homilias - hermosas palabras

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1 Fr. Rufino María Grández, O.F.M. Cap. Las hermosas palabras del Señor Homilías y otros escritos puestos en la red a partir de San Juan Evangelista de 2010 hasta san Antonio de 2012 desde el número 1 al número 241 Serie continua Se encuentra el texto y audio y posteriormente video en mercaba.org Padre Rufino María Grández Las hermosas palabras del Señor Hermanos Menores Capuchinos Calle Pavorreales, 22 Colonia Los Gavilanes Puebla, Pue (México) – 13 junio 2012

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Fr. Rufino María Grández, O.F.M. Cap.

Las hermosas palabras del Señor

Homilías y otros escritos puestos en la red

a partir de San Juan Evangelista de 2010 hasta san Antonio de 2012

desde el número 1 al número 241

Serie continua Se encuentra el texto y audio y posteriormente video en

mercaba.org

Padre Rufino María Grández Las hermosas palabras del Señor

Hermanos Menores Capuchinos Calle Pavorreales, 22

Colonia Los Gavilanes Puebla, Pue (México) – 13 junio 2012

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Dedicatoria fraternal

Hoy es san Antonio, a quien san Francisco escribió esta carta: “A fray Antonio, mi obispo, el hermano Francisco, salud. Me agrada que

enseñes sagrada teología a los hermanos, con tal que, en el estudio de la misma, no apagues el espíritu de oración y devoción, como se contiene en la Regla”

Quiero sellar con esta fecha del Doctor Evangélico la decisión de recopi-lar para imprimirlo cronológicamente el caudal de homilías y otros escritos espirituales que he vertido durante año y medio en este blog de “Las hermo-sas palabras del Señor”.

¿Por qué y para qué me he empeñado en esta tarea de recopilación y edi-ción, siquiera sea – de momento – en un solo ejemplar? Por el amor a este hijo de mi corazón, ciertamente, y por el deseo de perpetuar de alguna mane-ra lo que ha sido fruto de mis entrañas.

Ignoro quién lo haya de leer, cuál haya de ser su paradero. Pero si “post mortem” tuviera un lector, una lectora, solo quiero decirle una cosa: Aquí estoy yo. Estas páginas, que no son solo homilías, sino que incluyen textos variados, dan el perfil de mi vida, de mis íntimas aspiraciones.

A la fecha, voy en el número 241. Podría cerrase en esta obra; es bastante – y de sobra – para dar testimonio de lo que en mi vida (que ya tengo 75 años) ha pasado por mi corazón.

Al realizar esta edición, anulamos las fotos que con frecuencia han sido in-troducidas en medio del texto.

Seguiré escribiendo, si el Señor lo permite, con un deseo sincero: Florezca el Evangelio. Pero, cualitativamente, con lo dicho creo que he dicho cuanto he tratado de vivir. El Señor recoja mis sentimientos en serenidad y paz.

Estoy en Puebla y el día 16 del próximo mes de julio viajaré a mi próximo destino, Guadalajara.

El Señor Jesús, luz de mi vida, ilumine mi futuro. En sus manos estoy. Y al mismo tiempo pido la intercesión de la Virgen María.

Puebla, a 13 de junio de 2012.

Fr. Rufino María Grández

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PRESENTACIÓN

DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA “VERBUM DOMINI”

113. A la relación entre Palabra de Dios y culturas se corresponde la importancia de emplear con atención e inteligencia los medios de comunicación social, antiguos y nuevos. Los Padres sinodales han recomendado un conocimiento apropiado de estos instrumentos, poniendo atención a su rápido desarrollo y alto grado de interacción, así como a invertir más energías en adquirir competencia en los diversos sectores, particularmente en los lla-mados new media como, por ejemplo, internet. Existe ya una presencia significativa por parte de la Iglesia en el mundo de la comunicación de masas, y también el Magisterio ecle-sial se ha expresado más de una vez sobre este tema a partir del Concilio Vaticano II.[360] La adquisición de nuevos métodos para transmitir el mensaje evangélico forma parte del constante impulso evangelizadora de los creyentes, y la comunicación se extiende hoy co-mo una red que abarca todo el globo, de modo que el requerimiento de Cristo adquiere un nuevo sentido: «Lo que yo os digo de noche, decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído pregonadlo desde la azotea» (Mt 10,27). La Palabra divina debe llegar no sólo a través del lenguaje escrito, sino también mediante las otras formas de comunicación.[361] Por eso, junto a los Padres sinodales, deseo agradecer a los católicos que, con competencia, están comprometidos en una presencia significativa en el mundo de los medios de comunicación, animándolos a la vez a un esfuerzo más amplio y cualificado.[362]

Entre las nuevas formas de comunicación de masas, hoy se reconoce un papel crecien-te a internet, que representa un nuevo foro para hacer resonar el Evangelio, pero cons-cientes de que el mundo virtual nunca podrá reemplazar al mundo real, y que la evangeliza-ción podrá aprovechar la realidad virtual que ofrecen los new media para establecer rela-ciones significativas sólo si llega al contacto personal, que sigue siendo insustituible. En el mundo de internet, que permite que millones y millones de imágenes aparezcan en un nú-mero incontable de pantallas de todo el mundo, deberá aparecer el rostro de Cristo y oírse su voz, porque «si no hay lugar para Cristo, tampoco hay lugar para el hombre».[363]

[360] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Inter mirifica, sobre los medios de comunicación social; Consejo Pontificio para las Comunicacio-

nes Sociales, Instr. past. Communio et progressio, sobre los medios de comunicación social, preparada por mandato especial del Concilio Ecuménico Vaticano II (23 mayo 1971): AAS 63 (1971), 593-656; Juan Pablo II, Carta ap. El rápido desarrollo (24 enero 2005): AAS 97 (2005), 265-274; Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, Instr. past. Aetatis novae, sobre las comuni-caciones sociales en el vigésimo aniversario de la Communio et progressio (22 febrero 1992): AAS 84 (1992), 447-468; Id., La Igle-sia e internet (22 septiembre 2002).

[361] Cf. Mensaje final, IV,11; Benedicto XVI, Mensaje para la XLIII Jornada mundial de las comunicaciones sociales 2009 (24 enero 2009): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (30 enero 2009), 3.

[362] Cf. Propositio 44. [363] Juan Pablo II, Mensaje para la XXXVI Jornada mundial de las comunicaciones sociales 2002 (24 enero 2002), 6: L’Osservatore

Romano, ed. en lengua española (25 enero 2002), p. 5.

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1. La homilía, cuyo centro es Cristo (Pórtico a estas homilías)

Hermanos: Con la gracia de Dios, abrimos hoy – Año Nuevo de 2011 – este portal dedicado a la

Palabra de Dios. La Palabra de Dios es el tesoro de la Iglesia. Sea, pues, el tesoro de mi corazón, de cada uno de nuestros corazones. En cada casa una Biblia, nos decía el Papa en su última exhortación apostólica, titulada Verbum Domini, la Palabra de Dios (29 de sep-tiembre de 2010). Una Biblia, el libro más leído en la Humanidad, pero no como un adorno de nuestro armario librero, sino como libro de lectura, de reflexión, de oración.

Queremos saborear la Palabra de Dios en una forma concreta y precisa: la homilía. Afortunadamente hoy tenemos una página autorizada para saber qué es la homilía, y de rebote, qué no es la homilía. Los obispos de la Iglesia Católica se reunieron en Sínodo en el mes de octubre para estudiar y compartir en torno a las sagradas Escrituras. Al final hicie-ron sus propuestas al Papa para que él reflexionara sobre ellas y diera a la Iglesia un docu-mento guía, a esta altura de su historia, sobre la Palabra de Dios, que, como Palabra escrita, es la Biblia, si bien Dios tiene también otros modos de hablar. Después de dos años publicó el documento referido, Verbum Domini. Allí se nos dijo qué es exactamente una homilía, qué busca esta forma de comunicación del mensaje divino. Es bueno que lo escuche y lo sepa el predicador y el oyente. Allí se dice:

“59… La homilía constituye una actualización del mensaje bíblico, de modo que se lle-

ve a los fieles a descubrir la presencia y la eficacia de la Palabra de Dios en el hoy de la propia vida. Debe apuntar a la comprensión del misterio que se celebra, invitar a la misión, disponiendo la asamblea a la profesión de fe, a la oración universal y a la liturgia eucarísti-ca. Por consiguiente, quienes por ministerio específico están encargados de la predicación han de tomarse muy en serio esta tarea. Se han de evitar homilías genéricas y abstractas, que oculten la sencillez de la Palabra de Dios, así como inútiles divagaciones que corren el riesgo de atraer la atención más sobre el predicador que sobre el corazón del mensaje evan-gélico.

Debe quedar claro a los fieles que lo que interesa al predicador es MOSTRAR A CRIS-TO, QUE TIENE QUE SER EL CENTRO DE TODA HOMILÍA. Por eso se requiere que los predicadores tengan familiaridad y trato asiduo con el texto sagrado;[210] que se prepa-ren para la homilía con la meditación y la oración, para que prediquen con convicción y pasión. La Asamblea sinodal ha exhortado a que se tengan presentes las siguientes pregun-tas:

«¿Qué dicen las lecturas proclamadas? ¿Qué me dicen a mí personalmente? ¿Qué debo decir a la comunidad, teniendo en cuenta su situación concre-

ta?».[211]” Luego sigue el documento con estos consejos: “El predicador tiene que «ser el primero en dejarse interpelar por la Palabra de Dios que anuncia»,[212] porque, como dice san Agus-tín: «Pierde tiempo predicando exteriormente la Palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior».[213] Cuídese con especial atención la homilía dominical y en la de las so-

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lemnidades; pero no se deje de ofrecer también, cuando sea posible, breves reflexiones apropiadas a la situación durante la semana en las misas cum populo, para ayudar a los fie-les a acoger y hacer fructífera la Palabra escuchada”.

[210] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 25. [211] Propositio 15. [212] Ibíd. [213] Sermo 179,1: PL 38, 966.

Lo que más nos llama la atención es este criterio, que se propone de manera firme e

iluminadora: el centro de toda homilía es Cristo. Esto es la clave; esto es la esencia: anun-ciar a Cristo, en quien convergen todas las Escrituras. Y esto no de forma artificiosa, con la magia que puede tener un diestro de la Palabra que sabe pasar de un asunto a otro y caer tieso donde le convenga.

No es eso. Se trata, más bien, de percibir el hilo de la presencia de Dios que cose todas las páginas de la Escritura, con un mensaje coherente y ascendente para terminar en Cristo, la Palabra del Padre, síntesis y plenitud de la vida y del cosmos.

Lo pretendemos y humildemente lo pedimos al Señor. Un aviso para concluir. La homilía tiene delante a los que me dirijo, a los que hablo; es

concreta en esta dirección. Lo cual no ocurre en este mirador mundial, que es el Internet. Soy consciente; aunque advierto que, al hablar, está mirando, con mi corazón, a un rostro a quien me dirijo, a ti, hermano, hermana.

Por el contrario, el Internet tiene sus ventajas: la palabra como texto ahí queda, y mi voz podrás volverla a escuchar cuando te agrade, acaso en un momento de soledad.

Y nada más para comenzar. El Señor con su paz nos acompañe. (Puebla de los Ángeles, México, 1 de enero de 2011).

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2. El Señor te bendiga y te guarde

(Año nuevo)

Hermanos: 1. ¡Año Nuevo! Adiós al Calendario anterior para estrenar otro nuevo, y acos-

tumbrarnos bien ponto al número que ahora empieza: 2011. Saludamos con el augu-rio de nuestros mayores: ¡Feliz Año Nuevo!, o con el deseo redondo: ¡Feliz y prós-pero año nuevo! Muchas cosas queremos decir en este “próspero”, pensando espe-cialmente que el último ha sido año duro de la crisis económica.

Pero hablamos como cristianos que queremos celebrar todo acontecimiento de la vida como presencia de Dios, que está y vive con nosotros y nos va conduciendo. La misa de este primer día es, sin duda, un ofrecimiento de primicias.

Hay tres aspectos de la celebración litúrgica que los debemos tener presentes pa-ra centrarnos correctamente en el misterio que la Iglesia proclama.

El primero: Hoy es la Octava de Navidad. La Navidad, nacida de la Pascua, se celebra con octava. Pascua y Navidad son las dos únicas fechas que tienen celebra-ción con octava; hoy coronamos, por tanto, nuestros festejos en torno a esta revela-ción: el Verbo se hizo carne.

El segundo: Hoy es la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. El Verbo se hizo carne, sí, a través de las entrañas de la Virgen. María es Madre, María es Vir-gen: prodigio igual nunca se conoció, ni nunca se volverá a conocer. Hoy es una de las cuatro fiestas pilares de la Virgen en la liturgia, a saber: Inmaculada (8 diciem-bre), Maternidad de María (hoy), Anunciación del Señor (25 de marzo), que es tam-bién la Anunciación a María; y cuarta, la Asunción a los cielos (15 de agosto).

Tercero: Por ser Año nuevo, en buena parte del mundo, desde hace muchos años el Papa Pablo VI quiso que fuera el Día Mundial de la Paz. La Paz es la prosperidad del mundo.

2. Los textos sagrados, a través de los cuales llega la Palabra de Dios, nuestro

Padre, iluminan el misterio en esta triple dimensión. El Evangelio nos lleva al portal con los pastores. María guardaba en su corazón todas estas cosas y las iban meditan-do; dos expresiones que ha empleado el evangelista san Lucas y que a nosotros nos dan la clave espiritual de lo que también debemos hacer: guardar y meditar.

San Pablo en un pasaje grandioso de la Carta a los Gálatas sitúa el misterio de la Encarnación en la plenitud de los tiempos y al presentar el envío que Dios hace de su Hijo al mundo, nos dice: “nacido de una mujer, nacido bajo la Ley”. Una declara-ción primordial para levantar el monumento de la doctrina de María en la obra de nuestra salvación, por voluntad de Dios.

En fin, la bendición de la primera lectura, la bendición principal que tiene la li-turgia de Israel, bendición tomada del Libro de los Números, nos está diciendo en qué consiste ese “¡Feliz y próspero Año Nuevo!”, que es el Año bendecido por Dios.

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Si alcanzamos esa bendición de Dios, que él nos la está brindando con un gran abra-zo, nuestro año, pase lo que pase, será feliz e incluso próspero. “Quien a Dios tiene, nada le falta: solo Dios basta”, según los versos de santa Teresa de Jesús.

Detengámonos en esta bendición. 3. Estamos en los tiempos en que nació el pueblo de la Alianza en el desierto.

Moisés ha dispuesto el culto, según las prescripciones que el Señor le ha dado en la nube luminosa del Sinaí. El texto sagrado nos dice que esta es la bendición que debe enseñar Moisés a su hermano Aarón, ungido para el servicio del culto, y que han de transmitir él y sus descendientes. El pueblo de Israel tuvo un respeto absoluto a estas palabras que consideró como palabras sagradas, y cuando la Biblia se traducía al arameo, la fórmula de la bendición quedaba intacta, en hebreo. No era una fórmula de magia, pero sí una fórmula sacramental.

Las palabras tenían la fuerza divina que irradiaba salvación y protección. “Que el Señor te bendiga y te proteja”, primera de las tres invocaciones del

Nombre de Yahveh sobre la comunidad santa. Estamos ante la comunidad cultual que se postra ante Dios, y el Sacerdote que bendice, bendice en singular; lo mismo en cada una de las expresiones que siguen. Las relaciones de Dios con los hombres no son relaciones en conjunto; son siempre, aun en la comunidad, relación de tú a tú. Dios es el Tú de mi vida. Dios es mi diálogo y el reposo de mis pensamientos; Dios es mi anchura, mi futuro, mi presente.

Por tres veces se invoca el Nombre de Dios para para que descienda como un co-bertor divino sobre el pueblo; y, efectivamente, Dios baja, desciende y llega hasta el pueblo, y entra en mí.

Por tres veces, y en cada una de ellas con dos expresiones distintas, se invoca el descenso del Nombre de Dios:

- te bendiga y te guarde, - te muestre su rostro y te conceda su favor, - te mire con benevolencia y te conceda la paz. Ya ven, hermanos, multiplicamos los versos, para decir, con seis palabras, en el

fondo lo mismo: el Señor esté contigo. 4. Hay dos cosas que nos dan el secreto de esta bendición, si nos dejamos pene-

trar de ellas dos. Y son estas: que es Dios mismo el que actúa, y que ese Dios actúa precisamente en mí. Él es la fuente; yo soy el destinatario.

Ahora yo, en mi propia intimidad, puedo ir deletreando y paladeando cada una de esas seis palabras, apropiándomelas como seis regalos de Dios para iniciar este año.

Se dice: Que el Señor te guarde. Dios es mi Roca, mi bastión, mi fortaleza, mi baluarte, mi castillo inexpugnable. Aunque un ejército acampe contra ti, nada temas, porque Dios es tu muralla, tu castillo.

En otro tono de intimidad va esa expresión de que “el Señor haga brillar su rostro sobe mí”. Hay rostros de todos los colores y luces. Si yo estoy triste o amargado, mi rostro se apaga. El rostro, que es la ventana del alma, puede despedir vida o muerte.

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Hay miradas que enamoran y miradas que matan. La bendición de Dios es el rostro iluminado y enamorador de Dios. Ese es el rostro de Dios. Si una vez lo conocemos, tendremos ganas de mirarlo, que eso es, ni más ni menos, la contemplación. O me-jor, tendremos ganas de quedarnos ante Él, para que él nos mire, nos sane y alegre y vivifique con su mirada. En esta bendición de Israel pedimos, pues, la mirada de Dios.

Así cada una de las expresiones del texto sagrado viene a ser como un manantial de revelación.

Observen la final: El Señor te conceda la paz; en hebreo, “Schalom”. Con el Schalom se saludan nuestros hermanos judíos al encontrarse y al despedirse.

La paz es el conjunto de todos los bienes; es lo que resulta cuando todo funciona. En una familia, la paz es el fruto del amor, del perdón, de la unión. Es el bien su-premo al que podemos aspirar en esta vida. Al inicio del Año es el deseo que resume todos los deseos.

5. Si hablamos en México, ¿qué significa la paz? Ustedes lo saben perfectamente

y dolorosamente. No hay paz, y el camino es oscuro. Al comienzo de noviembre la estadística negra de los muertos en la lucha contra el narcotráfico superaban los diez mil en un año, rebasando trágicamente las estadísticas anteriores. El luto por los muertos ha sido enorme, y el temor de los vivos, en especial en algunos estados, lle-na de angustia.

No podemos terminar con ese panorama tan hosco, pero tampoco podemos igno-rarlo, porque es parte de nuestra realidad.

La paz que anhelamos, la paz que cada uno quiere tener en su corazón como fuente de vida, viene de Dios. Ha entrado con Jesús en el misterio de la Encarnación.

La paz está en brazos de María. A Jesús, con palabras de la Escritura, le llama-mos Príncipe de la Paz. Y a la Virgen, con palabras nuestras, la invocamos como Reina de la Paz.

A ella, pues, alzamos la mirada. ¡Reina de la Paz, ruega por nosotros! Amén.

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3. Asombro ante el misterio y adoración

(Domingo II de Navidad) Nota. En México, desde donde escribo, la Epifanía del Señor (6 de enero) se celebra el domingo II de Navi-dad, con sus lecturas propias, que este año de 2011 coincide el 2 de enero. Véase la homilía siguiente sobre la Epifanía del Señor.

Hermanos: 1. Si hubiéramos de poner un título para significar en un eslogan el mensaje de

este domingo navideño, dos palabras nos vienen al encuentro y nos hablan con ale-gría: Asombro y adoración.

Es el éxtasis de san Juan, discípulo amado, cristiano contemplativo que se cierne sobe la altura del cielo y mira a la tierra, y contemplando lo sucedido, exclama:

“Y el Verbo se hizo carne (et Verbum caro factum est, decimos en latín, en el Ángelus y en el Credo),

Y puso su morada entre nosotros (et habitavit in nobis), Y hemos visto su Gloria, Gloria como de Unigénito del Padre, Lleno de Gracia y de Verdad” (Jn 1,14). Asombro ante el Dios del cielo que nos invade. Amor estremecido ante el miste-

rio de la Encarnación. Asombro no es aturdimiento del que se queda helado ante algo acontecido, sin nada que decir, sin palabra con que responder. San Juan, el que en el Apocalipsis es el Vidente de Patmos, el Águila sublime de ojo penetrante, tiene las palabras de su asombro, y las gusta y las dice: la Gloria, la Gracia, la Verdad. Es el comienzo de su Evangelio, el principio de la narración del Hijo de Dios, Hijo de la Virgen María, hermano nuestro.

Dicen los filósofos que el hombre, de su naturaleza, es “hombre curioso”. La fra-se viene de Aristóteles. El niño, apenas puede, pregunta: Y esto ¿qué es? La curiosi-dad, que luego crece como afán por todo lo creado, es la madre de la ciencia. Así lo ha sido y seguirá siéndolo.

El asombro, la admiración extática, por el contario, es la madre del amor, la pri-mera percepción de la belleza, la fuente pura de la teología, el inicio del culto divino (pues el asombro es coronado por la adoración). Bien decimos vulgarmente que el enamoramiento se prende por un chispazo – la chispa del amor, que es el big-bang de la vida – o por un flechazo, que va clavado al corazón.

El Verbo se hizo carne: hermanos, asombro y admiración. 2. Hablamos del Verbo y hablamos de la carne. Tantas veces se traduce el ver-

sículo de san Juan: “Y el Verbo se hizo hombre”. ¿Es lo mismo decir hombre que

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decir carne? Radicalmente sí; mas para un judío no es lo mismo decir “el Verbo se hizo hombre”, que “el Verbo se hizo carne”. “Carne” es la condición humana vista como fragilidad, incluso como miseria. Hoy se habla de “vulnerabilidad”. Carne es el hombre vulnerable, indigente, que requiere protección y fuerza.

El Hijo de Dios es carne; precisamente carne. En este aspecto es en todo seme-jante a nosotros, como atestigua la carta a los Hebreos (2,17; 4,15). Es sin fin la in-digencia humana. En su raíz el ser humano es una criatura doliente; el mundo está saciado de dolor. Y, al decir “mundo”, podemos concretar: nuestras familias, mi fa-milia. ¡Cuánto dolor, unas veces visible, otras soterrado! Esto es carne. En esas ca-pas se ha introducido el Hijo de Dios. Un santo Padre de la antigüedad dijo: “Nada que no haya sido asumido por Dios fue redimido”. La zona profunda del dolor hu-mano ha sido asumida como suya por el Verbo Encarnado para redimirla y con ello transformarla.

En esto consiste la fraternidad de Dios. No se avergüenza de llamarnos hermanos (Hb 2,11).

3. Sin embargo, hermanos, como la Verdad es múltiple, y tiene perspectivas tan

diferentes, a san Juan lo que le interesa destacar es la Gloria de Cristo, justamente en la carne.

Se puede hacer teología diciendo que la Encarnación es la humillación de Dios. No es la mejor teología. La Encarnación es la Gloria del amor de Dios en el hombre. Cuando san Juan dice: “Hemos visto su Gloria” va por este sendero. Dios se glorifi-ca en su Hijo amado en la Encarnación. De este modo la Encarnación no es indigna de Dios, sino que es Gloria de Dios. El hombre no puede empañar la Gloria de Dios con su pecado; pero Dios sí puede embellecer al hombre con su Gloria. Y es lo que ha sucedido. Dios, viniendo a nosotros, no queda rebajado en nuestro pecado (esta-mos explicando el pensamiento de san Juan), pero sí que quedamos nosotros enalte-cidos por la Gloria que desciende. En la liturgia se dice: “Nos haces dignos de estar en tu presencia celebrando esta liturgia”.

Es conveniente y necesario pensar en estas cosas para elevarnos por encima del pecado que, por otra parte, cubre a la humanidad.

4. Por esas alturas de la Gloria de Dios en su Hijo van también las otras dos lec-

turas sagradas. En la Carta a los Efesios se nos proclama que el que es Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que es también nuestro Padre, nos bendijo con toda cla-se de bendición ya antes de la creación del mundo, elegidos y predestinados para ser hijos en el Hijo. Todo ello por su puro agrado, “para alabanza de la gloria de su gra-cia, de la que nos colmó en su Amado”. Todo esto pertenece a la biografía con la que yo entro en el mundo.

Por tanto, nada sorprendente que los antiguos textos bíblicos sapienciales de la Sabiduría de Dios los leamos traspasándolos a Cristo. Cristo, Sabiduría de Dios, ha-bla: “Entonces el Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: Habita en Jacob, sea Israel tu heredad”.

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La Sabiduría de Dios, que es el Hijo, está dentro de la Iglesia, y ha ocupado mi corazón.

5. Hermanos: la belleza humaniza, al atraernos irresistible hacia sí nos eleva.

Aquí hablamos de la Gloria, que es la belleza a lo infinito; de la Gracia, que es la ternura de Dios humanado; de la Verdad, que es la fidelidad de Dios, que hace histo-ria con nosotros.

Dejémonos conducir, seducidos, por el misterio de la Encarnación. Dios, enamo-rado de nosotros, nos ha dado la capacidad de enamorarnos de él. Así sea. Amén.

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4. La Epifanía del Señor al mundo entero

(Fiesta de la Epifanía, 6 de enero) Nota. En México, desde donde escribo, la Epifanía del Señor (6 de enero) se celebra el domingo II de Navi-dad, con sus lecturas propias, que este año de 2011 coincide el 2 de enero.

Hermanos: 1. Epifanía del Señor, fiesta hermosa, fiesta de luz que es la corona del Naci-

miento, si bien no termina aquí el ciclo de Navidad, manifestación de Jesús que con-cluirá con la manifestación en el Jordán, el Bautismo del Señor, el domingo siguien-te a la Epifanía.

- ¿Por qué es hermosa la fiesta de la Epifanía? - Porque es la fiesta de Reyes, fiesta de cabalgatas mágicas, noche de dulce fan-

tasía para los niños inocentes. Al menos así ha ocurrido largamente durante siglos en nuestra historia española…, por hablar de mi tierra.

Los niños merecen perpetuamente su fiesta. Son para nosotros una especie de re-cordatorio del paraíso que hubo en aquellos tiempos primordiales. Y es hermoso juntar la inocencia con la religión, porque nada más bello se puede presentar a esas criaturas que la belleza de sus almas, habitada por personajes celestiales. El arte de educar ha de tener presente el no hacer cuentos con la religión (sí el hablar con el lenguaje adecuado), porque decir mentiras a los niños sería cosa semejante a una violación, y el niño merece un respeto absolutamente sagrado. Hoy, después de tan-tos escándalos padecidos, somos muy sensibles a este respeto que ellos merecen.

La historia de los Magos de Oriente, venidos a adorar al Niño, no es un cuento; es una composición, ungida de poesía y, sobre todo, teología, de esa sección del Evangelio que llamamos “el Evangelio de la Infancia”. Esos capítulos primeros del Evangelio de san Mateo y san Lucas, en estilo narrativo, nos cuentan el misterio de la Infancia de Jesús Resucitado, Salvador del Mundo. El Resucitado es el protago-nista de esa historia, crisálida de la vida pública de Jesús Nazareno.

2. “Levántate y resplandece, Jerusalén, porque ha llegado tu luz y la gloria del

Señor alborea sobre ti”. Hace muchos años, siendo yo joven sacerdote, una persona me confió qué había producido este versículo aquella Navidad en su alma. Sencilla-mente la luz había venido a su corazón, y con la luz se habían ido el pecado y la tris-teza, y había venido la alegría. Es que una mera palabra de la Escritura puede ser la visita poderosa de Dios, que cambia completamente el panorama de la persona. Cuántas gentes en un momento oscuro y fecundo de su vida se sienten tocados por

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una simple frase que les ha abierto las ventanas del alma a una realidad personal, superior y definitiva, y comienzan a llorar no de amargura, sino de alegría.

3. “Levántate y resplandece, Jerusalén, porque ha llegado tu luz y la gloria del

Señor alborea sobre ti”. La primera vez que se pronunciaron estas palabras fue en unas circunstancias desoladoras. Es la voz de un profeta que, al concluir el destierro de Babilonia, en los días de la repatriación anima a los que tornan a que contemplen un futuro de gloria, de tanta…, que solo Dios puede ser, y está siendo, el artífice de esta gloria. El Templo incendiado…, las murallas derruidas… Había que comenzar desde las piedras, y este hombre visionario contempla la luz: “ha llegado tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti”. Y ve una caravana que llega de Oriente: “tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos… Vendrán todos los de Sabá trayendo incienso, oro y mirra y proclamando las alabanzas del Señor”. La fantasía oriental se queda tímida y raquítica, porque el Héroe de esta hazaña es Dios mismo, el Dios de la compasión y del amor sin retorno.

4. Ha habido que acudir a estos pasajes exultantes, y a los salmos que también se

expresan en términos semejantes, para decir de alguna manera lo inefable: lo que está ocurriendo con el Verbo de Dios Encarnado, Niño de María Virgen en Belén.

Epifanía no es la fiesta de Reyes, sino la Fiesta del Rey. Jesús es la luz del mun-do, Jesús es la Estrella de Jacob, Jesús es la luz de Dios. San Juan dirá en su primera carta: “Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna”. Pues Jesús es esta luz, la luz del mundo. Y dicho del modo más concreto y vivo: Jesús es mi luz, es la luz de mi vida.

Es la luz de mi historia, la estrella de mi amor, la luz de mi eternidad a medida que los años se van haciendo sentir en el cuerpo.

5. Cuando Jesús entra en el mundo se manifiesta como la esperanza cumplida de

Israel, y pastores judíos acuden a adorarle, pero es Salvador del mundo, y por eso vienen de lejanas tierras. San Pablo lo dice en Efesios con palabras teológicas: ahora se ha revelado que por el Evangelio “también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo”.

Este es el significado hondo de la fe que hoy estamos celebrando: el mundo ente-ro queda congregado junto a la cuna de Jesús; ¡vamos con alegría hasta el Niño Dios!

6. Fiesta misionera la fiesta de la Epifanía, y, al mismo tiempo, fiesta de consa-

gración. Por una parte Cristo se nos da y se nos da al mundo entero, a nosotros, que de nuestros ancestros vinimos de la gentilidad…

Si él se me entrega a mí, por una lógica que sobrepasa toda filosofía, por una ló-gica elemental y evidente, yo me entrego a él. Yo le entrego los dones de mi vida: todo mi oro, todo mi incienso, toda mi mirra.

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Pero hay algo mejor: no son los dones de mi patrimonio; soy yo mismo, mi cora-zón.

Aquí no termina la entrega. Hay una entrega superior. Es la entrega que se pro-duce cuando yo me identifico con Cristo por la fe y con él me entrego al Padre. Es-cuchen la oración que luego hemos de pronunciar como oración de las ofrendas: “Mira, Señor, con bondad, los dones de tu Iglesia, que no consisten ya en oro, in-cienso y mirra, sino en tu mismo Hijo Jesucristo, que, bajo las apariencias de pan y de vino, va a ofrecerse en sacrificio, y a dársenos en alimento”.

Hermanos, no se pude decir mejor el misterio de nuestra consagración. Que en esta celebración eucarística se cumpla en nosotros. Amén.

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5. Meditación franciscana sobre el Nacimiento del Señor

(Ternura y lágrimas) Nota. El texto que viene a continuación no es una homilía para ser pronunciada en la celebración eucarística; es una mera meditación del misterio recordando nuestras fuentes franciscanas, es una simple contemplación amorosa del Nacimiento.

Hermanos: 1. Hay tres vivencias espirituales de san Francisco, ungidas de emoción y envuel-

tas en lágrimas, que ¡ojalá que por contagio, por ósmosis espiritual pasaran a noso-tros! Son las lágrimas por la Pasión, la ebriedad espiritual el recibir la Eucaristía, las lágrimas por el nacimiento de Jesús.

Las lágrimas y la risa son propiedades humanas; son enlace de lo más bello con lo más bello y auténtico de la vida. ¡Quién nos diera llorar, cuando la vida clama que lloremos! Y quién nos diera esa sonrisa, que no es ficción ni coquetería, sino suaví-sima paz del misterio que Dios nos regala, ternura, inocencia concentrada y nunca perdida, aunque el pecado, por un tiempo, nos hubiera engañado en nuestra genuina identidad.

San Francisco de Asís, el humilde y pobre Francisco de Asís, que enternece a quien empieza a conocerle (ahí está, como un espécimen, el poema de “Los motivos del lobo”, de Rubén Darío) es un santo que brilla en la Iglesia por su total transpa-rencia, por sus sentimientos a flor de piel, por la capacidad maravillosa e ingenua de expresar la vida del Espíritu en su carne, en su voz, y en su poesía… Pero no es él solo, ni mucho menos.

Todos los hombres de Dios, a medida que avanzan, se internan por el camino de la ternura. San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios, nos invita a pedir el don de lágrimas para contemplar los misterios de la vida de Cristo, lágrimas más preciosas y fecundas que aquellas que el pecador lanza por sus pecados. En la contemplación del Nacimiento de Jesús, Ignacio invita al ejercitante a entrar en el portal de Belén y verlo todo, con detalle, con arrobamiento, y verse a sí mismo allí: “… haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia posible; y después reflectir en mí mismo para sacar algún provecho” (EE 114). Si el cuerpo tiene sus sentidos, también el alma tiene los suyos, para poder “aplicarlos”. Con estos sentidos uno puede besar a Cristo con besos de amor, y el olfato espiritual puede embriagarse con la fragancia de la divinidad de Cristo.

2. Francisco de Asís, el hombre de la ternura, ha sido el hombre de las lágrimas.

Ha llorado mucho, si bien dicen los biógrafos que procuraba no hacerlo en público. Él sabe y así lo enseña a sus hermanos que un pecador puede llorar sentimentalmen-te: esas lágrimas no humedecen el corazón. “El pecador puede ayunar, orar, llorar,

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macerar el cuerpo. Esto sí que no puede: ser fiel a su Señor. Por tanto, en esto po-dremos gloriarnos: si devolvemos a Dios su gloria; si, como servidores fieles, atri-buimos a él cuanto nos dona.” (2 Celano 134).

Cuando hablamos de la Navidad y san Francisco, al punto nos acordamos de aquella célebre Navidad de media noche en Greccio que, tres años antes de morir. Convocó a sus hermanos y a las gentes sencillas de las aldeas para celebrar al vivo el nacimiento de Jesús, haciendo que un sacerdote diga la santa misa, teniendo ante los ojos un pesebre con heno, un buey y una mula. Francisco, con ornamentos de diá-cono, cantó el Evangelio. “Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces, al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice el "Niño de Bethleem", y, pronunciado "Bethleem" como oveja que bala, su boca se llena de voz; más aún, de tierna afección. Cuando le llamaba "niño de Beth-leem" o "Jesús", se pasaba la lengua por los labios como si gustara y saboreara su paladar la dulzura de estas palabras” (Vida escrita por fray Tomás de Celano, 1228, n. 96).

E igualmente recordamos de otros primeros biógrafos. “Nosotros que hemos vi-vido con el bienaventurado y hemos escrito estas cosas sobre él, damos testimonio de que muchas veces le oímos decir: "Si yo hablase al emperador, le suplicaría que, por amor de Dios y en atención a mi ruego, firmara un decreto ordenando que nin-gún hombre capture a las hermanas alondras ni les haga daño alguno; que todas las autoridades derramen trigo y otros granos por los caminos fuera de las ciudades y castillos, para que, en día de tanta solemnidad, todas las aves, y particularmente las hermanas alondras, tengan qué comer; que, por respeto al Hijo de Dios, a quien tal noche la bienaventurada Virgen María, su madre, reclinó en un pesebre entre el asno y el buey, estén obligados todos a dar esa noche a nuestros hermanos bueyes y asnos abundante pienso; y, por último, que en este día de Navidad todos los pobres sean saciados por los ricos" (Legenda de Perusa, 14).

La Navidad de san Francisco es, pues, un caso muy especial en la hagiografía cristiana, que cada año la familia franciscana lo recordamos con sumo agrado. Y como Francisco también tratamos a nuestro estilo de celebrar el misterio del naci-miento con villancicos, llenos de poesía y ternura.

3. El misterio para él tenía vetas riquísimas. Una de ellas era el considerar la po-

breza de la Virgen pobrecilla que dio a luz en tales circunstancias de extrema preca-riedad. Esto en Navidad y siempre. Era una de sus imágenes de María, la Virgen pobrecilla de Belén.

He aquí una anécdota. “No recordaba sin lágrimas la penuria que rodeó aquel día a la Virgen pobrecilla. Así, sucedió una vez que, al sentarse para comer, un hermano recuerda la pobreza de la bienaventurada Virgen y hace consideraciones sobre la falta de todo lo necesario en Cristo, su Hijo. Se levanta al momento de la mesa, no cesan los sollozos doloridos, y, bañado en lágrimas, termina de comer el pan sentado sobre la desnuda tierra” (2 Celano, 200).

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4. Todo esto que recordamos es lo que otros han visto y contado de nuestro Her-

mano. Pero ¿tenemos testimonios suyos en directo, vivencias personales que él haya plasmado, dando salida a los sentimientos de su corazón? Afortunadamente sí.

San Francisco, rezando los salmos, fue entresacando versículos que especialmen-te tocaban su corazón para componer un oficio votivo de la Pasión del Señor, tam-bién durante la Navidad.

Podemos escuchar su salmo Navideño para contemplar el misterio de Cristo. Este salmo, con esa selección de versículos que él hizo, y con otros textos bíblicos dice de esta manera ante el Divino Niño de Belén.

- Glorificad al Dios, nuestra ayuda (Sal 80,2); cantad al Señor, Dios vivo y verdadero, con voz de alegría (cf. Sal 46,2). - Porque el Señor es excelso, terrible, rey grande sobre toda la tierra (Sal 46,3). - Porque el santísimo Padre del cielo, nuestro Rey antes de los siglos (Sal 73,12), envió a su amado Hijo de lo alto, y nació de la bienaventurada Virgen María. - El me invocó: "Tú eres mi Padre"; y yo lo haré mi primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra (Sal 88,27-28). - En aquél día que hizo el Señor; alegrémonos y gocémonos en él (Sal 117,24) - En aquél día, el Señor Dios envió su misericordia, y en la noche su canto (Sal 41, 9). - Este es el día que hizo el Señor; alegrémonos y exultemos en él (Sal 117 94). - Porque se nos ha dado un niño santísimo amado y nació por nosotros (Is 9,5) fuera de cada y fue colocado en un pesebre, porque no había sitio en la posada (cf Lc 2,7). - Gloria al Señor en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad (cf Lc 2,14). - Alégrese el cielo y exulte la tierra, conmuévase el mar y cuánto lo llena, / se gozarán los campos y todo lo que hay en ellos. - Cantadle un cántico nuevo, cante al Señor toda la tierra. - Porque grande es el Señor y muy digno de alabanza, terrible sobre todos los dioses (Sal 95,4). - Tierras de los gentiles, ofrendad al Señor; ofrendad al Señor gloria y honor,

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ofrendad al Señor la gloria debida a su nombre (Sal 95,7 - 8). - Tomad vuestros cuerpos y cargad con su santa cruz y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos (Rom 12,1; Lc 14,27; 1 Pe 2,12). 5. En esta forma de orar trasparece el corazón puro de Francisco. ¿Qué piensa

Francisco de la Navidad? ¿Qué vive…? Lo primero, para Francisco misterio del Nacimiento y misterio de la Pasión y Re-

surrreción del Señor – Misterio pascual, hoy decimos – son un mismo misterio indi-viso. Francisco canta el Nacimiento de Jesús con expresiones pascuales: “Este es el día que hizo el Señor”. Por eso decía que la Navidad era la fiesta de las fiestas, pues la gracia que nos salva empezó ahí. Invitaba al universo entero a hacer una sinfonía para dar gloria a Dios, estallando todos en la misma alegría.

Lo segundo que advertimos en este Salmo Navideño que nuestra vivencia princi-pal de la Navidad ha de ser la alabanza y la glorificación de Dios. El alma queda abierta a lo infinito para cantar la gloria de Dios, la misericordia del Padre amantí-simo que nos ha enviado a su Hijo”.

Y lo tercero es muy limpio: la Navidad es una invitación de consagración y se-guimiento: “Tomad vuestros cuerpos y cargad con su santa cruz y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos”.

Hermano, ésta es la Navidad pura y bella de Francisco. Así la ha vivido. Así nos

la ha enseñado. Puebla de los Ángeles (México), 2 enero 2011

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6. Santísimo Nombre de Jesús

Noticia histórica. El Misal precedente al actual (1970), el llamado Misal Tridentino, que de modo extra-

ordinario los Sacerdotes y Fieles pueden usar (Benedicto XVI, Summmorum Pontificum) tenía, de siglos atrás, la celebración del Santísimo Nombre de Jesús. (Dominica inter Circumcisionem et Epiphaniam vel, si ipsa non occurrat, die 2 Januarii SANCTISSIMI NOMINIS JESU, duplex II classis), con sus textos propios. En el nuevo “Calendarium Romanum” (editio typica 1969), no se incluye la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús. Sin duda que el motivo de esta decisión se debe al hecho de que todos los años en la octava de Navidad se lee el Evangelio de la circuncisión del Niño, según la Ley de Moisés, y la imposición del nombre de JESÚS.

La Compañía de Jesús celebra la solemnidad del día 1 de enero como solemnidad de “MARÍA SS. MA-DRE DE DIOS E IMPOSICIÓN DEL NOMBRE DE JESÚS Título de la Compañía de Jesús”.

La Familia Franciscana, en su más reciente Calendario (2002) ha fijado el día 3 de enero para esta “Me-moria”. En la nota a la celebración litúrgica de esta memoria leemos: “El Santísimo Nombre de Jesús, invoca-do por los fieles desde los comienzos de la Iglesia, principió a ser venerado en las celebraciones litúrgicas en el siglo XIV. Por su parte San Bernardino de Siena y sus discípulos propagaron este culto a lo largo y ancho de Italia y de Europa. Como fiesta litúrgica se introdujo en el siglo XVI. Y en 1530 el papa Clemente VII concedió por vez primera a la Orden Franciscana la celebración del Oficio del Santísimo Nombre de Jesús”.

Hermanos: 1. La fiesta del Nombre de Jesús, colocada en el ciclo natalicio, suena a un vi-

llancico amoroso que le dijéramos al Niño. Puede evocarnos aquella Navidad tan original que celebró Francisco con sus hermanos y las gentes sencillas en la monta-ña, en el pueblo de Greccio. Recordemos el pasaje, tantas veces citado de nuestro hermano franciscano, Fray Tomás de Celano, contemporáneo de los hechos, que cuando escribe, como hombre culto y poeta, es un artista. Evoca aquella predicación coloquial y mística de Francisco en la noche de Navidad: “El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. (…) Cuando le llamaba "niño de Bethleem" o "Jesús", se pasaba la lengua por los labios como si gustara y saboreara su paladar la dulzura de estas pa-labras” (1 Celano, 86).

Esta dulzura de Francisco la había fomentado de forma entrañable la espirituali-dad de la Edad Media, como aparece paladinamente en los escritos de la familia cis-terciense. Es bien conocido el himno atribuido a San Bernardo, doctor melifluo, que comienza así.

Jesu dulcis memoria dans vera cordis gaudia: sed super mel et omnia ejus dulcis praesentia. Unos versos endecasílabos vierten el ritmo del poema con este tono:

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Oh Jesús de dulcísima memoria, que nos das la alegría verdadera: más dulce que la miel y toda cosa es para nuestras almas tu presencia. El devoto himno tiene una melodía gregoriana íntima y suave, muy adecuada pa-

ra cantar a Jesús, adorándole y gustando de su exquisita y divina dulzura. 2. Cuando hablamos del Nombre de Jesús, no nos referimos tan solo a la con-

templación de Jesús niño. El hijo de María, que adulto salió a predicar por caminos y aldeas de Galilea, tiene un nombre propio, que es Jesús, y que en la intimidad, en esa relación que establecemos con él, se llama también, seguramente que con prefe-rencia a otros nombres, JESÚS. La fiesta del Santísimo Nombre de Jesús podría ser una celebración votiva de Jesucristo en cualquier otro tiempo del año.

Volvemos otra vez al caso de Francisco, aunque no hablamos para franciscanos, sino para cualquier hermano o cualquier hermana en Cristo que quiera gustar de la santa humanidad paladeando su Nombre de Jesús, melodía de salvados. El biógrafo Tomás de Celano ante el cuerpo yacente, llagado, de Francisco, reflexiona sobre lo que ha sido aquella vida: “De la abundancia del corazón hablaba su boca, y la fuente de amor iluminado que llenaba todas sus entrañas, bullendo saltaba fuera. ¡Qué in-timidades las suyas con Jesús! Jesús en el corazón, Jesús en los labios, Jesús en los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos, Jesús presente siempre en todos sus miembros. ¡Oh, cuántas veces, estando a la mesa, olvidaba la comida corporal al oír el nombre de Jesús, al mencionarlo o al pensar en él! Y como se lee de un santo: Viendo, no veía; oyendo, no oía” (1Celano, 115). El santo de quien esto se lee es san Bernardo.

Así, pues, aunque la memoria del Nombre de Jesús la celebremos en este ciclo de Navidad, arrobados por el encanto del Niño, bien podemos verla con referencia a toda la vida de Jesús, el Señor, a toda su figura y persona.

San Pablo, recogiendo un himno cristiano, proclama: “al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SENOR para gloria de Dios Padre” (Flp 2,10-11). Pasaje gran-dioso, porque el nombre histórico de Jesús se une con el nombre cultual de Yahweh. Aquel que en la vida fue llamado Jesús es adorado y honrado al par de Yahweh, co-mo Señor, como él único Señor.

3. Vayamos a los Evangelios a informarnos sobre Jesús, Jesús de Nazaret, Jesús

hijo de José. ¿Cómo le llamaban a este singular Rabino o Profeta, cómo se dirigían a él sus discípulos antes y después de la muerte, en los dos tiempos que comprende la única vida de Jesús? Aquel de quien hablamos tuvo un nombre biográfico, registra-do en el censo (un nombre y apellido), y un nombre cultual, o varios nombres para el culto.

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En la primera vez que aparece Jesús en los Evangelios, su nombre ya está sacra-lizado. En efecto, el primer Evangelio, el san Mateo, comienza con la genealogía de esta criatura que va a entrar en el mundo: “…y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo” (Mt 1,16). Antes de comenzar a narrar algún episodio concreto de él, ya sabemos el sobrenombre que pasa a ser nombre propio: Cristo. Bien pronto la comunidad cristiana juntando dos en uno hizo un nombre propio nuevo, que no había existido y que es exclusivo de él: Jesucristo.

Históricamente este que será Predicador, Profeta, Taumaturgo… fue anotado en el censo con un nombre judío, que según transmiten lo mismo Mateo que Lucas, venía del cielo; por su ángel que lo dictó de parte: se llamará Jesús. Dios, pues, le ha puesto el nombre a su Hijo amado.

Y tuvo su apellido, como lo tenían los demás ciudadanos, tomado de la proce-dencia paterna: Jeshua ben Joseph, o “bar Joseph” en arameo. Otra forma de apelli-dar a las personas era adscribirles el nombre geográfico de origen, por ejemplo, el profeta Elías: Elías el Tesbita.

El apellido corriente de Jesús es el de Nazareno. Los relatos de la crucifixión y de la resurrección son particularmente expresivos. Fue crucificado como Jesús Na-zareno: ese es el nombre; y como Rey de los Judíos: esa es la causa. El Padre lo re-cibió como Jesús, Jesús Salvador; y, nacido de sus brazos, nos lo va a entregar como Jesús. Y, al decir Jesús, unimos crucifixión, muerte y resurrección; en este nombre queda fusionada vida terrestre y vida pascual: todo cuanto Jesús ha vivido y es y eternamente será. Este santo Nombre que sana a los enfermos de cuerpo y alma, es el manantial de toda la teología, y el ápice de la espiritualidad. Es el Nombre asumi-do en la Trinidad. Este Nombre, que es toda su humanidad y divinidad, es sacramen-to de salvación. Jesús es mi Dios, mi Salvador.

4. Volvamos a los relatos evangélicos. Los evangelistas, como narradores, llaman

a su protagonista Jesús; san Lucas, desde determinado momento, desde el episodio de viuda de Naím, también llama a Jesús “el Señor”. “Al verla el Señor, tuvo com-pasión de ella, y le dijo: « No llores. »” (Lc 7,13). ¡Qué nombre éste más noble, más enjundioso, lleno de un sabor celestial!

Si los evangelistas como narradores le llaman Jesús, ninguno de los doce le lla-mará coloquialmente así, como se habla de igual a igual. Le llamarán “Señor”, le llamarán “Maestro”, le llamarán Rabbí…

Pero hay un caso en que un hombre le llamó al Nazareno simplemente ¡Jesús! Fue en la cruz, alguien que estaba en el mismo suplicio, y con una suavidad divina, con ojos suplicantes, le dijo: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino” (Lc 23,42). Aquella palabra corriente, Jesús, empezaba a ser palabra divina.

5. Poniendo a Jesús ante nuestros ojos, ¿qué nos dice a nosotros – a mí concre-

tamente – el Nombre de Jesús? Nos dice toda su humanidad. Cuando Carlos de Foucauld, hoy Beato Carlos de

Foucauld, el Hermano Carlos, piensa que puede haber unos “Hermanitos de Jesús”,

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el nombre de Jesús le trae todo el misterio de Nazaret: silencio, presencia oculta, trabajado; y todo ello transido de cercanía y ternura. El Nombre de Jesús es, en con-secuencia, todo el Evangelio de Jesús entre los hombres.

Y nos dice simultáneamente toda su divinidad. Al nomb4e de Jesús le asignamos nos atributos: santísimo y dulcísimo. Santísimo, esto es, la omnipotencia de Dios reside en él. Dulcísimo, que equivale a: la salvación de Dios, toda ella, está en este Nombre.

Esta espiritualidad es evangélica por los cuatro costados. Hermanos, ¡alabado sea el Nombre de Jesús! Amén.

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7. El Bautismo de Jesús desde la tierra y el cielo

Hermanos: 1. El Bautismo de Jesús, arranque de su vida pública, podemos contemplarlo

desde la tierra y el cielo, con una doble perspectiva: ¿Qué dice – o puede decir – la historia? ¿Qué dice la fe: qué nos está anunciando, y a mí, en particular, la fe?

Dos preguntas que es imposible partirlas, como si fuesen dos cosas separadas. El Bautismo de Jesús es uno, y como un solo Bautismo llega hasta mí. En él hallamos a múltiples personas: el protagonista es él, que, movido por una decisión personal, ha venido a las aguas del Jordán. Con él está el Bautista, Juan. Con Jesús hay gentes de cerca y de lejos, según narra el Evangelio, que han venido a recibir el bautismo de Juan. Pero se rasga el cielo y se escucha la voz del Padre, y viene el Espíritu en for-ma de paloma. Cada una de estas personas que circundan el hecho tiene una presen-cia y actuación, si bien tan diferente. La Trinidad invade la escena, que por eso nues-tros hermanos de Oriente hablan del Bautismo de Jesús como de Teofanía, palabra que significa: “manifestación de Dios”. Y el icono de la Transfiguración del Señor, que es uno de los iconos de las fiestas de Oriente, representa el Bautismo del Señor de esta manea: Jesús metido en el Jordán, con las manos juntas en oración, su santo cuerpo desnudo; las aguas con sus ondas vibrantes, presas de un estremecido recogi-do; los peces, como vivientes en las aguas, que anuncian la renovación del cosmos; en la ribera del Jordán los ángeles, con manos alzadas, sostienen, adorantes, mirando a Jesús, la ropa de la que él se ha despojado; Juan como testigo y bautizador; el cielo abierto, con rayos que de arriban descienden hasta la cabeza del Hijo amado; el Pa-dre que habla; la Paloma, con las alas extendidas, signo de la nueva creación nupcial que se está produciendo en la tierra. Y si el nacimiento de Jesús nuestros hermanos de Oriente lo unen con el misterio de la resurrección – pues la cunita semeja un se-pulcro, y las fajas del Niño las vendas del cuerpo sacrosanto del sepultado para resu-citar, algo de esto podemos apreciar en el icono de la Teofanía del Bautismo: el agua sale como de una cueva rocosa.

Y nosotros ¿dónde estamos en este icono? Nosotros estamos en la celebración, mirándolo. Estamos fuera y estamos dentro, como un día estuvimos dentro al recibir en nuestro bautismo las aguas santificadas en el Jordán. Tratemos, pues, de desme-nuzar algunos rasgos de esto que es el conjunto humano-divino de un solo misterio.

2. Y tenemos que comenzar por la historia, acaso una humildísima historia, que

nosotros, por íntima necesidad de nuestra fe la hemos teologizado desde su naci-miento. Debemos reconocer que el episodio histórico del bautismo de Jesús de Na-zaret ya en la misma página que nos lo ha contado, y para ello tenemos los textos de los cuatro evangelistas, viene ya vivido, celebrado, teologizado.

Todos los investigadores, incluso en la época más dura del racionalismo, aceptan que el hecho escueto del bautismo de Jesús es real e histórico. Aquí comienza, en

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rigor, el Evangelio. Cosa distinta será la interpretación, esa carga de sentido con que los evangelistas nos han transmitido el Bautismo de Jesús Mesías, de Jesús, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, de Jesús Hijo de Dios.

En el libro teológico que siendo Papa ha escrito el sabio creyente Joseph Ratzin-ger, “fruto de un largo camino interior” (Prólogo) afronta el contexto histórico de la escena. En tiempo de Jesús en el desierto de Judá había unas Comunidades, llama-das de Qunrán por la cueva-refugio donde fueron hallado sus escritos, que esperaban la venida escatológica de Dios y la de un Gran Mensajero. “Parece que Juan el Bau-tista – escribe el Papa -, y quizás también Jesús y su familia, fueran cercanos a este ambiente. (…) No es de excluir que Juan el Bautista hubiera vivido algún tiempo en esta comunidad y recibido de ella parte de su formación religiosa” (p. 36). Habría sido, pues, un esenio; todo esto en el terreno de una hipótesis de investigación.

Juan el Bautista, en la senda de los profetas, llega al convencimiento de que el tiempo de Dios ha madurado, y es más: definitivamente estamos en el acontecimien-to final. Pide a las gentes un cambio radical, que se ha de manifestar en la conver-sión con la confesión de los pecados. El bautizando confesaba sus pecados y se su-mergía en el agua; empezaba su vida nueva en la era de Dios.

3. Y en estas circunstancias viene Alguien no de Jerusalén ni de Judea, sino de la

lejana Galilea, y quiere sumergirse en este bautismo. Pero Jesús no puede decir: Yo he sido desobediente a la voluntad de Dios; yo he infligido mal a mi prójimo, abso-lutamente nada de esto. Hay, pues un forcejeo, entre el Bautista, terrible y místico predicador, y Jesús, humilde Cordero, Siervo de Dios según lo había prefigurado Isaías. Jesús vence con una autoridad que nadie puede resistir: “Déjalo por ahora porque es necesario que se cumpla toda justicia”. Juan cede y el esclavo bautiza a su Señor. Todo justicia es toda voluntad de Dios.

En modo alguno podemos imaginar que el bautismo era una representación espi-ritual y un buen ejemplo, para animar a los demás. En el fondo, esto no habría sido sincero. El Bautismo de Jesús en la tierra fue verdadero, el más verdadero, el más solidario de todos. Jesús se bautizó con todos los hombres, bajando hasta el abismo. Por eso podrá decir un día: Id y bautizad a todas las naciones… El bautismo de Jesús son las primeras aguas de mi bautismo. Jesús, al bautizarse, llevó consigo todos mis pecados.

4. Y, si habíamos empezado hablando de este bautismo sobre la tierra que Jesús

recibe, ya nos hemos entrado en un bautismo celestial. ¿Qué pasa en el corazón de Jesús? ¿Se podrá decir de alguna forma? ¿Sabremos cuál es el misterio que en él existe? El misterio de Jesús es el misterio del Padre y del Espíritu. Del cielo se des-prende una voz: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias”. Y el Espíritu derrama su santa Unción. Nuestra fe se queda parpadeando.

El Papa en su estudio dice: “Una amplia corriente de la teología liberal ha inter-pretado el bautismo de Jesús como una experiencia vocacional: Jesús, que hasta en-tonces había llevado una vida del todo normal, en la provincia de Galilea, habría

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tenido una experiencia estremecedora. (…) Pero nada de esto se encuentra en los textos. Por mucha erudición con que se quiera representar esta tesis, corresponde más al género de las novelas de Jesús que a la verdadera interpretación de los tex-tos” (pp. 46-47).

5. ¡Bautismo de Jesús! ¡Bautismo del Siervo de Dios! Nos quedamos con la

misma impresión que ante el misterio de la Eucaristía o de la concepción virginal de Jesús. Dios está ahí.

Lo nuestro, abiertos a toda investigación que los creyentes puedan hacer, es ado-rar, y pedir nueva inteligencia del misterio, en este caso inicio del Evangelio.

Señor Jesús, adéntrame en las aguas de tu Bautismo y dame una partecita del go-zo infinito de tu filiación divina que se me ha regalado en mi bautismo. Amén.

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8. Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo Hermanos: 1. Estamos ya caminando en el tiempo ordinario del año, desde que el domingo

pasado se cerró el ciclo navideño con el Bautismo del Señor. Tiempo ordinario que frente a Adviento y Navidad, Cuaresma y Pascua, no significa tiempo de segunda importancia, sino tiempo en el que se contempla el misterio del Señor no en una de-terminada peculiaridad, sino en su síntesis y totalidad. Ya nos advirtió el Concilio que el Domingo, cada Domingo, es la fiesta primordial del cristiano, porque en él se celebra, por la Eucaristía, la muerte y resurrección. El Domingo, inicio de la semana (y no fin de semana), es la matriz de todas las fiestas.

En este domingo, introduciéndonos en la vida pública, empalmamos bautismo de Jesús con el ministerio siguiente. Hay una frase en el Evangelio, que la sabemos muy bien, porque suena en todas las misas, cuando el Sacerdote invita a los fieles a que vengan a la mesa del Banquete Pascual del Señor. Mostrando el Pan y el Vino consagrados, dice: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, fra-se que justamente procede del Evangelio de Juan, apenas proclamado. Frase que se alarga con aquel versículo del Apocalipsis: “Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap 19,9).

2. Estamos hablando, hermanos, con un lenguaje simbólico, poético, místico…,

absolutamente sagrado, que infunde sumo respeto. No lo han inventado los expertos que han elaborado la liturgia; procede directamente de la Biblia, y como discípulos del Señor nos atrevemos a entrar por este terreno divino, para el que Dios, nuestro Padre, nos da franquicia libre.

Le acabamos de oír a Isaías: “El Señor me dijo: Tú eres mi siervo, Israel; en ti manifestaré mi gloria” (Is 49,3). Ha sido la primera lectura de hoy, recogiendo el Tercer Cántico del Siervo de Yahvéh. El oráculo de aquel singular profeta que esta-ba anunciando a Israel su misión, prosigue: “Es poco que seas mi siervo solo para establecer a las tribus de Jacob y reunir a los supervivientes de Israel; te voy a con-vertir en luz de las naciones, para que mi salvación llegue a los últimos confines de la tierra”.

San Juan Bautista ha leído y meditado estos oráculos admirables, en aquel clima de expectación mesiánica que se vivió en sus días, pero no ha tenido la osadía de aplicárselo a sí mismo. Al contrario, él ha afirmado con rotundidad: Yo no soy ese.

Pero este Pregonero de la venida de Dios, está señalando a Alguien. Y nos lo si-gue señalando a nosotros, que nos sentimos, como cristianos, la Comunidad Mesiá-nica de Dios. “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

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3. A todo el mundo judío, el nombre escogido del Cordero le lleva, ante todo, a la Pascua que se inició con Moisés en la salida de Egipto, paso de la esclavitud a la libertad, anuncio de la victoria del pecado y la donación de la gracia. Un cordero por familia, sin defecto, macho, de un año (Ex 12,3-5). Nosotros llamamos a este corde-ro – podía ser también un cabrito (Ex 12,5) – el “cordero pascual”.

San Juan lo llamó “el Cordero de Dios”. No habían dicho esta expresión los li-bros bíblicos. El Cordero de Dios, por eso es “el Cordero de Dios que quita el peca-do del mundo”.

Cordero de Dios, que quiere decir: Cordero elegido por Dios. Cordero que ya lleva su destino: Cordero destinado al matadero. A la Cruz, de-

cimos nosotros, los cristianos. 4. Y este Cordero destinado al matadero nos está evocando lo que se halla escrito

en los mismos Cánticos del Siervo de Yahweh. “Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca” (Is 53,7). Es un pasaje que escuchamos en Viernes Santo, hablando del Siervo de Yahvéh, Jesús Crucificado.

Para interpretar correctamente el pasaje del Evangelio hemos leído el oráculo del Siervo: Tú eres mi siervo, Israel…; te hago luz de las naciones…

5. Esta forma de presentar a Jesús, antes de comenzar a narrar los episodios con-

cretos de su vida, nos dice qué piensa el evangelista, como escritor, acerca de él; y cómo Juan da un mensaje orientado al que viene después de él.

¿Por qué Juan el Bautista, que invita a sus discípulos a que pasen a ser discípulos de Jesús, no se ha hecho él mismo discípulo de Cristo?, pregunta que lanzaba un joven interesado, al escuchar la explicación de este pasaje. Pregunta sabia, que tiene muchas implicaciones históricas, si intentamos rescatar la realidad de los hechos. Juan Bautista, que confiesa al Hijo de Dios, podía haber sido ya discípulo de Jesús y acaso pertenecer al grupo de los Doce… Pero no es así. Juan Bautista es el Precur-sor, y, por una Providencia que excede nuestro pensamiento, Juan Bautista está a la puerta indicando, y el menor de los que han pasado el umbral es mayor que el más grande, Juan el Bautista, de todos los anteriores.

6. La intención del mensaje evangélico es valorar la figura de Jesús que va a en-

trar en acción. Él es el que tiene, en posesión, el Espíritu derramado de Dios; Él es el Hijo de Dios. Y en otras palabras: él es el que uita el pecado del mundo, el único que quita el pecado del mundo,

Se me está diciendo que él es el perdón de mis pecados, el que me purifica ante el Padre, porque, si quita el pecado del mundo, estaba dentro de este pecado.

Este es el Jesús de la historia cumplida por los caminos de Palestina. Este es el Jesús de mi historia, de mi fe y de mi intimidad.

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Con esta efigie de Jesús por delante, puedo comenzar a leer el Evangelio, que es la Tienda del Encuentro de Dios y el hombre. Este es Jesús, que ha de forjar mi co-razón para la vida eterna.

Él es mi victoria; mi paz, mi Salvador en tiempo y eternidad. Amén. León, Gto., 11 enero 2011

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9. Pescadores de hombres (Domingo 3 del tiempo ordinario, ciclo A)

Hermanos: 1. Se abre hoy ante nuestros ojos el panorama de la vida pública de Jesús, tras

esos misterios plenos del Bautismo, que ya lo celebramos, y de las Tentaciones en el desierto, que lo recordaremos al inicio de Cuaresma. Este comienzo lo evocará años más tarde Pedro en un discurso en casa de Cornelio, según cuentan los Hechos de los Apóstoles: “Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo” (Hch 10,37).

La cosa comenzó en Galilea y se consumó en Jerusalén, y la entrada definitiva de Jesús en acción fue cuando termina Juan el precursor, hoy encarcelado y mañana degollado.

Tengamos, pues, ante los ojos el mapa de la Tierra Santa: Galilea al norte; Judea y Jerusalén al sur. Nazaret está en la campiña de Galilea, y Cafarnaúm, también en Galilea, la ciudad principal de aquellos pueblos que rodean el lago. Jesús se estable-ció en Cafarnaúm, ¿acaso al amparo de la familia de Simón Pedro? Allí es estable-ció, de momento, según el dato de san Mateo, quien unos capítulos después, dice: “Subiendo a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad” (Mt 9,1). Cafarnaúm es, pues, la ciudad de residencia de Jesús.

Este dato de la vida de Jesús invita a una reflexión. ¿Por dónde ha de comenzar uno para hacer la obra de Dios? La respuesta se impone: Uno ha de comenzar allí donde está. San Francisco de Asís, cuando fue llamado por el Señor a una vida nue-va de pobreza, de humildad, de servicio, de identificación con Cristo, en suma, de alegría primaveral, comenzó por Asís y allí surgieron sus primeros compañeros, un plantel de santos. Jesús comenzó por Galilea, y resulta que en aquellos pueblos esta-ba las columnas de Iglesia, Pedro y Andrés, Santiago. Aquella criada que tentó a Pedro en la Pasión, cuando el discípulo tristemente dijo que no lo conocía, le espetó, diciendo: Pero ¿no eres tú galileo, como él? ¡Si se te nota al hablar…!

Hermanos, donde hay un gran hombre hay junto a él otro gran hombre, otro y va-rios: el primero es el líder; el segundo está en lo oculto. Si no se descubre el prime-ro, nunca aparecerá el segundo… Acaso nos lo podamos aplicar a nosotros: necesi-tamos que Dios suscite líderes, para que en torno a ellos haya una floración esplén-dida de Evangelio.

2. Jesús comenzó en Galilea y, vistas las cosas desde la altura, el evangelista in-

terpretó este simple hecho en la órbita de una profecía mesiánica. Y con un sentido espiritual de la Escritura cita al profeta Isaías: “para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: ¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, allende el Jor-dán, Galilea de los gentiles! El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran

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luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido” (Mt 4.14-16).

Galilea era tierra abierta, por donde las caravanas del continente tenían salida ha-cia el mar. Gente contaminada de paganos, por eso despectivamente queda marcada como “Galilea de gentiles”. Pues aquí comienza Jesús, y esto es una profecía. Aquí están sus Apóstoles; aquí se inicia la misión universal de la Iglesia. Este pueblo que, según la Escritura, vivía en tinieblas, vio una gran luz. Era la luz de Jesús.

Ciertamente que Jesús no salió a la Diáspora, como Pablo. Podía haber pensado en el Mediterráneo, en Antioquía, en Alejandría, donde había tantos judíos. Podía haber sido misionero por estos mares. Pero, no. Jesús no salió por esos mundos. Su vida quedó confinada en unos pocos kilómetros. Y desde allí fue la luz en las tinie-blas.

3. Y comenzó con el anuncio del Reino. El tiempo se ha cumplido; el Reino de

Dios irrumpe: convertíos, creyendo en el Evangelio (cf. Mc 1,15). Este pregón es el mensaje total de Jesús, que luego se ha de desmenuzar en muchas parábolas.

Las palabras de Jesús eran palabras poderosas llenas de Dios. Aparentemente di-ce lo que dice el austero Juan. Los dos anuncian la venida del Reinado de Dios, que inaugura la era definitiva de la humanidad. Los dos hablan de conversión, que es el viraje de vida que da el ser humano, entrando en un terreno nuevo. Juan pide la con-fesión de los pecados y con ella el bautismo.

Si uno baja al abismo del ser, comprenderá que hay algo superior a la confesión humilde de los propios desvarío, e, incluso, a ese reconocimiento último de que yo soy pecador. Jesús nos pide que acojamos el Reino como un tránsito de fe. La fe, como abandono en Dios, es el amor más puro.

Jesús se ha abandonado a su Padre y puede pedirnos lo que primero que nadie él ha hecho. Eso es creer: dar entada a Dios en todos los poros del ser, en todos los ámbitos de nuestra existencia, en todo respiro de nuestro corazón. Nada se escapa de la fe. La fe es el mayor don que Dios nos ha dado, la fe, que es inseparable de la es-peranza y del amor. Creer es dejarse deificar la vida entera. Creer es ser hijo de Dios con todas las consecuencias.

4. Pero en el mensaje de Jesús hay algo latente, que el discípulo lo va a descubrir

con inmenso gozo y exultación. Creer es aceptar a Jesús; el Reino de Dios mismo es Jesús mismo; el Evangelio, la Buena Noticia no es otra cosa sino Jesús, a quien los cristianos nos gusta también llamar “el Señor”.

La cosa comenzó en Galilea y allí la luz venció a las tinieblas. 5. Ya el Reino de Dios ha bajado, Reino que es “reinado”, ejerciendo Dios su

ciudadanía divina en la tierra. Y ahora Jesús, con este fuego que le abrasa, requiere hombres para la tarea. Ninguno es digno, ciertamente; pero él, Cristo que llama, hará el milagro en cada uno. Dios es capaz de convertir a un recio, y acaso duro, pescador

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en un Apóstol de su Hijo divino; de cambiar a un publicano, perdido en monedas y cuentas, en un Apóstol del Verbo Encarnado. Esto lo hizo con Leví o Mateo.

Allí junto al lago faenaban dos parejas de hermanos: Simón y Andrés; Santiago y Juan con su padre, el Zebedeo. Jesús les dijo una palabra, traspasada con una mirada que arrebataba. “Venid conmigo”. ¿Fue la palabra o la voz? ¿Fue la mirada? ¿Fue acaso lo que se sentía estallar detrás de aquella humanidad vertida en unos ojos y en una voz?

Y añadió: Os haré pescadores de hombres. ¿Pescadores de hombres? Nunca se había dicho. Jesús se inventaba algo que se les clavó en el alma. ¡Hay que pescar? Hay que lanzar el anzuelo y tirar con energía. Dejad esas redes; dejad esa barca. Hay otra pesca que nos aguarda. Yo busco hombres, yo quiero hacer de toda la tierra una comunidad amada de salvados. Os necesito; venid conmigo.

Jesús hizo el milagro. Al instante, dejaron las redes, dejaron la barca, dejaron a su padre, dieron la espalda al pasado y al futuro, y como estaban, con lo puesto, fue-ron consagrados discípulos de Jesús, los primeros discípulos del Reino. Sencilla-mente, dejándolo todo, “le siguieron”.

6. Así comenzó la Iglesia, Comunidad ferviente de Jesús, y tiene que suceder – y

sucede – hoy. La Iglesia nacía como creación de Jesús, como si en aquel momento se hiciera el día primero de la creación, cuando hijo: “Hágase la luz”, y la luz se hi-zo. Y vio Dios que era bueno.

Comienza el Reino, se anuncia a la Iglesia. La palabra de Jesús no es menos potente que la palabra imperativa de Dios en la

creación. Hoy es bella la Iglesia cuando se la ve en un solo corazón obediente a la Palabra

de Dios. La Iglesia no es estadística. La vida no es más que la densidad del amor. Y acaso lo grave de esta palabra sea que puede ser que Dios me la esté dirigiendo

a mí mismo. Sería el acontecimiento de mi vida y eternidad. Hermano, si Jesús está pasando, no bajes tu mirada. Enciende tus pupilas al mi-

rarle a él. Que sea él tu Pescador, y déjate capturar. Amén. 18 enero 2011.

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10. Padre, que todos sean uno (Semana de oración por la unidad de los cristianos,

18 - 25 enero) Hermanos: 1. ¡La unidad! La unidad de los suyos, de la Iglesia. Tocar esta palabra es tocar lo

más íntimo y vivo del corazón de Jesús. Es retornar al Cenáculo, la noche sagrada de despedida, cuando se pronunció aquella oración, que en estos siglos recientes se ha llamado en la exégesis la Oración Sacerdotal de Jesús, es decir, la Oración de Jesu-cristo Sumo Sacerdote, que ora por sí mismo, por estos, que son “los suyos”, por cuantos han de creer en su Nombre mediante la predicación de los discípulos.

“No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,20-21). Bien se puede decir que la unidad es el ápice de todas las plegarias de Jesús. Je-

sús pide el Reino, la acción e Dios en el mundo; y sabe que ha de venir, que su ora-ción no cae en el vacío. Ni el Padrenuestro de Jesús, ni el Padrenuestro de sus discí-pulos, quedan diluidos en la estratosfera. Lo que pedimos se cumple y se cumplirá.

Pues bien, el remate de su oración es que la obra de Dios, sea coronada en la uni-dad. La unidad es el amor de vasos comunicantes. Compartimos el amor, comuni-camos linfa y sangre y lo demás viene de por sí; es regalo de añadidura.

2. Pero la realidad cotidiana es otra, y muy dura, y esta herida sin cicatrizar la

llevamos de siglos atrás. Gracias a Dios, la herida no está enconado (lo estuvo du-rante un milenio) y se encuentra en vías de curación. El 7 de diciembre de 1965, al concluir el Concilio Ecuménico Vaticano II, Pablo VI, Obispo de Roma y de la Igle-sia Católica, y Atenágoras I, Patriarca de Constantinopla con su Santo Sínodo, hicie-ron una declaración conjunta de mutuo perdón y reconciliación. Querían borrar la mutua excomunión que se dieron las Iglesias el año 1054, siendo Patriarca de Cons-tantinopla Miguel Cerulario. “Declaran de común acuerdo: lamentar las palabras ofensivas, los reproches infundados y los gestos condenables que de una y otra parte caracterizaron a acompañaron los tristes acontecimientos de aquella época. Lamen-tar igualmente y borrar de la memoria y de la Iglesia las sentencias de excomunión que les siguieron y cuyo recuerdo actúa hasta nuestros días como un obstáculo al acercamiento en la caridad relegándolas al olvido. Deplorar, finalmente, los lamen-

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tables precedentes y los acontecimientos ulteriores que, bajo la influencia de diferen-tes factores, entre los cuales han contado la incomprensión y la desconfianza mutua, llevaron finalmente a la ruptura efectiva de la comunión eclesiástica”.

Esto por lo que se refiere a nuestros hermanos ortodoxos. Luego, en el siglo XVI, acaeció, en circunstancias turbulentas, lo de la Reforma protestante, y los fraccio-namientos que sucesivamente han venido. La verdad es que hay varios niveles de encuentro entre creyentes en un mismo Evangelio. Hay un protestantismo de gran solera intelectual con el cual los intelectuales católicos puede conversar con elegan-cia, sin acritud, y con talante de hermanos. Hay otras capas en las cuales un diálogo lleno de cordialidad y de espetuosa amistad resulta imposible. Y entonces la mutua ignorancia es la salida de emergencia.

Pero la Iglesia es una, y el proyecto de Jesús es uno. Y su voz suplicante, el ge-mido que sube al Padre cruza los siglos.

3. El drama de la unidad de los cristianos, que le hace estremecer a uno cuando

realmente abre los ojos a la realidad, es, en el fondo, un drama derivado de lo que acontece en nosotros. Si uno llega a percibirlo, seguramente que cambiará su refle-xión cristiana sobre esta situación, la más dolorosa, que padece la Iglesia.

La desunión está dentro de mí mismo. Además, por un misterio que nos rebasa, la desunión se proyecta con respecto a personas íntimamente ligadas por el amor, sea un amor de amistad, sea un amor de familia.

Hermano, hermana, ¿nunca en tu vida ha habido una frustración en el amor en aquella parcela, la más querida, la mejor cultivada? ¿Nunca ha habido un desencuen-tro que haya dejado una herida que todavía supura? Un balance de culpabilidades no resuelve nada. Nos parece, más bien, que estamos pasando a la zona del misterio del ser humano.

Nuestros matrimonios, nuestras familias… ¿dónde está esa unidad que el proyec-to como tal está clamando desde sí? Los distintos pareceres sobre un mismo asunto; la dureza de postura que esto provoca, frecuentemente con acritud, los silencios para esquivar dificultades, la frialdad que se genera, la indiferencia… todo ello siembra el campo de cizaña, y no sopla esa aura placentera de la unidad.

Entonces uno comprende que el universo de la Iglesia, en proporciones pequeñas, totalmente reales y quizás dramáticas, lo vivo dolorosamente en mi propio ámbito.

Hemos nacido para el amor, antesala del cielo, y a lo mejor peregrinamos con la herida del corazón. Cualquier herida, peo no herida del corazón, dice una sentencia de la Escritura.

4. ¿Qué podemos hacer por la unidad?, se pregunta un corazón que en sinceridad

anhela a Dios. No nos sacudamos con frivolidad ese desgarro de nuestra falta de unidad, si en

efecto, hemos percibido de qué se trata. Si lo hemos visto con intensidad, seguro que por ahí en medio anda escondida una vocación de agentes de unidad, de discretos

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misioneros del amor. Y quizás, en una zona de delicada espiritualidad, de víctima de la unidad de la Iglesia, que significa: dar la vida para que los cristianos seamos uno.

Tenemos santos que han recibido este carisma del Señor, el de vivir y morir si-lenciosamente por la unidad de la Iglesia, para que se cumpla la plegaria de Jesús: Padre, que todos sean uno, como tú en mí y yo en ti.

La Eucaristía nos lleva a esta espiritualidad de comunión, de ofrenda incondicio-nal por la unidad desde el corazón del Señor. La Misa de cada día nos invita a esto. En la oración que precede al saludo de la paz, se pide: “concédele a tu Iglesia la uni-dad y la paz”. De esta unidad de la fe, de esta paz del amor es de lo que hablamos.

Qué hermosa oración. Vuelve a nuestras almas y es el colofón de nuestra refle-xión en esta Semana de la Unidad

“Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: 'La paz os dejo, mi paz os doy', no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad”. Amén.

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11. Las Bienaventuranzas

(Domingo 4 del tiempo ordinario, ciclo A)

Hermanos: 1. Nuestra carta de Presentación ante los hombres de hoy y ante la Historia, si

quieren saber qué es el Cristianismo y quién ha sido el Fundador del Cristianismo, es esa página del Evangelio que acabamos de proclamar: Las Bienaventuranzas.

Jesús está en aquella colina de Galilea y a sus pies ondea plácidamente el lago de Generaset. Y dice: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados…

Y nos place dar curso a una fantasía legítima, llena de amor. El rostro de Jesús, sus ojos, hienden el aire y el eco de su voz la escuchan los siglos.

2. ¿Qué es exactamente lo que dice Jesús? Aunque no supiéramos acertar del to-

do, su palabra nos cautiva, y su programa se lanza como una alternativa nueva de humanidad para sus discípulos y el mundo entero; para hoy y el mañana que haya de venir. No nos presenta un plan de acción para hoy, que, pasada la emergencia, habría cumplido su sentido. El programa, su Evangelio, expuesto de una forma poética e insinuante, es un programa para el discípulo como tal, que pervive mientras haya discípulos.

Comencemos nuestra reflexión con una pregunta. Las Bienaventuranzas ¿son un catálogo de virtudes, que tendríamos que practicar para alcanzar la patria celestial? No son eso las Bienaventuranzas.

¿Serán acaso dichos de sabiduría de un Maestro que enseña a sus discípulos los secretos de la vida? Tampoco son eso las Bienaventuranzas.

Las Bienaventuranzas son felicitaciones que brotan del corazón de Jesús; y felici-taciones no ante una hipotética realidad que acaso pueda acontecer. Son felicitacio-nes por lo que veo, por lo que está pasando, y concretamente por lo que Dios, nues-tro Padre, está haciendo en el mundo.

Jesús habló diversas veces con el mismo estilo de las Bienaventuranzas. “¡Dicho-sos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisie-ron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron” (Lc 10,23-24), dijo en cierta ocasión Jesús, volviéndose a sus discípulos. Y también: “…no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vues-tros nombres estén escritos en los cielos” (Lc 10,20).

3. Jesús está viendo a Dios; contempla que algo nuevo está amaneciendo en la tierra. Ve que el Reino de Dios es verdad, pues, de hecho, él mismo está predicando el Evangelio y los humildes se abren a la gracia de Dios, al paso que los prepotentes se cierran.

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Las Bienaventuranzas son ocho, y así han pasado al Catecismo, tomadas del co-mienzo del sermón de la Montaña, capítulo 5 del Evangelio de san Mateo; en el Evangelio de san Lucas quedan concentradas en cuatro (Lc 6,20-23). Es que las Bienaventuranzas de Jesús son ocho, y puede ser doce y veinte, y en el fondo son una, dicha con variados matices. Hela aquí: Dichoso aquel que como María de Na-zaret ha acogido a Dios, y se ha visto como una humilde criatura que todo lo espera de Dios, que todo lo recibe de lo alto.

4. En la escuela de Jesús, hagamos un repaso de lo que él nos dijo y nos está di-

ciendo. Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

¿Quién es el pobre? Sólo aquel que puede decir: No tengo nada, y Dios, solo Dios, es mi riqueza y mi vida. En verdad, solo Jesús puede hablar de este modo. Y si una persona está abundando en riquezas es muy difícil que pueda decir con verdad: No tengo nada. El rico epulón, así llamado, que banqueteaba espléndidamente cada día, no podía decir: No tengo nada. El mendigo Lázaro, tirado a la puerta del palacio, sí podía decir: no tengo nada, solo Dios es mi esperanza.

Podía decirlo no porque el no tener nada sea una bendición; sino porque, real-mente, no teniendo nada de esta tierra, su corazón ablandado, transformado, podía decir ante Dios: Padre mío, mi riqueza eres tú. Este es pobre de espíritu.

En la historia de los santos hay alguien que se ha distinguido como nadie: san Francisco. No tenía nada, ni quería tener. Y en la Regla mandó a sus hermanos que, a pesar de ello, de ninguna manera criticaran o juzgaran a personas que vieren con vestidos elegantes y refinados. Si uno las juzgara, las rechazara…, saldría de la po-breza.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Los que lloran, cuyos gemidos tantas veces se escuchan en los salmos, son quienes levantan su voz a Dios, porque los hombres que deberían atenderles no los escuchan. El día de la consola-ción, el día del Mesías, Dios les dará el consuelo.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Quisiéramos conquistar el mundo, como Israel conquistó la Tierra prometida, que fue la herencia que Dios le dio. Quisiéramos conquistar el mundo por la fuerza, pues, a la verdad, el que tiene más poder visible, es el más poderoso. Pero Dios no necesita fuerza para vencer; al contrario, la fuerza le estorba. Los pacientes heredarán la tierra.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán sa-ciados. Estos que tienen hambre y sed de justicia no son los que quieren el orden y la justicia humana, el castigo de los corruptos y malhechores. La justicia de Dios es la santidad de Dios, el amor de Dios. Y hay personas que tienen hambre de ese amor de Dios, ardiente sed de que la bondad de Dios triunfe en la tierra. Y sufren porque lo desean y ven, por el contrario, que la maldad campea en el mundo. Jesús nos ase-gura que si tenemos ese hambre y esa sed quedaremos saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Esta Biena-venturanza nos puede traspasar el alma. Los hombres no somos misericordiosos;

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somos justicieros, vengativos, la misericordia y el perdón es el mayor milagro que pueden ver nuestros ojos. Los discípulos de Jesús son misericordiosos. ¿Por qué? Porque lo hemos visto en él y de él lo hemos aprendido, no de ningún otro. Lo re-cuerda la primera carta de san Pedro. Mirando a Jesús, dice: “…el que, al ser insul-tado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en ma-nos de Aquel que juzga con justicia; el mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo” (1P 2,23-24). Por eso nos dice que debemos seguir sus hue-llas. En una palabra, Jesús fue misericordioso; sus discípulos debemos ser miseri-cordiosos.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Para ver a Dios, pa-ra poseerle en el día definitivo, Jesús apela al corazón. Y él pide ese corazón limpio y transparente, corazón que no es doble, sino que va derecho a lo que va. En suma, un corazón nuevo que Dios ha creado. Esos son los discípulos de Jesús.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. El mundo tiene muchas instituciones en pro de la paz. Sin duda que eso digni-fica y humaniza. Sean alabadas. Jesús habla más hondo. Jesús habla de la paz que trae el Mesías, que va unida al perdón de los pecados. Dichosos los que han descu-bierto esa paz y ponen alma y vida, para que la nueva fraternidad que Jesús trae se abra paso en el mundo. Nosotros, discípulos, estamos empeñados en esa tarea.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Esta Bienaventuranza del Señor está contemplando la situación de perse-guidos en que se ven sus discípulos. Si al Maestro le persiguieron, lo mismo les van a perseguir a los discípulos Jesús lo está viendo: insultos, calumnias, cárcel… Jesús dice: Estad alegres, saltad de júbilo… La historia comenzó en los apóstoles. De la primera vez que les encarcelaron en Jerusalén, cuenta el libro de los Hechos que luego “…ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido con-siderados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre” (Hch 5,41).

5. Hermanos, que compartís conmigo el mismo Evangelio, estas son las Biena-

venturanzas de Jesús. Las Bienaventuranzas miran, es cierto al final, pero aquel remate feliz de la vida

está revertiendo ahora. Ahora mismo nosotros, en el sufrimiento, podemos ser feli-ces.

Las Bienaventuranzas, felicitaciones de Jesús por lo que Dios está haciendo en el mundo, caen sobre nosotros, como una lluvia de felicidad.

Jesús nos llama. ¡Seamos felices, sirviéndole a él, como lo fue María glorifican-do a Dios y cantando el canto del Magníficat! Amén.

Domingo III, 23 enero 2011

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12. Saulo de Tarso y Pablo de Jesús Resucitado

(Día 25 de enero, fin del Octavario por la Unidad de los Cristianos)

Hermanos: 1. Hoy es una fiesta singular en la Iglesia. No es propiamente la fiesta de un san-

to recordando su santa muerte o su martirio. Es la fiesta de un episodio bíblico, cuyo protagonista es Cristo Resucitado, el Nazareno perseguido en su Iglesia, y con Cristo Resucitado, deslumbrante de gloria, el derribado en tierra ante la luz divina: Saulo de Tarso. Hoy es la fiesta que en la liturgia se llama “La Conversión de San Pablo”.

La palabra conversión nos puede despistar, porque en un sentido vulgar, usual, un convertido es uno que llevaba una mala vida y da un cambio dejando sus vicios y pecados. Saulo de Tarso no fue nada de eso; él dirá a los fieles de Filipos, recordan-do su vida primera que en cuanto a la justicia de la Ley él fue intachable (Flp 3,6).

Pablo es un convertido en el sentido en que volvió sus rostro a Cristo, lo “convir-tió” a Cristo y entonces vio lo que antes no había visto. Podemos aplicar a su caso lo que él dice hablando a los judíos: “Pero se embotaron sus inteligencias. En efecto, hasta el día de hoy perdura ese mismo velo en la lectura del Antiguo Testamento. El velo no se ha levantado, pues sólo en Cristo desaparece. Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones. Y cuando se convierte al Señor, se arranca el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2Co 3,14-17). Se alzó, pues, el velo que cubría sus ojos.

Así tuve la oportunidad de oírlo de labios de un anciano judío, en años de estudio en Jerusalén. “Yo me llamo – decía – de circuncisión y de bautismo Abraham. Y no me considero un “convertido”, sino como Pablo alguien a quien le ha sido levantado el velo”. Era un sacerdote, el P. Abraham, que con una hermosa voz grabó toda la Biblia hebrea en 47 casetes, a uso de nosotros, aprendices.

2. ¿Qué ocurrió, pues, a este ardiente judío, que nació primero para la Ley y lue-

go para el Evangelio? Tres veces nos cuenta San Lucas en los Hechos de los Apóstoles el episodio, cla-

ve para la vida cristiana. La primera, en el capítulo 9, en forma narrativa, en tercera persona. La segunda y la tercera es el mismo Pablo el que habla en unos discursos redactados por Lucas. Pablo, prisionero por el pueblo amotinado, les habla a los ju-díos en la escalinata del Templo de Jerusalén, en lengua hebrea. Es la lectura que hoy toma la liturgia de la misa. Luego, llevado a Cesarea hablará ante el rey Agripa (Hch 26,9-18) y contará los mismos episodios de su vida.

Es una delicia escuchar cómo san Lucas reproduce el discurso de Pablo a sus compatriotas los judíos. Oigámoslo.

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“« Hermanos y padres, escuchad la defensa que ahora hago ante vosotros. » Al oír que les hablaba en lengua hebrea guardaron más profundo silencio. Y dijo:

“Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié aquí, en Jerusalén; fui alumno de Gamaliel y aprendí a observar en todo su rigor la ley de nuestros padres y estaba tan lleno de fervor religioso, como lo están ustedes ahora.

Perseguí a muerte a la religión cristiana, encadenando y metiendo en la cárcel a hombres y mujeres, como pueden atestiguarlo el sumo sacerdote y todo el consejo de los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco y me dirigí hacia allá en busca de creyentes para traerlos presos a Jerusalén y castigarlos.

Pero en el camino, cerca ya de Damasco, a eso del mediodía, de repente me en-volvió una gran luz venida del cielo; caí por tierra y oí una voz que me decía: ‘Sau-lo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ Yo le respondí: ‘Señor, ¿quién eres tú?’ El me contestó: ‘Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues’. Los que me acompañaban vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. Entonces yo le dije:

‘¿Qué debo hacer, Señor?’ El Señor me respondió: ‘Levántate y vete a Damasco; allá te dirán todo lo que tienes que hacer’. Como yo no podía ver, cegado por el res-plandor de aquella luz, mis compañeros me llevaron de la mano hasta Damasco.

Allí, un hombre llamado Ananías, varón piadoso y observante de la ley, muy res-petado por todos los judíos que vivían en Damasco, fue a verme, se me acercó y me dijo:

‘Saulo, hermano, recobra la vista’. Inmediatamente recobré la vista y pude verlo. El me dijo: ‘El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conocieras su volun-tad, vieras al Justo y escucharas sus palabras, porque deberás atestiguar ante todos los hombres lo que has visto y oído. Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bau-tismo, reconoce que Jesús es el Señor y queda limpio de tus pecados’ ” (Hch 22,1-16).

3. ¿Qué es lo que pasó camino de Damasco, cuando la luz envolvió a Saulo y lo

llevó hasta el corazón de Cristo Resucitado? San Pablo mismo lo explicó escribiendo a los Gálatas: “ya estáis enterados de mi

conducta anterior en el Judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba, y cómo sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compa-triotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres. Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco” (Ga 13-17).

San Pablo se ve a sí mismo en el espíritu de los profetas: de Isaías (Is 49,1), de Jeremías (Jr 1,5).

4. San Pablo vio a Jesús Resucitado. Y allí lo vio todo. Comprendió que esa era

la realidad definitiva que Dios introducía en el mundo. Desde la resurrección, ten-

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diendo la mirada al futuro, comprendió que la parusía, el advenimiento glorioso de Dios, sería el triunfo final del Resucitado. Desde la resurrección del Señor compren-dió qué había sido la muerte en Cruz. Entendió que la comunidad de los cristianos era la presencia real de Jesús, el Señor. En suma, la misma entrada de Jesús en el mundo, se entiende desde la Resurrección.

En una palabra, toda la teología que luego había de desarrollar, iluminado, en sus cartas, nacía en aquella luz del encuentro.

Y todo esto, hermanos, es lo que ha llegado hasta a mí. Yo soy beneficiario de aquel momento, único en la historia.

5. Un autor protestante llamó a Pablo “el primero después del Único”. Recor-

dando con gozo y agradecimiento estas cosas, nos peguntamos cuál es la aportación que el Apóstol san Pablo ha entregado a la Iglesia.

Lo primero, esa síntesis de la fe, fascinadora que nos ha legado en sus cartas. No podemos lee a san Pablo sin quedar prendidos de un misterioso arrebato.

Pero hay otra, que va unida a la primera: que Pablo es un teólogo enamorado, y nos contagia su entusiasmo personal. Él no solamente ha pensado en Cristo: se ha identificado con Cristo. Pensamiento y vida se funden en una sola realidad. Apren-damos de memoria esta frase: “con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2,19-20).

5. Pablo es este Pablo. Lo sentimos tan cerca… Él nos hace enamorarnos de Cris-

to, pero nos brinda también su propio corazón, acercándonos a sí, para acercarnos a Cristo.

La Iglesia trae hoy una plegaria a los pies de Pablo. Pablo tuvo una mortal pasión por la unidad con sus hermanos judíos. “desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne, - los israelitas -, de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las prome-sas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén” (Rm 9,3-5).

Esa pasión de amor y de unidad, al final del Octavario de la unidad de los cristia-nos, es la que nosotros anhelamos, para formar una familia de fe, una familia visible bajo el cayado del Buen Pastor.

Señor Jesús, que puedes hacer, que puedes hacer lo que ninguno de nosotros puede, por el honor de tu Padre, concédenos la unidad. Amén.

Puebla, 25 enero 2011.

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13. La Virgen de la Presentación (2 de febrero, Día de la Vida Consagrada)

Hermanos: 1. Una nota de todas las fiestas de la Virgen es esta: que son bellas, profunda-

mente bellas. La belleza misma es mensaje que de ellas emana. Y nada enriquece tanto como el abrir el corazón a la belleza.

Y hoy es bello contemplar a esta joven madre, María de Nazaret, que, acompa-ñada de su esposo, José, juntos presentan su gavilla ante el Señor. “Estas son las primicias, Señor”, parece que les escuchamos. “Esto es lo más precioso de la huma-nidad, regalo del cielo donado a la tierra, y esto lo que ofrecemos, primicia de la humanidad consagrada a ti. Acéptalo; es tuyo”.

Nuestra imaginación vuela, y vuela de la tierra al cielo. En este vuelo de amor no nos traiciona la fantasía; es la intuición contemplativa la que penetra el misterio, y, con el don de la palabra, queremos balbucear algo que allí dentro se oculta.

Hoy es la Presentación del Señor, y tal es el título litúrgico de nuestra celebra-ción. Es fiesta del Señor. En la escena aparecen, en primer plano, la Madre y el Hijo, en penumbra José; y en segundo plano los ancianos de Israel, Simeón y Ana, que han llegado para dar la bienvenida al Mesías que acaba de entrar en la tierra.

Mirando las capas profundas del misterio, no diremos que Israel – Simeón y Ana – sale al encuentro de su Señor. Más bien, es el Señor el que entra en su santuario y salen al encuentro de su pueblo, y en este caso, llegada la plenitud de los tiempos, Israel que recibe a Cristo es ya la Iglesia quien viene a saludarle. Y mejor: es Cristo quien sale al encuentro de su iglesia, de su Esposa. “Adorna tu tálamo, Sión” – dice la liturgia – gustando este epitalamio celestial, “y recibe a Cristo Rey que viene a ti”.

Son muchas las cosas que concurren en el sentido de esta fiesta. Acabamos de entrar en un jardín, que es el jardín de Dios, cuajado de maravillas.

2. No es todo. Como esta es una fiesta de luz, según proclama el anciano Simeón

con el Niño en brazos – lumen ad revelationem gentium, luz para revelación de las gentes - , los misioneros que llegaban a América, sintiéndose portadores de la luz de Cristo, pudieron vivir esta escena evangélica como una fiesta misionera. La fiesta de la Candelaria, y la Virgen de la Presentación era la Virgen de la Candelaria. En la geografía espiritual del Nuevo mundo, la Candelaria, que de alguna manera cerraba el ciclo navideño.

Y con la ternura de la piedad popular, podemos decir, como lo aprendí hace unos años, al llegar a México, si en la Nochebuena, con la arrullada del Niño – arrorró, ni Niño; arrorró, mi Sol – festejábamos la “acostadita del niño”, hoy, cuarenta días después, es la “levantadita” para llevarlo al Templo y consagrarlo al Señor. Por eso, las gentes sencillas traen hoy a la iglesia al Niño Dios para presentarlo al Señor.

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Gloria de Israel, sí, y Luz de las naciones. Este niño que en Belén se manifestó ante el mundo entero – primero a los pastores, y luego a los magos venidos de Oriente – hoy también es proclamado como Luz de las naciones. María lo entrega al mundo, al entregarlo al Padre.

3. Ya ven, hermanos, múltiples motivos que concurren en una sola fiesta; múlti-

ples destellos brillan en el misterio. Y todo ello recordando un episodio común que vivía cualquier familia con la madre primeriza de un hijo. San Lucas dice, en efecto, que lo que hicieron fue para cumplir la ley del Señor. Recordémoslo: “Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor” (Lc 2,22-24).

La Ley del Señor, y en este caso el Levítico, capítulo 12, señala cuál debía ser la ofrenda. Se hacían dos sacrificios: por un sacrificio, un cordero de un año, que se quemaba en holocausto; por el otro, un pichón o una tórtola (Lv 12,6), como purifi-cación. Pero la misma ley preveía con caridad: “Mas si a ella no le alcanza para pre-sentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones” (v. 8).

María se atuvo a este privilegio de los pobres. Nosotros, cristianos, estamos interpretando este rito común de las jóvenes madres

con unas claves espirituales, que, obviamente, nuestros hermanos hebreos no pueden aceptar. Para nosotros Jesús es el verdadero Mesías y por esos estamos diciendo to-do lo que acabamos de expresar.

4. En este cuadro espiritual, y concentrando nuestra atención en la ofrenda pre-

ciosa que lleva María en sus brazos, nos fijamos en un aspecto particular: hoy, fiesta de la Presentación, es el Día de la Vida Consagrada. Así lo quiso y determinó el Siervo de Dios Juan Pablo II, próximo Beato, quien escogió este día como fiesta emblemática de consagración, como el día de la vida consagrada. Lo recordaba Be-nedicto XVI el año pasado, celebrando las Vísperas de la Presentación del Señor.

“En concomitancia con esta fiesta litúrgica, el venerable Juan Pablo II, a partir de 1997, quiso que en toda la Iglesia se celebrara una Jornada especial de la vida con-sagrada. En efecto, la oblación del Hijo de Dios, simbolizada por su presentación en el Templo, es un modelo para los hombres y mujeres que consagran toda su vida al Señor. Esta Jornada tiene tres objetivos: ante todo, alabar y dar gracias al Señor por el don de la vida consagrada; en segundo lugar, promover su conocimiento y estima de parte de todo el pueblo de Dios; y, por último, invitar a cuantos han dedicado plenamente su vida a la causa del Evangelio a celebrar las maravillas que el Señor ha realizado en ellos”. (Celebración de Vísperas en la Basílica Vaticana en la fiesta de la Presentación del Señor y XIV Jornada de la vida consagrada).

Reflexionemos, pues, ahora, con sencillez y con amor, en este significado de consagración por manos de María, pensando en quienes como religiosos que un día

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pronunciamos los votos y en la otras formas de consagración que existen en la Igle-sia, pusimos nuestra vida incondicionalmente como ofrenda sagrada a honor y dis-posición de Dios. Bien sabemos que el Bautismo es la consagración del cristiano; nada puede superarla. Nada tiene una categoría superior a esa consagración plenaria con que Cristo Jesús, Redentor, nos asume en el sacramento de las aguas bautisma-les. Los religiosos no somos una “élite”, por así decir, de perfectos en la Iglesia, un escalón superior al grado común y corriente de los cristianos. Lo que sucede es que en un momento determinado de la vida el Señor se cruzó en mi camino, y me hizo una invitación: “Si tú quieres, yo te ofrezco esto…” Si yo hubiera vuelto la espalda, no habría sido fiel a esa voz que surgía del fondo de mi ser, precisamente de mi con-sagración bautismal.

¿Qué vemos en la Virgen? Externamente cumple un rito de purificación y de oblación. La mujer parturienta se reincorporaba a la comunidad de Dios, mediante el rito previsto. No es que la maternidad, desde ningún punto de vista, tuviese una con-notación de pecado, cuando en ella todo es santo, sino que era una nueva vuelta a la Comunidad de Dios así santificada.

Pero, al mismo tiempo, en un segundo rito ella hacía la ofrenda del primogénito. Todo primogénito había de ser ofrecido al Señor, lo mismo de animales que de hombres. La vida irrumpía y esa vida, reconocida como regalo de Dios, había que brindársela entera a Dios. Lo mismo había que hacer con los primeros frutos del campo. La ofrenda de las primicias significaba lo mismo: era regalo de Dios, y era obsequio para Dios.

El rescate de un ser humano era el sacrificio de un animal, un cordero de un año, que se quemaba en holocausto; y en caso de familia pobre, en vez del corderito, una tórtola. Fue el caso de María. Por este detalle la escena de la Presentación del Señor tiene una viva actualidad en el ancho mundo de los pobres. María, que vio a su Hijo nacer pobre, ahora, con el privilegio de los pobres, va a presentar su ofrenda.

5. Ahora ya podemos pensar en lo que significa para María ese ofrecimiento.

¿Qué es lo que María ofrece? Ni más ni menos que lo que ofreció el día de la Anun-ciación; es decir, lo ofrece todo, lo ofrece sin reservas, lo ofrece a Dios, lo ofrece al mundo.

“Aquí está la esclava del Señor”, dijo María. Y en la fe, entregó su presente, su futuro, su destino. La respuesta fue plenaria. María, al decir “Hágase en mí según tu palabra” ofrece lo que tiene, lo que viene, lo que viniera… Esto incluye la ofrenda de la Encarnación.

Y ahora, tras los meses de gestación, y a los cuarenta días del nacimiento, esta-mos en la misma lógica y en el mismo nivel de entrega. María ofrece el todo, ofrece al Hijo y en el Hijo a sí misma. Es la actitud permanente de su corazón, la misma que la podremos ver al mirar lo que pasa en el Calvario.

