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«KASHTANKA» ANTON P. CHEJOV Ediciones elaleph.com

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  • K A S H T A N K A

    A N T O N P . C H E J O V

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz
  • Editado porelaleph.com

    2000 Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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    IMALA CONDUCTA

    Un perro joven y canelo -un chucho de raza in-definida-, de morro muy parecido al de una raposa,corra adelante y atrs por la acera y miraba inquietoa los lados. De tarde en tarde se detena y, con las-timero aullido, levantaba ya una, ya otra de sus he-ladas patas, tratando de comprender cmo habapodido perderse.

    Recordaba muy bien lo que haba hecho duranteel da y cmo, a la postre, haba ido a parar a aquelladesconocida acera.

    Por la maana, su amo, el ebanista Luk Ale-xndrich, se haba puesto el gorro, haba tomado

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    bajo el brazo cierta pieza de madera envuelta en untrapo rojo y haba gritado:

    - Vamos, Kashtanka!Al or su nombre, el chucho de raza indefinida

    haba salido de debajo del banco de carpintero,donde de ordinario dorma entre las virutas, se ha-ba estirado agradablemente y haba seguido a suamo. Los clientes de Luk Alexndrich vivan muylejos, as que antes de llegar hasta cada uno de ellosel ebanista deba hacer algunas paradas en las taber-nas para reponer sus fuerzas. Kashtanka recordabaque por el camino su conducta haba sido muy in-conveniente. La alegra de que le hubiesen sacado apasear le haca dar brincos, ladrar al tranva de caba-llos, meterse por los patios y perseguir a todos losperros que se encontraba. A cada instante el eba-nista lo perda de vista, lo llamaba y le rea enfada-do. En una ocasin, con expresin de clera pintadaen el semblante, haba llegado a agarrarle de su orejade raposa, dndole unos tirones, y haba dicho, alar-gando las palabras:

    -O-ja-l re-vien-tes, canalla!Despus de despachar con los clientes, Luk

    Alexndrich se acerc un momento a casa de suhermana, donde bebi una copa y tom un bocado,

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    De all se dirigi a visitar a un encuadernador cono-cido, del encuadernador a la taberna, de la taberna aver un compadre, etc. En unas palabras, cuandoKashtanka se vio en aquella acera extraa, ya ano-checa y el ebanista estaba borracho como una cuba.Agitaba los brazos y, suspirando profundamente,balbuceaba:

    -Todos hemos nacido en el pecado. Oh, peca-dores, pecadores! Ahora vamos por la calle y mira-mos las farolas, pero cuando nos llegue la muertenos consumiremos en el fuego del infierno...

    O bien le daba por un tono bonachn, llamabaa Kashtanka y le deca:

    -T, Kashtanka, no eres ms que un insecto. Sise te compara con el hombre, eres como un malcarpintero frente a un buen ebanista...

    Estaba hablando as con l cuando resonaronlos acordes de una banda militar. Kashtanka, volvila cabeza y vio que por la calle, hacia l, vena unregimiento. No poda soportar la msica, que ledescompona los nervios, y empez a aullar, yendoy viniendo. Con gran asombro suyo, el ebanista, envez de asustarse, de chillar y ladrar, sonri amplia-mente y, ponindose en posicin de firmes, se llevla mano a la visera. Viendo que su amo no protesta-

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    ba, Kashtanka aull con ms fuerza y, sin compren-der lo que haca, cruz la calzada hasta la aceraopuesta.

    Al darse cuenta de las cosas, la msica ya no seoa y el regimiento haba desaparecido, corri al lu-gar donde haba dejado a su amo, pero, ay!, el eba-nista ya no estaba all, pareca que se le hubieratragado la tierra... Kashtanka olisque la acera con laesperanza de encontrar al amo por el olor de sushuellas, pero un miserable acababa de pasar con suschanclos nuevos y todos los olores delicados seconfundan con aquella peste de la goma, hasta talpunto, que era imposible distinguir nada.

    Kashtanka corri adelante y atrs sin encontrar asu dueo. A todo esto haba oscurecido. A amboslados de la calle encendieron las farolas, las ventanasde las casas se fueron iluminando. Caan unos coposgrandes y esponjosos, cubriendo de blanco la calza-da, los lomos de los caballos y los gorros de los co-cheros, y cuanto ms oscuro era el aire, ms clarosse hacan los objetos. junto a Kashtanka, cubriendosu campo visual y empujndole con sus pies y pier-nas, no cesaban de ir y venir clientes desconocidos.(Kashtanka divida a toda la humanidad en dos par-tes muy desiguales: amos y clientes, con la diferencia

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    esencial, entre unos y otros, de que los primerospodan pegarle y a los segundos l mismo estabaautorizado para morderles las pantorrillas.) Losclientes tenan prisa y no le prestaban atencin al-guna.

    Cuando se hizo completamente de noche,Kashtanka se vio dominado por la desesperacin y elmiedo. Se arrim a un portal y empez a lloraramargamente. Las andanzas de todo el da con LukAlexndrich le haban fatigado, senta fro en lasorejas y las patas y, para colmo de males, estabahambriento. Desde por la maana slo haba tenidoocasin de llevarse algo al estmago dos veces: unpoco de cola en casa del encuadernador y una tripade salchichn que haba encontrado junto al mos-trador de una de las tabernas. Y eso era todo. Si hu-biese sido persona, a buen seguro habra pensado:No, esta vida es imposible. Hay que pegarse untiro!

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    IIEL MISTERIOSO DESCONOCIDO

    Pero no pensaba en nada y se limitaba a llorar.Cuando la nieve suave y esponjosa hubo cubierto sulomo y su cabeza, y, exhausto, se haba sumido enuna pesada modorra, la puerta en que se hallabaapoyado hizo un ruido, chirri y le golpe en uncostado. Dio un salto. Por la puerta sali un hom-bre que perteneca a la categora de los clientes.Como Kashtanka haba lanzado un chillido, enre-dndosele entre las piernas, aquel hombre no pudopor menos que advertir su presencia. Se inclin ypregunt:

    -De dnde vienes, perrito? Te he hecho dao?Bueno, no te enfades, no te enfades... Perdname.

