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recopilacion de cuentos de disney

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Page 1: recopilacion de cuentos

RECOPILACION DE

CUENTOS

POR

CATALINA BUITRAGO

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INDICE

CENICIENTA

LA BELLA DURMIENTE

BLANCA NIEVES

LA SIRENITA

LA BELLA Y LA BESTIA

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cenicienta

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cenicienta Hubo una vez, hace mucho, mucho tiempo una joven muy bella, tan bella que

no hay palabras para describir-la. Se llamaba Cenicienta

Cenicienta era pobre, no tenía padres y vivía con su madrastra, una mujer viuda muy cascarra-bias que siempre estaba enfa-dada y dando órdenes gritos a todo el mundo.

Con la madrastra también vivían sus dos hijas, que eran muy feas e insoportables. Cenicienta era la que hacía los tra-bajos más duros de la casa, como por ejemplo

limpiar la chimenea cada día, por lo que sus vestidos siempre estaban sucios o manchados de ceniza, por eso las personas del lugar la llamaban cenicienta. Cenicienta apenas tenia ami-gos, solo a dos ratoncitos muy simpáticos que vivían en un agu-jero de la casa.

Un buen día, sucedió algo ine-

sperado; el Rey de aquel lugar hizo saber a todos los habitantes de la región que invitaba a to-das las chicas jóvenes a un gran baile que se celebraba en el pala-cio real.

El motivo del baile era encontrar una esposa para el hijo del rey; el principe! para casarse con ella y convertirla en princesa.

La noticia llego a los oídos de cenicienta y se puso muy contenta. Por unos instantes soñó con que sería ella, la futura mujer del principe. La princ-esa!

Pero, por desgracia, las cosas no serían

tan fáciles para nuestra amiga cenicienta...

La madrastra de cenicienta le dijo en un tono malvado y cruel: - Tú Cenicienta, no irás al baile del principe, porque te quedarás aquí en casa fregando el suelo, limpiando el carbon y ceniza de la chimenea y preparando la cena para cuando nosotras vol-vamos.

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Cenicienta esa noche lloró en su habitación, estaba muy triste porque ella quería ir al baile y conocer al príncipe.

Al cabo de unos días llegó la es-perada fecha: el día del baile en palacio

Cenicienta veia como sus her-manastras se arreglaban y se intentaban poner guapas y bonitas, pero era imposible, porque eran muy feas de tan malas que eran...pero sus v e s t i d o s . . . e r a n muy bonitos!

Al llegar la no-che, su ma-drasta y hermanastras partieron hacia el palacio real, y cenicien-ta, sola en casa, una vez más se puso a llorar de tristeza.

Entre llanto y llanto, dijo en voz alta: - ¿Por qué seré tan des-graciada? Por favor, si hay al-gún ser mágico que pueda ayu-

darme.. decía cenicienta con desesperación.

De pronto, sucedió algo increible; se le apareció un hada Madrina muy buena y muy poderosa.

Y con voz suave, tierna y muy agradable le dijo a cenicienta; -

No llores más, te ayudaré.

¿De verdad? ¿Dijo ce-nicienta un poco incrédu-la...pero como vas a ayu-darme ? no tengo ningún vestido bonito para ir al baile y mis zapatos están todos rotos!

La hada madrina saco su varita mágica y con ella toco suave-mente a cenicienta, y al mo-mento...oh!, que milagro! un maravilloso vestido apareció en el cuerpo de cenicienta, así como también unos preciosos zapatos.

Ahora ya puedes ir al baile de

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palacio cenicienta, pero...ten en cuenta una cosa muy impor-tante: tú vestido a las 12 de la noche... volverá a ser los harapos que llevas ahora.

Hay algo más que debes saber, delante de la casa te espera un car-ruaje que te lle-vará al gran baile en palacio, pero a las 12 de la noche, se trans-formará en una calabaza! . Bien, dijo cenicienta, ya soy feliz, solo por poder ir al baile.

Cuando cenicien-ta llego al pala-cio, causo mucha impresión a to-dos los asistentes, nadie nunca había visto tanta belleza, cenicien-ta estaba preciosa!

El principe, no tardo en darse cuenta de la presencia de esa joven tan bonita. Se dirigió ha-cia ella y le preguntó si queria

bailar.

Cenicienta, dijo sí!, claro que sí! Y estuvieron bailando durante horas y horas...

Las hermanastras de cenicienta no la reconoci-eron, debido a que ella siem-pre iba sucia y llena de ceniza, incluso se pre-guntaban quien sería aquella chica tan pre-ciosa.

Pero de re-pente...oh!, dijo cenicienta, son casi las 12 de la noche, mi vesti-do está a punto de convertirse en una ropa sucia, y el car-ruaje se trans-formará en una

calabaza!

- ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! le dijo al príncipe que estaba en sus brazos bailando.

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de la casa, y exclamo: -eh!, tu también tienes que probarte el zapato!

La madrastra y sus hijas dijeron: -por favor! , como quiere usted que cenicienta sea la chica que busca el principe?, ella es pobre, siempre está sucia y no fue a la fiesta de palacio!

Pero cuando cenicienta se puso el zapato y le encajo a la per-fección...todos los presentes se quedaron de piedra!, -oooh !, es ella! la futura princesa!

Inmediatamente la llevaron a palacio y a los pocos días se casó con el príncipe, por lo que fue una princesa!

Nunca más volvio con su ma-drastra, vivío feliz en palacio hasta el último de sus días.

fin

Salió a toda prisa del salon de baile bajó la escalinata hacia la salida de palacio perdiendo en su huída un zapato, que el príncipe encontró y recogió.

A partir de ese momento, el principe ya sabia quien iba a ser la futura princesa... la joven que había perdido el zapato!, pero…Caramba!, exclamo el principe, pero si no se ni como se llama, y mucho menos donde vive!

Para encontrar a la bella jo-ven, el principe ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato.

Envió a sus sirvientes a recorrer todo el reino. Todas las jóvenes, chicas y mujeres se probaban el zapato, pero no había ni una a que pudiera calzarse el zapato.

Al cabo de unas semanas, los sirvientes de palacio llegaron a casa de Cenicienta.

La madrastra llamó a sus feas hijas para que probasen el za-pato, pero evidentemente no pudieron calzar el zapato.

Uno de los sirvientes del princi-pe vio a cenicienta en un rincón

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la bella durmiente

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la bella durmienteErase una vez... una reina que dio a luz una niña muy hermosa.

Al bautismo invitó a todas las hadas de su reino, pero se olvidó, desgraciadamente, de invitar a la más malvada.

A pesar de ello, esta hada maligna se presentó igualmente al castillo y, al pasar por delante de la cuna de la pequeña, dijo despechada:

“¡A los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás!” Un hada buena que había cer-ca, al oír el maleficio, pronun-ció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena:

al pincharse en vez de morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el beso de un jo-ven príncipe la desper-taría de su profundo sueño.

Pasaron los años y la princes-ita se convirtió en la mucha-cha más hermosa del reino.

El rey había ordenado quemar todos los husos del castillo para que la princesa no pudiera pincharse con ninguno.

No obstante, el día que cumplía los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar del castillo que todos creían deshabitado, y donde una vieja sirvienta, desconocedora de la prohibición del rey, estaba hilando.

