ludlum robert-el protocolo sigma

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Robert Ludlum El Protocolo SigmaResumen: El banquero norteamericano Ben Hartman llega a Zrich para pasar unas vacaciones en la nieve, invitado por un cliente que adems quiere presentarle a su muy atractiva nieta. Y la fiesta parece completa cuando, en la puerta del hotel, se encuentra con Jimmy Cavanaugh, un viejo amigo de la universidad. El problema es que Jimmy lleva una pistola en la mano, y su objetivo parece no ser otro que el propio Ben... Mientras tanto, la agente del Departamento de Justicia de Estados Unidos Anna Navarro est a punto de realizar un descubrimiento de los ms inquietante: la muerte de once hombres de un extremo a otro del globo est relacionada con una misteriosa palabra en clave, Sigma, cuyas races se hunden en tiempos de la segunda guerra mundial. Pero justo entonces sus jefes deciden retirarla del caso y sabotear su carrera...

1 Zrich -Le puedo servir algo para beber mientras espera? El botones era un hombre compacto que hablaba ingls sin apenas acento. La placa de latn de su nombre brillaba sobre su uniforme de pao de lana verde. -No, gracias -contest Ben Hartman, esbozando una leve sonrisa. -Est seguro? Quiz un poco de t? Tal vez caf? Agua mineral? -El botones levant los brillantes ojos hacia l con la ansiosa mirada propia de alguien a quien slo le quedan unos pocos minutos para incrementar su propina de despedida-. Lamento muchsimo que su automvil se haya retrasado.

-No se preocupe, estoy bien. Ben permaneca de pie en el vestbulo del hotel St. Gotthard, un lujoso establecimiento del siglo diecinueve especializado en atender a acaudalados hombres de negocios internacionales... y reconozcamos que yo soy uno de ellos, pens Ben con socarronera. Ahora que ya haba pagado la cuenta del hotel, se pregunt con aire ausente si no convendra darle una propina al botones para que no le llevara las maletas, no siguiera todos sus movimientos unos cuantos pasos a su espalda como una novia bengal, no le ofreciera incesantes disculpas por el hecho de que el vehculo que tena que llevarle al aeropuerto todava no hubiera llegado. Los hoteles de lujo de todo el mundo se enorgullecan de prestar semejantes atenciones, pero Ben, que viajaba con mucha frecuencia, inevitablemente las encontraba entrometidas y profundamente irritantes. Se haba pasado mucho tiempo tratando de salir del capullo, verdad? Pero, al final, el capullo -los rancios rituales de los privilegios- haba ganado la partida. El botones ya lo tena bien fichado: otro rico y mimado norteamericano. Ben Hartman tena treinta y seis aos, pero aquel da se senta mucho ms maduro. No era slo el jet lag, a pesar de que haba llegado de Nueva York la vspera y todava experimentaba aquella extraa sensacin de dislocacin. Era algo relacionado con el hecho de volver a encontrarse en Suiza: en das ms felices haba pasado mucho tiempo all, esquiando demasiado rpido, circulando demasiado rpido, sintindose como un espritu salvaje entre sus impasibles ciudadanos tan respetuosos con las normas. Pens que ojal pudiera recuperar aquel espritu, pero no poda. Llevaba sin visitar Suiza desde que su hermano Peter -su gemelo idntico- haba sido asesinado all cuatro aos atrs. Ben tema que el viaje le revolviera los recuerdos, pero nada de eso haba ocurrido. Ahora comprenda el error que haba cometido al regresar. Nada ms llegar al aeropuerto de Kloten, se haba sentido aturdido, dominado por la emocin, la clera, el dolor y la soledad. Pero se guardara mucho de dejarlo traslucir. Haba hecho un pequeo negocio la vspera y esta maana tena prevista una cordial reunin con el doctor Rolf Grendelmeier, del Union Bank of Switzerland. Huelga decir que haba que mantener contentos a los clientes; una calurosa acogida formaba parte del trabajo. Si tena que ser sincero consigo mismo, eso era el trabajo, y a veces Ben experimentaba un sobresalto al ver la facilidad con la cual se haba introducido en el papel, el del nico hijo superviviente del legendario Max Hartman, el presunto heredero de la fortuna de la familia y del cargo de presidente de la Hartman Capital Management, la empresa valorada en varios miles de millones de dlares fundada por su padre. Ahora Ben posea todos los atributos propios de las finanzas internacionales: el armario lleno de trajes Brioni y Kiton, la sonrisa fcil, el firme apretn de manos y, por encima de todo, la mirada: serena, tranquila, consciente. Era una mirada que transmita responsabilidad, confianza y sagacidad y que, ms a menudo de lo que pareca, ocultaba un mortal aburrimiento. Sin embargo, no haba viajado a Suiza para hacer negcios. Desde Kloten, un pequeo avin lo trasladara a St. Moritz para pasar unas vacaciones esquiando en compaa de un anciano cliente extremadamente rico, la esposa de ste y su guapa -o eso se deca- nieta. La manera en que el cliente le apret el brazo fue jovial pero persistente. ste era uno de los inconvenientes de ser un apuesto y acaudalado joven sin compromiso en Manhattan; sus clientes siempre trataban de emparejarlo con sus hijas, sus nietas o sus primas. Resultaba difcil decir que no con educacin. Pero de vez en cuando conoca a alguna mujer cuya compaa le encantaba. Nunca se saba. En cualquier caso, Max quera que le diera nietos.

Max Hartman, el filntropo y el terror de sus allegados, el fundador de Hartman Capital Management. El inmigrante hecho a s mismo que haba llegado a Estados Unidos, un refugiado de la Alemania nazi con los proverbiales diez dlares en el bolsillo, haba fundado una empresa de inversiones inmediatamente despus de la guerra, y haba trabajado sin descanso hasta convertirla en la firma valorada en miles de millones de dlares que era ahora. El viejo Max, que a sus ochenta y tantos aos viva en su solitario esplendor en la localidad de Bedford, en el estado de Nueva York, segua al frente de la empresa y se encargaba de que nadie lo olvidara jams. No era fcil trabajar para el propio padre, pero lo era todava menos cuando uno tena muy poco inters por la banca de inversin, la distribucin del activo, la administracin del riesgo y todas las dems palabras tcnicas que le dejaban a uno el cerebro atontado. O cuando uno no senta el menor inters por el dinero. Lo cual era -se daba cuentaun lujo del que disfrutaban principalmente aquellos que lo tenan en exceso. Como los Hartman, con sus fondos de inversiones, sus escuelas privadas y la inmensa finca del condado de Westchester. Por no hablar de las diez mil hectreas de terreno cerca de Greenbier y todo lo dems. Hasta que el avin de Peter se estrell, Ben haba podido dedicarse a lo que realmente le gustaba: la enseanza, especialmente la enseanza a nios que casi todo el mundo haba dado por irrecuperables. Haba sido profesor de quinto curso en una escuela de una zona de Brooklyn conocida como East New York. Muchos nios eran problemticos; haba bandas, por supuesto, y siniestros chavales de diez aos tan bien armados como capos colombianos de la droga. Pero necesitaban a un profesor que se preocupara sinceramente por ellos. Ben se preocupaba y, de vez en cuando, serva para cambiarle la vida a alguien. Pero, al morir Peter, Ben se haba visto obligado a incorporarse a los negocios de la familia. Les dijo a sus amigos que era una promesa que su madre le haba arrancado en su lecho de muerte. Pero con cncer o sin l, jams le habra negado nada a su madre. Recordaba su rostro demacrado, la piel cenicienta a causa de otra tanda de quimioterapia, las manchas rojizas bajo los ojos. Era casi veinte aos ms joven que su padre y l jams haba imaginado que pudiera morir primero. Trabaja porque viene la noche, le haba dicho ella, esbozando una valerosa sonrisa. Casi todo lo dems se lo haba dicho en silencio. Max haba sobrevivido al campo de concentracin de Dachau para acabar perdiendo un hijo, y ahora estaba a punto de perder a su mujer. Cunto poda soportar un hombre, por muy poderoso que fuera? -A ti tambin te ha perdido? -le haba preguntado ella en un susurro. Por aquel entonces Ben viva a unas cuantas manzanas de distancia de la escuela en un apartamento de la sexta planta de un decrpito edificio sin ascensor donde los pasillos apestaban a orina y el linleo se desprenda de los suelos, formando volutas. Por principio, se negaba a aceptar dinero de sus padres. -Oyes lo que te estoy pidiendo, Ben? -Mis nios -contest Ben, a pesar de que en su voz ya se perciba la derrota-. Me necesitan. -l te necesita -replic ella suavemente, y as termin la discusin. As que ahora se llevaba a los grandes clientes privados a almorzar, les haca sentirse importantes, bien atendidos y halagados por el hecho de que los mimara el hijo del fundador. Con todo, sacaba algo de tiempo para trabajar como voluntario en un centro para nios con problemas al lado de los cuales sus alumnos de quinto curso parecan monaguillos. Y tambin araaba tiempo para los viajes, el esqu, el parapente, el

snowboard o el alpinismo, y para salir con toda una serie de mujeres, procurando por todos los medios no sentar la cabeza con ninguna de ellas. El viejo Max tendra que esperar. De repente, el vestbulo del St. Gotthard, todo damasco rosa y pesado mobiliario vienes, se le antoj opresivo. -Pues mire, creo que prefiero esperar fuera -le dijo Ben al botones. El hombre del uniforme de pao verde esboz una bobalicona sonrisa. -Por supuesto, seor, lo que usted prefiera. Ben sali parpadeando a la cegadora luz del medioda y ech un vistazo al trfico de peatones de la Bahnhofstrasse, la majestuosa avenida bordeada de tilos a la que se asomaban lujosos establecimientos y cafs y toda una serie de pequeas mansiones de piedra caliza, sedes de diversas organizaciones financieras. El botones se situ presuroso a su espalda con su equipaje y permaneci a la espera hasta que Ben le solt un billete de cincuenta francos y le hizo seas para que se retirara. -Ah, muchsimas gracias, seor -exclam el botones con fingida sorpresa. Los porteros le avisaran cuando apareciera su vehculo en la calzada de adoquines situada a la izquierda del hotel, pero Ben no tena ninguna prisa. La brisa del lago de Zrich resultaba refrescante tras haber pasado tanto rato en aquellas sofocantes y excesivamente caldeadas habitaciones donde el aire siempre estaba impregnado del olor del caf y de un aroma algo ms dbil pero inconfundible de humo de cigarro. Ben apoy uno de sus esques Volant Ti Supers, todava sin estrenar, en una de las columnas corintias del hotel, cerca de sus maletas, y contempl la bulliciosa atmsfera de la calle, el espectculo de los viandantes annimos. Un joven y odioso hombre de negocios relinchando contra un mvil. Una mujer obesa enfundada en una parka de color rojo empujando un cochecito infantil. Un grupo de turistas japoneses charlando animadamente. Un alto caballero de mediana edad vestido con traje de calle y con el canoso cabello recogido hacia atrs en una cola de caballo. Un repartidor con una caja de lirios y ataviado con el caracterstico uniforme negro y anaranjado de la Blmchengallerie, la elegante cadena de floristeras. Y una llamativa rubia vestida con ropa muy cara que sujetaba una bolsa de compra de Festiner's y que mir como con aire ausente en la direccin aproximada de Ben y despus lo volvi a mirar... rpidamente, pero con un destello de inters antes de apartar los ojos. Si tuviramos mundo suficiente y tiempo, pens Ben. Su mirada volvi a perderse. El ruido del trfico procedente de la Lwenstrasse, a unas cuantas decenas de metros de distancia, era constante pero llegaba amortiguado. En algn lugar cercano, un perro muy nervioso gimoteaba. Un hombre de mediana edad vestido con un blazer de un extrao tono morado, demasiado sofisticado para Zrich. Y despus vio a un hombre de aproximadamente su edad, caminando con paso decidido por delante de la Koss Konditorei. Le resultaba vagamente familiar... Muy familiar. En una reaccin tarda, Ben mir con mucho ms detenimiento. Era -poda ser- su antiguo compaero de la universidad Jimmy Cavanaugh? Una inquisitiva sonrisa se dibuj en el rostro de Ben. Jimmy Cavanaugh, a quien conoca desde su segundo curso en Princeton. Jimmy, el que viva elegantemente fuera del campus, fumaba cigarrillos sin filtro capaces de asfixiar al comn de los mortales y poda beber ms que nadie, incluso ms que Ben, que tena cierta fama al respecto. Jimmy era de una pequea localidad de la parte noroccidental del estado de Nueva York llamada Homer, y ello le proporcionaba una gran cantidad de ancdotas. Una noche, tras haberle enseado a Ben a ingerir tragos de tequila con la ayuda de bebidas ms ligeras, Jimmy lo dej casi sin resuello con sus historias acerca de un deporte de su ciudad llamado el derribo de las vacas. Jimmy era

