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Carta Pastoral Sobre el Año de la Fe Cardenal Juan Luis Cipriani Arzobispo de Lima y Primado del Perú

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Carta PastoralSobre el Año de la Fe

Cardenal Juan Luis CiprianiArzobispo de Lima y Primado del Perú

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Carta Pastoral Sobre el Año de la Fe

Como Padre y Pastor de esta iglesia particular de la Arquidiócesis de Lima, me dirijo a mis queridos obispos auxiliares, sacerdotes, religiosos y religiosas de vida contemplativa y activa, diáconos y, asimismo, a todos los hogares y fieles católicos, con el corazón lleno de esperanza. Pido a Dios que nos bendiga con abundantes gracias en este Año de la Fe, que se ha iniciado el pasado once de octubre de 2012 en Roma, por providencial iniciativa del Santo Padre Benedicto XVI.

Antes de hacer unas reflexiones concretas sobre el desafío que significa para nosotros el Año de la Fe, quiero recomendarles vivamente a todos los fieles que lean y mediten la Carta apostólica Porta Fidei, del Papa Benedicto XVI, publicada el 11 de octubre de 2011. En esa Carta encontrarán un tesoro de doctrina cristiana para llevarla a su meditación personal en la presencia de Dios y convertirla en decisiones para la vida diaria.

Esta Carta Pastoral quiere ser un eco del Magisterio Pontificio; permítanme que cite sus primeras palabras: La puerta de la fe (cfr. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida1.

El Santo Padre hace una aclaración muy importante que conviene tener presente: Sucede hoy con frecuencia que nos preocupamos mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de nuestro compromiso, al mismo tiempo que seguimos considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un ambiente cultural, ampliamente aceptado con una referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas2.

1 Benedicto XVI, Carta apost. Porta fidei, Roma, 11-X-11, n.1.2 Benedicto XVI, Homilía en la Misa en Terreiro do Paco, Lisboa, 11-V-10.

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La historia de la fe en cada cristiano

A lo largo de este Año de la Fe es decisivo que cada fiel cristiano, nacido a la fe en la Iglesia por el sacramento del bautismo, examine espiritualmente su historia personal, para contemplar el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y del pecado en nuestras vidas. El sacramento de la Reconciliación se presenta como un don de Dios muy necesario para fortalecer nuestra fe, acudiendo a la confesión personal con frecuencia en búsqueda del perdón con un corazón profundamente arrepentido. Recibir el alimento del Cuerpo de Cristo en el sacramento de la Eucaristía nos recuerda la promesa de Jesús “quien come Mi carne y bebe Mi sangre habita en Mí y Yo en él” (Jn 6, 56). En este Año de la Fe, una mirada a nuestra vida nos colma de esperanza y nos abre al amor de Dios si con humildad reconocemos que somos pecadores que necesitamos de nuestro Redentor que nos sale al encuentro en cada instante.

De domingo a domingo, la comunidad cristiana de cada parroquia da un testimonio vivo de fe, cuando confiesa El Credo de nuestra religión. En este Año, a partir del primer domingo del mes de noviembre, se rezará en todas las Misas dominicales el Credo Niceno-Constantinopolitano que expresa con más profundidad las verdades de nuestra fe.

“En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marcha igualmente sin Él. Pero al mismo tiempo existe también un sentimiento de frustración, de insatisfacción de todo y de todos. Dan ganas de exclamar: ¡no es posible que la vida sea así! Verdaderamente no. Y de este modo, junto al olvido de Dios existe como un “boom” de lo religioso (…) A menudo se escoge aquello que agrada y la religión se convierte casi en un producto de consumo (…) la religión buscada a la “medida de cada uno” al final no nos ayuda. Es cómoda, pero en el momento de crisis nos abandona a nuestra suerte”3

