simbolismo geometrico de la vida

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S I M B O L I S M O G E O M É T R I C O

A V I D /

DON MATÍAS NIETO SERRANO

MARQUÉS DE GUADALERZAS

M A D R I D IMPRENTA DE ENRIQUE TEODORO

A m p a r o , 102, y R o n d a d e V a l e n c i a , 8

- — T E L É F O N O 5 5 2 — ' '•

1 8 9 5

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SIMBOLISMO GEOMÉTRICO D E L A V I D A '

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SIMBOLISMO GEOMÈTRICO

A V 1 D /

DON MATÍAS NIETO SERRANO

MARQUES DE GUADALERZAS

M A D R I D IMPRESTA DE ENBIQUE TEODORO

A m p a r o , 102, у R o n d a d e V a l e n c i a , 8

— T E L È F O N O 5 5 2 —

1 8 9 4

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SIMBOLISMO GEOMÉTRICO D E LA. V I D A

I

SIMBOLISMO EN G E N E R A L

Para poner en cierto modo la vida en general (filosó­fica) y la vida en particular ó práctica ( h u m a n a ) al al­cance de los ojos, me ha parecido del caso valerme de símbolos geométricos. Símbolos son también las pa la ­bras y las imágenes de todo género; pero éstas y aqué­llas se prestan á menudo á una nmbigüedad de forma que dificulta en gran manera su construcción ideal y su retención en la memoria. Las figuras trazadas sobre un plano, y m u y principalmente las que tienen la se­veridad matemática, son más á propósito para sugerir formas estables de las diversas especies de funciones.

E n cuanto á la elección entre los elementos geométri­cos, puede haber algo de arbitrario y convencional; pero conviene mucho elegir formas que tengan por sí mismas alguna relación con aquello que se las quiere hacer simbolizar. Por fortuna, esta relación existe, y ya desde luego la había encontrado con maravillosa perspicacia la escuela pitagórica. Fué esta doctrina una invención

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en cierto modo empírica, una inspiración geni.il, que se prestaba fácilmente á supersticiones sostenidas por el encanto de lo maravilloso, y en que se hallaban confun­didos el misterio científico y el sentimiento de lo sobre­natural .

Hoy, que podemos darnos cuenta más clara de lo que son u n número y una figura geométrica en el espacio, miramos aquellos símbolos pitagóricos como ráfagas lu­minosas, como pueriles esfuerzos, relegados á la Historia con el desdén, mezclado de compasión, que nos inspiran ]ns primeros ensayos del entendimiento de un niño. Y, sin embargo, quizá vamos por este camino más allá de lo justo. Para hallar relaciones ultrageométricas entre loj elementos de la cantidad continua y todas las demás categorías que componen la síntesis humana , no se necesita más que fijarse en la lógica de la función pensante y en la experiencia de la vida.

En geometría es el punto lo que la unidad en- arit­mética, la diferencia particular en la lógica, el átomo en la mecánica y la química, la célula en la biología, la monada en la filosofía dinámica y la individualidad en la conciencia humana . No es, pues, violento, y sí natu­ral, simbolizar con u n punto material, ya que no sea posible realizar en la Naturaleza un punto ideal, todos esos otros centros de funciones de índole muy distinta.

El fenómeno en general, único, indivisible, indife­rente, inmaterial , se simboliza asimismo por el punto, el cual puede servir para recordar un aspecto común de muy variadas funciones.

Relativamente al punto considerado como fenómeno, la línea representa la ley. Lazo de unión entre dos ó más puntos, los reproduce identificándolos, y significan­do esta identidad de un modo opuesto á la diferencia. E s la línea el género común de todos los puntos imagi-

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nabies dentro de su longitud. Es necesariamente d ivis i ­ble, pero puede muy bien no ser dividida; y como tal ley, está comprendida bajo una denominación común con las demás leyes, aritméticas, lógicas, mecánicas, vivientes, sensitivas y racionales, simbolizándolas á su modo en la esfera que le corresponde.

Pero tiene la línea dos modos de ser: recta y curva. Recta significa lo que se concibe sin cambio, idéntico consigo mismo, sujeto á la necesidad de su propia esen-cia y sin tonos específicos, sin más mecanismo posible que un incesante progreso ó retroceso.

La línea curva, por el contrario, sustituye á la con­t inua rigidez de forma, el cambio continuo, que la dis­t ingue fundamentalmente de la recta.

Todavía este cambio continuo, realizado parte por parte, exige á su vez un límite en la suma de las partes, según el cual, trazada una curva abierta, se traza otra en sentido inverso, constituyéndose así una curva ce­rrada.

Por úl t imo, se concibe que esta curva cerrada se re­lacione con otras, como si fuera un simple punto, dan­do comienzo á otra curva, no ya de puntos, sino de cír­culos, que podrá relacionarse de nuevo con otras curvas análogas, prolongándose indefinidamente tal procedi­miento.

De esta suerte proporcionará la geometría símbolos positivos para todo lo definido; sólo carecerá de s ím­bolo para lo indefinido, que aparecerá representado por el espacio que quede en blanco en el papel. Si se quie­re simbolizar también de alguna manera este espacio indefinido, será preciso tener muy en cuenta la signifi­cación especial de semejante símbolo. Lo indefinido no es cosa alguna definida, y lo caracteriza simplemente este no ser en relación con todas las cosas que son. Lo-

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blanco no es línea alguna; y si se representa geomé­tricamente, es como negación de los demás signos re­presentativos de algo.

Es , pues, la línea recta símbolo especial adecuado á los cuerpos inanimados, y la curva pertenece á la na­turaleza propia de los organizados ó vivientes. Los cris­tales nacidos en el reposo y sedimentación de un líqui­do, tienen ángulos y aristas, de que carecen los órganos de los seres que viven. Ley es ésta que domina en ge­neral á cada uno de los citados grupos, por más que puede infringirse accidental y exterior mente. Los m i ­nerales, agitados por las aguas ó sujetos á rozamientos en un movimiento rotatorio, pueden adquirir exterior-mente contornos curvilíneos, y también exteriormente, ó en sus esqueletos óseos, presentan algunos seres vi­vos espinas, excrecencias más ó menos rectilíneas.

En virtud de la preferencia de la línea recta, los fragmentos de los seres inorgánicos se conciben muy bien bajo la forma de triángulos, con los cuales pueden construirse todas las demás figuras rectilíneas de la geometría. Los de los seres vivientes son, por el con­trario, células y núcleos, más ó menos aproximados á la forma esférica.

Las totalidades cósmicas en lo inorgánico son tam­bién curvilíneas, como las partes en lo orgánico: esfé­ricos aparecen la tierra, el sol y los demás astros, y he-miesférica es también la bóveda de los cielos. Pero las orgánicas tienen en sus partes ín t imas la conformación reservada á las totalidades cósmicas, salvas las condi­ciones accidentales que pueden resultar del orden ó el desorden de los sucesos.

El paralelismo geométrico es la contradicción en ló­gica ; la oposición de un polo á otro polo, no l imitada por lazo alguno común. El ángulo es la limitación, en

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una síntesis, de dos tesis contrapuestas; la abertura del ángulo opuesta al cruzamiento de sus ramas es la ili-mitación, el espacio blanco, lo indefinido, que aparece en el polo opuesto al de la definición ó determinación de la función común.

Cerrar este espacio es construir el triángulo, forma esquemática de la función definida de sus cuatro mo­dos : tesis, antítesis, síntesis y antisíntesis (síntesis ne­gativa).

La síntesis negativa (a,fig. i . a ) puede ser reempla­zada por otra positiva (b, fig. 2fi).

F i g u r a 1 . a

Pero la antisíntesis así construida, sólo cierra provi sionalmente el espacio indefinido, en el cual es posible siempre otra antisíntesis, sin que tal procedimiento tenga término definitivo.

He aquí el origen de la acentuada significación sim­bólica que tuvieron en la antigüedad, y siguieron te • niendo por tanto t iempo, el terciario y el cuaternario, entre otros muchos símbolos numéricos, que tan tortu­rados fueron por los filósofos, para buscar en ellos la

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revelación de profundísimos misterios, la aclaración de los más importantes enigmas de la vida.

¡Vanas elucubraciones! Estériles, tanto como gigan­tescos, esfuerzos para llegar á lo desconocido é incog­noscible mediante una parte sola de lo conocido y lo cognoscible El número, ó, más bien, la numeración, está efectivamente en relación con lo misterioso, como lo están todas las cosas en el funcionamiento universal; pero tal relación es simplemente una de tantas que se realizan en las esferas natural é ideal, en el mundo ex­terior y en el pensamiento. Todos estos modos de ser y de discurrir están relacionados con el.no ser ni d i s ­currir; y como-se conciertan y aunan en esta re.a-ción común, no es maravilla, sino, por el contrario, for­zosa consecuencia, que se hallen entre sí en relaciones, que sólo pueden parecer sorprendentes á quien ignore su origen y su lógica necesidad.

Mas porque el número y la extensión estén relacio­nados con todo, no se sigue en manera alguna que ellos lo sean todo; más bien resulta que necesitan, para ser algOj aquello mismo con que están relacionados. Ex­plotemos, pues, el estudio de las relaciones geométri­cas, que es el que nos importa, para colegir por nuestro esquema la función más compleja que intentamos sim­bolizar.

El triángulo simboliza la síntesis inorgánica defini­da, y así se explica que Platón intentara construir con triángulos su mundo físico; que la fe religiosa haya sim­bolizado por un triángulo la función moral, la Trini­dad, tan inconcebible para el obstinado sistemático de la ley ó del fenómeno; y que la síntesis haya venido á ser la úl t ima palabra de sistemas filosóficos relativa­mente modernos.

Pero si el triángulo excluye de su naturaleza positi-

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va lo indefinido, no se libra de la indefinición interior y exteriorícente. Por fuera lleva á un proceso inacaba­ble, porque siempre se podrán oponer nuevas líneas exteriores á cada línea constitutiva de un triángulo determinado, y por dentro encierra el enigma eterno de u n espacio, al parecer pequeño, pero que desafía á la inmensidad y á la eternidad por su carácter inmanente de indefinida divisibilidad.

Relativamente á la línea recta, el círculo cierra el proceso continuo de indefiniciones externas. La indefi­nición interna se convierte entonces en definición, me­diante el punto que fija su centro.

Sin llevar más allá estas ligeras indicaciones sobre el valor general de los símbolos geométricos, pasemos adelante.

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I I

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Hemos dicho que podía considerarse al punto come-esquema del fenómeno, y como de la ley á la línea rec­ta. Supongamos ahora el intento de hacer de ia línea recta el esquema total, el esquema filosófico.

F i g u r a 3."

i 1 -

La línea recta, así trazada, bien puediera ser un da to que sirviera de límite á la vaguedad de nuestro pensa­miento; pero sería temerario ampliar su significación en cualquier otro sentido. Por de pronto, con la línea coincide necesariamente el espacio blanco sobre el cual está trazada; si ella representa lo definido en el m o ­mento en que la trazamos, el espacio blanco sigue re­presentando lo que en el mismo momento subsiste i n ­definido.

E n vano intentaremos prolongar la recta: el fonda blanco no se agotará por eso. Éste persiste por su vir­tud propia, por ley ineludible, con el mismo rigor coa

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que la recta impone su negación de fondo blanco en inflexible definición.

Nada adelantaremos jamás con esta oposición abso­luta; ninguna cosa saldrá de aquí. Para que comience á salir alguna cosa se necesita una transacción: que el fondo blahco deje de ser lo que es absolutamente, to­mando, en parte, alguna forma lineal, y que la línea recta deje, también en parte, de ser lo que es absoluta-tamente, para hacerse en otra parte, no recta, curvilí­nea. O esta transacción se hace, ó todo se derrumba. Así es que se hace de hecho (cambio) y se la reconoce de derecho (fuerza).

Así l imitada la inflexible significación de los dos po­los absolutos, se construye un sistema, compuesto de los dos polos determinantes y del término medio de­terminado, cuyo sistema se significa adhiriendo á la recta una curva, que avance en el fondo sin cesar y sin detenerse j amás .

Fig-ara 4."

Tal es el esquema elemental embrionario, el trasun­to de la menor definición posible de la vida, ó sea de su definición más general.

Puede considerarse este esquema como una función bipolar. La recta es el polo negro, el polo positivo; el * fondo es el polo blanco, el polo negativo; la curva va y viene de uno á otro polo, los enlaza sin dejar de man­tenerlos separados, pone un límite positivo á su distin-

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ción, y otro límite negativo á su absoluta identifica­ción.

E n esta función sistemática teórica, la recta es la ley consti tuida; el fondo blanco la ley no constituida, la negación de la ley constituida, la libertad; y la curva es la ley y la l ibertad, en ejercicio; la consignación práctica, la realización positiva de la libertad y de la ley.

Mas el esquema, así trazado, representa una abstrac­ción elemental, una generalidad embrionaria, que exi­ge ulteriores procedimientos.

La curva abierta nada comprende del espacio indefi­nido, nada anticipa en el tiempo, si no se convierte en círculo. Esta vida, en general, que se significa por la curva adosada á la recta, no es vida particular, no pone en comunicación concreta y definida la recta con el fondo; no hace más-que prolongarla en sentido curvi­líneo. Semejante prolongación indefinida necesita á,,su vez un límite.

E n una palabra, t i se quiere que la vida sea algo po­sitivo, real, y no se reduzca á una generalidad, repre­sentada en los antros de la muerte, á un juego de líneas definidas, que ni aun sería concebible ni realizable sin el funcionamiento positivo y negativo del fondo blan-

F i g u r a 5."

a

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co, sobre el cual se proyectan, es preciso hacer dentro de la curva adosada á la recta otra nueva curva, no ya abierta, sino cerrada, para que comprenda dentro ae sí algo de lo indefinido, que queda siempre fuera de todo espacio definido.

Ahora bien: el cierre de la curva ha bastado para dar nacimiento al ser vivo; pero este nacimiento sería también muerte instantánea, si no le acompañara el restablecimiento de la comunicación con lo indefinido, mediante otra curva abierta particular, análoga á la que, adosada á la recta, significa la misma comunica­ción en el esquema primitivo de la vida en general.

Así, pues, el e-quema completo de la vida individual será:

F i g u r a c."

Ya tenemos aquí la vida particular representada por el circulo central i'a), como brotando del universo de­finido, de las lineas trazadas y de toda línea que fuera de ellas {a') pueda ser trazada; la vida con su domi­nio propio, con su forma independiente; la célula, el embrión adherida á su matriz universal.

Háce3e esta célula espontáneamente, nácese á sí pro­pia, no en virtud Je lo que le dan la recta y la curva

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abierta, sino en virtud de lo que sobreviene, de lo que se pinta en el fondo blanco, desde el momento en que el fondo deja de ser considerado como inerte, y, ejerci­tando su función propia, se impone á la curva abierta.

