la apuntara hacia mí.

Tan despacio y silenciosamente como pude, me deslicé de la cama y me fui escaleras abajo en nuestra cabaña alquilada. Encontré a Nick encorvado sobre la mesa de café, un fuego ardiendo en la chimenea a su lado, arrojando su silueta en haces rojos anaranjados. Una docena de grullas de papel yacían en un montón a sus pies. Había otra en sus manos.

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Había comenzado a doblarlas de la nada hacía exactamente nueve días, y no había dado una explicación razonable para ello. Las grullas que ya había hecho estaban en una caja bajo mi cama porque no tenía corazón para tirarlas.

—Hola —dije mientras me sentaba frente a él en uno de los andrajosos sillones de piel—. ¿Qué haces levantado?

No me miró cuando respondió. —¿Por qué alguien se levanta a mitad de la noche? Porque no pueden dormir.

—Correcto.

Sus ojos estaban oscuros e hinchados de cansancio. Su cabello negro se alzaba en ondas rastrilladas y se rizaban alrededor de las orejas. Una camisa de franela verde arropaba sus bíceps y colgaba abierta, exponiendo el duro plano de su estómago.

Como todos los chicos, Nick, incluso en su peor momento, era hermoso. Me volvía loca. No me consideraba poco atractiva, pero junto a ellos era dolorosamente promedio. Ellos no conocían el significado de un mal día para el cabello.

Agarré la grulla de origami más cercana. Los dobleces eran precisos. La punta alta era afilada. Todo era perfecto. Nick, como Cas y Sam, rara vez fallaba en algo.

—¿Alguna idea de por qué estás haciendo esto? —pregunté.

Nick conformó la cabeza de la grulla en sus manos. —No lo sé. Yo… —murmuró, como si se hubiera detenido a punto de decir algo más revelador de lo que quería. Se giró hacia mí—. ¿Por qué no corres a la cama con tu novio y me dejas solo?

Arrugué el ceño. La vieja yo se habría escurrido, pero en los últimos meses habíamos progresado en nuestra relación, si es que se le podía llamar así. Ayudaba el hecho de que ahora conocía mejor a Nick, sabía la razón detrás de su actitud cortante. Había crecido con un padre abusivo, pero él aún no lo sabía, todavía no. Branch le había robado esos recuerdos.

Había querido contarle desde hacía un tiempo, solo que no tenía las palabras para explicarlo.

—Sam no es mi novio —dije, porque era lo único en lo que podía pensar—. Quiero decir, no oficialmente. —Agarré uno de los cuadrados cortados previamente y comencé a doblarlos—. Además, no estoy cansada.

Nick gruñó. —Como sea.

Afuera, el viento silbó a través de los árboles y sacudió la puerta principal. La nieve había caído no mucho después de la cena. Ahora se apilaba en las esquinas del marco de la ventana.

Nick terminó su grulla y la hizo a un lado. Me miró. Normalmente sus ojos eran de un azul impactante, eléctrico, pero a la luz de la

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chimenea eran gris plomo y cautelosos. —¿Qué es esa mirada en tu rostro?

—¿Qué mirada?

—Como si tuvieras algo que decir.

De un modo muy raro, el no tener una relación cercana con Nick hacía que fuera más fácil de leer para él. Su juicio, su instinto, no estaba nublado por emociones insignificantes. Hacía que fuera ridículamente difícil esconder algo de él.

Tragué. —No sé de qué estás hablando.

Suspiró exasperado. —No te hagas la tonta.

Hice otro doblez al papel, pensando mientras trabajaba. Finalmente, dije—: Hay algunas cosas sobre tu pasado… que tal vez deberías saber.

—¿Y tú las sabes?

—No mucho.

—Pero sí lo suficiente.

Dejé de doblar el papel. —Puede ayudarte a comprender…

—Comprendo bastante. —Se crujió un nudillo, luego otro. Evitó mirarme a la cara, y la comprensión comenzó a asentarse.

—¿Estás teniendo destellos del pasado? Sobre tu… —me detuve, solo por si acaso—. Los destellos son más sustanciales, ¿cierto? ¿Más detallados?

Sam fue el primero en experimentar los destellos de memoria. Cas y Nick solo habían tenido algunos más pequeños desde que habíamos abandonado la granja tres meses atrás. Y yo, bueno, también lo tenía, sobre todo sobre mi hermana mayor, Dani.

Al principio, cuando había dejado la casa con los chicos, había pensado que era una chica normal que había sido arrastrada a sus extraordinarias vidas, solo que mucho después había averiguado que había sido alterada también, como ellos. Branch había enterrado todos los recuerdos importantes de mi pasado y, por lo tanto, borrando de mi existencia a mi hermana.

Habíamos averiguado que había sido asesinada por Branch, y desde entonces había intentado recordarla con ahínco. Venía a mí en imágenes fugaces y sentimientos fantasmas que luego intentaba bosquejar y hacer reales. No había tenido éxito todavía. Después, los destellos del pasado me habían dado los peores dolores de cabeza. Lo suficiente como para enviarme a la cama. Esa parte aún no se la había contado a Sam. No quería que se preocupara o me tratara diferente.

—Así que, ¿de qué se tratan? —le pregunté a Nick—. Cuéntame.

Apretó la mano en un puño, sus nudillos alzándose y palideciendo. —No te voy a decir nada, así que deja de preguntar —dijo

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sin emoción alguna, como si ninguna fuerza terrestre pudiera sonsacarle los detalles de la cabeza. Con Nick eso probablemente fuera cierto. En cierto sentido él era más obstinado que Sam.

Se levantó de la silla, pasando junto a mí sin decir palabra y desapareció escaleras arriba, la puerta de su habitación sonó un segundo después.

El fuego en la chimenea crepitó.

Dejé a un lado la grulla a medio hacer y tomé la última que había hecho Nick, suspendiéndola entre mis dedos. Así fue como Sam me encontró un minuto después, sin moverme, contemplando la estúpida grulla.

Se pasó una mano por el brazo arriba y abajo intentando alejar el frío. —¿Qué pasó? —preguntó.

Dejé la grulla sobre la mesa. —Lo hice enojar.

Sam suspiró mientras se sentaba. Parecía tan cansado, a pesar de que últimamente había estado durmiendo más que todos nosotros. No era típico de él.

—¿Sobre qué fue esta vez?

No le había contado a nadie los detalles que sabía sobre el pasado de Nick. Debería depender de él con quien los compartía. Así que solo me encogí de hombros y dije—: Quién sabe. —Un bostezo me hizo hacer una pausa, luego—: Creo que voy a intentar acostarme a dormir.

Sam asintió, y supe que eso significaba que no vendría.

—Si no estoy despierta al amanecer, ¿me despertarías?

—Seguro.

Comencé a subir las escaleras, pero cuando lo pasaba, extendió una mano, tirando de mi muñeca. Me sentó en su regazo, envolvió una mano en mi nuca y me besó la frente. Cerré los ojos, respirándolo. Olía a jabón Ivory y aire fresco. Olía a hogar.

Te amo, Anna. No tenía que decírmelo para yo saber que lo decía en serio.

Encontré su mirada. Yo también te amo, pensé mientras me apartaba y me dirigía escaleras arriba.

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Traducido por Mel Cipriano

Corregido por Elle

Cuando desperté unas horas después, pude oír a Cas cantando una canción de Celine Dion en la ducha justo debajo del pasillo. Por cómo sonaba, se trataba de “My Heart Will Go On”.

Me puse un suéter holgado sobre una camiseta sin mangas, pantalones negros y bajé la escalera. Sam se encontraba sentado en la mesa pequeña, escondida en la esquina trasera de la cocina, y Nick de pie, preparando unos huevos.

—¿Hay suficiente ahí para mí? —pregunté.

—Sí —respondió Sam antes de que Nick pudiera hacerlo.

Después de servirme una taza de café, me senté al lado de Sam. Tenía la computadora portátil, probablemente leía los archivos que habíamos obtenidos de Branch. Muchos de ellos trataban acerca de toda nuestra participación, desde el momento en que entramos en el programa hasta justo antes de abandonar el laboratorio de la granja. Nos iba a tomar más de un par de meses leer todo aquello, pero estábamos haciendo un buen progreso. No era que hubiéramos encontrado nada sustancial todavía. Los archivos de Sam eran más grandes que los de cualquier otro. Había estado con Branch por más tiempo, vendido por su madre. Empezaron a experimentar con alteraciones genéticas en él, y luego se expandieron desde allí.

—¿Algo nuevo? —pregunté, aplastando las ganas de leer por encima de su hombro.

—En realidad no.

Nick se sentó frente a mí, su plato rebosante de huevos, y dos piezas de pan tostado junto al montón. Se perdió en él sin una palabra.

—Voy a traer nuestros platos —le dije a Sam mientras miraba a Nick con el ceño fruncido. Cuando llegué a la cocina, me encontré con la sartén casi vacía, así que dividí lo que quedaba en tres partes iguales, dejando suficiente para Cas cuando bajara.

—Nos hemos quedado sin huevos —dijo Nick—. ¿A quién le toca ir a la tienda esta semana?

—A mí —le contesté—. Contigo.

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—Genial.

Hubiera ido sola si Sam me lo hubiese permitido, pero habíamos acordado hace mucho tiempo que era mejor si viajábamos en pareja. Las compras se hacían siempre con otra persona, y tratábamos de seguir una rotación constante.

Sam bebió el resto de su café negro. —Yo iré.

—No. —Negué—. Es mi turno ahora. Tú y Cas fueron la semana pasada. —Comí un bocado de huevos, esperando en silencio a que insistiera.

Pero no lo hizo. Le había pedido que me tratara como a un igual. Al parecer, estaba obteniendo mi deseo.

—Iremos esta tarde —le dije a Nick—. Así que no desaparezcas.

Él arrojó su plato vacío en el fregadero y se fue.

Parecía que sería un día genial.

Habían pasado más de dos meses desde que habíamos escapado de Branch y encontrado alguno de sus agentes, pero eso no quería decir que podíamos bajar la guardia. Todo lo que hacíamos era calculado y bien planeado. Como, quién iba de compras y cuándo. Quién revisaba el perímetro y cuándo.

Pero tampoco podía ser demasiado planeado, porque entonces Branch sería capaz de predecir nuestros movimientos.

A veces, sólo tomar una ducha parecía demasiado trabajo. Ante la insistencia de Sam, siempre cerraba la puerta del baño con llave y dejaba la ventana abierta para una salida alternativa rápida si lo necesitaba. También mantenía mi arma cargada en el tocador.

Vivir una vida normal no parecía posible, no con Branch todavía ahí fuera. Era por eso que siempre estábamos en el borde. No nos podíamos relajar. Nunca. Y cuanto más tiempo pasábamos sin ver a un agente de Branch, más nos sentíamos como si nuestro tiempo estuviera acabando.

Después del desayuno, Sam y yo nos vestimos para el primer chequeo del perímetro del día. Me puse un abrigo negro grueso con una camisa de franela debajo, pantalones vaqueros y botas de cuero negro. Había comprado un abrigo más pesado hacía unas semanas, cuando el invierno se instaló con sus temperaturas bajo cero. También llevaba puesta polainas, metidas dentro de las botas.

Todo el equipo parecía ridículo porque el abrigo era enorme e hinchado y las polainas eran ceñidas, pero me mantenían caliente, y era fácil moverme.

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En el bosque, hicimos nuestro camino desde un puesto de control a otro. Me metí debajo de una rama de pino y entrecerré los ojos cuando el sol apareció, los rayos cegadores se reflejaban en el suelo cubierto de nieve. Tenía gafas de sol puestas, pero no sirvió de mucho.

Si un agente me atacara en esos momentos, estaría atrapada con la guardia baja, sin poder ver. Pequeñas cosas como esas hacían que muchas veces me encontrara pensando en cuántas armas llevaba encima. Ya fuera cargadas o no, y que fueran o no fáciles de agarrar. En ese momento, tenía una pistola en la espalda y un cuchillo enfundado en mi bota. Podía recordar un momento en el que un arma hubiese parecido demasiado. Ahora me hubiese gustado tener un cuchillo de más en alguna parte. Tal vez dos.

Sam se encontraba cerca detrás de mí, sus pasos tranquilos a pesar del hielo que se había formado sobre nieve de la noche a la mañana. Cada paso que yo daba parecía una contracción fuerte y molesta.

—He querido hablar contigo —dijo Sam cuando doblamos por un roble—. Creo que es hora de que nos mudemos de nuevo.

Lo miré por encima del hombro, haciendo una pausa por un segundo mientras me alcanzaba. —¿Ya?

Se detuvo frente a mí. —Han pasado cuatro semanas.

Nos habíamos mudado dos veces desde que habíamos escapado de Branch. Entendía el por qué, pero estaba cansada de re-establecerme en nuevos lugares.

Quería tener la oportunidad de reconstruir la vida que me había sido robada, y sabía que debía comenzar con mi pasado y aprender más sobre mi familia. No podía hacer eso si seguíamos mudándonos, especialmente cuando parecía que nos estábamos dirigiendo cada vez más lejos de Port Cadia, la ciudad donde había crecido. Era el lugar donde mi vida y la de Sam se habían alterado por completo cuando ambos perdimos a mi hermana.

Quería saber cómo había muerto Dani y lo que le había sucedido a su cuerpo. Quería saber por qué Branch había matado a mis padres. Por qué me habían puesto en el laboratorio de la granja, en el programa “Altered”, por qué había tenido una conexión con los chicos, especialmente con Sam. Ellos habían utilizado esa conexión y la habían torcido en algo científico, algo que podían reproducir y luego vender.

Pero todavía no estaba segura de si habían matado a mis padres para que no tuviera una familia buscándome, o si había otra razón. Ya sabíamos que tenían la capacidad de borrar los recuerdos de las personas. Así que, ¿por qué no cambiar los de mis padres en vez de matarlos?

Todavía no comprendíamos algunos de los misterios más importantes, y quería hacerlo desesperadamente.

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Lo necesitaba.

—¿Anna? —preguntó Sam.

Dejé de caminar. Ni siquiera me había dado cuenta de que me movía. —¿Sí?

—Estás a dos pasos de golpear esa trampa para osos. —Hizo un gesto hacia un bulto en el suelo.

—Oh. Gracias.

—¿Estás bien?

—Bien. —Me incliné para inspeccionar la trampa en busca de alguna pista de que hubiera sido manipulada o activada. El frío a través de mis guantes de cuero adormeció mis dedos mientras trabajaba—. Así que, ¿a dónde vamos ahora? —pregunté.

—Estaba pensando en Indiana.

—Tal vez deberíamos avanzar hacia el norte.

Sam me miró. Aun cuando no estaba mirándolo directamente a los ojos, todavía podía sentir el peso de su mirada. Se levantó el pelo en la base del cuello.

—Sabes por qué no debemos ir hacia el norte.

Suspiré y seguí caminando. No estaba segura de cómo lo convencería de que aprender más acerca de nuestro pasado era una buena idea, porque cuando Sam ponía su mente en algo, no cambiaba de opinión. Su prioridad número uno era mantenernos lejos de Branch y a salvo. Obviamente valoraba mi vida, pero no se sentía mucho como una vida, con todas esas piezas que seguían desaparecidas.

¿Y no había sido Sam quién finalmente se había liberado de Branch, sólo para volver a eso cuando era su pasado el que estaba tratando de averiguar?

Por supuesto, había un denominador común en todo esto. La razón por la que Sam tuvo tantos problemas antes de llegar a la granja, la única razón que había tenido para volver en primer lugar.

Dani.

La hermana que me había sido robada.

La antigua novia de Sam.

Dani era una gran parte del pasado de Sam. Sabía que él estaba al menos curioso de llenar los espacios en blanco alrededor de su muerte, aunque no lo admitiría. Y encontrar más información sobre ella también me daría más información sobre mi familia y mi pasado.

Tampoco se me escapaba el hecho de que estaba enamorada del antiguo novio de mi hermana, y que si ella estuviera viva, Sam y yo probablemente no estuviéramos juntos.

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¿Qué pasaba si hurgar en nuestro pasado le recordaba a Sam lo que había perdido con Dani? ¿Y si eso aumentaba la culpa que ya se arrastraba en mis pensamientos?

¿Qué significaría para nosotros?

No estaba segura de si me encontraba dispuesta a correr ese riesgo.

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Traducido por Mel Cipriano

Corregido por Laurita PI

Nick detuvo la camioneta en el estacionamiento de la tienda, con la trompa hacia la salida para que pudiéramos escapar rápido si lo necesitábamos. Por costumbre, comprobé el aparcamiento y la calle contigua, haciendo una pausa en cualquiera que pareciera sospechoso. Una mujer apuraba a un niño por la acera, los dos encorvados contra el viento.

Un hombre de pelo gris salió de su sedan en frente de la tienda de artículos de papel y corrió dentro. Un pequeño camión negro con vidrios polarizados avanzó lentamente por delante de la tienda de comestibles. Podría haber sido sospechoso, pero las calles estaban resbaladizas por la nieve y la sal, lo que hacía que desplazarse a más de treinta kilómetros por hora fuera casi imposible. Sin tener en cuenta eso, Nick y yo lo observamos hasta que giró en la siguiente esquina.

—¿Estamos bien? —pregunté.

Nick miró el espejo retrovisor una vez más antes de sacar las llaves del contacto. —Estamos bien.

Me apresuré hacia la tienda, con los brazos fuertemente entrelazados delante de mí, tratando de cubrirme del viento. En el interior, tomé un carro mientras Nick se paseaba a mis espaldas.

Sin decir una palabra, comenzamos a caminar por el primer pasillo, donde se encontraban todos los artículos con descuento, y empezamos a recoger las cosas de nuestra lista. Aunque Sam todavía contaba con reservas de efectivo, tratábamos de ser inteligentes con el dinero que teníamos, y la comida, en general quedaba en segundo lugar detrás de las armas. Podíamos robar comida si llegaba el momento, pero las armas eran más difíciles de conseguir. No se podía tomar una pistola de un estante en la gasolinera mientras alguien distraía al empleado.

Al final del pasillo, me detuve para buscar una prenda de invierno. Estuve corriendo todos los días, pero resultaba más difícil con el aire más frío. Mi garganta se apretaba demasiado rápido, y mis pulmones quemaban. No podía hacer cinco kilómetros completos sin tener que caminar.

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Elegí algo llamado polaina de cuello y la tendí delante de mí. No era nada más que un tubo de lana destinada a cubrir la mitad de la cara. Eso ayudaría a mantener mi garganta y mis pulmones cálidos.

Nick asintió mientras caminaba cuando la tiré en el carrito. —¿Para qué necesitas eso?

—Para ayudarme a correr mejor.

La arrebató del canasto y la colgó de nuevo. —No gastes en esa basura. ¿Crees que Branch va a esperar a que… —leyó la etiqueta—… te pongas una polaina de cuello antes de cazarte?

Le di a la lana una mirada nostálgica antes de seguirlo. Tenía razón, por supuesto, y eso sólo me molestó más.

A mitad de camino a través de la tienda, Nick desapareció, pero no me molesté en buscarlo. De todos modos, era más feliz comprando sola. Llené el carro con lo que necesitábamos, logrando un buen tiempo. A Sam le gustaba que saliéramos de la tienda en menos de treinta minutos. Mientras me dirigía al pasillo de los condimentos, revisé mi lista, lanzando la salsa de tomate y la mostaza en el carro antes de salir. Busqué la mantequilla de maní y me quejé cuando no encontré mi marca favorita.

—¿Hay algo en que pueda ayudarte a encontrar?

Me di vuelta. Un chico con uno de los uniformes verdes de la tienda se encontraba detrás de mí. Su nombre en la etiqueta decía: BRAD, en letras arrugadas.

—Umm... —señalé a la estantería por encima de mi hombro—, ¿tienen reservas en la parte de atrás? Estoy buscando la mantequilla de maní Mountain Valley, y no hay más aquí.

El chico sonrió, mostrando un diente torcido. —Puedo comprobar. Espera un segundo. —Sacó un walkie-talkie de su cinturón, pulsó un botón, y dijo—: Lori, ¿puedes buscar un producto por mí?

El aparato crujió con la estática, y luego una mujer dijo—: Léeme los números.

—No tienes que tomarte tantas molestias —le dije y comencé a retroceder.

Nos quedábamos sin tiempo, y todavía tenía que encontrar a Nick y echar un vistazo. Sam se preocuparía si tardábamos más de una hora. ¿Y quién sabía que haría entonces?

—Sólo tomará un segundo —dijo Brad, y comenzó a recitar una serie de números por la radio.

Revisé ambos extremos del pasillo. Sam me había estado enseñando técnicas de vigilancia, y uno de sus puntos más importantes era: Conoce tus alrededores.

La voz de la mujer sonó un segundo después. —No tendremos más hasta que llegue el camión.

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—Bien. Gracias. —Brad se volvió hacia mí—. Supongo que has oído eso.

Sonreí. —Lo hice. Aprecio que lo comprobaras.

Empujé el carro hacia adelante, pero Brad me siguió. —¿Eres nueva por aquí? No creo haberte visto antes. ¿Vas a la secundaria Bramwell?

—No. Quiero decir, sí, soy nueva aquí, pero me educo en casa. O lo hacía. Ya he terminado. —Eso era una mentira. Todavía me faltaban unos pocos meses.

—Genial —dijo Brad poniendo su walkie-talkie en el cinturón. Se metió las manos en los bolsillos del pantalón, lo que le hacía encorvarse hacia adelante. Era unos cuántos centímetros más alto que yo, tal vez de la misma altura que Sam.

—¿Dónde vives?

Esa pregunta me tomó por sorpresa, y de inmediato todos mis sentidos se pusieron en alerta. ¿Preguntaba porque era amistoso o porque era parte de Branch?

Afortunadamente, Nick apareció y respondió por mí—: Ella no vive en ningún sitio cerca. Vamos, Frannie. Tenemos que irnos.

¿Frannie? Fruncí el ceño. ¿Ese era el mejor alias que podía inventar?

—Cierto. Ya voy, Gabriel —le dije.

Nick entrecerró los ojos. Gabriel era un alias que usó antes de llegar al laboratorio en la granja. Lo encontramos en uno de sus viejos archivos. Detestaba ese nombre. —Suena como el tipo de persona que odio —había dicho.

Brad miró entre Nick y yo.

Cas describió una vez a Nick como un tiburón disfrazado de pantera, lo que más o menos lo resumía. Incluso los extraños podían ver la terrible personalidad de Nick, o la falta de ella, si no trataba de ocultarla.

Y en este momento, no lo hacía.

Brad enderezó los hombros. Ya sea consciente o inconscientemente, activó su modo defensivo.

Me di cuenta de que Brad pensaba que Nick era mi novio, lo que me hizo querer negarlo rápida y vehementemente. Pero entonces Nick me envolvió con su brazo y me atrajo hacia él. La negación se quedó atascada en mi garganta.

—Umm... gracias por tu ayuda —dije mientras Nick nos alejaba.

—No hay problema —contestó Brad en silencio, todavía parado en su lugar.

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Cuando nos encontrábamos en el siguiente pasillo, me alejé de Nick. —¿Era eso realmente necesario?

Sacó una caja de cereales de la estantería y la arrojó en el carrito. —¿Era eso necesario?

Suspiré. —A veces te odio.

—Sí, bueno, el sentimiento es mutuo. —Tomó un bote de copos de avena—. ¿Qué hacías, de todos modos? ¿Charlando con un muchacho común? Sabes que no debes, Frannie.

—No soy una niña, Gabriel. —Con mis labios, soplé un suspiro de exasperación—. Todo lo que quería era un poco de mantequilla de maní. —Taché los cereales y los copos de avena de la lista—. Y lo manejaba muy bien antes de que aparecieras. Soy más inteligente de lo que tú crees.

—Puede ser, pero no estás tan preparada para esto como el resto de nosotros.

Era verdad. Pero estaba aprendiendo. Y me encontraba dispuesta a hacer lo que fuera para estar preparada.

Terminamos de llenar la cesta y elegimos la única línea de cajas que estaba abierta. Era dirigida por una chica unos pocos años mayor que yo, con el pelo negro y una franja de color rojo alegre en el flequillo. Un aro perforaba su labio inferior y otro colgaba de su ceja izquierda.

Cuando vio a Nick, sonrió, mostrando una bola de acero en el centro de su lengua. —¿Cómo estás hoy? —le preguntó, ignorándome por completo.

Nick podría ser hosco a mi alrededor, pero sabía cuándo y cómo activar el encanto, y al parecer ahora era una de esas veces.

Apoyó una cadera en el mostrador y cruzó los brazos sobre su pecho, haciendo que sus bíceps parecieran más grandes. Sonrió. —Estoy bien. ¿Y tú?

La chica se encogió de hombros. —Ha sido lento hoy. Este lugar es tan aburrido.

Nick se rio, el sonido ronco y profundo. —Este pueblo es aburrido.

—Completamente. —La chica rodó los ojos, compadeciéndose de él—. Mis amigos y yo vamos a la ciudad casi cada fin de semana sólo para escapar.

Nick se inclinó más cerca. —¿A dónde van?

—Por lo general, un club llamado DuVo. Es bastante guay.

¿Guay? ¿Quién usa esa palabra?

Miré la pantalla de registro por el total y entregué el dinero suficiente para cubrirlo.

—Tal vez iré a echarle un vistazo —dijo Nick.

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—Debes hacerlo, totalmente. —La chica me dio el cambio y el recibo—. Vamos a estar allí mañana por la noche con seguridad.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Nick, una excusa para comprobar el pecho de la chica, como si intentara encontrar una etiqueta con su nombre.

—Teresa —dijo.

Nick sonrió. —Nos vemos luego, Teresa.

Le devolvió la sonrisa, mientras yo recogía las bolsas, el doble de molesta de lo que estuve hace cinco minutos. Si es que eso era posible.

En el estacionamiento, tiré las bolsas en la parte de atrás de la camioneta y me deslicé en el asiento del pasajero. —¿Cómo haces eso, de todos modos?

Nick metió la llave en el contacto y el motor rugió a la vida. —¿Hacer qué?

—Actuar normal y falso.

—Es una habilidad que se aprende.

—¿De verdad vas a ir a ese club? —La pregunta salió cargando más peso de lo que esperaba. Por mucho que Nick y yo no nos gustáramos, todavía me importaba a dónde iba y cuánto tiempo estaba fuera. Nuestra relación podría ser disfuncional, pero era más seguro permanecer juntos. Nadie más podría entender lo que pasamos o a que aún, tendríamos que hacer frente todos los días.

Puse un codo en el apoyabrazos de la puerta y miré por la ventana, tratando de no darle importancia a la respuesta de Nick.

—Tal vez —dijo mientras nos sacaba del estacionamiento—. No es que sea asunto tuyo.

—Sí, lo es. Porque tenemos reglas, y las reglas dicen que no tenemos que separarnos.

Frunció el ceño brevemente antes de volver su atención a la carretera. —Eso es mentira y lo sabes. Puedo manejarme muy bien por mi cuenta.

—Con el riesgo de morir.

Gruñó. —Morir sería preferible a esta conversación.

Suspiré. Por supuesto, todos teníamos el derecho de abandonar el grupo cuando quisiéramos.

Sin embargo, no pensaba que cualquiera de nosotros realmente lo hiciera.

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Traducido por Julieyrr

Corregido por Itxi

Puse una colcha sobre mi regazo y me apoyé contra la cabecera de mi cama, poniendo mi diario sobre mis rodillas. Pasé las páginas, mis dedos siendo cubiertos de polvo de grafito.

Me detuve en un dibujo de un chico con ojos de color ámbar y mi estómago se apretó.

Trev.

Fue el cuarto chico en el laboratorio de la casa de campo y se convirtió en mi mejor amigo durante nuestros años en el programa juntos.

Pero un día se volvió contra mí cuando más le necesitaba.

Me puso una pistola en la cabeza.

Cerré los ojos mientras el recuerdo volvía. Algunas noches soñaba que había apretado el gatillo.

Le echaba de menos. O por lo menos al viejo él. Más de lo que le podía admitir a Sam o a los demás sin sentirme como una traidora.

Trev fue a quien acudía cuando necesitaba consejo. Sobre todo cuando se trataba de Sam. Nunca me hizo sentir débil o tonta, o cualquiera de las otras cosas que pensarías que sentirías creciendo en torno a cuatro chicos alterados genéticamente.

Para Trev, yo fui un igual, siempre.

Traté de recordarme a mí misma que Branch limpió sus recuerdos, plantando falsos en el vacío, igual que lo hicieron conmigo. Él creía que trabajaba para Branch para proteger a alguien que amaba.

Si alguien entiende lo que se sentía, era yo. Pero olvidar que nos manipuló a todos y casi nos costó la vida, era otra historia.

Con un lápiz en la mano, volteé a una página en blanco y empecé a dibujar un boceto, intentando desterrar todos los pensamientos de Trev de mi mente.

La idea del boceto salió de la nada un par de días antes. No sabía lo que significaba pero no podía quitarme la imagen, y pensé que conseguir ponerla en papel podría ayudar a descifrarla.

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Empecé con el primer plano, porque era el más claro en mi mente. Había dos personas en un pórtico con vistas a un patio oscuro. Era mucho después del anochecer. Se sentaron en los escalones, encorvados cerca, como si estuvieran compartiendo secretos.

En el fondo había una fila de árboles altos y flacos, no como los árboles de abedul que componían el tatuaje de Sam.

Yo había visto el lugar que hacía juego con el tatuaje de Sam; se hallaba cerca de mi casa de la infancia y esto —el pórtico, los abedules, todo parecía muy familiar.

¿El boceto era un viejo recuerdo?

Cuando terminé, levanté el dibujo.

Las dos personas, a pesar de que se hallaban lejos, eran un chico y una chica. El chico era más alto y de mayor de edad. Su pelo era una silueta de rizos sueltos contra el paisaje más allá del pórtico. El cabello de la niña estaba recogido en una cola de caballo.

La chica era yo.

Estaba casi segura de ello. Una esencia fantasma vino hacia mí y cerré los ojos. El olor de la tierra mojada. De aire de verano. De un chico.

Inmediatamente supe que era alguien importante para mí. O lo fue en el momento. Él era un sentimiento más que una persona específica o una cara.

Lamentablemente, no sabía bastantes detalles de mi familia biológica para saber si él era una parte de ésta. Por lo que sabía, sólo tenía una hermana: Dani. Pero supuse que podría haber sido un vecino o un primo. Estas eran las respuestas que quería, las razones por las que necesitaba ver en mi pasado.

Tal vez alguien más sabía cómo murió Dani. O tal vez ellos sabían más sobre nuestra familia.

Después de cerrar el diario, me acomodé bajo el edredón y cerré los ojos de nuevo, con la esperanza de que algo pudiera venir a mí.

Me imaginé a mi antigua casa, los dormitorios, la cocina, el pórtico trasero.

En mi cabeza, trataba de recrear la escena del boceto, cuando sonaron pasos desde la puerta.

Me senté recta.

Sam se paró justo dentro de la habitación, una copa en cada mano. —Oye —le dije—. ¿No se supone que estás de guardia? —Era tarde y había oído a Nick y Cas irse a la cama no hace mucho tiempo. Al parecer, lo que sea que había traído a Sam aquí era más importante que custodiar la casa. Un estremecimiento me recorrió la columna hasta que vi la mirada inquieta en su rostro.

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Empujando la puerta cerrada, se acercó más en la habitación. —Te traje algo de beber.

Tomé el café que me ofreció. No tuvo que decir nada para que supiera que se encontraba preocupado por mí. Probablemente debido a mi error de antes, durante nuestro barrido perimetral. Esta vez casi caminé hacia una trampa de oso —la próxima vez podría ser un agente de Branch.

—Estoy bien —le dije—. Sé que has venido hasta aquí para ver cómo estaba.

Dejó escapar un suspiro y se sentó en el borde de la cama. —Ninguno de nosotros está bien, Anna. —Se inclinó y puso su café sobre la mesa de noche—. Se lo que pasé cuando empecé a tener flashbacks. Sé lo que se siente retirarse de los tratamientos que nos daban en el laboratorio. Y quién sabe cómo esto te afectará. Tus tratamientos eran diferentes a los nuestros y no los documentaron bien. No tenemos nada para avanzar. —Hizo una pausa y luego dijo—: Sólo quiero estar seguro de que te sientes bien. Porque si no lo estás…

—Yo sería una carga.

No dijo nada.

—Estoy bien —repetí—. Lo juro.

Me miró por encima de su hombro. —Creo que estás mintiendo.

—Creo que estás exagerando. —Tomé un sorbo de café antes de poner la taza junto a la suya en la mesa.

Y fue entonces cuando se lanzó.

Me agarró por la muñeca y la retorció, su espalda contra mi pecho, moviéndome de un tirón. Un segundo después, se hallaba encima de mí, mis brazos inmovilizados, sus piernas firmemente contra mis caderas.

Los resortes de la cama chirriaron y se establecieron antes de que pudiera recuperar el aliento y comprender lo que estaba haciendo.

Me puso a prueba.

Y fallé.

No me defendí. No luché. No reaccioné en absoluto.

Se inclinó hacia adelante, sus ojos duros. —Tú. No. Estás. Bien.

—Por supuesto que no voy a pelear contigo. Sé que no me harás daño.

—Tu cerebro no debería haber tenido tiempo para distinguir entre amigo o enemigo. Te hemos entrenado. Tenías años de clases de combate. Defenderte a ti misma, incluso en contra de alguien que te importa, no debería ser una reacción secundaria. Debería ser tu primera reacción.

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Me lamí mis labios secos. La atención de Sam se movió hacia abajo y el calor tocó mis mejillas. Aflojé mis manos, moviéndome debajo de él.

Su agarre disminuyó y sentí sus piernas aflojarse. Aproveché la apertura, arqueando mi espalda. Él perdió el equilibrio y cayó hacia un lado, así que seguí el movimiento, rodándonos y entonces lo inmovilicé.

Finalmente, se relajó y sonrió. Era un lujo que no he tenido muchas veces, y me parecía ridículamente caliente.

—¿Mejor? —le pregunté arqueando mis cejas.

—Mejor. Pero todavía tenemos que hablar sobre lo que está pasando…

Lo corté con la presión de mis labios. Él no me detuvo y sus manos se trasladaron a la curva de mi trasero, acercándome más. Me dejé caer hacia adelante mientras que la boca de Sam se hundía hacia abajo, hacia mi mandíbula, hacia mi cuello, mi clavícula.

Una tabla crujió en el primer piso.

Sam y yo nos paralizamos. Mi corazón latía en todos los puntos del pulso por la emoción del cuerpo de Sam presionando contra el mío y la adrenalina de repente estalló a través de mis venas.

Sam recuperó una de sus armas de debajo del colchón y en silencio la deslizó, cargando una bala en la cámara. Me di la vuelta, deslizándome de la cama y caí de rodillas, recuperando el arma que escondí debajo dela estructura de la cama.

Se arrastró hacia la puerta, las manos envueltas alrededor de su arma. Se puso de espaldas contra la pared, tomando la posición de liderazgo. Agarré el pomo de la puerta y tiré. Se abrió silenciosamente. Sam había engrasado cada bisagra y cerradura en el piso de arriba por esta misma razón, así podría moverse a través de la casa sin ser detectado.

Conté hasta tres en mi cabeza y sabía que Sam hacía lo mismo. A la de tres, se dio la vuelta al borde de la puerta, con la pistola al frente. El músculo en sus antebrazos se tensó. Lo seguí, esquivando el suelo manchado de antiguos daños causados por el agua. Eso es de lo que me acordé cuando caminé a través, porque hice una nota mental para evitarlo desde nuestra primera noche aquí.

En el hueco de la escalera, nos detuvimos mientras una sombra cruzaba la luz de la luna que entraba por una ventana de la sala. La puerta de entrada crujió, seguido por el suave clic del pestillo.

Sam dio dos pasos hacia abajo.

Hice eco de sus movimientos, pegándome a la pared.

Cuando el hueco de la escalera se abrió, Sam se agachó y se movió para que yo lo sostuviera mientras él escudriñaba la sala a través de la barandilla.

Lanzó dos dedos un segundo después, dándome una clara señal.

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El descenso por los pasos restantes pareció una eternidad, pero cuando finalmente llegamos al primer piso, nos separamos, Sam tomando la izquierda hacia el comedor, yo la derecha, hacia la sala de estar.

Como ya sabía que estaba vacío, me fui directamente a la ventana y aparté las cortinas gruesas.

No había vehículos en frente que no fueran los nuestros. Sin agentes de Branch.

Sólo una persona solitaria caminando por el camino de entrada.

Silbé, señalándome a Sam. Él se apresuró a mi lado.

—Mira —susurré.

Sam miró por la ventana. —Es Nick —dijo—. ¿Qué diablos está haciendo?

Metió la pistola en la cintura de sus pantalones, abrió la puerta principal y corrió por las escaleras del pórtico. Sólo llevaba una camiseta sin mangas y pantalones cortos. Me puse una chaqueta y botas y corrí detrás de él.

Gruesos copos de nieve cayeron del cielo oscurecido. La noche estaba extrañamente quieta y cada paso parecía hacer eco a través del bosque.

—¿A dónde vas? —Sam llamó a Nick.

Nick echó un vistazo por encima del hombro. —Fuera.

—Nick. Espera. —Los alcancé a él y a Sam—. ¿Puedes regresar adentro y hablar, por favor?

—¿Hablar? —Me miró, con las cejas fruncidas en irritación—. Ese es el problema, Anna. Todo lo que quieres hacer es hablar.

Empezó a irse de nuevo.

—Tal vez porque nunca lo haces. —Mis dientes castañeteaban contra el frío, pero no se detuvo el calor en mi voz—. He estado viviendo contigo durante dos meses y todavía no sé nada de ti aparte de que eres un imbécil y…

Se volteó y caminó hacia mí, poniendo su cara a pocos centímetros de la mía. —Está bien. Vamos a hablar. ¿Por dónde quieres que empiece? ¿Qué tal si empezamos con el hecho de que ya no sé lo que es real y lo que no? ¿Qué estoy teniendo escenas retrospectivas tan a menudo que siento como que estoy perdiendo la maldita cabeza? —Se detuvo lo suficiente para tomar aliento—. ¿O tal vez podemos hablar de la frecuencia con que mis recuerdos terminan con gente muerta? ¿Personas que yo maté? No tienes ni idea de lo que Branch nos ha hecho. Y no quieres saber.

Sam se interpuso entre nosotros. —Vamos —dijo en voz baja—. Sólo está intentando ayudar.

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Nick no me quitaba sus ojos de encima mientras hablaba. —No necesito ayuda de ella. No necesito nada de ti. —Giró de vuelta y se alejó—. Lo que necesito es algo de maldito espacio.

—¿Cuánto? —preguntó Sam con cuidado—. ¿Una milla? ¿Un condado? ¿Un estado?

Nick metió las manos en los bolsillos de su pantalón. —Tanto espacio como pueda conseguir.

Miré a Sam. Tenía la misma mirada de dolor y tristeza en su rostro que yo sentía.

—¿Sólo vamos a dejar que se vaya? —le pregunté en voz baja.

Sam asintió. —Si necesita espacio, que lo tenga. Nada de lo que digamos o hagamos lo hará cambiar de opinión.

Sam se retiró al interior. Me quedé donde estaba, con las piernas congelándose, los dedos entumecidos, esperando el momento en que ya no pudiera ver a Nick.

Él desapareció tras una curva en el camino de entrada, la oscuridad y la nieve cayendo, tragándolo por completo.

Cuando entré, Sam volvió a su posición en la planta baja, vigilando la casa mientras yo subía a la cama. Con la colcha escondida alrededor de mis hombros y la casa en silencio, esperaba quedarme dormida con la suficiente rapidez, así no tenía que pensar en Nick.

Pero tan pronto como cerré mis ojos y sentí relajarme en la almohada, voces llenaron mi cabeza. Un destello de luz blanca brilló detrás de mis párpados.

Supe inmediatamente lo que era: un flashback.

Había gritos.

Una manta color rosa debajo de mí.

Un joyero abierto sobre el tocador.

Un muchacho a mi lado en la cama.

—¿Estás bien? —preguntó.

Mi cabello cayó hacia adelante y me sequé los ojos. Lloraba. No quería que me viera así, como un bebé.

Se inclinó más cerca. —¿Anna?

—¿Por qué están gritándose el uno al otro? —pregunté.

—Sam está enojado por algo que tu hermana hizo, y ella es una…—Se interrumpió, y lo sentí observándome. Tomó una respiración

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profunda—. No importa. —Se aclaró la garganta—. ¿Quieres ver algo que mi mamá me enseñó?

Sorbí por la nariz y limpié mi cara. —¿Qué es?

—¿Tienes algún papel? Te voy a mostrar.

Las voces se desvanecieron. Saqué un pedazo de papel de mi escritorio. Una hoja roja con corazones en él. Se la entregué y el chico soltó un bufido.

—¿Qué? —le dije.

Revolvió mi cabello. —Nada. Es sólo que eres tan chica.

—¿Anna? —Dedos se clavaron en mis hombros y sacudieron—. Oye, despierta.

Abrí mis ojos. Sam se inclinaba sobre mí, la luz de la luna pintando un patrón de encaje en su rostro. No podría decir cuánto tiempo había pasado desde que fui a la cama, pero parecieron horas.

—¿Qué? —dije con voz ronca.

—Estabas llorando.

Rocé mi cara. Mi mano volvió mojada.

—Debe haber sido un mal sueño —le contesté. Miré por encima del hombro, hacia el pasillo. La puerta de la habitación de Cas estaba abierta—. ¿Cas está de guardia ahora?

—Sí.

—¿Te quedarás conmigo entonces?

El asintió y se dirigió hacia el otro lado de la cama. Lo escuché poner su pistola sobre la mesa, sentí el cambio del colchón mientras se doblaba y comprobaba el arma adicional debajo de éste. Lo hacía todas las noches. De alguna manera eso me hacía sentir más segura.

Alcancé a verlo quitarse su camisa por el rabillo de mi ojo, entonces lo sentí deslizarse a mi lado debajo de la colcha. Pasó un brazo alrededor de mi cintura y me acercó más, plantando un beso suave en mi hombro desnudo.

—Buenas noches —susurré.

—Buenas noches.

Cuando me quedé dormida de nuevo, afortunadamente fue libre del flashback.

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Traducido por Juli

Corregido por Val_17

Dos días. Habían pasado dos días desde que Nick se fue. Ni siquiera se había molestado en llamar, y cuanto más tiempo pasaba, más ansiosa me sentía.

A pesar de que habíamos aprendido a tolerarnos unos a otros, Nick y yo no éramos amigos. Pero aun así quería que estuviera en casa. Y más importante, quería saber que se encontraba a salvo.

Branch nos había torcido y manipulado con la droga Altered, haciéndonos sentir una conexión entre sí, que nadie más podría llegar a entender. Habían querido crear una unidad perfecta y cohesiva que escuchara a su comandante programado sin ninguna duda.

Yo había sido la comandante programada, y los chicos me escucharon, sin excepción, incluso cuando no querían, lo cual fue especialmente cierto para Nick.

Habíamos estado probándonos desde hace semanas, tratando de documentar el momento exacto en que se disipó la programación. Nick fue el más ansioso. Él sólo quería acabar con ello.

Todos los miércoles por la mañana, salíamos al patio trasero y probábamos dos cosas: la habilidad de los chicos para ignorar mis órdenes y su capacidad para quedarse, incluso cuando pensaban que se encontraban en peligro.

Esos eran dos de los principales componentes de la droga Altered. Los chicos habían sentido una inexplicable e innegable necesidad de protegerme, el respaldo integrado de la droga. Branch quería estar seguro de que los chicos no se volverían contra mí, incluso si se enteraban de lo que pasaba.

Sabíamos a partir de los crecientes flashbacks de Sam que él era muy probablemente el menos afectado por la droga, así que lo probamos primero. Y cuando le di una orden, sólo me miró fijamente.

Entonces me apunté en la cabeza con un arma.