Por curiosidad, la muchacha le pidió a la mujer que le dejara probar.

“No es fácil hilar la lana”, le dijo la sirvienta.

“Más si tienes paciencia tee n s e ñ a r é . ” L a maldición del hada malvada estaba a punto de concretarse.

La princesa se pinchó con un

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huso y cayó fulminada al suelo como muerta. Médicos y magos fueron llamados a consulta. Sin embargo, ninguno logró vencer el maleficio. El hada buena sabedora de lo ocurrido, corrió a palacio para consolar a su amiga la reina.

La encontró llorando junto a la cama llena de flores donde estaba tendida la princesa. “¡No morirá! ¡Puedes estar segura!” la consoló, “Solo que por cien años ella dormirá” La reina, hecha un mar de lágrimas, exclamó: “¡Oh, si yo pudiera dormir!”

Entonces, el hada buena pensó: ‘Si con un encantamiento se durmieran todos, la princesa, al despertar encontraría a todos sus seres queridos a su entorno.’

La varita dorada del hada se alzó y trazó en el aire u n a

espiral mágica.

Al instante todos los habitantes del castillo se durmieron

“¡Dormid tranquilos! Volveré dentro de cien años para vuestro despertar.” dijo el hada echando un último vistazo al castillo, ahora inmerso en un profundo sueño.

En el castillo todo había enmudecido, nada se movía con vida. Péndulos y relojes repiquetearon hasta que su cuerda se acabó. El tiempo

parecía haberse d e t e n i d o

r e a l m e n t e .

Alrededor del castillo, sumergido en el sueño, empezó a crecer como por encanto, un extraño y frondoso bosque con plantas trepadoras que lo rodeaban como una barrera impenetrable.

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En el transcurso del tiempo, el castillo quedó oculto con la male-za y fue olvidado de todo el mun-do. Pero al término del siglo, un príncipe, que perseguía a un ja-balí, llegó hasta sus alrededores.

El animal herido, para salva-rse de su perseguidor, no halló mejor escondite que la espesu-ra de los zarzales que rodeabanel castillo.

El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino. Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa.

Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al apartar una rama, vio... Siguió avanzando hasta llegar al castillo. El puente levadizo estaba ba

jado. Llevando al caballo sujeto por las riendas, entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con horror que estaban muertos,

Luego se tranquilizó al comprobar que solo estaban dormidos. “¡Despertad! ¡Despertad!”, chilló

una y otra vez, pero en vano.

Cada vez más extraña-do, se adentró en el castil-lo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa.

Durante mucho rato contempló aquelrostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano.

Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se desesperezó y abrió los ojos, despertando del larguísimo sueño.

Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba e s t e

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momento tanto tiempo esperado.”

El encantamiento se había roto.

La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe.

En aquel momen-to todo el castillo despertó.

Todos se levantaron, mirán-dose sorprendidos y diciéndose qué era lo que había sucedido.

Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca.

Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de cantos, de música y de alegres risas con motivo de la boda.

fin

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Blanca nieves

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Blanca nieves

Había una vez, en pleno invierno, una reina que se dedicaba a la cos-tura sentada cerca de una ven-tana con marco de ébano negro.

Los copos de nieve caían del cielo como plumones. Miran-do nevar se pinchó un dedo con su aguja y tres gotas de sangre cayeron en la nieve.

Como el efecto que hacía el rojo sobre la blanca nieve era tan bello, la reina se dijo.¡Ojalá tuviera una niña tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y tan ne-gra como la madera de ébano!Poco después tuvo una niñi-ta que era tan blanca como la nieve, tan encarnada como la sangre y cuyos cabellos eran tan negros como el ébano.

Por todo eso fue llama-da Blanca nieves. Y al nac-er la niña, la reina murió.Un año más tar-de el rey tomó otra esposa.

Era una mujer bella pero or-gullosa y arrogante, y no por día soportar que nadie la superara en belleza. Tenía un espejo mar-

avilloso y cuando se ponía frente a él, mirándose le preguntaba:¡Espejito, espejito de mi hab-itación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?Entonces el espejo respondía:

La Reina es la más her-mosa de esta región.Ella quedaba satisfe-cha pues sabía que su espe-jo siempre decía la verdad.

Pero Blanca nieves crecía y em-bellecía cada vez más; cuando alcanzó los siete años era tan bella como la clara luz del día y aún más linda que la reina.Ocurrió que un día cuan-do le preguntó al espejo:

¡Espejito, espejito de mi hab-itación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?el espejo respondió:

La Reina es la her-mosa de este lugar,pero la linda Blan-ca nieves lo es mucho más.Entonces la reina tuvo miedo y se puso amarilla y verde de en-vidia. A partir de ese momen-to, cuando veía a Blanca nieves

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el corazón le daba un vuelco en el pecho, tal era el odio que sentía por la niña. Y su envid-ia y su orgullo crecían cada día más, como una mala hierba, de tal modo que no encontraba reposo, ni de día ni de noche.Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo:

Lleva esa niña al bosque; no quiero que aparez-ca más ante mis ojos.

La matarás y me traerás sus pulmo-nes y su hígado como prueba.

El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso atrave-sar el cora-zón de Blan-canieves, la niña se puso a llorar y exclamó:¡Mi buen cazador, no me mates!; correré hacia el bosque espeso y no volveré nunca más.Como era tan linda el ca-zador tuvo piedad y di-jo:¡Corre, pues, mi pobre niña!

Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto la devorarían. No obstante, no tener que ma-tarla fue para él como si le quitaran un peso del corazón.

Un cerdito venía saltando; el cazador lo mató, extrajo sus

pulmones y su hígado y los llevó a la reina como

prueba de que había cumplido su misión.

El cocinero los cocinó con sal y la mala mu-

jer los comió creyendo comer los pulmones y el hígado de Blancanieves.Por su parte, la po-

bre niña se encon-traba en medio de los grandes bosques,

abandonada por todos y con tal miedo que todas

las hojas de los ár-boles la asustaban.

No tenía idea de cómo arreglárselas y entonces cor-rió y corrió sobre guijarros filo-sos y a través de las zarzas.

Los animales salvajes se cruzaban con ella pero no le hacían ningún

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daño. Corrió hasta la caída de la tarde; entonces vio una casita a la que entró para descansar.

En la cabañita todo era peque-ño, pero tan lindo y lim-pio como se pueda imaginar.

Había una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él si-ete platitos, cada uno con su pe-queña cuchara, más si-ete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños.

A lo largo de la pared esta-ban dispuestas, una junto a la otra, siete camitas cubiertas con sábanas blancas como la nieve. Como tenía mucha ham-bre y mucha sed, Blancanieves-co-mió trozos de legumbres y de pan de cada platito y bebió una gota de vino de cada vasito.

Luego se sintió muy cansada y se quiso acostar en una de las camas.

Pero ninguna era de su medida; una era demasiado larga, otra un poco corta, hasta que finalmente la séptima le vino bien. Se acostó, se encomendó a Dios y se durmió.Cuando cayó la noche volvieron los dueños

de casa; eran siete enanos que excavaban y extraían metal en las montañas.