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    Kashtanka mir al desconocido a travs de loscopos que colgaban de sus pestaas y vio ante s aun hombrecillo bajo y regordete, de cara redonda yafeitada, con sombrero de copa y el abrigo desabro-chado.

    -De qu te quejas? -prosigui l, mientras conun dedo le quitaba la nieve del lomo-. Dnde esttu amo? Te has perdido, verdad? Pobre perrito!Qu vamos a hacer ahora?

    Percibiendo en la voz del desconocido un matizcordial y carioso, Kashtanka le lami la mano y au-ll ms lastimeramente todava.

    -Resulta muy divertido! -dijo el hombre- Erestotalmente un zorro! En fin, no hay otro remedio:vente conmigo. Tal vez sirvas para algo... Ea, va-mos!

    Chasque la lengua e hizo a Kashtanka una sealque nicamente poda significar una cosa: Ven. YKashtanka le sigui.

    Media hora ms tarde estaba ya sentado sobresus cuartos traseros en el suelo de una habitacinespaciosa y bien iluminada, con la cabeza inclinada aun costado y contemplando con ternura y curiosi-dad al desconocido, que daba buena cuenta de sucena. A la vez que coma le echaba algn trozo... En

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    un principio le dio pan y una corteza verde de que-so, luego un pedazo de carne, medio pastelillo yunos huesos de pollo; el perro, hambriento, lo de-voraba todo con tal rapidez, que ni siquiera llegaba aadvertir el sabor de lo que engulla. Cuanto mscoma, mayor era su hambre.

    -Parece que no te alimentan muy bien tusamos! -dijo el desconocido, viendo con qu ansiaferoz tragaba sin masticar-. Y qu flaco ests! Notienes ms que piel y huesos...

    Kashtanka comi mucho, aunque sin llegar ahartarse; sentase como borracho. Despus de lacena se tumb en el suelo, estir las patas y meneel rabo, sintiendo en todo su cuerpo una agradablelanguidez. Mientras su nuevo amo, retrepado en elsilln, fumaba un cigarro, l meneaba el rabo y tra-taba de dilucidar un problema: Dnde se estabamejor, con el desconocido o con el ebanista? Lavivienda del desconocido era pobre y fea; quitandolos sillones, el divn, el quinqu y las alfombras, nohaba nada, y la habitacin pareca vaca. En casa delebanista, en cambio, todo se encontraba repleto decosas; estaban la mesa, el banco de carpintero,montones de virutas, cepillos, garlopas, sierras, lajaula del jilguero, el barreo... La habitacin del des-

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    conocido no ola a nada, mientras que en la casa delebanista siempre haba un esplndido olor a cola,barniz y virutas. Pero la vivienda del desconocidoofreca una gran ventaja. Le daban abundante comi-da y, haba que hacerle justicia, cuando Kashtankaestaba ante la mesa y le miraba enternecido, no legolpe ni una sola vez, no patale ni lleg a gritarsiquiera: Vete de ah, maldito!

    Terminado su cigarro, el nuevo amo sali porunos instantes para volver con una pequea col-choneta en las manos.

    -Eh, perro, acrcate! -dijo, poniendo la colcho-neta en un rincn, al pie del divn -. Echate aqu,durmete.

    Luego apag el quinqu y se march. Kashtankase tendi en la colchoneta y cerr los ojos; de la ca-lle lleg un ladrido que sinti deseos de contestar,pero de pronto, cuando menos lo esperaba, le inva-di una oleada de tristeza. Record a Luk Alexn-drich, a su hijo Fidiushka, el confortable rinconcitode debajo del banco... Record las largas tardes deinvierno, cuando el ebanista cepillaba sus maderas olea en voz alta el peridico y Fidiushka sola jugarcon l... Le agarraba las patas traseras, lo sacaba dedebajo del banco y haca con l tales diabluras, que

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    se le nublaba la vista y llegaba a sentir dolor en to-das las articulaciones. Le haca andar a dos patas, loconverta en campana, es decir, le tiraba fuerte-mente del rabo hasta que el animal empezaba a chi-llar y a ladrar, le daba a oler tabaco... Resultabaverdaderamente horrorosa una de las travesuras deFidiushka: ataba a una cuerda un trozo de carne, selo daba a Kashtanka y, cuando ste lo haba tragado,entre grandes risas, se lo sacaba del estmago. Ycuanto ms vivos eran los recuerdos, tanto msfuertes y lastimeros eran los aullidos de Kashtanka.

    Pero la fatiga y el calorcillo no tardaron en ven-cer la tristeza... Quedse amodorrado. Crey verperros que pasaban corriendo; entre otros, vio ellul con el cual se haba encontrado aquel da en lacalle, muy lanudo, con una catarata en un ojo y unmechn que le caa junto a la nariz. Fidiushka, conuna barra de hierro en la mano, persegua al lul;luego se cubri de pronto de lanas, ladr alegre-mente y se fue a reunir con Kashtanka. Uno y otro seolisquearon las narices y corrieron a la calle...

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    IIIUNA NUEVA AMISTAD, QUE RESULTA

    MUY AGRADABLE

    Cuando Kashtanka se despert haba ya luz ydesde la calle llegaban ruidos que nicamente seoyen de da. En la habitacin no haba ni un alma.Kashtanka se estir, bostez y, enfadado y sombro,dio unas vueltas por la pieza. Olisque los rinconesy los muebles, se asom a la entrada y no encontrnada interesante. Adems de la puerta que daba alrecibidor, haba otra. Despus de pensarlo, Kashtan-ka ara con ambas patas, la abri y entr en elcuarto siguiente. All, en una cama y cubierto con sumanta, dorma un cliente que l identific con eldesconocido de la vspera.