Cas reaccionó primero. Me levantó del suelo y me agarró la muñeca, para quitarme el arma. Nick apareció un segundo más tarde, capturándome antes de que golpeara el piso.

Sam no se había movido.

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Cas y Nick, esas primeras semanas, escucharon cada orden que les di. Saltar en un pie. Imitar a un pollo. A Nick le encantaba esa.

En la tercera semana, Cas ya no tenía que obedecerme.

En la cuarta semana, Sam me apuntó en la cabeza con un arma, y Nick lo derribó al suelo.

La quinta semana, Nick se negó a hacer más pruebas.

Así que decidí que esa era mi excusa. La razón por la que quería saber que Nick estaba a salvo. Porque de alguna manera seguíamos conectados a través de la droga Altered. No había ninguna prueba de que nuestro vínculo se disipó, como con Cas y Sam.

Y si esa no era la razón, no tenía idea de cuál era.

Cuando Sam no me entrenaba para una cosa u otra, por lo general pasaba una hora o dos investigando la memoria USB que Trev nos dio cuando nos escapamos del Branch. Él robó los archivos como una manera de demostrar que se arrepentía, pero nunca podría compensarnos por la traición, por elegir al Branch sobre mí cuando lo necesité.

En el extremo de la mesa de la cocina, con el portátil abierto delante de mí, hice clic en el archivo principal etiquetado como “Anna O‟Brien”. Había por lo menos media docena de subcarpetas, algunas de los cuales me gustaría explorar a fondo. Hoy me hallaba en una misión, así que abrí la carpeta “Familia O‟Brien” y empecé a revisarla.

Estaba decidida a convencer a Sam de que aprender más acerca de mi familia podría ser importante para los dos. Después de todo, nuestro pasado se conectaba a Dani, y pensé que valía la pena conocer su historia con el fin de seguir adelante con nuestro futuro.

Y, más que nada, quería conocer a mi hermana mayor, incluso cuando la conocí indirectamente. Tomaría todo lo que pudiera conseguir.

Dani fue parte del Branch mucho antes que yo. Ella, Nick y Cas se unieron a Sam como los primeros candidatos en el programa de la alteración genética del Branch. Una vez que el Branch tuvo éxito con las alteraciones, convirtieron a los chicos en asesinos. Incluso tenían currículums con las listas de asesinatos exitosos, desde un Senador de los EE.UU. a un científico a un diplomático extranjero.

Aunque sabía lo que Sam y los otros eran capaces de hacer, todavía tenía dificultades para conectar al Sam que conocía ahora al que pasó sus días planificando misiones y siguiendo adelante con las órdenes de matar.

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Era aún más difícil imaginar a mi hermana mayor haciendo lo mismo, a pesar de que habíamos sido incapaces de encontrar algo que demostrara que ella alguna vez fue una asesina. Pero si no era así, ¿qué papel desempeñaba en el Branch?

Había leído sus archivos una y otra vez, pero no había nada importante. Eso no significaba que no hubiera pistas presentes, algo entre líneas.

Me decidí a empezar de nuevo.

Dani O’Brien: Ingresó al Branch el 12 de marzo. Se trasladó a Cam Marie para los tratamientos iniciales. Se integrará a la Unidad 1 el 22 de mayo.

28 de abril: Dani ha respondido bien a los tratamientos. OB ha solicitado un cambio en la línea de tiempo. Será introducida a la Unidad 1 esta tarde.

29 de abril: La introducción de Dani a la Unidad 1 fue un éxito. Todos la aceptaron.

2 de mayo: Dani muestra señales exitosas de los sentidos intensificados, una mayor resistencia y una menor tasa de envejecimiento.

Revisé el resto de la página, luego abrí la imagen adjunta al expediente. Era una de Dani de pie delante de una pared de ladrillo blanco, con el pelo suelto colgando sobre los hombros. Se veía como una foto de identificación, una que se pondría en una insignia de la empresa.

Aunque no sonreía, no se veía triste. Lucía esperanzada. Había un brillo en sus mejillas y en sus ojos.

Era muy distinta a los pocos recuerdos que tenía de ella. En cada recuerdo, parecía descuidada, desaliñada, cansada. En la foto, parecía como si estuviera a punto de embarcarse en una nueva aventura y no podía esperar para empezar.

Abrí un nuevo archivo, etiquetado como “William O‟Brien”. Will era el hermano mayor de mi padre biológico. Por lo que pude ver, había sido unido a nuestra familia. La foto de él parecía que la habían tomado en secreto. En ella, cruzaba la calle en un pueblo anodino, con gafas de sol oscuras para ocultar sus ojos.

Su pelo era de color canela, como el de Dani, lo mantuvo corto y bien recortado. Las pecas cubrían su rostro.

Basado en la poca información que fui capaz de encontrar, seguía vivo. Pero desapareció de la faz de la tierra hace más de seis años. No podía encontrar nada de él, ni siquiera una multa de aparcamiento, lo que me hizo preguntarme si él sabía sobre el Branch y la forma en que arruinó a nuestra familia, y si estaba en la clandestinidad desde entonces. No iba a abandonar la esperanza de que se encontraba por ahí en alguna parte. Lo encontraría tarde o temprano. Podría tener respuestas de mi pasado que nadie más tenía.

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Una taza de café fue arrojada frente a mí. Miré por encima del hombro a Sam. Estaba recién afeitado y el pelo oscuro seguía brillando por la ducha.

—Hola —dije, tomando la taza en mis manos. El café en el interior era de un marrón claro, por lo que se podría argumentar que era más leche que café, pero me gustaba así. Y me gustó aún más que él lo supiera.

—Hola —respondió—. ¿Ya has comido?

No. —Sí.

—Está mintiendo —gritó Cas desde la habitación de lavandería. Ni siquiera sabía que estaba allí.

—¿Cómo lo sabes?

Cas entró en la cocina y se encogió de hombros en una camisa de franela azul marino. —Porque si hubieras hecho algo, lo habría olido, obviamente.

Comprobé el reloj de la computadora portátil. Era cerca del mediodía. —Está bien. Voy a hacer algo ahora. Tengo todo para espagueti y…

La puerta principal se abrió de golpe.

Cas y Sam se armaron y se presionaron contra la pared que separaba la sala de estar.

Me escondí junto a un viejo aparador desvencijado y calculé mentalmente los metros entre el arma más cercana en la casa y yo. Había una en el cuarto de lavado, escondida en una caja vieja de detergente en polvo.

A tres metros, más o menos.

Podía alcanzarla.

—Soy yo, idiotas —exclamó alguien.

Nick.

Salí de mi escondite y me dirigí a la parte delantera de la casa.

Cuando entré, Cas lanzaba a un lado una linterna.

—¿Para qué ibas a usar eso? —dijo Nick—. ¿Lo ibas a cegar hasta la muerte?

Cas volvió a recoger la linterna. —¿Quieres una demostración? —La inclinó sobre su hombro—. Apuesto a que puedo golpearte en la cabeza más rápido de lo que puedes darme un puñetazo.

Los hombros de Nick se echaron hacia atrás. Apretó la mandíbula como si estuviera tratando de decidir qué era más importante: superar a Cas o verse como el tipo maduro que no muerde el anzuelo.

—Apuesto a que no puedes —dijo finalmente, y Cas sonrió, dando un paso.

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—Ya basta —dijo Sam. Arrancó la linterna de la mano de Cas.

—¡Vamos! —Cas se dio la vuelta—. ¡Lo tenía ganado!

—Como si necesitáramos lidiar con una conmoción cerebral en estos momentos. —Sam colocó la linterna en posición vertical sobre la repisa de la chimenea. Asintió hacia Nick—. ¿Conseguiste el espacio que necesitabas?

—Supongo. —Nick se dejó caer en la esquina del sofá—. Llegué a casa antes de lo que quería.

Sam, con la cara en blanco y voz plana, dijo—: Nadie te obligó.

—No. —Nick se frotó la cara y luego dijo—: Siéntate. Tenemos que hablar.

Sam se irguió, de repente en estado de alerta. —¿De qué?

Cas caminó hacia la segunda silla y se sentó. Me senté en el otro extremo del sofá.

—Anoche salí con la chica que trabaja en la tienda de comestibles en Millerton —dijo Nick, mirándome—. ¿Recuerdas, la chica de cabello oscuro?

—¿Cómo podría olvidarla?

Me ignoró. —Esta mañana hablábamos, y terminó diciéndome que alguien entró en la tienda preguntando por Anna.

Me senté impulsándome hacia adelante. —¿A qué te refieres con preguntando por mí?

—Preguntando si alguien te había visto. Sabían tu nombre. Tenían una vieja foto de ti.

Sam se paseó delante de la chimenea, con los brazos cruzados sobre el pecho. —¿La chica tiene una descripción de quien lo preguntó?

Nick asintió. Su expresión era tensa, destacando los ojos, como si ya tuviera una teoría acerca de quién se trataba. —Una chica de nuestra edad. El pelo de color castaño rojizo. Delgada. 1.70 metros o algo así.

—¿Una agente del Branch? —le dije.

Los chicos se quedaron en silencio.

Sam fue el primero en hablar. —Un agente del Branch no sería tan tonto como para preguntar sobre nosotros en una tienda de comestibles. Sabrían que nos pondría sobre aviso si se corriera la voz, y preguntar sobre una chica desaparecida en un lugar como este —un pueblo pequeño y seguro— nos convertiría en una historia local, a finales de semana.

—Fue un mensaje —dijo Nick.

Fruncí el ceño. —¿Quién iba a ser, si no es un agente del Branch?

Cas se aclaró la garganta, la cual era su manera de advertirme de que lo que iba a decir no sería bueno. —Sólo conocemos a una chica de

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nuestra edad con el pelo de color castaño rojizo, que preguntaría por ti, Banana.

Nick y Sam se miraron. Sam dio el más breve de los asentimientos.

—¿Quién?

—Dani —dijo Sam.

Mi primer instinto fue reír, pero evidentemente no era una broma. Los tres me miraban, tensos, esperando mi respuesta.

—No —dije rápidamente e indiferente—. Dani está muerta.

—Eso dice el Branch —dijo Sam.

—Y son tan confiables —añadió Nick con sarcasmo.

—Podría ser cualquiera. Cualquiera. Alguien que solía trabajar para el Branch. Alguien que conoce a Trev. —Sentí como si estuviera farfullando, inventando excusas, pero no podía ser Dani.

No lo creía ni siquiera una partecita de mí.

—Esa tienda en Millerton, ¿tiene un sistema de seguridad? ¿Cámaras? —preguntó Sam.

—Sí —dijimos Nick y yo al unísono.

Sam le hizo un gesto a Nick, y él se levantó.

—Espera —dije—. ¿Qué vas a hacer?

—Mirar las cintas. —Sam se puso el abrigo—. Ver quién fue.

—Voy contigo.

Comprobó el cargador en su pistola, asegurándose de que se hallaba lleno. —No, no irás. Si alguien estuvo allí preguntando por ti, entonces estás en mayor riesgo que cualquiera de nosotros.

—¿Cómo vas a tener acceso a las cintas de seguridad?

Sam me dio una mirada por debajo del intenso ceño de su frente, como si fuera la pregunta más tonta que formulé y no hubiera manera de que fuera a contestar.

—Sería mucho más fácil pedir verlo, ¿no te parece? —le dije—. ¿En lugar de entrar a escondidas?

—¿Porque estoy seguro de que permiten que cualquier cliente que entra por la puerta tenga acceso a su sistema de seguridad?

—Déjame entrar —le dije—. Tengo una idea, pero vas a necesitar que lo haga yo.

—Anna —suspiró Sam.

Cas se acercó por detrás de mí. —Oh, déjala venir, Sammy. Podría ser útil.

No estaba segura de si debía agradecerle a Cas o fruncirle el ceño.

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—Bien —dijo Sam—. Pero si hay cualquier señal de problemas, te vas. Inmediatamente. Sin hacer preguntas.

Asentí. —Me parece justo.

Se dirigió hacia la puerta. —Y asegúrate de tener un arma.

Preocupada porque se fuera sin mí si tenía la oportunidad, agarré el arma más cercana —de la habitación de lavandería— y corrí tras él.

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Traducido por Juli

Corregido por florbarbero

Trev me dijo una vez que el arte de la mentira era decir tanto la verdad como fuera posible.

—Perdí contacto con mi hermana hace mucho tiempo —le dije a la gerente de la tienda de comestibles—. Y tu empleada dijo que el otro día una chica preguntó por mí aquí, y parece que se ajusta a la descripción de mi hermana. —Me retorcí las manos delante de mí, tratando de actuar tan desesperada como podía—. ¿Hay alguna manera de que nos puedas mostrar el video de seguridad de ese día? ¿Sólo para poder ver si era ella?

La gerente, una mujer de unos cuarenta años con el pelo largo y negro y grandes ojos marrones, nos miró a mí y a Sam, que se encontraba al lado mío. De acuerdo al plan, Sam venía conmigo haciéndose pasar por mi novio, mientras que Nick se quedaba en el coche, en puesto de observación, y Cas se paseaba por la tienda.

—No lo sé —dijo la mujer. El nombre de su etiqueta decía “Margaret”, pero pensé que se parecía más a una Maggie.

Sentí su vacilación, por lo que aproveché. —¿Por favor? La extraño tanto. —Dejé que mi voz se quebrara al final y mis ojos se llenaron de lágrimas.

Sus llaves tintinearon en la mano. —Bien. Supongo que no va a hacer daño. Sígueme.

Nos llevó al otro lado de una puerta sin etiquetar en la parte delantera de la tienda, justo después de las cajas registradoras. Al otro lado, se hallaba una pequeña oficina. Allí, había dos televisores en blanco y negro que reproducían las imágenes de seguridad de varias cámaras repartidas por toda la tienda.

Margaret se sentó a la mesa y encendió la computadora solitaria. —¿Sabes qué día era el que supuestamente entró tu hermana?

—Jueves —respondí.

Sam se cernía cerca del escritorio, con los brazos cruzados frente a él. Pude distinguir la forma de la funda de su pistola colgada sobre los hombros. Antes de todo esto, cuando era sólo una chica normal que vivía una vida semi-anormal, ver a alguien llevando un arma de fuego

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me ponía nerviosa. Riley, el segundo al mando en el Branch y el que generalmente hacía las visitas de chequeo al laboratorio, llevaba una pistola en todo momento. Tal vez por eso, yo lo evitaba. Bueno, entre otras cosas. Era un tramposo y desagradable que haría cualquier cosa por el Branch. No cuestionaba lo que hacía la entidad y ni la forma en que lo llevaba a cabo, lo cual lo convertía en mucho más peligroso para nosotros.

Me alegré por tener un arma sujeta a mis hombros. Ir a algún sitio sin ella me habría hecho sentir vulnerable y desnuda. Habíamos aprendido que Riley tenía la desafortunada capacidad de aparecer en cualquier momento.

Margaret mostró las imágenes desde el jueves y las adelantó de forma rápida durante la tarde, empezando a la una, cuando la “amiga” de Nick se encontraba trabajando. Varias personas iban y venían por las cajas registradoras. El reloj digital en la pantalla, decía que pasó más de una hora en el metraje.

Y entonces, por fin, encontramos lo que buscábamos.

—Espera. Regresa —le dije. Una chica que se ajustaba a la descripción que nos facilitó Nick, entró y salió del metraje. Sólo vi un destello de su cara, pero era suficiente para ponerme de inmediato en estado de alerta. Inquietud se deslizó por mi columna vertebral—. ¿Puedes reproducir aquí?

Margaret apretó un botón y las imágenes desaceleraron hasta el tiempo real.

La chica apareció junto a las cajas registradoras, con el pelo largo suelto por la espalda. Volteó la cara de la cámara en un primer momento y le entregó algo a la empleada. Una foto, pensé.

La empleada la leyó y asintió rápidamente antes de devolver la foto.

Después de intercambiar unas palabras entre las dos, la chica por fin se volvió a la salida, hacia la cámara.

Un aliento sorprendido se precipitó por mi garganta.

—Mierda —dijo Sam.

Me ardían los ojos. Parpadeé para tratar de retener las lágrimas que de repente llenaron mis ojos y me cubrí la boca con la mano para detener el sonido ahogado de sorpresa que amenazaba con escapar.

Dani.

Era ella.

Margaret miró por encima del hombro y una sonrisa cruzó su rostro. —¿Es tu hermana?

La respuesta a esa pregunta era una sola palabra, lo suficientemente fácil de decir pero me resultó imposible. Porque decirla

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la traería de entre los muertos. Decirla significaba que ya no era el último miembro de mi familia.

Quería que fuera verdad, más que nada, pero después de lo que pasó en los últimos meses, el lado prudente y racional de mí me decía que todavía no lo creyera. Podría ser otra trampa. Otra mentira dicha por el Branch. Eran capaces de cualquier cosa. ¿Habían manipulado la seguridad? ¿De alguna manera añadieron el rostro de Dani a las imágenes?

No podía permitir que me dieran esperanza.

—Puedo preguntarle a mi empleada si ella dejó alguna información de contacto —dijo Margaret.

Sam hizo un gesto hacia la pantalla. —¿Tienes cámaras en el estacionamiento?

Margaret frunció el ceño. —Bueno, sí, pero...

—¿Puedes traerla, por favor? Hay que encontrar el sello de tiempo justo después de aquí, con la empleada.

—Muy bien. —Margaret tecleó algunos comandos, y nuevas imágenes reemplazaron a las tomas del interior. Dani salió de la tienda, cruzó el estacionamiento y se dirigió hacia el callejón. Así que no estaba conduciendo. O si no, había aparcado fuera de la vista.

—¿Debo rebobinar? —preguntó Margaret y se dispuso a escribir otro comando cuando Sam la detuvo.

—Espera.

Un Sedan negro se detuvo detrás de Dani. Las luces traseras brillaban de color rojo contra el asfalto fangoso. Alguien salió del lado del pasajero.

Dani siguió caminando, con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo. ¿Sabía que alguien se encontraba detrás de ella?

El hombre sacó una pistola de una funda del hombro.

—Oh, Dios mío —dijo Margaret.

Dani se dio la vuelta.

El hombre no tuvo tiempo suficiente para reaccionar, y Dani le dio en la nariz con un golpe zurdo. Él se dio la vuelta, mirando a la cámara.

Incluso en la estática de una pantalla vieja, sabía que el hombre era Riley. El miedo anudó mis entrañas.

Otro agente bajó del Sedan. Él vino por detrás de Dani y le pateó la parte posterior de la rodilla. Ella se dobló hacia adelante. Riley tiró la culata de su arma, dándole por la mejilla. La sangre manaba de su boca.

Margaret se quedó sin aliento. —Tenemos que llamar a alguien —dijo y cogió el teléfono, golpeando a una taza con bolígrafos cuando lo

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hizo. Rodaron por la mesa y cayeron al suelo—. ¡Oh, esa pobre chica! No puedo creer que nadie vio lo que pasó. Podría estar muerta...

Sam apretó el botón del receptor. Margaret lo miró. —¿Qué estás haciendo?

—Escucha con mucha atención. —Él tiró suavemente el receptor de su mano y lo colgó—. No puedes decirle a nadie lo que acabas de ver.

—Pero... su hermana...

Sam puso las manos sobre los brazos de la silla y la hizo girar hacia él, enjaulándola en su lugar. —Esa chica no es su hermana. Es una fugitiva del gobierno ruso y esos hombres son dos de sus agentes. Si saben lo que viste, te harán daño y a cualquier persona que te importe. ¿Me entiendes?

—¿Qué? ¿Estás…?

—¿Entiendes? —repitió Sam.

Margaret, con los ojos abiertos y los labios carentes de color, asintió sin hacer ruido.

—Borra el material de archivo, ¿entendido? —ordenó Sam. Ella no se movió—. ¿Margaret?

—Sí. De acuerdo. —Empezó a tocar al azar en el teclado—. No puedo creer que esto esté pasando.

Sam me miró mientras decía lo siguiente. —Margaret, tenemos que irnos. ¿Vas a estar bien?

Ella sorbió por la nariz, todavía tecleando en el ordenador. —Sí. Estaré bien. Quiero decir... sí...

Sam asintió hacia la puerta. Salí por delante de él y cuando nos fuimos, él susurró—: Por esto era mejor mi método.

No podía discutir eso.

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Traducido por Mel Markham

Corregido por Valentine Rose

Cuando llegamos a la cabina treinta minutos después, todos tomamos caminos separados en un frenesí de actividad. Nick estaba a cargo de la portátil, y de cualquier información que imprimiéramos sobre Branch. Cas se encargaba del botiquín de primeros auxilio. Sam de las armas. Y yo estaba a cargo del suministro de comida, y de volver a comprobar que no dejáramos ninguna pista atrás.

—Porque eres buena notando los detalles —había dicho Sam la primera vez que nos asignó las tareas.

Yo lo había planeado con antelación, y ya tenía una bolsa de comida de repuesto empacada y esperando en el cuarto de lavado. Inmediatamente subí las escaleras y comencé a revisar la casa, comenzando con las habitaciones de Nick y Cas, luego el baño.

Siempre fuimos buenos en recoger lo que dejábamos, sin embargo, algunas veces Cas olvidaba las reglas, o era muy perezoso como para seguirlas.

La última habitación en el último piso era la habitación que compartía con Sam. Arranqué los tres bosquejos que había sujetado con cinta adhesiva en la pared por encima de la mesilla de noche. Uno era de Cas y Sam jugando un partido de ajedrez, otro de Nick corriendo, y el último era de Dani. No sabía cuándo ocurrió nuestra vida, pero se sentía como un recuerdo real frente a una escena inventada. Ella estaba sentada en el suelo, sosteniéndome en sus brazos, acariciando mi cabello.

A veces cuando cierro los ojos, casi puedo escucharla susurrarme.

—¿Anna?

Me asusté ante el sonido de la voz de Sam. —Hola —dije—, casi termino.

Asintió y miré el dibujo en mis manos. Algo cauto cruzó su rostro. Culpa, creo.

—Nos vamos en diez minutos —dijo sin encontrar mis ojos y se apresuró a las escaleras.

Sostuve el dibujo hacia la luz. Sam nunca hizo un comentario sobre el dibujo antes. Nunca hablaba mucho de Dani, incluso aunque

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estaba casi segura de tenía más y más recuerdos recurrentes sobre ella y sus vidas antes del programa Altered. Anhelaba tanto que se abriera, quería conocer sus secretos, pensamientos y preocupaciones.

Con suavidad, coloqué el dibujo en mi diario y lo deslicé en mi bolsa de mensajero. Luego, comprobé los vestidores, el armario, y las mesas de noche. La mía estaba vacía, así que rodeé la cama hacia la de Sam y abrí el pequeño cajón, agachándome para mirar dentro.

Se hallaba vacía, como pensé que estaría, y estaba a punto de cerrarla cuando oí la débil rozadura del papel contra la madera.

Miré de nuevo pero no vi nada, así que saqué todo el cajón. Mientras lo hacía, una pieza de papel doblada salió con él y cayó al suelo. Hice el cajón a un lado, y levanté el papel. Era una lista de nombres garabateados en lápiz con la letra de Sam. Algunos fueron garabateados por encima y re-escritos. Otros tenían un asterisco al lado, y algunos signos de interrogación.

Anthony Romna

Joseph Badgley*

Sarah T. Sarah Trainor

Edward van der Bleek?

La lista seguía. Ocupaba la página entera y un poco más. Tenía que haber al menos treinta nombres. Los miré a todos para ver si reconocía alguno y encontré dos al final. Nombres que conocía bien.

Melanie O’Brien?

Charles O’Brien?

Mis padres.

¿Qué hacían mis padres en una lista de nombres en la mesa de noche de Sam?

—¡Oye, Anna! —gritó Cas.

Me encogí y empujé el papel en mi bolsillo trasero. —¿Sí?

—Estamos listos, y tú ni siquiera revisaste el piso de abajo —gritó Nick.

—¡Estoy yendo! Lo siento.

Sin embargo, me encontraba en un piso completamente diferente, todavía podía oír a Nick gruñir en respuesta.

Empujé el cajón de nuevo en su lugar y me apresuré a bajar las escaleras.

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Cuando subimos a la camioneta, miré por el parabrisas hacia nuestra tercera casa en dos meses. Desearía poder decir que la extrañaré, pero era difícil encariñarse cuando sabes que te mudarás pronto, de todas formas.

Sam encendió el motor y retrocedió. Cinco minutos después, la casa no era más que una mancha en el espejo retrovisor.

—¿Ahora qué? —preguntó Cas—. Dani está viva. Riley la tiene. Y claramente sabe que estamos en la zona.

—La están usando como carnada —dijo Nick—. Saben que veríamos ese video de seguridad de una forma u otra, una vez que encontramos a alguien que preguntaba por Anna.

Me retorcí entre los dos asientos delanteros. —No podrían saber que te comportarías como una zorra con la empleada de la tienda, y que daría la casualidad de que alguien preguntaría por mí.

Cas se rio. —Comportándote como una zorra. Eso es gracioso.

—Como sea —continuó Nick, con los dientes apretados—, sabían que una vez que descubrieras que tu hermana seguía con vida, la buscarías.

Me giré de nuevo en mi asiento. La verdad era que no estaba segura de cuál quería que fuera nuestro siguiente movimiento, o si quería o no arriesgar nuestra seguridad con el fin de ir tras una hermana que no podía recordar, que supuestamente había muerto.

¿Cómo sobrevivió? ¿Por qué ella no me había encontrado antes?

Me encogí, recordando la golpiza que sufrió a manos de Riley en el callejón detrás de la tienda de comestibles. Pude imaginar el dolor y el miedo que iban con eso. Y si eso es lo que estaban dispuestos a hacer en público, lo que le harían en privado sería mucho peor.

—¿Sam? —Lo miré—. ¿Intervienes, por favor?

Redujo la velocidad por un semáforo y se incorporó en el carril de giro a la izquierda, el guiño haciendo clic en el silencio del coche. Tomó aliento. —Nick tiene razón.

—Gracias —dijo Nick.

—Pero… —cambió su atención hacia mí—, es tu hermana. Si dices que estás dispuesta a morir por encontrarla, no te culparía.

¿Lo estaba?

Quería conocer a mi familia, y en cierta forma, conocerme mejor a través de ellos. Pero el simple hecho de que Dani se encontraba con vida cuando no debería, levantó docenas de banderas rojas. ¿Qué planeaba

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Branch hacer con ella? ¿Dónde ha estado todo este tiempo? Y más importante, ¿sabía que yo estaba con Sam? Si lo hacía, ¿qué pensaría de ello?

—Supongo que el primer paso es encontrar dónde la tienen —dije.

Sam giró a la izquierda. Nieve y sal resonaron los pozos de las ruedas mientras el coche ganaba velocidad.

—Seguro, hagamos eso. —Nick se hizo sonar un nudillo—. ¿Por qué no sólo llamamos a Riley y le preguntamos donde la tiene?

—Simplemente dilo —agregó Cas—. Riley es mi hermano. Lo tengo en marcación rápida.

—Eres un idiota —dijo Nick.

—O —dijo Cas—, podemos llamar a Trev. Nos dejó ese número de emergencia en la memoria USB. Bien podríamos usarlo.

Nick resopló. —Además muestras mi punto de que eres un idiota.

Sam me miró brevemente. —¿Quieres ir por ese camino?

Miré por la ventana del acompañante. La nieve se derretía en el vidrio, las gotas cayendo, cayendo. —Probablemente Trev nos ayude —dije en voz baja, con miedo de que si hablaba muy fuerte, de alguna forma no fuera cierto. ¿Cómo era ahora, meses después? Tenía miedo de descubrirlo. Más que eso, tenía miedo de que nos dijera que no. Si lo hacía, no había una prueba mejor; estaría muerto mí para siempre.

—Sólo nos va a tender otra trampa —dijo Nick.

También estaba eso. Eso era peor que nos dijera que no.

—No tienes que ser parte de esto —respondí.

Quería que nuestro grupo permaneciera junto. La fuerza en el número y todo eso. Pero esta era mi familia de la que hablábamos. Si no podía salvar a Dani, entonces no era mejor que Branch. Tal vez no sería la que le cause dolor, pero el dejarla en sus manos cuando podía salvarla, ¿no sería peor de alguna forma? No podía imaginar las cosas que le harían con el objetivo de descubrir lo que sabía.

Y, más que nada, quería verla con mis propios ojos, ver que ella era real.

Tenía una hermana en algún lugar. La sangre era la sangre.

No podía darle la espalda.

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Traducido por Mel Markham

Corregido por Clara Markov

Sostuve el teléfono prepago en mi mano, mirando la pantalla en blanco. Sam se sentó a mi lado, Cas frente a nosotros. Nos encontrábamos en una pequeña cafetería llamada Elkhom Original, en una mesa en el fondo. Todas las cabinas cerca de las ventaba se hallaban disponibles, y las cabinas generalmente le daban a la persona más privacidad, pero también era difícil salir de allí cuando ibas apurado. Otra lección de Sam.

Nick se sentaba en un banco en la vereda de enfrente, listo. No podía verlo, pero confiaba en que se ubicaba ahí. Incluso aunque estaba en contra de eso, todavía seguía con el grupo en la mayoría de las cosas. Mayoría de votos. Ganamos.

Tres tazas de café se encontraban en la mesa entre Sam, Cas y yo, pero ninguno de nosotros se sentía particularmente sediento. Sam mordió el dulce de menta que estuvo lamiendo.

—Cuando conteste, si contesta —dijo Sam—, tienes dos minutos, como mucho. No queremos arriesgarnos a que nos rastree. Pregúntale lo que necesites, y si no te responde, tendrás que colgar. Sin dudar. —Sam se inclinó hacia adelante, más cerca de mí. Yo todavía miraba fijamente el teléfono. Puso la mano en mi rodilla debajo de la mesa y la apretó—. Estará bien —prometió.

Cuando Trev nos dio la memoria USB, incluyó un documento titulado “EN CASO DE EMERGENCIA”. Era un archivo de texto con un número telefónico, nada más. Ese era el número que usábamos ahora.

Lo presioné, me llevé el teléfono al oído. Apenas podía oír el timbre del otro lado sobre la fuerza del latido de mi corazón. Trev había sido mi mejor amigo. Hablar con él era más fácil que hablar con cualquiera. Y ahora sentía que podría vomitar pensando en oír su voz. O tal vez era que me preocupaba que no fuera él. Si Branch descubrió lo que él nos dio, ellos o le borrarían la memoria o lo matarían.

Tan enojada como estaba con él, no se merecía ninguno de esos castigos.

Cas jugueteaba frente a mí y golpeó accidentalmente la mesa. Café se salpicó en el borde de su taza y formó un charco en la mesa.

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—Lo siento —murmuró al mismo tiempo que la línea era contestada y Trev decía:

—¿Hola?

Miré a Sam, asintió. Accionó el cronómetro en su reloj. Cas limpió el café con servilletas mojadas.

—¿Anna? —dijo Trev su voz alzándose.

Cerré los ojos con fuerza. —Sí. Soy yo. —Toma el control de la conversación. Sólo tienes dos minutos—. Necesito un favor.

No dijo nada por lo que pareció mucho más que dos minutos. Finalmente, una respiración, otra pausa, luego—: ¿Qué tipo de favor?

—Dani vive, Branch la tiene y quiero saber dónde puedo encontrarla.

—¿Qué? —Hubo ruido de pies arrastrándose por la línea, el crujir de una puerta y luego cerrándose segundos después—. ¿Cómo sabes que vive?

—La vimos en el video de seguridad en una tienda de comestibles.

—Y Branch, ¿cómo…?

—La atacaron en un callejón allí. Riley y otro agente.

Trev maldijo. El viento silbó por el receptor. Hubo un sonido de repiqueteo, como el sonido que hace un coche cuando se abre una puerta. —Dame una hora. ¿Estás en Michigan?

Sam negó con la cabeza. Debe haber oído a Trev a través de la línea.

—No —dije.

—¿Sam te dijo que dijeras eso? —No respondí—. Encuéntrame en el campo de la turbina de viento en dos horas.

—No nos vamos a encontrar con él —dijo Sam.

—Anna —dijo Trev—. No vuelvas a usar este número. ¿De acuerdo? Sólo sirve para usarlo una vez. Encuéntrame. Veré que puedo descubrir.

—No nos vamos a encontrar con él —repitió Sam. Nuestros ojos fijos. Negó con la cabeza de nuevo.

—De acuerdo —le dije a Trev—. Dos horas.

—Estaré allí.

La línea murió.

Las manos se Sam se convirtieron en puños. —¡Maldición, Anna! No nos vamos a encontrar con él.

—Está bien. —Me puse de pie—. Tú no tienes que hacerlo. Justo como le dije a Nick: Puedo hacer esto sola.

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Sam se paró a mi lado. Sólo había cinco centímetros entre nosotros. Podía oler los restos de la menta en su aliento, prácticamente podía sentir el calor en su voz. —¿De verdad crees que te dejaremos ir sola?

No. No lo creía. Lo cual era la razón por la que defendía mi postura. Necesitaba esto, y me disponía a arriesgar mucho por ello.

—No lo sé —respondí—. Quizá.

Cas resopló. —Nos está haciendo morder el anzuelo.

Las comisuras de la boca de Sam se tensaron. Él también lo sabía. —Bien —dijo—. Siendo que esta es tu misión, te dejaré darle las instrucciones a Nick.

Se giró y salió por la puerta. Lo observé irse. Frente a mí, Cas prácticamente vibraba con risa. —A Nick le encantará este plan.

Gruñí para mí misma a medida que lentamente me arrastraba hacia afuera.

Nick tomó las noticias como pensamos que lo haría, con un aire de insatisfecha arrogancia. Ahora se sentaba en el asiento trasero, en silencio mientras nos dirigíamos en dirección a Hart, Michigan. El GPS decía que nos encontrábamos a dos horas, pero Sam mantuvo el velocímetro sobre setenta y cinco todo el camino hasta allí. Afortunadamente las carreteras estaban libres de nieve y hielo, de lo contrario hubiéramos llegado tarde.

Podíamos ver las turbinas de viento mucho antes de alcanzar nuestro destino. Las cuchillas se elevaron por encima de las copas de los árboles, desnudas y grises. En total tenía que haber cuatro docenas de ellas esparcidas aquí y allá a lo largo del horizonte.

Cuando entramos en el campo, las turbinas se elevaban por encima de nosotros. Era difícil no sentirse pequeño e insignificante al lado de ellas. El camino de tierra se curvaba por el campo. Podíamos ver a través de la línea de pinos, así que fácilmente éramos capaces de ver el coche de Trev. Se hallaba aparcado en el acceso al camino hacia la sexta turbina. Era un sedán lujoso y nuevo con cristales tintados, ruedas cromadas y un brillante jaguar adornando el capó.

Trev se inclinaba contra el lado del pasajero.

Al instante en que nos posicionamos lo suficientemente cerca para reconocerlo, mi estómago se contrajo. Me sentía ridículamente feliz de verlo, pero ese sentimiento se mezclaba con una abrumadora necesidad repentina de comprobar de nuevo que mi arma estuviera en su lugar.

Mi mente no quería con confiar en él. Mi corazón sí.

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Cuando llegamos, Sam dio un giro al retornar así el coche enfrentaba la salida.

Salí antes de que Sam pudiera decirme todas las cosas que debería o no hacer.

La nieve y la grava crujieron bajo mis botas. Trev se alejó un paso del coche, un sobre de manila metido bajo su brazo.

Los chicos salieron del vehículo en cuestión de segundo, armas en sus costados.

—Chicos, deténganse —dije.

Miré los cinco metros que me separaban de Trev. Se veía bien. Pantalones de vestir negros combinando con una chaqueta escondida parcialmente por una gabardina negra. Una bufanda gris se encontraba atada en su cuello, y sus manos cubiertas en guantes de cuero negros. Sus zapatos también eran de cuero, estrechos, casi en punta, en los dedos.

No sé lo que esperaba, pero no era esto. Esperaba verlo en vaqueros. Esperaba que luciera triste. Esperaba que no se vistiera con ropa cara, condujera un coche caro, con su cabello negro engominado hacia atrás.

Esperaba que siguiera luciendo como Trev.

—Hola —dije.

—Hola.

Hubo una pausa larga e incómoda.

Trev fue el primero en romper el silencio. —Fui capaz de buscar algunos lugares que podrían ser útiles. No hallé menciones de la captura de Dani. No pude verificar que estuviera en ningún lugar de Branch, pero si lo hiciera, supongo que se ubicaría en un laboratorio. —Palmeó el borde del sobre de manila contra la palma del guante y apartó la mirada, su aliento cortando el aire a su alrededor—. Es bueno verte, Anna.

Di dos pasos hacia adelante. Lentos, pasos deliberados, como si me acercara a la vieja mascota de la familia que podría o no haber contraído rabia. —Te ves diferente.

Apuntó el sobre hacia mí. —Tú también.

—No tan diferente como tú.

Bajó la mirada. —Sí, bueno… no tengo respuesta para eso.

Crucé los brazos sobre mi pecho. —¿No obtengo una de tus frases memorizadas literalmente? ¿Nada para tranquilizarme?

Se lamió los labios. —¿Ayudaría?

—Probablemente no.

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Asintió. El fantasma de una sonrisa tocó las comisuras de su boca, pero entonces miró sobre mi hombro, y la sonrisa desapareció.

Nick avanzó. —Ya hemos estado aquí por demasiado tiempo. Dame el maldito sobre así podemos irnos. —Nick se detuvo a medio metro de Trev, la mano extendida.

Trev entrecerró los ojos. —Anna pidió la información. Anna es la que la va a recibir.

No tenía que ver el rostro de Nick para saber que había una mueca de gruñido en sus labios. —Dame el maldito sobre.

—Veo que aún eres el mismo idiota de hace dos meses —respondió Trev.

Nick golpeó primero, pero Trev ya lo evadía. Agarró la muñeca de Nick mientras se retorcía y lo lanzaba sobre su hombro. Nick aterrizó con un pesado golpe seco en la tierra cubierta de nieve.

Trev no desperdició ni un segundo. Se subió sobre Nick, presionó la rodilla sobre su pecho, y sacó un arma de la pistolera oculta en el hombro.

Apuntó el arma hacia la cabeza de Nick.

—Bájala —dijo Sam. Se acercó a mi alrededor, con el arma dirigida a Trev. Cas vino del otro lado. También su arma fuera.

Yo no reaccioné. Trev siempre fue el tranquilo, el inteligente, el que peleaba más con palabras que con las manos. O aprendió mucho en los últimos dos meses con Branch, o tenía más secretos que sólo su identidad.

—Ya no somos del mismo equipo, lo entiendo —dijo Trev, el arma todavía fija en Nick a pesar de que se dirigía a Sam—. Eso también significa que tampoco tengo que aguantar su virulencia.

Cas se rio disimuladamente. —No creo que Nick sepa lo que significa virulencia.

—Quítate. De. Encima —le dijo Nick, los dientes presionados con fuerza.

Trev se apartó, deslizó la pistola en su funda. Alisó la solapa de su gabardina, escondiendo el arma de nuevo.

Tomé el sobre del suelo, donde cayó. Doblé el broche de metal, abrí la solapa. Había una pila delgada de papeles dentro, engrampadas.

—Encontrarás el nombre del laboratorio y la dirección —explicó Trev—. También incluí planos, así puedes planear los puntos ciegos.

Sam vino detrás de mí y leyó sobre mi hombro.

—Todos los laboratorios recibieron como nombre una letra griega —continuó Trev—. El nuestro era el laboratorio Alpha. El laboratorio Beta fue cerrado antes de que saliéramos. Algo salió mal con los

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tratamientos. No habían perfeccionado la droga Altered para que funcionara en algún otro grupo además del nuestro.

—Sigues diciendo “nuestro” como si alguna vez hubiera existido un “nosotros” —dijo Sam.

Trev se peinó el cabello hacia atrás. —Bien. Tu. Tu grupo. El laboratorio Kappa terminó antes de que hubiera algún incidente.

—¿Qué tipo de incidente? —pregunté.

Trev negó con cabeza. —No te diré eso. —No esperó a que discutiera antes de continuar—: Sólo hay un laboratorio todavía en funcionamiento hoy: Delta. Si Dani se encuentra en algún lado, supongo que sería allí.

—¿Seguro de que no está en los cuarteles?

Asintió. —Estuve ahí ayer. Si estuviera ahí, lo habría sabido.

—¿Por qué, eres la mano derecha de Riley ahora? —preguntó Nick.

Trev lucía como si quisiera rodar lo ojos pero no lo hizo. —No. Soy el jefe del departamento de capturas.

Sentí el impulso de mirarlo boquiabierta, pero lo enterré con rapidez. —¿Jefe de departamento?

—Sólo del departamento de captura —repitió, como si de alguna forma aliviara su admisión.

—¿Riley sabe que nos diste la memoria USB?

—No.

—¿No sospecha de ti para nada? Quiero decir… viviste con nosotros por cinco años. Tú… —fui dejando de hablar, porque no sabía con seguridad qué más decir que no sonara patético.

Trev simplemente me observó fijamente, el espacio entre sus cejas tenso con disculpas y arrepentimiento.

El viento corrió por el campo. Las cuchillas de las turbinas aumentando la velocidad.

Whump, whump, whump.

Temblé. —Tenemos que irnos.

Asintió. —Lo sé.

Me giré hacia el vehículo. Sam ya se encontraba allí, sosteniendo la puerta abierta para mí. Nick y Cas me siguieron, poniéndose entre Trev y yo.

—¿Anna? —dijo Trev. Me detuve y miré sobre mi hombro. Me preparé para una de sus frases. Quería oír una. Algo que me dijera que una parte del Trev que conocía seguí allí, escondida en alguna parte de su traje caro y gabardina a la medida. Pero todo lo que dijo fue—: Espero que la encuentres —antes de subirse al auto.

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Traducido por Nikky

Corregido por ElyCasdel

Ya que no teníamos un lugar seguro, nos dirigimos a la siguiente mejor cosa: un IHOP. Las cadenas de restaurantes eran buenas por la seguridad y cobertura. Por lo general se encontraban llenos, así que era fácil mezclarse dentro. Al mismo tiempo, era difícil para cualquier otra persona atacar porque había muchos testigos.

Cas y Nick se hallaban sentados al otro lado de Sam y yo. Cas ordenó la comida más grande que pudo, para conservar sus fuerzas, según él. Incluía huevos, tocino, tostadas, croquetas de patata y panqueques. El resto de nosotros atorados en lo básico. Para mí, eso fue solo un omelet de queso. Pero no me sentía muy hambrienta.

Nick se inclinó sobre la mesa, manteniendo la voz baja. A pesar de que estar en un lugar público nos permitía seguridad y anonimato, también nos daba poca privacidad. —¿Siquiera tengo que decirlo? Confiar en Trev es una mala idea.

Me quedé mirando el espacio entre Cas y Nick, con la visión borrosa, pensando. La parte de mi más preocupada por la autopreservación concordaba con Nick. Nunca le diría eso, por supuesto. Pero conociendo a Trev, confiar en su información, todo era un riesgo enorme. Y si busqué esto, los chicos podrían seguir. No había ninguna duda en mi mente sobre eso. Lo que significaba que no era sólo sobre mí. Si conseguía ser capturada mientras buscaba a mi hermana, ellos podrían ser capturados, también.

—Imagínate si se tratara de alguien que te importara —dijo Cas—. Harías cualquier cosa por ellos, ¿no?

Nick resopló. —Es por eso que no me preocupo por nadie.

—Confío en él —dije bruscamente, parpadeando—. Trev ha tenido más de una oportunidad para entregarnos. Ha tenido más de una oportunidad para matarnos, si eso era lo que quería. Pero no lo hizo. Si está realmente, cien por ciento con Branch, no estaríamos teniendo esta conversación ahora. Habríamos sido rodeados por los agentes en ese campo de turbinas.