El mundo de lo espiritual se relega a un puro sentimentalismo y se desacredita toda referencia al destino eterno, al bien y al mal como realidades que están en lo profundo de nuestro ser a través de la ley natural. En resumen corremos el riesgo de perdemos en un relativismo moral, que se presenta como si fuera una conquista o una apertura a la libertad. Surge así, el desenfreno en el abuso de la libertad que ha

3 Cfr. Benedicto XVI, Homilía, 21-VIII-2005

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reemplazado su ejercicio responsable. La norma, sea ella cual fuere, es tantas veces rechazada como una intromisión al derecho de tomar decisiones personales; como si el acatamiento libre de la norma excluyera la iniciativa personal de elegir en cada momento el bien que nos conviene o rechazar el mal que nos daña conforme a la ley natural y a la Revelación de Dios.

Sin embargo, la Iglesia no tiene miedo de mostrar cómo, entre la fe y la ciencia, entre la fe y la naturaleza humana, entre la fe y la razón, entre la fe y la ley natural, entre la fe y la felicidad, no puede haber conflicto alguno, porque todas ellas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad4. La fe ilumina a la persona y la potencia elevándola a su gran dignidad de hijo de Dios.

Propuestas concretas:

1. Dar prioridad en nuestras vidas a los sacramentos de la Iniciación Cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Así como la Reconciliación. Es necesaria una catequesis constante y una práctica que facilite la recepción de estos sacramentos.

2. Rezar todos los domingos en la Santa Misa el Credo Niceno-Constantinopolitano.

La fe viva del cristiano que practica su Credo

Es deseo de la Iglesia que todos nosotros descubramos la belleza de nuestra fe católica y crezcamos en este don sobrenatural. Sobre todo, que vivamos nuestra fe en Cristo con intensidad sobrenatural, es decir, como un don que viene de Dios. Muchas veces utilizamos la palabra fe. Pero ¿qué es verdaderamente la fe? El Catecismo de la Iglesia católica nos responde que la fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela5.

Es una adhesión personal, una entrega a Dios a través de la Iglesia. En efecto, la fe implica entregar toda nuestra vida a Dios: nuestra inteligencia, voluntad, afectos, en definitiva, toda nuestra persona. Esta entrega es posible porque primero

4 Juan Pablo II, Carta Enc. Fides et ratio, 14-IX-98. 5 Catecismo de la Iglesia católica, n. 176.

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Dios mismo se nos ha entregado y nos atrae por puro amor hacia Él. Por ello, la fe es gracia, un don sobrenatural, que nos hace entrar en relación en el ámbito de Dios. La fe nos viene directamente de Dios y nos lleva hacia Él. El Señor es quien toca nuestro corazón para creer en Él (cfr. Hch 16,14).

La fe está centrada en Cristo, pues creemos fundamentalmente que es el Hijo de Dios hecho hombre. Y, por ser cristocéntrica nuestra fe es trinitaria, creemos en un solo Dios y en tres personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cristo revela el misterio de la Trinidad y nos hace participar de la vida divina (cfr. 2 P 1, 4). Él nos ha dicho: Creed en Dios, creed también en mí (Jn 14, 1). Es Jesucristo y sólo Él quien hace posible mediante su Espíritu que entremos en comunión con el Padre. Por eso, no debemos creer en ningún otro que no sea Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo6.

La fe en Cristo, que manifestamos en Lima todos los años en el mes de octubre de manera muy especial, es un acto público de fe de millones de fieles, que rezan, que ofrecen sacrificios, que entregan su tiempo a Dios, para acompañarlo en su procesión por las calles de la ciudad. El Señor de los Milagros concede muchos favores a quienes se lo piden con fe, ha hecho igualmente incontables milagros, materiales y espirituales, a lo largo de los siglos. Aumentemos nuestra fe en Nuestro Señor creyendo en Él.