A todos los cristianos la Virgen, nuestra Madre, nos está diciendo y enseñando cuál debe ser nuestra ofrenda.

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A los religiosos y religiosas, a los consagrados de esta manera peculiar, que son los votos o promesas que hemos hecho y que nos dan un estilo de vivir para siempre, nos lo está diciendo con una entrañable intimidad y con una especial ternura.

Nos acercamos, pues, a ella, para decir con ella al Señor, el día de la Anuncia-ción, lo que dijo Jesús al entrar en este mundo: Aquí estoy, Señor, para hacer tu vo-luntad. Y María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.

Y al decir estas palabras, que oigamos un susurro en lo secreto del corazón. “Hijo mío, hija mía, yo lo acepto”. Mis hermanos, mis hermanas, que así sea. Puedes consultar tres himnos del autor para esta fiesta. Véase en mercaba.org | Rufino María Grández |

El pan de unos versos | Himnario de la Virgen María | Presentación del Señor: 1. La Virgen oferente; 2. Dos tórtolas declaran tu pobreza; 3. En brazos de María presentado.

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14. La sal y la luz

(Domingo V del tiempo ordinario, ciclo A)

Hermanos: 1. La sal y la luz: de esto vamos a hablar en esta homilía, porque de esto habló

Jesús a la gente, haciendo que la vida familiar de la aldea sirviese maravillosamente para explicar la teología del Reino de Dios; si quieren, la teología del Verbo Encar-nado. La sal y la luz: dos cosas que no pueden faltar en ninguna casa, ni de pobres ni tampoco de ricos. Jesús lo había visto en su casa de Nazaret, en manos de su madre que faenaba haciendo la comida, y que al atardecer – allí oscurece pronto – prendía la candela. Podemos imaginar que la cena, las más de las veces, era al amor de la candela.

Vosotros, dice Jesús, sois la sal de la tierra; vosotros sois la luz del mundo. Esto dice Jesús a la gente que le rodea, a los mismos a quienes acaba de proclamar las Bienaventuranzas, la Carta Magna del Reino de Dios que Jesús inicia en la tierra con esta comunidad de escogidos.

Comenzamos por esta aclaración que acabamos de hacer, que es del todo necesa-rio tenerla presente para no desorientarnos en nuestra interpretación. ¿A quiénes está hablando Jesús y a quiénes van dirigidas estas consignas?

Esa misión tan importante que Jesús está proclamando y dando en este momento tiene que ser para los Apóstoles, columnas de la Iglesia. No, hermanos, aquí puede comenzar un error de dañinas consecuencias. Ni las Bienaventuranzas son para los Apóstoles, ni lo de la sal y la luz son para ellos. Las Bienaventuranzas y lo de la sal y la tierra son para el círculo de entusiasmados discípulos, pobres y humildes, que se apiña en torno a él. Son para nosotros. Es responsabilidad lo que él está cargando sobre nosotros, pero es, primero de todo, altísima dignidad de una vocación que él nos confía. Vosotros sois la sal de la tierra; vosotros sois la luz del mundo. ¿Nos damos cuenta de lo que significa ser discípulo de Jesús. Eso es categoría y responsa-bilidad, y a eso estamos llamados, mejor dicho, a eso yo estoy llamado.

2. Vamos, pues, al primer dicho de Jesús: la sal de la tierra. Jesús está hablando

junto al lago, y los pescadores tienen que saber mucho de sal, si el pescado no se consume rápido en el mercado.

La sal sirve para conservar los alimentos y también para sazonar los alimentos. Tendríamos que hacer un esfuerzo imaginativo para salir de nuestros frigoríficos y congeladoras y situarnos en otra cultura, que ha sido la cultura de nuestros campesi-nos en generaciones no tan distantes de nosotros. Acaso, recordando usos y costum-bres que de niños conocimos en casa de nuestros abuelos, podemos tener una ima-gen de cuán preciosa es la sal para estos menesteres.

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Jesús saca una consecuencia que salta a los ojos. La sal está hecha para salar; si no sirve para eso, es que no sirve para otra cosa. No es como en el caso de un árbol que, si no sirve como material de construcción, servirá para el fuego y preparar la comida. La sal, si no sirve para lo que es, no sirve para nada. Hay que tirarla fue-ra…, y hasta la pisa la gente.

En este modo de hablar que tiene Jesús aparece una acerada crítica. Si nosotros, cristianos, no valemos para lo que somos… ¿qué misión tenemos? Esa frase de que, si la sal no sirve, “se la tira afuera para que la pise la gente”, es un alerta y un vere-dicto muy crítico para el cristiano que es cristiano como si no lo fuera: cristiano de papel, de puro compromiso…

La frase de Jesús es inexorable: para que la pise la gente. Sal que perdió un día su sabor, su fuerza para salar, sal que puede terminar en el desprecio de los hombres.

3. Las palabras de Jesús invitan a un examen sincero de la fe. ¿Cuál es el cristia-

nismo que nosotros buscamos? Al Señor no le interesa un cristianismo ni vistoso, ni numeroso, situaciones que dan apariencia a la fe, cierta figura social, pero que no transmiten la novedad, la fuerza, la fascinación de lo que Jesús ha predicado. Lo que Jesús pide y espera de nuestra fe es que sea fe sincera, verdadera y transparente. La verdad, cuando existe, tiene un poder de irradiación que le viene de dentro. Cuando nosotros vemos que usos y costumbres van cayendo sin llanto ni pena… es signo de que lo que existía era más de apariencia que de verdad…

Como sal que sala y que guarda de la corrupción ¿qué aportamos nosotros al mundo…? Un ejemplo: Desde esta área cristiana desde donde escribo, México, con-templamos pavorosamente la fuerza de la maldad, expresada en los millares de muertos que van cayendo en torno al narcotráfico. Policía y gobierno trabajan por dominar la situación… Nosotros, cristianos ¿tenemos una palabra social, verdade-ramente persuasiva y transformadora? Al parecer no la tenemos… ¿Es que se nos está desvirtuando el sabor de nuestra sal? Posiblemente. El Señor nos libre de la amenaza de Jesús: para que la gente la pise…

4. Volviendo sobre la metáfora de la sal, cuando pensamos que la sal sazona los

alimentos, tenemos muy sabrosas aplicaciones para nuestra vida cristiana, y para nuestra presencia en el mundo. La sal en la olla desaparece, y, al desaparecer, da el sabor a la comida. Esto nos dice cuál es nuestra misión entre la gente. Jesús no ha hecho esta aplicación, pero es legítimo el hacerla, porque sale espontáneamente de dentro.

Nuestra presencia en el mundo es una presencia de vida. Donde hay vida la vida genera vida. La vida, sin gestos, como única vitalidad.

También, sutilizando la comparación, podríamos añadir un matiz: La sal hay que echarla en los alimentos en su justa medida: ni de menos, ni tampoco de más. Un exceso de sal mortifica. Y esto aplicado a la vida cristiana está significando que nuestra presencia en el mundo, nuestra palabra, nuestro celo… deben desarrollarse

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bajo el signo de la sabiduría, de la discreción, de la cordialidad, de la filantropía… que debe tener el cristiano, presentando su fe lealmente.

5. Pasemos a la otra imagen que nos brinda Jesús. ¡Qué hermoso lo que Jesús nos

dice, y cómo nos llena de consolación! Oigámoslo de nuevo: “Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la ci-

ma de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del cele-mín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Bri-lle así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,14-16).

Es muy bello esto, y yo lo puedo llevar a mi vida. Todos hemos conocido a per-sonas que han dejado detrás de sí un reguero de luz y de bondad. Al pensar en ellas, nace en el alma un deseo legítimo y puro. Yo quiero ser uno de ellos. Yo quiero ser esa luz serena del Evangelio que brille allí donde estoy. Y lo quiero por Jesús, no por mí. Lo quiero con espíritu de fraternidad por mis hermanos los hombres. Lo quiero para que den gloria al Padre que está en los cielos.

Una vez oí esta felicitación, dirigida a una persona: Que quien te necesita te en-cuentre. Que era decirle: Para mí has sido una luz; tu vida me ha convencido, tu bondad me ha conquistado.

Jesús nos llama a esta misión en este mundo, a mí en concreto. Y ciertamente que a ti que te has sentido impulsado a leer – y acaso escuchar – estas palabras.

Pensemos que no hay misión más sublime. A lo mejor la vanidad o el espíritu mundano nos tienta porque quisiéramos ser gente importante y conocida. No, her-manos, echemos fuera ese pensamiento, que es maligno. Nuestra vocación es irra-diar la luz de Jesús allí donde estamos.

Y si el Señor quiere otra cosa – otro vuelo, otras esferas – él, que es la verdadera luz de nuestra vida…, nos lo indicará y, a lo mejor, hasta nos lo da por añadidura.

He aquí, pues, el Evangelio que hoy llega a nuestros oídos, a nuestro corazón. Gracias, Señor Jesús, por tus bellas palabras. Yo quiero seguirlas. Amén.

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15. La Ley y el Evangelio: Moisés y Jesús (Domingo 6 del tiempo ordinario, ciclo A)

Mateo 5,17-37

Hermanos: 1. Desde hace dos domingos estamos en el Sermón de la Montaña. Rodeamos a

Jesús en aquella colina que se llama el Monte de las Bienaventuranzas. El Sermón de la Montaña se abre con las Ocho Bienaventuranzas, y sigue con aquellas consig-nas de la Sal y la Luz.

Si el Sinaí, lugar de la Gloria de Dios, fue la Montaña de Dios, ahora aquí en Ga-lilea, en una humilde colina, que es como un mirador sobre el lago, Jesús Maestro nos está dando su Evangelio. Este es el Monte de la Historia, para nosotros, cristia-nos, solo comparable al Monte de la Transfiguración, al Monte de los Olivos y al Monte Calvario. Jesús habla; en él habla Dios, porque él es Dios. Dulces palabras de Jesús, que vibran en el mundo universo, y que hoy llegan hasta mí.

Aquí nace la Primavera, hermanos, aquí nace el amor. Suave Galilea, definitiva-mente unida al paso de Jesús Nazareno.

¿Qué está diciendo Jesús? Acaba de iniciarse el Evangelio con Jesús misionero itinerante por aldeas y sinagogas y por el mismo Maestro que, rodeado de sus discí-pulos, ha abierto sus labios en el Monte de las Bienaventuranzas.

“No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5,17).

Jesús no es el opositor o contrincante de Moisés, ni tampoco el nuevo profeta contra los profetas. Esto nos puede sorprender, porque aparentemente sí que lo es, pues a continuación hay una serie de antítesis entre “lo que se dijo”, y el “pero yo os digo”. Son seis antítesis. Hoy hemos escuchado cuatro; el domingo siguiente se completará con otras dos.

Empecemos por lo primero, con lo que precede a los seis pronunciamientos de Jesús, pidiendo al Señor luz, claridad y humildad.

2. Moisés era, y sigue siéndolo para nuestros hermanos hebreos, la figura central

de la que nosotros llamamos Primera Alianza. Los títulos de profeta y maestro son insuficientes para medir la magnitud y la misión de este personaje, el más importan-te de la Biblia que precede al Nuevo Testamento. Sencillamente es el mediador de Dios. A la Biblia le gusta llamarlo Siervo de Dios (por ejemplo, en el libro de Josué, al recordar la obra que hizo); mayor título no puede caberle a una criatura humana.

Jesús acepta esta autoridad y proclama que no va a ir en contra de lo que Dios había dispuesto. Él no va a abolir; él va a llevar a la culminación lo que Dios había

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comenzado a decir por su Siervo. Dios fue hablando poco a poco y, de pronto, no lo pudo decir todo.

La pregunta de fondo que puede agitar el pensamiento es ésta: Jesús ¿es un des-tructor del judaísmo? ¿Es iniciador de una secta, incompatible con la fe judía? Nues-tra respuesta cristiana, inequívoca y transparente, es esta:

Primero. Jesús no es un destructor del judaísmo. Segundo. Jesús no es ningún sectario; no es un reformista, que viene a fundar una

secta, porque el judaísmo no vale. Tercero. Jesús es el más judío de los judíos, y ha venido a llevar a la primea

Alianza a todas sus consecuencias, que solo él puede sacar. 3. Que Jesús fue judío hasta el fondo de su ser es una evidencia. Y los cristianos

nos sentimos muy contentos al aceptar a Jesús como judío. Judío entero y verdadero como mujer judía fue su madre: judío de lengua y raza, judío por su país, por su ves-timenta, por sus alimentos; judío por su oración, y por su talante en el pensar. Aun-que, al asimilar la persona de Jesús, insensiblemente en nuestra imaginación lo re-convirtamos a nuestra cultura, bien sabemos que Jesús fue judío hasta el tuétano. Pero no nos satisface quedarnos ahí, porque quedaríamos aprisionados…, porque Jesús es infinitamente más que judío. “¡He aquí al hombre!” (Jn 19,5), dijo Pilatos al presentarlo, y sus palabras – aunque él no lo alcanzara – era un definición profética de Jesús.

No solamente era judío. Acabamos de afirmar, como quien establece una tesis, que fue el más judío de todos los judíos. Porque en la línea de los profetas él abrió el judaísmo, como nadie lo había abierto; porque él llevó a Abraham, padre de todos los creyentes, hasta la fe del Evangelio; porque él leyó la Ley de Moisés (los judíos luego contaron hasta 613 preceptos) y llevó la Ley hasta el Evangelio. Nadie sino él pudo hacerlo. Aparentemente fue un destructor, porque los cristianos no practicamos esos centenares de preceptos, comenzando por la circuncisión, pero fue un liberador.

Jesús supo adónde apuntaba la Ley y salvó la revelación contenida en la Ley, que él la vio retenida por la interpretación oficial que hacía los doctores. Fue el drama de su vida. Jesús murió como quebrantador de la Ley – así argumentaron los escribas en el juicio de la Pasión – cuando Jesús era el que nos daba a conocer la verdadera voluntad de Dios.

No he venido a abolir la Ley ni los Profetas, que era el modo de conjuntar lo que nosotros luego hemos llamado el “Antiguo Testamento”, la Primera Alianza. No ha venido a abolir a los Profetas; los acepta plenamente, pero Jesús es la profecía defi-nitiva de Dios. Después de él ya Dios no tiene otra palabra que decir. En suma, y una vez más, no ha venido a abolir, sino a plenificar.

4. Jesús se nos presenta como la novedad de Dios. Y como novedad y plenitud

debemos entender ahora cada una de las seis antítesis que nos presenta el texto sa-grado.

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Habéis oído que se dijo: No matarás. Pero yo os digo… ¿Qué nos dice Jesús? ¿Un poquito más de lo que dijo Moisés? No, hermanos, porque entonces no saldría-mos de la Ley. Jesús no ha venido a estirar, a afinar la Ley, a complementar la Ley…, como a darle los nuevos grados de perfección que le faltaba. No es eso. Jesús nos está diciendo que el “No matarás” no se puede comprender sino cuando uno comprenda de dónde nace, del amor manante del corazón de Dios. Y hasta ahí de-bemos subir. Cuando comprendamos el amor de Dios entonces sí comprenderemos lo que significa herir al hermano…

En esta órbita de amor entendemos igualmente la reconciliación necesaria para hacer la ofenda al Señor. Dice el Señor: “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24). El culto divino, que es lo más sagrado que te-nemos en la tierra, no es válido al margen del hermano. No se puede dar culto a Dios estando enemistado con el hermano. Romperíamos el amor.

5. La segunda y tercera antítesis hablan de la santidad y de la inviolabilidad del

matrimonio. Habéis oído que se dijo: No adulterarás, pero yo os digo. ¿Qué dice, pues, Jesús

de nuevo, para confrontar lo de antes con lo que él trae? Se adultera ciertamente cuando hombre y mujer fuera del matrimonio se apetecen y se juntan dejándose lle-var por instintos bajos de egoísmo y placer; adultera quien va a un burdel buscando el sexo. Mas Jesús dice que hasta una mirada puede ser un adulterio, si esa mirada codiciosa está llena de lujuria. Un artista mira y contempla a su modelo y se goza en tanta belleza, y no adultera, porque su misma mirada – si tiene el corazón puro – es como un acto religioso. Pero un ser torcido, inficionado de impureza, si mira como un depredador que busca la presa, su mirada es un adulterio.

Por eso, Jesús de Nazaret, que según los momentos tiene un lenguaje exaltado, dice: Si tu ojo derecho te lleva al pecado, arráncatelo… Y si tu mano derecha es una mano de pecado, córtatela… Nunca ha querido Dios ni que nos arranquemos un ojo, ni que nos cortemos una mano. Lo que sí quiere Dios es que en la vida, en el mo-mento oportuno, nos definamos con opciones absolutas. Estamos llamados a partici-par de la santidad de Dios.

Y en esa misma lógica y revelación están las palabras del matrimonio para siem-pre.

Una nueva y última antítesis del Evangelio de hoy, es la antítesis de la verdad. Habéis oído que se dijo: No jurarás mencionando a Dios en falso, pero yo os digo: Vuestra verdad, vuestra sinceridad ha de ser tal, tan limpia, tan resplandeciente, tan transparente, tan en conformidad con Dios que es luz…, que ni haga falta jurar. Vuestro sí sea sí; vuestro no sea no.

Realmente, hermanos, esto es divino: Mis palabras valen por sí solas, porque Dios, solo Dios, las llena con su luz. Así debe ser la vida del cristiano, ante Dios y ante sus hermanos.

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De esta manera Jesús nos explica qué es el Evangelio. Es la vida de Dios puesta

en la tierra, en la intimidad conmigo mismo y en la relación con nuestros hermanos. Para esto ha venido Jesús; y este es mi camino. Señor, te agradezco infinitamente que me lo descubras; así quiero vivir yo, y, con

tu gracia, así viviré. Amén.

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16. Tres ráfagas de amor El Cantar de los cantares, San Pablo, San Juan

(Una meditación para el 14 de febrero, Día del Amor y la Amistad)

1. Día de San Valentín, día de enamorados, así en España, mi patria. Día del

Amor y la amistad, así en México, tierra querida adonde el Evangelio me ha traído. Una enciclopedia electrónica nos conduce a indagar cosas sobre San Valentín, o

los varios santos Valentín que registra el Martirologio. A la verdad, que en este caso no prestamos atención al santo, y sí al tema, el eterno tema del amor. Y lo que esto suscita en los diversos ámbitos, según sea el recinto geográfico donde nos movamos.

Del amor queremos hablar, del amor…, una palabra celestial que queremos en-tregarla… - pensamos en el Sant Jordi de toda Cataluña (23 de abril) - con un libro y una rosa, o con un poema nacido en el corazón y una rosa. Es muy hermoso poder brindarse ese regalo de un libro y una flor. Donde hay una flor, mis hermanos, hay esperanza, porque una flor es un canto a la vida; y donde hay poesía, lo mismo: hay esperanza, porque la poesía es el lenguaje del amor.

2. Esta reflexión meditativa gira en torno al amor y la amistad, y digamos ya

desde ahora que la amistad es la floración última del amor, dado que la amistad es el amor recíproco, el amor donado y correspondido, el amor puesto en vasos comuni-cantes, el amor circulatorio, que es el amor de la Trinidad.

Y para comenzar a hablar, podemos comenzar por donde termina Dante en su Divina Comedia: l'amor che move il sole e l'altre stelle, el amor que mueve el sol y las otras estrellas (Paradiso XXXIII, 145). El amor es la última palabra; y es la pri-mera, dado que el mundo vino de la nada a la existencia por una palabra de amor que Dios pronunciaba.

Cuando nosotros ahora nos adentramos en el mundo, en el cosmos, nos vamos sumergiendo, oleada tras oleada, en un misterio de amor. No es una navegación di-fusa y panteísta; es, por el contrario, una zambullida en el misterio de la Encarna-ción, que ha impregnado el universo. Yo puedo entrar, con sencillez, con un corazón puro, en contacto como una florecita. Así lo hacía Francisco de Asís. He aquí, como experiencia, el encuentro con esta criatura de Dios un día de excursión en la monta-ña.

Una flor en el universo

Soneto a la florcita amarilla de cinco pétalos

La vi pequeña, enteramente bella, cuajada de silencio y de ternura,

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fragante como un beso, toda pura, y yo me enamoré, perdido, de ella.

Pensé, mi flor: de Dios eres la huella, como Jesús, destello de hermosura,

sin vanidad, envidia ni tristura, brindándome tu luz como una estrella.

Absorto entonces yo iba meditando

en eso que la flor a mí decía: así quiero ser yo, sin más estando,

ser gloria del Señor, ser su armonía, y todo lo demás él irá obrando, según su voluntad, que sea mía.

3. Tres ráfagas de amor – decíamos – aludiendo a El Cantar de los cantares, a

San Pablo y a San Juan. Para saborear el Cantar de los cantares, yo aconsejaría hoy a quien me pidiera un

consejo: Lee la encíclica de Benedicto XVI “Deus Caritas est” (Dios es Amor); te quedarás sorprendido y admirado, cuando veas la filosofía del amor, que cultivaron los griegos y que es simultáneamente teología del amor, ya en el Antiguo Testamen-to. Sí que habla del Cantar de los cantares, dentro del cuadro del amor humano que el Papa nos explica. He aquí un párrafo, sin que pretendamos dilatarnos:

“…Esto depende ante todo de la constitución del ser humano – dice - , que está compuesto de cuerpo y alma. El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; el desafío del eros puede considerarse superado cuando se logra esta unificación. Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza. El epicúreo Gassendi, bromeando, se dirigió a Descartes con el saludo: « ¡Oh Alma! ». Y Descartes replicó: «¡Oh Carne!». Pero ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo. Únicamente de este modo el amor —el eros— puede madurar hasta su verdadera grandeza” (n. 5).

Los cánticos nupciales del Cantar de los Cantares – que literariamente podríamos llamar “El Cantar Divino” – son muy bellos en sí mismos, y más bellos cuando se ha comprendido que el Amor de Dios llegó al hombre en la carne de Jesús, nacido de la Virgen María.

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4. En el epistolario de san Pablo hay una página que produce un atractivo espe-cial. En las misas matrimoniales es la página preferida de los esposos. Es el Himno a la Caridad o el Himno al Amor: primera a los Corintios, capítulo 13, que rompe de esta manera:

“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo cari-dad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe.

Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la cien-cia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy.

Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha” (vv. 1-3).

¿Quién habla de esta manera? Si no supiéramos quién es ese Pablo que ha escrito estas cosas, diríamos: Ese es un romántico del amor. ¡Viva el Amor! Entreguémonos en brazos del amor.

Pues aquí no hay nada de esto; la fantasía de Pablo no va por ahí. El apóstol está explicando a su comunidad que Dios prodiga sus carismas en medio de la Iglesia, y algunos de ellos vistosos y portentosos, como el don de hacer sanaciones…

Pues hay una gracia que supera todas las gracias. No le llamemos “carisma”, porque no es carisma; es algo superior; san Pablo la llama “un camino más excelen-te” (1Co 12,31). Es el amor. Entonces ¿cuáles serán las obras esplendentes del amor?

Oigamos a Pablo cómo sigue su poesía…: “La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (vv. 4-7).

Pero estas son las obras de cada día, lo cotidiano, lo rutinario. Pues esto es el amor. Es tan grande el amor, que, cuando todo pase, al cielo sólo entrará el amor, dice Pablo en el mismo pasaje.

Y a este amor de diario, de trabajo y de cocina, podríamos llamarle el don escato-lógico de Cristo. Podemos amar así, porque Dios ha infundido este amor en nuestros corazones (Rm 5,5).

5. Y san Juan tiene un privilegio en el lenguaje del amor. Él es el que nos dijo:

“Dios es amor” (1Jn 4,8.16). Y nos ha entregado unas afirmaciones simples y sobe-ranas sobre el amor: Dios nos amó primero (1Jn 4,19), y que no existe el amor a Dios, a quien no vemos, si no amamos al hermano, a quien vemos (1Jn 4,20).

Y san Juan nos ha dicho que el amor es permanecer… “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15,4). Y, en suma, que el amor de que disfrutamos es el amor familiar de la Trinidad: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a voso-tros; permaneced en mi amor” (Jn 15,9).

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Al final de estas reflexiones, en este Día de Amor y de Amistad, uno queda con este convencimiento: Lo más importante de esta vida no es amar a Dios - ¡ni siquie-ra amar a Dios! – sino dejarse amar por Dios… y permanecer en ese amor.

Día del Amor y de la Amistad. Pero Día del Divino Amor, que es el más humano Amor. He dicho.

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17. Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto

(Domingo 7 del tiempo ordinario, ciclo A) Mateo 5,38-48

Hermanos: 1. Por las palabras del Sermón de la montaña tratamos de llegar al corazón del

Evangelio. Estamos adentrándonos en esas antítesis que presentan dos tipos de com-portamiento, y en lo profundo dos tipos de existencia: “Habéis oído que se dijo…; pero yo os digo”. El domingo pasado se nos anunciaron las cuatro primeras; hoy, las dos finales. Para coronar este cuadro hay una frase conclusiva de Jesús, que es el remate y la desembocadura de todo, la perla del anillo: “Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”.

La perfección cristiana tiene una referencia, solo una: el Padre celestial. Lo de-más es relativo. Los santos son modelos…, pero tienen sus defectos; han sido santos pese a sus defectos, como yo también puedo serlo, pese a mis limitaciones, caídas y defectos. Pero Jesús nos dice que vayamos directamente al Padre. “¿Por qué me lla-mas bueno?”, dijo Jesús en otra ocasión a un pretendiente que se acercó a él: “No hay nadie bueno más que Dios” (Mc 10,18).

Por otra parte, hermanos, al cruzar la barrera de la eternidad, los santos quedan todos asumidos bajo la única y última realidad: Seremos hijos de Dios.

Jesús habló así; y es verdad que nosotros, al recoger toda su vida y mensaje des-de el signo de la divinidad, le aplicamos a él en directo lo que él había dicho de su Padre. En el canto del Gloria, que es un himno triunfal a Cristo Resucitado, le deci-mos: “Tu solus Sanctus, tu solus Dominus, tu solus Altissimus, Jesu Christe, cum sancto Spiritu, in gloria Dei Patris. Amen”. “porque solo Tú eres Santo, solo Tú, Señor, solo Tú, Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo en la Gloria de Dios Pa-dre. Amén.”.

Es muy bello, es como el anticipo del Paraíso, que en cualquier momento, yo pueda recogerme en mi intimidad, y decirle al Padre: “Padre mío, tú eres esa bondad de mi vida en la que yo quiero vivir y a la que yo quiero aspirar desde todas las fi-bras de mi ser”. Nosotros somos santificados no por nuestras victorias y conquistas, sino porque hay un Padre en el cielo que nos envuelve con su santidad. Si obramos bajo el signo de esta santidad, ya hemos penetrado en el cielo que nos aguarda, por-que el cielo, que es la felicidad perfecta no será otra cosa que el quedar anegados por bondad de Dios, participando de la vida de la Trinidad.

2. Antes de avanzar en nuestra reflexión, recordemos que esta frase de Jesús, que

estamos comentando, tiene otra expresión en san Lucas, donde el texto dice: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36).

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¿Qué dijo Jesús, refiriéndose al Padre: Sed perfectos o Sed misericordiosos? ¿Acaso una vez dijo una cosa y otra vez dijo otra? De plano no se podría rechazar, pero no es lo razonable. Jesús dijo, más bien, Sed misericordiosos, porque la miseri-cordia es lo único que podemos imitar de Dios. Pablo nos exhorta: “Sed imitadores de Dios como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor” (Ef 5,1-2).

El amor es lo único que nos diviniza y nos asimila a Dios Padre y a su Hijo ama-do, Jesús. Y al decir Sed perfectos o Sed misericordiosos estamos dentro del mismo abismo de belleza de ese Dios que es nuestra felicidad.

3. Vengamos ahora a estas dos antítesis: “Ojo por ojo, diente por diente”, y

“Amad a vuestros enemigos”. Se atribuye a Mahatma Gandhi este comentario: "Ojo por ojo y todo el mundo

acabará ciego." Gandhi, benemérito de la humanidad, no fue cristiano, pero dijo de Jesús, entre otras cosas: "Considero a Jesús de Nazaret uno de los mayores maestros que han existido. [...] Diré a los hindúes que la vida no está completa a menos que se estudien con reverencia las enseñanzas de Jesús." Gandhi, hombre de oración ante todo, político, solidario con el destino de su pueblo, que salía del colonialismo, tuvo su teoría y praxis de la no violencia activa, puntos precisos que no es del caso deta-llarlos.

Leon Tolstoi (1828-1910), cristiano, padre del pacifismo moderno, fue un espíri-tu guía de Gandhi. Para Tolstoi su obra principal fue El Reino de Dios está en voso-tros, y este novelista uno de los grandes literatos de la humanidad, confiesa en su Diario (28/10/1895) que sus novelas eran como “cháchara de vendedores ambulan-tes para atraer parroquianos con el objetivo de venderles después algo muy diferen-te». Fue este libro el que de alguna manea convirtió a Gandhi en la opción por la no violencia.

¿Dónde está la presencia de Dios en el mundo, y cuál es la fuerza generadora que puede cambiar a la familia humana? Ellos han visto que la respuesta no viene ni de los filósofos ni de los teólogos, de los grandes y los sabios, sino de los deprimidos, y que la fuerza de Dios no está en las armas, sino en el amor siempre indefenso.

“Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”. Acaso Jesús esté pensando en esa bofetada, ese revés con la mano derecha, que se le ha dado al discí-pulo por ser un traidor de la fe de los padres. El que quiera responder con otra bofe-tada, se pone al nivel del agresor, y no deja espacio a Dios. Y Dios ha vencido en la debilidad de su Hijo. Le expulsaríamos a Dios; nosotros queremos que Dios sea el Dios de nuestro sistema, mas el Dios revelado es otro.

El mismo significado tiene el dicho siguiente: “Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa”.

Hermanos, nosotros diremos que se deshace la sociedad si no implantamos un sistema fuerte de justicia. Es irreal para este mundo todo lo que está diciendo Jesús. Aquí invocamos el estado de derecho y el imperio de la Ley; lo repiten desaforada-mente los políticos, mientras que las balaceras y los muertos acumulados son la no-

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ticia diaria de los periódicos. Obviamente Jesús no está dando lecciones de política, sino que está enseñando a sus discípulos, y a quien quiera adherirse a la familia, que solo el amor, el amor sufrido, puede ser la fuerza de Dios. La fuerza y la represión no sirven para plantar en la tierra el amor. Incluso, nos atrevemos a decir, que la misma acción espiritual de la Iglesia no puede representarse con la apoteosis y el triunfalismo, que, al fin, ocultarían la presencia de Dios, que se encuentra en los su-frientes y en los insignificantes del mundo.

Y sigue Jesús, el Señor: “Amad a vuestros enemigos”. Han tomado esta frase pa-ra ponerla en el libro abierto, el Libro de la Vida, que tiene Jesús, Pantocrátor, en su mano izquierda en la pintura central de la Catedral de Madrid, la Virgen de la Al-mudena.

“Estas palabras – explican así el icono - son el corazón de la Nueva Alianza y la imagen del hombre nuevo. De hecho Jesús es al mismo tiempo la imagen de Dios y del hombre. En Él, vencedor de la muerte y Señor de todo lo que esclaviza al hom-bre, estas palabras son ahora posibles en nuestra vida, y por ellas seremos juzgados. En la página de la derecha del Libro de la Vida se lee: “Vengo pronto” (Ap 22, 20). Son palabras de exhortación, una invitación a la perseverancia para mantener segura nuestra fe”.

Y para concluir, lo que hemos dicho al principio: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”.

Somos los que tienen su escuela en la intimidad con Dios, familiares de Dios. Somos las personas que llevan por el mundo las Bienaventuranzas. Somos los que debemos derramar por la tierra el amor misericordioso de Dios,

nuestro Padre. A esto hemos sido llamados, como cristianos, y ésta es la ruta de nuestra vida.

Amén. A partir de esta homilía, cuando citemos las palabras de la Sagrada Escritura, las toma-

remos de Sagrada Biblia: Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, pre-sentada en Madrid el 14 de diciembre de 2010.

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18. Ya lo sabe vuestro Padre celestial (Domingo 8 del tiempo ordinario, ciclo A)

Mt 6,24-34 Hermanos: 1. El Evangelio de hoy es introducido en la celebración de la Palabra por medio

de un texto transido de ternura, que lo vamos a recordar. Son dos versículos del libro de Isaías (Is 49,14-15), que suenan así en la reciente versión oficial de la Biblia en español:

“Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado.» ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré”. La imagen de la madre y el niño al que amamanta es un imagen de Dios, y hemos

de tener la audacia de aplicárnosla a nosotros, es decir, yo, bebé indigente, a mi vida personal.

Dios… ¿está lejos? O ¿Dios está cerca? Dios está más cerca que la leche de la madre succionada por la boca del bebé. El

niño no sabe nada, pero está viviendo de la leche de la madre. Y una madre se olvidará de sí misma, pero no de darle el pecho a su niño; incluso

con sus dedos mismos le ayudará para que no quede una gota dentro. ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta? No se olvidará; y cortará el sueño para dale el pecho al hijo de sus entrañas. Y el

oráculo divino concluye: “aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré”. 2. Este oráculo, pronunciado siglos antes de Jesucristo, lo traemos al recuerdo pa-

ra ambientar e introducir las palabas de Jesús, que nos hablan de la solicitud del Pa-dre, de la Divina Providencia, que traspasa nuestra vida entera, si nos dejamos tras-pasar por ella.

Comienza el Evangelio de hoy con una de esas frases desconcertantes de Jesús, que nos dejan en vilo y muy pensativos. Nos dice: “Nadie puede estar al servicio de dos señores”. Estos dos señores son de un poder total cada uno de ellos, tan señores, tan celosos, tan adorados por su servidumbre, que podemos llamarlos Dioses. Cada uno de ellos es Dios, si bien uno es el Dios verdadero y el otro, que está dentro y fuera de casa, es dios falso. ¿Quiénes son los dos dioses?

Dice Jesús: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Jesús equipara el Dinero a Dios mismo. Lo que pide que uno se defina, porque es sentencia del mismo Maestro, que se nos grabe: “Nadie puede estar al servicio de dos señores. Porque despreciará

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a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del se-gundo”.

Nuestra respuesta al dicho de Jesús no suele concordar con esa oposición que él establece: o uno u otro. Aceptamos que Dios es el único Dios; pero tratamos de lle-gar a un acuerdo con el dinero:

Primero, tener dinero: que nunca falte. Segundo, tener cada vez más dinero, abriendo las puertas a que un día seamos ri-

cos. Tercero, en cuestión de dinero siempre se puede mejorar. No hay en el mundo ri-

co que no pueda mejorar: en su casa, en su jardín, en su servicio, en sus muebles, en su coche, en las amistades a quienes invita; en sus viajes de cultura y placer…

El dinero abre el apetito…, y nadie puede decir que esto es malo, si no se emplea para fines malos.

Pero esto quiere decir que la antevíspera de mi muerte tendré yo sobre la mesa escritorio una docena de carpetas sobre proyectos en curso que estoy negociando con los bancos.

¿Quién puede decir que esto es malo? Yo no lo diré…, porque mi mente no al-canza a decir que esto sea malo.

Pero de repente suena la voz de Jesús: “Nadie puede estar al servicio de dos se-ñores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al prime-ro y no hará caso del segundo”.

Resulta que, sin darme cuenta, me había engañado el Dios Dinero y todo el tiem-po se los estoy dedicando a él.

3. Pero sigamos nuestra reflexión sin salirnos del Evangelio. Jesús continúa ha-

blando y dice: “Por eso os digo”. “Por eso”, con lo que se significa que lo que Jesús va a decir es la consecuencia de lo anterior. Oigamos:

“Por eso os digo: No estéis agobiados por vuestra vida, pensando qué vais a co-mer o beber, ni por vuestro cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?

Mirad los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?”

Este párrafo es el centro de nuestra predicación con una frase que es el secreto y que luego nos dirá Jesús.

Jesús nos recalca: No andéis agobiados. Y es verdad. No andéis agobiados, porque, si andáis agobiados, no os habéis deshecho toda-

vía de ese otro señor que os ha atrapado. Pues es verdad, hermanos. No tenemos tiempo, y nos huele a que nos vamos a

morir sin haber tenido tiempo de vivir. No tenemos paz, porque las preocupaciones son más que las soluciones. No tenemos tranquilidad, y el reloj nos mata.

Jesús aclara que los paganos, que no conocen a Dios, sí viven de esa manera. Este análisis que tiene Jesús ¿tiene sentido o es una fantasía? ¿Qué está diciendo

Jesús? ¿Nos está invitando a volver a la selva, y vivir al día… del cobijo y frutos de

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la naturaleza, como los pájaros? ¿O nos está invitando a la vida bohemia…, sin tra-bajar, dedicados al arte y a la buena voluntad de la gente?

Las palabras del Señor no pueden ser un insulto a las personas de bien que han puesto el trabajo y la responsabilidad como el motor del progreso. Las palabas del Señor no son un desprecio, no son un insulto (sería blasfemia el pensarlo), sino que son una revelación.

4. La respuesta de Jesús es nítida y transparente: “No andéis agobiados, pensando

qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afa-nan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso”.

Jesús sabe que hay un Dios, que nosotros somos hijos, que Él está solícito de sus hijos. En una palabra: “Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso”.

Esto es la revelación. Esta es la clave de todo lo que Jesús nos está diciendo. Je-sús no está insultando a los pobres cuando dice que miren a las aves del cielo y a las flores del campo.

Jesús no es un poeta más de la serie que dedica una poesía a los pajaritos del aire y a las florecillas del prado. Jesús es el vidente de Dios, que está viendo con sus ojos grandes abiertos que Dios es hermosura, prodigada a raudales en la naturaleza y la vida.

Jesús está viendo, emocionado, con el corazón palpitante de agradecimiento, que Dios está ahí y nos dice: Y Dios “¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?”.

Nos llama gente de poca fe. Ese agobio, esa angustia de la vida, ese no saber vi-vir y disfrutar tiene una causa: no hemos visto a Dios, no lo hemos experimentado en nuestra intimidad.

Jesús no está proponiendo ni la grandeza ni la riqueza ni el bienestar como los signos de la Providencia de Dios, no. Jesús no nos está invitando a ser ricos (aunque ha de haber ricos cristianos con la bendición de Dios); Jesús nos está invitando a disfrutar de Dios como de la riqueza suprema de la vida. Recuerden aquellos versos de santa Teresa: “Quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta”.

Jesús no nos está brindando un plan de economía familiar, que nosotros lo debe-mos hacer con responsabilidad. Jesús nos está diciendo otra cosa:

Disfrutad del amor, que es el supremo bien de la vida. Dios es Padre; sentidlo. Disfrutad de su presencia, de su cercanía, de su ternura. Y entraréis en una vida nue-va. Dios es Espíritu entrañable.

En una sola frase conclusiva. “Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”.

Hermanos, Jesús nos lo ha dicho; esta es su respuesta. Amén. 22 febrero 2011.

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19. El que hace la voluntad de mi Padre

(Domingo 9 del tiempo ordinario, ciclo A) Mt 7,21-28

Hermanos: 1. Durante seis domingos – hoy es el sexto – hemos escuchado el Sermón de la

montaña, nuestra carta de identidad cristiana. El remate de estas divinas palabras es una llamada a la acción. Ni el oír, ni el emocionarse, ni el hacer aparentes y vistosas maravillas vale; lo único decisivo es hacer la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Es la palabra del Señor que con su gracia queremos meditar y hacerla vida de nuestra vida.

La sabiduría popular tiene viejos refranes en torno a esta experiencia humana, que lo que importa no es el hablar y el decir, sino el hacer. El antiguo refranero es-pañol tiene esta sentencia: “No es lo mismo predicar que dar trigo”. Lo que importa es llevar a la vida lo que uno cree, medita y predica. A san Francisco de Asís se atri-buye este dicho: “Tanto sabe el hombre cuanto hace”.

2. Para entender exactamente lo que Jesús dice, hemos de trasladarnos a ese es-

cenario que Jesús imagina. Jesús habla de “aquel día”. ¡Cuántas veces aparece en los profetas esta expresión: “aquel día…, aquel día”!

¿Cuál será exactamente aquel día? Será el día de la verdad, aquel día de la última actuación de Dios; será el día final de la Historia de la salvación. Quedamos empla-zados todos a aquel día. Nuestra vida no es una vida baladí, un entretenimiento que uno lo va llevando a cabo con arte, acaso con malicia y humor. Nuestra vida, nuestra imagen, nuestra verdad tienen una seriedad absoluta que se ha de probar “aquel día”.

Primera sorpresa es que el protagonista de aquel día, el que va a tener la palabra y el veredicto es Jesús mismo, el mismo que está hablando por los caminos de Pales-tina, el que se ha sentado en el Monte de las Bienaventuranzas y nos acaba de pro-clamar el Evangelio. Este Peregrino de la vida va a ser, a la hora de la verdad, nues-tro juez inapelable.

Y es escalofriante el que el Juez del universo pueda decir, o más bien, decirnos: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, los que obráis la iniquidad”.

3. El dramatismo de las palabras de Jesús llega al paroxismo cuando nosotros

percibimos que Jesús ha sincronizado el juicio final con las personas con las que él v viviendo en sus días.

Recuerden aquello que está escrito en el Evangelio de san Lucas, cuando Jesús habla de la puerta estrecha:

“« Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: "¡Señor, ábrenos!" Y os responderá: "No sé de dónde sois." Entonces empezaréis a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y

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has enseñado en nuestras plazas"; y os volverá a decir: "No sé de dónde sois. ¡Reti-raos de mí, todos los agentes de iniquidad!" (Lc 13,25-27).

Nos parece increíble que Jesús haya podido hablar con este tono exaltado, y con estas amenazas en las que se juega la vida eterna.

A fin de poner la verdad en su punto, hemos de saber que Jesús no está dando el pronóstico de lo que va a suceder, como si de antemano estuviera llenando el in-fierno de gentes de esta generación. Lo que Jesús está diciendo es: La oferta de gra-cia que Dios nos hace es total: la podéis recibir, al podéis rechazar. Si la rechazáis, la responsabilidad es vuestra, y el destino no puede ser otro que el apartamiento de Dios para siempre. “Apartaos de mí los agentes de iniquidad”. Es la misma fase que acaba de oír al final del Sermón de la montaña.

4. Ciñéndonos a las palabras estrictas del Evangelio de este domingo, vemos có-

mo Jesús imagina tres escenas de entusiasmo y de acciones en el nombre de Jesús. - “¿No hemos profetizado en tu nombre, - y en tu nombre echado demonios, - y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?" Cuando se escriben los Evangelio en las comunidades cristianas hay fervores y

entusiasmos de todo género. Están llenas de carismas espirituales. San Pablo ha tra-tado este tema abundantemente al escribir a la comunidad de Corinto.

No nos confundamos, nos advierte Jesús. Esos sucesos admirables, esos éxtasis, esos milagros incluso… no nos dan la clave de lo que es un cristiano. Solo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, solo ese es el destinado a la vida.

5. Jesús ha puesto tres ejemplos, y los tres ejemplos son de cosas admirables,

que, en el fondo, es lo que Jesús ha hecho en su vida. El primero. ¿No hemos profetizado en tu nombre? No hay mayor profecía, her-

manos, que anunciar el Evangelio, suprema revelación de Dios. Es lo que Jesús ha hecho. A ello ha consagrado su vida. ¿No hemos profetizado en tu nombre?

El segundo. ¿Y en tu nombre no hemos echado demonios? Jesús derrocó al de-monio y eso era el signo de que el Reino de Dios había irrumpido ya en la tierra. Él dijo que Satanás no puede derribar a Satanás. El echar demonios es señal de que yo estoy con Dios. ¿Y en tu nombre no hemos echado demonios? Este ejemplo nos resulta extremo. Pero hipotéticamente es posible. Yo, sacerdote, podría, con la debi-da autoridad, hacer un exorcismo y expulsar el demonio. Pero si mi corazón no estu-viera con Dios, yo no sería agradable a Dios, aunque expulsara demonios.

Y el ejemplo tercero. ¿Y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros? Es lo mismo. Hasta podíamos hacer milagros… Pero tampoco esto es lo que da el toque final a nuestra vida. La palabra de Jesús es terminante: “sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.

En resumen, hermanos, leyendo desde el principio: “No todo el que me dice "Se-ñor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Pa-dre que está en los cielos”.

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La vida verdadera no son apariencias. Los triunfos ante los hombres pueden ser apariencias ante Dios; los éxitos ruidosos son de temer. Probablemente esconden mucha vanidad y autosuficiencia, y nada de esto sirve para construir la iglesia de Dios, que nació del fracaso de Jesús Crucificado.

5. ¿Qué nos queda, pues? Edificar sobre roca. Nos lo dice el Señor: “El que escu-

cha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca”.

Hermanos, que en la vida han de venir fuertes vendavales y tempestades es nor-mal. Y Dios cuenta para nosotros con esto. Lo sabemos, hemos de estar prevenidos. Ha de venir la prueba, y lo que un día nos había aparecido tan bello y entusiasmante, a lo mejor pierda su fulgor y se nos antoje que fue una ilusión de nuestro fervor re-ligioso. La negra tempestad comienza a fraguarse; se mueve el huracán.

Es la hora de la fe y de la humildad. Es la hora de pensar que Jesús no nos aban-dona, que no fue un espejismo, que al obedecerle a él yo construí sobre roca.

Señor Jesucristo, tú eres la roca de mi vida. Y estás esperando de mí no aparien-cias, sino verdad, fidelidad, humildad.

Po tu Madre santísima, la Virgen fiel hasta el Calvario, te pido no el triunfo, sino la perseverancia. Amén.

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20. Miércoles de ceniza, y qué es mistagogía

(Instrucción o catequesis) Hermanos:

Estas palabras que nos disponemos a compartir no son una homilía. Son una ins-trucción, una explicación, una catequesis – si se prefiere – en torno a la Cuaresma. Tocaremos dos puntos:

El primero: Sentido y significado del Miércoles de ceniza, como convocatoria de conversión.

El segundo: Aprendizaje del misterio cuaresmal descubriendo a Cristo, como protagonista de la Cuaresma.

I

Apertura de cuaresma: Miércoles de ceniza, convocatoria de conversión

Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión... Este pre-

gón de los tiempos de Joel -siglo IV antes de Cristo-, es para nosotros el bocinazo de Cuaresma, y de hecho así empieza la liturgia de la Palabra el Miércoles de Ceniza. Ese día la comunidad cristiana se reúne para presentarse ante el Señor como pueblo pecador y penitente y para iniciar un trayecto de sinceridad y verdad, una camino de purificación e iluminación que le va a llevar hasta la santa montaña de la Pascua.

Si en nuestras parroquias lográramos que este día se suspendiera el rutinario orden de misas y se lograra una gran asamblea, tendríamos un signo muy expresivo de que somos un pueblo de Dios unido en un mismo propósito y un pueblo que so-lemnemente comienza su éxodo liberador hacia la Pascua. Hoy es un día caracterís-tico de asamblea. Día de ceniza que tendríamos que recibir -repito-, si posible fuera, en una sola celebración, como pueblo penitente.

La finalidad de este día es iniciar el camino pascual guiados por Cristo a través del desierto de la Cuaresma. Los cristianos ayunamos en este día. Convocados en la iglesia se nos leen las Sagradas Escrituras. Dios nos dice por medio de Joel: Conver-tíos a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto (Jl 2,12-18). Resuena la voz apremiante que se insinúa en el corazón: Os lo pedimos por Cristo: dejaos re-conciliar con Dios (1Co 5,20-6,2). Y Cristo en el Evangelio nos traza el programa del cambio que él espera, una justicia nueva distinta de la de los fariseos, que se ha de manifestar en las tres expresiones características de la piedad tradicional de los judíos: la caridad desinteresada, la oración sincera ante Dios, el ayuno verdadero

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(Mt 6,1-6.16-18). Son consignas sobre las que reiteradamente se ha de volver en Cuaresma.

Día de conversión. El símbolo de la ceniza, tomado de las páginas de la Biblia, está aludiendo a esto. Al imponerla, el sacerdote puede recodar unas palabras que nos evocan al primer hombre en el paraíso: Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás (véase Gn 3,19). Pero es preferible que en el momento de humillar nuestras cabezas escuchemos la proclamación que hizo Jesús al inicio de su ministerio: Con-vertíos y creed el Evangelio (Mc 1,15).

* * * En la praxis cristiana este Miércoles de Ceniza debe ser para todos una día de

reflexión para perfilar nuestro programa cuaresmal. Debemos preguntarnos con qué ánimos, con qué temple espiritual entramos en la Cuaresma, con qué manos vamos a recibir la gracia que se nos brinda, y hasta qué punto estamos dispuestos a iniciar un combate espiritual. Jesús lo tuvo en el desierto.

La celebración sacramental de la penitencia, al inicio de este camino, está en plena consonancia con el Miércoles de Ceniza. Y en el programa cuaresmal, de acuerdo con el mensaje evangélico, hay tres puntos que hemos de afrontar con since-ridad para estar a tono con la gracia saludable que se nos brinda:

- la ascesis, el ayuno; - la oración, en la escucha de la Palabra de Dios; - y la caridad, la limosna, la caridad como donación solidaria de nuestras

personas.

* * * En este día primero de Cuaresma torna a mi mente el comienzo de un canto se-

vero que en la Edad Media se cantaba con estremecimiento, y a veces con pánico: Media vita in morte sumus..., en medio de la vida nos coge la Muerte... Es cierto, por más que no sea de nuestro gusto. En la mitad de la vida puede salirme la Muerte en la carretera. Dante comenzó así la Divina Comedia de la vida: Nel mezzo del camin di nostra vita...

Sin tremendismos, pero con un serio sentido de la realidad y un ansia de verdad y purificación, vaya este himno, compuesto para iniciar la Cuaresma:

En medio del camino de la vida la mano del Señor tocó mi frente: ¡Mortal hijo de Adán, detente y entra, conmigo al corazón sin miedo vente! Bajé hasta el alma, cueva y paraíso,

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tomado de su mano suavemente, y vi la historia entera en mí bullendo: al Padre, al Hijo, al Fuego incandescente. Oh alma buscadora, ve al desierto, montaña del Señor, dintel celeste, y ensancha las ventanas a la vida, amante del amor y de la muerte. Bañado en la verdad y en dulce llanto, conócete a ti mismo al conocerle, oh Hombre, y escucha en tu gemido un son de paz que desde el cielo viene. La paz y la justicia -Cristo muerto- se abrazan en el alma estrechamente; rebrota el mundo, firme y vigoroso, y en mí la Vida vence, oh Tú, perenne. ¡Oh Cristo soberano, Dios perdón, en cruz ensangrentado, Dios clemente, te damos gracias, luz que nos revelas el ser en su verdad con lo que eres! Amén.

II Aprendizaje del misterio

Vamos a contemplar la Cuaresma desde la proclamación del Evangelio los do-

mingos. Ya se sabe que para abrir con mayor abundancia la palabra de Dios a los fieles se ha compuesto un ciclo de tres años de lecturas dominicales. No se repiten cada año, sino que hay un ciclo trienal: A, B, C. Tomemos los Evangelios del año A. Las escenas que vamos a contemplar tienen tal raigambre en la tradición cristiana como catequesis mistérica de Cuaresma, que hay facultad para repetir los Evangelios del ciclo A en los dos sucesivos.

El panorama que tenemos a la vista es el siguiente Domingo 1º Jesús tentado Domingo 2º Jesús transfigurado Domingo 3º Jesús da el agua viva: la Samaritana Domingo 4º Jesús da la luz a un ciego de nacimiento Domingo 5º Jesús resucita a Lázaro Domingo 6º Jesús entra como Mesías en Jerusalén

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Los Padres de la Iglesia en sus explicaciones al pueblo cristiano hablaban de mistagogía. Esta palabra griega significa literalmente: conducción de los iniciados hacia el misterio. Entendemos que lo realizado en Jesús es un misterio, es decir, una realidad divina, concreta, con una fuerza permanente que se expande hasta hoy, una realidad de la que nosotros podemos participar hoy, ahora, aquí. Y por eso se nos anuncia en la liturgia. Debemos entrar en ella. La Sagrada Escritura, proclamada en la asamblea del pueblo de Dios, nos lleva hacia esas realidades. Los verdaderos pas-tores de la Iglesia se han preocupado de explicar la Sagrada Escritura de forma que toda la asamblea santa pudiera entrar en el interior de esas realidades salvadoras y presentes. Todo esto se llama mistagogía.

¿Quién es el protagonista de Cuaresma: Cristo o el hombre? Hay dos visuales para otear el camino cuaresmal. Distinto el paisaje si yo pongo

como protagonista al pobrecito ser humano -hombre o mujer que se afanan y se de-baten en la pelea humana- o si yo digo sorpresivamente que el protagonista de Cua-resma es Cristo. Dos puntos de mira que tienen derivaciones distintas, que estimulan una actitud psicológica diferente.

Parece obvio que el protagonista y el combatiente de Cuaresma tenga que ser el hombre, que es el luchador en este camino de viadores. Dejemos a Cristo como pro-tagonista de la Pascua en todo el tramo de los cincuenta días. Al fin lo que represen-ta la Pascua es el triunfo perenne del Resucitado.

Esta obviedad en un segundo momento no es tal. Si yo dijera que el protagonis-ta de Cuaresma es el hombre y el protagonista de Pascua es Cristo, escindiría un misterio unitario. Estaría fotografiando el misterio con cámaras diferentes, con pro-cedimientos de orden diverso y el cuadro resultante sería semifalso.

Es mejor enfocar el paisaje completo con la misma cámara. Es más oportuno decir que Cuaresma-Pascua son un proceso irrompible que tienen el mismo eje, Cristo, el Señor. Al menos desde un punto de vista rigurosamente litúrgico las cosas son así, dado que en la liturgia no celebramos la titánica empresa de los hombres que quieren alcanzar a Dios, sino, al revés, la acción de Dios en la historia, pasada, pre-sente y futura, que con gratitud y alabanza, con disponibilidad de colaboración, el hombre recibe como don de Dios.

Pablo en el texto más importante sobre el bautismo de los cristianos (capítulo 6 de Romanos) explica nuestro bautismo desde esa óptica. Bautismos los ha habido en las religiones. El ser humano ansía el lavatorio de su alma, quisiera buscar el deter-gente que expulsara todas las manchas de su corazón. El hombre pecador, ávido de Dios, va al agua; se desnuda y se sumerge. Quiere mostrar al Creador que lo pasado queda allí atrás para siempre y que desde hoy empieza lo nuevo. No es ése el bau-tismo cristiano, siendo tan laudable y sublime ese gesto absoluto del hombre peca-dor que anhela a Dios. Para Pablo el bautismo es un acontecimiento por el cual el cristiano es incorporado a la muerte del Hijo, a la sepultura, a ese brotar nuevo en la

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Resurrección. Y entonces el cristiano realmente muere, realmente es sepultado, realmente es resucitado.

¡Alucinante...! ¿O revelador...? Esto es mística. Sí, esto es misterio, esto es sa-cramento. En efecto, así lo es. Y de la sacramentalidad del bautismo se derivada la moralidad de la vida cristiana.

Podemos releer atenta y escrupulosamente ese citado capítulo 6 de Romanos y calibraremos personalmente la verdad de lo que vamos diciendo. ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva (vv. 3-4).

No cabe duda de que el protagonista, el verdadero agente del bautismo, es Cristo. El hombre es el receptor, para lo cual ha tenido que abrir el oído, doblegar el corazón, escuchar en espíritu de docilidad y obediencia y acudir a las aguas..., pero ha sido Cristo, el Señor, el que está realizando su obra esplendorosa. Ha sido Cristo en esa triple modalidad de su misterio pascual: muerte, sepultura, resurrección. La muerte y sepultura son acontecimientos que pertenecieron un día a nuestra historia, a nuestra intrahistoria, que ya pasaron, pero que están en el bautismo, porque somos incorporados a ellos.

Un discurso análogo vale para explicar la óptica de Cuaresma. Si le ponemos a Cristo en el centro y en torno a él tratamos de explicar el acontecer anual de Cua-resma, entenderemos mejor lo que pasa dentro. y sobre todo apuntaremos con mayor exactitud a lo que es la verdad genuina de las cosas.

Por aquí va la explicación mistagógica de la Cuaresma, explicación por la que queremos avanzar al paso de los domingos. Al abrir el Misal, vemos que no anda-mos descaminados. En el domingo primero oramos así en la oración colecta: Al ce-lebrar un año más la santa Cuaresma concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo según su plenitud.

Entender y vivir, ése es el objetivo. Penetrar el misterio con sabiduría interior, fundir la vida en él y proyectarlo.

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21. El venerable sacramento de la Cuaresma

(Instrucción o catequesis)

Hermanos: 1. Estas palabras no son una homilía; son sencillamente una instrucción o cate-

quesis cuaresmal, como la que anteriormente pronunciamos hablando del tema “Miércoles de ceniza, y qué es mistagogía”.

El Miércoles de ceniza es la apertura y convocatoria de la Cuaresma, pero la inauguración solemne es la celebración eucarística del Primer Domingo de Cuares-ma. Sucede que en este domingo por dos veces se habla del Sacramento de Cuares-ma, expresiones que en las traducciones a nuestras lenguas con frecuencia desapare-ce, como veo en el Misal que tengo delante.

La oración del día dice: “Al celebrar un año más la santa Cuaresma…”, cuando en rigor el texto original dice: “Al celebrar un año más los ejercicios del sacramento cuaresmal”.

Luego, en la oración sobre las ofrendas se habla de “las ofrendas que te presen-tamos y que inauguran el camino hacia la Pascua”. En el texto original se habla de que con estas ofrendas celebramos el exordio del mismo venerable Sacramento”.

Según este lenguaje la Cuaresma es Sacramento. ¿Cómo que la Cuaresma es sacramento, si los sacramentos son siete, los Siete

Sacramentos? Efectivamente los sacramentos son siete y no son ocho ni son seis. Los siete sa-

cramentos son: Bautismo y Confirmación, Penitencia y Eucaristía, Orden Sacerdotal y Matrimonio, y Unión de los Enfermos.

Y siendo esto así, el Concilio, al hablar de la Iglesia y dice que es Sacramento universal de salvación.

2. Esto procede básicamente de la Sagrada Escritura. El Nuevo Testamento se

escribió en griego, y la palabra “mysterion” que obviamente significa “misterio”, se tradujo en lugares muy significativos por “sacramentum” (Efesios 1,9; 3,3; 3,9; 5,9). Y así el misterio escondido desde los siglos en Dios, es el sacramento escondido desde los siglos en Dios.

En suma, en esta perspectiva, )Qué es, pues, sacramento? El sentido principal es éste:

- Es una realidad divina, - oculta, - que pertenece directamente a Dios, - que Dios mismo manifiesta,

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- y que en el Nuevo Testamento incluye todo el designio de Dios con su Hijo Je-sucristo,

- que acontece para nosotros, - y se nos revela para nosotros. La Iglesia es el Sacramento de Dios, e incluye todos los otros sacramentos, des-

plegados en una Historia de salvación. 3. Este Venerable Sacramento que iniciamos 1) Es el acontecimiento pascual de Cristo, que incluye

S muerte de Cristo, S descendimiento al abismo (al lugar de la espera), S resurrección, S ascensión, S venida del Espíritu Santo, S Parusía de Jesús.

2) Que recoge los misterios anteriores de Cristo, originados por la Encarnación: todos los Apasos@ de la vida Jesús (por ejemplo, el bautismo, el desierto), todos los aspectos de la vida del Señor (el taumaturgo, el profeta, el maes-

tro...). 3) Que acontece hoy en la Iglesia, - en la cual habita toda la plenitud de Cristo, - en la cual late igualmente toda la historia humana y la esperanza de los hombre. 4) Y que se celebra hoy por los signos sacramentales (tiempos, ritos, palabras,

signos...). 5) Y que en concreto el Venerable Sacramento que se comienza solemnemente

en el primer domingo de Pascua y se anticipa en el Miércoles de Ceniza abarca ínte-gramente, sin que se pueda romper toda la Cuaresma y toda la Pascua.

El tiempo de Cuaresma y el tiempo de Pascua forman una unidad irrompible, como lo expresamos en su momento.

- Celebrar la Pascua es adherirse al triunfo del Señor. - Celebrar la Cuaresma es adherirse al Desierto de Jesús, a la Pasión y Muerte del

Señor. Es bien evidente que en el centro de la Pascua está Jesús. Esto mismo tiene que

hacérsenos evidente cuando hablamos de la Cuaresma: el centro de la Cuaresma es Jesús. Y la gracia de la Cuaresma nos viene del centro, que es Jesús.

4. Pero veamos cómo quiere proyectar Dios en nuestra vida este Venerable Sa-cramento

El Atiempo@ se convierte en sacramento. El Domingo, cada domingo del año, como Día del Señor, es un sacramento de la presencia y de la actuación de Cristo en la Iglesia y en mi propia vida. El Domingo está penetrado de la presencia de Jesús, el Señor, y de la actuación del Espíritu Santo.

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Los 50 días de Pascua son todos juntos puestos en unidad Acomo un gran Domin-go@ (expresión de san Atanasio).

Los 6 Domingos de Cuaresma en ningún momento dejan de ser Adías pascuales@, incluso dentro de Cuaresma. Los domingos de Cuaresma son más importantes que los días feriales de Cuaresma.

Y todos y cada uno de los días de Cuaresma, penetrados de la presencia de Cris-to, quedan santificados por la presencia del Espíritu, y son constituidos como días de Cristo, días en los cuales vamos a pensar en el único Misterio de Cristo, diversifica-do a través de todos y cada uno de Alos misterios de la vida del Señor@.

Todo el tiempo ha sido Asantificado@ y Aconsagrado@ por la presencia de Dios en el don del Misterio de la Encarnación.

5. Las grandes celebraciones de Cuaresma, en donde resplandecer la acción de

Dios en la Historia de la salvación de Dios hoy, son las siguientes: - la Palabra, entregada, día a día, a nosotros como integrante esencial de la pala-

bras de la Biblia; - la celebración de la Eucaristía, participando todo el pueblo santo de Dios, y

acercándose a la sagrada comunión, - la celebración del Perdón mediante el Asacramento@ de la penitencia o Reconci-

liación. En estas tres celebraciones viene a torrentes a nuestros corazones la gracia del

Señor 6. Y aquí, en esta área sagrada, es donde nosotros incluimos lo que la liturgia

llama los anuales ejercicios del Sacramento Cuaresmal (annua quadragesimalis exercitia sacramenti@), Oración colecta del primer Domingo de Cuaresma).

Estos ejercicios anuales son el ayuno, la oración y la limosna, temas que son fa-miliares en nuestra predicación.

Hemos querido subrayar esa visión espiritual y mística, que nos une directa-mente a Cristo, porque cuanto más centremos la Cuaresma en él, más cerca es-ta1mos de la fuente de la vida.

Que su bendición nos acompañe en todo. Amén.

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22. Jesús tentado y vencedor

Hermanos:

1. Este año, para hablar de la Cuaresma, podemos referirnos a dos documentos, sencillos y límpidos, de singular autoridad, que nos dan la clave espiritual de este tiempo sagrado que precede a la pascua: el camino cuaresmal. Me refiero al Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma de este año y a la catequesis al pueblo de Dios, dada igualmente por Benedicto XVI el Miércoles de Ceniza.

En los dos momentos el Papa habla del itinerario bautismal que seguimos los cristianos para llegar al monte santo de la Pascua, celebración cumbre del año, la fiesta de las fiestas. La noche pascual es la noche bautismal. Y los recién bautizados, que también podrían ser confirmados, acceden por primera vez a la Eucaristía. Bau-tismo, Confirmación, Eucaristía son los tres sacramentos de la iniciación cristiana.

Puedo decirlo con las palabras autorizadas del Santo Padre, seg{un n os ha escri-to en su mensaje: “En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia”.

2. Y ya que citamos al Santo Padre bueno será saber cómo vive el Papa la Cua-

resma. La primera semana de Cuaresma el Papa y la Curia Romana hacen los Ejer-cicios espirituales, algo que nos puede hacer reflexionar a todos.

El primer domingo de Cuaresma todos los años se nos presenta a Jesús en el de-sierto, este año según el Evangelio de san Mateo. La primera frase del texto bíblico dice que Jesús (que acaba de ser bautizado y declarado por el Padre como Hijo ama-do) fue llevado por el Espíritu al desierto. Tenemos, pues, una clave de interpreta-ción. Y en la misma frase se añade que fue llevado para ser tentado; es la segunda clave de interpretación.

Un intelectual que leyera este pasaje, seguramente que diría: Este relato es un mi-to creado en torno a la vida de Jesús de Nazaret. No podemos aceptar como una des-cripción de la historia que Jesús fue transportado por el demonio al alero del templo, ni que fuera llevado de repente a un monte altísimo, desde el que le pueda mostrar los reinos del mundo y su gloria.

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A esta persona estudiosa, abierta a la cultura y a las expresiones religiosas de la humanidad, le podríamos recordar que cuando Juan Pablo II explicó los primeros capítulos del génesis, donde están los relatos en torno al origen del hombre, del mis-terio del pecado y de la gracia, no tuvo inconveniente en aceptar la palabra “mito”, si la empleamos en el sentido noble de los intérpretes de la cultura.

Las tentaciones de Jesús nos presentan el combate del hombre con las fuerzas in-contenible del mal. Adán y Eva sucumben ante el mal, y hay algo inexplicable que pertenece a la herencia humana sin que sepamos cómo y por qué. Es algo tan inhu-mano, tan irracional que el pecado sea algo del componente humano, que la Sagrada Escritura, para explicar lo que está más allá de toda explicación, ha dicho que el mal entró desde fuera, por instigación del Malvado, del Demonio. Reflexionando sobre estos relatos que hoy leemos, el libro de la Sabiduría dice: “Dios no ha hecho la muerte…; no hay (en las criaturas del mundo) un veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra” (Sa 1,13-14). “Por envidia del diablo entró la muerte entró la muerte en el mundo y la experimentan los de su bando” (2,24).

3. Jesús es llevado por el Espíritu al desierto, porque allí ha de luchar contra ese

por quien entró la muerte en el mundo, y lo ha de derrotar para acabar con su impe-rio.

Estaríamos fuera de las intenciones del evangelista, si quisiéramos hacer de las tenciones de Jesús una especie de paralelo de nuestras tentaciones, que son esas lu-chas morales entre el placer y la virtud. Una interpretación moralizadora de las ten-taciones de Jesús no da en la clave del texto y en esa magnitud sagrada que lleva consigo el texto.

Las tentaciones de Jesús se refiere tanto a Adán, tentado y caído en el paraíso, como al pueblo de Israel, peregrino en el deserto rumbo a la Tierra Prometida, igualmente tentado y derrotado.

Jesús es tentado y sale vencedor. Ahora bien, nos quedaríamos a medias si vié-ramos que ha salido del peligro y nada más, pero que el enemigo queda con la mis-ma fuerza. Expliquémoslo.

4. Jesús no solamente sale airoso del peligro, sino que Jesús aplasta la cabeza al

enemigo y lo deja fuera de combate; lo desarma, le arrebata su fuerza, lo aplasta y lo destruye.

Todas las escenas demoníacas del Evangelio – las expulsiones de demonios – es-tán diciendo justamente esto: que el imperio de Satanás ha sido derrocado. Definiti-vamente Dios, por su Hijo amado, es el dueño de la situación humana; no hay un opositor antagónico, que tenga derecho o poder alguno.

El triunfo de Jesús queda proclamado en las palabras que él dice: “Al Señor, tu Dios, adorarás, y a él solo darás culto”. Triunfo de Jesús que nons anuncia el triunfo

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pascual, cuando concluye el Evangelio: “Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían”.

5. Ahora bien, el ser humano – yo, discípulo de Jesús – estoy en lucha hasta la

vuelta del Señor. El día de nuestra consagración bautismal, por labios de quienes nos trajeron a bautizar prometimos ser fieles a esta consagración a Jesucristo, permane-cer en la lucha por el Evangelio.

Sobre este punto decía el Papa, explicando en sus catequesis delmiércoles pasa-do, Miércoles de Ceniza, el significado bautismal de cada domingo. “El Primer Do-mingo, llamado Domingo de la tentación, porque presenta las tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a renovar nuestra decisión definitiva por Dios y a afrontar con valor la lucha que nos espera para permanecerle fieles. Siempre está de nuevo esta necesidad de la decisión, de resistir al mal, de seguir a Jesús. En este Domingo la Iglesia, tras haber oído el testimonio de los padrinos y catequistas, celebra la elec-ción de aquellos que son admitidos a los Sacramentos Pascuales”.

6. Jesús nos enseñó a orar: “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”. Es una palabra clave del Señor para poder entender su tentación, y situar en la órbita de su vida nuestra propia tentación.

La tentación mayor del hombre es el peligro de la apostasía, el preferir cualquier otro poder, cualquier otro placer al poder de Dios y a la intimidad con Dios. Por eso la tentación de Adán está puesta bajo el signo de la obediencia. Caer en la tentación es no obedecer a Dios y pasarse a la otra banda. En toda tentación, del género que sea, hay como un oculto peligro de apostasía. Lo que está en juego es la obediencia, y, con otras palabras, el amor: preferir a Dios y lanzarse en brazos de la criatura.

Hermanos, nacimos con una vocación divina y esa vocación es la pauta de nues-tro destino. O Dios o su contrincante.

Solo Dios, solo Dios, solo Dios. La Sagrada Escritura nos lo está diciendo desde el principio hasta el final. Y esta

es la victoria de Cristo: Solo Dios, solo la obediencia a Dios, solo el amor de Dios. ¡Oh Jesús, vencedor en el desierto y en la Cruz, Oh Jesús, mi Vencedor y mi Victoria, A ti toda la gloria, solo a ti! Amén.

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23. Jesús Transfigurado. Mi Hijo amado: escuchadlo Hermanos:

1. Si el primer domingo de Cuaresma era Jesús tentado, en la Montaña de la Cuarente-na, el segundo – el contrapunto – es Jesús transfigurado, en el Monte de la Transfiguración. La tradición cristiana ha querido localizar este monte: el Monte Tabor, en Galilea. La tenta-ción en el áspero desierto es el punto de partida; la gloria de la Transfiguración, primicias de la Pascua, es el punto de llegada. Juntando los dos puntos completamos el itinerario cris-tiano.

Pero recordamos el final del Evangelio de las tentaciones, porque allí, tras la victoria, ya amanecía la gloria del Señor. El último versículo decía: “Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían” (Mt 4,11). El servicio de los ángeles está indicando la superioridad de Jesús, como en su momento interpretará la Carta a los hebreos: “Adórenlo todos los ángeles de Dios” (Hb 1,6).

El Evangelio de hoy nos invita a contemplar esa realidad íntima y última en la que el ser de Jesús resplandece. La transfiguración es la emanación, la explosión de esa intimidad luminosa que envuelve a Jesús como verdadero Hijo de Dios, amado del Padre; no es un añadido a su gloria intrínseca. No es sino el descubrimiento, el desvelamiento, de su inte-rioridad, que irradia en cuerpo y ornamentos y que embellece al mundo entero.

2. Sin apartar nuestros ojos de ese celestial icono, hemos de saber, que, haciendo el re-

corrido de la historia de la salvación, que Dios conducía en el Antiguo Testamento, este domingo es también el domingo de Abraham. A este propósito nos dice el Papa en la cate-quesis que nos impartía el Miércoles de Ceniza: “El Segundo Domingo es llamado de Abraham y de la Transfiguración. El Bautismo es el sacramento de la fe y de la filiación divina; como Abraham, padre de los creyentes, también nosotros somos invitados a partir, a salir de nuestra tierra, a dejar las seguridades que nos hemos construido, para volver a po-ner nuestra confianza en Dios; la meta se entrevé en la transfiguración de Cristo, el Hijo amado, en el que también nosotros nos convertimos en hijos de Dios”.

En los domingos de Cuaresma, al leer el Antiguo Testamento, vamos meditando en es-tos momentos miliares que jalonan la historia de Dios con sus hijos. En el primer domingo recordamos a Adán; en el segundo a Abraham; en el tercero a Moisés; en el cuarto, el pue-blo en la tierra prometida; en el quinto a los Profetas.

¿Qué nos está diciendo la persona de Abraham (Génesis 12,1-4ª)? “Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré”. Abraham, padre de los cre-yentes, es el ejemplo vivo y paradigmático para todos los que peregrinamos en la vida. “Por la fe obedeció Abraham a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adonde iba” (Hb 11,8).

Es la actitud de la criatura que se abandona a las manos de Dios. Si realmente Dios es protagonista, guía, pastor, eje y centro de mi vida, la actitud de Abraham es la única posi-ble: Dios merece toda nuestra obediencia, todo nuestro amor, porque él es nuestro Creador y Padre.

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3. Estos días acaba de ocurrir un hecho que a las pocas horas conmocionó a la humani-dad entera: el terremoto de Japón, ocurrido el dia 11 de marzo a las 2, 46 minutos de la tar-de. Dicen los expertos que este terremoto de 9 grados, cuyo epicentro fue en el Pacífico, a 130 km de la costa, “lo convirtió en el terremoto más potente sufrido en Japón hasta la fe-cha, así como el quinto más potente del mundo de todos los terremotos medidos hasta la fecha”. Añaden los expertos de la NASA “que el movimiento telúrico pudo haber movido la Isla Japonesa aproximadamente 2.4 metros, y alteró el eje terrestre en aproximadamente 10 centímetros” (Wikipedia). Al terremoto sigue el tsunami con olas de hasta 10 metros de altura, una avalancha que ha arrasado todo lo que ha encontrado al paso.

Las imágenes han llenado los informativos y todos hemos hablado del terremoto del Ja-pón, de los muertos, de las familias que ya no tienen otra cosa que su propio cuerpo. Y nos hemos acordado de Haití y de Chile… Desde aquí nuestra solidaridad y oración.

Como creyente uno se pregunta: ¿Qué significa esto? ¿Qué está diciendo Dios? Eche-mos fuera una respuesta supersticiosa: es un castigo de Dios. No, hermanos, eso no es cier-to.

Lo que sí es cierto que Dios se revela no solo por los Profetas y las Escritura, sino tam-bién por la historia y por la naturaleza. Y en este fenómeno de la naturaleza Dios está di-ciendo muy claro que Dios es Dios y el hombre es criatura. No es difícil enlazar una refle-xión honda de este grandioso y pavoroso acontecimiento con pensamientos a los que nos invita la Cuaresma y la figura de Abraham, que se pone en manos de Dios.

¿Nos convenceremos de que Dios es el dueño del universo y que es insensato echarlo de nuestras vidas? La vida humana es sublime, pero es, al mismo tiempo, frágil como una flor. ¿Cuándo y dónde he de morir yo? No hay en el mundo nadie que sea capaz de responderme a esta pregunta, que afecta a las esencias de mi ser. Puedo morir víctima de un terremoto como esos hermanos míos de la familia humana, y puedo morir de la manera más tonta y absurda, atropellado por culpa de un conductor embriagado. En suma, no soy el poseedor y patrón de mi existencia. Dios, y solamente Dios, ese Dios grandioso, que infunde respeto y adoración, pero al mismo tiempo ese Dios íntimo y dulcísimo de mis coloquios, solamente Dios es el dueño de mi existencia.

4. Reflexionando sobre estas cosas podemos comprender mejor la actitud de Abraham, la actitud de Jesús.

Vayamos ahora con Jesús, vayamos con Pedro, Santiago y Juan, que fueron los tres ele-gidos por Jesús, los mismos a los que un día elegirá para la agonía en el Huerto de los Oli-vos.

Esta escena comienza con esta indicación: “Seis días más tarde, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto”. Seis días más tarde ¿de qué? De lo que acaba de contar el evangelista san Mateo: “…comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer mucho allí por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no pue-de pasarte.” (Mt 16,21-22).

Pues bien, hermanos, seis días después… Jesús subió al monte a orar (así expresamente lo subrayará san Lucas); no fue a hacer una representación espiritual. Jesús fue a aceptar en humildad, en obediencia y amor, el plan de Dios, como en el Huerto de los Olivos. “Y de

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repente se aparecieron Moisés y Elías conversando con él”. ¿Por qué se aparecieron? Por-que era el mundo interior que Jesús vivían; eran sus confidentes, los profetas de Dios, las santas Escrituras que Jesús llevaba no precisamente en su pensamiento como un doctor, sino en su corazón, pues eran vida de su vida. Y conversaban con él.

Pero hay alguien más importante que Moisés y Elías. Continúa el texto sagrado: “Toda-vía estaba hablando (Pedro, que quería retener esa felicidad celestial) cuando una nube lu-minosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo”

El Espíritu de Dios estaba en aquella nube luminosa; y el Padre del cielo estaba en aquella voz. Habló Dios y en dos frases nos lo dijo todo, y más no necesitamos:

- Jesús era el Hijo amado de Dios, en quien tiene todas sus complacencias. Jesús es el cielo de Dios.

- Escuchadlo. Escuchadlo es lo mismo que “Obedecedlo”, seguid sus palabras, sed sus discípulos, acoged su Evangelio; nunca os apartéis de él.

El Padre – repito – nos lo ha dicho todo y no necesitamos tras cosa. Pues hasta aquí hemos llegado, y más no podemos avanzar. Todo el resto nos lo tiene

que decir él, Jesús, en el fondo del corazón de una manera íntima y personal. Jesús es la Palabra verdadera del Padre; Jesús es el amor del Padre. Por eso, Jesús es el coloquio de mi vida. Yo, como cristiano, como discípulo, puedo decirle y le digo: ¡Jesús, háblame, que quiero escucharte! Y, aunque a veces, parece que no te hago caso, ten paciencia conmigo: no dejes de seguir hablándome. Tú eres la verdad y la vida; tú eres el que me amas.

Un día te he de ver cara a cara. He de contemplar tu infinita belleza, y entonces tú me habrás transfigurado. Amén.

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24. Meditación sobre San José Hermanos:

1. San José es un santo distinto de todos. Es el más amable de todos. La amabili-dad es algo que irradia de su persona, algo que envuelve todas las prerrogativas de esta maravilla. Es una figura del Evangelio que no existe por sí, sino existiendo en Jesús y junto a María. Su fiesta nos brinda esta oportunidad para sacar del corazón unos sencillos pensamientos, que no son otra cosa sino una meditación del los santos Evangelios. Para hablar de san José no tenemos otra fuente directa que el texto de los Evangelio, los tres primeros: Mateo, Marcos, Lucas.

Acerquémonos a ellos y veamos los rasgos esenciales que perfilan la figura de san José.

El año 1989 el Papa Juan Pablo II escribió una exhortación apostólica a todos los fieles católicos sobre la figura y misión de san Jose, titulada “Redemptoris custos”, El custodio del Redentor.

La ocasión fue que el Papa con este documento quiso conmemorar los 100 años de la encíclica “Quamquam pluries” del Papa León XIII sobre la devoción a san Jo-sé. A raíz de este documento el anciano Papa León XIII expedió otro documento (un motu proprio) pidiendo a los hogares cristianos que se consagraran a la Sagrada Fa-milia de Nazaret, «ejemplo perfectísimo de la Sociedad doméstica, al mismo tiempo que modelo de toda virtud y de toda santidad».

Juan Pablo II (a quien bien pronto llamaremos el beato Juan Pablo II) exponía su magisterio en estos seis puntos:

1. El marco evangélico en el que emerge la figura de san José. 2. El depositario del misterio de Dios. 3. El varón justo; el esposo. 4. El trabajo, expresión del amor. 5. El primado de la vida interior. 6. Patrono de la Iglesia de nuestro tiempo.

Vamos, pues, al Evangelio, de donde todo ha de partir. Y descubramos allí los

rasgos esenciales de la revelación de la figura de san José. 2. El primer rasgo: José, Hijo de David. San mateo abre su Evangelio con estas

palabras: “Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”. Jesús entra en el mundo encuadro en una genealogía. Jesús es judío, y viene al mundo en el cauce de la historia del pueblo elegido; aparece entre nosotros con sangre judía. Es hijo de Abraham, es hijo de David.

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Para un lector de la Biblia esto es de suma importancia. Jesús no viene al mundo al azar; es fruto de una promesa. La profecía más importante del Antiguo Testamen-to es el oráculo de Natán a David, referido en el segundo libro de Samuel, capítulo 7, profecía que se toma como primera lectura en la misa de hoy. De la descendencia de David ha de venir el heredero

3. El segundo rasgo de la figura de José es lo referente al matrimonio con Ma-

ría. El Hijo de Dios va a entrar en la tierra en el seno de un matrimonio. Pero su en-trada es del todo especial. Jesús implante en la tierra la misma figura que nos trae del misterio de Dios. Es Hijo de Dios, y al ser hijo humano, hijo de Adán, hijo de Abraham, hijo de David, se ha de ver que es hijo por obra del Espíritu Santo. Pero no es hijo de una soltera; es hijo en el seno de un matrimonio, por un misterio virgi-nal, atribuido al Espíritu Santo, cuya verdad aceptamos gozosamente, al mismo tiempo que confesamos que nos transciende.

José, al ver la humana evidencia en lo que en María ha acontecido, quiere r4etirarse de la santidad divina. No es digno el hombre de entrar en este santuario. El ángel le recuerda que es hijo de David y que va a tener parte en este misterio. Es verdad lo que estás pensando – viene a decirle -; lo que acontece en María sobrepasa los cálculos humano. Pero, no tengas miedo; tú has sido elegido para que el Hijo de Dios venga al mundo en el cuadro de una familia. José recibe la misión de esposo y padre, con todo lo que este destino requiere.

Jesús, según los Evangelios, entra en este halo de la divinidad. 4. El tercer rasgo evangélico de la figura de Jesús es éste: que él, al lado de Ma-

ría, recibe y toma parte actividad en los misterios de la infancia. José, en total si-lencio – de él no se conserva una sola palabra – es receptor y es parte activa de los misterios del nacimiento y de la infancia de Jesús. José está en la hora del nacimien-to; José está en hora del homenaje que hace Israel con los pastores; José está presen-te cuando Simeón y Ana salen al encuentro de Jesús llevado al Templo; y está pre-sente en la consagración del Jesús como primogénito.

Luego san Lucas hablará de la primera visita de Jesús en la peregrinación pascual a los doce años (suponemos que cuando el niño comienza a ser hijo del precepto, bar mitzvá, como dice la tradición de Israel) subió al templo. “Sus padres solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre…”. Subieron con el hijo, que por primera vez hacía esta peregrinación.

El exegeta, ante cualquiera de estos datos tiene mucho que investigar, porque hay vetas de teología. No ha sido la biografía lo que ha configurado la persona y sem-blanza de José, sino la revelación que emane de la Escritura, la teología. Los místi-cos tiene mucho que decir acerca de san José, partiendo, claro está, de las santas Es-critura.

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En cierta ocasión, morando en Jerusalén en tiempo de mis estudios, escuché en un grupo ecuménico – y el que hablaba no era católico – un comentario de “lectio divina” acerca de san José. El hermano, glosando aquella frase de “tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a sus pueblo de los pecados”, nos dijo: De José no ha quedado ninguna palabra en los Evangelios, pero una palabra cierto que sabemos: que él dijo Jesús, pues el ´+angel del Señor le da esta misión de poner nombre al hijo. Lo dijo con verdadera unción espiritual y penetrando un sentido misterio. Esto provocó en mí un himno que ahora me place recordar, después de muchos años (20 diciembre 1986).

Varón de quien sabemos tan solo una palabra; tus labios la dijeron, tras ellas te ocultabas, JESÚS, la senda de Abraham allí desembocaba. José que fuiste justo, perfecto en la Alianza, tu dicha fue el silencio, Jesús tu sola fama, JESÚS, Jesús el Salvador, promesa a los patriarcas. Varón de las congojas al ver que Dios obraba, no temas la luz pura que el Hijo en torno irradia, JESÚS, Jesús te acoge a ti, te invita a su Morada. José, el esposo fiel, de Virgen toda santa, ternura de marido, mujer bien custodiada, JESÚS, Jesús vivido en medio, amor que os enlazaba. Jesús que te servía contigo el pan sudaba,

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si tú le protegías él era quien salvaba, JESÚS, Jesús el Emanuel, la gracia y la esperanza. Bendito el Dios amante, venido a nuestra raza, del cielo hasta nosotros, llegó por sangre humana, JESÚS, Jesús el bendecido, a quien José cuidaba! Amén.

4. Finalmente los Evangelios nos suministran un cuarto rasgo, este referido a la

vida pública de Jesús. Fijémonos en el Evangelio de san Juan. “

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25. Jesús da a la Samaritana el agua viva

Domingo III de Cuaresma, ciclo A, Jn 4,5-42

Hermanos:

1. ¡Jesús y la Samaritana! Esta mujer, que después que Juan escribió tal escena ha conquistado amores infinitos, ¿cómo se llama? Quisiéramos ponerle un nombre bello, poético incluso, digno del Cantar de los cantares. Mas no tiene nombre; esa mujer eres tú, esa mujer felizmente soy yo. Se trata del encuentro con Jesús: la se-dienta, que quizás no sabe de qué tiene sed, ha encontrado al sediento. La que en la vida iba buscando ha encontrado al Buscador, porque Dios, el primero, la iba bus-cando.

Sí, hermanos, es una escena celestial este pasaje del Evangelio, escrito para ena-morados, un encuentro cuajado de poesía y de una íntima belleza.

La liturgia cuaresmal escucha el episodio como una catequesis bautismal: el agua viva que Cristo nos da en el bautismo; catequesis que se continuará, igualmente con significado bautismal, en los dos domingos sucesivos: la luz y la vida, el ciego de nacimiento iluminado, el muerto Lázaro resucitado.

Pero digamos con la misma lealtad que la aplicación bautismal no agota, en mo-do alguno, el significado de este tan atractivo episodio escénico entre Jesús y la Mu-jer, que nos evoca el Cantar de los cantares. De hecho, la vida entera de Jesús se es-conde tras la escena, donde se besan el Antiguo y el Nuevo Testamento. La mujer ha pasado tras la espera mesiánica del Antiguo Testamento a la contemplación del Me-sías en Jesús.

En suma, un episodio para escucharlo y luego para rumiarlo en contemplación, conducidos por donde el Espíritu nos lleve. Digamos algo que brota de él, sabedores de lo que dice un santo doctor, el diácono san Efrén de Siria: Cuando te acercas a esta fuente y bebes, es mucho más lo que dejas que lo que te llevas. El Evangelio, hermanos, es una fuente manante, que nunca se agota, que a todos sacia.

2. Estamos en tierras de Samaria, cuando Jesús camina de Judea a Galilea. Allí

hay un poco, un manantial de honda profundidad (unos 32 metros). Como en la re-gión no hay otro de tales características, no es aventurado que los arqueólogos de Tierra Santa, digan: Este es el pozo de Jacob; este es el pozo de Jesús, hoy venerado y custodiado en el interior de una iglesia ortodoxa.

Un manantial sugiere tanto… Jesús entra, el primero, y pide: - Dame de beber. Están solos él y ella.

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La mujer, esquiva, recelosa, con cierta insidia femenina y haciéndose valer, le devuelve la pregunta:

- ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? No sé quién de vosotros, hermanos, ha entrado en una capilla de las Hermanas de

la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, Beata Teresa de Calcuta. Allí verá un crucifijo, y junto una frase escrita, a lo mejor, en inglés: Tengo sed, I thirst. Es la palabra de Jesús en la Cruz, de la cual nació el instituto maravilloso de la Madre Te-resa, la Madre de los pobres. Es la misma palabra de Jesús: Tengo sed; dame de be-ber.

Y de esta palabra nació la gran confesión con la que queda coronado este relato: “Verdaderamente este es el Salvador del mundo”.

Quizás la vida comienza con una pregunta, hermanos, para terminar con una afirmación apoteósica; y quizás mi vida esté entre la búsqueda suplicante y el ha-llazgo que todavía no se ha producido.

3. Se ha iniciado un diálogo, en el cual Jesús acaba de decir: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice ‘Dame de beber’, acaso tú

el pedirías a él...” ¿Qué será, pues, el don de Dios, que Jesús conoce y la mujer no conoce? ¿Dónde

está y adónde habrá que ir a buscarlo? Eminentes exegetas, con agudeza, nos responden: No hace falta salir de la frase,

para saber quién es y dónde está ese don de Dios, porque Jesús lo está diciendo con una partícula que introduce una frase explicativa, con un “y” que lo dice todo. Quién es el don de Dios y quién es el que te dice… no son dos cosas distintas, sino la mis-ma. Si conocieras el don de Dios, a saber, quién es el que te dice ‘Dame de beber’.

Efectivamente, Jesús es el don de Dios, y en este don se contienen todos los do-nes. Luego hablará Jesús de un agua viva, que no es el agua del pozo, pero que es un agua que él puede dar. Del don de Dios viene el agua viva. El que posee el don de Jesús posee todos los dones, porque en él está la plenitud de Dios.

Esta agua que Jesús da es la fe, es la gracia, es el Espíritu Santo. Tantos matices se pueden ver ahí… En todo caso, es un agua viva, un agua manante, no un agua estancada; es un agua que brota como un surtidor, y que es vida eterna, que salta hasta ser vida eterna.

4. ¿Se nos ha ocurrido pensar, hermanos, que esta agua viva, origen de la nueva

vida se nos ha dado en el bautismo? Allí se nos dio, mas no para que quede estanca-da – que el agua estancada se pudre – sino para que salte, para que corra, refresque, riegue el jardín y produzca flores y frutos. Ya dijimos que la Iglesia toma este Evan-gelio como catequesis bautismal. Por ello el Papa nos explica, y nos decía el Miérco-les de Ceniza:

“El Tercer Domingo nos hace encontrar a la Samaritana (cfr Jn 4,5-42). Como Is-rael en el Éxodo, también nosotros en el Bautismo hemos recibido el agua que salva; Jesús, como dice a la Samaritana, tiene un agua de vida, que extingue toda sed; y

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esta agua es su mismo Espíritu. La Iglesia en este Domingo celebra el primer escru-tinio de los catecúmenos y durante la semana les entrega el Símbolo: la Profesión de la fe, el Credo”.

5. Avanza el diálogo y salen otras cuestiones de puntos diversos que, al fin, nos

remiten al centro de la vida: Qué espera Dios del hombre, si efectivamente admiti-mos que Dios es el horizonte del hombre.

- Señor, dame esa agua – le dice la mujer. - Anda, llama a tu marido y vuelve. - No tengo marido. - Tienes razón que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu

marido. Acaso Jesús le esté descubriendo su pasado, para que piense; o acaso le está invi-

tando a pensar en otra cosa. Cinco ídolos, cinco falsos maridos, traídos de Asiria fueron venerados en Samaria, pero ahora tampoco el culto que dais en el monte Ga-rizim es el verdadero: es otro falso marido que no puede saciar el amor que busca la mujer. Una interpretación sutil y simbólica que tampoco se puede descartar.

En todo caso, entra la mujer en la cuestión esencial: dónde hay que adorar a Dios y cómo.

Y Jesús de modo amable, grave y solemne, le dice a la mujer: - Créeme, mujer, ha llegado la hora – y ya estamos en ella – en que los verdade-

ros adores adorarán al Padre en espíritu y verdad. - Sé que va a venir el Mesías y él nos lo enseñará todo. - Yo soy, el que habla contigo. 6. Así se hizo el encuentro, y ¿qué pasó…? Uno cierra los ojos para recoger la

revelación sublime de aquel momento. O mejor, uno siente que al estremecimiento de esta palabra he encontrado a Jesús.

Lo que yo iba buscando ya lo tengo dentro. Si ocurre este encuentro, ya no me importan mis pecados. Desaparecieron los

cinco maridos. Jesús, y solo Jesús, es el tesoro de mi vida, es mi hallazgo definitivo, es mi marido, es mi amor.

Jesús ha venido a mi encuentro, ha entrado dentro de mí, y en mí está y en él lo tengo todo. Ya no quiero otra cosa.

Hermanos, esto es la Cuaresma: es el encuentro con Jesús. ¡Qué belleza! ¡Qué infinitamente bello es haberse encontrado con Jesús! Es lo

más grande que nos puede ocurrir en esta vida. Quien encuentra a Dios, quien halla a Jesús, se ha metido en el rumbo de la feli-

cidad. Hermanos, Jesús está junto al pozo, sentado, cansado del camino, y de su cora-

zón sale una voz: - Dame de beber. Y sus ojos se me han quedado mirando y me dice:

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- Dame de beber. - Hijo mío, dame de beber… Amén.

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26. Anunciación, consagración (Meditación en torno a la Anunciación del Señor

a María: consagración) Hermanos:

1. El 25 de marzo celebra la Iglesia la solemnidad de la Anunciación del Señor, en correspondencia con la fecha de la Natividad del Señor, 25 de diciembre. La Anunciación es una de las cuatro fiestas pilares que anualmente celebra la Iglesia recordando el misterio de la Virgen María, unido al del Señor, pues de otro modo María, sin Jesús, desaparece. Por orden del ciclo litúrgico anual son éstas:

- La Concepción inmaculada de María (8 de diciembre). - Santa María, Madre de Dios (1 de enero, octava de Navidad). - La Anunciación del Señor (25 de marzo). - La Asunción de María a los cielos (15 de agosto). Para completar el calendario mariano vendrían, en segundo lugar, las conmemo-

raciones unidas a recuerdos evangélicos: la Visitación de María, María al pie de la Cruz…

Una tercera categoría de fiestas marianas son los títulos devocionales (Virgen del Carmen, por ejemplo), advocaciones de lugar (ahí está la Virgen del Pilar, de Gua-dalupe, de Montserrat…) o adheridas a otros motivos como apariciones célebres (El Tepeyac, Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima). Con tantos recuerdos la Virgen cubre, como con un manto de estrella, la familia congregada en la Iglesia.

El episodio evangélico de la Anunciación es central y ha sido un manantial inex-hausto de belleza, de amor y de contemplación… y de éxtasis. Tráigase a la memo-ria, por ejemplo, una de las Anunciaciones de Fra Angélico, imágenes que él pintó al fresco para la devoción de sus hermanos. ¿Cómo se podría pintar así a la Virgen si no se tuviera el corazón transido de pureza y de amor? Por eso, los cuadros de Fra Angélico fueron testigos de primera categoría el día en que el Papa Juan Pablo II reconoció al eximio pintor renacentista como Beato Angélico de Fiésole.

Vayamos, pues, hoy con el ángel Gabriel “a una ciudad de Galilea llamada Naza-ret, a una virgen desposada con un hombre de la casa de David; el nombre de la vir-gen era María…”

2. Estamos leyendo, como bien sabéis, el capítulo primero del Evangelio de san

Lucas, el capítulo de la Infancia que narra estos misterios celestiales: cómo entró el Hijo de Dios en el mundo. Los escritores no raramente redactan la primera página de su libro al final de toda su obra, y por ello esa página primera es de especial densi-dad. Un estudioso de las santas Escritura nos dirá que el Evangelio de la Infancia no

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es lo primero, sino posiblemente lo último, lo que se escribió al final en los años en que se fue creando la tradición de los Evangelios. Por eso estos Evangelios de la Infancia (san Mateo y san Lucas) están repletos de sentido.

Habrá que ir seguramente a las cartas del apóstol Pablo para ver los albores de la mariología. “Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Ga 4,4). Este pasaje de Gálatas ¿es acaso el primer texto escrito sobre la Madre de Jesús, sin mencionar su nombre de María…? En todo caso no es desatinado pensar que esta confesión central está escrita antes que Lucas nos transmitiera el relato de la Anunciación.

San Pablo presenta el misterio de María en el seno de la Trinidad, con la mención del Padre, del Hijo y del Espíritu, y en la plenitud del tiempo. Ese es el foco de toda la mariología: la Trinidad, de donde nace la Iglesia, y la plenitud de los tiempos en la historia de Dios. Ahí se sitúa el documento del Concilio que nos habla de la Vir-gen (Lumen gentium) y ahí mismo se sitúa, como punto de partida, la encíclica ma-riana de Juan Pablo II, Redemptoris mater. Y ahí nos situamos nosotros, junto con Pablo: la Mujer por la que el Hijo vino al mundo enviado por el Padre y por la ac-ción del Espíritu Santo, está encuadrada en el marco de la Trinidad que se nos reve-la, y está en el gozne de la historia, en el inicio de la plenitud de los tiempos.

3. Con esta teología leemos con una luz transparente lo que Lucas nos ha escrito.

La embajada celestial viene como envío del Padre: “el ángel Gabriel fue enviado por Dios”.

¿Adónde y a quién viene? Vine a una humilde aldea, Nazaret; viene a una virgen desposada con José, el cual, anota el evangelista, era de la casa de David. Viene pues Dios a la Casa de David.

El mensajero trae un saludo de parte del Padre. El ángel desborda sus palabras sobre la humilde virgen Nazarena. No es lo que él piensa, es lo que piensa Dios. “El Señor está contigo”; es la llena de gracia. El corazón de Dios se ha volcado sobre ella.

El ángel trae un mensaje: “Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo”; y añade: “y le llamarás Jesús”.

Nunca en toda la Escritura se había dicho tal cosa, algo tan absolutamente nuevo, tan verdadero, tan divino y humano.

Dios quiso que en la Encarnación se hiciera con el consentimiento libre de una mujer, criatura frágil y falible, pero prevenida por el Espíritu Santo. María aceptó, y definitivamente pasó de un modo único a la órbita de la Trinidad. María, fecundada por el Espíritu Santo, iba a ser la Madre del Hijo de Dios, la Madre de la nueva hu-manidad. Y hoy, nosotros que evocamos estos recuerdos, podemos decir, en conse-cuencia: nuestra Madre, mi Madre.

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4. Detengámonos en la propuesta que el ángel ha presentado. “Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de Da-

vid, su padre, reinará sobre la Casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. El Hijo que se le entrega viene por el cauce de la Casa de David, el cual está den-

tro de la Casa de Jacob; pero, a la verdad, el don rebosa todas las promesas. La Casa de David, la Casa de Jacob se convierte en la Casa del mundo. María recibe a Jesús en su seno, que es la Casa del Mundo, y por ella nos viene la vida.

La respuesta de María la conocemos: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.

En aquel momento Dios la consagró para sí y María con plena voluntad aceptó esta consagración. Empezaba la historia definitiva del mundo. Yo también estaba en aquella historia; yo también estaba en el seno de la Virgen María, que es la Casa del Mundo.

5. Y hoy, 25 de marzo, recordamos, celebramos, agradecemos. En este misterio

divino ¿cómo nos situamos? Como se situó María. Dios nos consagra para sí, y quiere que respondamos con las palabras de la humilde doncella: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.

Nos consagramos a Dios, es decir, renovamos la consagración que Dios nos hizo en el bautismo. La Trinidad se hizo morada y presencia. Somos de Dios, no porque nosotros nos hayamos entregado a Él, sino porque Él se entregó a nosotros y nos apropió a sí mismo. Esto es la raíz y la esencia de la vida cristiana.

6. Y ¿no podemos consagrarnos a María? Sí, hablando con el lenguaje habitual,

un lenguaje derivado, acomodado. Pero tengamos presente que la consagración es supremo acto de religión y solo puede terminar en Dios. Yo no puedo consagrarme a ninguna criatura.

Pero yo sí puedo confiarme a María, ponerme en manos de María, para que a su lado mi vida se recoja en Dios, esté toda ella vuelta a Dios, unida a Dios, y pueda yo vivir la consagración que Dios me hizo para sí.

Es lo que hoy gozosamente hacemos. María Madre mía, Madre de Jesús, Madre del Mesías, Madre del Verbo Encarna-

do, recíbeme en tus brazos, junto a tu corazón, para que mi ser entero esté del todo consagrado a Dios.

Amén.

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27. El ciego iluminado

Domingo IV de Cuaresma, ciclo A, Jn 9

Hermanos:

1. Hoy es el domingo de “El ciego iluminado”. Mejor: Puesto que el sujeto pro-tagonista de este bello y trágico drama no es el ciego, sino el Creador de la luz, Jesús de Nazaret, diremos: Domingo IV de Cuaresma, Domingo del Iluminador. Jesús ilumina a un ciego, un ciego de nacimiento que nunca supo lo que es la luz.

Para él fue el acto de la creación del mundo, cuando Dios pronunció la primera palabra sobre el mundo: “Dijo Dios: Exista la luz. Y la luz existió”. Es el versículo tercero de la Biblia. Así comenzó el mundo.

El universo empezó en la luz, y todo ser que nace empieza en la luz. En el seno materno la criatura vivía en la oscuridad, pero al salir de la placenta materna este niño o esta niña – no sé en qué minuto exacto de su vida – va abrir los ojitos y va a recibir este regalo inmenso del Señor: la luz. Para aquel ciego de nacimiento tener la luz, que nunca había tenido, fue comenzar a vivir.