alto, taimado y mundano, tena un inmenso repertorio de travesuras, un ingenio muy rpido y una labia increble. Y, por encima de todo, pareca ms vivo que casi todos los dems chicos que Ben conoca: los preprofesionales de manos pegajosas intercambindose consejos acerca de los exmenes de ingreso para la facultad de Derecho o las escuelas de estudios empresariales, los presuntuosos estudiantes de francs con sus cigarrillos aromatizados con especias y sus bufandas negras, los enfurruados casos perdidos para quienes la rebelin consista en un bote de tinte verde para el cabello. Jimmy pareca mantenerse al margen de todo aquello, y Ben, que envidiaba su sencilla soltura, se senta complacido e incluso halagado por su amistad. Tal como suele ocurrir, ambos haban perdido el contacto despus de la universidad; Jimmy se fue a hacer algo en la Escuela del Servicio Diplomtico de Georgetown y Ben se qued en Nueva York. Ninguno de ellos echaba demasiado de menos la universidad, y despus, el tiempo y la distancia hicieron el resto. Sin embargo, pensaba Ben, Jimmy Cavanaugh era probablemente una de las pocas personas con las cuales le apeteca charlar justo en aquel momento. Jimmy Cavanaugh -estaba claro que era Jimmy- se encontraba ahora lo bastante cerca como para que Ben pudiera ver que vesta un costoso traje bajo una trinchera de color beige, y que fumaba un cigarrillo. Su complexin haba cambiado: ahora tena los hombros ms anchos. Pero era Cavanaugh con toda seguridad. -Dios mo -dijo Ben en voz alta mientras andaba Bahnhofstrasse abajo en direccin a Jimmy al acordarse de sus Volants, que no quera dejar sin vigilancia, tanto si haba portero como si no. Recogi los esqus, se los ech al hombro y se acerc a Cavanaugh. El cabello pelirrojo estaba ms descolorido y tena entradas, el rostro antao pecoso presentaba unas cuantas arrugas, vesta un traje de Armani de dos mil dlares, y qu demonios estaba haciendo en Zrich? De repente, los ojos de ambos se cruzaron. Jimmy esboz una ancha sonrisa y avanz con paso decidido hacia Ben, alargando un brazo mientras mantena la otra mano en el bolsillo de la trinchera. -Hombre, Hartman -grazn Jimmy a unos cuantos metros de distancia-. Hola, to, cunto me alegro de verte! -Vaya, pero si eres t! -exclam Ben. Justo en aquel momento Ben se sorprendi al ver un tubo metlico asomando de la trinchera de su viejo amigo, un silenciador, comprendi entonces, con la boca apuntndole directamente a la altura de la cintura. Deba de ser una broma, el bueno de Jimmy se pasaba la vida haciendo cosas por el estilo. Sin embargo, mientras Ben levantaba las manos y esquivaba una bala imaginaria, vio cmo Jimmy Cavanaugh desplazaba ligeramente la mano derecha, efectuando los inequvocos movimientos del que aprieta un gatillo. Lo que ocurri a continuacin dur una dcima de segundo y, sin embargo, el tiempo pareci avanzar en cmara lenta hasta casi detenerse. Tomando una brusca decisin, Ben se baj los esqus del hombro derecho describiendo con ellos un arco cerrado, tratando de anular el efecto del arma y golpeando simultneamente el cuello de su viejo amigo con todas sus fuerzas. Un instante despus -o fue tal vez en el mismo instante?-, oy la detonacin y experiment una spera rociada en la nuca en el momento en que una bala muy autntica destrozaba la luna del escaparate de una tienda situada a pocos pasos de distancia. Eso no poda estar ocurriendo! Pillado por sorpresa, Jimmy perdi el equilibrio y lanz un grito de dolor. Mientras tropezaba y caa al suelo, alarg una mano para agarrar los esqus. Una mano. La

izquierda. Ben tuvo la sensacin de haber tragado hielo. El instinto de adelantarse a los acontecimientos es muy fuerte cuando uno tropieza: uno alarga ambas manos y suelta la maleta, la pluma, el peridico. Haba pocas cosas que uno no soltaba... pocas cosas que uno segua agarrando al caer. El arma era autntica. Ben oy que los esqus matraqueaban ruidosamente sobre la acera, vio un hilillo de sangre en la parte lateral del rostro de Jimmy, vio a Jimmy tratando de recuperar el equilibrio. Entonces Ben se inclin hacia delante y, en un veloz arranque, ech a correr calle abajo. El arma era autntica. Y Jimmy la haba disparado contra l. El camino de Ben estaba obstaculizado por la muchedumbre de compradores y hombres de negocios que se dirigan presurosos a sus citas para almorzar y, mientras l se abra paso tortuosamente a travs de la gente, choc con varias personas que protestaron a gritos. Pero l sigui adelante corriendo como jams haba corrido, zigzagueando con la esperanza de que la trayectoria irregular lo convirtiera en un blanco esquivo. Qu demonios estaba ocurriendo? Aquello era una locura, una locura absoluta! Cometi el error de volverse a mirar hacia atrs mientras corra, con lo que aminor el ritmo, con el rostro ardiendo ahora como una antorcha ante un antiguo amigo que, por alguna insondable razn, pareca dispuesto a matarlo. De pronto, a medio metro de distancia, la frente de una joven estall en una bruma rojiza. Ben emiti un horrorizado jadeo. Santo cielo! No, no era posible que aquello estuviera ocurriendo, aquello no era verdad, era una estrambtica pesadilla... Cuando una bala penetr en la fachada de mrmol del estrecho edificio de oficinas por delante del cual pasaba corriendo, vio una dispersin de pequeos fragmentos de piedra. Cavanaugh se haba levantado y estaba corriendo, ahora apenas a quince metros por detrs de l, y, a pesar de que tena que disparar a la carrera, su puntera segua siendo desalentadoramente buena. Sigue intentando matarme, no, mejor dicho, me va a matar... Ben hizo una sbita finta a la derecha y despus se desplaz bruscamente a la izquierda, pegando un brinco. Ahora corra con todas sus fuerzas. En el equipo de atletismo de Princeton l era corredor de ochocientos metros y ahora, quince aos despus, saba que su nica posibilidad de supervivencia consista en encontrar en s mismo una oleada de velocidad. Sus zapatillas no estaban hechas para correr, pero tendran que hacerlo. Necesitaba un destino, un objetivo claro, un punto final: sta era siempre la clave. Piensa, coo! Algo hizo clic en su cabeza: se encontraba a una manzana de distancia de la galera comercial subterrnea ms grande de Europa, un vulgar templo del consumo conocido como Shopville, situado debajo y al lado de la principal estacin ferroviaria, la Hauptbahnhof. Visualiz mentalmente la entrada, las escaleras mecnicas de la Bahnhofplatz; resultara ms rpido entrar por all y caminar por debajo de la plaza que abrirse camino corriendo entre la gente que sola abarrotar las calles en la superficie. Poda refugiarse bajo la galera. Slo un loco se atrevera a perseguirlo por all abajo. Ahora esprint, manteniendo las rodillas levantadas mientras sus pies avanzaban a grandes, suaves y fantasmagricas zancadas, volviendo a la disciplina de aquellas veloces carreras, consciente tan slo de la brisa que le acariciaba la cara. Haba despistado a Cavanaugh? Ya no oa sus pisadas, pero no poda permitirse el lujo de hacer suposiciones. Con desesperada determinacin, sigui corriendo.

La rubia de la bolsa de Festiner's cerr el minsculo mvil y se lo guard en el bolsillo de su vestido Chanel azul celeste con los plidos y brillantes labios contrados en un pequeo mohn de desagrado. Al principio, todo ocurri... bueno, con precisin cronomtrica. Tard pocos segundos en llegar a la conclusin de que el hombre que se encontraba de pie delante del St. Gotthard era un probable ligue. Tena treinta y tantos aos, el rostro anguloso y una fuerte mandbula, un rizado cabello castao salpicado de hebras grises y los ojos verde avellana. Un tipo de aspecto agradable, pens, incluso guapo; pero no tan caracterstico como para que ella hubiera podido identificarlo claramente desde aquella distancia. Pero eso no tena la menor importancia. El tirador que haban elegido podra hacer la identificacin; ya se haban encargado ellos de que as fuera. Ahora, sin embargo, las cosas parecan todo menos perfectamente controladas. El objetivo era un aficionado; no tena muchas posibilidades de sobrevivir a un encuentro con un profesional. No obstante, los aficionados la ponan nerviosa. Cometan errores irregulares e imprevisibles; su misma ingenuidad desafiaba las previsiones racionales, tal como las acciones evasivas del sujeto haban demostrado. Su insensato y prolongado intento de fuga slo servira para aplazar lo inevitable. Y, sin embargo, todo llevara su tiempo... lo nico que no les sobraba. Sigma Uno no estara contento. Consult su pequeo reloj de pulsera incrustado de piedras preciosas, sac el mvil y efectu una nueva llamada. Sin resuello y con los msculos pidiendo oxgeno a gritos, Ben Hartman se detuvo junto a las escaleras mecnicas que daban acceso a la galera, sabiendo que tena que tomar una decisin en cuestin de una dcima de segundo. 1. untergeschoss shopville, deca el letrero azul de la parte superior. Las escaleras mecnicas de bajada estaban llenas de compradores con bolsas y de simples visitantes; tendra que utilizar las escaleras mecnicas de subida, en las que haba relativamente menos usuarios. Baj violentamente, apartando a codazos a una joven pareja tomada de la mano que le bloqueaba el paso. Vio las miradas de asombro que sus acciones haban provocado, unas miradas mezcla de desconcierto y burla. Ahora ech a correr a toda velocidad a travs del espacio central de la galera subterrnea; mientras sus pies avanzaban sobre el negro suelo de caucho, lleg a experimentar una dbil sensacin de esperanza, pero entonces se dio cuenta del error que haba cometido. A su alrededor se elevaron gritos y frenticos alaridos. Cavanaugh lo haba seguido hasta all, hasta aquel espacio cerrado y restringido. En el espejo del escaparate de una joyera vio fugazmente el destello de un disparo, un estallido blanco amarillento. Inmediatamente, una bala traspas los relucientes paneles de caoba de una librera especializada en viajes, dejando al descubierto la barata plancha de fibra que haba debajo. Se produjo un tumulto generalizado. Un anciano vestido con un traje que le colgaba por todas partes se agarr la garganta a dos pasos de all y cay como un bolo, con la pechera de la camisa empapada de sangre. Ben se ocult detrs de la oficina de informacin, una ovalada estructura de vidrio y hormign de aproximadamente un metro y medio de anchura en la cual figuraba una lista de tiendas en elegantes letras blancas sobre fondo negro, una gua del comprador en tres idiomas. Una sorda explosin de cristal le revel que el recinto haba sido alcanzado. Medio segundo despus se oy un spero crujido y un trozo de hormign se desprendi pesadamente de la estructura y aterriz cerca de sus pies. A pocos centmetros! Un hombre alto y fornido, envuelto en un abrigo de pelo de camello y tocado con un airoso sombrero gris, se tambale a pocos pasos de l antes de desplomarse muerto. A