Prolongándose indefinidamente, la línea recta del es­quema va ganando en extensión; es, por lo tanto,.la ex­tensión determinada, y representa además toda exten­sión posible: el espacio. La línea curva representa á su modo la identificación de la recta ;con el espacio inde­finido: la calidad lineal. Pero el fondo, que obstinada­mente es ninguna copa, y en el caso actual, n i línea de­terminada, ni línea posible, ni calidad lineal, no puede menos de transigir con lo determinado so pena de con­tradicción absoluta. Transigiendo, evoca el t iempo, an­tagonista eterno del espacio; y mediante su cooperación, se hace en parte lo contrario á sí propio, algo que, sin dejar de distinguirse del espacio en general, figura r e ­lativamente como espacio en particular.

Así, pues, el fondo blanco, que es, por de pronto, l ími­te negativo de las líneas trazadas, se hace límite posi­tivo en virtud de la necesidad de transacción entre todas las líneas definidas y el espacio totalmente inde­finido que las niega. Y definido activamente el antes pasivo fondo blanco, cierra la curva, abierta y hace de ella un pequeño boceto, un embrión engendrado en la gran función generadora del Universo.

Si la célula engendrada fuera capaz de sentir y de discurrir, se encontraría por necesidad adherida al un i ­verso representado, al esquema de la curva inserta en la recta; pero, en parte, también libre é independiente de tal esquema, no sólo porque encierra dentro de sí parte bastante de lo indefinido para volar á las alturas, llevando consigo todo lo definido, sino porque siente á su alrededor el ambiente indefinido que la rodea en to-

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talidad, y en el cual se eleva por su propia fuerza, aun­que en mínima proporción.

Mas la célula no razona, no siente siquiera; se hace callando ; se contenta con su autonomía. Lo indefinido que le pertenece le da libertad para hacerlo todo dentro de sí. Cuantas líneas, cuantos puntos quepan dentro del espacio que su círculo circunscribe, son ya posibles, aunque no sin la intervención é ingerencia del mundo exterior, a que está adherido el embrionario organismo. Los puntos serán fenómenos, las líneas serán leyes, mo­dificados, es cierto, por los fenómenos y las leyes de lo inorgánico, pero modificados también por el elemento indefinido, que hace de la célula, no ya un agregado material, sino un individuo.

La dignidad de individuo se da al agregado material desde el momento en que lo indefinido, representado como totalmente indefinido, ó sea como-tiempo, se d e ­fine á sí propio, no ya sólo l imitando lo definido, el e s ­pacio, sino también dándose un cuerpo especial, al que se sobrepone nuevamente, realizando su no ser, como fuerza impuesta simultáneamente al ser y al no ser. Así los fenómenos, leyes y funciones, que en lo no vivo son simplemente producidos, en la relación con el coeficien­te indefinido que el ser vivo representa, son también productores, modificadores al menos, de los productos acumulados y aportados incesantemente por el mundo exterior.

Tales modificaciones hacen de los fenómenos, leyes y funciones de la célula elemental viviente una función superior de elementos definidos y del coeficiente i n d e ­finido, que no se l lama ya simplemente producción y destrucción, sino generación y degeneración, nacimien­to y muerte , asimilación y desasimilación.

Pero la célula embrionaria, hemos dicho, no siente

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ni discurre. Lleva, es cierto, adherida una pequeña curva como recuerdo de la madre común, de la genera­lidad que contribuyó á darle origen. Mas este apéndice le sirve sólo para dar entrada á lo indefinido, como ga­rantía de libertad é independencia relativa, que la exime en parte de la dependencia absoluta de la matriz común. Por lo demás, así como esta matriz común nada podía dar de sí propia para cerrar el circulo abierto en sus entrañas, no experimentaba siquiera la necesidad de indefinirse, y conservaba'toda definición en las pro­fundidades de lo definido; así tampoco el mundo or ­gánico celular embrionario siente ni satisface necesidad alguna más allá de su existencia. Su vida egoísta se basta á sí propia, y no penetra en su obscuro recinto el menor rayo de luz, emblema especial de lo indefinido.

F i g u r a

Para adelantar un paso en su evolución, la segunda curva abierta ha de convertirse espontáneamente, como la primera, en nuevo círculo, que cierre á su vez un se­gundo centro indefinido, semejante al de la célula em­brionaria, con i a única diferencia de que éste (el de la célula embrionaria) resultará entonces como una s o m ­bra definida, vista á la luz del segundo elemento esque­mático, que aparecerá formando un foco de claridad.

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La nueva célula embrionaria no es una más en la evolución total. Una más hubiera aparecido al lado de la primera y brotando del fondo general definido. Bro­tando en el polo particular viviente, significa ya otra cora. Es una segunda definición, una definición de se­gundo grado, de lo que había quedado — y necesita quedar siempre — indefinido en su totalidad, dentro y fuera de cualquier célula embrionaria. Las células se suman unas con otras á medida que su matriz contribu­ye á multiplicarlas como polo definido, contrapuesto al indefinido. Mas no puede el polo definido dar de sí pro­pio lo indefinido en totalidad, que con él ejercita la fun­ción multiplicadora.

En la primera matriz de la función viviente, ó sea en la linea recta, lo indefinido se hace definido simplemente como fenómeno; en la segunda se define como fenóme­no y como ley fenomenal; en la tercera, que ahora nos ocupa, va á definirse como fenómeno, como ley y como función fenomenal. Como fenómeno, lo será de lo que lodavía queda indefinido; como ley, imperará en los do­minios de la célula subyacente; como función, reprodu­cirá la misma célula en forma relativamente indefinida.

Con esto se agregará á la función que hace lo indefi­nido, que lo impone activamente como ley, la que no sólo lo hace, sino que lo siente, realizándose en un tiem­po relativamente puro, á la manera que se ha realizado antes en el espacio puro y luego en el espacio y en el tiempo, recíprocamente limitados, para engendrar en su intervalo la vida en general.

La ú l t ima función que resta ahora al embrión vivien­te es sentir su sentimiento, lo cual equivale á seguir vi­viendo en serie temporal, parte de otra serie, que cabe imaginar cada vez más larga, pero que se h a d e realizar siempre más corta de lo que se imagine.

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El paso de la función de hacerse la célula como obje to viviente, á la de hacerse además como sujeto cons­ciente de sí propio; esta aparición de un elemento nue­vo, espontáneo, y definido como indefinido respecto del anterior; este paso, decimos, parece á primera vista in­menso. Entre la vida vegetativa y la sensitiva hay u n abismo aparente, que, sin embargo, se salva cada vez que se sale del sueño, ó de la nulidad de sentimiento, á la vigilia, á la intervención activa del individuo, en el escenario de la vida. Es que la célula vegetativa des­ciende hacia el espacio, y la sensitiva vuela en el tiem-

Fig-ura 8 . '

po, aunque adherida al espacio por el círculo que uue el ser con el no ser. Es, pues, bajo uno de sus aspectos, todo lo contrario á la célula vegetativa: la totalidad de la función vegetativa, representada en un instante, y la to­tal idad en el instante mismo de lo indefinido que acom­paña á toda función vegetativa.

Dista, por lo tanto, la función vegetativa de la fun­ción del sentimiento no menos que el intervalo entre todo lo definido y todo lo indefinido, entre el espacio y el tiempo, salvado, sí, por la mutua relación, mas sin perjuicio de seguir figurando los extremos como d;.>s polos opuestos y esencialmente antitéticos de un mismo sistema.

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Tal es el esquema que nos ocurre proponer, para ayu­dar á la formación del pensamiento de la vida: auxilio ineficaz, seguramente, si no le presta apoyo la inteli­gencia y la buena voluntad de quien le ensaye.

Construido este esquema en forma geométrica sobre la base del principio de contradicción, entendido como necesidad de avenencia ó transacción, simboliza gráfi­camente la indispensable limitación de cada extremo, en virtud de la cual se convierte en relación viviente lo que antes era imposibilidad estática de cosa a lguna particular y determinada. Concebida así la necesidad fundamental de límite para toda afirmación, y de l ímite también para toda negación, parece que ha de ser un fiel intérprete de la verdad filosófica, en los ámbitos de lo posible.

Mas, aun no concediendo al esquema semejante va ­lor, cabe que el lector le ensaye para aplicarle ai Uni­verso en que vivimos, tal como le concibe, grosso modo, el sentido común. Quien se coloque en este punto de vista, no tendrá, seguramente, que hacer muchos es ­fuerzos de imaginación, para ver en el primer elemento del esquema á nuestra madre común la tierra, girando en el espacio, acompañada por todos los cuerpos, más ó menos análogos, que constituyen el sistema astronómi­co. De la tierra verá brotar las plantas, y á las plantas asimilará el óvulo embrionario adherido al seno mater­no. E n el óvulo embrionario verá nacer ei sentimiento, que apenas se bosqueja en los primeros albores de su vida, y en el cual se detiene el desarrollo del an ima l ; y sobre el desarrollo del animal imaginará, simbolizado por el úl t imo círculo, el sentimiento del sentimiento, el animal que despierta y abre los ojos á la luz de la inteligencia.

Más allá, ¿queda todavía alguna cosa? No quedará

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nada; pero este nada funcionará como un polo con el polo definido, con la madre tierra, con todo el sistema astronómico; y en el intermedio aparecerán las plantas, los animales, y el hombre, en fin, reproducción lumino­sa de la planta y del animal, compendio y abreviatura de la Creación.

¿No es verdad que todo se clasifica así simétrica, moral y filosóficamente? Si no es éste el BUEN concepto; si no es la verdadera clasificación; si no es armonioso y, por consiguiente bello, este conjunto, ¿dónde hallar el derecho, la verdad y la belleza?

Adviértase que el pensamiento á que el esquema se refiere, nada excluye; es simplemente un intento, un propósito, como son un intento y un propósito las líneas trazadas sobre un fondo blanco, donde se deja posibilidad indefinida para variar y agregar cuantas se crean convenientes.

Part imos del principio de considerarlo todo, en gene­ral, ó como definido ó como indefinido, como siendo ó como no siendo, como sabido ó como ignorado. ¿Hay algo que quede fuera de tal dicotomía? Luego advert i ­mos que las tesis indicadas son lo que se llama contra­dictorias, incompatibles, si se" las conserva en su abs ­tracta y desnuda totalidad. Sentimos con ambos extre­mos la necesidad, no de conservar los dos incompatibles como aparecen, ni de excluir alguno y quedarnos con el otro, n i de imaginar algún término medio previsto del mismo carácter absoluto y de la pretendida totali­dad á que aspiran los polos contrapuestos; sino de con­cebir entre ellos una función común, que les preste el carácter particular, definido en parte y en parte inde­finido, único compatible con la existencia real, con la concepción .del Universo.

Sobre estas bases hacemos el esquema espiritual d e

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que es trasunto el esquema geométrico; y una vez sus­t i tuidas las realidades funcionales á las fantásticas rea­lidades de elementos absolutos, de imposibles ingeridos á viva fuerza en la economía del pensamiento, procede­mos á la clasificación de los posibles en orden jerárqui­co, analizando y sintetizando, distinguiendo é identifi­cando los conceptos y las cosas, del modo lógico experi­mental que nos parece más de acuerdo con la expe­riencia externa.

Quien quiera buenamente saber hasta dónde lleva­mos nuestro estudio y le proponemos al recto juicio de los aficionados á investigaciones filosóficas, cuente con nuestro esquema, para penetrarse mejor de la construc­ción científica, más ó -menos imperfecta, que hemos-hecho en nuestra mente, con la completa seguridad de que no pretendemos imponerles dogma alguno que no lleve aparejada la libertad de discusión, y de que inten­tamos precisamente asentar en sólida teoría la toleran­cia que, afortunadamente para la civilización contem­poránea, es en nuestros días práctica vulgarizada en grado mucho mayor que en otras épocas históricas, no muy distantes de la nuestra.

Hechas estas breves indicaciones, prosigamos nues­tra tarea.

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I I I

P O L O P O S I T I V O

Recordemos que el polo positivo de nuestro sistema se simboliza por la línea recta del esquema.

Poco parece á primera vista que puede esperarse de semejante símbolo, y, efectivamente, á poco se reduce lo que él es en sí y aun lo que representa por sí solo.

Es una pequeña recta identificada en parte y en parte distinguida de una pequeña curva: nada más.

Representa la ley determinada, inflexible, severa, es­crita con mano firme, aunque invisible, en el fondo de la conciencia y en relación necesaria con algo que den­tro de ella no se puede por completo definir.

Esta relación necesaria con algo, es precisamente la que avalora y desarrolla el esquema y el pensamiento por él simbolizado.

F i g u r a 9 . a

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2b' S I M B O L I S M O G E O M É T R I C O D E L A V I D A

Por semejante relación, la línea admite un contenido fuera y detrás de ella. Sirve como de espejo donde se re­fleja en sentido inverso toda la función que procede desde lo definido á lo indefinido.

El polo positivo del sistema no podía menos de re­producir, como parte, la estructura general del todo á, que corresponde. Desde el momento en que se deja aislar del sistema; desde que, analizado y como diseca­do, continúa siendo alguna cosa y no se evapora como fuego fatuo, es que conserva relaciones ínt imas que le sostienen, aunque disgregado convencionalmente de la masa general, donde recibía de otros elementos apoyo y significación.

El polo positivo del sistema reproduce, como dada y determinada, como relegada á lo pasado, la función común.

F i g u r a 10.

Considerado en su conjunto, es materia ó realidad, que figura en el sistema enfrente de lo inmaterial ó ideal; pero dentro de sí propio tiene también un polo que aparece como material positivo (a) y otro que se distin­gue como material negativo ( 6 ) .

Este polo material negativo no es aquí lo indefinido, como sucede al otro lado de la recta, sino siempre otro polo definido, quedando entre ambos un espacio que

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P O L O P O S I T I V O , 27

exige á su vez dos límites paralelos, también definidos. E l cuadrado a es, en la serie de lo definido, lo que el

primer círculo en la serie de lo indefinido. En cuanto constituido por límites lineales, mater ia ; en cuanto in­tervalo comprendido, inmaterial , y en-ambos conceptos, distinguidos y sintetizados, función de movimiento, cambio de lugar, y necesidad (fuerza) del cambio ( s i s ­tema mecánico).

F i g u r a 11.

a

Al sistema mecánico se opone, en la serie del polo positivo, otra negación paralela que exige una concilia­ción análoga, y esta conciliación (&, ftg.12) significa en

F i g u r a 12.

ce Ir

lo definido, en lo inorgánico, lo que en su esfera la vida sensitiva, la realización particular de las cualidades ma­teriales y de los cambios específicos.

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2 8 S I M B O L I S M O G E O M É T R I C O D E L A V I D A

La cualidad corpórea, en general, se representa por la luz, negación de la materia definida cuant i ta t ivamente, definición en el espacio de la indefinición material.

En particular, las cualidades corpóreas constituyen géneros y especies, y se localizan en cada cuerpo parti­cular, de quien constituyen otras tantas propiedades.