Sam tomó un sorbo de su café, sus dedos se cerraron alrededor del borde de la taza. Cuando dejó la taza, se encorvó en su silla y extendió su brazo sobre el respaldo de la mía. —Tiene razón. Branch no

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tenía motivos para prolongar esto. Si nos hubiesen querido, ya nos tendrían a estas alturas. Trev tuvo la oportunidad. Digo que echemos un vistazo al laboratorio. Podría haber otros como nosotros. —Movió su atención sobre la mesa, mirando a Cas y Nick. Los chicos siempre tuvieron alguna clase de conexión que les permitía comunicarse silenciosamente con nada más que una mirada, un parpadeo o un tic de la boca. Imaginé que era algo que aprendieron de su tiempo como asesinos entrenados, antes del laboratorio de la casa de campo.

Cas limpió su plato, y su boca con la servilleta antes de tirarla a la mesa. —Han pasado meses desde que pateé algún trasero. Me muero de ganas de conseguir un poco de acción.

—Apuesto a que sí —murmuró Nick—. Pero es posible que tengas que rogar por ello.

Cas sonrió. —Muy buena, Nicky poo.

La mano de Sam se arrastró a lo largo de mi espina dorsal antes de llegar a detenerse en la parte baja de mi espalda. Me giré hacia él, nuestras rodillas chocando por debajo de la mesa.

—¿Estás segura de esto? —preguntó.

Asentí. —Tan segura como puedo estarlo.

—Entonces deberíamos ponernos en marcha. —Señaló el sobre metido en mi bolso—. El laboratorio Delta está varias horas lejos. Si nos ponemos en camino ahora, deberíamos llegar antes del amanecer.

Sam hizo un gesto a la camarera y pagó nuestra cuenta. Los otros empujaron sus sillas para irse.

—Espera —dije—. ¿Puedo llamar a mi padre antes de irnos?

Pasaron más de dos semanas desde que hablé con él. Nuestra relación no era perfecta, ni ahora ni en el pasado. Y a pesar de que me mintió durante más de cinco años y se hizo pasar por mi padre mientras dirigía el programa de campo Altered, todavía me sentía como si fuera familia. Nos ayudó a escapar cuando lo necesitábamos y se hallaba detrás de nosotros en la sede de Branch. Incluso recibió una bala para salvarme.

—Utiliza el prepago más antiguo —dijo Sam—. Te encontraremos afuera en diez minutos.

—Diez minutos —concordé.

Se alinearon hacia la puerta. —¿Anna? —gritó Sam por encima de un hombro—. No le digas donde vamos.

—No lo haré.

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Oír la voz de mi papá siempre me hizo sentir inmediatamente en casa, como si estuviéramos de vuelta en la vieja casa de campo en Nueva York, comentando las noticias durante la cena. Antes, cuando todo era normal, al menos para nosotros. Cuando nos encontrábamos a salvo.

—Anna —dijo papá cuando se dio cuenta de que era yo—. Es bueno saber de ti. ¿Está todo bien?

Sostuve el teléfono con más fuerza. —Sí. Todo va bien. Sólo pensé en ponerme en contacto contigo.

Suspiró. —Todo no está bien, ¿no?

Toda la tensión salió de mis hombros, y me encorvé en mi asiento. Mi padre y yo nunca fuimos cercanos, incluso cuando vivíamos en la misma casa, cuando pensé que la vida que tenía era la verdadera. Pero si hay una cosa en la que papá era bueno, era en reconocer una mentira cuando la escuchaba.

—¿Cuándo algo alguna vez va a estar bien? —Reí para aligerar el ambiente—. Sin embargo, no es por eso que estoy llamando. Realmente sólo llamé para hablar contigo. ¿Cómo has estado?

—Bien... todavía tengo problemas para dormir por la noche, pero eso era de esperarse. Todo ha cicatrizado bastante bien. Sólo estoy viejo. —Se rio entre dientes y eso se convirtió en un interminable ataque de tos seca—. Lo siento —dijo, una vez que se recuperó—. Es este aire seco.

De alguna manera, no creía que fuera el aire. Pasé un dedo a través de la sal que quedó sobre la mesa. Los granos pegándose a mi piel.

—Entonces, ¿cómo están los chicos? —preguntó papá.

Miré por la ventana del restaurante hacia más allá del estacionamiento. Sólo podía distinguir el techo de nuestra camioneta y las cabezas de los chicos alineadas junto a ella, esperando. —Igual, supongo. Cas no dejará de comer. Nick no dejará de ser un idiota. Y Sam... —Me interrumpí, porque mientras que mi padre no era técnicamente mi padre biológico, todavía era lo más cercano a uno que tuve. El calor quemó a través de mis mejillas. Sam era un tema que no me sentía cómoda detallando—. Sam está bien —finalicé.

—¿Han tenido algún roce con el Branch?

—No, pero...

—Pero, ¿qué?

—¿Sabías que habían otros laboratorios?

Hubo un crujido a través de la línea mientras papá se movía. Me lo imaginé alcanzando una pajita para masticar. Había sido su costumbre desde hace casi cuatro años. Desde que dejó de fumar. —No lo sabía con seguridad, pero siempre imaginé que los había. Esa era su meta, crear más niños como ustedes.

—¿Cuántos más?

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—No lo sé.

Miré el reloj por encima del mostrador. Mis diez minutos casi terminaban.

—No vas tras ellos, ¿no? —preguntó papá—. Intentando jugar al justiciero, ¿salvando a los otros cómo ustedes?

—No —dije, porque esa era la verdad. Al menos, esa no era nuestra primera meta. Encontrar a Dani lo era. Salvar a otros, si los habían, sólo sería un bono.

—Si no es eso, ¿entonces qué? ¿Por qué preguntar por los otros laboratorios ahora?

Quería contarle tanto sobre mi hermana. Quería decirle a alguien. Pero Sam se pondría furioso, e involucrar a mi papá solo lo pondría en peligro.

—No te puedo decir los detalles. Lo sabes.

Suspiró. —Sí. Lo sé.

—Mi tiempo terminó.

—De acuerdo. —Tomó un respiro—. Sólo ten cuidado, ¿bien? ¿Por favor?

—Siempre lo tenemos.

—Me refiero a ti, Anna.

Apreté mis dientes contra la repentina quemazón en mis ojos. —Lo haré.

Nos dijimos adiós. Colgué el teléfono. El prepago ya no era bueno, según la opinión de Sam, así que lo lancé a lo que quedaba de mi té helado y corrí hacia la puerta. Quería llegar al laboratorio Delta lo antes posible, antes de que Riley o cualquier otra persona le hiciera algo terrible a mi hermana, y ella terminara muerta de nuevo.

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Traducido por florbarbero

Corregido por Michelle♡

La dirección del laboratorio Delta se encontraba en medio de Indiana. Sam siguió las indicaciones del GPS hasta que nos encontrábamos a dos kilómetros de la ubicación del laboratorio y luego giró hacia un largo y sinuoso camino que rodeaba una fábrica textil abandonada. Aparcó detrás del edificio. —Vamos a viajar a pie desde aquí —dijo.

Mientras Sam, Cas, y Nick iban a la parte trasera para tomar las armas, me saqué mi abrigo y lo coloqué en el asiento del copiloto, para poder colocarme la funda con el arma.

A continuación, comprobé el seguro de mi pistola, asegurándome de que estuviera colocado antes de deslizarla en mi costado. Me puse el abrigo de nuevo, dejando la cremallera abierta.

—¿Listo? —preguntó Sam desde el costado del vehículo.

Tiré de mi gorro hacia abajo. El aire estaba helado, y mis orejas se encontraban entumecidas. Correr ayudaría, por lo menos, y ya deseaba hacerlo—. Estoy lista.

Cas rodeó la parte delantera del vehículo, sus botas crujiendo en la nieve. —Listo, jefe.

—Listo —dijo Nick.

Nos dirigimos hacia el bosque.

Meses atrás, apenas era capaz de mantenerme al día con Sam cuando corríamos. Desde entonces, tomé el deporte que en otro momento era opcional, más seriamente y traté de correr todos los días. Sin embargo, Sam era más rápido que yo, y ya se había adelantado.

Conté mis respiraciones como me enseñó. Uno, dos, tres, cuatro. Uno, dos, tres, cuatro. Se trataba de encontrar un lugar, un punto de enfoque en línea recta. Y aprendí que podía correr mucho más tiempo y duro de lo que pensaba. Mi cuerpo no se agotaría después de diez minutos, a pesar de mis dudas.

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Nos dispersamos en una V, con Cas y Nick a la izquierda de Sam, yo a la derecha. Me encontraba casi a la par con Cas. Corrimos en silencio, como fantasmas. Una sensación de fuerza y potencia vertió a través de mí, y mi respiración se niveló.

Cuando los árboles se hicieron menos densos, redujimos la velocidad y cortamos a través de un bosque de pinos —los únicos árboles en el bosque que nos brindarían alguna cobertura en esta época del año.

Una casa apareció a la vista.

Era una extensa finca situada en la parte superior de una colina que daba a un río. Una enorme terraza se cernía sobre la colina, pero se hallaba vacía de todo, incluyendo de muebles de jardín. No había luces en el interior.

—¿Qué piensas? —susurró Cas.

—Parece desierta —contesté.

—Cas y Nick, por el frente —dijo Sam—. Busquen su adiestrador. Anna, conmigo.

Nick y Cas asintieron y desaparecieron.

—Vamos hasta el extremo norte —me dijo Sam—. A la entrada del sótano debajo de la terraza.

De acuerdo al plano que Trev nos dio, el laboratorio se hallaba en el sótano, a cinco metros de la puerta de entrada.

Sam me hizo un gesto hacia adelante, y trotamos por la colina, agachándonos debajo de la cubierta. Sam presionó su espalda contra la pared exterior de la casa, en el lado derecho de la entrada. Repetí sus movimientos, tomando el lado izquierdo, agarrando el arma mientras el frío de la pared de ladrillos se filtraba a través de mi chaqueta.

Sam avanzó poco a poco y giró el pomo metálico. La puerta se abrió, y el clima denso despejó el despliegue en un suspiro. Sam se quedó helado. Conté hasta diez. Nada. Nadie se movió en el otro lado. No se encendieron las alarmas. No se encendieron las luces.

Nos deslizamos dentro y entramos en lo que pudo haber sido alguna vez un recibidor. Ganchos vacíos salpicaban la pared frente a nosotros. Debajo de ellos, se encontraba un banco. Unos registros se hallaban apilados en el fondo de un cubo de lata, cerca de la puerta. El aire olía ligeramente a madera quemada y cenizas.

Estiré el cuello, comprobando el pasillo adelante, con la pistola en la mano, lista. Una gruesa puerta de acero se situaba en el extremo. Había un teclado instalado en la pared a la derecha.

El laboratorio se encontraba exactamente donde los planos lo indicaban.

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Sam hizo un gesto hacia el resto de la planta baja, lo que significaba que debíamos terminar el proceso de registro en primer lugar.

El sótano no era grande, por lo que sólo nos llevó unos pocos minutos asegurarnos de que nos hallábamos solos. Sam estuvo primero en la puerta del laboratorio. Yo merodeaba detrás de él mientras inspeccionaba el teclado.

—No sé si voy a ser capaz de quebrantar esto —dijo en voz baja—. Es de alta tecnología, más avanzado que el sistema en la casa de campo.

—Entonces, ¿qué hacemos?

—Esperamos que Cas y Nick encuentren al adiestrador y que nos dé el código.

Solté un bufido. —¿Cómo él nos daría eso?

—Puedo ser convincente —dijo sin mirarme.

—¿Qué, lo torturaremos? No puedes. Si el adiestrador es algo como mi papá…

—Quieres a tu hermana, ¿verdad? —Finalmente me miró a los ojos—. ¿De qué otra forma vamos a entrar? ¿Llamando a Riley directamente para ver si él sabe el código?

—No tienes que ser un idiota.

—No lo soy, sólo estoy tratando de…

Una puerta se abrió en algún lugar por encima de nosotros. Una clara luz blanca se vertió por la escalera. Apreté el agarre de mi arma.

—Somos nosotros —dijo Cas—. Encontramos al adiestrador.

Exhalé y seguí a Sam en torno a la escalera. Nick arrastraba a un hombre por ellas. Cas encabezaba el camino. El hombre casi tropezó con los dos últimos escalones, y Nick tuvo que tomarlo por debajo de los brazos para sostenerlo.

—Toma lo que quieras —dijo el hombre, con la voz llena de pánico—. Mi cartera está arriba. No sé cuánto dinero tengo, pero tengo tarjetas de crédito y…

—No estamos aquí por tu dinero —dijo Sam.

Di un paso en torno a Sam para tener una mejor visión del adiestrador del laboratorio Delta. No se parecía en nada a mi papá.

Era más joven, por ejemplo. Alrededor de treinta años, tal vez, y también tenía la cabeza llena de cabello rubio oscuro y una barba bien recortada. Una corbata colgaba de su cuello. Los tres primeros botones de su camisa blanca Oxford se encontraban desprendidos.

—Abre el laboratorio —dijo Sam.

La angustia en el rostro del hombre desapareció, siendo reemplazado por curiosidad y cautela. —Eres tú, ¿verdad?

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Sam ni siquiera parpadeó.

—Sam. Y... —El hombre nos examinó el resto—. Cas. Nick. Y... —centró su atención en mí—. Anna.

—Así que podemos saltarnos las presentaciones —dijo Nick, dándole al hombre un tirón—. Ahora abre el laboratorio.

—No puedo. ¿Sabes lo que me harían si lo hiciera?

Nick le dio una patada al hombre detrás de la rodilla. Él gimió y se dejó caer al suelo. Nick torció su brazo hacia arriba, presionando sus hombros todo lo que se podía sin dislocarlos.

—¿Tienes idea de lo te haremos si no abres ese laboratorio? —dijo Nick.

El hombre comenzó a sollozar. —Por favor no me hagan daño. Sólo soy un científico. Llevo los registros y ejecuto las pruebas. Eso es todo.

Nick presionó los brazos del hombre más. —Entonces, abre la puerta.

Él gritó. —¡Está bien! ¡Está bien! Para. Por favor.

Nick miró a Sam. Sam asintió y Nick soltó al hombre. Él se encogió en el suelo durante varios segundos sosteniendo sus brazos cerca de su pecho.

Levántate, pensé, antes de que Nick o Sam hagan algo peor.

No podía dejar de ver a mi papá en el lugar de este hombre. Aunque trabajaba para el Branch, no me encontraba segura de que mereciera ser torturado.

Finalmente, se arrastró de rodillas, utilizando la pared como apoyo mientras se levantaba. Se arrastró hacia el laboratorio, con el resto de nosotros detrás.

Golpeó el código, y la puerta se abrió con un siseo.

Nick entró primero, con la pistola en la mano. Sam empujó al hombre al interior. Con Cas los seguimos.

El laboratorio se encontraba a oscuras. Sólo podía distinguir la silueta de las celdas hacia el frente, así que traté de centrarme en todas las cosas que Sam me enseñó en las últimas semanas: ¿Qué hueles? ¿Qué sientes? No te tenses. Mantén el dedo cerca del gatillo de la pistola, pero no sobre él, no hasta que estés lista para disparar. Escucha a tu instinto; siempre tendrá razón.

Pero incluso con su consejo corriendo por mi cabeza, no podía concentrarme en ninguna de esas cosas mientras el laboratorio se extendía ante mí. Era como si estuviese en casa de nuevo, como si papá estuviera a mi derecha trabajando en su escritorio, con pajitas masticadas apiladas a su alrededor. Cas en la celda más alejada a la izquierda. Su habitación llena de basura. Nick al final a la derecha,

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ignorándome. Trev junto a Cas, en su sala de lectura. Sam, en la pared de cristal, observando.

Mi garganta se cerró.

Si encontramos a Dani aquí, ¿qué pasaría conmigo y Sam? El pensamiento me golpeó de lleno en el pecho, hasta que sentí que no podía respirar. Estuve tan preocupada por mi pasado, mi familia, y por salvar a uno de sus miembros que me olvidé de considerar lo que podría suceder cuando Sam viera a Dani de nuevo.

—Enciende las luces —ordenó Nick.

El hombre se dirigió al panel de control y pulsó un botón. Las luces del techo se encendieron.

A diferencia del laboratorio en nuestra casa, que tenía sólo cuatro celdas, ésta tenía seis. Y había niños en al menos dos de ellas. Se hallaban de pie en la parte delantera de sus habitaciones, con los mismos pantalones de algodón gris y camisas blancas de algodón expedidas por el Branch que los muchachos usaron todos esos años.

Eran como nosotros.

Recorrí las celdas restantes, en busca de Dani. Las otras habitaciones se encontraban oscuras.

—¿Hay una chica aquí? —Crucé el laboratorio hacia el panel de control—. ¿De pelo rojizo? Agotada, tal vez. Dani. ¿Está Dani aquí?

El hombre negó con la cabeza, con los ojos muy abiertos, y las manos levantadas delante de él. Miré hacia abajo a la pistola todavía en mi mano, con el cañón apuntando al pecho del hombre. La alejé.

—¿Estás seguro?

—No hay ninguna Dani aquí —respondió.

—Pero, ¿hay alguna chica?

—Um —se lamió los labios—, hay una…

Una tabla del suelo crujió desde algún lugar más allá del laboratorio. Los cuatro nos congelamos. Sam hizo un gesto a Cas y Nick, y luego señaló hacia el lado izquierdo del pasillo. Tomaron sus posiciones y Sam se fue hacia el lado opuesto.

Me deslicé a su lado. Los pasos se acercaron. Cerré los ojos, escuchando. Una serie de pasos. Otro. Otro. Y, por último, un cuarto paso. La persona al frente del grupo se movió, y capturé un débil sonido de traqueteo metálico. Un arma de fuego. Ellos avanzaban, un lento y angustioso paso a la vez. El arma entró en el laboratorio primero.

Sam agarró la muñeca de la persona, la empujó hacia arriba, y le dio un rodillazo en las costillas. El arma cayó al suelo con un sonido estrepitoso mientras Sam giraba a la persona alrededor, arrojándolo en la pared frontal de la tercera celda. El grueso cristal vibró por el golpe, y el chico en el interior dio un paso atrás.

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Cas se abalanzó sobre la siguiente persona en entrar al laboratorio. Una mujer, vestida con un grueso pantalón negro de combate, botas atadas a las pantorrillas, almohadillas de goma en los hombros y los codos de una gruesa chaqueta negra, y chaleco a prueba de balas.

Agentes.

Cas le dio un puñetazo en la cara. La mujer cayó, fuera de combate.

Nick fue después por el tercer agente. Fui por el cuarto.

Lancé un rodillazo en la ingle del hombre, luego dirigí otro arriba, a su barbilla. Cuando le di un empujón, cayó al suelo, inconsciente. Exhalé, con la pistola todavía en la mano izquierda.

Un quinto agente me tiró golpeándome con su pie. Aterricé sobre mi espalda y mi columna vertebral rebotó. Mi arma se deslizó lejos. El agente agarró uno de mis pies y me tiró hacia la puerta. El hormigón arrancó la piel de las palmas de mis manos mientras luchaba por agarrarme a algo.

El hombre me arrastró a la parte principal del sótano y me lanzó contra la pared. Me golpeé con el borde del banco cuando caí, derribándolo sobre el cubo de metal. Los registros se derramaron en todas direcciones. Tomé uno, lo balanceé para golpearlo. El agente se agachó. Lo balanceé de nuevo, rozando la parte superior de su cabeza, y cuando regresé por otro golpe, lanzó un puñetazo en mi estómago.

El aire salió de mí. Me doblé. El hombre arrancó el registro de mi mano, y lo levantó por encima del hombro como si fuera a pegarme con él. Me preparé para el impacto cuándo sonó un disparo.

Una herida de bala apareció en el pecho del hombre, y cuando cayó, vi a Sam de pie a pocos metros de distancia, bajando la pistola.

—Gracias —empecé a decir cuando la puerta se abrió de golpe detrás de mí.

—¡Ve! —me gritó Sam, señalando hacia las escaleras.

—¡No te voy a dejar!

Los agentes llenaron la habitación. No tenía pistola. Ningún arma.

—¡Maldita sea, Anna! —gritó Sam, lanzándome su arma mientras un agente corría hacia él. Sam pisoteó formando un ángulo con su bota, y rompió el tobillo del agente. Cayó sobre una rodilla, y Sam lo golpeó en la parte posterior de la cabeza. El hombre cayó hacia delante.

Tomé el arma fácilmente desde el aire, apunté, y disparé. Otro agente cayó con un agujero de bala en la rodilla. Divisé a un hombre de cabello oscuro mientras Cas aparecía a mi lado, disparando a dos agentes con un rápido apretón del gatillo.

Disparé hasta que mi cargador se vació.

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—Sam —llamé. Me lanzó un compartimento completo sin preguntar, y lo coloqué en su lugar, eliminando a otro agente antes de que pudiera acercarse.

Cas se volvió hacia mí, una sonrisa dibujada en su rostro. Pero esa se escabulló rápidamente y él acercó su pistola, apuntándome mientras un brazo se enrollaba alrededor de mi cuello y me arrastraba de nuevo. Cas se encontraba demasiado distraído para ver a la mujer de cabello oscuro viniendo detrás de él. Ella le dio una patada en el riñón. Su rostro se contrajo de dolor.

Mi atacante me arrastró alrededor de la esquina, por otra puerta, hacia el aire gélido diciembre. Giré hacia atrás con el pie, rozando la pantorrilla del agente. Todavía tenía mi arma, así que si podía escapar, sería capaz de conseguir un buen tiro.

Intenté dar otra patada, pero resbalé en la nieve y perdí mi equilibrio. El agente, un hombre a juzgar por el tamaño de sus bíceps, me agarró del brazo y me estrelló contra un árbol, sacudiendo mis huesos. El hombre me golpeó otra vez, y mi arma cayó al suelo cuando perdí toda sensación en los dedos.

Sin soltarme el brazo, se arrodilló, pero me giré, inclinándome hacia adelante y le di una patada de nuevo con mi bota, golpeándolo en la ingle. Él me empujó al suelo. La empuñadura de goma negra de mi pistola destacaba entre el blanco de la nieve. Me lancé por ella, rodando sobre mi espalda una vez que estuvo en mis manos. Coloqué, el dedo en el gatillo, pero una bota negra me dio una patada y mi arma salió volando.

Otro agente se puso de pie a mi derecha. Sin mi arma, yo no tenía ninguna posibilidad.

Me tambaleé sobre mis pies y corrí. Pasos me perseguían. Fuego quemó desde mi garganta hasta mis pulmones. La tierra de la colina, y el río se hicieron visibles. Corrí hacia allí, sin tener un plan aparte de escapar.

Cuando llegué a la orilla, fui a la izquierda. El bosque rodeándome se ramificó, y sonaba como si hubiera más de dos agentes siguiéndome. Aceleré el paso, haciendo caso omiso de la voz en mi cabeza que decía que no podía correr tanto, ni lo suficientemente rápido.

Un agente apareció a través de los pinos, dos metros por delante y se estrelló contra mí. Volamos hacia el río, él encima de mí. Mi codo golpeó contra una roca, y me quedé sin aliento por el dolor.

El agente envolvió sus manos en los pliegues del cuello de mi chaqueta y me tiró a la superficie. El agua fría, mezclada con el aire helado, punzaba en mi piel, congelando la ropa en mi cuerpo hasta que me sentí como un témpano.

El hombre golpeó mi cabeza, y lo azoté de regreso, con un sordo dolor vibrando a través de mi cráneo. Mi visión se volvió borrosa,

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cruzada. Mis dientes castañeteaban juntos. No podía pensar con claridad.

Parpadeé, tratando de aclarar mi visión, cuando vi al hombre sacar una aguja del interior de su bolsillo de la chaqueta. Mordió la tapa naranja y la escupió. Energía se precipitó a través de mis piernas.

Reuniendo todas las fuerzas que me quedaban, envolví mis manos alrededor de las muñecas del agente y empujé hacia arriba, tratando de patear sus pies para desestabilizarlo. Pero su posición era sólida, y mis piernas se sentían pesadas. No pude conseguir el impulso suficiente para hacerle daño.

Él blandió la aguja con el puño cerrado, como si fuera un cuchillo.

Luché, con los dientes apretados, asentando los pies en el lodo del río. Pero perdí, y la aguja se hundió en mi cuello. El hombre sonrió. —El Branch estará encantado de tenerla de vuelta, Sra. O‟Brien —dijo.

Traté de memorizar su rostro, para que cuando por fin tuviera la oportunidad de conseguir venganza, supiera exactamente por dónde empezar.

Una sombra se extendió a través de nosotros. ¿Sam? ¿Cas? ¿Otro agente?

Quienquiera que fuese, tomó la cabeza del agente entre sus manos y giró a la derecha. El cuello del hombre estalló y se quebró, y él se hundió en el agua, con los ojos muy abiertos y vacios.

Retiré cuidadosamente la aguja de mi cuello y la tiré detrás de mí.

—Vamos —dijo alguien, y agarró un pliegue de mi chaqueta, tirándome hacia la orilla.

Cuando me hallé en la tierra firme de nuevo, y pude concentrarme, miré hacia arriba para ver cuál de los chicos me salvó, pero no era Sam, Nick o Cas.

Era Trev.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Di un paso hacia atrás, teniendo una mejor visión de su ropa. Se encontraba con un uniforme de combate, también, igual al que llevaban todos los demás agentes—. Oh, Dios mío —dije.

Él levantó las manos. Tenía un rifle en la espalda, con la correa colgando sobre su pecho. —No voy a hacerte daño.

Cas dijo mi nombre en algún lugar a la distancia.

—¿Qué estás haciendo aquí? —repetí. Pánico se apoderó de mi voz—. ¿Nos tendiste una trampa?

—No. No lo hice. Lo juro. No sabía que vendríamos aquí esta noche. Me acabo de enterar. Y cuando lo hice... vine a buscarte tan pronto como pude. Yo... —Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas, en la forma en que sólo el viejo Trev haría. El Trev que mejor

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conocía—. Algo más está pasando aquí. No sé por qué. Pero... ten cuidado. ¿Está bien?

—¡Anna! —gritó Cas de nuevo.

No miré lejos de Trev. No podía. Él me había salvado. Si estuviera aquí para tenderme una trampa, ya estaría en manos del Branch, ¿no? Traté de pensar en todas las otras formas en que él podría torcer esto para beneficiar al Branch.

—Tienes que ir —dijo Trev—. No les digas que estuve aquí. Por favor. —Cuando no respondí, él dio un paso más cerca—. ¿Anna? ¿Por favor?

Dejé escapar un suspiro. —Está bien.

Asintió, agarrando la correa de la pistola de su pecho, como si necesitara disminuir el peso sobre su espalda. —Buena suerte. —Empezó a caminar en la dirección opuesta del sonido de la voz de Cas a través de los bosques.

—Gracias —dije rápidamente.

Trev miró sobre su hombro, y una sonrisa se dibujó en su rostro. —De nada.

Vi como desapareció en el bosque.

—Anna, ¿eres tú? —dijo Cas un segundo después.

—Soy yo.

—¿Estás bien? —Apartó una rama de pino y se acercó a mí en la orilla del río.

Estaba empapada. Temblando. Adolorida. —Sí, estoy bien.

—Entonces, tienes que date prisa y volver al laboratorio.

—¿Por qué?

—Encontramos a tu hermana.

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Traducido por Nikky

Corregido por AriannysG

Cuando regresé al laboratorio, los chicos empujaban a los agentes heridos en la última celda de la izquierda.

—Ciérrala con llave —ordenó Sam, el operador golpeó una serie de comandos en el sistema de control. La pared de vidrio se deslizó en su lugar, encerrando a los agentes restantes en el interior—. Abre las demás —dijo a continuación, y el operador siguió la orden, liberando a los dos chicos que vi cuando llegamos.

Exploré las celdas restantes. Había un tercer chico en la celda del extremo derecho. Era alto, con cabello corto de color rojo, un rostro pintado con pecas, y ojos marrones que daban la impresión de ser más reservados que agresivos. Cuando se abrió su celda, salió cautelosamente.

Miré a la celda junto a la de él en el momento en que una figura se acercó al vidrio.

Era una chica, una expresión de preocupación en su rostro, labios entreabiertos lo suficiente para empañar el cristal. Moretones cubrían su mejilla izquierda. Su ojo se encontraba hinchado.

—¿Anna? —dijo. Su labio inferior tembló—. ¿Eres realmente tú?

—Abre esa celda —ordenó Sam.

—Estoy en ello. Lo siento —dijo el operador—. Ella llegó ayer. Aún me estoy acostumbrando al código de su habitación. —El hombre golpeó una serie de comandos.

Dudé en el centro de la habitación, preocupada de alguna manera de que estuviera soñando, que tuviera un flashback.

—Ahí, eso es —dijo el operador, la celda se abrió y Dani salió, lágrimas corrían por su rostro. Se abalanzó sobre mí, frágiles brazos se envolvieron alrededor de mi cuello. El ligero aroma a jabón de barra emanaba de ella.

Poco a poco, estúpidamente, le devolví el abrazo y Dani tembló en mis brazos.

—No puedo creer que seas tú —dijo—. Te he estado buscando por tanto tiempo.

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Sollozó más fuerte con la confesión.

No sabía cómo consolarla.

Dani finalmente se apartó, puso sus manos en ambos lados de mi rostro. Era más alta que yo por escasos centímetros, más flaca por lo menos cuatro kilogramos.

—¿Estás bien? —preguntó—. ¿Estás…? —Miró por encima de mi hombro a quien sólo podía adivinar que era Sam. Sus ojos se llenaron de nuevo y lo envolvió en un abrazo con la misma cantidad de ferocidad que el abrazo que me había dado.

—La encontraste. Gracias. Gracias por mantenerla a salvo.

Se apartó y lo besó suavemente en su mejilla. Sam inmediatamente movió su atención hacia mí, comprobando mi reacción.

Esquivé su mirada.

—Tenemos que salir de aquí —dije.

Por una vez, Nick me apoyó.

—Van a enviar a otro equipo tan pronto como este pierda su reporte.

Cas comenzó a quitarles las cosas a los hombres y mujeres muertos. En su mayoría armas. Algunas municiones.

—¿Llevaremos a estos tipos? —preguntó Nick, señalando con la cabeza a los tres chicos que liberamos de las celdas.

—Por ahora —respondió Sam—. Por lo menos el tiempo suficiente para que puedan adaptarse.

Y para que los interroguemos.

Cas apareció a mi lado.

—Aquí —dijo, entregándome una chaqueta negra de cuero—. Parece que tomaste un baño, ¿eh?

Fruncí el ceño.

—No por elección. —Tomé la ofrenda y la examiné—. ¿Algún orificio de bala o sangre?

—Ninguno que haya podido encontrar.

El hecho de que me encontraba robando la ropa de las personas muertas era demasiado ridículo de procesar. Traté de no pensar en ello mientras me quitaba la chaqueta empapada y me deslizaba en la de cuero. Estaba forrada en lana hasta los puños, y recortada en la cintura. Una gruesa, demasiado grande capucha colgaba por mi espalda. El abrumador olor a cuero mezclado con la dulce esencia de perfume, y me pregunté qué clase de mujer usó esta chaqueta, se roció hoy a si misma con perfume sin darse cuenta de que yacería muerta en un sótano para el amanecer.

El chico pelirrojo dio un paso adelante.

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—¿Qué pasa con Thomas?

Nos tomó un segundo darnos cuenta de que se refería al operador. Después de abrir la celda de Dani, Thomas se hizo tan discreto y pequeño como pudo. Se presionó en la esquina más alejada, manos en alto.

—¿Es amable con ustedes? —preguntó Sam.

El chico se encogió de hombros.

—Supongo. Conseguíamos las comidas a tiempo todos los días. Nos daba revistas cuando se las pedíamos. No nos hizo daño, si eso es lo que estás preguntando.

Sam le hizo un gesto a Cas.

—Ponlo en una de las celdas.

Thomas el operador voluntariamente entró en la cuarta celda.

—Gracias por mostrar consideración —dijo mientras Sam goleó el botón para encerrarlo dentro.

—No nos agradezcas aún —dijo Sam—. Es difícil decir lo que hará Riley contigo una vez que se entere de que perdiste las unidades.

Thomas se desanimó mientras se daba cuenta. Riley no era de los que perdonaban.

—Vamos a salir de aquí —dijo Sam.

Miré por encima de mi hombro a la mujer cuya chaqueta llevaba ahora. Había llegado a un acuerdo con tomar otra vida a la hora de tratar con las personas asociadas a Branch. Ellos sabían en qué se metían en el momento en que se inscribieron para el trabajo. Pero eso no quería decir que no sentía remordimiento.

Antes de que escapáramos de la sede de Branch, maté a un hombre a cargo. Connor. Matarlo en ese momento fue fácil. Fue lo que se produjo después de eso lo que me atormentaba.

Todavía veía su rostro en mi cabeza casi todos los días. Me pregunté cuánto tiempo podría ver la cara de esa mujer, también.

Tal vez por siempre.

Pensé en decir una oración, o algunas palabras finales para enviar el espíritu de la mujer fuera o lo que sea que se supone que se hace para respetar a los muertos. Pero a todo lo que podía llegar era Gracias por la chaqueta, y lo susurré cuando me encaminé a la puerta.

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Traducido por Vani

Corregido por Eli Mirced

Me había acostumbrado a alojarme en una casa real, así que no estaba exactamente emocionada por tener que alquilar una habitación de motel. La decoración era chillona. Las sábanas estaban manchadas. Y las ventanas estaban trabadas. Cuando le había señalado eso a Sam, que teníamos cero salidas alternativas, él había murmurado algo sobre ser sólo temporal.

Nos dividimos en dos habitaciones, con él, Dani, el chico de pelo rojo, y yo en la primera habitación. Cas, Nick, y los otros dos chicos, Jimmy y Matt, estaban en la segunda.

El chico de pelo rojo, cuyo nombre era Greg, se sentó en la silla de la esquina. Dani se sentó en el borde de la cama, al otro lado de Sam y yo.

—Dinos todo —dijo Sam.

Dani mordió su labio inferior. —Pensé que estaban muertos. Ambos. Durante mucho tiempo, eso es lo que creí. —Inhaló, nivelando sus hombros—. He estado en la clandestinidad desde que te capturaron —le dijo a Sam—. Me dispararon, y el Branch me dejó en un campo, probablemente asumiendo que me desangré. Pero sobreviví. Y Anna —parpadeó, y varias lágrimas se escaparon de sus ojos. Las limpió rápidamente—. Pensé que te mataron con nuestros padres. Y entonces escuché hace un par de meses, de uno de mis antiguos contactos en el Branch, que ustedes dos habían hecho reventar el respaldo de seguridad, y habían escapado de alguna instalación confidencial en Nueva York.

>>Entonces hice algo de investigación con unos pocos contactos viejos de Branch y conseguí un par de pistas. Fui a buscarte, pero Riley me encontró primero. Creo que estaban planeando utilizarme como cebo.

—Tiene sentido —dijo Sam.

Asintió y sonrió. —Gracias a Dios que me has encontrado antes de que pudieran poner su plan en marcha.

Me acerqué más a Sam. Desesperadamente quería tomar su mano en la mía, aunque sea sólo por comodidad, pero sabía que no era el

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momento adecuado. Si Dani no sabía nada de Sam y yo estando juntos, no había forma de saber cómo se tomaría la noticia.

—Así que... ¿qué te hicieron? —me preguntó Dani—. ¿Mientras estabas en el laboratorio?

Esa era una larga historia, y una que no tenía ganas de decirle en este momento.

—Bueno, me acabo de enterar sobre ti hace unos meses —dije—. No sabía que tenía una hermana hasta entonces.

—Ellos alteraron tus recuerdos. —Sacudió la cabeza, cerrando sus ojos—. Lo siento mucho. —Frotó su cara, y cuando dejó caer las manos, estaba mirándome directamente—. Así que realmente no me conoces de un completo extraño, ¿verdad?

No estaba segura de cuánto decirle. Había tenido flashes de vez en cuando, pero aún no le había dicho a Sam, y ni siquiera sabía qué tan confiables eran.

—No realmente.

Ella frunció los labios, entonces dijo—: Ellos van a volver con el tiempo. Puedo ayudarte a llenar los espacios en blanco que tienes, si quieres.

—Gracias.

—Tú eres el siguiente —dijo Sam, señalando a Greg—. ¿Recuerdas algo antes de ese laboratorio?

Greg sacudió la cabeza. —Ninguno de nosotros lo hace.

—¿Cuánto tiempo has estado allí?

—Seis meses.

¿Seis meses? Eso no era mucho tiempo en comparación con el tiempo que habíamos estado en la casa de campo.

—¿Algo más? ¿Cualquier cosa que podría ser útil?

Greg cruzó las manos sobre su abdomen mientras pensaba. Él estaba muy en forma, pero entonces, casi todo el mundo asociando con el Branch lo estaba.

—Nada que se me ocurra —respondió—. Me gustaría poder ayudar, hombre. Te debo algo grande por sacarnos. —Se inclinó hacia adelante, apoyando sus codos en las rodillas—. Eres uno de nosotros, ¿no es así? ¿El Branch te dio la droga Altered?

Sam asintió. —¿Te dijeron por qué estabas allí?

—Ellos dijeron que teníamos que estar en cuarentena porque habíamos reaccionado mal a la droga. Dijeron que firmamos para el nuevo programa antes de perder nuestra memoria. Que nuestras cabezas estaban vacías debido a los tratamientos.

—¿Crees eso ahora? —preguntó Sam.

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—No. Cuando estás encerrado el tiempo suficiente, empiezas a hacer preguntas. Y cuando esas preguntas no tienen respuestas, pierdes la fe de que te estén diciendo la verdad.

—El Branch no conoce el significado de esa palabra —dije, y la cama chirrió cuando me moví—. Si quieres mi consejo, no creas nada de lo que el Branch te haya dicho. Es todo una mentira.

Miré a través del espacio entre Dani y yo. El Branch me había dicho que ella había muerto, pero si conocía a Riley y Connor, sospechaba que habían sabido que estaba viva por un tiempo.

Lo que significaba que habían estado esperando la oportunidad perfecta para usarla en contra de Sam y de mí. Jugar con ella como si fuera un peón.

Pero ella estaba salvo ahora.

El Branch había fracasado.

Nick nos encontró a Sam y a mí afuera mientras Cas se puso a velar por los demás chicos.

—Así que, ¿qué te parece? —preguntó Nick, metiéndose las manos en los bolsillos del abrigo—. ¿Son una amenaza para nosotros?

Sam escaneó el estacionamiento. No había mucha gente registrada en el motel Nuva Boulevard. Sólo otro vehículo estaba aparcado en el estacionamiento.

—Si han sido alterados genéticamente como nosotros —respondió Sam—, entonces sí, suponen una amenaza. Pero eso depende de qué lado están. Hasta ahora parece como si estuvieran agradecidos por haberlos ayudado a escapar.

Nick resopló. —No los ayudamos a escapar. Hicimos todo el maldito trabajo.

—Sabes lo que quiero decir, Nick.

Di un paso entre ellos. —Tenemos que centrarnos en dónde ir ahora. No podemos transportar a los demás alrededor con nosotros. Son demasiadas personas con las que tratar.

—Estoy de acuerdo —dijo Nick. El viento arrasó, y un rizo de pelo negro le cayó sobre la frente.

—No podemos perderlos —argumentó Sam—. Son asesinos entrenados sin memoria. Y quién sabe qué más les estuvo haciendo el Branch.

—¿Creen que tienen un comandante programado? —pregunté.

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Todos nosotros estuvimos en silencio considerando las posibilidades.

—Si Riley es el comandante... —dijo Nick, y se apagó.

—Entonces tenerlos alrededor es un riesgo enorme.

—¿Qué pasa con Dani? —dijo Nick.

—¿Qué pasa con ella? —pregunté.

—Ella estuvo en el laboratorio. Quién sabe lo que podría haberle hecho en esa cantidad de tiempo. O tal vez ese era su plan desde el principio. Tal vez haya un dispositivo de rastreo en ella.

—Entonces, la comprobaré —dije.

Sam suspiró, el cuello de su chaqueta cubriéndole la cara, recuperando su aliento antes de golpear el aire helado. Se volvió hacia Nick. —Dani no está en discusión. Vamos a comprobarlos por los dispositivos de rastreos, y por la mañana, enviaremos a los muchachos en su camino.

—Bien —dijo Nick, aunque su tono de voz me dijo que era todo lo contrario.

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Traducido por Vani

Corregido por Anakaren

Mientras Sam, Nick y Cas comprobaban a los chicos por los dispositivos de rastreo en la otra habitación del motel, yo comprobé a Dani.

Cerré la puerta con llave. Dani se quedó jugueteando cerca de las camas. —Entonces, ¿por dónde empezamos?

Aquí, en las brillantes luces fluorescentes, su pelo casi parecía color rojo fuego. Sus ojos, de un tono verde suave, eran más vibrantes.

Era real. Mi única hermana.

Pero pensarlo no lo hacía más verdadero. Todavía había una gran desconexión entre lo que sabía y sentía. Sabía que tenía una hermana, pero eso no significaba que entendía lo que se sentía tener una. No la quería, no en la forma en la que una hermana pequeña debería, porque no podía recordarla.

—Vamos a empezar por encima de la cintura. ¿Te importa sacar tu camiseta? —pregunté cuidadosamente.

Se echó a reír. —No, no me importa. Me has visto desnuda antes.

Agarró su camiseta del dobladillo y la tiró por su cabeza. Llevaba un sencillo sujetador negro debajo. Su estómago era plano, sus músculos claramente definidos. Donde no había músculo, había huesos que sobresalían por debajo de la piel.

Me tiró la camiseta. Pasé mis dedos a lo largo de los dobladillos, luego maniobré sobre la tela, en busca de algo que sintiera fuera de lugar. No encontré nada.

Dani levantó los tirantes de su sujetador, comprobando el material. —Todo bien aquí.

—Vamos a buscar implantes, entonces. —Fui a su lado, y ella se dio vuelta, dejando al descubierto su espalda. Empecé con su pelo como Sam había instruido, sintiendo con dos dedos por algo que no debería estar allí debajo de la piel. Traté de trabajar con rapidez, sintiendo la aparición del nerviosismo. El sudor adornando mi frente.

—Sam todavía tiene el mismo aspecto —dijo Dani después de que le pedí levantar sus brazos.

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—Esas son las alteraciones. Envejecen a un ritmo más lento que los demás. —Hice una pausa—. Los archivos dijeron que les dieron el medicamente anti-envejecimiento, también. ¿Sabías?

—Sí. Quise decir... Sam no ha cambiado como persona. Todavía mantiene su pelo corto. Aún está más cómodo en pantalones vaqueros y una chaqueta normal que cualquier otra cosa. Ninguna ropa desgastada para él.

Mi garganta se tensó y mi corazón se aceleró cuando pensé en preguntarle todo lo que había querido preguntarle a alguien cuando se trataba de Sam.

—¿Se reía en ese entonces?

Se encogió de hombros cuando pasé las manos por sus costados. —Si te refieres a que si él era feliz, no. En realidad no. O si lo era, no lo demostraba a menudo. Sam siempre ha sido muy cauteloso.

Después que chequeó su pecho, pasamos a sus pantalones. Cuando no encontramos nada, comencé por sus pies.

—Tú y Sam están juntos, ¿verdad?

Levanté la vista hacia ella. La tristeza se aplastó en el espacio entre sus cejas.

—¿Por qué dices eso?

—Llámalo intuición de hermana. Y... —Apartó la mirada, y su expresión se suavizó—. Él gira a tu alrededor.

Me puse de pie. Dani había llamado novio a Sam una vez. No sabía dónde lo dejaron.

—¿Todavía lo amas? —pregunté.

—Sí.

Mi garganta se estrechó. —No sabía... hasta que fue demasiado tarde, de que tú y él habían estado juntos.

—No tienes que pedir disculpas. —Bajó la cabeza, y un mechón de pelo cayó en frente de su cara—. Llegué a un acuerdo con perderlo hace mucho tiempo. —Levantó la vista y sonrió—. Por lo menos sé que está en buenas manos. —Dio un paso hacia mí—. No tengo ninguna intención de interponerme entre tú y Sam. Espero que sepas eso.