Ben le resultaba imposible distinguir las pisadas de Cavanaugh, pero, calibrando su posicin a partir del reflejo del destello de la boca del arma, comprendi que slo le quedaba un minuto antes de ser alcanzado. Situado detrs de la isla de hormign, permaneci erguido en todo su metro ochenta de estatura y mir desesperado a su alrededor, en busca de un nuevo refugio. Entre tanto, la intensidad de los gritos segua en aumento. Ms all, la galera estaba llena de gente que gritaba, lloraba histricamente, se agachaba aterrorizada y trataba de protegerse la cabeza con los brazos cruzados. A medio metro de distancia haba una escalera mecnica identificada como 2. untergeschoss. Si pudiera cubrir aquella distancia sin que le pegaran un tiro, podra alcanzar el nivel inferior. Puede que all cambiara su suerte. No poda ser peor, pens, pero despus cambi de idea al ver un charco de sangre cada vez ms grande que brotaba del hombre del abrigo de pelo de camello, abatido a pocos metros de distancia. Maldita sea, tena que pensar! No haba manera de cubrir aquella distancia a tiempo. A no ser... Alarg la mano hacia el brazo del muerto y lo acerc tirando de l. Quedaban unos segundos. Le arranc el abrigo beige y agarr el sombrero gris, consciente de las siniestras miradas que le dirigan los compradores agazapados junto a la Western Union. No haba tiempo para consideraciones. Se encogi de hombros mientras se pona el amplio abrigo y se encasquetaba el sombrero en la cabeza. Para conservar la vida, tendra que resistir el impulso de subir corriendo como una liebre la escalera mecnica del segundo nivel: haba practicado la caza lo suficiente como para saber que cualquier cosa que se moviera de manera excesivamente brusca era candidata a ser vctima de un pistolero demasiado ansioso por apretar el gatillo. En vez de eso, se levant muy despacio, se encorv y avanz tambalendose como un anciano que hubiera perdido mucha sangre. Ahora era visible y extremadamente vulnerable: la estratagema haba durado justo lo suficiente para permitirle llegar a la escalera mecnica. Mientras Cavanaugh pensara que era un simple espectador herido, no gastara otra bala con l. El corazn le martilleaba en el pecho y todo su instinto le gritaba que arrancara a correr. Todava no. Encorvado, con los hombros encogidos, avanz vacilante dando los pasos ms largos que poda dar sin despertar sospechas. Cinco segundos. Cuatro segundos. Tres segundos. En la escalera mecnica, que ya se haba vaciado de aterrorizados peatones, el hombre del ensangrentado abrigo de pelo de camello pareci inclinarse hacia adelante antes de que el movimiento de la escalera lo ocultara de la vista. Ahora! La inaccin haba sido un ejercicio agotador y cada nervio de su cuerpo se mova a sacudidas. Ben haba evitado la cada con las manos. Con todo el sigilo que pudo, baj corriendo los restantes escalones. Oy un rugido de frustracin procedente de arriba. Cavanaugh deba de estar a su espalda. Cada segundo contaba. Ben aument su velocidad, pero el segundo nivel subterrneo de la galera era un verdadero laberinto. No haba ningn otro camino recto de salida por el otro lado de la Bahnhofplatz, slo una sucesin de desvos con las anchas aceras salpicadas de quioscos de madera y cristal donde se vendan mviles, cigarros, relojes y psters: puestos interesantes para un comprador desganado, pero para l slo una carrera de obstculos. Sin embargo, reducan el campo de visin. Disminuan la posibilidad de que lo mataran desde lejos. Y por esta razn le permitan ganar tiempo. Tal vez tiempo suficiente para asegurarle lo nico que tena en la cabeza: un escudo.

Pas corriendo por delante de una borrosa sucesin de tiendas: Foto Video Ganz, Restseller Buchhandlung, Presensende Sitckler, Microspot. Kinderboutique, con su escaparate lleno de animales de peluche y rodeado por un marco de madera pintado de verde y oro con un motivo de hiedra; y el cromo y el plstico de un outlet de Swisscom... todos ellos exhibiendo alegremente sus mercancas y servicios, todos ellos carentes absolutamente de valor para l. Despus, justo a su derecha, al lado de una sucursal de un Credit Suisse/Volksbank, vio una tienda de maletas. Mir a travs del escaparate, en el que se amontonaban hasta el techo unas maletas de cuero de costados blandos... que no le servan de nada. El artculo que le interesaba estaba dentro: una maleta de gran tamao de reluciente acero. No caba duda de que el brillante revestimiento de acero era tan funcional como decorativo, pero le ira bien. Le tendra que ir bien. Mientras entraba rpidamente en el establecimiento, agarraba el artculo y sala corriendo, Ben observ que el propietario, plido y sudoroso, estaba hablando histricamente en Schweitzerdeutsch por telfono. Nadie se molest en echar a correr en pos de Ben; la noticia de aquella locura ya se haba divulgado. Ben ya se haba agenciado un escudo; pero haba perdido tambin un tiempo precioso. Al salir de la tienda de maletas vio que su escaparate se haba transformado en una telaraa de curiosa belleza, tras lo cual se desintegr en fragmentos. Cavanaugh estaba cerca, tan cerca que Ben no se atreva a mirar a su alrededor para intentar localizar su posicin. En vez de eso, corri hacia la muchedumbre de compradores que sala de Franscati, unos grandes almacenes situados a un extremo de la plaza cruciforme. Levantando en alto la maleta, Ben avanz, tropez con la pierna de alguien, recuper el equilibrio con dificultad y as perdi unos segundos preciosos. Una explosin a pocos centmetros de su cabeza: el sonido de una bala de plomo penetrando en la maleta de acero. Esta vibr en sus manos en parte a causa del impacto de la bala y en parte debido a su reflejo muscular, y entonces vio un bulto en el recubrimiento de acero que tena delante de sus ojos, como si ste hubiera sido golpeado por un martillo. La bala haba traspasado la primera capa y casi haba atravesado la segunda. Su escudo le haba salvado la vida, pero por muy poco. Todo a su alrededor se haba vuelto borroso, pero l saba que estaba entrando en el abarrotado Halle Landesmuseum. Tambin saba que la muerte todava le pisaba los talones. Montones de personas gritaban -apretujadas, encogidas, agitadas- mientras el horror, los disparos y la sangre se iban acercando. Ben se introdujo entre la desquiciada muchedumbre y fue devorado por ella. Por un instante, pareci que el tiroteo haba cesado. Arroj la maleta al suelo: haba cumplido su misin, pero ahora su lustroso metal lo convertira en un blanco demasiado fcil de identificar entre la gente. Haba terminado aquello? Se habra quedado Cavanaugh sin municin? Estara volviendo a llenar el cargador? Zarandeado por todas partes, Ben ech un vistazo a la laberntica galera en busca de una salida, un Ausgang, a travs de la cual pudiera desaparecer sin ser visto. A lo mejor lo he perdido, pens. Pero no se atreva a volver la vista hacia atrs. Ni hablar de regresar. Slo seguir adelante. En la acera que conduca a los almacenes Franscati, vio un rtulo falsamente rstico de madera oscura con unas letras doradas que decan: katzkeller-bierhalle. Colgaba por encima de un recoveco que constitua la entrada a un desierto restaurante, geschlossen, deca un letrero ms pequeo. Cerrado. Corri hacia l, camuflando su movimiento en medio del nervioso gento que apuraba el paso en aquella direccin. Cruzando la falsa arcada medieval bajo el rtulo, entr

corriendo en un espacioso comedor vaco. Unas cadenas de hierro forjado colgadas del techo sostenan unas enormes lmparas de madera; unas alabardas y unos grabados de nobleza medieval adornaban las paredes. El estilo se prolongaba en las pesadas mesas redondas toscamente labradas de acuerdo con la idea que alguien deba de tener de un arsenal del siglo XV. A la derecha del local haba una larga barra, y Ben se agach detrs de ella, jadeando ruidosamente por falta de resuello mientras trataba desesperadamente de permanecer en silencio. Tena la ropa empapada de sudor. No poda creer que el corazn le latiera tan rpido, e hizo una mueca causada por el dolor que le oprima el pecho. Dio unas palmadas a la serie de armarios que tena delante y stos sonaron a hueco. Eran de yeso barnizado y no caba esperar que detuvieran una bala. Agachado, dobl una esquina hasta llegar a un resguardado nicho de piedra donde pudo permanecer de pie y recuperar la respiracin. Mientras se inclinaba hacia atrs para apoyarse en la columna, se golpe la cabeza contra un farol de hierro forjado montado sobre la piedra. Solt involuntariamente un gemido. Despus examin el aplique que le haba herido en la parte posterior de la cabeza y vio que toda la pieza, un pesado brazo de hierro en el que estaba encajada la estructura ornamental que sostena la bombilla, se poda levantar de su soporte. La sac con un herrumbroso chirrido. La agarr con firmeza y la sostuvo contra su pecho. Despus esper, tratando de calmar los latidos de su corazn. Algo saba de la espera. Recordaba bien aquellos das de Accin de Gracias en el Greenbrier; Max Hartman insista en que sus hijos aprendieran a cazar, y Hank McGee, un anciano de White Sulfur Springs, haba recibido el encargo de ensearles. Qu dificultad poda tener?, record haber pensado: era campen de tiro al plato y tena motivos para estar orgulloso de la coordinacin entre su mano y su ojo. As se lo dijo a McGee, cuyos ojos se ensombrecieron. Usted cree que la caza tiene que ver con el tiro? Tiene que ver con la espera, le haba replicado, mirndole enfurecido. McGee tena razn, naturalmente: la espera era lo ms difcil y aquello para lo que temperamentalmente l estaba menos preparado. Cazando con Hank McGee, haba esperado en vano a su presa. Ahora la presa era l. A no ser que... en cierto modo... pudiera modificar la situacin. Al cabo de un momento, Ben oy acercarse unas pisadas. Jimmy Cavanaugh entr sigilosamente y con cuidado, mirando a uno y otro lado. El cuello de su camisa estaba sucio, desgarrado y manchado con la sangre de la herida del lado derecho de su cuello. Su gabardina tambin estaba manchada. Su arrebolado rostro presentaba una mueca de determinacin y sus ojos miraban con expresin salvaje. De veras era su amigo? En qu se haba convertido Cavanaugh en la dcada y media transcurrida desde que l lo haba visto por ltima vez? Qu lo haba convertido en un asesino? Por qu estaba ocurriendo todo aquello? En su mano derecha Cavanaugh sostena su pistola negra y azul con el tubo de veintitrs centmetros del silenciador insertado en el can. Ben, echando mano de sus recuerdos de prctica de tiro al blanco de veinte aos atrs, vio que era una Walther ppk, una calibre 32. Ben contuvo la respiracin, temiendo que sus jadeos lo delataran. Retrocedi en el recoveco, sujetando el aplique de hierro que acababa de arrancar de la pared y agachndose para que Cavanaugh no le viera al entrar. Con un sbito pero certero