Quien tiene fe se entrega a Cristo con todas las fuerzas de su corazón. Vive para Cristo. De ahí que puede repetir como San Pablo: ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí (Ga 2, 20). En efecto, creer es, en primer lugar, una adhesión personal a Cristo. A mayor entrega a Cristo, más fe. Nos dice el Papa que la fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con Él7. Si la fe está radicalmente centrada en Nuestro Señor Jesucristo, entonces creer en Cristo implica creer en lo que Él ha instituido, es decir, en la Iglesia. Quien tiene fe en Cristo, ama a la Iglesia. Ella es el Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios, Esposa de Cristo y Templo del Espíritu Santo.8

Conviene no perder de vista que la Iglesia es quien nos precede en la fe, engendra nuestra fe y la alimenta. Nuestra adhesión a Cristo implica la Iglesia. Es la Iglesia quien nos comunica a Cristo, único Salvador del mundo. Conocemos a Cristo en

6 Catecismo de la Iglesia católica, n. 178.7 Benedicto XVI, Carta apost. Porta fidei, Roma, 11-X-11, n. 10 y s. 8 Los lugares de la Escritura donde se citan estas palabras son: Cuerpo de Cristo (cfr. Rm 12,4 ss.; 1 Co 12, 12 ss.), Pueblo de Dios (cfr. 1 P 2, 9), Esposa de Cristo (cfr. Ef. 5, 27; Ap 22, 17) y Templo del Espíritu Santo (cfr. 2 Co 6, 6; 1 Co 3, 16-17; Ef. 2, 21).

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su plena verdad gracias a la Iglesia. Una de las imágenes más antiguas que han usado los teólogos cristianos para hablar de la Iglesia es la luna. En efecto, así como Cristo es como el sol que trae la luz al mundo (cfr. Jn 8, 12), la Iglesia es como la luna pues existe para reflejar a todos los hombres el sol de justicia, que es Cristo9.

La gran crisis moral del mundo actual

Advertimos que hay un debilitamiento de la fe y una tendencia a ver las realidades bajo una mirada puramente materialista, ajena y tantas veces contraria a la visión de la fe, don de Dios. No olvidemos que la fe, con palabras reveladas, es fundamento de las cosas que se esperan, prueba de las que no se ven (Hb 11, 1).

“Es preciso que el hombre supere en su pensamiento el límite de las cosas físicas, de lo que se puede tocar, para ser redimido, para poder incorporarse a la verdad íntima de la idea creadora de Dios; únicamente superando ese límite y abandonándolo puede alcanzar la certeza de las cosas más profundas y eficaces: las realidades de la Fe. Llamamos Fe a ese camino que consiste en superar la exigencia de una demostración física, de un signo visible que elimine toda duda, oculta en el fondo de todo rechazo de la fe. Ese negarse a rebasar los límites de la seguridad visible de lo cotidiano también nos lleva al rechazo del amor, pues el amor exige, por su misma esencia, un acto de fe, un acto de entrega de sí mismo”10

Por ello, a la falta de fe se sigue una distorsión moral grande al haberse perdido el sentido del pecado en la vida de muchas personas. La ofensa a Dios se reduce -con una conciencia laxa y con ignorancia- a muy pocas situaciones y se le resta importancia en la vida de fe. No hay dolor, ni hay propósito de enmienda, cuando la ignorancia o la soberbia invaden nuestras vidas. La mentira, en todas sus formas, perturba las relaciones humanas, introduciendo la falsedad y la corrupción en las relaciones personales y sociales. ¿Y qué es la mentira nos preguntamos? La respuesta es sencilla, “consiste en decir falsedad con intención de engañar”11, “es decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”12. Es, en definitiva “la ofensa más directa contra la verdad”13.

9 San Ambrosio, Hexameron 4, 8, 32: PL 14, 204.10 Cfr. Ratzinger, El camino pascual, Madrid 1990, p.3711 San Agustín, De mendacio 4, 5: PL 40, 491.12 Diccionario de la Real Academia de la Lengua.13 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2483.

