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REVIST A DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 67  A ÑOS SETE NT A . Ciudad de México. No había manera de anticiparlo. No había modo de saber que allí, en tre esos jóvenes desarrapados, andaba un escritor con ta- maño de clásico. Parecía que las cosas marchaban co- rrientemente y que así segui rían fluyendo. Parecía que esos jóvenes escritores —mexicanos o extranjeros radi- cados en México— redactarían sus obras, publicarían sus libros y se sumarían, inexorableme nte, a la abulta- da nómina de autores latinoamericanos incapaces de traspasar sus fronteras y de afectar —como Borges, el último clásico del idioma— al resto de la literatura. Parecía que el país continuaría desdibujándose irrepa- rablemente, perdiendo su halo romántico, ensimismán- dose en una normalidad democrática difícil, cuando no inútil, de relatar. Pero entre esos jóvenes, ahora lo sabe cualquiera, es- taba Roberto Bolaño (1953-2003): tipo flaco, rostro ano- dino, anteojos redondos, chamarra de mezclilla, ciga- rro entre los labios. Pero ese hombre, ahora lo sabemos, terminaría por rescatar la imagen de México para colocarla, una vez más, en el imaginario colectivo. POR QU E HUBO UN TI EMPO en que México ocupaba un buen sitio en ese imaginario. Era el país un sitio clave, presuntamente mítico, dibujado así por cientos, de ve- ras cientos, 1 de escritores extranjeros. Reed, Lawrence, El México Bolaño de Roberto salvaje Rafael Lemus  Deb emos a Rob erto Bo laño un a obra que co n el paso de los años se ha vuelto legendaria. Libros como Los detectives sal- vajes o 2666 son referencia obligada en la literatura en nuestra lengua. Rafael Lemus, autor del volumen de cuentos Informe, se sumerge en la ficción del escri tor chileno quien hizo de México el  lugar de su ya legendaria creación narrativa. 1 D. Wayne Gunn desliza, en Escritores norteamericano s y británi- cos en México , Lecturas Mexicanas, México, FCE / SEP, número 87, 1985, los siguientes datos: entre 1569 y 1977 se publicaron cerca de seiscientas crónicas sobre México escritas por viajeros ingleses y estado- unidenses; a partir de 1855, autores de esos mismos países han escrito más de cuatrocientas cincuenta novelas, obras de teatro y “poemas na- rrativos” con tema mexicano.

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  • REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MXICO | 67

    AOS SETENTA. Ciudad de Mxico. No haba manerade anticiparlo. No haba modo de saber que all, entreesos jvenes desarrapados, andaba un escritor con ta-mao de clsico. Pareca que las cosas marchaban co-rrientemente y que as seguiran fluyendo. Pareca queesos jvenes escritores mexicanos o extranjeros radi-cados en Mxico redactaran sus obras, publicaransus libros y se sumaran, inexorablemente, a la abulta-da nmina de autores latinoamericanos incapaces detraspasar sus fronteras y de afectar como Borges, elltimo clsico del idioma al resto de la literatura.Pareca que el pas continuara desdibujndose irrepa-rablemente, perdiendo su halo romntico, ensimismn-dose en una normalidad democrtica difcil, cuandono intil, de relatar.

    Pero entre esos jvenes, ahora lo sabe cualquiera, es-taba Roberto Bolao (1953-2003): tipo flaco, rostro ano-

    dino, anteojos redondos, chamarra de mezclilla, ciga-rro entre los labios.

    Pero ese hombre, ahora lo sabemos, terminara porrescatar la imagen de Mxico para colocarla, una vez ms,en el imaginario colectivo.

    PORQUE HUBO UN TIEMPO en que Mxico ocupaba unbuen sitio en ese imaginario. Era el pas un sitio clave,presuntamente mtico, dibujado as por cientos, de ve-ras cientos,1 de escritores extranjeros. Reed, Lawrence,

    El MxicoBolao deRobertosalvaje

    Rafael Lemus

    Debemos a Roberto Bolao una obra que con el paso de losaos se ha vuelto legendaria. Libros como Los detectives sal-vajes o 2666 son referencia obligada en la literatura en nuestralengua. Rafael Lemus, autor del volumen de cuentos Informe, sesumerge en la ficcin del escritor chileno quien hizo de Mxico ellugar de su ya legendaria creacin narrativa.