Lo que ocurre es que aquel ciego de nacimiento, al recibir la luz de los ojos reci-bió también la luz de su alma: creyó en Jesús. Tantas cosas bellas nos dice y nos sugiere este evangelio lleno de drama, de pasión y de fe…

2. Aprendí, al estudiar la Sagrada Escritura que “las ciencias se interfecundan”; así nos decía un ilustre profesor. Si un literato viene a leer esta página sagrada del ciego de nacimiento, capítulo 9 de san Juan, al punto exclama: ¡Qué belleza! ¡Qué rico material para construir las escenas de un drama que ya nos la ha construido el Evangelio del discípulo amado! No hace falta sino recorrer con atención la secuen-cia del relato que va fluyendo, y conforme van apareciendo los personajes vamos haciendo los cortes de la trama, que tiene un planteamiento, un desarrollo y un desenlace. He aquí ocho escenas:

Primero, un evento puramente circunstancial, un ciego en Jerusalén, y una pre-gunta: Maestro ¿quién pecó: este o sus padres para que naciese ciego?

Segundo, la escena que sigue, la curación con un rito sagrado: la saliva, el barro del polvo sobre los ojos, que evoca la creación del primer hombre, el lavatorio en la piscina de Siloé. ¿Cómo no pensar en la piscina bautismal, y en nuestro bautismo?

Tercero: El ciego ante los vecinos. ¿Es verdad o no es verdad? ¿Eres tú o eres otro? ¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha hecho? ¿Dónde está?

Cuarta escena: El ciego y los fariseos con la circunstancia de que aquel día era sábado… y no se podía hacer barro; no se podía trabajar, no se podía hacer curacio-

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nes no urgentes. La cosa va en serio. Explícate porque el que obra así es un pecador. ¿Qué dices tú? Pues que es un profeta.

Quinta escena: El asunto se agrava. Los fariseos llaman a tribunal a los padres. ¿Era ciego no era ciego? “Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo ve ahora no lo sabemos… ya es mayor; preguntádselo a él”

Sexta escena: El ciego y el tribual fariseo: “Da gloria a Dios…; ese hombre es un pecador. Y lo expulsaron”.

Séptima escena: Jesús y el ciego iluminado: “¿Crees tú en el Hijo del hombre? Creo, Señor”

Octava escena: El desenlace, Jesús, los fariseos y el mundo. “Para un juicio he venido yo a este mundo: para los que no ven, vean y los que ven, se queden ciegos”.

La literatura dramática tiene aquí un material dispuesto para componer una tra-gedia divino-humana: la lucha de la luz y de la oscuridad. Si la oscuridad se rinde, la luz la invade y la convierte en luz. Es el triunfo de la luz. Pero si la oscuridad se cie-rra sobre sí misma, se hace más oscuridad. Y detrás de la oscuridad solo puede haber muerte; al contrario, detrás de la luz solo hay vida. Si el antiguo proverbio dice tque no hay peor sordo que el que no quiero oír, uno sabe que con también los ojos abier-tos el que no quiere ver... no ve.

3. ¿Quién es un cristiano? Un hijo de la luz, un iluminado, el luminoso, el que

pasa por la vida bañado en la luz divina y despidiendo luz. San Pablo nos dice en el mensaje bautismal de hoy: “Antes sí erais tinieblas, pero

ahora, sois luz por el Señor. …Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará” (Ef 5,8.14)

Recordemos, hermanos, ese emotivo rito bautismal, del cual somos tantísimas veces testigos los sacerdotes. Cuando los padres traen a su niño o a su niña a bauti-zar, suelen traer una concha marina (al menos aquí, en México) con la cual el sacer-dote va a derramar el agua sobre la cabecita de la criatura diciendo “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”; y traen también un Cirio, her-mosamente decorado, que se prende del Cirio pascual. Y el sacerdote o el diácono que acabar de verter el agua, dice, entregándoles a los padres, padrinos o a algún miembro de la familia el cirio que han de prender en el Cirio pascual: “Reciban la luz de Cristo”.

Luego se dirige a los padres y padrinos: “A ustedes, padres y padrinos, se les confía el cuidado de esta luz, a fin de que estos niños que han sido iluminados por Cristo, caminen siempre como hijos de la luz y, perseverando en la fe, puedan salir al encuentro del Señor, con todos los santos, cuando venga al final de los tiempos”

4. Yo soy hijo de la luz; es mi identidad bautismal y mi vocación en el camino de

la vida. La luz infunde bienestar, irradia alegría, construye seguridad y crea comu-nidad. Por otra parte es la suprema experiencia de belleza que en la tierra alcanza el ser creado, y de ella vienen todos los colores y nacen todos los matices de la vida. “Dios es luz y en el él no hay tiniebla alguna”, nos dirá san Juan en su primera carta.

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Una afirmación soberana, que nos subyuga, y que es equivalente a aquella otra del mismo testigo sagrado de Jesús: “Dios es amor”.

Necesitamos regresar, queridos hermanos, al día de nuestro nacimiento. Pudo ser cualquier día del año aquel día en que nos cristianaron. Nuestros mayores querían que fuese al día siguiente en que abrimos ojos a este mundo; hoy la liturgia da algu-nas indicaciones sobre los días más oportunos para bautizar, salvando el principio de que cuanto antes mejor. Aquel día Jesús, luz del mundo, luz de la vida, nos traspasó la claridad que bulle en su corazón, para que nosotros en medio de nuestros herma-nos fuéramos luz.

Humildemente debemos asumir el peso gozoso de esta vocación, que no está li-gada a ninguna jerarquía, a ningún mandato o comisión que se nos hubiera dado, a ninguna condición de nuestras dotes superiores. Todos hemos sigo llamados, cuando Dios nos puso en este mundo, a ser luz. Y somos luz con dos testimonios:

Primero, porque nuestra vida resplandece, brilla desde dentro por sí sola, y a quien tenga los ojos abiertos a la luz nuestra humilde vida cristiana le dará seguridad y paz.

Y también somos llamados a ser luz, porque por nuestra familiaridad con las co-sas de Dios, podemos dar un buen consejo a los que vienen detrás, o a quien senci-llamente espera una palabra.

5. Las cosas que vamos diciendo son una mera ráfaga o destello que emana de

este Evangelio que tanto nos sugiere, en esa confrontación de la fe y de la increduli-dad.

El punto cenital es ese punto de encuentro entre el cielo iluminado y el Hijo del hombre. Fue en el Templo. Jesús había desaparecido entre la multitud. Acaso el Evangelio sugiere que fue Jesús a encontrarlo cuando supo que lo había expulsaron. Lo habían excomulgado de la Sinagoga; no era digno de ser contado este hombre entre los hijos de Israel. Jesús se le hizo encontradizo en el área del Templo, en uno de aquellos pórticos por donde podía pasear la gente. Y aquí sucede exactamente igual a lo que sucedió junto al pozo de Jacob, cuando Jesús y la Samaritana se en-contraron, según recordamos el domingo pasado. Nosotros, hermanos, estamos he-chos para el encuentro; en este caso para el encuentro de la fe.

Si hemos encontrado a Jesús – o, dicho de otra manera, si hemos sido encontra-dos por él, y hemos aceptado el encuentro – nuestra vida alcanza su pleno sentido, hemos hallado la luz; mientras tanto no. Un filósofo, que hoy está en vías de beatifi-cación, Emmanuel Mounier (1905-1950), escribió en su Diario lo que fue el encuen-tro con el amor de su vida, su mujer creyente y fiel, como él, a su medida, encuentro en la estación del tren. Era como un camino que, sin buscarlo, Dios se lo ponía de-lante, y él lo aceptaba en el gozo de un encuentro: “…Este camino. Que no en va absoluto hacia donde quiero o hacia donde no quiero, un camino que no está en no-sotros…”.

La fe, hermanos, es el camino de Dios, pero el hombre tiene que ser humilde. Porque sin humildad Dios no puede poner fe.

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¡Jesús, Jesús…, encuéntrame y ríndeme ante tu divino encuentro! Yo quiero la luz, tu luz. Yo creo en ti. Amén.

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28. Yo soy la resurrección y la vida

Domingo V de Cuaresma, ciclo A Jn 11,1-45

Hermanos: 1. Comencemos recordando que el Evangelio de la Resurrección de Lázaro es la

tercera gran catequesis bautismal que la Iglesia brinda hoy a los catecúmenos que en Pascua van a recibir las aguas vivificantes y van a pasar de la muerte a la vida. Jesús da el agua viva que se hace dentro un manantial que salta hasta la vida eterna (la Samaritana); Jesús es la luz de Dios, luz que da la hermosura a este mundo y me abre la ruta de mi vida (ciego de nacimiento); Jesús es la vida inmortal, mi vida, mi anhelo infinito (Evangelio de hoy, resurrección de Lázaro).

Podemos tomar como palabra central de este Evangelio la solemne proclamación que hace Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida”, y la interpelación de fe que hace a Marta: “¿Crees esto?”.

En estas dos frases se ha centrado el Papa, cuando en el Mensaje para Cuaresma que en su momento dirigió a los fieles, nos dice:

“Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos en-contramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Naza-ret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la fronte-ra de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra exis-tencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia per-sonal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperan-za”.

2. El ser humano se debate entre la muerte y la vida. Le rodea la muerte, que es

una amenaza constante de destrucción, mientras que uno siente la llamada a la vida como llamada del ser.

¿Qué es la resurrección? Acaso nos parezca que acertamos respondiendo del mo-do más simple: “Resucitar es volver a la vida”. No es verdad, hermanos. Resucitar no es “volver” a la vida, sino “ir” a la vida, avanzar adelante en el destino final de plenitud. Volver a la vida para otra vez morir, esa reviviscenica no sería resucitar, sino retrasar la muerte. Si siempre hemos de estar en trance de muerte, eso es un

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suplicio eterno. La resurrección verdadera no puede ser una marcha atrás, sino una marcha hacia adelante.

Cuando Jesús resucitó no volvió a la vida de antes, no cogió su cuerpo en el esta-do de antes, que como materia está destinada a la corrupción; al contrario, siguió el camino de la vida hasta el final. La semilla arrojada en el surco no volvió a ser semi-lla sino que floreció como árbol de vida inmortal, por decirlo también con una com-paración de este mundo.

3. En el Evangelio encontramos tres milagros de Jesús que llamamos “resurrec-

ción”: la resurrección del hijo de la viuda de Naím, cuando lo sacaban del pueblo y lo llevaban a enterrar, según cuenta Lucas (Lc 7,11-17), la resurrección de la hija de Jairo, jefe de la sinagoga de Cafarnaúm, que refieren los tres sinópticos (Mt 9,18-26; Mc 5,21-43; Lc 8,40-56), niña de 12 años que acababa de morir; y la resurrección de Lázaro, que acabamos de proclamar.

¿Qué es realmente la muerte? Una respuesta provisional la tienen los médicos. Morir es dejar de respirar; así ha sido la experiencia milenaria. Hoy se dice que la muerte se establece en el cerebro, cuando las células dejan de emitir sus radiaciones; esa muerte cerebral es la muerte médica. Un encefalograma plano es signo de que la vida ha dejado de latir; ya no hay vida.

Un cristiano puede decir que morir es pasar a la eternidad e iniciar el destino eterno. Si esto es la muerte, una marcha adelante para siempre, las resurrecciones narradas en el Evangelio no pueden concebirse como un arrancar a las personas del destino eterno, ya conseguido, y hacerles repetir el camino de nuestra peregrinación.

En este encuentro de la ciencia y la fe, a la ciencia le otorgamos sus derechos, y a la fe, que excede el mismo conocimiento, le damos los suyos.

En la historia salvífica, el poder desbordante de Dios se manifiesta en sus siervos también mediante la resurrección de muertos. El profeta Elías resucita al hijo de la viuda de Sarepta (1Re 17,17-24), y cosa semejante hará su discípulo Eliseo con el hijo de la mujer sunamita (2Re 4,35-37). Y en el Nuevo Testamento Pedro resucita en Jafa a una discípula llamada Tabita (Hech 9,40); y en Tróade Pablo devuelve al vida al joven Eutico que, mientras escuchaba a Pablo cayó de la ventana y murió, si bien Pablo dijo: “No os inquietéis. Todavía sigue con vida” (Hch 20,10).

Estos episodios del Nuevo Testamento responden, sin duda, al mandato que el Señor da en el envío a los apóstoles: “Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido; dad gratis” (Mt 10,8).

Y con este anuncio mesiánico el mismo Jesús ha respondido a los enviados del Bautista: “Id y anunciad a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Mt 11,5).

El científico que quiera discutir, desde el plano de la ciencia, todas las implica-ciones de la resurrección de los muertos, tiene que partir del carácter teológico de estos relatos, que en ningún caso quieren dar una prueba de laboratorio.

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4. Hermanos, cuando Jesús dice “Yo soy la resurrección” se dirige a Marta, se di-rige a la Iglesia, se dirige a mí. Jesús no habla de ciencias de la naturaleza. Habla de la integridad y del destino del hombre. Cuántas veces los sacerdotes hemos recorda-do estas palabras ante un cadáver. Oigámosle:

“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirḠy el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.

Jesús me está hablando de mi muerte, de su vida y de la participación que yo puedo tener de su vida, y que por la misericordia infinita del Padre, voy a tener.

Nadie puede pensar en la muerte haciéndose el valiente; nadie puede mirar a la muerte como un fanfarrón, despreciándola, como si fuese cosa broma, de juego o de chiste. Morir no es tomar una copa y seguir adelante. Morir es afrontar la eternidad y abrir las muertas de la inmortalidad.

Hemos nacido para la vida y la inmortalidad; hemos nacido para la gloria y el amor; hemos nacido para la felicidad sin fin, la cual no puede medirse con ninguna experiencia de este mundo.

Jesús nos garantiza solemnemente que esto es verdad, y añade y concreta que él es “la resurrección y la vida”. Definitivamente Jesús es mi vida y mi resurrección.

Más aún, esta es la verdad radial de nuestra fe cristiana. Será la meditación cons-tante de la Pascua, cuando entremos a gozar, en esperanza, de la vida plena que te-nemos en Jesús.

5. Los profetas intuyeron, pero no pudieron darnos la vida que nos da Jesús.

Leemos hoy el anuncio de Ezequiel, cuando Dios habla: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos… Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis” (Ez 37,12.14).

Concluyamos con la soberana afirmación de san Pablo: “Y si el Espíritu de quien resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,11).

Hermanos, esta es nuestra esperanza: la resurrección y la vida. Amén.

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29. Jesús entra en Jerusalén rumbo a la Pascua

Meditación sobre Mt 21,1-11

Hermanos: 1. Quienes hemos tenido la gracia de vivir un tiempo suficientemente largo en Je-

rusalén, guardamos dentro del corazón, con especial ternura, el recuerdo de las pro-cesión de las palmas, que dura (apelando a mi memoria) como dos horas y media. Se hace el domingo de Ramos por la tarde, congregada la comunidad católica en Bet-fagé, donde el convento de los Franciscanos, y allí se toman las palmas que previa-mente se han cortado y preparado. Los que van a cantar el triunfo de Jesús acuden de Jerusalén y de otros lugares de la Tierra Santa. Y se asocian peregrinos llegados de todo el mundo. Es una procesión popular, comenzando en este lugar, que está detrás del Monte de los Olivos. Caminamos cantando y se sube, con el corazón lleno de amores, al Monte de los Olivos. Desde la cima se contempla, hermosa, la Ciudad Santa, y se va bajando, bajando… Dominus flevit, donde lloró Jesús aquel día del homenaje. Huerto de los Olivos y torrente Cedrón; se baja y se sube para entrar por la Puerta de la Ciudad que da a la Vía Dolorosa. No llegamos al Templo; nos dete-nemos en el patio de la iglesia de santa Ana, y allí el Patriarca de Jerusalén da la bendición.

Llevar en tus manos una palma, un ramo de olivo es ir diciéndole a Jesús: Jesús, tú sabes cuánto te amo; mi vida es tuya. Somos millones y millones los que hemos ido caminando por la Historia mirándote a ti, y todos perpetuamos tu santa memoria. Cantares del corazón que quizás nunca tengan letra, pero que Jesús los sabe, los oye y los entiende.

Queremos hacer viva una página del Evangelio que apasionadamente y adorando vivió la comunidad cristiana en Palestina, en Antioquía, en Grecia, luego en Ro-ma…, y que nos transmitió este íntimo misterio y quedó escrito en los Evangelio de San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan.

2. Hoy meditamos de la mano de san Mateo, en esta página que nuestras parro-

quias la han escuchado al bendecir los ramos para la humilde procesión, o la simple entrada al templo. Luego, en este Domingo de Ramos, que es Domingo de la Pasión del Señor, se proclamará (y seguramente con tres lectores, si bien no es obligatorio) el texto de la Pasión según el Evangelio de san Mateo. El sacerdote hará unas refle-xiones, a modo de homilía, al eco de esa historia de amor que se llama la Pasión, la más bella historia de amor que se haya escrito. Y de este modo se abre la Semana Santa.

Nosotros, ahora, reflexionamos contemplando aquel episodio, sencillo y majes-tuoso, que Jesús provocó y aceptó.

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3. Al leer atentamente el texto sagrado, que en Mateo tiene once versículos, nues-tra primera sorpresa es comprobar que, al redactar lo ocurrido, se dedican más ver-sículos a los preparativos que a la puesta en marcha del homenaje. Esto tiene su de-licado sentido. El evangelista nos está diciendo que captemos bien el alma de la es-cena, que aquello no fue un folklore hermoso, preámbulo trágico de lo que pasó lue-go en Viernes Santo. Bien, al contrario, la entrada en Jerusalén es un misterio del corazón de Jesús.

El conjunto del episodio se compone de dos escenas: - la primera, lo que sucedió en el corazón de Jesús de Nazaret para decirles a los

discípulos que fueran a la aldea de enfrente y trajeran una borrica; - la segunda, la marcha a Jerusalén con una alfombra de mantos, con una aclama-

ción de ramas de árboles, que esparcían también por el camino, al tiempo que grita-ban “Hosanna”.

4. Nunca Jesús había apetecido un homenaje en la vida; pero ahora sí. En este pa-

saje del Evangelio, lo mismo que en la preparación de la Cena Pascual, Jesús, con mente divina, prevé los acontecimientos, los prepara y los dirige. De alguna manera es el conductor de la fiesta que la gente le va a preparar. Es muy importante lo que él quiere hacer. No es efecto de una casualidad, sino un proyecto diseñado por Dios. Es como si estuviésemos asistiendo al día de la creación. El mundo no viene de la nada ,del azar, sino que es fruto de un proyecto del corazón de Dios.

Pues cosa parecida ocurre cuando, acercándose a Jerusalén – en un camino que había sido el camino postrero de su vida – llegan a Betfagé, y entonces “envió a dos discípulos diciéndoles: “Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, y me los traéis”. De esta manera Jesús quiere coronar su vida e iniciar el Misterio Pascual.

Captemos, pues, este significado doble que lleva dentro el episodio que compar-timos: se va a cerrar la vida y la actividad de Jesús, con un homenaje que el Padre ha dispuesto; y se va a abrir el Misterio Pascual con la acogida que la Ciudad de Jerusa-lén, representada por los sencillos, el nuevo pueblo de Dios, la santa Iglesia en la que estamos, le ha preparado.

5. Todo esto está ungido de misterio. Es un sacramento, diremos con un lenguaje teológico; y por ello el evangelista narrador, nos invita a reflexionar: “Esto ocurrió para que se cumpliese lo dicho por el profeta: Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila” (véase Isaías 62,11 y Zacarías 9,9). Jesús vive al aura de los profetas, como se había transparentado en el monte de la Transfiguración, cuando surgieron, desde el cora-zón de Cristo, Elías y Moisés. Dios estaba por medio; es lo que Jesús veía y las san-tas Escrituras se tenían que cumplir.

Para esto entró Jesús en Jerusalén, para que se cumpliera la Palabra de las Escri-turas. Los discípulos hicieron esto con inmenso gozo. Lo dice deleitosamente el na-rrador: “Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús; trajeron la

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borrica y el pollino, echaron encima los mantos y Jesús se montó”. No podía tener Jesús mejor montura: los mantos de sus discípulos sobre el lomo de la borrica.

6. He aquí, pues, que Jesús va a terminar su vida como Rey: así lo quiere, así lo

ha decidido. Ya hemos entrado en los fueros del amor, que tiene su lenguaje, sus símbolos, y hasta sus divinas Escrituras.

Y la gente hizo lo propio: le rindió a Jesús un vasallaje de amor. “La multitud al-fombró el camino con sus mantos; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada”.

La gente iba delante y detrás de Jesús, cabalgando en una borriquilla, iba lanzan-do vítores. Aclamaban a Jesús con aclamaciones que las sabían del Templo, porque son palabras tomadas del salmo:

¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Le daban a Jesús el título de “el Hijo de David”. No es “hijo de David”, como

José, esposo de María; es “el Hijo de David”, el único. Jesús es el Mesías. Son palabras que en su sentido total las tomamos cada día al coronar el Prefacio

en la misa. Hay muchos Prefacios en los libros litúrgicos, pero no hay más que un “Sanctus”, el mismo para todos los Prefacios. Allí aclamamos al Señor, Dios del universo, y allí, con doble Hosanna, aclamamos a Jesús, Señor glorioso, que viene a la comunidad, presente en la Eucaristía: ¡Bendito el que viene en el nombre del Se-ñor! ¡Hosanna en el cielo!

Esta multitud (que seguramente era una modesta multitud), precisamente ésta…,

no podrá condenar a Jesús. Esta multitud es la que respondió a la turba en el Templo, cuando preguntaron:

“¿Quién es este?”, esta multitud respondió: “Es el profeta Jesús, de Nazaret de Gali-lea”.

7. Cuando la comunidad cristiana, prolongando el homenaje de aquella multitud,

conmemora el acontecimiento, quiere completar lo que entonces se inició. Yo, cre-yente del Evangelio, soy partícipe activo hoy de aquel homenaje sencillo, que luego en la Historia se ha hecho homenaje universal.

Nosotros vivimos el acontecimiento no como el recuerdo de algo pasado, sino como el evento de una presencia.

Desde hace muchos siglos la liturgia tiene un bello himno medieval del obispo Teodulfo de Orleans (+810) para dar la bienvenida, a la puerta del templo, a Cristo que entra en su Iglesia, en su comunidad. Este himno, de múltiples estrofas, comien-za así:

Gloria, laus et honor tibi sit, rex Christe redemptor, cui puerile decus prompsit Hosanna pium.

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¡Gloria, alabanza y honor a ti, oh Cristo, rey, redentor, a quien aquella hermosura de niños prorrumpía en el piadoso Hosanna! Por todo esto, Domingo de Ramos es una celebración esplendente de belleza y de

íntimas vivencias. ¡Oh Jesús, divino Redentor, entra en mi corazón – las puertas tienes plenamente

abiertas – y entra en el corazón de tu Iglesia, que tú has purificado con tu sangre, y que hoy te aclama con todos los fieles! Amén.

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30. Lunes Santo

Sobre el primer Cántico del Siervo de Yahvé Is 42,1-7

Meditación y Canto

Texto bíblico Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su Ley esperan las islas. Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella: “Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas”

Nuestra meditación y canto

Desde la renovación de la sagrada Liturgia el Lunes, Martes y Miércoles Santo, están marcados por el Primero, Segundo y Tercer Cántico del Siervo del Señor. El Lunes escuchamos a Isaías 42,1 7.

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No tengamos miedo en llamar a Jesús "Siervo", pues el ser Siervo es el camino verdadero que nos conduce a descubrir la filiación. Jesús Hombre es Jesús Siervo, y en su servicio, que culmina en la Cruz, descubrimos su divina filiación. Hijo, Siervo y Elegido, en la realidad concreta de Jesús, significan lo mismo: la relación absolu-tamente única que mantiene con el Padre

Estamos invitados los cristianos a descubrir la relación que se establece entre el Padre y Jesús. Jesús es indigencia ante el Padre, y es, al mismo tiempo, la delicia del Padre. El Misterio de la Pascua, que junta en uno la suma impotencia y la suma glo-ria, está significado en el seno de la Trinidad. Cuando el Padre mira a su Hijo En-carnado, ya estamos en el Misterio Pascual, porque allí aparece la indigencia y la plenitud.

En suma, Jesús es el Elegido. 1. El Siervo brilla hermoso a nuestros ojos, misterio y complacencia de Dios mismo; no hay nombre para él, mas si lo hubiera: los tres son uno: Hijo, Siervo y Elegido. 2. No puede haber segundo, porque es Único, y colma todo amor desde el principio: vertido está mi Dios en su Unigénito, su historia y su futuro es este Hijo. 3. El Hijo de los cielos, Nazareno, nos dio su filiación en el servicio, sirviendo en obediencia nos decía, ser siervo es la forma de ser Hijo. 4. Por eso dice el Padre: "Mi elegido", mi bien total unido a mi destino, serás por siempre mío, en el Espíritu, por siempre yo seré tu Dios contigo. 5. Si no resuena el grito por las plazas, si no ejerce violencia, haciendo juicio, si no apaga la mecha que aún humea, ¿en dónde está el Mesías escondido? 6. ¡Jesús, el Elegido y el Viviente, Jesús en Cruz, la enseña y el camino, Jesús, crisol de todo premio y mérito: por siempre vive y reina como Ungido! Amén. (Escribí: Lunes Santo, 28/III/2008)

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31. Martes Santo

Sobre el Segundo Cántico del Siervo de Yahweh Is 49,-6

Meditación y canto

Texto bíblico

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos. El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su ajaba, y me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré.» Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad el Señor defendía mi causa. Y ahora dice el Señor; el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para hacer que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza. «Es poco que seas mi siervo Para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»

Meditación y canto

El Siervo es "Jesús Abandonado". Abandonado no es fracasado; bien al contra-rio, es el paso redentor que el Padre aguarda para que pueda hacerse la unidad del mundo disperso. El Siervo ha de ser no sólo la restauración de Israel en el exilio, sino la luz del mundo, y la congregación de todos los pueblos.

Escribimos este himno el día del funeral de Chiara Lubich (1920-2008), que ha tenido lugar a las 3 de la tarde del Martes Santo, en la basílica de San Pablo Extra-

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muros, presidido por el Cardenal Secretario de Estado Tarsicio Bertone. Chiara Lu-bich murió en olor de santidad el "viernes de pasión" (14 de marzo). "Jesús Abando-nado" ha sido uno de los puntales de su espiritualidad, tan hermosa y esperanzadora. La primera lectura de la misa funeral ha sido el texto de Job 19: Yo sé que mi Reden-tor vive; en el salmo responsorial se escuchaba el gemido humilde de Jesús: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? En la segunda lectura resonaban fra-ses de san Juan en su apremiante exhortación a la unidad (Primera de Juan). El Evangelio estaba tomada de la Oración de Jesús al Padre antes de iniciar la Pasión, rogando por la unidad de los creyentes.

1. La flecha bruñida, que hiende los vientos, y limpia se clava; la espada afilada, que surca la carne y el alma traspasa; ¿quién es o quién tiene la espada afilada, guardada en su aljaba? 2. La boca que habla sentencias de fuego, que sana o que mata; los labios de brasa que encienden y queman que endulzan o braman; ¿quién es esa gracia del cielo venida, quién es la Palabra? 3. Del vientre elegido, del seno llamado, antes del principio; de virgen nacido, por ella adorado, por ella mecido; Jesús es el Hijo, el Siervo obediente, el todo querido. 4. ¡Oh Siervo bendito, es poco que seas, del pueblo el camino;

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retorno de exilio, pastor del rebaño disperso y perdido. Jesús, has vencido. serás luz del mundo, Mesías ungido. 5. No fue tu tarea fulgor y fracaso ni escasa cosecha; salvaste la tierra de todo enemigo en toda pelea; Jesús, dulce presa, del Padre amoroso, que asiste en la prueba. 6. Victoria y certeza tu esposa adorada te canta en la espera. Jesús, bella senda, que lleva a la paz, tu paz gloria sea. En luz sempiterna; ya no abandonado Jesús ¡vive y reina! Amén.

El poema y su introducción fue publicado por el autor en: mercaba.org - Rufino M° Grández - El año litúrgi-co - Cuaresma - VI. Himnos para Pasión y Semana Santa.

(Ejecución. Cada estrofa, de nueve versos de arte menor, tiene tres "tresillos", asonantados, separados

por el signo de ";", concertando el primero con el tercero, y el segundo libre. Las dos primeras en el ritmo a-a, las dos siguientes en i o; las dos últimas en e-a.

Nota. Nos remitimos a la exégesis de estos textos que presentamos en "Inmersos en la Pasión de Jesús, el Hijo y el Siervo", en: Oración de las Horas 30, 1999, Material para la celebración, *1-8).

(Información ulterior. El Papa Benedicto XVI dijo tras conocer la noticia: "He recibido con emoción la noticia de la muerte de Chiara Lubich, al final de una vida larga y fecunda caracterizada incansablemente por su amor hacia Jesús abandonado. En esta hora de separación dolorosa estoy cercano espiritualmente y con afecto a los familiares y a toda la Obra de María -Movimiento de los Focolares, que ella fundó, como a todos los que han apreciado su compromiso constante por la comunión en la Iglesia, el diálogo ecuménico y la her-mandad entre todos los pueblos. Doy gracias a Dios por el testimonio de su existencia dedicada a la escucha de las necesidades del ser humano contemporáneo en plena fidelidad a la Iglesia y al Papa. Mientras confío su alma a la Bondad Divina para que la acoja en el seno del Padre, deseo que cuantos la conocieron y encontra-ron admirando las maravillas que Dios cumplió a través de su entrega misionera sigan sus huellas mantenien-do vivo su carisma. Con esos votos invoco la intercesión maternal de María e imparto a todos la bendición apostólica".

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La Confraternidad Argentina Judeo – Cristiana por su parte expresó: "el mundo pierde una mujer excep-cional, madre y guía espiritual de muchísimos hombres, su generosidad en el vivir la plenitud de la Palabra de Dios fue más allá del mundo cristiano”

De la agencia Zenith, 12 abril 2011: La biografía oficial de Chiara Lubich, titulada “LlevarTe el mundo entre los brazos” fue presentada ayer en el Palacio de la Cancillería de Roma, con testimonios, temores, espe-ranzas y la idea de que la figura de la fundadora del Movimiento Focolar no se puede encerrar solo en una biografía…) (Escribí: Martes Santo, 18/III/2008)

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32. Miércoles Santo

Sobre el Tercer Cántico del Siervo de Yahweh Is 50,4-9

Meditación y canto

Texto bíblico “El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; Yo no me resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará? Que se acerque. Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?”

Meditación y canto Misteriosa y estremecedora vocación del Siervo: así lo intuimos en el Tercer

Cántico del Siervo de Yahweh. La intimidad de Dios, abierta por la escucha filial de cada mañana, es el funda-

mento y clave de esta vocación. La escucha arma de valor; vendrán golpes y saliva-zos El Siervo expone su cara como duro pedernal; no se echa atrás.

Así es el Siervo para que desde aquí construyamos la verdadera cristología de la santa humanidad de Jesús. El Siervo confía porque tiene la absoluta certeza de que Dios es su justificador, su vencedor.

Esta visión del Siervo entró en el corazón de Pablo cuando, hablando de la segu-ridad confiada que se ha dado al cristiano escribía, recordando este pasaje del Cánti-co del Siervo: "Si Dios está por nosotros ¿quién estará contra nosotros? El que no se

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reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará?" (Rm 8,31-34).

Jesús es, pues, este Siervo, y mirándole a él cantamos.

Jesús, discípulo y Siervo, al corte de madrugada; con vocación de iniciado escucha hondo hasta el alma. Jesús, el Siervo y profeta junto a la fuente sagrada; con los oídos abiertos en su morada cerrada. Jesús, aliento y consuelo, que el Padre se lo regala; la lucha es fiera, muy fiera, las fuerzas, fuerzas humanas. No declinó la mejilla a la burla y bofetada; y a los sangrantes azotes no retiró sus espaldas. Como roca diamantina presentó su bella cara, a insultos y salivazos su rostro se abrillantaba. Mi Dios será mi justicia: ¿quién contra mí se levanta?: Mi Dios será mi poder: ¿qué adversario es el que ataca? Pasión del Crucificado, Escudo de mi esperanza: ¡A ti la gloria y las gracias, Vencedor de mi batalla! Amén.

(Escribí el Miércoles Santo, 19 marzo 2008).

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33. Jueves Santo: Sobre el pecho de Jesús

Meditación para la Hora Santa

Hermanos: 1. La celebración vespertina del Jueves Santo, con la Misa titulada “En la Cena

del Señor” es el pórtico del Triduo Pascual, que recuerda del modo más grave y so-lemne la Muerte, Sepultura y Resurrección del Señor. La Vigilia Pascual, que co-mienza ya anochecido el sábado y acaba antes de levantar la aurora del domingo – que puede durar dos, tres, cuatro o cinco horas – será la explosión de la alegría, inicio de las fiestas pascuales que se prolongan durante cincuenta días. Observemos con atención: el comienzo de Jueves Santo es la Pascua judía, primera lectura de esta tarde, leyendo el capítulo 12 del libro del Éxodo. Luego san Pablo nos introduce en la celebración de la Cena del Señor en la comunidad cristiana de Corinto (1Co 11,23-26), texto bellísimo, testimonio primordial de la Eucaristía. Y finalmente san Juan nos lleva a aquella Cena de despedida de Jesús con el Evangelio del lavatorio de los pies (Jn 13,1-15).

2. Tres son los misterios que debemos vivir y contemplar en esta celebración

vespertina del Jueves Santo, como nos advierten los libros litúrgicos: la institución de la sagrada Eucaristía, la institución del Sacerdocio (“Haced esto en conmemora-ción mía”); y el mandamiento del amor, el mandamiento del Señor, según aquellas palabras que Jesús dice, sentado a la mesa, tras el lavatorio: “os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13,15). Prolongando el discurso o palabras de sobremesa Jesús dirá: “Os doy un manda-miento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amados, amaos también unos a otros” (Jn 13,34).

El evangelista san Juan enmarca todo el acontecimiento sagrado con una frase que nos toca el alma. Haciendo que la historia sea contemplación amorosa, porque lo que pasó es lo que hoy está pasando; nos dice: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Es el primer versículo del relato pascual que aquí comienza.

¡Noche de amor que, pasando por Getsemaní y la Cruz, terminará en el seno del Padre con la resurrección de su Hijo!

San Juan habla de “los suyos”: a estos va dirigido el Evangelio, a nosotros; san Juan habla del paso de este mundo al Padre, que eso va a ser el relato crucial de la pasión y muerte: la celebración solemne, humilde y majestuosa del paso al Padre.

3. Concluida la celebración vespertina, permanece el Santísimo expuesto hasta la

medianoche, cuando, avanzando las horas, entramos en Getsemaní. A los cristianos

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se nos invita a una Hora Santa ante el sagrario. ¡Qué hermosa y sabrosa es esta Hora eucarística del jueves Santo!

Silencio y adoración, para que el amor deje fluir sus palabras, recordando…, re-cordando… lo que tampoco cabe en las palabras. Para recordar acudimos a la Escri-tura, y en una hora de adoración ante el sagrario vamos combinando textos, salmos y otras súplicas. Que el silencio domine sobre las palabras.

En este clima espiritual podemos acercarnos, reverentes, con adoración y ternu-ra, a la humanidad santísima de Jesús, sacramentalmente presente en el sagrario.

Tengamos la filial audacia de acercarnos al pecho sacratísimo de Jesús y reposar allí. Y sírvannos estas palabras de meditación e instrucción.

* * *

4. En el Evangelio se habla del pecho de Jesús, del seno de Jesús, del costado de

Jesús. Palabras distintas que tienen su propio matiz. En la encíclica que el Papa Juan Pablo II, dentro semana y media Beato Juan Pa-

blo II, escribió sobre la Eucaristía – Ecclesia de Eucharistia, La Iglesia nacida de la Eucaristía – y que firmó el Jueves Santo del año 2003, nos decía así:

AEs hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predi-lecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el *arte de la oración+, )cómo no sen-tir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adora-ción silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramen-to? (Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!@ (n. 25).

Este texto nos da la clave para lo que podría ser esta noche nuestra Hora Santa. 5. En la Última Cena los doce apóstoles estaban alrededor de Jesús, y cada uno

tenía su puesto, pero no sabemos el puesto exacto más que de uno, del discípulo amado, que dice el Evangelio que estaba Aen el seno de Jesús@ (Jn 13,23). Las Bi-blias suelen traducir Aal lado de Jesús@. Eso de estar Aen el seno de Jesús@ puede parecer muy atrevido..., pero lo cierto es que la palabra exacta es ésa y no otra, “in sinu Iesu”. Podía haber empleado el evangelista perfectamente la palabra de al lado de Jesús. El griego, la lengua en que se escribió el Evangelio, es una lengua muy rica en recursos; pero no dijo Aal lado de Jesús@, sino Aen el seno de Jesús@... El que escribe y escoge una palabra y deja otra por algo lo hace.

Pues bien, el discípulo amado, ocupaba este sitio; estaba Aen el seno de Jesús@. Y, cuando Pedro le hizo seña, se recostó Asobre el pecho de Jesús@, supra pectus Iesu (Jn 23,25), palabra distinta, en griego, a Aseno de Jesús@.

Y esto de recostarse sobre el pecho de Jesús se le quedó a san Juan como una identificación muy bella y muy dulce. En las apariciones, leemos esta frase: APedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además

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durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: * Señor, )quién es el que te va a entregar? + ...@ (San Juan 21,20).

El seno de Jesús, el pecho de Jesús, ambas expresiones nos hablan de la intimi-dad que Jesús otorgó al discípulo amado, y que es la intimidad que quiere brindar al discípulo que hoy se acerca a él. Son frases espirituales del Evangelio que están ha-blándonos con un lenguaje que sin dificultad ninguna podemos entenderlo.

6. Del costado de Jesús se nos habla cuando la lanzada del soldado (Jn 19,34) y

cuando las apariciones (Jn 20,20). En el calvario del costado herido de Jesús (nada indica el Evangelio si la herida fue en la parte derecha o en la izquierda) brotó san-gre y agua, sin duda símbolos de vida en la Iglesia; acaso el Espíritu, los sacramen-tos.

Y cuando Jesús se apareció en la tarde de la resurrección a los discípulos en el Cenáculo, les mostró las manos A(y el costado!@ (Jn 20,20). Ocho días después se lo mostró a Tomás...

De nuevo nos encontramos ante un texto espiritual que está sugiriendo... todo, la intimidad, el amor, el secreto, la maravilla de lo más recóndito de Jesús.

Durante siglos la imagen del Corazón de Jesús ha sugerido eso; era una forma de concretar lo que ya estaba dicho en el Evangelio.

7. En estos años se ha difundido mucho (ampliamente en México) una imagen

cercana, la Divina Misericordia. El Papa el año 2000 determinó que el domingo II de Pascua fuera llamado ADomingo II de Pascua o de la Divina Misericordia@, y así se escribe en los nuevos misales. La imagen de la Divina Misericordia es la imagen de Jesús como se mostró a santa Faustina Kowalska (1905-1938): del corazón de Jesús salen dos haces de luz, uno blanco y otro rojizo, significando el agua y la san-gre del costado. Y una inscripción dice: AJesús, en Ti confío@.

En este domingo de la Divina Misericordia, 1 de mayo de 2011, nuestro amado papa Juan Pablo II será beatificado.

8. Noche de Jueves Santo…, noche grávida de silencio y amor, noche de consa-

gración, preludio de la noche pascual. En esta noche mi corazón tiene una palabra que decir a Jesús, que es la palabra de mi vida y de mi tránsito a la eternidad:

¡Jesús mío, Dios mío, te amo! Amén. Nota. Al hablar del “seno” y del “pecho” de Jesús, me remito a lo que escribí en la revista popular “El

Mensajero de San Antonio” (Capuchinos, Zaragoza, España, junio 2003).

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34. Viernes Santo: El beso a la Santa Cruz

Hermanos: Viernes Santo tiene en la liturgia de la Iglesia una celebración austera, solemne y

augusta. En una carta sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales de la Congregación para el Culto Divino (16 enero 1988), el sentido mistérico del Vier-nes Santo se expresa así: “En este día ‘en que ha sido inmolada nuestra víctima pas-cual, Cristo’, la Iglesia, meditando sobre la Pasión de su Señor y Esposo y adoran-do la Cruz, conmemora su nacimiento del costado de Cristo dormido en la Cruz e intercede por la salvación de todo el mundo”.

Cuatro elementos que van a quedar muy bien integrados en la celebración post-meridiana, en torno a las 3 de la tarde:

- Meditación - Adoración de la Cruz - Conmemoración objetiva del misterio acontecido - Intercesión. Viernes Santo es la primera parte del Triduo Pascual, pasado el Pórtico de la ce-

lebración vespertina de la Cena del Señor en Jueves Santo. Y a propósito del Triduo Pascual la citada Carta nos habla de los signos litúrgicos y sacramentales: “En esta celebración del misterio, por medio de signos litúrgicos y sacramentales, la Iglesia se une en íntima comunión con su esposo”.

¿Cuáles son los signos litúrgicos y sacramentales del Viernes Santo? Como sig-nos litúrgicos de la celebración del Viernes Santo podemos considerar: las vestidu-ras rojas (triunfo martirial de Cristo, en lugar de la vestiduras negras, color de luto, de la liturgia precedente); la postración rostro en tierra al comienzo de la celebra-ción; la sobriedad y los silencios de toda la celebración; la hora misma de la celebra-ción.

Y ¿cuáles podemos considerar como “signos sacramentales” del Viernes Santo. Nos atrevemos a señalar hacia los siguientes: La privación de la celebración de la Eucaristía (se comulga las especies consagradas en Jueves Santo); la proclamación de la Escritura, y en especial el Evangelio de la Pasión (dado que dentro de la pro-clamación objetivamente se contiene la presencia eficaz de Cristo), el ayuno sacra-mental del Viernes y Sábado Santo (porque este ayuno significa místicamente al privación del Esposo), y la ostensión de la Cruz.

La espiritualidad de Viernes Santo consiste, por tanto, en dejarse llevar por el significado objetivo de la acción sagrada y entrar en comunión con Cristo.

El punto y momento cenital de la celebración es la adoración de la santa Cruz. La adoración a la santa Cruz va acompañada de un beso. ¿Cuál es este beso de amor?

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Permítasenos decirlo con un poema, poema que evoca una escena de Viernes Santo, y que tiene su introducción.

* * *

Amado mío, flor de mis cantares

Coloquio después de la Adoración de la Cruz Era en Roma, Tre Fontane, la tarde de Viernes Santo cuando ya se habían con-

cluido los santos Oficios en la Pasión del Señor. La capilla estaba en penumbra, en-vuelta en santo silencio. Estaba solitaria. No, un hermano – él me lo contaba -, es-condido en un ángulo donde veía sin ser visto, oraba silenciosamente.

En esto se oyó el chasquido de la puerta, y se sintieron unos pasos. La Hermanita caminaba con precaución, descalza, sin sandalias. Era como el Ángel de la Consola-ción. Su hábito era una saya de tela áspera, azulada. Y en el halda, un tanto alzada, como si fuera un delantal, traía un envoltorio.

Llegó hasta el Crucifijo, que estaba en el suelo; se arrodilló, hizo una profunda reverencia inclinando la frente hasta el suelo. Entonces soltó el envoltorio que traía y lo echó junto al Crucificado. Nadie la veía; así creía. Tomó el santo Crucifijo en sus manos y comenzó a besarlo de aquella manera... El hermano orante contenía el aliento y, atónito, no sabía qué hacer; suavizaba la garganta para no emitir un suave carraspeo.

La Hermanita tomó los pétalos que había traído y con los dedos, los pétalos y los labios iban mullendo el cuerpo de Jesús. Entonces su corazón comenzó a decir (y yo ahora me la represento y la estoy oyendo):

1. Amado mío, flor de mis cantares, ahora con mis manos te acaricio, y guardo suspendidos mis anhélitos pues miro dulcemente, y miro y miro. 2. Amado mío, gracias infinitas, Dulzura mía, flores he traído: del campo son, por mí coleccionadas, y nadie las tocó, sino el rocío. (3. En este punto vi a la enamorada, que abría el delantal de su vestido, y el cuerpo de Jesús ella cubría con pétalos de suave colorido, 4. En éxtasis miraba y sonreía con ojos del amor humecidos;

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estaba de rodillas, inclinada, era la luz muriente del estío). 5. Amado…, Amado mío, yo te adoro con pétalos tus llagas toco y limpio: con besos yo perfumo tu cabeza, esposo mío, herido, Dios dulcísimo. 6. Escúchame el aliento que me sale del corazón, igual que el tuyo herido: ¿hay algo en mí que no se llame amor, un átomo en tu fuego no encendido? (7. Estaba la mujer hablando sola - así creía –, sola, sin testigo; hablaba y se callaba y contemplaba y quedo, quedo daba algún suspiro. 8. Y, mientras, amasaba con sus manos aquellas sus caricias al Ungido; los dedos parecían cuerdas puras el arpa suave era el Crucifijo). 9. Mas yo quiero besarte como esposa en tu caliente pecho, ahora dormido, en tu divina frente y en tus labios, besar tu corazón y tus latidos. 10. Estoy besando a Dios de carne humana, comiendo los pecados que has sufrido, besando estoy perdón, ternura y gracia, a Cristo Nazareno en el suplicio. (11. Miraba y derramada su mirada, amando con silencio compungido, y a veces parecía que una espada punzaba el corazón hasta el martirio. 12. Las flores le ayudaban en el duelo, las flores eran labios encendidos, y entre los dedos eran blanco lienzo del tálamo nupcial del sacrificio).

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13. ¿Por qué, mi Creador, mi silencioso, tal cosa los mortales cometimos?; ¿por qué callabas tú nuestra locura, clavándote nosotros a martillo? 14. Acaso del amor solo sepamos un eco cierto dentro recibido, que amor de Dios es muerte del amante y amante en este amor eres tú mismo. 15. Amado mío, lecho de mi amor, tu amor yo aprendo, muero y resucito; mi amor de gratitud sea tu rúbrica, y el corazón en trueque yo rubrico. 16. Tu amor es nuestro cielo y bien seguro, que tú eres Dios y bien lo has merecido: Jesús, hermano bueno y clementísimo, perdón total, bondad a lo infinito. 17. Ya sé cuál ha de ser el canto firme, felicidad sin fin a tus oídos: te amo, Dios, en carne y en Espíritu, te amamos por los siglos de los siglos. Amén.

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35. Sábado Santo: El Rey descansa Hermanos: Las directrices litúrgicas de la Iglesia, que son norma y catequesis, nos dicen:

“Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditan-do su pasión y muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y el ayuno su resurrección. Se recomienda con insistencia la celebración del Oficio de Lectura y de las Laudes con participación del pueblo (cf. n. 40). Cuando esto no sea posible, prepárese una celebración de la Palabra o un ejercicio piadoso que corres-ponda al misterio de este día” (Carta de la Congregación del Culto Divino sobre “La preparación y celebración de las fiestas pascuales”, 16 enero 1988).

Sábado Santo, que también nos trae el recuerdo de la Madre, la Soledad de Ma-ría, desde el momento que tuvo en su regazo al Hijo muerto (La Pietá, de Miguel Ángel), soledad, que ha sido fuente de consolación para innumerables madres que cruelmente se han visto privadas de sus hijos, madres que han perdido a sus hijos en la guerra…, aunque nosotros pretendamos añadir dudosamente: “por el bien de la patria”).

Es oportuno recordar lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica sobre el

artículo del Credo “Descendió a los infiernos” 632 Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús "resucitó de entre los

muertos" (Hch 3,15; Rm 8,11; I Co 15,20) presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos. Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos.

633 La Escritura llama infiernos, sheol o hades a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de

muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Tal era, en efecto, a la espe-ra del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos, lo que no quiere decir que su suerte sea idénti-ca como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham". "Son precisamen-te estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos". (…)

634 "Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva..." (1 Pe 4,6). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo, pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la Redención.

635 Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte para "que los muertos oigan la voz del Hijo de

Dios y los que la oigan vivan". Jesús, "el Príncipe de la vida" (Hch 3,15), aniquiló "mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud" (Hb 2,14-15). En adelante, Cristo resucitado "tiene las llaves de la muerte y del Hades" (Ap 1,18) y "al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos" (Flp 2,10).

* * *

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La liturgia, en el Oficio de lectura, tiene hoy una pieza bellísima, que viene de Oriente. Ignoramos cuál es su autor. Acaso un monje, un obispo… transido de pie-dad. Escuchémosla.

Homilía antigua sobre el grande y santo Sábado (Patrologia Griega, Migne, vol. 43, 439. 451. 462-463)

¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo.

Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere abso-lutamente visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva.

El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: «Mi Señor esté con todos». Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: «Y con tu espíritu». Y tomándolo por la mano le añade: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.

Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: «salid»; y a los que se encuentran en las tinieblas: «iluminaos»; y a los que dormís: «levantaos».

A ti te mando: despierta tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi seme-janza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.

Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condi-ción servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti me he hecho hombre, semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado.

Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para refor-mar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al ár-bol prohibido.

Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormis-te, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi

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sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amena-zaba en el paraíso.

Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.

El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernácu-los y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cie-los está preparado desde toda la eternidad.

* * *

De nuestra parte, hemos querido honrar el Grande Sábado y compusimos un

himno, que ha pasado a los libros oficiales de la Iglesia. Este himno para Sábado Santo – sólo para este día – es un canto nupcial. Es el

canto nupcial de la esposa que llora a su Esposo. Lo llora con paz, con el alma ungi-da de sentimientos celestiales; lo llora con consolación y con infinita ternura.

Dios está en este cuerpo, cobijado bajo las alas del Espíritu. Es el mismo el cuer-po de la cruz, el cuerpo de la tumba, el cuerpo de la resurrección. Canta la esposa.

Venid al huerto, perfumes, enjugad la blanca sábana: en el tálamo nupcial el Rey descansa. Muertos de negros sepulcros, venid a la tumba santa: la Vida espera dormida, la Iglesia aguarda. Llegad al jardín, creyentes, tened en silencio el alma: ya empiezan a ver los justos la noche clara. Oh dolientes de la tierra, verted aquí vuestras lágrimas; en la gloria de este cuerpo serán bañadas. Salve, cuerpo cobijado

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bajo las divinas alas; salve, casa del Espíritu, nuestra morada. Amén.

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36. Domingo de Pascua 2011.

Tríptico pascual

Hermanos: Quiero hoy subir a la terraza de esta su pobre casa (así decimos en México) y en-

viar al mundo entero un poema de amor a Jesús Resucitado. Y diré al secreto de los vientos: ¡Felicidades, oh Mundo, porque el Amor ha vencido!

De alguna manera quiero cumplir aquello del Evangelio: “Lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea” (Mt 10,27). Soy un cristiano. ¡Gracias, Señor, por la fe que me has dado! ¡Gracias, por saber que en la Pascua de tu amado Hijo Jesús nace la nueva creación!

Hermano que por las vías del Internet hasta llegado a este sitio, mi homilía se hace poesía; acepta este Tríptico pascual. Que Jesús, el Viviente llene de vida todos los poros de nuestro cuerpo, todo el hálito de amor con que fuimos creados – cuerpo y alma – en el Día de Dios para nosotros.

TRÍPTICO PASCUAL 2011

I

¡Felicidades, oh Mundo!

Solo en Pascua conocimos la Trinidad. Los padres en el siglo IV (San Hilario de Poitiers, San Basilio de Cesarea) se debatieron por dar forma a la fe, echando mano de la racionalidad. Y tuvieron que afirmar que el Dios de la fe es Padre, esencia en sí misma completa; el Jesús de Nazaret, es esencia completa, Dios de Dios; que el Es-píritu tiene la misma esencia radical: es Dios. Si no salvamos esto, se deshace la En-carnación. Mas ¿cómo decirlo en otras palabras que no sean los términos griegos que ellos fijaron? La poesía tiene unos atisbos, con mano y anillo de la mística. No es que acertemos a decirlo, pero hay que intentarlo.

En la Cruz estaba el Hijo, pero igual estaba el Padre y el Espíritu Santo. La Cruz es Trinidad. Exactamente igual como la Pascua es Trinidad.

Si esto no es real, nuestra fe cae por tierra.

¡Felicidades, oh Mundo, porque el Amor ha vencido!

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1. Dios es Dios siendo donado, Dios es Dios siendo conmigo, Dios es Pascua ensangrentada, Dios es amor dolorido. ¡Felicidades, oh Mundo, porque el Amor ha vencido! 2. Dios es Dios manando amor, Dios es Dios correspondido, Dios es fuerza y es unión, Dios es Dios porque es Dios trino. ¡Felicidades, oh Mundo, porque el Amor ha vencido! 3. Dios es amor, dijo Juan, y nadie mejor lo ha dicho, roto amor omnipotente, que en la cruz es sacrificio. ¡Felicidades, oh Mundo, porque el Amor ha vencido! 4. Dios es Él saliendo a mí, Dios es su propio delirio, y su retorno es su triunfo llevándome a mí consigo. ¡Felicidades, oh Mundo, porque el Amor ha vencido! 5. Dios es presente futuro, Dios es sepulcro vacío; Dios es palabra sonada, Dios es silencio el más íntimo. ¡Felicidades, oh Mundo, porque el Amor ha vencido! 6. Yo fui pecado perdón, Dios es mi amor infinito; Dios es Dios, Misericordia,

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Dios es mío, soy su hijo.

¡Felicidades, oh Mundo, porque el Amor ha vencido! 7. Yo soy Adán, yo soy Eva, creado en el Paraíso; Dios es mi padre y mi esposo, Dios es mi Dios, Jesucristo. ¡Felicidades, oh Mundo, porque el Amor ha vencido! 8. Dios es mi paz y mi ser y lo confieso transido, Dios es mi espera llegando y mi gemido dulcísimo. ¡Felicidades, oh Mundo, porque el Amor ha vencido! 9. Dios es Jesús, mi Jesús, y a ti, Mundo, te lo digo; ¡ea!, vivientes, vayamos, a Dios, en el fuego ardidos. ¡Felicidades, oh Mundo, porque el Amor ha vencido! 10. ¡Dios es Pascua, Dios es Pascua! en el mes de abril florido, y mi alma está danzando porque mi ser es divino. ¡Felicidades, oh Mundo, porque el Amor ha vencido!

II El cuerpo sacrosanto de Jesús

Este himno está compuesto gustando y saboreando el capítulo 9 del libro de “JO-

SEPH RATZINGER – BENEDICTO XVI”, Jesús de Nazaret II (acontecimiento teológico

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del año): La resurrección de Jesús de entre los muertos, sin duda el capítulo más im-portante del libro.

El capítulo que estudia estos puntos: 1. Qué sucede en la resurrección de Jesús. 2. Los dos tipos diferentes de testimonios de la resurrección 2.1: La tradición en forma de confesión – La muerte de Jesús – La cuestión del se-pulcro vacío – El tercer día – Los testigos. 2.2: La tradición en forma de narración – La apariciones de Jesús a Pablo – Las apa-riciones de Jesús en los Evangelios. 3. Resumen: La naturaleza de la resurrección y su significación histórica.

El capítulo es de alta teología, rigurosa y técnica, con una hermenéutica en diálo-go con la ciencia, tratando de combinar la hermenéutica histórica y la hermenéutica teológica. El Papa Teólogo (que en el Prólogo de su obra, vol. I, acepta el disenti-miento con razones, pues su obra no es un acto “magisterial”), como testigo de fe y como artífice de teología, es consciente de lo que claramente dijo en el último Síno-do: “Hoy, el llamado mainstream (corriente principal) de la exégesis en Alemania niega, por ejemplo, que el Señor haya instituido la Santa Eucaristía y dice que el cuerpo de Jesús permaneció en la tumba. La Resurrección no sería un hecho históri-co, sino una visión teológica. Esto sucede porque falta una hermenéutica de la fe: se consolida entonces una hermenéutica filosófica profana, que niega la posibilidad de la entrada y de la presencia real de lo Divino en la historia. La consecuencia de la ausencia del segundo nivel metodológico es la creación de un profundo foso entre exégesis científica y lectio divina. Y ello a veces provoca también una cierta perple-jidad en la preparación de las homilías… (Intervención personal del 14 de octubre de 2008).

Quede la cita, que lógicamente para muchos pensadores requiere un eco…, no lo niego; pasemos al canto de la fe.

El cuerpo sacrosanto de Jesús ¿en dónde le pusieron, donde mora, si no lo consumió la corrupción como a mortal de raza pecadora? El cuerpo de Jesús se fue hasta el Padre, caricia de unas manos salvadoras, y en fuego del Espíritu ascendido, la carne corruptible se hizo Gloria. El cuerpo de Jesús es la semilla, del Reino del amor que arranca ahora, la Trinidad transforma lo creado: pasó lo viejo, empieza nueva Historia.

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Que no permitirás que tu Elegido conozca de la muerte la carcoma: es nueva creación su cuerpo virgen, cual nuevo Adán, primera flor preciosa. Y en él divinizados los humanos, el ésjaton rompió, sonó la hora: Yo dije “dioses sois”: ¡Jesús, te escucho, arrásame, prendido ya en tu ola! ¡Señor Resucitado, Cristo luz, raudal divino de misericordia: la gloria y la alabanza en el regazo de Dios, un solo Dios y tres Personas! Amén.

III

El pan y la sal Cántico pascual de comunión

“Joseph Ratzinger – Benedicto XVI” en Jesús de Nazaret II, estudia los testimo-

nios neotestamentarios de la resurrección bien sea como “confesión” y como “narra-ción”. De la narración del principio de Hechos y en concreto de Hch 1,2-3, dice así:

“Aparecer – hablar – comer juntos: éstas son las tres automanifestaciones del Re-sucitado, estrechamente relacionadas entre sí, con las cuales Él se revela como el Viviente.

Para comprender correctamente el tercer elemento que, como los dos primeros, se extiende a lo largo de los ‘cuarenta días’, es de capital importancia la palabra usa-das por Lucas: synalizómenos. Traducida literalmente, significa ‘comiendo con ellos sal’ Indudablemente, Lucas ha elegido a propósito esta palabra. ¿Cuál es su signifi-cado? En el Antiguo Testamento el comer en común pan y sal, o también solo sal, sirve para sellar sólidas alianzas (cf. Nm 18,19; 2 Cro 13,5). (…) El ‘comer sal’ de Jesús después de su resurrección, que de este modo se nos muestra como signo de la vida nueva y permanente, hace referencia al banquete nuevo del Reino con los su-yos” (Jesús de Nazaret II, Ed. Planeta y Encuentro, 314-315)

1. Mi Jesús Resucitado, comiste el pan y la sal con los tuyos como amigo después de resucitar, Cristo vivo de la fe y presencia familiar. 2. Y les hablaste del Reino

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que ellos iban a anunciar desde allí, Jerusalén, a los confines del mar: Jesús, Palabra del Padre, que no se puede agotar. 3. Jesús viviente, en quien creo mi pan, mi sal, mi manjar, y mi celeste alianza te he venido a comulgar: he buscado tus palabras, me diste todo y tu paz. 4. Tu Eucaristía banquete esa es mi vida pascual: visión, presencia y comida, tres vivencias en tu altar: y la Iglesia que congregas es tu morada y mi hogar. 5. Con la sal de tu festín quiero mi vida salar, con tu sangre del Espíritu quiero mi sangre inmortal, con tus labios amorosos quiero el amor predicar. 6. Jesús viviente a quien palpo, Jesús de mi intimidad, enséñame la Escritura, tu Pascua sacramental, muéstrame tus santas llagas y veré a la Trinidad. 7. Juntos en torno a la mesa, con la sal que tú me das, miro a tus ojos divinos para un pacto de amistad: ¡Yo te amo como puedo: tú mírame y ten piedad! Amén.

Puebla de los Ángeles, Pascua 2011

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37. Aparición a María Magdalena

La primacía del amor Meditación sacerdotal sobre Jn 20,1-18

La aparición de Jesús a María Magdalena, en la versión de san Juan, acumula va-rios detalles verdaderamente sorpresivos:

1) No es la aparición a “las mujeres” que estuvieron en el Calvario, como en los otros Evangelios, sino a una sola.

2) Esta aparición es la aparición primera. 3) Es una aparición cuyo contenido se nos muestra con una delicada intimidad. 4) Es una aparición en la que la mujer es constituida mensajera de los apóstoles,

y, por lo tanto, María Magdalena adquiere un protagonismo único. Esta aparición de Jesús está dando respuesta a cuestiones centrales que se plantea

el cristiano que con amor y anhelo ha buscado el rostro de Jesús: - Quién es, en verdad, Jesús Resucitado. - Quién es esta mujer así favorecida. - Qué es realmente la Iglesia, como Comunidad del resucitado. - Qué hace Jesús en el cielo. Nuestra explicación es una “meditatio”, con las posibilidades que da este género

espiritual. (El singular comentario de J. Mateos – J. Barreto, El Evangelio de Juan: Análisis

filológico y comentario exegético. Cristiandad, Madrid 1979, 1094 pp., aparte de ser magistral en el análisis lingüístico, nos resulta abrumador en sus relaciones simbóli-cas, tan meticulosas y, a veces, cuestionables. Pero el trasfondo nupcial de la escena con El Cantar de los cantares, Ct 3, es un dato precioso y muy sugerente para la exégesis de un Evangelio que resulta de un género “espiritual” por los cuatro costa-dos).

Un mujer sola, María la Magdalena

María Magdalena va al sepulcro. Era el primer día de la semana; era al amanecer

y todavía estaba oscuro. Esta mujer no lleva ungüentos, no lleva nada. ¿Por qué va? ¿A qué va? El lector, que al punto empalma con el anhelo de María,

sabe que va simplemente movida por el amor. El amor, como lo saben todos los amantes verdaderos, es razón en sí mismo. Lo recordará san Bernardo – doctor meli-fluo – comentando el Cantar de los cantares (lectura de su fiesta).

Esta mujer en su camino cruza la mente del lector cristiano, si este lector, como en nuestro caso, es un sacerdote célibe. Hay muchas resonancias en el fondo del co-

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razón que uno las lleva consigo, que - ¡oh dolor y dulce misterio! –quizás nunca puedan aflorar por esa gasa de pudor que cubre nuestras alma y que retrae nuestras palabras en contemplación.

Aquí arranca el Evangelio, porque el Evangelio es, ante todo, la Pascua de Jesús, y arranca por la voz, el pecho y el anhelo de una mujer. Si el Evangelio abrió su se-creto en el misterio de la Encarnación, acogido por una Mujer, María de Nazaret, la Madre del Mesías, al “llegar la hora” la Mujer estuvo allí, como la primera. Nos re-ferimos a la “Madre de Jesús” junto a la Cruz de Jesús. Y nos referimos a María, la Magdalena que fue la primera al sepulcro, antes que la luz del sol, que fue la anun-ciadora a los apóstoles primera y segunda vez en el mismo curso de la escena.

Es, pues, María, la Magdalena, la que no lleva perfumes, porque el amor, deposi-tado por el Espíritu era el perfume penetrante de su vida.

No podemos hurtarnos al Eterno Femenino. Está ahí; lo llevamos dentro. Ejerce una fascinación irresistible – así desde el Paraíso – y en la Iglesia tiene una supre-macía que está por encima de nuestras codificaciones canónicas de funciones.

Lo femenino, en el fondo, es la maternidad de Dios, la Amada del Verbo, la fe-cundidad del Espíritu. ¡Feliz a quien se le ha dado contemplarlo – contemplarla – como puerta de cristal para la Trinidad!

Pedro y el Discípulo a quien Jesús amaba, ante la voz de María Magdalena

Al ver la losa quitada del sepulcro, la mujer corre para comunicarlo, no precisa-

mente a los discípulos, sino a aquellos dos que aquí como en la Cena (Jn 13) son mencionados juntos: “Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba” (v. 2).

Esta trilogía de la Iglesia que busca y encuentra al Resucitado, acaso signifique un estilo que pertenece a lo más puro e íntimo de la Iglesia. La Mujer – y, al decirlo, nuestro pensamiento recurre al punto a María, Madre de Jesús – está en el vértice de este triángulo, al que solo el amor da su unidad y equilibrio.

Se describe ahora, con su hondo significado, la marcha apresurada de Simón y el otro discípulo.

(El pintor suizo Eugenio Burnand (1850-1921) pintó en 1898 su mejor cuadro con esta es-cena. El cuadro cuelga en el Museo de Orsay en París).

Pedro y Juan, el gozne ministerial visible de la Iglesia, están inspirados por la

voz de una mujer. Y al llegar al sepulcro percibieron, por la fe, la verdad de la resu-rrección, que la encontraron en la Escritura. En efecto, se dice del segundo: “vio y creyó” (v. 8). Y se añade de los dos, en plural: “Pues hasta entonces no habían en-tendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos” (v. 9).

María Magdalena acaba de cumplir su primera misión, que luego, refrendada por Jesús, quedará coronada: es la Apóstol de los Apóstoles.

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María ha regresado al sepulcro, pero no se describe su marcha. Ahora bien, al ir-se Pedro y el Discípulo a quien Jesús quería, allí queda ella.

¿Por qué ellos se van y ella no? ¡Qué preguntas más racionales..., y en el fondo, inútiles! Inútiles para el amante.

María estaba llorando. Estaba al alba María, Llamándole con sus lágrimas. María y los mensajeros celestiales

Jesús ha escuchado ya las lágrimas de la esposa. Sin dejar de llorar, la mujer se asoma al sepulcro y ve a dos guardianes celestiales, vestidos de blanco – que es hermosura, triunfo y gloria - , a la cabecera y a los pies de donde había reposado el Rey.

Es una visión celestial, pero en su corazón María está alucinada por el esposo arrebatado. Los ángeles le preguntan, con tono noble, y los dos juntos, como el coro de una representación: “Mujer, ¿por qué lloras?” (v. 13). Y María les responde: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde le han puesto”.

¿Quién es este “mi Señor”? Los exegetas se han atrevido a decir que es “mi Ma-rido”. Es mi Señor nupcial. Y, si no fuera mi Señor nupcial, sería “mi Señor Dios”, que no es menos adoración.

María y el Jardinero del Huerto

Al volverse, María ve la Figura. Y ella, cegada por el amor, vio al Jardinero del

Huerto. Veía bien, pero no acaba de ver del todo. Y ahora, sí, entra el esposo con la voz creadora del amor. Si la fe nos viene “ex

auditu”, por el oído, según dice Pablo (fides ex auditu), el amor, que emerge con una mirada resplandeciente, se posesiona del todo con la voz. De la voz de Dios nació la creación, y de la voz de Cristo Adán nace ahora la nueva creación, dirigiéndose a Eva. Y le dice simplemente una palabra de amor esencial: ¡María! Que es lo mismo que decirle: ¡Amada mía!

Y María respondió con el mismo eco que salió de su corazón: ¡Rabonni!, “que significa ¡Maestro!”, advierte Juan (v. 16). (También los exegetas observan que era una palabra con la que una mujer podía dirigirse, reverente, a su marido).

Este es un encuentro de intimidad de dos que, al amarse se anhelan; se anhelan tanto, que Jesús (lo va a decir a continuación, por la mujer ha alterado su plan, como un día alteró su Hora en las Bodas de Caná).

María, la esposa anhelante, se ha abalanzado a los pies de su Señor, y los funde con sus besos.

El buen teólogo sabe que es la función de la mujer en la Iglesia, mayor que la cual ninguna otra existe.

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Subo a mi Padre, que es vuestro Padre, a mi Dios, que es vuestro Dios

María está disfrutando del primer abrazo que el Resucitado recibe de parte de los

suyos. (Nada decimos de la primerísima y única, María entre todos, María, la madre de Jesús. De esta aparición anota san Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espiritua-les: PRIMERA APARICIÓN SUYA. 11 Primero: apareció a la Virgen María, lo qual, aunque no se diga en la Escriptura, se tiene por dicho, en decir que aparesció a tantos otros; porque la Escriptura supone que tenemos entendimiento, como está escripto: ¿También vosotros estáis sin entendimiento?).

La Magdalena quisiera eternizar este momento. Pero Jesús le dice: “No me re-tengas, que todavía no he subido al Padre” (v.17) (Nota. La antigua traducción, la Vulgata, decía: Noli me tangere, No me toques. La nueva, la Nova Vulgata, dice: Iam noli me tenere, No me retengas...).

Jesús tiene prisa por ir al Padre, que es su lugar definitivo. Pero, de camino, ha querido hacerle una visita..., no a Pedro, no a Juan..., sino a María Magdalena. ¿Es atrevida la interpretación...? Pero es que las palabras lo están diciendo...

María Magdalena – hablando en mexicano – es “la consentida”. En fin, se desha-cen nuestros esquemas formales para dar sentido y expresividad a este mensaje di-recto del santo Evangelio.

Jesús, pues, va a subir al Padre, sin dejar la tierra. Se adelanta para prepararnos lugar, como lo había anunciado, con semejante lenguaje, en las palabras de la Cena.

Pero ahora nuestra consideración pasa de la Magdalena a las palabras de Jesús.

Jesús tiene para ella una encomienda, un nuevo Evangelio que ella ha de estrenar. “Anda, ve a mis hermanos..., corre a mis hermanos, y anúnciales cuanto antes...” ¿Qué les debe anunciar la Magdalena, la intermediadora, la vocera de Jesús, la evangelista, la Apóstol de los Apóstoles? Les debe anunciar, como profetisa enviada por Jesús, el nuevo Evangelio, es decir, el remate del Evangelio. Helo aquí: Anuncia a mis hermanos:

“Subo a mi Padre, ¡que es vuestro Padre!, a mi Dios, ¡que es vuestro Dios!” (v. 17). Ahora Jesús, el que fue crucificado, mora en el Padre, y es la palabra más bella

que tiene la Iglesia que anunciar a los hombres, comenzando por los Apóstoles. Éste es el Evangelio de la Resurrección. Y María Magdalena es el heraldo, la Apóstol de los Apóstoles (repetimos por tercera vez).

El entramado íntimo de la Iglesia

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La Iglesia del Resucitado es ciertamente una Iglesia jerárquica, basada en la con-fesión de Pedro por amor. El Discípulo amado lo recalca más que nadie. Y con todo, es este evangelista el que nos abre, como ninguno, los ojos para ver que esta Iglesia sacramental, la del cuerpo adorable de Jesús, que se nos entrega por el Espíritu, es una Iglesia en la que vista en todos sus rasgos, siempre el amor tiene la primacía.

Y María Magdalena ha sido la primera. Solo el amor es el motivo último de la constitución sacramental de la Iglesia (sacerdocio) y de la estructura jurídica (Pe-dro).

Este esquema de fondo tendremos que tenerlos muy presente, cuando la discu-sión recale sobre el sacerdocio de la mujer. A decir verdad, hay algo en la Iglesia más constitutivo que el sacerdocio ministerial.

La mujer con su vida – la Magdalena, en este caso – es la venturosa representa-ción del amor al Esposo, sentido de la Iglesia en este mundo.

Consideraciones sacerdotales: Al servicio de una Iglesia de hermanos del Señor

La Comunidad del Discípulo amado, tal como aparece en el capítulo 20 – capítu-lo final de la Resurrección, con su propia conclusión a todo el Evangelio (20,30-31) – y se prolonga en el capítulo posterior, que se percibe que es un añadido, también este con una conclusión a todo el Evangelio (Jn 21,25), tiene una figura específica, contorneada con sus rasgos propios.

- Es una Comunidad espiritual, - de hermanos, a quienes Jesús llama “mis hermanos” (como en el Juicio final), - que preside el Señor glorioso, - de cuyo cuerpo y costado, como en la cruz, manan los sacramentos de la Iglesia, - el gozo y la paz, - que vive en contemplación y amor, - y a la que se le asigna una misión en el mundo.

Hay ciertamente un pastoreo espiritual, que está basado en una profesión de

amor, que para nada es dominio mundano, sino ejercicio en el amor-servicio recí-proco. La función de Pedro (jerarquía del Señor) y la de Juan (amor oblativo) se compenetran sin ninguna posible colisión; se interfecundan. Ninguno puede oscure-cer a quien de verdad es el Señor, el único Señor.

El Sacerdote debe saber situarse en este entramado de amor. Acaso se identifique con Juan, pero ha de mirar a Pedro (como Pedro mira a Juan durante la Cena), y uno y otro han de mirar al Señor. En Tiberíades es Juan el que dice a Pedro: ¡Es el Se-ñor! (21,7 ).

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Y la Mujer..., la Magdalena, la aparentemente humilde feligresa o la escondida en un monasterio de oración, acaso deberá seguir cumpliendo la misión esencial de la Iglesia, y comunicando lo que a ella se le ha comunicado, la primera: ¡He visto al Señor, y me ha dicho para vosotros esto! ¡He visto al Señor!

Miércoles de Pascua, 27 abril 2011.

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38. Aparición a los discípulos

La Iglesia trinitaria de Jesús Resucitado (Meditación sobre Jn 20,19-23)

La Iglesia encerrada, triste y con miedo

La primera aparición a los discípulos, congregados como Iglesia, acaece en el mismo día de la Resurrección, por la tarde, al anochecer. Es la hora de la oración.

Esta es la primera visita que hace Jesús Resucitado a su Iglesia congregada. Lo había prometido en la Cena: “Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría” (Jn 16,22).

Esta es la situación de los discípulos antes de la visita del Señor; lo había predi-cho el Señor: “También vosotros ahora sentís tristeza”.

La profecía de Jesús sobre la próxima situación de los discípulos es variada y es-tá en los Sinópticos y en Juan. En los vaivenes de la Iglesia, cruzando el curso de los siglos, a lo mejor habrá que considerar estos “estado colectivos”, y quizás hoy es uno de esos momentos. La prueba de la Iglesia, que Jesús la asume como suya:

- es la desbandada y el abandono, - incluso la negación, - y, se consecuencia, la soledad de Jesús. La soledad de Jesús podemos contemplarla como la redención de su propia Igle-

sia. Con su soledad, que Jesús asume ante el Padre, Jesús purifica la fe de su Iglesia. Las palabras evangélicas nos lo insinúan: “¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, - mejor, ya ha llegado -, en

que os disperséis cada uno por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre” (Jn 16,32).

Y ofrece su paz y su consuelo, su aliento, incluso para esta ocasión: “Os he ha-blado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened confianza: yo he vencido al mundo” (16,33).

La soledad de Jesús es un gran venero de la mística cristiana; en ella queda for-

tificada la fe de la Iglesia. La soledad de Jesús tiene tres momentos de desarrollo: - soledad en el Huerto, aun cuando esté físicamente acompañado de los suyos. - La soledad le persigue en el proceso judicial; cierto intento de compañía como

“seguimiento” queda frustrado en la negación. Pero aquí hay una discreta compañía, que el Cuarto Evangelio recoge: “Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote” (18,15). Es un dato precioso que

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debemos recoger y ponderar. “El otro discípulo” sigue a Jesús en los pasos del jui-cio, y no lo niega, y lo acompañará hasta la Cruz. Aunque las palabras de Jesús in-cluyan a todos en la profecía del abandono, Juan tiene un lugar aparte. Juan ha sido el amor fiel, al menos discretamente fiel; esta es su misión específica entre los Doce. Juan representa la fibra del amor de la esposa.

Acaso el Señor pueda tomar mi soledad, mi austera soledad, para fortificar la fe

de su amada Iglesia. Los “estados de Jesús”, los “estados de la Iglesia” vuelven y tornan en la marea de los siglos. La desafección nos rodea, y este sentido de vivir en un sitio inhóspito pertenece al misterio de nuestra soledad, especialmente como so-ledad celibataria. Resuena en el fondo del corazón la palabra tonificante de Jesús: Yo no estoy solo, porque está conmigo el Padre.

La suma entrega del Resucitado

Tornemos, pues, “al anochecer de aquel día, el primero de la semana” (Jn 20,19). No olvidemos que cuando se escriben estas cosas, decenios después, estamos ya

en la Eucaristía de la Comunidad. Este anochecer del primer día de la semana es nuestra Eucaristía dominical para celebrar la memoria del Señor.

La entrega total de Jesús, que establece la “koinonía” en la Iglesia, está expresada por

- la entrega de su Presencia, - por la entrega de la paz, - por la entrega de la alegría, - por la entrega de su Cuerpo, - por la entrega de su intimidad. Son dones reales, cada uno de ellos, que provienen de la nueva realidad de Jesús.

En el misterio de la Encarnación se nos da ciertamente todo Dios, pero es en la Re-surrección cuando se hace efectiva la entrega otorgada.

La Iglesia es la destinataria de esos dones – todos los hermanos, todas las herma-nas – y he aquí que nosotros debemos ser conscientes del nuevo mundo en que he-mos entrado.

El primero es el don de la Presencia. Y esta presencia, para la que no obstan

muros, puertas y cerrajas, es la que disfruta la Iglesia. Si es cierto que “los suyos” lo abandonaron, él nunca abandonó a “los suyos”, ni se perdió ninguno de los que el Padre le confió: “Y así se cumplió lo que había dicho: No he perdido a ninguno de los que me diste” (Jn 18,9).

La Iglesia nunca ha sido abandonada de su Señor; al contrario, cuenta con la pre-sencia de Jesús. La Presencia está vivamente significada por la expresión joánica: “se puso en medio” (v. 19).

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El segundo don es la Paz. La paz nos la presenta el Evangelio de Juan como don testamentario, cuando de labios de Jesús escuchamos: “La paz os dejo, mi paz os doy” (14,27). La paz, como se sabe, es la suma de todos los bienes.

Jesús volverá sobre la paz en la Cena, cuando hable de esta forma: “Os he habla-do de esto, para que tengáis paz en mí” (16,33). “Paz en mí”, que parece asemejarse a una fórmula paulina es don de Jesús. También a los enviados en misión se les dice que entreguen la paz.

El tercer don es la alegría. Indica el texto sagrado: “Los discípulos se llenaron

de alegría al ver al Señor” (v. 31). Esta es la alegría prometida como don de resu-rrección en la Cena. Es la alegría inherente a la vida cristiana y de por sí indestructi-ble. “Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra ale-gría” (16,22).

La entrega de su Cuerpo. “Les mostró las manos y el costado” (Jn 20,20).El ver-

sículo es típicamente espiritual y místico, y queda con un sentido abierto que, cuanto más se piensa, más sugerencias aporta.

Esa ostensión de las manos y el costado no es tanto la prueba de identidad, como el acto de donación de sí mismo en las fuentes más pura de su intimidad: donación e invitación a acoger el don. Un cuerpo resucitado no tiene llagas..., y diremos que tampoco cicatrices... (Al P. Pío, que durante 50 años había llevado las llagas san-grantes de Cristo, antes de morir, 23 septiembre 1968, le desaparecen y sus manos quedan tersas, lo cual se interpreta como un anticipo de resurrección...).

Las llagas de las manos y el costado, abierto por la lanza, son la entrega sacra-mental a la Iglesia de su cuerpo manante de vida de Dios. No hay que fantasear acerca de cómo era, o pudo haber sido, la túnica de Jesús para que pudiera mostrar la llaga del costado.

Antes de morir, a Moisés “el Señor le mostró toda la tierra: Galaad hasta Dan...” (Dt 34,1). Los rabinos, propensos a la literatura mística, han desglosado todo lo que Dios mostró a su Siervo Moisés. Dios, al mostrarnos su intimidad, nos muestra sus secretos. Aquí son los secretos de la humanidad santa de Dios, que ha sido dada a la esposa amada.

La Iglesia, haciendo exégesis de este versículo, ora en el “alma de Cristo” (Ani-ma Christi): “Intra tua vulnera, absconde me” (Dentro de tus llagas, escóndeme).

La entrega del cuerpo sacrosanto es, simultáneamente, la entrega de la intimi-

dad divina. Si Dios nos muestra – me muestra – sus manos y su costado, habiendo dicho “Paz a vosotros” está diciendo que se entrega sin condiciones a nosotros; nos muestra y entrega los tesoros de su divinidad

La Iglesia de la Trinidad y del envío

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Si Jesús “está en medio”, Jesús se sabe enviado por el Padre y él, desde el Padre, envía el Espíritu para iniciar el día de la nueva creación.

La totalidad de la misión de Jesús, recibida del Padre, es trasvasada – tal cual – a su Iglesia, aquí naciente. Jesús es el “plenipotenciario” del Padre; es esa su misión universal. Ahora, en los mismos términos en que él recibió el mandato del Padre, él los pasa a su Iglesia. Exegéticamente hay que insistir en ello: exactamente igual que en Jesús, exactamente igual en la Iglesia. Quedamos “nivelados” con la Trinidad. San Juan lo repite con varias expresiones: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. El amor fluye de un plano a otro, sin desnivel.

La teología hablará de la “circuninsesión” divina (el movimiento circulatorio in-herente a la Trinidad, en la igualdad de las personas); san Juan nos presenta un com-partir de la vida divina de Jesús con los suyos, y acude a las mismas fórmulas de comunión y alianza. “Como el Padre para mí y yo a vosotros, y vosotros a mí”.

El envío misionero es un envío salvífico, y a la misma Iglesia, a la que se envía,

terminará con el envío del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, que es la purificación plena de la Iglesia.

La Iglesia toda es enviada. El Espíritu Santo (anticipación de Pentecostés) es en-viado a esta iglesia germinal.

Y esta Iglesia, como en el día inicial de la creación, cuando Dios sopló en Adán para que fuera ser viviente, recibe ahora, con el soplo de Jesús, el Espíritu Santo, que es principio, corona y fin de la obra salvífica.

Está naciendo la Iglesia. Yo, cristiano, soy partícipe de estos dones que gratis Dios nos otorga. Yo, Sacerdote, como ministro del Señor, como servidor de su mesa y de su pue-

blo, recibo lo que se me entrega (que son también dones para mí) y los entrego a la Comunidad, a la Iglesia santa de Dios.

Puebla, Miércoles de Pascua 2011

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39. Aparición a los discípulos con Tomás

San Juan 20,24-29 (Una meditación sacerdotal en Ejercicios)

El llamamiento a la mística

La secuencia de pensamiento que van brotando en el corazón al paso que avan-zamos en el examen de los relatos de las apariciones – estamos en Ejercicios Espiri-tuales - nos impulsa a aceptar estas conclusiones:

1. Es connatural a la fe cristiana la experiencia mística de las verdades que se nos

han transmitido. 2. De alguna manera todo cristiano lleva dentro de su corazón un místico destinado

a vivir familiarmente con el misterio. 3. Probablemente yo tengo una llamada personal hacia ese tipo de vida interior que,

sin una fenomenología exótica, puedo llamar con rigor “mística”. 4. Claro que el aceptar mi vocación mística me llevaría a una reorganización de es-

tilo y de detalles que pueden modificar bastante mis hábitos. 5. Me atrevo a atisbar por dónde puede ir mi camino espiritual como camino místi-

co:

a) Tendré que poner la oración como ritmo acompasado de mi vida, día a día. b) Mi oración la tengo que orientar hacia un modo y talante contemplativo. c) Obviamente el alimento de mi experiencia mística va a ser una lectura constan-

te, amorosa, de las sagradas Escrituras como libro de las maravillas de Dios, que me unge de sabiduría y me lleva a contemplar y proclamar la grandeza del amor de Dios.

d) Igualmente me tengo que abrir a una liturgia que sea del todo objetiva, pasando de los textos al misterio, y no cediendo al engaño de una liturgia efectista que complace pasajeramente los oídos.

e) Debo renunciar a un estilo profano de de vida, de reacciones, de apariencias (empezando, acaso, por mi modo de vestir), sin que tenga por qué adoptar un aire de falsamente devoto.

f) Al contrario, todo lo que sea vida (por ejemplo, la estética en múltiples formas) lo veré y lo apreciaré dejándome llevar por esa fascinación que se opera en lo profundo del ser.

g) Buscaré que el sentido de la Presencia de Dios impregne mi ser y sea inherente a mi estilo íntimo ante la vida.

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h) ¿Seré capaz de aceptar este estilo como vocación? ¿Acojo humilde y valerosa-mente esta llamada de que el mundo no tiene tanto necesidad de maestros cuanto de testigos (Pablo VI, Evangelii nuntiandi), y que un testigo es, ante todo, un hombre – una mujer – cogido y atrapado por Dios, de tal manera que Dios sea su área de existencia?

Esa veta mística, esa vena de agua viva, esa palabra no convencional sino au-téntica brotada del encuentro, la necesita imperiosamente el mundo secularizado en que vivimos; la necesita nuestra institución eclesial; la necesita nuestro presbi-terio, lo mismo que nuestros colectivos de religiosos. Cuando la edad crece y abruma, es muy fácil renunciar a la vida e ir pasando el tiempo anodinamente.

(Karl Rahner escribió que «el cristiano del s. XXI será místico a no será». Frase muy citada, con pequeñas variantes, sin alusión al libro de donde procede).

Podríamos definir al místico, por poner ejemplos, con estas aproximaciones: - el que presenta la otra parte de la alternativa de una manera muy distinta y vin-

cula a ella su persona; - el que está dispuesto a perderlo todo al iniciar un proyecto; - el que, olvidando todo su pasado, comienza un proyecto nuevo sin dejar abierto

el camino de retorno; - el que piensa (y actúa en consecuencia) que Cristo Crucificado tiene razón por

sí solo; - el que con alma, vida y corazón, está dispuesto a consagrarse a un proyecto ne-

cesario pero sin vías de futuro...

El caso de Tomás: La incredulidad de los que, por lo demás, creen

1. Para entender el caso de Tomás hay que partir del hecho de que: - Los apóstoles, en su conjunto, no creyeron. Sintetiza el Evangelio de Marcos: “Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María

Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dure-za de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado” (Mc 16,9-14).

2. Con esto se puede llegar a esta diagnosis: la resurrección, de por sí, ni es evi-

dente, ni es argumentable. La incredulidad básica frente a la resurrección es como el “hominis status naturalis”. Lo natural es no creer

La fe, por lo tanto, será don y gracia.

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Con todo Jesús les echa en cara su “incredulidad”, bien sea al grupo, bien sea, particularmente, a Tomás. Con ello se deja entender que la Comunidad confesante es motivo de fe, op nos abre a la fe.

3. En el caso sucede que esta incredulidad es propia - de los buenos, - e, incluso, de los Apóstoles. Tomás es un hombre decidido (Jn 11,16), un após-

tol de la intimidad de Jesús (Jn 14,5). 4. Un análisis último nos lleva a percibir que entre la incredulidad (no ha resuci-

tado, porque eso es imposible) y la fe (sí ha resucitado, porque Dios lo testifica) hay una pared divisoria que solo la gracia la puede derribar. Y esto, sólo si uno acepta recibir la gracia que se le da.

Una incredulidad constitutiva del corazón humano

Posiblemente el corazón humano, natura sua, está instalado en una especie de incredulidad constitutiva (con hambre, por otra parte, de lo transcendente), que tiene diverso cariz:

- una incredulidad que es más bien una ignorancia pasiva, - una despreocupación de las cosas cuyo conocimiento no aporta un fruto renta-

ble, - una incredulidad que nos ata a vivir en este más acá de las cosas en lugar de

traspasarnos al más allá, - una incredulidad es una especie de indiferencia, apatía, adormecimiento... por

las cosas del Espíritu, que puede ser estado habitual años y años, - una incredulidad-rutina, de quien celebra los sacramentos más bien por honesti-

dad profesional y da consejos de modo abstractamente convencional. - En fin, hay una incredulidad que está justificada por la soberanía de la razón,

que busca la evidencia de las pruebas, bajo mi control personal. Hasta aquí ha deri-vado la incredulidad de Tomás.

La incredulidad nos mantiene en un encogimiento del ser; retiene y aprisiona la expansión del corazón.

La prueba de la Encarnación que Tomás exige

En la prueba que Tomás exige para dar su asentimiento y creer – es decir, entre-garse al Resucitado – queda evocada la escena anterior. Jesús ha entrado con su car-ne santísima en contacto con la comunidad creyente. Para Tomás, como increyente, no es posible:

- ni la nueva realidad de Jesús carne del Espíritu, - ni la comunión con la comunidad de seguidores.

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Por otra parte, y además de lo anterior, Tomás enfrenta su yo personal, que debe

ser garante de estas verdades, frente a la comunidad que es comunidad de discípulos, ayer de Jesús paciente hoy de Jesús Resucitado. La fe, como acto personal, requiere mi verificación personal, y la comunidad (que luego llamaremos “tradición”) no me lo puede proporcionar.

Tomás, por tanto, pone ante los ojos de la iglesia el problema central de la fe, li-gada al testimonio de Dios y a la transmisión en el seno de la Comunidad.

La prueba de la Encarnación que Jesús da

A Tomás se le invita ahora a ver y palpar el cuerpo de la Encarnación a pasar de

la incredulidad a la fe. Entre ambas la separación puede ser una simple membrana; la distancia, sin embargo, es insalvable.

La prueba para Tomás es la misma que ha negado: el contacto de la Encarnación, consumada en la Resurrección, por la comunión con este mundo. Jesús Resucitado es presencia vivificante del mundo. Aceptar esto es entrar en la fe.

La fe, por lo tanto, es comunión con la carne de Cristo, con su santa humanidad. La fe da el paso sublime a la divinidad. Jesús invita a vivir con su divinidad tangible, como si su cuerpo (es decir, su vi-

da, su dolor, su sangre, su delicia...) estuviera conglutinado en nuestra experiencia empírica; como si el mundo nuevo – lo que ni ojo vio, ni oído oyó – fuera parte de nuestra realidad cotidiana

La fe de Tomás culmina en la adoración: ¡Señor mío y Dios mío!

Sin duda que la fe tiene múltiples manifestaciones, cuantas son las manifestacio-

nes de la vida, porque toda vida pasa a ser fe. Pero la fe tiene una manifestación propia sublime: la adoración amorosa. Esa adoración es el punto que nos coloca en ese anhelo del tránsito hacia Él.

Nuestra oración, como ejercicio, tiende a eso: a terminar en un “¡Dios mío, te amo!” Si esto existe, existe la oración; si nuestra oración no queda traspasada en un “Te amo” queda retenida en una reflexión.

“Más” bienaventurados los que crean sin haber visto

La bienaventuranza final del relato va dirigida a los destinatarios del Evangelio. Hay una comparación entre el caso de Tomás y el nuestro. Nada se le quita a Tomás, pero lo que se pondera es la gracia nuestra, que, sin la “prueba empírica” de la fe alcanzamos lo que Tomás alcanzó.

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Y esta es la gracia a la que el Señor nos invita: la gracia de la fe total. Es la - fe-abandono, - fe viva y oscura, - fe perseverante, - fe que implica y entrega toda la vida

Puebla, Jueves de Pascua, 28 abril 2011.

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40. Domingo II de Pascua de la Divina Misericordia

En la beatificación de Juan Pablo II, Papa Hermanos: 1. Este Domingo octava de Pascua, que este año ha coincidido con el 1 de mayo,

Día Mundial de las reivindicaciones de los Trabajadores, en los anales de la Iglesia Católica quedará como el día en que fue beatificado el Papa Juan Pablo II, el Papa a quien todos nosotros hemos conocido en la televisión; a quien seguramente le hemos visto en nuestras calles y plazas. Y a lo mejor, hasta tenemos una foto con él.

El que en este momento habla sí la tiene. No es cosa para presumir, como si el tener un retrato con el Papa nos diera una categoría especial, poco menos que un título nobiliario; miles y miles lo tenemos. Lo emocionante es poder decir con la foto en la mano: Mira los Ciudadanos del cielo y los Ciudadanos de la tierra, esta-mos emparentados; parece que somos de la misma familia...

Y así es en verdad, porque el Señor que nos dado vida y gloria es el mismo. En realidad, en este tiempo de Pascua, que inauguramos en la Vigilia pascual, los rela-tos de las apariciones, que hemos ido proclamando y escuchando en las misas de la primera semana pascual, nos dicen esto. Una relación de familia une a Jesús con los suyos, que ha dejado en la tierra.

2. Las dos escenas evangélicas de este domingo – lo que ocurrió en la noche del

día de resurrección, lo que ocurrió una semana después, siempre de la mano de san Juan – nos lo dicen divinamente.

Para Jesús Resucitado no hay espacio: cruza los espacios, atraviesa los muros sin quiebra de su cuerpo glorioso. Pero es que tampoco hay tiempo, podemos añadir. Esas dos coordenadas de la materia, espacio y tiempo, no existen para su presencia en medio de nosotros. No hay lejanía de tierra, no hay siglos ni milenios que nos separen de él. Lo que narra el Evangelio, que es el sacramento de su presencia, acontece hoy y acontece aquí. El Evangelio se escribe no para recuperar memoria de algo que ya pasó, sino para actualizar un acontecimiento que es nuestro y que está presente. Así el Evangelio alcanza su plenitud.

3. ¿Qué está diciendo, pues, el Evangelio? Que Jesús se presenta en medio – él es

el centro de nuestra comunidad –; que nos abre manos y corazón, todos los tesoros de Dios, que él los disfruta; que nos da la paz, esencia de todos los bienes; que nos entrega el Espíritu Santo, término de la Trinidad; que nos da el perdón de los peca-dos y la plena amistad divina; en suma, que nos da su divino cuerpo, que en la fe

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podemos adorar y disfrutar como fuente de todas las delicias, porque es el cuerpo sacratísimo de Dios humanado, el mismo que recibimos en la Eucaristía.

¿Hay una palabra que puede juntar todas estas cosas? Sí la hay, y ésta es: el Amor de Dios. En Jesús Resucitado se desborda y se entrega a la criatura todo el amor de Dios; Y este Amor tiene otra palabra equivalente: la Misericordia. La Mi-sericordia no es sino el amor percibido por el indigente como ternura, compasión, acogida.

4. Nada extraño que el año 2000, tal domingo como hoy que entonces cayó el 30

de abril, domingo en el que el Papa canonizaba a su compatriota la humilde religiosa Faustina Kowalska, santa Faustina Kowalska (nacida el 25 de agosto de 1905, muere el 5 de octubre de 1938), el Papa dijera en su homilía: “Es importante que acojamos íntegramente el mensaje que nos transmite la palabra de Dios en este segundo do-mingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de "domingo de la Misericordia divina". Año antes, en 1993, el Papa había escogido también el Domingo II de Pascua para la beatificación de Sor Faustina.

En realidad, la cosa venía de lejos. Cuando Karol Wojtyla era el joven arzobispo de Cracovia introdujo la causa de beatificación de esta humilde religiosa (1965) que perteneció a las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia. Sus escritos de re-velaciones y comunicaciones celestiales estuvieron durante años censurados y prohibidos (1959).

El último toque de amor de la Divina Misericordia para este Papa, que escribió una encíclica sobre Dios, rico en misericordia (Dives in misericordia, 1980), fue cuando su muerte. Recordamos cómo la televisión transmitía aquellas imágenes del pueblo cristiano velando la agonía del Papa desde la plaza de San Pedro. Lo que no pudo transmitir fue la misa en la habitación del Papa poco antes de morir. El Papa Juan Pablo II murió el 2 de abril de 2005, a las 21:37 horas. Comenzaba el Domingo de la Divina Misericordia y ante el lecho del agonizante se celebró la Misa del Do-mingo II de Pascua o de la Divina Misericordia.

Nos place y llena de devoción que en el folleto de la liturgia de la beatificación del Papa (que puede verse en Internet, vatican.va) contemplemos esta imagen: el Jesús de la Divina Misericordia, ese Jesús ante el que decimos “¡Jesús, en ti con-fío!”. Los rayos que salen del corazón de Jesús – la sangre y el agua, que salieron de su divino costado, los sacramentos y el don del Espíritu Santo – desciendan sobre la cabeza del humilde y piadoso Juan Pablo II, de rodillas en oración.

5. En este domingo en que toda la vive con gozo esta gracia, queremos de nuestra parte unirnos a este homenaje, que bien entendido es un homenaje a Cristo, amor misericordioso del Padre. A él la gloria y la alabanza y la acción de gracias por todo la eternidad. He aquí el himno que de nuestra parte hemos compuesto.

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Himno en la beatificación del Papa

Juan Pablo II (Roma, 1 mayo 2011)

Juan Pablo de mil caminos, con la cruz de Cristo alzada, ¡una peana de amor hoy la Iglesia te levanta! 1. Cristo Jesús Redentor fue tu primera palabra: ¡abrid las puertas a Cristo, sin miedo, con esperanza! 2. Y a la Virgen, dulce Madre, acogeos con confianza: “Soy todo tuyo”, María, de Jesús trono de gracia. Juan Pablo de mil caminos, con la cruz de Cristo alzada, ¡una peana de amor hoy la Iglesia te levanta! 3. Europa – Oriente, Occidente – dos pulmones para un alma, y una fe, testigo vivo de sus raíces cristianas. 4. Y el mundo, nuestra familia, que Dios mismo a sí consagra; reine el amor y la vida, Dios viviente en toda raza. Juan Pablo de mil caminos, con la cruz de Cristo alzada, ¡una peana de amor hoy la Iglesia te levanta!

5. Juan Pablo el humilde y grande, hoy coronado en la Patria, Beato Juan Pablo, hermano, y amigo que nos abrazas.

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6. ¡Divina Misericordia de Dios que perdona y ama, por el don de este cristiano gloria y hermosa alabanza! Amén. Juan Pablo de mil caminos, con la cruz de Cristo alzada, ¡una peana de amor hoy la Iglesia te levanta!

Puebla de los Ángeles (México), 9 abril 2011 Rufino María Grández Lecumberri, OFCap

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41. Beato Juan Pablo II - El día después

Soliloquio desde el corazón de la Iglesia

Ayer fue beatificado el Papa Juan Pablo II, que durante XXVII años cruzó por el

curso de la vida de la Iglesia peregrina (1978-2005), y de mi vida en concreto Algo misterioso llamaba a mi corazón para levantarme a las 3 de la madrugada (hora de México) y encender el televisor hasta las 6 del día, cuando se cerró el programa con un beso de los cardenales al ataúd – ya relicario de Papa – que de las Grutas Vatica-nas subía los altares. Era el amanecer y los hermanos ya estábamos convocados para la oración, pero tuve tiempo para ir a la computadora y ver si ya estaba recogida en Internet la homilía de Benedicto XVI. Estaba; la imprimí cuidadosamente, para mi uso íntimo y para servirme de ella en las tres misas que tenía asignadas en este do-mingo; y así lo hice.

El día fue demasiado breve para cargar con tantas vivencias que suscitaba en mi espíritu este evento histórico en la Iglesia. Y al despertar esta mañana, iban y venían, mecidas en el albor del día, que es una hora privilegiada de encuentro con la verdad.

Quizás a algún confidente respetuoso le puedan hacer algún bien, en ese paren-tesco universal que nos une.

1. Nos guste o no, o nos agrade más o menos, definitivamente el polaco Karol

Wojtyla, Juan Pablo II, y ahora cálidamente Beato Juan Pablo II, ha subido y muy alto en el pódium de la historia del siglo XX. Si la historia concede apellidos a Re-yes y Papas, ya a este Ciudadano universal, desde su muerte, algunos quería llamar-le Juan Pablo II, el Grande. Personalmente no me agrada que le pegaran ese mote de honor, que para mi modo de ver es una amenaza a esa humildad y sencillez de quie-nes seguimos al único Señor, al Siervo Jesús de Nazaret.

Los políticos, los seculares, lo podrán junto de cara a la era del Comunismo: él derrocó el comunismo en Europa; primero con Solidaridad en Polonia, y después, desde Polonia, en la Unión Soviética. En su juventud fue víctima del comunismo imperante; ahora, vencedor.

Ciertamente que Juan Pablo II en la coyuntura histórica de la Iglesia del siglo XX, tan zarandeada por el secularismo que iba irrumpiendo y afianzándose, el Papa ha sido el mejor embajador de la Iglesia Católica para los creyentes católicos y fren-te al mundo. El Papa venido de lejos ha hecho que la Iglesia tuviera presencia, lugar y crédito ante el mundo. Nadie ha visitado tantas naciones; nadie ha recibido tantas aclamaciones.

Pero quizás haya profetas o serios pensadores, que sugieran: No, esa gloria ha si-do precisamente la debilidad de su pontificado. El triunfo de masas no es justamente el camino de Jesús. Las multitudes que hoy aclaman quizás mañana voten leyes en contra de los principios que firmememente enseña el Papa. Era un comentario surgi-

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do en España, cuando dos millones salieron a aclamar al Papa en Madrid, también el gobierno (1982) y al poco tiempo venían las leyes en pro de una sociedad muy dis-tinta de la que el Papa proponía.

México ha amado, ha idolatrado al Papa. Esto es cierto y nos complace. Años an-tes de la muerte le levantaron una majestuosa estatua de bronce ante la Basílica en la Villa. Con todo, en esta ocasión, los críticos hacen una evaluación del paso del Papa por México y América, evaluación que ya antes la había sugerido el mismo Papa ante el episcopado.

Un periódico mexicano, con filo crítico frente a la beatificación, acumulaba da-tos: En 1970 el 96,17 % del censo de la ciudadanía se profesaba católico; en 1980 había bajado el porcentaje al 92,62 %, pese a la primera visita. Hubo cuatro visitas más y el censo del pasado año (2010) dice que el 82,72 % son católicos. Dicen ade-más las estadísticas que en 2008 sólo el 73,69 % pasan por el sacramento del bau-tismo en católico.

