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HECHOS DE LOS APÓSTOLES UNA EXPOSICIÓN POR CARLOS R. ERDMAN

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

UNA EXPOSICIÓN POR CARLOS R. ERDMAN

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

Charles R. Erdman. Profesor Emérito de Teología Práctica Seminario Teológico de Princeton Princeton, New Jersey.

Publicada y distribuida por T.E.L.L. P. O. Box 6219. Grand Rapids, Mich. 49506 USA.

© 1921, F. M. Braselman Renewed

© 1949, Charles R. Erdman

© 1974 Primera Versión impresa en español

© 2008, Primera edición electrónica en versión PDF realizada por Abel Raúl Tec Kumul

© 1921, 1949, 1974, 2008. THE WESTMINSTER PRESS Philadelphia

Pasajes bíblicos tomados de la Biblia Versión Latinoamérica, edición 1995 (BLA95) © Sociedad Bíblica Católica Internacional (Sonicain)

“A quienes anhelan ser como Él”

PREFACIO

Ni en guerra ni en paz, ni en el pasado ni en el presente, empresa alguna ha sido más audaz, aventura alguna más apasionante, que el llevar el evangelio al mundo entero. El libro de Hechos nos dice cómo comenzó esta obra, cómo fueron llevadas las buenas nuevas por todas las provincias imperiales desde Jerusalén hasta Roma, no por un solo mensajero ni por esfuerzos individuales, sino por medio de la rápida difusión de la iglesia cristiana. El libro es un relato de hechos heroicos y de elocuencia inspirada, un tesoro de verdades vitales para los creyentes, un manual de métodos para evangelistas y misioneros, y un testimonio de la actividad incesante del Cristo vivo y del poder siempre presente de su divino Espíritu. Quienes conocen bien lo ocurrido serán los más deseosos de leerlo de nuevo, porque conocen mejor su valor y su encanto.

INTRODUCCIÓN

EL AUTOR

Fue un gran honor escribir los capítulos más significativos de la iglesia cristiana: sin embargo, el autor de Hechos, quien en forma exclusiva relata el origen de la sociedad más importante y del movimiento más poderoso del mundo, ni siquiera

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menciona su propio nombre. No se puede dudar, no obstante, que este autor fue "Lucas, el médico amado", el amigo y compañero fiel de Pablo.

1. Apoyan esta creencia una tradición ininterrumpida que se remonta hasta las primeras centurias

2. El hecho de que es el mismo escritor que compuso el tercer Evangelio, lo cual se advierte en la dedicatoria de ambos libros a Teófilo, en la semejanza de estilo y de espíritu, en la identidad de lenguaje, —ya que hay más de cuarenta palabras que se hallan en forma exclusiva en sólo estos dos libros del Nuevo Testamento—, en el uso frecuente de términos médicos técnicos, en la referencia inicial de Hechos a un "primer tratado" que fue tina vida de Cristo ; por consiguiente, así como el Evangelio siempre se ha atribuido a Lucas. es evidente que también él tuvo que ser el autor de Hechos

3. El hecho de que en ciertos pasajes del libro el autor escribe en primera persona, utilizando los pronombres "nosotros" y "nos", con lo cual sugiere en forma discreta que en la época en que ocurrieron los hechos descritos estaba asociado con Pablo; y cuando las circunstancias que se mencionan se comparan con las referencias hechas a Lucas en forma nominal en las Epístolas, queda patente que de todos los asociados con Pablo sólo Lucas pudo haber escrito dichos pasajes.

Y que estos pasajes procedan de la misma pluma que el resto del libro lo evidencian la unidad de plan, de estilo y de léxico.

Parece, pues, que el autor era griego de nacimiento, posiblemente nativo de Antioquía, hombre refinado y culto, viajero infatigable, modesto, inteligente, simpático, leal. Acompañó a Pablo desde Troas hasta Filipos en aquel viaje memorable en el que el gran apóstol llevó las buenas nuevas del evangelio desde Asia hasta Europa; en viaje posterior, regresó con Pablo desde Filipos hasta Jerusalén; estuvo con él mientras duró su encarcelamiento en Cesárea, viajó con él hasta Roma, donde, en los tristes días de confinamiento le mostró una fidelidad única de la que Pablo deja constancia en aquella frase memorable: "Sólo Lucas está conmigo".

Sin duda que este escritor estaba bien preparado para llevar a cabo esta tarea inmortal. Para los primeros episodios tuvo la oportunidad de conseguirse materiales de Marcos en Roma, de Felipe en Cesárea, de Pablo y de sus compañeros durante los largos viajes y durante las repetidas permanencias en prisión; pero los pasajes más brillantes son los que escribe como testigo ocular, cuando revive las excitantes escenas que, gracias a su genio, han quedado como cuadros inmarcesibles e inspiradores para el mundo cristiano.