Por último, las funciones mecánicas y las cualitativas son determinadas dentro de una función común, que se l lama producción y destrucción. La producción y des-

F i g u r a 13.

s I I -

L i

tracción corresponden en lo definido á lo que en el polo opuesto, considerado en aislamiento ideal, toma la for­ma de creación y aniquilamiento. Entre la creación -aniquilamiento, y la producción-destrucción, absolu tos , imposibles en concreto mientras permanecen en abstracto, figura el concreto posible, la generación de vidas particulares, de individuos.

Un sistema de producción y destrucción, en general, realizado en particular, es el que se representa por la función eléctrica.

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T O L O P O S I T I V O 29-

Punc iones m e c á n i c a s .

Hemos visto que en el esquema del polo positivo el ser y el no ser, ó pea lo definido y lo indefinido, la recta y el fondo blanco, se han convertido, en virtud de su mutua relación, en materia y en fuerza material. Unidos estos dos elementos, constituyen la función de movi­miento ; y no decimos movimiento solo, porque éste es simplemente el fenómeno «cambio de lugar», abstraído de la función á que corresponde (cuerpo ó materia que sé conserva cambiando de lugar) . .

La materia, polo necesario de la función mecánica, contrapuesta al otro polo, fuerza ó necesidad de cam­bio, toma, en virtud de esta misma contraposición, el nombre de inercia; la materia es calificada en teoría como inerte, ó sea indiferente, así para el reposo como para el movimiento, por más que en la práctica haya de hallarse necesariamente en u n a ú otra situación.

Conviene no olvidar el carácter fundamental ds la fuerza mecánica: es, en el sistema común, lo hecho en­frente de lo no hecho; traduce como hecho lo que en el polo opuesto del sistema completo es relativamente n& hecho ( idea) , y en el centro del mismo sistema, función de idea y realidad; da carácter experimental, ó kposte-riori, á lo que en el extremo opuesto es especulativo y a priori, y realiza fuera de Ja vida lo que la vida reali­za dentro de si propia.

No es de extrañar, por lo tanto, que desdn este pun­to de vista aparezca la fuerza con cierta plasticidad,; con un cuerpo propio, inmanente , invariable en su ge­neralidad, conservándose incólume al través de infini­tos cambios. Así debe suceder, y asi es necesario q u e suceda, para que el cálculo matemático tenga un fun-

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damento sólido en que ejercitarse. Todo ello, sin em­bargo, es en el fondo una abstracción, muy necesaria y fértil, sin duda, para los adelantamientos científicos; pero que no debe anular las funciones, relativamente más concretas, del sistema total, en el que figura la mecánica como una parte, y nada más que una parte, aunque en verdad important ís ima.

Encerrados en la mecánica, primero y elemental desarrollo del polo positivo del esquema, no salimos del ser relativamente inmóvil y relativamente hecho, con­sumado, simple factor de la función en que han de figurar á su frente el no ser, el cambio futuro, indeter­minado, y un acto presente de determinación é inde­terminación. Con estas salvedades se construye la Cien­cia como un código de leyes fijas, invariables, que ase­guran á la Naturaleza un orden estable y en cierto modo eterno, ó reflejo, al menos, de la eternidad ideal. Orden matemático en la materia, en la fuerza y en la unidad de la materia con la fuerza considerada en ge­neral.

Este orden se cumple en el sistema astronómico por una circulación relativamente eterna, y en el mundo que habitamos por movimientos particulares, que rea­lizan parte por parte la función común, nutriendo á su modo el cuerpo de la mecánica.

Así es qne la forma en general de las formas parti­culares del polo positivo, traduce á su modo la forma circular de la vida, como el cadáver de un ser organi­zado conserva la forma exterior del ser vivo; mas, te­niendo en cuenta que los círculos representan formas cadavéricas, es indiferente trazarlos ú omitirlos al re­producir el esquema del polo positivo.

Siendo la mecánica universal (racional) una abs­tracción, necesitada de realización particular, continua

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y no interrumpida, sin lo cual se reduciría á una gene­ral idad vaga y de imposible realización, no puede me­nos de aparecer á cada momento como un límite de la materia por la fuerza y, recíprocamente, de la fuerza por la materia. El l ímite representado por la materia es un centro inmóvil de atracción; él representado por la fuerza es una energía centrífuga.

La función de ambos límites constituye, bajo sus diversos aspectos, la gravitación universal. Á ella se debe la curva cerrada que forman las órbitas de lo astros, y la gravedad de los cuerpos terrestres, que, en cuanto materiales, obedecen á la ley impuesta por el centro material , resistiendo y modificando el movi-vimiento que les impr imen causas exteriores, simples accidentes ó fenómenos de la fuerza, relacionada en ge­neral con la materia.

La gravitación universal realiza en el conjunto m a ­yor posible la función mecánica abstractamente consi­derada; otra realización análoga de la función mecánica, en general, aparece en cada cuerpo bajo la forma de ex­pansión centrífuga y de concentración centrípeta, que en sus relaciones con la sensibilidad se l lama tempe­ratura.

Es la temperatura una mecánica íntima, como la realizada por las masas una mecánica exterior. Así, no es de extrañar que ambas mecánicas coincidan en una función común y se determinen una por otra en propor­ciones determinadas. Cada cuerpo sufre y resiste en va riables cantidades la acción mecánica exterior, y, por la correlación necesaria de lo exterior con lo interior, sufre y resiste la mecánica ín t ima que se l lama temperatura.

Otra mecánica, más ín t ima aún en sus relaciones con la sensibilidad, es la que se manifiesta como sonido. E n la mecánica material, es el sonido, no ya función meca-

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nica externa ni función mecánica in terna , sino una serie de funciones mecánicas, que tienen de interno la condición de manifestarse como expansión y concen­tración, y de externo la de realizarse en el espacio por medio de ondulaciones sensibles. El sonido es lo que más se parece al éter, imaginado por muchos modernos para explicar buen número de funciones físicas; es lo que, relacionado con la sensibilidad, representa la m e ­cánica más abstracta, porque la representa, no ya como fenomenal (gravitación), ni como ley ( temperatura) , sino como función.

Fuera de las representaciones mecánicas realizadas como gravitación (universal ó particular), como tem­peratura y como sonido, no queda ya función mecánica posible, y sólo ha lugar á oponer á la mecánica otra función, que con ella se relaciona mediante una distin­ción y una identiñcación de la totalidad funcional.

Punc iones específ icas .

La función, en cuanto mecánica, evoca un funciona­lismo paralelo no mecánico, en virtud del cual el polo positivo realiza cualidades especiales y cambios de cua­lidad. Esto es prestar, como la mecánica, un capul mor-tum á la vida que se interpone entre los polos positivo y negativo; representar en el espacio, mediante fenóme­nos, la ley común del individuo que siente y la función misma del sentimiento individual.

Las diferencias cualitativas son el término medio en­tre las realidades mecánicas determinadas — materia, fuerza y movimiento en el espacio — y lo indetermina­do absoluto. Son, sí, materia, fuerza y movimiento, pero no en el espacio solo, sino, además, en cierta negación

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POLO P O S I T I V O 3 3

de espacio puro ó cuantitativo, afirmada á su vez como espacio cualitativo.

Hácense las funciones específicas negación del espa­cio en el espacio mismo, apareciendo como luz, que en u n sentido afirma, dignifica y enriquece el espacio, pre­sentándonos los objetos con claridad y colorido, y en otro elimhia el espacio mismo, apartando de nosotros su contacto inmediato, su realidad sentida por el tacto.

E l sonido, considerado como función mecánica, era ya la expresión sensible de la mecánica más pura, ra­yana con lo inmaterial. La luz da un paso más : ni aun es mecánica como el sonido. Las supuestas ondulacio­nes del éter están m u y lejos de explicarla: n ingún mo­vimiento se convierte en luz, como ésta no brote de las concavidades de lo incomprensible, de la noche eterna. E s la luz el esplendor de lo absoluto, del espíritu, del alma humana y de la misma divinidad.

Las particularizaciones de la luz aparecen como colo­res, y por su medio se hacen visibles las innumerables cualidades particulares, realizables en el mundo cor­póreo.

Las cualidades particulares del orden positivo cam­bian como las condiciones mecánicas, y traducen el cambio como necesario, ó sea como fuerza. Los cambios en partes relativamente grandes se l laman físicos; en la in t imidad de las partes pertenecen al orden químico.

La producción de algo nuevo y la destrucción de algo antiguo, que constituyen el cambio, se realiza en lo cua­litativo, lo mismo que en lo cuantitativo, entre partes determinadas del orden material, cada una de las cua­les no pasa de representar la parte que le corresponde; figura simplemente, en la función, en cuanto tiene de definido, provocando un orden de efectos también de­finido.

S i m b o l i s m o g e o m é t r i c o d e l a v i d a . 3

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Función de funciones.

Hasta aquí hemos visto desenvolverse en el sistema funciones de cantidad y funciones de calidad; falta lá evolución de funciones complejas de cantidad y ca­lidad.

Hemos seguido á la cantidad y á la calidad, apare­ciendo como algo en la estabilidad y en el cambio; hemos tratado de la cosa producida. Ahora nos eleva­remos al punto de vista de la función productora.

La producción y la destrucción, ya lo hemos dicho, son las funciones propias del orden físico; no pueden aparecer la una sin la otra; se hallan en correlación ne­cesaria, como la creación y el aniquilamiento en el orden universal, que comprende lo definido y lo indefinido. Así como no se concibe todo sin límites ni nada sin lí­mites, tampoco son concebibles producción ni destruc­ción, creación ni aniquilamiento, sin límites correla­tivos.

Mas la producción y la destrucción se distinguen de la creación y el aniquilamiento en que los modos de ser de producir y de destruir son exactamente definibles en teoría, y á menudo se definen en la práctica, some­tiéndose á leyes experimentales; al paso que la creación carece de leyes fijas y lleva escrito en su bandera el em­blema de la originalidad.

La producción y la destrucción físico-químicas su­ponen dos polos particulares, dos cuerpos que se reúnen ó se separan determinando u n cambio de algo anterior qué se destruye, por algo posterior que se produce de nuevo. De esta suerte, la producción del movimiento, por ejemplo, se hace mediante dos cuerpos, uno que mueve y otro que es movido, destruyéndose el reposo y

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produciéndose el movimiento; una función química se hace mediante factores distintos, que se destruyen mu­tuamente originando un nuevo factor; todo, en fin, exi­ge, como decía Aristóteles, dos condiciones, que él l la­maba causas, material y formal, y dos funciones ó po ­tencias en acto, una constructora (eficiente), y otra destructora (final), que en el mundo positivo, separado oonvencionalmente del mundo de los fines representa­dos por ideas, se reduce á un fin absoluto, á la nada relativa al campo fenomenal.

Además de esta producción físico-química, realizada por efectos determinados ó determinables entre causas particulares determinadas ó determinables, hay otra producción en el reino inorgánico, en que cada produc­ción y destrucción no se suma ni se resta simplemente según la cantidad de sus factores, sino que se multipli­ca y se divide como la función generatriz de los seres vivos en su realización mediante los mismos seres en­gendrados. Esta función, copiada por la Naturaleza in­orgánica dentro de su dominio propio.es la combustión. El fuego no se limita á aparecer como producido por algo y destruido también por algo, sino que se repro­duce como causa productora cuando encuentra condi­ciones á propósito; es una serie continua de produccio­nes y destrucciones, representada siempre por cuerpos ó fenómenos que todos tienen carácter particular, sin que ninguno represente todavía el carácter generalísimo que tiene lo indefinido.

Por úl t imo, el total desenvolvimiento del polo posi­tivo reproduce, de un modo relativamente general, los dos polos, que en sus funciones, relativamente parciales ó concretas, acabamos de estudiar.

Los dos polos Á y B, reclamados por la polarización , intermedia ó particular a b (producción y destrucción

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simples ó reproducidas), constituyen u n sistema"com­pleto del orden positivo, la función de funciones que se llama función eléctrica.

F i g u r a 14.

A B

La función de funciones del polo positivo determina ' la explosión de todas sus actividades propias: fenóme­nos mecánicos, fenómenos luminosos y químicos, que respecto de los mecánicos figuran como específicos ó lógicos, y fenómenos reproductores de la función común dentro de límites particulares. Es la función eléctrica una génesis del orden material, que realiza la Natura­leza en forma de tempestades.

Débesela considerar como una imagen de la vida, tal como puede darla un orden fenomenal, contenido dentro de los límites precisos de ¡o finito y determinado, en la función general de la determinación y la indetermina­ción vivientes de las cosas.

Indispensable es que se hallen relacionadas entre sí las funciones todas de la Naturaleza, como lo está la Naturaleza misma con el espíritu y con el hombre; pero empeñarse en concebir estas relaciones, que son identi-

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dad y distinción, como simples identidades en el fondo, con una distinción aparente, es socavar el concepto de relación, reducirle también á una apariencia, y la apa­riencia á vano fantasma, ó mejor á ninguna cosa. Obtié-nese así el peregrino resultado de diluir todas las partes del mundo en un todo que es nada, porque se le supone extraño al carácter particular, que informa necesaria­mente á toda legítima realidad.

E n vano ha querido un sabio poeta contemporáneo susti tuir la función eléctrica por la de ciertos gigantes­cos tubos; !a función eléctrica no se deja sustituir por la mecánica, porque es relativamente de un orden más elevado: es un antagonismo total de los elementos del mundo positivo, diferente de los antagonismos físicos y químicos, que son antagonismos relativamente pa r ­ciales. Á todo el mundo natura l se- opone el mundo sobrenatural ( l lamémosle asi) , y este mundo sobrena­tural se representa naturalmente por el polo negativo de un aparato eléctrico. E n el acto de identificarse, ó sea" de comunicarse, los dos polos del aparato, se inaugura una corriente, y la repetición de tales inauguraciones constituye las corrientes continuas ó intermitentes de la l lamada electricidad dinámica. Así se causan todos los fenómenos mecánicos y específicos, mientras que en el simple conflicto de un cuerpo con otro cuerpo (no de algo que represente todos los cuerpos con algo que re­presente ningún cuerpo) sólo se producen fenómenos determinados de tal ó de cuál categoría.

El polo positivo del esquema corresponde en el mun­do á toda la exterioridad que rodea al hombre en un momento cualquiera, y que se limita interiormente por el hombre mismo, y exteriormente por la bóveda i n ­mensa de los cielos. En tal función, el hombre es el polo negativo, que se opone á este grandioso panorama.

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Mas dentro del hombre se reproduce el polo positivo, constituido por su cuerpo, enfrente del polo negativo, que es el alma. E l cuerpo humano es el sujeto de toda objetividad externa y el objeto de toda subjetividad in­terior, porque sujeto y objeto no son más que otro modo de significarse los polos negativo y subjetivo del siste­m a universal.

E n s u m a : el desarrollo del esquema del polo positivo del sistema coman nos da este resultado:

F i g u r a 15.

A, Bj G. Círculos inorgánicos, formas cadavéricas, abstraídas de los seres que las realizan autonómica­mente.

A. Lóbulo de la mecánica, en la cual las líneas r e ­presentan el fenómeno inerte, y lo blanco la posibili­dad fenomenal y potencia representada, que, un ida con la inercia, hace la fuerza mecánica.