Encendieron sus siete farolitos y vieron que alguien había venido, pues las cosas no estaban en el orden en que las habían dejado. El primero dijo:¿Quién se sentó en mi sillita?El segundo:¿Quién comió en mi platito?El tercero:¿Quién comió de mi pan?El cuarto:¿Quién comió de mis legum-bres?El quinto.¿Quién pinchó con mi tenedor?El sexto:¿Quién cortó con mi cuchillo?El séptimo:¿Quién bebió en mi vaso?Luego el primero pasó su vis-ta alrededor y vio una peque-ña arruga en su cama y dijo:¿Quién anduvo en mi lecho?

Los otros acudieron y exclamaron:¡Alguien se ha acostado en el mío también! Mi-rando en el suyo, el séptimo descubrió a Blancanieves, acostada y dormida. Llamó a los otros, que se precipitaron con exclamaciones de asombro. Entonces fueron a bus-

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car sus siete farolitos para alumbrar a Blancanieves.

¡Oh, mi Dios exclama-ron qué bella es esta niña!Y sintieron una alegría tan grande que no la despertaron y la dejaron proseguir su sue-ño. El séptimo enano se acostó una hora con cada uno de sus compañeros y así pasó la noche.Al amanecer, Blancanieves despertó y viendo a los si-ete enanos tuvo miedo.

Pero ellos se mostraron am-ables y le preguntaron.¿Cómo te llamas?Me llamo Blan-canieves respondió ella.¿Como llegaste hasta nuestra casa?

Entonces ella les contó que su madrastra había querido ma-tarla pero el cazador había tenido piedad de ella permitié-ndole correr durante todo el día hasta encontrar la casita.

Los enanos le dijeron:Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, ha-cer las ca-mas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en orden y bien

limpio puedes quedarte con nosotros; no te faltará nada.Sí respondió Blancanieves acepto de todo corazón. Y se quedó con ellos.

Blancanieves tuvo la casa en or-den.Por las mañanas los enanos partían hacia las montañas, donde buscaban los minerales y el oro, y regresaban por la noche. Para ese entonces la comida estaba lista.

Durante todo el día la niña permanecía sola; los bue-nos enanos la previnieron:¡Cuídate de tu madras-tra; pronto sabrá que estás aquí! ¡No dejes entrar a nadie!

La reina, una vez que comió los que creía que eran los pulmones y el hígado de Blancanieves, se creyó de nuevo la principal y la más bella de todas las mujeres. Se puso ante el espejo y dijo:¡Espejito, espejito de mi hab-itación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?Entonces el espejo respondió.Pero, pasando los bosques,en la casa de los enanos,la linda Blancanieves lo es mucho más.

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La Reina es la más her-mosa de este lugar

La reina quedó aterroriza-da pues sabía que el es-pejo no mentía nunca. Se dio cuenta de que el caza-dor la había enga-ñado y de que Blancanieves vivía.

Reflexionó y buscó un nuevo modo de deshacerse de ella pues hasta que no fuera la más bella de la región la envidia no le daría tregua ni reposo.

Cuando finalmente urdió un plan se pintó la cara, se vistió como una vieja buhonera y quedó totalmente irre-conocible.Así disfrazada atravesó las siete montañas y llegó a la casa de los siete enanos, golpeó a la puerta y gritó:¡Vendo buena mercadería!

¡ V e n d o ! ¡ V e n d o !Blancanieves miró por la ventana y dijo:Buen día, buena mu-jer. ¿Qué vende usted?Una excelente mercadería re-spondió; cintas de todos colores.

La vieja sacó una trenzada en seda multicolor, y Blancanieves pensó:Bien puedo dejar entrar a esta buena mujer.Corrió el cerrojo para permitirle el paso y poder comprar esa linda cinta.¡Niña dijo la vieja qué mal te has puesto esa cinta! Acércate que te la arreglo como se debe.Blancanieves, que no desconfiaba, se c o l o c ó delante de ella para que le

arreglara el lazo.

Pero rápidamente la vieja lo oprimió tan fuerte que B l a n c a n i e v e s perdió el aliento

y cayó como m u e r t a .Y bien dijo la vieja,

dejaste de ser la más bella. Y se fue.Poco después, a la noche, los siete enanos regre-saron

a la casa y se asustaron

mucho al ver a Blancanieves en el suelo, inmóvil.

La levantaron y descubri-eron el lazo que la oprimía.

Lo cortaron y Blan-

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canieves comenzó a respirar y a reanimarse po-co a poco.Cuando los enanos supieron lo que había pasado dijeron:

La vieja vendedora no era otra que la malvada reina. ¡Ten mucho cuidado y no dejes entrar a nadie cuando no estamos cerca!Cuando la reina volvió a su casa se puso frente al espejo y preguntó:¡Espejito, espejito, de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?

Entonces, como la vez anterior, r e s p o n d i ó :La Reina es l a más hermosa de este lugar,P e r o pasando l o s

bosques,en la c a s a de los

enanos,la linda

Blancanieves lo es mucho más.Cuando oyó

estas palabras toda la sangre le afluyó al corazón. El terror la invadió, pues era claro que Blancanieves había recobrado la vida.Pero ahora dijo ella voy a inventar algo que te hará perecer.Y con la ayuda de sortilegios, en los que era experta, fabricó un peine envenenado. Luego se disfrazó tomando el aspecto de otra vieja.

Así vestida atravesó las siete montañas y llegó a la casa de los siete enanos.

Golpeó a la puerta y gritó:¡Vendo buena m e r c a d e r í a ! ¡ V e n d o ! ¡ V e n d o !

Blancan ieves miró desde

a d e n t r o y dijo:Sigue tu camino; no puedo d e j a r

entrar a nadie.A l

menos p o d r á s

mirar dijo la vieja, sacando el peine

envenenado y

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levantándolo en el aire.

Tanto le gustó a la niña que se dejó seducir y abrió la puerta. Cuando se pusieron de acuerdo sobre la compra la vieja le dilo:Ahora te voy a pein-ar como corresponde.

La pobre Blancanieves, que nun-ca pensaba mal, dejó hacer a la vieja pero apenas ésta le había puesto el peine en los cabel-los el veneno hizo su efecto y la pequeña cayó sin conocimiento.

¡Oh, prodigio de belleza dijo la mala mujer ahora sí que acabé contigo!Por suerte la noche llegó pronto trayendo a los enanos con ella. Cuando vieron a Blancanieves en el suelo, como muerta, sospecha-ron enseguida de la madrastra. Examinaron a la niña y en-contraron el peine envenenado.

Apenas lo retiraron, Blancanieves volvió en sí y les contó lo que había sucedido. En tonces le advirtieron una vez más que debería cui-darse y no abrir la puerta a nadie.

En cuanto llegó a su casa la reina se colocó frente al espejo y dijo:

¡Espejito, espejito de mi hab-itación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?Y el espejito, re-spondió nuevamente:La Reina es la más her-mosa de este lugar.Pero pasando los bosques,en la casa de los enanos,la linda Blancanieves lo es mucho más.La reina al oír hablar al es-pejo de ese modo, se estre-meció y tembló de cólera.

Es necesario que Blancanieves muera exclamó aunque me cueste la vida a mí misma.Se dirigió entonces a una habi-tación escondida y solitaria a la que nadie podía entrar y fab-ricó una manzana envenenada.