EL PROPÓSITO

Lucas demuestra ser historiador, no de tercera o segunda categoría sino de primera, por su absoluta exactitud, por lo concreto de su propósito, por la selección cuidadosa y lógica del material literario y por el uso coherente del mismo. Tuvo en mente un propósito claro; cada uno de los episodios que narra tiene relación con el mismo, debido a él omite todos los detalles innecesarios, con él ante la vista le dio a su obra unidad, claridad, vigor; como consecuencia de ello,

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tenemos en este libro no unas simples memorias deshilvanadas, ni tampoco extractos accidentales de un diario, ni una colección incoherente de tradiciones apostólicas, sino un libro acabado, un monumento de pericia artística. Su propósito concreto fue escribir una historia de la formación y del desarrollo inicial de la iglesia; o, con palabras de un erudito moderno, componer "una historia especial de la implantación y extensión de la iglesia a través del... establecimiento de centros de irradiación en ciertos puntos sobresalientes de gran parte del Imperio Romano, comenzando en Jerusalén y concluyendo en Roma". Así pues, no fue el propósito del escritor escribir la biografía de Pedro o de Pablo o de otros apóstoles; habla de estos personajes sólo en cuanto sus actividades tuvieron relación con su propósito principal de mostrar cómo se formó la iglesia, cómo se abrió para recibir a los gentiles, cómo se extendió desde Jerusalén hasta Roma. Tampoco fue evidentemente su propósito escribir todo lo que sabía acerca de la historia de las iglesias locales, ya fuera la de Jerusalén, ya la de Antioquía o la de Filipos, sino sólo mostrar cómo el testimonio de los mensajeros cristianos produjo la instauración de tales grupos, y cómo contribuyeron a la obra de la proclamación del evangelio al mundo 'entero.

EL TEMA

Hay, pues, un gran tema que embebe la narración toda, a saber, el testimonio que la iglesia dio de Cristo. Debería advertirse que lo que el escritor trata de hacer en todo momento es escribir una historia de la iglesia. No describe el crecimiento de organizaciones locales, sino que tiene en mente un cuerpo nuevo y único en el cual judíos y gentiles estaban unidos en igualdad perfecta. Cristo había insinuado esta unión, Juan 10: 16, pero "el misterio" de un "cuerpo" tal no quedó plenamente revelado hasta después de su resurrección (Ef. 3: 6). El libro de Hechos muestra cómo este cuerpo comenzó a existir, cómo se fue transformando paulatinamente de secta local en fraternidad universal, cómo con ello el cristianismo se emancipó del judaísmo y se convirtió en religión universal. Lucas describe su expansión por todo el Imperio hasta la misma Roma; muestra cómo incluyó representantes de muchas nacionalidades y se estableció en muchas provincias, pero siendo siempre un cuerpo unido. En estos tiempos de divisiones denominacionales y de rivalidades sectarias hay algo de refrescante, inspirador, si no reprobatorio, en este cuadro de la Iglesia Apostólica.

Debería notarse también que esta iglesia era un cuerpo que daba testimonio. Hechos no se ocupa tanto del desarrollo de la vida cristiana o de la aplicación de la verdad cristiana cuanto de la obra de predicación del evangelio. Puede, pues, ser oportuno seguir la costumbre popular y sugerir, como versículo clave, el octavo del primer capítulo: "Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra". El testimonio iba a darse con el poder del Espíritu Santo. En ningún otro libro de la Biblia se puede aprender más de la misión divina del Espíritu que en Hechos, y en ningún otro hay referencias más maravillosas acerca de su poder; por ello algunos escritores han llamado a este relato "Hechos del Espíritu Santo".

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En los primeros siete capítulos del libro se relata este testimonio dado en Jerusalén; del ocho a doce se refiere el testimonio dado en Judea y Samaria; y el resto del libro trata del testimonio "hasta lo último de la tierra". En cuanto a la naturaleza de este testimonio, hasta la lectura más superficial muestra que no fue una simple proclamación de la verdad prescindiendo de los efectos; fue más bien un testimonio cuidadoso y metódico, encaminado a asegurar el establecimiento de iglesias que se convirtiesen en centros permanentes para la difusión del esfuerzo.

Más aún, debería advertirse que el testimonio se daba de Cristo. Pero esto no significa que Cristo fuese simplemente la persona de la que se daba testimonio. Es cierto que el contenido del mismo era invariablemente la muerte, la resurrección, el poder actual, y el reino venidero de Cristo; pero cuando Cristo declaró que los discípulos iban a ser sus testigos, quiso decir que iban a ser sus instrumentos, sus portavoces; él mismo iba a dar el testimonio a través de ellos. En el primer versículo del relato, Lucas se ha referido a su Evangelio como escrito "acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba"; y se ha creído que con ello da a entender que este segundo "tratado" describiría lo que Jesús continuó haciendo. Se discute si el escritor usó la palabra "comenzó" con esta intención ; pero persiste el hecho de que ésta es en verdad la naturaleza del libro ; Hechos sí relata la actividad ininterrumpida de Cristo ; él es el Actor poderoso en todos los episodios de la narración, su mensaje se proclama, su poder se manifiesta, su voluntad se cumple.

Algunos, con poca prudencia, han forzado aún más la palabra "comenzó" para hacerla indicar que, así como el evangelio contenía palabras y obras fundamentales del ministerio terrenal de Cristo, así también en Hechos el escritor mencionó sólo ciertas acciones y enseñanzas iníciales y escogidas de nuestro Señor resucitado. Aunque esto forza demasiado el significado de una sola palabra, también es cierto que recuerda la verdad de que éste es un libro de comienzos. El autor ha mostrado cómo comenzó la obra y cómo se echaron las bases en ciertos centros importantes; ha descrito los orígenes de sociedades y actividades, y luego ha pasado a otros incidentes y episodios. Es un relato de cómo la iglesia comenzó su testimonio universal de Cristo.