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    -Rrrr... -gru, pero, recordando el festn de lavspera, mene el rabo y se dedic a olisquear.

    Pas revista a la ropa y a las botas del descono-cido y encontr que olan intensamente a caballo.En el dormitorio haba una nueva puerta, que tam-bin estaba cerrada. Kashtanka ara en ella, empujcon el pecho, la abri e instantneamente advirtiun olor extrao, muy sospechoso. Previendo undesagradable encuentro, sin cesar de gruir y mi-rando a un lado y a otro, penetr en un pequeocuarto, cuyas paredes estaban cubiertas por un papelmuy sucio, y se hizo atrs, dominado por el miedo.Haba visto algo inesperado y espantoso. Con elcuello y la cabeza casi pegados al suelo, las alas des-plegadas y palpando, avanzaba sobre l un ganso deplumaje gris. A un lado, sobre una colchoneta, habaun gato blanco; al ver a Kashtanka se puso en pie deun salto, encorv el espinazo y, con la cola tiesa y elpelo erizado, emiti un bufido. El perro se asustde veras, pero, para disimular el miedo que le domi-naba, lanz un sonoro ladrido y se arroj sobre elgato. Este encorv todava ms el espinazo, repitiel bufido y dio a Kashtanka un zarpazo en la cabeza.El perro se hizo atrs de un salto, agachse, alarghacia el gato el hocico y ladr con voz lastimera; en

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    este tiempo el ganso se le acerc por detrs y le dioun tremendo picotazo en el lomo. Kashtanka searroj de un salto sobre el gato...

    -Qu pasa ah? - se oy una voz sonora y enfa-dada, y en el cuarto entr el desconocido de batn ycon un cigarro entre los dientes- Qu significa es-to? Cada uno a su sitio!

    Se acerc al gato, le dio unas palmadas en el en-corvado lomo y dijo:

    -Qu significa esto, Fidor Timofich? Os pelea-bais? Ah, viejo canalla! chate!

    Y, volvindose hacia el ganso, grit:-Ivn Ivnich, a tu sitio!El gato se acost dcilmente en su colchoneta y

    cerr los ojos. A juzgar por la expresin de su cara ysus bigotes, l mismo estaba descontento de haber-se acalorado y de enzarzarse en la ria. Kashtankarefunfu ofendido y el ganso estir el cuello y em-pez a hablar rpidamente, con pasin y vocalizan-do muy bien, pero sin que se le entendiese nada.

    -Bueno, bueno - dijo el amo, bostezando Hayque vivir en paz y buena amistad.

    Hizo una caricia a Kashtanka y prosigui:-Y t, canelo, no tengas miedo... son buena

    gente, no te harn nada malo. Pero, espera, cmo

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    te vamos a llamar? Porque no puedes estar sinnombre, amigo.

    El desconocido lo pens y dijo:-Vers... Te vas a llamar To... Comprendes?

    To!Y, despus de repetir varias veces la palabra

    To, sali del cuarto. Kashtanka se sent y se dedi-c a observar. El gato permaneca inmvil en la col-choneta, haciendo como que dorma. El ganso, conel cuello estirado, se remova en su sitio sin cesar dehablar, con el calor y la rapidez de antes, en su len-guaje. Pareca un ganso muy inteligente; despus decada parrafada se haca atrs con un gesto de asom-bro, como admirado de su propio discurso... Kash-tanka lo estuvo escuchando un rato, contest conun rrrr... y se dedic a oler los rincones. En unode ellos haba un pequeo comedero en el que vioguisantes reblandecidos y unas cortezas de pan decenteno mojado en agua. Prob los guisantes, perono le agradaron; prob las cortezas y le parecieronbuenas. El ganso no se enfad lo ms mnimo al verque un perro desconocido se coma sus alimentos;al contrario, se puso a hablar con ms calor todava,y para demostrar su confianza, se acerc l mismoal comedero y engull unos cuantos guisantes.

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    IVMARAVILLAS Y PORTENTOS

    Poco despus volvi el desconocido trayendoun extrao objeto en forma de trapecio. Del trave-sao de aquel tosco trapecio de madera colgaba unacampana y en l haba sujeta una pistola. Del badajode la campana y del gatillo de la pistola pendanunas cuerdas. El desconocido coloc el trapecio enel centro del cuarto, pas bastante tiempo desatan-do y atando, y luego mir al ganso y dijo:

    -Tenga la bondad, Ivn Ivnich.El ganso se acerc a l y qued a la expectativa.-Ea! - sigui el desconocido -, empezaremos

    por el principio. Ante todo, saluda y haz la reveren-cia. Vivo!

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    Ivn Ivnich alarg el cuello, lo inclin a derechay a izquierda y golpe el suelo con la pata.

    -Muy bien... Ahora murete!El ganso se tendi sobre su espalda con las pa-

    tas en alto. Despus de realizar algunos nmerospor el estilo, nada difciles, el desconocido se llevlas manos a la cabeza, puso una cara de espanto ygrit-Socorro! Que se quema la casa! Que arde-mos!

    Ivn Ivnich corri hacia el trapecio, tom lacuerda con el pico e hizo sonar la campana.

    El desconocido qued muy satisfecho, pas lamano por el cuello del ganso y dijo:

    -Muy bien, Ivn Ivnich, Ahora eres un joyeroque vende oro y brillantes. Llegas a la tienda y teencuentras con unos ladrones. Qu haras en talcaso?

    El ganso agarr con el pico la otra cuerda y dioun tirn, con lo que se produjo un ensordecedordisparo. A Kashtanka le haba agradado mucho elrepicar de la campana, pero el disparo le entusiasmtanto, que empez a ladrar y a dar vueltas alrededordel trapecio.

