avance el momento del unicornio

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AVANCE EL MOMENTO DEL UNICORNIO EL MOMENTO DEL UNICORNIO “ En casa siempre hay mucho revuelo, sobre todo por la noche, cuando mamá baja con las chicas a las fiestas, dejándome solo, encerrado aquí arriba, aburrido, mirando la luna por la ventana y oyendo los compases de la música y los ruidos ahogados.

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Sorprendente colección de cuentos que constituirán un descubrimiento y un deslumbramiento para la mayoría de los lectores. Cada uno de sus relatos nos lleva por ignorados parajes que están fuera de la realidad y dentro de nosotros mismos.La inquietante extrañeza que Daniel Moyano señaló como característica esencial de la narrativa de Norberto Luis Romero, se acentúa, si cabe, en los relatos de este libro. Pocas veces un escritor ha conseguido crear con tan limpia y escueta escritura una atmósfera más cargada de desasosiego, sensualidad y miste

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AVANCE EL MOMENTO DEL UNICORNIO

EL MOMENTO DEL UNICORNIO

“ En casa siempre hay mucho revuelo, sobre todo por la noche, cuando mamá baja con las chicas

a las fiestas, dejándome solo, encerrado aquí arriba, aburrido, mirando la luna por la ventana y

oyendo los compases de la música y los ruidos ahogados.

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Cuando regresan, ya suelo estar dormido y no me entero, pero a veces las siento cuchichear, reír

por lo bajo y corretear por los pasillos; aunque sé que procuran no hacer ruido para no

despertarme. También oigo a mamá chistándoles:

--Shsss, que el Albertito está dormido, chicas. A ver si nos comportamos como es debido.

Pero ellas están siempre muy alegres cuando suben y no dejan de hablar y reír. Después oigo los

inevitables portazos de las habitaciones, la cisterna del baño que no para y los ronquidos de la

Trini, durmiendo profundamente en el cuarto vecino.

Mamá y las chicas se levantan muy tarde, casi a la hora de comer, poco después de haberse

marchado Carlos. Van llegando a la cocina con cara de sueño, los ojos hinchados, despeinadas,

con marcas de las sábanas en la cara, como cicatrices. Por la mañana son todas feas y parecen

más viejas. Apenas si saludan y nada más entrar se aferran a las tazas de café. De a poco se van

despabilando, se les borran las huellas de las sábanas y sus ojos van recobrando la forma.

Comienzan a charlar más animadas y a comentar esas cosas de las que siempre hablan.

--Pues a mí no me lo vuelve a hacer -dice la Lucy, apartándose las greñas de la cara. -Yo no estoy

aquí para satisfacer los caprichitos de ese don Remigio, por más plata que tenga.

--Déjamelo a mí, Lucy, que yo no le hago asco al viejo -le dice la Margarita, sin levantar los ojos

del fondo de la taza de café. -Yo me lo hice un par de veces y me dejó una buena propina.

Además, don Remigio es muy limpio, y siempre huele tan bien...

--Pero, el caso es que el viejo está encaprichado conmigo -replica la Lucy.

--¡Chicas, chicas¡ -salta la Trini-. ¡Que no estamos solas-. Y hace un gesto con los ojos

señalándome.

La Trini es muy buena. Muchas tardes, cuando mamá y las otras duermen la siesta yo me voy con

ella a su habitación y me quedo allí las horas, charlando.

--Pues le diré a la señora que así yo no trabajo...

Y la Margarita la interrumpe:

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--Que no te preocupes, Lucy. La próxima vez no salgas al salón hasta que yo no te diga, que no te

vea el viejo. Yo me ocuparé de él.

--Es que le gustan los "huesos" -dice la Beba, que es muy graciosa y siempre anda metiéndose

con todas, menos con mi madre.

--Mira quién habla...

Entra mamá en la cocina y las manda a callar y a arreglarse. Les dice que esas no son formas de

estar en la mesa. Mamá es la única que está siempre bien vestida, guapa y perfumada, porque las

otras únicamente se ponen lindas y se perfuman por la noche, para bajar a las fiestas.

Mamá y las chicas son muy felices. Hay días en que discuten, pero enseguida hacen las paces.

También ocurre que a veces una se marcha y viene otra, y la nueva tiene que hacerse amiga de

todas y con las costumbres de la casa. Y tienen muchos amigos. Lo sé porque algunas noches,

cuando mamá olvida encerrarme, me escapo de mi cuarto, bajo las escaleras hasta la puerta del

vestíbulo y pego un oído a sus cristales de colores. Siempre hay música y risas, y tintinear de

copas. Oigo las voces de los hombres que vienen y van. Veo sus siluetas difusas a través de esos

cristales granulados. Carlos, mi preceptor, me explicó que es un fenómeno óptico, como cuando la

lluvia moja las ventanas de mi cuarto y lo deforma todo, y todo lo confunde y nada es claro. Mamá

me prometió que cuando sea mayor podré bajar con ellas a las fiestas.