Estos datos en sí alarmantes, porque son datos que se aumentan de modo progre-sivo, no anulan el fervor sincero que los mexicanos han manifestado al Santo Padre, pero sí nos abren los ojos a una realidad palmaria: la fe de multitudes – que nos agrada y hasta nos consuela y fortalece - no es precisamente la fe que construye la Iglesia.

2. El Papa ciertamente ha batido todos los records de cosas grandes, como lo in-dican al dar noticias de su pontificado en cifras. Y la última cifra ha sido la de su beatificación. L'Osservatore Romano de hoy, que por honestidad profesional trata de ser lo más objetivo posible, habla en portada de millón y medio de peregrinos, venidos de todo el mundo, y muestra una foto aérea en la que la plaza de San Pedro se desborda por la Via della Conciliazione hasta el Castel Sant'Angelo. Los que han llegado a Roma semejaban, mirando la plaza y las calles, como un inmenso mar... Pero no era solo Roma. Como no ha ocurrido con otros santos, al tiempo que se pre-paraba o se celebraba la beatificación, había estadios y centros de convenciones que congregaban a multitudes en vigilias de oración u homenajes para honrar a: “Juan Pablo – Segundo – te quiere todo el mundo”.

Negar estos homenajes apoteósicos y no abrirse al caudal de cariño que los mue-ve sería cerrase orgullosamente a la evidencia. Mirabilis Deus in sanctis suis: Dios es admirable en sus santos.

Foto de 1989, escogida para presidir la beatificación

3. Con todo, no es esa la “vera effigies” que la Iglesia guarda de quien, con tan larga bendición, fuera pastor, testigo de la fe, misionero..., de quien empalmó con la hora de la juventud y defendió, como antropología, un humanismo filosófico abierto al Evangelio.

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Hay que volver a los píos años de su juventud en los tiempos de la piadosísima Polonia, en medio de la lucha engendraba santos portadores de la piedad tradicional. La devoción a la Virgen era un puntal clave. Cuando los hermanos de mi generación vimos que el Papa elegido tenía como lema el “Totus tuus”, nosotros sabíamos per-fectamente qué significada, porque esa era la espiritualidad que se nos había infun-dido desde niños seminaristas: ad Iesum per Mariam, la consagración de esclavos de amor a la Virgen María. Luego vimos que el Papa, a sus cincuenta años de sacerdo-te, haciendo el repaso de su vida, en el libro sobre el sacerdocio Don y Misterio, ex-plicaba detalles. Y más tarde abría su corazón a la familia montfortiana, con el moti-vo (acaso excusa) de conmemorar los 160 años del descubrimiento del Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María de San Luis María Grignion de Montfort. Les decía: “A mí personalmente, en los años de mi juventud, me ayudó mucho la lectura de este libro, en el que "encontré la respuesta a mis dudas", debidas al temor de que el culto a María, "si se hace excesivo, acaba por comprometer la supremacía del cul-to debido a Cristo" (Don y misterio, BAC 1996, p. 43). Bajo la guía sabia de san Luis María comprendí que, si se vive el misterio de María en Cristo, ese peligro no existe. En efecto, el pensamiento mariológico de este santo "está basado en el miste-rio trinitario y en la verdad de la encarnación del Verbo de Dios" (ib.)” (Carta del 8 de diciembre de 2003).

Esta forma de devoción, que no se puede imponer a nadie para seguir el camino de la perfección cristiana, da razón de uno de los secretos más puros y constantes del alma del Beato Juan Pablo. Esto explica sus documentos marianos, sus visitas a los santuarios de la Virgen en su viajes apostólicos, y también y, sobre todo, la linfa de su fervor cristológico. El centro de su corazón no es la Virgen, la Madre; es Cristo. Cristo Jesús, Redentor.

Todo esto queda dentro del corazón de la Iglesia. Los analistas sociológicos dirán otra cosa con otro lenguaje mucho más en consonancia, pero los que antes del Con-cilio hemos seguido el camino en ese tono espiritual y esa praxis piadosa, lo com-prendemos muy bien, y vemos con evidencia – al mismo tiempo que con sabroso gozo – que de ese foco del amor a María y a Jesús se deriva todo: su ímpetu sacerdo-tal, su afán de misionero universal, su gran proyecto de llevar a la Iglesia al Tercer Milenio por los caminos marcados por el Vaticano II.

Para siempre Juan Pablo será alguien en nuestra vida, en mi vida personal (como lo es Pablo VI, por quien tengo celo para que cuanto antes suba a la misma peana, con su rostro humilde, con su corazón fragante, con su mente modernísima abierta al mundo).

Yo guardaré el volumen que ahora contemplo ante mí: el volumen de sus 14 en-cíclicas. Pero fueron igualmente maravillosos los documentos que originó para pre-parar, celebrar y concluir el Año Bimilenario de la Redención (Año Jubilar del 2000), e iniciar el tercer Milenio: Tertio Millennio ineunte, éste una auténtica joya de vida espiritual.

Hermano, hermana, que me has hecho la gracia de leer este soliloquio y confi-dencia, pasó el Día, y van a volver las aguas a sus cauces normales, también los sen-

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timientos sublimados con la emoción de la jornada de ayer. Pasaron las fiestas, pero algo para siempre ha quedado en mi corazón, que de alguna manera he tratado de expresarlo.

Concluyo, querido confidente, amada confidente: que sea la verdad la medida de nuestra serenidad; y que sea el amor el balbuceo de algo que quisiera decir y que, bajando los ojos, no puedo decir... Comprenderás: el amor es siempre más, por eso como nada participa del ser divino.

Hermano Juan Pablo, Beato Juan Pablo, ruega por mí. Puebla de los Ángeles (México), 2 de mayo de 2011, san Atanasio de Alejandría.

Publicado por Fr. Rufino Ma. Grández, OFMCap en 20:59 Nota sobre la foto oficial de la beatificación

ROMA, 10 May. 11 / 09:04 am (ACI/EWTN Noticias) Cuando el 1 de mayo se desveló en la Plaza de San Pedro la imagen oficial del nuevo Beato Juan Pablo II, la multitud estalló en aplausos y lágrimas de emoción ante aquel rostro tierno y sereno. El fotógrafo polaco Grzegorz Galazka tiene una historia detrás de esa foto.

Para Galazka, compatriota de Juan Pablo II y fotógrafo de numerosos viajes papales entre 1985 y 2005, es un honor que su foto haya sido elegida como la imagen oficial del nuevo beato.

"No sé cómo eligieron mi foto, pero como se puede ver les gustó", afirma el fotógrafo a ACI Prensa des-de Roma, donde vive hace varios años.

"La foto fue tomada en una visita a una parroquia romana el 19 de febrero de 1989, uno de los muchos viajes que el Papa hizo a parroquias romanas."

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42. La Cruz de mayo

Hermanos: 1. Quiero comenzar esta homilía con una ilustración que es bueno saber para

quedar informados de cómo nacen ciertas fiestas en la Iglesia. El día 13 de septiem-bre del año 335 se consagró en Jerusalén la basílica que hoy se llama del Santo Se-pulcro, lugar céntrico de las peregrinaciones cristianas, y que los orientales prefieren llamar la Anástasis, es decir, Resurrección, Basílica de la Resurrección del Señor.

Allí se venera el lignum crucis, el leño de la Cruz, que fue hallado, según tradi-ción por santa Elena, la madre de Constantino. El día siguiente a la dedicación, es decir, el 14 de septiembre, se hacía la ostensión de la Santa Cruz, del leño sagrado, celebración y fiesta que pasó a las Iglesias de Oriente. Siglos más tarde pasaría a Occidente.

Diversos avatares de la historia hicieron que la Santa Cruz tuviese otra fiesta el 3 de mayo: la Cruz de mayo y la Cruz de septiembre. En tiempo del Beato Juan XXIII se suprimió la Cruz de mayo, pues en realidad, aunque con matices distintos (inven-ción, y exaltación), era una doble de la otra. La Iglesia lo que celebrar es la Exalta-ción de la Santa Cruz (In exaltatione sanctae Crucis)

2. Ahora bien, en México, viendo los obispos cuánto arraigo popular tenía la

Cruz de mayo, pidieron a la Santa Sede que se siguiera celebrando. Y así se hace. La fiesta de la Santa Cruz es de por sí el Viernes Santo, cuando adoramos a la Cruz ,pues en ella estuvo pendiente la salvación del mundo.

La Cruz de mayo tiene en México una nota peculiar: es la fiesta del gremio de la construcción. “Los albañiles acostumbran colocar, en lo alto de la fachada de la casa en construcción, una cruz de madera adornada con flores y papel de china, previa-mente bendecida por un sacerdote La fiesta de la Santa Cruz es motivo de jolgorio para los albañiles y estos festejan con cohetes, música, baile y platillos típicos, con familiares y amigos, en la "obra" donde estén trabajando.

Esta tradición data de la época colonial a partir de la formación de los gremios y según viejas crónicas fue impulsada por Fray Pedro de Gante” (Información recogi-da al azar en Internet).

3. De hecho hay un simbolismo hermoso entre la Cruz y el edificio. ¡Cuántos

edificios son coronados con la señal de la Cruz! Por de pronto, las iglesias. Si vemos una torre con una cruz, al punto deducimos: Es una iglesia.

Pero la cruz campea en lugares y actividades, que a nosotros nos evocan al Sal-vador. Una sepultura cristiana lleva una cruz, que dice más que todo lo que puedan decir las palabras.

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La Cruz ha sellado nuestra civilización cristiana. La cruz en los montes, domi-nando el paisaje e invitando a la adoración; la cruz en los cruces de los caminos, marcando un rumbo en la vida; la cruz en las entradas de las ciudades.

La Cruz, la Santa Cruz ha sido el nombre de muchas instituciones cristianas. La Cruz con el Crucificado, es decir, el Crucifijo, que debe tener su puesto de honor en una familia cristiana, y este podría ser el dormitorio. En suma, la Cruz es la identi-dad del cristiano, y el signo de profesión de nuestra fe. La Cruz no puede ser una adorno convencional y artístico; de sí misma está destinada a ser algo más: un signo testimonial (nunca agresivo) de la fe que profesamos.

4. Conocida es en España la “guerra de los crucifijos” que hemos tenido, gracias

a Dios resuelta. Hay que quitar los crucifijos de las escuelas, porque es un signo confesional, y la escuela es laica y no puedo imponer creencias. Después de senten-cias y recursos, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) decidió que no había por qué quitarla.

Según la sentencia, "un crucifijo colgado de una pared es un símbolo esencial-mente pasivo, cuya influencia sobre los alumnos no puede ser comparada a un dis-curso didáctico o a la participación en actividades religiosas".

También agrega el texto que la presencia de crucifijos no está asociada a la ense-ñanza obligatoria del cristianismo; no es un adoctrinamiento, sino la expresión de la identidad cultural y religiosa de los países de tradición cristiana y "nada indica que las autoridades se muestren intolerantes hacia los alumnos de otras religiones, no creyentes o de otras convicciones filosóficas".

Esta solución consensuada, políticamente correcta (que agradecemos que así sea), no toca la entraña de lo que quiere significar para nosotros, cristianos por gra-cia de Dios, el símbolo adorable de la Cruz. El crucifijo no es simplemente un signo cultural, y por ello digno de respeto; es el símbolo mismo de Jesús, Dios y Redentor, que nos ha purificado de nuestros pecados por la sangre de su cruz, y en ella nos ha entregado todo el amor de Dios. A esa Cruz, que adoramos en Viernes Santo, se-guimos venerando cuando la contemplamos. Ante esa Cruz rezamos con hermosos himnos, antífonas y oraciones que ha ido creando la liturgia a través de siglos de amor.

5. Y también de nuestra parte a esa Cruz cantamos con versos que, germinados

en este corazón personal, quieren respirar con el aliento y la fe de la Iglesia. Brille la Cruz del Verbo, luminosa, brille como la carne sacratísima de aquel Jesús nacido de la Virgen que en la gloria del Padre vive y brilla. Gemía Adán doliente y conturbado, lágrimas Eva junto Adán vertía;

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brillen sus rostros por la Cruz gloriosa, Cruz que se enciende cuando el Verbo expira. ¡Salve, Cruz de los montes y caminos, junto al enfermo suave medicina, regio trono de Cristo en las familias, Cruz de nuestra fe, salve Cruz bendita! Reine el Señor crucificado levantando la Cruz donde moría; nuestros enfermos ojos buscan luz, nuestros labios el río de la vida. Te adoramos, oh Cruz que fabricamos pecadores con manos deicidas; te adoramos, ornato del Señor, sacramento de nuestra eterna dicha. Amén (Puebla, 3 mayo 2011)

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43. Jesús de la Misericordia

Hermanos: 1. En la reflexión u homilía anterior dejé aquí mi palabra al eco de la celestial ce-

lebración del Beato Juan Pablo II. Que sea bendición para la humilde Iglesia del Se-ñor Jesús. Ahora completo, pero ya no mirando la figura del Papa santo, sino de aquel a quien aclamamos “tu solus sanctus, tu solus dominus, tu solus altissimus, Iesu Christe”. Cristo es el único que merece el nombre de Santo; los demás – estén en el cielo o peregrinemos en la tierra – por redundancia. Somos, sí, los santos del Señor.

Vengamos, pues, a sondear el mensaje del domingo pasado, que Juan Pablo II, quiso que se llamara Domingo II de Pasca o de la Divina Misericordia.

2. Detrás de ello hay una religiosa polaca, sor María Faustina Kowalska. Murió

joven, a los 33 años, en Cracovia, el año 1938. Veintisiete años después (21 octubre 1965) el joven arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, introdujo el Proceso informa-tivo de esta causa, que se cerró dos años más tarde (20 octubre 1967) para pasarlo a Roma, en una sesión presidida por el arzobispo de Cracovia que lo era el ya Carde-nal Karol Wojtyla. Siendo Papa la beatificó en el Domingo de la Divina Misericor-dia (18 de abril de 1983), y la canonizó en el Domingo de la Divina Misericordia (30 de abril de 2000).

Caminos de la Providencia que se sirve de circunstancias muy pequeñas para lle-var a cabo cosas grandes. Sor Faustina era una humilde, humildísima religiosa, co-menzando a dar a esta palabra un sentido literario elemental. Su formación no pasó de la escuela primaria, pues sus estudios fueron tres años tan solo, más exactamente: “Su educación escolar no duró ni siquiera tres años: al cumplir 14 años abandonó la casa familiar para trabajar de sirviente en Aleksandrów y Lodz, y mantenerse a sí misma y ayudar a sus padres” (Sor Ma. Elzbieta Siepak, en la Introducción a la pu-blicación del “Diario: La Divina Misericordia en mi alma”). La pobreza real de una familia, e incluso del entorno, marca muy decisivamente la ruta de la vida.

Dios por medio, y la joven Elena, que así se llamaba de bautismo, pudo ser reli-giosa en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia. Esta santa religiosa, con el consejo apremiante de su confesor, escribió en los cuatro últimos años de su vida un Diario. Ese Diario son seis Cuadernos, que el lector in-teresado los encuentra íntegros en Internet, llenando un archivo inmenso de unas 700 páginas (depende, claro, del formato de impresión, texto dividido en 1828 nú-meros. Véase el archivo como: santa_maria_faustina_kowalska.htm). Y en esas pá-ginas el hombre espiritual puede pasearse para ver las maravillas que Dios hace con personas humildes.

Es cierto que esta humilde mujer se siente con una vocación que trasciende su persona y su convento. “Tú eres la secretaria de Mi misericordia; te he escogido para

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este cargo, en ésta y en la vida futura (Diario, 1605), (…) para que des a conocer a las almas la gran misericordia que tengo con ellas, y que las invites a confiar en el abismo de Mi misericordia” (Diario, 1567).

Esto, sin embargo, no quiere decir que el Señor llame a todos a ir por el camino específico, incluidas las devociones particulares que Jesús ha inculcado a su fidelí-sima Faustina: la imagen, la coronilla de la Divina Misericordia, la hora de la Mise-ricordia (viernes a las 3 de la tarde).

3. Lo más conocido en esta espiritualidad es la imagen del Jesús de la Misericor-

dia. Así se le presentó el Señor en una visión que tuvo en su celda el 22 de febrero de 1931: “Al anochecer, estando yo en mi celda – escribe en el Diario – vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica en el pecho, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido. ( …) Después de un momento, Jesús me dijo: Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en Ti confío (Dia-rio 47). Quiero que esta imagen (…) sea bendecida con solemnidad el primer do-mingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia “ Diario, 49)”.

Qué significaban esos rayos que salían del corazón de Jesús? “El Señor Jesús, preguntado por lo que significaban, explicó: “El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas (….). Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos” (Diario, 299). Purifican el alma los sacramentos del bautismo y de la penitencia, mientras que la alimenta ple-namente la Eucaristía. Entonces, ambos rayos significan los sacramentos y todas las gracias del Espíritu Santo cuyo símbolo bíblico es el agua y también la nueva alian-za de Dios con el hombre contraída en la Sangre de Cristo” (Sor Ma. Elzbieta Siepak, antes citada).

4. Ahora tenemos que pasar de sor Faustina a quien inspira todo esto. Más aún,

para entender a la religiosa que ha escrito este Diario fecundo y meticuloso, hasta tendríamos que olvidarnos de todos estos particulares, e ir en directo a la fuente evangélica en que se inspiran: la cruz de Cristo, y ese corazón que late de amor, y que después de expirar se convierte en fuente espiritual. E igualmente tendremos que acudir al relato de la resurrección en que, según san Juan, Jesús, aparecido a los discípulos, “les mostró las manos y el costado” (Jn 20,20).

Durante siglos hemos pensado los cristianos en el Corazón de Jesús, que no era una devoción de una santa (santa Margarita María de Alacoque) y de la Compañía de Jesús, sino una fiesta de la Iglesia, en la cual podíamos ver “como un compendio de toda la religión cristiana “ (Pío XII). “Dios es amor” fue la primera encíclica de nuestro querido Papa Benedicto XVI. El Corazón de Jesús es la expresión bellísima, inexhausta, del amor de Dios.

Pero ¿de qué amor?, podemos preguntar para mejor precisar. Del amor descen-dente, y del amor ascendente. En el corazón de Jesús se nos da todo el amor de Dios

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que desciende hasta nosotros, que nos envuelve y nos salva. Y, al mismo tiempo, en el corazón latiente de Jesús, podemos ver todo el amor que la humanidad que pro el cauce del hombre Jesús asciende al Padre. Por ello, el corazón de Jesús es el punto de encuentro de ese amor total que desciende y asciende, el corazón de Jesús y solo él. Si así contempla la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, ya no estoy hablando de una devoción – de las promesas del Corazón de Jesús, de los Nueve primeros viernes al corazón de Jesús – sino que hablamos de la revelación de Jesús en cuanto tal en el Evangelio.

5. Cosa semejante, incluso paralela, podemos decir de Jesús de la Misericordia.

Cuando sor Faustina vio el cuadro que un pintor encargado había pintado con los datos que ella dio, he aquí lo que cuenta. “Fui a la capilla y lloré muchísimo. ¿Quién te pintará tan bello como Tú eres?” (Diario, 313).

Puede ser que hasta la misma imagen no nos agrade... No importa. Vayamos di-rectamente al Evangelio de Juan, que ha sido él el que nos ha introducido en la inti-midad con dos escenas paralelas, la de la Cruz y la de la Resurrección. ¿Qué hay en este corazón que mana sangre y agua, y que Jesús muestra a los suyos en la tarde de la resurrección? ¿Qué hay dentro de ese corazón que alienta y de cuyo soplo viene el Espíritu Santo para el perdón de los pecados?

Habrá que recordar lo que ya hace muchos siglos nos dijeron los Padres de la Iglesia, como fruto de sus meditaciones que compartieron con el pueblo cristiano. El día de Viernes Santo oíamos estos párrafos de una catequesis bautismal de San Juan Crisóstomo, pronunciada el año 388:

“Del costado salió sangre y agua. No quiero, amado oyente, que pases con indi-

ferencia ante tan gran misterio, pues me falta explicarte aún otra interpretación mís-tica. He dicho que esta agua y esta sangre eran símbolos del bautismo y de la euca-ristía. Pues bien, con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado, ambos, del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva.

Por esta misma razón, afirma san Pablo: Somos miembros de su cuerpo, forma-dos de sus huesos, aludiendo con ello al costado de Cristo. Pues del mismo modo que Dios formó a la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salidas de su costado, para edificar la Iglesia. Y de la misma ma-nera que entonces Dios tomó la costilla de Adán, mientras éste dormía, así también nos dio el agua y la sangre después que Cristo hubo muerto” (Catequesis bautisma-les, tercera).

Hermanos de ayer, hermanos internautas de hoy. Nuestra fe es amor y tiene un lenguaje de amor. A mas de mil seiscientos años de distancias los predicadores de ayer, los predicadores de hoy vamos a la misma fuente del corazón de Cristo, y en-contramos lo que Juan contemplo y de lo que Dios testimonio y que nunca acabare-

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mos de contemplar: Dios es amor. Dios es Misericordia. Y ese amor, y esa miseri-cordia se llama: JESÚS.

Amén. (Puebla, 4 de mayo de 2011).

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44. Bajo el cobijo de Jesús de la Misericordia

Homilía a los Seminaristas del Seminario palafoxiano de Puebla de los Ángeles, con motivo del Titular del Primero de Teología.

Hermanos: 1. Me agradó mucho que los alumnos de primer curso de Teología, con los cuales

me aplico en el estudio de la Sagrada Escritura, me invitaran a presidir esta celebra-ción titular, que como es costumbre es compartida por todo el Seminario.

Les saludo, pues, a todos con cariño, y sin otros previos vamos a entrar directa-mente en el Evangelio donde encontramos a ese Jesús de la Misericordia que nos congrega.

2. Los textos sagrados escogidos para hoy vienen del domingo anterior, Domingo

II de Pascua que desde el año 2000 es designado también como Domingo de la Di-vina Misericordia. Vamos a centrarnos en este versículo de san Juan que viene a ser el manantial de la fiesta. Jesús resucitado “les mostró las manos y el costado” (Jn 20,20), un versículo que adquiere su plenitud cuando se lo pone al lado de otro del mismo evangelista: “uno de los soldados con su lanza le traspasó el costado, y salió al punto sangre y agua” (19,34).

Hay tres palabras que usa san Juan y que rondan entorno al mismo misterio. Son palabras necesarias para comprender lo que pasa en la Cena, lo que pasa en la Cruz y lo que pasa en la Resurrección. Me estoy refiriendo, siempre con el Evangelio de san Juan, al seno de Jesús (kolpos), al pecho de Jesús (stethos), al costado de Jesús (pleura). In sinu Iesu; supra pectus Iesu, y latus eius.

En griego no se confunden, ni tampoco en latín. Estas tres palabras, que pueden ser tres vías de meditación están referidas a una cuarta, que Juan no la pronuncia, pero la insinúa: el corazón, el corazón de Jesús (kardía). ¿De dónde sale la sangre sino del corazón? En el Nuevo Testamento se habla bastantes veces del corazón, del corazón humano, pero nunca del corazón de Jesús. Sí, en cambio, de las entrañas de Jesús, de las vísceras de Jesús. “Testigo me es Dios de cuánta soledad siento de to-dos vosotros en las entrañas de Cristo Jesús” (Flp 1,8). Es importante advertir esas matizaciones afectivas de nuestros organismo biológico y de nuestro psiquismo para ver que el amor de Dios a nosotros es amor concreto, amor que duele. La Madre Te-resa de Calcuta decía que hay que amar hasta que duela.

En la Cena el discípulo amado estaba en el seno de Jesús (in sinu Iesu) cuando del seno pasó al pecho de Jesús, se recostó sobre el pecho de Jesús (supra pectus Iesu) para preguntar al Señor, por indicación de Pedro: ¿Quién es el traidor? Y Jesús le reveló este secreto de su corazón.

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Como bien se percibe, no es lo mismo estar junto a Jesús, en el seno de Jesús, “in sinu Iesu”, que descansar sobre el pecho de Jesús. Un riguroso analista del lenguaje traduce: “Él, dejándose caer confiadamente sobre el pecho de Jesús, le dice: Señor, ¿quién es?” (Jn 13,25) (Nuevo Testamento trilingüe de Bover - O’Callaghan).

3. Somos llamados, pues, a esa confidencia superior, a esa intimidad que se acti-

va en el corazón. Afinando nuestro pensamiento, podremos decir que también es distinto reposar sobre el corazón de Jesús, que meterse dentro de este corazón. Me-terse en ese corazón es lo mismo que meterse en la Trinidad por la puerta del Verbo Encarnado.

¿Qué pasa en el corazón de Jesús, que quiere ser la morada de los íntimos, que son sencillamente los que el Evangelio de Juan llama sin más “los suyos”?

¡El corazón de Jesús! Hubo un día feliz en el que en la Iglesia se tomó la efigie de este corazón para decir de una manera visual, sensitiva y afectiva cómo el centro y compendio de toda la revelación se muestra en ese corazón. El año 1956 Pío XII, al cumplirse el centenario de la introducción de la fiesta del Corazón de Jesús para toda la Iglesia, escribió una encíclica con este título de Isaías: Haurietis acquas: Sa-caréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador (Is 12,3). Decía, citando a otro Papa, que en esa imagen está el “compendio de toda la religión”. “¿No están acaso contenidos en esta forma de devoción el compendio de toda la religión y aun la norma de vida más perfecta, puesto que constituye el medio más suave de encaminar las almas al profundo conocimiento de Cristo Señor nuestro y el medio más eficaz que las mueve a amarle con más ardor y a imitarle con mayor fidelidad y eficacia?” (Pío XI, en su encíclica Miserentissimus Redemptor).

Hermanos seminaristas, ese fue el examen final de toda mi Teología: Mostrar cómo el corazón de Jesús es el resumen denso de toda la Teología, de donde arranca la Moral. Para ello había que acudir a la doctrina de la encíclica, mostrando cómo el corazón de Jesús de Nazaret es el punto de confluencia del amor descendente de Dios y del amor ascendente de la criatura, y éste diversificado según los distintos amores que respiran en el corazón humano según los diversos conocimientos de donde fluyen: conocimiento anhelante de nuestra reflexión, conocimiento infuso, conocimiento beatífico. De hecho, hoy el corazón de Jesús sigue amando en el cielo, pues allí está su santa humanidad. El corazón de Jesús es una versión de lo que en otro lugar dirá san Juan por dos veces: “Dios es amor” (1Jn 4), título que Benedicto XVI ha dado a su primera encíclica.

4. En nuestras clases bíblicas, recorriendo la materia de este año – Pentateuco y

libros históricos, desde Josué hasta los Macabeos – este ha sido el hilo conductor de todo cuanto hemos explicado. La historia humana – y humana es la historia bíblica, desde la muerte de Abel, primer homicidio de la humanidad, hasta la muerte de Bin Laden el domingo pasado – tiene una clave, inmanente y trascendente: Dios está ahí. En la muerte de un justo o de un terrorista, Dios está ahí, porque hay alguien que en

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su muerte ha asumido nuestras muertes. Murió uno por todos dice san pablo, pro-nunciando no un juicio político de la historia, sino el veredicto teológico último.

5. La imagen de Jesús de la misericordia, que ha presidido nuestras lecciones,

que ha querido ser el sello de cuanto hemos anunciado, la firma de nuestra búsqueda mental, tiene debajo una firma: ¡Jesús mío, en ti confío! Ese es el remate de la reve-lación, la palabra que nos está diciendo y pidiendo Dios en este momento.

6. Hermanos seminaristas de primer curso y hermanos seminaristas de todo el

Seminario, leamos la Escritura con pasión y sabiduría. Que no se obstruya nuestro camino por tantas mentiras, asesinatos, rebeldías que van regando todo el camino de la historia. Dios está ahí, exactamente igual a como Dios está en el centro de mi po-bre vida. Dios es amor. ¡Sea Dios el amor de mi vida!

¿Qué más les puedo decir? 7. Que Dios nos dé la gracia de saber escuchar en la vida, tan dura y cruel en al-

gunas personas, este mensaje celestial. Hacer teología, tarea laboriosa, es también un suave deleite para el espíritu. Llevar esos pensamientos a una vida ensangrentada de dolor es una nueva gracia. Dios está en nuestros pensamientos, ciertamente. Pero ese mismo Dios, hermanos, en las gentes rudas y hostiles, a los que la vida no les ha dado gratos ámbitos para pensar.

8. Hoy, y aquí en la Eucaristía, Jesús nos abre las manos y el costado, para que

nos dejemos inundar de todo lo que sale de ahí: la ternura de Dios. Y luego, para que nosotros mismos nos metamos ahí, en el hueco de la roca – dice el cantar de los cantares – en ese dulcísimo corazón, que es la puerta de la Trinidad.

María, la Madre del Señor, la que estuvo al pie de la Cruz, nos reciba en su silen-cio humilde que cubre los siglos, nos haga fieles discípulos de su Hijo, nos haga san-tos sacerdotes.

Amén.

1. Jesús, Misericordia regalada, océano de amor a lo infinito, sabiendo la verdad del Evangelio, de ti, mi Salvador, de ti me fío: ¡Jesús, en ti confío! 2. Contigo he recorrido la Escritura, y allí te vi, allí desde el principio: reflejo de tu Padre y del Espíritu, que eras el que eres, siempre el mismo: ¡Jesús, en ti confío! 3. No manchan los pecados tu figura,

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no empañan nuestros yerros tus designios: la Ley y los Profetas van narrando, y amor es la canción que percibimos: ¡Jesús, en ti confío! 4. Jesús manante amor, hogar del mundo, que así quedó tu corazón herido, el agua con la sangre inmaculada son vida, gracia y paz, divino río: ¡Jesús, en ti confío! 5. La Iglesia va a su fuente generosa, y bebe en ti su Espíritu y su brío; eterno Sacerdote que intercedes y asocias a ministros elegidos: ¡Jesús, en ti confío! 6. Jesús, Misericordia celestial y gloria en el camino ya cumplido: Jesús en Trinidad, fin alcanzado, escóndeme en tus brazos, bendecido: ¡Jesús, en ti confío!

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45 Emaús, camino hasta Jesús

Hermanos: 1. Vamos avanzando en los cincuenta días pascuales, y de los siete domingos que

tiene este tiempo, el más hermoso del año, estamos hoy en el domingo tercero. Se-pamos esta breve ilustración litúrgica: De estos 7 domingos de Pascua en los tres primeros se va proclamando cada domingo una de las apariciones de Jesús narrada en los Evangelios – hoy la aparición a los discípulos de Emaús –; el domingo IV está dedicado, todos los años, a Jesús Buen Pastor; y en los tres últimos (V, VI, y VII, que no se llama VII sino Día de Pentecostés) el Evangelio nos propone palabras del Señor referentes al Espíritu Santo, prometido para Pentecostés, corona de la Pas-cua.

Observen que en Pascua no se lee el Antiguo Testamento. Esto es para significar cómo el Antiguo Testamento, que como escrito de la primera Alianza, sigue tenien-do vigor en la Iglesia, pues todo él es como una inmensa profecía, al llegar la Pascua de Jesús, plenitud de todas las esperanzas, nos centramos en ella, en esta esperanza cumplida, y tratamos de saborear lo que no tiene fondo, porque es el don total de Dios.

Con diversos cortes de los Hechos de los Apóstoles vamos viendo, ante todo, el primer anuncio de los Apóstoles, la vida de la comunidad, los ministerios de la co-munidad, la predicación del Evangelio y la misión hasta los confines de la tierra.

2. Hoy, domingo III, se nos representa ante los ojos lo que pasa con los discípu-

los de Emaús, uno Cleofás y su compañero, cuyo nombre desconocemos. San Lucas es un narrador magistral, y su relato de Emaús es una pieza maestra. Los literatos tienen una material exquisito sobre el arte de narrar: el encanto de lo sencillo, sor-presa de lo imprevisto, intriga o misterio de lo que va a venir, entrada directa de lo divino, apoteosis de la fe. El literato tiene pasto de análisis; pero el teólogo y el espi-ritual tienen una mina inexhausta de sentido, para reflexionar sobre puntos como estos:

- Qué es la fe vibrante y la fe turbada. - Qué son los ojos retenidos y los ojos abiertos de cara a la fe. - Qué es la comunidad como ámbito de una presencia. - Qué es el diálogo y la catequesis de Jesús Resucitado. - Qué es la Escritura como fuente de la Resurrección. - Qué es la experiencia sacramental de Cristo. - Qué es la “fracción del pan”. - Qué significa en la Iglesia: “¡Se ha aparecido a Simón!”

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3. Fue aquel día memorable. Dos discípulos regresaban de Jerusalén a su pueblo,

distante como 11 kilómetros. Discípulos en este movimiento que Jesús había susci-tado, y, al parecer muy adictos, quizás del círculo de familia. La conversación va y viene sobre los acontecimientos de esos días, que no acaban de digerir. De pronto se incorpora un tercer viandante. Será seguramente otro que vuelve como ellos de los días de Pascua y va a su aldea; en todo caso es uno que ciertamente viene de Jerusa-lén. La conversación sigue con el desconcierto que han creado los acontecimientos.

San Lucas, fino escritor, que de profesión había sido médico, simplemente relata. Y el buen redactor, en su modo de escribir, sin decir, muchas veces dice, es decir sugiere.

Resulta una especie de sutil ironía – ironía sacra y paradoja – el que estos dos viandantes pregunten al que se acaba de juntárseles

- Pero ¡cómo!, ¿eres tú el único forastero que no sabe lo que ha pasado estos días en Jerusalén?

Y Jesús, el único que de verdad sabía lo que había ocurrido, haciéndose el igno-rante, entra en la conversación:

- Pues ¿qué ha ocurrido? - Lo de Jesús de Nazaret, que ese sí era un profeta poderoso ante Dios y ante los

hombres. - Y ¿qué? - Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo juzgaron y lo condenaron, y lo

entregaron para que lo crucificaran. ¡Con qué dolor sonaron aquellas palabras! Y ¡cómo cayeron en el corazón de Je-

sús como para que este pensara: Hay que levantar a estos hombres, hay que resuci-tarlos, porque están derribados!

- Nosotros creíamos..., esperábamos...; no es que...., pero, en fin, no sabemos ya que pensar.

Bueno, es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo han ido al sepulcro y cuentan que han tenido una visión; fueron de nuestro grupo..., el sepulcro estaba va-cío pero a él no lo vieron...

4. Hermanos, hay un momento en que los pensamientos se revuelven y giran co-

mo un molino, y podemos estar “piensa y piensa” sin solución. Si los ojos están re-tenidos, si la fe está aprisionada, daremos vueltas y vueltas, pero los cangilones de la noria no recogen agua, porque están averiados. La fe de los sencillos engendra vida, y la fe ilustrada ¡naturalmente que también!, pues esta fe ilustrada es necesaria en la Iglesia. En cambio, la ciencia y más ciencia, como erudición, como saber deslum-brante, nos tiene retenidos los ojos, aunque estemso conversando más y más.

Los discípulos agraciados cuando en la fe lo vieron todo, comentaron la forma que tenía Jesús de explicar las Escritura.s Era una forma que encendía el corazón. “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32).

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En aquella célebre encíclica de Pío XII, Divino afflante Spiritu (1943), que im-pulsaba tan valientemente el método científico para desentrañar la Biblia, el Papa explicaba este versículo a los maestros de Sagrada Escritura en los Seminarios: “Por lo cual, la exposición exegética ha de ser principalmente teológica, evitando inútil-mente disputas y omitiendo todo aquello que sea fuente de vana curiosidad más bien que fomento de verdadera doctrina y de piedad sólida; propongan el sentido llamado literal, y principalmente el teológico, con tanta solidez, explíquenlo con tanta maes-tría, incúlquenlo con tal fervor, que sus alumnos lleguen a experimentar en cierto modo lo mismo que los discípulos de Jesucristo cuando, yendo a Emaús, al oír las palabras del Maestro, exclamaron: ¿No ardía, en verdad, nuestro corazón en noso-tros mientras nos explicaba las Escrituras?” (n. 27).

Muchas veces ha venido a mi mente este pasaje de la encíclica desde que, senta-do en el pupitre como alumno, oí la cita a mi profesor. El buen maestro de Escritura debe contagiar pasión de la palabra divina, no por alzar la voz o por gestos patéticos, sino simplemente por penetrar con sabiduría el texto sagrado, lo que dice el texto. Sin salirse del texto, uno... como que entra – debe entrar – en el fuego.

5. Lo que se nos antoja como más divino en el episodio de Emaús es cuando Je-

sús, vencido por los amigos, se queda con ellos y se sienta a la mesa. Ahora, de re-pente la escena cobra una sacralidad litúrgica. Hay cuatro expresiones que son pro-pias de la Eucaristía, o de la fracción del pan (v. 35), como dice el texto, a saber:

- tomó el pan, - pronunció la bendición, - lo partió - y se lo dio, o, mejor: se lo iba dando. Entonces es cuando lo vieron, y entonces Jesús se retiró, se desvaneció su figura,

desapareció. Lo anterior había sido una “aparición”; lo de ahora era la verdad de la fe. 6. Nosotros, hermanos, no estamos en “lo anterior”, que era como anuncio y so-

porte de lo siguiente. Nosotros estamos en lo siguiente, en la “desaparición”, que es la verdadera presencia y comunión en la fe. ¡Ahora es cuando Jesús estaba vivamen-te presente!

No jugamos con las palabras, sino que estamos comunicando la profunda teolo-gía de la escena. Jesús habita en su Iglesia por la fe; Jesús vive en mí por la fe.

Jesús resucitado, yo creo en ti, en tu presencia en la Iglesia, en tu presencia en al Eucaristía. Te creo y te comulgo en la fe.

Pero de la abundancia de tus dones te pido una chispa de fuego divino para que mi corazón se encienda cuando leo las Escrituras, y una gota de la dulzura celestial para que saboree tu presencia en la Eucaristía.

Jesús de Emaús, Jesús de mi Parroquia, hacia tti iendo mi mirada. Amén

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46. Día de la madre: 10 de mayo

Mujer, Madre, Esposa Hermanos: 1. Todo el mundo sabe en México que el día 10 de mayo es el Día de la Madre,

caiga el día que caiga. Y muchos, muchísimos, en México saben que el día 15 de mayo es el Día del Maestro. No es tan seguro que se sepa cuándo es el Día del Padre o el Día del Abuelo. La Madre y el Maestro son dos figuras que merecen un altar especial. Ser maestro, ser maestra, es como una forma subsidiaria, adventicia, cola-boradora... de ser “madre”.

El que lee la Sagrada Escritura topa en los libros sapienciales con un poema muy bello, tejido con cierto capricho, que se titula..., en el libro bíblico de los Proverbios no tiene título, que el título se lo ponemos nosotros, y podría ser éste: Elogio de la Mujer, esposa y madre. Antes se decía: “la Mujer fuerte”, porque el texto suena así: Mulierem fortem, quis inveniet? Una Mujer fuerte ¿quién la hallará? (Y la ver-sión del episcopado español retiene estas palabras). Pero hoy eso de “mujer fuerte” se intenta verter con otros epítetos: una mujer hacendosa, valerosa, una mujer ente-ra, una mujer cabal... ¿dónde está?, ¿quién la encontrará? Porque esa mujer es el te-soro del mundo.

“Sus hijos se levantan y la llaman dichosa, su marido proclama su alabanza” (Pro 31, 28). 2. Los poetas, los literatos, se han esmerado por entonar el Canto a ese Mujer va-

liente, hacendosa, verdadera esposa, verdadera madre. Hubo un poeta español, de honda raigambre cristiana, que tiene una pieza literaria muy hermosa, un poema cas-tellano amplio (272 versos) premiado en unos Juegos Florales: José María Gabriel y Galán (1870-1905). La poesía se titula “El Ama”, y canta a su madre (que se llamó doña Bernarda) y canta a su esposa (la campesina Desideria). El sensible poeta, maestro de escuela, había dejado este oficio, para dedicarse a su hacienda de labran-za y ganado, y evocando con idilio esta vida, canta a la mujer madre y esposa. Oi-gamos las primeras secuencias.

Yo aprendí en el hogar en qué se funda la dicha más perfecta, y para hacerla mía quise yo ser como mi padre era y busqué una mujer como mi madre

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entre las hijas de mi hidalga tierra. Y fui como mi padre, y fue mi esposa viviente imagen de la madre muerta. ¡Un milagro de Dios, que ver me hizo otra mujer como la santa aquella! Compartían mis únicos amores la amante compañera, la patria idolatrada, la casa solariega, con la heredada historia, con la heredada hacienda. ¡Qué buena era la esposa y qué feraz mi tierra! ¡Qué alegre era mi casa y qué sana mi hacienda, y con qué solidez estaba unida la tradición de la honradez a ellas! Una sencilla labradora, humilde, hija de oscura castellana aldea; una mujer trabajadora, honrada, cristiana, amable, cariñosa y seria, trocó mi casa en adorable idilio que no pudo soñar ningún poeta. ¡Oh, cómo se suaviza el penoso trajín de las faenas cuando hay amor en casa y con él mucho pan se amasa en ella para los pobres que a su sombra viven, para los pobres que por ella bregan! 3. ¿Qué dice en el corazón la palabra “madre”? Dice “amor”; ahora bien, amor

sobresaliente, con tres características ideales que podemos perfilarlas de este modo. Primero: El amor de una madre es un amor entero, amor a fondo perdido. No es

un amor calculado, utilitario, que espera retribución. Segundo: Es un amor silencioso. Con ello queremos decir que no es un amor os-

tentoso, protagonista. Un deportista, por el propio oficio, entra en pelea, buscando ganar, el primer puesto, el triunfo y la fama. Una madre ama en el silencio: largos años en que el hijito, la hijita, requiere a la madre en todo y para todo. Una madre de verdad se entrega en el silencio y la oscuridad.

Tercer rasgo de este amor “trinitario”. El amor de una madre es un amor hasta el fin, perseverante, sin traición, hasta lo último, pase lo que pase.

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4. En una palabra, el amor de una madre de verdad, entera y verdadera, es el amor que cumple en sí la misma misión del amor, como si el amor materno fuese el prototipo del amor.

¿Idealizamos el amor de una madre? Sin duda, pero es que necesitamos idealizar y concretar en un ser lo que es el amor, suprema revelación que Dios ha dado a los seres humanos de nuestro origen y destino: nacimos del amor de Dios y vamos a desembocar en ese mismo amor. En suma, Dios es amor, y de alguna manera quiero verlo reflejado en una criatura. Esa es la madre.

La Virgen María para los cristianos es ciertamente la Virgen, mas el título prefe-rido de la Virgen es que es la Madre de Jesús y nuestra Madre. En ella todo lo que expresa la palabra “Madre” halla su ecuación perfecta.

Los teólogos quieren hablar del “rostro materno de Dios”, llevando a lo infinito esa intuición del amor materno, amor-ternura, que está tan instintivamente asociada a la figura de la Madre. ¿Diremos que el Espíritu Santo es el rostro materno de Dios? No, cualquier concreción resulta infinitamente estrecha y hasta molesta. Dios es padre, Dios es madre, Dios es amor perfecto sin nombre, y Dios llega a mí en lo concreto. Y por ser así, humilde y narrativo, puedo decir – y lo digo – Dios llega a mí por el amor de un padre, por el amor de una madre. De mi caso personal, con sentido reconocimiento, sí que lo digo.

5. Día de la madre, pero Día del hijo que quiere decir una palabra a la Madre, a

su madre. Olvidemos en esta hora que hubo madres, y las hay, que no aceptaron su divina misión en esta tierra. Pero yo quiero hacer un homenaje a mi madre, y siento en el corazón la necesidad de decir “¡Gracias!”. ¿Lo diré con versos? ¿Lo diré con flores?

Lo diré como pueda, pero lo diré de verdad. Lo diré, sobre todo, con una vida digna de sus ojos.

Lo diré con besos. Lo diré con palabras. Lo diré con silencios. Madre: quisiste lo mejor para mí. Yo también quiero lo mejor para ti. Recibe,

madre, la ofrenda de mi vida, que a Dios la entregué, pues él me la dio. Recibe, ma-dre, el perfume de mi vida..., y piensa que tú estás ahí.

Madre, hasta el cielo. Nota. Si quiere el amable lector saber los sentimientos íntimos que abrigo para con mi

madre, le ruego que abra este archivo (pulsando simplemente): Sonetos celestiales para mi madre.

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47. La Divina Pastora

(Sábado anterior al Domingo del Buen Pastor)

Hermanos: 1. Hoy, 13 de mayo, es la Virgen de Fátima, una fiesta de la Virgen donde hay

tres niños – Lucía, Jacinto y Francisco -, donde hay una ovejas del pequeño rebaño familiar, y donde hay una madre, una señora vestida de blanco que viene a visitar a unos niños y a pedirles que recen, que hagan penitencia por los pecados del mundo.

Hoy, 13 de mayo, hace 30 años que un hermano musulmán, el turco Alí Mehmet Agsá, quizás no por sí mismo, sino como sicario de alguien quiso asesinar al hombre de la blanca túnica, Juan Pablo II. La bala penetró en el vientre; el tiro pudo haber sido mortal..., pero la Virgen, como si desviara la bala con su mano, no lo permitió. Es una manera de interpretar las cosas, y tenemos derecho a hacerlo. Fue un milagro de la Madre. Lo que sí es cierto, y esto podemos verlo como milagro, es que Juan Pablo II, como buen cristiano, fue a la cárcel a visitar a su agresor y le tendió su mano de perdón.

Hoy, 13 de mayo es la Virgen de Fátima en el paisaje campestre de Cova d’Iría. Y mañana es la Divina Pastora, no por ser 14 de mayo, sino por ser sábado víspera del domingo IV de Pascua, que es el Día del Buen Pastor.

2. La Divina Pastora es una de las innumerables fiestas de la Madre, con que no-

sotros, cristianos católicos queremos honrar a la Madre del Señor. Bien sabemos que María no es una persona Divina, que en rigor teológico no se puede hablar de la Di-vina Pastora. Por eso, el título litúrgico es otro: Madre del Divino Pastor, o Madre del Buen Pastor.

Ahora bien, esa familiaridad que ha tenido el cristiano, sintiéndose hijo de María, con su Madre, la Santísima Virgen, le ha llevado a venerar a la Virgen con ese atuendo de Pastora, en medio de un rebaño, que es el rebaño de su Hijo, aquel que declaró: “Yo soy el Buen Pastor”.

La cosa empezó hace más de tres siglos. Y bueno será recordar esta historia de devoción, de amor, de conversiones..., de celo misionero. Lo haré tomando pie de una carta que en su día, al cumplirse tres siglos de esta devoción (1703-2003) escri-bió el superior general de los hermanos menores capuchinos, John Corriveau, a los capuchinos de Andalucía y a los demás capuchinos que en nuestras iglesias hemos cultivado esta devoción.

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4. El capuchino P. Isidoro de Sevilla, “este hermano nuestro, gran devoto de la Virgen María, una noche del mes de junio de 1703, tuvo no se sabe si “un sueño misterioso, un éxtasis, una inspiración divina, o una simple idea”, así escribe su bió-grafo el P. (Ambrosio de) Valencina, de representar a la Virgen vestida de humilde Pastora, cosa que llevó a cabo por encargo suyo el pintor D. Alfonso Tovar. En la pintura está la santísima Virgen sentada sobre una roca bajo un frondoso árbol desde cuyas verdes ramas le saludan las avecillas del bosque. Es encantadora su sonrisa y mueve a devoción la piedad y ternura con que mira a una oveja blanca que acaricia con su diestra. Una airosa toca cubre parte de sus rizados cabellos que descansan sobre una pellica sujeta por un cinturón de piel. Todo su traje es el de una Pastora humilde, pero hace su cuerpo tan hermoso y galán que parece aquel que describiera el Cantar de los Cantares. Allá a lo lejos se ve entre celajes a una oveja errante aco-metida por el lobo del infierno, que el ángel del Señor, radiante de hermosura, de-fiende con su espada de fuego.

Así la contemplaron por primera vez los ojos atónitos de millares de sevillanos en procesión por la ciudad hispalense el 8 de septiembre del año 1703”.

Bajo la protección de la Madre del Buen Pastor y con el estandarte de la Divina Pastora los misioneros capuchinos han predicado el Evangelio en diversas regiones de América. Virgen misionera, hasta el punto de que la Orden Capuchina ha tomado a la Madre del Buen Pastor como Patrona de sus misiones.

Ocurre, además, que algunas Congregaciones religiosas se han acogido a la Divi-na Pastora, a la Madre del Buen Pastor, para sentirse, como rebaño de Jesús, también rebaño de María, rebaño protegido por tan dulce Madre.

5. La Virgen representada audazmente como Divina Pastora no es una revelación

de una verdad nueva de la mariología, en modo alguno. Es una expresión plástica, muy en sintonía con el alma andaluza, de ese catecismo de verdades sobre la Madre del Señor que nos enseña nuestra fe cristiana:

- María es la Madre de Jesús, la Madre del Señor. - Todo lo que ella es lo es por el Hijo que tiene en brazos. - María protege el rebaño de su Hijo, rebaño que somos nosotros; lo cuida en

verde pradera, lo alimenta. - María defiende del lobo infernal a los que su Hijo le ha encomendado. - María, que en la Cruz fue constituida Madre, es la Madre misionera. Los misio-

neros la han llevado consigo en un estandarte para llamar a “la misión”, entregar el perdón y el Evangelio.

Todas estas cosas nos sugiere la imagen campestre de María. 6. Lo que acabo de recordar son motivos que a mí, hermano menor capuchino,

me han impulsado a ofrecer a María, como zagal suyo, un ramo de versos, que sir-van para su fiesta.

Algunos hermanos, algunas hermanas, lo agradecerán. Pues aquí los pongo.

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Madre del Buen Pastor y Divina Pastora de las almas (Sábado anterior al Buen Pastor, este año 14 de mayo de 2011)

I

La audacia del amor te ha revestido Divina Pastora de las almas. Como el amor rompe las palabras, porque es el

anhelo irresistible de lo divino, no nos sorprenda que las sencillas gentes le hayan llamado a María, Madre de Jesús, la Divina Pastora. Querían decir con ello, simple-mente, que Jesús es el Buen Pastor. Tan Buen Pastor, tan amante de su rebaño, que a su Divina Madre le ha confiado sus cuidados.

El Buen Pastor protege a su rebaño, lo defiende, lo alimenta, lo conduce a claros manantiales, le da el alimento de la vida eterna.

Y el Buen Pastor quiso tener a su Madre junto a sí en esta obra de amor y reden-ción.

Cuando cantamos a la buena Pastora, a la Madre del Buen Pastor, estamos na-rrando un Evangelio espiritual, estamos cantando la Canción del Buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas.

(Oh Jesús, Buen Pastor, condúcenos bajo tu suave cayado! La audacia del amor te ha revestido con el campestre atuendo de Pastora, María, dulce Madre que nos cuidas, de Cristo, Buen Pastor, su servidora. Acaso te digamos, al mirarte, que eres bella en el campo y que enamoras; la esposa amada, Pascua y Paraíso, canción de amor de cuanto el hombre añora. Mas eres, sobre todo, Buena Madre, la toda y siempre Madre, la Piadosa, la que en la Cruz tomó bajo su manto al hijo que Jesús te dio en su hora. Asístenos, defiéndenos del malo, oh siempre fiel, oh siempre vencedora, amparo de tentados y caídos, que toda pena alivia y acomoda. Oh Virgen misionera de sencillos, llevada en estandarte cual Señora, las flores brotarán en las praderas, oh Madre del amor, consoladora.

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(Honor a Jesucristo que te hizo reflejo de su amor y su corona, en él se multiplique la alabanza, al darnos tú su gracia redentora! Amén. Tres Ojitos (Chihuahua), 25 de abril de 2007.

II Pastora de las almas, dulce Madre

Quizás “La Madre del Buen Pastor” y “La Divina Pastora de las almas” afecti-

vamente sean dos títulos distintos y complementarios de la misma verdad manante del Evangelio. La Virgen Divina Pastora de las almas, que vimos en el Seminario Seráfico de la Divina pastoral (Alsasua, Navarra) y que estaba en los camarines de las iglesias capuchinas, es, con detalles variados, la que el Venerable Padre Isidoro de Sevilla describió al pintor que la había de pintar.

“En el centro y bajo la sombra de un árbol, la Virgen santísima sedente en una peña, irradiando de su rostro divino amor y ternura. La túnica roja, pero cubierto el busto hasta las rodillas, de blanco pellico ceñido a la cintura. Un manto azul, ter-ciado al hombro izquierdo, envolverá el entorno de su cuerpo, y hacia el derecho en las espaldas, llevará el sombrero pastoril y junto a la diestra aparecerá el báculo de su poderío. En la mano izquierda sostendrá al Niño y posará la mano derecha sobre un cordero que se acoge a su regazo. Algunas ovejas rodearán la Virgen, formando su rebaño y todas en sus boquitas llevarán sendas rosas, simbólicas del Ave María con que la veneran...”

Evocando a esta Pastora de nuestra infancia, adolescencia y juventud, a esta Pas-tora Madre y Misionera, cantamos hoy, con muchos recuerdos entrañables, al inicio de nuestra Provincia de Capuchinos de España (26 abril 2011).

1. Pastora de las almas, dulce Madre, visión de amor y paz en nuestra infancia, mi pecho está muy lleno de recuerdos cual prado pastoril con flores blancas. 2. Mullido es tu pellico de pastora, la túnica de rojo hermoseada, y llevas un cayado en tu derecha y un sombrero que ondea hacia la espalda. 3. Tu reino es la ternura de tus ojos que llega hasta nosotros y nos calma, que somos a tus pies los corderillos

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felices de pastar junto a tus plantas. 4. En ti Jesús está porque es tu Hijo, tesoro tuyo, fuente de la gracia el Salvador invicto del rebaño, el Buen Pastor que a todos nos abraza. 5. A ti venimos, Madre, los hermanos, redil y hogar de múltiples cañadas; oh Virgen del Calvario, misionera, seguros al amor de tu mirada. 6. La gracia que de niños nos mostraste también ahora muestra en abundancia; y en tu dulce regazo abandonados, dejando todo, no pedimos nada. 7. ¡Jesús, oh Buen Pastor de tus ovejas, que desde el cielo a tu rebaño guardas, con las flores campestres que te gustan amor brindamos y decimos gracias! Amén. Puebla de los Ángeles, 12 mayo 2011

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48. El Señor es mi Pastor: nada me falta

(Domingo IV de Pascua, Año A: Jn 10,1-10)

Hermanos: 1. En el Nuevo Testamento hay, entre todos, una pasaje sobre El Buen Pastor:

“Yo soy el Buen pastor”, capítulo 10 del Evangelio de san Juan. En los salmos hay un Salmo del Pastor: “El Señor es mi pastor: nada me falta”,

salmo 23, que en la enumeración litúrgica, proveniente de la versión latina es el nú-mero 22.

Y en los Profetas hay, entre todos, un pasaje de Dios pastor de su Pueblo: “Yo mismo apacentaré a mis ovejas”, profeta Ezequiel, capítulo 34.

2. Hoy, domingo IV de Pascua, después de haber escuchado los tres domingos

anteriores relatos de la resurrección de Jesús, hoy a este Jesús celestial lo contem-plamos como el Buen Pastor de su Iglesia. Y acudimos al capítulo 10 de san Juan para recoger esta revelación que se nos entrega de que, lo mismo que en la antigua Alianza Dios fue representado como Pastor de Israel, en la nueva y definitiva Alian-za Jesús es el buen Pastor. Un año leemos los versículos primeros, del 1 al 10; otro del 11 al 18; y el tercero del 27 al 30.

Le damos a Jesús la categoría divina de Pastor; y le damos a la Iglesia la seguri-dad de que tiene un Pastor, y que teniendo a tal pastor nada le falta. Lo puedo decir de la Iglesia, y lo puedo decir de mí mismo: “El Señor es mi Pastor: nada me falta”.

Mirando, pues, a este pastor, al Buen Pastor, nos preguntamos: - ¿Dónde está el Buen Pastor? -¿Qué está haciendo y qué va a hacer? - ¿Qué relación tiene ese pastor conmigo y yo con él? 3. Pero mientras tanto, como música de fondo, dejemos que resuene el salmo del

Buen Pastor en nuestro corazón, que por otra parte es el salmo responsorial de hoy El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, Por el honor a su Nombre. Aunque camine por cañadas oscuras,

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Nada temo, porque Tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. (Ahora el pastor se transforma en el hospedero que nos brinda su casa, y continúa

el salmo) Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término. Este es un salmo que se reza en tantas circunstancias de la vida, y que puede te-

ner un sentido singular junto a la tumba de un hermano difunto. Acaso lo hemos es-cuchado en algún film recitado por el pastor de la congregación, mientras, rodeado de familiares y amigos, se da tierra al hermano que acaba de traspasar la barrera del tiempo.

¿Qué le aguarda al hermano, a la hermana, cuyo cuerpo yace sin vida? Le está esperando el Buen Pastor, que en la Casa del Padre le ha preparado un banquete.

4. En las exequias católicas se da este augurio al difunto: que sea llevado a hom-

bros del Buen Pastor. “Que el Señor sea misericordioso con nuestro hermano, para que libre de la muerte, absuelto de sus culpas, reconciliado con el Padre y llevado sobre los hombros del Buen Pastor, merezca gozar de la perenne alegría de los san-tos en el séquito del Rey eterno”.

En estas frases está sonando las parábolas de Jesús: “reconciliado con el Padre" suena al hijo pródigo que vuelve a la casa paterna. Y “llevado sobre los hombros del Buen Pastor” es la parábola de la oveja perdida, del mismo capítulo 15 de san Lucas: “¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ella, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra se la carga sobre los hombros, muy contento...” (Lc 15,4-5). Muy contento él y muy contenta la oveja, que perdida en peñascales ahora descansa en la mejor cama, que son los hombros de su pastor, que en este caso es Jesús. Pasar a la eterni-dad sobre los hombros de Jesús, es ir derecho a la casa solariega del Padre.

Eso es la parábola del Buen Pastor en Lucas, evangelista que se empeña en mos-trarnos con palabras e imágenes la misericordia de Jesús, que a todos nos acoge.

En el Evangelio de san Juan lo del Buen Pastor no es una parábola, sino una ale-goría. En las parábolas tenemos un punto de comparación: así ocurre en esta historia de la vida cotidiana, así ocurre en la vida de Dios con sus hijos. En las alegorías, observamos los detalles y a cada detalle le sacamos su simbolismo y su aplicación.

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5. En esta alegoría nos fijamos en los detalles, y aquí hay , por de pronto, tres de-

talles: la puerta del redil, el ladrón, el pastor que saca y entra al rebaño por la puerta. ¿Qué hace un ladrón? El ladrón no entra por la puerta; salta por la barda. ¿Y para

qué se mete? No para cuidar al rebaño, sino para robar, para matar, para aprovechar-se.

El pastor no hace así: el pastor entra y sale por la puerta, y con él entra y sale su rebaño. El pastor lleva a sus ovejas a pastar; el pastor conoce a sus ovejas, a cada una, por su cara, por su balido, por su modo de caminar. El pastor llama a cada una por su nombre.

Con estos múltiples detalles que Jesús propone a la reflexión, uno se pregunta: ¿Quién es el pastor? Jesús. ¿Quiénes son las ovejas? Nosotros, yo mismo. ¿Quién es la puerta? Jesús mismo. ¿Qué hace Jesús? Por él entramos, por él salimos. Nos sentimos libres, seguros. ¿Qué más hace Jesús? Nos saca a pastar; él va delante, nosotros le seguimos; él

nos conoce, uno a uno. Somos el rebaño de Jesús, sí, pero antes que rebaño, somos personas uno a uno.

Entonces hace falta saber quiénes el bandido. Jesús lo aplica a su tiempo. “Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos”. Esto es durísimo; es un juicio de la situación que contempla Jesús en Israel.

Los pastores del pueblo – tradúzcase de un modo general por “escribas y fari-seos”, binomio que se repite con frecuencia en los Evangelios - no han sabido con-ducir al pueblo por el sendero justo. Los maestros de Israel han fracasado, porque no han transmitido al Dios de la fe.

6. Hoy, día 15 de mayo, en México se celebra el Día del Maestro. El Maestro es

un pastor espiritual; enseña al que no sabe, le transmite conocimientos, y, sobre to-do, le transmite vida. Su vida es para el discípulo norma de conducta.

Los Maestros de Israel han fracasado, han adulterado el mensaje de Dios, que venía de las fuentes lejanas del Antiguo Testamento.

7. Si tomamos como sabios el texto y volvemos sobre él, observaremos que des-

de su entraña el texto emite muchas insinuaciones para hacer exégesis de versículos, hasta con audaces métodos de psicología. Jesús habla, por ejemplo, de la voz del pastor. El conocimiento de los animales es instintivo... Se deja a un perro en medio del campo, y ya sabrá volver a su casa; es el instinto, decimos. Y aquí habla Jesús de la voz. Las ovejas conocen la voz de su pastor; por eso lo siguen; pero si entra un bandido, no conocen la voz del salteador. No lo seguirán.

Hay, pues, un instinto cristiano de fe que nos dice: ¡Eso es Evangelio! Y es el mismo instinto que nos dice: ¡Eso no es Evangelio! Un instinto que no lo da pro-piamente la ciencia, sino el sentido de pertenencia real a Cristo.

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Como ejemplo de una exégesis místico espiritual, que las ciencias del espíri de hoy la verían muy bien, podríamos traer unos párrafos de San Gregorio Magno (lec-tura del Oficio litúrgico de hoy), tan sugerentes y llenos de enjundia espiritual:

“El que entre por mí se salvará, disfrutará de libertad para entrar y salir, y en-

contrará pastos abundantes. Entrará, en efecto, al abrirse a la fe, saldrá al pasar de la fe a la visión y la contemplación, encontrará pastos en el banquete eterno.

Sus ovejas encontrarán pastos, porque todo aquel que lo sigue con un corazón sencillo es alimentado con un pasto siempre verde. ¿Y cuál es el pasto de estas ovejas, sino el gozo íntimo de un paraíso siempre lozano? El pasto de los elegi-dos es la presencia del rostro de Dios, que, al ser contemplado ya sin obstáculo alguno, sacia para siempre el espíritu con el alimento de vida.

Busquemos, pues, queridos hermanos, estos pastos, para alegrarnos en ellos junto con la multitud de los ciudadanos del cielo. La misma alegría de los que ya disfrutan de este gozo nos invita a ello. Por tanto, hermanos, despertemos nuestro espíritu, enardezcamos nuestra fe, inflamemos nuestro deseo de las cosas celes-tiales; amar así es ponernos ya en camino”. 8. En fin, hermanos, antes de concluir no quiero pasar por alto la última frase:

“Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). He aquí una síntesis de todo el hecho de Jesús en la historia: vida y vida en

abundancia. Así queremos nosotros caminar por el mundo: viviendo, disfrutando de la vida, y

repartiendo vida. En una palabra, hermanos: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abun-

dante”. Amén.

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49. Señor, muéstranos al Padre y nos basta

(Domingo V de Pascua, ciclo A Jn 14,1-12)

Queridos hermanos: 1. En este domingo entramos en la despedida de Jesús, y el Evangelio proclama-

do es una sección de aquellas entrañables conversaciones de Jesús después de la Ce-na, que llamamos conversaciones de sobremesa y discurso de despedida. En efecto, si tomamos la Biblia en nuestras manos y abrimos el capítulo 14 de san Juan, todo él es un discurso de despedida, con ese tono característico que tienen siempre las últi-mas palabras. Quizás en nuestro corazón haya un archivo sagrado en el que hayamos recogido las últimas palabras de nuestro padre, de nuestra madre..., palabras que por ser de quienes son y en tal momento son especialmente sagradas. En la Biblia, lo mismo en el Antiguo que en el Nuevo Testamento hay discursos de este carácter de despedida; por ejemplo, las bendiciones de Jacob a sus hijos; el discurso de san Pa-blo a los presbíteros de Éfeso cuando salen a despedirle al puerto de Mileto, ya rum-bo a Jerusalén. Pablo les dice que ya no lo iban a ver más, lo acompañaron hasta la nave y lo abrazaron llorando. El mismo Pablo en una de sus cartas despide a su amadísimo Timoteo y le da los últimos consejos antes de la partida.

Jesús se despide y comienza diciendo: “No se turbe vuestro corazón”. Se nos va lo que más queríamos en este mundo, ¿qué va a ser de nosotros? No se turbe vuestro corazón es una consigna de Jesús, que podemos tomarla como consigna de vida, y en torno a ella podemos reflexionar para incorporarla a ese dinamismo íntimo que estructura la propia personalidad.

¿A qué nos puede sonar la palabra de Jesús como “palabra de vida”? 2. Escribo desde México (aquí en Puebla, a los pies del “Popo”, Popocatépetl,

bello volcán junto al Iztaccíhuatl; con frecuencia la nieve hermosean sus cumbres...), México que es una tierra turbada, muy turbada, con un saldo de 40.000 muertos, pago cruel y absurdo del narcotráfico. No se turbe vuestro corazón.

No se turbe vuestro corazón, si ahora con el pensamiento me traslado a España y pienso en la gran movida jde jóvenes y otros no tan jóvenes, que se extiende incluso en el extranjero, que se ha dado ante este domingo de elecciones. Con cinco millo-nes de parados, los jóvenes miran al futuro y dicen: “Juventud sin futuro”. Y en asambleas que se han propagado por todas partes protestan no contra un partido u otro, sino contra todos, con una soberana desconfianza de cara a los políticos. Si la religión fuera su futuro..., pero tampoco en ello ven un panorama de confianza.

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No se turbe, vuestro corazón, dice Jesús. No es una frase de consolación etérea; es una palabra que quiere incidir en mi vida e inocular en mí esa serenidad, seguri-dad y firmeza que lleva consigo.

3. Es que, en realidad, es una palabra teológica. “Creed en Dios y creed también

en mí”. He aquí la teología: Jesús habla de Dios, a quienes creen en Dios, y se colo-ca a sí mismo en el mismo rango divino. Jesús había sido el maestro, el amigo, el compañero... con el que habían podido contar en esta tierra. Pero inequívocamente el maestro y el Señor es Dios, y por ser Dios, es el que decide la eternidad.

No se turbe vuestro corazón, porque voy a prepararos un lugar, y vuestro destino es seguro, tan seguro como que yo soy Dios. Es decir lo divino y lo humano se han mezclado para hacer de los dos cuerpo de la misma historia.

Lo divino es “familiar” y vamos a hablar del destino eterno, del modo más senci-llo como quien habla de un viaje que voy a emprender para prepararos el sitio, vol-ver luego y llevaros conmigo. Este es el tono del discurso: “la fami8liaridad” penetra todas las palabras divinas de Jesús durante las conversaciones de la Cena.

4. Y al mismo tiempo que la familiaridad es el perfume de todas estas palabras

del divino corazón de Jesús (podemos llamarle así), de pronto las palabras del Señor adquiere una solemnidad regia.

Estamos dentro de la escena y escuchamos a dos apóstoles que intervienen con dos preguntas.

Como Jesús dice: “Y adonde yo voy, ya sabéis el camino” (v. 4), Tomás, muy decidido, dice: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”, pregunta de pura teología. ¿Qué más quisiera el hombre que saber el verdadero ca-mino que lleva hacia Dios? En la Edad Media, un maestro judío español, Maimóni-des (Moshé ben Maimón) escribió una obra clásica titulada: “Guía de perplejos”. El gran filósofo judío quiere mostrar el camino que nos conduce hacia Dios, practican-do la revelación que Dios entregó a Moisés. Y dicen los entendidos que “Maimóni-des es para la tradición judía lo que Santo Tomás para la cristiana, que adaptó los cánones aristotélicos a las corrientes escolásticas” (Wikipedia).

Jesús responde a Tomás y nos está respondiendo a nosotros: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (v. 6). Es decir, no tengo yo que ir a las universidades en bús-queda de una guía intrincada. Jesús es todo y yo puedo ir a él, sabiendo que él que es camino hacia Dios, es la verdad de Dios, la vida de Dios.

Y añade el texto evangélico: “Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”.

Son afirmaciones soberanas que llenan el universo del pensamiento, de la teolo-gía.

5. Y ahora viene la segunda pregunta teológica, esta vez en labios de Felipe, que

mejor que pregunta es una súplica: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (v. 8).

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El anhelo de Felipe es el anhelo humano, el último de todos los deseos, lo abso-lutamente único que puede saciarnos y ser la respuesta de todas las preguntas: Señor, muéstranos a Dios, que tú llamas “Padre”. Es cosa equivalente al último deseo que había expresado Moisés en el monte Sinaí: “Entonces Moisés exclamó: Muéstrame tu gloria. Y él le respondió: Yo haré pasar ante ti todo mi bondad y pronunciaré an-te ti el nombre del Señor, pues yo me compadezco de quien quiero y concedo mi favor a quien quiero. Y añadió: Pero mi rostro no lo puedes ver, porque no puede verlo nadie y quedar con vida” (Ex 33,18-20).

Tal era el pensamiento judío: No se puede ver a Dios; no puede el hombre sopor-tar el resplandor divino. Si uno ha de ver a Dios, tiene que morir; solo en la eterni-dad se puede ver a Dios.

6. ¿Qué va a responder Jesús a esta petición sustancial que le hace Felipe? Escu-

chemos las palabras: “Jesús le replica: -«Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien

me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí?” (vv. 9-10).

En esta respuesta de Jesús, el Señor, advertimos dos cosas: - La primera, que para ver a Dios, no hay que esperar a morir, sino que podemos

verlo ya. - La segunda, que el que ve a Jesús ve a Dios, que no hay un Dios, por lo tanto,

superior a Jesús; que una inmanencia entre Dios y Jesús, que es comunión plena de vida, de sentido, de conocimiento.

7. Nosotros, queridos hermanos, vamos a Jesús y con él nos arreglamos y esta es

sencillamente nuestra religión. Dejamos para los teólogos otras elucubraciones. Esto es absolutamente divino y Jesús se empeña en que lo divino sea, para el

cristiano, lo cotidiano. Y para esto viene el toque final de las palabras que estamos contemplando: Jesús

se va y nos dice y asegura con una fórmula sagrada: “En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre” (.12).

¿Cómo vamos a hacer los discípulos obras más grandes que las que hizo Jesús? Pues así lo dice el Señor. Él actuó en una reducida área geográfica... No pudo más. Sus discípulos, y entre ellos nosotros, salieron al mundo entero. Esa es la obra gran-de que ellos hicieron. Pero ¡atención!, la hacen los discípulos, porque en realidad la está haciendo él desde el cielo. “...y aún mayores, porque yo me voy al Padre”.

8. Concluyamos, hermanos. Nuestro corazón se llena de admiración y exultación.

Jesús, nuestro hermano, es al mismo tiempo nuestro Señor, nuestro Dios. Se ha mar-chado y pronto vendrá para llevarnos consigo. El sitio lo tenemos reservado, del to-do asegurado.

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Vayamos por el mundo como hijos de Dios, seguros en todos los vaivenes de la vida. Vayamos irradiando paz y esperanza.

Jesús está con nosotros, y Jesús está con el Padre. Amén.

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50. La promesa de Jesús: el Espíritu de la verdad

(VI Domingo de Pascua, ciclo A,

Jn 14,15-21) Hermanos: 1. Estamos escuchando a Jesús en esas palabras de despedida que son el discurso de la

Cena. Estamos pendientes de sus labios, pues quisiéramos recoger todo, sin perder un anhé-lito de su aliento. Lo que dice una persona que va a morir es siempre precioso: es el legado que él deja a sus hijos, y acaso, ciertamente que ahora sí, a la humanidad.

Por primera vez en este discurso de despedida Jesús nombra su promesa: el envío de otro Paráclito, que es el Espíritu de la verdad.

Y esta promesa está expresada y envuelta en palabras esenciales, cargadas de misterio. Si la expresión no sonara mal por el uso, diremos “palabras esotéricas”, es decir, confiden-cias que van dirigidas a un grupo de iniciados; los demás, los de fuera - “el mundo” - no están en el secreto no pueden entenderlo.

Jesús habla del amor, de la guarda de sus mandamientos, del conocimiento interior. Añade: “No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros”. En esta órbita del misterio, él se

va, pero vuelve, porque no nos deja huérfanos. Hermanos: estamos en un lenguaje único, que podemos llamar “el lenguaje de la revela-

ción”, que saca del fondo el misterio recóndito, que tiene sentido en una comprensión del conjunto y en cada una de las partes por sí. Ninguna frase rompe la unidad del todo, y cada frase se comprende en ese latido último que viene de la divinidad.

Todo se resuelve en la unidad que es concreta, que está personalizada y que nos trans-ciende. Escuchemos: “Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros” (v. 20).

2. Vamos a detenernos en esa promesa del Paráclito, de que habla Jesús. ¿Qué luces de

revelación dimanan de ahí? Jesús dice, ante todo, “Yo pediré al Padre”. Une el Señor el regalo del Espíritu con su

oración. El Espíritu es fruto de esa oración todopoderosa del Hijo, que conoce los senti-mientos del Padre, y sabe de modo perfecto qué es lo que le agrada que se le pida, y cuál va a ser el resultado infalible de la petición.

La frase se termina así: “que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros” (v. 16).

El Espíritu es don de Dios, o “el don de Dios”, exactamente el don del Padre. En el Evangelio de san Lucas, y en una circunstancia muy diferente encontramos la expresión equivalente. Cuando se habla del poder de la oración confiada, del hijo que pide al padre un pedazo de pan, un pescado..., en ese Evangelio leemos: “Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?” (Lc 11,13).

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El Espíritu Santo es el don del Padre, el don de los dones. ¿Por qué? Porque el Espíritu Santo no es una cosa, no es una gracia; es una persona, Donde esta Él está la Trinidad, Dios vivo y verdadero.

Existe en México una benemérita y pujante familia religiosa llamada “Misioneros del Espíritu Santo”, iniciada hace cerca de cien años (25 diciembre 1914). Esta Congregación religiosa, que se acoge a la acción del Espíritu Santo, mira con especial afecto por la santi-dad de los sacerdotes y consagrados, y es muy activa en obras de pastoral entre laicos y movimientos de jóvenes.

El Espíritu Santo es el regalo todo divino de Dios, y es el envío; donde está el Espíritu de Dios está la misión de Dios en la entraña del mundo. Los Misioneros del Espíritu Santo, sintiéndose receptores de Dios y enviados por Dios, quieren llevar el don de Dios al mundo.

3. El don del Espíritu aparece en la lectura de los Hechos de los Apóstoles de hoy, en un

texto al que ha prestado mucha atención la Teología para explicar lo que es el sacramento del Espíritu Santo como sacramento unido al bautismo.

El episodio es este: Felipe, no el apóstol uno de los Doce, sino uno de los siete varones de Jerusalén a quienes los apóstoles impusieron las manos y oraron encargándoles el servi-cio de la caridad, cuando se desató la persecución en Jerusalén con motivo de la muerte de Esteban, bajó a Samaría. Allí predicó el Evangelio con signos portentosos. “La ciudad se llenó de alegría” (Hch 8,8). Y el texto sagrado nos informa: “Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaría había recibido la palabra de Dios , envia-ron a Pedro y Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo, Pues aún no había bajado sobre ninguno; estaban solo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo” (8,14-16).

La interpretación del pasaje nos invita a afirmar que la venida del Espíritu Santo se ma-nifestaba con signos visibles a los ojos de los creyentes. La gente había escuchado con atención a Felipe, dice el libro sagrado, “porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban” (,6-7). La predicación producía estos efectos ma-ravillosos; pues del mismo modo la recepción del Espíritu por la acción sacramental de Pedro y Juan producía efectos semejantes.

La Iglesia, entre otros pasajes, ha acudido a este texto para insinuar qué es la confirma-ción.

En la confirmación, sacramento de la iniciación cristiana junto con el Bautismo y la Eu-caristía, sacramento que celebra el obispo - y preferentemente en la Vigilia pascual – y unge la candidata en la frente con el santo crisma, al tiempo que el obispo le dice: ACCIPE SIGNACULUM DONI SPIRITUS SANCTI (Recibe la marca del don del Espíritu Santo).

De esta manera la Iglesia está significando que el don del Espíritu Santo es real, y que esa marca, que se hace en la frente, la llevamos en el alma, en el ser entero, para toda la vida.

4. Todo esto procede, hermanos, en última instancia de las palabras mismas de Jesús, el

Señor. El Espíritu Santo es el don supremo de Dios y lo llevamos dentro de nosotros mis-mos. ¡Cómo debemos suscitar nuestra honda sensibilidad, para convivir con estas realida-des de Dios! Estas verdades son el fundamento de la existencia y de la misión de la Iglesia en este mundo.

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De este Espíritu que Jesús envía desde el Padre nos hablará el Señor en otros momentos de la Cena. Aquí lo apellida con un apelativo: “el Espíritu de la verdad” (Jn 14,17). En el Evangelio de San Juan la Verdad es la misma vida de Dios, es la base de toda la realidad. El que está en la Verdad está en la Vida; no se pueden disociar Verdad y Vida como si fue-sen dos aspectos independientes.

Por eso el que está en la Verdad, el que está testimoniando a Dios, es partícipe de la Vi-da misma de Dios; es un santo. Yo no puedo dar testimonio de Dios si no vivo la vida de Jesús. Jesús ha vivido así.

El apóstol san Pedro en la predicación que tuvo en Cesarea, en casa de Cornelio, centu-rión de la cohorte Itálica, predicaba así: “Vosotros sabéis lo que sucedió en toda Judea, co-menzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Naza-ret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10,37-38).

5. Es el Espíritu viviente, que penetró completamente a Jesús, y que, en la Cena, Jesús

nos prometió que nos lo iba a enviar a nosotros. Nos quedamos pensativos, reflexionando, sacando de nuestra fe pensamientos dormi-

dos. Y con una súplica en nuestros labios: ¡Señor Jesús, dispón nuestro corazón para recibir el sublime don de la persona del Espí-

ritu Santo, que tú nos prometes y que de junto al Padre tú nos lo envías! Amén.

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51. Ascensión del Señor

Hermanos: 1. Si el corazón vive de sentimientos, que son su vida y respiro, su verdad sensi-

tiva... déjenme que aflore uno de esos sentimientos para decir: ¡Qué pena que las razones laborales y económicas manden de tal forma que el día de la Ascensión del Señor se diluya para pasar la fiesta al domingo siguiente! A los cuarenta días de la Resurrección del Señor se cumple su gloriosa Ascensión a los cielos.

Claro que el número “cuarenta” es un número místico y espiritual, un número bí-blico y celebrativo, un número – diremos – sacramental. Procede de la Sagrada Es-critura, y para el caso de la Ascensión de Jesús viene del inicio de los Hechos de los Apóstoles. Este libro sagrado, que es el anillo que une la vida histórica de Jesús con la vida de la Iglesia, la de los primeros días y, en definitiva, la de hoy, comienza así: “En mi primer libro, Teófilo, escribí sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo, hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instruccio-nes a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo,

Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del Reino de Dios” (Hch 1,1-3).

Este mismo evangelista san Lucas, que dirige su obra entera – Evangelio y He-chos de los Apóstoles – a un supuesto Teófilo, a un “Amigo de Dios” (que esto sig-nifica la palabra”,) ha terminado su primer libro con estos versículos: “Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvie-ron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios” (Lc 24,50-54).

2. Estos versículos finales del Evangelio e iniciales de los Hechos nos abren dos

preguntas: ¿Cuándo ocurrió cronológicamente la Ascensión del Señor? Y ¿cuál es el significado espiritual de este misterio?

Con sana teología podemos afirmar que en el mismo instante en que Jesús termi-na su vida terrestre empieza su vida celeste; en el mismo momento en que muere resucita, y asciende al cielo. Resurrección y Ascensión son modalidades del mismo y único misterio: su glorificación por el poder del Padre, su triunfo a la derecha de Dios, su vida inmortal. Con nuestras categorías de “tiempo” y “espacio”, que son las dos coordenadas de la historia, nosotros podemos hablar de lo que ocurre acá; pero lo que ocurre allá eso pertenece al misterio Dios. ¡A solo Dios la gloria por los si-glos de los siglos, a Él la bendición y la alabanza!

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Siendo esto así, los relatos de las apariciones de los cuatro Evangelios tratan de mostrar por medio de la “familiaridad” que la vida de Jesús es una, porque él es uno, y que lo de acá y lo de allá es continuo y uno. La persona del Señor – Jesús de Naza-ret y Jesús glorificado – es una, no son dos; y su misión es una: el Reino de Dios, que es el Evangelio de antes y de después y de ahora. La vida tiene momentos, pero no se rompe; la vida palestinense de Jesús y la vida celestial es una. La una no rom-pe la otra; o, mejor, desde el momento en que Jesús concluye, se hace universal y contemporáneo. Jesús es el hombre universal, lo mismo judío que europeo que afri-cano que americano que asiático. Jesús es de todas las razas y de todos los tiempos.

Esto es lo que nos están diciendo las apariciones familiares de Jesús. Jesús es nuestro, es el don del Padre a toda la humanidad, y, concretamente, porque esto es lo más importante, Jesús es para mí: Jesús es mío. Le puedo llamar yo “Jesús mío”, y no por una concesión efusiva, fruto de mi sentimiento, sino por una comunión místi-ca con él, que me enseña en todas las páginas la lectura de los santos Evangelios.

3. No vamos, pues, contra las santas Escritura, sino que, por el contrario, las re-

afirmamos, cuando decimos que fundimos el tiempo de los hombres, que es el tiem-po que marca el movimiento de los astros, con el tiempo de Dios, que es el tiempo del corazón.

La apariciones las vivimos como momentos sacramentales de hoy. Y hay una aparición que cierra el tiempo visible de Jesús, para decirnos que su permanencia, siempre viva, está unida a la presencia del Espíritu en nosotros.

Es muy bella la escena final de san Lucas. Jesús aparece como el Sacerdote que bendice a su comunidad. El gesto no es la señal de la cruz, que luego nosotros, tan significativamente hemos adoptado para expresar el misterio pascual del Calvario; es el gesto de alzar las manos hacia Dios, para posarlas luego sobre nosotros. Los bienes de Dios los recoge y los trae sobre nosotros; el cielo es nuestra herencia filial.

Jesús es el sacerdote, y la comunidad de Jesús sigue acudiendo al Templo, si bien ya nuestro nuevo templo va a ser el mismo cuerpo del Señor.

En el relato que abre los Hechos la Ascensión del Señor va unida a una comida, que nos puede evocar, de una manera tan espontánea, la Eucaristía. Jesús se marcha al cielo después de una comida. Esto es muy hermoso: comer juntos para decirnos “adiós”.

Y el detalle que sigue es éste: “Dicho esto, a la vista de ellos, fue llevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de su vista” (Hch 1,9).

Nos place recordar la bellísima Oda a la Ascensión que escribió nuestro profesor salmantino, puro entre los clásicos, Fray Luis de León, y que recoge, en parte, el breviario de hoy.

¿Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo, obscuro, con soledad y llanto; y tú, rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro?

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En esta lira hay una estrofa dedicada al detalle de la nube: ¡Ay! Nube envidiosa aun de este breve gozo, ¿qué te quejas? ¿Dó vuelas presurosa? ¡Cuán rica tú te alejas! ¡Cuán pobres y cuán ciegos, ¡ay!, nos dejas! Habla el poeta, el poeta amoroso, y en un momento crítico cuando le han suspen-

dido de cátedra (poema escrito en 1572), poeta que explaya sus hondos sentimientos cristianos, a veces como gemidos:

¿Qué mirarán los ojos que vieron de tu rostro la hermosura, que no les sea enojos? Quien oyó tu dulzura, ¿qué no tendrá por sordo y desventura? Puede el poeta verse en la cárcel y verse en Jesús. Dulce Señor y amigo, dulce padre y hermano, dulce esposo, en pos de ti yo sigo: o puesto en tenebroso o puesto en lugar claro y glorioso. Fray Luis de León era escriturista, conocedor del hebreo, traductor directo de los

textos sagrados. Hoy podríamos haberle pedido otro poema diferente: que nos habla-ra, que nos cantara las infinitas riquezas que nos ha traído lo que la teología ha defi-nido como “el misterio pascual de Cristo”, que es, de modo indiviso, muerte-sepultura-resurrección-ascensión de Jesús, el Señor. En Jesús está todo nuestro bien; él lo ha comunicado a su Iglesia, y en la Iglesia y por la Iglesia, está en mi corazón. También los que no han tenido esta gracia de la fe son beneficiarios de los dones de Cristo; en Dios no hay barreras.

4. No quisiera terminar mis palabras en el día de la Ascensión del Señor sin refe-

rirme a un hecho simpático, lleno de profundo significado. Hace unos días, y concre-tamente el sábado 21 de mayo, el Papa Benedicto XVI tuvo un coloquio de veinte minutos, en italiano y en inglés, con la tripulación de la Estación Espacial Interna-cional, con motivo de la última misión de la nave Endeavour. Todo está detallada-mente publicado, y nunca en el Vaticano había ocurrido un evento similar. Fue un amplio saludo de introducción, y luego seis preguntas y comentarios a los que res-pondieron seis astronautas. ¿De qué se puede hablar cuando se habla de la tierra al

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cielo...? Se puede hablar de la paz del mundo cuando se borran las fronteras del pla-neta, del progreso que espera a la humanidad descubriendo nuevas fuentes de ener-gía, se puede hablar de oración... Y se puede dar el pésame al astronauta al que en el vuelo se le ha muerto su madre. El astronauta, en este caso el italiano Paolo Nespoli, le responde: “Santo Padre, he experimentado sus oraciones, vuestras oraciones han llegado hasta aquí. Es verdad, estamos fuera de este mundo, estamos en órbita alre-dedor de la Tierra y podemos ver mejor la Tierra y seguir todo lo que nos rodea. Mis colegas aquí, abordo de la Estación --Dimitri, Kelly, Ron, Alexander y Andrei -- han estado muy cerca de mí en este momento importante para mí, muy intenso, así como mis hermanos, mis hermanas, mis tías, mis primos, mis parientes han estado cerca de mi madre en los últimos momentos. Doy las gracias por todo esto”.

5. Hermanos: Jesús ha subido al cielo. “Subido”, por hablar con términos visua-

les. Jesús ha subido; es decir, ha penetrado más en lo hondo del mundo y en lo hon-do de nuestro corazón. Jesús es más nuestro. Definitivamente en tiempo y en eterni-dad Jesús es nuestro.

Jesús, Señor. Infinitamente gracias, a ti la gloria por siempre. ¡Hasta pronto! ¡Hasta ahora! Amén.

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52. Beato Juan de Palafox

Laudatio in iubilo Hermanos: Ayer, 5 de junio del año de gracia 2011, domingo en la Ascensión del Señor, fue

beatificado un gran obispo que murió hace 351 años. El Papa, desde Zagreb, capital de Croacia, donde se encuentra animando la fe de los católicos, tuvo su recuerdo, y estableció su comunión espiritual con lo que se estaba viviendo en la Catedral de Burgo de Osma (Soria). Recordó al nuevo beato como “luminosa figura de obispo del siglo XVII en México y España”, “un hombre de vasta cultura y profunda espiri-tualidad, gran reformador, pastor incansable y defensor de los indios”. “El Señor conceda numerosos y santos pastores a su Iglesia como el beato Juan”.

Podemos quedarnos con esta última súplica: el Señor nos conceda pastores de es-ta talla: nunca han faltado, ni tampoco ahora faltan.

Necesitamos obispos santos, obispos cultos, obispos valientes, obispos pobres... (Palafox defendió a los Indios y ensalzó sus virtudes)..., y acaso obispos con una teología sencilla y nueva de esa fraternidad que Jesús nos ha enseñado cuando se despide, rumbo al cielo, en el Cenáculo. Pienso que, por encima de “padre”, el Obispo teológicamente es “el hermano”, y con ello el servidor de todos, el último de todos, cosa que no siempre favorecen sus insignias.

Un nuevo santo es motivo de alegría para toda la Iglesia. En ocasiones hay razo-nes del corazón que propician una vibración afectuosa más cercana. Palafox me re-sulta más cercano, porque este año he enseñado las Sagradas Escrituras en el semi-nario que él fundó, aquí en Puebla (si bien el edificio sea otro). Y otra razón del co-razón es que Palafox nació en un pueblo vecino al mío, mi querido Alfaro. Indica la Gran Enciclopedia Navarra que Fitero “limita con Corella por el N, Cintruénigo y Tudela por el E., Tarazona (Zaragoza) y Cervera del Río Alhama (Rioja) con el S, y con este último municipio y Alfaro (Rioja) por el O”. Razones del corazón..., que también tienen su festín en la fe.

¿Quién fue el obispo Juan de Palafox? La hermana Francis Robles, monja agus-tina, pintora, encargada de la “gigantografía” para la beatificación, sin duda que acierta en el alma, cuando condensa en su panel lo que Palafox ha vivido: un crucifi-jo y un libro sobre su corazón ardiente. Detrás del crucifijo, y con él, están los po-bres de la tierra. Es la imagen que se ha repartido como recordatorio a los participan-tes.

La vida de Juan Palafox, puesta en película, da un argumento apetitoso para un

gran creador. Palafox, nacido de gente noble (1600), pero fuera de matrimonio, que

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su madre, luego monja, va a los Baños de Fitero y por una criada quiere deshacerse de él y ahí está el río Alhama para tirarlo, pero Pedro Navarro lo impide y lo añade a sus ocho hijos..., y se cría en sana pobreza y entre cuatro ovejitas...; un niño que después de años su padre lo reconoce, que muy joven se responsabilizará del mar-quesado de Ariza (Aragón), y que luego asciende en una carrera política a más y más. Un joven que se hace sacerdote, tras ciertos devaneos, dispuesto "a por todas", a ser santo de verdad... Un eminente eclesiástico e ilustre consejero, que viene a Nueva España (1640) ya consagrado obispo para Tlaxcala-Puebla, que es Virrey por unos meses para deshacer entuertos..., y que en 1649 sale corrido de estas tierras. Nadie en la historia de México ha tenido tanto poder en sus manos como él lo tuvo.

Un hombre pobre a morir, estudioso, penitente, místico... Que en España le dan un obispado de pequeña categoría (hablando neciamete a lo humano). En suma, un santo.

Sus obras suman 15 volúmenes que ahora la UPAEP (universidad católica en Puebla, fundada en 1973, las está digitalizando para que lleguen a nuestras manos).

Hoy para conocer, de entrada y someramente, a nuestro Juan de Palafox, pode-mos acudir a las cartas pastorales escritas por los obispos de ambas diócesis, don Gerardo Melgar, de Osma-Soria, Juan de Palafox y Mendoza: Un modelo de fe para el creyente del siglo XXI (1 de mayo de 2010); don Víctor Sánchez, de Puebla de los Ángeles: Con Júbilo. Con ocasión de la beatificación del venerable Don Juan de Palafox y Mendoza, Obispo de Puebla de los Ángeles (1640-1649), 1 de octubre de 2010, primera carta de su ministerio episcopal en esta aquidiócesis.

Los hombres de la política y los historiadores de la Nueva España y de Felipe IV escribirán muchas cosas, eruditas y opinables.

Los que miramos la vida desde el confesonario, desde el ambón, desde la cabece-ra del enfermo... y, en suma, desde la intimidad con Jesús escribiremos oitras cosas más simples, y pienso modestamente que más verdaderas...

Yo quiero dejar en esta ocasión un ramo de flores campestres, tomadas de los sotos del Alhama. Aquí van unos versos. Unos que escribí ayer, al latido de lo que pasaba en Burgo de Osma (ciudad que visité cuando "Las Edades del Hombre"), y otros escritos hace un par de meses para mis queridos seminaristas del Palafoxiamo. Unos y otros para alabanza y gloria de Cristo, en sintonía con mi hermano Beato Juan de Palafox.

***

Santo de escoplo y martillo

En el día de hoy, domingo 5 de junio de 2011 (Ascensión del Señor), ha sido

beatificado en la Catedral de Burgo de Osma (Soria) el que fuera su obispo, Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659).

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¿Quién fue realmente Juan de Palafox, obispo de Puebla de los Ángeles (1640-1649), en la Nueva España, y al final de su vida Obispo de Burgo de Osma (1654-1659)?

Debajo de esa imagen ostentosa de amplio ropajes (él nunca se dejó retratar), quisiéramos ver su alma con algunos rasgos.

Cuando fue propuesto para obispo de Puebla en la Nueva España consultó, y le animaron a aceptar, diciéndole que Dios le quería “santo de escoplo y martillo y no de pincel”. El lema de sus insignias fue: “Amor meus crucifixus est”.

Su pasión fueron los pobres, y en su funeral el Cabildo le hizo exequias de li-mosna, conforme a los deseos del finado.

Fue Virrey unos meses, inflexible contra la corrupción y la mala administración. Visitó su diócesis hasta los últimos rincones, acérrimo defensor de los indios.

Hombre de dotes de gobierno con gran cercanía y sencillez. En su pobreza fue hombre de generosas empresas; muy buen escritor. Reparó o levantó 44 templos, muchas ermitas y más de 100 retablos; terminó y consagró la catedral de Puebla (18 de abril de 1649); había fundado el Seminario (1644), luego llamado “palafoxiano”, y la Biblioteca Pública Palafoxiana (1646), primera en América.

Devotísimo de la Virgen y propagador del Rosario (Santo Domingo de Guzmán había sido, siglos atrás, canónigo de Burgo de Osma).

Sin querer dar una semblanza completa (Eucaristía, sacerdotes, acciones de go-bierno...), esos son los rasgos que destacamos en este poema, compuesto justamente hoy, día de su beatificación.

1. “Santo de escoplo y martillo y no de pincel”, muéstranos tu vera imagen las esencias de tu ser, que retratos de este mundo nunca quisiste tener. 2. Fue mi amor Cristo en la cruz, él y solo él, donde Dios puso la ciencia y el verdadero poder: a Cristo en cruz predicadle, no busquéis otro saber. 3. Fui de Jesús Limosnero ¡oh dulce placer!; para los pobres mi casa, para ellos mesa y mantel, y de limosna al morir,

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mi funeral ordené. 4. Amé con perdón y paz cuanto pude amé; me dieron glorias humanas y me nombraron virrey, mas yo fui obispo y pastor, los indios fueron mi piel 5. Por la casa del Señor yo mucho estudié, y a la gloria del Altísimo bellos templos levanté; amemos al pueblo santo dándole cultura y fe. 6. Y la Madre del Señor es cuna y dosel; para aprender a Jesús el Rosario prediqué, amadle mucho a María con el Rosario también. 7. ¡Gloria a ti, Cristo bendito de Dios todo bien, y con Juan de Palafox a ti el trofeo y laurel, que a tu Iglesia santificas y en sus hijos te haces ver! Amén.

Puebla, 5 junio 2011 Noticia. Se comunica en Burgo de Osma que la fiesta litúrgica del nuevo beato

será cada año el día 6 de octubre.

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HIMNO DEL PONTIFICIO SEMINARIO PALAFOXIANO

DE PUEBLA DE LOS ÁNGELES en la Beatificación de su Fundador,

Juan de Palafox y Mendoza, Obispo. (Proyecto)

Este himno está básicamente inspirado por el lema que adoptó Juan de Palafox:

“Amor meus crucifixus est”. (Consigna que es la divisa oficial de la Orden del San-tísimo Salvador, fundada por Sta. Brígida de Suecia, 1302-1373).

El estribillo nos da la pauta espiritual y teológica de lo que pretende el himno. En el estribillo habla el Beato: “Mi amor, Jesús, está crucificado”: / no busco ya otra gloria, otro camino”. Y al eco de esta inspiración, el Seminarista del Seminario que en su día, en otro lugar, inició el Beato Juan de Palafox, expresa su identidad: seré yo Sacerdote de su gracia, ministro de su cruz y señorío.

En el Nuevo Testamento no hay sino un solo Sacerdote, un solo altar y un solo sacrificio: Cristo en su misterio pascual, cruz y señorío. Es la visión que tiene la Carta a los Hebreos, guía espiritual de nuestro ministerio sacerdotal.

En las estrofas, que no despliegan el resumen de la espiritualidad del Beato, se insiste en algunos rasgos. En los años antecedentes a la ordenación sacerdotal es significativa e importante la reflexión autobiográfica de Juan de Palafox: “No es cosa de burlas hacerme sacerdote, que es la mayor dignidad que tiene Dios estable-cida en su Iglesia y a ese paso debe uno buscar la perfección, y para ser sacerdote y quedarme como antes, eso no lo permita Dios y primero me muera. Amén”.

Por lo demás, lo que queremos cantar no es la gloria, la grandeza… del famoso Juan de Palafox, sino que cantamos a “Cristo, Buen Pastor, el Hijo amado… por un siervo esclarecido”.

A Cristo, pues, “la vida entera y todo amor, oh Cristo, por los siglos bendecido. Amén”.

Estribillo “Mi amor, Jesús, está crucificado”: no busco ya otra gloria, otro camino; seré yo Sacerdote de su gracia, ministro de su cruz y señorío. Estrofas

1. A Cristo, Buen Pastor, el Hijo amado cantamos por un siervo esclarecido, Obispo humilde Juan de Palafox,

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a fuego de oración y amor batido. 2. Tu vida fue dolor y providencia por Dios desde el bautismo protegido; y si un fugaz engaño te sedujo, volviste al buen camino arrepentido. 3. Que no es en vano hacerme Sacerdote, sublime honor por Dios establecido, y muera yo, si fiel no voy a ser, ardiendo en el amor por él prendido. 4. La Nueva España fue tu vocación y Puebla será dentro tu latido, tu flor, la catedral y el seminario, y el pobre de Jesús, tu preferido. 5. Beato nuestro, Juan de Palafox, de fe, de ciencia y arte todo ungido, es tu memoria bálsamo y aliento, y ayer y hoy Jesús, amor transido. 6. ¡Honor a Jesucristo, eterna Pascua, en medio de su pueblo acontecido: a ti la vida entera y todo amor, oh Cristo, por los siglos bendecido!

Puebla, domingo, 3 abril 2011

* * * Vuelve, pastor

Saludo y rimas de bienvenida

para la llegada de las Reliquias del beato Juan de Palafox a Puebla de los Ángeles

Este poema lírico, de humildes letrillas españolas, con versos fáciles a modo de cantar de juglaría, se escribe para dar la bienvenida a las reliquias del Beato Juan de Palafox – una parte de los restos – que se van a depositar en esta su catedral de Puebla, que él concluyó y consagró.

El 24 de junio (2011) llegarán a Puebla, y recibirán primero veneración en la Capilla Real de Cholula. Luego, por el antiguo camino al Puente de México, entrarán en Puebla de los Ángeles, en el “Papamóvil” que usó en Puebla el Beato Juan Pablo II. A las 12.00 se

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celebrará solemnemente la Eucaristía, y las reliquias se guardarán, para pública veneración de los fieles, debajo del altar de la Capilla de la Virgen del Perdón, a la entrada de la cate-dral, junto a la Puerta del Perdón.

I Vuelve, celoso pastor, con tu celeste cayado,

vuelve, muy bienvenido, Beato glorificado;

vuelve a tu tierra poblana, que Puebla no te ha olvidado:

¡vuelve, pastor!

II Vuelve a la santa asamblea, tu Catedral te ha esperado; vuelve y predica Evangelio

con tu recuerdo clavado; tus escritos silenciosos

nos van a seguir hablando: ¡vuelve, pastor!

III

Vuelve acá donde estuviste, mas no al sepulcro asignado;

tus restos ya son reliquias para un altar consagrado, y han de ser intercesión

y oración en nuestros labios: ¡vuelve, pastor!

IV

Tus huesos florecerán por el Espíritu Santo;

apóstoles surgirán de tu santo relicario,

que eres pastor que intercedes por el querido rebaño:

¡vuelve, pastor!

V Vuelve y contempla que fueron

ya varios siglos pasados, mas tus raíces florecen,

pese a los vientos contrarios;

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vuelve y bendice y alienta que un nuevo tiempo ha empezado:

¡vuelve, pastor!

VI Vuelve y repasa la grey,

que mucho se ha dilatado: los hijos se multiplican: cinco millones sobrados.

Itzúcar de Matamoros cual diócesis se ha anunciado:

¡vuelve, pastor!

VII Tú forjador de pastores, creador del Seminario,

que hoy todos llaman y escriben ya por ti, Palafoxiano;

vuelve a cuidar esa joya, que pide mucho cuidado:

¡vuelve, pastor!

VIII Vuelve, bendice y asiste

a nuestro obispo poblano, y a todo su presbiterio y a todo el episcopado: México de Guadalupe, lindo pueblo mexicano:

¡vuelve, pastor!

IX Vuelve a la sierra y visita

parroquias que has visitado; vuelve y bendice y ayuda,

todo será necesario, y al enemigo que acecha

tenlo fuera y alejado: ¡vuelve, pastor!