    -A tu sitio, To! -grit el desconocido-. Silencio!

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    El trabajo de Ivn Ivnich no haba terminadoah. Durante toda una hora el desconocido le hizocorrer alrededor de l, mientras haca restallar el l-tigo; el ganso deba saltar barreras y atravesar aros,encabritarse, es decir, sentarse sobre la cola y moverlas patas. Kashtanka, sin apartar los ojos de Ivn Iv-nich, chillaba de entusiasmo, y en varias ocasiones losigui corriendo, con un sonoro ladrido. Cuando elhombre y el ganso se hubieron cansado, el desco-nocido se limpi el sudor de la frente y grit:

    -Mara, trae a Javrona Ivnovna!Al cabo de un minuto se oa un gruido... Kash-

    tanka dio un respingo, adopt un aire muy bravo y,por si acaso, se arrim al desconocido. Se abri lapuerta, se asom una vieja y, despus de decir unaspalabras, dej pasar a un cerdo muy feo. Sin prestaratencin alguna a las protestas de Kashtanka, el cer-do levant el hocico y gru alegremente. Parecamuy contento de ver a su amo, al gato y a Ivn Iv-nich. Se acerc al minino, le empuj ligeramente conel hocico por debajo de la tripa y luego se puso ahablar con el ganso; en sus movimientos, en su vozy en el temblor del rabo se adverta una gran dosisde bondad. Kashtanka comprendi al instante queno mereca la pena gruir y ladrar a tales sujetos.

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    El amo retir el trapecio y grit:-Fidor Timofich, venga aqu!El gato se levant, se estir perezosamente y

    con desgana, como quien hace un favor, se acerc alcerdo.

    -Ea!, empezaremos por la pirmide egipcia -dijo el amo. Se entretuvo largo rato en dar explica-ciones y luego orden: Uno... dos... tres! Ivn Iv-nich, al or la palabra tres, bati las alas y salt allomo del cerdo... Cuando con ayuda de las alas y delcuello logr afirmarse sobre el spero lomo, FidorTmofich, indolente y perezoso, con franco des-precio y como si todo su arte le importase un bledo,subi al lomo del cerdo y luego, con desgana, saltsobre el ganso y se coloc en posicin vertical sobrelas patas traseras. Result lo que el desconocido de-nominaba pirmide egipcia. Kashtanka aull de entu-siasmo, pero en este tiempo el viejo gato bostez y,perdido el equilibrio, se cay del ganso. Ivn Ivnichse tambale y tambin se vino abajo. El desconoci-do grit, agitando mucho los brazos, y repiti lasexplicaciones.

    Despus de una hora de ejercicios perfeccio-nando la pirmide, el infatigable amo se dedic a

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    ensear a Ivn Ivnich a cabalgar sobre el gato, hizofumar a ste, etc.

    Terminada la leccin, el desconocido se limpiel sudor de la frente y sali del cuarto. Fidor Timo-fich solt un desdeoso bufido, se tumb en la col-choneta y cerr los ojos. Ivn Ivnich se dirigi alcomedero y el cerdo fue retirado por la vieja.

    Las muchas novedades de la jornada hicieronque el tiempo transcurriera para Kashtanka insensi-blemente; al hacerse la noche fue llevado con sucolchoneta al cuarto del sucio empapelado y alldurmi en compaa de Fidor Timofich y del ganso.

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    VTALENTO! TALENTO!

    Transcurri un mes.Kashtanka se haba habituado a las sabrosas co-

    midas diarias y a que le llamasen To. Se habitutambin al desconocido y a sus nuevos compaerosde vivienda. La vida se deslizaba como sobre rue-das.

    Los das empezaban siempre lo mismo. De or-dinario, el primero en despertarse era Ivn Ivnich,que inmediatamente se acercaba al To o al gato, es-tiraba el cuello y comenzaba a hablar con calor, co-mo el que trata de convencer de algo, aunque susfrases seguan siendo tan incomprensibles comoantes. En ocasiones levantaba la cabeza y pronun-

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    ciaba largos monlogos. En un principio Kashtankapens que el ganso hablaba mucho porque era muyinteligente, pero no tard en perderle todo el res-peto; cuando se le acercaba con sus interminablesdiscursos, no mova ya el rabo, sino que trataba desacudrselo como se hace con un charlatn impor-tuno que no deja dormir a nadie, y sin la menor ce-remonia le responda: Rrrr ...

    Fidor Timofich era un seor de otro linaje; aldespertarse, no emita ruido alguno, no se mova yni siquiera abra los ojos. De buena gana no se ha-bra despertado, porque, segn todos los sntomas,no tena apego a la vida. Nada le interesaba, todo lomiraba con indiferencia y desdn, lo despreciabatodo e incluso, a la hora de la comida, haca ascos alos sabrosos manjares.

    Kashtanka, al despertarse, empezaba a recorrerlas habitaciones, oliendo en cada rincn. Slo elgato y l tenan permiso para andar por todo el piso;el ganso no deba traspasar el umbral del cuarto delempapelado sucio, y Javronia Ivnovna viva fuera, enun cobertizo del patio, y slo apareca a la hora de laleccin. El amo se despertaba tarde, tomaba el t einmediatamente se entregaba a sus ejercicios con losanimales. Cada da aparecan en la habitacin el tra-

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    pecio, el ltigo y los aros, y cada da se repeta lomismo casi sin variacin alguna. La leccin durabade tres a cuatro horas, de modo que a veces FidorTimofich llegaba a tambalearse como un borracho,Ivn Ivnich abra el pico, respirando fatigosamente, yel amo, rojo como un tomate, no cesaba de limpiar-se el sudor de la frente.