EL TÍTULO

Armoniza bien con esta evidente selección de material que el libro, en el manuscrito más antiguo que existe, lleve el nombre de "Hechos". Sin embargo, como se publicaban otros libros bajo tal título como "Hechos de Pedro y Pablo", "Hechos de Timoteo", y así sucesivamente, se hizo necesario precisar con mayor exactitud el "tratado" original de "Hechos". Por ello en distintos manuscritos se hallan tales títulos como "Hechos de los Apóstoles", "Hechos de los Santos Apóstoles", o "Los Hechos de los Apóstoles". Este último es posiblemente el más conocido y se dice que se remonta al siglo segundo. Aunque no es del todo objetable, ya que indica realizaciones importantes de los apóstoles, la dificultad es evidente, por cuanto otros hombres además de los apóstoles ocupan un lugar prominente en el relato, y muchos de los apóstoles ni siquiera aparecen. El título más moderno, "Hechos de Apóstoles", lo prefieren muchos, en cuanto designa en forma precisa aunque indefinida, algunos hechos de ciertos apóstoles.

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EL ESQUEMA

Dos apóstoles, Pedro y Pablo, destacan en forma especial en la narración, y el relato de sus actividades ha sugerido una división común del libro en dos partes:

1. La Evangelización de los judíos, a cargo de Pedro, el apóstol de la circuncisión. Caps. 1 al 12.

2. La evangelización de los gentiles a cargo de Pablo, el apóstol de los gentiles. Caps. 13 al 28.

Sin embargo, se puede muy bien subdividir la primera parte, y seguir la indicación que sugiere la gran comisión de Hechos 1: 8:

1. El testimonio en Jerusalén. Caps. 1 al 7. 2. El testimonio en Judea y Samaria. Caps. 8 al 12. 3. El testimonio "hasta lo último de la tierra". Caps. 13 al 28.

La ventaja de esta última división es la oportunidad que ofrece para advertir el carácter de transición de la narración en los caps. 8 al 12, en los que la iglesia amplía su horizonte y recibe como miembros a no judíos, y con ello se va preparando para su misión universal. Por ello podemos señalar en cada división un desarrollo en el carácter de la iglesia, y las secciones se pueden definir como sigue

1. La fundación de la iglesia y las grandes experiencias iníciales de la misma. 2. La transformación de la iglesia de secta judía a hermandad universal. 3. La extensión de la iglesia, como cuerpo de testigos que llevan su testimonio

por todo el mundo.

La narración, sin embargo, no se puede diseccionar demasiado en frío. Constituye una unidad; palpita de vida; estremece con emoción; incita al lector a arriesgarse con la participación en la heroica empresa cuyos primeros episodios se describen, en el esfuerzo sin par de dar testimonio de Cristo en todo el mundo.

CAPITULO 1: LA FUNDACIÓN DE LA IGLESIA / EL TESTIMONIO EN JERUSALÉN (HECHOS 1: 1 AL 8: 3)

PRELIMINAR (CAP. 1)

LA ASCENSIÓN DE CRISTO (CAP. 1: 1-11)

En mi primer libro, querido Teófilo, hablé de todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar. Al final del libro, Jesús, lleno del Espíritu Santo, daba instrucciones a los apóstoles que había elegido y era llevado al cielo. De hecho, se presentó a ellos después de su pasión y les dio numerosas pruebas de que vivía. Durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.

En una ocasión en que estaba reunido con ellos les dijo que no se alejaran de Jerusalén y que esperara lo que el Padre había prometido. "Ya les hablé al respecto,

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les dijo:" Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días. Los que estaban presentes le preguntaron: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el Reino de Israel?"

Les respondió: "No les corresponde a ustedes conocer los plazos y los pasos que solamente el Padre tenía autoridad para decidir. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo cuando venga sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los extremos de la tierra. Dicho esto, Jesús fue levantado ante sus ojos y una nube lo ocultó de su vista. Ellos seguían mirando fijamente al cielo mientras se alejaba.

Pero de repente vieron a su lado a dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Amigos galileos, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este Jesús que les han llevado volverá de la misma manera que ustedes lo han visto ir al cielo.

El libro no podía iniciarse de un modo más adecuado que con este relato, tal como se narra, ya que el autor va a escribir acerca de la iglesia y del testimonio de la misma por Cristo, y este episodio centra de inmediato el pensamiento en el Señor divino, vivo, cabeza de la iglesia, quien por su Espíritu va a integrar a sus seguidores en un cuerpo, quien también va a dar poder a este cuerpo para que sirva y lo va a dirigir en toda la obra de testimonio. El episodio, además, se cuenta de tal modo que ofrece la substancia del testimonio, ya que dentro de sus breves límites menciona las obras y las palabras de Cristo, su "pasión", su resurrección, su ascensión, el don de su Espíritu, su segunda venida y su reino; en el libro de Hechos hallamos que estas son las verdades acerca de las cuales la iglesia da testimonio sin cesar. Estos son los temas que la iglesia pone siempre de relieve cuando da testimonio fiel de su Señor.