X

Vuelve a Puebla de los Ángeles y pisa sus empedrados,

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y mira la Biblioteca y el mundo universitario; y acoge a todos sin siglas, que todos son ciudadanos:

¡vuelve, pastor!

XI Corazón hecho de pobres,

de Jesús crucificado, corazón hecho de amor para ser don regalado,

vuelve y siembra la esperanza en este campo abonado:

¡vuelve, pastor!

XII Vuelve, pastor, y proclama

que algo nuevo ha comenzado: discípulos, misioneros, nuevos evangelizados: ¡Es por Jesús, el Señor,

el amor por siempre amado! ¡vuelve, pastor!

Puebla de los Ángeles, 7 junio 2011

Fr. Rufino María Grández

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53. Espíritu de Dios, mi santo Espíritu Solemnidad de Pentecostés Hech 2,1-11; Jn 20,19-23

Hermanos:

1. ¡Espíritu de Dios, mi santo Espíritu! Hoy es Pentecostés, fiesta pascual del cielo y de la tierra. Y esta proclamación

que acabamos de pronunciar, un endecasílabo, que podría ser primer verso de un Himno Espíritu, une dos realidades extremas y totales: Dios, afirmando que el Espí-ritu Santo es su Espíritu, su único Espíritu; y el hombre, afirmando con la misma contundencia, que el espíritu del hombre no es otro que el Espíritu de Dios, en esta vocación divina, radical con la que el hombre ha sido constituido.

Si esta gran proclamación, que hoy surge del corazón, como una confesión de fe, sí, al mismo tiempo que como un inmenso anhelo, la quisiéramos explayar en círcu-los y esferas universales, diríamos:

Espíritu Santo. Espíritu de Dios. Espíritu del Padre; Espíritu del Hijo. Espíritu del Universo. Espíritu de la Historia. Espíritu de la Iglesia. Espíritu de toda religión. Espíritu de ayer, de hoy y de siempre. Espíritu mío: de mi creación, de mi vida, de mi destino, Espíritu que hace persona mi persona. Espíritu del pensar humano. Espíritu, alma de toda la Teología. Espíritu de las santas Escrituras. Y para terminar concluyendo, incluyendo, resumiendo: ¡Espíritu Santo! Del fondo de mi ser emerge algo que me lo he aprendido de mí, y que - espero -

ha sido el mismo Espíritu el que me lo ha infundido: Espíritu, intimidad de Dios, ultimidad de Dios.

Para dar título a esta homilía de Pentecostés, corona de la Pascua, puerta del cie-lo, uno se encuentra solicitado por las infinitas irradiaciones de ese Espíritu, múltiple a lo infinito y autor de la simple unidad en Dios y en el hombre. Escribo, por tanto, la palabra Dios y la palabra Hombre, para conceder, que, en virtud de la revelación que se nos ha entregado, el Espíritu de Dios, mi Creador, es el mismo que el mío, creatura... infinita suya.

2. Al tiempo que estos aleteos espirituales en esta madrugada fragante de vida

sacuden mi alma, hay algo previo que deseo aclarar, como norma del lenguaje para poder seguir hablando. La pregunta que surge es esta: ¿Podemos hablar del Espíritu?

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De Jesús si, porque fue ciudadano terráqueo, porque tuvo un nombre en el registro del Imperio, porque hay unos Evangelios, memoria de sus pasos entre nosotros. Y podemos hablar del Verbo de Dios desde las raíces de aquel hombre, Jesús de Naza-ret.

Esa es la imagen de Dios que llevamos dentro: Dios-Hombre, tan Dios como hombre, tan hombre como Dios. Volamos por cielos infinitos, siempre amarrados a la humanidad de Jesús de Nazaret. Dios es Dios encarnado; por eso, hablamos con propiedad de Dios. La carne de Jesús - sus vagidos, su sudor, su sangre y su muerte -nos dan las ganas para hablar de Jesús Dios. En suma, por la Encarnación palpamos a Dios, hablamos de Dios, cantamos a Dios.

Instalados en este Jesús Dios, instantáneamente pasamos al Dios de Jesús, es de-cir al Padre Dios, que lo imaginamos ("imaginamos", repito) como Hombre "padre", con su cuerpo, su rostro... y vagamente, aunque sin detenernos en ello, con su sem-blante barbado. En una palabra, desde el momento en que Jesús es Dios, también su Padre es humano Dios, y pensamos que ni nos traicionamos a nosotros mismos al hablar del padre a lo humano, al humanizar a Dios para entrar en comunicación y comunión con él, si bien los teólogos aseguren: el Padre envía, pero no es enviado, porque no va de acuerdo con su origen.

3. Para nuestra representación de las cosas divinas, para nuestra lectura de las divinas Escrituras, a Jesús y al Padre los ponemos imaginativamente en paralelo.

Pero no nos ocurre lo mismo con el Espíritu. Ahí la imaginación se pierde en lo aéreo. Espíritu significa Viento: no imaginamos el Viento para hablar con él. Espíri-tu es el anhélito del ser vivo que respira; pero nosotros no dialogamos hablando al aliento. Al Espíritu se le representa como fuego; no, no entramos en comunión con el fuego, porque el fuego no es persona. En fin, el Espíritu es significado con la pa-loma; mas tampoco hablamos de verdad con la paloma.

Sabemos que el Padre, que el Hijo, que el Espíritu son persona: tres Personas y un solo Dios; tres Personas de la misma categoría cada una de las tres. Yo, persona, no puedo dialogar sino con una persona; pero quiero t requiero que la personas sea real, no sea un producto de mi fantasía, porque entonces mi conversación terminaría en la nada, y revertiría sobre mí mismo como una frustración.

Necesitamos, por tanto, hermanos, un acto de purificación de la fantasía para en-trar en comunión con el Espíritu Santo como Persona divina que enlaza mi persona humana.

4. Para hacer esta purificación tomemos un concepto esencial, no con la imagina-

ción, sino con todo el ser: Dios es en mí presencia; el Espíritu Santo es Presencia, no intencional, sino real. El Espíritu es la presencia real de Dios en mí. Ahora pisamos otro terreno; ahora estamos en la sustancia del ser. Yo percibo mi ser como sujeto, como identidad y como vida. Por el mismo conducto, yo puedo percibir a Dios co-mo Presencia en mí, como esencia, como voz callada, como intimidad, como seguri-dad que pacifica. Estamos en el ámbito del Espíritu Santo.

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5. Así pues, hermanos, definamos sin miedo al Espíritu Santo. El Espíritu Santo es la presencia de Dios. Es lo más íntimo y lo que nos excede.

La verdad esencial sobre él, que nos transmite la Sagrada Escritura, empezando ya en el Antiguo Testamento, es que el Espíritu Santo es el don regalado de Dios. En la liturgia de Pentecostés se proclama esto de dos maneras: una en la escena de los hechos de los Apóstoles; otra, en la escena de la aparición de Jesús a los once el día de la resurrección. El pueblo judío celebraba la Fiesta de los Cincuenta Días, que radicalmente esto significa Pentecostés. Fue en esta fiesta cuando se derramó el Es-píritu en la Iglesia como fuego, como estruendo, como palabra. Fue aquella mañana el Sinaí de la Nueva Era. La fiesta de Pentecostés recordaba el don de la Ley, que era el regalo de amor de Dios a su pueblo. El don de Dios, que Jesús lo había prome-tido en la cena, como don del Padre y como don suyo, acontecía ahora, en Pentecos-tés, en el Sinaí de la casa donde estaban reunidos los Apóstoles; también a la Virgen la representamos entre ellos. Vino el Espíritu de Dios, y la Iglesia se colmó de divi-nidad. Pienso que la homilía que ahora mismo estoy escribiendo, dejando que vuele, libre, el corazón, es aquel don que él derramó el Padre, y el Hijo igual, el día de Pen-tecostés.

“Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, se-gún el Espíritu les concedía manifestarse” (Hc 2,4). Este es el bautismo en el Espíri-tu Santo. Los Apóstoles son transformados: son constituidos profetas de Dios, testi-gos de Jesús, Apóstoles de la Encarnación, mensajeros del amor inmortal de Dios.

Esto mismo es lo que quiere hacer el Espíritu hoy en su Iglesia. 6. Don de Dios que sigue a la muerte y resurrección del Hijo. Con otras palabras

el mismo misterio está significado en la tarde de la resurrección. Recordad el texto sagrado: “Como el Padre me envió, así os envío yo. Y dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22).

La escena nos recuerda el momento de la creación cuando Dios plasmó al hom-bredel polvo de la tierra, y sopló para inocular en los pulmones humanos el aliento divino; el hombre empezó a vivir con la vida de Dios.

7. Sabiendo, pues, que el Espíritu Santo es el don definitivo de Dios al mundo, el

que se nos ha regalado con la muerte y ascensión del Señor, nos volvemos a pregun-tar, no para dudar, sino para saborear y gozar: ¿Quién es el Espíritu Santo? Es la presencia del Dios amante, y esa presencia, que ahora la vemos como fruto de la obra del Hijo sobre la tierra.

Pero, observad, hermanos: todos los hombres llevan dentro de sí un deseo de más, que es justamente el indicio de que el Espíritu de Dios es el regalo que Dios tiene para nosotros. El arte, que ya es don en los pueblos más primitivos, cuando no había escritura, es signo fehaciente de que el Espíritu es nuestra compañía. El poeta escribe unos versos, y lucha consigo mismo, porque ve claramente – y sufre por ello – que la belleza es algo infinitamente superior a lo que está escribiendo.

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En fin, todo está atravesado por el Espíritu de Dios, porque el Espíritu es la in-timidad de Dios y la ultimidad de Dios. Somos espírituales por el Espíritu Santo.

Hermanos, es preciso cortar la palabra..., cortarla, sí, casi exabrupto. Adoremos a Dios, alabemos a Dios, dejémonos embargar por la presencia de

Dios. Los dones del Espíritu, significados en siete palabras, no son siete ni setenta. Son la vida entera, en tiempo y eternidad. Amén.

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54. Recibid el Espírtu Santo

Mi querido hermano, mi querida hermana: Las palabras que ahora fluyen del corazón más que una homilía que dirijo a la

asamblea de Jesús aquí mentalmente representada, son un coloquio (también por fuerza imaginado) contigo, a quien con sinceridad estoy dirigiendo mi voz y mis latidos, robando a la Escritura un epíteto: agapetós, amado, amada. Su nacimiento original viene del Hijo, el amado del Padre. Con el lenguaje humilde de la confiden-cia y de la verdad, yo también te acado de saludar: mi querido hermano, mi querida hermana.

Pasado mañana es Pentecostés. Mi homilía conmemorativa, ayer escrita y pro-nunciada (¡ay!, las dificultades técnicas de estos mágicos artilugios a veces retrasan el envío...) quiso decir que el Espíritu es don de Dios, el don de Dios por excelencia. Quise hacer una ofrenda de la imaginación: nos resulta trabajoso e imposible repre-sentar el don divino para entrar en diálogo con él, que es persona, “intimidad” de Dios y “ultimidad” de Dios; por tanto, también intimidad y ultimidad mía.

Partiendo de aquí quiero entrar en un “coloquio”, haciendo la lectio divina de un

versículo de la Escritura: Recibid el Espíritu Santo, y mi pensamiento central es éste: El principio, el arranque de la vida cristiana, es este: el don del Espíritu Santo. Si empezamos de ahí hay vida, si no partimos del Espíritu estamos haciendo esteril-mente nuestra obra.

Néstor. Pero ¿no te parece que el punto de partida del proyecto en el cual esta-

mos embarcados es sencillamente Jesús, el Evangelio? ¿No se está recalcando en esta espiritualidad de América Latina que el punto inicial de la nueva evangelización debe ser el “encuentro con Jesús”? El documento de Aparecida (mayo 2007) así lo dice: la fe no es un código de verdades que uno asume. Y sobre esto ha insistido mucho Benedicto XVI. Nada más bello nos ha podido acontecer en la vida que el encuentro con Jesús. Así lo dijo – creo – en su primera homilía al mundo.

Rufino. Mi querido Néstor, mi querida Lidia... (Bueno, Lidia para mí, es la Lidia

de Hechos de los Apóstoles 16, la que, con su familia, recibió a Pablo y Lucas, allí en Filipos, en el tercer viaje del apóstol, al pasar de Asia Menor a Europa; la madre y patrona de Europa, que así merece serlo. En suma, Lidia es la mujer con la que puedo compartir mi fe, de corazón a corazón).

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Pues, sí, tienes razón: todo comienza con un encuentro, y un encuentro no es una clase de teología (fuera yo un veterano y afamado profesor universitario...; fuera yo un predicador resonado y llevado por las ondas cibernéticas...). La clave es el en-cuentro, el chispazo de amor que cambia todo en la vida. Me agrada mucho la frase a la que aludes.

Déjame que recuerde la famosa homilía del comienzo del pontificado (24 abril 2005), cuando enlazaba con el “¡No tengáis miedo!” de Juan Pablo II. En la homilía el Papa se expresaba: “Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”.

Sinceramente esto me enardece, y volver a leerlo es una bocanada de vida. Y terminaba. “Solo con esta amistad se abren realmente las grandes potenciali-

dades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es be-llo y lo que nos libera. Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y en-contraréis la verdadera vida. Amén”. Me agrada que el Papa Teólogo aluda, no a sus libros, sino a su experiencia de una larga vida, casi octogenaria.

Néstor. Según esto, ¿en qué quedamos? ¿Cuál es el comienzo de la Iglesia, para

ti? ¿Es Jesús, o es el Espíritu? Porque esto tendrá también sus consecuencias para el anuncio, para el “Kerigma”, que dicen hoy.

Rufino. Encontrarse con Jesús o recibir el don del Espíritu, en la pura verdad, es

igual. Es encontrarse con Dios, con aquello que nos excede y, sin embargo, es lo más íntimo y nuestro que existe, lo más “mío” y “nuestro” de nosotros mismos. Ca-da uno tiene su propio itinerario en la fe, y probablemente para la predicación de la Iglesia esa formulación de la fe como “encuentro con Jesús”, sea en la catequesis más estimulante que la otra del “don del Espíritu”, como arranque de la vida.

Néstor. Antes de entrar en lo que propones para esta fiesta – suma solemnidad –

de Pentecostés, quiero mencionar otro mundo de arranque: la secularización que va viniendo y en la que estamos.

Rufino. Me estás tocando una fibra vivísima. Desde hace algún tiempo esto va

golpeando mi corazón. La Estadística oficial de la población de México, que perió-dicamente se hace con tanta competencia, la última en 2010 (instituto nacional INEGI, nos abre los ojos a la realidad social y religiosa del país. Algo más de 112 millones de habitantes en México. En el censo de 2010 los católicos en México son 82.72% de la población, mientras que en 1980 eran el 92.62%, y anteriormente, en

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1970 el 96.17% de los mexicanos se confesaban católicos. El descenso progresivo es evidente, y, al parecer, así va a continuar.

Este, para nosotros deterioro espiritual, es particularmente sensible en Chiapas: “De acuerdo con el censo, Chiapas es la entidad de la República donde la reducción del número de católicos es destacada en las últimas décadas, suman 4 millones 796 mil 580 habitantes; de ellos, 2 millones 796 mil 685 son católicos (58.30%); un mi-llón 312 mil 873 protestantes o evangélicos de muy diversas denominaciones (27.35%). Del resto de los chiapanecos, 580 mil 690 (12.10%) se declaran sin reli-gión y 103 mil 107 (2.14%) no especifican su creencia o están indefinidos” (Puebla on line, 22 marzo 2011).

En Brasil, de gran futuro en el continente americano, la situación ofrece datos más alarmantes para la fe católica. En 1991 el 83 % de los brasileños se declaraba católico; hoy tan solo el 67.

Es muy molesto citar estadística; pero no es de sabio ignorarlas. La secularización, que nació en Europa, se está adueñando de las gentes sencillas

de América Néstor. El Papa Juan XXIII lanzó el programa de la Nueva Evangelización; fui

en Haití el año 1883. Rufino. Sí, en ello estamos, querido hermano, querida hermana. La estadística en

bruto es verdad, pero, en el fondo, es engañosa. Habría que saber la estadística de Dios... Pero Dios no trabaja con estadísticas, sino con personas una a una. Y el Buen pastor no conoce al rebaño, sino, más bien a las ovejas, una a una: “Él va llamando por el nombre a sus ovejas” (Jn 10,3). Dios no tiene números, tiene nombre; Dios no tiene estadísticas, tiene hijos, tiene familia.

Néstor. Pues vamos a nuestro coloquio. Y de nuevo la pregunta: ¿Cómo es eso

de que debemos comenzar por el don del Espíritu? Rufino. Tú, Néstor, profeso capuchino (y tú, Lidia...), sabes lo que escribió Fran-

cisco en la Regla (1223): sobre todas las cosas los hermanos deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación. Es una frase soberana; es el meollo de la Regla. ¡El Espíritu del Señor!..., lo demás queda desvanecido, como que no existe, como que no hay técnicas ni estrategias. El hermano menor que transita por el mun-do anhela tener el Espíritu del Señor y su santa operación – obras grandes o peque-ñas, es igual -; lo demás, estadísticas, balances, triunfos y conquistas queda a cuenta de Dios.

San Francisco no pensó en estadísticas gloriosas para su orden ni para su misión; más aún, como que tuvo miedo... Pedagógicamente queda fuera de las intenciones de nuestra fraternidad (aunque anualmente nos guste tener nuestra estadística). Y el sentir limpio y puro del pobrecillo Francisco de Asís puede ser una pauta eclesial.

203

Néstor. La frase que citas de Francisco habla del Espíritu del Señor y de su santa operación. El Espíritu es operativo.

Rufino. Efectivamente. San Francisco en esta frase nos pone en evidencia dos

cosas: que el Espíritu es el Espíritu del Señor, de Jesús, el Espíritu que guió a Jesús en todo los momentos de su vida. Y añade que este Espíritu está en constante “santa operación”. El Espíritu es operativo; no está quieto en la Iglesia. Si el Espíritu está operando, éste es el arranque esta es la hora, la hora del Espíritu.

Néstor. La frase que has tomado del Evangelio como “lectio divina” es una frase

de Jesús Resucitado. Jesús da su Espíritu y comienza la Iglesia. Rufino. Claro, la Iglesia comienza en el Espíritu. La escena de Pentecostés –

llamas de fuego, estruendo, que evocan el Sinaí, predicación – y la escena íntima de la Resurrección son lo mismo. Una y otra dice: el Espíritu es el don para la Iglesia; es la hora de comenzar. Y el Evangelio nos ha advertido antes, cuando Jesús en la fiesta solemne anunció que daría ríos de agua viva. “Dijo esto refiriéndose al Espíri-tu que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado” (Jn 7,39).

Néstor. Esas frases son bellas y contundentes. Rufino. Y son de un realismo que nos da miedo el aceptar. Las Iglesias nacidas

de la Reforma se han visto tan agitadas por el “pentecostalismo” y por aires carismá-ticos – al abandonar, ciertamente, los ritos sacramentales de la tradición católica – que lo que suena a esas efusiones del Espíritu a nosotros, católicos, nos pone en guardia. Pero es necesario leer las Escrituras con limpieza de corazón.

Néstor. Quedamos en que la obra de la Iglesia la tiene que hacer el Espíritu, y

que podemos estar en un continuo Pentecostés. Rufino. Sin ninguna duda: Es el Espíritu el que está movilizando en todo mo-

mento a su santa Iglesia; y es Cristo Resucitado. En la última frase de la llamada Oración Sacerdotal Jesús dice al Padre que ha dado a conocer el Nombre Divino a los suyos, y que, ahora que se va, se lo seguirá dando a conocer. Jesús, pues, desde el cielo actúa...

Néstor. Ya veo, pues, que en la fe es delicado el lenguaje. Rufino. Sí, muy delicado. No podemos interpretar las Escrituras con un pensa-

miento espiritual que de repente nos viene y nos hace bien. La misma lectura divina (o lectio divina), requiere conocimiento.

La vida de este Jesús de la historia que revolucionó el mundo y cuyas ondas lle-gan hasta hoy (la prueba es que aquí estás tú, aquí esta Lidia, aquí estoy yo) comen-

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zó con la infusión del Espíritu en el Jordán, según narran los cuatro Evangelios (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Jn 1,29-34). Luego el Espíritu “lo llevó” (Mt-Lc), “lo empujó” (Mc al desierto); y luego... “por la fuerza del Espíritu” (Lc) volvió a Galilea y fue a predicar a la sinagoga de Cafarnaúm.

Está claro: el arranque de Jesús fue el Espíritu. Y desde ese hogar del Espíritu habrá que asomarse a esos diálogos de amor, dulcísimos a morir, con el Padre. Si no ¿cómo podía haber aguantado cuarenta días en el desierto?

Los Apóstoles así lo pensaron. Pedro lo expresó en casa del centurión Cornelio, en Cesarea: “Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Gali-lea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10,37-38).

Néstor. La Sagrada Escritura habla del Espíritu en la Encarnación. Y lo dice el

Credo:

“por nosotros lo hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del

Rufino. El Credo lo dice, copiándole a San Lucas. Cuando al final de la tradición evangélica (al parecer) se escriben los Evangelio de la Infancia, san Lucas precisa: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su som-bra...” (Lc 1,35). Es la unión armónica entre el comienzo de Jesús en el seno de su Madre, su entrada en el mundo, y su entrada pública en la comunidad de Israel.

También el mundo universo comenzó con la fuerza del Espíritu: “El espíritu de Dios (se podría escribir con mayúscula) se cernía sobre la faz de las aguas” (versícu-lo 2 de toda la Biblia).

Néstor. ¿Cómo aterrizar en esta conversación? Rufino. Volvamos al versículo del comienzo. Recibid el Espíritu Santo, dice

Jesús a sus apóstoles. Es una escena divina, y desde esa infinita belleza hemos de entender el don. Jesús ha resucitado. Les ha mostrado las manos y el costado, que era mostrarles su misterio inefable. Se han llenado de alegría. Y ahora les dice: Re-cibid el Espíritu Santo. Donde está el Espíritu, no puede estar el pecado. Id por el mundo con el Espíritu; aniquilad el pecado.

Néstor. Pues... ¿sabes qué? Rufino. ¿Qué? Néstor. “Recibid el Espíritu Santo...” Rufino. Hablas como un ángel. Es verdad. En 2011, Recibid el Espíritu Santo...

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Es el comienzo; está ahí.

Amén.

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55. Feliz Pentecostés 2011

Pentecostés 2011 (12 junio 2011)

Cada año, desde 1977, felicito a los amigos con un Himno la Pascua del Señor (véase en mercaba.org).

Al coronar la Pascua con la efusión del Espíritu en Pentecostés – efusión ígnea y estruendosa como en el Sinaí y en los Hechos de los Apóstoles, o suave y dulce co-mo el aliento, como el beso, tal el Espíritu en la tarde de Resurrección – he aquí un himno, que es alabanza por el don y fruición del don recibido.

El Poeta, Profeta del amor en la Iglesia, recoge y transciende sus propios senti-mientos, por ser Cantor de la Iglesia. He aquí un poema de intimidad, intimidad mís-tica, porque siendo “pulsación de la Iglesia” es “desiderium animae”, sí, desiderium animae meae. Es, pues, un Soliloquio de comunión “in desiderio animae”: “nomen tuum et memoriale tuum in desiderio animæ (Is 26,8 Vug; que la Vulgata vierte: ad nomen tuum et ad memoriale tuum desiderium animae).

Soliloquio de comunión (in desiderio animae)

Ha bajado del Cielo el Espíritu a la Tierra del Verbo Encarnado; se ha posado en María, la Madre, y a los Doce de fuego ha incendiado. Ha bajado el Amor a mi pecho y de amor, puro amor, me ha llenado; ha nacido el consuelo y la paz, del Aliento de Cristo ha llegado. Con su boca el Espíritu Santo el dolor de mi alma ha besado; he sentido mi nombre en sus labios, y me ha dicho que estoy perdonado. Hoy he visto la pura belleza, la que siempre en silencio he soñado; Dios es bello a morir y gozar, la belleza es abrazo callado.

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Mi futuro temido no existe, en sus brazos amantes dejado; Dios es Dios, yo soy hijo en camino: sea Dios mi latido y cayado. Caminemos, hermanos queridos, por la ruta del mundo abrasado; Dios es fuego y es brisa dulcísima: soy profeta por Él consagrado. ¡Gloria al Uno, a mi Dios, a los Tres, alabanza a mi Dios deseado, por Jesús, por su Iglesia viviente, gloria a Dios, el Eterno, el Amado! Amén. Puebla de los Ángeles (México), mañana de Pentecostés 2011

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56. En el nombre de la Santísima Trinidad Domingo de la Trinidad

Hermanos: 1. Para comenzar a escribir esta homilía he alzado mi mano derecha y, trazando

la señal de la Cruz, he comenzado a decir: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Así comenzamos la santa misa y tantos actos de nuestra vida cris-tiana. La Trinidad está en la Cruz. Esta fusión que hacemos entre las palabras y el signo, esta simbiosis entre la Trinidad y la Cruz, tiene su significado revelado. La Trinidad está en la Cruz. En la Cruz, en el misterio pascual de Jesús – muerte y resu-rrección- se nos revela que el Dios de nuestra fe es Uno, y, sin dejar de ser uno, sin romper esa unidad divina, es Tres: es Tres Personas. En la Cruz está la Trinidad. Es hermoso pensarlo, y definitivamente bello el vivirlo. La Cruz y la Trinidad conver-gen en el mismo misterio, son un solo misterio. Si no lo fueran, no adoraríamos la santa Cruz, el acontecimiento sacramental que significa y representa la cruz para el cristiano.

Nosotros, cristianos, hemos de estar muy abiertos a esta simbología de la fe. La fe quiere aterrizar en conceptos, pero no puede porque es más grande que todos los pensamientos. Y entonces, por una llamada que late en el corazón, acudimos a los signos y a los símbolos. Para hablar de la Trinidad, acudimos a la Cruz de Cristo.

Comenzamos, pues la Eucaristía en el nombre de la Trinidad haciendo la señal de la Cruz Cristo; y la terminamos con el mismo signo, cuando el sacerdote, alza la mano para bendecir y traza en el espacio, para toda la Asamblea, la señal de la Cruz, al tiempo que dice estas palabras: “Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hi-jo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros”. Símbolos que han de quedar dentro de nuestro corazón, haciéndonos exclamar: ¡Qué bella es nuestra fe! Y ¡qué expresi-va en sus sencillos signos!

Esta sencilla reflexión para abrir la homilía de la Trinidad nos lleva a un toque de atención: ¡Con cuánto respeto y fe hemos de poner la cruz en nuestra frente, pecho y hombros, adorando y glorificando al Dios uno y trino!

2. Trinidad, misterio de la vida de Dios. Por tanto, misterio del Padre, del Hijo y

del Espíritu Santo. En tres zonas podemos imaginar, pensar, el misterio de Dios, que sobrepasa la mente humana. Estas tres áreas circulares y compenetradas en sí mis-mas son:

La Trinidad en sí, en su vida recóndita, que no comenzó y que no terminará. La Trinidad en la historia de Dios y en el mundo, en toda realidad creada y la

impregna, la llena, la ilumina, la vivifica. Y, al fin, la Trinidad en mí, en ese misterio sublime que habita en mí, que hoy

vivo y espero vivir por toda la eternidad.

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3. Para hablar de la Trinidad, enlacemos con la vivencia que nos dejó la celebra-ción de Pentecostés el domingo pasado. Lo cantábamos en unos versos sencillos:

Ha bajado el Amor a mi pecho y de amor, puro amor, me ha llenado; ha nacido el consuelo y la paz, del Aliento de Cristo ha llegado. Vivíamos el Espíritu como don de Dios, intimidad y ultimidad, como la última

perfección de Dios, escondida en él y detrás de todas sus criaturas. Al venir hasta mí, derramado en mi corazón, yo quedaba divinizado. Comprendo que el ser hu-mano ha sido creado abierto a lo infinito, y que es adentrado en el hogar mismo de Dios, llamado la Trinidad.

Estamos hablando de Dios, hermanos, y bien claro percibimos que nos falta el recurso exacto de las palabras. La palabra adecuada sobre Dios es la humildad, es la adoración; pero, al mismo tiempo, es el gozo y la exultación. ¿Puede haber dentro del corazón humano una palabra más cercana que la palabra “Dios”? ¿Puede haber un sentimiento más genuino que no sea el sentimiento de Dios? La familiaridad y el respeto se funden para que nuestro lenguaje en la tierra quede transformado en len-guaje divino, digno de las cosas celestiales.

4. El Evangelio de san Juan nos ha enseñado el lenguaje de la “familiaridad” para

hablar de Dios; lo hemos visto y palpado en las conversaciones de la Cena. El texto evangélico de este día de la Trinidad (en el ciclo A) pertenece al Evangelio de Juan (3,16-18): “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él, no perezca, sino que tenga viuda eterna. Por Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Se habla de entrega y se habla de envío. El envío nos evoca la encarnación; la entrega, el miste-rio pascual. Un misterio total cumplido en el Hijo, para que entendamos, de un mo-do y otro, que Dios es donación, Dios es amor. Y con el Espíritu Santo ocurre igual. El Espíritu es la donación plenaria, culminante de Dios al mundo.

Decididos a hablar de Dios, que es la palabra vocacional que el hombre lleva desde su nacimiento en sí mismo, en tres soberanas afirmaciones podemos sintetizar toda la teología:

Primera. Hemos descubierto que Dios, el único Dios que existe, el único que pu-do existir, es donación. Dios es amor, infinito amor regalado al hombre.

Segunda. Si así hemos descubierto que es Dios para nosotros, ¿qué es Dios para sí? No puede ser otra cosa, no puede ser concebido de otro modo, sino como Dios donación en sí y para sí. Dios no es infinita soledad, que sería infinita muerte. Dios es comunión, Dios es donación. Mas la comunión perfecta, por necesidad, no es co-munión entre dos, pues esta reciprocidad sería esterilidad; Dios fecundidad es Dios en tres. Dios es Trinidad, que llamamos Padre, Hijo y Espíritu.

Tercera y final verdad. Yo, nacido de Dios, llamado a mi Dios que llevo en mí, no puedo ser Yo del todo, si no soy Yo en comunión con Dios, si no quedo asumido

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en Dios Trinidad. La Trinidad que habita en mí, configura la esencia de mi ser, y marca mi vida actual y mi destino.

San Pablo nos expresa este pensamiento final en el versículo último de la carta segunda a los Corintios, que es la lectura de hoy: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con vosotros”. Segu-ramente que se trata de una fórmula litúrgica que ya se había creado y que el apóstol san Pablo la recoge.

5. Hermanos, el hombre que camina por el mundo, que día a día se ve agitado por

mil zozobras, dudas, incertidumbres de futuro... se interroga: ¿Quién es Dios? Y ha de responderse sin miedo: Dios es mi Dios, como dice el salmo: “¡Oh Dios,

tú eres mi Dios!, por ti madrugo; mi alma tiene sed de ti” (Salmo 63, que es el salmo inicial de Laudes en los días festivos).

¿Dios es compañía? Dios es compañía y mucho más que compañía: Dios es inti-midad, lo que está más íntimo que lo íntimo de mí mismo, “intimior intimo meo”, dijo san Agustín, más íntimo que mi intimidad.

¿Dios es mi pasado? Ciertamente, porque yo sin Dios no existo, y en la eternidad ya existía con Dios como pensamiento suyo. “Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo... Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo” (Ef 1,3-4). Dios es mi pasado; pero Dios es mi futuro.

Detengamos el paso, oigamos el latido del corazón, y abiertos a las maravillas in-

finitas, que están en mi ser, y desde las ventanas de mi ser las descubro en Dios mismo, en su historia que abarca la creación, en el misterio de María, en el misterio de la Iglesia, digamos con una paz embriagadora, y con un gozo exultante, lleno de esperanza: ¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

Amén.

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57. Jesucristo, nuestro único Sacerdote Jueves siguiente a Pentecostés Una meditación en la Fiesta de

Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote Hermanos: 1. El jueves que sigue a Pentecostés en algunos países, como España y México

(los dos países que más frecuentan estas “Hermosas palabras del Señor") celebran una fiesta en honor de Jesucristo. La fiesta, con sus textos propios, tiene este título: Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Es una fiesta que la Iglesia no quiere imponer-la en el Calendario Universal. No pocas personas han elevado sus oraciones y peti-ciones para que esta sea una fiesta universal para toda la cristiandad, como es, por ejemplo, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. La Santa Sede ha manifestado cla-ramente su criterio: Cuando una Conferencia de Obispos solicite tener esta celebra-ción en su calendario, se le concederá; pero, de momento, no parece conveniente agregar esta fiesta al calendario universal, obligatorio, de la Iglesia Católica. Diver-sas familias espirituales en la Iglesia fomentan esta espiritualidad de Cristo sacerdo-te y celebran la fiesta o la solemnidad de Jesucristo Sumo y Eterno sacerdote como algo central en su carisma. Así:

Confraternidad de Cristo Sacerdote (Australia) Oasis de Jesús Sacerdote (España) Oblatas de Cristo Sacerdote (congregación fundada en 1938 por María del Car-

men Hidalgo de Caviedes y José María García Lahiguera, que fue arzobispo de Va-lencia de 1969 a 1978).

Siervas Seglares de Cristo Sacerdote Misioneras de Cristo Sacerdote Auxiliares Parroquiales de Cristo Sacerdote Familia de la Cruz (México) Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote Sociedad de Jesucristo Sacerdote (Para una detallada información sobre origen de la fiesta y peticiones a la Santa

Sede puede verse en Internet el sitio de Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa Ma-ría Reina:santa-maria-reina.blogspot.com)

2. Quien en este momento escribe para compartir la fe con sus hermanos opina

que el criterio mantenido por la Santa Sede en su moderación de la liturgia es sano y objetivo. Y, al mismo tiempo, es significativo. Algo está significando. ¿Qué nos está diciendo?

Que la fiesta de Cristo Sacerdote es el Jueves Santo, es el Viernes Santo...; y de-beríamos añadir: es la Vigilia Pascual de los cristianos.

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Hermanos, aclaremos que la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote no es una fiesta de los sacerdotes, una fiesta para ellos, sino de todo el pueblo santo de Dios que contempla a Jesucristo en esa imagen que ha representado la Carta a los Hebreos.

No pensemos, por otra parte, que esta fiesta pudiera tener una segunda intención de fortificar la vida sacerdotal, conscientes de las defecciones y escándalos que ha habido. Es verdad que, viendo esta crisis de sacerdotes que en tantas partes cundió en los años que siguieron al Concilio, el Siervo de Dios Papa Pablo VI, ordenó que en la Misa crismal, cuando todo el presbiterio, con el pueblo de Dios también, se congrega en torno a su Obispo, los sacerdote renovaran las sagradas promesas que un día, ante la Iglesia, hicieron en su ordenación sacerdotal.

3. Para adentrarnos en el sacerdocio de Jesús tenemos en la Escritura dos pasajes

principales: la Santa Cena del Señor, cuando él celebra la Pascua con los suyos, y al celebrarLA de una manera única, instituye la Eucaristía y el Sacerdocio (que tal es la interpretación de la Iglesia, asumida, por otra parte, en la liturgia); y la Carta a los Hebreos, escrita no por san Pablo, sino por algún eminente teólogo y pastor de aque-lla generación. En esta Carta, que acaso sea una especie de homilía parenética, el autor de una manera bella, artística incluso, y, de todos modos, profundísima, hace una síntesis del misterio pascual, proclamando el misterio de Cristo bajo paradigmas sacerdotales: pasó definitivamente el sacerdocio del Antiguo Testamento, que ejer-ció la tribu de Leví, pasaron todos los sacrificios, pasó el Templo y el altar. No hay definitivamente más que un único Sacerdote: Jesucristo; no hay más que un sacrifi-cio: Jesucristo en la Cruz, que no volverá a repetirse (cosa que, con otro lenguaje, dice también Pablo); no hay más que un altar: el altar celestial. Jesús es la novedad absoluta de la fe. Y el autor sagrado lo quiere mostrar desde una vertiente, desde el templo, el culto y los sacrificios. Todo ha caducado. Jesús no es la continuación del culto antiguo; es la superación novedosa de todo aquello. Es la visión celestial de lo que, como promesa, se le mostró a Moisés en el monte.

Los intérpretes de la carta a los Hebreos dicen con insistencia: En ningún lugar del Nuevo Testamento – ni en los Evangelios, ni en los escritos de Pablo, ni en los escritos de Juan, ni en los escritos de Pedro, ni en ningún escrito atribuido a un após-tol (Santiago, Judas), se le da a Jesús el título de Sacerdote: tan solo en la Carta a los Hebreos. El Hijo es Sacerdote, y esto es el eje de toda su teología. El sacerdocio de Cristo no es ritual, no es funcional, no es pasajero... Su sacerdocio es su obediencia filial, su oblación es la entrega de su cuerpo en la Cruz.

En su día escribimos unos versos, que han pasado a la liturgia de hoy, y, al eco de la Carta a los Hebreos, hablábamos de este sacerdocio vital de Jesucristo, que nos santifica a todos.

No quiso recibir aquella unción que hacía sacerdotes interinos; no se purificó, no entró en el Templo

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con la sangre de extraños sacrificios. No vistió la esplendente vestidura, puesto en cruz, sin honor y malherido; ni dio la bendición con gesto augusto desde el altar, muriendo entre bandidos. El rito fue el amor y la obediencia, la ofrenda fue la Pascua de sí mismo; viviendo entre nosotros fue Pontífice y de sus días hizo su servicio. Todo esto es inmensamente bello y nunca lo acabaremos de admirar, y afecta de

modo igual a todos los fieles cristianos, hombres y mujeres, que por el bautismo somos beneficiarios de este sacerdocio vivo de Jesús.

4. Pero es cierto que en la Iglesia hay unos “ministros de Cristo”, a quienes se ha

confiado – y solo a ellos – perpetuar el memorial del Señor. Esto es absolutamente cierto y tiene también insondables consecuencias. Aquí comienza una teología sobre el episcopado, sobre el sacerdocio... que ha sido escrupulosamente mimada y labra-da por teólogos, espirituales y místicos a lo largo de dos milenios.

Seríamos simplones y necios si, de un tajo, en virtud de no sé qué exégesis erudi-ta, se quisiera borrar todo lo que han vivido y enseñado los místicos, y las mujeres místicas, que han sido, y siguen siendo, tan abundantes... y que han entendido su vida como una oblación por los sacerdotes. Nos conmueve el caso de la pequeña Teresa de Lisieux cuando entró en el Carmelo. “A los pies de Jesús-Hostia, en el interrogatorio que precedió a mi profesión, declaré lo que venía a hacer en el Carme-lo: He venido para salvar almas, y, sobre todo, para orar por los sacerdotes".

5. La fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote no la vivamos como “fiesta

de los sacerdotes”; es del pueblo santo de Dios. Es la contemplación de esa novedad absoluta de Jesús, que en su cuerpo crucificado y glorioso cumple todo el culto, que tantas y tantísimas páginas tiene en el Antiguo Testamento, ya “abreviadas” en ese Cuerpo del que mana sangre y agua. Cuando uno ve lo que es el sacerdocio de la nueva Alianza, proclamado en las páginas del Nuevo Testamento, y ve la “figura social” en que ha derivado la evolución histórica de 2000 años de cristianismo, sin tratar de ser iconoclastas, pedimos al Señor clarividencia, lucidez... para atisbar el misterio desde el misterio mismo, y no precisamente desde las formas que nosotros, con el paso de los tiempos, le hemos dado. Se puede hacer teología de la mitra (splendor sanctitatis), del báculo (cayado del pastor, a lo mejor adornado con jo-yas...), del anillo..., de las vestiduras..., mas nada de esto pertenece en sí a ese Sumo Sacerdote que murió en la Cruz...

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Hermanos, nuestra vivencia sacerdotal tiene que ser iluminada desde dentro, y hemos de tener, sin amargura, una instintiva reacción frente a todo lo que represente fuerza, poder, imperio, hegemonía; frente a títulos redondos que no nacen del amor, sino de la cortesía de los señores.

Concluyo:

Que Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, nos dé el toque del amor suavísimo, de la humildad, de la pobreza... para honrar su sacerdocio en la Cruz y en la Pascua. Amén.

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58. Vivir la Trinidad

Domingo de la Trinidad (2) Hermanos: 1. Continuamos los pensamientos iniciados hace un par de días, abiertos al miste-

rio de la santa Trinidad. Un domingo del año, el que sigue a Pentecostés está consa-grado a la contemplación de este misterio de amor.

Al entrar en contacto con la realidad, lo primero que nosotros queremos es “sa-ber”. Y el conocimiento tiene dos conductos: el los sentidos (ojos, oídos, gusto, olfa-to y tacto) y el de la inteligencia. Es todo un proceso que se opera en el misterio del ser, que se inicia en la superficie, pero que instantáneamente pasa adentro, al centro del ser, donde todo se unifica, y todo, en una simplicidad soberana, se hace unidad, y dicho con otra palabra esencial, se hace vida.

El tacto es contacto; el contacto es comunión; la comunión es vida con vida, sa-via con savia.

La visión es penetración, pues el que ve por fuera, al mirar, comienza a ver por dentro lo que sus ojos alcanzan, y esa mirada está tendida hasta el corazón. Por eso una sola mirada puede ser el chispazo de un enamoramiento. Y, diciendo lo mismo con otro lenguaje sensitivo, esa mirada que toca el corazón, puede ser un flechazo de amor.

Lo de dentro y lo de fuera no dos dominios que estén separados de tal forma que sean incomunicables; bien al contrario, vemos que la persona es una, y que los vasos comunicantes de lo de dentro y lo de fuera no están obstruidos. Todo lo que pasa afuera llega adentro, en mayor o menor intensidad; y, a la recíproca, todo lo que acontece dentro, se refleja afuera, repercute afuera.

2. Estos simples pensamientos que brotan de lo profundo del ser al comenzar a

pensar, son como un preámbulo libre para hablar de la Trinidad. Lo dicho se refiere a esa vía del conocimiento que se ha dado al ser humano. En grado muy inferior y distinto, esencialmente distinto, es el conocimiento del animal, que no puede hacer unidad como nosotros, que no puede llegar a lo que ahora vamos a decir.

El conocimiento es una forma de acceder a la persona, pero hay otra, no separada de la primera, que es el amor. Se conoce más profundamente, más verdaderamente, por la vía del amor que por la agudeza de los sentidos y del entendimiento. El amor es acercamiento a la intimidad del corazón, comunión con esa intimidad, donación de corazón a corazón, fusión de mi ser con el ser de la persona amada.

¿Es válido todo esto que decimos para hablar de la Trinidad? Es válido desde el momento en que lo decimos; si lo decimos es porque lo pensamos, y si lo pensamos

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es porque Dios mismo, el ser amado, ha depositado en el ser humano la semilla de ese conocimiento. La fiesta de la Santísima Trinidad es no para ver cómo anda la teología de la Trinidad, sino para entrar en el misterio por la vía del amor, para que-darnos ante él, contemplar, amar, recibir, dar, comulgar. La Trinidad es el origen y el destino del ser humano. Como hemos puesto de título en esta homilía: queremos vivir la Trinidad.

Se dirá que esto es mística. Sí, por cierto, pero el Padre Dios, que nos ha creado, quiere regalarnos el conocimiento de sí mismo y la comunión de sí, la vida de sí mismo. Esto es vivir la Trinidad.

3. Un buen apoyo del pensamiento de los cristianos es la vida de los mismos cris-

tianos, la vida de los santos, y más cuando son ellos mismos quienes nos dicen cómo sienten y viven.

Los santos han visto a Dios, han vivido a Dios, nos muestran un camino para que lo tengamos en cuentan cómo nosotros, yo en particular, puedo tener experiencias semejantes. A decir verdad, nadie me puede enseñar nada último y sustancial, nadie me puede enseñar “mi camino”, sino solo Dios, porque Él es mi creador y mi dueño.

A Dios podemos verle ya en este mundo; Jesús nos lo dijo. ¿Qué es lo que vemos de Dios, cuando vemos a Dios, cuando su gracia baja suavemente a nuestro corazón, si nosotros no queremos seguir teniéndolos cerrados? Tres cosas podemos ver cuan-do vemos a Dios.

Podemos ver cómo es Dios, es decir, sus divinos atributos. Podemos ver cómo vive Dios, puesto que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y podemos ver cómo trabaja Dios, cómo Dios es la armonía del mundo y la ar-

monía de mi vida y de mi corazón. 3. Hay una gran mujer mexicana, una gran mística, mujer casada y madre de

nueve hijos, Concepción Cabrera de Armida (Armida es el apellido de su marido), 1862-1937, conocida simplemente con Conchita,

Oigamos cómo habla de que Dios es Vida. “Sentí en mi oración, la profundidad de la palabra Vida aplicada a Dios. ... Este Dios Vida, sumerge mi alma en una per-plejidad asombrosa, amando, admirando...” (1896).

“Mil veces he leído y pronunciado estas palabras: ‘Dios es todo’, pero nunca ha-bía penetrado mi entendimiento, ni apreciado mi corazón ese todo, todo, todo. Me parece, lo siento y lo creo, que respiro a Dios, que como a Dios, que bebo a Dios. En cada flor contemplo a Dios. No encuentro cómo explicarlo, sin embargo ahí con-templo algo de Dios como emanación, aliento, no sé qué, pero ahí está Dios.

¡Qué grande es Dios!” (1894). Esta mujer se detiene ante esta palabra: “¡Él!” “¿Quién podrá profundizar estas

dos letras que encierran todo cuanto existe, todo lo infinito, lo bello, lo amable? Este Él es un Dios, es un Jesús, es la Santísima Trinidad” (1894).

“La contemplación de los atributos de Dios me tiene atada; cada uno encierra una inmensidad; el que me tiene ahora envuelta es el de su bondad. ¡Qué Dios tan gran-

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de, tan omnipotente, tan sabio y tan bueno! ¡Qué bueno es Dios!, me repito a cada momento y daría por bien empleada mi vida, si pudiera repetir constantemente esta palabra de admiración, de amor, de gratitud” (1895).

Obviamente esto es mística y es mística sana. Aquí no se dice ninguna cosa rara ni abstrusa. Aquí se dice simplemente que Dios es bueno, y esto se podrá decir de millones de formas, pero Conchita lo dice de la manera más simple: ¡Qué bueno es Dios!

A esto nos invita Jesús en el Evangelio, a contemplar a Dios y experimentar su bondad, su providencia, su presencia. “Me parece tan fácil la presencia de Dios – dice Conchita -. Pues si está en todas y cada una de las cosas que nos rodean y den-tro de nosotros mismos tan cerquita que nos deslumbraría su vista, entonces, ¿cómo no pensar en Él, cómo no tenerlo presente en todos los instantes?” (1894).

Esto es vivir en Dios y vivir en la Trinidad. 4. Pero ahora esta mujer con los pies en la tierra, sigue pensando en cómo es el

Padre con el Hijo y el Hijo con el Padre y el Espíritu Santo. El Espíritu Santo le arrebata del todo el corazón. “Amar con el Espíritu Santo, es amar con toda la fuerza de la divinidad, que es infinita, con un amor aquilatado en millones de grados, afi-nado, delicado, purificado de toda escoria humana, con un amor divino. Ama el al-ma con la divinidad misma; esto no tiene comparación, ni hay palabras en el lengua-je humano para explicarlo.

Esta es la gracia de las gracias, la fusión de los carismas de Dios, es el mismo cielo puesto a disposición de la pobre criatura, y ama con ella el Espíritu Santo, po-seyéndola por entero” (1913). Así habla una madre de familia.

Esta mujer experimentó las maravillas de la vida de Dios en su ser. La gracia central fue la “Encarnación mística” (25 marzo 1906). “Me dijo el Señor: Aquí es-toy, quiero encarnar en tu corazón místicamente. Yo cumplo lo que ofrezco; he ve-nido preparándote de mil modos, y ha llegado el momento de cumplir mi promesa, recíbeme. Tomo posesión de tu corazón; me encarno místicamente en él, para no separarme jamás”.

Notémoslo una vez más: es una madre de familia, que está cuidando de su esposo y de sus hijos, cumpliendo sus deberes de hogar. Y entretanto Dios haciendo estas maravillas.

5. Hermanos, la Santísimo Trinidad es un misterio real, misterio para vivirlo en

nuestra vida cotidiana y en los quehaceres comunes, misterio que está esencialmente unido al misterio de la Cruz. Los caminos de Dios son infinitos, y no hace falta salir de mi propio corazón para saber que ahí está la Trinidad. Amén.

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59. Experiencia de Dios Trinidad Domingo de la Trinidad - 3

Hermanos: Ayer, domingo de la Santísima Trinidad, viajaba yo de Puebla a este estado y

ciudad de Aguascalientes, y el motivo era los Ejercicios a un grupo de sacerdotes de la diócesis que hoy comienzo en la sede de este hermoso seminario. Una diócesis que el Señor bendice. Han sido 203 seminaristas (seminario menor y mayor) para un presbiterio de más de 200 sacerdotes y una población de un millón de habitantes.

El domingo de la Trinidad es muy bonito. Tal día como hoy firmó la joven Tere-sa de Jesús y de la Santa Faz su consagración como Víctima de amor al Amor mise-ricordioso, que es el eje de su teología, teología, en el fondo, trinitaria”.

“Ofrenda de mí misma, como víctima de holocausto, al amor misericordioso de Dios.

¡Oh, Dios mío, Trinidad Bienaventurada!, deseo amaros y haceros amar, trabajar por la glorificación de la Santa Iglesia, salvando las almas que están en la tierra y librar a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente vuestra volun-tad y alcanzar el puesto de gloria que me habéis preparado en vuestro reino. En una palabra, deseo ser santa, pero comprendo mi impotencia y os pido, ¡oh, Dios mío!, que seáis vos mismo mi santidad.

Puesto que me habéis amado, hasta darme a vuestro único Hijo como Salvador y como Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos; os los ofrezco con ale-gría, suplicándoos que no me miréis sino a través de la Faz de Jesús y en su Corazón ardiendo de Amor”.

Así empieza el actod e consagración, que termina con estos párrafos finales: “(,..) A vuestros ojos el tiempo no es nada, un solo día es como mil años; vos

podéis, pues, prepararme en un instante, para presentarme ante vos... Para vivir en un acto de perfecto amor, ME OFREZCO COMO VÍCTIMA DE

HOLOCAUSTO A VUESTRO AMOR MISERICORDIOSO, suplicándoos que me consumáis sin cesar, dejando desbordar, en mi alma, las olas de ternura infinita que tenéis encerradas en vos y que, de ese modo, me convierta en mártir de vuestro amor, ¡oh, Dios mío!

Que este martirio, después de prepararme para presentarme ante vos, me haga fi-nalmente morir y que mi alma se lance sin tardanza en el abrazo eterno de vuestro amor misericordioso...

Quiero, ¡oh, Amado mío!, a cada latido de mi corazón, renovar esta ofrenda un número infinito de veces, hasta que las sombras se hayan desvanecido y pueda repe-tiros mi amor en un cara a cara eterno...”

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Puso la firma de esta manera: “MARÍA, FRANCISCA, TERESA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ, reí. carm. md. Fiesta de la Santísima Trinidad, 9 de junio del año de gracia de 1895”. Era dos años de morir (+ 3 octubre 1897).

Para ella ser víctima de holocausto no era arremeter con actos heroicos dignos de memoria eterna y ejemplo de los mortales. Era, más bien, haber comprendido que Dios Trinidad es Dios amor, y que desde ese hogar del amor divino fluye incesan-temente un oleaje de amor en el cual ella quiere participar, anegada, día a día, minu-to a minuto.

Pero es plenamente consciente de que esa fidelidad del detalle, que es el amor respuesta al Amor, es, en verdad, un martirio de amor. Y como mártir de amor, en un holocausto de fidelidad, quiere vivir y morir.

Al ver una historia así, uno exclama lleno de admiración: Verdaderamente Dios es perfecto en sus hijos, en aquellos que han creído al amor y se han abandonado a él.

* * * El viaje a que me refiero era largo: 9 horas de autobús con paradas en Querétaro,

Irapuato y León. Nueve horas para que el conductor – o, más bien, los conductores – quisieran deleitar a los pasajeros con cinco películas seguidas. No era fácil el hacer-se acompañar de un libro de tu gusto, porque el altavoz resonaba con voces de vam-piro, con estallidos de riñas, con besos de amor, que suele ser el final. Y está bien que las películas terminen así con la cara hermosa de la vida. Todos, donde sea y como sea, aspiramos a un final feliz.

Era la fiesta de la Santísima Trinidad, y también en un autobús se puede escribir un Himno de amor a la Santísima Trinidad. Y ahora he pensado: ¿Por qué no ofre-cerlo a los lectores y escuchas de “Las hermosas palabras del Señor”? Pues aquí va.

He aquí los versos y una introducción que recoge los ecos de mi homilía de ayer.

SANTÍSIMA TRINIDAD (Confessio fidei,

laudatio, iubilatio et amor))

Todas las grandes religiones de la humanidad, con sus libros sagrados, con sus ri-tos, con sus obras de arrepentimiento y amor, son camino hacia el Dios único y ver-dadero: las religiones milenarias de oriente (India y Japón), el Islam, el Judaísmo... En ellas encontramos personas de bien, hombres y mujeres, verdaderos místicos, auténticos santos... Y si yo, personalmente, hubiera nacido en un país dominado por una religión no cristiana, yo podría haber sido uno de esos santos..., por ejemplo, un monje budista. Entonces ¿es indiferente ser cristiano o no serlo?

En modo alguno. Yo, como cristiano, he conocido la verdad de Dios: su intimidad y su historia.

Para un devoto no cristiano la Encarnación es absurdo e idolatría. Para mí, cristiano, esto es justamente el verdadero conocimiento del único Dios: encarnación, misterio

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pascual, efusión del Espíritu. Dios es Trinidad, descubierto en el misterio de la En-carnación.

Y de ahí Dios es experiencia de Trinidad; éste es el misterio en quien creemos y al que cantamos. Mi Dios es donación, eterna entrega, fecundidad y júbilo en el Hijo, y amor que en el Espíritu es el beso, amor donado, amor correspondido. Él es revelación de su misterio, mi Dios es transparencia de sí mismo, que en gracia se nos da y es vocación, abriéndonos el alma a lo infinito. Mi Dios es cielo y tierra emparentados; Él es encarnación, que es su destino: su vida entera es vida derramada, y ser Dios es estar a mi servicio. Mi Dios es amistad que deifica, mi Dios es el Espíritu sentido, la eterna novedad que se transciende intimidad y aquí, mi sello íntimo. Dios es adoración, silencio aroma, y amor que al ser tocado, es excesivo, Dios es la Trinidad, la suya y nuestra, y, al ser cual es, lo es porque Él lo quiso. ¡Te adoramos, amor amante, amado, oh Dios de los deseos y suspiros, y acógenos, oh Padre, Hijo, Espíritu, amados por los siglos de los siglos! Amén. De modo especial dedico estos versos a los Seminaristas que me dieron ayer noche la bien-venida, que habían quedado en el Seminario para el servicio de la primera tanda de Sacer-dotes ejercitantes: Efrén Martínez Reynoso (2° Teol.) - José Juan Vázquez Rincón (4° Teol.) - Ignacio Bastida González (3° Fil.) Fabián Eduardo Gómez Mancilla (3° Teol) - - Juan Antonio Castillo Aguilera (3° Fil.) – Gracias, amables amigos. Aguascalientes, Ags., 20 junio 2011.

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60. Cantemos al Amor de los amores

Corpus Christi

(Himnos a Jesús Eucaristía) Este mes de junio de cumplen 100 años del “Cantemos al Amor de los amores”,

la canción eucarística más cantada en el ámbito de lengua hispana, junto con el “Tantum ergo”. La ocasión fue el 22º Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Madrid, semana final de junio de 1911. Las crónicas hablan de aquella apoteosis eucarística que se dio en la Plaza de la Armería y de la consagración a Jesús Eucarís-tico en el Salón del Trono del Palacio Real.

En este Congreso resonó por primera vez el himno o marcha triunfal sosegada del “Cantemos al Amor los amores” del agustino palentino de Carrión de los Con-des, P. Restituto del Valle Ruiz (1865-1930) y del músico vasco, nacido en Zumá-rraga, don Juan Ignacio Busca Sagastizábal (1868-1950). El inspirado maestro logró una música sencillamente “genial”, que no pasa porque está por encima de modas y gustos. Aquí el músico da en el corazón de la liturgia, que es alabanza a la Majestad divina y ternura con el Padre que nos acoge por su Hijo. Seguramente que este canto va a tener una fortuna de algún modo semejante al Noche de paz (éste más universal por ser tan alemán como inglés como español...), y confiamos en que en su día se conmemorará el segundo centenario. Ambos autores, el poeta y el músico, se unie-ron para componer el Himno a la Virgen de Covadonga y el Himno a San Agustín.

La letra del Himno, convertido también en Himno de la Adoración Nocturna Es-pañola, tal como la he podido rescatar de un pequeño Misal para el 48º Congreso Eucarístico Internacional de Gualadajara (octubre 2004) dice así con todas sus estro-fas.

Cantemos al amor de los amores, cantemos al Señor: (Dios está aquí! Venid, adoradores; adoremos a Cristo Redentor Estribillo (Gloria a Cristo Jesús! / Cielos y tierra, / bendecid al Señor./ Honor y gloria a ti, /

Rey de la gloria! / (Amor por siempre a ti, / Dios del amor! (5) La siguiente estrofa, que no se suele poner, dice: 1. Unamos nuestra voz a los cantares / del coro celestial. / (Dios está aquí! / Al

Dios de los altares / alabemos con gozo angelical.

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2. Por nuestro amor oculta en el sagrario / su gloria y esplendor. / Por nuestro bien / se queda en el santuario, / esperando a justo y pecador.

3. (Oh, gran prodigio del amor divino! / (Milagro sin igual! / Prenda de amistad / banquete peregrino / do se come el Cordero Celestial!

4. (Jesús piadoso, Rey de las victorias, / a Ti loor sin fin. / Canten tu poder, / Au-tor de nuestras glorias, / cielo y tierra hasta el último confín!

5. Tu nombre ensalzamos y alabamos, /con toda nuestra voz; / (Rey de Majestad, / por siempre te aclamamos, / y Señor de las almas, Cristo Dios!

6. El mundo impío contra Ti se agita, / sembrando por doquier / el error, el mal; / y a todos nos invita / a beber [de] la copa del placer.

7. Mas, he aquí que tu Vicario augusto, / de Roma el solo Rey, / por tan gran maldad /no oculta su disgusto, / y desea salvar su noble grey.

8. Al pie de tu sagrario nos convida / a recibir su amor: / porque Tú, Jesús, / del alma das la vida, / y la llenas de fuerza y de valor.

9. (Oh, sí, cristianos fervorosos, vamos / a Cristo en el altar; / y con viva fe, / su Cuerpo recibamos, / cada día y siempre hasta expirar.

* * *

Himno para el XLVIII Congreso Eucarístico Internacional,

Guadalajara, Jalisco, octubre 2004 (Para el 48° Congreso Eucarístico Internacional se convocó un concurso para

crear una letra para el himno. Entre 60 concursantes se escogió el texto escrito por fr. Rufino María Grández, que lo reproducimos con todas sus estrofas y las explica-ciones sobre el contenido de las misas).

1 Es memoria Jesús y presencia, es manjar y convite divino, es la Pascua que aquí celebramos mientras llega el festín prometido. (Oh Jesús, alianza de amor, que has querido quedarte escondido te adoramos, Señor de la gloria, corazones y voces unidos! 2 Nos invita Jesús a su cena, a sentarnos con él, como hijos; él bendice y da gracias al Padre, y a nosotros nos junta consigo. (Acudamos, hermanos, sin miedo,

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perdonados, humildes, contritos a esta fiesta que a todos nos une, y comamos el pan compartido! 3 Al banquete que Dios nos regala vengan pobres, enfermos, tullidos, que en la mesa que el Hijo preside los humildes serán preferidos. (Oh Jesús, Evangelio del Padre, del Espíritu Santo el Ungido, al unirnos a ti que te entregas, con los hombres queremos unirnos! 4 Cada vez que comemos del Pan y del cáliz bebemos el Vino, anunciamos que un mundo más bello se prepara y construye con Cristo. (Oh Jesús, sacramento viviente, y semilla del Reino traído, desde el santo Misterio en que habitas haznos fuertes y fieles testigos! 5 Mar adentro en el nuevo Milenio, naveguemos con él sin peligro, que en el cielo intercede y nos ama, Sacerdote por todos los siglos. (Oh Jesús inmolado en la cruz, mediador, oblación, sacrificio, por tu sangre eres paz de los hombres y promesa de nuestro destino! 6 Una Madre escogida en la tierra engendró de su cuerpo a este Hijo, y al misterio pascual fue asociada por la gracia de Dios Uno y Trino. (Santa Virgen María, agraciada, esperanza del hombre afligido, tú nos llevas con mano amorosa al abrazo y encuentro con Cristo!

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7 Que la lengua profiera alabanzas y el amor sea un canto continuo, porque Dios es amor a nosotros, y su amor es amor infinito. Acudamos con gozo y ternura a la Luz, a la Vida, que es Cristo, y los cielos, la tierra y la historia todos juntos cantémosle un himno. Primera estrofa. Confesamos nuestra fe en la Eucaristía con palabras o directa-

mente bíblicas o inspiradas en la Sagrada Escritura: memoria, presencia, Pascua, alianza, Señor de la gloria Vemos que la Eucaristía nace de la Pascua y mira a la Pascua eterna, mientras llega el festín prometido.

Y adoramos: te adoramos, Señor de la gloria. En el mensaje para el Congreso se insiste en la fe de ALa presencia real de Cristo en el Misterio Eucarístico@ (primera parte).

Segunda estrofa. Evocamos, pues, aquella cena, y nos vemos con Jesús para sa-

ber qué fue la Eucaristía, cómo nació la Eucaristía: ANos invita Jesús a su cena, a sentarnos con él, como hijos; / él bendice y da gracias al Padre, / y a nosotros nos junta consigo.@

De esta contemplación surge una invitación espontánea: AAcudamos, herma-nos...@, y, recordando las disposiciones de acercamiento a este banquete - perdona-dos, humildes, contritos -, se acentúa el carácter comunitario y festivo de esta fiesta que a todos nos une.

Tercera estrofa. La Eucaristía es el banquete que Dios nos regala; no es fruto de

nuestros merecimientos, sino siempre regalo de Dios. Pero )a quién lo regala? A todos los que quieran recibirlo, como el Evangelio. Los invitados al banquete, según la parábola, fueron Alos pobres, lisiados, ciegos y cojos@ (Lc 14,21). Por eso, bien podemos decir: Avengan pobres, enfermos, tullidos@; y, aunque cause escándalo, se-guiremos afirmando: que en la mesa que el Hijo preside / los humildes serán prefe-ridos.

Jesús, para anunciar el Evangelio del Padre, fue del Espíritu Santo el Ungido. Y como Ungido por el Espíritu Santo llevó la salvación a los pobres (Lc 4,18-19). Queremos hacer los mismos, al recibir en comunión la Eucaristía: al unirnos a ti que te entregas / con los hombres queremos unirnos.

Cuarta estrofa. En la cuarta estrofa recordamos el testimonio paulino: APues ca-

da vez que comáis este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor has-

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ta que venga@ (1Co 11,26). Este anuncio del retorno del Señor lo hacemos mientras nosotros vamos construyendo, con Cristo, un mundo más bello.

En la oración de esta estrofa seguimos recordando que Jesús eucarístico, como sacramento viviente, es también la semilla del Reino traído, y le pedimos a Jesús que desde el santo Misterio en que habitas nos haga a nosotros fuertes y fieles testi-gos de este Reino.

Quinta estrofa. La quinta estrofa mira especialmente al Tercer Milenio, al Anovo

millennio ineunte@, con la consigna evangélica que el Papa escogió: Duc in altum!, Boga mar adentro (Lc 5,4): Mar adentro en el nuevo Milenio. Este Congreso Euca-rístico Internacional está bajo la consigna del inicio del nuevo Milenio. Podemos avanzar sin miedo, con él sin peligro. La carta a los Hebreos nos ha presentado a Jesús como Sacerdote celeste que permanece por la eternidad (Hb 7,24), y dice que Aestá siempre vivo para interceder en su favor@ (v. 25), por nosotros. Jesús es Ael que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados@ (Ap 1,5).

Sexta estrofa. Evocamos a María. María en el Cenáculo, la Madre de esta carne

divina de la Eucaristía, es la misma que en el Tepeyac aparece como la Ala Madre del verdadero Dios, por quien se vive@ (parte quinta del mensaje del Congreso, re-cordando el Nican Mopohua). La vemos asociada al misterio pascual, y esto por la gracia de Dios Uno y Trino. El misterio de María lo contemplamos así desde la luz divina de la Trinidad. Y viéndola así, siempre como agraciada, confesamos - y por lo mismo pedimos al confesar - que nos lleve: al abrazo y encuentro con Cristo.

Séptima estrofa. La estrofa final es una doxología a modo de exhortación. Que la

lengua profiera alabanzas..., nos evoca el Pange, lingua, gloriosi... La alabanza brota del amor: el amor sea un canto continuo. Alabamos el amor; no importa que lo di-gamos cuatro veces en cuatro versos. Dios es amor. Esa es la definición más convin-cente de Dios.

La alabanza quiere formar, al unísono, un canto con toda la creación: los cielos, la tierra y la historia / todos juntos cantemos un himno.

Nota. Este himno tiene un estribillo, que se repite en cada estrofa, escrito por Mtro. Gabriel de Jesús

Frausto Zamora (que se escogió al no haber sido admitido el presentado por el autor, que no se atenía a la medida del decasílabo de las estrofas).

¡Gloria a ti, Hostia santa y bendita, sacramento, misterio de amor; luz y vida del nuevo milenio, esperanza y camino hacia Dios!

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61. Corpus Christi: Jesús Eucaristía por las calles

Domingo de Corpus Christi

Hermanos: Corpus Christi, que en la nomenclatura actual de la liturgia de la Iglesia es la So-

lemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, tiene su día señalado en el Calen-dario espiritual de la Iglesia. Es el jueves que sigue al domingo de la Santísima Tri-nidad, domingo este que se celebra inmediatamente después de Pentecostés.

La evolución social del ambiente ha hecho que en tantos lugares esta fiesta de amor no sea en el jueves señalado, sino en el próximo domingo. Así ocurre en Espa-ña. En México, desde donde escribo, los Obispos han retenido el jueves tradicional.

El haber participado en este Jueves del Santísimo Sacramento en la procesión del Santísimo por plazas y calles, saboreando la piedad popular de las gentes ha hecho brotar en mi corazón unos sentimientos, que me han recordado días muy hermosos de época pretérita. Pudiera pensarse que es la nostalgia y el sentimentalismo que se han concordado para traicionarme. Pienso que no; al menos, no lo quisiera. He vivi-do una celebración cálida de amor que algunod cristianos que se asoman a estas pá-ginas gustarán en compartir.

Un homenaje público a Jesús Eucaristía, cuando sale realmente de una comuni-dad humana que cree en él. Es lo que acabo de vivir, de una manera profundamente humana en Aguascalientes.

Aguascalientes está en el centro geográfico de México y el sentir del pueblo es sencillamente católico. En las cinco visitas que el beato Juan Pablo hizo a este país, no llegó hasta la ciudad. Pero sí al aeropuerto, cuando de acá un helicóptero le tras-ladó a San Juan de los Lagos. La gente, entonces, salió a recibirle como a un padre, a mostrarle su cariño y pedirle su bendición. El recuerdo de aquel encuentro quiso hacerse imperecedero en un momento de bronce que la Ciudad dedicó al Papa. Juan Pablo está pie, caminando, con los brazos abiertos. Y me dicen que ante este monu-mento nunca han faltado ni flores ni devotos.

Esta hermosa ciudad, cuyo nombre se debe a las aguas termales, de raigambre española, al menos por ciertos signos – la Monumental para las corridas – levantó un gallardo monumento a Don Quijote y Sancho Panza, con una sabia inscripción del Quijote, testimonio cultural que la ennoblece. Lo de Juan Pablo II fue distinto: un monumento del corazón, un testimonio de fe.

Desde esta fe de las gentes sencillas se recorre la hermosa procesión del Corpus, con tres estaciones, todo delicadamente preparado en un folleto que se distribuye a los participantes. Tras la misa, celebrada en el zócalo capitalino, Plaza de la Patria, se sube al Santísimo a la Carroza preparada. La Carroza, en el soporte de un camión, es una barca que emerge en las olas. En la barca un Ángel erguido (parece un Ángel del Apocalipsis), con vestiduras de quien está sacerdotalmente ante la Presencia,

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eleva en alto hacia el cielo y hacia los fieles una grande Hostia, protegida en su cáp-sula. Sube el Obispo a la Carroza y en un reclinatorio permanece de rodillas durante la procesión, adorando al Amor de los amores. Los diáconos inciensan profusamente al Señor, mientras la Carroza avanza.

Y avanza la procesión con cánticos populares y oraciones a Jesús Sacramentados. Van en primera fila las Banderas de la Adoración nocturna. Es hermoso y emotivo el homenaje que se tributa a Cristo Eucaristía.

Pude participar en él, y dando unos Ejercicios a sacerdotes de la diócesis, el Obispo me invitó a predicar. Con gozo aclamé a Jesús en aquella Plaza de la Patria. Al día siguiente (ayer) un periódico local recogía la crónica del acto. Y, como es parte del homenaje, puedo transcribir los párrafos, reflejo también del alma del pue-blo.

“Durante la ceremonia, el franciscano capuchino originario de España, Rufino

María Grández Lecumberri, quien de visita en Aguascalientes por la mañana impar-tió ejercicios espirituales al presbiterio, explicó ante los presentes que en la Eucaris-tía se contiene todo el bien de la Iglesia – sí, lo dije citando al Concilio Vaticano II -, de Ella brota el manantial que llena al hombre de todas las gracias.

La Eucaristía es la fuente de toda la vida de la Iglesia y en la Eucaristía vuelven todos nuestros amores, agregó el sacerdote.

Al presidir la Homilía informó a los presentes que el próximo día 29 de junio, en el marco de la festividad de San Pedro y San Pablo, el Papa Benedicto XVI cumplirá 60 años de sacerdote, por lo que exhortó a todo el pueblo católico a participar en una gran colecta para hacerle un regalo.

Sin embargo no es un regalo material, sino espiritual, se trata de 60 horas de ado-ración a Jesús Eucaristía ante el Santísimo Sacramento.

«En realidad no es un regalo que le hacemos a Benedicto XVI sino a Cristo Je-sús, nuestro amado Señor», resaltó”.

Al volver a casa, recordaba con sabor en el corazón lo vivido, yo escuchaba en

mi interior la animación espiritual que un sacerdote iba haciendo desde la megafo-nía.

Para la ciudad de Aguascalientes, para sus adoradores, para la gente sencilla – mis hermanos –, para quien camine tras el Santísimo en una procesión de amor... brindo y les mando una Rima que, rápida, fluyó de mi corazón. Ojalá que el año que viene, desde la megafonía sea con un puñado de pétalos más lanzados a la Santa Hostia.

Rima de adoración

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en la procesión de Corpus Christi en Aguascalientes 1. Entre su pueblo querido Jesús amado navega; Aguascalientes es mar como el mar de Galilea. 2. Su Carroza es una barca, que a la Iglesia representa; nuestros cantos y oraciones son una suave marea. 3. Banderas blancas preceden en esta sagrada fiesta, banderas de Adoración que a su Rey la noche velan. 4. El Ángel cual Sacerdote la divina Hostia eleva y nosotros adoramos a Cristo que vive y reina. 5. Los ministros del Señor le acompañan y rodean, y las flores y el incienso brindamos a su presencia. 6. ¡Oh Jesús, Hijo de Dios, que tomaste carne nuestra en las entrañas purísimas de la Virgen Nazarena! 7. María fue tu sagrario nueve meses en la tierra, y su fe de fiel creyente fue cuna de gracia llena. 8. Jesús de la Encarnación, Jesús de la Historia entera, del mundo amado de Dios eres tesoro y herencia. 9. Jesús, misterio pascual,

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hoy y aquí eres presencia, oh Cristo Resucitado que hasta nosotros te llegas. 10. Y nosotros te abrazamos cual María Magdalena, que entre todos los discípulos te vio ella la primera. 11. En el mar de sufrimientos tú eres la paz verdadera, y en la noche oscura y ciega tú eres la luz que serena. 12. ¡Oh Jesús Eucaristía, Jesús de la santa Cena, día a día con nosotros eres don y eres promesa. 13. Nosotros te paseamos por plazas, calles y tiendas, donde penas y alegrías van tejiendo su faena. 14. Eres nuestro para siempre, siempre al lado, siempre cerca, y tú nos llevas al Padre, al hogar que nos espera. 15. Bendice, Cristo bendito, las familias que contemplas; tú nos amas y tú quieres que tu gracia todos tengan. 16. Al Padre y al Santo Espíritu y a Jesús que vive y reina, sea el amor y la gloria por darnos la vida eterna. Amén. Aguascalientes, junio 2011.

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62. Acoger a Jesús, acoger al Padre

Domingo XIII del ciclo A Mt 10, 37-42

Hermanos: 1. Durante tres domingos se lee el capítulo 10 de san Mateo (domingos del tiem-

po ordinario del ciclo A XI, XII y XIII). Es un capítulo de envío, que comienza con el envío de “sus doce discípulos” (v. 1), pero luego se entiende que es el envío de todos y a todas partes. De envío, y al mismo tiempo de acogida, porque de las dos cosas se trata.

Jesús, el Enviado, envía. Hay un vínculo de transmisión: el Padre, Jesús y noso-tros. Entre medio está el Espíritu, del que ha hablado: “el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”. El Espíritu es el artífice de esta obra divina en la tierra.

Estamos leyendo los Evangelios Sinópticos, pero en estas manifestaciones del envío, es igual que si estuviéramos leyendo el Evangelio “espiritual” de san Juan, signo de que en las raíces profundas los cuatro Evangelios están unidos, y esto so-lamente procede de uno, que es Jesús.

A nosotros un inmenso gozo nos puede embargar el alma, al comprobar – y ¡oja-lá que al gustar! – que Jesús y el Padre son uno. “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30).

2. Las primeras frases del Evangelio de hoy se refieren a ese amor absoluto y

único que Jesús reclama para sí. Las sentencias suenan rítmicas, repetitivas, y senci-llamente divinas:

“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; El que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí”. Está claro que Jesús es el amor preferencial y absoluto, y, en el fondo, el único:

amor exclusivo y totalizador, amor que es ni más ni menos que el amor de Dios. Desde este amor habrá que tomar inspiración para todo otro amor.

Tantas veces, el corazón profundo se puede quedar silencioso y orando: ¡Solo Dios! ¡Solo Dios! ¡Solo Dios!

Esta admiración total, que la comprendemos y la aceptamos sin ningún reparo, es lo mismo que decir esta otra:

¡Jesús! ¡Solo Jesús! ¡Solo Jesús! ¡Solo Jesús! El sentido íntimo de las palabras que respetuosamente hemos comenzado a anali-

zar no es otro que este, aunque, de pronto, pueda chocar al espíritu. ¡Solo Jesús! ¡Solo Jesús! ¡Solo Jesús!

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3. Es el significado que explica la declaración siguiente: “y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí”. Por tanto, leído el texto al revés: el que car-ga con su cruz (que es mi cruz) y me sigue, sí es digno de mí.

Jesús humano está hablando como Jesús divino; pues así es. El Legislador del Antiguo Testamento, Moisés, mediador de Dios, nunca habló así, porque no podía hablar. Los profetas, ninguno de ellos, pudieron hablar así.

Hay que confesar paladinamente: Dios ha bajado a la tierra para que un hombre, Jesús de Nazaret, pueda hablar como está hablando.

4. El mismo sentido debemos dar a la frase siguiente: “El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida ¡por mí!, la encontrará”. ¡Qué frase más bella y sugestiva para lanzarnos a la aventura del amor a Jesús!

Encontrar a Jesús es perderlo todo, perderlo todo por él, es encontrarlo todo en él. Eso del “todo” está expresado aquí con la palabra “vida”.

Ya tenemos, gracias a estas palabras que han salido de su boca, la clave de nues-tra existencia. Hemos de decidirnos a perderlo todo, porque no perdemos nada si lo perdemos todo por él.

Es cierto que nos gusta proyectar, que es una manera de dominar el futuro. Uno se siente él mismo cuando, poniendo en acción sus íntimos recursos, planea y lucha. Está bien. Pero hay otra cosa superior, que te puede acontecer si Jesús se apodera de ti: perder todo. Perder mis planes, perder mi salud, si se tercia, vivir en mí desde fuera de mí, porque mi vida es el acontecimiento de Cristo. En una palabra, perder todo.

Recuerdo que una vez, hace muchos años, un fraile me dijo: “¡He perdido el mundo!”. Y tenía tal sello de autenticidad en su mirada, y en el modo como le salían las palabras de su boca, que yo me lo creí: ¡Este fraile ha perdido el mundo! ¡Este fraile ha encontrado el Evangelio! Este fraile sabe quién es Jesús.

5. Son palabras del Señor que pueden tener una resonancia explosiva en la juven-

tud. En esa edad chicos y chicas, que poco tienen, pues no tienen más que ilusión – tan movediza – a lo mejor, con una ráfaga divina – pueden decir mirando... el mun-do, delante de la universidad: He perdido el mundo; he perdido todo, y tengo la ro-tunda seguridad de que lo he encontrado todo. San Pablo así lo dijo, cuando ya era, años ha, un postgraduado en Jerusalén, y con méritos adquiridos de persecución a aquella secta perniciosa. “Por él lo perdí todo”, y terminó la frase: “y todo lo consi-dero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él” (Flp 3,8).

Hay un claro parentesco entre la frase de san Pablo y la palabra de Jesús, signo de que aquella declaración del Maestro Nazareno había pasado por su corazón.

Lo que estamos diciendo no se refiere a arranques de juventud, a esos impulsos quizás favorecidos por la fuerza de la sangre. El perder todo por Jesús lo puede ha-

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cer un joven, recién salido de la adolescencia, un adulto, y un provecto; es una posi-bilidad de gracia que se nos da.

6. Pero el texto de hoy nos habla también de la acogida a Jesús, por medio del

enviado. Acoger a Jesús, acogiendo a un enviado que se te cruza en el camino de la vida, no es una simple hospitalidad doméstica, virtud preeminente en la antigüedad y también hoy en los pueblos sencillos. Acoger a un mensajero cristiano es ni más ni menos que dar entrada a Dios en los dominios de tu persona.

El enviado no es propiamente el apóstol; es el mensajero, el misionero, que se lanza a esta tarea del anuncio de Jesús, a riesgo de lo que sea, contando con la posi-ble persecución, y quién sabe si con el martirio. “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado”.

Acoger a Jesús, a este Jesús, predicador venido de Nazaret, es acoger al mismo Dios del cielo. ¡Felices quienes lo han experimentado, quien ha vivido la entrada de Dios en su casa, por las sandalias y la plática de un humilde misionero o de una hu-milde misionera, que no hay distinción!

Jesús pone unos ejemplos vivos: el del profeta. El que acoge a este misionero, a

esta misionera, como profeta del cielo, tendrá recompensa como de profeta. La lec-tura de Eliseo nos ha dicho el premio de profeta que recibió una humilde mujer que lo acogió. Recibió el don de la maternidad. No tenía hijos y su marido era anciano. “Tendrás un hijo en tus brazos”, le dijo el profeta, y aquella mujer recibió un regalo digno de un profeta: un hijo en sus brazos, alegría de su vida.

Otro es el ejemplo del vaso. ¿Qué cuesta sacar de la tinaja un vaso de agua fresca y dárselo al misionero, a la misionera? Incluso, ni misionero, “El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa”. Todo es por Jesús, porque en esta humilde comunidad que él está creando en la tierra, está real y verda-deramente el Hijo de Dios.

Mis hermanos, mis pequeños hermanos, todo esto que estamos explicando nos

resulta celestial. Así lo es. Que Jesús nos conceda el don de experimentarlo en nuestra carne, en nuestro

cuerpo, en nuestro paladar. Amén.

Himno como Cántico de comunión para este Domingo XIII, del ciclo A: A Jesús he prefe-rido (se está subiendo)

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63. "Yo nunca me cansaría de hablar de él" (Pablo VI)

Hermanos: El domingo XIII del ciclo A la Liturgia que clérigos, religiosos y religiosas re-

zamos como encomienda que la Iglesia pone en nuestras manos, y que todo fiel cris-tiano puede rezar por su consagración bautismal, al celebrar el Oficio de lectura nos ofrece un texto de Pablo VI, hoy siervo de Dios, que en verdad se nos antoja como un pasaje esplendente, fiel retrato de la persona y doctrina de este humilde y grande Pontífice. Es un texto tomado de una homilía pronunciada en Manila, el día 29 de noviembre de 1970, hace algo más de 40 años.

Esta homilía la pronuncio dos días después de que, a su llegada a Manila, en el aeropuerto, un fanático, perturbado mental, vestido con atuendo de sacerdote y con un crucifijo, llegó hasta el Papa para asestarle dos cuchilladas que, gracias a Dios, dirigidas al pecho, no pudieron penetrar ni cortarle la vena yugular. El agresor, que confesó que “no quería matar al Papa”, había escrito unas herméticas palabras en su cuchillo: “sumisión, podredumbre, miseria, Iglesia, superstición, engañifa”. No pasó nada, y el Papa bondadosamente no quiso darle importancia. Este viaje de un testigo de Jesucristo, a Extremo Oriente (Asia, Filipinas, Australia), fue el viaje de un Papa humilde y grande – repito – “santo”, lleno de humanidad que se siente devorado por el amor a Jesucristo y quiere anunciarlo hasta los confines de la tierra. Hay que saber que Pablo VI fue el primer Papa que visitó los cinco continentes.

Unos años después, en 1975, escribía la exhortación evangélica “Evangelii nun-tiandi” (el día 8 de diciembre del año 1975, XIII de nuestro pontificado), que segu-ramente es la herencia más bella que el Siervo de Dios Pablo VI (¡ojalá que muy pronto lo veamos en los altares), ha dejado a la Iglesia.

Quien lee o escucha el pasaje que vamos a leer, siente como que está leyendo la exhortación que luego escribió sobre “la evangelización del mundo contemporáneo”, documento desplegado en siete capítulos: Del Cristo evangelizador a la Iglesia evangelizadora - ¿Qué es evangelizar? – Contenido de la evangelización - Medios de la evangelización – Los destinatarios de la evangelización - Agentes de la evangeli-zación – El espíritu de la evangelización.

Quien escucha la homilía de Manila percibe que este hombre cree lo que dice, se ha compenetrado con el mensaje, y con tono vibrante confiesa que ha entregado su vida a Jesucristo.

Pablo VI dijo y escribió aquella célebre frase: “"El hombre contemporáneo escu-cha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio" (N. 41).

Y ciertamente que él convencía porque era un testigo.

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Dijo, pues, en Manila y leemos y escuchamos hoy en la Liturgia de las Horas:

* * * “¡Ay de mí si no evangelizare! Para esto me ha enviado el mismo Cristo. Yo soy

apóstol y testigo. Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el mandato, con tanta mayor vehemencia el amor nos apremia. Debo predicar su nombre: Jesu-cristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo; él es quien nos ha revelado al Dios invisi-ble, él es el primogénito de toda creatura, y todo se mantiene en él. Él es también el maestro y redentor de los hombres; él nació, murió y resucitó por nosotros. Él es el centro de la historia y del universo; él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; él ciertamente vendrá de nuevo y será finalmente nuestro juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra felicidad.

Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la luz, la verdad, más aún, el camino, la verdad y la vida; él es el pan y la fuente de agua viva, que satisface nuestra ham-bre y nuestra sed; él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro con-suelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el nuevo reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y con- solados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos.

Éste es Jesucristo, de quien ya habéis oído hablar, al cual muchos de vosotros ya pertenecéis, por vuestra condición de cristianos. A vosotros, pues, cristianos, os re- pito su nombre, a todos lo anuncio: Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega, el rey del nuevo mundo, la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino; él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; él es el Hijo del hom-bre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre según la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del cuerpo místico.

¡Jesucristo! Recordadlo: él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos”.

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64. Cinco novicios profesan Hermanos Anteayer, un sábado común del año, cinco novicios capuchinos profesaron. Y es-

to ¿es noticia? Sí que lo es; humidle noticia, pero digna noticia eclesial, digna de que fuera anunciada a nuestra Parroquia de la Preciosa Sangre de Cristo con unas pala-bars adecuadas al evento, invitando a los fieles a participar en el mismo.

Profesión de los novicios capuchinos en nuestra parroquia El sábado 25 de junio, a las 12 del mediodía, será la profesión de los cinco no-

vicios capuchinos, todos ellos mexicanos, que acaban de concluir su año de novicia-do entre nosotros, o “año de iniciación” a la vida religiosa. Ellos son

HNO. ÁNGEL RÍOS GARCÍA

HNO. CRISTIÁN NOÉ GONZÁLEZ MENDOZA HNO. ARMANDO LEAL MARTÍNEZ

HNO. ANTONIO DE JESÚS RODRÍGUEZ ÁVILA HNO. SERGIO DANIEL COLIMA JIMÉNEZ

Dentro de la celebración de la Eucaristía, poniendo sus manos entre las manos

del superior de nuestra circunscripción, dirán, uno a uno: “En alabanza y gloria de la santísima Trinidad. Yo, hermano Ángel (Cristián, Armando, Antonio, Sergio) movido por divina

inspiración a seguir más de cerca el Evangelio y las huellas de nuestro Señor Jesu-cristo, ante los hermanos aquí presentes, en tus manos, hermano Eusebio Hernández Mendoza, con firme y sincera voluntad, hago voto a Dios, Padre santo y omnipoten-te, de vivir por tres años en obediencia, sin propio y en castidad.

Y prometo observar fielmente la vida y Regla de los Hermanos Menores, con-firmada por el papa Honorio, según las Constituciones de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos...”.

La Regla de los Hermanos Menores es la Regla que escribió san Francisco y fue

aprobada por el Papa Honorio III el año 1223. Esta profesión se llama profesión temporal, puesto que se hace para un tiempo. Terminado este plazo, si uno sigue en el propósito emprendido y es aceptado por la fraternidad por un comportamiento laudable, se emite la profesión perpetua, para toda la vida. No pocos hermanos op-

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tan por el sacerdocio. Los pasos de cara al sacerdocio se llevan a cabo después de la profesión perpetua.

Tenemos la alegría en esta circunstancia de que los cinco que profesan van a ser reemplazados por otros cuatro jóvenes mexicanos que comienzan su año de novicia-do en una ceremonia privada que se tendrá dentro del convento (Pavorreales, 22), en tanto que otros esperan haciendo su Postulantado en La Piedad, etapa primera de formación que dura dos años. Dios bendice a su santa Iglesia con vocaciones, y la familia capuchina poco a poco se va consolidando en México.

(Foto)

Los cuatro nuevos novicios con el Maestro, a la izquierda, y el Vicemaestro (quien esto escribe) el segundo a la derecha

Los feligreses quedan invitados y... - ¿por qué no...? – joven generoso, intrépida

muchacha..., que cunda el ejemplo, que a lo mejor una vocecita suena en tu corazón.

Hasta aquí la comunicación que dábamos a los fieles. Se hizo la celebración, y luego vino la otra fiesta al estilo mexicano, en la cancha

de la casa o Fraternidad del Noviciado, bajo una carpa y unas mesas elementales de quita y pon. La invitación era para todo el que viniera. Se calcularon 250, rondaron los 300 comensales en esa algarabía popular que es la fiesta mexicana para lo que sea. La música durante la comida es esencial; sin ella no hay fiesta. La comida sim-ple, arroz con sabrosas “carnitas” de mullida y jugosa barbacoa. De bebidas, refres-cos. Y de postre, lo que no puede faltar: el pastel (que en España se dice tarta). Nada de vino, cerveza o licores.

Pasó la fiesta, y la cancha quedó vacía. También los familiares, poco a poco, re-gresaron.

Hermanos, mis hermanos, no ya novicios, sino profesos con los tres sagrados

compromiso de pobreza, obediencia y castidad. Este hermano veterano, que os ha acompañado como vicemaestro este año y que en 1956 (joven de 19 años) pronunció los sagrados compromisos que acabáis de emitir, tiene una palabra en su corazón.

¿Qué es la vida religiosa, sea capuchina o tenga otro apellido? Creedme: es una misteriosa alianza de amor; por tanto, un misterio de humildad, de íntima humilla-ción, de silencio, de profunda..., profunda soledad..., porque te has privado de algo muy hermoso que el corazón bellamente apetece.

Yo te he dado un abrazo de acogida y te he dicho simplemente: El Señor te dé la perseverancia. O, a lo mejor, he apretado mi mano en tu brazo sin poder decirte... nada.

No pienses, hermano, que esto es algo ni heroico, ni ejemplar. No sueñes en futu-ro, salvo el futuro del amor día a día. No defiendas nada. Sea tu vida transparente y sencilla. Y que quien te vea, sin ninguna pretensión tuya, encuentre a Jesús.

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No intentes alta teología de lo que has hecho. Tu teología, tu herencia... sea pura y simplemente el amor vivido.

La Madre del Señor te acompañe. En el silencio, guárdame un huequecito en tu corazón. Y, si en la vida nos vol-

vemos a encontrar en la misma casa fraterna, de hermano a hermano, espero que lo tendrás en el mío. ¡Felicidades! Sigue tu camino.

Puebla de los Ángeles (México), lunes 27 junio 2011.

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65. Felicidades al Papa

En la solemnidad de San Pedro y San Pablo de 2011 Hermanos: Hoy es la solemnidad de san Pedro y san Pablo, una fiesta privilegiada en la Igle-

sia. No solo tiene Primeras Vísperas (como siempre ocurre en todas las solemnida-des), sino que también tiene una Misa de la Vigilia. La santa Eucaristía que se cele-bra en la tarde del día 28 es Misa de la Vigilia de san Pedro y san Pablo.

Podemos resaltar las virtudes de ambos apóstoles, claves en el comienzo de la andadura de la Iglesia; podemos resaltarlas, sin duda. El historiador aborda la figura de Pedro. Ve la crisis profunda de la Pasión, pero Dios hizo que “volviera” (Lc 22,33), y luego se yergue la figura del apóstol primero y principal de los Doce como la figura de un enamorado de Cristo. El amor recíproco de Pedro y Cristo es la clave para entender a Pedro (Michele Mazzeo, Pietro. Roccia della Chiesa, Paoline 2004). Pedro lo “seguirá” hasta el martirio (Jn 21,19). Mas la Igelsia no intenta la exalta-ción de los méritos de Pedro y de Pablo cuanto mostrar el significado de ambos apóstoles, columnas e la unidad de la Iglesia.

Al ser hoy el día de la Iglesia, heredada de Jesús, el Día del Papa, nuestro espíritu se eleva al sucesor de Pedro, a quien queremos venerar con el espíritu con que los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y la tradición primera de la Iglesia hablaron de Simón de Betsaida, llamado por Jesús Cefas, Roca, Pedro. El sucesor de Pedro es hoy un bávaro, Joseph Ratzinger, reconocido en la Iglesia como Benedicto XVI.

Sucede además que hoy, precisamente se cumplen 60 años de la ordenación sa-cerdotal del joven Joseph Ratzinger, con otros compañeros, entre los cuales, su her-mano carnal Georg.

* * *

Volvemos con emoción al día de la inauguración del pontificado o ministerio pe-

trino (24 abril 2005). El Papa pronunció una homilía inolvidable de gran sinceridad, de humilde y gran

teología, de gran esperanza. Fueron 39 veces de aplausos con que los presentes qui-sieron hacer eco a las palabras del Papa. El Papa recibió el Palio del buen pastor y el Anillo del pescador.

Hoy, Día del Papa, voy a tomar algunos recortes, con la incomodidad de que no puedo repetirla toda. Fijándome especialmente en los párrafos que voy a citar, com-puse un Himno, que lo estrenamos después de la comunión.

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* * *

"(Queridos amigos! En este momento no necesito presentar un programa de go-

bierno. Algún rasgo de lo que considero mi tarea, la he podido exponer ya en mi mensaje del miércoles, 20 de abril; no faltarán otras ocasiones para hacerlo. Mi ver-dadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia. En lugar de exponer un programa, desearía más bien intentar comentar simplemente los dos signos con los que se representa litúrgicamente el inicio del Ministerio Petrino; por lo demás, am-bos signos reflejan también exactamente lo que se ha proclamado en las lecturas de hoy.

El primer signo es el palio, tejido de lana pura, que se me pone sobre los hom-bros. Este signo antiquísimo, que los Obispos de Roma llevan desde el siglo IV, puede ser considerado como una imagen del yugo de Cristo, que el Obispo de esta ciudad, el Siervo de los Siervos de Dios, toma sobre sus hombros. El yugo de Dios es la voluntad de Dios que nosotros acogemos. Y esta voluntad no es un peso exte-rior, que nos oprime y nos priva de la libertad. Conocer lo que Dios quiere, conocer cuál es la vía de la vida, era la alegría de Israel, su gran privilegio. Ésta es también nuestra alegría: la voluntad de Dios, en vez de alejarnos de nuestra propia identidad, nos purifica - quizás a veces de manera dolorosa - y nos hace volver de este modo a nosotros mismos. Y así, no servimos solamente Él, sino también a la salvación de todo el mundo, de toda la historia.

En realidad, el simbolismo del Palio es más concreto aún: la lana de cordero representa la oveja perdida, enferma o débil, que el pastor lleva a cuestas para conducirla a las aguas de la vida. La parábola de la oveja perdida, que el pastor bus-ca en el desierto, fue para los Padres de la Iglesia una imagen del misterio de Cristo y de la Iglesia".

(Y sigue diciendo cosas muy hermosas... sobre un solo pastor y una sola grey) Bendito sea Cristo en Benedicto, los hombros hoy cubiertos con su palio; (bendito Cristo, el único Pastor, que en cielo y tierra guía a su rebaño! De lana pura, piel de sus ovejas está el pastor cubierto y abrigado; la oveja del desierto allí la lleva, gozoso por haberla ya encontrado.

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El palio es suave yugo del Maestro querer y voluntad que se ha aceptado: amor de Dios, que solo nos conduce y oculto está detrás de ese cayado. Oh Dios, Pastor Cordero, Pascua viva, que muestras tu poder como inmolado, al Papa Benedicto siervo tuyo, protégelo y lleva de tu mano. Ya tiene anillo Pedro el Pescador, y sella y ata cuanto Dios ha atado; que seas pescador de muchos mares y veas que la red no se ha rasgado. Oh Cristo Dios, tu Iglesia vive y ama, pues vives tú, Jesús Resucitado: (bendito Tú, hogar de toda gracia, bendícenos, bendice a tu agraciado! Amén.

* * * Ya se cumplieron seis años de pontificado y estamos en el séptimo. El Papa. Tes-

tigo humilde de Jesús, va purificando e iluminando a la Iglesia. Hoy, para felicitar al Papa, se ha expresado un deseo que se propaga por las Igle-

sias: Si cumple 60 años de sacerdocio, vamos a ofrecer al Señor 60 horas de adora-ción eucarística. Sí, es muy hermoso.

De mi parte, unido a toda la Iglesia, quiero hacerle un homenaje, y como el esco-lar – antigua usanza – en el salón de actos “echa una poesía” al Padre Rector, yo también, ingenuamente (y con mucho amor, Santo Padre), le brindo una poesía, una Rima acompasada a los sentimientos de mi alma.

Felicitación sacerdotal a Benedicto XVI Rima en su 60° aniversario de Sacerdote

1. Felices recuerdos, padre, hoy son aroma en tu alma, cuéntamos con sencillez un poco de aquella gracia; sabemos que un avecilla allí revoloteaba, y tus labios sonrieron mirando batir sus alas.

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2. Jesús te llenó por dentro en aquella unción sagrada, olían a Dios tus manos y había en tus ojos lágrimas; ya podías puramente levantar la Hostia Santa, adorarle todo tuyo, que, entero, a ti se donaba. 3. Ya podías perdonar, absolver con mano alzada, y derramar tu ternura en el alma atribulada, con un título de amor siervo de Dios te llamabas, ser Sacerdote es servir el misterio de la Pascua. 4. Locura fuera el pensar que un día serías Papa, si eras todo de Jesús, ser hermano te bastaba; ser servidor de la Iglesia ministro de la Palabra, iluminado obediente: ser así te enamoraba. 5. Dulces recuerdos de un día de gracia y de sangre humana: con tu padre y con tu madre, con tu hermano y con tu hermana: Dios en familia... tan grande, tan dulce se derramaba, el mismo Dios que en María se hizo nuestro en sus entrañas. 6. Hoy, Jubileo de luz...: de esta grey que hermanos llamas, ¿qué obsequio digno quisieras que de verdad te gustara? Sesenta llama a sesenta en fiesta tan señalada,

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y haremos sesenta Horas de adoración y de guardia. 7. El don de la Eucaristía Dios amante te regala, para ti y para nosotros es la gracia deseada. Contigo, querido padre, a Dios le decimos gracias, pidiendo ser con Jesús víctima santificada. Fiat, fiat.

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66. Sagrado Corazón: Venid a mí Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

Mt 11,25-30 Hermanos: 1. Hemos llegado a la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Después de la Pascua,

es decir, al concluir este tiempo glorioso, lleno de luz y de paz, con la fiesta de Pen-tecostés, vienen tres fiestas, que las recibimos en nuestro espíritu como si fueran la herencia, el regalo que nos deja la Pascua. Estas fiestas celebradas en toda la Iglesia son: Santísima Trinidad, Corpus Christi, Sagrado Corazón.

Hoy es el Sagrado corazón de Jesús. Como fiesta ha sido una invención de la piedad de la Iglesia, la más bella invención de estos últimos siglos. El contenido, no; el contendido es el Evangelio. Como lo está diciendo el Evangelio de hoy, donde no se habla del corazón atravesado de Cristo (como en el Evangelio de la lanzada), sino de lo que sale de este corazón (sin pronunciar la palabra corazón), cuando Jesús ex-clama: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra... Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados”

2. ¿Qué es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús? Es el resumen de toda la fe

cristiana, sintetizada en una palabra: el amor. Así la exponía el Papa Pío XII en la encíclica Haurietis aquas, frase del libro de Isaías: “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador (Is 12,3)”. La encíclica se escribió para conmemorar el centena-rio desde aquella fecha en que el Beato Pío IX, en 1856, extendió la fiesta del Cora-zón de Jesús a toda la Iglesia.

Quien comprende lo que es o lo que sugiere el corazón divino de Jesús, se halla en el más puro centro de la fe. De nuevo acudimos al magisterio pontificio: “«¿No están acaso contenidos en esta forma de devoción el compendio de toda la religión y aun la norma de vida más perfecta, puesto que constituye el medio más suave de encaminar las almas al profundo conocimiento de Cristo Señor nuestro y el medio más eficaz que las mueve a amarle con más ardor y a imitarle con mayor fidelidad y eficacia?” (Pío XI, Miserentissimus Redemptor, encíclica de 1928).

El corazón de Jesús, corazón palpitante de Jesús de Nazaret, es el punto de en-cuentro de dos amores: el amor que desciende de Dios, y el amor que asciende hacia Dios. Claro que también semejante fórmula podríamos aplicarlas a nosotros mismos, a cada uno, y profesar esta verdad: En mi corazón se encuentra el amor de Dios que desciende hasta mí y mi amor humano que asciende hasta él. Es el encuentro de dos amores y la fusión de dos amores en uno.

Pero en el caso de Jesús ocurre algo único: El amor de Dios, el amor de la Santí-sima Trinidad desciende hasta su corazón, se aposenta en él, está todo entero en él; y

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al mismo tiempo en ese corazón de Jesús está el amor que asciende: el amor humano que hay en él, que recoge todos los amores de los hombres. Pero Jesús es Dios y ese amor que asciende de este Hijo de hombre es el amor de Alguien que es Hijo de Dios. Todo se funde en un solo corazón. En este corazón está la alianza perfecta. Tenemos laseguridad de que por este corazón podemos ir al Padre.

3. Jesús en el Evangelio nos está invitando a penetrar en el secreto de su corazón.

Dice, ante todo, que estas verdades divinas han sido ocultadas a los sabios de la tie-rra, mientras que han sido reveladas a los sencillos. Los sabios son los sabios sober-bios; los sencillos, tengamos pocos o muchos conocimientos, son los humildes, los que se abren con confianza a Jesús, presencia de Dios en la tierra.

Habla, pues, el Señor en esta oración de bendición al Padre, que la hace movido por el Espíritu Santo, según anota san Lucas en el pasaje correspondiente: “se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo” (Lc 10,21).