    Las lecciones y la comida hacan los das muyinteresantes, pero al llegar la noche vena el aburri-miento. El amo sola salir llevando consigo al gansoy al gato. El To se quedaba solo, se acostaba en sucolchoneta y se entregaba a sus tristes pensamien-tos... La tristeza le invada sin que l mismo se diesecuenta, hacindose cada vez ms intensa, lo mismoque la oscuridad de la habitacin. Los primerossntomas eran que el perro perda por completo losdeseos de ladrar, de comer, de recorrer las habita-ciones y hasta de mirar a nada; luego en su imagina-cin aparecan dos figuras. confusas, que no sabradecir si eran perros o personas, de fisonoma agra-dable y simptica, aunque no acababa de identifi-carlas. Cuando se le presentaban, el To meneaba elrabo; le pareca haber visto y querido a aquellos se-res en otro lugar... Y al dormirse, siempre senta que

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    de esas figuras emanaba un olor a cola, a virutas y abarniz.

    Cierta vez, antes de comenzar la leccin, cuandoya se haba hecho por completo a la nueva vida y deun chucho flaco que era se haba convertido en unperro gordo y bien criado, el amo le acarici y ledijo:

    -Ya es hora, To, de que hagamos algo prctico.Se acab el holgazanear. Quiero hacer de ti un ar-tista... Quieres ser artista?

    Y empez a ensearle diversas habilidades. Enla primera leccin aprendi a mantenerse de pie y amarchar sobre las patas traseras, cosa que fue muyde su agrado. En la segunda hubo de saltar, siempresobre las patas traseras, hasta alcanzar un terrn deazcar que el maestro mantena en alto sobre sucabeza. Luego vino bailar, correr sujeto a la cuerda,describiendo crculos, aullar a los sones de la msi-ca, tocar la campana y disparar; al cabo de un mesya poda reemplazar perfectamente a Fidor Timofichen la pirmide egipcia. Era muy aplicado y se sen-ta satisfecho de sus xitos; correr con la lengua fue-ra, saltar por arco y cabalgar sobre el viejo FidorTimofch le proporcionaba el mayor de los placeres.Cada ejercicio bien hecho lo acompaaba de sono-

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    ros y entusisticos ladridos; el maestro, pasmado, seentusiasmaba tambin y se frotaba las manos.

    -Eres un talento, un talento deca-. Un talentoindudable! Seguro que tendrs xito.

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    VIUNA NOCHE INTRANQUILA

    El To so que le persegua un portero con suescoba y se despert sobresaltado.

    La habitacin estaba silenciosa y oscura, el calorera sofocante. Las pulgas le picaban. El To no habasentido nunca miedo a la oscuridad, pero ahora leinvada el terror y le entraron ganas de ladrar. En lapieza vecina el amo suspiro profundamente; luego,al cabo de un rato, el cerdo gru en su cobertizo, ytodo qued de nuevo en silencio. Cuando uno pien-sa en la comida el alma parece aliviada, y el To em-pez a pensar que aquel da haba robado a FidorTimofich una pata de pollo, que dej escondida en lasala, entre el armario y la pared, en un lugar donde

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    abundaban las telaraas y el polvo. Le habra agra-dado acercarse ahora y mirar si la pata segua en susitio. Era muy posible que el amo la hubiese encon-trado y se la hubiera comido. Pero hasta la maanano se poda salir de la habitacin: tal era la normaestablecida. El To cerr los ojos para dormirsepronto, pues por experiencia saba que cuanto antesse duerme uno ms de prisa viene la maana. Peroen esto, no lejos de l reson un grito terrible, quele hizo estremecerse y ponerse de pie. Era Ivn Iv-nich, y su grito no era el de un charlatn que quiereconvencer, como haca a diario, sino algo salvaje yestridente, antinatural, parecido al chirrido de unapuerta al abrirse. Sin ver nada en las tinieblas que lerodeaban, sin comprender lo que ocurra, el To sin-ti ms miedo an y gru:

    -Rrrr..Transcurri algn tiempo, el que se necesitara

    para roer un buen hueso; el grito no se repiti. ElTo se fue tranquilizando y se durmi de nuevo. So- con dos grandes perros negros; de los flancos yde las patas traseras les colgaban sucios mechonesde pelo; coman vidamente desperdicios en un ba-rreo, del que se desprenda un vapor blanco y unolor muy apetitoso. En ocasiones miraban al To,

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    enseaban los colmillos y gruan: A ti no te dare-mos nada. Pero de la casa sali un hombre vestidocon un largo capotn y los ech con un ltigo. En-tonces, el To se acerc al barreo y se puso a co-mer, pero en cuanto el hombre se hubo retirado, losperros negros de antes se arrojaron sobre l, y eneste momento reson otro penetrante grito.

    -Cua! Cua-cua-cua!- gritaba Ivn Ivnich.El To se despert, se puso en pie de un salto y,

    sin salir de la colchoneta, emiti un largo aullido.Imaginbase que el autor del grito no era Ivn Iv-nich, sino un desconocido. En el cobertizo volvi agruir el cerdo.

    Se oy el arrastrar de unas zapatillas y en elcuartito entr el amo envuelto en su batn y con unavela en la mano. Los destellos de la luz saltaron porel sucio papel de las paredes y por el techo, expul-sando la oscuridad. El To vio que en la habitacinno haba nadie extrao. Ivn Ivnich no dorma. Es-taba tendido en el suelo, con las alas cadas y el picoentreabierto, como si se sintiese muy fatigado y qui-siera beber. Tampoco dorma el viejo Fidor Timo-fich, despertado, sin duda, por el grito.

    -Qu te ocurre, Ivn Ivnich? - pregunt el amoal ganso-. Por qu gritas? Ests enfermo?

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    El ganso guard silencio. El amo le pas la ma-no por el cuello y el espinazo y dijo:

    -Eres un impertinente: ni duermes ni dejasdormir.