movimiento de su brazo, Ben arroj el aplique del farol de hierro hacia delante y lo estrell contra la cabeza de Cavanaugh con un sordo sonido. Jimmy Cavanaugh lanz un grito de dolor tan agudo como el de un animal. Despus dobl las rodillas y apret el gatillo. Ben not una oleada de calor a un centmetro de su oreja. Pero ahora, en lugar de echarse hacia atrs o arrancar a correr, se lanz hacia delante arrojndose sobre el cuerpo de su enemigo, tumbndolo contra el suelo y estrellando su crneo contra el pavimento de piedra. A pesar de encontrarse gravemente herido, el hombre era una verdadera fuente de energa. Unos rancios miasmas de sudor se escaparon de l cuando se incorpor parcialmente y rode con su poderoso brazo el cuello de Ben, comprimindole la arteria cartida. Presa de la desesperacin, Ben alarg la mano hacia la pistola, pero slo consigui agitar el largo silenciador arriba y abajo hacia Cavanaugh. Con una repentina y ensordecedora explosin, el arma se dispar. En los odos de Ben son un prolongado chillido; le dola el rostro a causa del golpe. El brazo alrededor del cuello de Ben se afloj. ste retorci el cuerpo para librarse del estrangulamiento. Cavanaugh yaca en el suelo. Sobresaltado, Ben vio el agujero rojo oscuro justo encima de la ceja de su antiguo amigo, un terrible tercer ojo. Se sinti invadido por una mezcla de alivio y repugnancia y por la sensacin de que ya nada volvera a ser igual. 2 Halifax, Nueva Escocia, Canad Era todava la primera hora de la noche, pero ya estaba oscuro y un glido viento ruga por la angosta calle que bajaba por la empinada pendiente hacia las turbias aguas del Atlntico. La niebla se haba posado sobre las grises calles de aquella ciudad portuaria, cubrindola y cerrndola con su manto. Una miserable llovizna haba empezado a caer y el aire tena un sabor salado. Una sulfurosa luz amarilla iluminaba el destartalado porche y los gastados peldaos de la entrada de una espaciosa casa de madera gris. Una oscura figura envuelta en un impermeable de lona amarillo permaneca de pie bajo la luz amarilla, pulsando insistentemente el timbre con un dedo, una y otra vez. Al final, se oyeron los clics de las cerraduras de seguridad y se abri muy despacio la puerta principal, gastada por la intemperie. Apareci el rostro de un hombre muy viejo, mirando con expresin enojada. Vesta una sucia bata de color azul plido sobre un arrugado pijama blanco. Su boca estaba hundida en la colgante piel del plido rostro y tena unos llorosos ojos grises. -S? -pregunt el anciano con voz estridente y ronca-. Qu quiere? Hablaba con acento bretn, legado de sus antepasados originarios de la antigua colonia francesa de Acadia, que se dedicaban a la pesca en las aguas de ms all de Nueva Escocia. -Me tiene que ayudar! -grit la persona del impermeable amarillo, que desplazaba nerviosamente el peso de su cuerpo de un pie a otro-. Por favor! Dios mo, se lo suplico, me tiene que ayudar! La expresin del viejo se troc en desconcierto. El visitante, a pesar de su estatura, pareca un adolescente de menos de veinte aos. -De qu ests hablando? -le replic-. Quin eres t?

-Ha habido un terrible accidente. Oh, Dios mo! Oh, Jess bendito! Mi padre! Mi padre! Creo que est muerto! El viejo apret los finos labios. -Qu quieres de m? El desconocido alarg una mano enguantada hacia el cancel y despus la baj. -Por favor, djeme hacer una llamada telefnica. Djeme llamar a una ambulancia. Hemos sufrido un accidente, un accidente terrible. El vehculo est destrozado. Mi hermana... malherida. Conduca mi padre. Dios mo, mis padres! -La voz del muchacho se quebr. Ahora pareca un nio ms que un adolescente-. Oh, Dios mo, creo que ha muerto. La furiosa mirada del viejo pareci ablandarse y lentamente ste empuj el cancel para abrirlo y franquear el paso al forastero. -De acuerdo -dijo-. Pasa. -Gracias -exclam el chico al entrar-. Es slo un momento. Muchsimas gracias. El viejo se volvi y encabez la marcha hacia una descuidada habitacin de la parte anterior de la casa, encendiendo un interruptor al entrar. Se volvi para decir algo justo en el momento en que el muchacho del impermeable con capucha se acercaba con ambas manos extendidas y agarraba la mano del viejo en un aparente gesto de torpe gratitud. El agua baj por la manga del impermeable amarillo hasta la bata del anciano. El chico hizo un brusco y repentino movimiento. -Oye -protest el viejo, apartndose desconcertado antes de desplomarse. El chico contempl un momento el cuerpo tendido. Se quit de la mueca el pequeo dispositivo que contena la aguja hipodrmica retrctil y se lo guard en un bolsillo interior del impermeable. Ech rpidamente un vistazo a la estancia, vio un antiguo televisor y lo encendi. Estaban dando una vieja pelcula en blanco y negro. Entonces se entreg a su tarea con la confianza de alguien mucho mayor que l. Regres junto al cuerpo y lo coloc cuidadosamente en el desvencijado silln, disponiendo los brazos y la cabeza de tal forma que pareciera que el anciano se haba quedado dormido delante del televisor. Sac un rollo de toallitas de papel del interior del impermeable y sec rpidamente el charco de agua que se haba formado sobre las tablas de madera de pino del recibidor. Despus regres a la puerta de la casa, que todava permaneca abierta, mir fuera a su alrededor, sali al porche y cerr la puerta a su espalda. *** Los Alpes austracos El Mercedes plateado S430 subi por la empinada carretera de montaa hasta llegar a las puertas de la clnica. Un guardia de seguridad sali de la garita de la entrada, vio quin era el pasajero y dijo con gran deferencia: -Bienvenido, seor. No se molest en pedir la identificacin. El director de la clnica tena que entrar sin demora. El automvil gir y tom un camino que cruzaba una extensin donde el vibrante verde del cuidado csped y de los pinos recortados contrastaba con las manchas de nieve. Destacando en la distancia se podan ver los soberbios peascos blancos y los planos del Schneeberg. El vehculo rode un tupido grupo de altos tejos y se acerc a una segunda y oculta garita de seguridad. El guardia, que ya haba sido advertido de la llegada del director, puls el botn que levantaba la barra de acero y, al mismo tiempo,

apret el interruptor que bajaba los largos clavos de acero del suelo, capaces de reventar los neumticos de cualquier vehculo que entrara sin autorizacin. El Mercedes subi por un angosto camino que slo conduca a un lugar: una antigua fbrica de relojes que haba sido un Schloss, un castillo, construido dos siglos atrs. Una seal remota abri la puerta electrnica y el automvil entr en la zona de aparcamiento reservado. El chfer baj y abri la puerta del pasajero, el cual avanz con paso firme hacia la entrada. All, otro guardia de seguridad, situado al otro lado de un cristal a prueba de balas, asinti con la cabeza y esboz una sonrisa de bienvenida. El director entr en el ascensor, un anacronismo en aquella antigua edificacin alpina, insert su tarjeta de identificacin codificada para desbloquearlo y subi al tercer y ltimo piso. Una vez all cruz tres puertas, cada una de ellas provista de un lector de tarjetas electrnicas, hasta llegar a una sala de juntas donde los dems ya estaban sentados alrededor de una alargada y reluciente mesa de caoba. Ocup su asiento en la cabecera de la mesa y mir a los hombres sentados a su alrededor. -Caballeros -empez diciendo-, slo quedan unos das para que se cumpla nuestro sueo, durante tan largo tiempo aplazado. El prolongado perodo de gestacin est a punto de finalizar. Lo cual significa que su paciencia est a punto de recibir su recompensa ms all de los ms descabellados sueos de nuestros fundadores. Los rumores de aprobacin alrededor de la mesa resultaron de lo ms satisfactorios, y l esper a que cesaran antes de seguir adelante. -En cuanto a la seguridad, me han garantizado que quedan muy pocos de los angel rebelli, los ngeles rebeldes. Pronto no quedar ninguno. Hay, sin embargo, un pequeo problema. Zrich Ben trat de levantarse, pero le fallaron las piernas. Se desplom, a punto de caer gravemente enfermo, experimentando de repente fro y una angustiosa sensacin de calor. La sangre le ruga en las orejas. Un tmpano de dolor se alojaba en su estmago. Qu acababa de ocurrir?, se pregunt. Por qu demonios Jimmy Cavanaugh haba tratado de asesinarle? Qu clase de locura era aqulla? Se le habra disparado algo en la cabeza? Acaso la sbita reaparicin de Ben despues de una dcada y media haba desencadenado algo en una mente desquiciada, una oleada de algn retorcido recuerdo que por alguna razn lo haba inducido a intentar asesinarle? Not en la boca un desagradable sabor metlico y se toc los labios. Le estaba saliendo bastante sangre de la nariz. Tena que haber ocurrido durante la pelea. A l le sangraba la nariz y Jimmy Cavanaugh haba recibido una bala en el cerebro. El ruido de la galera comercial del exterior se estaba empezando a disipar. Apoy las manos en el suelo, trat de incorporarse y consigui mantenerse en pie. Se senta aturdido y mareado y saba que ello no se deba a la prdida de sangre; se encontraba en estado de choque emocional. Hizo un esfuerzo para contemplar el cuerpo de Cavanaugh. Ahora ya se haba calmado lo suficiente como para pensar. Alguien a quien no vea desde los veintin aos aparece en Zrich, se vuelve loco e intenta matarme. Y ahora yace aqu muerto en un cursi restaurante de falso estilo medieval. No hay ninguna explicacin. Puede que nunca la haya. Evitando cuidadosamente el charco de sangre alrededor de su cabeza, examin los bolsillos de Cavanaugh, primero los de la chaqueta, despus los de los pantalones y finalmente los de la gabardina. All no haba absolutamente nada. Ninguna tarjeta de