B. Lóbulo específico, ó sea de fenómenos químicos, y de generalidades ó leyes que l imitan los procedimien­tos mecánicos.

G. Lóbulo de la generación física, l lamada función eléctrica.

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En sü forma más sublime, el lóbulo A es el sonido, el lóbulo B la luz, y el lóbulo G la generación, la vida en la materia. Con el sonido se hace lá palabra, intérprete oficioso del pensamiento, y con la luz se abre camino al análisis racional. E l verbo es el sentimiento, e l hijo de la vida, que procede del espíritu luminoso, y se encarna en las tinieblas, donde gira eternamente el mundo de­finido.

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Así como al contemplar un artefacto que tiene en hueco por detrás todos los relieves marcados por de­lante, podemos prever el reverso con sólo hacer negati­vo lo que por el anverso es positivo, y viceversa; así, al fijar nuestra atención en el polo negativo del esquema, no necesitamos más que suponer lo contrario á lo que en el primer sentido llevamos consignado.

E l polo negativo reproduce en el espacio indefinido, por delante del positivo, todo lo que éste encierra detrás de sí.

E n tal estado se presta á un estudio abstracto ó ge­neral, y á otro concreto en sus diversas relaciones. Tra­temos ahora del aspecto general. Supongamos por un momento la idea pura, como hemos supuesto la materia pura, y hagamos sobre esta base la posible construc­ción.

La idea pura, en general, es una parte segregada del esquema común, la que comienza en la curva abierta al

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final de la serie de anillos, trazada á la izquierda de la recta representativa del polo definido.

F i g u r a l o .

Para estudiar el polo positivo del esquema, lo deter ­minado, la materia, hemos partido de la línea recta, construyendo detrás de ella un sistema parcial con los elementos que figuran en el total. Para estudiar el polo negativo, no podemos partir de la recta, porque enton­ces caeríamos en el centro y no en el polo extremo, el cual es siempre el fondo blanco, la ausencia de toda definición representada en el papel.

F i g u r a n.

El fondo blanco indefinido y lo definido que lo con­diciona, tienen necesariamente u n límite común, signi-

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ficable ya por una curva cuyas ramas abracen un de­finido espacio, como parte real de espacio determinado, en su relación con el resto que sigue indeterminado.

Sobre esta base puede hacerse de derecha á izquierda la misma construcción que queda hecha de izquierda á derecha al tratar del polo positivo, con lo cual no hare­mos más que reproducir el centro del sistema total, con­siderándole, no ya como centro, sino como polo siste­mático, aislado y abstracto.

F i g u r a 18.

E n cuanto puede sostenerse esta abstracción polar, resultarán ahora, como en la abstracción polar opues­ta, abstracciones subordinadas, que, si allí eran físicas, aquí podrán llamarse metafísicas {contiguas, ó mejor, opuestas, contrarias á las físicas).

La fuerza y la materia fenomenales, corpóreas, serán en este momento fuerza y materia infenomenales, incor­póreas; todo lo que antes aparecia puramente objetivo, aparecerá puramente subjetivo; la multiplicidad m a ­terial se convertirá en absoluta unidad.

Y no es de extrañar que, así como al fijarnos en el poJo positivo, aparecía devorado y recluido en sus entra­ñas el centro sistemático, aparezca ahora no menos d e ­vorado este centro por el polo negativo. Lo extraño seria que sucediera otra cosa, puesto que nosotros mismos,

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por u n acto libérrimo de nuestro pensamiento, hemos renunciado al centro común, penetrando en las caver­nas que nos ofrecen engañoso asilo por ambos lados del camino.

Cogidos voluntariamente en la t rampa elaborada por nuestra mano, hemos de ver el todo, no como es en cuanto puede ser, sino como sería en el caso inaceptable de ser precisamente como no puede ser.

Desprendido el polo metafísico de sus relaciones con el tísico y con el centro, aparece compuesto á su vez de dos polos y un centro, como todos los ejemplares del modelo primitivo, que se representan siempre por un anillo central y dos colaterales.

El primer círculo inmaterial ó metafísico (a) es el fe­nómeno inmaterial absoluto, el que se ha consignado como sujeto eterno, alma inmortal de cada sujeto en el Universo. El segundo círculo (b) es la ley eterna, la ge­neralidad de las almas, Dios-persona universal, y el tercer círculo (c) es la generación divina, la vida inmor­tal y eterna.

Con los elementos de este esquema puede ejercitarse á su sabor la sutileza de los ingenios más perspicuos. Así construirán fantásticos edificios, así darán espec­táculos pirotécnicos, vanos, aéreos, imposibles de suyo, y que sólo parecen posibles, porque se los ve desde la tierra firme, por más que nos empeñemos en olvidar y dejar á un lado á esta tierra amiga, que todo lo sostiene.

Ahora, -volviendo prudentemente al terreno de la re­lación, aunque no sea más que para avalorar el espec­táculo ofrecido por el polo negativo, y sin fijar todavía definitivamente la vista en el centro, que condiciona igualmente ambos extremos polares, cambia de pronto el colorido y significación de la abstracción metafísica del polo negativo.

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Desde el punto de vista de la relación, el ejercicio del polo indefinido del esquema realiza, bajo forma conscientemente imaginaria, un' mundo de fenómenos, de leyes y de funciones, que reproduce en tercer grado la conciencia sensitiva del animal y la inteligente hu­mana, representándola dentro de sí misma como una generación consciente, y fuera de si misma como un polo generador del Universo.

Al relacionarse el polo indefinido, que artificiosa­mente separado del resto del sistema constituye la metafísica, con el resto del sistema, del cual le había­mos "aislado para comodidad del estudio; se convier­te en ideal, objeto inmaterial , opuesto á un tiempo al fenómeno positivo y á las leyes, ideas ó generalidades que sistemáticamente se contraponen al fenómeno ma­terial. Así convertido en ideal, se relaciona de nuevo con el resto del sistema.

Los fenómenos, leyes y funciones ideales aparecen de esta suerte lo que legítimamente son, imaginarios, pa­sionales, y en grado supremo voluntarios ó libres. No hay ley que los reprima, fuera de la ley misma, que infringen en cuanto pueden, proclamando la anarquía y realizándose á su nombre ; pero si sus pretensiones son utópicas, no por eso dejan de realizar algo utilizable y conveniente para el sistema.

Los engendros imaginarios, pasionales y libres, pri­mera encarnación de la libertad absoluta, sufren una segunda encarnación en la síntesis sistemática; y en esta nueva limitación de contrapuestos extremos, pasan-á figurar, en cuanto fenómenos, como realidades típi­cas, y, en cuanto leyes, no ya sólo como leyes de he­cho, sino de derecho, como deberes que, sin renegar de la ingénita libertad del pensamiento, la l imitan y re­producen con un cuerpo adecuado á su espíritu.

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Sucede entonces que los ideales del pensamiento se realizan ó dejan de realizarse; si se realizan, es para su bien; si no se realizan, es para su mal. La realización del bien, considerado más completo, más grande y ge­neral, es también la realización del bien por exce­lencia.

Al ejercitarse esta función, es cuando resplandecen en el pensamiento los grandes focos llamados morali­dad, belleza y verdad, que, unidos, constituyen el sol de los soles, t i tulado en absoluto-el B I E N .

Lo que, relacionado en la forma que vamos exponien­do, aparece como ideal, es lo que se realiza metafísica-mente, cuando el pobre mortal mira sólo el cielo, olvi­d a n d o que apoya por necesidad sus pies sobre la tierra, y se fija exclusivamente en uno de los dos polos indis­pensables para la existencia particular humana , exta-siándose ante lo imposible, y, como lógica consecuen­cia, absteniéndose de realizar lo conveniente, lo posible.

Contemplar el cielo es colocarse en la corriente que parte del polo positivo, y ver en ella lo que se puede ver: la bóveda del círculo que en aquel momento apa­rece máximo, sintiendo por encima de tal fondo otros y otros cielos, l indantes siempre con lo indefinido, por más que se definan en serie inacabable. Si, por un ex­ceso de amor al cielo, cerramos entonces los ojos y nos suponemos fuera y más allá d é l a serie de cielos, dor­mida ya y descartada la reflexión, sentiremos la placi­dez del sueño realizado, la instalación definitiva en un úl t imo cielo. ¿Quién nos podría censurar? ¿No tene­mos todos siempre, y por necesidad, un cielo realiza­do? Cualquier realizado simboliza la serie, y la dificul­tad está sólo.en imaginar y realizar el símbolo mejor.

La ú l t ima curva abierta en el esquema del polo in­definido es el centro de confluencia de ¡a Ciencia y de

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la Religión. Por encima de ella, lo que se siente; por debajo, lo que se sabe. No hay medio de saber todo lo que se siente, porque el sentimiento sobrenada siem­pre; y si cae al fondo, es para fertilizarle, regenerándo­se en la superficie. Es tan imperecedero como el saber mismo, y comparte con él el dominio universal.

Las dos ramas de la-última curva abierta son las dos alas de que dispone el sentimiento para elevarse á lo indefinido: el amor y la voluntad. Armada con ellas, la paloma espiritual aporta al arca de lo definido el ramo de oliva, nuncio de paz y bienandanza, si se le sabe interpretar.

La fuerza y la materia funcionan en lo definido como cambio de lugar y como diferenciación específica. La fuerza inmaterial funciona como coeficiente indefinido con relativa inmovilidad é indiferencia específica. No gira sobre algo en el espacio; gira sobre sí propia en las profundidades del t iempo. Semejante á la tierra que pisamos, tiene un movimiento sobre su eje, pero nada extraño la siente; sólo se siente á sí misma; sin­tiéndose es como gira, y el espacio no le sirve sino de punto de apoyo pasivo y ajeno á su intrínseco movi­miento;

De esta suerte, el movimiento ideal se considera á sí propio como el prototipo del real, y, sin embargo, res­pecto de éste es la inmovilidad. El sujeto, el ind iv i ­duo, por más que funcione y se haga á sí propio, es el a lma incorpórea que ni se mueve ni se hace sensible­mente. Desde las al turas de su movimiento libre, el alma considera al de la materia como falso movimien­to, sepultado en la inmovil idad; y el que se fija eñ la movilidad pintada en el espacio, apenas acierta á con­cebir el movimiento espiritual, que le llega como un eco desde los antros de lo indefinido.

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Así como el movimiento del espíritu es, en su relati­va inmovilidad, el tipo legítimo del movimiento cor­póreo, así también la fuerza espiritual es el tipo de las fuerzas físicas y químicas. Platón estuvo acertado al consignar las ideas como tipos de las realidades; sola­mente le faltó advertir que así aparecen en la contem­plación absoluta del polo ideal, y que la verdad posible no se halla en uno ni en otro polo, sino entre los lími­tes asignados al intervalo que los separa. Por nuestra parte, no olvidamos un momento las salvedades con que estamos escudriñando el polo de lo indefinido.

En general, del propio modo que todos los antago­nismos materiales se encierran en los dos fundamenta­les, ser y no ser, hacer y deshacer, los antagonismos in­materiales sé encierran en otros dos, sentir y no sentir, conocer y desconocer lo sentido y lo no sentido.

La concurrencia de estos polos en un centro común es la función de vivir en el polo negativo del sistema completo.

El pensamiento vive de lleno su vida propia en cuanto llega al círculo tercero del polo negativo. Aquel círculo es la flor de su vida, y por debajo de la flor co­mienza ei tallo, hasta descender á la raíz, que está en el organismo vegetativo y en el cosmos. Bella es la flor de la imaginación, importantís ima en el ejercicio de las funciones más sublimes. No se debe, á pesar de eso, olvidar que, sin el tallo y la raíz, se evaporaría en las alturas.

E n la flor del pensamiento están la vida, la genera­ción, el bien bajo todas sus formas. Es la razón pura, fertilizada por algo más puro todavía, por el sentimien­to, que se deja arrastrar siempre más alto que toda aparición celeste, dispuesto constantemente á recha­zar cualquier reposo con que le brindé la inteligencia,

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como no sea el reposo aquel, inefable, definitivo, que le proporciona la fe, ú l t imo esfuerzo de una voluntad en­cadenada por la pasión de lo infinito.

Semejante situación de ánimo tiene sus dulzuras, sus ventajas, su razón de ser. Y con todo, el esquema por un lado, y la experiencia más vulgar por otro, demues­t ran irrecusablemente que constituye una sola fase, por más que pueda ser la fase más hermosa, de la vida; que si le es dado absorber la vida en lo indefinido y sobre­ponerse á la realidad, es á su vez absorbida é in ter­puesta entre las realidades de la vida.

¿Qué hacer en el conflicto posible de lo que manda la Ciencia y de lo que siente la Religión? Reconocer los derechos que asisten á cada extremo para tomar asiento en el gran escenario de la vida universal, y t ratar de uniformarlos en cuanto sea posible, ya que sea imposi­ble borrar su distinción. Lo que afirma el sentimiento puro, la Ciencia no lo sabe; lo que afirma en absoluto el saber puro, lo niega el sentimiento. Pero esto sucede en general y cuando nos esforzamos por "mantener inertes los polos de la función. Un ejercicio común de los polos contrapuestos nos dará todavía términos medios parti­culares y finitos, admisibles como engendros viables, como transacciones equitativas, que mantendrán u n co­mercio provechoso para todos. Las soluciones particula­res de los diversos problemas de la vida deben ser unas mismas para la razón y para la Religión. No quedará otra diferencia sino la de que el racionalista extenderá á lo que no sabe la fe racional que le inspira lo que sabe, y el creyente descenderá hasta lo que sabe con la fe nacida en el seno de lo que ignora.

H e aquí, en suma, lo que representa nuestro esque­ma del polo negativo: Negación primera de materia, que, circulando con la misma materia negada, se hace

Siinboli«mo geométrico de la vida. 4

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participante, á su modo, del carácter positivo que tiene su antagonista; función de realizarse una copia, como una fotografía, del mundo material, que resulta realiza­da en sentido inverso, como la imagen de un objeto en una superficie brillante. Negación segunda del carácter fenomenal de las impresiones sentidas y consiguiente afirmación de u n carácter legal, autonómico y necesa­rio, respecto de cualquier fenómeno taxat ivamente de­terminado. Y, por fin, negación tercera de fenómeno y de ley á u n tiempo, con afirmación de u n nuevo mundo de fenómenos, leyes y funciones, de u n mundo ideal, completamente ideal, no sólo como fenómeno ó como ley, sino también como función.

Creemos que ayudarán á comprender este pensa­miento las sugestiones suscitadas por una serie de círculos, abriéndose y cerrándose en una corriente con­tinua que, partiendo de lo definido, se encamina á lo indefinido, de cuya corriente abstraemos ahora el polo negativo, como hemos abstraído el positivo y abstraere­mos luego el centro: sistemas parciales compuestos siempre de dos polos extremos y un centro, y subordi­nados á cierta totalidad, que se siente á cada paso y j amás se realiza, n i realizarse puede sin que cese en el acto la función realizadora, que es precisamente toda nuestra razón de existir y de pensar. No llega á más la pretensión de nuestro esquema.