    El amo sali, llevndose la luz, y de nuevo que-d todo sumido en las tinieblas. El To sinti miedo.El ganso no gritaba, pero de nuevo crey que en laoscuridad haba alguien extrao. Y lo peor de todoera que a ese alguien no se le poda morder, porqueera invisible y careca de forma. Pens que esta no-che haba de ocurrir forzosamente algo muy malo.Fidor Timofch se mostraba tambin inquieto. El Tooa cmo se remova en su colchoneta, bostezaba ysacuda la cabeza.

    En la calle llamaron a una puerta y en el cober-tizo gru el cerdo. El To aull, extendi las patasdelanteras y coloc la cabeza entre ellas. En los gol-pes dados a la puerta, en el gruido del cerdo -desvelado tambin -, en la oscuridad y en el silencio,adverta algo que le produca angustia y miedo, lomismo que el grito de Ivn Ivnich. Todo le causabaalarma e inquietud, pero por qu? Quin era eseser extrao que no se dejaba ver? junto al To, porun instante, brillaron dos turbias lucecitas verdes.Por primera vez desde que se conocan Fidor Timo-

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    fich se acercaba a l. Qu querra? El To le lamiuna pata y, sin preguntare la causa de su venida, au-ll suavemente y en distintos tonos.

    -Cua! -grit Ivn Ivnich-. Cua-a-a!La puerta se abri de nuevo y entr el amo con

    la vela. El ganso segua lo mismo que antes, con elpico abierto y las alas cadas. Sus ojos estaban cerra-dos.

    -Ivn Ivnich -le llam el amo.El ganso no se movi. El amo se sent ante l

    en el suelo, lo mir un rato en silencio y dijo:-Qu es eso, Ivn Ivnich? Te vas a morir? Ah,

    ahora lo recuerdo! - exclam, llevndose las manosa la cabeza Ya s lo que te ocurre! Es el pisotn quehoy te dio el caballo! Dios mo, Dios mo!

    El To no alcanzaba a comprender lo que decael dueo, pero por su cara vio que ste esperabaalgo terrible. Alarg el morro hacia la oscura venta-na por la que, crey l, miraba un desconocido yaull.

    -Se muere, To! - dijo el amo, y junt ambasmanos-. S, s, se muere. La muerte ha venido a vi-sitarnos. Qu podramos hacer?

    Plido e inquieto, suspirando y meneando la ca-beza, el amo volvi a su dormitorio. El To sinti

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    miedo de quedarse en la oscuridad y lo sigui. El sesent en la cama y repiti varias veces:

    -Dios mo, qu se podra hacer?El To iba y vena junto a sus pies, sin compren-

    der las razones de su angustia e inquietud; en susdeseos de alcanzar la causa de todo esto, no se per-da ni uno solo de sus movimientos. Fdor Timofich,que raras veces abandonaba su colchoneta, salitambin al dormitorio del amo y comenz a frotarseen las piernas de ste. Sacudi la cabeza, como siquisiera desprenderse de graves pensamientos, ymir sospechosamente debajo de la cama.

    El amo tom un platillo, lo llen de agua en elgrifo y volvi al cuarto del ganso.

    -Bebe, Ivn Ivnich - dijo cariosamente, ponien-do ante l el platillo-. Bebe, querido.

    Pero Ivn Ivnich no se movi ni abri los ojos.El dueo le acerc la cabeza al platillo y le meti elpico en el agua, pero el ganso no quiso beber, dejcaer an ms las alas y su cabeza qued inmvil enel platillo.

    - No, ya es imposible hacer nada! - suspir elamo Se acab todo. Adis, Ivn Ivnich!

    Y por sus mejillas se deslizaron unas gotitas bri-llantes, parecidas a las que bajan por las ventanas

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    cuando llueve. Sin comprender nada de esto, el Toy Fidor Timofich se apretaron contra l y miraronhorrorizados al ganso.

    -Pobre Ivn Ivnich! -deca el amo, suspirandotristemente- Y yo que pensaba llevarte esta primave-ra al campo, a que corrieses por la hierba verde...Te has muerto, mi bueno y querido compaero defatigas! Cmo me las voy a arreglar sin ti?

    Al To le pareci que tambin a l le iba a suce-der algo parecido, es decir, que, sin saber por qu,iba a cerrar los ojos, a estirar las patas y a abrir laboca, y que todos le miraran horrorizados. Esasmismas ideas deban de rondar por la cabeza de Fi-dor Timofich. jams se haba mostrado el viejo gatotan triste y taciturno como ahora.

    Comenzaba a amanecer y en la habitacin no seencontraba ya aquel ser extrao e invisible que ha-ba asustado al To. Cuando se hizo de da, vino elportero, agarr al ganso por las patas y se lo llevquin sabe a dnde. Poco despus se presentaba lavieja y retiraba el comedero.

    El To se acerc a la sala y mir detrs del arma-rio: el amo no se haba comido la pata de pollo, quesegua en el mismo sitio, entre el polvo y las telara-as. Pero se senta dominado por el tedio y la triste-

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    za; quera llorar. Ni siquiera oli la pata. Se sent alpie del divn y empez a aullar con una delgada vo-cecita.

    -Au-au-au...

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    VIIUN DEBUT DESAFORTUNADO

    Era una hermosa tarde cuando el amo entr enel cuartito del papel sucio y, frotndose las manos,dijo:

    -Bueno...Quera aadir algo ms, pero sali sin terminar

    la frase. El To, que durante las lecciones haba estu-diado muy bien su cara y la entonacin de su voz,adivin que estaba preocupado e inquieto, y acasoenfadado. Poco despus volvi y dijo:

    -To, hoy te voy a llevar con Fidor Timofch. Enla pirmide egipcia sustituirs al difundo Ivn Iv-nich. El diablo sabe qu saldr de todo esto! No haynada preparado, no lo habis aprendido, no hemos

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    tenido tiempo de ensayar. Fracasaremos, fracasa-remos!