Exteriormente parecía bue-na, blanca y roja y tan bien hecha que tentaba a quien la veía; pero apenas se comía un trocito sobrevenía la muerte.

Cuando la manzana estuvo pronta, se pintó la cara, se dis-frazó de campesina y atravesó las siete montañas hasta llegar a la casa de los siete enanos.

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G o l p e ó .

Blancanieves sacó la cabe-za por la ventana y dijo:No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo han prohibido.No es nada dijo la campesina- me voy a librar de mis manzanas.

Toma, te voy a dar una.No dijo Blancanieves tam-poco debo aceptar nada.¿Ternes que esté envenenada? dijo la vieja; mira, corto la man-zana en dos partes; tú comerás la parte roja y yo la blanca.

La manzana estaba tan inge-niosamente hecha que solamente la parte roja contenía veneno. La bella manzana tentaba a Blancanieves y cuando vio a la campesina comer no pudo resis-tir más, estiró la mano y tomó la mitad envenenada. Apenas tuvo un trozo en la boca, cayó muerta.

Entonces la vieja la ex-aminó con mirada horri-ble, rió muy fuerte y dijo.Blanca como la nieve, roja como la sangre, negra como el ébano. ¡Esta vez los enanos no podrán reanimarte!

Vuelta a su casa interrogó al espejo:¡Espejito, espeji-to de mi habitación!¿Quién es la más hermosa de esta región? Y el espejo final-mente respondió.La Reina es la más hermosa de esta región.

Entonces su corazón envid-ioso encontró reposo, si es que los corazones envidiosos pueden en contrar alguna vez reposo.

A la noche, al volver a la casa, los enanitos encontraron a Blancanieves tendida en el suelo sin que un solo aliento escapa-ra de su boca: estaba muerta.

La levantaron, buscaron alguna cosa envenenada, aflojaron sus lazos, le peinaron los cabellos, la lava-ron con agua y con vino pelo todo esto no sirvió de nada: la querida niña estaba muerta y siguió están-dolo.

La pusieron en una parihuela. se sentaron junto a ella y durante tres días lloraron. Luego quisieron enterrarla pero ella estaba tan fresca como una persona viva y mantenía aún sus mejillas sonrosadas.

Los enanos se dijeron:No podemos ponerla bajo la negra tierra.

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E hi-cieron un ataúd de vidrio para que se la pudiera ver desde todos los ángulos, la pusieron adentro e inscribieron su nombre en letras de oro proclamando que era hija de un rey.

L u e g o e x p u s i e r o n el ataúd en la montaña. Uno de ellos permanecería siempre a su lado para cuidarla. Los a n i m a l e s t a m b i é n v i n i e r o n a llorarla: primero un m o c h u e l o , luego un cuervo y más tarde una p a l o m i t a .Blancanieves permanec ió mucho tiempo en el ataúd sin

descomponerse; al contrario, parecía dormir, ya que siempre estaba blanca

como la nieve, roja como la sangre y sus cabellos eran negros como el ébano.Ocurrió una vez que el hijo de un rey llegó, por azar, al bosque y fue a casa de

los enanos a pasar la noche.

En la montaña vio el ataúd con la hermosa

Blancanieves en su interior y leyó lo que estaba escrito en letras de oro.

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Entonces dijo a los enanos:Dénme ese ataúd; les daré lo que quieran a cambio.

No lo daríamos por todo el oro del mundo respondieron los enanos.En ese caso replicó el prínci-pe regálenmelo pues no pue-do vivir sin ver a Blancanieves.

La honraré, la estimaré como a lo que más quiero en el mundo.

Al oírlo hablar de este modo los enanos tuvieron pie-dad de él y le dieron el ataúd.

El príncipe lo hizo llevar sobre las espaldas de sus servidores, pero sucedió que éstos tropezaron contra un arbusto y como consecuencia del sacudón el trozo de manzana envenenada que Blancanieves aún conservaba en su garganta fue despedido hacia afuera.

Poco después abrió los ojos, levantó la tapa del ataúd y se irguió, resucitada.¡Oh, Dios!, ¿dónde estoy? -exclamó.Estás a mi lado -le dijo el p r í n c i p e l l e n o

de ale-gría.Le contó lo que había pasado y le dijo:Te amo como a nadie en el mundo; ven conmi-go al castil-lo de mi padre; serás mi mujer.

Entonces Blancanieves comen-zó a sentir cariño por él y se preparó la boda con gran pompa y mag-nificencia.

También fue invita-da a la fiesta la madras-tra criminal de Blancanieves.

Después de vestirse con sus hermosos trajes fue ante el espejo y preguntó:¡Espejito, espejito de mi hab-itación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?

El espejo respondió:La Reina es la más hermosa de este lugar. Pero la joven Reina lo es

mucho más.Entonces la mala mujer lanzó un juramento y

tuvo tanto, t a n t o m i e d o , que no s u p o

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qué hacer.

Al principio no quería ir de ningún modo a la boda. Pero no encontró reposo has-ta no ver a la joven reina.

Al entrar reconoció a Blan-canieves y la angustia y el es-panto que le produjo el descu-brimiento la dejaron clavada al piso sin poder moverse.Pero ya habían puesto zapatos de hierro sobre carbones en-cendidos y luego los colocaron delante de ella con tenazas. Se obligó a la bruja a entrar en esos zapatos incandescentes y a bailar hasta que le llegara la muerte.

fin

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la sirenita

Page 29: recopilacion de cuentos

la sirenita En el fondo del mar había un castillo. Allí vivía un rey que

tenía seis hijas, todas ellas sirenas de gran belleza. La más

bella de t o d a s era la p e q u e -ña; su piel era tan suave y delica-da como u n p é -t a -l o d e rosa, sus ojos eran azules como el mar.Como todas las sirenas, no tenía piernas; su cuerpo acababa en una gran cola de pez. Poseía la más bella voz que nunca se había oído.

Todos los días las sirenas jugaban en las grandes habitaciones de palacio. Cuando las venta-nas estaban abiertas, los peces

entraban y salían libremente. Eran tan mansos que nada-ban hasta donde estaban ellas,

comían de sus propias ma-nos y se dejaban acari-

ciar y hacer cosquillas.

Nada los gustaba más a l a s

s i r e n a s

q u e e s -

cuchar las h i s t o r i a s q u e los explica ba su abuela so bre el

mundo que e x i s t í a más allá del mar.

Pedían que les habla-

se sobre ár-boles, pájaros,

ciudades y per-sonas que utiliza-

ban piernas para caminar.

-Cuando cada una de ustedes cumpla 15 años -decía la abuela-, podrá nadar hasta la superficie del mar y, reclinada sobre alguna roca, ver los barcos que pasan.

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Por fin llegó el día en que la si-renita cumplió sus 15 años, sa-ludó a todos y nadó con ligereza ascendiendo hasta la superficie.

Cuando alzó la cabeza sobre el agua, el sol estaba ponié-ndose, las nubes se veían de color rosa, el mar esta-ba calmado y empezaba a brillar el sol.

Se quedó d e s l u m b r a d a mirando las aves que pa-saban y las estrellas que iban apare-ciendo. Gozó con la brisa que rozaba su rostro y acar-iciaba su pelo.