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Si se omite el conocimiento y la vida conforme a la ley de Dios se promueven conductas aberrantes, de manera frecuente en aquellos temas relacionados a la conducta sexual, desde muy temprana edad, presentándolos como una liberación de estos tiempos, causando una confusión y un grave daño especialmente en la juventud, corrompiendo así toda una generación. El vicio de la lujuria ha invadido una relación digna entre el varón y la mujer, favoreciendo egoísmos desenfrenados –un egoísmo de dos- que han envenenado la naturaleza del matrimonio, generando muy frecuentes rupturas que dejan a los hijos desprotegidos de sus padres.

El aborto, una evidente monstruosidad moral, se pretende justificar con diversos atenuantes sociales, queriéndole quitar el verdadero fondo moral de constituir un asesinato al ser más indefenso, un niño por nacer. En el colmo del cinismo se intenta validarlo legalmente; y en las esferas administrativas del Estado, se pretenden redactar protocolos médicos, sin aceptar el hecho verdadero de que el aborto constituye claramente un homicidio. Si realmente tenemos fe en las palabras del Evangelio, acudamos a las palabras de Simón Pedro: conviene obedecer a Dios antes que a los hombres(Hch. 4,18); y actuemos en consecuencia, siguiendo los dictados de nuestra fe.

Si se vive en la mentira surge la desconfianza en las personas, en las familias, en el mundo laboral, en las instituciones; todas son puestas bajo la sospecha y la violencia irracional asoma de manera inmediata en los corazones.

El ser humano se ve tantas veces inducido a variadas formas de violencia, por el abusivo manejo de los medios de comunicación, que ofrecen constantemente el enfoque más truculento de los hechos de manera forzada y dramática. Así la delincuencia callejera, los asaltos y atropellos contra las personas y contra la propiedad, son analizados como fenómenos sociales patológicos, sin profundizar en sus causas morales, tantas veces originados por deficiencias educativas y ausencia de testimonio de conducta honesta en el hogar. El narcotráfico y el terrorismo, que sufrimos desde hace décadas en nuestro suelo, envenenan a la juventud y a la sociedad en su totalidad, amenazando la convivencia social y la seguridad ciudadana.

Se puede agregar también como deterioro moral importante el apetito insaciable por el dinero, y por una vida de bienestar. Se exige todo como un derecho ciudadano sin recordar que también hay unos deberes religiosos, políticos, sociales, económicos, morales y culturales.

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Sería deshonesto no reconocer que estamos metidos en una profunda crisis moral planetaria, que genera un clima enrarecido en el mundo actual y que afecta también a la Iglesia católica. En la base de toda esta enfermedad está el rechazo de la verdad como un valor fundamental, para la persona humana y para toda forma de organización social. La Verdad no se acepta. Esta enfermedad que afecta a la aceptación de la Verdad, cuya raíz está en el pecado, no podemos curarla solos. Jesús - “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6)- es el Señor de la Historia y el Salvador del hombre.

Ser amigos de Jesucristo, Redentor del hombre

Necesitamos de la presencia y la acción de Jesucristo nuestro Redentor que ha venido a la tierra y se ha hecho hombre, ha padecido y muerto en la Cruz y ha resucitado para salvarnos y conducirnos a la vida eterna. Sólo el poder redentor de Jesucristo es capaz de restaurar en nosotros la condición grandiosa de hijos de Dios y, por lo tanto, hermanos en Cristo. Sólo la fe en Él puede lograr la deseada fraternidad y unidad de los hombres y mujeres para compartir en paz y felicidad el valor divino de lo humano que se esconde en los quehaceres ordinarios que desempeñamos.

No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cfr. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cfr. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cfr. Jn 6, 51). En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación14.