Sonreí, asintiendo. —Gracias.

Devolvió la sonrisa. —Ahora, probablemente deberíamos terminar antes de que Sam alucine. —Se echó a reír, y el sonido agitó algo viejo, algo olvidado.

Mi visión de tambaleó.

—¿Anna? —Dani se agachó para mirarme de frente—. ¿Estás bien?

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Parpadeé, pero no era capaz de concentrarme en ella. Todos los bordes eran borrosos, y todo el centro de mi visión tenía manchas blancas.

—¿Qué está mal? ¿Quieres que consiga a Sam?

—No —dije, pero la palabra salió demasiado entrecortada, demasiado tranquila.

¿Era otro retroceso? ¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora?

—Estoy consiguiendo a Sam —dijo Dani y se dirigió hacia la puerta.

Traté de detenerla, pero tropecé, lanzándome hacia adelante.

El sonido del papel raspando otro papel.

El sonido de una voz.

—¿Cuánto tiempo te quedaras?

La pregunta hizo eco en mi cabeza. Era mi propia voz preguntando.

—Sólo esta noche —respondió Dani.

El retroceso se apoderó de mí, y la habitación del motel se desvaneció, el olor a limpio y hierro desapareciendo, sustituido por el olor de los pinos, flores y algo de humo.

Estábamos en una habitación. La mía, pensé. De mi vieja casa. Mi antigua vida.

Me senté con las piernas cruzadas sobre la cama, y Dani se sentó a mi lado.

Debo haber hecho pucheros, porque ella se rio y apartó el pelo detrás de su oreja. —No te pongas triste, pajarito.

—No me gusta cuando te vas. Papá es malo, y mamá no dice ni hace nada. Estoy tan aburrida.

Dani se puso rígida. —¿Cómo es papá?

—No lo sé. Grita mucho.

—Tienes... —Su voz se quebró—. ¿Te ha golpeado de nuevo? Quiero decir, ¿cuándo te metes en problemas? ¿O cuando él grita?

Fruncí el ceño. No me acordaba de él pegándome, así que le dije—: No. No lo creo.

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Dani se relajó y dejó escapar un suspiro. Acurrucó su dedo índice y el pulgar, ahuecando mí barbilla. —Voy a volver por ti. Lo juro. Sólo tienes que ser paciente.

—No quiero ser paciente.

—No va a ser mucho tiempo. Sam me va a ayudar a sacarte de aquí. Va a ser una aventura.

Me iluminé. —¿Nick irá con nosotros?

Dani rodó los ojos. —¿Por qué querrías que pantalones malhumorados venga con nosotros?

—No lo sé. —Agarré la manta extendiéndola debajo de nosotras—. Es bueno conmigo. Me enseñó a hacer esto. —Levanté una hoja de papel plegándola en un pájaro—. Dijo que su madre se lo enseñó.

Dani sostuvo el pájaro de la punta, cola puntiaguda. —¿Él lo hace? Bueno, en ese caso, tal vez deberíamos traerlo. Tal vez nos puede doblar un barco de papel y podemos navegar a través del océano.

Rodé los ojos. —Eso es una tontería. Se hundiría.

Se echó a reír de nuevo y alisó mi pelo. —Nunca se sabe. Cualquier cosa es posible, pajarito, si lo deseas lo suficiente.

Mi cabeza se apoyó contra algo sólido. Abrí los ojos, vi a Sam mirándome. Era su rodilla golpeando. Mi cabeza estaba acunada en su regazo. —Oye —dijo.

—¿Qué pasó? —pregunté aturdida.

—Te desmayaste. —Miró al otro lado de la habitación. Me senté justo lo suficiente para ver a Dani y los demás. La sospecha aumentó las líneas alrededor de la boca de Sam.

Negué, en silencio diciéndole que Dani no me había hecho daño.

Cas se sentó a mi lado en la cama y puso su mano en mi pierna. —Me ofrecí a darte respiración boca a boca, pero Sam se negó. No sé por qué. Le dije que no usaría lengua.

Reí. Sam frunció el ceño y abrió la mano de Cas haciendo palanca con sus dedos. —Estoy seguro que ella aprecia tu preocupación —dijo—, pero estaba respirando bien.

Cas arrugó la cara, encogiéndose de hombros. —Detalle menor.

Miré a los chicos nuevos, preguntándome si me vieron tan débil. No me gustaría si lo hicieron. Pero los dos asignados a la habitación de Cas y de Nick ni siquiera estaban mirándome. Estaban hojeando una revista que tenía un auto de carreras en la portada con una mujer apenas vestida en el capó.

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Greg le estaba diciendo a Dani algo acerca de su deseo repentino de hamburguesas.

Si pensaban que era débil o merecedora de lástima, no estaban demostrándolo. Por lo menos no todavía.

—¿Necesitas algo? —preguntó Sam.

—No lo sé. —Froté mi nuca—. Tengo un fuerte dolor de cabeza. Tal vez...

Nick me lanzó un paquete individual de analgésicos. Cas trajo un vaso de agua.

—Gracias chicos —les dije antes de rasgar el paquete. Bebí dos pastillas con un trago de agua. Estas cosas se estaban convirtiendo en productos básicos de dieta. ¿Cuántos analgésicos puede consumir una persona antes de derrumbarse?

—Entonces, ¿los chicos fueron comprobados? —preguntó Sam.

—Todo se veía bien. No hay implantes, por lo que podríamos contar.

—¿Los preparaste para cuando vayamos por caminos distintos?

Asintió. —Estoy llevando a Greg a la tienda a comprar algunas cosas básicas.

—Bueno. —Me senté y mi visión se nubló de nuevo. De repente me sentí como si fuera a vomitar. Ese había sido el peor retroceso.

—Entonces, ¿qué pasó? —preguntó Sam, acercándose. Su brazo se enrolló alrededor de mi cintura, sus dedos vacilando en la carne expuesta de mi camisa. Giró para ver si Dani estaba prestando atención, y me di cuenta que no sabía aún que ella era consciente de nuestra relación.

—Lo sabe —susurré—. Sobre nosotros.

Me miró de nuevo. —¿Le dijiste?

—Ya lo sabía.

Frunció los labios, asintió, y miró hacia otro lado. A veces era fácil leer a Sam, y otras veces, como ahora, era como si hubiera una pared de ladrillo entre nosotros. ¿Se sentía culpable? ¿Hubiera querido contarle él mismo a Dani?

Cuando giró hacia mí, de nuevo preguntó—: ¿Qué pasó? —Y me di cuenta que la conversación sobre Dani había terminado.

—No lo sé.

Entrecerró los ojos, como si sospechara que estaba reteniendo algo importante.

—¿No recuerdas nada?

—Sólo estaba mareada, es todo.

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—Uh-huh. —Se inclinó y besó la parte superior de mi cabeza—. Descansa un poco mientras no estoy. Y no es una sugerencia.

—Sí, señor.

Me dio una mirada que decía que no le hizo gracia mi humor. Dirigiéndose a Greg dijo—: ¿Estás listo? Debemos ponernos en marcha.

Greg se apartó de la pared en la que había estado hablando con Dani.

—Estaremos devuelta en una hora —dijo Sam—. Nadie sale de esta habitación. ¿Entienden?

Todos murmuramos nuestros asentimientos mientras se iban.

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Traducido por Vane hearts

Corregido por *Andreina F*

La luz de la luna se vertió a través de una porción abierta de las cortinas y se agrupó en la sucia alfombra gris. No podía dormir. En su lugar contaba las grietas en el techo mientras Sam respiraba suavemente a mi lado. En la otra cama, Dani me daba la espalda, hacia el cuarto de baño. Greg dormía en el suelo. Había insistido.

Mi cuerpo era un laberinto de puntos dolorosos. Era difícil encontrar una posición cómoda.

Sam se movió a mi lado. —¿Qué pasa? —susurró.

—Nada.

—Mientes. —Lo dijo como un hecho, no una acusación.

Suspiré y me froté los ojos. —Antes... no era que me mareé. Tuve un flashback. Uno muy intenso.

Se incorporó, apoyándose en un codo. —¿Por qué no me lo dijiste?

—No quiero que te preocupes. Quiero decir, no es como si nosotros no estuviéramos pasando por suficientes cosas y…

—Anna —me detuvo—, hay que ser honestos acerca de esta mierda, o…

—Como si tú fueras honesto. —Mantuve mi voz baja, preocupada por despertar a los demás—. Nunca me cuentas nada. No has dicho una palabra sobre lo que sientes al estar Dani de vuelta. Y sé que tienes que sentir algo. La amaste una vez.

Bajó la cabeza. —Su presencia aquí no cambia nada.

—No puedes predecir el futuro. No tienes manera de saber si los recuerdos pueden volver o cómo te harán sentir. Esto podría cambiar todo.

—No lo hará. —Se inclinó, sus dedos enredándose a través de mi cabello. Me besó suavemente. Entonces con más ganas, por segunda vez.

Me deslicé más cerca y me moví para sacar su camisa cuando él me detuvo. Fue entonces cuando me di cuenta de la gran cantidad de contusiones por todo su torso.

Se encontraba en peores condiciones que yo.

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—No sabía que tus lesiones eran tan malas.

Suspiró. —Me dispararon, ¿recuerdas? Unos golpes no son nada para preocuparse.

—Excepto que tratabas de ocultarlos de mí —señalé.

—Porque sabía que ibas a preocuparte.

Nos miramos a los ojos en la penumbra. Una sonrisa se acercó a mis labios. —Sí. Probablemente tienes razón. Me preocuparía. Pero eso es porque te amo. Tengo que preocuparme.

Se acercó y apartó un mechón de cabello de mi rostro, sus dedos arrastrándose a lo largo de mi sien. Cerré los ojos. Me gustó cuando me tocó. Ni siquiera tiene que ser íntimo. Era como si mis terminaciones nerviosas no estuvieran realmente funcionando hasta que estuvieron debajo de los dedos de Sam.

—Te amo, también —dijo—. Ahora trata de dormir un poco. Si estás teniendo flashbacks, lo necesitarás.

Nos acurrucamos juntos, mi espalda apretada contra su pecho, con su brazo alrededor de mi cintura. Deslicé mis dedos en los suyos y apreté.

Me quedé dormida rápidamente.

A la mañana siguiente, justo después del amanecer, nos paramos en un círculo abierto en medio de un parque. Todo se hallaba cubierto con una capa de nieve fresca y brillaba en la luz temprana del sol.

Los nuevos chicos tenían sus mochilas al hombro. Sam también había comprado a cada uno una chaqueta de invierno.

—Gracias por esto, hombre —dijo Greg a Sam y le estrechó la mano—. ¿Tenemos alguna forma de llamarte en el futuro? ¿En caso de que algo vuelva? ¿O si necesitamos su ayuda?

Sam asintió. —Programé un número en sus prepagos.

—Gracias —murmuraron.

—Y gracias de nuevo por ayudarnos a salir —agregó Greg.

Cas cambió su peso de un pie al otro. —Voy a extrañarlos chicos.

—Apenas los conoces —dije.

—Los conozco lo suficiente para saber que voy a extrañarlos. —Se acercó y le dio a cada chico un medio abrazo, un medio apretón de manos antes de saludarlos—. Hasta que nos encontremos de nuevo, caballeros.

Los chicos se rieron y lo saludaron a cambio.

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Dani se acercó y abrazó a cada uno también. —No los he conocido por mucho tiempo, pero puedo decirles que son de los buenos. Estén atentos, ¿de acuerdo?

Greg sonrió. —Nos ve… —Su expresión cambió al instante. La sonrisa desapareció de su rostro. Dejó caer su mochila en el suelo. Matt y Jimmy hicieron lo mismo.

—¿Greg? —dijo Dani—. ¿Ocurre…?

Él le dio un puñetazo. Un potente disparo a la mejilla. Ella voló hacia atrás.

—¿Qué demonios? —gritó Cas mientras Jimmy cargaba directamente hacia él.

—Mierda —dijo Nick justo antes de que Greg lanzara un puñetazo en su dirección. Nick se agachó, y Sam entró en la pelea, aterrizando un sólido golpe en el pecho de Greg. Se tambaleó hacia atrás, jadeando en busca de aire.

Corrí al lado de Dani. —¿Estás bien? —Le di la vuelta y escupió sangre en la nieve.

—¿Qué está pasando? —dijo.

Alcé la vista. Los chicos se encontraban en una pelea sin descanso con los demás. Y no se veía bien.

Greg tenía a Cas inmovilizado boca abajo en la nieve hasta que Nick pateó a Greg en la espalda. Matt y Sam daban vueltas entre sí. Jimmy saltó sobre la espalda de Nick, y lo apretó en una llave de cabeza.

—Tenemos que irnos —dijo Dani en un apuro. Me agarró la mano y me llevó en la dirección opuesta—. Antes de que empeore. Sam te querría a salvo hasta que termine, ¿no?

Negué con la cabeza. —No los dejaré

—¡Anna! —Dani tiró con más fuerza—. Nos van a matar.

—No, no lo harán. No los dejaré. Quédate aquí. —Saqué mi cuchillo de su vaina dentro de mi bota y comencé la batalla, sabiendo que un disparo llamaría demasiado la atención.

Jimmy giró a Cas alrededor de él, chocándolo contra un árbol. Cas gruñó, con los ojos fuertemente cerrados por una fracción de segundo. Lo suficiente para que Jimmy golpeara a Cas en un costado. Las rodillas de Cas se doblaron. Jimmy agarró un pedazo de su cabello y lo arrastró hacia arriba.

Tuve un punto despejado en la espalda de Jimmy.

Corrí hacia él, el cuchillo sostenido firmemente en mi mano. Pero a menos de un pie de distancia, dejó caer a Cas y giró hacia mí con un golpe con el revés de su mano. Me agaché. Me dio una patada en la

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canilla. Me tambaleé lejos de él, el leve latido del golpe vibrando hasta mi muslo.

Lanzó otro puñetazo, el cual me las arreglé para desviar, y luego otro que me pilló en la cima de la cabeza. Traté de ignorar el latido de mi cráneo mientras él daba la vuelta para otro golpe, dejando al descubierto su lado derecho. Empujé hacia arriba con el cuchillo.

Entró fácilmente.

Más fácil de lo que pensé que lo haría.

La sangre corría por mi brazo.

Saqué el cuchillo y apuñalé de nuevo, esta vez en el pecho.

Cayó hacia atrás, agarrándose la herida como si pudiera detener el sangrado de alguna manera.

Me volví hacia los otros. Sam tenía a Matt en el suelo boca abajo. Tomó la cabeza de Matt en sus manos y tiró, rompiendo su cuello en un movimiento rápido.

Sam se puso de pie. Cas se acercó a mi lado. Nick limpió la sangre de su rostro mientras Greg se le quedaba mirando.

—El único que queda —dijo Nick a Greg—. ¿Crees que puedes con todos nosotros?

Greg no respondió. Sus ojos se hallaban en blanco mientras nos miraba, como si estuviera calculando las probabilidades en su cabeza.

Se dio la vuelta y echó a correr.

Nick corrió tras él, pero Sam gritó—: Deja que se vaya.

Nick frunció el ceño. —¡Él sólo nos atacó! Y casi perdimos.

Sam observó a Greg desaparecer alrededor de una esquina de la calle. —No creo que supiera lo que hacía. ¿Viste la expresión de sus rostros? Como si no hubiera nadie en casa1. —Corrió la manga de su chaqueta sobre su boca, limpiándose la sangre—. Algo no estaba bien.

Dani se tambaleó sobre sus pies. —Fue como si les hubieran lavado el cerebro. —Hizo una mueca y acarició suavemente su mandíbula ahora doblemente hinchada.

Sam estuvo de acuerdo. —¿Alguien los vio con un teléfono celular antes de esto? —Todos negamos. Él pensó por un segundo—. Tenemos que salir de aquí, en caso de que haya agentes en la zona. Podemos hablar de esto más tarde.

—¿Qué pasa con los cuerpos? —preguntó Nick, empujando a Jimmy con la punta de su bota.

Sam miró alrededor del parque. No había testigos. Ni tampoco cámaras. —Déjalos aquí.

1Es decir, que esa persona carece de inteligencia o es despistada.

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—Pobres bastardos —dijo Cas antes de arrojar un brazo alrededor de mis hombros—. ¿Me ayudas a llegar al coche, Banana? Necesito un poco de ayuda.

Solté un bufido. —Estoy segura de que sí.

Nos alejamos juntos cojeando, pero mantuvimos nuestros ojos en los alrededores por si acaso. Si ahora Branch podía controlar a la gente a control remoto, era imposible saber qué otra cosa podían hacer.

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Traducido por Verito

Corregido por Sofía Belikov

Sam saltó una cerca de alambre en el patio de una casa vacía que estaba a la venta.

Necesitábamos un lugar para limpiarnos, para reagruparnos. Podía imaginar la conversación que íbamos a tener. Nick frunció el ceño y se removió a mi lado, y podía ver que se moría por decir “Te lo dije”. Así que pensé que podría terminar con eso de una vez.

—Adelante —dije.

—¿Qué? —preguntó.

—Crees que Trev nos tendió una trampa.

Se apoyó en la cerca mientras Sam se escabullía a la puerta trasera y trabajaba con la cerradura. —Tienes razón al decir que creo que nos tendió una trampa, maldita sea. Él nos dio esa locación. Sacamos a esos chicos del laboratorio. Caímos directo en su trampa. Nos dieron bombas de tiempo, y prácticamente las metimos en nuestros bolsillos.

Miré a Dani, quien trataba de pretender que no nos escuchaba. —Sin embargo, encontramos a mi hermana —dije—. Fue por eso que fuimos ahí.

—Sí, la usaron como un cebo. Y tú caíste directamente.

Tenía razón, por supuesto. Caí. Quizás nos tendieron una trampa cuando secuestraron a Dani en ese callejón tras la tienda. Riley había sido el segundo al mando en el programa Altered. Nos conocía bien.

Pero no creía que Trev supiera del plan.

Estuvo allí esa noche, sí, pero me salvó.

Si su objetivo era matarnos, Trev pudo haber dejado a ese agente arrastrarme al río, y ya estaría encerrada en alguna celda en Branch.

Le habría dicho a Nick si Trev no me hubiese pedido que guardara silencio.

¿Por qué lo hizo?

La puerta trasera de la casa se abrió, y Sam nos hizo señas.

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Hacía frío dentro. Entramos en una larga y estrecha cocina. Había una sala luego de esa, y otra más allá. Aparentemente, todas las habitaciones se encontraban arriba.

Cas encontró una toalla dejada en el armario del pasillo de arriba. Afortunadamente, el agua aún seguía corriendo. Desafortunadamente, no era caliente. Nos limpiamos lo mejor que pudimos con lo que teníamos.

—Entonces —dijo Cas mientras nos hallábamos en la cocina—, ¿tenemos un plan?

Ayudé a Dani a limpiar la sangre de su cara. Hizo una mueca cuando toqué una herida, y murmuré una rápida disculpa.

—Tengo una idea —dijo Nick—. Vamos a la sede de Branch y destruimos el maldito lugar.

No pude evitar sonreír ante eso. Nick era por lo general la voz de la razón. No tomaba riesgos innecesarios—preservación personal, siempre.

Claramente estaba enojado. Y no podía culparlo. ¿Por cuánto tiempo podríamos huir de Branch? Ellos, obviamente, no estaban dispuestos a dejarnos ir así como así. Sabíamos mucho. Éramos demasiado valiosos.

Jamás podríamos ser libres mientras Branch siguiera allí afuera. Seguirían haciendo súper soldados, alterándolos hasta que fueran más rápidos, más fuertes, más inteligentes que nosotros. Acabábamos de caer en una de sus trampas. ¿Qué harían después?

—No podemos ir tras ellos sin un plan —dijo Sam. Se frotó la cara con las palmas de sus manos—. Ayudaría si tuviéramos más información sobre lo que pasó con Greg y los otros.

—Si pasaron por el mismo programa Altered que nosotros, entonces su comandante podría haberles ordenado que nos matara.

—Pero no tenían contacto con nadie —apunté—. Y tienen que seguir una orden directamente luego de recibirla. No hay una respuesta retardada para eso.

Sam asintió. —Exactamente. ¿Cuáles son las otras explicaciones?

—Lavado de cerebro —dijo Nick

—Pensaba lo mismo.

Sam se paseó por un minuto. —¿Pero qué los inició?

Nick se apoyó en el mostrador y se cruzó de brazos. —Algo, o alguien, en el área podría haberlos iniciado con un láser o quizás un rayo de luz. Podría haber sido cualquier cosa. Pudo ser algo que alguno de nosotros dijo sin saber.

Sam se detuvo. —Greg dijo que habían estado en el laboratorio por seis meses. —Su mirada se distanció mientras pensaba—. Cas y yo

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estuvimos en los cuarteles de Branch hace un poco más de dos meses. Lo que significa, si ellos ya han perfeccionado esta nueva forma de programación con Greg y su equipo…

Silencio.

Todos sabíamos qué insinuaba. Si la tecnología estaba completa y tenían los medios y la oportunidad, ¿por qué no lavarle también el cerebro a Sam y Cas, para asegurarse?

—Pero… —comencé, tratando hacer una excusa viable para calmarlo—. Como tú dijiste, Greg y su equipo estuvieron en el laboratorio por seis meses. Branch sólo te tuvo a ti y a Cas por veinticuatro horas.

—Es tiempo suficiente para implantar algo. Alguna nueva programación. Alguna nueva alteración. Lo que sea que hayan creado.

Dani asintió. —Es verdad, Anna. Solo toma unas pocas horas para que una droga se asiente.

Me volteé hacia ella. —¿Cómo sabrías eso?

Se encogió, e inmediatamente me arrepentí de arremeter contra ella.

—Lo siento. Es sólo que… no tenemos ningún dato.

—Eso es verdad —dijo Sam—. Y hasta que los tengamos, ninguno de nosotros está seguro.

—Seremos cuidadosos —dije, pero me interrumpió.

—Deberíamos separarnos.

—No.

—Anna —dijo Sam.

—No. —Mi corazón se agitó en mi pecho—. Estuviste en Branch hace dos meses. Si te hubiesen programado, ¿por qué no te han activado?

—Quizás solo están esperando una apertura.

—Y quizás quieran separarnos. ¿Consideraste eso? Dividir al grupo. Somos más débiles separados.

Sam movió los hombros, claramente agitado conmigo. —¿No viste lo que pasó en el parque? —Apuntó hacia la ventada, aunque el parque se encontraba a kilómetros y kilómetros de distancia ahora—. Un minuto estaban bien, y al siguiente no tenían ninguna expresión y nos atacaban. Podría haber sido yo. Atacándote. No puedo arriesgarme.

—No dejaré que te vayas.

—No tienes opción. —Le hizo un gesto a Nick—. Te quedas con Anna. Cas y Dani vienen conmigo. Por lo que sabemos, a ella también le lavaron el cerebro.

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Miré a Nick. —Nick no quiere tener que cargar conmigo. No es una niñera.

Nick no dijo nada.

—Se portará bien —dijo Cas—. ¿Cierto, Nicky?

—Joder, no me digas Nicky.

—¿Ves? —dije, apuntando a Nick. Estaba siendo mezquina y llorona, pero no me importaba. No quería que nos separáramos. No quería ser dejada sola con Nick mientras Dani iba con Sam.

Sam se dirigió a la parte delantera de la casa. —Es lo mejor, Anna —dijo sobre su hombro—. Encontraré un vehículo extra para que tengan transporte, y luego nos separaremos. No quiero más discusiones.

La puerta se cerró un segundo después.

Nick vigilaba en el frente de la casa. Cas se quedó en la puerta trasera. Yo fui al comedor y me senté en la alfombra blanca, apoyada en la pared. Tiré de mis rodillas hacia arriba y miré por la puerta corrediza de cristal que daba a una terraza desgastada por el tiempo.

Dani se sentó junto a mí.

Ahora, sola con ella, no sabía qué hacer o decir. ¿Cómo habíamos sido antes de esto? Me preguntaba si hubiésemos hablado por horas y horas. Si me hubiese dado consejos sobre chicos y el colegio, si hubiese peinado mi cabello y cocinado mi desayuno.

Me preguntaba un montón de cosas sobre ella.

—Entonces —dijo.

—Entonces.

—Sé que parece una mala idea, separarse, pero Sam solo lo está haciendo por tu seguridad. Siempre ha sido protector. —Había una nota de tristeza en su voz.

Me giré hacia ella. —Lo siento.

—¿Por qué?

—No lo sé. Por todo. —Descansé la barbilla en mis rodillas—. Desearía que nos hubiéramos conocido en circunstancias diferentes.

Suspiró. —Yo también.

—Cuando supe que Branch me arrebató mis recuerdos, que tenía una vida diferente antes de la granja, sabía que tenía que encontrar las piezas faltantes. Pero no queda mucho, ¿verdad? —La miré—. Eres la única parte que queda.

—No es verdad. Aún tenemos al tío Will.

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Me senté derecha. —¿Al tío Will? ¿Lo has visto?

Dani asintió, y un fino mechón de pelo cayó de su coleta. —Él fue quien descubrió que tú y Sam se habían escapado del laboratorio. Tiene buenos contactos dentro de Branch. En realidad, creo que puedes conocer a uno de ellos. ¿Sura? Solía estar casada con el controlador de la granja.

La mención de Sura trajo una nueva oleada de dolor. Mi padre me hizo creer que Sura era mi madre y estaba muerta. Y cuando descubrí que eso no era cierto, me quedé extática. La conocí solo para enterarme que jamás tuvo hijos, y que mi padre también me mintió sobre ella siendo mi madre.

Y luego le habían disparado frente a mí.

Aún podía escuchar el ruido de la bala y el crack cuando impactó su cráneo.

Cerré los ojos.

—Anna, ¿me escuchaste? —dijo Dani.

—¿Qué? Lo siento. No.

—Dije que podría ponerte en contacto con nuestro tío. Le gustaría. También podría tener información. Siempre está instigando en los movimientos de Branch. Solía ser amigo de la persona que lo fundó. Ahora hace lo que puede para sabotear sus misiones.

Arqueé una ceja. —¿En serio?

Sonrió. —Bastante ruda, nuestra familia, ¿no?

—Supongo.

Recordé algo que Trev me dijo la mañana que nos ayudó a escapar de los cuarteles principales de Branch, que Branch no pararía de buscarnos. Me pregunté quiénes eran “ellos” con Connor muerto.

—¿Cuán grande es Branch? —le pregunté a Dani—. ¿Quién viene tras nosotros esta vez?

Dani alcanzó mi mano y la apretó. —Una pregunta a la vez, pajarito.

Nuestros ojos se encontraron, los viejos apodos colgando en el aire entre nosotras. Fue un recordatorio inmediato de lo que habíamos perdido, e hizo que algo se agitara. Una conexión con ella, una chispa de nuestro pasado, la mecha de mi vieja vida encendiéndose.

—Recuerdas —dijo suavemente—. Solía llamarte “pajarito” todo el tiempo. Porque tú comías…

—Como uno —terminé. No sabía cómo recordaba eso, pero la respuesta estaba ahí, en la punta de mi lengua y derramándose por mis labios.

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—Sí. —Sus verdes ojos se iluminaron—. Sólo podía hacerte comer sándwiches de mantequilla de maní y jalea. Tenía que cortar las cortezas.

—En todos mis recuerdos, siempre eras tú quien cuidaba de mí. ¿Por qué? ¿Dónde estaban nuestros padres?

Se puso rígida. —Nuestros padres no eran de los mejores.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero que decir que… ellos estaban ocupados.

—¿Trabajaban mucho?

Asintió. —Algo así.

—¿Te molestaba encargarte de mí?

—No. Nunca. —Sonrió—. Incluso me gustaba.

—Lo siento —dije otra vez, mirando mis pies.

—Sigues diciendo eso. —Me dio un empujoncito con su hombro.

—Es sólo que... desearía poder recordar más.

Porque puedo ver cuán feliz te hace, pensé. Una gran parte de mi vida, o al menos lo que podía recordar, había tratado de hacer a los otros —los chicos y papá— felices. Y algunos hábitos eran más difíciles de matar que otros. Quería hacer que la sonrisa reapareciera en la cara de Dani. Pero no sabía cómo forzarme a sentir algo por ella o a recordar todas las cosas que habíamos compartido.

—Nada de esto es tu culpa. —Su voz tembló—. Yo fui quien te falló. Yo fui quien te perdió esa noche. Yo fui quien no pudo encontrarte todos los años que estuviste perdida.

—¿Esa noche? —repetí.

—¿Qué?

Giré a un lado. —Dijiste que fuiste quien me perdió esa noche. ¿La noche en que nuestros padres murieron? ¿Estabas ahí? ¿Viste qué pasó?

—No —dijo con una leve negación de su cabeza—. Quiero decir que te perdí esa noche porque no estuve ahí.

—Oh. —Me desinflé, la esperanza escapando de mí tan rápido como llegó. No me había percatado hasta ese segundo cuánto necesitaba saber los detalles de la noche en que nuestros padres murieron.

—El tío Will sabe qué pasó esa noche —dijo Dani—. Él podría decirte si le preguntas.

—¿En serio?

Asintió. —Si puedo contactarme con él y decirle que quieres verlo, ¿irías?

—Por supuesto.

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—Estará en Port Cadia.

Mis hombros se hundieron un poco. Port Cadia era mi ciudad natal, pero también era donde Branch capturó a Sam ya dos veces. Una vez antes de la grande, y otra vez dos meses atrás cuando fuimos a recuperar los archivos que Sam guardó allí.

Sam me mataría si supiera que fui allí. Pero… si no estaba conmigo…

Nick podría acordar ir conmigo si le daba una razón lo suficientemente buena.

La puerta de enfrente se abrió. —¿Todo bien? —preguntó Nick. Sam murmuró una respuesta.

—Dale el mensaje al tío Will —le susurré a Dani.

Asintió con una sonrisa.

Iría a Port Cadia de una u otra manera. Con o sin Nick.

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Traducido por Vane hearts

Corregido por Key

Dije mis despedidas a Cas y a Dani antes de que Sam se acercara a Nick y a mí a nuestro nuevo vehículo robado. Era un coche simple pintado del color del carbón húmedo. Las ventanas estaban ligeramente tintadas. Eso siempre me hizo sentir un poco más segura cuando viajaba en coche.

Mientras Nick cargaba una bolsa de suministros en la cajuela, Sam me llevó alrededor del coche al lado del pasajero. —Déjame ver tu arma —dijo.

Se la entregué.

La calle estaba desierta a esta hora del día, y me pregunté si todos los habitantes de este barrio estaban fuera haciendo cosas normales como trabajando en oficinas y almorzando con amigos. Lo que daría por tener una vida normal.

Sam desprendió el clip de mi arma y se aseguró de que estaba completamente cargada antes de deslizarlo de nuevo en su lugar.

—¿Cuándo van a volver? —pregunté.

Abrió mi chaqueta y devolvió la pistola a su estuche. —No lo sé. Voy a llamar a tu padre, a ver si él sabe de algún otro programa. Partiremos de allí. Hasta entonces, sólo llama si tienes que hacerlo. No quiero correr el riesgo de que uno de nosotros diga algo equivocado.

Nieve comenzó a caer en pequeños, perezosos copos que se aferraban a los hombros de Sam. Los limpié. —¿Y qué se supone que debo hacer? Tengo que ayudar.

Negó con la cabeza. —Tómate un descanso. Descansa.

Hicimos silencio. Había una cosa más que necesitaba ser discutida, pero ninguno de nosotros fue lo suficientemente valiente como para tocar el tema en primer lugar.

Dani.

—Deja de darme esa mirada—dijo Sam finalmente.

—¿Qué mirada?

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—Como si estuvieras preocupada de que vaya a follar con tu hermana.

—Esa es una mirada muy específica.

Puso un brazo alrededor de mis hombros y me arrastró más cerca. —No tienes que preocuparte. No sé cuántas veces tengo que decírtelo.

—No lo estoy.

—Lo estás.

Arremangué el puño de mi chaqueta. —¿Todavía tienes flashbacks de antes? ¿Acerca de ella?

No dijo nada durante mucho tiempo, y luego—: Sí.

—¿De qué tratan?

Suspiró. —Nada importante.

—Estás mintiendo.

—No quieres saber.

—Sam.

Sus dedos se enroscaron con los míos. Sus dedos eran largos, sólidos, y hacían parecer a los míos pequeños en comparación. Las venas de su mano se alzaron, pronunciadas, corriendo a través de los nudillos. De todas las piezas perfectas de él, sus manos eran lo que más me gustaba.

Y me di cuenta de repente, la desesperación estrellándose, que nunca había dibujado sus manos. Las imágenes que había quemado en mi cerebro no eran fiables. Lo que necesitaba era algo más tangible. Retratos. Dibujos. Palabras en la página.

Y había fallado en capturar a Sam.

No te vayas, pensé. Quería gritárselo, rogarle que no fuera. Pero nunca quería escuchar.

Se inclinó hacia mí, su otra mano ahuecando el lado de mi cara. Me besó suavemente, lentamente, de una manera que era algo más que labios sobre labios. Un beso que no fue sólo físico, sino algo más, algo más profundo. Un beso que sentí en mi alma.

Un beso que se sentía como un adiós.

Un beso que no quería terminar.

Siempre quería más de Sam. Siempre.

Cuando se apartó, mantuve los ojos cerrados un segundo más, memorizando la sensación de él, su olor, queriendo nada más que distraerme antes de quemar la memoria a un lugar que esperaba que sobreviviera incluso a la manipulación de Branch.

—Ten cuidado —dije.

—Tú también.

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Y luego se fue.

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Traducido por ElyCasdel

Corregido por SammyD

Nick condujo fuera de la ciudad y tomó la autopista. No podía decir a dónde se dirigía. Tal vez él tampoco lo sabía.

Recargué mi frente en la ventana y cerré los ojos mientras sentía el calor familiar quemar en mis senos nasales. No quería llorar. No ahora. No frente a Nick.

—No es como si estuvieran muertos —dijo.

No, pero se siente como si nunca los fuera a volver a ver.

—Espero que no sigas haciendo eso —dijo—. Porque no vamos a lograr nada con tu llanto.

—Y no vamos a lograr nada si sigues actuando como un idiota.

Se puso rígido. Me tensé, sabiendo que crucé la línea.

Pero un destello de sonrisa se deslizó por su rostro. —Ahora que sacamos la mierda del camino, ¿por qué no hacemos un plan? A menos que quieras escribir en tu diario sobre cuán triste estás y cómo quedaste atada al maldito idiota.

—No es un diario —murmuré.

—Bien. Porque los diarios son para idiotas.

Me reí. —¿Eso fue un cumplido indirecto?

Frunció el ceño. —No.

—Estoy muy segura de que fue un cumplido.

—Estoy muy seguro de que me estás irritando.

—No lo tomaré de otra forma.

—Genial, así que ¿ahora vamos a discutir, o vamos a hacer algo con esto?

—Hacer algo —dije y asintió—. Tengo que ir a Port Cadia.

—¿Qué? —gritó.

—Mi tío vive ahí. Tal vez sepa algo. Tiene contactos en Branch.

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—En caso de que lo olvidaras, la última vez que buscamos a algún miembro de tu familia, terminamos jodidos.

—¡Vamos, Nick! ¿Qué más vamos a hacer? ¿Ir a los cuarteles de Branch y volar el lugar?

—Sí.

Suspiré. —Por favor. Esto es importante para mí. Y creo que esa reunión podría ayudar. Tal vez sepa algo importante.

Y él se encontraba ahí cuando mis padres murieron, pensé. Hubiera usado eso como munición adicional si le estuviera hablando a cualquier otro que no fuera Nick. Pero no quería saber de su pasado. Lo dejó dolorosamente claro. Así que no entendería mi necesidad de saber del mío.

—¿Nick?

—¿Sabes exactamente dónde encontrarlo?

—Dani va a contactarlo.

Gruñó atrás de su garganta. —Esto se pone cada vez mejor.

—Por favor.

—Bien. Pero si Sam descubre esto…

—No lo hará.

—Oh, sí, lo hará. Es Sam de quién hablamos.

—Sólo dirígete a Port Cadia, y lidiaremos con Sam cuando nos toque.

¿Qué haría cuando descubriera a dónde íbamos? No creo querer saberlo.

Nick tomó muchas carreteras secundarias mientras nos dirigíamos al norte. Encontró una estación de rock local, y la música llenó el silencio entre nosotros.

Busqué en mi bolsa mi diario, encontrándolo encajado en la parte superior debajo de un cepillo y unas municiones para la pistola. Luego, agarré mi paquete de lápices de colores. Era difícil predecir cuánto tiempo estaríamos en la carretera y si habría o no un minuto libre para bosquejos. Podía ir de comer sándwich de pavo a tener un disparo en el lapso de dos segundos. Dibujar parecía la última cosa en la que debería gastar mi tiempo, pero ayudaba a anclarme al mundo real. Era algo familiar, normal.

Así que comencé a bosquejar.

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No tenía una imagen en particular en mi cabeza, y me encontraba sin ideas frescas de revistas de viaje para la inspiración. Consideré pedirle a Nick que se detuviera en la tienda de comestibles para poder comprar algo para echar un vistazo, pero me recordé que era Nick de quién hablaba, y que de ninguna manera se detendría para correr por una revista.

Como siempre, comencé con un calentamiento. Tenía algunas páginas al final que se encontraban designadas para mis páginas de garabateo. Había ondas y corazones y cubos en tercera dimensión. Garabateé un pez dorado, luego una sombrilla, luego más corazones.

Miré a Nick. Su mano izquierda descansaba sobre la parte superior del volante. La derecha sostenía fuertemente la palanca de cambios entre nosotros. Su cabello negro se curvaba alrededor de sus orejas y sobre el cuello de su abrigo. Aún de perfil, con sólo una franja de sus ojos a la vista, me desconcertaba cuán espantosamente azules eran. La forma en que él veía las cosas como si no le importaran, aun cuando yo sabía que en el fondo él absorbía todo. Cada detalle. No olvidaba nada. Y luego lo usaría contra ti tan pronto como la oportunidad se presentara.

Cambió la velocidad cuando quedamos atrapados detrás de un semirremolque, mientras esperaba que el coche en el otro carril pasara. Su mandíbula se tensó. Sus cejas descendieron con frustración.

Giré una nueva página y comencé a dibujar. Pensé en hacer un bosquejo de Nick conduciendo, pero entre más lejos llegaba con el boceto, más cuenta me daba de que no era el Nick sentado a mi lado, ahora. Era él empujando a alguien, alguien familiar, en una habitación oscura, el pánico crecía alrededor de sus ojos. Había una cama de cuatro postes detrás de él.

Me encontraba estudiando su imagen, intentando entender si era real o imaginaria, cuando el diario fue arrancado de mis manos.

Levanté la mirada. El auto se encontraba aparcado frente a una bomba de gas. Nick abrió el diario sobre el volante.

—¿Acabas de dibujar esto justo ahora? —preguntó.

—Sí.

—¿Te dije algo de esto?

Fruncí el ceño. —No.

Miró la imagen a lápiz un largo rato. Un carro salió de la bomba al lado de nosotros.

—¿Qué es, Nick? —pregunté finalmente.

—Es uno de mis recuerdos.

Me senté erguida. —¿Lo es? ¿De qué es? ¿A quién empujas en el armario?

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Cerró el diario rápido y me lo lanzó de regreso. Salió del auto y rodeó el taque de gas. También salí. El aire frío me golpeó antes de que me encontrara lista para ello. La sal crujió debajo de mis botas.

—¿Nick? ¿Quién es?

Abrió el tanque de gasolina y desenroscó el tapón. Presionó los botones en la bomba de gas, y esta dio un bip como respuesta.

Me acerqué un paso. —¿Era yo?

—Sí. De acuerdo. Eras tú.

Mi respiración salió como un jadeo entre ambos. —¿Qué pasó? ¿Por qué me estás metiendo en una habitación…?

—Era un armario. Y no lo sé.

Presioné mi espalda contra un lado del auto. Sam y yo estuvimos en mi vieja casa. En una de las habitaciones, encontramos el marco vacío de una cama de cuatro postes. En el armario, encontré una foto de Dani y yo, metida en una caja de recuerdos junto con…

Jadeé. —Una grulla de papel.

Nick frunció sus cejas. —¿Qué?

—En el armario en la casa de Port Cadia, encontré una caja con una foto de Dani y yo y una grulla de papel aplanada. —Un millón de teorías comenzaron a correr en mi cabeza. Me tranquilicé—. Y en uno de mis recuerdos, hay un chico sentado en mi cama conmigo. Y Dani y Sam se encontraban peleando en el pasillo. Podía escucharlos y me encontraba molesta, así que el chico me mostró cómo hacer grullas de papel para distraerme. —Encontré sus ojos, de pronto dándome cuenta de que mi cerebro me intentaba decir algo desde hacía un tiempo—. Ese chico eras tú.

Sus ojos eran distantes. —Mi madre me enseñó cómo —dijo con una voz apenas por encima de un susurro.

Asentí. —Es lo que me dijiste en el recuerdo.

—Es la única cosa que recuerdo de ella. Ni siquiera sé cómo se veía. —Parpadeó y sacó la bomba de gas del auto—. ¿Qué tipo de persona deja a su niño, de todas formas? Una ma…

Se cortó y volteó a otro lado.

Sólo así, nuestro momento se terminó. Nick volvía a ser Nick, pero yo iba a celebrar la victoria, sin importar cuán minúscula fuera. Nick se abrió. Tal vez existía una parte de él a la que le importaba después de todo.

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Dani llamó más tarde esa mañana. —Le envié un mensaje tío Will diciendo que te encontré y que te enviaría hacia él. Espero escuchar de él más tarde con un lugar específico de encuentro.

—Gracias. ¿Sam sabe qué haces esto?

—No. Llamé mientras se encontraban en el baño. Estamos en una estación de descanso justo ahora.

Exhalé. —Gracias por eso. No quiero que lo sepa aún.

Nick se rio silenciosamente a mí lado.

—No hay problema —dijo Dani—. ¿Lograrás llegar a Port Cadia para esta noche?

—Sí, eso creo. Estamos comiendo justo ahora y luego regresaremos a la carretera.

—Bien. Te llamaré tan pronto sepa algo.

Nos despedimos, y lancé el teléfono prepago al centro del tablero.

—¿Qué quieres comer? —preguntó Nick.

—No sé. No soy quisquillosa.

Metió el auto en el estacionamiento de la tienda más cercana y aparcó frente a un pequeño café en el nivel bajo de un enorme edificio de oficinas de ladrillos rojos.

Campanas de viento sonaron sobre nosotros cuando abrimos la puerta. La barista levantó la mirada. —¿Qué puedo ofrecerles, chicos? —preguntó, reajustando la visera de su gorra verde. Su cola de caballo se encontraba atada en un moño suelto y colgaba en su espalda.

—Sólo quiero café negro —dijo Nick.

—¿Nada de comer? —pregunté.

—Nop. —Se paseó y eligió una mesa cerca de las ventanas, pero no directamente frente a ellas.

Ordené café y un sándwich y esperé a que llegara nuestra orden. Cuando lo hizo, me acerqué al área de la barra para poder poner toneladas de crema y azúcar en mi taza.

Mi estómago gruñó ante la visión de la comida y el olor del café recién hecho. Rasgué un paquete de azúcar y lo volteé sobre la taza. Por la orilla de mi ojo, vi a Nick apartar su silla y hacer su camino entre las mesas ocupadas.

—Aquí está tu café —dije.

—Tenemos que irnos.

Instantáneamente me alarmé. —¿Por qué?

—¿Por qué crees?

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Miré por las ventanas delanteras. Una camioneta negra se encontraba estacionada en la calle. Y había agentes dirigiéndose a la cafetería.

—Oh por Dios.

Nick me dio un jalón hacia atrás del edificio. Giramos a la izquierda en un pasillo. Había una salida alternativa al lado de la escalera y un elevador. Nick miró por la pequeña ventana en la puerta de salida.

Maldijo bajo. —Tenemos que ir arriba.

—¿Qué?