    1 D. Wayne Gunn desliza, en Escritores norteamericanos y britni-cos en Mxico, Lecturas Mexicanas, Mxico, FCE / SEP, nmero 87,1985, los siguientes datos: entre 1569 y 1977 se publicaron cerca deseiscientas crnicas sobre Mxico escritas por viajeros ingleses y estado-unidenses; a partir de 1855, autores de esos mismos pases han escritoms de cuatrocientas cincuenta novelas, obras de teatro y poemas na-rrativos con tema mexicano.

  • Huxley, Breton, Artaud, Lowry, Porter, Greene, Kerouac,Olson, etctera: toda esa tropa fij la imagen de un pasesencial, salvaje y primigenio, en que se jugaban asun-tos fundamentales. Luego vino, predeciblemente, el de-sencanto: la larga y tediosa hegemona del rgimen pri-ista, la imparable erosin de esa apariencia mgica, laalarmante incapacidad de la literatura mexicana paracrear otro tropo, ms acorde con el Mxico contempo-rneo. Y entonces, cuando el pas pareca despearse enel olvido literario, apareci Bolao y Bolao colg en laimaginacin colectiva otras dos imgenes mexicanas:en Los detectives salvajes (1998), la Ciudad de Mxicode los aos setenta; en 2666 (2004, publicada pstu-mamente), el infierno que era, que es, Ciudad Jurez.

    No debera asombrarnos que esto, todo esto, hayasido hecho por un escritor extranjero.

    ESCRITOR EXTRANJERO? Estas dos palabritas demandanuna primera rectificacin.

    Si uno es de donde es su pasaporte, entonces Bolaoes extranjero: chileno, para ser precisos. Si uno perteneceal pas en que escribi sus obras, entonces Bolao es, otravez, extranjero: espaol, o alguno dira que hasta cata-ln. Pero fue aqu, en Mxico, donde Bolao se formy gast, decisivamente, su adolescencia. A los trece aosabandon Chile y se mud con su familia a la Ciudadde Mxico. A los veinte volvi a Santiago, atrado porla victoria de Salvador Allende, y unos meses despus,

    pasado el golpe de Estado, ya estaba de regreso en lacapital mexicana. Aqu fund un movimiento potico,entonces marginal, ahora legendario, los infrarrealistas,y trab amistades con otros poetas. Aqu, con el mapade la literatura mexicana como fondo, empez a recor-tar, no sin estridencia, su perfil literario. Cuando al finse fue en 1976, no se march del todo: se instal en Bla-nes, un pueblo de la Costa Brava, para escribir, entreotras cosas, o tal vez por encima de todas las cosas, so-bre Mxico. Est claro, entonces, que si no hay razonessuficientes para reclamarlo mexicano, tampoco las haypara considerarlo fatalmente extranjero.

    Primer plano de muchacha mexicana leyendo. Esrubia, tiene nariz larga y los labios delgados. Estas l-neas estn en Amberes (1980, publicada hasta 2002), lanovela inaugural de Bolao, y son la primera mencinque hace de Mxico, o los mexicanos, en un texto narra-tivo. A partir de entonces ya no habr pausa: el pas, sushabitantes, su literatura aparecern consistentementeen un puado de sus poemas, en algunos de sus cuen-tos (Gmez Palacios y ltimos atardeceres en la Tie-rra, de Putas asesinas, 2001, por ejemplo) y, ms impor-tante, en sus dos novelas capitales: Los detectives salvajesy 2666. Glosar detalladamente este par de obras em-pieza a ser casi redundante: tan asimiladas estn, tanconocidas son, en el mbito mexicano. Digamos nadams que la primera es toda literatura y que relata atravs del diario de un adolescente, Juan Garca Made-ro, y de diferentes testimonios las peripecias de ungrupo de poetas, los real visceralistas; la bsqueda porel norte de Mxico de Cesrea Tinajero, una poeta al-guna vez estridentista; y el periplo vital de sus dos prota-gonistas alrededor del mundo, el mexicano Ulises Limay el chileno Arturo Belano, confeso alter ego de Bolao.Digamos que la segunda es desmesurada, tal vez indes-criptible, y que lo nico cierto son la vida de Bennovon Archimboldi, un desaparecido novelista alemn,perseguido por un puado de crticos literarios, y el in-fierno de Santa Teresa a esa ciudad, trasunto de Ciu-dad Jurez, van a caer todos los personajes (escritores,acadmicos, periodistas, asesinos, asesinados) que ates-tan sus 1,125 pginas.