    Volvi a salir y al cabo de un momento regresa-ba enfundado en su abrigo de piel y con sombrerode copa. Acercse al gato, lo cogi de las patas de-lanteras, lo levant y lo ocult en su pecho, dentrodel abrigo; Fidor Timofich se mostr indiferente atodo esto, sin molestarse siquiera en abrir los ojos.Vease que no le importaba nada; que le era lo mis-mo estar acostado o ser levantado de las patas, des-cansar en la colchoneta o reposar en el pecho delamo, dentro del abrigo...

    -Vamos, To -dijo el amo.El To le sigui sin comprender nada y menean-

    do el rabo. Al cabo de un minuto se encontraba enun trinco, a los pies del amo, y oa cmo ste, es-tremecindose a causa del fro y la inquietud, grua:

    -Vamos a fracasar! Va a ser un fracaso!El trineo se detuvo ante un edificio grande y de

    extraa forma, parecido a una sopera puesta del re-vs. La larga entrada de esta casa, con tres puertasde cristales, estaba iluminada por una docena defaroles de viva luz. Las puertas se abran con estr-pito y, cual si fuesen fauces, se tragaban a la gentesituada delante de ellas. Abundaban las personas, a

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    veces se acercaban caballos, pero, en cuanto a pe-rros, no se vea ninguno.

    El amo agarr al To y se lo meti en el pecho,dentro del abrigo, donde ya se encontraba FidorTimofich. All no haba luz, faltaba aire, pero el ca-lorcillo era muy agradable. Por un instante brillarondos turbias chispas verdes: era el gato, que habaabierto los ojos al sentir el contacto de las fras yduras patas del vecino. El To le lami la oreja y,deseoso de acomodarse lo mejor posible, se remo-vi inquieto, hacindose sitio, recogiendo las fraspatas, y, sin querer, sac la cabeza al exterior; peroinmediatamente la volvi a meter, con un gruidode enfado. Crey verse en una habitacin enorme,mal iluminada y llena de monstruos; por detrs devallas y rejas, que se extendan a ambos lados, aso-maban unas cabezas terribles: de caballo, con cuer-nos, de largas orejas; una de ellas, gorda ygrandsima, tena cola en vez de nariz, con dos lar-gos huesos bien rodos que le salan de la boca.

    El gato maull con voz sorda, molesto por laspatas del To, mas en esto el abrigo se abri, el due-o dijo Hop! y Fidor Timofich y el To saltaron alsuelo. Se encontraban ya en una pequea pieza conparedes grises de tabla; los nicos muebles eran una

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    mesita con un espejo y un taburete. Descontandoesto y los trapos colgados de los rincones, all nohaba nada ms; en vez de quinqu o de vela ardauna viva lucecita en forma de abanico, pegada acierto tubo que sala de la pared. Fidor Timofich sealis el pelo, revuelto por el To, y se ech debajodel taburete. El dueo, siempre inquieto y sin cesarde frotarse las manos, comenz a desnudarse... Sedesnud corno de ordinario lo haca en casa paraacostarse, es decir, se quit todo menos la ropa inte-rior; luego se sent en el taburete y, mirando al es-pejo, empez a realizar sobre su personaoperaciones maravillosas. Lo primero de todo secoloc en la cabeza una peluca con raya en medio ydos mechones parecidos a cuernos; seguidamente seembadurn la cara con algo blanco y por encima delo blanco se pint las cejas, los bigotes y las mejillas.Pero no termin ah la cosa, sino que despus deembadurnarse la cara y el cuello se visti con untraje como el To no haba visto nunca ni en las ca-sas ni en la calle. Imaginaos unos pantalones anch-simos de satn floreado, por el estilo del que seemplea en las casas de la clase media para cortinas yfundas de muebles, unos pantalones que le llegabanhasta las mismas axilas, una pernera era de color

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    castao y la otra amarillo claro. Una vez sumergidoen estos pantalones, el amo se puso cierta chaqueti-lla de cuello grande y con picos y una estrella de oroen la espalda, medias de distintos colores y zapatosverdes...

    Al To se le iban y venan los ojos con tal varie-dad de colores. Aquella figura pesadota ola a amo,su voz era tambin la de l, pero haba momentosen que el To se senta atormentado por la duda,dispuesto a huir de aquel pintarrajeado hombre y aladrar. El nuevo sitio, la luz en forma de abanico,los olores, la metamorfosis experimentada por elamo: todo ello le suma en un estado de miedo inde-finido. Tena el presentimiento de que iba a trope-zarse con algo horroroso, al estilo de la enormecabeza con cola en lugar de nariz. Y para colmo demales, fuera tocaba la odiosa msica y en ocasionesse oa un rugido incomprensible. Lo nico que letranquilizaba era la serenidad imperturbable de F-dor Timofich. Este dorma como si tal cosa debajodel taburete y ni siquiera llegaba a abrir los ojoscuando el taburete se mova.

    Un hombre de frac y chaleco blanco asom lacabeza por la puerta del cuartito y dijo:

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    -Ahora empieza miss Arabela. Luego le tocar austed.

    El amo no respondi nada. Sac de debajo de lamesa una maleta de reducidas proporciones y sesent a esperar. Los labios y las manos delataban suinquietud; el To oa cmo temblaba su respiracin.

    -Monsieur George, a escena -grit alguien alotro lado de la puerta.

    El amo se levant, se persign tres veces, sacal gato de debajo del taburete y lo meti en la ma-leta.

    -Ven aqu, To -dijo en voz baja.El To, sin comprender nada, se acerc a sus

    manos; l le dio un beso en la cabeza y lo colocjunto a Fidor Timofich. Luego todo se hizo oscuro...El To pisaba al gato, araaba las paredes de la ma-leta y, presa de terror, era incapaz de emitir el me-nor sonido; temblaba mientras la maleta oscilabacomo arrastrada por las olas...