Estamos en una escena divina, trinitaria. Escuchemos: “Todo me ha sido entre-gado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo” (Mt 11,27). Lo aceptamos, lo creemos: Dios es Dios, y hay dentro de Dios un diálogo infinito de amor entre el Padre y el Hijo. Esto es pura revelación, y lo creemos así porque creemos en el santo Evangelio”.

Pero la última sorpresa viene en la terminación de la frase: “...nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Jesús nos está ha-blando de ese mundo interior que él vive y que quiere compartirlo con nosotros.

4. Mis hermanos, al escuchar estas divinas emanaciones, nos preguntamos: ¿qué

es la fe?, ¿qué es la religión de le fe, la religión revelada? Es la intimidad de Dios, a la que estamos llamados. San Juan, que es por exce-

lencia el teólogo del amor, y nos los está diciendo en cada una de las frases leídas hoy (1Jn 4,7-16), sublime párrafo que termina con esta declaración: “Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (v. 16).

5. El Corazón de Jesús, hermanos, nos está diciendo que la última palabra de

Dios es el amor, y que desde el amor hay que hacer la síntesis que intente hacer el hombre acerca de Dios.

Hace unas semanas el Papa comentaba aquel episodio de la historia de Abraham, cuando intercede por Sodoma y Gomorra, ciudades pecadoras, que deben ser casti-gadas. Si se encuentra cincuenta justos, en atención a esos justos, Dios las perdona-rá. Y si fueran cinco menos, es decir, 45..., o 40, o 30 o 20, o 10, Dios las perdona-rá.

Abraham no se atrevió a bajar a un solo justo. Jeremías bajó a un solo justo cuando quiso la salvación de Jerusalén. Y el Papa nos da esta preciosa explicación: “...el profeta Jeremías dirá, en nombre del Omnipotente, que basta un solo justo para salvar Jerusalén: «Recorred las calles de Jerusalén, mirad bien y averiguad, buscad

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por todas sus plazas, a ver si encontráis a alguien capaz de obrar con justicia, que vaya tras la verdad, y yo la perdonaré» (Jr 5, 1). El número se ha reducido aún más, la bondad de Dios se muestra aún más grande. Y ni siquiera esto basta; la sobre-abundante misericordia de Dios no encuentra la respuesta de bien que busca, y Jeru-salén cae bajo el asedio de sus enemigos.

Será necesario que Dios mismo se convierta en ese justo. Y este es el misterio de la Encarnación: para garantizar un justo, él mismo se hace hombre. Siem-pre habrá un justo, porque es él, pero es necesario que Dios mismo se convierta en ese justo. El infinito y sorprendente amor divino se manifestará plenamente cuando el Hijo de Dios se haga hombre, el Justo definitivo, el perfecto Inocente, que llevará la salvación al mundo entero muriendo en la cruz, perdonando e intercediendo por quienes «no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Entonces la oración de todo hombre encontrará su respuesta; entonces toda intercesión nuestra será plenamente escucha-da” (Catequesis del 18 de mayode 2011, sobre Abraham, comentando Génesis 18).

6. Hermanos, el Corazón de Jesús es ese corazón donde está el pleno perdón de

Dios, el regalo de todo el amor de Dios. En suma, Dios es perdón, Dios es amor, Dios es salvación. Todo esto que anunciamos tiene una realidad concreta, que soy yo: Jesús y yo.

¿Quién es el Corazón de Jesús? Es el perdón de todos mis pecados. Miro a mi histo-ria, y seguramente querré borrar páginas que no me agradan. Están borradas, están perdonadas en ese divino y amantísimo Corazón de Jesús.

El Corazón de Jesús, repitamos, es el perdón de todos mis pecados. Y el Corazón de Jesús es el regalo del amor de Dios que se me da a mí, para que

comience a disfrutarlo ya en la tierra. En el Corazón de Jesús tengo a Dios. Por eso, vamos a concluir con esa preciosa jaculatoria, que la decían nuestros

abuelos y que ahora la decimos nosotros: ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío! Amén.

Sobre el Sagrado Corazón de Jesús hemso escrito estos himnos que se pueden encontrar en mercaba.org (Año litúrgico, Ciclo B)

1. Tu amable Corazón 2. Tu Corazón despide fuego 3. Sagrado Corazón, Dios palpitante 4. Amor de Dios de siempre y para siempre 5. Corazón palpitante del Verbo 6. Tu Corazón rasgado es puerta abierta 7. El corazón descansa

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67. Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra Domingo XIV del ciclo A

Mt 11,25-30 Hermanos: 1. Domingo XIV del tiempo ordinario, del ciclo A, con un Evangelio que ha

coincidido ser el mismo que hace dos días leíamos este año en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

Fue un momento místico de la vida de Jesús, cuando él, transido de una fuerza interior, que se llama Espíritu Santo externó sus más íntimos sentimientos en una oración dirigida al Padre. Si en la vida de Jesús podemos hablar de experiencias cumbres, una para seleccionar es la oración. Bautismo, Transfiguración, Entrada en Jerusalén, Eucaristía, Huerto de los Olivos son momentos en los cuales Jesús ha vi-vido la invasión de Dios en el gozo, en la lucha o en la oscuridad. No todos los días son igual; no todos los paisajes, aun siendo bellos, suscitan sentimientos de exalta-ción. La oración de hoy, que surge repentina, movida por una oleada del Espíritu Santo (según anota san Lucas en el texto paralelo) es uno de esos momentos.

Jesús no fue al Bautismo para hacer una representación espiritual de buen ejem-plo con los circunstantes. Aquella irrupción de lo divino en su ser, se produce por voluntad de Dios, y la experiencia de lo que Jesús gusta, siente y ve fue sencillamen-te un regalo divino. Jesús no subió al monte de la Transfiguración para que los dis-cípulos vieran a Moisés y Elías; fue a orar en su gran necesidad. Y allí aconteció lo que Dios quiso.

De un modo similar, en cierta ocasión de su vida Jesús sintió dentro un oleaje del Espíritu que le hizo prorrumpir en la oración que hemos escuchado en el Evangelio de hoy.

2. Es una liturgia sagrada de bendición, La bendición es el corazón del culto cris-

tiano. Y luego de la bendición abre sus brazos al mundo para hacer una gran invita-ción: Venid a mí.

“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra”. Así comienza Jesús. Las oraciones judías comenzaban y comienzan con una bendición: “¡Bendito seas, Se-ñor, Rey del cielo y de la tierra!”. Ahora, hay una diferencia clave entre la oración judía y la oración de Jesús. Él ora ciertamente al Dios de cielo y de la tierra, que es el Dios de la Alianza, el Dios de los salmos.

Pero ocurre que a ese Dios él lo llama “Padre”, pero esto no como quien aplica a Dios un atributo; por ejemplo, el que dijera: “Te doy gracias, Dios bueno y miseri-cordioso, Dios omnipotente, Dios fiel...”, atributos bellísimos de ese único Dios in-finito.

“Padre” no es un atributo de Dios; es la realidad misma de Dios. Y he aquí que Jesús se está dirigiendo al Padre, al que podemos darle los infinitos atributos de su

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esencia infinita. No es esto. Padre es la única manera que tiene Dios de ser Dios: Dios es Dios siendo Padre.

Y correspondientemente Jesús es Dios siendo el Hijo de Dios. No tiene Jesús otra manera de ser Dios que siendo el Hijo de Dios. Dicho esto pongamos los atri-butos que queramos: Hijo amadísimo de Dios,

Hay un mutuo conocimiento, que, al ser exhaustivo y recíproco, alcanza las últi-mas esencias de la amistad.

Es un amor divino, que Jesús nos lo ofrece como amor compartido. Esto es reve-lación; esto es el sentido de la Biblia: el amor compartido de Dios con el hombre. Algo meditamos en la fiesta del Corazón de Jesús.

3. Ahora nos interesa detenernos en la invitación: “Venid a mí todos los que es-

táis cansando y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y apren-ded de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vues-tras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (vv. 28-30).

Comprenderemos mejor las palabras de Jesús, si captamos la profecía de Zaca-rías, de la primera lectura. Escuchémosla.

¡Salta de gozo, Sión; alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna. Suprimirá los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; romperá el arco guerrero y proclamará la paz a los pueblos. Su dominio irá de mar a mar, desde el Río hasta los extremos del país (Za 9,9-10).

Este oráculo en realidad es un visión. Una escena así es un deseo, no la pintura de una realidad. Es el anhelo de un mundo imposible: un panorama de un reino sin armas, sin poderíos, el rey en un pollino, y la paz envolviendo todo el mundo. Es lo que pasaría si Dios viniera a la tierra y tomara el mando de la situación, y todos le obedeciéramos.

Pues ese es justamente el proyecto divino que Jesús ha querido para esta tierra como tierra de Dios. Si Dios mora en la tierra el hombre viviría así. Dentro de nues-tro corazón hay una lucha feroz de fuerzas adversas, y abriendo las ventanas del al-ma a lo que pasa en la vida, vemos que la agresividad la ley del más fuerte es lo que impera, a veces oculto con cierto manto de cortesía.

Ese ciertamente no es el mundo que Dios quiere. En ese mundo no se puede sal-tar de alegría, y si existe la fiesta y el derroche, no es la fiesta de la paz, sino el festín de nuestros olvidos y de nuestras competencias.

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El profeta Zacarías invita a Jerusalén a que dance de alegría por lo que está vien-do, por lo que se ve venir, que ya entra.

4. Mira a tu rey que viene. Este es Jesús, y él ha asumido esta misión, con la mis-

teriosa conciencia de que estas cosas estaban escritas por él y para él. “Venid a mí”, nos dice, porque nos ve cansados y atribulados. Esta experiencia la

tuvo san Pablo y la tuvo san Pedro. Pablo, por cierta actitud ambigua que mostró Pedro, según se cuenta al detalle en la carta a los Gálatas, capítulo 2, le dijo: “Noso-tros somos judíos de nacimiento, no pecadores de entre los gentiles” (Ga 2,15), pero vimos que, al final, todo el sistema de la Ley nos resultó una carga y nos pasamos a Cristo.

Pablo experimentó en carne propia esta invitación de Jesús: Venid a mí todos que andáis cansados y agobiados. Y Pedro, igualmente, tuvo lamisma experiencia. Y, en lugar del Yugo de la Ley, se sometieron al Yugo de Cristo, que es el Evangelio. En el Evangelio encontraron lo que Jesús prometía: hallaréis descanso para vuestras almas.

Jesús nos dio la garantía de que su Yugo es suave, y que su carga (que es otra forma de decir lo mismo) es ligera.

5. No sabemos, hermanos, qué capacidad tiene el mundo de ser transformado por

los principios de Jesús llevados a sus últimas consecuencias. Pero sí sabemos que esta gran tarea de Dios se puede comenzar desde ya por una persona..., por mí mis-mo. Yo puedo entrar en este régimen de la vida de gracia, y experimentar cuán bueno es el Señor.

Las palabras del Evangelio, en aquel momento extático de oración de Jesús, son una invitación general, para llevar adelante el plan de Dios, el Reino que predica Jesús, por el que vive y por el que va a morir. Mas en este momento esas palabras vienen dirigidas a mí singularmente, a mí en persona. Jesús me está diciendo, desde el pódium de la sabiduría de los siglos, y con la autoridad que el Padre le ha dado, me está diciendo a mí en persona y ahora: Si estás cansado y agobiado, si la vida es una dura carga que no puedes aguantar, ven a mí,

Sí, es cierto que estoy cansando y agobiado, muy cansando. Y no por la injuria de los años que se ceban sobre el cuerpo; estoy cansado porque me desagrado a mí mismo y la vida me desagrada al ver lo que veo, yo que quisiera luchar soñando.

Si estás cansado, me dice Jesús, ¡ven a mí, descansa en mí! ¿Qué le voy a responder? Es verdad. Estoy cansado, Señor y muy cansado. Ábreme las puertas de tu cora-

zón, que quiero descansar ahí. Quiero gustar que de ti dimana para poder contagiar la paz al mundo.

¡Jesús, tú bien sabes que te amo, confío en ti! Amén.

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68. Preciosa Sangre de Cristo

Mes de julio

Hermanos: 1. El mes de julio está asociado a la devoción y culto de la Preciosa Sangre de

Cristo. El culto a esta Preciosa Sangre es una forma de venerar la santa Humanidad de Jesús, humanidad traspasada por la divinidad del Hijo. La sangre de Cristo está presente en todos los crucifijos. Esa sangre mana de sus cinco llagas. Sus manos y pies, perforados por clavos son un manantial de sangre redentora, y el sagrado cos-tado, atravesado por la lanza es un surtido de gracia, de donde nace la Iglesia. “Uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua” (Jn 19,34). Cuando el evangelista san Juan escribe de esta manera, está venerando esta sangre preciosa del Cordero inmolado, que ha sido la redención del mundo.

2. El 1 de julio se celebraba en la Iglesia universal la fiesta de la “Preciosísima

Sangre de Nuestro Señor Jesucristo” (éste era el título litúrgico), fiesta a la que el Papa Beato Juan XXIII quiso darle un esplendor especial con una carta apostólica que escribió el año 1959. Es bueno recordar este documento, no para lamentar una disposición litúrgica que luego veremos, sino para evocar ese latido de amor con que los fieles cristianos se han acercado a adorar la santa humanidad de Cristo, ensan-grentada en la cruz. Citaré algunas frases.

Decía el Papa: “Esta devoción se nos infundió en el mismo ambiente familiar en que floreció nuestra infancia y todavía recordamos con viva emoción que nuestros antepasados solían recitar las Letanías de la Preciosísima Sangre en el mes de julio”.

“Nos parece muy oportuno – añadía - llamar la atención de nuestros queridos hi-jos sobre la conexión indisoluble que debe unir a las devociones, tan difundidas en-tre el pueblo cristiano, a saber, la del Santísimo Nombre de Jesús y su Sacratísimo Corazón, con la que tiende a honrar la Preciosísima Sangre del Verbo encarnado "derramada por muchos en remisión de los pecados".

En aquella carta apostólica hacía una breve historia. “Conviene recordar que por mandato de Benedicto XIV se compusieron la Misa

y el Oficio en honor de la Sangre adorable del Divino Salvador; y que Pío IX, en cumplimiento de un voto hecho en Gaeta, extendió la fiesta litúrgica a la Iglesia uni-versal. Por último Pío XI, de feliz memoria, como recuerdo del XIX Centenario de la Redención, elevó dicha fiesta a rito doble de primera clase, con el fin de que, al incrementar la solemnidad litúrgica, se intensificase también la devoción y se de-rramasen más copiosamente sobre los hombres los frutos de la Sangre redentora.”

3. Cuando el Papa escribía estas cosas no se había celebrado el Concilio Vaticano

II (1962-1965), si bien ya estaba anunciado (enero 1959).

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Sin duda que fue un momento muy delicado, cuando después del Concilio, al ha-cer la reforma general del Calendario de la Iglesia (1969), llegando al primero de julio, se suprimió esta fiesta. En el nuevo Calendario fue suprimida y se razonó de esta manera:

“1 de julio. Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Se supríme la fies-ta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, establecida en el Calenda-rio Romano en 1849, cuando Roma fue liberada de una sedición. La razón es que la Preciosísima Sangre de Cristo Redentor ya se venera en las solemnidades de la Pa-sión, como también en las de la Santísima Eucaristía y del Sacratísimo Corazón de Jesús y en la fiesta de la Exaltación de la Cruz. Con todo, la Misa de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo pasa a figurar entre las Misas Votivas” (Calen-darium Romanum, editio typica 1969, p. 128).

Obsérvese atentamente que de ninguna manera se critica el contenido ni de la Misa ni de la devoción a la Preciosísima Sangre de Cristo; para nada. Lo que se ha puesto en cuestión (y se ha resuelto negativamente) ha sido la oportunidad de una fiesta para toda la Iglesia de la Preciosa Sangre de Cristo,..

4. En este momento yo escribo y hablo desde una parroquia que lleva el nombre

de Parroquia de la Preciosa Sangre de Cristo. Una leve información nos dice c+omo ha penetrado la devoción a la Sangre de Cristo en el pueblo cristiano. Cuando la bea-tificación del cardenal Newmann en Inglaterra, el Papa celebró una misa en una ca-tedral católica de Westminster dedicada a la Preciosísima Sangre de Cristo (18 sep-tiembre 2010). Y ante aquel crucifijo con chorros de sangre, decía:

“Quien visita esta Catedral no puede dejar de sorprenderse por el gran crucifijo que domina la nave, que reproduce el cuerpo de Cristo, triturado por el sufrimiento, abrumado por la tristeza, víctima inocente cuya muerte nos ha reconciliado con el Padre y nos ha hecho partícipes en la vida misma de Dios. Los brazos extendidos del Señor parecen abrazar toda esta iglesia, elevando al Padre a todos los fieles que se reúnen en torno al altar del sacrificio eucarístico y que participan de sus frutos. El Señor crucificado está por encima y delante de nosotros como la fuente de nuestra vida y salvación, "sumo sacerdote de los bienes definitivos”, como lo designa el au-tor de la Carta a los Hebreos en la primera lectura de hoy (Hb 9,11).

A la sombra, por decirlo así, de esta impactante imagen, deseo reflexionar sobre la palabra de Dios que se acaba de proclamar y profundizar en el misterio de la Pre-ciosa Sangre”.

5. Misterio de la Preciosa Sangre de Cristo. La sangre de Cristo puede dar imá-

genes truculentas, como en La Pasión (film de 2004), de Mel Gibson: Jesús flagela-do parece envuelto en un manto de sangre

Pero la contemplación de este infinito misterio de amor, nos puede llevar a una

experiencia íntima de dulzura. Así, cuando rezamos el “Alma de Cristo”, oración que tiene unos cuantos siglos de existencia. Recordemos:

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Alma de Cristo: santifícame. Cuerpo de Cristo: sálvame. Sangre de Cristo: embriágame. Pasión de Cristo: confórtame. ... Dentro de tus llagas: escóndeme. El “Alma de Cristo” la han recitado, durante varios siglos, millares y millares de

cristianos, porque es una oración que vale lo mismo para los fieles de altos vuelos de mística, que para el hermano sencillo que acaba de recibir la santa Comunión, y ora en su corazón a la santa Humanidad de Cristo.

Es dulce orar a esta Humanidad santísima de Cristo. Yo también he querido ren-dirle homenaje a la Preciosa Sangre de Cristo, que es mi parroquia, y como colofón de estas sencillas reflexiones, aquí va - ¡oh Jesús! - una oración en forma de poema.

Sangre de Cristo, embriágame

Embriágame de dulzura, Sangre de Cristo preciosa, y que el alma silenciosa

sienta el amor que le cura.

Embriágame de pasión, sangre por mí derramada,

para que en mí no haya nada extraño a su corazón.

Embriágame de pureza, sangre de Dios virginal,

para que el hombre animal no profane mi grandeza.

Embriágame de bondad,

sangre santa del Calvario, para que no haya adversario

que ofenda tu santidad.

Embriágame hasta perder el raciocinio y sentido,

que, al verme de Dios transido, Dios será mi amanecer. (Julio 2009).

Puebla, sábado 2 julio 2011.

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69. Adoración a Jesús Eucaristía

Reflexión sobre la adoración al Santísimo Sacramento

Hermanos: 1. Mis palabras en este momento no son una homilía dominical, ni tampoco una

homilía del Corpus Christi. Son una plática en torno a Jesús presente en nuestros altares.

Jesús está en el sagrario. Y esto provoca en muchos fieles un sentimiento íntimo para ir a orar junto al sagrario, o para adorarle expuesto en la custodia sobre el altar. Es algo que nace de dentro, que lo ha sembrado el Espíritu Santo.

En una obra que Benedicto XVI escribió cuando era simplemente Joseph Ratzin-ger, El espíritu de la liturgia, comunicaba estas reflexiones y sentimientos: “Una iglesia sin la presencia eucarística está en cierto modo muerta, aunque invite a la oración. Sin embargo, una iglesia en la que arde sin cesar la lámpara junto al sagra-rio está siempre viva, es siempre algo más que un edificio de piedra: en ella está siempre el Señor que me espera, que me llama, que quiere hacer ‘eucarística’ mi propia persona. De esta forma me prepara para la Eucaristía, me pone en camino hacia su segunda venida” (El espíritu de la liturgia. Una introducción, p. 113).

2. La adoración al Santísimo Sacramento puede argumentarse con grande teolo-

gía, hablando del Misterio Pascual, hoy actualizado en espera de la venida definitiva de Cristo, como dice la proclamación de después de la consagración: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”. De la celebración pa-samos a la adoración, como queriendo retener el misterio infinito, y manteniendo el anhelo expectante de la espera. Todo esto es hermoso y verdadero, pero el corazón simple y sencillo, razona de un modo directo, elemental y con unas verdades que llenan el universo. Si por la consagración Jesús se ha hecho presente en el Sacra-mento, después que la Misa ha terminado y ha quedado recogido el Santísimo en el sagrario, el cristiano puede pensar:

- Jesús está presente allí - y yo le puedo adorar. Estas dos verdades son los dos ejes, los dos pilares, de la adoración al Santísimo

Sacramento, oculto en el Sagrario o expuesto sobre el altar en un ostensorio. 3. Dios está ahí, con una presencia que llamamos sacramental, real, con una

realidad divina, superior a todo lo que podemos conocer, admirar y gozar. Es la ver-dad de la presencia, que no podemos materializar, reducir al modo visual y tangible de presencia que nosotros conocemos. Pensar que “la realidad" es meramente la ex-periencia de lo que nos circunda es imponernos unos límites que nos sofocan y nos

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impiden vivir. La realidad, como realidad de vida, es sin comparación más que lo que vemos, oímos, olemos, gustamos y palpamos, si bien esto concreto sea la puerta obligada para pasar a la realidad infinita.

Así, pues, Jesús en la Eucaristía es presencia. La presencia de lo divino en los sacramentos está significada en la escena de la

Hemorroísa (Evangelio de hoy: Mt 9,18-26). El Catecismo de la Iglesia Católica, para introducir la parte correspondiente a los sacramentos ha tomado la ilustración de la pintura de la Hemorroísa, que se encuentra en las catacumbas romanas.

4. Presencia, decimos; puntualicemos: presencia viva. Por lo tanto, presencia de comunión, presencia de relación, presencia de escucha, de diálogo y de adoración. Presencia de silencio, que es una misteriosa densidad de la palabra. El silencio es la adhesión del ser humano al ser divino. Y a esto lo llamamos adoración. Por eso decimos: la adoración es el segundo puntal del culto al Santísimo Sacramental en la Eucaristía.

Se expone el Santísimo para adorarle, y al final de la adoración recibimos la bendición, que es la respuesta permanente y gratuita que el Dios de amor concede a sus hijos.

Ya veis, hermanos, qué teología más simple, y al mismo tiempo fecunda como son fecundas las primeras nociones sobre el ser, de donde arranca todo el pensa-miento.

* * * Ahora estas verdades que sustenta nuestra fe las quiero expresar, tratando de per-

cibirlas como verdades en el mundo, en medio de nosotros, como crónica cotidiana. Hoy, lunes, comenzamos aquí donde estoy nuestra “semana parroquial”, que va a estar muy marcada por la adoración al Santísimo Sacramento. Según el programa, a las 7.30 de la mañana salía el Santísimo de la Iglesia para ir recorriendo, hora tras hora, las distintas estaciones. La familia Coyolt lo recoge y allí tendrá su puesto de adoración; a la hora siguiente lo recoge la familia Pichón Apanteco y allí tendrá su altarcito y sus feligreses; a la hora siguiente la familia Muñoz Chávez se encargará de preparar todo lo necesario... Y así sucesivamente hasta terminar al atardecer con la celebración de la Santa Misa. El Párroco propone en el programa como “activida-des” de esta semana: Exposición y adoración al Santísimo – Confesiones – Visitas a enfermos – Visitas familiares.

(Que todo salga, Jesús, como está programado..., o mejor, claro está). 5. Esta circunstancia me trae el recuerdo de lo vivido el año pasado. Fue algo pa-

ra mí tan bonito..., que, para poder comentarlo en un retiro con los Ministros de la Eucaristía, pedí testimonios. Y he aquí lo que escribieron.

El primero se refiere a un altar puesto en un campo de Futbol bajo una carpa. Un nicho encristalado protegía la custodia, que era de madera, pintada de color dorado. Vino la tromba de agua, como explica la señora. Rompió la Custodia; por una parte

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el pedestal, por otra el centro (donde estaba el viril, que no saltó), la representación de un sol con sus rayos, que la señora – más de setenta años – lo protegió en su co-che, sobre sus rodillas.

1) “Hermanos, yo, Ministra de la Eucaristía, quiero dar un testimonio, pero que

en mi pobreza no sé cómo Él se manifestó en un humilde Altar sin tener la divinidad que Él se merece.

Ahí cayó una tromba, viento y lluvia que tiró todo, rompiendo un nicho de 1,1/2 x 0,80 de ancho, pesado, que, al caer, me tiró a mí al suelo, pero no me hizo daño alguno, ya que al caer no sé cómo me tiró, pero los cristales cayeron a un lado, jun-to al Santísimo, que yo humildemente levanté con mucho respeto para llevarlo a un lugar seguro, dentro de un auto, todo cerrado.

No puedo explicar lo que yo sentía; pero se puede ver el amor, la fe que el Señor despertó en la gente. Dos personas al principio estuvieron orando, pidiendo perdón, cantando. Después quedó una sola; ahí junto al coche oraba, cantaba, alababa al Se-ñor hasta que el viento dejó de soplar y la lluvia dejó de caer. Ahí esperé yo hasta que los sacerdotes llegaron para llevarse a nuestro Señor.

Le doy gracias a mi Padre por su bendita compañía y por ser testigo de su gran-deza, de su manifestación, de su amor tan grande”.

Concluyo de mi parte el testimonio. Cuando acampó, un señor ofreció su alma-cén de madera para celebrar la Misa. Y, como si fuese la carpintería de san José, pero a lo grande, en aquella iglesia celebramos la Eucaristía y atendimos al confeso-nario.

En esta misma ocasión una señora enfermiza, delicada de bronquios, tenía miedo

para acudir a la adoración en este lugar de San Juan. Se decidió y fue con su marido, consciente de que lo hacía por amor a la Eucaristía. Cayó el chaparrón torrencial y resultó que al final se sintió como curada.

Días después, el matrimonio, con la aludida Ministra de la Eucaristía (que es la Sra. Raquel) comentaban este suceso, y terminaron los tres… llorando de emoción.

2) De Periférico, la Sra. Mago (Margarita, esposa de don Arturo) nos transmite

este testimonio escrito. La Eucaristía, al final de la jornada de adoración, se había celebrado bajo un toldo, al arrimo de unas paredes, terminando también en chapa-rrón.

“La presencia de Jesús Sacramentado dejó en la comunidad: participación, moti-

vación, asistencia y ausencia (se refiere a alguna persona que no pudo asistir). Testimonios. La Sra. Celsa el día 18 iba a ir al médico. Al asistir a cumplir su

guardia ella y su familia, ante la presencia de Jesús nota, muy emocionada, que su salud cambia y da las gracias por el cambio que percibe en su persona.

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Sra. Amantina: Tenía cosas que hacer muy importantes para su familia. Ante la presencia de Jesús ella dispone primero atenderlo y después se realizan sus pendien-tes, percibiendo que, ante todo, está Jesús.

Sra. Carmen: Sintió tanto la presencia de Jesús Sacramentado el día que nos visi-tó que le nació la idea de visitar enfermos que piden su presencia.

Sra. Margarita (la que escribe todo este testimonio): Doy gracias a Jesús Sacra-mentado porque estuve enferma con temperatura desde el miércoles anterior a la visita del Santísimo. Mi agradecimiento es porque con la lluvia que todos percibi-mos, al momento de la Eucaristía sané.

Yo soy feliz, yo nada anhelo, pues que mora en mí el Rey de tierra y cielo”.

* * * Así fueron los testimonios, sencillos, humildes y fragantes. Si algún Obispo, si algún Teólogo profesional... llega a leer esta página, pienso

que con respeto dirá: ¡Alto ahí..., que aquí hay algo! Y un Biblista acaso evoque el pasaje de las lecturas de hoy (lunes de la semana XIV, año A): “Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía” (Gn 28,16).

Jesús vive en medio de su santa Iglesia. Jesús es percibido por los sencillos. Jesús está en la santa Eucaristía. ¡A él el amor y la gloria! Puebla, 4 julio 2011, 67° aniversario de mi Primera Comunión.

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70. Procesionales de Comunión Homenaje sacerdotal a Benedicto XVI

Para rendir un homenaje espiritual al papa en el 60° aniversario de su ordenación

Sacerdotal (Fiesta de San Pedro y San Pablo 1951-2011) han sido convocados 60 artistas contemporáneos de los múltiples ramos del arte. La Exposición o la “Mos-tra” ha sido inaugurada hoy, 4 de julio (Inaugurata da Benedetto XVI la mostra per il suo sessantesimo anniversario di sacerdocio, dice L’Osservatore Romano – La agencia Zenit da noticias precisas sobre el evento y los artistas participantes). El le-ma de la Exposición es: “El esplendor de la verdad, la belleza de la caridad”.

El Papa ha dirigido su alocución a los artistas: “Vosotros hoy me presentáis el fruto de vuestra creatividad, de vuestra reflexión, de vuestro talento, expresiones de los diversos ámbitos artísticos que representáis aquí: pintura, escultura, arquitectura, orfebrería, fotografía, cine, música, literatura y poesía. Antes de admirarlas junto a vosotros, permitidme que me detenga solo un momento en el sugerente título de esta Exposición: El esplendor de la verdad, la belleza de la caridad”.

Recordaba el texto paulino de Efesios: “veritatem facientes in caritate”. Añadía: “Queridos amigos, quisiera renovaros a vosotros y a todos los artistas un llama-

miento amistoso y apasionado: no separéis nunca la creatividad artística de la verdad y de la caridad, no busquéis nunca la belleza lejos de la verdad y de la caridad, sino que con la riqueza de vuestra genialidad, de vuestro impulso creativo, sed siempre, con valor, buscadores de la verdad y testigos de la caridad; haced resplandecer la verdad en vuestras obras y haced de modo que su belleza suscite en la mirada y en el corazón de quien las admira el deseo de hacer bella y verdadera la existencia, toda existencia, enriqueciéndola con ese tesoro que no disminuye nunca, que hace de la vida una obra de arte y de cada hombre un artista extraordinario: la caridad, el amor. Que el Espíritu Santo, artífice de toda la belleza que hay en el mundo, os ilumine siempre y os guíe hacia la Belleza última y definitiva, la que inflama nuestra mente y nuestro corazón y que esperamos poder contemplar un día en todo su esplendor. Una vez más, gracias por vuestra amistad, por vuestra presencia y porque lleváis al mundo un rayo de esta Belleza que es Dios. De verdadero corazón os imparto a to-dos vosotros, a vuestros seres queridos y al entero mundo del arte mi Bendición Apostólica”.

No como artista convocado, sino como simple hijo de Dios que quiere proferir una palabra en medio de la Iglesia, he ido a mis carpetas a tomar un florilegio de poesías eucarísticas, que titulo Procesionales de Comunión. Son cantos para ir cami-nando a la mesa festiva de la santa Comunión, al ritmo de un estribillo que cante el

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pueblo, mientras la schola ejecuta las estrofas, aquí transcritas. Ojalá fueran dignas de que algún inspoirado músico se fijara en ella.

Santo Padre, es por el honor de la Eucaristía, y como un homenaje que deposito en su corazón sacerdotal. I. La Eucaristía, Cena pascual Fue cena de la Pascua aquella Cena, Jesús ebrio de amor y de esperanza, la fiesta de Israel, allí presentes Moisés con los Profetas y Patriarcas. El rojo vino en copa generosa la Cena del Mesías presagiaba; que goce el corazón, que Dios se acerca en esta noche santa de Alianza. Cantaban himnos, salmos, los Apóstoles y Cristo con su pueblo los cantaba; ¡oh Pascua de los hijos liberados, pasado el Mar y rumbo de la patria! En él el corazón era el paisaje de toda maravilla antes narrada, y entonces con el pan y con la copa el Verbo en carne se hizo nueva Pascua. Jesús del gran deseo, fin del cosmos, tu Yo divino al mundo lo traspasas, y el mundo asumes, fibra de tu carne, y a mí, que soy de tierra, allí me abrazas. ¡Oh Cristo, Pascua-tránsito inefable, oh Pascua-padecer en cruz sellada, a ti te alaba el hombre redimido, a ti la creación divinizada! Amén. II. La Eucaristía, nueva Alianza Jesús bendito alzó los grandes ojos, los puso en Dios, cual aves en su nido, en tanto que la diestra y la siniestra brindaban la oblación del rojo vino.

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La sangre derramada por Caín veíase latir al caldo vivo, la sangre de la guerra y del amor, del curso de la historia el pleno río. El monte Sinaí con los becerros que hicieron uno altar y pueblo ungido allí se remecía, allí en la copa del pacto nuevo y nuevo sacrificio. Los siglos desangraban en el cáliz la vida humana, jugo de racimos, y todos eran, densos, todos juntos pasión -dolor y amor- en este rito. Y entonces el Señor de aquella Pascua con voz augusta y corazón nos dijo: Es ésta la Alianza mía y vuestra, divino sorbo, sangre de suplicio. ¡Oh Cristo eterno, miga masticada, vertida copa, Espíritu infundido, oh Dios sacramental en nuestros labios, Jesús bendito, amor del Padre y mío! Amén. III. La Eucaristía, comida y bebida del Verbo Comedme en este pan y uníos todos en cálida unidad conmigo mismo; seamos uno en cuerpo y alma y vida, en comunión de ruta y de destino. La cepa y los sarmientos, una savia y un fruto generoso en el racimo; que nadie muera, nadie se separe, cortándose la vena en un suicidio. Adentro de vosotros me derramo, cual Dios del ser, cual hálito y respiro; sentidme en dimensión y espacio intacto, palpadme amor y Verbo acontecido.

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Yo estoy en ti y soy el Tú donado y tú eres para mí tu yo asumido; acércate, que nuevo es el lenguaje, pues nuevo es el amor que ha florecido. Comed, tomad el cáliz, mis hermanos, y todos sin temor, que yo os limpio; yo nunca deseé mayor deseo que el darme ahora en Cena reunidos. ¡Jesús, abrazo y paz de Eucaristía y dulce transfusión de los sentidos, florido lecho, pálpito de vida, Jesús, oh don de amor, oh Dios transido! Amén. IV. La Eucaristía, verdadero sacrificio Jesús es sacrificio sobre el ara, Cordero degollado siempre vivo, Jesús es holocausto perfumado, la víctima de fuego aquí encendido. Jesús es la primicia de la Tierra, ofrenda de Israel en un cestillo, Jesús es la tostada flor de harina, aceite derramado, suave y límpido. Jesús es el aroma para el Padre, incienso transpirando ser divino; Jesús es el final de toda herida, de todo sacrificio olor purísimo. Que cesen ya las víctimas cruentas y no haya más altares por los siglos; la roca ensangrentada del Calvario ha dado paz al último cuchillo. ¡Oh víctima de paz de cielo y tierra, manjar de comensales redimidos, Jesús festín, en cuyo santo cuerpo los viejos ritos fueron abolidos!

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¡Jesús, Señor del tiempo, el Santo y Único, Jesús, Eucaristía-sacrificio, a ti la adoración, la gloria clara, que ayer y hoy y siempre eres el mismo! Amén. V. La Eucaristía, viviente memorial La Iglesia lo recuerda, lo celebra, Esposa fiel en tiempo fugitivo. "Hacedlo en mi memoria", nos decía, y día a día hacemos como dijo. Y queda entre nosotros su recuerdo, su cuerpo, su figura, su latido, guardamos adorando su presencia, su augusta entrega, el signo vespertino. Viviente memorial, perenne encuentro, del tiempo y de lo eterno estrecho anillo; descienda desde el cielo la energía y ascienda al trono un grito en pan y vino. Acuérdate..., Señor de lo indeleble, mirándole recuérdate a ti mismo; recuerda, mi Señor, tu corazón, que diste a tu Encarnado mi destino. Olvida los pecados, da el perdón, y ten memoria fiel de tus caminos: la gracia se hizo rumbo en nuestra historia, y fue la historia esposa de tu Hijo. ¡Oh Cristo, Sacerdote intercesor, que vives, recordando, tu servicio, tu gloria excelsa sea tu memoria y sea bendición lo que pedimos! Amén. VI. La Eucaristía, oblación espiritual El cuerpo es oblación en el Espíritu, el tránsito del mundo desprendido; es don irreversible, pura dádiva,

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que el Dios de amor acoge complacido. Ofrenda sin mancilla en esta tierra, regalo nuestro digno del Altísimo; la eterna voluntad lo santifica y lo hace el don perfecto de Dios trino. Jesús es el que ofrece y es la ofrenda y toma nuestra vida en don consigo; si a él el Padre mira, en él nos halla, si aquí sus ojos tiende, en él vivimos. El mundo se estremece y ora en trance y es todo Eucaristía en un gemido; en ese cuerpo santo del Calvario sellado está por siempre y ofrecido. Y ofrenda preciosísima es la Esposa, lavada y blanqueada en un martirio; la Iglesia entera es santa Eucaristía, nacida del costado, Cuerpo místico. Los miembros del Cordero en unidad con él y en él el culto a Dios rendimos: ¡oh Padre desbordado en el Espíritu, recibe la oblación de Cristo vivo! Amén. VII. La Eucaristía y la Iglesia El pan hace a la Iglesia, que es banquete, el vino hace la fiesta y el bullicio; vertido aquí el Espíritu entre cantos, Jesús es pan, Jesús es Cuerpo místico. Den gracias los salmistas venerados, proclamen los profetas elegidos, y el coro de los pobres muy felices confiesen que aquí empieza el Paraíso. Es fiesta pura, gozo de la Iglesia, la santa Eucaristía del camino; es boda ya, de púrpura el esposo y blanco tul la esposa de su anillo.

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¡Oh Pan divino, oh Verbo sustanciado, oh Dios entero, en carne acontecido, oh toda la verdad aquí presente, oh Iglesia del proyecto que Dios quiso! Celébrate, Señora, santa Madre, celebra tu perdón, el beso amigo; y embriágate de amor por el Espíritu, porque eres la querida del querido. ¡Oh Cristo, luz y sello, Cristo imagen, pleroma, transparencia, cuajo vivo, te adora mucho, mucho, la que es tuya, tu Iglesia santa, santa por los siglos! Amén. VIII. La Eucaristía, libertad de los hijos Honrad la libertad con bella fiesta, que libre de pecado es Jesucristo; seamos libres, puros por su rostro, el alma sin temor, de culpa limpios. "Ninguno me la quita, yo la entrego, yo doy mi vida, yo me sacrifico, yo soy el que desciende y el que sube, yo soy el que ha venido y surjo invicto". En esta mesa el sacramento es pan de libertad y de cariño, que amor de Dios no existe involuntario, ni entrega por la fuerza en su servicio. Manjar de reyes, copa de victoria, bebida de los mártires de Cristo; respose libre el hijo en esta mesa y acoja al mundo nuevo redimido. Quebrado quede el yugo del esclavo y venga el comensal de paz vestido; con túnica de gracia y perfumados vayamos a las nupcias del Rey Hijo.

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¡Jesús eterno, don y Eucaristía, Pastor y Rey, Hermano, Amigo, dador de libertad con bella muerte, a ti que te comemos, bendecimos! Amén. IX. La Eucaristía, su muerte de una vez para siempre Con fe de Pascua firmes confesamos que aquello que pasó es Pan y Vino; que es esto aquello mismo sin segundo, el único y eterno sacrificio. Es éste aquel Calvario sin retorno, aquel morir del Hijo, aquí vivido; Jesús murió y en su divino tránsito su muerte viva se hizo en Dios latido. Y vive Dios la muerte esplendorosa que el todopoderoso la ha asumido; cantemos la unidad de Dios inmenso que viene con poder en este signo. El tiempo del ayer es hoy aquí, el Dios del ser el tiempo ha recogido, y aquí se nos derrama el Dios oculto: su Nombre es santo, lleno de prodigios. El tiempo y la materia y el espacio sirviendo están, rindiéndose a sí mismos; presencia luminosa es lo real y el hoy en que vivimos, puro atisbo. Comamos y bebamos a esta mesa, ceñidos a la Cruz cantemos himnos: ¡Honor sea al Amor, honor a Dios y gloria sobre gloria por los siglos! Amén.

(Puebla, 4 julio 2011)

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71. El Sembrador, la semilla y los cuatro terrenos Domingo XV del tiempo ordinario, ciclo A

Mt 13,1-23

Hermanos: 1. Hoy es el Domingo de “El Sembrador”. Así podríamos llamarlo, aludiendo al

Evangelio del día: “Salió el sembrador a sembrar”. Es la primera de una colección de parábolas que tiene el Evangelio de san Mateo en el capítulo 13, el capítulo de las parábolas. Otras parábolas están esparcidas en otros lugares del Evangelio.

Las parábolas de Jesús tienen belleza, mensaje, novedad. En esto no le hemos imitado a Jesús. Nuestras homilías las hacemos de modo discursivo, puesto que des-de pequeños nos han enseñado a pensar, a discurrir, a hablar ordenadamente, expo-niendo las ideas con lógica.

Tampoco Pablo supo imitarle en esto a Jesús, puesto que su estilo, altamente in-telectual, de hombre de universidad, a pesar de ser él judío, no tiene la viveza imagi-nativa y el pronto que tiene Jesús.

Más aun, los estudiosos de los Evangelio reconocen que la tradición rabínica no ha tenido esta novedad que presenta el Rabbí de Nazaret con sus parábolas.

2. Esta parábola es muy singular por dos circunstancias. La primera, porque uni-

da a la parábola va unida una cuestión esencial que se refiere a toda la predicación de Jesús. Dice el Evangelio: “Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: ¿Por qué les hablas en parábolas?” (Mt 13,10). Y la segunda, porque esta parábola es una parábola explicada por Jesús. También es verdad que hay otra parábola explicada por Jesús, la del trigo y la cizaña, explicación hecha a petición de los discípulos: “Explícanos la parábola de la cizaña en el campo” (Mt 13,36).

3. Dejando estas observaciones para nuestro conocimiento, vamos a ir directa-

mente al texto y mensaje de la parábola del Sembrador, que apare también en san Marcos y en san Lucas.

Jesús comienza representando una escena: “Salió el sembrador a sembrar”. ¿Quién es ese sembrador? Por de pronto, nadie en particular. Un labriego de los campos de Galilea. No interesa ahora el personaje; interesa lo que hace: la siembra del grano de trigo, que Jesús imagina que ha caído en cuatro terrenos diferentes. Luego nosotros podremos hacer nuestra aplicación real y concreta, diciendo que el Sembrador es Jesús. Esto es legítimo, porque Jesús, al final de las parábolas, como un acertijo, como una invitación a entrar en lo que se acaba de oír y completarlo, dice: “El que tenga oídos que oiga” (v. 9). Que es como decir: Discurre, aplícate la lección, y obra en consecuencia.

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Unos puñados de lo sembrado, echando todo parejo, caen en el camino, en los senderos que se han hecho en el campo, al borde el camino, dice la traducción.

Otra parte cayó en tierra pedregosa. La tercera fue a parar a buena tierra, pero que tenía zarzas y abrojos. Y la cuarta cayó en tierra buena y bien preparada. ¿Qué quiere decir todo esto? 4. Este invento de Jesús, esta película de Jesús, quiere decir algo muy serio.

¿Cómo te comportas tú frente al hecho fundamental de tu vida de la llegada de la Palabra de Dios? Dios es un acontecimiento no del pasado, sino del presente: del tiempo de Jesús cuando él predicaba; del tiempo nuestro, cuando yo predico o a mí me predican. Dios vive como Dios de la creación y de la vida; y Dios, que se intere-sa por el hombre, quiere transformar mi vida entera, y hacer de mi vida una vida fecunda para los demás: una vida que dé abundante fruto: el ciento por uno, y, si no, el sesenta, y si no, el treinta por uno. En este orden descendente ha puesto Jesús el ejemplo. Él quiere, en una palabra, que mi vida rinda al cien por uno.

Dios quiere esto de sus hijos; quiere que nuestra vida sea fructífera. Pero yo soy libre y Dios no fuerza; Dios respeta mi voluntad. Yo puedo hacerme el sordo, o pue-do, incluso, rechazarlo; o puedo ahogarme en medio del barullo de la vida e impedir que mi vida florezca y grane en lo que debe. Yo soy libre para que el bien sea total-mente hermoso, y libre para el mal, porque la grandeza del hombre es su libertad, como don del amor de Dios.

Jesús nos habla de cuatro posibilidades, y nos invita a una reflexión, a una con-frontación que es de orden personal.

5. “Oíd lo que significa la parábola del sembrador”, dice. La semilla cae en el

camino; si cae encima del camino, no entra en la tierra, no produce. Jesús aclara y nos habla de los pájaros. “Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino” (v. 19).

El encuentro con la Palabra de Dios tiene que ser el encuentro de nuestra vida y hemos de tomarlo con seriedad, porque en ello nos va todo. No podemos ser superfi-ciales. Podemos referirnos ciertamente a las lecturas bíblicas que domingo tras do-mingo resuenan en la Misa. ¿Entendemos lo que leemos? ¿Prestamos atención al mensaje que Dios nos envía? ¿O acaso la palabra de Dios es como lluvia que cae sobre la roca lisa, se escurre... y no deja nada? La vida es seria y pide una respuesta.

La palabra de Dios no queda confinada en la Escritura. Dios habla al vivo en los acontecimientos de la vida, y esos acontecimientos están pidiendo una respuesta a Dios, nuestro Creador y Padre.

Veamos la segunda hipótesis, segunda posibilidad que me puede afectar. “Lo

sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta ense-guida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificul-

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tad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe” (vv.. 20-21). Cuántos entu-siasmos de juventud, hermanos, están representados en esta segunda escena que des-cribe Jesús, el Maestro. Reciben la palabra de Dios con alegría, incluso, con entu-siasmo. Grupos juveniles en nuestras parroquias de chicos y chicas excelentes, que luego... hasta dejan la misa. Pero, bueno..., ¿dónde están ahora aquellos campamen-tos, aquellas catequesis, aquellos campeonatos...? No tenían raíces, y, al venir la di-ficultad, lo dejan. Jesús nos está diciendo que el que cree de verdad tiene que estar dispuesto a la persecución y al ridículo. Esa es la lógica de la fe; ese es el verdadero compromiso.

Tercera representación de esta parábola. “Lo sembrado entre abrojos significa

el que escucha la Palabra, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril” (v. 22). ¿No les parece, hermanos, que aquí está representada una parte notable de nuestra feligresía de la Misa de los domingos? Personas buenas, muy buenas, pero que no se les ve que sean cristianos vibrantes. La vida con sus atractivos nos puede, y fácilmente termina uno siendo cristiano ruti-nario. Especialmente el dinero es lo que nos confunde: el afán de ser más y ganar más.

Pero seguramente que la parábola está apuntando hacia el resultado bueno: la

tierra buena que produce el ciento, el sesenta, el treinta por uno. Jesús sabe que su obra en el mundo está produciendo el ciento por uno. Isaías nos había anunciado el poder de la palabra de Dios (primera lectura: Is 55,10-11). La lluvia que baja del cielo no torna de vacío: empapa, fecunda, hace germinar y da fruto. Eso es la Pala-bra de Dios. Y Jesús tiene una confianza total de que eso está ocurriendo en este momento en la Historia.

6. Siendo esto así, como firmemente lo creemos, la parábola, que parecería tener

un sentido moralizador - con esa exposición catequética de los cuatro terrenos, de las cuatro respuestas - se convierte en una parábola cristológica. Y ahora sí, el Sembra-dor es Cristo.

Dios, por medio de su Hijo amado, está esparciendo su Palabra en la tierra, y Je-sús está encontrando respuesta adecuada, la respuesta que Dios espera de nosotros, de mí en particular y en concreto.

Dios ha hecho de mi corazón tierra buena. La semilla no puede ser mejor; Dios está esperando de la tierra de mi corazón la respuesta total y la cosecha del ciento por uno.

Con la gracia de Dios, mis hermanos, así lo haremos. Amén. Como himno para la opración de este domingo, puede verse: Sembrador de semillas

divinas

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72. Perdonar por Dios... al imperdonable

Reflexión cristiana ante la ejecución de un asesino

Hermanos: 1. Ayer, 7 de julio, fue ejecutado legalmente un hombre, violador y asesino. Fue-

ra mexicano de nacimiento (como es el caso), fuera tailandés o fuera español es lo mismo para la reflexión cristiana que, con la serenidad posible, queremos levantar. Fuera cristiano o musulmán o budista es lo mismo para esta meditación. Era un ser humano, peregrino en esta tierra como yo, que había cometido, al menos, dos críme-nes execrables (violación y asesinato), que la inmensa mayoría de los mortales, por la gracia y misericordia de Dios, no hemos cometido.

La noticia de prensa es esta, por tomar lo primero que aparece en pantalla en el ordenador o computadora, noticia de primera plana en los periódicos nacionales (El País, El Mundo...).

“Huntsville, 7 Jul (Notimex).- El mexicano Humberto Leal García fue ejecutado

hoy en la prisión de Huntsville, Texas, por la muerte de una joven de 16 años en 1994 luego de pedir perdón a familiares y de que sus últimas palabras fueran: "Viva México, Viva México, Viva México".

Leal García, de 38 años, fue declarado muerto a las 18:21 horas locales, exacta-mente 10 minutos después de que inició la aplicación de las inyecciones en la cáma-ra de la muerte de la sala Walls del recinto carcelario.

En sus últimas palabras se declaró arrepentido de sus acciones y pidió el perdón de los familiares de la víctima, Adria Sauceda, asesinada y violada hace 16 años en una carretera de Texas, aunque nunca volteó su rostro hacia la zona de los deudos.

"Siento todo lo que he hecho, he lesionado a mucha gente, por años nunca pensé que merecía ningún tipo de perdón, se que el señor Jesucristo me ha perdonado en vida y he aceptado su perdón, ya he aceptado todo, dejemos que esto sea el final que se haga, asumo toda responsabilidad por esto", dijo.

"Lo siento y perdónenme, verdaderamente lo siento, les pido perdón, la vida si-gue y seguramente seguirá. Lo siento por la familia de las víctimas, por lo que hice, pero espero que me perdonen, no sé si me creen, la vida sigue", añadió Leal García.

Para terminar, se dirigió al guardia a cargo de la ejecución que se encontraba a su diestra y le dijo: "Le pido perdón, la vida sigue y seguirá, perdón, estoy verdadera-mente arrepentido. Que siga el espectáculo. Una cosa más: Viva México, Viva Mé-xico, Viva México".

Antes de que terminara, su abogada Sandra Babcock, se sumó: "Viva México --- (omito la palabrota que añadió la abogada) ".

Vestido con un overol y cubierto hasta el pecho con una sábana blanca, solo eran visibles sus manos vendadas y la muñeca donde se veían las sondas con los tres lí-

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quidos letales. Súbitamente quedó dormido, hizo un sonido balbuceante con los la-bios y quedó inmóvil.

Entre los familiares de Leal García solo estaba su hermana Mari Ángel Tello. En la sección de las víctimas sólo asistió un amigo del padre de Adria Sauceda.

La ejecución ocurrió después de que la Suprema Corte de Justicia desechó las pe-ticiones de sus abogados y de los gobiernos de Estados Unidos y México para sus-pender la aplicación de la pena capital por la violación de la Convención de Viena”.

2. Es ley de comunicación que “la noticia se come a la noticia”. El episodio te

impresiona y te indigna – no a todos por las mismas razones – pero la noticia de ma-ñana se come a la del día anterior, y periodísticamente basta un día para el olvido.

El corazón pensante algo tiene que decir, y en este momento yo pienso ante el Tribunal de toda la Familia Humana. Yo pienso, impregnado de la fe que bebo y explico de los santos Evangelio. No es mi reflexión adscribiéndome a ningún nacio-nalismo, ni en contra de ninguna prepotencia. Es más alta; es sencillamente pensar desde Dios las cosas de la tierra.

Este año, como profesor de Sagrada Escritura, he explicado a mis alumnos Teó-logos del Seminario Palafoxiano de Puebla los libros históricos del Antiguo Testa-mento, desde Josué hasta los Macabeos. Y he pedido a Dios una especial sabiduría para poder explicar lo que no es explicable..., lo que ha ensangrentado la historia humana, moviéndose Dios dentro de ella. Hemos tratado de leer lo que realmente está escrito, y lo que se puede entender debajo de la letra..., lo que se quería decir detrás de lo que se dice, para poder proclamar luego del texto: ¡Palabra de Dios! Ex-plicaciones de textos muy desagradables, pero profundamente instructivas para per-cibir una rendija de luz y poder entender la violencia que históricamente llena nues-tra tierra: la violencia que hemos padecido en mi tierra patria, la que padecemos en México.

Lo que pasó ayer ¿humaniza al mundo? Ciertamente que no. No es ese el ca-mino...

Una reacción primaria (que leo en los “comentarios” a la noticia) es esta: ¡Se ha hecho justicia! El asesino cosechó lo que sembró. Esa misma pena de muerte habría que ponerla en México para los violadores y asesino.

Pero uno siente que ese comentario instintivo y primario no es el correcto. Los periodistas, que censuran lo que se hizo, argumentan apelando a un orden interna-cional consensuado en la Convención de Viena. Está muy bien que lo digan, pero mi punto de mira como creyente, como lector meditativo de la Escritura, busca otra co-sa.

3. Recuerdo que el Catecismo de la Iglesia Católica trató el tema de la pena de

muerte. La redacción no fue feliz y produjo una estridencia en muchos lectores; en mí también. Hubo que corregir el texto, después de haberse publicado, y quedó en la edición definitiva de esta manera:

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“La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comproba-ción de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.

Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la segu-ridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos correspon-den mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.

Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolu-tamente necesario suprimir al reo «suceden muy [...] rara vez [...], si es que ya en realidad se san algunos» (EV 56)” (2267).

4. El texto, sin duda, ha mejorado. Pero uno que quiere ser discípulo sincero y to-

tal de Jesús, se pregunta: ¿Es esto lo que nosotros, portadores del mensaje de Jesús, debemos aportar a la humanidad? Algo rechina por dentro como diciendo: no, eso es poco.

Por el amor de Dios que Jesús quiso traer a la tierra, y lo trajo, ¡la pena de muerte nunca!, es decir: ¡Matar como castigo, nunca! Pienso que el texto mismo del Cate-cismo - que suena muy defensivo, autojustificativo - hay que remeditarlo para que resulte verdadero anuncio de salvación, no justificación filosófica ni siquiera teoló-gica de la muerte de un ser humano condenado a muerte en pago por sus crímenes. La muerte ha originado un daño irrecuperable, y por matar a otro no se va a recupe-rar lo que se ha perdido. En cambio, el inducir en la humanidad la salvaguarda de una vida humana concreta y real, aun en este caso, es abrir un camino de esperanza en la familia humana. El matar no humaniza a nadie. Dice el apóstol san Pablo: “No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien” (Rm 12,21)

Es tu opinión, se me dirá. Sí, es mi opinión, y soy libre de expresarla, y no por-que infinidad de otros lo piensen igual. Lo pienso desde mí. La pena de muerte ha de ser abolida de la humanidad, para dejar paso libre a Dios.

Así lo pienso en cuanto mi fe alcanza, así lo digo. Puebla de los Ángeles, 8 de julio de 2011.

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73. Sacerdote del Misterio Pascual

Meditación sacerdotal sobre Hebreos 8,1-10,18

A mis hermanos sacerdotes de la diócesis de Aguascalientes, Ags, (México),

a quienes estoy transmitiendo la Palabra de Dios, con sincero agradecimiento.

Hermanos: Continuamos la meditación titulada “Sacerdote de la Encarnación”. El sacerdocio de Jesús, único y sumo sacerdote de la Nueva Alianza, que arranca

en la Encarnación halla su culminación en el Misterio Pascual. El sacerdocio de Je-sús aquí tiene dos fases o momentos:

1° Sacerdote de sangre en la Cruz. 2° Sacerdote celestial en el santuario, intercediendo al Padre por nosotros. La lectura de tres capítulos de Hebreos (8, 9 y 10,1-18) nos da el meollo de esta

exposición del sacerdocio de Cristo.

I Primer aspecto:

Sacerdote de sangre 1. Orden antiguo: Alianza y Mediador; Alianza y sangre Hemos de comprender que el sacerdocio de Jesús no es un poder o un mandato

ajeno a su persona, sino interior a su persona. Mentalmente debemos prepararnos para comprender que nuestro sacerdocio en Jesús y desde Jesús no puede ser ajeno a nuestra persona, sino interior a nosotros mismos.

1. Alianza y Mediador. Alianza dice mediación; concretando en una persona,

Alianza dice mediador. El Mediador que firma una Alianza entre dos partes estampa su firma con autoridad. Y con esa autoridad se hace la mediación.

Esa autoridad es jurídica y real. Imaginemos, en el orden civil la figura de un Presidente o de un Embajador, que pone una firma vinculante; pero su vida íntima y personal queda absolutamente exenta del compromiso que lleva esa firma.

Jesús no es Funcionario de una Alianza. Jesús no firma una Alianza; él mismo es la firma de la Alianza. E, incluso, él es la Alianza. Jesús no está fuera de la Alianza, sino dentro de la Alianza, pues él es esa Alianza.

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2. Alianza y sangre. En el Antiguo Testamento no hay alianza sin sangre. “Sin efusión de sangre no hay perdón” (Hb 9,22).

La frase completa es: “Según la ley, casi todo se purifica con sangre, y sin efu-sión de sangre no hay perdón”.

Hubo un momento paradigmático de esta constitución de la Alianza con sangre. “Cuando Moisés acabó de leer al pueblo toda la ley, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos... y roció el libro mismo y al pueblo, diciendo: Esta es la san-gre de la alianza que Dios ordenó para vosotros. Con la misma sangre roció la tienda y todos los utensilios litúrgicos” (Hb 9,19-21).

3. Alianza-Testamento y muerte. El argumento de la sangre se convierte en el

argumento de la muerte. Sin la muerte no hay testamento; sin la muerte de Jesús no hubo testamento, que en este caso es Alianza.

Ahora bien, una muerte no dice que esa muerte deba ser sangrienta; basta que sea la simple terminación de la vida. La muerte de Jesús no fue el acabamiento de su vida, sino el dar su sangre, muerte sangrienta. Jesús murió dando su sangre. Es decir, Jesús murió dándose en sangre, no porque se terminaba el hilo de la vida. Murió desde dentro (sangre) no desde fuera (apagamiento del ser).

2. Orden nuevo Jesús y a Sangre en la Nueva Alianza 1. El orden nuevo queda establecido sobre estos tres principios: Primero: La nueva Alianza, nueva y eterna, se estableció ciertamente con sangre. Segundo: Jesús no tomó sangre ajena (toros, becerros y machos cabríos). Tercero: Jesús tomó su sangre propia, y derramando su sangre hizo la purifica-

ción eterna. Hemos de tener claros estos principios, porque aquí estriba una honda espiritua-

lidad sacerdotal, si nos abrimos a la solidaridad con Cristo. Aprendamos de memoria este versículo: “(Cristo) No lleva sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino la suya propia;

y así ha entrado en el santuario un vez para siempre, consiguiendo la liberación eter-na” (Hb 9,12)

Su sangre la tomó de su propia muerte, que no fue muerte pacífica, sino muerte

en cruz, desangrado. Así el testamento, que se cumple tras su muerte, quedó sellado en la sangre de la

muerte. 2. ¿Dónde está el valor de la sangre de Cristo? El valor de la sangre de Cristo

está en estos dos componentes: - Por ser sangre suya (su propia sangre) era sangre divina. Valía lo que Dios vale.

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- Pero, juntamente con esto, y más adentro de esta “sangre física”, con Jesús es-taba el Espíritu eterno, que era el que le impulsaba.

En efecto, como dice el texto sagrado: “¡cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, para que demos culto al Dios vi-vo!” (9,14).

3. Orden presente El Sacerdote como Sacerdote de sangre La Alianza está consumada en Cristo y por Cristo. Ahora bien, si el Sacerdote

como actualizador del Misterio Pascual por voluntad de Cristo es aceptado dentro de esta Alianza, que se prolonga en la tierra – en el espacio y tiempo - ¿cómo tiene que ser?

- Ciertamente que en solidaridad interna con Cristo. - Si el sacerdote perdona (yo te absuelvo) perdona perdonando Cristo en él

(“Cuando Pedro bautiza, Cristo bautiza”). Su perdón no es una declaración jurídica externa, como si fuese el oficial del ayuntamiento: “Mira, el papel dice que te han quitado la multa”. Sino que, por el contrario, la autoridad intrínseca de Cristo está operando en el sacerdote, y este hecho uno con esa autoridad, ejerciéndola, perdona y absuelve. Esto reclama una espiritualidad de identificación.

- Si el sacerdote sacrifica, está sacrificando la misma sangre de Cristo. Por soli-daridad íntima con Cristo, el sacerdote debe sacrificar en Cristo, con Cristo y desde Cristo, “su propia sangre”, que Cristo asume como sangre de su sacrificio. La obra de Cristo pasa a ser obra del sacerdote, y la obra del sacerdote es asumida como obra de Cristo.

En el sacrificio místico de Cristo (y dígase lo mismo en el ejercicio del sacra-mento del perdón y demás sacramentos), con la sangre de Cristo el sacerdote mezcla su propia sangre. Es sacerdote de sangre. De lo contrario, sería un sacerdo-te “ejecutor”, ajeno al misterio que está celebrando y para el que ha sido consagrado.

¿Qué es la sangre del sacerdote? La sangre del sacerdote no es solamente su

posible sangre “física” (por ejemplo, la sangre del martirio), sino es toda su vida de aflicción por Cristo; toda penalidad externa e interna.

La sangre no basta si no es oblación con el Espíritu eterno. Aplicando el pa-

radigma de Jesús, como hemos dicho que la sangre propia de Jesús va unida con la oblación que dentro de ella hace el Espíritu eterno, de igual modo decimos que la sangre del sacerdote (toda aflicción de su vida) nada vale si no es como oblación del Espíritu eterno.

Dicho con otras palabras de la misma carta: “Y conforme a esta voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre” (Hb 10,10).

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Esta es la identificación del sacerdote ministerial, que, en Cristo, se le ha conce-dido la gracia de participar en el mismo sacerdocio del Único y Eterno sacerdote, Jesucristo.

II

Segundo aspecto: Sacerdote de Pascua celeste

1. El sacerdocio pascual de Cristo El sacerdocio pascual, el que él ejerce en la

Tienda “más grande y más perfecta, no hecha por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado” (Hb 9,11), “en el santuario donde ha entrado una vez para siem-pre, consiguiendo la liberación eterna”, es el culto que él ofrece en el cielo, y que tiene dos aspectos, unidos entre sí:

El primero es de cara a Dios. El segundo es de cara a los hombres. - De cara a Dios, Cristo pascual ejerce el culto, en la glorificación plenaria al

Padre, como Cabeza de la humanidad. ¿Qué es esta glorificación? Es la operación integral de Cristo:

o Amar o Alabar o Dar gracias o Exultar o En una palabra: vivir su vida celestial en el seno de la Trinidad.

- De cara a los hombres. Jesús ante el Padre intercede por los hombres: “pues

vive siempre para interceder a favor de ellos. Y tal convenía que fuese nuestro Sumo Sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre los cielos” (Hb 7,25-26).

2. Participación del sacerdote en el sacerdocio pascual de Cristo El ministro de Cristo, sacerdote ministerial, participa en este doble ejercicio del

sacerdocio pascual de Cristo: - Asumido por Cristo en Cristo, está glorificando al Padre. Esto lo realiza espe-

cialísimamente en la Santa Misa, que es el homenaje de glorificación perfecta al Pa-dre.

- Y del mismo modo, asumido en Cristo, la oración de intercesión de Cristo es también oración de intercesión del sacerdote. Lo cual se verifica especialmente en la Santa Misa, y se prolonga en toda la vida del sacerdote, cuya oración es por el pue-blo santo de Dios.

Jesús intercedía en los días de su vida terrestre: así cuando dijo a Pedro: “Yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague” (Lc 23,32). En el cielo continúa su inter-

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cesión hasta su vuelta. Si es propio del sacerdote no solo “sacrificar” sino también “interceder”, ahora su intercesión es una con la intercesión de Cristo glorioso.

En suma de todo lo dicho: ser sacerdote es un modo específico de ser identifica-

do con Cristo para actuar en consecuencia.

* * *

SACERDOTE DE SANGRE Y GLORIA Rima meditativa sobre

“El Sacerdote del Misterio Pascua” Estribillo Soy Sacerdote de sangre, con Cristo en la cruz clavado; y sacerdote ante el Padre con Cristo glorificado. Estrofas 1. Yo no soy un funcionario que ejecuta lo mandado y mira de la barrera lo que dentro está pasando. Con el poder del Señor absuelvo todo pecado, y con la sangre de Cristo la mía voy derramando. 2. Yo celebro su Alianza y en su mandato consagro, pero dentro ese cáliz mi sangre la ha consagrado. Y mi Jesús poderoso está haciendo ese milagro: mi sangre es suya y salvífica cual sangre de su costado. 3. Mi Sacerdote celeste ha entrado en el Santuario: gloria y eterna alabanza al Padre está tributando. Soy su ministro en la tierra y mi vida está en sus labios:

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en la santa Eucaristía el Padre en él se ha agradado. 4. Cual sacerdote intercedo por todo su pueblo santo, y es Jesús quien intercede, cuando yo mis manos alzo. Poderoso intercesor, Jesús, mi Dios adorado, mis gemidos y oraciones en tus brazos se han colgado. 5. Sumo y único y eterno Mediador del nuevo Pacto, Sacerdote Jesucristo que tu mano en mí has posado: Gracias rendidas te ofrezco del corazón que has tocado: hazme humilde sacerdote, sacerdote enamorado. Amén. Aguascalientes, Ags., 13 julio 2011

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74. Dios, el trigo y la cizaña Domingo XVI del tiempo ordinario, ciclo A

Mt 13,24-43

Hermanos: 1. En el Evangelio hay dos parábolas que explica Jesús: la parábola del sembra-

dor, que la escuchamos el domingo pasado y la parábola del trigo y la cizaña, co-rrespondiente a hoy. La lectura evangélica de hoy se abre con la parábola del trigo y la cizaña – que es bastante amplia –; le siguen dos breves: una del mundo mascu-lino: el grano de mostaza sembrado en el campo; otra del mundo femenino: la mujer que amasa tres medidas de harina e introduce una pedazo de levadura.

Aquí termina esta pequeña serie. Y sigue el texto: “Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: ‘Explícanos la parábola de la cizaña en el campo’” (v. 36). Y Jesús, según el texto evangélico de Mateo, explica la pará-bola, dando sentido a cada detalle (como se hace con las alegorías, en las que cada detalle tiene su intención y significado), con la peculiaridad de que el sentido es del todo concreto. Nuestra reflexión de oyentes de la Palabra se va a centrar en esta pa-rábola de la cizaña. Justamente como introducción a esta parábola leemos el texto de la Sabiduría (12.13. 16-19), que es una reflexión sobre el poder paciente de Dios, en espera de nuestra conversión.

2. La parábola es dramática. De hecho, aquí se enfrenta un sembrador y un

enemigo. La vida es un drama, y no podemos ignorarlo. Existe el mal en el mundo, y esto no es un dato neutral de la historia. ¿De dónde sale la cizaña?, preguntan los criados al señor de la hacienda. Y el hombre de parábola responde: “un enemigo lo ha hecho”.

El mal no se produce porque sí. Tiene una causa. Aquí comienza nuestra dificul-tad, hermanos, porque Jesús nos alerta, y uno se pregunta: ¿Quién es este enemigo? Una enfermedad viene al cuerpo, por múltiples razones, y no precisamente porque uno haya metido un enemigo en el cuerpo, como puede ser el abuso del alcohol. Una persona de vida ordenada, que regula alimentación, trabajo y descanso, de pronto puede padecer un cáncer. El cuerpo no es para siempre, y sin hacer nosotros nada en contra, el germen de la muerte lo llevamos dentro.

En este sembradío que Jesús representa, la cizaña no ha venido de la misma tie-rra, sino que una mano enemiga ha sembrado desde fuera una cosecha de cizaña.

Y ha sido una siembra poderosa, que luego va a ser atada en gavillas. Esto no pa-sa en cualquier sembrado, sino en el sembrado que Jesús imagina para su doctrina. Hay un enemigo de la siembra.

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3. Nos produce escalofrío dar un nombre a este enemigo. En la explicación de la

parábola aparece el nombre del enemigo: “las cizaña son los partidarios del Ma-ligno; el enemigo que la siembra es el diablo” (vv. 38-39). Por el contrario, la buena semilla –siempre contando la explicación que registra el Evangelio – no es la pala-bra de Dios, la buena semilla son “los ciudadanos del reino”. Se trata, por tanto, de hombres buenos y malos, no de otro pensamiento: de que en toda persona hay trigo y cizaña. No es esto, sino de que hay personas que son trigo limpio y bien sembrado, y personas que son cizaña.

Y, por lo tanto, siguiendo la correlación de los datos primeros: el trigo bueno pa-sará a los graneros del Padre celestial; el trigo bueno son los ciudadanos que pasarán al reino de Dios. Y la cizaña, que son los malos, no será recogida en el reino de Dios, sino que será arrojada al fuego. Es decir, a los ciudadanos del maligno, a los hijos del diablo (por tomar una expresión que se encuentra en otro lugar) los ángeles “los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes”. En con-secuencia se trata del destino eterno de unos y del destino eterno de los otros.

4. En el mundo en general, y en la Iglesia particularmente, hay cosas buenas y

cosas y acciones malas, que no tiene que existir. Y no hay que aguardar al juicio final para limpiar a la Iglesia de las suciedades que puedan encontarrse dentro. Nuestro actual Papa ha emprendido, con clarividencia y con audacia evangélica, una verdadera limpieza de la Iglesia en cuestión de castidad. Y ha dado ejemplo a todos los obispos para que hagan igual. Allí donde exista un delito de abuso sexual, ha de ser extirpado. El niño o la niña que haya sido víctima de un abuso tiene un derecho superior al de la persona que haya sido causante, se trate de un sacerdote, de un obispo o de un cardenal. Eso es la verdad ante Dios, y esa verdad debe prevalecer por encima de otras razones que no acaban de convencer. Sería un escándalo desti-tuir a un obispo que ha tenido un desliz con un niño, con una niña. Efectivamente sería un grande escándalo; pero sería mayor escándalo, que un niño o una niña fuera víctima, y la Iglesia se callara. Nosotros, y esperamos que la historia también, le damos gracias al papa Benedicto XVI que ha puesto remedio con rigor.

El Evangelio de hoy no dice que hay que tolerar el mal y dejar que las cosas pa-sen, porque vendrá el fin del mundo y entonces sí se sabrá y entonces a cada uno se le dará su merecido. No dice eso el Evangelio. Por tanto, es obligación de la Iglesia velar, y, si ve que existe el mal, atajar el mal. Es obligación de los cristianos, po-niéndose la mano cada cual sobre el pecho, denunciar ese mal, para que se le ponga remedio, como hizo san Pablo cuando en la comunidad de Corintio vio que había alguien que convivía con la mujer de su padre, es decir con su madrasta. La comuni-dad había disimulado y se había callado. Al saberlo, san Pablo reprendió severamen-te a la comunidad por ese silencio cómplice, y expulsó de la comunidad a quien ha-bía comedido semejante aberración (véase 1 Corintios, capítulo 5).

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5. No es eso lo que dice el Evangelio. De hecho, san Pablo no manda a ese peca-dor al fuego eterno, sino que lo expulsa para que se corrija, se convierta y otra vez se ponga en el camino de Dios,

La parábola nos enfrenta de cara al destino eterno. ¿Podemos saber nosotros quiénes son los hombres que han de heredar la vida eterna, y quiénes han de ser los que serán arrojado al horno del fuego – al fuego eterno donde ha de ser el llanto y el rechinar de dientes? Jesús responde: No. No podemos hacer nosotros, mientras dura la historia, esa separación de buenos y de malos, como si nosotros fuéramos el árbi-tro de la sentencia, como si fuéramos quienes dictáramos quiénes son los amigos de Dios y quiénes son los que han de estar con el diablo.

Nadie, absolutamente nadie, puede pronunciar ese juicio. Solo Dios, y Dios va tolerando el mal en espera del juicio final. ¿Qué nos ha dicho la primera lectura? “Pero tú, dueño del poder, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indul-gencia, porque haces de tu poder cuando quieres. Actuando así, enseñaste a tu pue-blo que el justo debe ser humano y diste a tus hijos una esperanza, pues concedes el arrepentimiento a los pecadores” (Sb 2,18-19).

6. Los mandos de la historia los tiene Dios y no se los ha dado a nadie. Y mien-

tras dure el mundo vamos mezclados buenos y malos, dejando a Dios la última pala-bra. En la parábola ha dicho el amo a los criados, cuando al instante quieren arrancar la cizaña: “No, que al recoger la cizaña, podéis arrancar también el trigo”(v. 29).

Fijémonos en la razón que se da: al arrancar la cizaña, a lo mejor arrancamos el trigo. Y arrancar el trigo nadie lo quisiera. Según el pensamiento de Jesús, personas que parecen cizaña, pueden ser trigo, y no tenemos nosotros el derecho de matar el buen trigo.

Estamos, pues, en una visión grandiosa de la historia, que Jesús salva como obra de Dios.

Esta parábola es, por lo tanto, la Parábola de la paciencia de Dios en la historia, y del triunfo de Dios al final de la historia.

Nos quedamos con esos pensamientos, tan bellos y estimulantes para nuestro co-razón, a saber:

- Solo Dios es el dueño de la historia, conocedor de todos los corazones. - Solo Dios tienen el triunfo de la historia y la palabra final que ha de dar al

mundo. Nuestra responsabilidad cristiana queda iluminada y fortificada. Gracias, Señor Jesús, por la lección del trigo y de la cizaña. Amén.

Himno para la oración del Evangelio del trigo y la cizaña: Si yo viera la cizaña.

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75. El Evangelio, el tesoro escondido

Domingo XVII del tiempo ordinario, ciclo A Mt 13,44-52

Hermanos: 1. Por tercer domingo consecutivo estamos leyendo y escuchando las parábolas

de Jesús en el Evangelio de san Mateo. Con estas tres de hoy se cierra un ciclo en el primer evangelista.

Recordemos: Hace dos domingos era la parábola del sembrador y su explicación. El domingo pasado había tres: el trigo y la cizaña, con su explicación, y otras dos muy breves: el grano de mostaza, y la levadura en la masa; una de ella dirigida a la sensibilidad del hombre agricultor, la otra dirigida al ama de casa, que sabe lo que es la amasada del pan. Hoy de nuevo tres y así se completa el número de siete: la del tesoro escondido en el campo y la de la perla preciosa que aluden igualmente a la sensibilidad del hombre o de la mujer, y la séptima, para terminar, la de la red que recoge todas clases de peces, y luego se hace la separación, mirando al juicio final.

2. Vamos a centrar nuestra atención en la parábola del tesoro escondido; sin duda

el Señor nos dirá cosas que nunca las habíamos pensado. Si preguntáramos a alguien: ¿Has oído hablar de “el tesoro escondido”, acaso nos

responda: No, esa película no la he visto; o “esa novela me suena, pero no la he leí-do”. Efectivamente, el título sugerido por esas dos palabras juntas “tesoro escondi-do” suena a una aventura, que a lo mejor sea muy original o acaso sea una sarta de tópicos.

Jesús habla de un labrador que ha encontrado un tesoro en un terreno. Comienza la intriga. No se lo puede llevar, porque ese terreno no es suyo, y, por lo visto, el tesoro pertenece al campo. Jesús quizás está imaginando la aventura con unas cos-tumbres de propiedad rural que nosotros ignoramos. Son detalles que, si los supié-ramos, la narración cobraría más vida, pero nada obsta para el sentido clarísimo que tiene el texto.

Hay cinco cosas en esta pequeña parábola, y que las tenemos que ponderar una a una:

1) La primera es que un hombre se ha encontrado un tesoro. Cómo lo ha encon-trado, no lo sabemos: se lo ha encontrado

2) La segunda es que al punto se afana por esconder el tesoro. Lo esconde para que nadie lo descubra, pues él quiere hacer con el tesoro una gran operación.

3) La tercera es que, rápido, va y vende todo lo que tiene; es decir, se queda sin nada.

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4) La cuarta, importantísima, es que esta operación de quedarse sin nada la hace con toda la alegría del mundo.

5) Y la quinta, naturalmente, es que compra aquel campo para tener el tesoro. 3. La sexta sería lo que pasó luego: aquello cambió su vida, y Jesús la deja a que

cada uno termine la parábola. ¿Qué pasaría si yo encontrara un tesoro y por tenerlo vendiera todo lo que tengo, me quedara sin nada, y me entregara con alma, vida y corazón a explotar y gozar este tesoro que he encontrado. No es una fantasía sino una realidad que se nos brinda. He aquí una aventura redonda, que va a implicar nuestra vida, si queremos escuchar a Jesús, ser discípulos suyos.

La terminación del grupo de parábolas lleva una pregunta del Maestro: “"¿Habéis entendido todo esto?” Y sigue el texto. “Ellos le responden: "Sí".”

Vamos a ir por partes, hermanos, a calibrar cada una de las cosas que se dicen y sacar las consecuencias.

4. La primera es el encuentro del tesoro. La vida, hermanos, es un encuentro.

No quiero decir que sea una casualidad, porque la casualidad no existe, pero sí un encuentro.

Tantos matrimonios pueden decir: Encontrar a esta mujer es lo más hermoso que me pasó en la vida. Y a la inversa, podrá repetir lo mismo, como un eco, el marido a la mujer. Felices ellos, porque no es un piropo vacío.

En su primera encíclica, escribió el Papa estas frases: “No se comienza a ser cris-tiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un aconte-cimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 12).

Si esto es así, puedo definir la vida: “La vida es un encuentro. Lo demás son las consecuencias”.

Y el catecismo podría definir la fe, igualmente, con estas palabras: - ¿Qué es la fe cristiana? Y la respuesta sería: - La fe cristiana es haberse encontrado con Jesucristo. El encuentro es igual que un enamoramiento. Uno no se enamora por unas con-

vicciones muy sensatas, que las acepta sin dificultad, pero no le encienden; uno se enamora por un chispazo que salta, por una química que empalma. Como si la cosa ya estuviera dentro antes de que se diese.

Yo puedo decir, hermanos: El tesoro escondido es el Evangelio. Puedo decirlo convencido, como lo digo. Mas por eso el tesoro seguirá siendo tesoro, pero escon-dido.

Para encontrarlo tiene que “haber pasado algo”. ¿Qué es eso? El que lo encuentra lo sabe; y el que no, no lo sabe.

El que ha encontrado el tesoro siente que su vida ha sido movilizada definitiva-mente en otra dirección. Eso es la acción de la parábola. El hombre afortunado va rápido a negociar, y vende todo lo que tiene; no le importa dejar lo que hasta ahora

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tenía. Y no es solo que no le importe, sino que Jesús pinta a este negociante como alguien que deja todo “con alegría”. Y eso es – dicen los intérpretes – la punta afila-da de la parábola. No le supone ningún sacrificio dejarlo todo cuando lo que le cae encima vale sin comparación más.

5. Esto que vamos diciendo lo podemos ver con el ejemplo de la vida de un san-

to. El joven Francisco de Asís era hijo de un acomodado comerciante de telas, Pietro Bernardone. Parece que el galán Francisco iba a seguir el negocio de su padre..., pe-ro comenzó a hacer cosas raras. Y a su mejor amigo, cuyo nombre ha quedado en el secreto, le hablaba misteriosamente y le decía que había encontrado el tesoro escon-dido. El primer biográfico de san Francisco, que escribió la vida con motivo de la canonización que fue a los dos años de la muerte, recuerda aquellos hechos...

“Quienes le oían pensaban que trataba de tomar esposa, y por eso le preguntaban: «¿Pretendes casarte, Francisco?» A lo que él respondía: "Me desposaré con una mu-jer la más noble y bella que jamás hayáis visto, y que superará a todas por su estam-pa y que entre todas descollará por su sabiduría». En efecto, la inmaculada esposa de Dios es la verdadera Religión que abrazó, y el tesoro escondido es el reino de los cielos, que tan esforzadamente él buscó; porque era preciso que la vocación evangé-lica se cumpliese plenamente en quien iba a ser ministro del Evangelio en la fe y en la verdad” (Vida de san Francisco por Fray Tomás de Celano, 7).

Para san Francisco, hermanos, “el tesoro escondido” fue la pobreza de la que se enamoró Jesucristo, naciendo pobre en Belén y muriendo pobre en la Cruz. Francis-co encontró ese tesoro; se desposó con Dama Pobreza. Es decir, se desposó con Cristo pobre y con todos los pobres de la tierra.

Estas cosas no las aprendió en ningún libro. Cristo mismo se las reveló en un proceso de cambio de su corazón que duró varios años.

6. Hermanos, a vosotros os digo lo que a mí mismo me estoy diciendo, el asunto

de nuestra vida, el “tesoro escondido” es encontrarse con Jesucristo. Encontrarnos con él es lo más grande que nos puede suceder. Jesús nos dijo:

“Donde estará tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt 7,27). El que encuentra a Cristo, encuentra su tesoro; encuentra su corazón, encuentra

en el corazón su vida, el sentido de su vida; encuentra su presente y su futuro. La súplica que surge de las vivas entrañas es esta: Jesús, haz que te encuentre a

ti, que es lo más grande que me puede pasar. Y Jesús me da la respuesta, que está en el Evangelio: “Buscad y encontraréis” (Mt 7,7). Amén.

Puede verse como cántico de oración de este Evangelio, el poema Tesoro escondido (mercaba.org -

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Tesoro escondido

Mt 13,44-52 Cántico de comunión

Estribillo Tesoro escondido en la Eucaristía, aquí noche y día

presencia y latido.

Estrofas 1. Divino Evangelio,

tesoro escondido, los cielos y tierra

jamás fueros dignos de oír tal noticia,

de ver tal prodigio: Jesús lo ha anunciado:

yo lo he recibido.

2. El Verbo del Padre tesoro escondido,

no cabe en el cosmos y cabe en mí mismo. Muy dentro del alma

de mí lo más mío, plantó su morada y habita conmigo.

3. Dios es su Palabra,

tesoro escondido; profetas y reyes,

por Dios bendecidos, no vieron ni oyeron;

yo sí lo he oído, que Dios en Jesús Dios carne se hizo.

4. La Virgen purísima

lo lleva consigno; lo cree y lo adora, tesoro escondido. María nos marca

lo que es el camino: la fe y obediencia y afecto purísimo.

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5. Él vive, él está, tesoro escondido, y llena la tierra,

yo soy su testigo. Jesús es el cielo,

que al suelo ha venido, yo soy su discípulo

y yo lo predico.

6. Jesús, mi Jesús, mi Dios escondido, Jesús proclamado a todos los siglos. A ti me consagro,

pues tú lo has querido; tu gracia me basta:

guárdame contigo. Amén.

Puebla, 22 julio 2011 (Santa María Magdalena).

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76. Jesús, compasión, pan y Eucaristía Domingo XVIII del tiempo ordinario, ciclo A

Mt 14,13-21

Hermanos: 1. Los dos milagros más sorprendentes del Evangelio son la resurrección de los

muertos y la multiplicación de los panes. Son dos milagros cristológicos, en el senti-do de que estos milagros muestran de una manera esplendorosa quién es Jesús. Un lector inteligente, o – si queremos – un lector con espíritu de profeta, que, al leer, con su mirada aguda va hasta el corazón mismo del misterio y luego con la misma mirada otea toda la historia de salvación, al escuchar estos pasajes del Evangelio se pregunta: ¿Qué me está diciendo este relato? ¿Me está hablando de la bondad de Jesús ante cualquier necesidad humana, o acaso, como sospecho, me está hablando, más bien de ese misterioso Jesús de Nazaret, que es vida indestructible y que es ali-mento inmortal que sacia la necesidad primaria del ser humano, que es comer para vivir?

El relato evangélico no distingue; al contrario se diría que el primer mensaje que el evangelista da como primer testimonio es éste: que Jesús sale al paso de una nece-sidad humana, y que con amor la resuelve.

Cuando Jesús resucita a Lázaro, resucita a un amigo a quien amaba, por el que lloró y por el que lloraron otros; cuando resucita al hijo de la viuda de Naím, Jesús resucita a una madre sola y desamparada en el mundo; y, en fin, cuando resucita a la hija de Jairo, de doce años, Jesús responde a la súplica de un padre desgarrado:

Lo mismo ocurre en la escena que hoy se nos representa. El texto es explícito; es de un humanismo que nos da en rostro. Oigámoslo: “Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ellos y curó a los enfermos. Como se hizo tarde se acer-caron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es muy tarde; despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida” (Mt 14,14-15).

El evangelista anota, como anotaría un reportero: Jesús tuvo compasión. Porque tuvo compasión, curó. Que un enfermo tenga el valor de seguir a Jesús, suscita sen-timientos de ternura. Jesús curó a los enfermos; y, al decirlo, se sugiere que curó por una fuerza divina.

2. Aquella compasión de Jesús, por tanto, no era la mera compasión del hombre

bueno. Era una compasión que nacía de más arriba y que anidaba en el fondo de su corazón. Era, pues, una compasión humano-divina. Los evangelistas han meditado en ello, y Marcos, en este pasaje añade algo de valor teológico de primer interés.

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Dice san Marcos, como escritor fiel, como teólogo, como hombre que está escri-biendo para la Iglesia y para nosotros: “Al desembarcar Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,34). Este evangelista no habla de enfermos, sino de otra necesidad primordial que tenemos los hombres. Aquellas gentes andaban como ovejas que no tienen pastor, ovejas a la deriva, que pueden ir por cualquier sendero y caer en cualquier barranco. Y él, como buen pastor, Jesús, reúne a su rebaño y le da alimento nutritivo: se puso a enseñarles muchas cosas.

La compasión de Jesús desemboca, pues, en las necesidades esenciales que arras-tramos con nosotros: queremos salud como enfermos; queremos vida como huma-nos desfallecidos y hambrientos; queremos un buen pastor, como ovejas a la deriva.

La compasión de Jesús va a cubrir todas esas necesidades. En los Evangelios no se habla del “Sagrado Corazón de Jesús”, pero ¡qué otra cosa es el Sagrado Corazón de Jesús, sino esta figura del Señor que estamos contemplando!

Jesús, pues, tuvo compasión. Al decirlo, sentimos que esa compasión se alarga por los siglos y llega hasta nosotros. Y más secreta e íntimamente: esa compasión de Jesús llega hasta mí, y yo soy y voy a ser su beneficiario.

3. Ante semejante panorama la propuesta de los apóstoles es lógica y coherente.

Gracias porque te han seguido; mándalos a sus aldeas, porque aquí no hay nada de comer. La respuesta de Jesús va por otra dirección, y no sabemos cuál es el matiz exacto para interpretarla. ¿Es un reproche? Acaso; de todas formas, es un nuevo acto de compasión. “No hace falta que vayan, dadle vosotros de comer”.

Nos preguntamos. ¿Será que Jesús ha escogido a sus apóstoles para dar de comer a la gente? ¿No dice el Evangelio que Jesús escogió a los apóstoles para enviarlos a predicar el Evangelio del Reino?

Sí, eso dice el Evangelio, pero añade otra cosa. “Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolen-cia” (Mt 10, 1, ampliando el texto de Mc 3,15). Donde están Jesús y sus apóstoles o discípulos, ayer y hoy, allí está la compasión de Dios, y el alivio de toda enfermedad y dolencia. Es consustancial a la misión de Jesús, en virtud de la compasión, la pro-ximidad a todo mal que hiere al hombre.

4. Sigamos, pues con el texto evangélico: “Dadles vosotros de comer”. Y conti-núa el relato: “Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces. Les dijo: Traédmelos” (vv. 16-17).

La exégesis en Latinoamérica, tan sensible a la situación oprimida del pueblo, y siguiendo por esta veta del humanismo de Jesús, se complace en esta exégesis de la compasión, que es la exégesis del compartir. Jesús no hace los milagros de la nada. El pan que había, y lo mismo los peces, si se comparten se multiplican. Lo cual, tras-ladado al área mundial, significa: El pan que hay en el mundo, si se reparte se multi-plica y llega para todos. El egoísmo es la causa del hambre, y la generosidad en el

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compartir sería el milagro de la humanidad. Las instituciones mundiales - la FAO, creada para dar alimento a todos – busca esto.

Todos estos pensamientos son nobilísimos, y bien podemos ponerlos al cobijo del Evangelio, nosotros, como cristianos.

5. Quizás el significa riguroso tiene otro perfil, apuntando hacia la Eucaristía. Lo

que va a suceder a continuación es algo divino: un banquete en el desierto, sentados en la verde hierba, que anuncia el banquete mesiánico del reino de Jesús, ese mismo banquete del que Jesús habla en la Cena, al levantar la primera copa del festín: “Os digo que ya no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios” (Lc 22,18).

El texto sagrado del Evangelio marca ahora cinco gestos de Jesús, que son los que el sacerdote repite en la consagración. Dice que tomó los cinco panes (y los dos peces), que alzó la mirada al cielo, que pronunció la bendición, que partió los pa-nes, y que se los dio a los discípulos. Luego “los discípulos se los dieron a la gente” (v. 19).

Estamos describiendo un rito sagrado, bien conocido por los cristianos que están escuchando este Evangelio. Recordad, hermanos, lo que el sacerdote dice en la Ple-garia Eucarística I, el Canon romano, que durante un milenio y medio se ha repetido en la Iglesia, antes en latín: “El cual, la víspera de su Pasión, tomó pan en sus santas y venerables manos, y, elevando los ojos, hacia ti, Dios, Padre suyo todopoderoso, dando gracias te bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos, diciendo: TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL, PORQUE ESTO ES MI CUERPO, QUE SERÁ EN-TREGADO POR VOSOTROS”.

6. Al frío historiador la multiplicación de los panes le levanta preguntas sin res-

puestas: ¿cómo es posible que ocurriera eso tal como está escrito, y así por los cua-tro evangelistas? Además, Mateo y Marcos tienen el relato de una segunda multipli-cación de los panes, como si fuese un relato doblado del anterior.

En efecto, hermanos, la historia profana pregunta y no acaba de responder. Pero hay un historia sacramental dentro de la que estamos, una historia de amor inextin-guible que es la que vive la Iglesia. La multiplicación del pan, que fue el milagro cotidiano de Dios acompañando cuarenta años a su pueblo por el desierto, es la his-toria presente en esta era de Dios.

La Eucaristía es la multiplicación de los panes. Y la Eucaristía, leída y compren-dida a la vera del relato sagrado, es la compasión de Dios, la cercanía de Dios, el banquete de Dios en espera del banquete definitivo. La Eucaristía es mi Jesús del Evangelio.

No lo dudemos, hermanos. Cada Eucaristía es el milagro de Dios. Cada celebra-ción de la Eucaristía – dice la Iglesia – es la Pascua del Señor.

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Cada celebración es el banquete de Dios con nosotros. No dejemos nunca de co-mulgar, con el alma preparada, siempre que venimos a la santa Misa.

Ante tanta maravilla digamos: Amén.

Como cántico de comunión para este Evangelio véase en mercaba.org: Cinco panes y dos peces (con su introducción)

Cinco panes y dos peces

Estribillo Cinco panes y dos peces,

corazón multiplicado: que a todos Jesús ha amado y a todos llegó con creces

Estrofas

1. Alzó los divinos ojos donde el corazón tenía, y el Padre que lo miraba

la súplica recogía: lo que quería Jesús

su Padre igual lo quería por la mano del Señor el pan a todos cundía.

2. La gente se recostaba en la hierba que nacía,

y Jesús que oraba al Padre los cinco panes partía;

y luego a los doce apóstoles él mismo los ofrecía,

que los dieran a millares en aquella carestía.

3. Comieron y se saciaron

y hubo pan en demasía, que Jesús mandó guardar

pues nada se perdería. Con gozo estaban cansados

ya la hora atardecía, volvieron a sus hogares

y nadie desfallecía.

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4. Comensales cinco mil

cuentan que eran los que había más las mujeres y niños

en feliz algarabía; era fiesta celestial

el pan que se repartía; la Providencia es Jesús y se llama Eucaristía.

5. Así siento y así vivo

tu misa de cada día, Jesús de la compasión,

amor que mi culpa expía. Jesús, misterio pascual, que trajo toda alegría:

¡Te adoramos, Dios bondad Humanidad, vida mía! Amén.

México D.F. (Tlalpan, Verbo Encarnado), 25 julio 2011

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77. Jesús y la barca en la noche

Domingo XIX del tiempo ordinario, ciclo A Mt 14,22-33

Hermanos: 1. Hay tantas cosas que sugiere el misterioso Evangelio de hoy. Misterioso no so-

lo porque todo texto del santo Evangelio está cargado del misterio de Dios, y por eso los documentos de la Iglesia nos dicen que el centro de toda homilía es Cristo, el misterio de Cristo; misterioso por las circunstancias que se dan en ese relato noc-turno que sigue a la multiplicación de los panes.

La vida, conforme más avanza, sí es una tempestad en la noche, y puede verse uno barquilla zarandeada... Tantos pensamientos... Lope de Vega, ya mayor, clérigo de vida agitada, que entre humanas pasiones ha escrito cosas tan espirituales, pudo verse como un barquilla en las olas: “Pobre barquilla mía / entre peñascos rota / sin velas desvelada / y entre las olas sola” .

Misterioso relato decimos, puesto en la vida terrestre de Jesús, pero que, al mis-mo tiempo, parece un relato pascual: Jesús resucitado aparecido a sus discípulos que faenan en el fragor de la existencia, mientras él, luminoso, vive y reina con el Padre y desde allí nos ayuda.

2. Veamos por partes, hermanos, qué nos dice el relato evangélico. El evan-

gelista considera que es una narración que pertenece a los días históricos de Jesús, en la cual aparece, sobre todo, quién es Jesús, como acaba de mostrar en el suceso de la primera multiplicación de los panes. Indiquemos estos puntos:

- Jesús, tras el milagro mesiánico de la multiplicación de los panes, que es el ape-ritivo del festín celestial que nos prepara, busca la soledad del monte y, solo, se reti-ra a orar. Uno se pregunta: ¿Por qué, después de aquel día tan singular, Jesús ha de ir a orar? ¿No es, más bien, la noche para descansar? ¿Cuál es el misterio que este hombre lleva consigo?

- Los apóstoles, mientras tanto, luchan en el mar. No han ido a pescar como otras veces; se han embarcado para atravesar el lago.

- Y Jesús los ve, los está viendo. Ya era la cuarta vigilia de la noche, en el cómputo romano para dividir la noche en cuatro vigilias. Había sido una noche tor-mentosa. Las olas, que pueden alzarse hasta un metro, habían agitado la barca. Toda la noche y ahora parecía romper la aurora en medio de la oscuridad. Pero hay otra aurora en el mar: la imagen de Jesús, hombre celestial. Jesús va viniendo: amanece la aurora de su presencia.

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- Los apóstoles espantados, gritando ante el fantasma. Noche, tormenta, y para terminar un fantasma.

- Jesús dice: No temáis, Yo soy. Es la aparición divina en medio de la vida a la deriva.

- La palabra de Pedro, ya no el patrón de la barca pescadora, sino el jefe del gru-po elegido. Los doce van en la barca, casi náufraga, y su portavoz es Pedro, que di-ce: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”. ¿Se han fijado, hermanos, que esta frase está recogido en el Alma de Cristo, santifícame”, cuando al final se dice: “Y mándame ir a ti”?

- Ahora viene la experiencia de Pedro en el mar, que por una parte cree y otra va-cila, y, al vacilar, se hunde.

- El final es al apoteosis de la fe. La barca es como un catedral, y todo se han postrado ante él, para hacer una confesión como nosotros celebrando la Eucaristía: “¡Realmente eres Hijo de Dios!”

3. De tantos puntos vamos a tomar dos: la barca en medio de la marejada, y Pe-

dro sobre las aguas. La escena evangélica se nos antoja que está hablando de lo que le está pasando a

la Iglesia hoy en medio del mundo. Es, como si de repente, uno viera convertido el Evangelio en un escenario mundial de hoy. La barca navega muy zarandeada y el horizonte está con nubarrones; a lo mejor, después del viento, la tormenta.

La Iglesia navega rumbo a la estrella polar, porque con tantos siglos revueltos no ha naufragado, y sigue..., sigue adelante; pero sigue en el vaivén de las olas.

La Iglesia ¿tiene enemigos que quisieran verla destruida? Parece que sí, aunque uno ingenuamente, pensando que el mundo evolucionado siempre adelante con la avalancha de las ciencias se inclinaría a pensar que no, que las dificultades de la Iglesia son ni más ni menos que las dificultades de toda sociedad en la génesis de la historia. Pero puede ocurrir y habrá que aceptar que sí ocurre, que la Iglesia tiene enemigos que hacen lo posible por destruirla.

Y con ellos o sin ellos, la Iglesia está enfrentando un pavoroso oleaje de seculari-zación que la bambolea a diestro y siniestro. Es socialmente el panorama de noche, viento y tormenta de nuestra era.

Y, al decir estas cosas, si aquí acentuara mi discurso, sin decir lo que llevo den-tro, yo estaría contagiado del miedo y espanto de los apóstoles, y no acabaría de leer el Evangelio.

Había entre nosotros un gran educador y afamado escritor en el mundo francis-cano (P. Lázaro Iriarte, doctor en historia de la Iglesia con medalla de oro) que, siendo maestro de novicios, decía a sus jóvenes: Mirad, nunca la Iglesia ha estado mejor que hoy...

En esta escena del Evangelio nosotros desde la barca no vamos a mirar a los vientos impetuosos que nos agitan, sino a esa figura humano-celestial que de pronto

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se vislumbra en la noche. Es Jesús. Sí, hoy Jesús Resucitado y viviente. Pero sucede que no solo lo veo en el horizonte, en la vida que me ha tocado vivir; sucede que lo veo dentro de mí, y aquí delante, ante mis ojos. Sucede que, en verdad, esto es la realidad de mi vida, surtidor de mi amor y de una vigorosa esperanza. Lo que ha de pasar lo ignoro; lo que sí sé es que la vida es mi horizonte..., cuando se van cerrado (con sentida nostalgia, lo confieso) tantas casas, cargadas de las mejores evocacio-nes. El horizonte es la vida, porque es la presencia de Jesús.

4. Pero vengamos a este segundo punto que hemos destacado: el Pedro de la bar-

ca, el Pedro del mar. “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”. Este Pedro que así invoca a Je-

sús, el Señor, nos entusiasma. Así le queremos ver: el decidido, el impetuoso, por-que el amor a Jesús ha dado el sentido total a su existencia.

Y Jesús acoge la voz y el entusiasmo de su apóstol; le da una invitación, que es una orden: “Ven”. Pedro baja de la barca y comienza a caminar sobre el milagro: el agua es firme como una calzada real para ir a su Señor. Pedro está viviendo una realidad divina. Pero, de pronto, le cruza un pensamiento tentador de que el agua es agua, que es como olvidarse por un momento de que Verbo de Dios, Jesús de Naza-ret, es el Creador de cielo y tierra, de mares, montañas y continentes. Y entonces, sí, el agua se volvió agua, y Pedro comenzó a hundirse y gritó: ¡Señor, sálvame! Al punto Jesús le agarró, y Pedro no se hundió.

Este Pedro soy yo: si dudo me hundo; si tengo fe, camino. Hermanos ¿no es ver-dad? Y todos diremos: Sí, es cierto. Si he confiado en Dios, nunca me ha ido mal, aunque estemos, como se dice “con el agua al cuelo”; al final, nunca nos ha ido el mal. Esa la experiencia de los creyentes. Pero si no confiamos en Dios vamos a la deriva, aunque nuestros negocios rebosen de ganancias.

De la aplicación personal pasamos a la aplicación a la Iglesia, que es lo que brota del Evangelio. Hermanos, al morir el 2 de abril de 2005 el papa Juan Pablo II, fue elegido como sucesor de Pedro un cardenal jubilado que aquellos días cumplía 77 años y que a sus 75 había presentado su renuncia canónica... ¿Por qué los electores eligieron, no como sucesor de Juan Pablo II sino como sucesor del Apóstol Pedro, a un cardenal anciano? Pues sencillamente, porque vieron en él al hombre de la fe. Este hombre humilde (sabio a ojos vistas) nos podía dar a todos un ejemplo de fe, y cumplidos seis años en el timón de la barca, es lo que viene haciendo. Nos está man-teniendo la fe, por su gran amor a Jesucristo.