    Ahora bien: no hay cosa ms torpe que leer a Bolaocon nimo chovinista, expurgando sus menciones a M-xico y buscndole una nacionalidad a su escritura. Dehecho, uno de los rasgos distintivos de su obra es su des-prendimiento: nada ms no termina de atarse a una solatradicin nacional. As ocurran en Chile, Mxico o Eu-ropa del Este, as estn escritos desde Espaa, sus librosno pueden restringirse a ninguno de esos sitios. Ms to-dava: como no se comprometen con ninguna literatu-ra local, son capaces de divertirse con muchas de ellas.Para qu limitarse a una sola literatura cuando una obra(digamos, Amuleto, 1999) puede repasar la poesa me-

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  • xicana y otra (Nocturno de Chile, 2000) puede ajustarcuentas con los escritores chilenos y una ms (El gau-cho insufrible, en el libro homnimo, 2003) puede an-dar por uno de los pasillos de la literatura argentina? Estapareca ser la manera de pensar de Bolao, que en sultima novela, ya al borde de la muerte, decidi ir mslejos y reclamar para s todas las herencias narrativas,incluso las europeas, sobre todo las europeas.

    Para hablar de esta inestabilidad Ignacio Echevarraha recordado a George Steiner y sus reflexiones sobre loextraterritorial.2 Vea Steiner a un puado de escritoresporttiles y elusivos, capaces de ir de una lengua a otra,reacios a las definiciones habituales: ni extranjeros ni exi-liados ni transterrados; y menos todava ciudadanos deuna nacin particular. Lo mismo pasa con Bolao: aun-que, desde luego, no mud de idioma, tiene algo defantasmal, como si flotara por sobre las fronteras y ata-duras nacionales. Se dir que todo escritor, incluso el mspatriotero, termina sobrepasando naturalmente los bor-des de su lugar de origen y movindose, por lo menos,dentro de los lmites de su idioma. Pero con Bolao yotros escritores espectrales: Conrad, Beckett, Nabokov,Brodsky, Ishiguro... ocurre algo distinto: sencillamen-te no tiene un origen claro, nunca sabemos desde dndemira y apunta y escribe. Es a la vez chileno y mexicanoy espaol, y es otra cosa, y no es ninguna de ellas. Al fi-nal no queda ms que resignarnos a no confinarlo, a noradicarlo en ninguna parte, a aceptar que, pese a su re-trica, eso que dijo en su Discurso de Caracas (1999)es absolutamente cierto:

    A m lo mismo me da que digan que soy chileno, aunque

    algunos colegas chilenos prefieran verme mexicano, o que

    digan que soy mexicano, aunque algunos colegas mexi-

    canos prefieran considerarme espaol o, ya de plano, de-

    saparecido en combate, o incluso lo mismo me da que me

    consideren espaol, aunque algunos colegas espaoles

    pongan el grito en el cielo y a partir de ahora digan que soy

    venezolano, nacido en Caracas o Bogot, cosa que tam-

    poco me disgusta, ms bien todo lo contrario.3

    SON DOS PROCESOS enteramente distintos.El extranjero, digamos David Herbert Lawrence,

    abandona su pas ya hastiado o al borde del hasto. Tie-ne, para seguir con el ejemplo, treinta y pocos aos yalgunos libros publicados (Hijos y amantes, El arco iris)cuando decide emprender una peregrinacin salvajeque lo librar de Inglaterra y lo llevar a Italia, Francia,

    Australia, Sri Lanka, Estados Unidos y, finalmente, M-xico. Cuando llega aqu ya posee, por supuesto, una ima-gen previa, ms o menos fija, del pas y sabe exacta-mente lo que busca: una cultura que oponga un granNo al S de la civilizacin europea. Despus de eso, loque sigue es previsible: o el autor encuentra lo que bus-ca y se maravilla, o no lo encuentra, o, como Lawrence,lo encuentra pero le repele. El resto es tambin conoci-do: el extranjero relata, a sus paisanos, lo visto a travsde las telaraas de sus prejuicios (no por ello necesaria-mente falso ni poco penetrante) y vuelve, casi siemprealiviado, a su lugar de origen.