identidad, ninguna tarjeta de crdito. Curioso. Era como si Cavanaugh se hubiera vaciado los bolsillos en previsin de lo que iba a ocurrir. Haba sido algo premeditado. Planificado. Vio la Walther ppk negra y azul todava en la mano de Cavanaugh y consider la posibilidad de examinar el cargador para ver cuntos cartuchos quedaban. Pens en la posibilidad de quedarse con ella, de guardarse la fina pistola en el bolsillo. Pero y si Cavanaugh no estuviera solo? Y si hubiera otros? Titube. El escenario del crimen era de lo ms curioso. Mejor no modificarlo de ninguna manera, por si surgiera algn problema legal por el camino. Poco a poco se levant y ech a andar aturdido hacia el espacio principal de la galera. Ahora estaba prcticamente desierta, salvo por los equipos de asistencia mdica urgente que estaban atendiendo a los heridos. Se estaban llevando a alguien en camilla. Ben necesitaba encontrar un polica. Los dos agentes, uno de los cuales era evidentemente novato y el otro, un hombre de mediana edad, le miraron con recelo. Los haba encontrado junto al quiosco Bijoux Suisse, cerca de la plazoleta de productos alimenticios de la Marktplatz. Ambos llevaban un jersey azul marino con una placa de color rojo en el hombro que deca Zrichpolizei y ambos llevaban un walkie-talkie y una pistola en el cinturn. -Me permite su pasaporte, por favor seor? -dijo el ms joven cuando Ben llevaba ya unos cuantos minutos hablando. Estaba claro que el ms veterano o no hablaba ingls o prefera no hacerlo. -Por el amor de Dios -replic Ben, bastante irritado-, varias personas han resultado muertas. Hay un muerto all, en el suelo de un restaurante all abajo, un hombre que intent... -Ihren Pass, bitte -insisti severamente el novato-. Tiene usted documento de identidad? -Por supuesto que s -contest Ben, buscando su billetero en el bolsillo. Sac su documento de identidad y se lo entreg sin dilacin. El novato lo examin con recelo y despus se lo pas al veterano, el cual le ech un vistazo sin el menor inters y se lo devolvi a Ben. -Dnde estaba usted cuando ocurri todo esto? -pregunt el novato. -Esperando delante del hotel St. Gotthard. Un automvil me tena que llevar al aeropuerto. El novato dio un paso al frente, acercndose a l a una distancia incmoda, y su mirada neutral se transform en una mirada decididamente desconfiada. -Va usted al aeropuerto? -Iba a St. Moritz. -Y, de repente, ese hombre le peg un tiro? -Es un viejo amigo. Era un viejo amigo. El novato enarc una ceja. -Llevaba quince aos sin verle -prosigui Ben-. Me reconoci, se acerc a m como si se alegrara de verme y, de pronto, sac una pistola. -Se pelearon ustedes? -Pero si no intercambiamos ni dos palabras! El agente ms joven entorn los ojos. -Haban acordado reunirse? -No. Fue por pura casualidad. -Y, sin embargo, l tena un arma, un arma cargada. -El novato mir al agente de mayor edad y despus se volvi de nuevo hacia Ben-. Y dice usted que llevaba silenciador. Deba de saber que usted estara all.

Ben mene la cabeza, exasperado. -Llevaba aos sin hablar con l! No poda saber de ninguna manera que yo estara aqu. -Sin duda estar de acuerdo en que la gente no anda por ah con una pistola con silenciador a menos que vaya a utilizarla. Ben titube. -Supongo que as es. El polica de ms edad carraspe. -Y qu clase de arma tena usted? -pregunt en un ingls sorprendentemente fluido. -De qu est usted hablando? -replic Ben, levantando la voz indignado-. Yo no tena ningn arma. -Pues entonces, perdone, debo de estar confundido. Dice usted que su amigo iba armado y usted no. En cuyo caso, por qu l est muerto y usted no? Era una buena pregunta. Ben se limit a menear la cabeza mientras evocaba el momento en que Jimmy Cavanaugh le haba apuntado con el tubo de acero. Una parte de l -la parte racional- haba pensado que era una broma. Pero estaba claro que una parte de l no lo haba pensado: estaba preparado para reaccionar con rapidez. Por qu? Repas mentalmente los despreocupados andares de Jimmy, su ancha sonrisa de bienvenida... y sus fros ojos. Unos ojos alerta que no encajaban del todo con su sonrisa. Un pequeo elemento discordante que su subconsciente debi de captar. -Vamos a echar un vistazo al cuerpo de ese asesino -dijo el polica veterano, apoyando una mano en el hombro de Ben de una manera que no era en modo alguno afectuosa, sino que ms bien transmita la idea de que Ben ya no era un hombre libre. Ben encabez la marcha a travs de la galera comercial que ahora ya estaba llena de policas y de reporteros que disparaban sus cmaras, y baj al segundo nivel. Los dos Polizei lo siguieron a escasa distancia. Al llegar a la altura del rtulo del katzkeller, Ben entr en el comedor, se dirigi al recoveco y seal con el dedo. -Y bien? -pregunt el novato, enfurecido. Sorprendido, Ben contempl el lugar previamente ocupado por el cuerpo de Cavanaugh. Se senta algo mareado y tena la mente congelada a causa del sobresalto. All no haba nada. Ningn charco de sangre. Ningn cuerpo, ninguna pistola. El brazo del farol se haba vuelto a acoplar al aplique como si jams lo hubieran sacado de all. El suelo estaba limpio y despejado. Era como si jams hubiera ocurrido nada. -Dios mo -exclam Ben en un susurro. Acaso se haba venido abajo, haba perdido el contacto con la realidad? Pero perciba la solidez del suelo, la barra, las mesas. Si aquello fuera alguna especie de complicado truco... Pero no lo era. Simplemente haba tropezado con algo enrevesado y aterrador. Los agentes lo miraron con renovado recelo. -Miren -dijo Ben con una voz que haba quedado reducida a un spero susurro-, no lo puedo explicar. Yo estaba aqu. l estaba aqu. El polica de ms edad habl rpidamente a travs del walkie-talkie y muy pronto se uni a ellos otro imperturbable oficial de trax abultado. -Quiz es que me confundo fcilmente; por consiguiente, djeme comprenderlo. Usted corre por una calle abarrotada de gente y despus por la galera comercial subterrnea, donde se produce un tiroteo. Usted afirma que lo persigue un loco. Nos promete mostrarnos a ese hombre, ese americano. Y, sin embargo, aqu no hay ningn loco. Slo est usted. Un extrao norteamericano que nos suelta cuentos de hadas. -Me cago en la puta, les he dicho la verdad!

-Usted dice que un loco de su pasado fue el responsable del derramamiento de sangre -dijo el novato con voz pausada y ms fra que el acero-. Yo aqu slo veo un loco. El agente veterano intercambi unas palabras en Schweitzerdeutsch con su compaero de abombado trax. -Usted se alojaba en el hotel St. Gotthard, verdad? -le pregunt finalmente a Ben-. Por qu no nos acompaa all? Acompaado por los tres policas -el del trax abultado a su espalda, el novato delante y el veterano a su lado-, Ben atraves la galera subterrnea hasta llegar a la escalera mecnica y baj por la Bahnhofstrasse en direccin a su hotel. Aunque todava no lo haban esposado, saba que eso era una pura formalidad. Delante del hotel, una agente de polica a quien evidentemente haban enviado por delante vigilaba su equipaje. Llevaba el cabello castao corto, casi como un hombre, y mostraba una expresin impasible. A travs de los ventanales del vestbulo, Ben vio fugazmente al empalagoso botones que lo haba atendido antes. Los ojos de ambos se cruzaron y el hombre gir la cabeza con expresin apenada, como si acabara de enterarse de que le haba llevado las maletas a Lee Harvey Oswald, el asesino de Kennedy. -Su equipaje, verdad? -le pregunt el novato a Ben. -S, en efecto -contest Ben-. Ocurre algo? Y ahora, qu? Qu ms caba esperar? La agente abri la maleta de mano de cuero color canela. Los dems echaron un vistazo al interior y despus se volvieron para mirar a Ben. -Eso es suyo? -pregunt el novato. -Ya he dicho que s-contest Ben. El agente veterano se sac un pauelo del bolsillo de los pantalones y lo utiliz para extraer un objeto del interior de la maleta. Era la pistola Walther ppk de Cavanaugh. 3 Washington, D. C. Una joven de aire muy serio baj rpidamente por el largo pasillo central del quinto piso del edificio del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, la gigantesca estructura de estilo clsico que ocupaba toda la manzana entre las calles Novena y Dcima. Tena un sedoso cabello castao, ojos color caramelo y nariz afilada. A primera vista, pareca medio asitica, o quiz hispana. Vesta una gabardina color canela, llevaba una cartera portadocumentos y se la hubiera podido tomar por una abogada, una miembro de algn lobby o tal vez una funcionara del Gobierno dispuesta a hacer carrera por la va rpida. Se llamaba Anna Navarro. Tena treinta y tres aos y trabajaba en la Oficina de Investigaciones Especiales, una unidad muy poco conocida del Departamento de Justicia. Cuando lleg a la sofocante sala de juntas, comprendi que la reunin semanal de la unidad ya llevaba un buen rato en marcha. Arliss Dupree, de pie delante de un atril al lado de una pizarra blanca, se volvi al entrar ella y se detuvo a mitad de frase. Ella sinti las miradas y no pudo evitar ruborizarse levemente, lo cual era sin duda lo que Dupree pretenda. Ocup el primer asiento vaco que encontr. Un rayo de luz solar la ceg. -Aqu la tenemos. Muy amable por reunirse con nosotros -dijo Dupree.

Hasta sus insultos eran totalmente previsibles. Ella se limit a asentir con la cabeza, dispuesta a resistir la provocacin. l le haba dicho que la reunin sera a las ocho y cuarto. Era evidente que estaba programada para empezar a las ocho, aunque l negara haberle dicho otra cosa. Una mezquina manera burocrtica de hacrselo pasar mal. Ambos conocan la razn de su retraso, aunque nadie ms la conociera. Antes de que Dupree fuera nombrado jefe de la Oficina de Investigaciones Especiales, las reuniones eran una rareza. Ahora l las celebraba con una periodicidad semanal: era una oportunidad de exhibir su autoridad. Dupree era un hombre bajito y rechoncho de cuarenta y tantos aos, con un cuerpo de levantador de peso enfundado en un traje gris claro demasiado ajustado, uno de los tres trajes de galera comercial que se pona alternativamente. Incluso desde el otro extremo de la sala ella poda aspirar el aroma de su aftershave barato. Tena un rubicundo rostro de luna llena de textura grumosa. Hubo un tiempo en que a ella le importaba de verdad lo que los hombres como Arliss Dupree pensaran de ella, y trataba de ganarse su simpata. Ahora le importaba un bledo. Tena sus amigos, y Dupree simplemente no figuraba entre ellos. Al otro lado de la mesa, David Denneen, un hombre de mandbula cuadrada y cabello pajizo, le dirigi una comprensiva mirada. -Tal como algunos de ustedes pueden haber odo decir, la Unidad de Cumplimiento Interno ha pedido que nuestra compaera aqu presente sea temporalmente asignada a su equipo. -Dupree se volvi para mirarla con dureza-. Dada la cantidad de trabajo inconcluso que tiene usted aqu, considerara menos que responsable, agente Navarro, que usted aceptara una asignacin a otra divisin. Se trata de algo a lo que usted ha estado aspirando por medio de actuaciones indirectas? Nos lo puede decir tranquilamente. -Es la primera vez que oigo hablar de algo as -le contest ella con toda sinceridad. -De veras? Bueno, a lo mejor es que he llegado a unas conclusiones precipitadas -dijo l, ablandando ligeramente su tono. -Es muy posible -replic secamente ella. -He estado pensando que a usted la queran para otra asignacin. A lo mejor, la asignacin es usted. -Reptamelo otra vez, si no le importa. -A lo mejor es usted la que se encuentra bajo investigacin -dijo suavemente Dupree, evidentemente complacido con la idea-. No me extraara. Usted es muy profunda, agente Navarro. Se oyeron unas risas de algunos de sus compaeros de juergas. Ella se removi en su asiento para apartarse la luz de los ojos. Desde lo de Detroit, cuando ambos se hospedaban en el mismo piso del Westin y ella haba rechazado (con mucha educacin, pensaba ella) la insinuacin extremadamente explcita de Dupree, ste haba ido dejando paternalistas comentarios en su carpeta de evaluacin de rendimiento: ...todo lo mejor que puede, dado su evidente y limitado inters... errores debidos a falta de atencin, no a su incompetencia.... Anna se haba enterado de que Dupree le haba dicho a un compaero que ella estaba deseando presentar una querella por acoso sexual. La aguijoneaba con el peor insulto que se le poda dirigir a alguien de la agencia: no ser una jugadora de equipo. No ser una jugadora de equipo significaba que no sala a tomar copas con los chicos, incluyendo a Dupree, y que mantena su vida social al margen. Tambin se empeaba en salpicar sus fichas con menciones de los errores que ella haba cometido... alguna que otra pequea omisin de procedimiento, nada grave en absoluto. Una vez, siguiendo la pista de un agente de la DEA- el organismo de lucha contra el narcotrfico del Departamento de Justicia de los Estados Unidos-, que haba sido denunciado por un