El Evangelio de hoy nos está hablando de Jesús y de su Iglesia. El Evangelio de hoy nos infunde una inmensa serenidad y confianza. Este Evangelio se termina en la bella confesión a Jesús Hijo de Dios:

¡Realmente eres Hijo de Dios! Amén.

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Himno para orar con el Evangelio de este Domingo: La barca está navegando (con su introducción)

La barca está navegando

Cántico de comunión

Estribillo La barca está navegando

movida de ola en ola, mas no se encuentra ella sola,

porque Jesús está orando.

Estrofas 1. Los panes multiplicados del Padre Dios han venido,

y para darle las gracias Jesús al monte ha subido. Y a solas están los dos, el cielo a la tierra unido;

lo que Jesús le decía solo el Padre lo ha sabido.

2. Y en tanto el mar se agitaba con el viento enfurecido;

Jesús que está con el Padre de los suyos no se ha ido,

porque el amor siempre queda con el amado prendido.

Era la cuarta vigilia, y Jesús se ha aparecido

3. Yo soy, les dijo en el mar al grupo despavorido.

Pues si eres tú, mi Señor, le dice Pedro encendido, dime que llegue hasta ti sobre las aguas subido. Ven, y camina con fe y corazón decidido.

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4. Y el agua era cual roca para Pedro en fe transido; pero, al dudar, era agua

y Pedro sucumbe hundido. Sálvame, mi Salvador,

le gritó muy confundido; Jesús le tendió su brazo y Pedro fue socorrido.

5. Jesús se subió a la barca y el mar perdió su rugido,

y adoraron al Señor, ya todo miedo vencido.

Jesús es paz, nuestra paz, Vencedor enaltecido,

amor que Dios nos regala, hoy y aquí acontecido.

6. Jesús de la Eucaristía, pan ofrecido y comido, eres mi Dios de la barca

que con gozo he recibido. Jesús a mí revelado,

diálogo, amor y latido en tu corazón me pierdo,

quede por siempre perdido. Amén.

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78. Santa Clara, perfume de 800 años

VIII Centenario de la consagración de santa Clara al Señor 1212 - 2011-2012

Hermanos: 1. Cuando pongo esta palabra al inicio de las homilías (y así hablo siempre a la

gente al empezar a hablar..., que de ninguna manera es palabra convencional) pienso en quien me pueda escuchar, en quien sea, en todos, en suma, en quien haya de leer llegando por estas humildes letras al Evangelio. Eso y solo eso – el Evangelio – es lo que me puedo importar.

Hoy, al decir “hermanos”, me dirijo más particularmente a la familia franciscana, de cara a la fiesta de santa Clara (11 de agosto) por una circunstancia específica que luego evocaremos. No excluyo a nadie – nunca lo podría – pero desde el jardín de san Damián pienso en mis hermanos de familia, en mis hermanas en primer lugar.

Es dulce la fraternidad, cuando en el centro está Jesús que nos ha purificado el corazón. Y es más dulce si un día, por gracia de Dios, el hermano se ha encontrado con la hermana. Clara para nosotros, franciscanos (los capuchinos a cuya Orden per-tenezco somos franciscanos y profesamos la regla de san Francisco, no otra), es un ensueño de gracia, de paz, de belleza, en una palabra, de amor. Clara es una evoca-ción de poesía. Si el eterno femenino existe, que sí existe, porque bulle en el corazón del varón..., Clara es esa flor. Cierto que debemos volar con alas puras para que este lenguaje sea acerado como la verdad, transparente como el amor.

Quien oyera hablar en este tono, diría que Clara está sublimada. Es cierto, está transfigurada con luces que pertenecen a la Virgen María. El que ama necesita su-blimar a la persona amada y verla envuelta en halo de fascinante hermosura, para que el amor, sin perder la verdad, sea reverente y cultual.

Hoy Clara tiene una documentación histórica extraordinaria, para desmitificarla de toda lectura postiza, exagerada o desfigurada; pero el mismo acercamiento a las fuentes, por una sintonía previa, lo hacemos reverentes, como quien toca una flor que solo el rocío ha tocado.

2. ¿Qué celebramos realmente este año al celebrar a santa Clara? Celebramos los

800 años en que aquella joven de Asís comenzó su vida evangélica, guiada por Cris-to, con la mano providencial de Francisco, que era no menos de diez años mayor que ella (acaso once, acaso doce), y que desde su conversión hacía unos años (2006) se

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había metido apasionadamente por la ruta de la santa Pobreza, donde él veía radiante el misterio de Cristo.: Cristo pobre, desnudo y crucificado, puesto en manos de Dios y abrazando el mundo.

La decisión de Clara ocurrió el día de Ramos del año de gracia de 1212, la noche de Domingo a lunes, 18 a 19 de marzo de 12012; para algunos la fecha no es segura y dice que pudo ser el año 1211. En todo caso fue el Domingo de Ramos. Por la ma-ñana en la celebración de la catedral, con la que lindaba su casa, Clara, hija de Fava-rone, había recibido la palma, con una emoción que parece que le traicionó. Al am-paro de la noche, con la ayuda de alguna de las sirvientas, por la puerta de la servi-dumbre, Clara se fugó, y fue a la ermita de Santa María de la Porciúncula – unos dos kilómetros y medio fuera de la población – donde le esperaba Francisco y la comu-nidad de hermanos con teas encendidas.

Francisco la consagró al Señor. Obviamente la joven consagrado no podía morar en la casa de los hermanos, y

Francisco procuró lo necesario para que esta valerosa mujer, que buscaba lo mismo que Francisco hallara hospedaje en un cercano monasterio de mujeres que profesa-ban la Regla de San Benito. Pero pronto Francisco la estableció definitivamente en la ermita de la Porciúncula.

3. Francisco y Clara son una sola alma, un solo ideal y vocación, un mismo ca-

risma, un mismo Jesús que les ha enamorado. No trataban de copiarse el uno al otro; los dos miraron juntos a Cristo y a su bendita Madre y en ellos aprendieron un géne-ro nuevo de vida en la Iglesia. El Espíritu de Dios había unido a dos almas en una sintonía tal, que el solo recuerdo a nosotros, hermanos en la misma familia, nos llena el alma de consuelo.

El Testamento de Santa Clara evoca, con palabras transidas de veneración, ese ideal común que el Señor había preparado, en su providencia para los dos.

“... Cuando el Santo no tenía aún hermanos ni compañeros – recuerda Clara - , casi inmediatamente después de su conversión, y mientras edificaba la iglesia de San Damián, en la que había experimentado plenamente el consuelo divino y se había sentido impulsado al abandono total del siglo, inundado de gran gozo e iluminado por el Espíritu Santo, profetizó acerca de nosotras lo que luego cumplió el Señor. Puesto que encaramándose sobre el muro de dicha iglesia, decía en francés y en alta voz decía a algunos pobres que vivían en las proximidades: "Venid y ayudadme en la obra del monasterio de San Damián, pues con el tiempo morarán en él unas seño-ras, con cuya famosa y santa vida religiosa será glorificado nuestro Padre celestial en toda su santa iglesia"

... Y nuestro beatísimo padre Francisco profetizó de este modo no sólo acerca de nosotras, sino también de aquellas otras que habrían de seguir la santa vocación, a la que nos llamó el Señor.

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... Una vez que el Altísimo Padre celestial, poco después de la conversión de nuestro beatísimo padre Francisco, se dignó, por su misericordia y gracia, iluminar mi corazón para que, a ejemplo y según la doctrina, hiciese yo penitencia, volunta-riamente le prometí obediencia, juntamente con las pocas hermanas que el Señor me había dado a raíz de mi conversión, según la luz de la gracia que el Señor nos había dado por medio de su vida maravillosa y de su doctrina. Y el bienaventurado Fran-cisco gozó mucho en el Señor al ver que, aun siendo nosotras débiles y frágiles cor-poralmente, no rehusamos indigencia alguna, ni pobreza, ni trabajo, ni tribulación, ni ignominia, ni desprecio del mundo, sino que más bien considerábamos todas estas cosas como grandes delicias, según lo había comprobado frecuentemente examinán-donos a la luz de los ejemplos de lo Santos y de sus propios hermanos.

Y movido a piedad para con nosotras, se comprometió a tener, por sí mismo y por su religión, un cuidado diligente y una solicitud especial en favor nuestro, como si de sus hermanos se tratara.

Y así, por voluntad del Señor y de nuestro beatísimo padre Francisco, fuimos a morar junto a la iglesia de San Damián; y en este lugar, el Señor, por su misericor-dia y gracia, nos hizo crecer en número en breve espacio de tiempo, para que así se cumpliera lo que el Señor había predicho por su Santo. Pues antes habíamos perma-necido en otro lugar, aunque por poco tiempo.

Luego nos escribió la forma de vida,[insistiendo] sobre todo en que perseverá-semos siempre en la santa pobreza. Y no se contentó con exhortarnos durante su vida por medio de muchas pláticas y ejemplos al amor y a la observancia de la santí-sima pobreza, sino que nos consignó algunos escritos, para que de ninguna manera nos apartáramos de ella después de su muerte, como nunca quiso el Hijo de Dios separarse de la misma santa pobreza mientras vivió en este mundo; y tampoco nues-tro beatísimo padre Francisco, imitando sus huellas, su santa pobreza, la que escogió para sí y sus hermanos, se desvió de ella en modo alguno ni con el ejemplo ni en la doctrina, durante su vida terrena”.

4. Clara se definió a sí misma como una plantita de san Francisco, una piantice-

lla. Clara es la hermosura del franciscanismo, lo es para todos los que tenemos el alma a flor de piel y hambreamos la belleza como hipóstasis divina. Por esa llamada “via pulchritudinis” (vía de la belleza) llegamos al corazón de Clara, cuyo solo nombre ya es en su simplicidad bello con sus cinco letras. Via pulchritudinis, que Pablo VI, en una célebre alocución a los mariólogos, la auspicio como vía recta pa-ra llegar a María y calar en su misterio. Via pulchritunis, que no es otra que la via amoris.

Después de 800 años el perfume de aquella plantita, nacido junto a la Porciúncu-la, ermita de Santa María de los Ángeles, llega hasta nosotros y orea nuestras almas.

Sí, Clara. Todavía me queda una palabrita, pero esa... te la diré al oído.

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Con verde y fragante palma

Rima espiritual} para el octavo centenario del inicio de nuestra madre y hermana, santa Clara de Asís

en Santa María de la Porciúncula (1212 - 2012)

1. Con verde y fragante palma y el alma en ardientes ascuas,

celebremos la memoria de nuestra madre y hermana.

Es una historia de amor de Jesús Esposo en Clara, seguida por ocho siglos en la misma caravana.

2. Celebremos la belleza

de Cristo en Ramos y Pascua; a cuyas plantas rendía

Clara virgen su mirada. Francisco la recibía, la cabellera cortaba,

y ante el altar del Señor Clara a Cristo se entregaba.

3. Celebremos la pobreza

de una hermana iluminada, que al ver al Pobre en la cruz

se vio cual pobre llamada. Hermanas pobres serán

siendo así puras hermanas, y la santa caridad,

será la armonía santa.

4. Celebremos esa vida, que es Evangelio que mana; la oración humilde y simple

será la constante llama. Y la santa Eucaristía

nutrida con la Palabra, será el pan en el desierto

y el festín que Dios regala.

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5. Celebremos al Espíritu,

que a Clara llevaba en alas, la divina inspiración

todos sus pasos guiaba. El Espíritu nos lleva a la divina morada,

y desde Dios Trinidad al mundo en misión nos lanza.

6. Celebremos a la Iglesia,

que la Iglesia es nuestra casa; nuestras penas y alegrías

en la Iglesia se desgranan. Dulce Madre de la fe,

caricia que da confianza, tú guardas pura y fecunda nuestra vida franciscana.

7. ¡Honor al Verbo de Dios, el Germen de toda gracia;

honor a ti, mi Jesús, mi corazón y esperanza! Por el camino amoroso que tú revelaste a Clara,

condúcenos hasta el Padre con tu mano ensangrentada. Amén.

Puebla de los Ángeles, 17 julio 2011

Poema escrito para “Gotitas Capuchinas”

(boletín interno de capuchinas en México), y ahora dedicado a todo el que lo lea, con amor

Rufino María Grández, hermano menor capuchino

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79. La cananea, creyente, primicia de las naciones Domingo XX del tiempo ordinario, ciclo A

Mt 15,21-28

Hermanos: 1. El Evangelio de hoy se clava en el corazón. Esta mujer aparece en toda su

grandeza, mujer que va derecha al corazón y gana. El Evangelio no se ha escrito para rendir un homenaje a la mujer, a la madre, a la

esposa... Su mensaje no se ha escrito con pretensiones ni filosóficas ni culturales, que tanto importan hoy a la conciencia de sociedades avanzadas. La promoción de la mujer es uno de los códigos en la sociedad de hoy. No se ha escrito para estos fines, pero, en verdad, las nobles causas humanas se pueden acercar a la palabra de Jesús, y se encontrará una misteriosa sintonía de fondo. La Cananea de hoy es una de esas mujeres intrépidas, que son todo un emblema para que se sepa hasta dónde llega una mujer, si se decide a la conquista, en este caso a la conquista de Dios, mas no por ella, sino por su hija.

2. Un estudio del mensaje de Jesús a la luz de esta página fascinadora nos puede

llevar en dos direcciones. La primera, la que salta a la vista: Jesús y una mujer creyente y decidida, y el

triunfo de la fe frente al poder Dios. Como en cierta ocasión dijo Jesús: “Todo es posible al que tiene fe” (Mc 9,23), que algunos desglosan de esta manera: Dios pue-de todo en favor de quien tiene fe. La fe, por lo tanto, es todopoderosa.

La segunda dirección del mensaje quizás no la percibamos de repente, pero sí prestándole atención. Jesús ha penetrado en territorio pagano, y esta mujer viene de tierra pagana. El intérprete se pregunta: ¿Cuál fue la actitud de Jesús frente a los pa-ganos, frente a aquellos que no pertenecían a la comunidad de Israel? El Evangelio de la mujer de la región de Tiro y Sidón, que Marcos la describe como una fenicia de Siria, nos abre al tema y nos endereza de cara a una solución.

De las dos cosas tenemos que hablar, centrándonos principalmente en la primera. 3. ¡Cómo quisiera uno identificarse con esta mujer intrépida, que aparece como

mujer y madre, dispuesta a todo por su hija! Esta mujer, que no la presenta san Ma-teo como mujer judía en tierra pagana, sino como mujer pagana, a la que ha alcan-zado la fama de Jesús, sale del pueblo como una creyente, como una gran creyente. A gritos tiene una súplica para elevar a Jesús. Su petición es muy hermosa, para que caiga dentro de nuestro corazón. Dice: Ten compasión de mí, Señor, Hijo de Da-

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vid: Mi hija tiene un demonio muy malo. Su hija está enferma, pero no sabemos de qué. Tiene un “espíritu impuro”, dice el Evangelio de san Marcos; tiene “un de-monio muy malo”, precisa san Mateo. Se trata, por tanto, de una enfermedad rara, en la que poco pueden hacer los médicos. Una enfermedad que le va deshaciendo, y que la va a inutilizar para el mañana; acaso una enfermedad psíquica, epilepsia u otros ataques. Marcos señalará que cuando volvió la madre a casa la encontró acos-tada y tranquila: había sido curada y descansaba.

Sale, pues, al medio la mujer con esa fe impetuosa y, diríamos, ruidosa. Jesús no quiere darse por enterado y no le presta atención. A lo mejor algunos podrían pensar que la que está enferma es la mujer y no la hija. Tanto que los apóstoles dicen al maestro: “Atiéndela, que viene detrás gritando”. Gritona y molestona, diríamos con lenguaje de esta tierra mexicana. La mujer va a lo suyo, y a gritos y de rodillas lo va a conseguir.

3. Como respuesta a lo que le dicen los apóstoles, tenemos una reacción de Jesús

que, de pronto, nos deja sorprendidos. Dice: “Solo he sido enviado a las ovejas des-carriadas de Israel”.

¿Qué diríamos de un sacerdote que, ante una necesidad seria que se le presenta, sacudiera el bulto y dijera: No es de mi parroquia? Eso no es correcto. Infórmate, dale un consuelo, una orientación, anímale, acércate, dale una palabra de esperanza, orienta el caso.

La palabra de Jesús hay que entenderla en un plano teológico que requiere su examen para una recta comprensión.

De todas maneras, la mujer ha llegado hasta a Jesús, se lanza ante él y se postra: “Señor, ayúdame”. Y viene la última prueba, la frase dura de Jesús. “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Los peros son los paganos, y los hijos son mi pueblo de Israel.

4. Si nos es lícito asomarnos a lo que pasa o puede pasar en el corazón de Jesús,

pensamos: ¡Cómo ha tenido que sufrir Jesús para hablar con ese lenguaje! Si la pura verdad es que está deseando hacer lo que la mujer le pide..., si se muere de ganas por concederle todo lo que le está clamando, si para esto ha venido él a este mundo.

Es, por tanto, la prueba de la fe a la que Dios somete a sus elegidos. Quien bien te quiere te hará llorar, y Jesús la está haciendo sufrir, porque le está purificando la fe, para que sea resplandeciente y limpia.

Al dicho de el pan y los perrillos, la mujer responde: “Tienes razón, Señor (por tercera vez le ha llamado “Señor”); pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Que era como decirle: Sí, es verdad, mi Señor, pero observa que no te estoy pidiendo pan, te estoy pidiendo los desperdicios que caen de la mesa, y no se lo comen los hijos, sino los perritos de casa... Como si ella en este momento fuera ese animalito doméstico, al que no lo sentamos a la mesa con

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plato y mantel, pero sí le damos algo para que quede contento. ¡Qué hermosura la de esta mujer, y cómo supo darle en medio del corazón, para que, al fin, Jesús se rindie-ra!

Y no solo se rindió. Jesús sacó afuera lo que llevaba dentro para que la mujer se enterase de cómo la había conquistado, cómo le había agradado. “Mujer, ¡qué gran-de es tu fe!; que se cumpla lo que deseas”

5. Hermanos que me escucháis, todos tenemos fe, sin duda. Pero puede haber una

fe apenas, una fe raquítica, una fe pequeña, una fe mediana así así..., una fe grande, una fe grandísima, una fe total, como la de esta mujer, por hablar con medidas y ca-lificaciones humanas... ¿En qué medida está la nuestra? De esto ha hablado Jesús muchas veces, y hasta nos ha enseñando que hay una fe tan grande que puede mover montañas. La fe de esta mujer es inmensa; con una fe así se conquista el mundo.

6. Y esto nos da pie para pasar a otro tema: Jesús y los paganos, porque sucede

que esta mujer no era judía sino pagana. Expresamente lo indica el texto de Marcos: “La mujer era pagana, una fenicia de Siria” (Mc 7,26).

Los profetas habían dicho cosas muy bellas sobre la salvación universal que Dios quería más allá de las fronteras judías. Así lo hemos escuchado en la lectura de hoy, capítulo 56 del libro de Isaías, un pasaje que citó Jesús en su vida: “A los extranjeros que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor..., los traeré a mi monte santo, los llenaré de júbilo en mi casa de oración..., porque mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos” (Is 56,6-7).

Jesús sabe que va a dar su vida, como Siervo de Dios, no solo por Israel sino por todos... Entonces la pregunta nuestra es esta: ¿Por qué se ha mostrado como reticen-te y esquivo al cruzar las fronteras geográficas de su pueblo y asomarse al mundo de los gentiles? Por lo que acaba de decirnos: Yo he sido enviado a las ovejas de Israel, ovejas descarriadas.

Hablando de esta manera, Jesús, por una parte, hace una confesión espléndida del amor a su pueblo. Su vida lo ha entregado a su pueblo, y por su pueblo va a morir.

Pero nos está diciendo otra cosa no menos importante. Jesús no es Jesús solo; es Jesús y sus discípulos. Lo que materialmente no pudo hacer Jesús, lo tuvieron que hacer los apóstoles y lo tenemos que seguir haciendo nosotros. Jesús es Jesús para todo el mundo, y somos, nosotros, los discípulos misioneros, los que debemos llegar allí donde Jesús no pudo llegar, predicar donde Jesús no pudo hablar, sanar penas y dolores que Jesús no pudo alcanzar.

Por este motivo el Evangelio de san Mateo, quien nos está contando estas cosas, termina con la misión universal: “Haced discípulos a todos los pueblos... Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”. Punto final del Evangelio.

Hermanos, esa es nuestra misión.

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Somos discípulos, y por ser discípulos somos misioneros. Amén. Himno para este domingo con su introducción Qué grande es tu fe, mujer, en merca-

ba.org

Qué grande es tu fe, mujer

Estribillo ¡Qué grande es tu fe, mujer,

que en tu pecho Dios sembró, y cuánto me gozo yo de verla así florecer!

Estrofas 1. Don para todas las gentes

es la fe que Dios regala, y a toda nación iguala

haciendo hijos creyentes. Y una mujer se adelanta, primicia de las naciones, que el amor tiene razones y halla voz en la garganta.

2. Tienes, razón, mi Señor, si quieres no hacerme caso,

mas no pido pan ni vaso, indigna de tanto honor. Yo pido solo migajas

que se echan a los perritos, pido tus ojos benditos,

que me mires, si te abajas.

3. ¡Qué palabras cual saeta que llega a mi corazón!: soy tu banquete, dispón y queda de Dios repleta. Llégate a mi intimidad,

que pronto la has percibido, y no salgas de este nido, que es tu casa de verdad.

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4. Y la fe la hizo feliz y vio cumplido el deseo; yo contemplo y saboreo y quiero ser su aprendiz. Sin retorno en ti confío,

Jesús, por ser tú quien eres, tú colmas todos los seres,

cólmame el anhelo mío. Amén.

Puebla, 10 agosto 2011

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80. Asunción: armonía, belleza, paz ... y manzanas

Solemnidad de la Asunción de María

Hermanos: 1. Hoy es la Asunción de la bienaventurada Virgen María, la fiesta principal de la

Virgen. Misterio contemplativo. Hablemos desde la fe; pero la fe sin amor es opaca y estéril y no conduce a la

salvación. La Asunción de María – como la Pascua de Jesús y desde la Pascua de Jesús – es la clave e bóveda del misterio. Misterio de armonía, belleza y paz.

La Iglesia lo ha descubierto por la vía de la fe gustada y contemplada. Ningún texto de la Escritura puede invocarse como prueba documental. Pero tampoco en la primera tradición de la Iglesia la Asunción es un dato escrito de los Padres Apostóli-cos. Pero pronto – ¿acaso ya en el siglo II? – comenzaron los apócrifos de la Dormi-ción de María, que con un lenguaje símbólico y bíblico algo querían decir... La Igle-sia había ahondaba más y más “contemplativamente” en el misterio integral de la Escritura. Porque la Asunción de María está ahí... Pero ¿dónde? En el misterio de la resurrección de su Hijo.

Y, al celebrar el misterio de Santa María, se acabó celebrando el misterio de la Gloriosa asunta al cielo.

Y llegó el día feliz de la definición. Quien esto recuerda era un jovencito semina-rista en el Seminario Seráfico de la Divina Pastora. Desde entonces todos los años viene a mi corazón lo entonces acaecido.

El 1 de noviembre de 1950, el Papa Siervo de Dios Pío XII, mediante la bula “Munificentissimus deus” definió la Asunción de María como dogma de la fe cris-tiana con estas palabras:

Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz

del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma augus-ta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Se-ñor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la In-maculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida te-rrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste.

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Dado en Roma, junto a San Pedro, el año del máximo Jubileo de mil novecientos cincuenta, el día primero del mes de noviembre, fiesta de Todos los Santos, el año duodécimo de nuestro pontificado.

2. Luego, en la vida, el misterio de la Asunción de María va unido a dulces evo-

caciones... He aquí una escena de mi parroquia, ungida de la piedad de las gentes, que me

llegó al alma, tal noche como hoy, y la consigé por escrito, al eco de los antiguos apócrifos.

* * *

Estamos en la parroquia de la Preciosa Sangre, de Puebla. A las 6 de la tarde, Víspera de la Asunción, se ha reunido un grupito de fieles para honrar a la Virgen María.

Ante el altar hay una mesa alargada, cubierta de blanco lienzo, flanqueada de cuatro lámparas prendidas. Sobre la mesa manzanas, montones de manzanas, entre floreros de rosas, ramos y alhelíes. En medio, e invisible para el devoto que está en la iglesia, una imagencita de la Virgen Milagrosa Inmaculada, en posición yacente. En el suelo dos canastas, una de manzanas, otra de granadas. La imaginación vuela al cantar de los Cantares, al lecho florido de la amada. Esta-mos celebrando una fiesta nupcial, que es el tránsito de María, la Dormitio Mariae, que es recogida por su Hijo para participar ya ahora en la plenitud de la Pascua.

Si acaso las manzanas pueden evocar las ofrendas de las primicias del campo en estos meses de recolección, nos trasladan, más bien, al Jardín del Edén, donde nues-tros padres desobedeciendo comieron el fruto prohibido. Pero ya entonces apareció en lontananza la Mujer vencedora de la Serpiente. Y la Inmaculada tenía que ser la Asunta.

A las 11 de la noche entró la rondalla, y detrás un grupo fuerte de devotos, can-tándole a la Virgen las Mañanitas. Cantaron, cantamos todos; luego la Salve. El Pá-rroco leyó unos pasajes bíblicos, y bendijo las manzanas, las flores y las granadas.

A continuación dos niñas levantaron a la Virgen, ya despierta. Después la toma-ron en sus manos y todos pasamos, uno a uno, para entregar a María un beso de amor. Los cantores seguían entonando canciones a María. Salimos de la iglesia y en la puerta tomamos un té.

Había empezado la fiesta de la Asunción de María a los cielos.

En lecho de manzanas olorosas está la Inmaculada y se dormía;

así se fue, así se despedía de sus hijos entre blancas rosas.

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Los ángeles con alas temblorosas velaban la pureza de María; de luz y gracia Eva se vestía

y Adán vio renacer todas las cosas.

Vinieron a cantar las Mañanitas los amantes de Pascua, a su Señora;

traían de regalo el corazón.

El cielo era de agosto, de estrellitas; levantaron la imagen cual aurora; se alzó la Virgen: era la Asunción.

(Puebla, Noche de la Asunción 2007)

3. Asunción de María..., ¡cuántos recuerdos para los cristianos! Y cada uno guar-

da en el fondo del corazón sus ecos personales. En la madrugada de la Asunción, cuando todavía no había asomado el sol de agosto, hace tres año (2008), mi madre, mi santa madre, se unía a la Virgen asunta a los cielos.

Con toda familiaridad juntamos los cristianos los recuerdos de la madre de la tie-rra con la Madre del cielo.

¡A Cristo, que ha revestido el misterio de María de armonía, belleza y paz sea to-da la gloria!

Puebla, noche de la Asunción 2011

Para orar en la Asunción de María puede verse cinco himnos dedicados a este misterio en el Himnario de la Virgen María, en mercaba.org. Con referencia a la evocación de mi madre, puede verse: Sonetos celestiales a mi madre, en mercaba.org.

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81. JMJ – Juventud, vivero de la Iglesia

Desde México, de corazón en la Jornada Mundial de la Juventud

Jóvenes: 1. Este Ciudadano del Mundo, nacido hace 74 años, en un hermoso pueblo de La

Rioja Baja – Alfaro -, que huele a melocotones, pueblo regado por el padre Ebro (nombre romano) y por el Río Alhama (nombre árabe), este alfareño muy a gusto quisiera estar presente con vosotros en la adoración al Santísimo y en la celebración eucarística, pero la vida nos pone en nuestros sitios. Y en este momento católico mundial yo resido en esta parte del Atlántico. Os acompaño en el latido del Cuerpo Místico. Veré algunas imágenes y con mucha atención leeré y meditaré los discursos del Sucesor de Pedro. Soy adicto a sus mensajes.

Si vis a vis pudiera conversar, ¿qué os diría? Lo primero que yo fui joven, inclu-so precozmente joven, y que de joven asumí, gozoso, serias responsabilidades. Con dispensa de ocho meses de edad fui ordenado sacerdote a los 23 años; con 27 años y dos licenciaturas (Fribourg y Roma) iniciaba la cátedra, cuando florecían los teolo-gados; con 28 tenía título de director espiritual de un teologado granado... Y por se-mejantes experiencia se me han quedado - ¿acaso malformación? – unos residuos, unos posos... de juventud que me han acompañado hasta anteayer... Siempre me ha aparecido que yo era “de los jóvenes”... Vana ilusión, me dirán los expertos. Lo cier-to es que si en deporte nunca fui joven (no es gala, no es virtud, pero, vamos, creo que tampoco me podrán recriminar que así aconteciera), siento por dentro un miste-rioso temple para decirme a mí mismo mis ideales. Ganas no me faltan. Como bi-blista, hasta me consuela pensar que Abraham empezó a los 75, es decir, que ahora vamos a nacer.

No sé si sabréis lo que decía san Francisco cuando ya su cuerpo no daba para más. Quería volver a los lances espirituales de su juventud, soñaba con los leprosos, y decía a sus hermanos: Hermanos, comencemos, porque hasta ahora bien poco hemos hecho.

Está claro que hay un vigor por dentro, que a lo mejor sería un camuflaje llamar-lo “juventud”, pero que de todas maneras existe y ahí está y que habrá que darle un nombre, que no sé cuál será. Los nombres nunca son inocentes. Pero no quiero pro-seguir mi discurso por esta línea.

Más bien, fijándome en quienes tienen 20..., 25 años... (no muchos más), quiero proclamar una gran verdad: Las decisiones de fe son, en principio, decisiones de juventud. En la vida lo he visto.

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La zona ideal de vocaciones, de discipulado, de arranques..., es la juventud. Cuando yo tenía esos años, le oí decir a un educador que nos conversaba así: Mira, si no te entregas a Jesucristo antes de los 28 años..., no te vas a entregar. Y, la verdad, que no sé por qué puso precisamente el número de 28. Y muchas veces en la vida, he pensado que esa frase llevaba una escondida verdad. Dios llama, según di-cen las vidas de los santos, a cualquier edad. Pero, por fantasía, si Dios fuese Psicó-logo (que, por supuesto, no lo es) me parece que diría: Hijo, rápido, no tardes.

Y esto es lo que yo quisiera decir, con un altavoz divino, a los jóvenes que han venido a Madrid, entre los que quisiera perderme y desaparecer, mirando, con el corazón muy sensible, a Jesucristo. Y hasta prohibiéndome leer esas cosas míseras (por las que te pica la curiosidad) de la manifestación Anti-Papa; qué han leído del Papa para manifestarse “antipapa”. Volviéndome a mí mismo, me digo que no me-rece la pena caer en esa curiosidad. (Asunto diferente sería el de un discernimiento cristiano de gastos, públicos o privados – no es el punto central – para estos grandio-sos eventos. Mas no es este el momento ni mi intención).

Hay otras cosas que me han tocado el alma. Leí y vi en un vídeo cómo una mu-chacha hablaba con fervor de las Jornadas, cómo para ella fue admirable el encon-trarse con otros, el sentirse, ¡Iglesia de Jesucristo! Eso tocó mi corazón, porque creo que esa es la verdad vibrante de las Jornadas. Y esa es la experiencia de innume-rables jóvenes. Por eso, benditas estas Jornadas, bendito ese encuentro de Madrid, de donde van a brotar numerosas vocaciones para Jesús: amor a fondo perdido, que uno lo entrega a Jesús y a los necesitados. Vocaciones de las que espiritualmente estoy ya gozando.

Pensando en estas cosas, en estas verdades que nos llena de paz y de dinamita por dentro, he escrito este poema.

Juventud de Jesucristo

Canción de envío

a la Juventud reunida en Madrid (JMJ – 2011),

fijos los ojos en Cristo con el Papa Benedicto.

Estribillo Juventud de Jesucristo, pureza, fuego y pasión, con fragante corazón ve y anuncia lo que has visto.

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Estrofas 1. He visto con Pedro y Juan a Jesús, que es el Viviente, y lo he visto Dios presente donde los hombres están. Con María Magdalena he visto al Señor amado, lo he llorado y abrazado, le he dicho mi gozo y pena. 2. Lo he visto en la Iglesia vivo, lo he visto luz y alegría, Pentecostés que caía como el amor compasivo. Y lo he visto en el dolor con su hermosura escondida, latiente Dios de la vida, sufriendo cual Dios amor. 3. He visto a Dios encarnado en cada humano latido, que el que acampó no se ha ido y todo ha santificado. La esperanza es nuestra ruta que Cristo nos acompaña, y amor de Dios nunca engaña a la confianza absoluta. 4. La Madre, amor silencioso, estaba fiel junto al Hijo; ella será mi cobijo al sentirme temeroso. Madre, fuerza de mi fe, necesitada caricia, eres mi paz y delicia, y a Jesús en ti veré. 5. He visto mi vocación, al ver en él mi verdad: quiero irradiar su bondad, y hacer de mi vida un don.

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Y si Jesús me llamara para ser su mensajero, lo que tú quieras, yo quiero; nadie de ti me separa. 6. Lo he visto en el Pan y el Vino, Jesús nuestro, cotidiano, de cualquier afán humano más nuestro por ser divino. Tu dulcísima mirada la llevo dentro de mí, y sé que, al tenerte a ti, Jesús, no me falta nada. Puebla de los Ángeles (México) 20 julio 2011 Rufino María Grández

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82. Juventud de cara al sacerdocio

En el inicio de la Jornada Mundial de la Juventud

1. Hoy a la 8.00 horas de la tarde (1.00 p.m. en México) comienza la Jornada

Mundial de la Juventud, en Madrid, con una gran Misa de apertura. Cibeles será un ventanal abierto al mundo.

Poco antes, el predicador – diré mejor, en este caso, “el comunicador” - que esto escribe también tenía una hermosa misa de apertura. El arzobispo de esta antigua diócesis de Puebla de los Ángeles había invitado a profesores y alumnos a la apertu-ra del Curso académico 2011-2012 del Seminario. Participaban también familiares de alumnos que iniciaban su carrera.

Era en la capilla mayor de este Seminario llamado Palafoxiano, porque don Juan de Palafox y Mendoza (1600-1669), obispo venido de España había fundado el Se-minario de Puebla (1644). La Misa inaugural de curso tenía un significado especial, como lo destacó el Obispo, porque junto a nosotros había dos Beatos:

- el Beato Juan de Palafox, que fue beatificado el 5 de junio de este año en Burgo de Osma, su diócesis final;

- y el Beato Juan Pablo I, que es venerado en la Iglesia con este título desde el 1 de mayo.

Y ¿por qué el Beato Juan Pablo II?. Porque en esta Sala espléndida donde nos encontramos, Capilla mayor del Seminario, aquí mismo estuvo el Beato Juan Pablo II, en enero 1979, presidiendo la apertura de la III Conferencia del Episcopado Lati-noamericano (III CELAM). Era el PRIMERO de sus 106 viajes apostólicos que ha-cía este papa Peregrino, a los pocos meses del inicio de su pontificado (octubre de 1978). Su primera salida como Sucesor de Pedro fue a la República Dominicana, México y Bahamas (25-I/1-II-1979), y en México estuvo seis días. La estatua dedi-cada a Juan Pablo II a la entrada del Seminario recuerda, con sus fechas precisas, la presencia del Papa en esta Casa.

Al inicio de la santa Misa, el Rector del Seminario expuso ante el Arzobispo y toda la Asamblea la realidad presente de los alumnos que iniciaban el curso y que mañana estarán en las aulas. Son 177 alumnos en total, de los cuales, dos religiosas, dos religiosos, dos laicos. Un bello seminario con más de 170 diocesanos. Y, abun-dando en detalles, decía el Rector que 39 jóvenes iban a tomar la sotana comenzan-do de esta manera el Curso Introductorio.

Así se hizo. Aquellos valerosos muchachos, desanudaron su corbata, y apadrina-dos por sacerdotes, vistieron la sotana con alzacuello y faja azul. Iniciaban con una

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bendición su camino hacia la vida sacerdotal. Es un dato hermoso que infunde espe-ranza. El ciclo escolar comienza con el Introductorio y sigue con el primero, segun-do y tercero de Filosofía. Viene luego un año de experiencia, y se pasa a la Teología, que se despliega en un cuatrienio. El quinto de teología es un año de prácticas pasto-rales.

Obviamente, a medida que el escuadrón avanza, se estrechan las filas. Pero el Rector, en el mismo cuadro litúrgico, podía presentar ante el altar y ante

la Asamblea un panorama final, cuajado de esperanza. En efecto, el 22 de agosto, fecha en que se cumple el 367 aniversario de la fundación del Seminario por el Bea-to Palafox, y como espléndida celebración dentro del “Año Jubilar Palafoxiano” el Pastor de esta diócesis, Mons. Víctor Sánchez Espinosa, presidirá una magna orde-nación diocesana: 17 diáconos (uno de ellos diácono permanente) y 12 presbíteros. Y no se hará ni en la catedral ni en la espaciosa capilla donde estamos. Esta vez la celebración será a campo abierto en el área del Seminario.

Estos números, estas celebraciones, esa foto que nos tomaron para la historia al

concluir la Misa, ensanchan el corazón. Claro que el crítico más elemental busca una comparación: ¿qué significan estos números para el conjunto de la diócesis? Hay que saber que en la última estadística de México (2010) el estado de Puebla sumaba 5.780000 habitantes, de los cuales un porcentaje muy mayoritario se declaran católi-cos. Ante esta feligresía los seminaristas son pocos. Y otra vez volvemos a la pala-bra de Jesús: que la mies y la cosecha es tanta, tanta... que los operarios resultan po-cos (Mt 9,37-38). La cosecha de Dios en el mundo así ha sido siempre: despropor-cionadamente mayor que los braceros mandados a la mies.

Pero vuelvo a los bancos nutridos de la capilla: es hermoso contemplar este equi-po de juventud disponible a la llamada.

En mi mente lo estoy relacionando con los chicos y chicas de Cibeles, que le gri-tan, no precisamente al Papa que va a venir, sino a Jesús mismo que ya se ha adelan-tando y que está allí. Espero ardientemente que Jesús suscite muchas vocaciones de discípulos misioneros – ellos, jóvenes, y ellas, muchachas en la flor de la vida -, dis-cípulos misioneros en el sentido más lanzado.

* * *

Pero sígame ahora el lector por las veredas de la reflexión, que va rondando por mi mente y se aposenta plácida en mi corazón.

La liturgia ferial de hoy nos lleva a la historia emocionante de Gedeón, uno de los Héroes del antiguo Israel, en la época de los Jueces. El Señor lo ha llamado co-mo salvador del pueblo. “El Señor esté contigo, valiente guerrero” (Jue 6,12). Así le dijo el Ángel de Yahéh, representación del mismo Yahvéh de la zarza ardiendo. “Ve con esa fuerza tuya y salva a Israel de las manos de Madián. Yo te envío”.

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Los muchachos que hoy comienzan son también un pequeño escuadrón de Ge-deones, valientes guerreros. Pero Gedeón responde: “Perdón, mi Señor, ¿con qué voy a salvar a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo soy el menor de la casa de mi padre” (v. 15).

Justamente esto es lo que necesita el Señor. “El Señor le dijo: Yo estaré contigo y derrotarás a Madián como a un solo hombre” (v. 16).

El discípulo elegido bien puede pensar que esto es la vocación sacerdotal.

* * * Las cosas no terminan aquí. Nos gozamos sí, en esta pléyade hermosa, que con

humildad podemos decir que es la fuerza de la Iglesia. Pero sigamos la historia con nuevas reflexiones y enseñanzas. Avanzando un capítulo en Jueces, vemos ya al campamento de Israel dispuesto a entrar en combate con el campamento de Madián. Interviene Dios con su lógica: “Quien tenga miedo y tiemble, vuelva y márchese por el monte Galaad” (7,3), que es lo que puede ocurrir en el curso de la marcha al sa-cerdocio. “Se volvieron veintidós mil del pueblo y quedaron diez mil” (7,3).

En aquel lance también para Dios 10.000 son muchos y estos tienen que superar la prueban de la fuente. Y quedaron 300 nada más. “El Señor declaró a Gedeón: Os salvaré con los trescientos hombres...” (7,7). De 22.000 quedaron solo 300.

¿Qué significa esto? No tomemos la calculadora. Significa que las matemáticas de Dios no cuadran con las nuestras, y que la estrategia de Dios puede ser muy otra que la nuestra.

He invitado al lector a alegrarse con estos hermosos números de este “nuestro Seminario”. Pero, hermanos, no nos confundamos: los números no son más que un pequeñito indicador que nos dice que es de suponer que detrás de los números hay ilusión, fuerza, respuesta..., fe...

¡Viva, sí, los seminarios florecientes!, pero pensemos que la savia de nuestra flo-ración está dentro, está abajo, está en la mística..., que es la vida personal con Jesús. Lo otro vale para nuestra crónica – de la que nos alegramos, sí por cierto – pero sin perder de vista que la Crónica de Gedeón, valiente guerrero, fue la Crónica del Espí-ritu.

Lo deseo de corazón al Pontificio Seminario Palafoxiano de Puebla; lo deseo con el mismo afecto a los jóvenes ya reunidos en Madrid, que, pasado mañana, van a acoger al Papa.

Cristo Jesús sea nuestro vigor, nuestra autenticidad. Puebla de los Ángeles, martes 16 agosto 2011.

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83. Arraigados y cimentados en Jesús

Domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo A Mt 16,13-20

Hermanos: Me resulta muy difícil hoy escribir una homilía sobre el Evangelio de la confe-

sión de Simón y la confesión de Jesús, el Evangelio del primado de Pedro y de la fundación de la Iglesia, apartando mi atención de lo que el Papa (mi amadísimo Be-nedicto XVI) ha comenzado a decir hoy en Madrid.

Permítame el lector que esta vez traslade aquí el discurso que esta tarde-noche ha dirigido el Papa a los jóvenes en Cibeles. A mí me parece una joya, si uno va leyen-do pausadamente los párrafos y va meditando algunas frases en particular.

Vaya, pues, la transcripción del discurso y el poema que de mi parte añado sobre la confesión de Pedro y la confesión de Jesús.

* * *

“Queridos amigos (...)En la lectura que se ha proclamado antes, hemos oído un pasaje del Evangelio

en que se habla de acoger las palabras de Jesús y de ponerlas en práctica. Hay pala-bras que solamente sirven para entretener, y pasan como el viento; otras instruyen la mente en algunos aspectos; las de Jesús, en cambio, han de llegar al corazón, arrai-gar en él y fraguar toda la vida. Sin esto, se quedan vacías y se vuelven efímeras. No nos acercan a Él. Y, de este modo, Cristo sigue siendo lejano, como una voz entre otras muchas que nos rodean y a las que estamos tan acostumbrados. El Maestro que habla, además, no enseña lo que ha aprendido de otros, sino lo que Él mismo es, el único que conoce de verdad el camino del hombre hacia Dios, porque es Él quien lo ha abierto para nosotros, lo ha creado para que podamos alcanzar la vida auténtica, la que siempre vale la pena vivir en toda circunstancia y que ni siquiera la muerte puede destruir. El Evangelio prosigue explicando estas cosas con la sugestiva ima-gen de quien construye sobre roca firme, resistente a las embestidas de las adversi-dades, contrariamente a quien edifica sobre arena, tal vez en un paraje paradisíaco, podríamos decir hoy, pero que se desmorona con el primer azote de los vientos y se convierte en ruinas.

Queridos jóvenes, escuchad de verdad las palabras del Señor para que sean en vosotros «espíritu y vida» (Jn 6,63), raíces que alimentan vuestro ser, pautas de con-ducta que nos asemejen a la persona de Cristo, siendo pobres de espíritu, hambrien-

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tos de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, amantes de la paz. Hacedlo cada día con frecuencia, como se hace con el único Amigo que no defrauda y con el que queremos compartir el camino de la vida. Bien sabéis que, cuando no se camina al lado de Cristo, que nos guía, nos dispersamos por otras sendas, como la de nuestros propios impulsos ciegos y egoístas, la de propuestas halagadoras pero interesadas, engañosas y volubles, que dejan el vacío y la frustración tras de sí.

Aprovechad estos días para conocer mejor a Cristo y cercioraros de que, enraiza-dos en Él, vuestro entusiasmo y alegría, vuestros deseos de ir a más, de llegar a lo más alto, hasta Dios, tienen siempre futuro cierto, porque la vida en plenitud ya se ha aposentado dentro de vuestro ser. Hacedla crecer con la gracia divina, generosa-mente y sin mediocridad, planteándoos seriamente la meta de la santidad. Y, ante nuestras flaquezas, que a veces nos abruman, contamos también con la misericordia del Señor, siempre dispuesto a darnos de nuevo la mano y que nos ofrece el perdón en el sacramento de la Penitencia.

Al edificar sobre la roca firme, no solamente vuestra vida será sólida y estable, sino que contribuirá a proyectar la luz de Cristo sobre vuestros coetáneos y sobre toda la humanidad, mostrando una alternativa válida a tantos como se han venido abajo en la vida, porque los fundamentos de su existencia eran inconsistentes. A tan-tos que se contentan con seguir las corrientes de moda, se cobijan en el interés in-mediato, olvidando la justicia verdadera, o se refugian en pareceres propios en vez de buscar la verdad sin adjetivos.

Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios. Nosotros, en cambio, sabemos bien que hemos sido creados libres, a imagen de Dios, precisamente para que seamos protagonistas de la búsqueda de la verdad y del bien, responsables de nuestras acciones, y no meros ejecutores ciegos, colabora-dores creativos en la tarea de cultivar y embellecer la obra de la creación. Dios quie-re un interlocutor responsable, alguien que pueda dialogar con Él y amarle. Por Cris-to lo podemos conseguir verdaderamente y, arraigados en Él, damos alas a nuestra libertad. ¿No es este el gran motivo de nuestra alegría? ¿No es este un suelo firme para edificar la civilización del amor y de la vida, capaz de humanizar a todo hom-bre?

Queridos amigos: sed prudentes y sabios, edificad vuestras vidas sobre el cimien-to firme que es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos, nada os ha-rá temblar y en vuestro corazón reinará la paz. Entonces seréis bienaventurados, di-chosos, y vuestra alegría contagiará a los demás. Se preguntarán por el secreto de

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vuestra vida y descubrirán que la roca que sostiene todo el edificio y sobre la que se asienta toda vuestra existencia es la persona misma de Cristo, vuestro amigo, her-mano y Señor, el Hijo de Dios hecho hombre, que da consistencia a todo el universo. Él murió por nosotros y resucitó para que tuviéramos vida, y ahora, desde el trono del Padre, sigue vivo y cercano a todos los hombres, velando continuamente con amor por cada uno de nosotros.

Encomiendo los frutos de esta Jornada Mundial de la Juventud a la Santísima Virgen María, que supo decir «sí» a la voluntad de Dios, y nos enseña como nadie la fidelidad a su divino Hijo, al que siguió hasta su muerte en la cruz. Meditaremos todo esto más detenidamente en las diversas estaciones del Via crucis. Y pidamos que, como Ella, nuestro «sí» de hoy a Cristo sea también un «sí» incondicional a su amistad, al final de esta Jornada y durante toda nuestra vida. Muchas gracias”.

* * *

El Misalito de las celebraciones de estos días explica así el texto bíblico que se

ha tomado como lema de la Jornada Mundial de la Juventud. “El lema escogido por el Papa para esta Jornada es Arraigados y edificados en Cristo. Firmes en la fe (cf. Col 2, 7). Recoge las me-

táforas de la raíz y de la construcción para mostrar la hondura de la unión con el Se-ñor, la fortaleza del vínculo y la clave de su vitalidad. Arraigo significa pertenencia: una persona arraigada es aquella que mantiene unos vínculos fuertes con su propio origen.

Se lee en el libro de los Salmos: como un árbol plantado junto a la corriente de agua, hunde su raíz en la tierra y sus hojas no se marchitan (cf. Sal 1, 3). Tanto el salmista como el profeta Jeremías (cf. 17, 8) recogen el significado del nexo vital entre el árbol y la tierra fecundada por las aguas.

Estar arraigado significa también poseer un cimiento firme en el que apoyarse. El mismo Cristo emplea esta metáfora en sus parábolas (cf. Mt 7, 24). « Y esa roca era Cristo » (1Co 10, 1-6), advierte San Pablo, para mostrarnos cuál es la fuente de la que salta el agua de la salvación.

Cristo es la roca; la piedra angular; la piedra en la que Jesús ha transformado a

Simón para que sea el cimiento firme de la Iglesia. Esa firmeza de la fe, arraigada y edificada sobre la roca del mismo Cristo, se hace visible en la roca de Pedro, funda-mento de la Iglesia (cf. Mt 16, 13).

1. Dichoso tú, Simón, iluminado, que nadie te lo dijo; que solo Dios, mi Padre, por amor, te abrió mi intimidad como Él lo quiso.

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2. Que no es Filosofía conocerme, ni alto raciocinio; que no es conquista, afán de pensadores, ni creación del fondo de mí mismo. 3. Que Dios es gracia y toque de amadores al corazón de un niño; que Dios es humildad y encarnación, y en ese rumbo corre su camino. 4. Que Dios es la inmanencia de quien ora amante y compungido; mi Dios es su visita, su caricia, su ternura en mi pecho, adormecido. 5. Que Dios es su silencio rumoroso al par de mi latido, el eco de si mismo redoblado que suena y suena cuando yo me olvido. 6. Dichoso tú, Simón, que me enalteces, y me has llamado el Hijo; la Iglesia se sustenta en esa fe tan frágil y tan fuerte por los siglos. 7. ¡Jesús, el encontrado y confesado, que habitas en lo íntimo, impera y resplandece, Dios excelso, y abrásanos en el candor divino! Amén. Puebla, 18 agosto 2011

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84. Juventud: Con Jesús y con su Iglesia

Fin de la Jornada Mundial de la Juventud Domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo A

Mt 16,13-20 Hermanos: 1. Esta mañana, al celebrar la Misa de 8, les he dicho a los files: “He preparado y escrito mi homilía, pero la dejo a un lado, porque nuestra homi-

lía de hoy va a ser la homilía íntegra que ha pronunciado el Papa ante una asamblea de millón y medio de personas”.

Y así lo he hecho. Luego viajando para encontrarme con unos Sacerdotes de la hermosa diócesis de Aguascalientes para unos Ejercicios espirituales, he escrito un poema sobre la homilía del Papa, sintiéndome yo también un joven entre los jóve-nes.

Van aquí estas vivencias. 2. Decía el Papa, comentando la fe de Pedro, sobre la que se fundamentala Iglesia

: “La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de cap-

tar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad. Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de

Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la car-ne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida di-vina. La fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y se-guimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con Él. También Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro con el Señor resucitado les abrió los ojos a una fe plena”.

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3. El Papa les ha lanzado a los jóvenes a anunciar a Cristo en las naciones: "No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15").

4. Decía también: “Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divini-

dad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cual-quiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede se-parar la cabeza del cuerpo (cf. 1Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza”.

5. Con estos sentimientos, al eco de la homilía final del Santo Padre en la Jorma-

da Mundial de la Juventud, van estos versos.

Por ser Confesor de Cristo te queremos, Benedicto. Millón y medio de jóvenes en silencio te han oído, y de sus almas abiertas un grito les ha subido: Tú eres, Jesús, el Mesías, Tú, el Hijo de Dios vivo; Tú eres, Jesús, la verdad, en que me veo y habito. Por ser Confesor de Cristo te queremos, Benedicto.

2. No llegó Pedro a Jesús por pensamientos sabidos; la fe, susurro de cielo, traspasa opinión y libros. Es el hogar de Dios Padre, que les ofrece a los hijos,

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diálogo para empezar y avanzar a lo infinito. Por ser Confesor de Cristo te queremos, Benedicto. 3. Y aquí su Iglesia levanta sobre la fe de granito. Jesús y su Iglesia son un sacramento indiviso, que sin la Iglesia no hay Pascua; sin Pascua todo es ficticio, y el icono del Viviente estaría en el olvido. Por ser Confesor de Cristo te queremos, Benedicto. 4. Mas nadie ha encontrado a Cristo que no quiera compartirlo, Yo vuelvo de esta Jornada como apóstol decidido: es fuego que arde y que quiere ver todo el mundo encendido toque que hiere y deleita y sabe a sabor divino. Por ser Confesor de Cristo te queremos, Benedicto. 5. Banderas de mil colores han hecho nuevos amigos, abiertos a Cuatro Vientos y en una fe reunidos. Jornada Mundial de Jóvenes... regresan a su destinos..., arraigados y enrocados en Jesús con nuevo brío. Por ser Confesor de Cristo te queremos, Benedicto. En viaje Puebla – Aguascalientes, 21 agosto 2011

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85. Alegría y vigor, al eco de las Jornadas

Domingo XXII del tiempo ordinario, ciclo A

Mt 16,21-27 Hermanos: 1. Si hoy no comenzara la homilía con un Canto espiritual a la alegría, me senti-

ría fuera de órbita. La homilía tiene tres puntos de referencia: Cristo (centro de toda homilía); el texto, manante de sentido; y la asamblea.

Desde la presencia de Cristo la homilía desentraña el texto sagrado – y muy es-pecialmente el Evangelio –, lo deja hablar desde sí, y, al escucharlo, deja que el mensaje fluya a la vida. La circunstancia concreta que está viviendo la comunidad es inherente al mensaje de la homilía.

Pues bien, la circunstancia precisa donde me ubico es el eco resonante de Ma-drid, que la semana pasada fue testigo de una gran “ekklesía” mundial de jóvenes cristianos. A diez mil kilómetros de distancia yo viví esos días arrimado el oído a la voz del sucesor de Pedro – más bien, leyendo la voz de Pedro, y la voz de Jesús en él –, y, entretanto, mi corazón se iba dilatando más y más con una misteriosa ale-gría. Hoy, miércoles de audiencia pontificia, el Papa vuelve a evocar aquellas cele-braciones de fe, y nos cuenta cómo se sintió. Sencillamente, se sintió feliz.

Dijo el Papa en l audiencia: "casi dos millones de jóvenes de todos los Continentes vivieron, con alegría, una formidable experiencia de fraternidad, de encuentro con el Señor, de compartir y de crecimiento en la fe: una verdadera cascada de luz. Doy gracias a Dios por este don precioso, que da esperanza para el futuro de la Iglesia: jóvenes con el deseo firme y sincero de arraigar sus vidas en Cristo, permanecer firmes en la fe, caminar juntos en la Iglesia".

¡Qué hermoso, incluso, que el tiempo, ardiendo a cuarenta grados, en una tarde combatiera con lluvia y huracán, para que en aquella magna asamblea batida la natu-raleza recordara eso: que la vida es ímpetu y combate!

Hay múltiples interpretaciones de aquel evento, multitudinariamente el más grandioso hasta hoy, del pontificado del humilde y vigoroso anciano Benedicto XVI; pero, el más inmediato, el que de sí se impone es que aquella multitud estaba sacu-dida por una fe ferviente, con rostro juvenil y con gran esperanza para el futuro.

2. Las Jornadas tuvieron una secuencia esplendorosa cuando al día siguiente, el

lunes, de nuevo muchedumbres se juntaron junto a la Fuente Cibeles, la gran plaza madrileña del recibimiento al Papa Benedicto y pasaron la tarde con cantos y mensa-jes, para coronarla con una llamada y una respuesta. Cinco mil jóvenes varones “se levantaron” (así habla la Escritura) para seguir a Cristo con una oblación a fondo

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perdido en alguna forma de consagración como célibes, dispuesto a lo que Dios pi-diera en tal estado: sacerdotes, religiosos, misioneros laicos. Anunciaron: Han con-tado cinco mil. Y el mismo gesto tuvieron las mujeres, si bien no en el mismo núme-ro.

A diez mil kilómetros recojo, medito..., y dejo que el corazón se siente plácida-mente en este festín espiritual que podemos disfrutar al amparo de la comunión de los santos.

He percibido que la alegría es Evangelio, pues la alegría es signo de la salvación recibida. Y ¿cómo no estar alegres ante tan inmensa multitud que se siente generosa, porque “ha encontrado” lo que de alguna forma buscaba, peregrinos de las naciones, cargando con la Cruz de las Jornadas, signo de que Cristo Redentor es paz y uni-dad...?

Si la alegría es Evangelio, la alegría nos está evangelizando, a mí en este momen-to en que soy receptor de esa oleada de entusiasmo de los que han ido, “y al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas” (Sal 125,6).

Si la alegría es pura como en este caso, es un tónico refrescante y fortificante de fe.

Hoy me resultaría dañino examinar críticamente las protestas para ver en qué, acaso, podían tener razón; y también impertinente ir al balance defensivo de la eco-nomía de las Jornadas, como seriamente lo consignaba ayer el periódico del Vati-cano, L’Osservatore Romano. La alegría de la fe sobrevuela a esos eventos de grado menor, y comparativamente muy pequeño, que ha acompañado a la Jornada Mundial de la Juventud, en base de que las opiniones de la oposición también deben tener resonancia pública. La alegría del Señor, suave y serena, llena mi corazón de otro modo.

Gracias, Jesús, por la obra secreta y preciosa que tú haces, y has hecho ahora, en los corazones.

La feliz circunstancia, como decía al principio, da el tono a esta homilía. 3. En ella volvemos a Pedro. La semana pasada, iluminado, confesaba a Cristo, y

Cristo le confesaba – le proclamaba, le instituía – a Pedro: “¡Bienaventurado tú, Si-món, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo” (Mt 16,17). Jesús habla de “mi Padre que está en los cie-los”, sintiéndose él mismo colaborador y revelador del misterio. A Pedro se le co-mienzan a abrir las puertas de la Trinidad.

Pero la revelación no termina con esa escena celestial, porque el Jesús total es el Jesús Pascual, y si es cierto que no hay Pascua sin resurrección, igual de cierto es que no hay Pascua sin el sufrimiento de la Cruz, lo cual es escándalo.

A secuencia de la confesión de Pedro, Jesús comienza a descorrer el velo pas-cual, y deja caer el primer anuncio de la Pasión. Pedro, el de la confidencia celestial, le lleva aparte a Jesús para reconvenirle: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor!” (Mt 16,22).

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Esta espontaneidad es signo de esa confianza cualificada de la cual disfruta el prime-ro de los apóstoles. Jesús le reprende, como sabemos, hasta llamarle Tentador, Sata-nás, que, sin quererlo, le aparta de su camino. Los impulsos de un buen corazón no siempre son iluminaciones del Espíritu.

Y entonces Jesús nos habla a todos: “El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará” (v. 25). Palabra desa-fiantes que han escuchado los jóvenes que vuelven de Madrid. Fueron llevando una cruz, y vuelven trasportando esa cruz que va a seguir rumbo a Rio de Janeiro, para las Jornadas de 2013.

“Alegría y vigor” es la consigna cristiana para afrontar un misterio que es sangre y luz, cruz y exaltación, muerte y resurrección.

La Iglesia avanza y los jóvenes van empujando. Que también nosotros, Señor, con el vigor de tu gracia, nos asociemos a la mar-

cha. Contigo, Jesús Redentor, hasta el final. Amén. Como poema oracional apara este Evangelio incluimos aquí estos versos.

Tenía que ir

Estribillo Tenía que ir, tenía..., a Jerusalén, ciudad del amén, y de Eucaristía; y luego morir, que Dios lo quería, tenía.

Estrofas

1. Que Dios no lo quiera, Simón le decía; aparta esa idea tan fea y sombría, que nunca suceda tan gran villanía, que no es tu camino ni es cobardía. 2. No tientes, Satán, Jesús respondía,

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no seas tropiezo porque esta es mi vía, no quieras salvarme, con tal osadía, que el Padre me llama y la Profecía. 3. Quien quiera seguirme, ponerse a mi guía, que tome su cruz cual tomo la mía, las dos serán una en toda armonía, un solo el amor si a mí se confía. 4. Quien busque salvar su vida y valía, entera la pierda en esta porfía, y en mí encontrará lo que él no sabía, su vida divina que en mí poseía. 5. ¿De qué sirve al hombre mundial nombradía, ser dueño del orbe y la economía, si pierde su alma por esto que ansía, y gana el infierno que bien lo temía?

6. Jesús amoroso, en tu compañía yo quiero marchar por mi travesía, Tú vives, tú reinas en gloria y latría, y un día vendrás en tu Parusía. 7. Jesús, el Viviente, presencia, estadía,

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y abrazo de amor que no fantasía, mi alma proclama tu soberanía; que viva yo en ti, en ti noche y día. Amén.

Encarnación de Díaz, Jal. 23 agosto 2011

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86. Jesús es la Shekiná

Domingo XXIII del tiempo ordinario, ciclo A

Mt 18,15-20 Hermanos: 1. En la homilía de hoy me voy a centrar en las últimas palabras de Jesús, que suenan de

este modo: “Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Jesús nos habla de una presencia suya, que es real y verdadera, cuando dos o más discípulos suyos nos juntamos en su nombre. Dice, incluso, más, porque la frase completa es: «Os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, cualquier cosa que pidan les será concedida por mi Padre celestial. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» Palabra del Señor que, obviamente, hay que unirla con la promesa del final del Evangelio, cuando Jesús manda a sus apóstoles a “hacer discípulos a todos los pueblos”, bautizándolos y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28,28).

En el título de nuestra homilía hay una palabra que no se ha oído en la Iglesia. Sí, una palabra hebrea, que parece más de clase, de cátedra, que de homilía: shekiná, Jesús es la shekiná. ¿Qué significa shekiná? Shekiná, o quizás en una pronunciación más correcta she-jiná, es la presencia, la presencia sagrada de Dios en medio de su pueblo, y, muy especial-mente, en el santuario.

2. El que ha leído con atención el Antiguo Testamento, no como un lector literario, sino

como un lector espiritual, que va en busca de la manera como se manifiesta Dios en su pue-blo y cómo lo van acompañando en su itinerario, percibe poco a poco quién es ese Dios todopoderoso y amante que brilla en todas las páginas de la Biblia. La santidad de Dios, la gloria de Dios...

La gloria de Dios es el resplandor incandescente de eso más íntimo de la divinidad, que llamamos la santidad de Dios. La gloria de Dios se deja ver de una forma esplendorosa so-bre el pueblo peregrinos en el desierto, sobre la tienda del encuentro.

Un ejemplo de esta representación: Cuando salomón dedicó el Templo que había cons-truido, “la gloria de Dios llenó el templo. Los sacerdotes no podían entrar en él, porque la gloria de Dios llenaba el templo” (2Cro 7,1-2).

La Shekiná es, pues, esa misteriosa presencia real, entrañable, que tiene Dios con los suyos, cuando estos se juntan a orar con la fe. Dios está presente. Nos e puede tocar, nos e puede oír, no se puede oler... Los sentidos corporales no alcanzan a ese Dios real que lo llena todo, y todo lo mantiene.

Ahora viene Jesús y dice: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Jesús, el Verbo de Dios encarnado, es la presencia de Dios, la shekiná, en nuestra asamblea litúrgica.

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Nosotros creemos que Jesús glorioso está real y verdaderamente presente en la hostia consagrada, que está en el sagrario. Por ello, como signo de esta fe, después de la consagra-ción el sacerdote dobla la rodilla, cuando consagra el pan y lo mismo cuando consagra el vino. Y por esa misma razón, nosotros doblamos la rodilla ante el sagrario, que contiene el Santísimo Sacramento.

Pero Jesús está también presente en la asamblea reunida en su nombre. En la celebración de la Eucaristía Jesús está presente de cuatro maneras distintas: en la

asamblea, en la Palabra proclamada, en el sacerdote, en las especies consagradas. Esto es una doctrina de la Iglesia que está expuesta en los libros litúrgico, y especialmente en el documento introductorio del Misal, que es la Ordenación general del Misal Romano. Allí se dice de este modo recordando la palabra del santo Evangelio que estamos comentando:

“En la Misa, o Cena del Señor, el pueblo de Dios es convocado y reunido, bajo la presi-dencia del sacerdote, quien obra en la persona de Cristo (in persona Christi) para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico. De manera que para esta reunión local de la santa Iglesia vale eminentemente la promesa de Cristo: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Pues en la celebración de la Misa, en la cual se perpetúa el sacrificio de la cruz, Cristo está realmente presente

Ø en la misma asamblea congregada en su nombre, Ø en la persona del ministro, Ø en su palabra y, más aún, de manera sustancial y permanente en las especies eucarís-

ticas” (Instrucción general del Misal Romano, n. 27, en el sitio oficial de la Santa Sede: vatican.va).

3. Desde este punto central, hermanos, hemos de partir para asomarnos a este misterio

que llevamos entre manos, en el cual participamos convocados por el Espíritu Santo. Cuan-do venimos a la santa Misa, hemos de pensar que venimos, sí, porque queremos, por un acto de nuestra propia voluntad, pero hemos de pensar, sobre todo, que es Dios quien nos atrae y conduce.

Y cuando entramos en la Iglesia, ¿con quién nos encontramos? Con una comunidad cristiana, ciertamente, a lo mejor de amigos y conocidos, con un coro parroquial dispuesto a embellecer el acto, por no decir a amenizar el acto, que entonces esto sería una sala de otro género. Nos encontramos, sobre todo, con una presencia viva, que habla, que es escucha, que actúa. Hay que afinar la fe, para ir a lo sustancia, y hacer que lo externo y visible no apague lo que bulle por dentro.

El sacerdote puede ser digno o indigno (esto último no lo permita el Señor); puede ser santo o pecador, pero en él está Cristo, y no actúa en nombre propio, sino “in persona Christi”. Aunque estuviera en graves pecados (no lo quiera Dios), no por eso dejaría de consagrar, dejaría de perdonar, porque Cristo esta en él, y actúa no en nombre propio, sino en nombre de Cristo.

Y del mismo modo Cristo está eficazmente en su Palabra, y esta Palabra, proclamada por un lector o una lectora, explicada por el sacerdote, tiene fuerza para transformar mi vida.

Y lo primero de todo, Cristo está en la familia reunida en el nombre de Cristo. Cuando el sacerdote dice: “El Señor esté con vosotros”, noe s un saludo de cortesía, un “Buenos

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días” o “Buenas tardes”; es un saludo sencillo y sagrado que nos hace tomar conciencia activa de que, en efecto, Jesús está presente en medio de nosotros.

Por aquí hay que comenzar, hermanos, para hablar del sentido de la liturgia. 4. Pero hay en las frases de Jesús un aspecto que nos abre a otros misterios que no po-

demos ignorar. Jesús nos habla de la omnipotencia de la oración en su nombre. “Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo” (v. 19). Y no hay límite para estas peticiones. Jesús prevé que se puede pedir, incluso, hasta la conversión del pecador. Lo cual ante nuestros ojos no es evidente ni mucho menos,

Ni aparece evidente en la vida de Jesús. ¿Es que Jesús no quería y pedía la conversión de sus hermanos judíos? Jesús tuvo en vida discípulos incondicionales, pero tantos otros, y especialmente las autoridades, no le hicieron caso, y Jesús rezó por ellos. Cuando la resu-rrección de Lázaro, “Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre, pero lo digo por la gente que me ro-dea, para que crean que tú me has enviado” (Jn 11,41-42).

Y la carta a los Hebreos, recordando al parecer el momento angustioso de Getsemaní, comenta: “Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer” (Hb 5,7-8).

La oración de Jesús fue del todo eficaz; era la oración del Hijo amante al Padre amoro-so. Fue escuchado. Sí, fue escuchado en la resurrección.

Y este es el misterio que ilumina nuestra oración. Somos hijos en el Hijo. Y en el Hijo y como el Hijo, somos escuchados.

El Señor nos conceda esta experiencia que supera todos los cálculos humanos. Amén.

Jesús es la Shekiná Estribillo Jesús es la shekiná y la Iglesia es su morada, dos juntos hacen posada y en medio Jesús vendrá. Estrofas 1. Yo habitaré con vosotros en una tienda escogida, yo pondré mi santo Nombre en mi heredad bendecida. Soy y seré vuestro Dios, vosotros, porción preferida; soy el Esposo de amor

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de la esposa más querida. 2. Las tiendas levantaréis a mi orden de partida; posaréis el campamento donde la Nube decida. Yo seré siempre presencia, compañía guarnecida, seré Ley de cada día, Palabra que no se olvida. 3. El Verbo de Dios, Jesús, trajo a Dios con su venida y es carne la Shekiná carne humana enternecida, carne presencia que vive en la Iglesia reunida, carne Espíritu de Dios en la Virgen concebida. 4. Bajo el Nombre de Jesús con fe firme y decidida dos hermanos congregados ven la promesa cumplida. ¡Oh Jesús sacramental, dulce pan, dulce bebida, mi Shekiná eres tú, tú que eres toda mi vida! Amén. Puebla, 30 agosto 2011

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87. Jesús, la via pulchritudinis

Coloquio espiritual

Hermanos: Hoy es miércoles, y he leído el discurso de la audiencia. Nos habla Benedicto de

la via pulchritudinis para alcanzar a Dios. Y me he acordado de un verso de la Escritura, que dice: “Come miel, hijo mío, que es buena, el panal es dulce al paladar: así es la sabiduría para tu vida; si la encuentras tendrás porvenir, tu esperanza no fracasará” (Proverbios 24,13-14). Y me he acordado también de otra sentencia de los Sapienciales, que reza así: “Si el instruido oye una palabra sabia, la elogia y le añade otra” (Sir 21,15). Y así se va haciendo, poco a poco, la tradición de la Iglesia. En este momento,

yo, testigo de la tradición de la Iglesia elogio la palabra del Papa, y otra nueva añado de mi cuenta. Traslado el bello discurso de la audiencia de hoy y añado un poema de mi cuenta, que viene a ser un comentario.

* * * Queridos hermanos y hermanas: en este periodo he recordado muchas veces la

necesidad de todo cristiano de encontrar tiempo para Dios, a través de la oración, en medio de las muchas ocupaciones de nuestra jornada. El Señor mismo nos ofrece muchas ocasiones para que nos acordemos de Él. Hoy quisiera detenerme brevemen-te en uno de estos medios que nos pueden conducir a Dios y ser, también, una ayuda para encontrarnos con Él: es la vía de las expresiones artísticas, parte de esta “via pulchritudinis” -“vía de la belleza”- de la que he hablado tantas veces y que el hom-bre debería recuperar en su significado más profundo. Quizás os ha sucedido que ante una escultura, un cuadro, o algunos versos de poesía o una pieza musical, sentís una íntima emoción, una sensación de alegría, percibís claramente que frente a voso-tros no hay solamente materia, un trozo de mármol o de bronce, un lienzo pintado, un conjunto de letras o un cúmulo de sonidos, sino algo más grande, algo que nos “habla”, capaz de tocar el corazón, de comunicar un mensaje, de elevar el ánimo. Una obra de arte es fruto de la capacidad creativa del ser humano, que se interroga

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ante la realidad visible, que intenta descubrir el sentido profundo y comunicarlo a través del lenguaje de las formas, de los colores, de los sonidos. El arte es capaz de expresar y hacer visible la necesidad del hombre de ir más allá de lo que se ve, ma-nifiesta la sed y la búsqueda de lo infinito. Incluso es como una puerta abierta hacia el infinito, hacia una belleza y una verdad que van más allá de lo cotidiano. Y una obra de arte puede abrir los ojos de la mente y del corazón, empujándonos hacia lo alto.

Hay expresiones artísticas que son verdaderos caminos hacia Dios, la Belleza suprema, que incluso son una ayuda para crecer en la relación con Él, en la oración. Se trata de las obras que nacen de la fe y que la expresan. Un ejemplo lo tenemos cuando visitamos una catedral gótica: nos sentimos cautivados por las líneas vertica-les que se elevan hasta el cielo y que atraen nuestra mirada y nuestro espíritu, mien-tras que, a la vez, nos sentimos pequeños o también deseosos de plenitud... O cuan-do entramos en una iglesia románica: nos sentimos invitados de un modo espontá-neo al recogimiento y a la oración. Percibimos que en estos espléndidos edificios se recoge la fe de generaciones. O bien, cuando escuchamos una pieza de música sacra que hace vibrar las cuerdas de nuestro corazón, nuestro ánimo se dilata y se siente impelido a dirigirse a Dios. Me viene a la memoria un concierto de música de Johann Sebastian Bach, en Munich, dirigido por Leonard Bernstein. Al final de la última pieza, una de las Cantatas, sentí, no razonando, sino en lo profundo del cora-zón, que lo que había escuchado me había transmitido verdad, verdad del sumo compositor que me empujaba a dar gracias a Dios. A mi lado estaba el obispo lute-rano de Munich y espontáneamente le dije: “Oyendo esto se entiende: es verdadera, es verdadera la fe tan fuerte y la belleza que expresa irresistiblemente la presencia de la verdad de Dios”. Cuántas veces cuadros o frescos, frutos de la fe del artista, con sus formas, con sus colores, con sus luces, nos empujan a dirigir el pensamiento ha-cia Dios y hacen crecer en nosotros el deseo de acudir a la fuente de toda belleza. Resulta profundamente cierto lo que escribió un gran artista, Marc Chagall, que los pintores han sumergido, durante siglos, sus pinceles en el alfabeto de colores que es la Biblia. ¡Cuántas veces las expresiones artísticas pueden ser ocasiones para acor-darnos de Dios, para ayudar a nuestra oración o para convertir nuestro corazón! Paul Claudel, famoso poeta, dramaturgo y diplomático francés, al escuchar el canto del Magnificat durante la Misa de Navidad en la basílica de Notre Dame, París, en 1886, advirtió la presencia de Dios. No había entrado en la iglesia por motivos de fe, sino para encontrar argumentos contra los cristianos. Sin embargo la gracia de Dios actuó en su corazón.

Queridos amigos, os invito a redescubrir la importancia de este camino también para la oración, para nuestra relación viva con Dios. Las ciudades y los países de todo el mundo contienen tesoros de arte que expresan la fe y nos recuerdan la rela-ción con Dios. Que la visita a lugares de arte no sea sólo ocasión de enriquecimiento cultural, sino que se pueda convertir en un momento de gracia, de estímulo para re-

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forzar nuestro vínculo y nuestro diálogo con el Señor, para detenerse a contemplar -en la transición de la simple realidad exterior a la realidad más profunda que expre-sa- el rayo de belleza que nos golpea, que casi nos “hiere” y que nos invita a elevar-nos hacia Dios. Termino con una oración de un Salmo, el Salmo 27: “Una sola cosa he pedido al Señor, y esto es lo que quiero: vivir en la Casa del Señor todos los días de mi vida, para gozar de la dulzura del Señor y contemplar su Templo” (v.4).Esperemos que el Señor nos ayude a contemplar su belleza, ya sea en la natura-leza o en las obras de arte, para ser tocados por la luz de su rostro y así poder ser nosotros luz para nuestro prójimo. Gracias.

***

1. Belleza pura, puerta del amor y de un suave deleite que enajena,

acaso nunca sepa yo cantarte y mi silencio sea mi saeta.

2. Mas eres tú, Jesús, la que enamora belleza que ha creado y que recrea,

que en mí la siento, atisbo, abrazo y beso, presente ella también como indigencia.

3. Belleza, balbuceo de palabras, y avara de silencio en la azotea, paisaje de los cielos en la noche,

secreto que se esconde en cada estrella.

4. Mas eres tú, y solo tú, el nombre que tiene la belleza en este tierra,

Jesús de Nazaret, el de María, Mujer vestida toda de pureza.

5. La via pulchritudinis, me dicen

que debo transitar, porque es la senda por donde tú viniste y te encarnaste;

pues sea tu verdad mi vida bella.

6. Jesús de mis anhelos infinitos, Jesús de mi mirada que te otea, Jesús de mis respiros anhelantes

y de estos labios míos que te besan.

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7. Bendice tú, Jesús, a Benedicto, que te predica, ensalza y te hermosea,

y guárdalo debajo de tu mano, tocado por tu luz, tu gracia y fuerza.

8. Tu eres la belleza y yo me callo

y vuelvo ya a mi Biblia, que me espera. que sepa yo leerte iluminado

y que al leerla a ella, a ti te lea. Puebla, miércoles de audiencia, 31 agosto 2011.

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88. En torno a un Manifiesto de sacerdotes Diálogos espirituales:

Opiniones y criterios sobre la crítica a la Iglesia A través de la Agencia eclesiástica de Zenith, llega a mi conocimiento que un

grupo de sacerdotes de Austria – 300 sobre un total de 2000 (según la misma agen-cia) – ha firmado un “Manifiesto” (Pfarrer-Initiative, que sería “Iniciativa de Párro-cos” sobre una toma de postura precisa en asuntos que afectan a la fe y disciplina de la Iglesia. El Manifiesto en cuestión, liderado por el que fue Vicario general de Vie-na, Helmut Schüller en su redacción integral, dice así:

MANIFIESTO DE LOS SACERDOTES AUSTRÍACOS

Llamada a la desobediencia “El rechazo de Roma a una largamente esperada reforma de la Iglesia y la inactividad

de nuestros obispos no solo nos permiten sino que incluso nos obligan a seguir nuestra pro-pia conciencia y actuar de manera independiente.

Nosotros, sacerdotes, queremos dejar establecidos para el futuro los siguientes signos: 1. En adelante en todas las misas rezaremos una oración por la reforma de la Iglesia.

Tomaremos en serio las palabras de la Biblia, pedid y recibiréis. Ante Dios existe la liber-tad de expresión.

2. No negaremos, en principio, la Eucaristía, a los fieles de buena voluntad. Con espe-

cial referencia a los divorciados en segundo matrimonio, a los miembros de otras Iglesias cristianas y en algunos casos también a los católicos que han abandonado la Iglesia.

3. Evitaremos, en lo posible, celebrar más de una Misa los domingos y los días de fies-

ta o de encargarlas a los sacerdotes que están de paso o no son residentes. Es mejor celebrar una Liturgia de la Palabra localmente organizada que turnos litúrgicos.

4. Organizaremos en el futuro la liturgia de la palabra con distribución de la comunión

como una “Eucaristía sin sacerdote” y así la llamaremos. De esta forma cumpliremos con nuestra obligación dominical cuando falten sacerdotes.

5. Rechazaremos igualmente la prohibición de predicar para laicos competentes y cua-lificados y profesoras de religión. Es necesario anunciar la Palabra de Dios en tiempos es-pecialmente difíciles.

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6. Nos comprometeremos a que cada parroquia tenga su propio superior, hombre o mujer, casado o soltero, a tiempo completo o parcial. No por medio de fusión de parroquias sino mediante un nuevo modelo de sacerdote.

7. Por lo tanto vamos a aprovechar todas las oportunidades de manifestarnos pública-

mente a favor de la ordenación de las mujeres y de las personas casadas. Los vemos como colegas y como colegas bienvenidos al servicio pastoral.

Nos sentimos solidarios además con aquellos que a causa de su casamiento no pueden

seguir ejerciendo sus funciones y también con quienes, a pesar de mantener una relación, continúan prestando su servicio como sacerdotes.

Ambos grupos siguen con su decisión los dictados de su conciencia como lo hacemos

nosotros con nuestra protesta. Os vemos como “hermanos nuestros”, como al Papa y los obispos. No sabemos qué otra cosa debe ser un “co-hermano”. Uno solo es nuestro Maestro y todos somos hermanos y hermanas, como deberíamos llamarnos entre cristianos y cristia-nas.

Por lo tanto es por eso que queremos rebelarnos, eso es lo que queremos que suceda y por eso queremos rezar. Amén.

Domingo de la Trinidad, 19 de junio de 2011” (Traducción del alemán por Susana Me-rino”.

* * *

Como ocurre en este tipo de Manifiestos, se pone el dedo en la llaga de puntos

importantísimo, tal, el de las misas dominicales. Las reacciones y comentarios sur-gen, especialmente en el ámbito en que han nacido (http://www.pfarrer-initiative.at/).

Los firmantes de este documento no hablan de una “ruptura” (Spaltung, Abspal-tung) ni con la Iglesia ni en la Iglesia. Pero si la cosa sigue adelante, los presupues-tos en los que se apoya la “llamada a la desobediencia” (Aufruf zum Ungehorsam, título que se atribuye al sacerdote párroco que ostenta el liderazgo), el punto de par-tida puede llevar a una ruptura con la Iglesia.

Sin duda que Lutero tenía muchas “razones” para dejar la Iglesia; pero no tenía simplemente “la razón”; y no es un socorrido juego de palabras.

Hace unos años – antes de 2005 – el entonces Ratzinger, dio una célebre confe-rencia con el título de “¿Por qué pertenezco a la Iglesia?”, conferencia accesible en Internet. El comienzo era bastante escalofriante: Tengo muchos motivos para no permanecer en la Iglesia... Decía así: “Existen hoy muchos y opuestos motivos para no permanecer en la Iglesia. En nuestros días están tentados de volver la es-palda a la Iglesia no sólo aquellos a quienes se les ha hecho extraña la fe de ésta, a quienes aparece demasiado retrógrada, demasiado medieval, demasiado hostil al mundo y a la vida, sino también aquellos que amaron la imagen histórica de la Igle-

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sia, su liturgia, su independencia de las modas pasajeras, el reflejo de lo eterno visi-ble en su rostro.

Estos tienen la impresión de que la Iglesia está a punto de traicionar su especifi-cidad, de venderse a la moda del tiempo y de este modo perder su alma. Están de-silusionados como el amante traicionado y por eso piensan seriamente en volverle la espalda”.

Según estas observaciones, no solo los rebeldes sienten la tentación de irse de la Iglesia, por sentirla anquilosada y obsoleta, ajena a la marcha del mundo; sino los fieles, los devotos... también, por verla traidora a su amor.

Luego el cardenal dabas las razones de por qué permanezco en la Iglesia. En su-ma, una conferencia, que merecería ser releída ante noticias de este género.

* * *

Al leer el comunicado mis sentimientos son dobles: cercanía y distancia. Cerca-

nía, porque veo el celo y las razones que subyacen en el documento. Distancia, por-que sencillamente no pienso así. Y tengo razones para ello. No solo los más de 50 años de vida sacerdotal, sino también mi reflexión personal sobre la Teología y la Escritura.

Pedir por la reforma de la Iglesia (de mi orden, de mi Comunidad en la que vivo), sí; a condición de que, con absoluta seriedad, responsabilidad y compromiso, pida por mi propia reforma personal, en la que procuro aplicarme. Si no partiéramos de esta base, lo demás sería un asunto meramente académico, presa de discusiones in-terminables. Tantas veces la vida me ha enseñado – y me reduzco a normas de “per-fección evangélica” (pues mi vida se ha centrado mayormente en trabajos de educa-ción) – que las cosas son de dos maneras: de la forma como las hacemos, y de otra con que también las podríamos hacer. Ahora bien, tratándose de comunidad, ha de haber una instancia, la que sea, la que, al fin, dé una palabra. También se puede di-sentir, con razones, frente a la palabra establecida, pero salvo ofensa de Dios, la pra-xis hay que hacerla en unidad.

El inicio de este discurso nos llevaría a lo que es una exposición académica, per-filando matices, con “distingos” y “subdistingos”.

Valga un espécimen con una reflexión cristiana en torno al celibato sacerdotal. Es obvio que el ministerio sacerdotal no va de sí ligado al celibato. La Iglesia, desde hace muchos siglos, ha optado por no llamar al sacerdocio, sino a aquellos candida-tos que al desear ser investidos del ministerio sagrado, se comprueba que han reci-bido el carisma del celibato. ¿Es esto lo mejor para la Iglesia? No hay razones ma-temáticas que puedan demostrarlo, ni tampoco rebatirlo. Habrá razones teológicas... La teología puede justificar perfectamente el sacerdocio celibatario y el sacerdocio de quienes ni optaron ni optan por el celibato. El Espíritu es amplio para hacer posi-bles las dos opciones, las dos hermosas, llenas de los dones de Dios.

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Pero la Iglesia ha escogido una. ¿Es infiel al Espíritu? ¿Está ahogando el Espíri-tu? ¿Quién puede demostrarlo...? Ciertamente que nadie.

Yo “opino” – y muy decidido doy mi voto a favor – que la Iglesia hace muy bien en tomar para ministros a quienes, con gran fervor de corazón, han respondido a una llamada celibataria. A mí me parece mejor que el sacerdocio católico resplandezca surgido en el celibato. Es una opinión tan solo que no anula la de mi hermano; pero es “una” que no puede ser anulada por la opinión de otro; en este caso, opinión ava-lada por una tradición consistente de siglos.

En el fondo, uno tiene que ampararse en una concepción mística y real de la Igle-sia.

Esto es lo que no se percibe en el documento transcrito de los sacerdotes. Y pienso que solo desde ese fondo, real e inasible, avanza la Iglesia. El amor y la verdad en la Iglesia son vasos comunicantes. Y tanto avanza la Igle-

sia cuanto ama, y tanto queda iluminada la Iglesia cuanto ama. Al final, “solo el amor es digno de fe”. Puebla de los Ángeles (México), 5 septiembre 2012.

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89. La Virgen de Europa,

la Madre de Europa: Esplendor celeste

Meditación ante unos cuadros europeos de la Virgen María

1. L’Osservatore Romano del día 6 de septiembre nos comunica esta noticia, acompa-

ñada por otra parte de un bello artículo del cardenal Giovanni Lajolo: “Desde el martes 6 de septiembre se podrá visitar en Dresde “Esplendor celeste. Rafael,

Durero y Grünewald pintan a la Virgen”, una exposición conjunta de los Museos Vaticano y de las Staatliche Kunstsammlungen organizada en la ciudad alemana con ocasión de la próxima visita apostólica de Benedicto XVI a Alemania del 22 al 25 de septiembre”.

La visita pastoral del Papa – un hombre cultísimo, esteta de pensamiento y sensibilidad – promueve obras culturales como ocurre con esta exposición. Allí irán para dejarse ver dos obras cumbres de Rafael: La Madonna de Foligno (la ciudad para que fue destinada, si bien hoy está en la Pinacoteca Vatica, en la misma sala de la Transfiguración) y la Madona de Dresde.

2. Hoy, estas máquinas computadoras que usamos, con un leve golpe en el teclado nos

introducen en el tiempo del Renacimiento italiana y europeo, para contemplar atónitos esas “Madonas” que con un refinado humanismo pintaron aquellos grandes: Rafael, de Urbino (1483-1520), Alberto Durero (Albrecht Dürer1471-1528), Matthias Grünewald (1470-1528), Lucas Cranach, padre, “el Viejo” (1472-1553). Una especie de mareada espiritual se filtra en el cuerpo y llena el alma. Y dejándose llevar por el candor – que son las azucenas que Dios ha puesto en todo corazón que quiera pensar amorosamente – uno se pregunta: ¿Y después de estos vino la Reforma? ¿Cómo es posible que después de haber pintado suave y divinamente a la Virgen, Madona de toda belleza, haya explotado la Reforma? En aquel momento se rompió Europa, y la fractura persiste.

Madonna di Foligno (Pinacoteca Vaticana) He aquí, ante la luz de la computadora, una de esas Madonas de la Exposición espiritual

que acompaña al Papa y sigue a su visita hasta diciembre, la Madona de Foligno. La de Foligno de alguna manera es hermana de la de Dresde (Alemania), llamada Ma-

donna Sixtina, que se nos muestra así Madonna Sixtina, de Rafael (Dresde) El cardenal italiano Giovanni Lajolo comenta lo que ve en estos cuadros “De María, en el cuadro de Dresde, se puede decir que está representada como en una

“epifanía”, una aparición: se abre el cortinaje y aparece la mujer, muy sólida, verdadera señora romana, y tan ligera en su figura apenas movida por el viento, con la mirada atenta, dirigida a quien la contempla; tan escultural –Mulier fortis, Virgo intemerata– y tan viva.

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Aparece, y está presente. Ella con su Niño, no tan pequeño y ya crecido: el Hijo de Dios que es verdadero hombre.

Más que una aparición, la Virgen de Foligno se presenta casi como una visión que emerge del nimbo solar, entre un paisaje encantado y la corona de ángeles etéreos casi for-mados por la vaporosa sustancia de las nubes. En el oval ideal que la circunscribe, es una mujer toda dulzura en la sinuosidad de su actitud –Virgo sapiens, Mater amabilis– atenta al Niño todavía pequeño, el Dios partícipe de la fragilidad humana que parece quererse refu-giar bajo su velo.

Por primera vez se nos permite admirar a las dos mayores Vírgenes de Rafael expuestas juntas por algunos meses en Dresde, junto a las obras de otros celebérrimos pintores alema-nes de vísperas de la reforma luterana: Alberto Durero, Matías Grünewald y Lucas Cranach el Viejo. Obras todas estupendas que revelan a la mirada de los visitantes, en la diversidad de la propia configuración estilística, la unidad en la misma fe” (L’Osservatore Romano, 6 de septiembre).

Los angelitos del alféizar de la Madonna Sixtina, muy célebres en todo el mundo 3. En nuestra reflexión hemos grabado este título: “La Virgen de Europa”, añadiendo el

eslogan de la exposición: “Resplandor ceelste”. Después de haber hablado tanto..., tanto de la pobreza..., los mariólogos no escogerán

ninguna de estas imágenes como retrato histórico de María, la humilde entre los “anawim” del Antiguo y Nuevo Testamento. También lo sabían los artistas que la Virgen nunca llevó esos trajes de señora, ni fue una europea, sino una bella judía de tez morena y ojos profun-dos. Los artistas que, sabiendo la historia, la transcienden anhelaban un retrato espiritual de la Virgen María. La vieron pura, la vieron señora, la vieron dulce y delicada, la vieron... quizás, por encima de todo, hermosa. La hermosura había venido de Grecia, y aposentada en Adán y Eva (el Adán y Eva de los renacentistas), en la Madre de Jesús la hermosura clásica, quería reproducir la hermosura santa... No era la santidad mística de los iconos de Oriente, sino la santidad que quería hermanarse con los tiempos modernos. Para rezar, cier-tamente la santidad de un icono de la Santa Madre de Dios te eleva más que la total hermo-sura humana de las Vírgenes del Renacimiento; pero estas también elevan de otra manera. De hecho, esas Vírgenes las hemos visto en tantas estampas que iban a nuestros misales de mano. Luego vendría Murillo con su especial ternura, llena de devoción.

4. Pero mi pensamiento regresa al principio, a Europa, que la pienso con las inmortales

Madonas de aquellos artistas. La Virgen era entonces la Madre de Europa, aunque no se le hubiera dado este título, la Virgen que se pinta en Italia, en Flandes, en Alemania... Porque esas imágenes nacían de una fe existente, de un orbis catholicus, que tanto había amado.

Los artistas no pensaban en Europa al sacar del corazón aquellas representaciones de la Virgen. Pero la fe que vivía, que les embargaba (aunque en su vida hubiese lances que no iban de acuerdo con los cuadros y tablas que pensaban), aquella fe |era el fono de la belleza que admiramos.

En la Virgen de Foligno vemos qué divinoe s el cielo y qué cerca está el cielo de la tie-rra. María, que no es una diosa, es la Madre de Jesús, y emerge desde la Trinidad como Tota pulchra, toda hermosa, en esa hermosura no de jovencita, sino de mujer plena. Los

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ángeles, que salen de las nubes, orlan esa belleza de la Señora; y lo mismo el angelito rolli-zo que a pie de tierra sostienes el cartel. Y debajo está el paisaje y las personas: el mundo.

Juan Bautista, el del dedo alzado, el que indicó a Jesús, está indicando lo mismo, pero esta vez al Hijo con la Madre. Francisco de Asís, que en la mano izquierda tiene una cruz, está orando. El Serafín de Asís era todo oración, y en este caso, este humilde miembro de la familia, está orando a la Madre intercesora.

San Jerónimo, que viene del desierto (ahí está la fierra) y que posa su mano sobre la ca-beza de quien encarga hacer el cuadro, Segismundo dei Conti.

El cielo y la tierra tienen una clave: es cierto; es Cristo. Pero donde stá l Hijo está la Madre.

La Virgen María, que fue la Madre del Verbo en la vida, desde el cielo intercede y pro-tege. No nos podemos escapar de su esfera, porque ella quiere caminar con nosotros.

Europa..., Europa..., los pintores descubrieron tu alma y es ésa. No te puedes marchar de la dulce mirada de la Madre. La realidad es esa; la verdad es esa; y la hermosura... es ese camino.

Desde lo íntimo del corazón, como Francisco siento, y a ella le dirijo mi palabra. Y ella, deja hacerse una suave palabra en mi corazón: - Haced lo que él os diga. Puebla, 6 septiembre 2011.

POSTSCRIPTUM

1. Señora celestial y de esta tierra, belleza de mujer, Santa María, tu vida es un oasis cuando pienso tu nombre es clave y luz me adentra. 2. Adán no fuera nadie, solo y mero, si junto a Adán no fuera Eva; y el mundo fuera opaco, oscuro y triste, si eterno femenino no existiera. 3. Por eso yo me postro reverente al pronunciar “María”, cinco letras, que son los cuatro puntos cardinales y el quinto, el corazón que reconcentra. 4. María es lo indecible muy sencillo y a flor de labios rezo de quien reza, y en mente de teólogos conspicuos, sabiduría y ciencia sobre ciencia. 5. Mas hoy que anhelo, miro y me extasío me place consentir que es la belleza,

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aquello que presiento, ojos lánguidos, mi vocación rescate que me llena. 6. Belleza de la paz y bien cumplido, que ha de ser la paz de la Asamblea; María es la ruta de la marcha y el ritmo del viajero que jadea. 7. Hoy te he visto al mirar una azucena y no tuve valor para prenderla, mis ojos con amor la acariciaban y mi alma se vestía de pureza. 8. Ahora, Madre mía, me despido, y dejo de pensar, mas no me dejas, que al punto que despierte, te diré: estás ahí, bellísima presencia.

Puebla, In Nativitate Mariae Virginis, 2011

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90. Natividad de María

Meditación Hermanos:

1. La fiesta de la Natividad de María es una fiesta muy hermosa, toda llena de poesía.

Celebremos con alegría el nacimiento de María, la Virgen; de ella salió el Sol de justicia, Cristo, nuestro Dios, dice el Introito de la Misa.

Los textos litúrgicos de la fiesta, lo mismo de la Misa que de la Liturgia de las Horas, son de saborearse hondamente, con paz. “En los nuevos libros litúrgicos promulgados por Paulo VI, - indica un liturgista - esta fiesta ha sido muy revalorizada, principalmente, por sus dos himnos nuevos: uno de autor anónimo del s. X y otro de S. Pedro Damiani” (A. M. Franquesa Garrós, Enciclopedia Rialp).

Efectivamente, canta San Pedro Damiani, doctor de la Iglesia, en las II Vísperas: “Beata Dei génetrix / nitor humani generis, / per quam de servis liberi / lucisque sumus filii” (Santa Engendradora de Dios, esplendor del género humano, por quien somos libres cuando éra-mos esclavos, e hijos de la luz...”).

Y muy dulce, muy tierno, el otro himno natalicio, que se escucha en Laudes: “O sancta mundi domina”: ¡Oh santa Señora del mundo, ínclita reina del cielo, oh fúlgida estrella del mar, maravillosa Virgen Madre! ¡Muéstrate, dulce hija; brilla ya, tierno tallo virginal...! El poeta amoroso es muy audaz para llamar a la humilde Virgen de Nazaret “mundi Domina”, Señora del mundo.

Icono de la Natividad de María en la iglesia de Santa Ana en Jerusalén 2. La fiesta de la Natividad de María tiene sabor de Jerusalén. Los viejos apócrifos le-

gendarios – comenzando por el Evangelio de Santiago – no pretenden imbuirnos de episo-dios que nadie podrá demostrar. Lo que buscan es gustar meditativamente lo que la fe pue-de contemplar.

Sabemos que un día acaeció en la tierra el misterio soberano de la Encarnación, clave de la Trinidad. Esta jovencita virginal, María, amor que ha arrebatado a todas las generacio-nes, un día nació. ¿Cómo no cantar Las Mañanitas a esa niña, que ya al nacer hubo de ser toda santa, y que sin duda nació de padres santos...? El hecho central es la Encarnación, y de ahí derivamos a los principios.

Y como estamos en la Casa de Judá, podemos repasar la Escritura porque la niña que hoy aparece en el mundo, es hija de Israel, y es la flor más bella de la historia de la salva-ción que Dios ha ido haciendo con nuestros antepasados y la continúa hoy con nosotros.

Al felicitar, pues, a María, recordamos estas cosas: “Natívitas gloriósæ Vírginis Maríæ ex sémine Abrahæ, ortæ de tribu Iuda, clara ex stirpe David”. “Hoy es el nacimiento de la gloriosa Virgen María, del linaje de Abraham, nacida de la tribu de Judá, y de la noble es-tirpe de David” (Antífona de Laudes). Y las antífonas sucesivas rezan así: “Gloriosa es la estirpe de María, santa su raíz, bendito el fruto de su vientre; su nacimiento ilumina al

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mundo entero”. “Celebremos con gozo el nacimiento de santa María y pidámosle que inter-ceda por nosotros ante Jesucristo, nuestro Señor”.

En fin, para bendecir a Dios con el Benedictus, oramos y alabamos así: “Tu nacimiento, santa Madre de Dios, ha anunciado la alegría al mundo entero, pues de ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios: él ha sido quien, destruyendo la maldición, nos ha aportado la bendición y, aniquilando la muerte, nos ha otorgado la vida eterna”.

Este es el tono de la fiesta. 3. Fiesta, pues, de alegría y de felicidades. No nos sorprenda que la liturgia de nuestros hermanos de Oriente comience el año litúr-

gico con esta fiesta original de María, en la que se prepara el Nacimiento de Jesús, que es la verdad de la Encarnación, y que se termine en agosto con la Dormición de María, que es el fruto inmediato y más puro de la Pascua del Señor.

Los conocedores de la liturgia nos proporcionan datos de mucho valor para centrar nuestra piedad en armonía con la tradición de la Iglesia. Un benedictino, profundo conoce-dor de la liturgia oriental, escribe hoy (7/9/2011) en “L’Osservatore Romano”: “La Nativi-dad de la Madre de Dios es una de las fiestas marianas más antiguas, de origen jerosolimi-tano, testimoniada ya en el siglo IV e introducida en Constantinopla en el siglo VI y en Roma en el VII. Los textos del oficio de la tradición bizantina de la fiesta —que retoman autores de Jerusalén (Esteban, siglo VI) o constantinopolitanos (Sergio y Germán, siglos VII-VIII)— subrayan la plegaria de Joaquín y Ana en la angustia por la falta de descenden-cia y la gran alegría por el nacimiento de María.

Romano el Melode (siglo VI) tiene un kontàkion (= himno de determinadas característi-cas) para la fiesta de la Natividad de la Madre de Dios. En la estrofa introductoria el autor resume los temas que desarrolla el texto y, sobre todo, el misterio que la fiesta celebra y contempla: a María misma, cantada con los títulos de “Madre de Dios, inmaculada, nutrien-te del género humano”, y su nacimiento, fuente de gozo para dos parejas, la de Joaquín y Ana, liberados de la vergüenza de la esterilidad, y la de Adán y Eva, liberados de la muer-te” (Manuel Nin). En este himno el santo poeta le dirá a María "el nido del Señor".

Anunciación de María Teresa Peña Echeveste (1935-2002) 4. San Romano el Meloda (el Melodioso), principal poeta litúrgico de los siglos anti-

guos (Benedicto XVI habló de él), en el siglo VI, nos ha transmitido un himno espiritual para celebrar esta fiesta. Otro poeta posterior, San Andrés de Creta (ca. 660-740), nacido en Damasco (Siria) y monje en Jerusalén, obispo en la isla de Creta, nos da hoy, en el oficio de lectura, el sentido de esta hermosa fiesta, al presentárnosla como aurora de la Encarnación del Verbo, de donde vinieron todos los bienes.

“Éste es el compendio de todos los beneficios que Cristo nos ha hecho; ésta es la reve-lación del designio amoroso de Dios: su anonadamiento, su encarnación y la consiguiente divinización del hombre. Convenía, pues, que esta fulgurante y sorprendente venida de Dios a los hombres fuera precedida de algún hecho que nos preparara a recibir con gozo el gran don de la salvación. Y éste es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya que el nacimiento de la Madre de Dios es el exordio de todo este cúmulo de bienes, exordio que hallará su término y complemento en la unión del Verbo con la carne que le estaba destina-

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da. El día de hoy nació la Virgen; es luego amamantada y se va desarrollando; y es prepa-rada para ser la madre de Dios, rey de todos los siglos”.

5. Bella y dulce fiesta de la Virgen, nuestra Madre. De nuestra parte también queremos

cantar.

Hoy es el Nacimiento de María. alégrese la Iglesia, y honore el resto santo de Israel a aquélla que en su estirpe es la primera. Recuerden los creyentes de sus páginas a Débora guerrera, - ¡oh madre de Israel junto al Tabor! -, a Sara bendecida y a Rebeca. Recuerden en el Cántico de Ana la gracia de un profeta, los campos de Belén, la humilde Rut, que busca pan en tiempo de la siega. Recuerden a la intrépida Judit y a Ester, la reina bella; recuerden, mas comprendan con gran gozo que flor más bella vino a nuestra tierra. Hoy nace en este mundo la alegría por una niña hebrea; de todas las mujeres ella es única, la Madre de los hombres, nueva Eva. ¡Oh Dios de nuestros padres, Dios eterno, oh Dios de las promesas, por la Natividad que anuncia al Hijo a ti la bendición, la gloria sea! Amén. (Jerusalén, 1986).