    Bolao, por el contrario, es casi un nio cuando dejaChile y llega a Mxico, pas del que no puede tener to-dava ms que una imagen dbil, flexible. Crece aqu,en el Distrito Federal de finales de los aos sesenta, prin-cipios de los setenta, y eso es como decir que su estanciaen el pas no es un episodio ms sino uno de los pilaresdel resto de su biografa. En lugar de arrastrar hasta M-xico una pesada valija de prejuicios, procede de modocontrario: carga con su experiencia del pas cuando semarcha, ya definitivamente, a Espaa. All descascara,con necedad, el recuerdo mexicano. All practica, y nopierde, algunos de los giros del habla defea. All pre-para, no sin nostalgia, los libros que, veinte aos despusde su partida, recrearn a ese Mxico alguna vez vivido.Porque hay que decirlo: el Mxico de Bolao es un M-xico reconstruido a la distancia y mucho tiempo despusde haber sido padecido; un retrato pintado de memoria.

    Hablando de pinturas: Bolao se asemeja a ese pin-tor guatemalteco que aparece en Nocturno de Chile y quepinta, desde Pars, un leo titulado Paisaje de Ciudadde Mxico una hora antes del amanecer. Cuando ErnstJnger, amigo del pintor en la novela, desea saber si stevivi mucho tiempo en Mxico, el pintor responde

    que haba estado en Mxico una semana escasa y que sus

    recuerdos sobre esa ciudad eran indefinidos y casi sin

    contornos y que, adems, el cuadro objeto de la atencin

    o curiosidad del germano lo haba pintado en Pars, mu-

    chos aos despus y casi sin pensar en Mxico aunque

    sintiendo algo que el guatemalteco, a falta de otra pala-

    bra mejor, llamaba sentimiento mexicano.4

    SORPRENDE LA MEMORIA de Bolao. Sorprende su des-memoria. Cuando reconstruye a Mxico desde el Medi-terrneo, las dos cosas, el recuerdo y el olvido, terminansiendo fundamentales. Por una parte, es asombrosa lanitidez de, por ejemplo, la Ciudad de Mxico de Losdetectives salvajes y Amuleto: hay nombres de calles y de

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    EL MXICO BOLAO DE ROBERTO SALVAJE

    2 Ignacio Echevarra, Bolao extraterritorial en Bolao salvaje,Edmundo Paz Soldn y Gustavo Favern Patriau (coordinadores), Bar-celona, Candaya, 2008, pp. 431-445.

    3 Roberto Bolao, Discurso de Caracas (con motivo de la recepcindel Premio Rmulo Gallegos en 1999), en Bolao salvaje, op. cit., p. 36.

    4 Roberto Bolao, Nocturno de Chile, Anagrama, Barcelona, 2000,pp. 46-48.

  • locales, hay nombres propios y apuntes muy precisos,hay observaciones poticas bastante originales, y todoes absolutamente verosmil. Por la otra, se agradece laconcisin, la notable economa de medios con que sereconstruye esa ciudad y es que Bolao ha olvidado,por suerte, la suficiente informacin como para no atas-carse en un costumbrismo exhaustivo, desesperante. Sihay cantinas y cafs en esa ciudad reconstruida, son slotres o cuatro: los necesarios. Si se dibuja el mundilloliterario del Mxico de los setenta, se recuerdan los ros-tros, los conflictos, las inercias indispensables y se olvi-da la rebaba que suele cubrir al ncleo. Si se recrea cual-quier cosa, antes se le expurga. Como resultado de ello,Bolao consigue lo que slo los mejores narradores me-xicanos: escribir un Mxico preciso, desprendido de co-chambre, esencial.

    Su imagen del desierto mexicano no es menos sinoms sorprendente. De unos aos para ac una turba deescritores nacionales ha concentrado sus esfuerzos enregistrar, con ms o menos o ninguna fortuna, ese M-xico el norte, el desierto, la frontera, el jodido narco-trfico. Se sospecha que all, a un paso de Estados Uni-dos, se encuentra la imagen ms distintiva del Mxicocontemporneo; que all, entre la violencia de los cr-teles, descansa el tropo que habr de sustituir al del M-xico mgico, mtico. Es posible, pero hasta ahora esa ima-gen no termina de despuntar, salvo en los desiertos deJess Gardea y Daniel Sada, en la Tijuana de Luis Hum-berto Crosthwaite y Heriberto Ypez y, helas!, en laCiudad Jurez de Bolao. Pasa, entre otras cosas, lo pre-visible: que los escritores del norte de Mxico padecenesa realidad, y descansan entre una espesa selva de sig-nos, y sufren para distinguir el trigo de la paja, y repro-