La fe exige un estilo de vida cristiana que refleje la vida de Cristo. Si pensamos que la fe es una cuestión solamente intelectual o sentimental nos equivocamos. Ciertamente, la fe implica conocer las verdades de la doctrina cristiana, es decir, los dogmas de la Iglesia, los cuales están fundamentados en la Sagrada Escritura. También es verdad que la fe tiene una dimensión afectiva, dado que entregamos a Dios también nuestros sentimientos. Pero, todo ello debe desembocar en un estilo de vida según las exigencias del Evangelio. La fe lleva a tener el buen olor de Cristo (2 Co 2, 15).

14 Benedicto XVI, Carta apost. Porta fidei, Roma, 11-X-11, n.3.

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La luz de la fe debe iluminar todo nuestro comportamiento. Para nosotros lo normal debe ser vivir en la santa ley de Dios expresada en los diez mandamientos. En nuestras palabras, pensamientos, deseos, gestos y costumbres sociales debe reflejarse siempre nuestra fe en Cristo.

Al leer con detenimiento la Sagrada Escritura percibimos que quienes tuvieron un encuentro con Cristo comenzaron a vivir de otra manera. Pensemos, por ejemplo, en Zaqueo (cfr. Lc 19, 1-10) o la pecadora pública (cfr. Lc 7, 36-50), entre otros. Y es que la fe en Cristo nos transforma desde dentro. Tiene la virtud de formarnos para que nuestra conducta se adecúe a las enseñanzas evangélicas. Es performativa. El Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida15.

Conocer y amar a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo

El lugar en donde encontramos a Jesucristo es la Iglesia, que es su Cuerpo y es su Esposa. La Iglesia no sustituye a Cristo: Él no es un momento del pasado. Jesucristo, es el mismo ayer, hoy y siempre (Hb 13, 8). La Iglesia es consciente de que sin Jesucristo nada puede hacer.

Precisamente el último Concilio Ecuménico, en la Constitución dogmática Lumen Gentium, afirmaba: Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cfr. 2 Co 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cfr. Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cfr. 1 Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras16.

La Iglesia es indefectiblemente santa17, porque es la comunidad elegida por el Padre para llevar a cabo el misterio de voluntad (cfr.  Ef  1,9), porque Cristo

15 Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, Roma, 30-XI. 07, n. 2. 16 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, n. 8.17 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, n. 39.

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se entregó por ella y porque el Espíritu Santo la santifica a través de la fe y los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, siendo la caridad la sustancia de esa santidad, y la Virgen María su tipo y modelo.

La santidad de la Iglesia es su atributo más antiguo y el que mejor expresa su misterio18; es ante todo un don de la Trinidad: la elección del Padre, la autodonación del Hijo y la inhabitación del Espíritu son las fuentes de la santidad de la Iglesia.La Iglesia es santa y portadora de los sacramentos, medios para salvarnos. Tiene en su seno a pecadores que, en diversa medida, no hemos sido coherentes con nuestra fe y que tenemos necesidad de purificarnos y de hacer penitencia.La Iglesia es sólo administradora de los misterios y dones de la fe entregados por el mismo Jesucristo. No es dueña de las verdades de fe ni puede cambiarlas a su antojo. Por ello debe ser humilde y fiel al mandato de su Fundador Jesucristo y de su Vicario en la tierra, que es el Santo Padre, hoy el Papa Benedicto XVI.

En estos tiempos, donde para algunos sectores se ha convertido en una moda criticar a la Iglesia, nuestra madre, debemos avivar nuestra adhesión a ella. Nuestra fe conduce a vivir la comunión eclesial, la cual tiene como expresión concreta la unidad con el Santo Padre, Vicario de Cristo en la tierra19, y con los obispos, sucesores de los apóstoles (cfr. Lc 10, 16). Amar a Cristo y no amar a la Iglesia es un absurdo, pues es como decirle a una persona yo creo en ti pero no creo en tus obras. No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia como Madre20.

Promover el Catecismo de la Iglesia Católica

El contenido esencial de las enseñanzas de nuestra fe se propone en el Catecismo de la Iglesia católica, que fue promulgado hace veinte años21 con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, se realizó mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia universal.