En la lejanía, vio una nave. Na-dando se acercó a ella, se sentó sobre una roca y observó aten-ta a los marineros que iban y venían alzando las velas.

-¡Qué fuertes y viriles son!- pensaba la sirenita. Se sentía fe-liz. Pero más se emocionó aún cuando apareció en cubierta un elegante y joven príncipe.

Se había hecho muy tarde ya, pero no podía apartar sus ojos del barco ni del bello príncipe.

De repente el cielo se cubrió de nubes, el viento sopló cada vez más fuerte, los truenos estalla-ron en estrépito y el mar pro-vocó inmensas olas que sacudi-eron violenta-mente el barco hasta hundirlo.

La sirenita nadó precipitada-mente para salvar el prínc-ipe. Sostuvo su cabeza sobre las olas, dejando que la corri-ente les llevase hasta la costa.Arrastrándose pudo dejar-

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lo sobre la arena de la playa. Le acarició y le besó con mu-cha ternura. Se quedó a su lado cuidándolo, cantando para él las más bellas canciones durante toda la noche. Cuando salió el sol, vio que el príncipe desper-taba. Entonces, volvió al fon-do del mar. Volvió a su mundo acuático con el corazón enamo-rado de un príncipe terrestre.Explicó a su abuela lo que había sucedido. Ahora solo deseo -le dijo- volver al mundo ex-terior para p o d e r l o ver. Lo amo. Deseo vi-vir con él en la tierra!

-¿Pero qué d i c e s , chiquita? -la i n t e r -rumpió la abuela muy ir-ritada- tu vida, tu mundo, somos nosotros. ¡Ni se te ocurra tal tontería!

La sirenita, entonces, decidió ir a ver a la bruja del mar. Pese a la repugnancia que le producía, sabía que solo ella la podría ayudar. Nadó hacia las pro-fundidades pasando por aguas arremolinadas, cru-

zó por entre las piedras y algas enroscadas como verdes serpi-entes, y finalmente encontró el cubil de la bruja, rodeada de peces con ojos punzantes, tiburones y serpientes. Allá la bruja le dio un brebaje que le permitiría cam-biar su cola por unas piernas, para poder salir en la superficie.

La sireni ta tomó el brebaje y

n a d ó

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hasta la superficie. Mientras subía sintió un horrible dolor en su cola de pez. Cuando llegó a la costa tenía dos bonitas piernas. Quiso cantar de felicidad, pero la bruja le había robado, de pas-ada, su bella voz. Se reclinó en la arena recordando a su amado y se durmió. Cuando despertó, a su lado estaba su prínci-pe, más bello y radiante que nunca.

- G r a c i a s ! - exclamó - Me has salvado la vida, he venido a esta playa todos los días a bus-carte. Y hoy, al fin, ¡he tenido la suerte de encon-trarte! Ella le miró con los ojos mucho abiertos y le sonrió. -Sin embargo, ¿quién eres?- preguntó el príncipe, afligi-do. La sirenita negó con la cabe-za. El príncipe entonces la cogió de la mano y la llevó al palacio.

-Te diré Aurora- le dijo. La sirenita conoció bailes, re-alizó paseos por las monta-ñas y cabalgó por los prados.

- Aurora -la gritó un día el príncipe- te presento a Úrsula, princesa de un país lejano. Se quedará con nosotros de visita. L a sirenita, mientras

saludaba a Úrsula, ad-

virtió algo e x t r a ñ o en sus ojos. Un b r i l -l a n t e z de mal-dad se

r e f l e j a b a en ellos.

T r a n s c u r r í a n los días y el prínc-

ipe se acercaba más y más a Úrsula, de-

jando sola a la pobre sire-nita, que no dejaba de pensar

donde había visto aquellos ojos.

Una noche, durante una fiesta a palacio, Úrsula cantó con una voz bella. La sirenita reconoció en-

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tonces su propia voz, que la bruja le había robado el día que trans-formó su cola de pez en piernas de mujer. El príncipe quedó pas-mado ante aquella voz, cálida, clara y tierna. Entonces propu-so a Úrsula que se casase con él.

La ceremonia se iba a realizar en alta mar. La noche de la boda, la sirenita estaba muy bella, pero más triste que nun-ca. Mirando el mar, deseó es-tar al lado de su familia. Fue entonces que surgieron desde el agua sus hermanas mayores.

¡Cuál alegría tuvo al verlas! La sirenita las abrazó con los ojos llenos de lágrimas. Las hermanas le dijeron: - Entregamos a la bruja nuestras joyas para que nos explicase toda la verdad y poderte encontrar.

-Escucha con atención hermanita -

dijo la más grande-.

H a y u n a forma

de romper el encantamiento de la bruja. Si besas el p r í n c i p e este se

enamorará nuevamente de tí, volverás a tener tu voz y Úrsula volverá a ser la bruja de los mares.

La sirenita sonrió a sus hermanas y entró en el salón donde todos, reunidos, esperaban la ceremonia de la boda. Se lanzó a los brazos del príncipe y besó sus labios con todo el amor de su alma. En aquel mismo momento se rompió el maléfico embrujamiento. El barco se sacudió con violencia y Úrsula perdió todos sus falsos encantos. Convertida otra vez en bruja, se lanzó al mar. Y todos escucharon de los labios de la sirenita la verdad de la historia.

-¡Como pude hacerte tanto mal! dijo el príncipe conmovido, y añadió dulcemente: -Pido que me perdones y aceptes, si es que aún me quieres, que te proteja y te brinde mi amor para siempre. ¿Deseas ser mi esposa?

La sirenita le miró jubilosa y besó nuevamente sus labios con toda la ternura que tuvo para él desde la

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noche que le conoció. La fiesta se realizó en un barco de lujo. Fue la boda más espléndida que nunca se hubiese visto.

Las sirenas nadaron hasta la su-perficie para cantar al unísono. Los peces alzaron la cabeza por encima las olas haciendo bril-lar sus escamas doradas. Incluso el gran rey de los mares subió para ver a su hija. La sirenita, habiendo ya recuperado la voz, cantó con sus hermanas, llenando de gozo el corazón del príncipe.

fin

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la Bella y la Bestia

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Había una vez un mercader extremadamente rico. Tenía seis hijos, tres muchachos y tres niñas, y como era un hombre inteligente, no ahorró nada para la educación de sus vástagos, dándoles toda suerte de maestros. Sus hijas eran muy hermosas, pero sobre todo la menor resultaba admirable, y, desde la infancia, no se le daba otro nombre que el de la Bella Niña, de suerte así la llamaban, lo cual hizo que sus hermanas se sintieran celosas. La pequeña, más bonita que sus hermanas, era también mejor que ellas; las dos mayores tenían mucho orgullo, porque eran ricas, se hacían las grandes damas y no querían recibir las visitas de otras hijas de mercaderes, pues consideraban que no eran gentes de calidad para ser sus amigas. Ellas iban todos los días a bailes, al teatro, de paseo, y se burlaban de su hermana pequeña, que empleaba la mayor parte del tiempo en leer buenos libros. Como se sabía que las muchachas eran muy ricas, muchos ricos comerciantes las pidieron en matrimonio. Pero las dos mayores respondían que ellas no se casarían jamás, a menos que encontrasen un duque, o por lo menos un conde. Bella (pues yo os digo que éste era el nombre de la más joven), Bella, repito, agradeció amablemente a quienes deseaban casarse con ella, pero arguyó que era muy joven, y que por el momento, necesitaba estar con su padre

algunos años más, haciéndole compañía. Repentinamente, el mercader perdió sus bienes, no quedándole más que una pequeña casa de campo, bien lejos de la ciudad. Comunicó entre lágrimas a sus hijos, que era preciso trasladarse a esta posesión, y que trabajando como campesinos todos podrían vivir. Sus dos hijas mayores respondieron que no querían dejar la ciudad, y que tenían muchos enamorados que, aunque ellas careciesen de fortuna, serían felices si las convertían en sus esposas. Las presumidas señoritas se equivocaban; sus galanes no quisieron mirarlas más en cuanto se arruinaron, y como nadie las apreciaba a causa de su soberbia, se decía:

No merecen ser compadecidas, estamos contentos de ver rebajado su orgullo; que se vayan a hacer la gran dama cuidando de los carneros. Pero al mismo tiempo todo el mundo agregaba: Por Bella lo sentimos pues se trata de una buena muchacha que habla a las pobres gentes con tanta bondad, es tan dulce, tan bien educada... E incluso hubo gentilhombres que se quisieron casar con la joven aunque estuviera arruinada, pero Bella les dijo que no podía abandonar a su pobre padre en la desgracia ya que estaba dispuesta a seguirle al campo para ser

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su consuelo ayudándole en el trabajo..La pobre Bella estaba muy afligida por haber perdido la fortuna pero se hizo las siguientes reflexiones: -Por más que llore, las lágrimas no me devolverán mis bienes; es preciso acostumbrarse a ser feliz sin fortuna.

En cuanto llegaron a la casa de campo, el mercader y sus tres hijos se ocuparon de labrar la tierra, y Bella se levantaba a las cuatro de la mañana y se ponía a limpiar la casa y a hacer la comida para su familia. La joven sentíase muy triste pues no estaba acostumbrada a trabajar como una criada pero al cabo de dos meses se acostumbró y se hizo más resistente ya que la fatiga le dio una salud perfecta. Sin embargo, en cuanto había realizado sus tareas domésticas, leía, tocaba el clavecín o bien cantaba mientras dedicábase a hilar.Sus dos hermanas, al contrario, se morían de aburrimiento ya que no hacían gran cosa fuera de lamentarse; se levantaban a las diez de la mañana, paseaban todo el día y entreteníanse echando de menos sus hermosos trajes y las agradables compañías. -Ved a nuestra hermana pequeña –comentaban hablando entre ellas-, tiene el alma tan simple y estúpida que es feliz en esta desgraciada situación. El buen mercader no pensaba como sus hijas, pues sabía que Bella era

más brillante que sus hermanas, y admiraba la virtud de esta muchacha, sobre todo su paciencia, ya que las hermanas, no contentas de cargar sobre sus hombros el peso de todo el trabajo doméstico, la insultaban de continuo.

Hacía un año que esta familia vivía en soledad cuando el mercader recibió una carta, en la cual se le anunciaba que un bajel en el que había mercaderías suyas, acababa de llegar felizmente a puerto. Tan grata noticia hizo que sus dos hijas mayores se volvieran locas de alegría pensando que, al fin, podrían dejar el campo donde se aburrían tanto; en cuanto ambas vieron a su padre dispuesto a partir, pidieron que les trajese vestidos, pelucas y toda suerte de bagatelas. Bella, en cambio, no le pidió nada pues razonaba juiciosamente que todo el dinero de las mercancías no sería suficiente para adquirir eso que sus

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hermanas deseaban. -¿No quieres que te compre alguna cosa también? –le preguntó su padre. -Ya que vos tenéis la bondad de pensar en mí –respondió ella-, os ruego me traigáis una rosa puesto que aquí no tenemos. No es cierto que Bella necesitase una rosa, pero quiso pedir algo para que sus hermanas no dijeran que buscaba distinguirse de ellas no solicitando n a d a . El buen h o m b r e partió; mas en llegado que fue al puerto, se le

h i z o un proceso por sus mercancías, y, l u e g o

de haberlo pasado muy mal quedó aún más pobre que anteriormente. Regresó a su hogar, pues, y no le quedaban sino 30 millas para llegar a casa, lo

que le llenaba de contento ante la inminencia de volver a ver a sus hijos, cuando, al atravesar obligatoriamente un bosque enorme, se extravió. Para colmo de males nevaba

horriblemente y el viento era tan fuerte que le tiró dos veces de

su caballo; había d e s c e n d i d o la noche y

p e n s ó que moriría de hambre o de frío, o bien que

sería devorado por los lobos que se escuchaban aullar en torno suyo.

De pronto, mirando a través de una extensa hilera de árboles,

vio un enorme resplandor que semejaba estar muy

lejos. Yendo hacia allá, descubrió que

la luz salía de un gran palacio

que estaba completamente iluminado.

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El mercader dio gracias a Dios por el socorro que Él le enviaba, y se apresuró a ir al palacio, mas se sorprendió mucho al no encontrar a nadie en el patio. Su caballo, que le seguía, descubriendo una acogedora cuadra abierta, se apresuró a entrar y al encontrarse forraje y avena, el pobre animal, que se moría de hambre, se lanzó sobre el alimento con mucha avidez. El buen hombre lo dejó en las caballerizas y fue a la mansión en donde tampoco encontró a nadie, pero entrando en una gran sala hallóse ante un magnífico fuego y una mesa cargada de ricas viandas, en la cual no había más que un cubierto. Como la lluvia y la nieve le calaran hasta los huesos, se acercó al fuego para secarse, diciendo para sí :-El dueño de la casa y sus servidores, me perdonarán la libertad que me he tomado al entrar; sin duda van a aparecer pronto y podré darles explicaciones. Esperó durante un tiempo considerable y sonaron las once de la noche sin que viese a ninguna persona, entonces, ya no pudiendo resistir el hambre que le dominaba, tomó un pollo que devoró en un par de bocados, aunque temblando, bebió también unos sorbos de vino, y ya más atrevido, salió de la sala atravesando numerosas salas esplendidamente amuebladas. Finalmente encontró una estancia donde había un amplio lecho y puesto ya era media noche pasada y él allí estaba, tomó

la decisión de cerrar la puerta y acostarse. Eran tocadas las diez de la mañana cuando se levantó al día siguiente, sorprendiéndose mucho al ver un traje limpio reemplazando el suyo, que estaba completamente deteriorado. -Seguramente –pensó-, este palacio pertenece a un hada buena que ha tenido piedad de mi situación. Al mirar por la ventana vio que ya no había nieve y, en su lugar, hermosos macizos de flores encantaban la vista. Regresó entonces a la sala donde cenara la vigilia anterior advirtiendo que le había sido servido chocolate caliente en una pequeña mesa. -Os doy las gracias, señora Hada –dijo en voz alta-, por haber tenido la bondad de pensar en mi desayuno. El buen hombre, después de haberse bebido el chocolate, salió para ir a buscar a su caballo, y como pasaba bajo un cenador de rosas, recordó de improviso lo que Bella le había pedido y cogió una rama en donde había bastantes. En ese preciso instante escuchó un rugido ensordecedor y vio venir hacia él a una bestia tan horrible, que casi se desmaya de la impresión. -Habéis sido muy ingrato –le dijo la bestia con una voz terrible-, yo os he salvado la vida recibiéndoos en mi palacio, y para mi dolor vos me robáis