—Arriba por las escaleras. Ahora.

El sonido de las campanas de viento golpeándose me mantuvo en movimiento. En la escalera, nos apresuramos todo el camino. Me encontraba extremadamente agradecida de tener la resistencia para mantenerme el ritmo con Nick.

—Por aquí —dijo Nick y me señaló el segundo piso. Entramos en un vestíbulo alfombrado. Dos mujeres en faldas de lápiz y chaquetas de traje nos pasaron—. Lo siento —dijo Nick—. ¿Hay alguna otra salida del edificio?

La mujer más cercana a él asintió y señaló con un asentimiento a la dirección opuesta. —Al lado este del edificio

Nick sonrió. —Gracias

Cuando la mujer se alejó, Nick me empujó por el pasillo. Dio varios giros equivocados, pasando oficina tras oficina antes de encontrar la segunda escalera. Nick salió por la puerta delantera al mismo tiempo en que esta se abrió.

Un arma se encontraba en el rostro de Nick. —No se mueva —dijo el agente.

Nick puso sus manos en alto. Un segundo agente vino de la escalera. Una mujer. Puso su arma en mí.

Usando su mano libre, el hombre presionó un dedo en su oído, al artefacto adjunto ahí.

—Los tenemos —dijo justo antes de que Nick le disparara en la cabeza.

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Traducido por Alexa Colton

Corregido por Esperanza

La agente femenina abrió los ojos y se volvió hacia Nick. Arranqué un extintor de la pared y le golpeé en la cabeza con ello. Ella se dejó caer justo a un lado de su compañero caído.

—¡Jesús! —le grité a Nick—. Ella tenía un arma. ¡Podría haberme matado!

—Comienza a desvestirlos.

—¿Qué?

—Simplemente hazlo.

Le quité las botas a la mujer, luego sus pantalones. La despojé de su sombrero, y una cascada de cabello castaño extendió por el suelo. Tuve que luchar con su chaqueta y camiseta.

—¿Y ahora qué? —pregunté.

Nick escudriñó el pasillo vacío antes de lanzarse dentro de una oficina oscura. La puerta decía que era un negocio de contabilidad. —Aquí —dijo. Tiró la ropa del primer agente en un armario, pero se quedó con el walkie-talkie. Me deshice de la ropa de la mujer al lado de la otra pila y cerré la puerta.

—Salgamos —dijo Nick, señalando a la ventana.

Sin nada de duda esta vez, abrió la ventana y la empujó hacia arriba. El viento pulsaba el interior, haciendo sonar las persianas de bambú. Bajé a la cornisa, que daba a un edificio de oficinas adyacente. Nick salió después y cerró la ventana en silencio. Sostuvo el auricular del agente entre nosotros. Podía oír voces débilmente a través del dispositivo.

—Unidad uno, confirmen —dijo alguien.

—Unidad uno, cambio —dijo una mujer.

—Unidad dos, confirmen.

Silencio.

—Unidad dos, confirmen.

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Nick habló a través de un diminuto micrófono en el cable del dispositivo—: La unidad dos momentáneamente perdió el conocimiento. Parece que estamos... um... sin ropa.

Más silencio. Mis dientes comenzaron a chocar juntos mientras me presionaba contra el exterior del edificio. Ya podía sentir mi nariz ponerse roja por el frío.

—Todas las unidades —dijo la fuente—, verifiquen a sus compañeros. Probablemente los sospechosos se están haciendo pasar por agentes en uniforme. Repito, verifiquen a sus compañeros.

Una sonrisa tocó la comisura de los labios de Nick. —¿Lista para saltar? —preguntó.

El edificio de al lado era también un edificio de dos pisos, pero era por lo menos seis pies más corto.

—¿Qué pasa si me rompo una pierna? —dije, más para mí que para Nick.

—¿Qué pasa si un agente te golpea con un tranquilizante y te lleva a la sede, y limpia tu memoria?

Me encogí. —Buen punto.

—A la de tres —dijo—. Uno. Dos. Tres.

Salté y giré mis brazos. Cuando me golpeó el techo del edificio de al lado, me metí en un rollo hacia delante para no romper ningún hueso. Nick hizo lo mismo, y echamos una carrera. Saltamos sobre una pequeña repisa entre edificios.

Una bala impactó en la chimenea de ladrillo de dos metros a mi izquierda. Me deslicé sobre una placa de hielo mientras disminuía la velocidad, mirando por encima de mi hombro.

Riley estaba de pie en la ventana por la que acabábamos de escapar, su arma dirigida hacia mí.

Nick me dio un tirón en la dirección opuesta. Otra bala flameó sobre mi parte superior, haciendo un orificio en un ventilador de aire.

Nick corrió hacia el borde de la azotea, donde la fila de edificios terminó en un callejón. Él no se detuvo, y cada instinto me dijo que retrocediera, que clavara los pies antes de que saltara a mi muerte. Pero Nick nunca me había puesto en peligro.

Tenía que confiar en él. La alternativa no era más segura.

Saltamos del tejado. Mi estómago se hundió hasta las rodillas. El aire en mis pulmones ondeaba en la parte posterior de mi garganta. Ni siquiera tenía ánimo para gritar.

Aterrizamos en un contenedor de basura con una pila de bolsas de basura negras, lo suficiente para ablandar nuestro aterrizaje. Sin detenerme, salté sobre la barda de concreto, con Nick justo detrás de mí.

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—Ve a la derecha —dijo, y así lo hice.

En la entrada del callejón, Nick y yo nos deslizamos hasta detenernos por un agente que doblaba la esquina, con un arma dirigida a nosotros.

—Los tengo —dijo el agente—. Callejón entre la cincuenta y cinco al oeste y Huntley. —A nosotros nos dijo—: No se muevan.

Pero, como sabía muy bien, a Nick no le gustaban las órdenes, y yo estaba empezando a sentir lo mismo.

Cogí la pistola del agente, caminando por la izquierda, empujándola hacia arriba. Un tiro fue dado, alojando a la bala en la pared al lado de nosotros. Nick se precipitó, pateando al hombre en su lado izquierdo ahora expuesto. Una costilla se rompió. Nick dio otra patada. El agarre del hombre se aflojó en su arma, y la arranqué de sus manos mientras sus piernas se doblaban. Nick le dio un rodillazo en la mandíbula. Le disparé en la pierna.

Nick y yo nos miramos el uno al otro. Algo cruzó entre nosotros. La comprensión, tal vez. Como si nuestras cabezas se hubiesen unido tanto y comenzaron a trabajar juntas, éramos imparables.

—Vamos —dijo Nick. Nuestro camino estaba despejado por ahora, pero quién sabe cuánto tiempo teníamos antes de que llegaran más agentes.

Podía garantizar a que no sería lo suficientemente largo.

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Traducido por Alexa Colton

Corregido por Paltonika

Corrimos por cinco millas. Seguidas. Decir que me sentía como si fuese a morir sería un eufemismo. Nick ni siquiera parecía sin aliento. Dado que nuestro coche se encontraba en otra dirección del camino y robar otro coche llevaría tiempo a la intemperie que no teníamos, nos escondimos en un restaurante mediocre, esperando a que las cosas se enfriaran.

Nick sostuvo su café con ambas manos mientras miraba la puerta y las ventanas de la fachada con cautela.

En nuestra carrera de cinco millas, Nick se había puesto el audífono del agente para que pudiera seguir los movimientos de Branch. Cuando ellos localizaron a su agente derribado al Oeste de la calle cincuenta y cinco, siguieron nuestras huellas en la nieve hacia la avenida Ludgrove, en donde desaparecieron contra la pared de ladrillo.

Eso fue gracias a Nick, que ideó un plan para utilizar las cajas de leche vacías para subir al techo de una tienda de sándwiches. Él se deshizo de las cajas mientras colgaba de la cornisa para cubrir lo que habíamos hecho. Branch probablemente era lo suficientemente astuto para averiguarlo, pero nosotros no dejaríamos ninguna pista si podíamos evitarlo.

A partir de ahí, cubrimos el lapso de un bloque entero de la azotea, la ciudad se extendió a nuestro alrededor. Hastings no era una gran área metropolitana, pero se podían distinguir los rascacielos en la distancia y las calles por debajo de nosotros permanecían ocupadas con el tráfico a pie a pesar del clima de enero. Cuando Nick y yo finalmente bajamos por una escalera de incendios, nuestros pasos se perdieron con facilidad entre los cientos que ya se hallaban impresos en la nieve.

Eso fue hace cuarenta y cinco minutos, y Nick no había hablado desde que pedimos nuestro café.

Cuando sonó el teléfono en su bolsillo, casi se tambaleó de la silla.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Miró la pantalla del teléfono, haciendo caso omiso de la pregunta. —Es para ti.

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En la pantalla se leía el número de Sam. —Hola —le dije cuando contesté, tratando de actuar casual cuando era todo lo contrario.

—¿Dónde estás? —dijo Sam, su tono no del todo conversacional. En todo caso, era sospechoso.

Miré a Nick. Él levantó una ceja.

—En una cena.

—¿En Michigan?

Hice una mueca. ¿Cómo hacía él para entender estas cosas tan rápidamente?

—Rastreé el teléfono —respondió, captando una pregunta no formulada—. Estás a doscientas millas de donde se supone deberías estar. ¿Acaso Nick te convenció de algo?

—No. —En todo caso, era yo la que lo convenció de venir.

—¿Por qué estás en Michigan?

—Quiero escarbar en el pasado de mi familia. Quiero saber más. —Estuvo cerca verdad.

—No me digas que vas a Port Cadia.

—De acuerdo. No lo hago.

—Anna.

—¿Qué más estoy haciendo en este momento, Sam?

Dejó escapar un suspiro. —Por favor, no vayas a Port Cadia sin mí.

Cerré los ojos. Me sentía tan cansada. Cansada de discutir. Cansada de ser tratada como si fuera de alguna manera más frágil que los chicos. Podía ser una chica, pero eso no significaba que tenía que ser mimada. Pensé en confesar que había encontrado agentes, que vimos a Riley, que tuvimos que luchar por nuestras vidas y ganamos. Pero ya se sentía molesto, y decirle todo solo podría empeorar la situación.

—Ya estamos a mitad de camino —le contesté—. No volveré atrás.

Si el tío Will podía darnos algo, cualquier cosa en lo absoluto, valía la pena conocerlo. Además, quería verlo en persona. Ver un miembro más de mí olvidada familia.

Hubo una larga pausa antes de que Sam volviera a hablar. —Entonces, ten cuidado. Manténgase alerta, como te he enseñado.

—Así será.

Nick se inclinó sobre la mesa y me arrebató el teléfono del oído para hablarle a Sam. Le dijo—: ¿Tuviste algún recuerdo sobre aquella noche de hace cinco años?

Supuse que Sam no necesitaba ninguna aclaración sobre la noche a la que se refería Nick, la noche en que mis padres murieron, la noche que Sam y los demás, supuestamente, fueron capturados por Branch.

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Nick escaneó el lugar mientras escuchaba la respuesta que Sam le daba. —Si te acuerdas de algo, llámame. —Una pausa—. Debido a que algo no está bien en ello, pero no sé aún lo que es. —Otra pausa. Un gruñido—. Lo haré.

Golpeó el teléfono con un dedo y volvió a analizar cada una de las personas que entraron en el restaurante.

—¿Qué te hizo cuestionar a Sam sobre esa noche? —le dije con suavidad.

—Si lo supiera, no habría tenido que hacer la pregunta.

Me dejé caer en la silla, estirando las piernas. Era tan difícil a veces.

No esperaba que explicara a detalle, no después de ese comentario. Pero tal vez había algo en el café que lo ablandó, porque añadió—: No me fío de tu hermana.

Fruncí el ceño. —¿Por qué?

—No lo sé. El hecho de que ha estado fuera cinco años, que la encontramos en el mismo laboratorio con todos esos niños con el cerebro lavado. ¿O qué tal el hecho de que parece estar perfectamente bien con que tú y Sam estén juntos? Como si ya lo supiera.

—¿Cómo se suponía que lo debería tomar? ¿Con amargura? Por un lado, ella estuvo fuera cinco años. Siguió su camino. Y dos, soy su hermana.

Arrugó la cara. —Así que porque comparten la sangre, ¿robarle su novio está bien?

Incliné la cabeza hacia un lado. —Yo no robé a Sam.

La puerta principal se abrió, y la atención de Nick se desvió hacia ella brevemente antes de volver a mí. —Llámalo como quieras. Pero si me preguntas, aceptó eso un poco demasiado rápido.

Negué con la cabeza. —Es mi hermana. Confío en ella.

—Ni siquiera la conoces.

—Somos familia.

Nick apretó su agarre en la taza de café. —La familia no significa nada. Tu propia sangre puede hacerte cosas jodidas.

Me quedé mirándolo. ¿Sabía acerca de su padre? ¿Él solía abusar de Nick?

Lo alcancé a través de la mesa. —Nick, yo...

Se apartó rápidamente. —¿Estás lista para salir de aquí?

Jalé mi mano de regreso. —Sí.

Arrojó un billete de veinte en la mesa y se dirigió hacia la puerta, con los hombros encorvados.

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Meses atrás, Nick me comentó que pensaba que era mejor para él no recordar. Sus palabras exactas fueron—: Puede ser que no recuerde quien era antes de todo esto, pero puedo apostar que no era todo sol y malditas rosas.

A veces, todavía me preguntaba si eso era cierto, si saber todo de alguna manera lo haría peor. Al final, Nick tendría que hablar de su pasado, ¿verdad? Parecía un acuerdo entre nosotros no hablar sobre sus problemas o recuerdos que podrían dañarlo aun más. Tal vez por eso terminó en Branch, en primer lugar, porque no había trabajado a través de las cosas que su padre le hizo. Pero para mí, era diferente. Había una voz en el fondo de mi cabeza que decía que nunca me sentiría completa si no completaba las piezas que faltaban.

Quería saber acerca de mi familia, de mi pasado, quién era y por qué estaba aquí, lo que me había enviado en este camino.

Sólo esperaba que el tío Will pudiese ayudar.

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Traducido por Snow Q

Corregido por LizzyAvett’

Postes de luz antiguos, se habían encendido en la acera desde el momento en el que entramos a la cafetería y ahora iluminaban la calle con un brillo dorado. La temperatura había descendido también, si eso era incluso posible. Solo cambió de frío a más frío.

Caminamos más o menos un kilómetro y medio antes de que Nick robara otro coche, gracias a Dios. Tan pronto como el motor se calentó lo suficiente, agradecí el calor. Sintiendo de nuevo mis pies y mis dedos, me acurruqué contra la puerta del lado de mi asiento y cerré mis ojos.

Lucen blancas parpadearon detrás de mis parpados.

Vi a Dani a través de una grieta en la puerta.

—Teníamos un trato —dijo.

—Y yo me apegué a ese trato —respondió un hombre.

—Sin embargo él ha recaído. No ha mejorado, y Anna no está a salvo aquí.

—¿Qué quieres que haga? ¿Te gustaría que me la llevara? ¿Iniciarla joven?

Dani frunció el ceño. —No, no quiero que sea parte de esto.

—Entonces deja de pedirme que haga excepciones.

—No lo hago. Solo te estoy pidiendo que te preocupes por una vez.

—Oh, Dani —dijo, casi riendo—. Me preocupo. Esa es la razón por la que estamos aquí ahora, teniendo esta conversación. Me importa malditamente demasiado.

Un teléfono sonó en algún lugar a la distancia.

Me desperté exaltada.

—Es para ti —dijo Nick, entregándome el teléfono prepago.

Parpadeé hasta despertarme y tomé el teléfono, leyendo la pantalla antes de responder. Era el número de Sam otra vez.

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—¿Hola?

—Hola. —Pero no era Sam. Era Dani—. Arreglé una reunión con el tío Will.

Me enderecé en el asiento. —Sí. ¿Dónde?

—Hay un bar llamado Molly‟s en Port Cadia. Estará ahí esta noche. 20 p.m.

—De acuerdo. Gracias por hacer esto.

—No hay problema. —Se detuvo—. ¿Nick está siendo agradable contigo?

—Tan agradable como puede serlo.

Dani rio. —Eso es todo lo que puedes pedir.

—Así que… —Me giré hacia la ventana, lejos de Nick, como si eso pudiera darme algo de privacidad—. ¿Cómo está Sam? ¿Está… bien?

—Sam está bien —dijo Dani—. No tienes que preocuparte.

—¿Y Cas?

—Cas es Cas.

—Sí.

—Debería irme. Ten cuidado, pajarito.

Después de prometerle que tendría cuidado, colgamos.

—¿Entonces? —dijo Nick.

—Mi tío debería estar en un bar esta noche.

—¿Entonces qué hacemos hasta ese momento?

Me encogí. —No lo sé. Pero no me importaría tomar una siesta en una buena cama.

Nick giró a la derecha, hacia la próxima autopista. —¿Qué tal desayunar y luego encontramos algún lugar para dormir?

Asentí. —Sí, por favor. Podría comer una pila gigante de panqueques justo ahora.

—Con azúcar morena —dijo Nick, con una voz tan baja que apenas lo escuché.

—¿Qué?

Su mandíbula se tensó. —Solo… pruébalos con azúcar morena. Y sirope. Y mantequilla.

—De acuerdo —dije, ligeramente sospechosa.

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Era la mejor combinación de dulce y grasa que alguna vez había probado. Cubrí la pila de panqueques con mantequilla, lo bañé con sirope de alce puro, y luego espolvoreé azúcar morena en el tope.

Era como el paraíso.

—¿Los habías comido así? —le pregunté a Nick una vez que acabé con lo último del sirope. Negó con la cabeza—. ¿Entonces como sabías que me gustaría?

Vació su taza de café. —Simplemente lo hice.

Ladeé mi cabeza. —Vamos.

Nuestra mesera, una mujer mayor con una larga trenza de cabello gris-castaño, se apresuró a limpiar nuestros platos. —¿Espacio para el postre? —preguntó.

Estaba llena. Tal vez más llena de lo que necesitaba. Sam me había dicho que comer demasiado era una de los errores más grandes que podíamos cometer. Nunca podríamos saber cuándo Riley o Branch aparecerían, y tener el estómago lleno te dejaba lánguido y lento. —Solo come para tener combustible —había dicho. Y definitivamente acababa de comer solo por placer.

—No, gracias —respondí. Nick negó con la cabeza.

—Les traeré la cuenta en mi minuto. —Se alejó con prisa.

Me giré de nuevo hacia Nick. —¿Entonces?

Se encogió de nuevo. —Solo lo sabía, ¿de acuerdo?

Estreché mis ojos. —Lo recuerdas, ¿no es cierto? ¿Qué me solía gustar la azúcar morena en mis panqueques cuando era niña? —Nick solo me miró, y esa respuesta fue suficiente—. ¿Cómo sabes todas estas cosas sobre mí?

Otro encogimiento. Evitó mirarme.

Sonreí. —Tal vez no me odiabas tanto en ese entonces.

Resopló. —Lo dudo.

Enumeré las cosas que sabía sobre nuestro pasado. En un recuerdo, estaba conmigo mientras Dani y Sam peleaban. Me había enseñado a hacer una grulla de papel. Sabía cómo me gustaban los panqueques. Y en mi dibujo, en el que me estaba empujando dentro del armario, tuve que preguntarme si no estaba empujándome para ser malo, sino para esconderme de algo.

¿Y si era así, de qué?

¿O de quién?

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Después de comer, condujimos por ahí otra hora. No nos quedaba mucho dinero, no teníamos lo suficiente para rentar una habitación, y hacia demasiado frío para dormir en el vehículo. Además, la calefacción había comenzado a dañarse, así que oscilaba entre soplar aire frío y soplar aire que olía a sótano.

Nick nos llevó a la parte más agradable de la ciudad, donde pintorescas cabañas se encontraban atascadas entre casas descomunales, y todas ellas estaban rodeadas por un lago. La carretera se estrechaba a medida que avanzábamos hacia el norte.

—¿A dónde vamos? —pregunté.

—Estamos buscando un lugar para quedarnos, ¿recuerdas?

Me senté hacia adelante, el cinturón de seguridad tensándose a través de mí. —¿En la casa de alguien más? ¿Y si vienen a casa mientras estamos durmiendo?

—Shh. Solo espera un maldito segundo.

Gruñí pero me recosté hacia atrás.

Finalmente redujo la velocidad y señaló una cabaña de ladrillos color gris de un solo piso. —Mira, la calzada no ha sido limpiada. No hay ningún rastro en la nieve, en la calzada, o en el camino delantero que lleva hasta la puerta. —Asintió en dirección a las casas más adelante en la calle—. ¿Ves el hielo desprendiéndose del techo?

—Sí.

—Significa que la calefacción está encendida. Ahora mira este lugar. ¿Ves algún pico de hielo?

Escaneé los bordes del techo. —No.

—Significa que la calefacción está apagada para que puedan conservar los gastos de los servicios públicos bajos. Probablemente es un lugar de verano.

—Así que nadie nos encontrará.

Nick asintió. —Exacto.

Se adentró en la calzada y aparcó cerca del lado de la cochera, escondiendo parcialmente el coche debajo de un dosel de fuertes árboles de pino. Caminamos hacia la parte trasera de la cabaña. Había un pequeño pórtico, y una puerta trasera con una vieja placa de aluminio en el exterior. La mantuve abierta mientras Nick trabajaba en el seguro de la puerta interior.

Me balanceé en mis pies, tratando de controlar el entumecimiento que se expandía en mis pies. Las temperaturas eran más frías aquí, y el viento que venía del lago era casi helado. Apresurarte Nick, pensé.

El seguro de la puerta hizo clic, y Nick empujó la puerta. Irrumpí más allá de él hacia el recibidor. Zapatos para el agua y sandalias estaban alineados en un tapete negro. Impermeables colgaban de

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ganchos en las paredes. Juguetes de playa estaban apilados en cajas en la esquina. Me relajé. Definitivamente era una casa de verano.

Seguí a Nick a través de una pequeña cocina hasta la sala de estar. Había un sofá en diagonal cubierto con sábanas blancas. Nick las sacó con un solo tirón. El polvo revoloteó en el aire.

—Es agradable alejarse del viento —dije, frotando mis brazos—, pero todavía está helando aquí. —Podía ver mi aliento.

—Solo estaremos aquí un par de horas. Encenderé la calefacción.

Localizó el termostato en el improvisado comedor ubicado en la parte trasera de la sala de estar. —¿Veintiuno está bien? —preguntó y asentí. Giró el disco, y el horno se encendió un par de segundos después—. Dale diez minutos y debería calentarse.

—Gracias. En serio.

Me miró, su expresión oscilando entre su ceño fruncido por defecto y algo más suave, más vulnerable. No dijo nada en respuesta, así que para combatir el repentino e incómodo silencio, comencé a buscar una secadora o un armario de mantas, algo que me mantuviera caliente mientras la casa se calentaba.

Encontré una vieja manta de lana en un bolso debajo de una de las camas. Después de darle una buena sacudida, la envolví alrededor de mis hombros y me desplomé en el sofá.

Ya estaba mejor.

Tomó todo un minuto para que mis ojos se pusieran pesados y mi cabeza cayera.

—Puedes tomar una siesta —dijo Nick—. Yo seguiré vigilando.

—¿No te importa?

Negó con la cabeza. —Para eso es que estamos aquí de cualquier forma.

—¿Y qué hay de ti?

Acercó una silla hasta la ventana delantera y abrió las cortinas lo suficiente para ver hacia afuera. —Estaré bien.

—¿Estás seguro? Porque podría tomar la primera…

—Anna. —Me silenció con una mirada—.Ve a dormir.

—De acuerdo —dije, porque estaba exhausta. Me recosté, acurrucándome hacia un costado, con la manta a mi alrededor.

No tomó mucho tiempo para que me desvaneciera.

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Traducido por MiryGPE

Corregido por Mel Markham

Cuando me desperté, un viejo recuerdo flotaba en la bruma del sueño, como una palabra que olvidé, justo fuera de mi alcance. Sabía el sentimiento de eso, su forma, pero ninguno de los detalles más finos, los detalles que importaban.

Cualquiera que fuera el recuerdo, supe al instante que fue importante, y me senté, maldiciendo.

Nick me miró con el ceño fruncido. Se hallaba encorvado en la silla, todavía posicionado en la ventana del frente. Tenía una cerveza en su mano, con la parte superior abierta. Su cabello lucía aún más revuelto que la última vez que lo vi. Me pregunté distraídamente si se había movido en absoluto, o si estuvo en ese lugar todo el tiempo que dormí. Al menos debió moverse para encontrar una cerveza hurgando en algún lugar de esta casa.

Miró a la distancia, agotado.

Puse los pies en el suelo y me froté los ojos. —Creo que tuve otro recuerdo.

—¿Sabes quién estaba allí?

La forma en que formuló la pregunta, me hizo pensar si la hacía porque quería saber si él estaba allí. Ya que él estuvo en muchos de mis recuerdos, me pareció que había una buena posibilidad de que la respuesta fuera sí.

—No estoy segura —le dije, porque esa era la respuesta más fácil—. Pero había...

Sangre. Me detuve y miré mis manos. Una sensación fantasma, calor difundiéndose entre mis dedos. Aquí, en el presente, mis manos se encontraban pálidas, secas, agrietadas en los nudillos por el frío. No cubiertas de sangre, pero la sensación fue abrumadora. Casi podía sentirla bajo mis uñas, sentirla correr por mis brazos.

Sacudí la imagen, alejándola.

Tal vez me estaba volviendo loca.

—¿Qué? —preguntó Nick.

—Nada. —Me levanté—. ¿Alguna idea de dónde está el baño?

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Asintió hacia el pasillo. —La segunda puerta a la derecha.

—¿Hay agua corriente?

—Sip.

Dentro, cerré la puerta con seguro y utilicé el inodoro. Después de lavarme las manos y el rostro, me miré en el espejo.

Mi cabeza latía con fuerza. Me dolían los ojos profundamente en las órbitas. ¿Cuándo viviría una vida normal? Algo como ir a la cama y no tener que preocuparme por ser emboscada en medio de la noche. Despertar luciendo renovada, un día entero extendiéndose ante mí. Un día de posibilidades.

Suspiré y abrí el grifo para salpicar un poco de agua caliente en mi rostro cuando mi visión se cortó. Mi vista se convirtió en destellos, como una docena parpadeando en rápida sucesión.

Cerré los ojos con fuerza, apreté los talones de mis manos en mis sienes.

Un grito. En mi cabeza.

¿Qué demonios ocurría?

Yo estaba corriendo. Por un pasillo. La gente gritaba detrás de mí. Entré en el cuarto de baño, arranqué la tapa del tanque del inodoro, y hundí la mano en el agua helada. Saqué una bolsa de plástico con cierre. Había un arma en su interior.

Mis rodillas se doblaron. Caí de lado, buscando algo para sostenerme, pero tiré una canasta con artículos de baño conmigo. Contenedores de aluminio y vidrio golpearon y se destrozaron en el suelo.

Sangre en mis manos. Bajando por mi brazo. Sangre bajo mis uñas.

Algo se astilló y se estrelló contra la pared. Las manos me temblaban.

—Sal de aquí Anna —dijo Dani.

—¡Anna! —gritó Nick—. ¿Puedes oírme?

Abrí los ojos doloridos y la luz del techo me cegó. Los restos de la neblina del recuerdo se mezclaron con el presente, y no podía asegurar lo que era real y lo que no.

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Nick se agachó junto a mí, sus dedos clavándose en mi cráneo mientras me examinaba. —¿Qué demonios ha pasado?

—Otro recuerdo.

Miró por sobre su hombro hacia la puerta del baño destrozada. —Nueva regla: Dejar la puerta sin seguro la próxima vez.

Con su ayuda, me puse de pie. Mi cabeza estuvo confusa un segundo, pero lo suficientemente disipada como para que pudiera fingir que me encontraba bien.

¿Pero lo estaba?

La primera vez que dejamos el laboratorio en la casa de campo, Sam pasó por varios recuerdos debilitantes una vez que su sistema desechó los supresores de memoria. Papá me dijo una vez, que a Sam le habían borrado la memoria demasiadas veces, y por eso el regreso de ella era tan violento.

Por lo que sabía, sólo tuve mi memoria borrada una vez, justo antes de que me colocaran en la casa de campo.

Así que, ¿por qué experimentaba lo mismo que le pasó a Sam?

Estuvimos en la casa de verano durante varias horas más, mientras Nick trató de reparar la puerta del baño. Se las arregló para colocarla de nuevo sobre sus bisagras, pero no se podía ocultar la fisura en donde Nick embistió con su hombro.

Justo después de las siete de la tarde, Nick bajó el calor y puso bajo llave la casa. Caminó conmigo hasta el lado del pasajero del coche, como si tuviera miedo de que pudiera tener otro súbito recuerdo.

Después de entrar, lo observé mientras rodeaba el parachoques delantero, su rostro envuelto en la oscuridad. No sabía quién era ese Nick, el que me cuidó y me ayudó a entrar en el auto y se tomó un segundo para asegurarse de que me encontraba bien.

Tal vez esto era más del Nick real, una combinación del viejo él y el actual, que era un tipo rudo alterado genéticamente.

Quienquiera que fuese, me gustaba. Y esperaba que él se quedara cerca.

Nos tomó otra media hora de conducción antes de llegar al bar Molly‟s. El reloj en el tablero dijo que eran las siete cuarenta y cinco cuando aparcamos en el estacionamiento.

Molly‟s era un edificio de dos plantas en las afueras de la ciudad. Música pulsaba a través de las finas paredes de madera roja, y la gente se amontonaba afuera para fumar cigarrillos. Un letrero de neón color

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naranja colgaba en la ventana delantera, prometiendo cerveza fría de barril.

—Déjame ir adelante —dijo Nick, después de que aparcó—. ¿Crees que reconocerás a tu tío cuando lo veas?

—Sí. Había fotos de él en los archivos.

—Cuando lo veas, dime antes de acercarnos. ¿De acuerdo?

—Sí.

Salimos, y apreté mi abrigo mientras nos apresurábamos a través del estacionamiento.

Tan pronto como Nick abrió la puerta, el olor a sudor y cerveza rancia flotó fuera más allá de nosotros. Música vibraba a través del piso. El lugar se encontraba lleno.

Nick me guió hacia una mesa redonda en la esquina, donde nos ocultábamos parcialmente por una columna de soporte.

Escaneé la multitud. Había un gran grupo de personas en la esquina opuesta a nosotros. Un hombre grande con un overol azul sosteniendo un cigarrillo apagado, como si la nicotina pudiera ser consumida por ósmosis. Una pequeña chica de pelo negro soltó una carcajada por algo que le dijo su amigo.

Más atrás, una pareja se besaba en una cabina. Un grupo de chicas se tomaron un trago rápidamente. Un anciano apuró lo último de su cerveza. Y un hombre delgado, de pelo rojo…

—Es él —susurré, inclinándome más cerca de Nick—. En la parte trasera de la habitación. Una en punto.

Traté de actuar discreta, pero este hombre —el tío Will— era el único miembro vivo de la familia que tuve, que podía recordar los detalles de la noche en que me llevaron.

Lucía similar al hombre de la foto de mis archivos. Pelo rojo y corto, pecas salpicando su nariz, ojos separados y labios carnosos, al igual que Dani. Pude ver mucho de ella en él, y me hizo preguntarme cómo lucía nuestro padre y qué parte de los genes de la familia había heredado yo. No tenía el pelo rojo. No tenía los mismos labios gruesos. Tenía las pecas, pero eso parecía ser lo único que obtuve del lado O‟Brien. ¿Me parecía más a mi madre? ¿Ella tenía el pelo rubio, ojos castaños y una nariz que parecía demasiado pequeña para su cara?

Un hombre se sentaba junto a Will, con una cerveza en su mano. No había una bebida frente a mi tío. Sonrió a algo que dijo su amigo.

Me puse de pie.

Nick tomó mi mano. —Espera.

—He esperado para conocer a mi verdadera familia desde que me enteré de ellos. —Tiré de mi mano—. No voy a esperar ni un minuto más.

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La música cambió de una canción de rock rápida a un bluegrass2, y la multitud se animó cuando la habitación se llenó con el fuerte acento de un banjo.

Crucé la habitación. Mis manos se volvieron resbaladizas por el sudor. No estaba segura de cuáles eran mis expectativas, pero sabía que más que nada, quería gustarle al tío Will.

Se rio de nuevo. Su amigo le palmeó la espalda. Will levantó la vista y me vio. Hizo una pausa.

¿Me reconoció? ¿Me parezco a mi verdadera madre o padre?

Will se puso de pie. Su amigo le preguntó algo, pero él no respondió.

Me detuve a un metro de distancia de la mesa, con las manos colgando a mi lado. Ahora que me encontraba aquí, no sabía qué decir o por dónde empezar.

—Anna —dijo con una sonrisa—. Es bueno verte.

—¿Tío Will?

Asintió y salió de detrás de la mesa, envolvió los brazos a mi alrededor, apretando con fuerza.

Cuando se retiró le dijo a su amigo—: Nathan, te llamaré más tarde. Me tengo que ir.

—Claro que sí, amigo. —Nathan agarró su cerveza y se fue.

Con sus manos aún sobre mis hombros, Will me miró durante largo tiempo, como si no pudiera creer que fuera real. Nick se acercó más.

Finalmente Will dijo—: Tenemos que hablar. ¿En algún lugar más tranquilo? —Miró a Nick por encima de mi hombro—. ¿Él es un amigo tuyo?

Podía sentir a Nick a una distancia de treinta centímetros o así. Me sentí agradecida y molesta. —Sí. Un buen amigo.

—Bien. Bueno, puede venir también. Sígueme. —Will colocó una mano entre mis omóplatos y me guió para salir por la puerta principal. Hizo un gesto a una pequeña camioneta pickup aparcada en la parte trasera del estacionamiento—. Ese es mi auto. ¿Quieres venir conmigo o...? —se calló, mirando hacia Nick.

—Te seguimos —respondió Nick.

—Bien. Mi casa está sobre Washington. Podemos hablar ahí. —Jugueteó con sus llaves y ellas golpearon unas contra otras—. Así que supongo que te veré en un par de minutos.

Asentí. —Por supuesto.

2Música folclórica de Kentucky.

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En nuestro coche, Nick se volvió hacia mí. —No me gusta esto.

Rodé mis ojos. —A ti no te gusta nada. O nadie.

—Sí, bueno, particularmente no me gusta esto.

—No daré marcha atrás ahora. Will puede saber algo. E incluso si no lo hace, es mi tío. Quiero al menos hablar con él. —Mi voz se quebró, y aspiré profundamente—. Por favor, ¿Nick?

Encendió el motor y siguió a Will fuera del estacionamiento. —Si nos disparan esta noche, te culpo.

El tío Will vivía en un apartamento del segundo piso frente a la biblioteca pública. A menudo, Sam me dijo que si parecía seguro, probablemente no lo era, y no había nada más inocente que una biblioteca pública. Por lo que aunque cada parte de mí me decía que me relajara, me mantuve en guardia por si acaso.

El apartamento era pequeño, con un dormitorio en la parte trasera y una cocina conectada a la sala de estar. Había un sofá en la sala, muy usado del lado izquierdo, como si el tío Will pasara la mayor parte de su tiempo en un solo lugar viendo la vieja televisión, la cual se encontraba sobre una mesa desvencijada.

Había platos en el secador, pero ninguno en el fregadero. La pequeña mesa para dos sillas se encontraba desnuda y recién pulida. Olía como a limpiador desinfectante. Y a humo de cigarro.

—Siéntate —dijo Will.

Tomé el lado derecho del sofá, y Nick se sentó en el brazo a mi lado. No tenía que mirarlo para saber que estaba tenso, listo para salir en cualquier momento.

Will acercó una silla de la mesa de la cocina. —Ni siquiera sé qué decir. —Se rio, pero se convirtió en un suspiro interminable—. Te ves tan adulta. —Se frotó las manos—. Así que, dime, ¿sobre qué querías hablar?

—Algunas cosas, supongo. En primer lugar, Dani dijo que tenías contactos en Branch.

—Los tengo.

Sostuve mis manos fuertemente y las metí en mi regazo. —Bueno, hace dos noches, nos encontramos a Dani en un laboratorio de Branch, junto con otros tres chicos.

—¿Otros como Sam? —preguntó, con tono reservado.

—Sí, pero... algo era diferente. —Le expliqué lo que le sucedió a Greg cuando nos despedíamos.

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Will digirió la información y cruzó una pierna sobre la otra rodilla. —Interesante. He oído hablar sobre Branch investigando una nueva programación. ¿Crees que ellos fueron activados de alguna manera?

—Sí. Pero no estamos seguros de cómo.

—Podría ser una palabra en código.

Nick se tronó un nudillo. —¿Cuáles son las posibilidades de que uno de nosotros dijera la palabra correcta en el momento correcto?

Se encogió de hombros. —Si era una palabra común...

Mierda.

—¿Crees que hay una manera de revertirlo? —pregunté.

—Claro. Por lo general la hay, pero no sabría cómo. O incluso dónde empezar.

Suspiré. Temía eso.

—Otra cosa —dije.

—Claro. Cualquier cosa.

—Dani dijo que estabas ahí la noche en que mis padres murieron.

Agachó la cabeza, el abanico de sus pestañas encontró las pecas en sus mejillas mientras cerraba sus ojos. —Sí —dijo en voz baja.

Sentí a Nick mirándome.

—¿Qué sucedió esa noche?

Will levantó la mirada. Se puso rígido. Sus manos se apretaron en puños. —Sam sucedió. Él mató a tus padres. Te llevó.

Todo el aire en mis pulmones salió apresurado en un largo suspiro.

—Eso no puede ser cierto —dije.

Will descruzó sus piernas. —Yo estaba allí, Anna. Vi lo que sucedió.

Mi estómago se retorció.

¿Sam mató a mis padres?

—Pero... ¿por qué? —Respiré.

Will se encogió de hombros. —Tenía entendido que tus padres trataban de mantener a Dani lejos de él. Ellos sabían que él se había metido en algunos problemas con Branch y si se llevaba a Dani, había una buena probabilidad de que la asesinaran también. Aparecí pocos minutos antes de que Sam sacara un arma. Traté de detenerlo, pero él era demasiado fuerte. —Las lágrimas brotaron de los ojos de Will cuando me miró—. Lo siento mucho, no pude detenerlo.

Tuve una urgencia repentina de vomitar.

Sam había matado a mis padres.

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Y estaba con Dani en estos momentos.

Otro pensamiento se me ocurrió. —¿Estaban los otros ahí? ¿Nick o Cas?

Will miró a Nick. —No.

Alivio, aunque minúsculo y no del todo reconfortante, me inundó. —¿Y qué hay de mí? ¿Dónde me encontraba?

—Te escondías en tu habitación.

—¿Tienes alguna prueba de que Sam lo hizo? —preguntó Nick.

Will extendió sus manos. —No tengo nada conmigo. Escuché de uno de mis antiguos contactos que los acontecimientos de esa noche fueron detallados en los archivos de Sam en Branch. Sin embargo, no los he visto.

Trev nos dio todos los archivos e información que pudo encontrar acerca de nosotros cuando escapamos del cuartel general de Branch. Sólo hojeé los archivos de Sam. Era posible que no hubiera encontrado el apropiado todavía.

¿Sam leyó ese archivo y no nos lo dijo? ¿Recordaba?

El trozo de papel que encontré en su mesita de noche, justo antes de irnos de la cabaña. La nota con todos los nombres escritos con la letra de Sam.

Mis padres estaban en esa lista.

¿Era posible que estuviera documentando los nombres de las personas que mató cuándo los recordaba?

Si eso era cierto, sabía sobre mis padres desde hace un tiempo.

Salté sobre mis pies. —Me tengo que ir.

Nick estaba detrás de mí. Se levantó, también. —Anna. Espera —dijo Will—. Por favor, no salgas corriendo de aquí así. Acabo de encontrarte de nuevo. Quédate aquí. Ambos, Nick y tú. Pueden tener una comida casera y una buena noche de sueño.

—No nos vamos a quedar aquí —dijo Nick.

Will dio un paso hacia mí. —Por lo menos dime a dónde vas. O dame tu número. No quiero perderte por segunda vez. —De nuevo lágrimas nublaron sus ojos—. Dani y tú son todo lo que me queda de mi hermano.

Nick se deslizó entre Will y yo. —Danos tu número y nosotros te llamaremos.

Will frunció sus labios, pero asintió. Arrancó un trozo del periódico que se encontraba en la mesa lateral y garabateó un número al margen. —Ese es mi celular. Me aseguraré de tenerlo encendido.

Doblé el papel y lo guardé en mi bolsillo. —Gracias.

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Asintió y nos acompañó hasta la puerta. —Tengan cuidado con Sam —dijo mientras yo salía por la puerta—. No sé si estas en contacto con él o qué. Pero es peligroso, temerario y más fuerte que cualquier hombre normal debería ser.

Ya sabía eso. Sabía lo fuerte que era Sam. Era una de las cosas que amaba de él.

Pero ahora, en lugar de ser un activo, era algo a temer.

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Traducido por Val_17

Corregido por Daniela Agrafojo

Tan pronto como estuvimos en la carretera otra vez, le dije a Nick sobre la lista que encontré en la mesita de noche de Sam.

—¿La tienes contigo? —preguntó Nick.

La tenía. La había doblado en un pequeño cuadrado y metido en un par de calcetines en mi bolso. La busqué, y Nick salió de la carretera para leerla.

—¿Te ha dicho algo sobre esto? —pregunté.

Nick negó con la cabeza.

—Así que, ¿qué piensas?

—No lo sé —dijo—. Mira esto. Él los organizaba en grupos. Los asteriscos son misiones confirmadas. Reconozco algunos de los nombres. Joseph Badgley, por ejemplo. Estuvimos en esa misión juntos.

—Es una hoja de muertes, ¿no es así?

No dudó. —Sí.

—Así que los signos de interrogación…

—Significa que no está seguro de si los mató o no.

Los nombres de mis padres tenían signos de interrogación junto a ellos. Pero el simple hecho de que estuvieran en la lista era suficiente. Él había recordado algo sobre esa noche, algo que lo hizo cuestionar su papel en sus muertes, y no me lo había dicho.

—Ojalá yo pudiera recordar —murmuré—. Eso resolvería todo.

—Sí, pero la mierda nunca es tan fácil.

Me hundí en el asiento del auto mientras Nick entraba a la carretera, dirigiéndose en dirección opuesta.

—¿A dónde vamos?

—Te voy a llevar con Sam.

Me enderecé. —¿Qué? ¿Sabes dónde están?

Nick asintió. —Sam me ha estado manteniendo al tanto.

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Solté un suspiro. —¿Así que está bien que tú sepas dónde están, pero yo no? ¿Qué, acaso no confía en mí?

Nick frunció el ceño. —Fue para protegerte.

Gruñí para mí misma. —¿Cuánto tiempo falta para que lleguemos allí?

—Unas tres horas.

—Genial —dije, pero sabía que tres horas no era suficiente tiempo para prepararme. ¿Qué le iba a decir a Sam una vez que lo viera? ¿Cómo siquiera abordaría el tema?

No quería que fuera verdad. Odiar a Sam parecía peor que perderlo. Y no podía soportar la idea de ninguna de las dos cosas.

Nick nos llevó a Grand Rapids, donde Sam, Cas, y Dani aparentemente habían allanado un complejo de apartamentos que estaba en juicio hipotecario.

El apartamento que habían elegido era muy lujoso, mi rabia se duplicó instantáneamente.

Nick y yo habíamos estado en la carretera por casi veinticuatro horas seguidas, y habíamos irrumpido en una cabaña cubierta de polvo y que olía como un sótano musgoso. Y aquí se encontraba Sam en un apartamento desván con tres dormitorios, dos baños, encimeras de granito, y acceso a una piscina cubierta. Probablemente la piscina no funcionaba, pero aun así.