La hora de la siesta es la mejor, porque es el momento en que hay silencio y tranquilidad en la

casa. Una vez mamá me llevó al cementerio a visitar a papá y a ponerle flores, y allí había un

silencio similar. No me acuerdo de mi padre, pero igual le puse un ramo de claveles. Si llueve me

gusta más, porque me voy a la cocina con la trini y, mientras ella cose, arregla los vestidos de las

otras, yo hago los deberes, y así nos hacemos compañía. Casi siempre me pide que le enhebre la

aguja porque, "tu tienes buenos ojos, Albertito, y yo ya no veo como antes". A veces me ayuda con

mis tareas, no mucho, porque la Trini no tiene estudios, pero se sabe las tablas de multiplicar muy

bien. Cuando acabo con mis cuadernos, juega conmigo, me ayuda a recortar los vestidos y

sombreros y a pegarlos en el cuerpo de la maniquí:

--Mira, Albertito, este sombrero va con este vestido. ¿Ves? Hacen juego porque los dos son del

mismo azul y los dos tienen ribetes dorados.

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--Trini, ¿quién es ese don Remigio?

--Un amigo de tu mamá, nene.

--¿Y por qué la Lucy no lo quiere?

--¡Ay! Ya sabes como es ella de rara. Cuando alguien se le atraviesa...

--¿Y viene siempre a las fiestas don Remigio?

--A veces... Pero, mira, Albertito, vamos a vestir a ésta con esta blusa y le vas a poner las faldas

que corresponden, ¿sí?

Y pongo una blusa blanca con unas faldas verde claro, y encima una chaqueta muy cortita, verde

oscuro, y un sombrero con flores y una pequeña pluma tiesa.

--Esta es mamá -le digo a la Trini. -¿Ves?, está igual de guapa.

Ella me sonríe. Enseguida recorto un pantalón, una camisa y una chaqueta y se los pongo al

maniquí de hombre.

--Este es Carlos.

--¿Carlos, tu preceptor?

Asiento, mientras vuelvo a quitar la ropa al muñeco.

--¡Qué va! Yo diría que más bien se parece a Don Remigio, con esos bigotes... -y se larga a reír.

--Así, desnudo, está mejor.

--Ya lo creo -dice la Trini, poniendo la cabeza de lado y esbozando una sonrisa pícara.

Las maniquíes recortables de las revistas se parecen a ellas antes de arreglarse para bajar a la

fiesta, cuando no hacen más que ir de las habitaciones al baño, y corren por el pasillo

intercambiándose maquillajes, con esas bragas de colores llenas de puntillas. Después se ponen

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muy guapas con sus vestidos brillantes, sus joyas (que mamá dice que no valen nada), más

hermosas que las señoras de papel, tan quietas ellas, con sus sombrillas de encaje, siempre con

la cara vuelta hacia un lado. Y mi preceptor se parece a un hombre que también visto siempre con

un traje a rayas.

Le pongo las faldas a la señora y la Trini me felicita. Esta vez he acertado.

--Mira qué linda te quedó, qué elegante.

--No tanto como mamá -le digo.

--Es que tu madre es una señora.

--Y tú, ¿qué eres?

La Trini se me queda mirando, cruza las manos sobre la mesa:

--yo soy... una señorita. Me mira más fijamente entrecerrando los ojos: --Pero, ¿qué tienes en la

frente?, Albertito.

Le explico que es un chichón, que me di un golpe con el quicio de la puerta de mi habitación, pero

que no es nada, ya no me duele. La Trini me dice que parece un cuerno y que tengo que ser

menos travieso.

Mamá se ha puesto enferma. Una gripe muy fuerte de verano, que son las peores, dice la Trini,

que es quien se ocupa de atenderla y se pasa el día y la noche a su lado.

La Margarita también es muy buena. Desde que mamá está enferma y no veo casi a la Trini, se

ocupa de mí, me ayuda con los deberes y a vestir los maniquíes. Viene a mi cuarto con frecuencia

a jugar conmigo y a ponerme guapo como ellas. Es muy cariñosa y está siempre dándome besos;

pero huele ligeramente a sudor.

--Margarita.

Ella está hojeando una revista de mamá que se trajo de su cuarto.