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mis rosas, que yo amo más que a nada en el mundo. Es preciso que muráis con objeto de reparar semejante falta. Os concedo un cuarto de hora para que pidáis perdón a Dios por vuestros pecados. El mercader se puso de rodillas y le dijo a la bestia juntando sus manos: -¡Monseñor, perdonadme; no creía ofenderos cogiendo las rosas que una de mis hijas me había pedido! -Yo no me llamo monseñor –respondió el monstruo-, sino la Bestia, no amo los halagos y no creáis que me enterneceréis con vuestras lisonjas. Mas acabáis de decir que tenéis hijas y os perdono la vida a condición de que una de ellas venga voluntariamente para morir en vuestro lugar; no me repliquéis, partid y si vuestras hijas rechazan el dar su vida por vos, juradme que volveréis dentro de tres meses para entregaros a mi voluntad. El infeliz padre no tenía ningún deseo de sacrificar a una sola de sus hijas al malvado monstruo, pero pensó que al menos, tendría el placer de abrazarlas por última vez, y así le juro solemnemente que retornaría y la Bestia le dijo que podía partir cuando quisiera, pero, agregó: -No quiero que os marchéis con las manos vacías. Regresad a la habitación en donde habéis dormido y encontraréis un gran cofre vacío; puedéis meter dentro todo cuanto os plazca que yo lo haré llevar a vuestra casa.

La Bestia se retiró, y en ese mismo momento, el mercader se hizo esta reflexión: -Si es preciso que yo muera, al menos tendré el consuelo de dejar el porvenir asegurado a mis pobres hijos. Volvió al dormitorio y habiendo encontrado una gran cantidad de pieza de oro, llenó el cofre del que la Bestia le había hablado, lo cerró y recobrando a su caballo, que halló en la cuadra, abandonó el palacio con una tristeza igual a la alegría que había tenido al entrar. Su caballo cogió él mismo uno de los caminos del bosque y en pocas horas el buen hombre llegó a su casa. Sus hijos le rodearon, pero, en lugar de ser sensible a sus caricias, el mercader se puso a llorar contemplándoles. Tenía en la mano la rama de rosas que le llevaba a Bella y se la dio diciéndole: -Bella, coge estas rosas, que bien caras costaron a vuestro desgraciado padre –y acto seguido relató a su familia la funesta aventura que le había sucedido. Al oír aquello, sus dos hijas mayores lanzaron grandes gritos e injuriaron a Bella, que no lloraba. -¡Ved que lo produce el orgullo de esta criatura –exclamaron ambas-, que no pidió regalos normales como nosotras, no, la señorita quería distinguirse y con ello es la causa de la muerte de nuestro padre! -Vuestras reconvenciones son inútiles

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–replicó Bella-, ¿por qué lloráis prematuramente una muerte que aún no ha tenido lugar? Padre no morirá. Ya que el monstruo quiere aceptar una de sus hijas, yo me entregaré a toda su furia, y seré feliz puesto que al morir habré tenido la satisfacción de salvar a mi padre probándole el afecto que le tengo. -No, hermana nuestra – le dijeron sus tres hermanos-, vos no falleceréis; nosotros iremos a buscar al monstruo y moriremos bajo sus golpes si no le podemos matar. -No lo creáis, hijos míos –les aseguró el comerciante-, la fuerza de esa Bestia es tan grande, que no me queda ninguna esperanza de hacerla perecer. Yo estoy conmovido ante el buen corazón de Bella, pero no deseo exponerla a la muerte. Viejo soy ya, pues me queda poco tiempo de vida, así no perderé más que unos pocos años de existencia; lo único que siento es, mis queridos hijos, el no volver a veros nunca más. -Os aseguro, padre mío –dijo Bella-, que vos no iréis a ese palacio sin mí; no podéis evitar el que os siga. Aunque sea joven, no me siento muy atada a la vida y prefiero mejor ser devorada por el monstruo que morir a causa de la pena que me produciría vuestra partida. Con que estuvo decidido, Bella quiso partir

hacia el hermoso palacio, y sus hermanas estaban encantadas, porque las virtudes de la pequeña siempre les había inspirado muchos celos. El mercader encontrábase tan cegado por el dolor de perder a su hija, que no pensaba en el cofre lleno de oro, pero, así que se encerró en cu dormitorio para acostarse, le sorprendió encontrarlo al lado de su cama. Entonces resolvió no decir que era rico de nuevo, porque las hijas mayores habrían querido volver a la ciudad, y estaba resuelto a morir en sus tierras. Pero confió el secreto a Bella cuando esta le comunicó que habían venido varios gentiles hombres durante su ausencia, y que dos amaban a sus hermanas. Ella le rogó casarlas, pues era tan buena que

las quería y les perdonaba de todo corazón el mal que le habían hecho. Estas dos perversas muchachas se frotaron los ojos con una cebolla, para fingir llanto, cuando Bella partió con su padre, mientras que sus hermanos sollozaban de verdad igual que el mercader, sólo Bella absteníase de hacerlo porque no deseaba aumentar el dolor general. Sus caballos cogieron la ruta del palacio, y al atardecer padre e

hija lo vieron iluminado, como la primera vez que lo divisó el comerciante.

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El caballo fue solo al establo y el buen hombre entró con su hija en la gran sala donde ellos se encontraron con una mesa ricamente servida, en la que había dos cubiertos. El mercader no tenía ganas de comer, mas Bella, esforzándose en parecer tranquila, sentóse a cenar y se sirvió, diciéndose a ella misma: -La Bestia quiere engordarme antes de comérseme, y para ello no escatima atenciones. Cuando hubieron cenado se pudo escuchar un gran rugido y el mercader dijo adiós a su pobre hija llorando, pues pensaba que se trataba de la Bestia. Bella no pudo por menos que estremecerse al ver aquella horrible figura, mas procuró ser educada, y el monstruo, habiéndole preguntado si había venido por su propia voluntad, fue respondido por ella, aunque temblaba de miedo, que, en efecto, sí. -Habéis sido muy bondadosa –dijo la Bestia-, y os estoy obligado por vuestra gentileza. Buen hombre, partid mañana por la mañana y no se os ocurra jamás volver aquí. Adiós, Bella. -Adiós Bestia –respondió ella y enseguida el monstruo retiróse.