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V

C E N T R O D E L S I S T E M A

El centro representado en el esquema primitivo (los t res lóbulos centrales) es UNA PARTE del sistema m i s ­mo, relacionada con las demás, y que realiza el todo parcialmente, comprendiéndole dentro de sí propia. Este centro es el hombre, simbolizado geométricamen­te . Sobre tal símbolo hay que hacer esfuerzos de i m a ­ginación para no reducir el hombre al símbolo, sino, por el contrario, elevar el símbolo has ta el hombre.

El sistema total queda de esta suerte fuera del hom­bre como generalidad que le comprende, y que á su vez necesita al hombre para realizarse, para ser alguna cosa.

E l organismo humano es el esquema viviente del organismo filosófico. La cabeza ,del hombre encierra toda la filosofía. Los ojos y los ¡oídos son los dos polos de la vida intelectual, colocadosjfparalelaménte y sim­bolizando el dualismo ideal, la función de analizar la síntesis sentida. Por estos] caminos circula el pensa­miento con la Naturaleza exterior. L a nutrición del

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pensamiento se simboliza en el encéfalo, punto de con­fluencia de todos los antagonismos. Debajo del encéfa­lo, y en las obscuridades vedadas á los sentidos exter­nos, está el aparato respiratorio, comenzando por Ta nariz, y debajo del aparato respiratorio aparecen los órganos centrales de la vida vegetativa. Circula ésta con la nerviosa por una parte, y con la exterioridad por otra; se nut re formando un cuerpo, y respira co­municándose en relativa totalidad con el mundo que la rodea.

Por último, el aparato generador del animal es el extremo inferior de su organismo, mientras que es el más elevado de la p lanta ; la flor, lá gala, la hermosu­ra, el amor, la finalidad del individuo que vegeta. Por aquí comienza el grado superior del individuo que siente. El sentimiento se excinde á su vez, y, cuando llega á realizarse en su generalidad, alcanza la función el m á x i m u m posible.

Pero atengámonos ahora al esquema geométrico.

Tomemos primero en consideración al hombre (al centro aislado), según hemos hecho antes con los p o ­los ; después le relacionaremos con los demás elemen­tos de la función común.

F i g u r a 19.

d

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C E N T R O D E L S I S T E M A 53

El círculo a es el hombre realizado, material, de car­ne y hueso, el que vegeta, el que es hecho libremente mediante el cosmos material y la virtualidad significa­da por la curva abierta que le corona.

E l círculo b es la definición particular de lo que que­da indefinido en general fuera del círculo a, el hombre inmaterial, que vegeta en lo indefinido, que se hace á sí propio en virtud de la necesidad de definirse, de la autonomía ingénita, representada por el fondo blanco del esquema; se contrapone así á la vida exterior y apa­rece como vida interior, vida del sentimiento. Esta vida consta del lóbulo & y de la curva abierta, que le corona como símbolo de las corrientes opuestas desde lo inde­finido á lo definido, y viceversa. E l círculo c es la ú l t ima definición particular posible de lo úl t imo indefinido po­sible, que es aquello que permanece indefinido como material y como inmaterial , como cuerpo y como espí­r i tu ; el hombre por realizar, idea pura, que generaliza, discurre y es hecha mediante lo definido.en los proce­sos anteriores y la virtualidad significada por la curva d, úl t ima corona de todo lo posible, y por encima de la cual sólo Be realiza imaginariamente lo imposible.

C í r c u l o a .

E l círculo a es ya anatómicamente u n órgano; fisio­lógicamente, un organismo, u n ser vivo. E n muchas épocas y momentos de su vida se reduce el hombre casi exclusivamente á este embrión. Tales son la vida intra­uterina, los intervalos de sueño profundo, los momen­tos de colapso y eclipse de las funciones más elevadas. ' Aun reducido á esta esfera elemental, goza ya el privile­gio de vivir, significado por las tres funciones cardina-

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les ¡circulación (movimiento) , nutrición (cambio) , res­piración (acción y pasión) .

F i g u r a 20.

Vive ya el embrión vegetativo, traduciéndose por fe­nómenos propios, por su estructura especial, por cos­tumbres individuales que realizan la ley de su especie, y por acción y pasión espontáneas y libres, que, con los fenómenos y leyes del mundo exterior, engendran á su vez los fenómenos y leyes del mundo interno.

La curva sobre la cual se destaca la célula a era el pr imer rasgo de unión entre los dos polos, que, conci­biéndolos aislados, serian contradictorios, imposibles. E l acto de trazarla ha convertido el polo nada (el fondo blanco) en posibilidad de alguna cosa (par te del fondo contenida entre las ramas de la curva), y el polo toda en hecho, cosa parcial, intermedia, positivamente d e ­terminada (la curva abier ta) .

La cosa determinada simplemente por la recta y la, ' curva abierta queda enfrente de la posibilidad indefini­da, y del seno de la posibilidad ha de surgir necesaria­mente la limitación, sin la cual nada se concibe en abso­luto. Se hace preciso, pues, inscribir u n espacio cerrado dentro del espacio abierto, so pena de que la construc­ción quede terminada y signifique la muerte, en vez de

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significar la realización progresiva de todo lo posible. Por eso hemos trazado el círculo a en la matriz de la curva.

Así es como engendramos sobre el papel la vida del ser, que es engendrado autonómicamente por la función universal abstracta, al representarse en la Naturaleza.

Adviértase, sin embargo, que este ser engendrado no seguirá viviendo si se reduce al esquema

F i g u r a 2 1 .

Será más bien u n engendro inorgánico, que debería caer á la derecha y no á la izquierda de la curva; será u n muerto en el acto de nacer, si no se le agrega otra curva abierta, propiedad exclusiva, suya, que le permi­ta respirar lo indefinido.

F i g u r a 2 2 .

Esta curva abierta es el órgano mediante el cual ha de seguir engendrando el nuevo ser, mientras viva, sus fenómenos y sus leyes.

Precisamente este órgano es el que extirpan los m a ­terialistas y los positivistas, al considerar al organismo

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vegetativo como un simple dato anatómico, y á todas sus funciones como producciones y destrucciones físi­cas ó químicas; en lugar de mirarlas como verdaderas generaciones, no ya determinadas é inorgánicas á la manera de las eléctricas, sino provistas de un coeficien­te indeterminado, que presta á sus actos el carácter de espontaneidad.

Círculo b.

Hasta aquí lo definido y lo indefinido en el espacio han sido los elementos que han prestado formas ai es­quema de la vida. Pero el juego de la definición y la indefinición viviente transciende más allá. Interesa, por fin, todo el espacio, así definido como indefinido; es la definición de algo más indefinido todavía, más lejano que todo espacio, no sólo dado, sino también posible.

Semejante definición transcendente más allá del es­pacio posible, es la que se hace, no sólo mediante el tiempo, que éste es siempre indispensable, sino en el t iempo mismo, es decir, en un momento distinto del momento que se considera actual cuando le inmoviliza el análisis, y el espacio parece como que todo lo. llena y lo petrifica.

Más allá del momento actual hay un porvenir que se realiza, no por modificaciones ó formas del espacio, sino por un fenómeno original y característico: el sen­timiento.

Así como la vegetación brotó espontáneamente de la matriz inorgánica, así brota espontáneamente el sent i ­miento en la matriz vegetativa; así comienza su vida, así es también engendrado en el seno de lo indefinido.

E l procedimiento es el mismo que queda explicado

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C E N T R O D E L S I S T E M A 57'

á propósito de la vegetación. No hay necesidad de in­sistir mucho en él.

Para que pierda el organismo vegetativo el carácter, que conserva en parte, de generalidad vaga é indeter­minada ; para que deje de ser un polo aislado de u n sistema posible, es preciso que cuanto hay en él de d e ­finido é indefinido se limite de nuevo dentro de un esquema particular, que le preste la realidad negada al campo de las generalidades. Se necesita que el espacio y el t iempo, vivientes como individuo en el espacio, vivan también como individuo en el t iempo, que se realice su individualidad en forma de t iempo, que se sientan á sí propios. Y como la posibilidad del senti­miento no es más que el corolario de la posibilidad fundamental de todos los seres, en virtud de la limita­ción necesaria de polos contrapuestos, de aquí que ocu­rra espontáneamente, y por la vir tual idad propia de la función generadora universal, la aparición del círculo b, la manifestación del sentimiento con el apéndice de la curva abier ta que la permite vivir.

F i g u r a 23.

La esfera del sentimiento tiene, como se ve, su raíz en el organismo vegetativo. Allí encuentra órganos que especialmente la representan: nervios y centros sensiti­vos y motores.

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Los nervios sensitivos se hal lan afectos á la corrien­te que va de derecha á izquierda, desde lo positivo á l a negativo, la cua! se realiza, no en ellos n i por ellos, sino paralelamente á ellos, teniéndolos por condición vege­tativa, part icipando á menudo y haciéndolos partícipes de sus formas peculiares. La impresión sensitiva nace en la exterioridad, y es concebida interiormente por una generación en lo indefinido, y no simplemente producida ó determinada por lo definido.

Los nervios motores representan u n papel análogo. La orden de moverse se fragua en el sentimiento puro , y se relaciona con aquellas partes del organismo que están ya en relación general con la función locomotriz, y que pueden, sin embargo, en virtud de su esponta­neidad funcional y de sus condiciones anatómicas, cumplir ó no el mandato recibido.

La sensibilidad y el movimiento son las funciones circulatorias del sentimiento. Tiene éste, además, u n a función central que consiste en la codificación, digá­moslo así, de la vida sensitiva, y otra función superior que la relaciona con lo indefinido, como voluntad y como pasión abstractas, como esfera ideal, cuya real i­zación positiva ó negativa son u n bien ó un mal, u n placer ó un dolor.

Las leyes del sentimiento puro y exento de todo aná­lisis son simplemente costumbres instintivas, engen­dros irreflexivos, inconscientes de sí propios, ajenos, por lo tanto, á la responsabilidad personal que procede d e la conciencia superior característica del pensamiento.

Círculo c.

La imposibilidad de subsistir aislado lo indefinido, le obligó por primera vez á determinar la vida vegete-

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tiva. De esta suerte se hizo posible el fenómeno vivien­te (círculo a). Para que se hiciera posible la'realiza­ción dé la ley viviente, hubo de brotar el sentimiento (círculo b). Todavía resta una necesidad, la de la función, ó sea la limitación simultánea del fenómeno y de la ley, y tal necesidad se satisface mediante la vida inteligente (círculo c). E n este círculo, no sólo es­tán presentes los fenómenos y leyes de la vida, sino que se engendran, se establecen sólidamente como con­ciencia superior, como sentimiento del sentimiento.

Desde este momento queda completo el proceso fun­cional, sin que pueda hacer otra cosa más que repro­ducirse en una generación indefinida, en una serie de anillos sin término posible, porque, siendo cada uno de ellos lo definido en su relación necesaria con lo in­definido, no pueden cesar sin que lo indefinido subsista en su imposible desnudez.

E l círculo c aparece en el hombre sobreponiéndose al sentimiento inmediato, de un modo lento y por gra­dos insensibles, comenzando poruña vaga claridad, para continuar i luminando como sol, cada vez más espléndi­do, el campo de la conciencia. No comienza de pronto como el sentimiento al despertar de u n sueño, ni cesa de repente durante el curso de la vida sensitiva; es más bien u n compañero, que se insinúa poco á poco y acaba por fijarse sólidamente en el horizonte de la con­ciencia. La función realiza á un t iempo el sentimiento del fenómeno y el de la ley; por el primero lo particu­lariza todo, comenzando por el propio individuo de la conciencia; por el segundo generaliza y asigna su ley á. cada cosa. Á la síntesis sentida en un momento deter­minado, agrega la ley que se formula espontáneamen­te como generalidad, y que no es, en suma, sino u n .simple reflejo, el acto puro autonómico de lo indeter-

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minado. Así aparece la análisis coetánea de la síntesis, y así se reproduce la síntesis coetánea del análisis.

Sintetizar y analizar: he aquí el ejercicio del pensa­miento sobre todos los datos suministrados por el sen­timiento inmediato. Bajo el imperio de las leyes, auto­nómicamente constituidas (categorías de la razón), se agrupan los hechos y se clasifican en una red de genera­lidades l lamada silogismo. Si el silogismo tiene fuerza legal suficiente para impedir la contraposición de una ley superior que haga hipotética su absoluta legitimi­dad, arrastra la convicción del individuo, y la fe conso­lida la ciencia que se adquiere. Si, por el contrario, brota en el curso de lo indefinido una nueva generali­dad, como nube interpuesta entre el cielo y la tierra, se declara el análisis, y la reflexión opone á la corriente sintética un límite en el horizonte, que amenaza de­tenerla.

Figura^ 24.

E n general, esta posición y esta contraposición cons­t i tuyen el curso normal de la vida inteligente E n par­ticular, predomina siempre alguno de ambos sentidos, y, sobre todo, se realiza el predominio en varios grados, según cada caso y cada situación que atraviesa el i n ­dividuo.

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Además de circular el entendimiento con el sent i ­miento, se nutre aquél dentro de sí mismo, const i tu-j^endo un código de leyes que conserva la memoria, y sirven de guía para el ejercicio ulterior de la función.

Por ñn , el entendimiento respira amando siempre la ley indefinida, por más que de continuo la vaya de • finiendo parcial y l imitadamente. Esta función se desig­na en el esquema humano por la ú l t ima curva abierta, adosada al círculo c.

Relac iones del e s q u e m a humano con el e s q u e m a en general .

Fig-ura 25.

B C A

Hemos intentado estudiar, en cuanto nos ha sido po­sible, los esquemas aislados de los polos sistemáticos y del centro parcial humano . Veamos ahora de restituir su conexión natural á estos diversos elementos, que, para comodidad de su examen, hemos querido consi­derar, dejando de tener en cuenta las relaciones que los unen .

Nacido el hombre G en el polo positivo A, le halla re­presentado por el mundo real en que vivimos. Llevado imperiosamente hacia el polo negativo B, le encuentra en un mundo -imaginario, totalmente opuesto al real,

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y, sin embargó, tan análogo, como puede serlo un texto escrito en negro sobre fondo blanco, al mismo texto es­crito en blanco sobre fondo negro.

E l polo negativo B es el que se forma en las alturas de la inteligencia humana , el que se relaciona con ella exclusivamente, y el que permite al hombre procla­marse , más ó menos legí t imamente, rey de la Crea­ción. Mediante su auxilio, engendra la persona h u m a n a dentro de sí misma una vida- t ipo, u n Universo repre­sentativo ideal.

E l primer paso para la generación humana de éste mundo fantástico es la simple reproducción del polo positivo, obscuro y lleno de imperfecciones, en un fondo de luz que devuelve idealizadas las realidades recibi­das . Tal es el fenómeno de la generación de u n mundo imaginario.

Sigue á esta generación la del sentimiento de la ley, la aparición del bien como fantasma celestial de tres cabezas, una moral, otra filosófica y otra estética, y se completa la evolución con el conocimiento y la consig­nación de las funciones por las cuales se realizan ideal­mente lo bueno, lo bello y lo verdadero.