capo de la droga y estaba implicado en varios homicidios, haba olvidado presentar una fd-460 dentro del plazo reglamentario de siete das. Los mejores agentes cometen errores. Ella estaba convencida de que, de hecho, los mejores cometan ms meteduras de pata que la mayora, porque valoraban ms seguir la pista que cumplir cada uno de los procedimientos del reglamento. Se poda cumplir como un esclavo hasta la ltima y ms ridicula exigencia del manual y jams resolver un caso. Sinti que l la estaba mirando. Levant la vista y sus ojos se cruzaron. -Tenemos un inslito nmero de casos que atender -aadi Dupree-. Cuando alguien no cumple la parte que le corresponde, eso significa ms trabajo para todos los dems. Tenemos a un inspector de hacienda sospechoso de organizar complicados fraudes fiscales. Tenemos a un desvergonzado del FBI que, yo lo he visto, utiliza su escudo para venganzas personales. Tenemos a un cabrn de la Agencia de Alcohol, Tabaco y Armas de as cmaras de seguridad que custodian las pruebas judiciales. Se trataba de la tpica serie de casos de la OIE: investigar (auditar era el trmino apropiado) la conducta improcedente de miembros integrantes de otros organismos gubernamentales... en resumen, la versin federal de los asuntos internos. -A lo mejor es que el volumen de trabajo que movemos aqu es excesivo para usted -dijo Dupree, insistiendo-. Es eso? Ella fingi garabatear una nota y no contest. Se notaba el rostro intensamente arrebolado. Respir hondo lentamente, haciendo un esfuerzo por reprimir su clera. Se negaba a ceder a sus provocaciones. Al final, habl. -Oiga, si es algo que no conviene, por qu no rechaza la peticin de traslado interdepartamental? -pregunt Anna en un razonable tono de voz, aunque la pregunta no era inocente: Dupree careca de autoridad para desafiar a la ultrasecreta y todopoderosa Unidad de Cumplimiento Interno, y cualquier referencia a los lmites de su autoridad estaba llamada a desencadenar su furia. Las orejas de Dupree se pusieron coloradas. -Espero una breve consulta. Si los cazafantasmas de la UCI supieran tanto como van diciendo, podran darse cuenta de que usted no est hecha precisamente para este tipo de trabajo. En sus ojos se encendi un destello de lo que ella intuy como desprecio. A Anna le encantaba su trabajo, saba que lo haca muy bien. No necesitaba alabanzas. Lo nico que quera era no tener que perder el tiempo y la energa tratando de aferrarse a su puesto con uas y dientes. Mantuvo la mscara de neutralidad de su rostro. Sinti que la tensin se localizaba en su estmago. -Estoy segura de que usted hizo todo lo que pudo para hacrselo comprender. Una pausa de silencio. Anna se dio cuenta de que l estaba sopesando de qu manera replicar. Dupree busc en su querida pizarra blanca el siguiente tema de su agenda. -La echaremos de menos -dijo. Poco despus del trmino de la reunin, David Denneen fue a buscarla al minsculo cubculo de su despacho. -La UCI te quiere porque eres la mejor -le dijo-. Ya lo sabes, verdad? Anna mene la cabeza con aire cansado. -Me sorprendi verte en la reunin. Ahora eres supervisor de operaciones. Y lo ests haciendo muy bien, segn se dice. Corran rumores de que estaba a punto de ocupar un importante puesto en la oficina del fiscal general. -Gracias a ti -dijo Denneen-. Hoy estuve all como representante de divisin. Nos turnamos. Tengo que vigilar los nmeros del presupuesto. Y a ti.

Apoy cariosamente una mano en la suya. Anna observ en la cordialidad de sus ojos una sombra de preocupacin. -Me he alegrado de verte all -dijo-. Dale muchos recuerdos de mi parte a Ramn. -Lo har -dijo l-. Tenemos que volver a invitarte a una buena paella. -Pero hay algo ms en tu cabeza, verdad? Los ojos de Denneen no se apartaron de los suyos. -Oye, Anna, tu nueva asignacin o lo que sea no va a ser como una lista de actores. Lo que dice la gente por aqu es cierto... Los caminos del Fantasma son misteriosos para los hombres. -Repiti la vieja broma sin apenas intencin humorstica. El Fantasma era un mote de la casa al veterano director de la Unidad de Cumplimiento Interno, Alan Bartlett. Durante la vista privada sobre la labor de espionaje celebrada en presencia del subcomit del Senado all por los aos setenta, un fiscal general adjunto se haba referido a l con desprecio llamndole el fantasma de la mquina, y el apodo se le haba quedado. Si Bartlett no era fantasmagrico, no cabe duda de que era una figura legendariamente escurridiza. Raras veces visto, con fama de brillante, reinaba sobre unos enrarecidos dominios de expedientes altamente clasificados, y sus propios hbitos de aislamiento lo convertan en un ejemplo emblemtico de los mtodos clandestinos. Anna se encogi de hombros. -Pues no s. Jams le he visto y dudo que alguien que yo conozca lo haya visto alguna vez. Los rumores se alimentan de la ignorancia, Dave. T precisamente deberas saberlo. -Pues entonces, acepta el consejo de un ignorante que te aprecia -dijo l-. No s lo que es esto de la uct. Pero ten cuidado, de acuerdo? -Cuidado? Denneen se limit a menear la cabeza con inquietud. -El de all es un mundo distinto -dijo. A media maana, Anna se encontr en el inmenso vestbulo de mrmol de un edificio de oficinas de la M Street, de camino hacia la cita en la Unidad de Cumplimiento Interno. Las actividades de la unidad eran oscuras incluso en el interior del departamento, y su esfera de accin resultaba -segn haban manifestado ciertos senadores en alguna ocasin- peligrosamente indefinida. El de all es un mundo distinto, haba dicho Denneen, y eso pareca. La UCI tena su sede en el dcimo piso de aquel moderno complejo de oficinas de Washington, aislada de una burocracia que a veces se vea obligada a examinar, y Anna trat de no quedarse embobada ante la espectacular fuente interior y los suelos y las paredes de mrmol verde. Qu clase de organismo gubernamental se hermosea de semejante manera? Entr en el ascensor, tambin decorado con mrmol. El nico pasajero del ascensor aparte de ella era un muchacho demasiado guapo de aproximadamente su edad, vestido con un traje demasiado caro. Un abogado, pens. Como casi todo el mundo en aquella ciudad. En las paredes revestidas de espejos del ascensor lo vio dirigindole la mirada. Si atrajera su mirada, saba que le sonreira, le dira buenos das y entablara con ella una trivial conversacin de ascensor. Aunque no caba duda de que tena buena intencin y probablemente slo pretenda tontear un poco con ella, a Anna la situacin le resultaba ligeramente incmoda. Tampoco reaccionaba bien cuando los hombres le preguntaban por qu una chica tan guapa como ella se haba convertido en investigadora por cuenta del Gobierno. Como si lo que haca para ganarse la vida fuera una prerrogativa de los vulgares. Por regla general, en situaciones como aqulla finga no darse cuenta. Ahora, sin embargo, mir al chico con expresin ceuda. l se apresur a apartar la mirada.

Fuera lo que fuera lo que la UCI quisiera de ella, haba llegado en un momento de lo ms inoportuno. En eso Dupree tena razn. A lo mejor, la asignacin es usted, haba dicho l, y aunque Anna haba rechazado la sugerencia con un encogimiento de hombros, la idea le molestaba de manera absurda. Qu demonios significaba todo aquello? No caba duda de que Arliss Dupree deba de encontrarse en su despacho en aquel momento, compartiendo alegremente sus conjeturas con algunos de sus compaeros de copas de su plana mayor. El ascensor se abri a un vestbulo lujosamente decorado y con las paredes cubiertas de mrmol que hubiera podido ser la planta ejecutiva de un importante bufete legal. A la derecha, en una pared, vio el sello del Departamento de Justicia. Se rogaba a las visitas pulsar el timbre para que les abrieran. As lo hizo. Eran las once y veinticinco de la maana, cinco minutos antes de la hora prevista para la cita. Anna se enorgulleca de su puntualidad. Una voz femenina le pregunt su nombre, y despus una bella mujer de piel morena con un liso corte de pelo, casi demasiado chic para trabajar en un organismo gubernamental, pens Anna, le franque la entrada. La recepcionista la estudi framente de arriba abajo y le indic que tomara asiento. Anna detect un levsimo acento jamaicano. En el interior de la suite del despacho los lujosos adornos del ostentoso edificio cedan el lugar a un decorado de absoluta sobriedad. La alfombra gris perla estaba inmaculada como ninguna otra alfombra gubernamental que ella hubiera visto jams. La zona de espera estaba brillantemente iluminada por toda una serie de bombillas halgenas que no producan prcticamente ninguna sombra. Las fotografas del presidente y del fiscal general estaban enmarcadas en acero lacado. Las sillas y la mesita eran de una madera dura y clara. Todo pareca por estrenar, como recin salido de los embalajes, incontaminado por el contacto humano. Observ los adhesivos hologrficos de aluminio fijados al aparato de fax y al telfono del mostrador de la recepcionista, unas etiquetas gubernamentales en las cuales se indicaba que aqullas eran lneas seguras que utilizaban una encriptacin telefnica certificada. A intervalos frecuentes el telfono emita un zumbido y la mujer hablaba en voz baja, utilizando unos auriculares. Las dos primeras llamadas fueron en ingls. La tercera debi de ser en francs, porque la recepcionista contest en ese idioma. Otras dos llamadas en ingls, que dieron lugar a una informacin acerca de contactos. Y despus otra en la cual la recepcionista habl en un idioma sibilante y metlico que a Anna le cost identificar. Anna volvi a consultar su reloj, se removi en el duro respaldo del asiento y despus mir a la recepcionista. -Eso era vasco, verdad? -pregunt. Era algo ms que una conjetura, pero menos que una certeza. La mujer contest con un mnimo asentimiento de cabeza y una reservada sonrisa. -Ya no tardar mucho, seorita Navarro -dijo. Ahora el ojo de Anna se sinti atrado por una alta estructura de madera situada detrs de la seccin de recepcin, que se extenda hasta la pared; por la indicacin de la salida exigida por la ley, comprendi que aquella estructura ocultaba el acceso a una escalera. Se haba hecho de modo que permita que los agentes de la uci o sus visitantes pudieran entrar y salir sin que nadie les viera desde la sala de espera oficial. Qu clase de dispositivo era aqul? Transcurrieron otros cinco minutos. -Sabe el seor Bartlett que estoy aqu? -pregunt Anna.