Así pues, es evidente que este párrafo inicial, vs. 1-11, al igual que el resultado de este primer capítulo, vs. 12-26, es preliminar con respecto al argumento principal del libro. Las afirmaciones más importantes que contiene se refieren a la ascensión, vs. 2, 9, 11; pero incluye también el prefacio del autor, vs. 1-5, la Gran Comisión, vs. 6-8, y la promesa del retorno de Cristo, vs. 10, 11.

1. Si se compara con la introducción al tercer Evangelio, Lucas 1: 1-4, el prefacio de Hechos, cap. 1: 1-5, es menos formal, y bajo un punto de vista literario menos perfecto. Sin embargo, con relación a la narración subsiguiente, es más significativo, porque afirma que Lucas va a volver a escribir acerca de la Persona cuyas palabras y obras se relatan "en el primer tratado" y dice de este Jesús que ha resucitado de los muertos y ha ascendido al cielo; e indica que los "hechos" que este libro relata los ha llevado a cabo su Espíritu por medio de sus apóstoles. En ambos casos Lucas dedica su obra a Teófilo (amado de Dios), de quien no se sabe nada más, aunque se supone que fue un gentil conocido, convertido al cristianismo y residente en Roma. Lucas sintetiza su Evangelio llamándolo "tratado... acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba". Así pues, la ascensión, que fue el punto culminante del relato evangélico, es el punto de partida de Hechos. Lucas le recuerda a Teófilo que antes de su ascensión Jesús había "dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido", y que este mandamiento se refería a la predicación acerca de Cristo a "todas

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las naciones". Hechos va a narrar cómo esta predicación se inició en Jerusalén y llegó hasta la ciudad imperial de Roma. Al referirse a la resurrección, Lucas agrega a lo mencionado en su Evangelio la afirmación de que las apariciones de Jesús, quien "se presentó vivo con muchas pruebas indubitables", fueron numerosas, convincentes e ininterrumpidas "durante cuarenta días". Esta resurrección va a ser el mensaje supremo de los apóstoles en los episodios subsiguientes; es el hecho mejor atestiguado de la historia; es el fundamento de la fe cristiana. La enseñanza de Cristo, durante los días entre la resurrección y la ascensión, fue "acerca del reino de Dios" el cual se va a establecer en la tierra en toda su perfección. Antes, sin embargo, debe haber una proclamación universal del evangelio; y por ello, en la afirmación que corona su "prefacio" Lucas repite la promesa del bautismo del Espíritu, en cuyo poder se va a llevar a cabo la predicación que Hechos relata. Jesús llamó a esta promesa "la promesa del Padre", porque Dios la había dado por medio de profetas inspirados, incluyendo a Juan el Bautista, pero era también la promesa de Jesús mismo, quien la había hecho a menudo a sus discípulos, en especial la noche antes de la crucifixión, y de nuevo, según lo refiere Lucas, después de la resurrección. La promesa era de un bautismo que contrastaba marcadamente con el de Juan ; este último era pasajero, con el elemento físico de agua, lo cual implicaba purificación del pecado ; aquel en cambio iba a consistir en una relación permanente con una Persona cuya presencia continua transformaría interiormente e impartiría poder para servir. Los discípulos debían esperar en Jerusalén el cumplimiento de esta promesa, y una vez cumplida, los discípulos de Cristo estarían pertrechados para la obra que Hechos relata. Éste es, en síntesis, el "prefacio" del libro ; contiene un mensaje importante, a saber, que todo testimonio acerca de Cristo no sólo debe proclamar sus palabras y obras, sino que debe presentarlo a él mismo como Señor resucitado y ascendido, y que dicho testimonio sólo pueden ofrecerlo quienes son bautizados en su Espíritu Santo.

2. La Gran Comisión, vs. 6-8, posee una inflexión algo distinta en la conclusión de cada uno de los cuatro Evangelios. La esencia es siempre la misma, pero Mateo, cap. 28:18, toca la nota de "autoridad" regia; Marcos, cap. 16: 15-18, subraya el poder divino; Lucas, cap. 24: 46-49, hace resaltar el testimonio universal; Juan, cap. 20: 21-22, acentúa los efectos espirituales de la obra. Desde luego que todos los elementos son, en cierto modo, comunes a todos los relatos de ese mandato final único; y es interesante notar cómo, en Hechos, todos ellos están combinados en forma marcada. La "comisión" se da en conexión con una pregunta que los discípulos formulan al Señor resucitado: "Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?" Jesús no corrige ningún error que se hubiera podido introducir en su pensamiento con relación al reino. Su creencia era en esencia genuina. Jesús los alienta a esperar una restauración; pero no se detiene a explicar cuánto más vasta, maravillosa y espiritual que la que ellos habían imaginado. El concepto que tenían era justo. Pedro en su segundo discurso, Hechos 3: 21, la llama "restauración de todas las cosas". Iba a llegar, con toda seguridad, verdadera bendición para Israel y el mundo; pero antecederían ciertos acontecimientos, y se cumplirían ciertas condiciones; la principal de todas, en el aspecto humano, era la predicación universal del evangelio. Cuándo se