    ducen barrocamente el barroquismo que observan. Pasa,tambin, que Bolao mira desde lejos y la distanciageogrfica supone, en su caso, una lucidez que uno re-laciona ms bien con la distancia temporal. Desde Es-paa armado slo con los recuerdos de algn viajejuvenil a Ciudad Jurez, tres o cuatro lecturas sobre eltema y la asesora de Sergio Gonzlez Rodrguez (autorde dos libros al respecto: Huesos en el desierto y El hom-bre sin cabeza), Bolao reconstruye, si no toda la rea-lidad, s la mdula del asunto. Lase, para comprobarlo,la cuarta seccin de 2666, La parte de los crmenes:no slo estamos ante un recuento brutal, casi clnico,de los asesinatos cometidos en Ciudad Jurez contracientos de mujeres; estamos ante una de las cimas delrealismo mexicano.

    No es inslito que la distancia exacerbe los senti-mientos. Suele ocurrir que el desterrado manosea el re-cuerdo de su pas natal hasta deformar sus contornos:ahora sobrevalora sus virtudes, ahora recarga sus defec-tos. En Bolao, exiliado doble, este fenmeno cobra unaforma curiosa: exagera las bondades mexicanas, exage-ra los vicios chilenos. Uno de sus amigos, Juan Villoro,ha escrito que Bolao no toleraba que se hablara malde Mxico y bien de Chile a su mesa.5 Algo semejante,poco menos dogmtico, ocurre en su obra: aunque nose idealiza a Mxico menos en 2666, nunca se leretrata con la malicia que a Chile. Pinsese en el Mxi-co de Los detectives salvajes o Amuleto: amplio y ventila-do, recorrido por heroicos adolescentes. Pinsese en elChile de Estrella distante (1996) o Nocturno de Chile: an-gosto y sofocante, habitado por milicos y curas y escri-tores fascistoides. El Mxico de Bolao sucede en lascalles, en las carreteras y, ttricamente, en el desierto deSonora; Chile se gasta en stanos y oficinas guberna-mentales. Hay algo en Mxico que invita al viaje, y algoen el viaje que fomenta, de vez en vez, la plenitud; enChile prevalece la inmovilidad, cierta tiesura, defectocapital para un peregrino como Bolao. Ni siquiera cuan-do abandonan sus paredes para asomarse al aire librelos personajes de, por ejemplo, Nocturno de Chile pier-den su afectada solemnidad: en el jardn de un fundoconversan, hierticos y esponjados, el Crtico, el Sacer-dote y el Poeta Pablo Neruda.

    Cmo no notar all las ganas de fastidiar de Bolao?Cmo no notar ac, en este fragmento de 2666, suamor a veces tpico por Mxico?:

    La gente es buena, es simptica, hospitalaria, los me-

    xicanos son un pueblo trabajador, tienen una curiosidad

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    5 Juan Villoro, La batalla futura en Bolao salvaje, op. cit., pp. 73-89. (Originalmente, prlogo al libro de entrevistas con Bolao, Bolaopor s mismo / Entrevistas escogidas, editado por Andrs Braithwaite, Edi-ciones Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2006).

  • enorme por todo, se preocupan por la gente, son valientes

    y generosos, su tristeza no mata sino que da vida dijo

    Rosa Amalfitano cuando cruzaron la frontera con los Es-

    tados Unidos.6

    Para acabar de una vez con este asunto: s, la lejanaes, puede ser, sinnimo de nostalgia. Lo fue en Bolao,cuyo temperamento melanclico rara vez se resisti alvicio de la aoranza. Se dice que Bolao extraaba M-xico. Acaso sera ms razonable decir que extraabamenos Mxico que su inmadurez gastada all, los sue-os de un poeta deambulante que, alcanzada la vidaadulta, se detuvo a escribir novelas. De un modo u otro,vaya que exista esa nostalgia y que cubra a Mxico, enlas novelas, de una ptina pica, como si todo vibrarainterminablemente. Una ptina pica, no una envolturaromntica: es importante entenderlo. Bolao pudo serun romntico de los zapatos al sombrero nostlgico,sentimental, devoto de la juventud y la marginalidad yel viaje, pero no es ello lo que asombra. Asombra, enLos detectives salvajes, lo contrario: que rindi culto a sujuventud mexicana sin romantizar a Mxico, que mis-tific a una panda de poetas sin ofrecer otra imagen mi-tificada, una ms, del pas. Asombra tambin, en 2666,una vuelta de tuerca: Bolao, como tantos otros escri-tores extranjeros, identifica a Mxico con la violencia perosu violencia es ms secular, mucho menos romntica, quela de ellos es la brutalidad de un Mxico moderno,salpicado de maquiladoras, y no el terror atvico de losaztecas que pretendidamente atormentan a Mxico.