La recepcionista le devolvi llanamente la mirada. -Est atendiendo a otra persona, acabar enseguida. Anna regres a su asiento, pensando que ojal se hubiera llevado algo para leer. Ni siquiera tena el Posr, y estaba claro que no se permitira que ningn material de lectura ensuciara la pulcra sala de espera. Sac una hoja de cajero automtico y una pluma y empez a hacer una lista de cosas que hacer. La recepcionista se acerc un dedo a la oreja y asinti con la cabeza. -El seor Bartlett dice que pase. Sali de detrs de su mostrador y gui a Anna a travs de toda una serie de puertas. No haba ninguna placa con nombre; slo nmeros. Al final, al fondo de un pasillo, la recepcionista abri una puerta que ostentaba una placa que deca director y la hizo pasar al despacho ms pulcro y ordenado que ella jams hubiera visto. En una mesa al fondo haba unas pilas de papeles dispuestas de modo perfectamente equidistante. Un hombre de baja estatura y cabello blanco vestido con un impecable traje azul marino sali de detrs de un amplio escritorio de madera de nogal y alarg una pequea y delicada mano. Anna repar en las plidas lunas rosadas de sus uas perfectamente cuidadas y se sorprendi de la fuerza de su apretn. Observ que el escritorio estaba despejado, exceptuando un puado de carpetas verdes y un reluciente telfono de color negro; colgada en la pared de detrs haba una vitrina de cristal forrada de terciopelo que contena dos relojes de bolsillo de aspecto antiguo. Era el nico toque excntrico de la estancia. -Siento terriblemente haberla hecho esperar. -Su edad era indefinida, pero deba de tener sesenta y pocos aos, pens Anna. Sus ojos, detrs de las gafas de grandes lentes redondas con montura de color carne, parecan los de una lechuza-. S lo ocupada que est y ha sido muy amable al venir. -Hablaba muy suavemente, tan suavemente que Anna tuvo que hacer un esfuerzo para orle por encima del blanco zumbido del sistema de ventilacin-. Le agradecemos mucho que haya llegado a tiempo. -Si he de ser sincera, no saba que tuviramos una alternativa cuando la UCI llam -dijo ella con aspereza. El hombre sonri como si ella hubiera dicho algo gracioso. -Tome asiento, por favor. Anna se sent en una silla de alto respaldo delante de su escritorio. -Si quiere que le diga la verdad, seor Bartlett, siento curiosidad por saber por qu estoy aqu. -Espero que no le haya supuesto ninguna molestia -dijo Bartlett, entrelazando sus pequeos dedos en un piadoso gesto. -No es una cuestin de molestia -contest Anna, y aadi con voz ms fuerte-: Estar encantada de contestar a cualquier pregunta que usted me pueda hacer. Bartlett asinti con gesto alentador. -Eso es precisamente lo que yo esperaba. Pero me temo que las respuestas no van a ser fciles. De hecho, si consiguiramos formular las preguntas, ya habramos cubierto la mitad del camino. Tiene sentido para usted lo que estoy diciendo? -Vuelvo a mi propia pregunta -dijo Anna, reprimiendo su impaciencia-. Qu estoy haciendo aqu? -Perdone. Debe usted de pensar que soy desesperadamente elptico. Tiene usted razn, naturalmente, y le pido perdn por ello. Gajes del oficio. Demasiado tiempo encerrado con papeles y ms papeles. Privado de la experiencia del vigorizante aire libre. Pero sa tiene que ser su aportacin. Ahora permtame hacerle una pregunta, seorita Navarro. Sabe usted lo que hacemos aqu?

-En la UCI? Vagamente. Investigaciones intragubernamentales... slo de carcter clasificado. Anna lleg a la conclusin de que las preguntas exigan reticencia; saba algo ms de lo que haba dicho. Le constaba que, detrs de su delicado ttulo, se ocultaba una agencia de investigacin extremadamente secreta, poderosa y de vasto alcance, encargada de realizar informes altamente clasificados y exmenes de otras agencias del Gobierno de los Estados Unidos que no se podan realizar desde el interior de la propia agencia y que guardaban relacin con cuestiones altamente sensibles. Los funcionarios de la UCI estaban intensamente ocupados, se deca, en la investigacin del fiasco Aldrich Ames de la CIA; en la del asunto de la lucha de la Casa Blanca de Reagan contra Irn; en examinar los numerosos escndalos de las compras del Departamento de Defensa. Era la UCI, murmuraba la gente, la que primero haba descubierto las sospechosas actividades del agente de contraespionaje del FBI Robert Philip Hanssen. Incluso corran rumores de que la UCI estaba detrs de las filtraciones de la Garganta Profunda que condujeron a la cada de Richard Nixon. La mirada de Bartlett se perdi en la distancia. -Las tcnicas de investigacin son esencialmente las mismas en todas partes -dijo ste finalmente-. Lo que cambia es la jurisdiccin, el mbito de las operaciones. Lo nuestro tiene que ver con asuntos que afectan a la seguridad nacional. -Yo no tengo esa clase de permiso -se apresur a decir Anna. -De hecho... -Bartlett esboz una leve sonrisa- ahora lo tiene. Le habran concedido autorizacin sin que ella lo supiera? -No importa. No es mi territorio. -No se trata exactamente de eso, verdad? -dijo Bartlett-. Por qu no hablamos del miembro del Consejo de Seguridad Nacional sobre el cual hizo usted un Cdigo 33 el ao pasado? -Cmo demonios lo sabe? -le solt bruscamente Anna, asiendo con fuerza el brazo de su silln-. Perdn. Pero cmo? Eso qued rigurosamente fuera de los libros. A peticin directa del fiscal general. -De sus libros -dijo Bartlett-. Tenemos nuestra propia manera de controlar. Joseph Nesbett, verdad? Estaba en el Centro Harvard de Desarrollo Econmico. Ocupaba un cargo de alto nivel en el Consejo de Estado y despus en el Consejo de Seguridad Nacional. Diramos que no naci precisamente con mala estrella. Si por l hubiera sido, sospecho que se las hubiera arreglado, pero su joven esposa era un poco manirrota, una criatura bastante acaparadora, no? Unos gustos demasiado caros para un funcionario del Gobierno. Lo cual lo llev a aquel lamentable asunto de las cuentas en parasos fiscales, las desviaciones de fondos y todo lo dems. -Hubiera sido completamente devastador que se hubiera llegado a saber -dijo Anna-. Muy perjudicial para las relaciones exteriores en un momento especialmente delicado. -Por no hablar de la embarazosa situacin que eso hubiera supuesto para la Administracin. -sa no era la principal consideracin -replic secamente Anna-. Yo no soy poltica en ese sentido. Si cree otra cosa, es que no me conoce. -Usted y sus compaeros hicieron exactamente lo adecuado, seorita Navarro. En realidad, admiramos su trabajo. Muy hbil. Muy hbil. -Gracias -dijo Anna-. Pero, si usted sabe tanto, sabr tambin que eso distaba mucho de mi actividad habitual. -Insisto en lo dicho. Hizo usted un trabajo realmente delicado y actu con la mxima discrecin. Pero, como es natural, ya s en qu consiste su actividad diaria. El hombre del fisco culpable de malversacin. El bribn agente del FBI. El desagradable caso

relacionado con la proteccin de testigos... bueno, eso s fue un pequeo ejercicio muy interesante. Sus antecedentes en prctica forense de homicidios fueron indispensables. Un testigo result muerto y usted slita demostr la intervencin del agente del Departamento de Justicia. -Tuve suerte -dijo Anna con semblante impasible. -Cada uno se crea su propia suerte, seorita Navarro -dijo l sin la menor sonrisa en los ojos-. Sabemos muchas cosas acerca de usted, seorita Navarro. Ms de lo que usted podra imaginar. Conocemos el saldo de la cuenta de la hoja del cajero automtico en la que estaba escribiendo. Sabemos quines son sus amigos y cundo fue la ltima vez que llam a su casa. Sabemos que usted jams en su vida ha redactado un informe de viajes y gastos, cosa que es ms de lo que la mayora de nosotros podra decir. -Hizo una pausa, mirndola con detenimiento-. Lamento que algo de lo que estoy diciendo la pueda intranquilizar, pero comprenda que usted renunci al derecho a la intimidad cuando se incorpor a la OIE y firm las renuncias y los memorandos de conformidad. No importa. El caso es que su labor ha sido invariablemente de un calibre muy alto. Y muy a menudo extraordinario. Anna enarc una ceja, pero no dijo nada. -Ah. Parece sorprendida. Ya se lo he dicho, tenemos nuestras propias maneras de ejercer el control. Y tenemos nuestros propios informes de aptitud, seorita Navarro. Como es natural, lo que la distingue inmediatamente, dados nuestros intereses, es su particular combinacin de habilidades. Tiene prctica en protocolos estndar de verificacin e investigacin, pero es tambin experta en homicidios. Eso la hace a usted singular, dira yo. Pero hablando del asunto que tenemos entre manos: es justo que sepa que hemos llevado a cabo el examen ms exhaustivo que se pueda imaginar sobre sus antecedentes. Todo lo que le voy a decir, cualquier cosa que yo diga, afirme, aventure, sugiera o insine, tiene que ser considerada como clasificada al mximo nivel. Nos vamos entendiendo? Anna asinti con la cabeza. -Le escucho. -Estupendo, seorita Navarro. Bartlett le entreg una hoja de papel con una lista de nombres, seguidos de las fechas de nacimiento y los pases de residencia. -No le sigo. Tengo que establecer contacto con estas personas? -No a menos que tenga una tabla Ouija de espiritismo. Estos once hombres han muerto. Todos abandonaron este valle de lgrimas en los ltimos dos meses. Varios, como ver, en Estados Unidos, otros en Suiza, en Inglaterra, Italia, Espaa, Suecia, Grecia... Todos aparentemente por causas naturales. Anna examin la hoja. De los once nombres, haba dos que reconoci... Uno era un miembro de la familia Lancaster, una familia antao propietaria de casi todas las aceras del pas, pero ms conocida por sus fundaciones benficas y otros actos de filantropa. Philip Lancaster era, en realidad, alguien que ella supona muerto mucho tiempo atrs. El otro, Nico Xenakis, perteneca presumiblemente a la familia griega de navieros. Para ser sincera, conoca el nombre sobre todo por su relacin con otro vastago de la familia, un hombre que se haba hecho famoso en la prensa amarilla por su depravada conducta all en los aos sesenta, cuando sala con toda una serie de aspirantes a estrella de Hollywood. Ninguno de los otros nombres le sonaba de nada. Examinando sus fechas de nacimiento, vio que todos ellos eran ancianos de entre setenta y tantos y ochenta y tantos aos. -A lo mejor la noticia no ha llegado an a los magos de la UCI -dijo-, pero cuando uno pasa de los setenta... nadie sale vivo.