Lo que lo hizo todo lo peor era que Dani parecía aún más hermosa que cuando la había visto por última vez. Se transformó en algo así como una diosa durante la noche. Llevaba un par de apretados pantalones y un suéter que abrazaba su pequeña cintura. Tenía el cabello limpio y brillante, mientras que el mío estaba grasiento y enredado. Aun había sangre en mi ropa y suciedad bajo mis uñas.

Y toda la situación simplemente se sentía mal.

Todos me miraron, y la habitación quedó silenciosa e incómoda.

Nick se puso hombro a hombro conmigo, e irónicamente, su presencia me hizo más segura, más audaz, y no contuve nada.

—Divirtiéndose, ¿verdad? —dije—. Si hubiera sabido que estaban tomando unas vacaciones, me habría metido en una de sus maletas.

Sam suspiró. —¿Eso es realmente necesario?

Pisoteé a través del espacio abierto hacia donde él se encontraba en la isla de la cocina y golpeé la lista sobre el mostrador.

—Encontré esto en nuestra habitación en la cabaña.

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Miró el pedazo de papel con una expresión en blanco. —¿Qué es?

—Tú dímelo.

Agarró la lista y mi mano y me condujo por el pasillo. Nick vino, tal vez porque quería escuchar una explicación con sus propios oídos. O tal vez porque tenía miedo de lo que podría pasar entre Sam y yo si admitía la verdad, fuera cual fuera.

Nos agrupamos en una habitación vacía y Sam cerró la puerta detrás de nosotros.

—¿Mataste a mis padres? —espeté.

—Anna… —comenzó.

—¿Lo hiciste?

Sus hombros se hundieron. —No lo sé.

—¿Has tenido recuerdos de esa noche?

—Sí.

—¿Y qué es lo que ves?

Una vena en su frente se levantó bajo la piel. —Tú, en su mayoría.

—¿Qué estoy haciendo?

—Llorando.

—¿Hay sangre en mis manos?

—Sí.

Inhalé a través de mi nariz mientras veía un destello de mí a los doce años mirando a mi madre, la sangre cubriendo el frente de ella. ¿La sangre en mis manos era suya?

—¿Viste quién los mató? —pregunté de nuevo.

Sam no apartó la mirada cuando dijo—: No. No he sido capaz de recordar esa parte aún.

—Se supone que está en tus archivos —dijo Nick.

Sam negó con la cabeza. —He leído mis archivos una y otra vez. No hay mención de esa noche.

—¿Dónde está la memoria USB y el portátil?

—Espera aquí —dijo, y desapareció hacia el frente del apartamento. Regresó un segundo más tarde y los entregó—. Si encuentras algo, házmelo saber. —Agarré el portátil, pero él lo sostuvo con fuerza—. ¿Por favor?

—Lo haré.

—Nos mudaremos a otro apartamento mientras tanto —dijo—. Sólo por seguridad.

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La manera en que me miró, como si estuviera más perdido que yo, me hizo ablandarme.

—Te llamaré si encuentro algo.

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23

Traducido por Val_17

Corregido por LucindaMaddox

Cuando los otros se fueron, me puse cómoda en la habitación más pequeña con una vista que daba a la calle. Me apoyé en una esquina, el portátil en mi regazo, y empecé a leer.

Revisé todos los archivos que ya había leído. Había un montón de expedientes y registros médicos como los que utilizábamos en el laboratorio de la casa de campo. Verlos con el nombre de Sam garabateado en la parte superior agitaba viejos recuerdos.

Solía encantarme hacer los registros en casa. Tanto así que había bajado allí para hacer los registros del día en mi decimoséptimo cumpleaños porque no había ningún otro lugar donde hubiera preferido estar.

Por supuesto, los chicos tenían otras ideas. Me habían planeado una fiesta sorpresa, lo cual fue una hazaña increíble, considerando que no se les permitía salir de sus celdas. Lo habían arreglado con mi papá, eligiendo qué decoraciones conseguir, qué tipo de comida tener. Incluso habían presentado peticiones personales para mis regalos.

Era la primera vez que podía recordar a alguien haciendo algo especial para mí.

Cuando llegué ahí abajo, las luces estaban apagadas. Mi papá había bajado una hora antes, así que sabía que era extraño. —¿Papá? —había llamado.

Las luces parpadearon. —¡Sorpresa! —gritaron, aunque lo de Nick fue más un murmullo descontento.

Serpentinas verdes habían sido colgadas en la parte delantera de las celdas de los chicos. Había globos por todas partes, incluso dentro de sus habitaciones. Un pastel se encontraba sobre una mesa plegable al centro del laboratorio y en una línea de gel rosado decía: FELIZ CUMPLEAÑOS, ANNA.

Al principio me quedé muda, asustada de que si decía algo, me pondría a llorar.

Cuando finalmente tuve el control de mí misma, pregunté—: ¿De quién fue la idea?

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Sam, en la parte delantera de su habitación, con una delgada lámina de plexiglás entre nosotros, respondió—: Fue una decisión mutua —Mientras que Cas y Trev sacudían sus cabezas.

—Fue idea de Sam —dijo Cas, sonriendo, y Sam apartó la mirada hacia el suelo, ocultando sus ojos.

Fui a su habitación primero. Mi estómago lleno de mariposas. —¿Lo fue?

Levantó la mirada, su expresión más cálida, más brillante de lo que jamás había visto. —Haces mucho por nosotros. Era lo mínimo que podíamos hacer.

Más tarde, después de la torta y el helado, después de que papá subió quejándose de cansancio, los chicos me dieron sus regalos.

Cas me consiguió una novela romántica-paranormal. —Están haciéndola película —dijo—. Así que debe ser buena, ¿verdad? —No tuve el corazón para decirle que ya la había leído y su secuela.

Trev me consiguió una nueva caja de lápices de colores, unos que él sabía que yo deseaba. Nick me consiguió una bufanda y murmuró algo sobre tener cuidado de no ahogarme con ella.

A petición de Sam, pasé a su habitación de los últimos. Puso algo en la escotilla, y la abrí de mi lado. No estaba envuelto, pero de todos modos, el papel de regalo no parecía ser su tipo de cosa. Sentí la textura de la tapa dura primero, y cuando lo saqué, me di cuenta que era un diario en blanco.

Él no había sabido sobre el diario de mi madre, o por lo menos no los detalles. Lo había bajado al laboratorio de vez en cuando para dibujar o garabatear notas, pero no había manera de que pudiera saber lo importante que era para mí.

—Algún día —dijo—, te quedarás sin páginas en tu cuaderno, y quería estar seguro de que tendrías algo nuevo para comenzar.

Era un cuaderno sencillo. La tapa era de tela negra sin nada escrito sobre ella. Lo abrí para presionar mi mano en las suaves páginas que eran cremosas y gruesas entre mis dedos.

Estaba a punto de cerrarlo cuando divisé la escritura en la primera página.

Para Anna, decía.

Porque eres más feliz cuando estás dibujando.

—Sam

Era la primera vez que me veía a través de los ojos de otra persona. La primera vez que me di cuenta de que Sam me observaba cuando yo no prestaba atención y que me consideraba como alguien más que solo la ayudante de laboratorio de mi papá.

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Fue la primera vez que me sentí realmente justificada de quererlo, o incluso amarlo, de la manera en que lo hacía.

Y si hubiera pensando en ello cuando dejamos la casa de campo, habría agarrado el regalo de Sam junto con el diario de mi madre. Me arrepentí de dejarlo atrás.

¿Cómo podría ese Sam, del que me había enamorado en el laboratorio, ser la misma persona que había matado a mis padres?

No quería creerlo. Se me ocurrió excusa tras excusa para explicarlo.

Tal vez él estaba confundido. Tal vez fue en defensa propia.

O tal vez el tío Will estaba equivocado.

Seguí pasando los archivos. Había páginas y páginas de transcripciones de las pruebas iniciales de Sam. Sus resultados en pruebas de coeficiente intelectual. Sus exámenes físicos. Incluso había un registro de sus patrones de sueño.

Seguí adelante, cavando más y más profundo, revisando los archivos que había ignorado al comienzo debido a sus indescriptibles títulos. Nombres como “Plantillas” y “Mantenimiento”. Finalmente, algo llamó mi atención: un archivo señalado como O‟Brien en la carpeta de “Referencia”. Hice clic y encontré otro archivo llamado “Incidente O‟Brien”.

¿Cómo me había perdido este archivo antes?

Abrí el documento. Había fechas, horas de interrogatorio. Un montón de piezas habían desaparecido porque quién fuera que había escrito el documento no había estado realmente en la casa esa noche.

Pero había un “testigo presencial confiable”, así que me desplacé hasta que encontré información del testigo.

Él o ella no había sido nombrado, pero había una transcripción de su encuentro con un agente del Branch.

Testigo: Sam hizo que todos fueran al vestíbulo. Tenía una pistola. El Sr. y la Sra. O’Brien intentaron proteger a su hija, pero Sam la alejó, hacia la puerta principal.

—Nadie se mueva —había dicho Sam.

El Sr. y la Sra. O’Brien levantaron sus manos. Sam apuntó el arma hacia ellos.

Agente—: ¿Qué hacía Dani en ese momento?

Testigo—: Lloraba. Ella le pedía a Sam que bajara el arma.

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Hice una pausa. Dani había dicho que no se encontraba allí esa noche. ¿Ella mentía? ¿O tal vez no lo recordaba? ¿El Branch le había robado ese recuerdo también?

Seguí leyendo.

Cuando Sam no miraba, el Sr. O’Brien intentó agarrar el arma. Cuando Sam se dio cuenta de lo que pasaba, le disparó. El Sr. O’Brien cayó. La Sra. O’Brien comenzó a gritar, así que Sam le disparó, también.

Agente—: ¿Y luego qué?

Testigo—: Dani lo atacó. Ella gritaba y lo golpeaba. Fue entonces cuando los agentes del Branch aparecieron y Dani corrió a la puerta trasera.

Dejé los archivos y hundí la cara en mis manos. Sam había matado a mis padres. Era la única razón por la que estábamos aquí ahora, el por qué estuvimos en el programa en el laboratorio de la casa de campo. Él había arruinado mi vida.

—¿Anna? —llamó Dani, sobresaltándome. No la había escuchado entrar—. Cas y yo estábamos hablando de conseguir algo de comer y…

Corrí hacia ella y empujé el portátil en su rostro. —Lee esto.

—Um. ¿Bien? —Tomó el computador, sosteniéndolo mientras leía. Supe cuando llegó a la parte sobre Sam por la forma en que me miró, el dolor en sus ojos—. Oh, no. Yo no… no recuerdo esto en absoluto…

—Él lo hizo. Sam los mató.

—Tal vez hay una explicación.

—No. Está ahí en los archivos, y el tío Will dijo que él lo hizo, y…

Puso el portátil en el piso y tomó mi cara entre sus manos. —Si esto es cierto…

Me tragué el nudo en mi garganta.

—¿Dónde está Nick? —preguntó ella, alejándose.

—Está durmiendo en una de las habitaciones, por lo último que supe…

—Tienes que irte.

—¿Qué?, ¿ahora?

—¿Tienes alguna idea de cuán peligroso es esto? ¿Quién sabe qué más es capaz de hacer? Oh, Dios. No puedo creer que él lo hiciera.

—¿A dónde voy a ir? —susurré.

—¿Tienes a alguien de confianza?

—No… quiero decir… mi papá, supongo.

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—Entonces llámalo.

—¿Qué hay de ti? —pregunté.

Ella desconectó la memoria USB de la computadora portátil y la deslizó en el bolsillo de mis pantalones. —Ten en cuenta mi consejo, no confíes en nadie. Tal vez ni siquiera en mí.

—Eres mi hermana —dije, y por primera vez, lo sentí cierto.

—Y como tu hermana, estoy diciéndote que te vayas. Me sentiré mejor cuando estés en un lugar seguro. Aquí. —Me entregó un conjunto de llaves de auto—. Es la camioneta azul en el estacionamiento.

—De dónde…

—Shhh. —Miró hacia las habitaciones—. Vamos. —Me condujo a la puerta y observé más allá del pasillo antes de moverme.

Agarré mi bolso y la seguí.

En el pasillo, me dio un abrazo rápido y un beso en la mejilla. —Mantente segura —dijo, y me empujó hacia las escaleras, cerrando la puerta detrás de ella antes de que pudiera responder.

Con el corazón martilleando en mis oídos, bajé las escaleras de dos en dos y me deslicé por la salida trasera, cerca del estacionamiento. Dudé justo fuera de la puerta, mirando hacia el vestíbulo, preguntándome si debería decirle a Nick o a Cas, o incluso a Sam, lo que Dani y yo habíamos leído.

No quería estar sola.

No quería irme.

Tomaré mis posibilidades, pensé. Tenía que haber una explicación, ¿verdad?

Pero entonces, la parte racional de mi cerebro me pateó y dijo que tenía que ser fuerte, que tenía que irme.

Dentro de la camioneta, metí la llave en el encendido. La nieve comenzó a caer en pequeños y perezosos copos que se derretían cuando golpeaban el parabrisas.

Encendí el auto y lo saqué del estacionamiento.

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24

Traducido por Valentine Rose

Corregido por Adriana Tate

Ya que dejé el teléfono en el departamento, tuve que buscar un teléfono público. Finalmente, encontré uno después de casi una hora de conducir. Y luego me tomó otros diez minutos para encontrar los centavos suficientes en el auto para hacer una llamada.

Papá contestó el teléfono al segundo repique.

—¿Hola? —dijo, con tono cauteloso.

—Papá. Soy yo. No tengo mucho tiempo. Estoy en un teléfono público.

Él suspiró. —Si estás llamándome de un teléfono público —dijo—, solamente puedo asumir que estás en problemas.

Apreté más fuerte el teléfono, y eché un vistazo al estacionamiento de la gasolinera. El sol comenzaba a salir, y los trabajadores pendulares se estacionaban para echar gasolina y abastecerse con café y rosquillas. Ésta estación tenía una panadería en la parte de atrás, y podía olfatear el olor de masas fritas desde aquí.

Mi estómago rugió.

—Necesito quedarme contigo por un par de días —dije.

—Anna —dijo con un rápido suspiro—, sabes que no es seguro, y…

No pude aguantar más las lágrimas.

Salieron a borbotones, y cerré fuertemente los ojos mientras intentaba controlarme, pero fue en vano. Mi respiración tembló, y papá lo notó inmediatamente.

—¿Dónde estás? ¿Aún estás en Michigan?

—Sí.

—¿A qué lugar de encuentro estás más cerca?

Una semana después de habernos escapado del cuartel general de Branch, papá y yo nos topamos con diversos lugares de encuentros por Michigan, y unos cuantos a través del país, así podíamos decirle al otro donde encontrarnos simplemente usando un código.

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Nunca podías confiar ciegamente en una línea segura, o privada para el caso. El hombre detrás de mí usando un traje de negocios y una brillante corbata roja sosteniendo el periódico, fácilmente podría ser un empleado de Branch.

Tenía que ser cuidadosa. Siempre.

—Estoy más cerca de la locación cuatro.

Cuatro era el código para Millerton, Michigan, justo a las afueras de Grand Rapids, y papá y yo acordamos encontrarnos en el parque de Millerton, en el centro del pueblo, si la locación cuatro alguna vez requería ser necesitada.

Nunca había estado allí antes, pero consulté el mapa de Michigan cuando papá y yo encontramos las localidades. Sabía cómo llegar al parque más fácilmente.

—Estoy a dos horas y medias de distancia —dijo papá—. Nos vemos ahí pronto.

Contuve la respiración. —Gracias.

—Sólo ten cuidado hasta que llegue ahí, ¿de acuerdo?

—Lo tendré.

—¿Y Anna? —preguntó—. ¿Los chicos están contigo?

Cerré los ojos otra vez, y envolví el cordón del teléfono alrededor de mi dedo. —No. Estoy sola.

Papá suspiró, como si hubiera esperado esa respuesta. —Te veré pronto, ¿de acuerdo?

—Apresúrate, por favor.

—Lo haré.

Compré un café, y una rosquilla en la gasolinera, y luego me senté en el estacionamiento, abarrotándome de comida.

Dado que no quería llegar a la localidad cuatro todavía, esperé en la estación de gasolina al menos durante una hora, luego volví a la autopista. Llegué al parque de Millerton justo antes de las nueve.

El parque se encontraba situado en medio del pueblo y cubierto de un total de cinco acres. Tenía, al menos, seis estacionamientos, así que, papá y yo acordamos encontrarnos en una banca del parque cerca del centro, donde se hallaba la fuente.

Me desplomé en la banca, cerrando mi abrigo para evitar el frío. Detrás de mí, la fuente se encontraba seca, con la base acumulada con basura y hojas secas. Los juegos sobre la siguiente colina se hallaban vacíos.

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Pareció como si le tomó una eternidad a mi papá para que llegase, y cuando por fin lo hizo, nos quedamos de pie incómodamente, cada uno esperando que el otro hiciera algo. Papá y yo no éramos del tipo que abrazaba.

—Es bueno verte —dijo, metiendo sus manos en los bolsillos de su abrigo.

—Igualmente.

Me tomé un segundo para observar a papá. Parecía como si hubiera envejecido más en este par de semanas desde la última vez que lo vi. Tenía nuevas arrugas en las esquinas de sus ojos, y unas nuevas líneas de expresión cerca de su boca.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté.

Se encogió de hombros. —Me siento bien. ¿Y tú? Luces más delgada. ¿Estás comiendo correctamente?

Me reí. —Sí. He estado corriendo con frecuencia con los chicos.

Ninguno de los dos reconoció la razón detrás de mí repentino interés en la resistencia y entrenamiento físico. Después de todo, en parte papá era responsable por este estilo de vida nuevo. Había sido un empleado en Branch durante mucho tiempo. Y lideró el programa que alteró a los chicos y a mí.

Pero no lo culpaba. No realmente. Hizo lo que creyó que era correcto en ese entonces. Y nos ayudó cuando importó.

Sin embargo, él aún se sentía culpable. Lo cual era el por qué yo mencionaba lo más mínimo posible a Branch.

—Vamos —dijo papá, señalando hacía el estacionamiento detrás de él—. Salgamos de este frío.

De todas formas, planeaba abandonar el auto robado de Nick, así que traje mis cosas. Papá me guió a la camioneta. Era de color índigo, con unas cuantas manchas de óxido, y una raya blanca a lo largo de ambos lados.

Me subí, y dejé mis cosas en el suelo del auto. Papá se deslizó junto a mí, y encendió la camioneta con un poco de persuasión.

Me sonrió. —El Branch nunca sospecharía que conduciría una camioneta del „81. Es un buen auto para encubrirme.

—Me gusta.

—No tienes que mentir. Huele a cigarrillos, y corre como la mierda. Pero hace el trabajo.

—Eso es todo lo que importa.

Papá condujo al sur de la ciudad, encasillándose a carreteras secundarias. La nieve había bajado un poco, pero conducir en estas condiciones no era lo mejor, y las calles principales eran un desastre medio derretido.

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—¿Quieres decirme lo que está pasando? —preguntó papá finalmente—. Lo último que escuché, fue que se suponía que tenía que buscar una nueva técnica de lavado de cerebro por petición de Sam. Ahora estás sola, y necesitas mi ayuda. ¿A Sam no le lavaron el cerebro, cierto?

—No.

Papá se relajó visiblemente. —Vaya, eso es bueno. No sé si seamos lo suficientemente fuertes para ir contra Sam.

No lo éramos.

—Así que, cuéntame —dijo papá.

—Ni siquiera sé por dónde comenzar.

—Generalmente, por el principio es lo mejor.

Recordé todo lo que averiguamos. Papá escuchó mientras masticaba una paja. —¿Sospechas que Sam mató a tus padres? —preguntó unos minutos después—. Parece ser una teoría.

—No es una teoría. Se encontraba en los archivos de Sam. Y mi tío estuvo ahí, también.

Papá frunció el ceño. —¿Tu tío?

—¿Qué? ¿Por qué tienes esa mirada en tu rostro?

—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Me dijeron que no tenías familia sobreviviente. Se supone que no debería haber creído nada de lo que Connor me dijo, pero no sabía que tenías un tío. Si hubiera…

—Está bien, papá. En serio.

—Sí, bueno. —Suspiró—. De todas formas —aclaró su garganta—, ¿crees que los chicos han sido, probablemente, programados con alguna nueva técnica de lavado de cerebro?

—Sí. Sam te dijo de los otros que encontramos en el laboratorio de Delta, ¿verdad?

—Sí, lo hizo.

—Pensamos que tal vez Branch programó a Cas y a Sam mientras estuvieron en los cuarteles de Branch hace unos meses atrás.

—Pero… —papá levantó un dedo—, si les lavaron el cerebro entonces, ¿por qué no activarlos durante la confrontación en los cuarteles? Connor pudo haberse ahorrado un montón de problemas y salvado su vida si lo hubiera hecho.

Fruncí el ceño. —Sí, buen punto.

—Y para ser honesto, Anna, no creería en todo lo que leyera en esos archivos. Incluso si las acciones de Trev eran con buenas intenciones, no quiere decir que la información sea verdadera.

—¿Pero cómo pudieron haber sabido infiltrar información falsa al mismo tiempo que Trev copiaba los archivos?

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Papá pensó en eso un momento. —No lo sé. ¿La memoria USB ha sido tuya desde entonces? ¿Ha estado alguna vez fuera de tu vista?

—Te refieres, ¿para que alguien agregue ese archivo? —le pregunté. Papá asintió—. Estoy bastante segura que Sam la ha tenido desde que dejamos nuestra casa de alquiler.

—¿Nadie ha tenido acceso a él?

—No que yo sepa… bueno, espera… Greg. O cualquier de los otros dos chicos de Delta.

—Ahí lo tienes —dijo papá mientras se detenía por la luz del tráfico.

Una pequeña sensación de esperanza me invadió.

Papá encendió el intermitente. El ruido del motor de la camioneta era el único sonido entre nosotros.

Algo no andaba bien; no sabía qué era. Podía ver las piezas en mi cabeza, pero no podía juntarlas.

Greg y los otros parecían agradecidos por ser rescatados. Y cuando fueron activados, se hallaban completamente en blanco con una sola misión: liquidar a Sam, Nick y Cas. Greg golpeó a Dani, pero una vez que estuvo fuera del camino, la ignoró y fue tras los chicos.

Dani fue la última en hablar con ellos. ¿Qué le dijo a Greg?

Fue algo extraño, no era una palabra de uso frecuente. Recordaba eso.

Fue… atento. Estén atentos.

¿Dani activó a Greg y a los otros? ¿No intentó que me fuera entonces? ¿Mientras los chicos peleaban con Greg?

—¿Dónde está tu teléfono? —le pregunté.

—En la consola.

Lo saqué, y marqué el número de Sam. Sonó. Y sonó y sonó y sonó.

Terminé la llamada y llamé a Nick. Ninguna respuesta, tampoco.

—¿Puedes dar la vuelta? —dije—. Necesitamos volver a Grand Rapids.

Papá me miró. —¿Estás segura?

—Sí. Es sólo que… necesito hablar en persona con Sam. Debí haber hablado con él en primer lugar.

En la siguiente intersección, papá giró a la derecha, haciendo una vuelta en U cuando la calle estuvo vacía, y nos llevó a la dirección en la que acabábamos de venir.

Mientras conducíamos, pensé en cada conversación que tuve con Dani desde que la encontramos.

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Una de las primeras cosas que hablamos fue de mi relación con Sam. Nick creyó que era raro que Dani no hubiera reaccionado más a las noticias, pero Sam y Dani estuvieron separados durante cinco años.

Nick dijo que no confiaba en ella.

Y él tenía el mejor instinto que cualquier persona que conocía.

Pareció una eternidad el llegar hasta el complejo de apartamentos. Incluso más tiempo porque no pude recordar exactamente dónde era. Cuando finalmente entramos en el estacionamiento y lo encontramos vacío, casi me lancé del vehículo.

—Espera —dijo papá, pero no pude.

Tenía que ver a los chicos con mis propios ojos y asegurarme que se encontraban bien. Que no había cometido el error más estúpido de mi vida.

Confié en Dani por encima de Nick.

Dani puede que haya sido de la familia, pero no conocía nada de ella.

Nick me advirtió, y su instinto era generalmente correcto. Lo ignoré completamente.

Una vez dentro, abrí la entrada hacia las escaleras. Los elevadores no funcionaban, lo cual significaba que tenía siete pisos completos que subir antes de que llegase al piso donde los chicos se alojaban.

—No puedo seguir tu paso —gritó papá mientras continuaba subiendo.

—Encuéntrame en el séptimo piso, entonces. Es el setecientos veintidós.

Subí las escaleras en poco tiempo, y me detuve en la puerta del séptimo piso para echar un vistazo a través de la pequeña ventana cuadrada. El pasillo se encontraba oscuro a pesar de la luz tardía de la mañana, y nada parecía fuera de lugar.

Con mi corazón sonando en mis oídos, jalé la cerradura de la puerta y la tiré hacia mí. No hizo ningún sonido. Entré al pasillo. Miré a la izquierda, luego a la derecha. Nada parecía estar mal, todavía.

Me moví con lentitud hacia el setecientos veintidós.

La puerta se encontraba ligeramente entreabierta.

Tomé mi arma y eché un vistazo, agachándome para ser un blanco más pequeño sólo por si acaso.

No hubo ningún movimiento.

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No había luces.

Nada.

Pateé la puerta con mi bota, y ésta se abrió por completo.

Cristales rotos yacían brillando en el suelo. Una puerta de la alacena fue arrancada de sus bisagras, y se hallaba tirada cerca de la despensa. Una de las hornillas de la estufa fue arrojada al otro lado de la habitación.

Me congelé justo frente a la puerta, sabiendo que una vez que buscase por el departamento y lo encontrara vacío, me daría cuenta que en serio no se encontraban, que mi hermana me traicionó, y que había confiado en la persona equivocada.

Así que, si sólo me quedara de pie un minuto más, no sería verdad.

Por favor, que no sea verdad.

—¿Nick? —grité, y mi voz pareció golpearme de vuelta, como si dijera ¿A quién le estás hablando? No hay nadie aquí.

—¿Sam? ¿Cas?

Nada.

Papá entro al departamento detrás de mí. —Oh, no —dijo.

Rodeé la isla de la cocina, por el pasillo, revisando las habitaciones, los baños, los armarios. Nada. Nadie. No se encontraban aquí.

Volví a la cocina para encontrar a papá de pie junto a la nevera, con una nota pegada al frente.

—Es para ti —dijo papá, tendiéndomela.

Reconocí la letra inmediatamente.

—Es de Riley —dije, y comencé a leer—: “Gracias por tu cooperación en este proceso de aclaración. No pudimos haberlo hecho sin ti. Sam, Cas y Nick lucharon valientemente hasta que les dijimos que ya te encontrabas en los cuarteles de Branch. Y entonces vinieron voluntariamente. Hizo mi trabajo mucho más fácil. PD: La palabra que estás buscando es eliminado.”

Fruncí el ceño. —¿Qué significa esto?

Papá caminó, pasándome, y tomó la hornilla del piso de la sala de estar. No dijo nada mientras volteaba y me miraba fijamente.

—¿Papá?

Sus ojos se hallaban vacíos, sin pestañear. Su boca era una línea recta.

No tenía ninguna emoción en lo absoluto en su rostro, cuando tiró la hornilla hacia mi cabeza.

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Me agaché. Me puse de pie. Y me agaché de nuevo por un segundo ataque.

—¡Papá!

Dobló su brazo, balanceándolo de nuevo. Me moví rápidamente alrededor de la isla de la cocina, así podía ver el siguiente ataque cuando viniera. Pero me tropecé cerca de la puerta del gabinete, y me caí directamente al suelo.

Vi la hornilla volar en mi dirección. De repente, me di cuenta dónde me equivoqué.

El Branch no les lavó el cerebro con una palabra código a los chicos.

Le lavó el cerebro a mi papá.

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Traducido por Jasiel Odair

Corregido por GusFuentes

Sentía el rodar de los neumáticos debajo de mí, pero no era capaz de abrir los ojos.

Voces resonaban en mi cabeza, llamándome de nuevo a un sueño o un viejo recuerdo. No podría decir cuál.

Hubo un destello de pelo castaño, dando vueltas y vueltas. Y mi pelo rubio como el trigo seco, enredado alrededor de mi cara.

—¡Vuela, pajarito! —gritó Dani. Ella me dejó ir, volé por el aire y aterricé con un chapoteo. El agua llenaba el espacio a mí alrededor, y di una patada impulsándome hacia la superficie, saliendo en busca de una profunda bocanada de aire.

Dani se echó a reír. —¿Fue divertido? —preguntó.

—¡Eso fue impresionante! —grité, y rio un poco más.

Sam apareció detrás suyo, envolviendo sus brazos alrededor de su cintura, y ella dejó de sonreírme. Debido a que ya no me miraba. Lo veía a él.

Las burbujas de aire subieron a la superficie a un metro de mí, y un segundo más tarde, Nick apareció. Tiró su cabeza hacia atrás, como un perro lanudo, y las gotas de agua me golpearon en la cara.

Cas corrió e hizo un saltó de bola de cañón cayendo sobre mí.

—Cas —chillé cuando salió a la superficie riéndose.

—Eres un idiota —dijo Nick.

—¡Por lo menos soy uno guapo! —contrarrestó Cas.

Miré a la orilla. Sam y Dani se habían ido.

—¿Crees que puedes llegar a esa isla por allá? —preguntó Nick.

Entrecerré los ojos para protegerme del sol mientras seguía su línea de visión. Había una pequeña isla a unos metros, con un grupo de árboles de pino y no mucho más. Quería ir, pero sobre todo porque Nick me estaba desafiando. Y deseaba demostrarle que podía hacerlo.

—Sí —le dije y empecé a nadar.

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Cas se impulsó por delante de mí. —¡Los venceré! —gritó justo antes de que se zambullera bajo el agua y desapareciera de la vista.

Yo nadaba de la forma de perrito porque no sabía hacerlo de otra manera. No como Dani. O los chicos.

Nick nadó por delante de mí, también, y yo paleteaba más rápido.

Pronto mis brazos y piernas estuvieron cansados, y la isla parecía mucho más lejos que cuando yo había medido la distancia.

¿Qué pasaría si yo no podía hacerlo?

La duda se instaló en mi pecho, apretando mis pulmones, y empecé a entrar en pánico.

Agitaba los pies, dando bofetadas contra el agua, pero no me sirvió de nada. Me hundí bajo la superficie, y el agua llenó mi boca.

El lago parecía empujarme. Intentaba impulsarme con el pie, con la esperanza de llegar al fondo, pero sólo encontré el vacío.

—¡Nick! —grité y me hundí de nuevo.

El agua quemó mi garganta, mi nariz. Tosí, y más agua llenó mis pulmones.

Mis piernas se encalambraron. Mis pulmones ardían. Necesitaba aire.

Me iba a ahogar.

Una mano me agarró por la muñeca y me arrastró a la superficie.

Farfullé y di un grito ahogado, aspiran el aire libre como si no pudiera tener suficiente de él.

—¿Estás bien? —preguntó Nick, y me aferré a él con los brazos envueltos apretadamente alrededor de su cuello. —Oye —dijo Nick—. Sube a mi espalda, voy a nadar hasta la orilla. ¿Puedes hacer eso?

Asentí e hice lo que me pidió, aferrándome a él por detrás.

Cas nadó junto a mí. —¿Estás bien, pajarito?

No, no lo estaba. Tenía ganas de llorar. —Estoy bien —dije, lo que hizo a Nick resoplar.

Cas corrió por delante de nosotros para que así poderme ayudarme a sacar cuando Nick llegó a la orilla. Me sentaron debajo de un árbol de pino, en una cama de hojas de color naranja óxido. Nick volvió a aparecer un segundo más tarde con su sudadera azul marino y la puso sobre mis hombros.

—Mírame —dijo Cas, empujando mi barbilla con el pulgar—. ¿Quién soy?

—Cas. —Mis dientes castañeteaban juntos.

—¿Qué día es hoy?

—Sábado.

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—Ella casi se ahoga, idiota —dijo Nick—. No fue atropellada por un autobús.

—Sí, lo que significa que su cerebro estaba muerto de hambre de oxígeno, lo que significa que puede haber daño cerebral, imbécil.

—Estoy bien —dije de nuevo, todavía temblando.

Los chicos se miraron el uno al otro.

—No podemos decirle a Dani lo que pasó —dijo Cas.

Nick tiró de su camiseta. —Yo estaba pensando lo mismo.

Levanté la mirada hacia ellos cerniéndose sobre mí. —¿Por qué?

—Porque nos mataría —respondió Cas, pasando una toalla sobre su cabeza. Su pelo rubio pegado a la espalda recta—. Nos destruiría hasta matarnos. Y luego nos mataría de nuevo. —Él se agachó y me revolvió el pelo—. No hay nada que no haría por su pajarito —dijo.

Nos detuvimos por un momento. Abrí los ojos ante la luz del sol cegador y me moví en una posición vertical. Algo se apretó contra mí. Un cinturón de seguridad. La música country sonó suavemente a través de los altavoces del coche.

Dani se encontraba al volante.

—Hola —dijo ella.

Me tensé. —¿Dónde estamos?

—Ahora estás a salvo.

—¿Dónde está mi papá? ¿Y los chicos?

—A salvo, también.

Mi cabeza palpitaba justo por encima de mi ojo izquierdo, y alcancé a tocar el punto, sin pensar, e hice una mueca cuando sentí un bulto. Sangre vieja llegó a mis dedos. Mi estómago se aplastó, y tuve que morder mi labio inferior para evitar vomitar.

Conmoción cerebral, seguro. Mi padre me había causado una conmoción cerebral.

—¿A dónde vamos? —intenté de nuevo.

—Hacia un lugar seguro. —Dani puso el direccional y giró por una calle lateral.

—¿Por qué nos traicionaste? —pregunté porque tenía que distraerla mientras hacía un plan.

Yo no tenía armas. Me encontraba herida. No tenía ni idea de dónde estábamos. O donde se hallaban los chicos.

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Primero necesitaba información. Entonces actuaría.

—No te he traicionado —dijo ella, su voz mezclada con tristeza—. Hice lo que tenía que hacer para sacarte de ahí.

Giró a la izquierda. Almacenes y fábricas se alineaban en la calle. Grava de las máquinas quitanieves crujían bajo nuestros neumáticos.

—¿Sacarme de dónde?

—Del Branch. —Se detuvo en un estacionamiento detrás de un edificio de ladrillo de tres pisos que decía Caja de Reloj a un lado, con viejas letras decoloradas. Ventanas corrían de este a oeste, unos paneles de cristal destrozados o desaparecidos.

Salió del vehículo, tomando las llaves del coche con ella. Recorrí el interior, en busca de algo que pudiera utilizar como arma, pero el coche estaba limpio.

Intenté con el pestillo de la puerta y me caí del auto cuando me las arreglé para abrirla. Dani estuvo allí en un instante, sosteniéndome por el brazo.

—¿Estás bien? —La preocupación hizo que presionara sus pliegues de la boca.

Sopesé las posibles respuestas. Podría mentir y decir que estaba bien, pero si era honesto y le decía que me encontraba dolorida, ella pensaría en mí como vulnerable. Podría atraparla con la guardia baja después, cuando fuera el momento adecuado.

Con el ceño fruncido, toqué el bulto en mi frente otra vez. —No me siento muy bien.

—Te traeré algo cuando estemos dentro. —Apretó su agarre en mí cuando me encorvé—. Ya casi llegamos.

Me llevó alrededor del edificio, hacia un conjunto de puertas dobles que daban a una alcoba. Con pintura de verde menta pelada y curvada en los extremos. Se encontraba abierta, y entramos.

—¿Qué es este lugar? —pregunté.

—Es un laboratorio. Yo solía trabajar aquí.

No se veía como cualquier laboratorio que hubiese visto. Los pasillos se encontraban sucios con costras, los techos decorados con telarañas. Graffitis marcaban las paredes en un arco iris de colores. El lugar estaba completamente vacío, y el viento silbaba a través de los agujeros en las ventanas.

—Aquí —dijo Dani, dirigiéndome hacia una oficina con una puerta marcada CUENTAS POR PAGAR.

En la puerta, dio unos golpecitos con el dedo contra un panel de plata minúsculo, y una pantalla se deslizó fuera de la pared. Ella presionó toda la mano en el cristal verde brillante, escaneando sus huellas.

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Cuando pasó la verificación, la puerta se abrió con un silbido, y un hombre —un agente completamente uniformado— salió.

—Tarde, Sra. O'Brien —dijo, sosteniendo la puerta para nosotros.

Di marcha atrás. —¿Este es un lugar de Branch?

Dani me miró. —Es seguro. Ven.

—No. No voy a entrar ahí contigo. Podría no salir nunca.

—Cal —dijo Dani al agente—. Alguna ayuda.

Cal me agarró la muñeca y me arrastró dentro. Dani cerró el panel falso y cerró con llave.

El pasillo estaba iluminado cada tres pies con luces blancas atornilladas en la pared de ladrillo. Pero las luces se detuvieron en ascensor. Las puertas estaban abiertas, esperando.

Me puse rígida.

—Va a estar bien, pajarito. Te lo juro. —Dani me miró, su expresión abierta, legible. Yo creía que no me haría daño, al menos no físicamente, pero entre más lejos me encontraba, sería más difícil escapar. El pasillo era estrecho aquí, y no había otra salida que podía ver. El agente tenía un rifle colgado a la espalda y una pistola atada a su cadera. Era lo suficientemente grande como para impedir la huida con sólo su cuerpo—. Vamos —me persuadió.

Sólo había un botón en el panel de control, y Dani lo golpeó con su dedo índice. Así que el laboratorio solo bajaba un nivel, lo que significaba que probablemente no era demasiado bajo tierra. Tal vez había algún tipo de salida de aire a la que pudiera acceder. O una ruta de suministro. No podían transportar equipos de laboratorio a través de esto.

Las puertas del ascensor se cerraron, y se tambaleó hacia abajo.

—¿Qué pasará con los chicos? —pregunté.

Dani niveló sus hombros cuando el ascensor se detuvo. —Honestamente, no lo sé. Todavía no, de todos modos.

Las puertas se abrieron con un ding, y un laboratorio bullicioso apareció a la vista.

Salí detrás de Dani.

Había largas mesas de trabajo cerca de la parte delantera, con recipientes, microscopios y viales en bandejas. En la esquina, detrás de una pared de cristal, se encontraban varias cintas de correr con monitores rodeando cada uno.

Una hilera de ordenadores se llevaba la parte posterior del espacio, y cada estación era abierta por alguien que llevaba una bata blanca de laboratorio.

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Era demasiado limpio, demasiado estéril, y la carne de gallina se levantó en mis brazos.

Dani serpenteaba por el lugar, y nos detuvimos a decir hola. La llamaban Sra. O‟Brien, como si fuera alguien importante.

Pasamos varios escritorios, donde los técnicos de laboratorio iban tomando notas y leyendo informes, luciendo generalmente ocupados.

Un hombre delgado y pecoso nos recibió a medio camino de la práctica de laboratorio, los brazos cargados con archivos. —Sra. O‟Brien —dijo—. Llega temprano.

Él no era mucho mayor que nosotros. Veintitrés, tal vez. Tropezó con una plataforma de circuitos, se tambaleó hacia delante, dio un rodillazo al borde de un escritorio, y apretó los dientes.

—¿Estás bien? —pregunté, y él finalmente me miró.

—Oh. Eres tú. —Asintió una vez, dos veces, luego tragó saliva—. Es un placer conocerte al fin. —Pasó los archivos a su otro brazo y me tendió la mano—. Soy Brian Lipinski.

Me quedé mirándolo. Yo era una prisionera aquí. No haría las paces con nadie dentro.

—Umm... está bien. —Él retiró su mano—. No hay apretones de manos. Eso es genial.

Dani chasqueó los dedos. —Brian.

—Oh. ¿Sí? OB está en el cuarto de atrás esperando por ti.

OB. Conocía ese nombre de algún sitio.

Dani murmuró un gracias y me hizo un gesto hacia una puerta, por otro pasillo, a una pequeña oficina.

Me quedé helada cuando vi al tío Will.

¿Por qué se encontraba aquí? No había otros agentes en la habitación, así que no era como si él estuviese siendo retenido contra su voluntad.

Espera.

Todas mis alarmas se apagaron.

OB.

El nombre había sido mencionado en uno de los archivos de Dani. Algo sobre OB solicitando un cambio en la línea de tiempo.

OB. O‟Brien.

Así como Will O‟Brien.

—Oh, Dios mío. —Me tambaleé hacia atrás y me estrellé contra la puerta, buscando a tientas el picaporte. Al no encontrarlo, me di la vuelta, dando unas palmaditas en la rendija de la puerta pero no pasó nada.

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—¿No le has dado un sedante todavía? —preguntó el tío Will.

—No. Quería hablar con ella primero.

—Sin el sedante, ¿cómo crees que reaccionaría al verme aquí? ¿Crees que puedes hablar con ella cuando está así?

Una mano se afianzó sobre mi hombro. Agarré la muñeca, giré, pisando fuerte con talón de la bota, sujetando el tobillo del tío Will debajo de mí. Torcí su brazo alrededor y hacia arriba en un ángulo antinatural. Dolor contorsionó todo su rostro.

—Anna —dijo—. Sólo queremos hablar.

Mi corazón tamborileó a un ritmo constante en mi cabeza. El sudor corriendo por mi nuca. Traté de controlar mi respiración, como Sam me había enseñado.

Lo solté, y se echó hacia atrás.

—Toma asiento —dijo mientras se acunaba el brazo.

Miré el mullido sillón de cuero. Esto era más una oficina de lo que era una sala médica. Estanterías de madera oscura se alineaban en la pared a mi izquierda. Había un escritorio en el fondo —donde el tío Will había estado sentado cuando llegamos— y cuatro sillas de cuero en el centro de la habitación.

—No, gracias. —Junté las manos detrás de mi espalda, deseando que hubiera un arma allí, escondida debajo de mi camisa. No me gustaba cómo me sentía vulnerable sin un arma.

—Muy bien. —Tío Will cruzó los brazos sobre el pecho. Él no era un hombre grande, pero tampoco pequeño. Tal vez un metro ochenta y tres. Estaba segura de que podía acabar con él, pero no confiaba es si podría con él y Dani. Por lo menos no todavía.

Necesitaba saber mejor lo que me rodeaba, y sus debilidades.

—Así que, ¿dónde deberíamos empezar? —preguntó el tío Will.

—Comienza con decirme qué demonios está pasando. ¿Trabajas para el Branch?

Dani se sentó en el borde de la mesa y estiró las piernas frente a ella. —Ya que estamos, podrías decirle todo, tío Will.

Le dio a Dani una mirada que no pude ver. Cuando se volteó de nuevo, hacia mí, su expresión era impasible. —Yo no trabajo para el Branch. Yo lo creé.

Dejé que mis brazos caen a los costados. —¿Tú qué?

—Lo que nos hace princesas del castillo —dijo Dani, pero ella casi sonaba triste, como si pensara que era más una maldición que otra cosa.

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Mis oídos repetían las palabras. ¿Cómo podría mi propia familia haber creado esta pesadilla? ¿Cómo podría Riley y Connor no ser lo peor de todo?

—Pero tus hombres me han disparado. Casi he muerto varias veces.

Will levantó la mano. —Tu vida nunca estuvo en peligro. Me aseguré de que mis hombres lo supieran. Y si me entero de lo contrario, esos agentes serán tratados en consecuencia.

Negué con la cabeza. —No puedo ser parte de este lugar. Me preocupo por los chicos. Y quiero que me dejen en paz.

Will sacudió la cabeza. —No puedo permitir eso. Lo siento.

—Hice un acuerdo —dijo Dani. Se puso en pie y se acercó a mí. Sus ojos estaban húmedos. Contuve la respiración mientras esperaba oír lo que había hecho—. Todo lo que hago, todo lo que siempre he hecho, es por ti. —Apretó los labios, inhaló por la nariz, los hombros subieron un centímetro, como si estuviera preparándose para mi reacción—. Tú y yo, nuestra libertad, a cambio de los chicos.