Semejante conocimiento sería definitivo si al círculo final del polo negativo no hubiera de agregarse el" coe­ficiente de la curva abierta, que sigue siempre, como la sombra al cuerpo, á cada círculo que se cierra.

Termina, pues, el polo negativo, en sus relaciones con el hombre, por una respiración eterna, no l imitada por nutrición, así como termina el polo positivo por una circulación eterna, desprovista también de nutri­ción correspondiente.

Los astros, en el cielo, no hacen más que circular: n i se nutren ni respiran; el pensamiento, en lo indefi­n ido , no hace tampoco más que respirar: n i se puede

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«errar su círculo, n i menos nutr i r la curva correspon­diente á tal respiración.

E l hombre, por pequeño que parezca, por leve que sea el fragmento que le corresponde en la generación universal, vale más que el polo definido, porque com­prende lo indefinido, y vale también más que el polo indefinido, porque es algo definido; pero vale siempre menos que el sistema de ambos polos, porque él es lo engendrado, y el sistema la generación, que él solo r e ­presenta en mín ima y fugitiva cantidad y calidad.

No es el hombre, n i puede ser, todo; y, sin embargo, aspira á serlo. Semejante aspiración en ciencia es filo­sofía ; realizarla siempre en parte, dejando, por consi­guiente, lo demás sin realizar, es su vida, su función, que ejercita consciente ó inconscientemente. No cabe más allá. Detengámonos, pues, en el punto de vista que nos permite dominarlo todo, sin olvidar u n m o ­mento que aquello mismo que dominamos nos domina á nosotros desde un punto de vista superior.

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V }

F U N C I Ó N T O T A L

El esquema de la vida, tai como queda trazado, se realiza siempre por cada hombre en particular. Todos le sentimos desde que comenzamos á sentir. Lo que puede faltar y, en efecto, ha faltado hasta ahora, y procede que deje de faltar en lo sucesivo, es el recono­cimiento completo del sentimiento inmediato, en su relativa totalidad y en cada una de sus partes funda­mentales.

Una vez alcanzado este reconocimiento, cada indivi­duo obtiene la noción para sí del orden universal, s in perjuicio de este orden mismo, realizado consciente ó inconscientemente por otros individuos.

Fuera de cada individuo queda siempre la posibilidad de otros en número indefinido, y la imposibilidad de que se elimine semejante posibilidad, y, por consi­guiente, de que se realice un todo, u n sistema, que no sea particular y definido enfrente de lo indefinido.

La madre común, el espacio indefinido delante de la línea recta que le lleva definido detrás de sí, se puebla

S i m b o l i s m o g e o m é t r i c o fie lw * iA&._ 5

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en el t iempo de funciones vegetativas, sensitivas é inte­ligentes, ya en organismos totalmente desenvueltos, ya en otros detenidos en u n grado inferior de evolución.

No se olvide que semejante evolución no es fatal y predeterminada, como pretende la evolución determi­nista, sino libre, autonómica, ó, al menos, intervenida por la libertad y la autonomía; en una palabra , vi­viente.

La colectividad de seres humanos realiza la vida so­cial en todas sus manifestaciones, constituyendo u n término medio entre el individuo particular ó relativo y el individuo universal, absoluto, ó sea indefinido é

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indefinible por sí solo, puesto que no podría definirse sin dejar de ser indefinido en absoluto.

Si tal es la funcionalidad individual fuera de cada individuo, procede considerar también dentro de él otra funcionalidad análoga. No es menos admirable que el universo macroscópico y que el mundo social, el universo microscópico ó microbiológico.

Cada ser vegetativo comprende dentro de sí mismo partes que reproducen en mayor ó menor grado la función, que para ellas es general y que realizan en particular. Estas partes vivientes son las que nutren de materia orgánica (células) los organismos vegetati­vos, de materia que llamaremos sensitiva (monadas) los organismos sensitivos, y de materia inteligente (ideas) los organismos inteligentes.

Cada una de las partes elementales del organismo vegetativo es una célula, que sé forma y transforma con cierta espontaneidad; cada uno de los instantes del or­ganismo sensitivo es una monada, en que se reproduce el individuo con variedad indefinida de formas, y cada

F i g u r a 2 1 .

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una dé l a s partes ín t imas del organismo intelectual es u n instante reflexivo, que se agrega como generalidad viviente á la totalidad del organismo sensitivo.

Una vez formadas las células, las síntesis sensitivas instantáneas y los instantes reflexivos, permanecen den­tro de los organismos individuales, nutriéndolos, dán ­doles cuerpo y consistencia enmedio de la función que los engendra. Así se representa por un elemento per ­sistente la función generadora en su totalidad.

Los demás elementos de la función generadora se representan por la determinación de lo indefinido en vir tud de lo definido (circulación), y por la de termi­nación de lo definido en virtud de lo indefinido (respi­ración). Lo pasado circula con lo presente, y lo presen­te con el porvenir; y el círculo con el porvenir (a, b,. fig. 28J, siempre abierto, so pena de muerte, se l lama respiración.

Lo que aparece fuera del úl t imo círculo es lo imagi­nario, lo que realmente no circula (a) sino cuando cae por su gravedad dentro de los círculos positivos (b).

E n su totalidad, el mundo inorgánico aparece á su vez como el segmento de un círculo inmóvil (la bóveda

F i g u r a 28.

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d e los cielos), ó como circulaciones parciales, despro­vistas de la autonomía que pertenece exclusivamente á ías funciones vivientes.

Las partes compuestas de líneas rectas nutren esas circulaciones de elementos inflexibles, rectilíneos, c u a ­driláteros ó tr iangulares, que les comunican su r i ­gidez.

Bajo esta forma reproduce constantemente el mundo inargánico la parte positiva y definida del sistema, que sólo se completa por el concurso fundamental de la parte indefinida ó negativa.

Tal es, en suma, la función total viviente, la vida universal, realizada \>ov los individuos bajo sus dos as­pectos analítico y sintético.

Sintéticamente, la formulan las vidas vegetativa y sensitiva, realizándose aquélla en el espacio, y ésta, además, en el t iempo. Analít icamente, la representa la reflexión. Lo que procede es que el sentimiento se deje l imitar por la reflexión, y que ésta sienta á su vez el l ímite qué le impone u n sentimiento superior de lo in­definido é indefinible.

E n lugar de asignar la inteligencia como límite su­premo al sentimiento, algo positivo y definido, que se l lama general, es preciso que se esfuerce por oponerle s implemente lo indefinido, que es nada en absoluto, y coeficiente perpetuo en relación con lo definido.

Lo que el individuo necesita dejar en general indefi­nido, en relación perpetua con lo definido, puede él en particular definirlo decididamente, por una determina­ción espontánea, por un límite de su libertad, que consti tuye su fe y eclipsa la indeterminación que le mantenía dudoso entre extremos inconciliables.

La fe despoja á lo positivo de toda sombra de nega­ción, y puede recaer sobre la parte determinada, sobre

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la indeterminada y sobre la relación entre ambos e x ­tremos de la función común.

La fe en la parte simplemente determinada del polo negativo, es ei racionalismo moral, la creencia más ó menos firme en la eficacia de las leyes morales, con omisión del indispensable ejercicio del Coeficiente in­determinado; la creencia fundada exclusivamente en la parte indeterminada, incurre en contradicción, sin dejar por eso de ejercitarse, cuando determina á su vez bajo cualquier forma lo que ha concebido como abso­lutamente indeterminado é indeterminable.

Lo único que concilia los extremos, eludiendo la con­tradicción, es la creencia en la relación indisoluble entre todo lo determinado y e! coeficiente indetermina­do, que tan poderosamente concurre á la generación, ó sea á la función viviente en general, ya bajo la forma humana (creación en particular, generación), ya bajo la divina (generación universalizada, creación).

Son,.pues, las dos bases fundamentales del sistema viviente un organismo y coeficiente indefinido'.

El organismo responde á la necesidad de relación de las partes entre sí, no simplemente sumadas ó yux ta ­puestas, sino convenientemente clasificadas en orden correlativo, acomodado á la verdad lógica y experimen­ta l ; en una palabra, es lo realizado, así abstracto é ideal (ley), como concreto y particular (fenómeno), enfrente de la necesidad de relación.

El coeficiente indefinido representa la necesidad misma de lo no relacionado (absoluto) enfrente de todo lo relacionado en general y en particular, concurriendo con ambos elementos á la generación de la vida en todas sus formas y ramificaciones.

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APÉNDICE

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SIMBOLISMO G E O M É T R I C O

Ó ESQUEMA D E LA VIDA

I

El señor marqués de Guadalerzas, á quien ni los años impiden la profunda labor de la inteligencia, ñi la posición y los merecidos honores recibidos distraen de esta labor, con el afán y el entusiasmo de siempre, y con la competencia en dicho señor tantas veces demos­trada, publica en E L SIGLO MÉDICO unos trabajos tan meditados, tan originales y de transcendencia, como todo lo que es producto de un tan hondo pensamiento como el del señor marqués, y cuyos trabajos se titulan: Simbolismo geométrico de la vida.

Nunca el esquema ha sido tan útil y aun necesario como en la actual época. Busca ésta el provecho me­diante el escaso trabajo; le agrada más y se entrega motuproprio á contar dinero, pero hay que empujarla al trabajo necesario para ganarlo. Sobre todo, hay que fa­cilitarle mucho este trabajo; si posible fuese, habría que suprimir toda molestia ocasionada por el recorrido que aquél representa. No basta viajar en ferrocarril: se as­pira á que, arrellenados en el vagón, no se sientan vai-

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venes ni mareos. E l esquema facilita poderosamente el trabajo de la inteligencia.

Hasta hoy aplicábase el esquema al conocimiento de lo concreto; así, en el estudio de la Anatomía es m u y frecuente y no menos út i l su uso. No se aplicaba á la inteligencia de lo abstracto, que se suponía incapaz de encerrarse dentro de líneas. El señor marqués ha dado este paso, paso de gigante, y lo ha dado con fortuna: propone un esquema para ayudar á la formación del pen­samiento de la vida, un esquema armonioso, y, por consi­guiente, bello y expresivo de la verdad.

Pero el i lustre filósofo y médico lo dice: nada excluye el pensamiento á que su esquema se refiere; « es simple­mente un intento y un propósito, como son un intento y un propósito las líneas trazadas sobre un fondo blan­co, donde se deja posibilidad indefinida para variar y agregar cuantas se crean convenientes ».

Y eso intento y o : no variar en nada el esquema pro­puesto, porque entiendo que nada debe variarse en él; pero sí añadirle alguna línea más, que, á mi juicio, com* pleta la buena obra del señor marqués.

I I

E l esquema propuesto por el señor marqués de Guada-lerzas es aplicable á toda vida, á la individual y á la de la especie, pero sin contar para ésta con la representa­ción más gráfica de la procedencia de la vida-hi ja á part ir de la vida-madre. Porque creo que en algo deben distinguirse lá representación del individuo naciendo de sí propio sobre el fondo común del Universo, y la

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representación de aquél en cuanto nace de otro indi­viduo.

De ahí los dos aspectos que propongo, mediante los adjuntos esquemas, sobre la firme base del esquema del señor marqués : el que se refiere á la vida individual (figura i .a) y el que á la vida de la especie (fig. 2fi).

Hace ya muchos años que tracé estos esquemas, pero ostensiblemente imperfectos. Yo me había fijado para ello exclusivamente en uno de los lados ó aspectos de la vida, y ése representaban mis esquemas : el lado hecho ó realizado, muerta ya por lo tanto. Mis esquemas sólo comprendían los círculos que aparecen en los esquemas que propongo, y los círculos representan lo hecho ya de la vida. No se me había ocurrido la representación del otro lado ó aspecto de ésta: el hacerse de la misma, como aspiración ó tendencia á continuar viviendo. Tampoco había tomado en cuenta, para el trazado de mis esque­mas, el fondo común sobre el cual toda vida se desarro­lla : la representación del fenómeno y de la ley en ge­neral.

Por tal razón, en mis esquemas no había líneas rec­tas ni curvas que no fueran las del círculo. Hoy, alec­cionado por el trabajo del señor marqués, añado estas líneas y propongo como simple adición, no corregida y apenas aumentada del suyo, mis esquemas.

I I I

Nada diré, tratándose del esquema de la vida individual (figura J .a) , acerca de la línea recta, que tiene en mi es­quema la significación que el señor marqués le da.

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Pero creo conveniente la reproducción de esta línea, coincidiendo con cada evolución representada por el esquema: esta evolución radica siempre sobre el fondo común en que asienta el comienzo de la serie.

Figura" ,̂»

Latinea curva, como aspiración ó tendencia, como representante del hacerse de la vida, entiendo que deba considerársela desdoblada al nivel de sus dos extremos. La vida real no consiste en la simple agregación de células; no es simplemente una confederación de lo pe­queño. Además de las unidades parciales, hay aquí la unidad total, y ésta no sólo se desarrolla de dentro á fuera, sino que se impone de fuera á dentro. El señor marqués dice en uno de sus luminosos escritos, no re­cuerdo cuál: «las serosas esplácnicas son grandes esferas, células muy grandes, otras tantas unidades envueltas por la piel, que representa una esfera ó célula mayor, la unidnd total en parte». Esta unidad se manifiesta en

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todo, pr imit ivamente impuesta, y debe tener su repre­sentación, y puede tenerla, en el esquema, mediante el desdoblamiento de dicha línea.

Las ramas concéntricas que resultan del desdobla­miento de la línea curva, representan la tendencia á la producción parcial, el hacerse de la par te ; y cerradas ya y formado el circulo, representan á dicha parte ya realizada. Las ramas excéntricas representan la tenden­cia á la formación total, y no se cierran sino con la muerte del individuo.

La conveniencia de que en el esquema tengan repre­sentación los pormenores más característicos de la vida y el conjunto ó unidad total, exige además una deter­minada colocación relativa de los círculos. Éstos, sobre el fondo común representado por la línea recta, nacen los unos de los otros: la curva que al cerrarse los cons­t i tuye, es hija del círculo que los precede, y deben todos ellos compenetrarse; no conexionarse simplemente por un punto, y sí más extensamente. De esto resulta, por otra parte, la forma gráfica del conjunto representado por el esquema.

La totalidad de la vida de un individuo se desarrolla mediante una serie de hechos. Pero en los primeros t iempos de la vida, ésta adquiere cada vez mayor am­pl i tud ; sigue un período de plenitud de aquélla, y la misma, por fin, decrece hasta anularse, morir . E l con­jun to de todo ello puede tener representación en el es­quema, mediante una forma redondeada que en u n sentido se prolongue como el ovoide ó el eclipsoide, creyendo preferible, por mi parte, la pr imera de estas dos representaciones. La mayor compenetración de los dos círculos contribuye á dicha forma exterior del con­jun to , y las ramas excéntricas de la línea curva, al ce­rrarse, dan realidad á la repetida forma, a l a vez que en

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todo momento son una representación gráfica y la más tangible de la individualidad.