-Me temo que en ninguno de estos casos es posible la exhumacin -prosigui implacablemente Bartlett-. A lo mejor es lo que usted dice. Unos viejos que hacen lo que hacen los viejos. En estos casos, no podemos demostrar lo contrario. Pero, en los ltimos das, hemos tenido un golpe de fortuna. Por pura formalidad, colocamos una lista de nombres en la lista de centinelas, una de esas convenciones internacionales en las que nadie parece fijarse. La muerte ms reciente era la de un jubilado de Nueva Escocia, Canad. Nuestros amigos canadienses se ajustan mucho a las normas, y as es como se hizo sonar la alarma a tiempo. En este caso, tenemos un cuerpo con el que trabajar. Ms concretamente, lo tiene usted. -Usted omite algo, naturalmente. Cul es la relacin entre estos hombres? -Para cada pregunta hay una respuesta superficial y otra ms profunda. Le dar la respuesta superficial porque es la nica que tengo. Hace unos cuantos aos, se llev a cabo una verificacin interna de los registros de almacenamiento profundo de la CIA. Hubo algn chivatazo? Digamos que s. Eran unas fichas no operativas, que conste. No eran agentes o contactos directos. En realidad, eran archivos de autorizaciones. Cada uno de ellos marcado como Sigma, probable referencia a una operacin cifrada... de la cual parece ser que no queda ni rastro en los registros de la agencia. No disponemos de informacin acerca de su naturaleza. -Archivos de autorizaciones? -pregunt Anna. -Significa que hace algn tiempo cada uno de esos hombres fue vetado o autorizado... para hacer algo, no sabemos qu. -Y la fuente originaria fue un archivero de la CIA. Bartlett no contest directamente. -Cada archivo ha sido autentificado por nuestros principales expertos en documentos forenses. Son archivos muy antiguos. Datan nada menos que de mediados de los aos cuarenta, de antes incluso de que existiera la CIA. -Est diciendo que los inici la Oficina de Servicios Estratgicos? -Exactamente -dijo Bartlett-. La precursora de la CIA. Muchos de los archivos se abrieron justo cuando la guerra estaba a punto de terminar y empezaba la Guerra Fra. Los ms recientes datan de mediados de los aos cincuenta. Pero me estoy apartando del tema. Tal como le digo, tenemos esta curiosa serie de muertes. Como es natural, eso, por s solo, no hubiera llegado a ninguna parte, un interrogante en un campo lleno de interrogantes, pero el hecho es que empezamos a ver una pauta correlativa con los archivos Sigma. Yo no creo en las coincidencias, y usted, seorita Navarro? Once de los hombres mencionados en estos archivos han muerto en un intervalo de tiempo muy corto. Las probabilidades de que ello ocurra por casualidad son... remotas, como mucho. Anna asinti con impaciencia. Por lo que ella poda ver, el Fantasma estaba viendo fantasmas. -Para cunto tiempo es esta asignacin? Resulta que yo tengo mucho trabajo, sabe? -ste es su trabajo ahora. Ya la han reasignado. Hemos adoptado las correspondientes disposiciones. Comprende, por tanto, cul es su tarea? -La mirada de Bartlett se suaviz-. Parece que eso no le acelera el pulso, seorita Navarro. Anna se encogi de hombros. -Sigo insistiendo en que todos esos sujetos estaban a punto de licenciarse, usted ya me entiende. Los veteranos tienden a palmarla, no? stos ya eran veteranos. -Y en el Pars del siglo XIX el hecho de que a uno lo atrepellara un coche de caballos era de lo ms corriente -dijo Bartlett. Anna frunci el entrecejo. -Cmo dice? Bartlett se reclin en su asiento.

-Ha odo hablar alguna vez del francs Claude Rochat? No? Es alguien en quien pienso muy a menudo. Un tipo anodino y sin imaginacin que cumpla tenazmente con su agotador trabajo y que, entre los aos 1860 y 1870, trabajaba como contable en el Directoire, el servicio de espionaje de Francia. En 1867 observ que dos funcionarios de segunda fila del Directoire aparentemente desconocidos entre s haban resultado muertos en el transcurso de quince das... uno de ellos vctima de un atraco callejero y el otro atropellado y muerto por un coche de correos. Eran cosas que ocurran constantemente. Que no tenan el menor inters. Pero aun as, a l le llamaron la atencin, sobre todo tras enterarse de que en aquel momento ambos humildes funcionarios llevaban encima unos costosos relojes de bolsillo de oro; de hecho, tal como l asegur, ambos relojes eran idnticos, ambos tenan un precioso paisaje de esmalte en la parte interior de la caja. Una curiosa rareza que llamaba la atencin, por lo que, para exasperacin de sus superiores, l se pas los cuatro aos siguientes tratando de desentraar el porqu y el cmo se haba producido aquella pequea rareza. Al final, descubri un anillo de espas extremadamente complicado: el Directoire haba sido infiltrado y manipulado por su homlogo prusiano. -Observ el rpido movimiento de los ojos de Anna y sonri-. S, esos relojes de bolsillo de la vitrina son los mismos. Una artesana exquisita. Los adquir hace veinte aos en una subasta. Me gusta tenerlos cerca. Me ayudan a recordar. -Bartlett cerr los ojos durante un contemplativo instante-. Como es natural, para cuando Rochat complet sus investigaciones, ya era demasiado tarde -prosigui diciendo-. Los agentes de Bismarck, a travs de un astuto rgimen de informes errneos, ya haban engaado a Francia, inducindola a declarar la guerra. El grito de guerra era A Berln. El resultado fue desastroso para Francia: el podero militar de que haba disfrutado desde la batalla de Rocroi en 1643 fue totalmente destruido en slo un par de meses. Se lo imagina? El ejrcito francs, con su emperador al frente, fue conducido directamente a una ingeniosa emboscada cerca de Sedan. Huelga decir que eso fue el final para Napolen III. El pas perdi Alsacia y Lorena, tuvo que pagar exorbitantes indemnizaciones y someterse a dos aos de ocupacin. Fue un golpe espantoso que cambi el curso de la historia europea de manera irreversible. Y apenas dos aos antes, Claude Rochat haba tirado de un hilillo sin saber adonde llevara o si llevara a algn sitio. Todo fue por culpa de aquellos dos funcionarios de poca monta y de sus relojes de bolsillo idnticos. -Bartlett emiti un sonido que no lleg a carcajada-. Casi siempre se trata de algo que parece trivial y que es trivial en realidad. Casi siempre. Mi misin es encargarme de estas cosas. De los hilillos. De las aburridas y pequeas discrepancias. De los pequeos y triviales patrones que tal vez podran conducir a patrones mucho ms grandes. Lo ms importante que yo hago es lo menos fascinante que quepa imaginar. -Enarc una ceja-. Busco relojes de bolsillo a juego. Anna guard silencio un instante. El Fantasma estaba haciendo honor plenamente a su fama: crptico, extremadamente oscuro. -Le agradezco esta leccin de historia -dijo lentamente-, pero mi marco de referencia siempre ha sido el aqu y el ahora. Si usted cree de veras que estos archivos de almacenamiento profundo tienen importancia actual, por qu no dejar simplemente que la CIA los investigue? Bartlett se sac un crujiente pauelo de seda del bolsillo superior de su chaqueta y empez a limpiarse las gafas de sol. -Aqu ocurren cosas muy raras -dijo-. La UCI tiende a intervenir slo en casos en los que hay una verdadera posibilidad de que se produzca una interferencia interna o cualquier otra cosa que pudiera impedir una investigacin exhaustiva. Dejmoslo as. -Haba un leve tono paternalista en su voz.

-No lo dejemos -dijo secamente Anna. No era el tono ms indicado para hablar con el jefe de una divisin, sobre todo con un jefe tan poderoso como el de la UCI, pero el servilismo no era una de sus cualidades y era mejor que Bartlett supiera desde el principio qu clase de persona era aquella cuyos servicios haba contratado-. Con todos los respetos, usted est hablando de la posibilidad de que alguien de la agencia o bien retirado de ella pueda estar detrs de estas muertes. El director de la Unidad de Cumplimiento Interno palideci levemente. -Yo no he dicho eso. -No lo ha negado. Bartlett lanz un suspiro. -Con la torcida madera de la humanidad jams se ha hecho nada que sea recto. Una tensa sonrisa. -Si usted piensa que la CIA puede estar implicada, por qu no pedir la intervencin del FBI? Bartlett solt un delicado resoplido. -Y por qu no incluir a la Associated Press? El FBI tiene muchas cualidades, pero la discrecin no es una de ellas. No estoy muy seguro de que usted se haya dado cuenta de la delicadeza de este asunto. Cuantas menos personas lo sepan, mejor. Por eso no quiero que intervenga un equipo... slo un individuo. El individuo adecuado, espero sinceramente, agente Navarro. -Aunque estas muertes sean realmente asesinatos -dijo ella-, es altamente improbable que encuentre alguna vez al asesino, supongo que lo sabe. -sta es la respuesta burocrtica estndar -dijo Bartlett-, pero usted no me parece una burcrata. El seor Dupree dice que es obstinada y no exactamente una jugadora de equipo. Bueno, eso es exactamente lo que yo quera. Anna se arroj con mpetu. -Me est pidiendo que investigue a la ca. Quiere que examine una serie de muertes para establecer que son asesinatos y despus... -Y despus rena pruebas que nos permitan realizar un informe. -Los ojos grises de Bartlett se iluminaron a travs de sus gafas de montura de plstico-. No importa quin est implicado. Est claro? -Como el barro -dijo Anna. Como investigadora veterana que era, estaba acostumbrada a realizar entrevistas tanto a testigos como a sospechosos. A veces, bastaba simplemente con escuchar. Pero otras haba que aguijonear, provocar una respuesta. El arte y la experiencia indicaban cundo. La historia de Bartlett estaba salpicada de omisiones y supresiones. Apreciaba los reflejos nacidos de la necesidad de saber de un astuto y viejo burcrata pero, en su propia experiencia, tal cosa ayudaba a saber ms de lo estrictamente necesario-. No voy a jugar a la gallinita ciega -dijo. Bartlett parpade. -Cmo dice? -Usted tiene que tener copias de estos archivos Sigma. Tiene que haberlos estudiado detenidamente. Y, sin embargo, afirma no tener ni idea de lo que era Sigma. -Adonde quiere usted ir a parar con eso? Su voz era fra. -Me va a ensear esos archivos? Una sonrisa semejante a un rictus. -No. No, eso no va a ser posible. -Por qu no? Bartlett se volvi a poner las gafas. -Yo no estoy aqu bajo investigacin. Por mucho que admire sus tcticas de interrogatorio. En cualquier caso, creo que he expuesto con toda claridad los puntos ms importantes.

-Pues no, maldita sea, eso no es suficiente! Usted conoce muy bien esos archivos. Si usted no sabe qu significa todo esto, por lo menos tiene que tener una sospecha. Una hiptesis. Algo. Ahrrese la cara de poker para su partida del jueves por la noche. Yo no estoy jugando. Al final, Bartlett explot. -Por el amor de Dios, ha visto usted suficientes cosas para saber que estamos hablando acerca de la buena fama de algunas de las figuras ms importantes que conformaron la posguerra. Se trata de archivos de autorizacin. En s mismos no demuestran nada. La mand examinar antes de nuestra conversacin... La implic eso a usted en mis asuntos? Confo en su discrecin. Por supuesto que s. Pero estamos hablando de individuos destacados y de otros ms oscuros. No puede usted andar por ah taconeando con su sensible calzado. Anna escuch con atencin, percibi el matiz de la tensin de su voz. -Usted habla de la buena fama y, sin embargo, no es eso lo que de verdad le preocupa, verdad? -lo apremie)-. Necesito ms para seguir adelante! l mene la cabeza. -Es como tratar de hacer una escalera de cuerda con gasa. No hay nada que hayamos podido establecer. Hace medio siglo algo se consigui. Algo. Algo relacionado con intereses vitales. La lista Sigma abarca una curiosa coleccin de individuos... Sabemos que algunos eran empresarios, y hay otros cuya identidad no hemos conseguido establecer de ninguna manera. Lo que tienen en comn es que un fundador de la CIA, alguien con inmenso poder en los aos cuarenta y cincuenta, tuvo un inters directo en ellos. Los quera reclutar? Convertirlos en objetivos? Todos estamos jugando a la gallinita Clega. Pero parece que se cre una empresa en secreto. Usted ha preguntado qu relacin existe entre ellos. En realidad, simplemente no lo sabemos. -Se ajust los gemelos, el tic nervioso de un hombre quisquilloso-. Podramos decir que estamos en la fase de los relojes de bolsillo. -Perdone, pero la lista Sigma... se remonta a hace medio siglo! -Ha estado usted alguna vez en el Somme, en Francia? -pregunt bruscamente