    Porque tambin eso: se abstiene de horadar otropoco en el Mxico profundo.

    UNO NO VENA A MXICO a admirar la superficie. Unovena hasta ac para escarbar y ver qu se ocultaba en elfondo. Los escritores extranjeros viajaban a Mxico por-que Mxico, se saba, era un sitio profundo: no tanto elombligo como el culo del mundo. Bastaba hurgar unpoco en la tierra para encontrar entre bolas de mierdaseca restos de vasijas, objetitos de obsidiana, dolosde piedra pmez. Apenas si se necesitaba tener imagi-nacin, y casi nada de informacin histrica, para re-conocer en la mueca de un cacique feroz, o en la sonri-sa de un pen criminal, o en el ademn de un senadorempistolado, la sombra de otra violencia, de otros hom-bres. Una violencia sepultada, permanente. Hombresaterrados y terroristas, tambin perdurables. Si algnextranjero se rebajaba a observar la superficie, no erasin sospecha: supona que el edificio frente a sus ojoscubra una iglesia, y la iglesia una pirmide, y la pir-mide una pila de huesos.

    La mayor parte de la narrativa mexicana de las lti-mas cuatro, cinco dcadas ha sido, por lo mismo, una na-rrativa de demolicin; ha desmontado, obra tras obra,el mito del Mxico profundo, explotado tambin, inter-mitentemente, por Octavio Paz, Carlos Fuentes y unpuado de escritores nacionales. Pues bueno: a esa tareadestructiva se sumaron, desde el exilio, las dos novelascapitales y algunos cuentos de Bolao. Profundidad?Lo que sorprende en ellos es ms bien lo contrario: suextensin, su horizontalidad. Si uno quiere fatigarse,uno puede buscar riscos o montaas o volcanes en el M-xico de Bolao: prcticamente no los hay. Hay una ciu-dad, tendida en un valle. Hay un desierto que se extiendeindolentemente por el estado de Sonora. Hay personajesque, antes de sumergirse en ese Mxico hondo, cami-nan las calles del Distrito Federal o fatigan las carrete-ras del pas en un Ford Impala 74 o dejan atrs los calle-jones de Ciudad Jurez para alcanzar, a veces por ltimaocasin, el desierto. Aparte, es imposible desprender deestas obras como se supone que deberamos despren-der de aqullas una ontologa del mexicano; no es in-sensato, por otra parte, seguir el periplo de los persona-jes con un mapa y un lpiz en la mano.

    Fue Octavio Paz quien emple, en El laberinto de lasoledad, el trmino intrahistoria para hablar de los he-

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    EL MXICO BOLAO DE ROBERTO SALVAJE

    6 Roberto Bolao, 2666, Anagrama, Barcelona, 2004, pp. 435.

  • rrumbrosos stanos de Mxico. Si se caricaturiza unpoco a Paz como, por cierto, hacen una y otra vez lospoetas de Los detectives salvajes, esto es lo que sugie-re: que all, en las catacumbas de nuestra historia, sedecide lo que observbamos en la superficie; que all,entre la bruma, mora el sentido secreto de la vida mexi-cana. Si algo ocurre sobre el suelo, ese algo tiene un ge-melo casi exacto en el subsuelo. Si explota, digamos, cier-ta violencia poltica en el Mxico contemporneo, esaviolencia, como explica en Posdata, es violencia y algoms: ritual, sacrificio, no distinto al practicado por lospueblos prehispnicos. En todo momento, una cosa re-plica a otra, como si nada surgiera espontneamente,como si sencillamente no hubiera accidentes. Desde lue-go que ocurre lo contrario en el Mxico de Bolao: elazar prevalece, no hay una lgica que articule los acon-tecimientos. Abundan los encuentros fortuitos (la coli-sin del joven Garca Madero y los real visceralistas enLos detectives salvajes), las decisiones arbitrarias (las absur-das expulsiones dentro del grupo potico), las caminatassin sentido (los paseos que terminan tan repentinamen-te como empiezan), los juegos gratuitos (los acertijos deGarca Madero), los cabos sueltos (esos desenlaces abier-tos de cuentos y novelas).