De igual manera que sobre el fondo común de la línea recta se desarrollan los pormenores á que da rea ­lidad la línea curva, también de cada'círculo, al reali­zarse éste, arranca una nueva tendencia representada por dicha línea, que se desdobla igualmente y se con­vierte en nuevo círculo, y hace avanzar, sin cerrarse; la línea exterior ó total. Pero llega un momento en que la formación del círculo no se acompaña de nueva tenden­cia á la producción de otro círculo; no se desarrolla una nueva línea curva, y los pormenores terminan aquí, y la línea exterior, no impulsada á un ulterior crecimien­to, se cierra: todo termina entonces en este polo, que es el de la muerte, opuesto al del comienzo, al polo del na­cimiento, y se borra todo, menos las líneas rectas, y el fondo común, que subsiste siempre.

I V

Tratándose del esquema de la vida de la especie (figu­ra 5 . a ) , sobreentiéndese todo lo que es pormenor de la vida individual, así de la vida - madre como de la vida-hija.

Aparece aquí el fondo común, la línea recta, á part ir de la que se desarrollan ambas vidas; aparece la linea curva, representante del hacerse de la vida madre-, del hacerse de este individuo, el hacerse de su vida total, y aparece el ovoide que lo representa; aparece, en fin, sur­giendo del seno de dicho ovoide, la línea curva, de igual

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representación para la vida-hija, para este otro indivi­duo, y el ovoide que asimismo lo representa.

'7 F i g u r a | ¡ . *

No hay aquí una línea exterior común á las dos vi­das : ambas se conexionan primeramente al comenzar el desarrollo de la segunda; pero subsisten con inde­pendencia después, no forman juntas un individuo.

F . ROMERO BLANCO.

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C A R T A S S O B R E EL ESQUEMA GEOMÉTRICO

D E LA V I D A

I

óY. D. Francisco Romero Blanco.

Mi querido amigo: Debo agradecer á usted, más en nombre de Ja Ciencia que en el mío, la atención que le ha merecido mi esquema geométrico de la vida. Esto de exponer en términos de geometría, doctrina al pa­recer tan opuesta al método y á la exactitud matemá­tica, préstase, sin duda, á ser calificado como atrevi­miento temerario, ó como ilusión pueril , por otro que no tenga, como usted, tanta dosis de benevolencia filo­sófica, por u n lado, y, por otro, tanta flexibilidad bioló­gica de pensamiento, adquir ida á costa de hondas me­ditaciones y de un sentimiento adecuado de la verdad en general.

Usted siente y reconoce que la geometría, ya que no sea toda la filosofía, es una parte de ella; constituye una dé sus formas; es su exterioridad inmovilizada en el espacio, y que, así como el aspecto exterior de una persona, y aun yus trajes, su casa y sus efectos domésti-

S i m b o l i s m o g e o m é t r i c o d e l a v ida , (i

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eos, pueden servir de símbolo de su carácter, sus afi­ciones y sus costumbres; así también los números, y, sobre todo, las líneas, pueden simbolizar muy bien las formas, el movimiento, las agitaciones de la vida orgá­nica, sensitiva é inteligente. Todo está en acertar con el símbolo más adecuado, y en que este símbolo des­pierte en la inteligencia del lector el pensamiento que el autor aspira á simbolizar.

De símbolos no sale nunca quien trata de comuni­car su pensamiento. Comunicación directa é inmedia­ta es imposible. Para comunicar hay que suponer la distinción entre los extremos que comunican; y en cuanto se elimina la distinción, la comunicación está de sobra: es cosa supuesta que se deja de suponer. Hay más : si se apura mucho la cuestión, hasta las ideas, las generalidades formuladas en el-pensamiento, todo lo que se sabe, puede ser considerado como símbolo de lo que se ignora, no en el sentido absurdo de simboli­zarse de algún modo la absoluta negación de todo sím­bolo, sino en el de simbolizarse la relación negativa, que por necesidad figura en toda función de afirmar positivamente.

Ya, pues, que de símbolos se trata, y los símbolos geométricos están justificados en el doble concepto de su ohjetividad, accesible á los sentidos, y de su subjeti­vidad categórica y fundamental , accesible á la inteli­gencia bajo forma matemática, usemos de ellos, procu­rando no abusar.

El uso más elemental de los símbolos geométricos nos lleva ya á las regiones superiores de la filosofía, á las categorías de la razón y á las disquisiciones de la ciencia geométrica.

Esta ciencia es una de las primeras ramas del árbol filosófico: la rama de la cantidad dada en el espacio,

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ó sea de la cantidad concreta, rama cuantitativa, que con otras dos, una para la calidad y otra para la acción y la pasión, absorbe toda la savia del tronco viviente. Trátase ahora de sugerir el todo por el sentimiento de esta parte fundamental .

Usted, mi querido amigo, me ha seguido hasta aquí , sin necesidad de preámbulos ni de discusión; mas, como va á ser pública esta carta, juzgo prudente insis­tir en ciertos puntos, para que uno y otro seamos com­prendidos con mayor facilidad.

Justificado ya el propósito de apelar al esquema geo­métrico, paréceme que, siendo nuestro objeto las bases fundamentales de toda especulación, de toda vida, ha­bremos de elegir un símbolo en las bases fundamenta­les de la geometría.

¿Cuáles son éstas? Indudablemente, el punto , las lí­neas recta y curva y los espacios que circunscriben.

Ya he dicho, al exponer mi esquema, cómo puede el punto simbolizar el átomo y la monada, ó sea la uni­dad vegetativa, sensitiva y pensante ; cómo la línea recta, llenando el intervalo entre dos puntos, simboliza la ley, que llena también los intervalos negativos entre todos los fenómenos positivos; y cómo la línea curva, identificándose siempre en algún sentido, y separándo­se en otro de la recta, es ya por sí definición de cual i ­dad geométrica, y simboliza la generalidad abstracta. Todo esto, trazado en negro, necesita aparecer (conside­ración interesantís ima) sobre un fondo relativamente blanco, cuyo fondo, en su contraposición con todo lo que en él se va pintando, se presta á simbolizar una función de movimiento. La oposición primera del punto y del fondo blanco no puede conciliarse sin u n movimiento generador, del que nacen la recta y la cur­va. Ni el punto ni la superficie incolora serían sin esto

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cosa alguna, n i pudiera fundarse en ellos el procedi­miento geométrico más elemental. Es imprescindible la generación de la recta y de la curva. Tampoco la recta ni la curva se conciben engendradas sin concebir el punto y el espacio sobre el cual se destacan. Pero, dados estos elementos, ya es'posible, sin acudir á otro alguno, la construcción de la ciencia geométrica.

Usted, amigo mío, reconoce como yo que tal simbo­lismo no es un mero capricho; es un procedimiento racional y experimental , necesario para la razón, com- , probado y comprobable en la práctica. La relación del símbolo con la cosa simbolizada es evidente y legítima. H a y entre ellos rasgos de identidad, salva siempre la precisa diferencia, sin la cual, ni se concibe, ni puede haber identificación. Aprovechémosla, pues, con la única advertencia de no olvidar j amás que se trata de cosas distintas, cuyo parentesco y filiación corresponde establecer á la sutileza y penetración de la inteligencia del lector.

La calidad de la curva, en geometría, consiste sólo en diferir de la recta en cualquiera de sus longitudes, por corta que se la suponga; la calidad iógica ó espe­cífica consiste ya en diferir de toda dimensión, de toda cantidad, en grado análogo á aquel en que la curva di­fiere de otro elemento geométrico determinado, de la recta. Así es como esta diferencia, particular ó localiza­da, se presta á simbolizar la diferencia específica ó ge­neral.

Ahora bien: el movimiento, que ya es preciso dar idealmente al esquema para concebir la función que simboliza, n i ' aun agregado al esquema inmóvil, pasa de ser u n símbolo particular de otro movimiento reali­zado en relativa inmovilidad, del que nos damos cuenta imaginando la generación de un ser vivo. El movimien-

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to de los elementos del esquema y del fondo blanco del papel, sería un procedimiento mecánico, que, como tal mecanismo, se comprende entre las ciencias mate­máticas: un movimiento de partes definidas cuantita­tiva y aun cualitativamente. Pero así como hemos ima­ginado algo que se llama cualidad enfrente de toda can­t idad; así hay también que imaginar algo que se llame movimiento en general, enfrente de todo movimiento •cuantitativo y cualitativo determiifádo en particular (movimiento de lo indeterminado, de lo libre, movi­miento espontáneo). Este movimiento, que el esquema no puede simbolizar sino con rasgos inmóviles , lo mismo que el otro, es el que procede reproducir ima­ginariamente, para darse cuenta de la generación del ser vegetativo, por el cual comienza la generación de los seres sensitivos é inteligentes.

Si se conservan sólo los rasgos geométricos trazados en el papel, á poca cosa se reduce el esquema geométri­co. El minero que no pasa de la superficie de la tierra, no llegará jamá« al rico filón escondido en sus entra­ñ a s : de las entrañas del pensamiento es de donde hay que arrancar el esquema íntimo, simplemente sugerido por signos externos, cuya única pretensión es la de guar­dar en su terreno propio rigurosa analogía con lo repre­sentado en terreno harto distinto.

El fondo indefinido en que figura todo lo que sobre él aparece como espacio, es el t iempo, y en el t iempo es donde se fraguan espacios particulares los seres vivien-, tes. Los seres no vivientes no tienen tiempos que les correspondan en propiedad: están en un tiempo común, ó general que ninguno de ellos hace y en que todos son hechos. E l ser vive porque hace su tiempo, y con su t iempo individual modifica el espacio. El individuo viviente tiene edades, de que carecen los inorgánicos, y

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de las cuales son simples símbolos las l lamadas edades de ciertas formaciones geológicas ó astronómicas.

Una vez colocado nuestro pensamiento en la s i tua­ción en que acabamos de suponerle, no se necesita más que dejarle fluir, y apuntar fielmente los datos sumi­nistrados por su curso. La vida, bija legítima de la r e ­lación de lo indefinido con todo lo definido, se irá haciendo á sí propia, por impulso ínt imo agregado al impulso exterior. Cuenta con éste, porque bajo una ú otra forma supone siempre toda exterioridad determi­nada ; pero le contrapone la interioridad, la libertad, que le presta autonomía, y con la síntesis y la análisis de estas dos tesis, producidas definidamente y reproduci­das indefinidamente, tendrá bastante para explicarlo todo y aun para ser todas las cosas.

Sintetizar y analizar: he aquí la tarea cotidiana y perenne de la vida. ¿Qué elementos geométricos la r e ­presentarán en nuestro esquema? E n la inmovilidad no serán otros que la curva abierta (análisis) y la curva cerrada (síntesis) , siempre correlativas y factores in­dispensables una y otra en la función. E n el esquema concebido en simple movimiento mecánico ó particu­lar, reemplazarán, á las curvas cerradas y abiertas, rectas distanciadas y distancias l imitadas por rectas; y en el esquema concebido en movimiento genésico, por impulso espontáneo agregado al impulso exterior, reemplazarán á las curvas cerradas y abiertas el cierre y la abertura de las mismas. E n el esquema parcial del individuo, ó ser viviente, la abertura será relativamente total en el acto de su nacimiento, el cierre relativamente total en el momento de morir, y la serie de aperturas y cierres parciales constituirá su vida, realizada entre los dos polos que la inauguran y la terminan.

El artículo de usted, mi querido amigo, me hace ver

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<jue ha seguido, con la agilidad propia de su pensa­miento, los pasos que hasta aquí he venido dando para simbolizar el mío con la torpeza inexcusable en quien se ve forzado á caminar pisando siempre en lo tenebro­so por uno de los lados de su camino. Así hemos llega­do á concebir claramente cómo se puede representar la vida vegetativa, y, siendo ésta la matriz de la sensitiva y de la inteligente, cómo la fecundación por lo indefini­do nos sigue dando por sí sola, y sin mayores esfuerzos por nuestra parte, la génesis de funciones cada vez más definidas por un lado, y más indefinidas por otro; hasta que la serie agote todos los eslabones posibles con dife­rencias de calidad, y sólo quede número indefinido de eslabones posibles con diferencias de cantidad (mayor ó menor longitud, ó reproducción del úl t imo eslabón, de la serie) .

Pudiendo reducirse las diferencias de la cualidad en general á : 1. a , diferencias particulares (fenómenos); 2 . a , diferencia de todas las diferencias particulares (ge­neralidad, ley), y 3.a, función común de ambos ext re­mos con un factor igualmente indefinido para ambos (función); la vida se simbolizará siempre cuali tat iva­mente por dichos tres factores, representados por tres curvas cerradas con sus tres curvas abiertas correlati­vas. Poniendo este esquema, que el papel traslada i n ­móvil, en movimiento imaginario, las curvas aparecen haciéndose y deshaciéndose, abriéndose y cerrándose, con diferencias fundamentales entre sí. Los elementos del pr imer par se abren y se cierran simplemente en el espacio; hacen y deshacen el fenómeno y la ley desde el punto de vista relativamente exterior; los del segun­do par hacen y deshacen el fenómeno y la ley desde un punto de vista relativamente interior, el t iempo; y los del úl t imo par, hacen y deshacen el fenómeno y la

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ley desde el punto de vista común del fenómeno y la. ley, analizados y sintetizados en continuada generación,, que, á falta de síntesis definida, se significa por la t en ­dencia á definirla, y, á falta de análisis, por el coeficien­te de indefinición, sin el cual se paraliza la vida del pensamiento.

Creo haber insistido lo bastante sobre la significa­ción de mis símbolos, ya se los considere aislados, ya en su precisa correlación, En su inmovilidad se redu­cen á t res: la recta, la curva y el fondo común; en su movimiento brota un cuarto factor, indefinido res­pecto de los otros tres, el cual se agrega á lo definido como si él mismo se hiciera definido también; pero, al participar así de lo definido, no deja de permanecer, por otra parte, tal como es: indefinido en su relativa totalidad. La parte que queda como aprisionada en lo definido se realiza en forma de movimiento mecánico.

Resta, pues, al factor indefinido la tendencia á defi­nirse no mecánicamente, y esta definición, no mecáni­ca, sino viviente, es la que toma las tres formas, feno­menal ú orgánica, sensitiva é intelectual, y se signi­fica por los tres símbolos correlativos y compuestos cada uno de ellos de una curva cerrada y otra abierta.

Repito que para usted son excusadas tantas explica­ciones; pero no me dirijo sólo á usted, y le suplico me dispense la insistencia y prolijidad con que le expongo los fundamentos del criterio con que voy á contestar á sus discretas observaciones.

Esto será objeto de otra carta de su afectísimo amigo-

N. S.

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I I

Sr. D. Francisco Romero Blanco.

Mi querido amigo: El esquema rectificado que usted me propone es ingenioso y prueba la fertilidad de su pensamiento. Á la verdad, en tesis general, lo esencial es coincidir en la idea ó función que se simboliza, y el símbolo mismo carece de razón de ser-desde que se consigue el objeto de llevar á la inteligencia el concep­to de lo simbolizado.