En este Año de la Fe debemos realizar un esfuerzo importante para estudiar,

18 Juan Pablo II, Carta Novo millenio ineunte, 6-I-01, n. 7.19 Algunos lugares de la Sagrada Escritura que se refieren al Vicario de Cristo: Mt 16, 18; Lc 22, 31-32; Jn 21, 15-17.20 San Cipriano de Cartago, De catholicae unitate ecclesiae: PL 4, 503.21 El Papa Juan Pablo II lo promulgó el 11 de octubre de 2012, en Roma.

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meditar y difundir este instrumento al servicio de la catequesis, sea en los medios de comunicación, hogares, escuelas, colegios, universidades, parroquias y cualquier tipo de grupos que se reúnan para conocer y practicar mejor nuestra fe. Al conocer mejor las verdades que el Catecismo nos enseña de manera ordenada y sistemática, llegaremos a la gozosa verificación que son verdades adecuadas para todas las personas de todos los tiempos y en todas las naciones y culturas.

Veremos cómo las normas de conducta moral que nos enseña el Magisterio, con espíritu clemente y misericordioso, no corresponden tantas veces a la interpretación de algunas personas, cualquiera que sea su situación en la Iglesia, ni a un mal entendido sentimiento de compasión para silenciar las obligaciones más exigentes. A menudo se confunde a la conciencia sencilla de los fieles y se las envuelve en tinieblas de dudas de manera temeraria. Para superar esta situación, se hace más necesario y urgente conocer directamente lo que nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica22.

En la Arquidiócesis de Lima hemos preparado un Catecismo Menor que se puede adquirir por un nuevo sol para que todos puedan estudiarlo y difundirlo masivamente. Este instrumento sencillo servirá como introducción al estudio del Compendio del Catecismo y al de su versión desarrollada.

Propuestas concretas:

1. Adquirir el Catecismo Menor de Lima para estudiarlo y meditarlo en el hogar, en las escuelas, en los grupos parroquiales y entre amigos.

2. Promover actividades como concursos, seminarios y reuniones para profundizar y estimular, desde niños hasta la edad madura, una vida coherente con los contenidos de las verdades de fe que contiene el Catecismo.

22 El 28 de junio de 2005, el Papa Benedicto XVI promulgó en Roma el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, documento más breve y accesible que el Catecismo de la Iglesia católica.

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Nuestra fe crece con oración y frecuencia de Sacramentos

Nuestra fe debe crecer. Es una gracia que nos permite superarnos allí donde no podemos llegar con nuestras propias fuerzas. Dios mismo es quien otorga la fe y la hace crecer en nosotros. ¿Cómo podemos nosotros colaborar con Dios para crecer en la fe? Fundamentalmente, son necesarios dos medios: la oración y la frecuencia de los sacramentos.

La fe necesita de la oración. Es importante que tomemos conciencia de la importancia de la oración. Sin un trato personal con el Señor, sin una conversación amorosa con Jesús, no podemos crecer en la fe. ¿Cuánto tiempo dedicamos a la oración? Si queremos que nuestra fe crezca y se robustezca busquemos espacios diarios de conversación con el Señor. Cuando oremos pidamos al Señor, aquello que le pidieron sus Apóstoles: Señor, auméntanos la fe (Lc 17, 5). Se lo decimos con las mismas palabras nosotros ahora […]: ¡Señor, yo creo! Me he educado en tu fe, he decidido seguirte de cerca. Repetidamente, a lo largo de mi vida, he implorado tu misericordia. Y, repetidamente también, he visto como imposible que Tú pudieras hacer tantas maravillas en el corazón de tus hijos. ¡Señor, creo! ¡Pero ayúdame para creer más y mejor!23

Junto con la oración son necesarios los sacramentos. La Iglesia nos enseña que los sacramentos no sólo suponen la fe, también la fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones; por eso, se llaman sacramentos de la fe24. El día de nuestro bautismo hemos recibido el don de la fe. Por ello, el sacramento del Bautismo es la puerta de la fe y ahí se nos dado la vida nueva (cfr. Rm 6, 4). ¡Qué importante es que los padres de familia se preocupen para que sus hijos reciban cuanto antes el sacramento del bautismo!