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cumpliría esto y cuándo aparecería el reino de Dios ya perfecto, no les fue dado a los discípulos saberlo; las fechas y épocas exactas, "los tiempos o las sazones... que el Padre puso en su sola potestad". Los discípulos deben primero cumplir con su misión, para lo cual quedarán pertrechados una vez hayan sido llenos del Espíritu Santo. Este poder vino sobre ellos poderosamente en Pentecostés, y desde entonces siempre ha residido sobre quienes viven completamente entregados al cumplimiento de la voluntad de su Señor. La tarea inmediata, pues, de los discípulos, y ahora la de todos los que oran "venga tu reino", es la de dar testimonio de Cristo. "Me seréis testigos", sin embargo, no significa tan sólo que Cristo es el objeto o el sujeto del testimonio, sino que los testigos le pertenecen, y que a través de ellos el Señor vivo continúa la obra con el poder de su divino Espíritu. La esfera de su testimonio iba a ser universal. "En Jerusalén (evangelización en ciudad), en toda Judea, en Samaria (misiones internas), y hasta lo último de la tierra (misiones extranjeras)" fue el mandato. Cómo se llevó a cabo es lo que Hechos relata.

3. La ascensión de Cristo, v. 9, incluye dos grandes realidades: (a) entonces pasó de la esfera de lo visible y temporal a la de lo invisible y eterno; y (b) entonces asumió "toda potestad... en el cielo y en la tierra". El suceso es completamente distinto del de la resurrección, la cual tuvo lugar cuarenta días antes, y también lo es el del "clon del Espíritu" que ocurrió diez días después, en Pentecostés. En la predicación de los apóstoles y en sus escritos inspirados este suceso ocupa un lugar prominente. Es posible que debiera dársele mayor consideración y mayor relieve en nuestros días.

a. Desde la resurrección Jesús se había reunido a menudo con sus discípulos, para comer y beber con ellos, para enseñarles "hablándoles acerca del reino de Dios”; ahora se aparta ya en forma definitiva de ellos: "una nube... le ocultó de sus ojos”; desde entonces será una Presencia invisible, les hablará por su Espíritu. "Fue alzado”; pero no hemos de suponer que atravesó los espacios infinitos, y que ahora se halla en algún lugar remoto, a una distancia inmensa de nosotros. No hay arriba y abajo en este universo. Decir que "ascendió" es una forma de hablar correcta aunque convencional; describe en forma adecuada su desaparición de toda visión terrenal y de condiciones materiales para pasar a condiciones celestiales y espirituales. En este momento, y no en su resurrección, asumió nuestro Señor cuerpo glorioso. Su resurrección fue literal y real; de la tumba salió el mismo cuerpo que había sido colocado en ella; en él estaban las huellas de los clavos y la señal de la lanzada; era un cuerpo que podía comer, hecho de carne y hueso. Lucas 24: 39, 42. La salida de Cristo del sepulcro, su aparición en el aposento alto con las puertas cerradas, su desaparición subitánea en Emaús, fueron milagros no superiores a su caminar sobre el mar, y fueron realizados con el mismo cuerpo. Al ascender, sin embargo, el cuerpo de nuestro Señor quedó transformado, glorificado; "la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios", y el cuerpo en el cual Cristo se apareció a sus discípulos en el "aposento alto" difería en esencia de aquel en el cual "está... sentado a la diestra de Dios". Esta transformación corporal que Cristo experimentó en su ascensión fue

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una conclusión adecuada de su ministerio terrenal. Del mismo modo que su naci-miento había sido milagroso, también lo fue su paso a la región y orden de lo invisible; la encarnación y la ascensión se pueden muy bien asociar en el pensamiento. Esta transformación es ejemplo y garantía del cambio que experimentarán los creyentes cuando Cristo vuelva; serán "transformados" de mortales en inmortales, y arrebatados "para recibir al Señor en el aire". 1 Co. 15: 51-53; 1 Ts. 4: 13-18. Esta transformación se utiliza también como símbolo de la experiencia espiritual actual de quienes, por fe, no sólo han resucitado de la muerte sino que están sentados en "lugares celestiales en Cristo".

b. Aún más importante es el hecho de que, en la ascensión, Jesús asumió poder universal. Ya no se le puede considerar como a un simple maestro humano, un profeta, un mártir; entra en la gloria que tuvo con el Padre "antes de que el mundo fuera”; vuelve a existir en la "forma de Dios"; como dice el Credo: "Subió a los cielos, y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso”; como dice en el Apocalipsis, "he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono". Esta concepción de lo que significa un Cristo ascendido inspira al lector una nueva esperanza y con-fianza. Este cuadro constituye también una introducción adecuada a Hechos, porque centra el pensamiento en Cristo, cabeza de la iglesia, quien ocupa la posición de poder supremo en el universo, y por ello puede guiar, gobernar, y proteger a sus testigos en su obra de testimonio mundial.