    Para decirlo ms claramente, que hable Joaqun Font,el personaje ms demente y por lo mismo el ms lci-do de Los detectives salvajes:

    Supe entonces, con humildad, con perplejidad, en un

    arranque de mexicanidad absoluta, que estbamos go-

    bernados por el azar, y que en esa tormenta todos nos

    ahogaramos.7

    JOAQUN FONT ABANDONA DE VEZ EN VEZ su habitacinen el manicomio para ver el cielo que cubre a la Ciudadde Mxico. Tambin Ulises Lima mira hacia el cielo. Tam-bin Arturo Belano. Tambin Juan Garca Madero. Lospersonajes mexicanos de Bolao, antes que ocuparse delos stanos de Mxico, levantan repetidamente la vista.Christopher Domnguez Michael ha notado, no sin emo-cin, las numerosas menciones de Bolao al cielo me-xicano y, sobre todo, a un fenmeno que slo puedepercibir quien ha observado durante mucho tiempo otroscielos: los largos, lentos, apacibles anocheceres del Vallede Mxico.8 Pero no es slo que la luz se demore en re-tirarse; es que no se termina de marchar. Bolao insis-te: las noches del Distrito Federal son luminosas, casitan difanas como los das, y las cosas brillan ntida-mente: son lo que son.

    Tambin Bolao fue lo que fue, un poeta vanguar-dista, y las vanguardias latinoamericanas algo sabendel cielo. Recurdese: Altazor desciende bambolean-temente en un paracadas, Ral Zurita redacta versosentre las nubes y Carlos Wieder, en Estrella distante,tambin se monta en un avin para intentar otra poe-sa. Con ellos, y con aquel distante pintor guatemal-teco de Nocturno de Chile, Bolao comparte el puntode vista: la mirada area, panptica, como de quien ela-bora un mapa. A veces parece que traza ms de uno:un mapa de las calles del Distrito Federal, otro de lascarreteras del norte de Mxico, uno ms de la dispo-sicin de las cruces en el desierto de Sonora. Que estoes poca cosa? Es ms bien demasiado: los mapas po-nen sobre una superficie plana cosas que de otro mo-do no veramos.

    ALTO EN ESA IMAGEN: Bolao flota en el cielo mexicano,o entre las nubes chilenas, desprendido, no atado a nin-gn sitio, a ninguna tradicin literaria. Es el gran desa-rraigado: est en todas partes, no se posa en ninguna.

    EL EXILIO PUEDE JODER LA VIDA o puede potenciarla. AUlises Lima, en Los detectives salvajes, se la jode: el po-bre anda como paria de un sitio a otro, incapaz de casicualquier cosa, apagado. A Arturo Belano, en las mis-mas pginas, se la enriquece: el viaje lo afila, lo prepa-ra, lo dispone hacia la escritura. Es obvio que Belano, yno Lima, es el alter ego de Bolao: ambos asumen gozo-samente su destierro. Que otros lamenten la tortura delexilio; Bolao canta sus bondades. De veras las canta:su obra es un elogio de los personajes en trnsito, undenuesto de la sedentaria normalidad burguesa. Tan

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    7 Roberto Bolao, Los detectives salvajes, Anagrama, Barcelona, 1998,p. 383.

    8 Christopher Domnguez Michael, Bolao y Mxico en La sa-bidura sin promesa / Vidas y letras del siglo XX, Lumen, segunda edicin,Mxico, 2009, pp. 122-132. (Originalmente, conferencia dictada enSantiago de Chile el 24 de octubre de 2007).

  • disfruta del exilio que es un exiliado doble: primero laHistoria lo expulsa de Chile, despus l mismo se echade Mxico.

    Sencillamente no hay manera de pensar en Bolaosin pensar en el impulso del exilio. Es obsceno imagi-narlo esttico, radicado para siempre en Chile, un es-critor chileno ms. Tambin repelente es la imagen deun Bolao mexicano, becario del FONCA, secretario de re-daccin de Letras Libres o apoltronado burcrata cul-tural. Si uno de sos era su destino, el exilio lo salva detanta desgracia y lo proyecta hacia adelante, en realidadhacia ninguna parte, acaso hacia un pliegue de la reali-dad. Justo eso: el destierro lo lanza a un margen y desdeel margen es que Bolao nos observa. sa es su venta-ja: su sesgo, su punto de mira.