Pavor recorrió mi espina dorsal y un pozo sin fondo se abrió en mis entrañas. —No. —Negué con la cabeza—. No.

Ella inclinó la cabeza a un lado. —Ya he hecho el trato, pajarito.

Mis dientes se apretaron juntos y empuñé mis manos. —Todavía tenemos los archivos que Sam tomó hace años, las hojas con las matanzas y los registros de laboratorio y…

Will me interrumpió. —Lo sé, y por eso estás aquí.

—¿Qué es lo que...? —La comprensión me llenó. Ellos iban a utilizarme como moneda de cambio contra Sam, para hacerle renunciar a los archivos.

Y él podría hacerlo.

Pero no había manera de Will nos permitiera a los chicos y a mí irnos. Nuestra libertad no era un precio que estaba dispuesto a pagar a cambio de los archivos.

Me volví hacia Dani. —Nunca te perdonaré por esto. No lo haré. —Mis manos se apretaron en puños—. Te perseguiré hasta que estés muerta, y te quedarás muerta esta vez.

La puerta se abrió de golpe tras de mí. Un agente marchó entrando con un rifle colgado a la espalda. Detrás de él había un segundo hombre, un rostro que conocía. Greg.

—Greg —dije, dudando—. Es Anna. ¿Estás...? —Quería decir, ¿estás ahí? Pero eso parecía una tontería que decir.

—No te molestes —dijo Dani—. Ha estado activado, y va a seguir así hasta que cumpla su misión.

Me lamí los labios. —¿Cuál es?

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—Matar a Sam, Nick, y Cas —respondió Will mientras abría una puerta sin marcas en el fondo—. Llámenme cuando lleguen —dijo.

Greg y el otro agente engancharon sus brazos por debajo de los míos alzándome en mis pies. Les di una patada, fallando. —¡No! ¡Greg! Por favor, escúchame.

—Todo esto va a terminar pronto —prometió Dani. Ella resopló, se limpió la nariz con el dorso de la mano—. Mañana a esta hora, no recordarás nada. Será como si nunca hubiésemos estado separadas.

Los dos hombres me llevaron por la puerta. Le di una patada al agente a mi izquierda, y luego a Greg a mi derecha, pero no pude conseguir el impulso suficiente para hacer daño.

Fuimos por el pasillo donde estuve, finalmente me tiraron en una pequeña habitación. La puerta se encontraba cerrada y el seguro se deslizó en su lugar. La golpeé durante todo el tiempo que pude, hasta que estuve agotada y se me entumecieron las manos.

Me dejé caer en la cama empujándome hacia la esquina y lloré hasta que me quedé dormida.

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Traducido por Dannygonzal

Corregido por Amélie.

Fui animada a despertarme un poco más tarde. Todavía aturdida, con los ojos pesados, en un principio tuve dificultades para ver de quién se trataba. Me senté. Restregué el sueño de mis ojos y miré nuevamente.

Riley.

—Buenos días —dijo—. Tenemos un trabajo para ti. —Hizo un gesto con sus dedos, y dos nuevos agentes entraron a la habitación.

—¿Qué clase de trabajo? —pregunté.

Nadie me contestó.

Arrastré los pies desde mi habitación. Riley nos condujo por el pasillo. Estaba demasiado cansada para luchar. No había comido en lo que parecía una eternidad. Y a juzgar por la viscosidad en mi lengua y la sequedad de mi boca, me encontraba al borde de la deshidratación.

Después de varios giros y vueltas, finalmente Riley se detuvo en una puerta de acero, la desbloqueó con una llave, y dejó que se abriera lentamente. La habitación era de ladrillo gris, al igual que el suelo. Había una silla plegable de metal en el centro.

Los agentes me arrastraron al interior, y no fue hasta que estaba más allá de la puerta que me di cuenta de que la habitación no estaba vacía.

Sam se encontraba en el otro extremo encadenado al techo, con los brazos extendidos por encima de su cabeza, grilletes apretados alrededor de sus muñecas. Cuando me vio, las cadenas se sacudieron mientras cada musculo de su cuerpo se tensaba. Estaba sin camiseta, descalzo, con nada más que un pantalón negro.

Los moretones acribillaban su torso, sus brazos, su rostro. Un corte en la mejilla tenía encima una costra de sangre.

Iban a torturarlo frente a mí, ¿no? Me trajeron para que abandonara los archivos. O quizás la memoria USB.

Me preocupada de que funcionara. Me preocupaba que no le diera lucha a todos, y Sam sabría cuán cobarde era yo.

Los agentes me empujaron a la silla plegable de metal. Mis manos estaban esposadas detrás de mi espalda, mis piernas atadas a las patas

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de la silla. Durante todo el tiempo, no quité mis ojos de Sam y él no se despegó de los míos.

Podíamos salir de esto. ¿No?

Lo siento, articulé.

Esto fue mi culpa.

Porque yo dudé de él.

Porque yo creí en todas las cosas malas y en la gente equivocada.

Traté de prepararme para lo que iba a suceder. Traté de decirme que Sam era fuerte, que él podía sobrevivir a una gran cantidad de dolor, que él no querría que yo lo entregara tan fácilmente.

Puedo hacer esto, pensé.

Y fue entonces cuando llegó el primer golpe.

Fue un disparo recto de un puño apretado dirigido por expertos hacia mi mandíbula.

Mi silla se balanceó hacia atrás sobre sus patas. Mis dientes chocaron y el dolor palpitó en las raíces, a través de mis huesos.

No era Sam a quien estaban torturando. Era a mí.

Otro golpe a mis costillas. Otro en el estómago. Algo se quebró. Las cadenas se sacudieron. No podía ver bien. La sangre llenó mi boca.

Una patada a mi cabeza. Mi silla se volcó hacia un lado, y mi hinchada mejilla se presionó contra el suelo de cemento helado.

—¡Alto! —dijo Sam. Sus cadenas se sacudieron de nuevo—. Por favor.

—Necesito la ubicación de los archivos —dijo Riley—. Cada copia única. Cualquier difusión preplanificada de los medios de comunicación, también quiero detalles de eso.

Sam no dijo nada al principio. Mi silla fue enderezada. Parpadeé las lágrimas en mis ojos y pude ver la cara de Sam a través de la sucia neblina.

No lo hagas, pensé.

Un brazo se deslizó alrededor de mi cuello. Una cuchilla fue presionada contra mi garganta.

—Vamos, Sam —dijo Riley—, o se desangra frente a ti.

No pensé que lo harían. ¿Acaso sabía Sam a estas alturas que mi tío era quien dirigía Branch? Riley no me mataría, ¿o sí?

La cuchilla cortó mi piel, lentamente, con cuidado.

Grité. Un reguero de sangre corría por mi cuello.

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—Está bien. —Sam luchó contra sus esposas. Sus dientes estaban atrapados con tanta fuerza, que me preocupó que se rompieran—. Te daré lo que quieres.

—Bien —dijo Riley, detrás de mí—. Bien.

Y luego me arrastraron de la habitación.

Me desmayé poco después de que dejé a Sam y desperté algún momento después con un frío trapo en mi cara. Me encogí hasta que vi a Dani. —Oye —dijo—. Estás bien. Solo estoy limpiándote. Regresé a mi pequeña celda, acostada en mi cama—. Lo siento —dijo Dani.

—No me toques. —Golpeé su mano.

Frunció el ceño. —No fue mi idea que te torturaran así. Riley es… bueno… ya sabes cómo es Riley.

Todo duele. La cabeza me latía con fuerza. Mis dientes se sentían torcidos, como si hubieran sido destrozados justo con una patada en la cara. Algo húmedo se deslizaba por mi nariz. Dani lo limpió, y el trapo salió cubierto de sangre.

—Nada está roto —dijo—. Tuve que vigilarte.

—Guau. Gracias por eso.

Suspiró. —Realmente lo siento.

—Sigues diciendo eso.

—Y nunca será suficiente.

—Quiero a Sam —dije, mi voz quebrada, dejando al descubierto todo el miedo que trataba de mantener encerrado. ¿Estaba muerto? ¿Riley dejó que Greg terminara su misión?

Dani se acercó y apartó un mechón de pelo detrás de la oreja. —No puedes tenerlo, pajarito.

La puerta volvió a abrirse y Dani dio un paso atrás. Greg y su compañero me sacaron de la cama.

—Cuidado con ella —advirtió Dani—. Tiene una costilla rota.

Esta vez, no luché.

Me llevaron a una habitación diferente en la que dos técnicos con bata blanca prepararon una serie de máquinas. Cables y electrodos fueron extendidos sobre dos bandejas de acero inoxidable, y me empujaron a la cómoda silla de cuero en medio de ellos. Greg me sujetó de las muñecas. No me reconocía, o hablaba en lo absoluto, así que me dio algo de esperanza. Aún no completaba su misión, de lo contrario estaría de vuelta a la normalidad.

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Uno de los técnicos empujó una protección de goma en mi boca.

Dani se acercó y empujó mi barbilla con su dedo índice, obligándome a mirarla. —Acabará pronto. —Se inclinó, su pelo balanceándose de sus hombros—. Te amo —susurró, y luego besó mi frente, justo cuando enrollé mis dedos en su pelo y le di un fuerte tirón.

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Traducido por Lilizita15

Corregido por Nana Maddox

Tomada por sorpresa, Dani no se defendió de inmediato.

Resistí, propinándole un rodillazo en la cabeza. Una, y dos veces. Ella se tambaleó. Los técnicos se presionaron en las esquinas, el otro agente se dirigió hacia mí. Ataqué en el último segundo, haciéndolo tropezar con un pie. Se inclinó hacia mi regazo, y tomé un cuchillo de su cinturón dentado.

Dani me dio un puñetazo. La silla se balanceó de lado.

No estaba atornillada.

Ella me dio un puñetazo de nuevo, me ayudé en ese momento, empujándome con mis pies. Me balanceé hacia la derecha y la hice caer.

—Sédenla —dijo ella, y los técnicos saltaron a la vida.

Corté la correa de mi mano derecha, la que estaba oculta de la vista.

Podía escuchar las botas del agente arrastrándose, pero aún no podía verlo alrededor de la base de la silla.

Apresúrate. Maldición.

Me corté con el cuchillo, un intenso dolor ardió desde la herida.

El agente envolvió sus manos alrededor de mi brazo y me levantó en posición vertical mientras la correa se deshilachaba en sus últimos hilos y finalmente se soltaba. Me balanceé con todo lo que tenía y arremetí con un sólido puñetazo el rostro del hombre. Cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza contra la base metálica de la maquina médica.

Luego Greg vino por mí. Rebusqué con mis pies el cuchillo dentro de las botas y luego lo clavé en su pecho.

La técnica rubia jadeó y se movió rápidamente hacia la puerta, con su compañera pisándole los talones.

Greg cayó a mis pies.

Dani y yo nos miramos fijamente la una a la otra.

—¿Qué planeas hacer Anna? —preguntó—. ¿Matarme? No podrás salir de aquí, no sin ayuda. ¿Y luego qué? ¿Rescatar a los chicos? ¡Son

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solo chicos! —Ella se acercó lentamente—. Nosotras somos sangre. Hermanas.

—¡Ni siquiera te conozco! —grité.

Ella retrocedió. La mirada en su rostro, de pura y desgarradora tristeza suavizó mi resolución.

Para ella, yo era la pequeña hermana que necesitaba ser salvada. Una niña aún. Alguien por quién negociar, no con quién.

Pero para mí, ella era solo una extraña, y sospechaba que eso dolía más que cualquier golpe físico.

Ella hizo rechinar sus dientes. —No puedo perderte de nuevo. Solo no puedo. —Sacó un arma de debajo de su suéter y me apuntó—. Tira el cuchillo.

Me detuve para sopesar mis opciones.

—¡Tira el cuchillo!

Lo hice. Este repiqueteó en el suelo.

Dani se relajó. —Si hubiera una forma de hacer que me recordaras —ella comenzó—, lo haría. Esto sería mucho más fácil. Créeme. Podrías ver…

—¿Qué? —Elevé mis brazos, irritada—. ¿Qué podría ver?

—Que nuestros padres eran unos padres de mierda. Que fui yo quien cuidó de ti. ¡Que todo lo que he hecho, lo he hecho por ti!

—¿Cómo regalar a los chicos? Eso no es lo que quiero. Ellos merecen su libertad mucho más que cualquiera de nosotros.

Ella rio. —Oh, porque Sam es tan inocente.

—Sé que él no mató a nuestros padres. Por todo lo que sé, fuiste tú quien los mató.

—No. —Ella agitó su cabeza para enfatizarlo—. Mentimos para protegerte.

Bufé. —Estoy segura.

—Mentí acerca de algo más. Yo estaba allí esa noche. La noche que nuestros padres murieron.

Incliné mi cabeza, tomada por sorpresa. —¿Lo estabas?

—Pero no fui yo quien mató a nuestros padres. Fuiste tú.

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Traducido por Lilizita15

Corregido por Niki

Fruncí el ceño. —¿Esperas que crea eso? Era solo una niña. Los amaba.

—Has estado teniendo recuerdos recurrentes, ¿no? ¿De esa noche? Sam dijo que los habías tenido.

—¿Te dijo eso?

—Y tus recuerdos te debilitan más que los de Nick y Cas, ¿no es así? ¿Son más intensos? Es porque has tenido más alteraciones de memoria que los otros.

Me tambaleé. —¿Quieres decir, en la granja?

—No. —Ella sacudió la cabeza—. Antes de eso. Cuando eras más joven.

Bufé. —¿Estás tratando de decirme que nuestros padres no se dieron cuenta que su hija había llegado a casa sin recuerdos?

—Branch solo había desarrollado la capacidad de borrar los recuerdos y plantar lo que querían en los huecos. Fuiste la primera en recibirlos. Y más de una vez.

Un bulto se formó en el centro de mi garganta, y ninguna cantidad de tragos parecía desalojarlo. Porque me preocupaba que estuviera diciendo la verdad.

—¿Por qué lo hicieron? —pregunté.

—Creo que estás lista para saber la respuesta.

El recuerdo que había tenido algunos días atrás volvió a mí. En él, Dani había preguntado si nuestro padre me había golpeado. Ella había estado al instante en alerta.

Aunque, no lo había hecho. ¿O sí? Había dicho que no.

Pero incluso si lo hubiera hecho, eso no explicaba porque podría haberlo matado y a nuestra madre.

—No te creo —dije.

—No esperaba que lo hicieras.

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Alguien me agarró desde atrás. Dos manos en mi brazo izquierdo. Dos manos en el derecho. Los técnicos del laboratorio. Me balancearon alrededor, arrastrándome hacia la silla. Retorcí mi brazo derecho fuera del agarre de la mujer y la golpeé con mi puño. Sangre salió a chorros de su nariz, y se estrelló contra la pared.

El hombre fue más difícil de eludir. Una vez que vio a su compañera derrumbarse, apretó su agarre, usando sus pies de soporte. Entonces le di un puñetazo en la cara y seguí con un codazo en el mismo punto. Sus ojos se pusieron en blanco, y se estrelló en el piso.

Saqué el cuchillo y me giré justo a tiempo para ver la bandeja de acero inoxidable golpearme a través de la cabeza. Me tambaleé. El sabor cobrizo de la sangre corriendo hacia abajo por mi garganta.

Dani balanceó la bandeja de nuevo, pero me agaché y la apuñalé desde abajo con el cuchillo. La sangre salió a chorros frente a mí mientras Dani colapsaba en mis brazos. Me tambaleé hacia atrás por su peso.

Ella tosió, y sus labios se separaron rojos. —Pajarito —dijo—, no se suponía que fuera así.

Las había mantenido juntas todo este tiempo. Había mantenido las lágrimas dominadas. Las emociones habían estado bloqueadas en un lugar que no quería tocar. Pero se vertió de una vez.

—No… no quería…lo lamento… —farfullé.

Las rodillas de Dani se doblaron, y la acomodé en el piso. El cuchillo estaba alojado en algún lugar entre su esternón y su estómago. Su suéter estaba pesado y húmedo por la sangre.

—Lo lamento —dije de nuevo, empujando el cabello de su cara—. Conseguiré alguien que te ayude.

Envolvió su pequeña mano alrededor de mi muñeca. —No. —Su respiración raspando abajo en su garganta. Sonaba extraña, antinatural—. Eres todo lo que tengo… —Lágrimas caían por su rostro—. He vivido mi vida entera tratando de protegerte. —Rio, y rápidamente se volvió en una enorme tos destructiva—. Claramente no me necesitas más.

Tomé su cara entre mis manos y la forcé a mirarme. Sus ojos desenfocados. Era como si estuviera viendo directo a través de mí.

—Podemos arreglarlo. Dime donde están los chicos. ¿A dónde podrían haberlos llevado?

Ella agitó su cabeza.

—Por favor. —Desesperada, lancé una promesa más—. Podemos huir juntos. Todos nosotros.

—¿Incluso Nick? —Sonrió—. Te hice esa misma promesa una vez, y eso fue lo que preguntaste. Preguntaste si él podía venir con nosotros. —Se estremeció—. Siempre hubo algo acerca de él. Deberías saber eso.

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Ese es el porqué de tus acciones, creo. Para protegerlo. —Rio una vez más, pero no había humor en su tono—. La primera vez que fuiste a través de la alteración de memoria, me llamaron a una reunión en el último segundo, y Nick estaba allí cuando despertaste. Siempre estuvo allí, cada vez después de eso.

—Dani por favor…

—¿Sabes lo que dicen acerca de que un pájaro bebé? Que no debe ser manejado por los humanos demasiado pronto después de nacer por miedo a que las aves se apeguen al humano.

—Sí, he escuchado de eso.

—Siempre le dije a Sam que eso había pasado contigo y Nick. La primera vez que tus memorias fueron manipuladas, fue como si hubieras renacido, y Nick fue la primera persona que viste. Sam pensó que estaba loca, pero… —Cerró sus ojos y varias lágrimas cayeron por sus mejillas—. Debería haber estado allí cuando despertaste. Nunca debería haberte dejado sola con mamá y papá para empezar. Debería haber estado contigo cada segundo de cada día.

Agarré sus hombros. —Nada de eso importa para mí ahora. Solo dime donde están los chicos. ¿Por favor?

Ella abrió sus ojos y finalmente me vio. —No puedo. El tío Will no vendrá por ti si tiene a los chicos. Deberías irte. Pero hay una… cosa antes… de que muera… es…

Los tendones en su cuello se volvieron rígidos mientras ella temblaba otro respiro.

La sacudí. —¿Dani?

Nada. Sin respuesta. Sus ojos estaban vacíos, sin parpadear, y la habitación adquirió un silencio inquietante.

—¡Dani! —Era peso lánguido en mis manos, y su cabeza colgaba al lado—. ¿Dónde están? —grité.

Solo el eco de mi voz rebotando en las paredes me respondió de vuelta.

Temblorosa me puse de pie. Uno de los técnicos se agitó.

Tenía que salir de aquí antes de que despertaran. Estaba exhausta, herida y rota. No sabía cuánta energía quedaba en mí.

Probablemente no la suficiente.

Descubrí el arma del agente en el suelo cerca de su cuerpo. La recogí, revisando el clip.

Acababa de ir hacia la puerta cuando se abrió de pronto y agentes inundaron la habitación.

De pronto estaba rodeada, con una docena de armas apuntando hacia mí.

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—Pon el arma en el piso —dijo Riley desde el centro de la manada. Dejé caer el arma—. Gracias —dijo—. Ahora dispárenle.

Alguien lanzó un disparo, y un dardo golpeo en mi pecho. Solo tuve tiempo suficiente para pensar que estaba totalmente fastidiada por el sentimiento de mareo pasando sobre mí, mientras mis piernas cedían.

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Traducido por Mire

Corregido por Miry GPE

—¿Qué hiciste con ella? —Apreté más fuerte la mano de Dani mientras la mujer con cabello rubio miró hacia mí—. ¿Está drogada?

—No, mamá —dijo Dani—. Solo cansada.

Mamá. Esta mujer era nuestra madre. Sí, lo sabía. Y el hombre asomándose detrás de ella, el hombre con los hombros angulosos, el cabello cobrizo y una línea por boca era nuestro padre.

Todo se sentía tan inconexo. Como si me hubiera quedado atrapada en un sueño donde sabía que estos eran mis padres, pero no encajaban en la imagen de mis padres.

—Le estoy empacando una maleta —continuó Dani—. Nos la llevaremos por unos pocos días, si te parece bien.

Papá pisoteó sobre nosotros y me sacó del agarre de Dani, sus dedos apretados alrededor de mi muñeca, tan fuerte que me preocupaba que mis huesos pudieran romperse por debajo de la presión. —No vas a llevarla a ninguna parte. ¿Crees que no sé lo que haces? Will llamó, lo sabes. —Él miró más allá de Dani, a los chicos en fila detrás de nosotros—. Tú metiste a mi hija mayor en un infierno de un montón de problemas, y no te llevarás a mi hija menor también contigo. —Aire resopló por su nariz mientras cerraba su boca y echaba humo.

—Me la voy a llevar —dijo Dani de nuevo.

Papá sacudió su cabeza. —No. Tú. No.

No sabía de qué lado debía estar. Quería ir con mi hermana y con Nick. Sabía eso mucho. Pero si estaban en problemas como papá dijo, no me hallaba tan segura.

Miré por encima de mi hombro y me encontré con la mirada de Nick. Siempre he pensado que sus ojos eran del color de mi lápiz celeste, el llamado hielo. Ese era un color que significa fortaleza para mí, indestructible.

Si él iba, entonces yo quería ir, también.

Tiré mi brazo del agarre de papá y crucé la habitación, deteniéndome al lado de Nick. Entrelacé mi mano con la suya. Apretó solo lo suficiente como para ser tranquilizador.

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Papá se puso rojo como un auto de bomberos. —Voy a llamar a Will —dijo, y sus botas giraron hacia la cocina.

—¡Espera! —llamó mamá.

Sam y Cas comenzaron después de papá.

—Saca a Anna fuera de aquí —dijo Dani.

Nick me llevó por el pasillo y dentro de mi habitación, más allá de la cama con dosel y la cómoda. Agarró mi mochila del gancho en la puerta de mi armario y metió la ropa dentro. —Toma esto —dijo, deslizándola por encima de mi hombro. Tiró de la puerta abierta del armario y me dio un empujón.

—Espera aquí. Cierra la puerta.

Señaló el cerrojo que fue instalado en el interior del armario dos semanas antes. Cas lo había puesto—: Así tus tesoros no serán robados —había dicho.

—No salgas por nada —ordenó Nick—. No importa lo que escuches. Vendré a buscarte pronto.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo. —Cerró la puerta, e inmediatamente puse la cerradura en su lugar.

Había una linterna en algún lugar. Hurgué por el suelo de madera hasta que mis dedos rozaron el borde de una caja. Dentro, sentí un papel y algo satinado, algo duro, como una roca, y una linterna.

Lo apreté y respiré con alivio mientras el armario se llenaba de una suave luz dorada.

Gritos sonaban desde el frente de la casa. Me acurruqué en un rincón, con las piernas dobladas contra mi pecho. Miré dentro de la caja ahora que podía ver.

Había una foto de Dani y yo. Un collar. Una piedra lisa, como una piedra frotadora. Un puñado de monedas. Y una plana grulla de papel.

Saqué la grulla e hinché su cuerpo.

Nick lo hizo. El errante pensamiento llegó a mí de repente, completamente, de manera que se sentía más real que nada desde que desperté en algún consultorio médico con un dolor de cabeza y cables pegados por toda mi cabeza.

Nick estuvo allí. Fue la primera persona que vi después de abrir los ojos, y él parecía inmediatamente familiar.

Me abalancé sobre él, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello. Olía como a avena, café, azúcar morena y jabón. Y su abrazo en respuesta fue suficiente para decirme que mi mente confusa no se equivocó con él.

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—Está bien —dijo acariciando mi espalda torpemente—. Las cosas serán confusas por unas pocas horas. Mejorarán.

—¿Dónde estoy? —pregunté. Casi dije, ¿quién soy? Pero el nombre Anna vino a mi mente—. ¿Tengo amnesia?

Nick asintió. —Temporalmente. Te deja sintiéndote como una mierda, pero estarás bien.

—¿Has tenido amnesia antes? —pregunté.

Nick me miró, y rápidamente me di cuenta que él no se refería al “tú” en el sentido general de la segunda persona. Se refería a mí. Que yo pasé por la amnesia temporal antes, y eso me dejaba sintiéndome como una mierda.

—¿Estoy enferma? —pregunté, lo que hizo sonreír a Nick.

—No, pajarito. Estás bien.

Pajarito. Eso era familiar, también.

Aún agachada en el armario, giré la grulla de papel por sus puntos entre mis dedos.

Más gritos sonaron desde el vestíbulo. Algo se estrelló contra el suelo. Nick maldijo. Dani gritó. Quería ver lo que pasaba. No quería acurrucarme en el armario y esperar a que todo terminara.

Quería estar segura de que estaban bien.

La cerradura sonó ruidosamente cuando la abrí, y esperé un segundo para ver si alguien escuchó. Pero no lo hicieron. Empujé la puerta lo suficientemente abierta como para deslizarme a través y pasar de puntillas por el pasillo. Me asomé por la esquina de la pared hacia el vestíbulo.

Dani, Nick, Sam, y Cas se encontraban alineados de espaldas a mí, sus manos en el aire. Papá tenía un arma apuntando hacia ellos, pero había otro hombre. Tenía una pistola. Alguien que yo creía que conocía, pero cuyo nombre no recordaba. Era alto, rubio, bonito de una manera que nunca había visto en persona.

Como una estrella de cine, pensé, y cuando sonrió, un escalofrío de miedo recorrió mi espalda.

—¿Dónde están? —dijo el rubio, esa brillante sonrisa todavía en su lugar—. Dime dónde pusiste los documentos que robaste, y puedes irte y llevarte a la pequeña Anna contigo.

Papá parpadeó y miró al hombre, dejando caer la pistola a su lado. —No, no pueden. ¡No se llevarán a mi hija!

El hombre se volvió hacia papá. —Cállate, Charles.

Papá se sacudió con rabia. —Yo no soy uno de tus monos entrenados, Connor. No puedes darme órdenes.

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El hombre, Connor, dijo—: Oh, ¿no puedo? ¿Qué es exactamente lo que vas a hacer conmigo? ¿Tal vez abofetearme un poco? ¿Darme una buena sacudida? ¿Quizás estrellar mi cabeza contra la pared? —Papá se estremeció—. Déjame recordarte exactamente quién soy. No soy tu esposa. No soy tu hija. Y no me puedes derrotar. Así que cierra la maldita boca, Charles, y da un paso atrás. Yo me encargaré de esto.

Connor pronunció el discurso entero a través de sus dientes apretados. Todo ello mientras la sonrisa todavía se encontraba pegada en su cara.

Lo que hizo a papá aún más enojado.

Él se abalanzó sobre Connor, blandiendo el arma como un mazo. Lanzó un golpe con el dorso de su mano, pero Connor se agachó y dio un golpe sólido al lado de papá. Papá se desplomó y perdió la pistola. Ésta se cayó al suelo. Mamá y Dani saltaron por ella, pero mamá fue más rápida.

Dani se recuperó, poniéndose en una posición equilibrada de cuclillas. Barrió una pierna a nuestra madre. Mamá aterrizó sobre su trasero, la pistola aún sostenida en su mano. Ella apuntó a Dani, pero Cas se abalanzó y le dio un puñetazo.

La pistola se disparó.

Di un grito ahogado.

Nick se aferró a sus entrañas, y Sam lo atrapó mientras se tambaleaba.

No. No. No Nick.

Corrí por el pasillo, entrando al cuarto de baño, sin molestarme en encender la luz. Me subí en el asiento cerrado del inodoro y, con un gruñido, quité la tapa del tanque. Vi la silueta de una bolsa de plástico con cremallera sumergida en el agua. Sumergí mi mano, jadeando ante el frío.

Cuando puse la bolsa fuera, en la luz que se derramaba desde el pasillo, vi el cañón de la pistola que Dani escondió allí. Ella me dijo dónde estaba, por si alguna vez la necesitaba. No sé cómo me acordé de eso, pero lo hice. Y la recordé a ella enseñándome cómo usarla.

Saqué la pistola, soltando la bolsa. Verifiqué dos veces el cargador para asegurarme de que se encontraba lleno de balas.

Corrí por el pasillo. Mis pies no se movían lo suficientemente rápido.

Nick se hallaba tumbado en el suelo, contorneado en un charco de sangre. Cas se encontraba teniendo un mal rato permaneciendo de pie y sangre manaba de un profundo corte en su frente. Sam estaba arriba de Connor, estrangulándolo con sus manos.

Y papá apuntaba con una pistola a Dani.

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—¿Qué te pasó? —dijo papá—. Te convertiste en nada más que una pequeña perra.

Levanté mis brazos, la pistola sujeta con mis dos manos.

No le tomó mucho tiempo a papá darse cuenta. Se giró, orientando su arma a mí. —Y tú estás resultando igual que tu hermana.

Apreté el gatillo. Papá se tambaleó por el golpe y se agachó hasta las rodillas. Mamá gritó. Salió disparada hacia mí.

Tenía el aspecto de un animal salvaje, como un fantasma o un monstruo o ambos, con la piel pálida, los ojos hundidos y la boca torcida en una forma que era cualquier cosa menos humano.

Disparé de nuevo.

Mi respiración se volvió demasiado rápida. Cerré los ojos con fuerza y oí a papá jurar por lo bajo.

Pensé que todo había terminado.

Pensé que habíamos ganado.

—¡No! —gritó Dani.

Otro disparo sonó. Abrí los ojos al segundo en que la bala me pegó y me estrelló contra el suelo.

—¡Hijo de puta! —chilló Dani.

Mi lado de repente se empapó, pegajoso y cálido con sangre. Traté de levantarme, pero no era capaz de mover las piernas para conseguir suficiente fuerza.

Dani se puso a mi lado. —No. No. Anna. —Sus manos se cernían sobre mí como si tuviera miedo de tocarme—. ¿Puedes oírme, pajarito?

—Sí.

—¿Puedes verme?

Puse mi cabeza en dirección a su voz, pero tuve dificultades para distinguir su cara. —¿Está muerto? —le pregunté. Tenía miedo de que me fuera a disparar de nuevo. O alguien más. Al igual que Dani.

—Sí. Eso creo. Cas, ¿puedes fijarte?

Hubo un arrastre de pies. Cas dijo—: No hay pulso.

La casa estaba en silencio de repente.

Dani respiró y presionó su mano contra mi lado. El dolor era un destello de luz en mi cabeza y en mis ojos. Dolía tanto que no podía invocar la energía suficiente para gritar.

—Llama a Will —dijo Dani.

—Tienes alguna idea de lo que él hará… —comenzó Sam.

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—Llámalo. —Ella presionó su rostro contra mi pecho. Podía sentir su aliento en mi cuello. Eso ayudó a arraigarme en mi cuerpo—. Todo estará bien. Te lo juro. Tío Will te va a arreglar.

¿Y Nick? ¿Quién lo iba a arreglar?

—Puedo llevarla —intentó una vez más Sam—. Cas puede tomar a Nick. Podemos lograr salir de aquí.

Dani negó con la cabeza. —Ella va a morir antes de que seamos capaces de llegar a un lugar seguro. Y aun así... nadie tiene la tecnología médica que tiene el Branch.

¿Estaba hablando de mí? ¿Me iba a morir?

—Will es familia —dijo ella, su voz zumbando en mis oídos.

El suelo crujió. —Vas a hacer un trato con él, ¿verdad? —preguntó Sam.

—No tengo otra opción.

Sam suspiró.

—Ella es mi hermana —añadió Dani.

—Cas, consigue a Will al teléfono —dijo Sam.

—Lo tengo.

Sam se agachó a mi lado. Apartó el pelo de mi cara, sus dedos suaves mientras él me persuadía a mirarlo. —Está perdiendo mucha sangre. Y su visión está fuera de foco.

—Lo sé.

—Tal vez ella no…

—No. —Dani apretó mi mano entre las suyas—. No.

Cas arrojó su teléfono cerrado, lo dejó caer al suelo y lo aplastó con su bota. —El imbécil está en camino.

—Deberías irte —dijo Dani. Sam vaciló solo lo suficiente para que Dani apretara los dientes y le gritara—: ¡Vete, Sam!

—Está bien. Llámame cuando tengas una noticia. —Se arrodilló junto a Nick, agarró un brazo y lo levantó por encima de su hombro. Nick gimió.

—Ten cuidado —dijo Sam.

Dani asintió cuando la puerta principal se abrió y se cerró un segundo después.

—¿Anna? —susurró ella. No esperó mi respuesta—. Escucha. Cuando el tío Will llegue, déjame hablar a mí, ¿de acuerdo? No digas nada. Voy a arreglar esto. Lo prometo.

Connor comenzó a moverse en la esquina.

—Todo va a estar bien. —Dani sonrió y me revolvió el pelo.

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El dolor se desvanecía. Tal vez me encontraba bien después de todo.

Connor se sentó. —¿Qué...? —dijo con voz ronca, antes de sacar su teléfono—. Consígueme refuerzos. Quiero un perímetro establecido alrededor de Port Cadia y saquen un boletín de búsqueda y captura…

Dani puso una mano en el lado de mi cara, obligándome a mirarla. Tenía los ojos inyectados en sangre y moretones, pero pude ver a mi hermana, más que a cualquier otra cosa. Sentía algo por ella. Amor y admiración. Me sentía segura aquí a su lado.

—Voy a hacer lo que sea necesario, pajarito —dijo ella—. Siempre.

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Traducido por Jasiel Odair

Corregido por Jaz C.

Maté a mis padres.

Ese fue el primer pensamiento que vino a mí al despertar.

Seguido por una tristeza y desolación tan completa que lo que me preocupaba ahora era parte de mi ADN, un virus de culpa que llevaría conmigo siempre.

El segundo pensamiento en venir a mí fue que me habían disparado hace cinco años.

Me senté y levanté mi camisa. Mi estómago se encontraba desprovisto de cualquier imperfección. Sin cicatrices. Sin arrugas en la piel. Nada.

Un soplo de alivio se escapó más allá de mis labios. Tal vez no fue un recuerdo. Quizás fue una pesadilla.

Maté a mis padres.

Me dispararon.

—Estuviste legalmente muerta por tres minutos.

Me senté muy rápido con el sonido de la voz detrás de mí y al instante me arrepentí. Mi cráneo dolió por todos lados, y me cubrí la cara con las manos, haciendo una mueca cuando puse mis pies en el suelo.

—Estás a salvo aquí —dijo Will—. Relájate.

Sintiendo sus movimientos, me obligué a concentrarme. No lo podía dejar fuera de mi vista.

—Si estuve muerta —le dije—, ¿Cómo me salvaste?

Rodeó el sofá y se sentó en el otro extremo, los codos en las rodillas, las manos dobladas juntas. Su camisa se encontraba arrugada, las mangas desabrochadas y deshechas.

—Tengo el mejor equipo médico del estado —dijo—. Sin embargo, cuando te vi allí en la mesa del laboratorio, me preocupé tanto de que ni siquiera pudiesen traerte de vuelta.

Lo miré a los ojos y traté de ignorar la tristeza grabada en sus líneas de expresión.

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—Pero lo hicieron —dije.

Él asintió. —Fueron capaces de estabilizarte y detener el sangrado. Después, tuve a reparar la cicatriz de modo que pareciese como si nunca hubiera estado allí en primer lugar. No quería que cargaras con el recordatorio de que tu propio padre te había disparado.

Tragué en contra de la formación del nudo en mi garganta. ¿Me estaba diciendo más mentiras? ¿Historias hechas hasta hacerlo parecer como el bueno?

Eso es lo que yo quería creer, porque era más fácil ver al tío Will sólo en tonos de negro. Pero el recuerdo parecía real, tan real como cualquiera de los otros.

Y más que eso, se sentía como si la pieza faltante, finalmente estuviese en su lugar.

—Necesitas beber algo. —Will asintió hacia la mesa de café frente a mí. Había una botella de agua allí, junto con un paquete de galletas y una botella de ibuprofeno.

Miré la oferta con sospecha.

—No tengo ninguna razón para drogarte —dijo Will—. Ya estás aquí.

A medida que mordisqueaba las galletas, me tomé un tiempo para analizar lo que me rodeaba.

Me encontraba en un desván. Rejillas de ventilación se encontraban por el techo alto, delante de mí había varias estanterías hechas de tubos oxidados y madera gastada. Eran el tipo de cosas que se veían viejas, pero fueron probablemente hechas el año pasado y costaron varios miles de dólares.

El sofá era dos veces el tamaño de cualquier sofá normal. Era tapizado en terciopelo verde oscuro, tan oscuro que era casi negro. El suelo se hallaba manchado de cemento.

Ventanas de vidrio con plomo daban a un palmo de bosque. Nada lo suficientemente distinto como para decirme dónde me encontraba.

Tomé un trago de agua, luego sacudí tres píldoras de la botella en mi palma.

Una imagen destelló en mi cabeza. De Dani. De su sangre en mis manos.

Estaba muerta. Maté a mi madre, mi padre, mi hermana.

¿Qué clase de persona mata a toda su familia?

¿Era una psicópata?

—¿Dónde están los chicos? —pregunté.

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Will me miró por un largo tiempo, me impresionó cuán afilado y anguloso era su rostro, como un zorro. —Mataste a Dani —dijo finalmente. Toda emoción había abandonado sus ojos.

Eso lo hizo mucho más aterrador.

—¿Dónde están los chicos? —repetí.

—¿Tienes alguna idea de la cantidad de problemas que has causado?

—Si nos hubieras dejado en paz, no habría sido un problema.

La contracción reveladora de una sonrisa apareció en las comisuras de su boca. Se desenrolló sus mangas. —No puedo seguir adelante cuando el pasado está ahí, amenazando con arruinar todo en lo que he trabajado.

—No estábamos amenazándote. Tratábamos de vivir nuestras vidas.

—La que yo te di.

Era cierto. De alguna manera retorcida, le debía todo lo que era y todo lo que conocía a este hombre. ¿Eso le da derecho a echar todo a perder?

—¿Quieres saber cómo terminaste en el programa Altered? —preguntó.

Tragué saliva. Sí. Pero no quería admitirlo ante él.

—Me dispararon —le dije. Ese parecía un buen lugar para comenzar—. Y Dani hizo un trato contigo para salvarme.

—Lo hizo.

Mi pulso se aceleró a un ritmo nervioso. Sospeché que ya sabía la respuesta a la pregunta que le haría. Pero no quería que fuera verdad.

—¿Cuál fue el precio?

Él juntó los dedos. —Sam y los demás.

Incluso si hubiera sabido la respuesta, no lo hace menos doloroso escucharla. Dani los había preparado. A los chicos. Esa es la forma en que fueron finalmente capturados.

—¿Y yo? —dije.

—Dani y yo decidimos que estarías mejor en un hogar estable con alguien que pudiera cuidar de ti.

—La casa de campo.

—Sí.

—Y mientras yo estaba allí, ¿por qué no me hicieron parte del programa?

—Sólo tenías que ser parte de la prueba. Nunca tenías que tomar parte en la acción.

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Aparté la mirada, me mordí el labio inferior. Quería estar furiosa. Quería odiarlo.

—Ahora tú y yo somos todo lo que queda de los O‟Brien. —Se puso de pie y buscó dentro de una caja de puros.

Gracias a mí, pensé, pero no podía concentrarme en eso ahora. Más tarde. Cuando estuviera a salvo me ocuparía de la desesperación, la culpa y la tristeza. Por ahora tenía que concentrarme en escapar.

Con la espalda de Will hacia mí, registré mi entorno nuevamente. Necesitaba encontrar un arma. Había una estatua esférica de metal en el extremo derecho del estante para libros, y exactamente en el centro de la misma se hallaba una flecha.

Si recordaba correctamente, se llamaba un armilar. Bastaría como arma.

Will se giró, un cigarro escondido en el hueco de su dedo índice doblado. Movió la rueda del mechero y encendió el extremo del corte del cigarro. El aire olió a tabaco dulce enseguida.

—¿Y ahora qué? —inquirí—. ¿Qué pasa con los chicos? ¿Conmigo?

—La razón por la que Dani y yo comenzamos esta misión era para librarte de esta vida.

Me deslicé hacia adelante en el borde del sofá. —¿Qué?

—Teníamos que tener cuidado, obviamente —Aspiró su cigarro, sopló el humo en un apuro—. Sabíamos que los chicos nunca te dejarían ir sin una pelea y por desgracia, el Branch fue bueno en lo que hicimos, convirtiendo la biotecnología en armamento. Hicimos a los chicos más inteligentes, más fuertes, más rápidos. La única manera de llegar a ellos era a través de ti.

—Pero, ¿por qué? —Apreté mis dedos en puños—. Si sólo me querían a mí, ¿por qué ir tras ellos?

Will frunció el ceño. —¿No me acabas de escuchar decir que los chicos nunca te dejarían ir? Incluso si los hubiese salvado y limpiado sus recuerdos, recordarían con el tiempo. Y estaríamos de vuelta donde estamos ahora. No puedo correr riesgos como esos. —Levantó las manos, exasperado, sólo para dejarlas caer—. Me tomó más de una década construir esta empresa. Empezamos como una empresa de diseño de armas pequeñas y de allí convertí al Branch en uno de los principales distribuidores de armas biológicas. —Él negó con la cabeza—. Y fue mi error, mezclar la familia con el trabajo. Nunca debería haberme ido por ese camino. Me hizo vulnerable, y te hizo una víctima. Por eso me disculpo.

Traté de procesar todo lo que decía, pero algo lo obstruyó en mi cabeza. Algo que no podía dejar pasar. —Dijiste “si los hubiese salvado”. Acerca de los chicos.

Will se volvió hacia mí. —Eso es correcto.

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Mi nudo en la garganta.

—Tiempo pasado.

—Yo… —Fue interrumpido por el timbre de un teléfono en algún lugar en el desván—. Disculpa. —Él desapareció en otra habitación, dejando la pregunta sin respuesta entre nosotros. ¿Los chicos ya estaban muertos?

La ira se convirtió en mi combustible. Me abrí paso, de puntillas hacia la estantería y arrebaté el armilar de su plataforma. Fui a la puerta que Will había atravesado y presioné mi espalda contra la pared, levantando la estatua sobre un hombro, así lo primero que golpearía cuando me girara sería la punta de la flecha.

La voz de Will era un murmullo discreto. —¿Ellos qué? —decía en un tono que era más como irritantemente conmocionado que cuestionador.

Apreté mi agarre.

—Encuentra a quien los ayudó a escapar y tráemelos. ¿Entiendes?

¿Sam y los demás habían escapado? ¿Era eso de lo que él hablaba?

La esperanza revoloteó en mi pecho.

—Trev —dijo Will con un suspiro—. Creí que te había dicho que mantuvieras el ojo en él. —Otra pausa—. ¡Eso es porque él es un maldito asesino entrenado! Cuando te di las órdenes, ¡me referí a poner un equipo en él y asegurarse de que no estuvieran a menos de treinta metros de Samuel! —Dejó escapar un suspiro—. Bueno, entonces encuéntralos.

El teléfono se colgó en un mostrador.

Apreté los pies descalzos firmemente en el suelo, tratando de obtener la mayor cantidad de fuerza que pude.

Will comenzó a andar hacia la sala de estar. Me preparé, conté hasta tres y giré.

Él me cogió el armilar con la mano izquierda, agarró mi garganta con la derecha, y me empujó contra la pared.

Me faltaba el aire.

Arrancó la estatua de mi agarre y la arrojó a un lado. Dejó una grieta en el piso de madera y casi derribó un jarrón.

—Ahora escucha —empezó. A esta distancia, me di cuenta de que no todas las marcas en su cara eran pecas. Algunas de ellas eran cicatrices, puntos minúsculos de piel descolorada, como marcas de quemaduras antiguas—, podemos hacer esto de la manera fácil, —cooperas y vienes conmigo, no peleas—, o por las malas. ¿Queda claro?