Sin embargo, creo conveniente explicarme algo más sobre el valor que doy á mis signos, y las razones q u e me hacen preferirlos; por si estas aclaraciones pudieran redundar en beneficio del pensamiento que simbolizan, si no precisamente en el ánimo de usted, en el de las personas que pudieran leer nuestra correspondencia;

Seis son las modificaciones que usted se sirve propo­ner en mi esquema: 1 . a , introducir siempre la línea recta en cada eslabón de la cadena esquemática; 2 . a , hacer la curva circular ovalada ó elíptica; 3 . a , enlazar los eslabones sucesivos de la cadena, de manera que se compenetren m u t u a m e n t e ; 4 . a , agregar un desdobla­miento á los extremos de las curvas abiertas; 5 . a , tener

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en cuenta la generación de la especie; 6. a , en fin, elimi­nar la reproducción final de la curva abierta. Semejan­te eliminación no se halla expresamente indicada; pero se infiere de su supresión en los esquemas propuestos.

1.a modificación. — Como la verdad es que la n a t u ­raleza inorgánica no - aparece sin modificaciones dentro de la orgánica, ni Ó3ta sin modificaciones mayores toda­vía en la sensitiva, ni la sensitiva en la inteligente; y como yo trato de inculcar esta verdad experimental, elevándola al rango de verdad general, a priori y nece­saria; me conviene mejor significar lo inorgánico puro al comienzo de la serie, y no significar ya los miembros sucesivos, sino con curvas cerradas ó abiertas. Para advertencia de que todo radica en lo definido, basta la línea recta constantemente adherida á la primera curva, como ésta á lo restante del sistema. Cualquier otra ingerencia de la recta dentro de las curvas, significaría, lo que ni es lógico ni real, que lo inorgánico puede hacerse orgánico sin dejar de ser absolutamente inor­gánico, lo cual es contradictorio á la razón y á la expe­riencia.

Esta no nos enseña dentro de los seres vivos, y como parte constitutiva de los mismos, sino células, núcleos, ó elementos amorfos, pero siempre orgánicos, siendo los inorgánicos, si por ventura se los encuentra dentro d e un organismo, cuerpos extraños, eliminables, como los meteoros pasajeros en el orden astronómico.

Verdad es que el análisis reduce á cuerpos inorgáni­cos elementales el órgano viviente, lo cual nada tiene de extraño, dada la posibilidad de morir que afecta á todo ser vivo; pero lo que decimos ahora del cuerpo or­gánico, es en la suposición de que vive y mientras vive.

He aquí, en suma, por qué prefiero dejar la línea recta, con todo su acompañamiento de líneas subal te r -

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ñas , diversamente relacionadas, á la puerta del espacio reservado para los miembros del sistema que represen­t an la vida en sus diversos grados.

£.a modificación. — Es, sin duda, simbolizable el pre­dominio de la fuerza expansiva del individuo desde su nacimiento hasta un límite variable, pero necesario en general, en el cual comienza á predominar una fuerza inversa. Mas esto, que acontece con mucha exacti tud en las órbitas de los astros, sujetas á leyes ñjas y por lo tanto inorgánicas, está muy lejos de observarse con análogo rigor en los seres organizados. Gozan éstos, por el contrario, de bastante libertad, suministrada por el coeficiente indefinido que se les agrega, para describir en el t iempo una curva, sí cerrada, pero no regular, sino con numerosas irregularidades. Ante la dificultad de simbolizar en un esquema general estas irregulari­dades, que pertenecen á la práctica, paréceme que vale más atenerse á la curva más regular, toda vez que las irregularidades se suponen siempre posibles, desde el momento en que sólo se intenta hacer el esquema de las generalidades más inmediatas á lo indefinido.

Á pesar de todo esto, no tengo por más ni por menos conducente al simbolismo de la vida el trazar d e uno ú otro modo las curvas cerradas de que consta el esquema.

3 . a modificación. — La relación que tienen entre sí los diversos fragmentos del esquema, es lo que conviene salvar á toda costa: la forma de relación viene en se­gundo lugar, pero también es esencialísima.

Á mi ver, la compenetración de las curvas cerradas no las relaciona de manera conducente á simbolizar con fidelidad los diversos estadios de la vida, como fenóme­no, como ley y como función. Si se trata de la relación en general de unas esferas con otras, el símbolo de la compenetración parcial es escaso, porque las esferas se

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identifican, copiándose en sentido inverso en toda su extensión. La del sentimiento es el sujeto que figura siempre enfrente de todos los objetos, que los retrata á su manera, dándoles espíritu, así como los objetos le realizan dándole materia. La esfera del pensamiento i lumina al sentimiento, traduciendo en claridad cuanto le suministra el otro con relativa obscuridad : procede analizar lo que el sentimiento sintetiza. Las diversas esferas reproducen mitigada la contraposición de polos de la generación universal, ó sea de la forma única en que puede el hombre concebir la creación.

Esto en cuanto á las relaciones de la totalidad de una curva con la totalidad de otra. Las relaciones de las curvas con lo que cada una deja indefinido, y de todas ellas con el polo positivo, ó sea con la recta; éstas, ni en el pensamiento pueden hacerse más que en un punto , ideal en el primer caso y real en el segundo. Signifi­cándolas en dos puntos, se significa ya la relación de dos polos definidos; la del definido con lo indefinido no puede ser sino ún ica , porque lo indefinido absoluto no se puede hacer múltiple sin perder su carácter de unidad. Pueden definirse muchas cosas; pero todas ellas, en el hecho de ser definidas, suponen, exclu­yéndole, un solo indefinido.

Convendrá usted, mi querido amigo, en vista de esto,, en que representar el contacto de la vida vegetativa con la sensitiva y de ésta con la inteligente, como una com­penetración parcial, si bien no estaría fuera de razón, porque, en efecto, las vidas que se oponen entre sí son, desde otro punto de vista, partes de una misma fun­ción ; no se presta á sugerir la relación que hay entre las diversas vidas con tanta claridad, como la un ión más inmediata posible de las totalidades vivientes, para significar á un tiempo su distinción en dos polos corre-

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lativos y su identificación en un punto indivisible. 4A modificación. — Lo que usted dice respecto del

desdoblamiento de la curva al nivel de los dos extremos de la curva abierta, me parece revelar un profundo sentido de la verdad viviente; mas entiendo que se halla simbolizado en la serie de curvas cerradas y abiertas de mi esquema, y respecto de este punto creo estar de acuerdo con lo que usted se sirve proponer.

5.a modificación. — Emi te usted consideraciones acer­ca de la vida de la especie, de la cual yo no me ocupo directamente en el esquema; porque lo reservo para sus aplicaciones á la función generatriz, que, bajo su aspec­to más indefinido, es creación; bajo el más definido, in­dividuo, y, como término medio, generación de indi­viduos, ya representada por dos sexos definidos, ya por uno solo definido y otro indefinido.

fí.a modificación. — Los esquemas que usted propone se acomodan muy bien á la vida individual, terminada por la muerte, que se significa por la convexidad de la curva cerrada. Pero ni usted quiere, ni quiero yo, que, al terminar la vida en particular, termine necesaria­mente la vida en general, y menos la del espíritu, que la experiencia misma nos enseña á ver reproducida en u n mismo organismo vegetativo después de los inter­valos de sueño. Esta reproducción, posible sólo en el mundo que habitamos, mientras se conserva su materia corpórea funcionando de algún modo, el espíritu aspira á realizarla en el dominio que le está reservado, y aun la consigna como debiendo realizarse, por más que no pueda afirmar que ha de realizarse necesariamente. Nada menos que la esperanza de inmortal idad se niega al alma, el iminando lá curva, abierta que constituye la magnífica corona del Rey de la Creación. Pero, aun no contando con esto, que á algún mortal absorto en las

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glorias de aquí abajo pudiera parecer fantástico y ba­lad!; prescindir una vez sola de la curva abierta (coefi­ciente indefinido), sería, en mi concepto, renunciar á la significación de uno de los factores indispensables del orden del Universo. La cur^a abierta es la válvula de seguridad que impide la rotura y la destrucción de la máquina por el mismo empuje del motor en ella com­primido; es la amplia vía que permite el acceso de aire respirable; es la bandera de libertad y de esponta­neidad, que contrarresta ¡os despotismos de la ley y del fenómeno, limitándolos prudentemente á lo que deben y pueden ser.

Usted, mi ilustrado amigo, no deja de contar con lo indefinido, porque escribe sobre el papel, que, si no es lo indefinido, lo representa en el acto de prestarse á la escritura; pero esta intervención tácita se hace expresa cuando á la línea recta y al papel se sustituye la curva abierta, que, sin ser ninguna de ambas cosas, represen­ta á las dos, limitadas, y reproducidas como función común.

Privar al esquema de la línea curva, expone, en mi sentir, á determinar la asfixia en el círculo subyacente, dejándole reducido á una nutrición, sostenida por la circulación que le enlaza con el círculo inferior; arran­car á la inteligencia la expansión de lo ideal y la fun­ción de realizarlo, al sentimiento la posibilidad de sen­tirse á sí propio, al organismo vegetativo la apt i tud para ser cuna del organismo sensit ivo, y á todos y cualquiera de ellos en particular la vida misma, que sin respiración no se sostiene, siquiera ésta se l imite á poner en comunicación el espíritu indefinido con el cuerpo que le corresponda.

Para quien sienta profundamente la función en que él mismo figura como engendrado, y que representa

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por su parte engendrando pensamientos y engendrán­dose á sí propio, cualquier simbolismo es suficiente, ó, por mejor decir, sobra la elección especial, la preferencia otorgada á tal ó cuál símbolo. Símbolos encontrará por todas partes, á poco que fije su vista en los ámbitos de la Creación. Mas para aquel que no sienta, ó sienta con­fusamente, la vida propia, nunca estará de más el cui­dado que se ponga en elegir los símbolos más adecua­dos, los más relevantes, los que tienen verdaderas y radicales conexiones con la cosa simbolizada.

Podré estar equivocado: pensándolo mejor, habrá quien halle símbolos más convenientes que los míos; pero, entre tanto, los propongo con alguna confianza, porque no los he hallado rebeldes á significar parte al­guna de mi pensamiento. Verdad es que este mi pensa­miento se me antoja muy sencillo en su aspecto funda­mental . Consiste en partir, sea quien quiera el que dis­curra, de todo lo que en aquel momento perciben sus sentidos, conserva su memoria y anticipa su inteligen­cia — en una palabra, de todo lo definido —, y oponer á todo el polo definido un polo indefinido, que no será cosa alguna, pero habrá de hacerse algo, si no se cierra el porvenir, y con el porvenir toda previsión posible, y con la previsión la inteligencia posible, y con la intel i ­gencia posible el sentimiento, la vida vegetativa y hasta el cosmos inorgánico, el sistema astronómico, de los cuales es la inteligencia la indispensable un idad cons­ciente de sí propia.

Hacerse el polo indefinido eB aparecer la generalidad^ luz espiritual que, saliendo del caos, constituye el sím­bolo primero, el más sublime quizá, de esa generación suprema, que el hombre ha de sentir como á su madre celestial, y que á él cumple representar como hijo bien nacido.

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En una palabra, representar lo definido,- lo indefini­do y la función, he aquí los postulados de cualquier esquema de la vida en sus múltiples manifestaciones. Desde remotos tiempos se ha insistido en hacer este esquema con el símbolo de la trinidad, que, en' efecto, corresponde muy bien á los conceptos filosóficos de fe­nómeno (polo positivo), ley (polo negativo) y función de ambos extremos. La dificultad está precisamente en acertar á sentir, ya que no á comprender, el término tercero, función, complementario y conciliador del aná­lisis primitiva, que se cierra s implemente por el con­cepto de trinidad. Este término sintetiza los extremos de la función, convirtiéndolos en sexualidad generado­ra que todo lo origina; mas la sexualidad generadora ha de reproducirse con él, multiplicada indefinidamen­

t e en lo definido, simplificada en lo indefinido, con una perseverancia que nunca flaquea, que acompaña á todo, desde las primeras generalidades del orden in t e ­lectual hasta las manifestaciones más exiguas del polo positivo. Esta sombra constante, este no saber que se sabe como tal no saber, y, porque es saber de lo que no se sabe, se llama sentir ; esto que carece de objetividad apreciable, fuera de la generalidad, que es su símbolo más luminoso, ó de la luz, que es su símbolo más ge­neral ; esto que se halla sólo en la función generadora, siempre dentro de ella y nunca fuera de ella; esto que que es el ideal de la Ciencia y de la Religión, en senti­dos diferentes; esto es lo que aspiro á representar con la curva abierta, que me guardaré muy bien de cerrar mientras siga representando lo que hoy representa en m i esquema, sin perjuicio de que la cierre quien aspi­re sólo á disecar el cadáver orgánico del ser viviente

Dispénseme usted, mi digno amigo, las expansiones, excesivas acaso, á que me he entregado. No van dirigí-

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das á usted. Sé que estamos de acuerdo en las bases fundamentales de la ciencia viviente. Agradezco en el a lma su laudable propósito de contribuir de alguna manera á la difusión de nuestro común sistema de con­siderar el orden y el desorden del Universo en que v i ­vimos. Encuentro verdad en sus observaciones, acierto en sus símbolos, aplicados á los puntos de vista que le han sugerido mis primeros artículos, sin esperar, mo­vido por laudable impaciencia, la publicación de los sucesivos, y sin proponerse, por consiguiente, sino ob­jetos relativamente concretos, á los cuales sus esque­mas se aplican, en efecto, con notable precisión.

He escrito estas cartas, no con el propósito de recti­ficar cosa alguna; lo que usted dice está bien dicho y / ^ 3 3 ^ bien simbolizado dentro de los límites en que se fija us ted; sólo he querido explicar mejor mi pensamiento en toda su extensión, y proponerle de nuevo á la apro­bación de usted y de cuantas personas entendidas no se desdeñen de emplear una parte de su t iempo en la in­vestigación de las bases fundamentales de su ciencia y de su práctica.

Posible es, repito, que esté yo equivocado en todo ó en parte, y más que posible, probable, que tengan mi esquema y aun mi pensamiento mucho que corregir. Obra será ésta de los que, como usted, reúnen privile­giadas condiciones para servir de exploradores en la senda, florida á veces y á veces angustiosa, que ha de seguir la Human idad hasta la consumación de los siglos.

Suyo afectísimo amigo y compañero,

M. N.

Simbolismo geométrico de la vida. 7

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í N D I G E

]Yli . ' Í) l!LS.

I. — Simbolismo en general 5 II. — El esquema 13

•III. — Polo positivo 25 IV. — Polo negativo 41 V. — Centro del sistema 51

Vi. — Función total 65

A P É N D I C E f

Simbolismo geométrico ó esquema de la vida. . . 78 Car tas sobre el esquema geométrico de la vida. . bl

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Se halla de venta, al precio de 2 p e s e t a s , en la Administración de E L SIGLO MÉDICO , Magdale­na, 36, segundo, y en las principales librerías

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