4. Estimuló a los discípulos a emprender su misión, no sólo la garantía del establecimiento final del reino y el don esperado del Espíritu Santo sino también la promesa del retorno de Cristo, vs. 10, 11. Ésta les llegó cuando estaban "con los ojos puestos en el cielo", perplejos y angustiados ante la ida de su Señor. Les llegó de boca de los ángeles, "dos varones con vestiduras blancas”; fueron mensajeros adecuados, ya que también unos ángeles habían anunciado el nacimiento de Cristo, y otros habían anunciado su resurrección; era muy natural que también ellos anunciasen su retorno. Antepusieron una pregunta a su promesa: "Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo?" No había que perder tiempo en aflicciones y lamentos ; era cierto que su Señor había desaparecido de su vista, pero un día regresaría ; entre tanto tenían mucho que hacer, y en su realización debía alentarlos esta bendita esperanza : "este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo". Esta venida va a ser personal, visible, corporal, local. Los ángeles no se referían al don del Espíritu en Pentecostés, el cual fue manifestación de una Presencia espiritual, ni tampoco a la destrucción de Jerusalén o a otros sucesos ya pasados, y mucho menos a la muerte de los creyentes; hablaron del retorno futuro de Cristo, cuando el triunfo de su causa se completará y comenzará una era de gloria y de justicia. No sorprende que los discípulos quedaran consolados, y, como Lucas, cap. 24: 52, nos dice, "volvieron a Jerusalén con gran gozo". Ninguna otra promesa comporta tanto gozo divino; ninguna otra ha demostrado ser un estímulo mayor para la empresa evangelística y misionera. Hechos nos cuenta cómo los discípulos salieron a predicar el

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evangelio por todo el mundo, con la esperanza y la vista puesta en el retorno de su Señor para establecer definitivamente su reino.

LOS DISCÍPULOS EN JERUSALÉN (CAP. 1: 12-26)

Esta sección, al igual que los versículos iníciales del capítulo, puede considerarse propiamente como preámbulo al argumento principal de Hechos. El tema básico del libro es "La iglesia da testimonio de Cristo", y ahora la atención se dirige a los discípulos en Jerusalén, a los componentes de la iglesia, a sus primeros miembros, a los testigos oficiales, los que habían sido especialmente autorizados para testificar de la resurrección de Cristo.

EN ESPERA DE LO PROMETIDO (CAP. 1:12-14)

Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista de la ciudad como media hora de camino. Entraron en la ciudad y subieron a la habitación superior de la casa donde se alojaban. Allí estaban Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelotes, y Judas, hijo de Santiago. Todos ellos perseveraban juntos en la oración en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.

El cuadro de los discípulos a la espera del cumplimiento de la "promesa" está lleno de interés. Después de contemplar la ascensión de Cristo los once discípulos regresaron a Jerusalén desde el monte de los Olivos, "el cual está cerca de Jerusalén, camino de un día de reposo", o sea, a no más de mil pasos, que es la distancia máxima que un judío piadoso hubiera caminado en sábado. Así pues, la ascensión fue virtualmente desde Jerusalén misma, desde dentro del recinto sagrado, y la Ciudad Santa iba a ser el escenario del primer testimonio acerca de Cristo, al igual que lo había sido de su ministerio más importante, de su muerte, resurrección y ascensión. Llama la atención que los discípulos regresaran a Jerusalén. Se debió completamente al mandato de su Señor, de "que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre". Por sí mismos hubieran huido de la ciudad; era lugar peligroso, y sus casas estaban en Galilea; pero había un propósito divino en que el testimonio comenzara en Jerusalén; quizá era un lugar peligroso, pero ciertamente era el lugar de más vasta influencia. Así nosotros, como servidores de Cristo "tenernos que buscar, no donde estemos más cómodos, sino donde podamos dar un testimonio más eficaz por Cristo, y debemos recordar que muy a menudo la presencia de adversarios abre más las puertas y de un modo más eficaz".

El lugar exacto "donde moraban", es decir, donde se reunían día tras día, no se sabe ; se llama "aposento alto" y es probable que fuera el escenario de la última cena, el lugar mismo donde Cristo se había aparecido a los diez discípulos en la noche después de su resurrección, y una semana después al mismo grupo y a Tomás.

Al fijarse en los nombres de los "once", hay que recordar que Judas ya estaba muerto. Al compararlos con las enumeraciones de Mateo, cap. 10: 2-4, y Marcos, cap. 3: 16-19, se advierte que están divididos en los mismos tres grupos: "Pedro y Jacobo, Juan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón

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el Zelote y Judas hermano de Jacobo". Este último se llamaba Tadeo en el Evangelio; y a Bartolomé hay que identificarlo con Natanael, el "israelita" en quien Jesús no halló "engaño". De todos los que se mencionan en esta ocasión sólo de tres se habla en este libro tan a menudo llamado "Los Hechos de los Apóstoles", aunque no debemos dudar de que todos ellos dieran testimonio de Cristo a pesar de que la esfera de sus actividades no entraba en el propósito inmediato del historiador.

Además de los "once" Lucas nos dice que en el círculo sagrado del aposento alto estaban presentes ciertas mujeres, probablemente las que habían ayudado a Jesús en los días de su ministerio público, Lucas 8 : 1-3 ; 23 : 55 ; y también "María la madre de Jesús", cuyo nombre no vuelve a aparecer en el Nuevo Testamento ; y por fin los "hermanos" de Jesús, quienes antes de la resurrección no habían creído en él, y uno de los cuales muy pronto iba a elevarse a un puesto de dirección suprema de la iglesia de Jerusalén. Consideradas en conjunto, las personas que constituían este grupo eran de humilde extracción, de recursos escasos, de capacidad mediocre, y sin embargo, unidas y habilitadas por el Espíritu de Cristo, formaron la sociedad más importante y llevaron a cabo la obra más eminente de la historia del mundo.