—Sí. —Tomaría el camino más fácil sólo hasta que encontrara una nueva oportunidad para escapar.

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—Bien. —Él me dejó ir—. Entonces nos vamos. Encuentra los zapatos y una chaqueta en el gancho detrás del sofá.

Mientras ataba mis zapatos, Will sacó otro teléfono móvil del bolsillo y marcó un número.

—Alista el jet —dijo—. Estaré allí en menos de media hora.

—¿Jet? —murmuré.

—Te voy a llevar fuera del país hasta que esta cosa con Sam desaparezca.

Dijo esta cosa con Sam como si no fuera nada más que una discusión sobre quién dejó fuera la leche.

Me armé de valor. —No voy a dejar el país.

—Sí, lo harás. Estarás a salvo allí. Haré que alguien atienda tus heridas.

—No voy a ir.

—Lo harás.

Tuvimos un enfrentamiento silencioso. Su amenaza se cernía sobre mí. Ahora no era el momento para discutir.

—¿Vas a limpiar mi memoria? —pregunté.

El centro de su frente se apretó con tristeza. Su voz se quebró cuando habló. —Es lo mejor.

Por supuesto que pensaba que lo era. Él y Dani. Creían que podían hacer borrón y cuenta nueva con una alteración de memoria, como si eso lo arreglara todo para siempre.

No lo haría.

No podía permitir que él me colocara en ese avión.

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Traducido por Niki

Corregido por Zafiro

Will tenía un auto esperándonos frente a su lugar. Dondequiera que estuviéramos, estábamos completamente rodeados de bosque. Me había trasladado del almacén del laboratorio. Lo que significaba que los chicos podrían estar en cualquier parte.

¿Llegarían a mí antes de que Will alcanzara el avión?

¿Y dónde estaba Trev?

—Abróchate el cinturón de seguridad —ordenó Will mientras el agente conducía por el largo y sinuoso acceso.

—¿Qué camino le gustaría que tome? —preguntó el agente.

—La autopista. Será más difícil detectarnos en el tráfico.

Con el fin de llegar a la autopista, cruzamos a través de algún pueblo sin nombre. Sólo había unos pocos coches en las carreteras, lo que me hizo preguntarme distraídamente qué hora era.

—¿A dónde vamos exactamente? —pregunté.

—Europa —contestó Will.

—¿Qué hay en Europa?

Sonrió mientras se giraba hacia mí. —¿Estás pescando información?

Lo estaba.

Un semáforo cambió a rojo, y el agente desaceleró para parar. El motor en reposo era el único sonido en el vehículo. Will se mantuvo agachándose lo suficiente para comprobar el espejo retrovisor y la escena fuera de las ventanas tintadas.

—¿La segunda unidad hizo un barrido? —le preguntó Will al conductor.

—Lo hicieron. No se encontró. No hay rastro de ellos.

Los chicos. Tenía que estar hablando de los chicos.

Debía formular un plan, y rápido. Podía abrir la puerta mientras el auto estaba en movimiento y saltar. Escaparía libre de lesiones si rodaba correctamente. ¿Pero podría dejar atrás a Will y sus agentes?

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Podría tener una brecha mientras abordábamos el avión, a menos que fuéramos a un aeropuerto apropiado. La seguridad haría prácticamente imposible escapar sin hacer una escena.

E incluso si se trataba de un aeropuerto privado más pequeño, no tendría ningún lugar donde esconderme cuando huyera.

Saltar del vehículo era mi mejor opción.

Condujimos a través de varias intersecciones, alcanzando todas las luces verdes, y luego giramos a la derecha por Brennon.

El siguiente semáforo estaba en rojo. El vehículo chirrió al parar.

Tensé todos los músculos de mi cuerpo mientras esperaba hacer mi movimiento.

El conductor presionó un dedo en el dispositivo en su oído.

Me relajé lo suficiente para concentrarme en sus palabras.

—¿Dónde? —dijo en voz baja. Después—: Copiado.

Giró todo el volante, realizando una vuelta en U en medio de la calle.

—¿Qué pasa? —preguntó Will, preocupado.

—Están aquí.

—¿Dónde?

—Uno de ellos fue visto a solo dos cuadras más.

Maldijo y se pasó la mano por el pelo. —¿Cuál?

—No sé, señor…

—¡Averigua cuál!

—Sí, señor.

Mis latidos cardiacos resonaron en mis oídos.

Quería saber quién fue visto tanto como lo hacía Will.

Esperamos. El agente pisó el acelerador.

—Copiado —dijo de nuevo. Para Will, dijo—: Fue la unidad tres.

Nos acercábamos a otra intersección. La luz era verde. El agente se desvió alrededor de un coche y los neumáticos chillaron. Agarré la manija de la puerta para mantenerme firme y porque cuanto más cerca estuviera a ella, más fácil sería abrirla para poder escapar cuando fuera el momento adecuado.

—Dame una actualización —dijo Will—. Quiero la locación de Trev y un barrido de la ciudad, una limpieza de la autopista…

Miré por la ventana, buscando un rostro familiar. Mis chicos estaban aquí. Ahora sólo teníamos que encontrarnos.

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El coche corrió a través de la intersección. Apreté mi cara contra el cristal, buscando hacia adelante un lugar para escapar.

Algo en la azotea de un edificio en la siguiente esquina me llamó la atención. Una figura, los brazos apoyados en el borde, un rifle preparado hacia nosotros. Al principio pensé que era uno de los hombres de Will, cubriendo nuestra escapada, pero luego hubo un estallido debajo de nuestro coche, y el conductor se desvió.

Otro estallido. El agudo e hiriente sonido del metal contra el concreto. Los neumáticos habían estallado.

No había forma de este coche llegara fuera de la ciudad ahora.

Miré a Will. Su mandíbula y manos apretadas, parecía a punto de golpear algo. Pero debajo de eso había una tristeza, un miedo, grabado en las pequeñas líneas alrededor de sus ojos —él sabía que estaba perdiendo.

A medida que cruzábamos la siguiente intersección, y miraba más allá de Will por la ventana, vi a Sam. Lo vi al volante de una camioneta de carga negra. Lo vi sólo unos segundos antes de que condujera esa camioneta directamente hacia nuestro coche.

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Traducido por Vanessa Farrow

Corregido por Jasiel Odair

Hubo un momento donde ni siquiera el cinturón de seguridad podía mantenerme anclada. Era como si estuviera flotando. Mi cabello se balanceaba hacia delante, cegándome, así que no podía decir si estábamos subiendo o bajando.

Fragmentos de vidrio cortaron mi piel.

Cuando el coche aterrizó, el impacto me golpeó contra el marco de la puerta. La sangre manaba de una nueva herida en mi sien. Me tomó un segundo darme cuenta de que el coche se hallaba de lado, que mi puerta se encontraba en el suelo.

El coche se deslizó de esa forma durante varios metros, llenando mis oídos con el chirrido horrible de crujido de metal y pavimento raspado.

Cuando se detuvo, se tambaleó antes de voltearse sobre el techo, dejándonos colgando en nuestros asientos.

—¿Anna? —chilló Will. Cortó su cinturón con una navaja y se arrastró sobre el metal retorcido del techo hacia mi lado—. ¿Estás bien?

—Si eres inteligente —le dije—, empezarás a correr ahora y obtendrás una ventaja.

Frunció el ceño y me miró a los ojos.

Era una prueba. Creo que lo sabía.

Quería ver lo que haría. Si él huía, entonces su vida, su negocio y su Branch eran claramente más importantes que la familia —que yo.

No lo habría culpado.

Él pasó los dedos por mi cabello y lo empujó detrás de mi oreja. Me besó en la frente, y retrocedió. —Todo lo que he hecho ha sido con tu mejor interés en mente —dijo.

Una puerta de coche se abrió y se cerró de golpe en algún lugar de la calle. Neumáticos frenaron en seco. La gente gritaba. Alguien dijo que tenían una pistola.

—Hiciste todas las cosas mal —le dije.

Él frunció los labios, sombrío. —Lo sé.

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Pateó mi puerta abierta, se arrastró hacia fuera, y echó a correr.

Mientras los gritos y las peleas aumentaban fuera del coche, agarré mi cinturón de seguridad, el material de nylon clavándose en mi pecho. Apreté los ojos cerrados.

Podía dejar ir a Will.

O podía matarlo.

Eran mis opciones, ninguna de ellas buena. No quería matarlo, pero ya hubo demasiada muerte causada por Will y el Branch. Y dejarlo ir daría lugar a muchas más.

Esto nunca terminaría, mientras el Branch siguiera funcionando.

Nunca seríamos libres.

Lo que quería más que nada era algo parecido a una vida normal, segura. Quería despertar en la mañana, nada más que como una chica con un chico a su lado. Un chico que amaba.

Me merecía esas cosas.

Sam merecía esas cosas.

Y Cas. Y Nick. E incluso Trev.

Así como Dani.

Me liberé del cinturón de seguridad, todavía inestable con adrenalina y me arrastré al asiento delantero, hacia el agente muerto aplastado contra el volante, y robé su arma.

Pateé la puerta del lado del pasajero, hasta que cedió, y me deslicé hacia la luz. El aire fresco llenó mis pulmones.

Me giré.

La intersección era una pila de escombros y actividad frenética, masa revolcada de agentes obteniendo sus culos pateados por los chicos.

Mis chicos.

Atrapé la mirada de Sam al otro lado del chasis del coche. Su rostro se hallaba cubierto de moretones, rasguños y cortes deliberados, como si alguien lo hubiera torturado con un corte a la vez.

Su labio se encontraba partido a un lado. Su cabello cubierto de sangre vieja y nueva.

Un agente corrió tras él, pero Sam fue más rápido y le dio un puñetazo en la cara del hombre. El agente cayó hacia atrás.

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Espérame, me dijo con una mirada. Dame dos minutos, y volveré contigo.

No puedo.

No tenía ningún minuto de sobra.

Corrí en la dirección que Will desapareció.

Si yo fuera él, ¿a dónde iría?

Al aeropuerto.

A esperar a su jet.

Era seguro asumir eso, pensé, Will tendría que encontrar algún otro tipo de transporte para llegar al aeropuerto. Si todavía tenía su teléfono celular, llamaría a otro agente. Si no lo hacía, probablemente robaría un vehículo o…

Oí el sonido lejano de un traqueteo metálico, como si una puerta de la cochera se abriera.

Siguiendo el sonido, tomé la siguiente calle, corriendo tan rápido como los agarres en mis zapatos me permitirían. Las calles habían sido limpiadas, pero había hielo aquí y allá, y remaches de aguanieve para navegar.

Reduje la velocidad cuando me acerqué a una cochera, la gran puerta del estacionamiento abierta, dejando al descubierto el interior. Desconchada y desvanecida escritura en la parte superior del edificio que alguna vez decía Cochera de Nate & Frank. Ahora, en vez de los coches dañados en el interior, tenían filas de vehículos de cuatro ruedas, motocicletas, motos, y dos Suburban negras.

¿Una sala de exposición? O, más probablemente, una cochera para el stock de Branch.

Las otras puertas del estacionamiento se encontraban cerradas, ocultando todo lo demás que había dentro. No podía ver a Will desde mi posición, así que levanté mi pistola.

Una mujer me detuvo. —¿Puedo ayudarla? —preguntó en un tono que indicaba que no tenía intención de ayudarme con algo.

La evalué. Era desgarbada, con ojos penetrantes, una nariz recta y una boca aún más perspicaz.

A juzgar por sus ropas —pantalones negros cargo, camiseta negra, chaleco blindado negro— no era simplemente una mujer manejando la Cochera de Nate & Frank. Era un agente de Branch.

Miré por encima de su hombro a tiempo para ver a Will más allá de nosotras meterse en un cuatrimotor.

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Vi en qué dirección se fue, dándole a la mujer desgarbada la oportunidad de tomarme por sorpresa. Lanzó un puñetazo zurdo a mi mejilla que me volteó y aterricé sobre el pavimento.

Perdí mi arma.

A cuatro patas, mientras trataba de recuperar el aliento, ella me pateó en las costillas. Una se fracturó. Rodé sobre mi costado. Enrolló la mano en el cuello de mi camisa y me levantó del suelo lo suficiente como para pegarme otra vez en la cara. El sabor cobrizo de la sangre cubría la parte posterior de mis dientes.

Sacó una cuchilla de una funda escondida en su bota y la bajó como un martillo. Tomé su muñeca en el último segundo, pero mis brazos temblaban mientras la cuchilla presionaba más cerca.

Busca una debilidad.

Con toda su energía enfocada en el cuchillo, dejó su costado abierto. Usando mi agarre en su muñeca como palanca, levanté mi rodilla a sus costillas. Gritó y retrocedió.

Recogí mi arma rápidamente, disparé. Una bala a su cabeza. Cayó donde estaba.

Deslicé mi arma en la cintura de mis pantalones y corrí a la fila de los cuatrimotores. Estaban las llaves en el encendido.

—Gracias —murmuré a nadie. Me subí y lo encendí, presioné el acelerador.

Fui hacia la puerta del estacionamiento.

El viento entró por mi ropa y llegó a mi piel expuesta. Las huellas de los neumáticos del vehículo eran más fáciles de seguir que las pisadas de Will, y en poco tiempo, dejé atrás el pueblo. Seguí las huellas a través de un área de bosque denso y salí al otro lado en una línea de ferrocarril. Sólo podía distinguir la figura de Will adelante, tal vez a un kilómetro y medio como máximo.

Presioné el acelerador y el cuatrimotor se disparó hacia adelante. Will me notó con una rápida mirada por encima del hombro.

Las vías del tren se curvaban hacia adentro, abrazando una duna cubierta de nieve. Los rayos del sol brillaban sobre la cima, cegándome, de modo que cuando finalmente me acerqué a la sombra de la colina, no me di cuenta de la figura que saltaba hacia mí hasta que fue demasiado tarde.

Will me sacó de mi asiento. Nos estrelló contra el suelo, y el vehículo salió disparado por las vías antes de golpear uno de los carriles y volcarse sobre sí mismo.

Me resistí a Will y alcancé mi arma, pero él me agarró, dándome una bofetada con el revés de la mano, y el arma voló de mi agarre. Estrellas parpadearon en mi visión. Me escabullí sobre la senda, mis dedos raspando contra las viejas tablas de ferrocarril. Una suelta tembló

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debajo de mí, y sentí la fuerte presión de una astilla en el dedo índice y otra en el pulgar. Me tragué el dolor y alcancé el arma, a pocos centímetros de distancia, cuando un tiro llegó detrás de mí y una quemante, sensación abrasante corrió hasta mi muslo, vibrando a través de cada nervio de mi cuerpo.

Grité y agarré mi pierna, mi mano saliendo pegajosa de sangre.

Will se cernía sobre mí. Tenía un teléfono celular en la mano. —Riley —dijo—, estoy en las vías del tren aproximadamente a un kilómetro del sur de la carretera Neason. Necesito un camión.

Las lágrimas corrían por mi cara. Mi pierna palpitaba con el pulso de mi corazón, y el dolor sólo parecía empeorar, hundiéndose a través de los músculos y huesos, dolor que era tanto físico como mental.

—¿Se ocuparon de eso? —preguntó Will. Esperó la respuesta—. Bien, háganlo entonces.

Colgó y deslizó el teléfono en el bolsillo. Se agachó junto a mí. —Déjame ver —dijo y quitó mis manos—. Traté de conseguir un tiro limpio, algo que no causaría mucho daño permanente. —Presionó contra la herida con los dedos, y me arqueé hacia atrás, sollozando mientras el dolor continuó hacia el centro de mi estómago.

—Estarás bien —decidió—. Mírame, Anna. —Aspiré una bocanada de aire y lo miré—. Cuidaré ti. Te lo prometo —dijo, los ángulos agudos de su rostro suavizándose en la luz dorada—. Te arreglaron una vez antes. Puedo hacerlo de nuevo.

—No los mates —le dije—. A los chicos. Por favor.

Will sacudió la cabeza. —Estás mejor sin ellos. Todos lo estamos. Nunca debí dejar que Connor me convenciera de rehabilitarlos. Debimos reducir nuestras pérdidas y…

Envolví mi mano alrededor de la pieza suelta del ferrocarril, arena metiéndose bajo mis uñas.

La ira, el dolor, la angustia y la esperanza, todo se mezcló y explotó en mi cuerpo.

Me giré, golpeando a Will a un lado de la cabeza. Cayó hacia atrás. Cogí mi arma, aparté la quemadura de la bala en mi pierna, y me puse de pie.

Will me miró, la tristeza grabada en el espacio entre los ojos. Abrió la boca como si quisiera decir algo, pero ni siquiera sabía por dónde empezar.

En cambio, se limitó a decir—: Lo siento. —Justo antes de que yo apretara el gatillo.

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Sam me encontró primero. No sé cuánto tiempo me había quedado allí sentada mirando al tío Will, pero parecía como si hubiese pasado un largo tiempo. Como siempre.

La nieve se volvió negra con la sangre de Will. El viento se desaceleró, las nubes se abrieron y la nieve comenzó a caer. No podía sentir los dedos de las manos o los pies. No podía sentir mi pierna herida, lo que parecía algo bueno en el momento, pero estaba segura de que será un problema más adelante.

Cuando Sam apareció alrededor de la curva en la vía del tren, pensé por un momento que era un producto de mi imaginación, que me estaba muriendo. O ya me encontraba muerta.

Empezó a correr cuando me vio, deteniéndose sólo el tiempo suficiente para asegurarse de que Will ya no era una amenaza antes de agarrarme en sus brazos y apretarme hasta que no podía respirar.

—¿Estás bien? Él…

Tomé la cara de Sam en mis manos y lo besé. Si perdiera la sensibilidad en cualquier otra parte de mi cuerpo, estaría de acuerdo, siempre y cuando pudiera sentir esto: sus labios sobre los míos, su aliento en mi cara, sus dedos rozando las lágrimas de mi barbilla.

—Te amo —le dije cuando me aparté.

Presionó su frente contra la mía y pasó las manos por mi cabello enmarañado, sus dedos acariciándome la base del cuello. —También te amo.

Sonreí y cerré los ojos, toda la tensión huyendo de mi cuerpo.

Y entonces me desmayé.

Mi cabeza descansaba sobre el pecho de Sam. Creo que podía sentir su brazo debajo de mis piernas, y el otro envuelto alrededor de mi cintura. Oía los latidos de su corazón. O tal vez eran los míos.

No podía estar segura.

—¿Ella está bien? —Ese era Nick.

—Creo que sí. Tenemos que llevarla a un hospital. Will le disparó.

—Maldito pelirrojo —dijo Nick.

Sam apretó su agarre en mí. —¿Te ocupaste de…?

—Sí —interrumpió Nick—. Cas y Trev trasladaron a Arthur a un lugar seguro.

—¿Y Riley?

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Nunca apareció con el camión que Will pidió, y yo lo esperaba. Había estado lista.

—No hay señales de él. Espero que haya huido —dijo Nick finalmente—. Joder, por fin.

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Traducido por Niki

Corregido por NnancyC

Estuve medio consciente e inconsciente durante varios días. Las pocas veces que estuve consciente, escuché el murmullo lejano de las enfermeras y a veces un médico. Trauma, dijeron. Infección. Pobre chica.

Me preguntaba si esa era la forma en que mi cuerpo me decía que necesitaba descansar. No sólo porque me dispararon. Sino debido a que atravesé demasiadas cosas demasiado pronto.

Cuando finalmente abrí los ojos y me sentí lo suficientemente bien como para hablar, Sam se encontraba a mi lado.

—Hola —dijo mientras la luz del sol entraba por la ventana por encima de su hombro.

—Las cortinas —murmuré, mi garganta se sentía en carne viva.

Se levantó y las cerró, sumiendo la habitación en la penumbra. —¿Mejor?

Abrí los ojos lentamente. —Mucho.

Ver a Sam al lado de mi cama era suficiente para poner una sonrisa en mi cara.

—¿Qué pasó? —pregunté—. ¿La herida de bala sanó bien?

—Bebe esto primero. —Me ofreció una botella con agua. Comencé a protestar, pero sacudió la cabeza, por lo que bebí. Y luego tragué todo el contenido. Supongo que tenía más sed de la que pensaba.

Después, con la ayuda de Sam, me las arreglé para acomodarme en una posición erguida. Cuando se acomodó en la silla junto a mi cama, lo miré fijamente. La piel debajo de sus ojos lucía ensombrecida y pesada. Un rastro de barba cubría su rostro, ocultando algunos de los cortes y moretones que aún estaban sanando. Su cabello sobresalía en puntas en su coronilla, como si hoy no se hubiera duchado. Quizás el día anterior, tampoco. Tenía un largo arañazo corriendo en un lado de su cuello, desapareciendo debajo del cuello de su camisa azul marino.

—¿Cómo estás? —le pregunté.

Dejó escapar un suspiro. —¿Cómo estoy yo? No fui al que le dispararon.

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Me miré las piernas y moví los dedos de mis pies debajo de la manta. Todo parecía estar funcionando en orden. Gracias a Dios. —¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

—Cinco días.

—¿Cinco días? —chillé.

—Tuviste una infección menor. Los médicos se ocuparon de ello. Estás bien ahora.

Acomodé la cabeza en la montaña de almohadas debajo de mí.

—¿Y Nick y Cas?

—Están bien. Fueron por algo de comer en este momento.

—¿Mi papá?

Sam se quedó en silencio. Esa vieja expresión cautelosa que yo conocía tan bien regresó.

—Sam.

Desvió la mirada hacia el suelo, juntó las manos. —Le borraron la memoria antes de que llegara a él.

Llorar en una primera instancia al despertar después de un coma de cinco días no parecía la forma correcta de iniciar el proceso de recuperación. Y mis costados todavía dolían más que lo que podría describir, y llorar sólo lo empeoraría. Así que me mordí el labio hasta que la sensación se desvaneció.

Papá, pensé. Lo siento mucho.

—¿Dónde está? —pregunté finalmente.

—Está a salvo.

—¿Dónde está, Sam?

—En un lugar para personas de la tercera edad. Parece feliz allí.

—¿Lo pusiste en un asilo?

Sam se enderezó, me dirigió una mirada triste y arrepentida. Aspiró un largo aliento antes de contestar. —Tiene cáncer de pulmón, Anna.

—¿Qué? Pero…

—Se le escapó cuando lo llamé, cuando estábamos analizando el programa codificado.

Cuando lo vi después de dejar a los chicos, pensé que él se veía mal. No me di cuenta de que era tan malo.

—Va a ser atendido —continuó Sam—. Tenía dinero reservado para su jubilación, por lo que las cuentas están cubiertas. Está en un buen lugar.

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Asentí. Después de todo lo que pasó, un hogar para la tercera edad parecían unas vacaciones.

—Tengo que verlo.

—Lo harás. Pronto. Tienes que descansar por ahora. Jesús, Anna, toma un descanso. Nos hemos ocupado de todo.

Quedamos en silencio. Las máquinas detrás de mí sonaban y pitaban.

—Gracias —dije después de un rato—. Por cuidar de mi padre.

Se encogió de hombros. —Él se encargó de nosotros mientras estábamos en el laboratorio de la granja.

La mención del laboratorio trajo otro pensamiento. Una pregunta que quería hacer, pero tenía miedo de admitirle a Sam que me importaba cuál era la respuesta.

Me miró a los ojos, y un velo de preocupación se instaló en su rostro. —¿Trev? —preguntó en voz baja.

—¿Qué ocurrió con él?

Un bebé lloraba en el pasillo, por lo que Sam y yo hicimos una pausa. Cuando todo estuvo tranquilo de nuevo, dijo—: Nos ayudó a escapar y luego a planear tu rescate. Ayudó a salvarte, pero no lo he visto desde ese día. Estoy asumiendo que está bien.

—Trev fue el de la azotea con el rifle, ¿no? ¿El que disparó a los neumáticos?

—Sí.

—¿Al menos fueron amables con él?

Sam sonrió. —¿Qué piensas?

—Creo que Nick fue un idiota, Cas le dio un tiempo difícil y tú le diste la ley del hielo.

Sam no pronunció palabra.

—Lo hiciste, ¿verdad?

La puerta de mi habitación se abrió. Pensé que sería una enfermera para revisarme, pero eran Cas y Nick. Me alegré de verlos. No estaba lista para responder las preguntas del personal del hospital. O para ser pinchada y tocada.

—¿Cuánto tiempo ha estado despierta? —preguntó Nick, el siempre presente ceño profundizándose en su rostro—. ¿Cómo es que no nos llamaste?

—Acaba de despertar —dijo Sam.

—Ahora mismo —le dije.

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Cas vino directamente a mi cama. —Mi amor. Estoy tan contento de que estés despierta. —Y luego plantó sus labios en los míos, acunando mi rostro en sus manos.

Lo empujé. —¡Cas!

Sam se inclinó sobre mí y golpeó a Cas en el lado de la cabeza. —Deja de ser un idiota.

Cas frunció el ceño. —¿No te acuerdas? Ella dijo que no te amaba. Se dio cuenta de que en su lugar me amaba a mí.

Puse los ojos en blanco. —Buen intento.

Sonrió y se acercó al alféizar de la ventana al otro lado de la habitación, una bolsa abierta de papas fritas en su mano. —No puedes culpar a un hombre.

No pude detener la sonrisa que se extendió por mi cara, incluso cuando le dije—: Eres tan irritante a veces.

—Irritantemente adorable.

Cuando volví a mirar a Sam, capté un poco de conversación silenciosa pasando entre él y Nick. Finalmente Sam rompió su intercambio silencioso y me miró. —Cas y yo vamos a dar un paseo. ¿Vas a estar bien?

Asentí, mirando a Nick. —Claro.

—¿Desde cuándo tomamos paseos juntos? —preguntó Cas.

Sam ignoró la pregunta y lo empujó hacia la puerta. Cuando se fueron, Nick se acercó y se dejó caer en la silla abandonada de Sam.

—Oye —le dije.

Nick juntó las manos e hizo crujir sus nudillos. —Lo recuerdo —dijo, su voz tranquila y dolida—. Me acuerdo de todo.

Me senté más erguida. —¿Todo? ¿Desde hace cuánto? Quiero decir...

Otro chasquido de sus nudillos. —El tiempo suficiente. —Suspiró, se pasó la mano por el pelo. No es que le hiciera ningún bien. Se acomodó en su lugar, las ondas de cabello oscuro se rizaban alrededor de sus orejas—. Recuerdo la primera vez que te vi con un moretón en la cara. Eras una niña. Y habías estado llorando y no me mirabas. No mirabas a ninguno de nosotros. —Sacudió la cabeza—. Él ya estaba rompiéndote.

—Nick —comencé, pero me interrumpió antes de que pudiera terminar.

—Fue mi idea borrar tu memoria. Antes de la granja. Le dije a Dani que debería dejar que tu tío lo hiciera, que te hiciera olvidar la mierda que tu padre te hizo pasar, porque yo quería olvidar, todos los días de mi vida, lo que mi padre me había hecho.

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No dije nada, porque no sabía qué decir. Mi memoria había sido borrada tan a menudo, a una edad tan temprana, que era parte de la razón por la que estuve tan confundida la noche que asesiné a mis padres.

Pero nada de esto habría ocurrido si no fuera por Will y porque había creado el Branch.

Lo culpaba a él más que a nada.

—Recuerdo hacerte una promesa ese día —continuó Nick—. Te dije que iba a cuidar de ti.

—No tienes que…

Levantó una mano. —Cálmate. No voy a empezar a derramar mi alma. Sólo quería decir que lo sentía por ser tan idiota en la granja.

Saqué la manta y me abalancé sobre él, envolviendo los brazos alrededor de su cuello. Inmediatamente, se puso rígido, con los brazos pegados a sus costados, inmóviles. Pero luego se relajó, y sus brazos se alzaron y me envolvieron.

—Ahora recuéstate —ordenó—. Jesucristo. Acaban de dispararte.

Sonreí mientras me ayudaba a meterme en la cama. Apoyé la cabeza en las almohadas y cerré los ojos.

Me imaginé la caja de grullas de papel todavía debajo de la cama en nuestra última casa, la cabaña que tuvimos que dejar después de que vimos a Riley en el video de seguridad del supermercado. Me había olvidado de agarrarlas. Ahora que Branch se disolvió, me preguntaba si era seguro volver allí. Si pudiéramos, me gustaría colgar las grullas desde el techo de mi próxima habitación y verlas bailar por la noche.

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Traducido por Sofía Belikov

Corregido por Julieyrr

Usando muletas, cojeé a lo largo del pasillo de la Mansión de Cherry Creek hacia la habitación 214. Eché un vistazo a través de la puerta, hacia el hombre sentado en un sillón mirando por la ventana.

—¿Papá? —dije.

El hombre giró la cabeza hacia mí. Miró fijamente mi rostro. —¿Anna? —dijo.

Una renovada sensación de esperanza y emoción me recorrió. —¿Me recuerdas? —pregunté.

Me dio una tímida sonrisa. —La enfermera me dijo que vendrías hoy.

—Oh. Cierto. —Entré cojeando en la habitación y me senté en la silla frente a él. Su habitación era de un tamaño generoso, con un baño privado y un escritorio que daba a los inmensos jardines en la Mansión de Cherry Creek. Los jardines se hallaban cubiertos de nieve ahora, por supuesto, pero podía ver indicios de cómo luciría en primavera. Lo suficientemente lindo como para pasar todo un día bosquejándolo.

—¿Cómo estás? —pregunté una vez que puse las muletas a un lado.

Papá se encogió de hombros y tosió, y luego tosió un poco más. Me levanté y cojeé hasta su lado, palmeándolo en la espalda. —¿Necesitas un poco de agua?

Aún tosiendo, hizo un gesto desdeñoso. —No. Estoy bien. Ya pasará.

Me senté. —¿Cuándo comenzarán tus tratamientos? ¿Para el cáncer?

Levantó un hombro. —Estoy viejo. ¿Por qué querría pasar por eso? No es como si no fuera a morir de todos modos. Morir es inevitable.

—Pero podría darte unos cuantos años más.

—¿Años llenos de tratamientos y náusea? ¿Y dolor de huesos? No, gracias. —Me miró por un largo rato, la cabeza inclinada ligeramente—. ¿Cuántos años tienes? Sam me dijo que te encontrabas en el hospital

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recuperándote de una herida de bala. ¿Quién le dispararía a una adolescente?

Mi propio tío, pensé.

—Estoy bien. Mucho mejor.

Asintió, pero la mirada en su rostro me dijo que mi respuesta no era lo suficientemente explicativa. Era sólo que no tenía ganas de entrar en detalles, así que cambié de tema.

—¿Eres feliz aquí?

Lo pensó por un largo momento antes de decir—: Sí. Creo que sí. Me agradan las personas aquí. Me siento feliz.

Tal vez Sam tenía razón.

Tal vez este era el mejor lugar para él.

Hablamos por un tiempo sobre nada en particular —el tiempo, las comidas de papá, las noticias. Era extraño para mí sólo estar sentada con él, conversando. Mi padre y yo nunca fuimos buenos hablando. Pero ahora lo disfrutaba.

—Bueno, debería irme. —Me levanté lentamente, usando las muletas para mantener el equilibrio. —Caminé hasta su lado y le di un abrazo—. Vendré pronto, ¿sí? Y si necesitas algo, tienes mi número.

Cojeé hasta la puerta.

—¿Anna? —dijo papá. Me detuve en la puerta—. Te quiero.

Mis ojos ardieron con la repentina necesidad de llorar. Me contuve.

—Yo también te quiero.

Sonrió antes de girarse y seguir mirando por la ventana.

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Traducido por Sofía Belikov

Corregido por Mire

A pesar de que habían pasado semanas desde que maté a Will, desde que Branch se destruyó a sí mismo en nada más que diseminados pedazos, aún encontraba difícil ordenar un café sin analizar a las personas en la tienda. Sin ubicar las salidas y alternarlas en mi mente.

De todos los hábitos que uno podía tener, esos no eran tan malos.

La camarera detrás del mostrador me entregó mi café, y me giré hacia la barra para añadir unos cuantos paquetes de azúcar y crema cuando casi choqué contra alguien que se hallaba de pie justo detrás de mí.

—Disculpe —dije—. Lo siento.

—Está bien.

Levanté la mirada ante la familiar voz.

—Trev.

—¿Tienes un minuto?

Miré por las ventanas delanteras hacia el sedán aparcado en la calle. Sam, Nick y Cas esperaban en el interior. Podía ver a Cas bailando al ritmo de la música que debía estar acribillando desde el sistema de estéreo. Y a Nick frunciéndole el ceño.

Sam miraba fijamente la tienda de café.

—¿Cómo lograste pasar a Sam? —le pregunté a Trev.

Una orgullosa mirada tiró de las esquinas de su boca. —No soy tan inútil como pareces creer que soy.

Comprobé el auto de nuevo.

—Solo tomará un segundo —dijo Trev.

—Está bien.

Me llevó a una mesa junto a la pared más lejana. Ambos bailamos alrededor del otro, tratando de ganar el asiento que daba a la puerta. Yo gané.

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—¿Qué quieres? —dije, apretando la taza de café en mis manos. Estaba casi hirviendo, pero si necesitaba un arma rápidamente, un café caliente era mi mejor apuesta sin llamar demasiado la atención.

No sabía qué pasaba o con quién podría estar Trev, así que quería estar preparada, incluso si mi corazón me decía que me calmara. Había ayudado a salvarme, después de todo. Más de una vez. Las cosas habían ido tan bien esas últimas semanas que no podía evitar si no esperar que algo malo pasara.

—Solo quería verte —respondió, ajustando los puños de su gabardina de lana. El cuello se alzaba alrededor de su nuca, como una barrera. Su cabello lucía más corto que la última vez que lo vi, recortado cuidadosamente y puesto de un lado.

—¿Verme para qué?

—Para despedirme.

Fruncí el ceño. —¿Vas a alguna parte?

Tamborileó suavemente sobre la mesa, como si se detuviera mientras practicaba lo que quería decir.

—Después de la primera vez que escaparon del cuartel general en octubre, comencé a hurgar en mi pasado. ¿Recuerdas que te conté de la chica por la que pensaba que me encontraba trabajando para mantener a salvo? ¿Que ella era la razón por la que me hallaba en Branch?

Asentí.

—Bueno, fui a buscarla. Y la encontré. Era real después de todo.

Me enderecé. —¿Y?

—Apenas me recordaba. Y mientras yo pasaba todos esos años siendo amenazado con sueros anti-envejecimiento, ella crecía normalmente. Se casó. Tuvo un niño.

Apartó la mirada, hacia una pareja en la mesa frente a nosotros. Parecían inconscientes de su alrededor.

Cuando se volvió hacia mí, vi al viejo Trev, vi esa mirada en su rostro, esa que significaba que había encontrado una frase en su vasta colección que encajaría perfectamente en ese momento.

Pero tan pronto como llegó, la expresión se desvaneció, y me di cuenta de que yo ya no era la persona con la que le gustaba compartir sus frases. Cualquiera que hubiera sido, nunca la sabría.

—Arruiné lo que tenía con ustedes por una chica que siguió adelante. Y ahora… —se fue apagando y tiró de sus manos hacia atrás, metiéndolas en su regazo.

De repente, me puse en alerta.

—Allí está —dijo, haciéndome gestos—. No importa cuántas veces intente probarte mi lealtad. Nunca confiarás en mí de nuevo.

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Tenía razón, pero dije—: Lo siento.

Negó con la cabeza y sacó el teléfono de su bolsillo. —Tengo un regalo para ti. —Golpeó algo en la pantalla antes de girar el teléfono así podía ver la imagen. Era un botón que simplemente decía: Detonar.

—¿Qué es eso?

—El fin —dijo.

—¿Para qué?

—Branch.

Fruncí el ceño. —No entiendo.

Se inclinó hacia delante y bajó la voz. —Presiona el botón y verás. —Se levantó de la silla, bordeó la mesa y me abrazó. Era un abrazo tentativo, para un amigo tímido. Solté el café para devolvérselo.

—Te extraño, Anna. Todos y cada uno de los días.

Cuando se alejó, una parte de mí, la parte que había sido mejores amigos con él por tantos años, también pareció desprenderse.

No quería que se fuera, pero al mismo tiempo, sabía que no podía quedarse. Nunca podría ser parte de nuestro grupo de nuevo.

—Cuídate —dijo.

Atravesó la puerta delantera, como si le probara a Sam que aún tenía la habilidad de andar por allí sin que lo notara. Como si dijera: Ves, podría haber hecho algo terrible, pero no lo hice.

Cuando Sam vio a Trev, salió del auto y corrió por la calle.

Me apresuré hacia la puerta delantera. —Está bien —dije.

Trev siguió caminando, las manos metidas en los bolsillos. No miró hacia atrás.

Más tarde esa noche, puse el teléfono que Trev me dio en el centro de la mesa. Nos reunimos alrededor y lo miramos fijamente. El botón rojo era sólo una imagen en la pantalla, pero era mucho más que eso.

Sabíamos que los riesgos eran grandes. Sabíamos que podría ser una trampa.

—¿Listos? —dije.

Los chicos asintieron.

Presioné el botón.

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Traducido por Sofía Belikov

Corregido por Emmie

Sam me atrajo más cerca, su brazo bajo mi cabeza. Me abracé al hueco de su cuello, inhalando profundamente. Aún olía a otoño, incluso aunque ya estábamos a mediados de mayo y todo se hallaba empapado de aire fresco y nueva vida.

Pasé una mano por su estómago desnudo, trazando las líneas entre sus abdominales con el dedo índice. Tembló, lo que sólo alimentó mi necesidad de avanzar. Me subí sobre él, acorralándolo.

Una despreocupada sonrisa apareció en su rostro.

—Planeo tomar ventaja de ti, y no tienes ni voz ni voto en el tema.

—Oh, ¿en serio? —Con un rápido movimiento, envolvió sus brazos a mí alrededor y me volteó, poniéndome de espaldas.

Me reí. Me besó. Una. Dos veces.

Alargué una mano hacia el cordón en sus pantalones y tiré una de las puntas. Así era como pasábamos la mayoría de nuestras tardes ahora, y era absoluta y positivamente la mejor forma de desperdiciar un día.

Branch había desaparecido. Con una pequeña aplicación, un pequeño botón rojo, detonamos las bombas que Trev puso, y los cuarteles general de Branch se convirtieron en humo. Como también el almacén en Port Cadia y el laboratorio en Indiana. Los medios cubrieron las explosiones por semanas después de que pasara mientras teorizaban cómo los sitios se hallaban conectados. Se hizo una historia incluso más lucrativa cuando todos los oficiales envueltos en el caso se rehusaron a hablar.

Aunque estábamos casi seguros de que Branch había desaparecido totalmente, todavía teníamos que confirmar lo que le sucedió a Riley. Quién sabía dónde se escondió esa comadreja. Con suerte, en un agujero bien, bien alejado, donde nunca pudiera molestarnos de nuevo.

Los dedos de Sam se colaron lentamente bajo el borde de mi camiseta. Mi estómago se llenó con mariposas mientras sus dedos se deslizaban por mi piel. Me besó una vez más y se alejó. —Tengo algo para ti.

Fruncí el ceño. —¿Qué?

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Rodó lejos de mí y metió una mano bajo la cama. La sacó un segundo más tarde con un libro. De portada negra. Ninguna escritura en el frente. Inhalé bruscamente.

—¿Es…?

—No es el mismo —dijo con rapidez—. Pero compré el más parecido.

Cogí el diario y lo abrí. Las páginas eran gruesas, justo como el que me dio para mi cumpleaños número diecisiete. Y como antes, había escrito algo en la primera página.

Para Anna y un nuevo comienzo.

—Sam.

Las lágrimas ardieron en las profundidades de mis ojos. Me lancé hacia él, envolviendo los brazos a su alrededor. Me abrazó en respuesta.

—Gracias —dije—. Es perfecto.

—De nada. —Se acercó para besarme pero se detuvo por el grito de Nick desde las escaleras.

—¡Sam! ¡Trae tu trasero aquí abajo! Cas parece pensar que puede volar.

Sam se hundió a mi lado y cerró los ojos. —Lo siento —murmuró.

—No pasa nada.

Me besó en la frente, pasando su pulgar por mis labios. —Ya vuelvo.

Sonreí. —Estaré aquí.

Dejó la habitación, bajando por las escaleras. Pude oírlo a él y Nick tratando de convencer a Cas de que se bajara del techo del pórtico.

Me recosté sobre mi espalda, y cerré los ojos. Una cálida brisa de verano se coló por la ventana abierta. Arqueé mis pies desnudos, el sol calentando mis piernas.

—¡Cas! —gritó Sam.

Hubo un ruido sordo un segundo más tarde, luego un gemido. —Oh, mierda —gimió Cas.

—Eres un maldito idiota —dijo Nick.

—Al menos soy guapo —soltó Cas.

Nick chasqueó la lengua. —Excepto que a nadie le gusta un idiota.

Cas se rio. —Eso explicaría por qué tienes cero acción.

El ruido de una riña le siguió. Cas se rio de nuevo, el sonido desvaneciéndose en la parte de atrás.

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No había disparado una pistola en semanas. No había necesitado huir de agentes. No había tenido que robar un auto o luchar contra alguien con las manos desnudas. Este descanso era lo mejor para todos nosotros, y no quería que acabara nunca.

Nada era permanente. Lo sabía. Los chicos aún tenían un montón de cosas que quería descubrir de nuestras viejas vidas. Cas recordó algunos detalles de su abuela —la que lo crió—, y habíamos estado tratando de encontrarla. Nick quería vengarse de su padre, pero si lo decía en serio o no era una incógnita para nosotros. Esperaba que no fuera así.

Lo que fuera que nos aguardara nuestro futuro, estaba segura de una cosa: Éramos una familia. Los chicos y yo. Y nada que descubriéramos de nuestros pasados cambiaría eso.

Apreté el nuevo diario contra mi pecho y levanté la mirada hacia el techo mientras las grullas de papel bailaban en la brisa.

FIN

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Agradecimientos Mi vida ha cambiado en muchas alocadas e increíbles maneras, y

ninguna de ellas habría sido posible sin la ayuda de tantas locas e increíbles personas.

Primero, mi esposo, JV, por nunca dudar de mí y por recoger los pedazos cuando fallé una y otra vez. Gracias por escuchar mi incesante parloteo sobre abdómenes, puntos de giro de la historia, y títulos perfectos.

A mi agente, Joanna Volpe, que es rápida como un rayo, quien siempre me ha dado su apoyo, y que sabe qué decir y cuándo decirlo. Sin ella, nada de esto habría sido posible. También sospecho que no estaría cuerda si no tuviera su guía y genialidad.

A mi editora, Julie Scheina, que vio algo en este libro desde el principio y me ayudó a hacerlo mil veces mejor. Gracias por tu sabiduría, tus palabras amables, y tu resuelto apoyo de chicos sexis.

Gracias a todos en Nancy Coffey Literary. Nancy, Sara, Kathleen, y Pouya. Gracias a todo el equipo de Little, Brown, por ser geniales en tantas inconmensurables maneras, y por ayudar a que este libro brille.

A mis lectores beta: Holly Westlund, Robin Prehn, y Deena Lipomi.

Especialmente a Deena, por su invaluable retroalimentación y correos electrónicos de ánimo, y por ser la mejor animadora DESDE SIEMPRE.

A mi BFF, Stephanie Ruble, que ha estado conmigo desde el inicio. Hemos viajado por este camino juntas. La aventura apenas comienza.

Mucho amor a Patricia Riley y Danielle Ellison, por saber cómo y cuándo hacerme reír. Gracias por las galletas de revisión, los tuits de #hotboyswin, y su inquebrantable amistad.

Gracias a mis amigos y familia por el amor, el ánimo y el apoyo.

Y un gracias para el equipo de WSB: Tracy, Diane, Jer, Vicki, Karen, Josh, y Adam. Fueron los mejores compañeros de trabajo que una chica puede tener.

Por último, a toda la comunidad de escritores, gracias por ser estupendos. Escribir un libro es una tarea solitaria, y no hay manera en que hubiera sobrevivido sola a este viaje.