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--¿Qué?

--Me pones guapo.

--Bueno. Ven, acércate y siéntate aquí. Pero no te muevas si no se me va el lápiz.

Son muy suaves las manos de la Margarita.

Desde que mamá está enferma y el médico le ha dicho que no puede dejar la cama, la Trini no

baja a las fiestas y esta casa se ha convertido en un circo. No hay quien duerma. Las chicas se

pasan la noche subiendo y bajando las escaleras con los amigos, para acercarse al cuarto de

mamá a preguntarle si se encuentra mejor. Las risas, la música y los ruidos de las copas, se oyen

con claridad cada vez que abren la puerta del vestíbulo, penetran hasta aquí, hasta el fondo de la

casa, y es como si estuvieran festejando en mi dormitorio, junto a mi cama.

Hace calor, abro la ventana que da al jardín posterior. La noche es clara y hay una luna muy

grande. Vuelvo a mi cama y me acuesto desnudo.

Ahora, por suerte parece que están más tranquilas, apenas si oigo ruidos, únicamente una música

lejana, un bolero de esos que bailan. Estoy a punto de dormirme cuando oigo unos pasos

ahogados en el pasillo. Se abre la puerta y distingo dos figuras en el vano. Estiro una mano y

enciendo la lámpara de la mesilla. Me parece que es la Margarita con alguien más. Avanzan hasta

situarse junto a mi cama, dos figuras como de recortable silueteadas contra la ventana, a la luz de

la luna. Una fragancia dulce y penetrante me cautiva. No puedo verle las caras, pues la lámpara

me ciega. Ella se inclina y me da un beso. Es la Margarita, la reconozco por su forma de besarme

y por ese ligero olor salobre que escapa de sus axilas.

--Albertito, éste es un amigo -me dice con voz queda. No sé qué responder, porque ella, muy

suavemente, me va quitando la sábana. Me quedo muy quieto, notando el fresco de la noche en el

cuerpo, y un calor intenso en la cara que me abrasa las mejillas.

--¿Qué le parece, don Remigio?

El no responde, pero le da algo que saca de un bolsillo y que ella guarda en su escote, entre las

tetas.

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--¿Qué tiene en la frente? - pregunta él.

--!Ah¡, ¿ese bulto? Es un chichón. Es un poco travieso, pero es buen chico... y muy cariñoso.

Don Remigio le hace una señal.

--Se bueno, Albertito -me dice la Margarita. Me da un beso en la frente y se va. Cierra la puerta y

oigo sus pasos alejándose por el corredor. Por primera vez noto un gran silencio, únicamente la

respiración profunda y cercana de don Remigio lo quiebra. La luz me impide verle la cara, pero sus

ojos parecen brillar en la penumbra y su cabeza, dentro del círculo plateado de la luna, lo asemeja

a un santo de estampita. En ese momento suena una melodía abajo, en el salón, un bolero. Don

Remigio acerca una silla a la cama y se sienta. Una ráfaga de lavanda me envuelve como un

manto de frescura.

--Así que te llamas Albertito.

--Sí.

--Ven, acércate.

Me incorporo en la cama. Me coge de los hombros con mucha suavidad y acerca su cara a la mía

para verme mejor. Ahora sólo noto sus ojos clavados en los míos.

--Estas muy buen mozo..., a pesar de este cuerno -y me da unos golpecitos en el chichón con el

índice.

--Es la Margarita la que me pone guapo -le aclaro orgulloso.

--Ven, siéntate aquí -señalándome la alfombra a su lado. Y al girarse veo con claridad su cara por

primera vez. Tenía razón la Margarita, es igual al muñeco recortable.

Me siento a sus pies, apoyo la cabeza en su regazo y me voy adormeciendo, embriagado por su

perfume y sus dulces caricias.”

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EL AUTOR Norberto Luís Romero, escritor de origen argentino (Córdoba, 1949), desarrolla su carrera literaria

en España, donde reside desde hace veinticinco años. Licenciado y profesor en cinematografía,

abandona estas disciplinas para dedicarse de lleno a la narrativa a partir de los años ochenta. Ha

publicado más de un centenar de cuentos en revistas literarias de Argentina, España, E.E.U.U. y

Canadá, así como los libros de cuentos Transgresiones; Canción de Cuna para una Mosca

Doméstica, (Premio Tiflos de Narrativa.1994) y El momento del unicornio y las novelas Signos de

descomposición y La noche del Zeppelín.

Para más información, fotos o entrevistas con el autor http://www.tropoeditores.com Prensa. Cristina Teléfono: 692 05 53 05 Correo electrónico: [email protected]