Se reunieron en ese aposento alto para orar; en reuniones así han comenzado siempre los movimientos cristianos más significativos. Pidieron el cumplimiento de una promesa; esto da siempre seguridad en la oración. El Señor les había prometido una manifestación nueva y poderosa de su Espíritu; iba a llegarles en Pentecostés, como sabemos, y ahora comprendemos la conveniencia simbólica del día, y la oportunidad que iba a ofrecer para dar testimonio a las multitudes que en dicha ocasión iban a colmar la ciudad sagrada ; pero los discípulos en el aposento alto no conocían ni el tiempo señalado ni las razones de la demora ; sin embargo, "todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego"; y Hechos relata el resultado, y alienta a los grupos de creyentes a que perseveren en intercesión unida, con la confianza de que la respuesta será más bendita y permanente que lo que el más confiado se atrevería a pedir o a pensar.

ELECCIÓN DE UN APÓSTOL (CAP. 1: 15-26)

Uno de aquellos días, Pedro tomó la palabra en medio de ellos -había allí como ciento veinte personas- y les dijo: Hermanos, era necesario que se cumpliera la Escritura, pues el Espíritu Santo había anunciado por boca de David el gesto de Judas; este hombre, que guió a los que prendieron a Jesús, era uno de nuestro grupo y había sido llamado a compartir nuestro ministerio común.

-Sabemos que con el salario de su pecado se compró un campo, se tiró de cabeza, su cuerpo se reventó y se desparramaron sus entrañas. Este hecho fue conocido por todos los habitantes de Jerusalén, que llamaron a aquel campo, en su lengua, Hakeldamá, que significa: Campo de Sangre-. Esto estaba escrito en el libro de los Salmos: Que su morada quede desierta y que nadie habite en ella.

Pero también está escrito: Que otro ocupe su cargo. Tenemos, pues, que escoger a un hombre de entre los que anduvieron con nosotros durante todo el tiempo en que el Señor Jesús actuó en medio de nosotros, desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue llevado de nuestro lado. Uno de ellos deberá ser, junto con nosotros, testigo de su

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resurrección. Presentaron a dos: a José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo, y a Matías.

Entonces oraron así: "Tú, Señor, conoces el corazón de todos. Muéstranos a cuál de los dos has elegido" para ocupar este cargo y recibir este ministerio y apostolado del que Judas se retiró para ir al lugar que le correspondía. Echaron a suertes entre ellos y le tocó a Matías, que fue agregado a los once apóstoles.

En años recientes ha habido la costumbre cada vez mayor de censurar a los primeros cristianos por su acción de elegir un apóstol para ocupar el puesto que Judas dejó vacante. Parece que es necesario tener, sin embargo, considerable temeridad para criticar a hombres que, durante cuarenta días, habían estado recibiendo instrucción de Cristo resucitado, y quienes desde la ascensión, habían pasado el tiempo en oración unida. Además, la acción la tomaron, no sólo los apóstoles, sino todo el grupo de cristianos, sin discrepancias. Y lo más significativo de todo, Lucas, el historiador inspirado, no le haya falta al procedimiento. Las críticas proceden sólo de la imaginación de lectores modernos. Se basan en el hecho de que en Hechos no se vuelve a mencionar al apóstol elegido ; pero es igualmente verdad que, a partir de este episodio, y con muy pocas excepciones, no se vuelve a hablar ni a mencionar a los apóstoles. Esta crítica se formula en supuesto beneficio de Pablo, quien, se dice, fue "el duodécimo apóstol"; la elección sobrenatural que de él hizo Cristo, afirman, "es un reproche a la acción prematura que tuvo lugar en el aposento alto. Pablo, sin embargo, nunca fue contado entre "los doce”; ni tampoco lo fueron Jacobo y Bernabé, quienes no obstante también fueron llamados "apóstoles". Gal 1: 19; Hech. 14: 14. Pablo "en nada" fue "inferior a aquellos grandes apóstoles", y sin embargo nunca se dice de él que fuese "contado con los once apóstoles", como afirma de aquel por cuya elección los cristianos del "aposento alto" discurrieron y oraron.

Pedro es el primero en suscitar el tema; y es lógico que así fuera, ya que él fue siempre el primero en hablar y actuar; pero no se arroga autoridad alguna; no nombra al sucesor de Judas, ni tampoco lo hacen los once apóstoles unidos. Todos los cristianos son consultados; es significativo que precisamente en esta ocasión se dé el número de los mismos "como ciento veinte", como si se quisiese indicar que todos participaron por igual en el acto. Desde el inicio mismo de la iglesia hay una nota democrática en su gobierno.

Pedro apela al Antiguo Testamento. Sal 69: 25; 109: 8. Jesús había abierto la mente de los discípulos "para que comprendiesen las Escrituras". Lucas 24: 45. El salmista tuvo en mente, probablemente, a un traidor de su época, como Ahitof él; pero el texto se interpreta como profecía simbólica de Judas y de su traición. Con ello se reconoce la autoridad del Antiguo Testamento, aunque se interpreta a la luz de la nueva fe.