6. Concédanos la Madre del Señor el don de la alegría y la ternura. ¡Te bendecimos, María! Amén. Puebla, 7 de septiembre de 2011. Puede el lector consultar otras composiciones en torno a esta fiesta: mercaba.org / Rufino María Grández / El pan de unos versos / Natividad de María; en particular: El más bello deseo tiene nombre..

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91. Mi Padre, Dios de perdón y misericordia

Domingo 24, ciclo A Mateo 18,21-35

Hermanos 1. La palabra final del Evangelio hoy proclamado dice así: “Lo mismo hará con voso-

tros mi Padre celestial, si cada uno no perdona de corazón a su hermano” (Mt 18,35). En esta representación de la parábola se habla de un Padre – mi Padre, dice Jesús – que

es Dios de perdón y de misericordia, y de una comunidad de hermanos, en la que debe cir-cular el perdón, que es la comunidad de Jesús. Por tanto, dos preguntas están ahí delante para que las respondamos:

- ¿Quién ese Dios, el Dios de Jesús, el Dios que yo quiero que sea el único Dios vivo y verdadero de mi vida?

- ¿Cómo debe ser la comunidad de hermanos, la comunidad de Jesús, como comunidad de perdón?

Cada una de estas dos preguntas es para un cristiano un manantial vivo de revelación, pues ese Dios a quien miramos no es el Dios de la razón sino el Dios de la revelación; y de modo correlativo la comunidad de que hablamos, en la que vivo, no es una mera realidad sociológica, comunidad y convivencia que hacemos los hombres, sino una comunidad que Dios ha creado y convocado, por ello “comunidad de hermanos”, como Jesús dice: cada cual de corazón a su hermano.

2. La parábola nos lleva al mundo de la fantasía: dos deudores, que provocan dos esce-

nas paralelas al mismo tiempo que contrarias. El primero debía diez mil talentos; el segun-do cien denarios. La primera es una suma fabulosa, que, según cálculos, es un millón de veces mayor que la deuda del segundo. Cien denarios son cien sueldos diarios; recuerden aquella parábola del mismo evangelista Mateo, la de los trabajadores en la viña, cuando a cada uno se le paga lo justo y suficiente, un denario por jornada. Cien denarios, cien suel-dos, no es una cantidad despreciable, pero, en todo caso, es ridícula comparada con la otra, que es un millón de veces más. Diez mil talentos son cien millones de denarios.

Entrando en la escena, advertimos que el rey todopoderoso, al ver que su siervo no tie-ne con qué pagar, ordena que lo vendan a él con su mujer, sus hijos y sus posesiones, y pa-gue de esta forma. El siervo se arroja a los pies del señor y le suplica no que le perdone, sino que tenga paciencia: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo” (v. 26).

El señor se compadeció de él y le perdonó todo, una solución radical y desde el fondo. Aquel hombre empezaba a nacer como un hombre nuevo; e igualmente su familia.

Pero ahora da vuelta la parábola para presentar otra escena equivalente, pero justo al re-vés. Al salir el criado aquél, encuentra a un compañero, que, a su vez, le debe una cantidad, un millón de veces menos. “Y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: Págame lo que me debes”. Y se repite la escena, pues el deudor humillado, se arroja a los pies para suplicar: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Este acreedor soberbio y despiado no tuvo entra-

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ñas de perdón, lo agarraba del cuello y lo estrngulaba, y a su compañero lo mandó a la cár-cel.

La tercera parte de la parábola se deja entrever: que, enterado el rey, entregó al primer deudor a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Y Jesús saca la conclusión: “Lo mismo hará con nosotros mi Padre celestial, si cada uno no perdona de corazón a su her-mano”.

3. Esta escena, que no ha ocurrido, sí que ha ocurrido en el orden espiritual, si detrás de

las palabras vemos la aplicación que se impone: ¿Quién es el deudor insolvente? Yo soy; ninguno de nosotros podía pagar la deuda de sus pecados, por hablar con térmi-

nos bancarios. ¿Quién es el señor magnífico, que perdona espléndidamente, del todo? El Señor es Dios, a quien podemos y debemos llamar nuestro “Padre”. Al parecer Jesús, desatando su fantasía como un catequista plástico y visual, pone un

caso irreal, que no ha sucedido, para que saquemos las consecuencias: sí que ha sucedido, sí que puede suceder. Quien fue perdonado no sabe perdonar: incomprensible, pero cierto.

Nuestro Dios es un Dios de perdones, que no se ha cansado ni se va a cansar de perdo-nar. Nuestro Dios es Padre, el mismo Padre de Jesús.

4. Pero pasemos a esa segunda cuestión que enunciábamos al principio: la comunidad

de Jesús ha de ser una comunidad en la que circule el perdón de unos a otros, porque todos entre nosotros somos hermanos. Es casi imposible que entre hermanos no ocurran desave-nencias, desatenciones y ofensas, cuya solución generosa y completa tiene que ser el per-dón. La vida humana nos dice que donde hay tres bien pronto surgen dos pensamientos, y tras los pensamientos vienen las distancias, y a nada que nos descuidemos los odios del corazón.

La comunidad cristiana tiene que ser una comunidad de reconciliación y de perdón. Para introducir las palabras del Señor, hemos escuchado las reflexiones de un espiritual

del Antiguo Testamento, un sabio, maestro de sabiduría que había reflexionado sobre la Ley y los Profetas, y como fruto de su meditación nos había dado estos consejos:

“Perdona las ofensas a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados. Si un ser humano alimenta la ira contra otro, ¿cómo puede esperar la curación del Señor? Si no se compadece de su semejante, ¿cómo pide perdón de sus propios pecados? Si él, simple mortal, guarda rencor, ¿quién perdonará sus pecados?” (Eclesiástico 28,2-5). 5. Esta lógica del perdón, hermanos, Jesús la consideró tan importante, tan esencial en

la vida cristiana que la puso dentro de su oración, el Padrenuestro. Allí oramos al Padre: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Si nosotros no perdonamos a nuestros semejantes, no tenemos derecho a decir a Dios que nos perdone de lo que a él el ofendemos.

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No se dice que lo que nos han hecho nuestros hermanos no haya sido una ofensa. Se su-pone que sí, que lo ha sido, que tenemos derecho para enojarnos, que hemos quedado pro-fundamente heridos..., que ha sido una injusticia y humillación lo que hemos recibido. Es cierto...

Pero tenemos que perdonar, hermanos. Incluso más, si seguimos el ejemplo de Jesús: tenemos que perdonar aunque no nos pi-

dan perdón. Y que a la hora de nuestra muerte no haya ninguna deuda con nadie: que todo esté en

orden, arreglado y perdonado. También el mensaje de hoy nos recuerda este momento final de la verdad, que es la sa-

lida de este mundo: “Piensa en tu final y deja de odiar, acuérdate de la corrupción y de la muerte y sé fiel a los mandamientos” (Eclesiástico 28,6). 6. “Equivocarse es humano; perdonar es divino”, dice una célebre sentencia en múlti-

ples lenguas. Hermanos, pienso que, al hablar, hablo como sincero expositor del Evangelio y en obe-

diencia a Dios. Pero no puedo ignorar las situaciones dolorosísimas, e incluso dramáticas, en las que se ve envuelta la vida humana. Ahora pienso en los innumerables matrimonios rotos, definitivamente rotos, en los que el perdón no ha cundido su efecto. Hay matrimonios donde ha habido perdón otorgado, pero no aceptado, y uno de los dos se ha ido por su ca-mino.

¿Hay que perdonar el adulterio, que rompe en su raíz el amor matrimonial? Es duro el decirlo, pero pienso que en cristiano, sí debemos decirlo: también hay que perdonar el adulterio y restaurar el matrimonio en sus raíces.

Resumiendo, hermanos: Dios nos ha perdonado; nosotros hemos de perdonar. Sí, per-

donar hasta lo imposible. Que triunfe el amor de Dios. Equivocarse es humano; perdonar es divino. Vivamos la vida divina que se nos regala. Amén.

Puede verse para la oración el himno que proponemos en este domingo: Setenta veces siete Publicado por Fr. Rufino Ma. Grández, OFMCap en 09:26

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91. Mi Padre, Dios de perdón y misericordia

Domingo 24, ciclo A

Mateo 18,21-35 Hermanos 1. La palabra final del Evangelio hoy proclamado dice así: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada uno no perdona de corazón a su hermano” (Mt 18,35). En esta representación de la parábola se habla de un Padre – mi Padre, dice Jesús – que es Dios de perdón y de misericordia, y de una comunidad de hermanos, en la que debe circu-lar el perdón, que es la comunidad de Jesús. Por tanto, dos preguntas están ahí delante para que las respondamos: - ¿Quién ese Dios, el Dios de Jesús, el Dios que yo quiero que sea el único Dios vivo y ver-dadero de mi vida? - ¿Cómo debe ser la comunidad de hermanos, la comunidad de Jesús, como comunidad de perdón? Cada una de estas dos preguntas es para un cristiano un manantial vivo de revelación, pues ese Dios a quien miramos no es el Dios de la razón sino el Dios de la revelación; y de modo correlativo la comunidad de que hablamos, en la que vivo, no es una mera realidad socioló-gica, comunidad y convivencia que hacemos los hombres, sino una comunidad que Dios ha creado y convocado, por ello “comunidad de hermanos”, como Jesús dice: cada cual de corazón a su hermano. 2. La parábola nos lleva al mundo de la fantasía: dos deudores, que provocan dos escenas paralelas al mismo tiempo que contrarias. El primero debía diez mil talentos; el segundo cien denarios. La primera es una suma fabulosa, que, según cálculos, es un millón de veces mayor que la deuda del segundo. Cien denarios son cien sueldos diarios; recuerden aquella parábola del mismo evangelista Mateo, la de los trabajadores en la viña, cuando a cada uno se le paga lo justo y suficiente, un denario por jornada. Cien denarios, cien sueldos, no es una cantidad despreciable, pero, en todo caso, es ridícula comparada con la otra, que es un millón de veces más. Diez mil talentos son cien millones de denarios. Entrando en la escena, advertimos que el rey todopoderoso, al ver que su siervo no tiene con qué pagar, ordena que lo vendan a él con su mujer, sus hijos y sus posesiones, y pague de esta forma. El siervo se arroja a los pies del señor y le suplica no que le perdone, sino que tenga paciencia: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo” (v. 26). El señor se compadeció de él y le perdonó todo, una solución radical y desde el fondo. Aquel hombre empezaba a nacer como un hombre nuevo; e igualmente su familia. Pero ahora da vuelta la parábola para presentar otra escena equivalente, pero justo al revés. Al salir el criado aquél, encuentra a un compañero, que, a su vez, le debe una cantidad, un millón de veces menos. “Y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: Págame lo que me de-bes”. Y se repite la escena, pues el deudor humillado, se arroja a los pies para suplicar: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Este acreedor soberbio y despiado no tuvo entra-

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ñas de perdón, lo agarraba del cuello y lo estrngulaba, y a su compañero lo mandó a la cár-cel. La tercera parte de la parábola se deja entrever: que, enterado el rey, entregó al primer deudor a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Y Jesús saca la conclusión: “Lo mismo hará con nosotros mi Padre celestial, si cada uno no perdona de corazón a su her-mano”. 3. Esta escena, que no ha ocurrido, sí que ha ocurrido en el orden espiritual, si detrás de las palabras vemos la aplicación que se impone: ¿Quién es el deudor insolvente? Yo soy; ninguno de nosotros podía pagar la deuda de sus pecados, por hablar con términos bancarios. ¿Quién es el señor magnífico, que perdona espléndidamente, del todo? El Señor es Dios, a quien podemos y debemos llamar nuestro “Padre”. Al parecer Jesús, desatando su fantasía como un catequista plástico y visual, pone un caso irreal, que no ha sucedido, para que saquemos las consecuencias: sí que ha sucedido, sí que puede suceder. Quien fue perdonado no sabe perdonar: incomprensible, pero cierto. Nuestro Dios es un Dios de perdones, que no se ha cansado ni se va a cansar de perdonar. Nuestro Dios es Padre, el mismo Padre de Jesús. 4. Pero pasemos a esa segunda cuestión que enunciábamos al principio: la comunidad de Jesús ha de ser una comunidad en la que circule el perdón de unos a otros, porque todos entre nosotros somos hermanos. Es casi imposible que entre hermanos no ocurran desave-nencias, desatenciones y ofensas, cuya solución generosa y completa tiene que ser el per-dón. La vida humana nos dice que donde hay tres bien pronto surgen dos pensamientos, y tras los pensamientos vienen las distancias, y a nada que nos descuidemos los odios del corazón. La comunidad cristiana tiene que ser una comunidad de reconciliación y de perdón. Para introducir las palabras del Señor, hemos escuchado las reflexiones de un espiritual del Antiguo Testamento, un sabio, maestro de sabiduría que había reflexionado sobre la Ley y los Profetas, y como fruto de su meditación nos había dado estos consejos: “Perdona las ofensas a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados. Si un ser humano alimenta la ira contra otro, ¿cómo puede esperar la curación del Señor? Si no se compadece de su semejante, ¿cómo pide perdón de sus propios pecados? Si él, simple mortal, guarda rencor, ¿quién perdonará sus pecados?” (Eclesiástico 28,2-5). 5. Esta lógica del perdón, hermanos, Jesús la consideró tan importante, tan esencial en la vida cristiana que la puso dentro de su oración, el Padrenuestro. Allí oramos al Padre: “Per-dona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Si no-sotros no perdonamos a nuestros semejantes, no tenemos derecho a decir a Dios que nos perdone de lo que a él el ofendemos.

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No se dice que lo que nos han hecho nuestros hermanos no haya sido una ofensa. Se supone que sí, que lo ha sido, que tenemos derecho para enojarnos, que hemos quedado profunda-mente heridos..., que ha sido una injusticia y humillación lo que hemos recibido. Es cierto... Pero tenemos que perdonar, hermanos. Incluso más, si seguimos el ejemplo de Jesús: tenemos que perdonar aunque no nos pidan perdón. Y que a la hora de nuestra muerte no haya ninguna deuda con nadie: que todo esté en or-den, arreglado y perdonado. También el mensaje de hoy nos recuerda este momento final de la verdad, que es la salida de este mundo: “Piensa en tu final y deja de odiar, acuérdate de la corrupción y de la muerte y sé fiel a los mandamientos” (Eclesiástico 28,6). 6. “Equivocarse es humano; perdonar es divino”, dice una célebre sentencia en múltiples lenguas. Hermanos, pienso que, al hablar, hablo como sincero expositor del Evangelio y en obedien-cia a Dios. Pero no puedo ignorar las situaciones dolorosísimas, e incluso dramáticas, en las que se ve envuelta la vida humana. Ahora pienso en los innumerables matrimonios rotos, definitivamente rotos, en los que el perdón no ha cundido su efecto. Hay matrimonios don-de ha habido perdón otorgado, pero no aceptado, y uno de los dos se ha ido por su camino. ¿Hay que perdonar el adulterio, que rompe en su raíz el amor matrimonial? Es duro el de-cirlo, pero pienso que en cristiano, sí debemos decirlo: también hay que perdonar el adulte-rio y restaurar el matrimonio en sus raíces. Resumiendo, hermanos: Dios nos ha perdonado; nosotros hemos de perdonar. Sí, perdonar hasta lo imposible. Que triunfe el amor de Dios. Equivocarse es humano; perdonar es divino. Vivamos la vida divina que se nos regala. Amén. Puede verse para la oración el himno que proponemos en este domingo: Setenta veces siete

92. La sinceridad iluminada: soliloquio para un coloquio Reflexiones ante el Comunicado del Congreso de

Teólogos de la Asociación Juan XXIII (Madrid, 11 septiembre 2012) 1. Ayer, 11 de septiembre, domingo XXIV del tiempo ordinario (ciclo A), cele-

bré tres veces la Eucaristía. Prediqué tres veces la que fundamentalmente era la misma homilía, la que subí a estas Hermosas Palabras del Señor. Y comencé de este modo: “Hermanos: La palabra final del Evangelio hoy proclamado dice así: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada uno no perdona de corazón a

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su hermano” (Mt 18,35)”. Pude observar que el mensaje del perdón llegaba al cora-zón de los fieles: se veía en la cara, se escuchaba en el silencio. Nada importaba que la homilía se hubiera alargado quince minutos, quizás más, tratando de que la Pala-bra anunciada fuera, como dice la Verbum Domini, “con convicción y pasión”.

Y naturalmente que en las tres misas conmemoré, orando, la tragedia de las To-rres Gemelas de hace diez años (yo estaba en un congreso bíblico en Segovia), si-niestro episodio de la Humanidad en el inicio del tercer Milenio (2001). Mencioné la Carta del Papa al arzobispo de New York: Con el terrorismo no vamos a ninguna parte; no es el camino de la humanidad.

En mi computadora vi las noticias de la Iglesia. Los Teólogos y Teólogas de la Asociación Juan XXIII terminaban el XXXI Congreso, este año sobre “El Funda-mentalismo”, con una declaración de ocho puntos. Transcribo el punto cuarto y el quinto, que punzaron sensiblemente mi corazón:

4°. En la Iglesia católica el fundamentalismo suele canalizarse través de los mo-

vimientos neoconservadores, empeñados en llevar a cabo la restauración eclesiástica hasta el extremo, y de no pocas actuaciones intolerantes de la jerarquía que minimi-zan, e incluso niegan, aspectos fundamentales del concilio Vaticano II y condenan el trabajo de los teólogos, las teólogas y los movimientos renovadores.

5°. Algunas de estas actitudes hemos podido comprobarlas en la reciente Jornada Mundial de la Juventud, que ha ofrecido una imagen autoritaria y patriarcal de la Iglesia, ajena a los problemas reales de los jóvenes, y ha fomentado la exaltación del pontífice, hasta caer en la papolatría, una de las más nítidas expresiones del funda-mentalismo. Y todo ello con el apoyo y la legitimación de las diferentes institucio-nes municipales, autonómicas, militares y empresariales.

Sí es verdad y... no es verdad; y si hubiera que escoger entre el “sí” y el “no” –

que en la vida nada es tan claro y todo anda mezclado – escojo el “no” (porque hay más “no” que “sí”), aunque personas para mí muy queridas escojan el sí desde su percepción global; y ciertamente que si pidieran mi consentimiento para firmar este texto, no lo firmo.

2. Hablo en voz alta. La palabra más sorprendente de este Comunicado es ésta:

papolatría. Palabra que a un lector crítico y bienintencionado (creo que lo soy) le resulta insultante, agresiva, irritante, antidialogante y antiecuménica, y sinceramen-te... torpe e injusta. He ido al Diccionario a buscarla: no está. Las Autoridades de la Lengua hasta hoy solo reconocen estas clases de “latrías”: autolatría, demonolatría, egolatría, idolatría, necrolatría, ofiolatría, pirolatría. La papolatría no ha llegado to-davía al Diccionario.

Pero seguramente que si prosigo a ras de este tono y con estas armas salgo a la palestra, me van a vencer, y ni me voy a evangelizar ni voy a evangelizar a nadie. En

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estos tipos de dialéctica no tiene por qué vencer el que más razón tiene, sino el que más habilidad tiene... No poseo tal habilidad; por tanto, precaución y no te lances.

Este grupo de Teólogos y Teólogas, al repasar su historia, reconocen que hay una fractura entre los Obispos y estas posturas y quienes las representan; un diálogo roto, por lo tanto... un “no-diálogo”, girando en torno a una Causa en la que creemos y que es la que motiva nuestra vida. Pero... – reflexionen, hermanos – ¿a uno le puede apetecer entrar a dialogar, que es un acto noble de cercanía y amistad... tomando como punto de partida este lenguaje...? Los que se sientan a dialogar, se sientan por-que, de alguna forma, antes de sentarse ya se han entendido.

Acaso mi camino personal sea otro: un silencio que jamás sea autosuficiencia, un testimonio humilde y vibrante, y, si Dios fuere servido, una palabra pura como una flor.

3. Me vuelve la palabra: papolatría... con una noticia de última hora: ¿Acaso será papolatría la noticia que acaba de saltar a la prensa mundial, de primera plana, claro, en L’Osservatore Romano? Por primera vez se exponen 600 versiones de libros escritos por el Papa. La casa edito-rial Herder, en colaboración con la Libreria Editrice Vaticana, ha aprovechado la ocasión de la visita del Papa a Alemania para recoger y presentar las obras de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI en sus múltiples traducciones. En una exposición única en su género – organizada en Castel Gandolfo en primer lugar para el San-to Padre, después para los interesados en el Vaticano, en el Campo Santo Teutónico, y finalmente en la sede de la editorial Herder en Friburgo- se expondrán casi seiscientos volúmenes representa-tivos de más de 25 países.

Ante un evento de tal significado, un intelectual se rinde, admira, y no tiene sino

una felicitación en sus labios, el augurio que ofrecen editorial Herder y la Editrice Vaticana: Ad multos libros, sancte Pater!

4. Papolatría en Madrid, hipnotizados millón y medio de jóvenes... Uno de esos

jóvenes, mexicano, y no perteneciente a ninguna de las comunidades “neoconserva-doras”, sino a las de nuevo cuño, concretamente a la Comunidad de las Bienaventu-ranzas (Francia 1973), vino a charlar tras la Jornada Mundial. No tenía palabras para ponderar la hermandad de nacionalidades diferentes, las que a él le tocó, durmiendo en el suelo..., radiantes por algo superior. Salió muy fortificado en su fe.

- ¿Y del papa? - Lo vi tan sencillo, tan humilde..., y ¡cómo nos animaba! No quería retirarse de

la lluvia. Del fondo del corazón le hubiese dicho: ¡papá...! Porque así lo percibí, co-mo un padre con sus hijos.

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Esto decía el joven. Y en mi soliloquio, Señor, yo me pregunto: ¿Y esto en cris-tiano no se llama puro, purísimo amor...? No todo lo que roza el Espíritu es percep-tible a los ojos de cualquiera.

5. Me fascina la Unidad de la Iglesia (escribí un librito: Oblación por la Unidad),

y bien sabemos que la Unidad de la Iglesia por la que pedimos todos los días antes de la comunión, se inicia en los fondos del ser.

¿Cómo no decir que en discursos de ese tipo hay montones de razones, cuyas verdades las sufrimos, las digerimos como podemos, las anhelamos como ideal de una Iglesia pura... que desde el fondo del alma deseamos? Cosa similar podría decir de todas las comunidades por las que he ido transitando en mi no breve curso de vi-da religiosa. Y, volviendo a lo dicho, hay que tornar a los fondos misteriosos y con-tradictorias del corazón. Y allí, en el corazón, la humildad es la única luz de la vida, la única esperanza.

Pero estoy escuchando: “Ya ese mismo discurrir es el discurso de un fundamen-talista, sutilmente autosuficiente, que espiritualiza y riza el discurso para no entrar en pormenores y llamar a las cosas por su nombre”.

Si así lo fuera, pido al Espíritu su “logoterapia” (la Logos-terapia del Verbo), que es diferente de la otra, la logoterapia que tanto bien hace al descubrir la propia ver-dad debajo de las capas que la enmascaran.

¡Ven, Espíritu, Mistagogo del Padre, y por los secretos de la Mistagogía dame un baño de humildad, porque en la humildad me vendrá la Sabiduría, y en la serena Sa-biduría, la Valentía (la Parresía)!

Y como ya tengo que terminar estos inicios de pensamiento a retazos, escritos a picos de reloj, te pido una gracia..., ¿la diré...?

Que yo sea una florcita perfumada en tu Iglesia; que un cristiano, una cristiana, al roce, a la mirada de esos pétalos, pueda decir: ¡Alabado sea el Señor! Amén.

San Juan Crisóstomo 2011.

13 de septiembre San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia

349-407

Este himno está compuesto al eco de una homilía antes del destierro (oficio de lectura) y de las catequesis de Benedicto XVI sobre san Juan Crisóstomo (19 y 26 de septiembre de 2007), cuando se celebraba el decimosexto centenario de la muerte del santo doctor (349-407).

Nació en la actual Turquía, en Antakaya (Antioquía de Siria, al sur de Turquía) en torno al 349; fue bautizado en el 368. “Se retiró durante cuatro años entre los eremitas del cer-cano monte Silpio. Prosiguió aquel retiro otros dos años, durante los cuales vivió solo en una caverna bajo la guía de un "anciano". En ese período se dedicó totalmente a meditar

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"las leyes de Cristo", los evangelios y especialmente las cartas de Pablo. Al enfermarse y ante la imposibilidad de curarse por sí mismo, tuvo que regresar a la comunidad cristiana de Antioquía”.

“Y aquí se realiza el giro decisivo de la historia de su vocación: pastor de almas a tiem-po completo. La intimidad con la palabra de Dios, cultivada durante los años de la vida eremítica, había madurado en él la urgencia irresistible de predicar el Evangelio, de dar a los demás lo que él había recibido en los años de meditación. El ideal misionero lo impulsó así, alma de fuego, a la solicitud pastoral”.

En el año 381 es ordenado Diácono y en el 386 Presbítero, y en el 397 Obispo de Cons-tantinopla, Capital del Imperio en Oriente. Nos quedan de él más de 700 homilías auténti-cas, 18 tratados, y comentarios a Romanos, Corintios, Efesio, Hebreos y 241 cartas. Sufrió dos destierros, y murió en el destierro, en el Ponto.

Al meditar en las obras de Dios en los días de la creación (nos recuerda Benedicto XVI) nos presenta cuatro estancias de la presencia de Dios: 1. La creación, “subida” desde la belleza hasta el Creador; 2. La Escritura “descenso” (bajada, synkatábasis) de Dios a su criatura; 3. La Encarnación, habitación de Dios entre nosotros; 4. El Espíritu Santo, princi-pio vital y dinámico de la vida de la Iglesia cuando Jesús se fue.

Fue un gran predicador de exigencias sociales, y murió dejando su último testamento: ¡Gloria a Dios en todo! Con estos sentimientos cantamos.

1. Este es mi báculo firme,

mi total seguridad, el códice que predico

Cristo, mi roca y verdad.

2. La Escritura es la respuesta a cualquier humano afán; se hará Palabra de vida si es obra de caridad.

3. La creación es la escala,

que nos sube hasta el umbral, y en la Escritura desciende Quien marca su voluntad.

4. La Encarnación es la entrada

Del Hijo en su propio hogar; y el Espíritu corona

cuanto Dios quiere plasmar.

5. Predicador catequista de la fuente bautismal,

la divina Eucaristía se hacía entrega social.

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6. En doloroso destierro

fuiste lazo de unidad, pastor que nunca dejaste de orar, sufrir y de amar.

7. ¡Gloria a Dios sea en todo

en tiempo y eternidad, y alabe la santa Iglesia

a su Esposo celestial! Amén.

13 septiembre 2011.

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93. Los viñadores de la gracia

Domingo XXV del tiempo ordinario, ciclo A

Mt 20,1-16a

Hermanos: 1. Esta parábola de los viñadores contratados y enviados a la viña, muchos años

ha traído a mi mente recuerdos de infancia. En aquellos tiempos, ya muy lejanos, en mi pueblo agrícola, si uno quería peones para tareas eventuales del campo, iba a la Plaza Chica y allí encontraba corros de hombres charlando que podía contratar, para la vendimia, para la remolacha, peones temporeros. Y cuando yo, niño, oía esta pa-rábola, decía: Mira, como en mi pueblo. Eso lo hacían solo por la noche, no cinco veces al día como pinta Jesús.

Hoy, al oír la parábola, el pasaje evangélico me evoca cosa muy distinta: las pri-meras palabras que pronunció el actual Papa Benedicto XVI recién elegido, cuando apareció en el gran balcón de la Basílica Vaticana frente a la Plaza de San Pedro. Dijo que era un humilde trabajador de la viña del Señor. Se me quedó y espero nunca olvidarlo, porque pienso que es verdad lo que el Papa creía y decía de sí mis-mo. El discursito entero de siete líneas, sin escribir, antes de dar la bendición “urbi et orbi” era este:

“Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los seño-res cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con ins-trumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones. En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado. ¡Gracias!” (19 abril 2005).

2. Estamos en un pueblo campesino de Galilea. A lo mejor, cuando Jesús recobra

una escena de la vida, la exagera, la adorna, porque un narrador es inventor para sus fines.

Había, pues, un hacendado que salió a contratar jornaleros para su viña. Salió de madrugada antes de levantarse el sol, y se ajustó con el jornal adecuado: un denario. Eso era lo justo y equitativo. Pero he aquí que volvió a media mañana, que es tam-bién una hora oportuna. El texto evangélico va marcando el horario según el reloj romano: hora de tercia, que son las 9 de la mañana – media mañana –; hora de sexta, que son las 12 del mediodía; hora de nona, que son las tres de la tarde; hora undéci-ma, que son las cinco de la tarde, cuando falta una hora para la duodécima, que sería el fin del día. Y a cada una de esas horas encuentra gente.

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En la hora última, al atardecer, el amo de la viña, lanza una pregunta que suena a reproche: “¿Cómo es que estáis el día entero sin trabajar?” (v. 7). Acaso son unos indolentes, unos holgazanes..., acaso. Esto daría más dramatismo y sorpresa al desenlace del episodio.

Se terminó el trabajo y le mandó al capataz que les pagara, pero con dos circuns-tancias: la primera que les pagara “el jornal”, es decir, a todos lo mismo, el jornal completo; y la segunda circunstancia que comenzara por los últimos.

Aquí la escena tiene dos cuadros: el pago de los últimos y el pago de los prime-ros. A los últimos se les da un denario, un sueldo entero. Los primeros, cuando les toca la fila, tienen un pensamiento: Si a esos que han doblado la espalda solo una hora les da un denario... ¿cuánto nos dará a nosotros? Pues estos reciben igual, un denario, y viene la protesta. “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor de la jornada”. ¡No hay derecho! Y en un sindicato de trabajadores, en una oficina de reivindicaciones, tienen razón: a cada uno el precio de su trabajo; esto es justicia social.

3. Pero, hermanos, estamos dentro de las santas Escrituras, que nos descubren los

planes de Dios, las maravillas y quereres de Dios. Dios no es caprichoso; Dios es amoroso y hay que saber las querencias de Dios. La primera lectura de hoy nos ha alertado. En el libro de Isaías, en el capítulo 55, hemos escuchado esta sentencia: “Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis pla-nes de vuestros planes” (Is 55,9).

¿Qué le responde el amo a los jornaleros que protestaban de la injusticia perpe-trada? “Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” (Mt 20,15).

Si uno lo piensa, tiene que decir que el amo tiene razón. Ha habido un contrato, y ese contrato se ha cumplido. Por lo tanto, toma lo tuyo y en paz.

Lo que da el amo al trabajador que ha bregado solo una hora es propina..., es un regalo que el amo lo da porque quiere darlo. Tapa esa boca, que no tienes razón.

Extraño proceder, pero la cosa está clara: el amo está en su derecho, el amo tiene razón. Y aquí se acaba la historia, hermano; y aquí empieza otra: la verdadera histo-ria de Dios con los hombres, la verdadera historia, que es la historia de Dios conmi-go y con su Iglesia.

4. Volvemos a la pregunta que hacíamos el domingo pasado a propósito de “có-

mo es Dios”. ¿Dios es caprichoso? No. Dios, que no es ni puede ser injusto, no es caprichoso. Dios es amor y verdad, Dios es gracia.

Dios es bondad, pero nosotros, humanos, ignoramos los secretos de su bondad.

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Ahora bien, la Sagrada Escritura nos da pistas, desde las primeras historias del Génesis. Dios escoge lo pequeño, lo humilde, lo que aparentemente no vale, lo que a los ojos del mundo no es apreciado. El ejemplo más admirable lo encontramos en la humilde esclava del Señor. “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava” (Lc 1,46-47).

5. Tomando de estas vistas nuestros puntos de reflexión y de síntesis de vida, no-

sotros, cristianos iluminados, confesamos: la vida es gracia, solo gracia, todo gra-cia...

Y el trabajo humano ¿qué? ¿Vamos a cantar un canto a los perezosos? De ningu-na manera. El trabajo es gracia, y no modifica para nada el principio que estamos estableciendo. El trabajo, el empeño humano para transformar, para producir, para cambiar el mundo, es gracia. Es gracia el que Dios infunda ese anhelo en mi cora-zón; es gracia el que yo sepa responder, venciéndome a mí mismo y dándome a la tarea.

En la anécdota que citaba al principio, las primeras palabras del recién elegido Papa, hemos oído. “Soy un simple y humilde trabajador en la viña del Señor”. Por edad, ya era un hombre jubilado, acababa de cumplir 78 años; pero los cardenales pusieron los ojos en él, porque vieron que Dios podía hacer grandes cosas con él. Un humilde trabajador que no descansa, abierto y disponible a lo que Dios quiera hacer con él. Y sigue en la brecha a sus 84 años.

5. Hermano, Dios es gracia, Dios es gracia para mí. Y en la historia de los pue-

blos Dios es gracia. Dios fue gracia para Israel, el primero; Dios es gracia para los gentiles, los últimos.

Dios fue gracia para San Pablo. “Por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí” (1Co 15,10).

Dios es gracia para mí y Dios ha de ser gracia en mi muerte. Entretanto, mi res-puesta es la de un humilde trabajador de la viña del Señor.

Dios espera mucho de mí, porque Dios es gracia. Amén. Puebla, 14 septiembre 2011.

Mi vida es gracia, Señor

Canto para cantar el amor gratuito de Dios

Estribillo

Mi vida es gracia, Señor,

de tus manos recibida:

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que mi entrega sin medida sea respuesta de amor.

Estrofas

1. Venid presto, viñadores,

a trabajar en mi viña, que el fruto de la campiña requiere vuestros sudores. Os daré vuestro salario, sin engaño ni codicia, sin faltar a la justicia:

por la jornada un denario.

2. Y de par de madrugada fue la gente a su tarea bajo el sol de Galilea para toda la jornada.

Otros a media mañana, otros más a mediodía,

y a media tarde aún había gente en la plaza cercana.

3. Ya la tarde iba al caer,

avanzada la faena, y era ya la hora oncena para cerrar el quehacer.

¿Qué habéis hecho todo el día, parados, sin trabajar?

Nadie nos quiso emplear... porque nadie nos quería.

4. Los de la última hora

Venid, vosotros, también, que para Dios sois un quien

y Dios en vosotros mora. Y el amo fue generoso con un sueldo familiar que él les quiso regalar por corazón dadivoso.

5. ¡Dios Padre, Dios sorprendente,

Dios de sorpresas de amor, Dios de gracia y de estupor, por ser Dios omnipotente!

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¡Gloria a ti por ser quien eres; quita de mí toda envidia,

que es maldad y que es perfidia! ¡Yo solo sé que me quieres! Amén.

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94. La Madre de Jesús, del discípulo y de la Iglesia

En la fiesta de Ntra. Sra. de los Dolores Jn 1,25-27

Hermanos: 1. La fiesta del 15 de septiembre figura en la Calendario de la Iglesia con este tí-

tulo: Nuestra Señora de los Dolores. El Evangelio es el de María al pie de la cruz, según san Juan. Este breve evangelio suena así:

“Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de

Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio”.

El Evangelio sugiere un mundo a la contemplación cristiana: el dolor, la fideli-

dad, todo lo más bello que se pueda decir sobre la femineidad, la nueva creación que Jesús anuncia al establecer una relación recíproca entre la madre de Jesús, que pasa a ser madre del discípulo amado, y el discípulo que se convierte en hijo, continuando la filiación de Jesús...

En ningún caso el evangelista ha puesto de relieve el dolor. El dolor queda asu-mido, sin ser expresado, y lo que pone en evidencia el apóstol Juan es lo nuevo que comienza con la muerte de Jesús en la Cruz. Nace el mundo, nace la Iglesia.

Pero la Iglesia durante siglos, los cristianos, se han complacido particularmente en meditar el dolor de María, la Madre, hasta el punto de que el título de la fiesta queda plasmado por el dolor, y esto en plural: Nuestra Señora de los Dolores.

Los dolores de la Virgen María, que según el Evangelio de la Infancia de Lucas, fueron anunciados por el anciano Simeón son un dato evangélico, que ha tocado la fibra más pura del corazón de los creyentes. El anciano Simeón había dicho a María, la madre del niño: “... y será como un signo de contradicción, y a ti misma una espa-da te traspasará el alma” (Lc 2,34-35). Cosa diversa es decir que un evangelista pue-de acentuar un aspecto u otro.

Nuestra contemplación de hoy, en esta fiesta de una dulzura entrañable, quiere examinar dos aspectos: los dos, venero de luz, de inspiración y de gracia. El primero es el de los dolores de María, considerados estos, sin fantasía. En la más cruda realidad histórica que un lector crítico advierte. El otro aspecto es sublime, espiri-

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tual y místico, que es el tono que asume el cuarto evangelista para asomarnos a un misterio de amor que, vertido por Jesús en la cruz, está protagonizado por la Virgen María, la Madre de Jesús.

2. ¿Qué fue la muerte de Jesús, ajusticiado en medio de dos malhechores? Tuvo

que ser algo horrendo, que la imaginación rehúsa el representarlo. Tres cuerpos col-gados de un palo, con un travesaño, seguramente que desnudos, bajo la maldición y la befa de quien pasara por allí.

Pero una madre estaba junto a su hijo. Los otros ¿tenían algún familiar, algún ser querido allí cerca? ¿Un hermano, una hermana, la mujer..., la madre, el padre? Cual-quier respuesta es mera fantasía, pero el preguntarse estas cosas es una hipótesis ra-zonable.

La madre de Jesús estaba allí, muda de dolor. Un familiar, María la de Cleofás, la acompañada, y otra de fuera de la familia: María, la Magdalena. Y un apóstol: Juan, el discípulo amado. Era la respuesta más pura y convincente al amor con que Jesús lo había distinguido.

Ningún evangelista no ha querido detenerse en la descripción angustiosa que ha-bría hecho un novelista, dando curiosidad y morbo a una escena que nos repele. Cuando se escriben los Evangelios todo había pasado y la historia que de Jesús se escribe, aun esta historia de la pasión y muerte es la historia de un Resucitado.

El dolor de la Madre hubo de ser un dolor sin fondo. Todos los sentimientos per-sonales podían acudir a su sensibilidad para decir: Esto es incomprensible; este odio es absurdo. Pero hay otra cosa. María había visto a su hijo como alguien con una misión sublime de cara al pueblo de Israel y a los de fuera, en definitiva, con una misión universal. Ahora todo aquello se venía abajo. Las autoridades no habían re-conocido la autoridad de Jesús, que incluso se presentó como profeta.

En este momento Jesús está abandonado, solo, y no tiene más consuelo que la confianza puesta en el Padre, con un salto infinito, y la dulce y compasiva mirada de su Madre, que le tiene que resultar una experiencia de paraíso.

De la contemplación de este cuadro – María con su hijo ajusticiando, muriendo entre malhechores – ha nacido aquella rima conmovedora del “Stabat mater doloro-sa iuxta crucem lacrimosa, dum pendebat filius”, poema atribuido a Jacopone de Todi, franciscano del siglo XIII (1236 – 1306). Innumerables músicos le han puesto melodía. Y el gran Lope de Vega tradujo los 60 versos del poema en un castellano lleno de emoción y de ternura:

La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía.

Cuya alma, triste y llorosa,

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traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía.

... Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor?

Y ¿quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera

sujeta a tanto rigor? 3. Pero san Juan, seguramente que ya anciano, recuerda y escribe. Nos entrega

una escena de Paraíso en medio de aquel sinsentido de la vida. San Juan describe una escena litúrgica y celestial. Jesús habla con sus labios y con dos miradas: una va para la madre, otra para el discípulo amado. “Dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo” (v. 26).

Habría sido la hora de decirle: Madre, Madre, Madre... con una infinita piedad, como un indigente para quien el amor ya resta como el único valor y agarradero de la vida. Y desde su trono augusto, Jesús le dice: “Mujer”. En realidad, está ejercien-do como Mesías, como Hijo de Dios. Mujer es Eva, la madre de los vivientes, la Esposa de la nueva Alianza, la Madre de la nueva creación de Israel, Madre de pue-blos, Madre íntima y dulcísima de la Iglesia.

Es un acto sacramental con todo el poder divino lo que Jesús está haciendo en la Cruz. Está constituyendo a su propia Madre, madre de Juan discípulo, el más amado entre todos.

La maternidad específica con que María ha sido investida, gloria suprema de la Santísima Virgen, aquí está siendo declarada solemnemente aquella maternidad que empezó en Nazaret. La vida de Jesús terminó, pero esa vida, que es una con el mis-terio mismo de Jesús, se prolonga en el tiempo. Es lo que celebramos en esta escena: la presencia de Jesús.

Y de modo igual el discípulo amado queda constituido en hijo de la Virgen Ma-ría. Ambas funciones –maternidad y filiación recíprocas - están derivadas del mismo de Jesús. María, esposa del Verbo, es madre de la Iglesia.

Hoy la mejor exégesis está de acuerdo en pensar que la interpretación de la esce-na no puede quedar reducida a un hecho afectuoso y familiar entre Jesús agonizante, la madre que queda sola y el discípulo. Sola había estado en el ministerio de Jesús; sola podía continuar lo mismo. Si ahora Juan es entregado como hijo y ella es decla-rada madre de alguien que no había engendrado de sus entrañas, es señal clara de que la escena queda elevada a un rango espiritual y místico.

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María va a ser definitivamente la Madre del discípulo, lo que vale tanto como de-cir la “Madre de los discípulos”.

La Iglesia se revela como mariana desde su propia entraña. María desde la cruz y por la cruz es la esposa, es la madre. Nadie podrá arrancarla de la Iglesia, puesto que su propio Hijo la ha constituido Madre en el Espíritu Santo.

La Trinidad santísima es el alma de la Iglesia. Y en este misterio de gracia, Ma-ría, primera discípula del Maestro, es en la Iglesia Madre entrañable. No se puede pensar en la Iglesia sin pensar en la Virgen María, porque, en el Calvario, esta Igle-sia que nace del costado de Cristo, nace igualmente de las entrañas de la Madre de Jesús.

Misterio de contemplación, hermanos. La Virgen nuestra Madre nos enseñe estos secretos de amor. Amén. Como himnos de la Virgen de los Dolores puede ver el lector nuestras colaboraciones

en mercaba.org, Himnario de la Virgen María: Peregrina de la fe - La Madre de Jesús junto al madero - Padece el Rey de la gloria.

Puebla, 15 septiembre 2011

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95. Llagas de dolor y gozo

En la fiesta de la Impresión de las Llagas a san Francisco Fiesta del 17 de septiembre para la Familia Franciscana

Hermanos: 1. La familia franciscana celebra el día 17 de septiembre una fiesta que para nosotros

resulta entrañable: Las llagas de san Francisco. Se trata de un episodio que ocurrió dos años antes de la muerte o tránsito del santo. Fue el papa Benedicto XI, Beato Benedicto XI, de la Orden de Predicadores, que fue Papa solo ocho meses (1303-1304) quien concedió esta celebración litúrgica a la Orden Franciscana. No aparece, pues, en el Misal de la Iglesia, ni, en consecuencias, en los pequeños “misales mensuales” a uso de los fieles.

Pero en nuestras iglesias franciscanas sí la celebramos. Se trata de aquel episodio en el mes de septiembre de 1226, en torno a la fiesta de la Santa Cruz, dos años antes de su muerte (atardecer del 3 de octubre de 1226).

El primer biógrafo de san Francisco, Fray Tomás de Celano, a quien el Papa Gregorio IX orenó que escribiera la Vida con motivo de la canonización (1228), evoca el episodio con estas palabras.

94. Durante su permanencia en el eremitorio que, por el lugar en que está, toma el nom-

bre de Alverna (nota 5), dos años antes de partir para el cielo tuvo Francisco una visión de Dios (6): vio a un hombre que estaba sobre él; tenía seis alas, las manos extendidas y los pies juntos, y aparecía clavado en una cruz. Dos alas se alzaban sobre su cabeza, otras dos se desplegaban para volar, y con las otras dos cubría todo su cuerpo (7). Ante esta contem-plación, el bienaventurado siervo del Altísimo permanecía absorto en admiración, pero sin llegar a descifrar el significado de la visión. Se sentía envuelto en la mirada benigna y be-névola de aquel serafín de inestimable belleza; esto le producía un gozo inmenso y una ale-gría fogosa; pero al mismo tiempo le aterraba sobremanera el verlo clavado en la cruz y la acerbidad de su pasión. Se levantó, por así decirlo, triste y alegre a un tiempo, alternándose en él sentimientos de fruición y pesadumbre. Cavilaba con interés sobre el alcance de la visión, y su espíritu estaba muy acongojado, queriendo averiguar su sentido. Mas, no sa-cando nada en claro y cuando su corazón se sentía más preocupado por la novedad de la visión, comenzaron a aparecer en sus manos y en sus pies las señales de los clavos, al modo que poco antes los había visto en el hombre crucificado que estaba sobre sí.

95. Las manos y los pies se veían atravesados en su mismo centro por clavos, cuyas ca-bezas sobresalían en la palma de las manos y en el empeine de los pies y cuyas puntas apa-recían a la parte opuesta. Estas señales eran redondas en la palma de la mano y alargadas en el torso; se veía una carnosidad, como si fuera la punta de los clavos retorcida y remachada, que sobresalía del resto de la carne. De igual modo estaban grabadas estas señales de los clavos en los pies, de forma que destacaban del resto de la carne. Y en el costado derecho,

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que parecía atravesado por una lanza, tenía una cicatriz que muchas veces manaba, de suer-te que túnica y calzones quedaban enrojecidos con aquella sangre bendita.

Notas 5) En la montaña del Alverna (1.269 m), en Toscana, diócesis de Arezzo. San Francisco

lo recibió como regalo del conde Orlando de Chiusi en 1213. 6) Tuvo lugar hacia el 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (LM

13,3). 7) Cf. las visiones de Is 6,2, y, sobre todo, las de Ez 1,5-14.22-25. 2. ¿Qué había ocurrido exactamente? Que Francisco tenía en sus manso pies y6 costado

las llagas del Crucificado. Los artistas, para indicarlo de forma visual, representan al Crucificado alada en los ai-

res, y de esta imagen viene unos rayos, que, como saetas luminosas, hieren a Francisco en las partes del cuerpo donde Jesús tuvo sus llagas. Pero, leído el relato con atención, lo que escribió fray Tomás de Celano no dice exactamente eso.

Dice que Francisco tuvo aquella visión admirable, y que, cuando pasó, Francisco cavi-laba en su corazón qué es lo que aquello significaba, y entonces vio en su cuerpo aquellas maravillas.

Estamos en el mundo de la más pura mística y no es lícito meterse con curiosidad en los secretos de Dios.

3. Este eminente – y santo –escritor, Tomás de Celano no es el primer testigo de las

Llagas. El primer testimonio escrito nos lo dio el que entonces era el superior de la Orden, Fray Elías de Cortona, hombre luego discutido, pero, sin duda, hombre de excelente cuali-dades. Él comunión la muerte de san Francisco con una carta “encíclica” de este tenor, que es un Canto a las Llagas y al cuerpo santo de Francisco:

“... Su nombre se ha divulgado hasta en las islas lejanas y toda la tierra se maravilla por

sus obras admirables. Por eso, hijos y hermanos, no queráis entristeceros en exceso, porque Dios, padre de huérfanos, os consolará con su santa consolación. Y si lloráis, hermanos, llorad por vosotros mismos, no por él. Pues nosotros, en medio de la vida, vivimos en la muerte, mientras él ha pasado de la muerte a la vida. Y alegraos, porque antes de separarse de nosotros, como otro Jacob, ha bendecido a todos sus hijos y ha perdonado todas las cul-pas que cualquiera de nosotros hubiese cometido o pensado contra él.

Y ahora os anuncio un gran gozo y un nuevo milagro. El mundo no ha conocido un signo tal, a no ser en el Hijo de Dios, que es Cristo el Señor.

No mucho antes de su muerte, el hermano y padre nuestro apareció crucificado, llevan-do en su cuerpo cinco llagas que son, ciertamente, los estigmas de Cristo. Sus manos y sus pies estaban como atravesadas por clavos de una a otra parte, cubriendo las heridas y del color negro de los clavos. Su costado aparecía traspasado por una lanza y a menudo sangra-ba.

Mientras su alma vivía en el cuerpo no había belleza en él, sino un rostro despreciable, y ninguno de sus miembros quedó sin sufrimientos. Sus miembros estaban rígidos por la contracción de los nervios, como sucede con los difuntos, pero después de su muerte su aspecto se volvió hermosísimo, resplandeciente de un candor admirable, agradable a la vis-

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ta. Y sus miembros, que antes estaban rígidos, se volvieron blandos como los de un niño tierno, pudiéndose doblar a un lado u otro, según su posición”.

Era la primera vez que la Cristiandad había conocido tal maravilla. Años más tarde, cuando san Buenaventura, sucesor de san Francisco en el gobierno de

la Orden, escribió al Vida de San Francisco (1262), al tiempo que “un santo escribía al vida de otro santo”, como teólogo de la vida de san Francisco hizo una teología del Crucificado. La cumbre y corona de este amigo del Señor, fueron “Las sagradas Llagas”: es el título que el seráfico Doctor da al acontecimiento del monte Alverna.

4. Pero todas estas cosas sublimes ¿qué nos dicen a nosotros, humildes cristianos, no

destinados a esos sublimes carismas? Nos dicen algo muy sencillo, muy verdadero, muy evangélico. Nuestro modelo, en el fondo, no es Francisco; nuestro modelo es Cristo. Nuestro ideal

no es configurarnos con Francisco, sino configurarnos con Cristo, con el misterio pascual de Cristo, que celebramos todos los días en la Eucaristía.

La “transfixión” de san Francisco, la “estigmatización” de este siervo de Cristo, es para nosotros referencia de vida, porque en ella vemos realizado el Misterio Pascual de Cristo. Este Misterio Pascual es simultáneamente, de modo indiviso, la realización de la muerte en cruz y la gloriosa resurrección: el dolor y el gozo. Si quitamos la resurrección, destruimos al Jesús verdadero de los Evangelio; si negamos la cruz, anulamos la resurrección.

Esto es lo que sucedió en Francisco y es lo que sucede en nosotros. Francisco experi-mentó un indecible gozo y un acerbísimo dolor. Si el dolor que nosotros padecemos en la vida, en el fondo no nos da gozo, no estamos gustando el Misterio Pascual. Y, a la inversa, si el gozo y placer de la vida no está sostenido por una comunión secreta en los padeci-mientos del Señor, tampoco estamos participando del Misterio pascual del Salvador.

La vi es este misterioso secreto: la Cruz y la Luz; la Luz con la Cruz. Y el lazo de unión, solo Jesús, a quien amamos, a quien adoramos, en quien esperamos.

Amén. Puebla, en la Fiesta de las Llagas de san Francisco, 2011. Para orar en la fiesta de san francisco, véase en mercaba.org, en Flos sanctorum, conb sus introducciones respectivas: En la cumbre de La Verna.

En la cumbre de La Verna En la cumbre de La Verna se han dado cita de amor el siervo con su Señor unidos en Pascua eterna. Del cielo el Señor venía, Hijo de Dios humanado, tenía el cuerpo llagado y el rostro resplandecía.

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¡Oh Jesús, el más hermoso entre los hijos de Adán, libres tus brazos están para el abrazo de esposo! Y Francisco se ha quedado de gracia y amor transido; por Cristo se encuentra herido en manos, pies y costado. Ved la Regla ya cumplida en el monte de la alianza; amor que la sangre alcanza es de aquél que da la vida. ¡Gloria a ti, Cristo benigno, en el precioso madero; para el gozo verdadero guárdanos bajo tu signo! Amén

Himno compuesto en 1976

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96. El hijo que hizo la voluntad del padre

Domingo XXVI, ciclo A

Mateo 21, 28-32

Hermanos: 1. La parábola del Evangelio de hoy nos habla de dos hijos: el bueno y el malo. Al final

resulta que el malo es el bueno y el bueno el malo. Y en esta parábola hay un dicho chocante de Jesús, que no pocas veces se trae a cola-

ción desafortunadamente, fuera de contexto: las prostitutas os precederán en el reino de los cielos. Dicha así, parece un desafío a ir por el camino de la mala vida. Al fin lo que importa es el amor. Esto sería un abuso del Evangelio. Jesús no dice que “las prostitutas nos pre-ceden o nos precederán en el reino de los cielos”, sino que habla, frente a las autoridades, de las que han dejado de ser prostitutas, porque se convirtieron ante la voz severa de Juan.

Pero vayamos por partes y por detalles. 2. Y lo primero vayamos a los dos hijos. Uno es el educado, el obsequioso, el bueno,

que tiene las palabras más bonitas para su padre. El otro es el maleducado y respondón. Le dice el padre: “Hijo, vete hoy a trabajar en la viña”. Y este, descarado, y mal hablado, le contesta: “No me da la gana”.

Pero luego este muchacho, cae en la cuenta de cómo le ha respondido a su padre, y “se arrepiente” (esta es la palabra evangélica). Y casi le oímos lo que está hablando consigo mismo: “Pero ¡qué sin vergüenza he sido! No hay derecho a responder así a mi padre. Ven-ga, voy a trabajar. Voy a cumplir “la voluntad de mi padre”, que esta es la palabra del Evangelio.

La otra escena es la contraria. “Hala, hijo vete a trabajar hoy en la viña”. Y responde: “¡Sí, señor!”. Pero ¿qué pasó? Que no fue. Bonitas palabras, llenas de respecto, palabras que el viento se llevó... Y no fue a la viña.

Y ahora viene la pregunta de Jesús, examen de vida: “¿Quién de los dos cumplió la vo-luntad de su padre?” Cumplir la voluntad del padre, ése era el asunto.

Y respondieron: El primero. Evidentemente que el primero, el maleducado, el malo. 3. Este cuento, hermanos, es trágico, si desenmascaramos ahora a las personas y deci-

mos de quién está hablando y en qué momento de su vida está hablando. Jesús está hablando a los sumos sacerdotes del templo y a los ancianos del pueblo. Jesús

no está hablando a la gente en general, sino a las autoridades, a los responsables espirituales de la nación. Y los está comparando con las prostitutas. Las prostitutas escucharon la predi-cación de Juan, reconocieron su mala vida, se convirtieron a la gracia de Dios. Los publica-nos eran pecadores por trampas y corrupción; pero reconocieron sus abusos, sus injusticias, se arrepintieron. Pero vosotros, los espirituales, los guías del pueblo de Dios, no os habéis rendido, no nos habéis arrepentido, no aceptáis la voluntad de Dios, la voluntad del Padre del cielo, de mi Padre.

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Lo dice Jesús en la semana última de su vida, y está haciendo un balance de la misión que le había traído a esta tierra. Las autoridades, los custodios sagrados de la Ley..., preci-samente esos, no lo han recibido. En cambio, los pecadores, los que en Juan vieron a un enviado de Dios, esos sí, esos le han acogido...; acogieron primero a Juan y ahora acogen a Jesús.

“Porque vino Juan a vosotros, enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicados y las prostitutas le creyeron”. Pero continúa Jesús: “Y, aun después de ver esto, no os arrepentisteis ni le creísteis” (Mt 21,32)

4. La magnitud del drama que aquí se encierra, lo advertimos cuando calibramos lo que

para Jesús significa la “voluntad del Padre”. La voluntad del Padre es la pasión de su vida – “mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra” (Jn 4,34) – y esta voluntad no ha sido acogida. Jesús puede quejarse de que él no ha sido acogido, pero aquí nos está hablando directamente de Dios, de la voluntad de Dios. No abrirse a la volun-tad de Dios es el pecado por esencia de la creatura.

¿Y Jesús va a terminar su vida de este modo? Su ministerio, cortado tan tempranamente, ¿ha sido un fracaso? Su palabra ¿no ha tenido la fuerza persuasiva para cambiar la situa-ción, y, por otra parte, salvar a la nación de la amenaza que Jesús ve que se avecina?

5. ¡La voluntad de Dios!, hermanos, que es la bendición más grande que el hombre pue-

de recibir en esta tierra. Hacer la voluntad de Dios, como pedimos en el padrenuestro: que este mundo sea el reino de la voluntad de Dios, como el cielo es ese reino de la voluntad de Dios.

La voluntad de Dios ha sido la pasión de Jesús, su único proyecto de vida. Y por la vo-luntad de Dios ha muerto. Si viéramos la vida de Jesús solo desde el rafe de esta parábola, podríamos inclinarnos a pensar que su obra fue un fracaso: no consiguió aquello por lo que había luchado. Sería una mirada parcial y falsa.

Él ha triunfado. Él ha cumplido la voluntad del Padre, como lo pidió en el Huerto de los Olivos, y ha levantado en torno a sí a una muchedumbre de discípulos, entre quienes nos encontramos, dispuestos, por gracia, a cumplir la voluntad de Dios en el mundo. Nosotros somos esa voluntad de Dios que Jesús quería y pedía.

La voluntad de Dios es nuestra misión para nuestra vida personal y para el mundo ente-ro que Dios ha creado: ¡Que se haga tu voluntad lo mismo que en el cielo, así en la tierra!

6. No es ningún fanatismo el pedir con alma y vida que la Voluntad de Dios sea la ley

que gobierne el mundo. Ciertamente que el mundo va por otros derroteros, pero, porque la gran mayoría vaya por el camino ancho, eso no prueba que ese sea el camino de la humani-dad.

Al escribir esta homilía en vísperas de que el Papa va emprender la visita a su tierra pa-tria, Alemania, donde va a estar del 22 al 25 de este mes de septiembre, me viene a la mente lo que es el eslogan de esta visita: Donde está Dios, ahí está el futuro. El sábado pasado, en la radio-televisión alemana, saludaba el Papa a su país. Les explicaba los sitios donde va a estar y por qué y para qué. Y añadía: “Todo esto no es turismo religioso, y todavía menos un “show”. De lo que se trata, lo dice el lema de estos días: Donde está Dios, ahí hay futu-

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ro. Debería tratarse del hecho de que Dios vuelva a nuestro horizonte, este Dios tan a me-nudo totalmente ausente, a quien sin embargo necesitamos tanto.

Quizás me preguntaréis: ¿Pero Dios, existe? Y si existe, ¿se ocupa verdaderamente de nosotros? ¿Podemos nosotros llegar hasta Él? Sí, es verdad: no podemos poner a Dios sobre la mesa, no podemos tocarlo como un utensilio o tomarlo en la mano como un objeto cual-quiera. Debemos desarrollar de nuevo la capacidad de percepción de Dios, capacidad que existe en nosotros...” El Papa, Joseph Ratzinger, no va a su tierra como un ilustre alemán. Va sencillamente como un mensajero de Dios, que tiene una palabra que decir. Tendrá que hablar con sumo respeto y consideración para con todos – y ese es su estilo – pero tiene que decir lo que el Espíritu de Dios, tras sincera meditación, pone en sus labios. El Papa hablará de Dios. Decía: “Por eso, en estos días queremos empeñarnos para volver a ver a Dios, para volver nosotros mismos a ser personas por las que entre en el mundo una luz de la esperan-za, que es luz que viene de Dios y que nos ayuda a vivir”.

Dios es el horizonte, el tema, el futuro. Y la voluntad de Dios es la obra a la que el hombre está emplazado.

Terminemos, pues, hermanos, con las palabras de la oración del Señor: “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. Amén.

Puebla, 20 septiembre 2011.

Dos hijos había Canción espiritual para vivir en verdad

(sobre Mt 21,22-32)

Estribillo

Dos hijos había: el bueno y el malo; el bueno con halo, mas no obedecía

Estrofas

1. Bonita apariencia, corteses modales,

mas no son señales de buena conciencia. Que no es el que dice:

Jesús mi Señor, sino el pecador.

¡perdón, mal lo hice!

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2. No hay cosa más bella que andar en verdad, tomar la humildad por guía y estrella. Y ser el que soy

por dentro y por fuera, y al ver mi manera sabrán dónde voy.

3. Que al verme la cara

contemplen ni alma, mi pena o mi calma como en agua clara. Yo busco anhelante al Dios que está ahí;

si vienes a mí no te desencante.

4. Que el sí sea sí,

por gracia y huy firme y al punto de irme...,

diré: lo cumplí.

Que el no sea no muy claro y valiente,

y diga obediente: Jesús me ayudó.

5. Jesús, en tus manos,

la vida es verdad, la sinceridad

fulgor de cristianos.

Tu rostro piadoso me abra el paraíso, que ya lo diviso, misericordioso.

Puebla, 20 septiembre 2011

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97. Coloquio con san Mateo Fiesta de san Mateo

Mateo 9,9-13 1. Hoy he amanecido con san Mateo, y he hablado con él. Y en unos versos sencillos, como un canto de juglares, le he ido diciendo:

A darte gracias, Mateo, se presenta este escribano, por tu Evangelio precioso

que acaricio con mis manos. Hoy tenemos Internet,

Evangelio en luz contado, más cerca de las estrellas,

más dentro de los humanos. En la asamblea litúrgica por siglos privilegiado, el más leído de todos

y por todos escuchado. Para un Sínodo evangélico nos sentimos convocados

dispuestos, nuevos apóstoles, a seis nuevos escenarios. El Verbo de ayer y hoy,

el eterno y siempre amado, nueva pasión ha encendido

para poder proclamarlo. “Sígueme”, dijo a tus ojos;

“Sígueme” y se hizo el milagro. “Sígueme”, me está diciendo: pues me voy tras de sus pasos.

2. El Papa Benedicto XVI convocó la Asamblea del Sínodo para orar y dialogar

en torno a la “nueva evangelización”. El Sinodo será celebrado en Roma en octubre de 2012.

Qué decimos al hablar de nueva evangelización, que es también evangelización nueva. El documento enviado a los Obispos, y que la Santa Sede nos suministra en Internet (vatican.va), las “Directrices” ( o Lineamenta, así llamado en latín) para

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iniciar el diálogo, se detiene en describir ampliamente en aclarar qué es lo que se significa con este concepto:

“5. ...El Papa Juan Pablo II recurre a esta expresión para hacer de ella un instru-

mento de intrepidez; la introduce como un medio de comunicación de energías en vista de un nuevo fervor misionero y evangelizador. A los Obispos de América Lati-na se dirige así: «La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de re-evangelización, pero sí de una evangeli-zación nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».[Haití, marzo 1983] No se trata de hacer nuevamente una cosa que ha sido mal hecha o que no ha funcionado, de modo que la nueva acción se convierta en un juicio implícito sobre el desacierto de la primera. La nueva evangelización no es una reduplicación de la primera, no es una simple repetición, sino que consiste en el coraje de atreverse a transitar por nuevos senderos, frente a las nuevas condiciones en las cuales la Iglesia está llamada a vivir hoy el anuncio del Evangelio. El Continente latino-americano se encontraba llamado, en aquel período, a hacer frente a nuevos desafíos (la difusión de la ideología comunista, la aparición de las sectas). La nueva evangelización es la acción que sigue al proceso de discernimiento con el cual la Iglesia en América La-tina está llamada a leer y evaluar la situación en la cual se encuentra”.

3. Y luego se exponen los seis nuevas escenarios que aparecen en el panorama

muna los que debemos llevar testimonio y palabra del Evangelio: 1. “El primero de ellos es el escenario cultural de fondo. Nos encontramos en una

época de profunda secularización, que ha perdido la capacidad de escuchar y de comprender la palabra evangélica como un mensaje vivo y vivificador”.

2. Junto a este primer escenario cultural, podemos indicar otro, más social: el gran fenómeno migratorio, que impulsa cada vez más a las personas a dejar sus países de origen y vivir en contextos urbanizados, modificando la geografía étnica de nues-tras ciudades, de nuestras naciones y de nuestros continentes”.

3. “Esta profunda mezcolanza de culturas es el fondo sobre el cual actúa un tercer escenario, que está marcando en modo cada vez más determinante la vida de las per-sonas y la consciencia colectiva. Se trata del desafío de los medios de comunica-ción social, que hoy ofrecen enormes posibilidades y representan uno de los grandes retos para la Iglesia”.

4. “Un cuarto escenario que marca con sus cambios la acción evangelizadora de la Iglesia es el económico”.

5. “Un quinto escenario es el de la investigación científica y tecnológica”. 6. “Un sexto y último escenario es el de la política”.

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De todo ello se habla con amplitud, y por honestidad científica, si queremos opinar, tene-mos que ir al documento íntegro: La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana.

3. Hoy es San Mateo y tornamos a su Evangelio. las últimas líneas nos lanzan a la Misión. Dice el Señor:

“Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándolos a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,19-20).

Termina Jesús, continuamos. Es la nueva evangelización. Puebla, San Mateo 2011. Para orar en la fiesta de San Mateo, véase en Flos Sanctorum, en mercaba.org: Habla Cris-to en el libro de Mateo

Himno para la fiesta de San Mateo

1. Habla Cristo en el libro de Mateo, y del monte y del lago y de la casa

hasta nosotros llega la Noticia y el Reino de los cielos se proclama.

2. Fue al principio la vida y el anuncio

de un Maestro de límpida palabra, y luego fue la Iglesia de su sangre y vino el Evangelio tras la Pascua.

3. A un funcionario diestro en su tarea,

publicano sin méritos ni fama, lo hizo el Señor Apóstol de la Iglesia

con una sola voz y una mirada.

4. Cual padre de familia que en el arca junta a la vieja herencia su ganancia,

Mateo, fiel testigo de Israel, recoge de Jesús la nueva Gracia.

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5. Apóstol que deleitas al discípulo irradiando la luz que Cristo irradia, la Iglesia que te lee y te bendice,

bebiendo en tu Evangelio, sacia el alma.

6. ¡Oh Hijo de David y de Abraham, Nacido de María, Virgen santa,

guárdanos, tú que estás en tu asamblea, para el reino en tu vuelta deseada! Amén.

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98. "Nuestra afinidad interior con el Judaísmo"

Coloquio sobre nuestros hermanos Hebreos

1. El Papa Benedicto XVI ha iniciado hoy una visita pastoral a su tierra patria, Alema-nia. Ha ido no como el ilustre Ciudadano Ratzinger, mundialmente conocido y admirado como sabio pensador, sino como humilde Papa de la Iglesia Católica, para llevar una pala-bra de fe a sus hermanos cristianos católicos, y una palabra de amistad a quienes le han invitado y desean un encuentro con él. La visita se inicia hoy, jueves, 22 de septiembre, y se concluye el próximo domingo.

Visita profundamente anhelado por su corazón de pastor. El lema escogido suena así: “Wo Gott ist, da ist Zukunft”: Donde Dios está, allí hay un futuro(o “allí está el futuro”). Es un lema plasmado por él, tomado de una frase que dijo en una peregrinación mariana en Austria a una santuario de la Virgen (Mariazell), en enero de 2007.

Cuatro días que van a estar saturados de encuentros, discursos, homilías..., que nosotros podremos seguir y copiar, casi al minuto, desde nuestras computadoras. El banquete sucu-lento, si queremos servirnos de él, es el siguiente:

1. Ceremonia de bienvenida en el Castillo de Bellevue de Berlín (22 de septiembre de

2011) 2. Visita al Parlamento Federal en el Reichstag de Berlín (22 de septiembre de 2011) 3. Encuentro con los representantes de la comunidad judía en una sala del Reichstag

de Berlín (22 de septiembre de 2011) 4. Santa Misa en el Estadio Olímpico de Berlín (22 de septiembre de 2011 5. Encuentro con los representantes de la comunidad musulmana en el salón de recep-

ciones de la Nunciatura apostólica (Berlín, 23 de septiembre de 2011) 6. Encuentro con los representantes del Consejo de la "Iglesia Evangélica en Alema-

nia" en la sala capitular del antiguo convento de los agustinos (Erfurt, 23 de sep-tiembre de 2011)

7. Celebración ecuménica en la iglesia del antiguo convento de los agustinos (Erfurt, 23 de septiembre de 2011)

8. Vísperas marianas en la Wallfahrtskapelle (Etzelsbach, 23 de septiembre de 2011) 9. Santa Misa en la Domplatz (Erfurt, 24 de septiembre de 2011) 10.Saludo a la población en la Münsterplatz de Friburgo de Brisgovia (24 de septiembre

de 2011) 11.Encuentro con representantes de las Iglesias ortodoxas en la Hörsaal del Seminario

de Friburgo de Brisgovia (24 de septiembre de 2011) 12.Encuentro con los seminaristas en la capilla de San Carlos Borromeo del Seminario

de Friburgo de Brisgovia(24 de septiembre de 2011) 13.Encuentro con el Consejo del Comité Central de los católicos alemanes (ZDK) en la

Hörsaal del Seminario de Friburgo de Brisgovia (24 de septiembre de 2011)

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14.Vigilia de oración con los jóvenes en la Feria de Friburgo de Brisgovia (24 de sep-tiembre de 2011)

15.Santa Misa en el aeropuerto turístico de Friburgo de Brisgovia (25 de septiembre de 2011)

16.Rezo del Angelus Domini en el aeropuerto turístico de Friburgo de Brisgovia (25 de septiembre de 2011)

17.Encuentro con católicos comprometidos en la Iglesia y en la sociedad en el Konzert-haus de Friburgo de Brisgovia (25 de septiembre de 2011)

18.Ceremonia de despedida en el aeropuerto de Lahr (25 de septiembre de 2011)

Hace un año, por este mes de septiembre, el Papa estaba en Gran Bretaña. Pese a las protestas que se dieron, la dignidad, la autoridad de este hombre de Dios fue reconocida por la gran mayoría, y el éxito de este viaje – hablando con términos coloquiales – fue esplén-dido. Y cosa igual, por la gracia de Dios, esperamos que sea este viaje. Para quienes mira-mos las cosas con mirada simple e ingenua, el viaje ha de ser “gracia de Dios”, lluvia de gracias.

2. Después de haber leído al recio discurso al Parlamento, fuertemente aplaudido por los

oyentes, después de haber gustado la homilía en el estadio de las Olimpíadas (la vid y los sarmientos... donde se da una relación con Cristo, que no es “un tipo cualquiera de relación teórica, imaginaria, simbólica, sino casi me atrevería a decir, un pertenecer a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital”..., después de apreciar cosas tan bellas, centro mi atención en el encuentro que esta tarde ha tenido con la Comunidad Judía. Y como persona dedicada a las Santas Escrituras, leo con respeto y admiración, con gran gozo, y comparto, estas palabras que tomo de su alocución:

“Junto a estas encomiables iniciativas concretas, me parece que los cristianos debemos

también darnos cuenta cada vez más de nuestra afinidad interior con el judaísmo. Para los cristianos, no puede haber una fractura en el evento salvífico. La salvación viene, precisa-mente, de los Judíos (cf. Jn 4, 22). Cuando el conflicto de Jesús con el judaísmo de su tiempo se ve de manera superficial, como una ruptura con la Antigua Alianza, se acaba reduciéndolo a un idea de liberación que considera la Torá solamente como la observancia servil de unos ritos y prescripciones exteriores.

Sin embargo, el Discurso de la montaña no deroga la Ley mosaica, sino que desvela sus recónditas posibilidades y hace surgir nuevas exigencias; nos reenvía al fundamen-to más profundo del obrar humano, al corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro, donde germina la fe, la esperanza y la caridad.

El mensaje de esperanza, transmitido por los libros de la Biblia hebrea y del Antiguo Testamento cristiano, ha sido asimilado y desarrollado por los judíos y los cristianos de modo distinto. "Después de siglos de contraposición, reconozcamos como tarea nuestra el esfuerzo para que estos dos modos de la nueva lectura de los escritos bíblicos –la cristiana y la judía– entren en diálogo entre sí, para comprender rectamente la voluntad y la Palabra de Dios" (Jesús de Nazaret. Segunda parte: Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrec-ción, pp. 47-48). En una sociedad cada vez más secularizada, este diálogo debe reforzar la común esperanza en Dios. Sin esa esperanza la sociedad pierde su humanidad”.

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3. Nosotros, cristianos (católicos o cristianos de otras confesiones), dividimos la Biblia

en dos partes: Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. Obviamente esta división no tiene sentido para un Judío. La Biblia de nuestro hermanos, la Biblia hebra, las Santas Escrituras sin más tienen tres partes: Torá – Nebiím – Ketubím, es decir: La Torá – Los Profetas (co-menzando con Josué, Jueces...) – y el otro conjunto de textos sagrados reunidos bajo esta palabra: Los Escritos.

La Torá (los cinco libros que forman el “Pentateuco”) son la fuente de todo lo demás, el centro, el cimiento de la fe. Los Profetas nacen de la Torá (la Ley) y vuelven a la Torá; son los defensores y estimuladores de la Alianza de Dios, establecida en al Torá.

A lo mejor nosotros, por superficialidad e ignorancia, miramos la Torá como un conjun-to abigarrado de preceptos (hasta 613 contabilizaron los rabinos medievales). Una visión así, miope e injusta, nos cierra la hermosura de lo que contemplaron y contemplan nuestros hermanos Hebreos.

Viene Benedicto y nos dice que Jesús, en el Sermón de la Montaña, no ha derogado la Torá. ¿Cómo es eso? En realidad Jesús lo había dicho en aquella sentencia del sermónd e la Montaña: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no eh venido a abolir, sino a dar plenitud” (Mt 5,17). Y Benedicto XVI abre un poquito los secretos de esta pleni-tud las Escrituras en sus “recónditas posibilidades”.

4. Podríamos hacer una prueba con la historia de Abraham, seguida por la historia de los

patriarcas, es decir, capítulos 12 al 50 del Génesis. Esta historia de la Biblia (toledoth, en hebreo, palabra importante en el Génesis), sigue a

los “toledoth” de los orígenes. Los once primeros capítulos del Génesis – que son mitos, tradiciones, composiciones de gran poesía e increíble fuerza humana – son las estremecedo-ras respuestas a los problemas de hoy..., los eternos problemas que acompañan al hombre. ¡Pensar, por ejemplo, que el primer acto de la historia humana, cuando el hombre empieza a andar por la vida sea un asesinato...! Caín mata a su hermano Abel. ¿Estamos hablando de tiempos inverificables en lal historia o estamos hablando de hoy mismo..., de la guerra que ha acompañado a la aventura humana?

En fin, es fascinante esa historia que no se puede demostrar que existiera (son “mitos”, una forma de profecía), pero que estremecedoramente está delatando lo que hoy existe.

5. De aquella historia perdida en los orígenes del corazón humano, pasamos a una histo-

ria reciente: Abraham (¿siglo XIX antes de Cristo?), que explica la configuración de un pueblo. Es la historia de un hombre y de una familia – así está escrita, si bien mil años... después – Abraham, Isaac, Jacob, José. Si leemos en lo profundo, nos hemos de percatar de que no es tanto la historia de hombres, sino la historia de un Dios personal con los hombres. Y esto es lo maravilloso y lo que nos fascina: ¿Cómo es Dios? La respuesta nos abruma, y nos derriba... de amor. Porque ese Dios de los Patriarcas:

- Es el Dios de la Alianza, por lo mismo, el Dios del amor gratuito. - Es el Dios que habla y que se aparece; por tanto, Dios compañía perpetua e inmanente

del hombre.

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- Es el Dios de las promesas: Dios promete un hijo, una descendencia, una tierra; es de-cir, el Dios de la creación pone a disposición del hombre esas mismas riquezas que él creó y que cuida y protege.

- Es el Dios de la bendición. Siempre y para todo podemos contar con su bendición. Una lectura así de la Biblia, ¿Cómo no te va a hacer sentir entrañablemente hermano del

pueblo judío? Leemos las mismas páginas y oramos y gozamos con los mismos textos. 5. Lo que ocurre es que Jesús se ha identificado como el Hijo de la promesa y, por lo

tanto, les da un giro divino a todas las páginas de la Biblia. Nuestros hermanos hebreos no aceptan esto. No obstante, seguiremos leyendo.

Cuando Pablo, que había sido marcado pro al experiencia judía, pasó a la experiencia cristiana, discurriendo como teólogo, dio un paso de consecuencias incalculables. El pensó y expuso que el centro de los antiguos libros no hay que ponerlo en Moisés, Mediador de la Ley, sino en Abraham, primer depositario de la Promesa; léase, por ejemplo, la Carta a los Gálatas. La Promesa es superior a la Ley..., ¡y la promesa es Cristo!

Cuando uno adquiere estas perspectivas puede leer las santas Escritura y sentir que el centro de la Palabra revelada no está ubicado en Moisés, pero tampoco en Abraham, sino que, llegada la plenitud de los tiempos, el centro es Cristo. Cristo es el centro de toda la Escritura.

¡Cómo quisiera yo decirlo a un Hermano Hebreo y besar con él los santos libros de Moisés...!

El Papa decía hoy estas cosas a los Hebreos, herederos de la fe de Abraham, no con es-tas palabras: que el centro de las Santas Escrituras es... Jesús de Nazaret. El recóndito sen-tido de la Biblia, al que apunta al Torá, y el que anuncia la Profecía.

¡Ojalá podamos verlo así y amarlo hasta lo infinito! Y con toda la Comunidad Santa de Israel, yo digo: Amén. Puebla de los Ángeles (México), 22 septiembre 2011.

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99. San Pío de Pietrelcina:

Textos para el Oficio Divino y Misa

En la memoria de San Pío de Pietrelcina A todos sus devotos esparcidos por el mundo.

23 de septiembre

Memoria (Del Común de Pastores)

El padre Pío, en el siglo Francesco Forgione, nació en Pietrelcina, diócesis de Benevento, el 25 de mayo

de 1887. Entró en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos el 6 de enero de 1903; recibió la ordena-ción sacerdotal en la catedral de Benevento el 10 de agosto de 1910. El 28 de julio de 1916 pasó a San Gio-vanni Rotondo, en las estribaciones del Gárgano, donde, salvo pocas y breves interrupciones, permaneció hasta su muerte, que tuvo lugar el 23 de septiembre de 1968. La mañana del viernes 20 de septiembre de 1918, orando ante el crucifijo del coro de la vieja iglesita, recibió el don de las llagas, que permanecieron abiertas y sangrantes por espacio de cincuenta años.

En el curso de su vida, entregada únicamente al ministerio sacerdotal, inició los "Grupos de oración" y fundó un moderno hospital al que él mismo le puso el nombre de "Casa Alivio del Sufrimiento".

Oficio de lectura (Segunda Lectura)

De las cartas de San Pío de Pietrelcina (Lett. 500; 510; Epist. I, 1065; 1093 1095. Edic.1992).

Alzaré con fuerza mi voz y no desistiré

En fuerza de esta obediencia me resuelvo a manifestarle lo que sucedió en mí desde el día 5 por la tarde hasta todo el 6 del corriente mes de agosto de 1918.

Yo no soy capaz de decirle lo que pasó en este tiempo de superlativo martirio. Me ha-llaba confesando a nuestros muchachos (seminaristas) la tarde del 5, cuando de repente quedé lleno de un extremo terror a la vista de un personaje celeste que se me presenta de-lante ante los ojos de la inteligencia. Tenía en la mano una especie de arma, semejante a una lámina larguísima de hierro con una punta bien afilada y parecía que de aquella punta saliera fuego. Ver todo esto y observar que dicho personaje descarga con toda violencia el referido instrumento en el alma, fue todo una sola cosa. A punto de desvanecerme, emití un gemido; me sentía morir. Le dije al muchacho que se retirase, porque me sentía mal y no me encontraba con fuerza para continuar.

SAN PÍO DE PIETRELCINA

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Este martirio duró, sin interrupción, hasta la mañana del día 7. Yo no sé decir lo que su-frí en este período tan luctuoso. Hasta las entrañas sentía que se desgarraban y estiraban por efecto de aquel dardo; todo mi ser estaba a hierro y fuego.

¿Qué decirle con respecto a lo que me pregunta sobre cómo ha ocurrido mi crucifixión? ¡Dios mío, qué confusión y humillación experimento al tener que manifestar lo que tú has obrado en esta tu mezquina criatura!

Era la mañana del 20 del pasado mes de septiembre, estando en el coro después de la celebración de la santa misa, cuando me sentí invadido por un reposo semejante a un dulce sueño. Todos los sentidos, internos y externos, y las mismas facultades del alma, se encon-traron en una quietud indescriptible. En todo esto reinaba un total silencio en torno a mí y dentro de mí; estando así, de pronto se hizo presente una gran paz y abandono a la completa privación de todo, aceptando la propia destrucción.

Todo esto fue instantáneo, como un relámpago. Y mientras acaecía todo esto, me vi delante de un misterioso personaje, semejante a

aquél visto la tarde del 5 de agosto, con la sola diferencia de que en éste las manos y los pies y el costado manaban sangre. Su vista me aterrorizó; lo que yo sentía en mí en aquel instante, me resulta imposible decírselo. Me sentía morir, y habría muerto si el Señor no hubiera intervenido para sostener el corazón, que yo sentía que se me escapaba del pecho.

Se retira la vista del personaje y yo me vi con que manos, pies y costado estaban atrave-sados y manaban sangre. Imagine el desgarro que experimenté entonces y que voy experi-mentando continuamente casi todos los días. La herida del corazón mana asiduamente san-gre, sobre todo del Jueves por la tarde hasta el Sábado. Padre mío, yo muero de dolor por el desgarramiento y la confusión subsiguiente que sufro en lo íntimo del alma. Temo morir desangrado, si el Señor no escucha los gemidos de mi corazón y no retira de mí esta opera-ción. ¿Me concederá esta gracia Jesús, que es tan bueno?

¿Me quitará, al menos, esta confusión que yo experimento por estos signos externos? Alzaré fuerte mi voz a él y no cesaré de conjurarle, para que por su misericordia retire de mí, no el desgarro, no el dolor, porque lo veo imposible y siento que él me quiere embriagar de dolor, sino estos signos externos, que son para mí de una confusión y de una humillación indescriptible e insostenible.

El personaje del que quise hablarle en la mía precedente, no es otro que el mismo del que le hablé en otra carta mía, visto el 5 de agosto. Él sigue su operación sin descanso, con superlativo desgarro del alma. Yo siento en el interior un continuo rumor, como el de una cascada, que está arrojando siempre sangre. ¡Dios mío! Es justo el castigo y recto tu juicio, pero al fin usa conmigo de misericordia. Domine te diré siempre con tu profeta: Domine, ne in furore tuo arguas me, neque in ira tua corripias, me! (Ps 6,2; 37,1). Padre mío, ahora que todo mi interior le es conocido, no se desdeñe de hacer llegar hasta mí la palabra que me conforte, en medio de tan fiera y dura amargura.

RESPONSORIO Mt 16, 24; Hb 12, 2

V. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y * tome su cruz, y me siga. R. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y me siga. V. Cristo, en lugar del gozo que se le preponía, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia.

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R. * Tome su cruz, y me siga. V. Gloria al Padre...

ORACIÓN COLECTA Oh Dios, que has otorgado a San Pío de Pietrelcina la gracia de participar de manera espe-cial en la Pasión de tu Hijo, concédenos, por su intercesión, conformarnos con la muerte de Jesús, para ser partícipes de su resurrección. Por nuestro Señor...

(Véase abajo la oración colecta aprobada para la misa)

HIMNOS PARA LA LITURGIA DE LAS HORAS Oficio de lectura

(o común para otras horas)

El Padre Pío se definió a sí mismo como "un frate che prega", un fraile que ora. A esta frase aludimos al decir de él hermano que ama y ora. Pero el Padre Pío llevó por 50 años (1918-1958) las llagas de Cristo y ésta es su verdadera efigie: clavado en Cruz con Cristo. Fue, sobre todo, en la celebración del Santo Sacrificio de la Misa donde él vivió la Pasión del Señor. Por ello glorificamos los dones del Altísimo.

El Padre Pío consumió su vida en el confesonario. A ello apunta la segunda estrofa del himno. Al con-templar a Cristo compasivo, transmite el perdón que Cristo nos da: y entregas absolviendo la gracia del bau-tismo. El cristiano queda de nuevo santificado por el Santo Jesucristo.

Quien piensa en el Padre Pío piensa en la "Casa Sollievo della Sofferenza". Tú buscas y tú encuentras al Sufrimiento Alivio. Y siempre, detrás del humilde siervo, vemos a Jesús; aquí, detrás de aquel moderno hos-pital, al Médico divino.

La iglesia donde celebraba misa, la antigua o la nueva, está dedicada a Santa María de las Gracias. La Madre de las Gracias te guarda a su cobijo. Y él respondía a esta ternura desgranando sin pausa muchos rosa-rios cada día. Ésta es la fe de los sencillos en la Iglesia.

En la doxología, empezando por Cristo Redentor, nos elevamos al Padre y al Espíritu, que es el Aura del principio. A la santa Trinidad ascienda amor y gloria por siglos infinitos.

1.Humilde padre Pío, clavado en Cruz con Cristo, hermano que ama y ora y ofrece el Sacrificio: en ti glorificamos los dones del Altísimo. 2. Tu corazón contempla al Hijo compasivo, y entregas absolviendo la gracia del Bautismo: por ti decimos gracias al Santo Jesucristo. 3. Amigo de dolientes, que son tus preferidos, tú buscas y tú encuentras

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al Sufrimiento Alivio: en ti reconocemos al Médico divino. 4. La Madre de las Gracias te guarda a su cobijo. Y tú vas desgranando sin pausa tus cariños: en ti la Iglesia siente la fe de los sencillos. 5. A Cristo Redentor, que a amar al hombre vino, al Padre que lo envía y al Aura del principio ascienda amor y gloria por siglos infinitos. Amén.

Laudes

“Un reclinatorio, un altar, un confesonario”, ésta es la vida y carisma del Padre Pío (Alessandro da Ri-pabottoni).

Para cantar a Cristo Redentor en los Laudes matutinos por su siervo Pío de Pietrelcina, miramos esas ma-nos que un día fueron llagadas ante el crucifijo, orando en el reclinatorio, después de haber celebrado la Euca-ristía (20 septiembre 1918), y que se hicieron fuente de gracia absolviendo en el confesonario. Desde entonces las llagas que llevaba por dentro, le acompañaron toda la vida, 50 años, hasta la víspera de su muerte (23 septiembre 1968).

Todo arranca de la Cruz pascual, que ha hundido sus raíces en el fecundo huerto de la Iglesia. Esas llagas son la vida del Padre Pío. Él se sintió llamado a una “grandísima misión”; él, efigie de Jesús Crucificado, fue asociado a la obra redentora de Cristo. Por ello, en ti glorificamos al Amado, que a su misión de amor te abrió la puerta.

El Padre Pío, con su diestra alzada en sacramento, ha dejado fluir el río vivo de la gracia, acogiendo y perdonando. Recordamos a Jesús que vio a los ángeles celebrando fiesta ante el trono de Dios por un pecador que se convierte.

En la doxología nos atrevemos a llamar a Jesús Sangre de tu Padre, porque el amor infinito del Padre latía en la Sangre del Hijo. Glorificamos a Cristo Redentor, misericordia desbordada de Dios, que con sus llagas gloriosas de Pascua es la vida de la nueva creación.

La Cruz pascual ha hundido sus raíces en el fecundo huerto de la Iglesia; con sangre de Jesús está regado y brotan rojas rosas y azucenas. Las cinco heridas, fuentes del Espíritu, nos dicen que Dios ama con sus venas; metido en esas llagas alguien sufre

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y en él se quedan dentro y fuera impresas. Efigie de Jesús Crucificado, herido padre Pío, don y ofrenda, en ti glorificamos al Amado que a su misión de amor te abrió la puerta. Un río vivo fluye de tus manos a quien, buscando a Cristo, a ti se acerca, y por tu diestra alzada en sacramento los ángeles de Dios celebran fiesta. ¡Oh buen Jesús, oh Sangre de tu Padre, en El la gratitud y gloria sea, a ti, misericordia desbordada, que en tus gloriosas llagas nos recreas! Amén.

Vísperas

En la hora de la tarde brillan los misterios vespertinos: la Eucaristía y la muerte de Jesús. Contemplamos a Jesús muriendo: holocausto en obediencia. La cruz es el altar del mundo. Contemplamos al pecador - a mí - a quien se le abre el Paraíso, al alzarlo Jesús hasta su Cruz y hasta el triunfo de su resurrección.

En esta escena se anuncia ya el futuro. Ésta es la imagen del Señor en la que debemos encuadrar al Padre Pío al iniciar las Vísperas. Recordamos en este himno al Padre Pío como víctima de amor - así se había ofrecido al Señor - y recor-

damos aquellas expresiones suyas que lo definen en su misión de intercesor, unido a Jesús: "Puedo olvidarme de mí mismo, pero no de mis hijos espirituales. Incluso puedo asegurar que, cuando el Señor me llame, yo le diré: Señor, yo me quedo a la puerta del Paraíso; entraré cuando haya entrado mi último hijo".

La hora de la tarde nos está evocando el cielo, pero el cielo que ha alcanzado la cruz de Jesucristo.

El Hijo es holocausto de obediencia sobre el altar del mundo, y se abre el Paraíso al pecador, alzado por tu Cruz hasta tu triunfo. En esta tarde ungida por tu gracia se anuncia ya el futuro, oh Cristo, Sacerdote en el Calvario, abrázanos a ti cual hijos tuyos. Tu víctima de amor, tu siervo Pío, oraba por los suyos; y estar allí en la puerta te pedía, en tanto que no viera entrar al último.

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Jesús orante, oh toda bendición y sacrificio augusto, concédenos ser hostia y alabanza y con san Pío estar contigo juntos. Divina Trinidad de cielo y tierra, presente en nuestro culto, oh gloria y luz-misterio de la Iglesia, en ti sea el amor y el gozo sumo. Amén.

NOTA - Estos Himnos no han sido presentados para una aprobación oficial. Los demás textos han de ser controlados con las versiones concedidas para la Orden; véase con detalle en Analecta OFMCap.

ANTÍFONA DE ENTRADA Cf. Dn 3,84.87 Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor; Santos y humildes de corazón, alabad a Dios. ORACIÓN COLECTA Dios omnipotente y eterno, que, con gracia singular, concediste al sacerdote san Pío participar en la cruz de tu Hijo y, por medio de su ministerio, has renovado las maravillas de tu misericordia: concédenos, por su intercesión, que, unidos constantemente a la pasión de Cristo, podamos llegar felizmente a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo... PRIMERA LECTURA (Cuando se celebra como solemnidad)

La verdadera sabiduría Lectura de la profecía de Jeremías 9, 22 23

Así dice el Señor: "No se gloríe el sabio de su saber, no se gloríe el soldado de su valor, no se gloríe el rico de su riqueza; quien quiera gloriarse, que se gloríe de esto:

MISA DE SAN PÍO DE PIETRELCINA

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de conocer y comprender que soy el Señor, que en la tierra establece la lealtad, el derecho y la justicia y se complace en ellos".

Palabra de Dios. SALMO RESPONSORIAL 15 1 2a y 5.7 8.11 V/. Tú eres, Señor, mi heredad. R/. Tú eres, Señor, mi heredad. V/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. Yo digo al Señor: "Tú eres mi bien". El Señor es el lote de mi heredad y mi cáliz, mi suerte está en tu mano. R/. V/. Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. R/. V/. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha. R/. SEGUNDA LECTURA

Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 6,14 18

Hermanos: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.

Pues lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, sino una criatura nueva. La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma;

también sobre el Israel de Dios. En adelante, que nadie me venga con molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las mar-

cas de Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén. Palabra de Dios.

ALELUYA Cf. Mt 11,25 Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del reino a la gente sencilla.

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EVANGELIO Has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 11, 25 30

En aquel tiempo, exclamó Jesús: "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los

sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.

Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro. des-canso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera".

Palabra del Señor. ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Acoge, Señor, los dones que te presentamos en memoria de san Pío y haz que, participando en estos santos misterios, merezcamos obtener los frutos salvíficos de la redención. Por Jesucristo nuestro Señor. PREFACIO Seguir a Cristo mediante el sacrificio y la cruz En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, Por Cristo nuestro Señor. Tú has puesto en el corazón de san Pío el fuego de una tan ardiente caridad hacia Cristo, que, unido a su pasión, lo ha seguido con amor perseverando hasta la cruz y a los hermanos, afligidos por sufrimientos en el cuerpo y en el alma, revelase incesantemente la divina misericordia. Por eso, unidos a la multitud de los Ángeles y de los Santos, cantamos sin cesar el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo... ANTÍFONA DE COMUNIÓN Is 61,1 2

El Señor me ha enviado

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para dar la buena noticia a los que sufren, para proclamar el año de gracia del Señor.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN Señor, que nos alimentas con el sagrado banquete, haz que, siguiendo siempre las huellas de san Pío, te sirvamos con dedicación plena y trabajemos con caridad incansable hacia todos. Por Jesucristo nuestro Señor. Publicado por Fr. Rufino Ma. Grández, OFMCap

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100. Ha pasado Juan Pablo – La sangre de Juan Pablo

Rima espiritual al venerar el paso del Beato Juan Pablo II por Puebla de los Ángeles

Ayer (sábado 24 de septiembre de 2011) el beato Juan Pablo estuvo en el Seminario de

Puebla. Se juntaron dos Beatos, el que hace 367 fundó este Seminario (22 agosto 1644), no en este lugar, sino en lo que es el Centro de la ciudad, Beato Juan de Palafox y Mendoza (Fitero 1600 – Burgo de Osma 1659), y el que el día 28 de enero de 1979 estuvo aquí reunido con los Obispos de América Latina en la III Conferencia del Episcopado Latinoa-mericano (III CELAM).

El Papa comenzaba el discurso inaugural de la Conferencia con estas palabras: “Esta hora que tengo la dicha de vivir con vosotros, es ciertamente histórica para la Iglesia en América Latina. De esto es consciente la opinión pública mundial, son conscientes los fie-les de vuestras Iglesias locales, sois conscientes sobre todo vosotros que seréis protagonis-tas y responsables de esta hora.

Es también una hora de gracia, señalada por el paso del Señor, por una particularísima presencia y acción del Espíritu de Dios. Por eso hemos invocado con confianza a este Espí-ritu, al principio de los trabajos. Por esto también quiero ahora suplicaros como un hermano a hermanos muy queridos: todos los días de esta Conferencia y en cada uno de sus actos, dejaos conducir por el Espíritu, abríos a su inspiración y a su impulso; sea El y ningún otro espíritu el que os guíe y conforte”.

Y lo terminaba de este modo: “El futuro está en las manos de Dios, pero, en cierta ma-nera, ese futuro de un nuevo impulso evangelizador, Dios lo pone también en las vuestras. "Id, pues, enseñad a todas las gentes" [Mt. 28, 19]”.

El Papa había sido elegido en octubre del año anterior, y este fue su viaje misionero número 1 de los 104 que pudo realizar, fuera de Italia. (El itinerario fue: República Domi-nicana, México y Bahamas. 25-enero- 11 feberero-1979).

El Beato Juan Pablo II está haciendo un recorrido por todas las diócesis de México. Aquí, en Puebla, ha estado dos días, el 23 y 24 de septiembre, el primero de ellos en la Ca-tedral; el segundo, desde las 12 de la noche, en el Seminario. Me informo en la Oficina de prensa de la Arquidiócesis y me dicen que calculan que cerca de 65.000 personas veneraron la reliquia en la Catedral; y unas 82.800 en el Seminario.

* * *

En esta circunstancia, el Papa, que estuvo cinco veces en México, viene como compañía

espiritual. Por buena mayoría de los fieles devotos, el Papa, muy querido, viene sin más..., no pre-

cisamente para ver si con su paso se va resolviendo el trágico flagelo que México está pa-deciendo por la guerra del narcotráfico...

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A algunos – incluso muy devotos – la sorprendente reliquia de la sangre, puede retraer-les... Se trata, al fin, de actos devocionales a los que a nadie se puede obligar. Para mejor opinar es bueno tener la información oficial que dio la Santa Sede sobre esta singular reli-quia.

COMUNICADO DE LA SALA DE PRENSA DE LA SANTA SEDE SOBRE LA RE-

LIQUIA DEL BEATO JUAN PABLO II QUE SERÁ EXPUESTA QUE SERÁ EXPUES-TA EN LA CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN

La reliquia que será expuesta a la devoción de los fieles con ocasión de la beatificación

del Papa Juan Pablo II es un pequeño frasco de sangre, que forma parte del preciosa relica-rio mandado preparar especialmente por la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Su-mo Pontífice.

Se debe explicar brevemente, pero con precisión, el origen de esta reliquia. En los últimos días de la enfermedad del Santo Padre, el personal médico realizó una

toma de sangre para que estuviera a disposición del Centro de Transfusión de sangre del Hospital Niño Jesús (Bambino Gesú), con vistas a una eventual transfusión. Este centro, dirigido por el prof. Isacci, era a la sazón responsable de este servicio médico para el Papa. Sin embargo, después no hubo ya transfusión alguna, y se tomó la sangre almacenada en cuatro pequeñas cápsulas (probetas).

Dos de ellas fueron puestas a disposición del secretario privado del Papa Juan Pablo II, el cardenal Dziwisz, mientras que las otras dos permanecieron en el Hospital del Niño Je-sús, fielmente conservadas por las Hermanas del Hospital. Con motivo de la beatificación dos de estas cápsulas han sido colocadas en dos relicarios. El primero será expuesto a la veneración de los fieles con ocasión de la ceremonia de beatificación del 1 de mayo, y lue-go será conservado en el "Sacrario" que tiene a su custodia la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, junto con otras reliquias importantes. La segunda será de-vuelta al Hospital del Niño Jesús, cuyas hermanas ya habían guardado fielmente la preciosa reliquia en los años pasados.

La sangre se halla en estado líquido, un hecho que se explica por la presencia de una sustancia anticoagulante que estaba presente en las probetas en el momento de la extrac-ción.

* * *

Al escribir una rima como motivo de este evento quiero dejar constancia, sobre todo, de

la Misa de ayer tarde en la cancha del Seminario. ¿Cuántos fieles habría? Lo ignoro, ni sé calcular. Me dicen que 8.000 personas...

Eran, en su gran mayoría, gentes sencillas. Aunque también – de propio impulso, no en representación oficial – se podía ver al Alcalde de esta gran Ciudad con su familia...; gentes sencillas, como años antes, cuando el Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara, eran las gentes que yo vi en la procesión con el Santísimo por la calle. El Espíritu del Señor era una presencia cálida.

Personalmente me emocionó cuando, con bastantes otros sacerdotes, distribuí la Sagra-da Comunión, abriéndome paso entre la multitud que se apretaba: cómo levantaban la mano

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pidiendo, pidiendo..., sí, el Pan de vida. Y yo pensaba: ¡Esto es comulgar! ¡Para esto nos ha traído la sangre del Beato Juan Pablo II!

Vaya, pues, esta rima – sencillo romance castellano – evocando el paso de Juan Pablo II por el Seminario Palafoxiano de Puebla de los Ángeles.

Rima espiritual al venerar el paso del Beato Juan Pablo II por Puebla de los Ángeles

I

Memoria Aquel veintiocho de enero

– que está en el nido del alma, treintaidós años cumplidos –

Juan Pablo II Papa, de pocos meses electo, a América abría alas, México de Guadalupe en su ruta figuraba,

inicida en las Antillas. Vino a Puebla engalanada, para estar con los Obispos

que en Conferencia se hallaban. Y se hizo más pontificio el Pontificio que llaman

Seminario conciliar que Palafox lo fundara.

Por esta puerta pasó y subió hasta la terraza,

que no te engañan las fotos, si tú quieres contemplarlas.

Para jamás olvidarlo le han levantado una estatua,

y quien llega al Seminario siente que un Papa le abraza.

II

Misa votiva Hoy vuelve y vuelve distinto de aquel aire de su marcha,

que viene con la aureola que desde el cielo le irradia.

Es el Beato Juan Pablo, con Misa a él dedicada;

bajo el cielo celebrábamos

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y el Obispo predicaba. Se juntaban dos Beatos,

juntos los dos se abrazaban, y los dos en nuestras voces

a Cristo glorificaban, y los dos cabe el altar,

los dos por la misma Causa: Palafox, el Fundador

siglos atrás de esta Casa y Juan Pablo que anteayer

con gozo aquí se hospedaba.

III Veneración

He visto aquí gente humilde con qué fervor comulgaba, con qué hambre de Jesús la mano derecha alzada; si ellos hubieran sabido cómo mi alma gozaba... cuando del vaso sagrado la santa Hostia entregaba. Y entretanto el Papa santo

en su efigie reposaba; el cuerpo plasmado en cera

con vestiduras sagradas; y en una cruz sobre el pecho su propia sangre guardada.

Ochenta mil visitantes.. en el día circulaban

y ya para despedirlo, cuando la noche se entraba,

“Amigo..., amigo...” cantaban, como a Juan Pablo gustaba.

Puebla de los Ángeles, domingo 25 septiembre 2011.

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