Algunas personas opinan equivocadamente que los niños deben crecer para decidir ellos mismos si desean ser bautizados. Pero, me pregunto, si acaso ¿esperan que sus hijos sean adultos para alimentarles, darles agua o vestirles? Si en el ámbito de la vida natural hay necesidades que son imprescindibles, ¡cuanto más en la vida

23 San Josemaría Escrivá, Vida de Fe, en Amigos de Dios, Madrid, 14° ed., 1988, p. 297.24 Con. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 4-XII-63, n. 59.

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del espíritu! No basta el sacramento del Bautismo para vivir correctamente nuestra fe. Se requieren también los llamados sacramentos de iniciación cristiana.

El sacramento de la Confesión hace posible que vivamos con Cristo, en gracia de Dios, que es lo propio de quien tiene fe. El culmen de la vida de fe consiste en recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La Eucaristía es el sacramento de nuestra fe. La Confirmación se debe administrar a los estudiantes alrededor de los doce años de edad para que la acción del Espíritu Santo los acompañe y fortalezca en su lucha personal desde sus primeros años.

Acciones concretas:

1. Visitar con frecuencia a Jesús Sacramentado, en las Capillas de Adoración al Santísimo que existen en muchas de nuestras parroquias y capellanías.

2. Recibir siempre, con el alma limpia de pecado mortal, el Cuerpo de Cristo, y de manera ordinaria en la boca y, si se puede, de rodillas como señal de amor y respeto a su presencia real en el sacramento.

3. Promover este Año de la Fe, en las Parroquias y Capellanías, un plan de formación especial para que los fieles accedan a los sacramentos de la Iniciación Cristiana debidamente preparados y sin retrasos innecesarios.

Nuestra fe católica en misión permanente

La fe lleva a la caridad. Una característica de la fe es que actúa por la caridad (Ga 5, 6). En este sentido, nos dirá la Carta de Santiago que la fe si no tiene obras está realmente muerta (St 2, 17). Para nosotros, que tenemos fe, el amor está dirigido, en primer lugar, a Dios y por Dios a los demás. El amor puro y limpio es el que brota de una fe verdadera. Vivir de fe conduce necesariamente a ocuparnos de los demás. Recordemos constantemente esto: si nuestra fe no se convierte en actos de caridad, no es una fe viva y verdadera.

La fe impulsa a la misión. Nuestra fe católica nos lanza a dar a conocer nuestra fe

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a los parientes, amigos, compañeros de trabajo. Cuando una persona ha encontrado algo que le agrada, ¿acaso no lo comunica a los demás? Esto mismo podemos aplicarlo a la fe. Si nosotros hemos encontrado a Cristo, y por pura gracia, formamos parte de la Iglesia que Cristo ha fundado, ¿por qué no comunicar la belleza de nuestra fe católica a los demás? Seamos apostólicos. También a nosotros Jesús nos ha dicho: Anuncien el Evangelio por toda la creación (Mc 16, 15). En cada miembro de la Iglesia debe latir la exclamación paulina: ¡Ay de mí si no evangelizara! (1 Co 9, 16)

Nos hemos de encender en el deseo y en la realidad de llevar la luz de Cristo, el afán de Cristo, los dolores y la salvación de Cristo, a tantas almas de amigos, de parientes, de conocidos y desconocidos para darles a todos un buen abrazo fraterno y ser así la voz de Dios y la luz de Dios que los ilumina, los despierta y los atrae a la Iglesia.25