    Recurdese aquella conferencia en que Borges ha-blaba de la doble condicin de los irlandeses, capacesde mirar la lengua inglesa desde dentro y desde fuera,como algo familiar y a la vez extico, un segundo antesde encenderla y transformarla. Pues lo mismo ocurrecon Bolao: est adentro y est afuera de Chile, estadentro y est afuera de Mxico, e incide en ambas tra-diciones como un elusivo fantasma.

    Podra tener razn Juan Jos Saer: La tensin deltrabajo de un escritor se resume en lo siguiente: no sees nadie ni nada, se aborda el mundo a partir de cero,y la estrategia de que se dispone prescribe, justamen-te, que el artista debe replantear da tras da su escri-tura.9 De ser as, es entonces el exilio lo que vuelveescritor a Bolao. El destierro lo desprende de todatradicin y al mismo tiempo le permite incidir entodas. El destierro lo obliga a partir de cero todas lasveces y al mismo tiempo lo libra de cargar de ma-nera permanente con una herencia, de mirar un sitiodesde otro, comparativamente. El destierro lo vuelvenadie, nada y al mismo tiempo lo habilita para sertodo, todos.

    DUCHAMP. 1919. Cuando su hermana se casa l enva,desde Buenos Aires, como regalo, una orden: colgar unlibro de geometra en un balcn parisino, dejar que elviento elija sus problemas, pase las pginas e inclusolas arranque. Slo as, explicar ms tarde, el libro en-tender cabalmente los hechos de la vida.

    Amalfitano. 2666. Cuando este personaje descu-bre, en la segunda parte de la novela, que es dueo deun ejemplar de El testamento geomtrico de Rafael Dies-te, acta como si obedeciera una orden: cuelga el libroen un tendedero y deja que el viento y la lluvia de Ciu-dad Jurez elijan sus problemas, pasen las pginas e in-

    cluso las arranquen. El libro, finalmente destruido, en-tiende as los hechos, la violencia, de la vida.

    Bolao. Primeros aos del siglo XXI. Cuando es-cribe, en Blanes, la parte inicial de 2666, tambin ac-ta como si obedeciera la misma orden. Primero es-boza a cuatro personajes, todos acadmicos, tiesos yseguros como un libro de geometra. Luego trasladaa tres de ellos a Mxico y all los deja colgados, ex-puestos al viento y la lluvia y el rumor de Ciudad Ju-rez. Los personajes, violentamente mecidos, entien-den al fin los hechos de la vida, o dejan de entenderlo que ya entendan, o creen entender mejor la obradel escritor al que persiguen, o, al final, no entiendenabsolutamente nada.

    Eso es Ciudad Jurez en 2666: una tromba que sa-cude a los personajes, que agita y remueve y redisponeradicalmente sus partculas.

    O CIUDAD JUREZ es, mejor, un hoyo negro: una regintan densa, tan atestada de cadveres, que termina cur-vando el espacio y atrayendo hacia su hocico a todo mun-do escritores alemanes, acadmicos europeos, perio-distas estadounidenses.

    O es, como quiere Bolao que quiera Baudelaire, unoasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento.

    O es, simplemente, un retrete.

    HABRA QUE ESBOZAR OTRAS METFORAS, multiplicarlas,para explicar el Mxico de Bolao. Pues ocurre que alfinal ninguna imagen resume, por s sola, toda esa obra,todo ese escenario. Los lentos atardeceres? No, porqueen Ciudad Jurez la oscuridad se presenta de golpe, co-mo si alguien simplemente desconectara la luz. Lasnoches luminosas del Distrito Federal? Slo si el de-sierto de Sonora no fuera ese espantoso hoyo negro.La aspereza del norte? Tampoco, porque la Ciudad deMxico de los aos setenta era, al menos en sus nove-las, una fiesta. Sencillamente hay que aceptarlo: no haymanera de unir en una misma imagen el Mxico, mso menos romntico, de Los detectives salvajes con el M-xico brutal, casi referido documentalmente, de 2666.Sencillamente hay que resignarse: la obra de Bolao noofrece una imagen de Mxico que nosotros, los mexi-canos, podamos continuar y explotar. Por el contrario:derriba los ltimos iconos, extiende el desierto que pi-samos. Para decirlo de otra manera: ahora hay que em-pezar desde aqu:

    REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MXICO | 73

    EL MXICO BOLAO DE ROBERTO SALVAJE

    9 Juan Jos Saer, La perspectiva exterior: Gombrowicz en la Ar-gentina (1990) en El concepto de ficcin / Textos polmicos contra los pre-juicios literarios, Planeta, Mxico, 1999, p. 19.