-¡Ah, hija querida –exclamó el mercader abrazando a Bella-, estoy medio muerto de espanto; créeme, déjame aquí en tu lugar! -No, padre mío –repuso Bella con firmeza-, partid mañana temprano y encomendadme a la protección del Cielo; puede ser que él tenga piedad de mí. Ambos se fueron a acostar creyendo que

no dormirían en toda la noche, mas apenas haberse introducido en sus lechos se les cerraron los ojos. Durante el sueño, Bella vio una dama que le decía: -Me complace advertir que poseéis un corazón abnegado, Bella; la buena acción que vos hacéis dando la vida a cambio de salvar la de vuestro progenitor no permanecerá sin recompensa. Bella, al despertarse,

le contó el sueño a su padre, lo cuál le consoló un poco, cosa que no impidió que lanzara sentidos gritos de dolor cuando fue preciso separarse de su querida hija. Cuando él hubo partido, Bella tomó asiento en la enorme sala, y se puso a llorar también, pero como era muy valiente, se encomendó a a Dios y resolvió que no podía entristecerse

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para el poco tiempo que le quedaba de estar viva, ya que creía firmemente que la Bestia iba a devorarla por la noche. Decidió entonces pasearse, a la espera, visitando el hermoso palacio pues no podía evitarse el admirar tanto esplendor. Sin embargo se sorprendió mucho al encontrar una puerta sobre la cual había escrito: APOSENTOS DE BELLALa abrió con precipitación quedando deslumbrada por la magnificencia que reinaba allí; pero lo que más la impresionó fue ver una gran biblioteca, un clavecín, y bastantes libros de música. -No veo que vaya a aburrirme –se dijo en voz baja y pensó acto seguido:-, si yo no tuviera más que un día para estar aquí, no necesitaría tanta provisión de libros y demás cosas. Tales pensamientos le infundieron ánimos. Salió entonces de la biblioteca y vio un libro donde había escrito con letras de oro: DESEAD, PEDID; VOS SOIS AQUÍ LA REINA Y SEÑORA. -¡Ay de mí –dijo ella suspirando-, yo no necesito nada más que ver a mi pobre padre y saber que hace en el momento presente! –lo había dicho para ella misma y cuál no fue su asombro que poniendo los ojos en un gran espejo pudo comtemplar su hogar donde el padre llegaba con un rostro extremadamente triste. Sus hermanas iban delante de él, y a

pesar de las muecas que falsamente hacían, aparentando aflicción, la alegría que tenían por la pérdida de su hermana se les transparentaba en el semblante. Un momento después todo desapareció, y Bella no pudo evitar el pensar que la Bestia era muy amable y que ella no tenía nada que temer. Al medio día halló la mesa puesta y durante la comida pudo escuchar un excelente concierto, aunque no se viera a ningún músico. Por la noche, cuando ella iba a sentarse dispuesta a cenar, escuchó el ruido que hacía la Bestia al aproximarse, y no pudo evitar un escalofrío. -Bella –le dijo el monstruo-, ¿os importa que os comtemple mientras cenais? -Vos sois el dueño –repuso Bella temblando. -No –contestó la Bestia-, aquí no hay más dueña que vos, no tenéis más que decirme que me vaya si mi presencia os molesta y me iré enseguida. Decidme, ¿no es verdad que vos me encontráis feo? -Es cierto –dijo Bella-, pues yo no sé mentir, pero creo que sois muy bondadoso. -Tenéis razón –replicó el monstruo-, mas aparte de que soy feo carezco de ingenio; no me engaño, sé muy bien que soy una bestia. -Nadie es una bestia –respondió Bella-, cuando cree no ser ingenioso; un tonto nunca lo hubiera pensado. -Comed, Bella –rogó el monstruo-, y

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deshechad el que vayáis a aburriros en vuestra casa, ya que todo cuanto aquí hay os pertenece y yo me sentiría muy triste si no estuvierais contenta en ella. -Vos lo habéis dispuesto todo muy bien –contestó Bella-, y esto me llena de contento y me hace, al pensar en vos, que no os vea tan feo. -¡Oh, sí –dijo la Bestia-, tengo el corazón b o n d a d o s o , mas soy un m o n s t r u o . - E x i s t e n h o m b r e s que son más monstruos que vos –rebatió Bella-, y yo os aprecio mejor con vuestra aspecto que a quienes, con la figura humana, esconden un corazón falso, corrompido e ingrato. -Si yo fuera ingenioso –replicó la Bestia-, os haría grandes cumplimientos para agradeceros vuestras palabras, pero como no sé expresarme lo único que puedo deciros es que os estoy obligado. Bella cenó con excelente apetito. Ya no

tenía miedo del monstruo, pero creyó morir de terror cuando él le preguntó: -Bella, ¿querríais ser mi esposa? La joven no respondió durante algunos instantes, luego, aun teniendo miedo de excitar la cólera del monstruo al rechazarle, contestó temblando:

-No, Bestia. En ese momento el pobre monstruo quiso suspirar y lo que le salió fue un rugido espantoso que recorrió todo el palacio, pero Bella no se inquietó porque la Bestia le dijo tristemente: -Adiós pues, Bella –y abandonó la estancia aunque volviéndose de tiempo en tiempo para mirar a la joven. La joven, viéndose sola, sintió una gran compasión por la pobre Bestia. -¡Ay, pensó-, es bien

triste que sea tan feo siendo tan bondadoso! Bella pasó tres meses en el palacio con gran tranquilidad. Todas las noches la Bestia la visitaba y la entretenía durante la cena contándole cosas agradables, pero jamás haciendo gala de eso que se llama ingenio

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en las conversaciones sociales. Cada día Bella descubría nuevas cualidades en el monstruo. La costumbre de verle le había acostumbrado a su fealdad y lejos de temer el momento de la visita, ella miraba su reloj para comprobar si ya eran las nueve de la noche, pues la Bestia no se retrasaba nunca. Sólo había una cosa que entristecía a Bella y es que el monstruo, antes de despedirse, le pedía siempre si quería ser su esposa y daba muestras de honda tristeza cuando ella volvía a repetir su negativa. La joven le dijo un día: -Me apenáis, Bestia, yo quisiera casarme con vos, pero soy demasiado sincera para haceros creer que esto llegará jamás. Seré toda la vida vuestra amiga, contentaros con esto. -Comprendo –repuso la Bestia-, me rindo ante vuestros argumentos; sé perfectamente que soy horrible, sin embargo os amo intensamente, ahora bien, me conformo y soy muy feliz de que deseéis permanecer aquí. Prometedme que no me dejaréis nunca. Bella se ruborizó al escuchar estas palabras; había visto en el espejo mágico que su padre estaba enfermo por la pena de haberla perdido, y anhelaba reunirse con él. -Yo puedo prometeros –le dijo a la Bestia-, no dejaros nunca, pero tengo tantas ganas de volver a estar con mi padre, que moriría de dolor si me negaseis ese placer.

-Antes moriría yo –replicó el monstruo-, que ocasionaros cualquier tristeza. Os enviaré a casa de vuestro padre, y allí estaréis, y esta pobre Bestia fallecerá de pena. -No –contestó Bella llorando-, os aprecio demasiado como para convertirme en la causa de vuestra muerte; prometo volver al cabo de ocho días. Me habéis hecho saber que mis hermanas están casadas y mis hermanos en el ejército. Mi padre se halla completamente solo; concededme el que permanezca en su casa una semana. -Vos estaréis mañana por la mañana –dijo la Bestia-, pero acordaos de vuestra promesa. No tenéis más que poner esta sortija sobre una mesa al acostaros, cuando deseéis venir. Adiós, Bella –la Bestia suspiró según su costumbre en diciendo estas palabras y Bella se acostó muy triste al verla así afligida. Cuando ella se despertó por la mañana, se encontró en el hogar paterno, y habiendo sonado un despertador que estaba al lado de su cama, vio venir a una sirvienta gritando asustada al verla.

FIN