El Año de la Fe debe ser ocasión para intensificar la acción de hacer muchos discípulos de Cristo. ¡Hay que llevar a los hombres y a las mujeres a Dios y a su Iglesia! El Santo Padre nos ha dicho que también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe26. Todos nosotros estamos involucrados en este compromiso de la Iglesia por llevar la buena noticia a nuestros hermanos. No escondamos nuestra fe. Hablemos a tiempo y a destiempo de lo hermoso que es vivir con Jesús. Pienso en este momento en mi antecesor, el santo Arzobispo Toribio Alfonso de Mogrovejo. Recorrió alrededor 40,000 kilómetros con un sólo objetivo: anunciar la buena noticia que es Cristo.

El Año de la Fe se presenta, pues, como una nueva llamada a cada uno de los hijos de la Iglesia para que tomemos conciencia viva de la fe, nos esforcemos por conocerla mejor y ponerla fielmente en práctica y, al mismo tiempo, nos empeñemos en difundirla, comunicando su contenido -con el testimonio del ejemplo y de la palabra- a las innumerables personas que no conocen a Jesucristo o que no le tratan.

Acciones concretas:

1. Organizar en todas las parroquias y Capellanías una Misión Popular para anunciar nuestra fe a todas las personas visitándolas en sus hogares, centros de trabajo, escuelas

25 San Josemaría Escriva, 2,VI,197426 Benedicto XVI, Carta apost. Porta fidei, Roma, 11-X-11, n. .7.

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y colegios llevando el Catecismo Menor e invitándolos a participar de grupos de estudio y oración.

2. Dar a conocer nuestra fe a través de los medios de comunicación, redes sociales y todos los modos que la nueva tecnología pone a nuestra disposición.

Santa María, modelo de fe

Si en el Antiguo Testamento, Abraham es el modelo del creyente27, en toda la historia de la salvación, María es la realización más pura de la fe28. Ella nos enseña con toda su vida lo que es la fe. Es la primera creyente en Cristo. Por eso, Isabel le dice: bendita tú porque has creído (Lc 1, 45). En efecto, no sólo es la primera en acoger físicamente a su Hijo (cfr. Lc 2, 7) sino que estuvo unida a Él por la fe y el amor; más aún, se hizo ofrenda uniéndose a la única Víctima que salva, Cristo (cfr. Jn 19, 25-27).

Jesús y María siempre van juntos, son inseparables. Benedicto XVI nos enseña que todo ha venido de Cristo, incluso María. Todo ha venido por María, incluso Cristo29. Cristo, único Redentor del mundo, tiene que ser el centro de nuestras vidas, y María es la primera que nos conduce a Él y hace que reine en nuestros corazones. Así como Jesucristo vino al mundo por medio de María, así por medio de María debe reinar en el mundo30.

El Año de la Fe debe ser también ocasión para intensificar nuestra devoción a la Santísima Virgen María, modelo de fe. Acudamos siempre a Ella pidiendo su intercesión poderosa, especialmente que nos conceda de su Hijo, crecer en la fe.

27 Cfr. Gn 15, 5; Rm 4, 11.18; Hb 11, 8.28 Cfr. Catecismo de la Iglesia católica, n.178.29 Benedicto XVI, Procesión eucarística, Lourdes, 14-09-2008.30 San Luis María de Monfort, Tratado de la verdadera devoción n.1.

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Acciones concretas:

1. Rezar el Santo Rosario todos los días, y si es posible, en familia, contemplando la vida de Jesús y de María en los Misterios.

2. Tener una imagen de la Virgen María, en los hogares, salones de clases y lugares de trabajo que nos permita mirarla con amor y tenerla siempre como Madre de la Iglesia y Madre nuestra, Protectora especial de la familia.

Lima, en el mes del Señor de los Milagros, Octubre de 2012

+ Juan Luis Cardenal CiprianiArzobispo de Lima y Primado del Perú

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