    -Aqu estoy yo! -grit con voz sonora el amo-.Aqu estoy yo!

    El To sinti que despus de este grito la maletachocaba con algo duro y dejaba de balancearse. Seoy un rugido fuerte y largo: golpeaban a alguien, yese alguien, probablemente la cabeza de la cola en

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    vez de nariz, ruga y rea tan estrepitosamente, quevibraban los cierres de la maleta. En respuesta alrugido se oy la risa del amo, una risa estridente ychillona como jams la haba escuchado en casa.

    -Hola! -grit, tratando de hacerse or por enci-ma del rugido-. Respetable pblico, acabo de llegarde la estacin. Se ha muerto mi abuela y me ha de-jado heredero. En la maleta hay algo muy pesado;debe de ser oro... A-ah! Puede que haya un milln!Voy a abrirla y veremos...

    Son el cierre de la maleta. Una luz cegadora lehizo cerrar los ojos al To. Salt fuera y, ensordecidopor el rugido, corri cuanto pudo alrededor de suamo, ladrando alegremente.

    - Hola! -grit el amo- Mi To Fidor Timofich!Mi otro To! Que el diablo os lleve, queridos pa-rientes!

    Cay con el vientre sobre la arena, agarr algato y al To y los abraz una vez y otra. El To,mientras l le apretaba entre sus brazos, pudo lanzaruna ojeada al mundo a que le haba llevado el desti-no y, asombrado de verse en un lugar tan grandioso,qued por un momento inmvil, dominado por elasombro y el entusiasmo. Luego se evadi de losabrazos del amo y, aturdido por tanta emocin, co-

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    menz a dar vueltas como un lobezno. Ese mundonuevo era grande y resplandeciente; a donde quieraque mirase, desde el suelo al techo, todo eran caras,caras y caras, y nada ms.

    -To, tenga la bondad de sentarse - dijo el amo.Recordando lo que esto significaba, el To salt

    a una silla y se sent. Mir al amo. Los ojos de ste,como siempre, eran serios y cariosos, pero la cara,en particular la boca y los dientes, se hallaban desfi-gurados por una sonrisa ancha y petrificada. El reaa carcajadas, saltaba, mova los hombros y en pre-sencia de aquellos miles de persona haca ver comosi se sintiera muy alegre. El To crey en esa alegra yde pronto sinti con todo su ser que aquellos milesde hombres y mujeres tenan los ojos puestos en l;levant su hocico de raposa y aull alegremente.

    -Usted, To, qudese ah -le dijo el amo-, mien-tras Fidor Timofich y yo bailamos la kamarinka.

    Fidor Timofich, en espera de que le obligasen ahacer estupideces, permaneca indiferente, mirandoa los lados. Bail con desgana, de mal humor, y porsus movimientos, por su cola y sus bigotes perciba-se el profundo desprecio que le inspiraban la gente,la viva luz, el amo, l mismo... Bail cuanto le co-rresponda, bostez y se sent.

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    -Venga, To - dijo el amo -. Primero cantaremosy luego bailaremos. Qu le parece?

    Sac del bolsillo una flauta y empez a tocar. ElTo, que no poda soportar la msica, se removiinquieto en la silla y aull una vez y otra. Esto pro-dujo una tempestad de gritos y aplausos. El amosalud y cuando todo se hubo acallado volvi a to-car... Estaba ejecutando una nota muy alta cuandoalguien que se encontraba en las ltimas filas delpblico lanz una sonora exclamacin de asombro.

    -Padre! -grit una voz infantil- Pero si es Kash-tanka!

    -S que es Kashtanka! -confirm otra voz, stade borracho- Kashtanka! Fidiushka, que Dios mecastigue si no es Kashtanka.

    Alguien silb en las alturas y dos voces, una denio y otra de adulto, llamaron a pleno pulmn:

    -Kashtanka! Kashtanka!El To se estremeci y mir al lugar de donde

    procedan los gritos. Dos caras, una peluda, alcoh-lica y sonriente, la otra redonda de rojas mejillas yasustada, se le metieron por los ojoso antes se lehaba metido la viva luz... Record, cay de la silla yempez a aullar en la arena. Luego peg un brinco ycon alegres chillidos corri hacia aquellas caras. Es-

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    tall un ensordecedor rugido, del que sobresalanlos silbidos y un estridente grito infantil:

    -Kashtanka! Kashtanka!El To salt la barrera. Luego, por encima de los

    hombros de alguien, fue a parar a un palco. Parasubir al piso siguiente era necesario saltar una altapared. El To trat de hacerlo, pero no pudo y cayabajo. Luego fue pasando de unos a otros, lamiendomanos y caras, cada vez ms arriba, hasta que, porfin, se vio en el gallinero...

    Media hora ms tarde Kashtanka iba ya por lacalle detrs de personas que olan a cola y barniz.Luk Alexndrich se tambaleaba e instintivamente,aleccionado por la experiencia, procuraba mante-nerse lejos de las zanjas.

    -En el abismo de mis entraas anida el pecado...-balbuceaba- Y a ti, Kashtanka, no hay quien te en-tienda. Comparado con el hombre, eres como unmal carpintero frente a un buen ebanista.

    A su lado caminaba Fidiushka, tocado con lagorra del padre. Kashtanka miraba las espaldas deambos, le pareca que haca ya mucho que iba detrsde ellos y se alegraba de que su vida no se hubieseinterrumpido ni por un instante.

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    Recordaba el cuartito del empapelado sucio, elganso y Fidor Tmofich, las sabrosas comidas, laslecciones, el circo... pero todo eso no era ahora paral sino una pesadilla larga y confusa.

    FIN