En cuanto a Judas, la referencia a su horrorosa muerte, vs. 18, 19, la hace Lucas, el historiador, y no es parte del discurso de Pedro. Su aparente discrepancia con el relato de los Evangelios se puede componer, probablemente, si se supone que la cuerda que el suicida utilizó se rompió, y además que el uso que se hizo del dinero que arrojó en el Templo lo indica la afirmación de que "con el salario de su iniquidad adquirió un campo". Más importante es la cuestión de cómo llegó a convertirse en apóstata y traidor. La perspectiva auténtica de su índole moral no

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hace de él ni un monstruo de iniquidad ni un inocente extraviado. No fue ninguna de las dos cosas. Su caso es lamentablemente común. Su ejemplo es el de uno que, viviendo envuelto en la luz de una intimidad estrecha con Cristo, conserva una pasión mala. En estas circunstancias la moralidad se deteriora con mayor rapidez. El amor que le tiene al lucro poco a poco lo domina, y cuando las circunstancias se presentan favorables está dispuesto, por unas pocas monedas de plata, a entregar a su Señor. El curso de su vida no es un estudio sicológico para el curioso, sino una advertencia práctica para cualquier seguidor de Cristo.

El apostolado, tal como lo describe Pedro, era como un "obispado", o una "superintendencia”; los apóstoles iban a ser los dirigentes oficiales de la comunidad cristiana; sin embargo, lo cual es mucho más importante, iban a ser testigos oficiales de la vida y enseñan-zas, y en especial de la resurrección de Cristo. Por esta razón Pedro indicó que, para ocupar el puesto de Judas, se debía elegir a alguien que hubiese sido compañero de Cristo y que en consecuencia fuera testigo creíble de la resurrección. A Pablo lo habilitó una visión sobrenatural y gloriosa del Señor resucitado. En sentido estricto, desde luego, ya no existen apóstoles ; pero el principio subsiste de que, aunque todos los creyentes pueden dar testimonio de Cristo, la iglesia hace bien en escoger y preparar a ciertos hombres que, como ministros ordenados, puedan ser testigos oficiales de la verdad.

La elección de Matías no fue un simple asunto de "suerte”; ante todo los discípulos utilizaron la razón, y redujeron a dos el número de los elegibles, y cualquiera de ellos estaba calificado para cumplir el oficio: luego la decisión final se dejó al Señor a quien se dirigieron en oración. Por fin, para estar seguros de su voluntad, "les echaron suertes, y la suerte cayó sobre Matías". Echar a suertes no es siempre un método equivocado; pero debe advertirse que después del día de Pentecostés, no se vuelve a mencionar en el Nuevo Testamento. El señor guía a sus seguidores por su Espíritu, pero espera que nosotros razonemos con prudencia, que consultemos las Escrituras, y sobre todo que en oración, sometamos nuestras voluntades a la suya.

En este relato de la elección de Matías, lo primero que se menciona es la oración a Cristo; no es la última oración de esta clase. La intercesión se puede muy bien dirigir al Padre, o al Hijo, o al Espíritu Santo; pero la forma corriente es al Padre, en el nombre del Hijo, y por el poder del Espíritu Santo. Es evidente que Lucas desea que comprendamos que Matías fue escogido en forma adecuada y según la voluntad de Cristo. Afirma que "fue contado con los once apóstoles”; y Lucas luego muestra cómo el número del grupo apostólico se cambió de "los once" a "los doce". Cap. 1: 26: 2: 14; 6: 2. El número de los testigos oficiales ya está completo; los superintendentes ya están listos para cuidar de los nuevos convertidos. Seguirá Pentecostés, y los sucesos de este día llenarán el primer gran capítulo de la historia de la iglesia en cuanto da testimonio de Cristo.

LOS PRIMEROS CONVERTIDOS (CAP. 2:1 – 47)

EL DON PENTECOSTAL (CAP. 2: 1-13)

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Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran. Estaban de paso en Jerusalén judíos piadosos, llegados de todas las naciones que hay bajo el cielo.

Y entre el gentío que acudió al oír aquel ruido, cada uno los oía hablar en su propia lengua. Todos quedaron muy desconcertados y se decían, llenos de estupor y admiración: "Pero éstos ¿no son todos galileos? ¡Y miren cómo hablan!" Cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa. Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia, Panfilia, Egipto y de la parte de Libia que limita con Cirene.

Hay forasteros que vienen de Roma, unos judíos y otros extranjeros, que aceptaron sus creencias, cretenses y árabes. Y todos les oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios. Todos estaban asombrados y perplejos, y se preguntaban unos a otros qué querría significar todo aquello. Pero algunos se reían y decían: "¡Están borrachos!"

No se hubiera podido escoger un día más oportuno para que los discípulos comenzaran a dar testimonio de Cristo; porque Pentecostés era la fiesta más popular del año judío y toda la ciudad pululaba de peregrinos llegados de todas las partes de la tierra. Tal como el nombre lo indica, esta fiesta caía en el "día quincuagésimo" después del Sábado de la semana de pascua. También se llamaba "día de los primeros frutos", porque era una fiesta de cosecha, y las observancias de la misma incluían la presentación al Señor de dos panes hechos del trigo maduro. Por ello no hubiera podido haber un tiempo más adecuado para este primer acopio de convertidos en la iglesia cristiana. Hablando en metáfora, este día de Pentecostés no ha concluido todavía, ya que con el mismo poder y por la predicación del mismo mensaje se siguen acumulando almas en el granero de Dios.

Este poder es el del Espíritu Santo. No debemos pensar que en este Pentecostés vino por primera vez al mundo. En todos los tiempos ha comunicado vida y ha dado dirección, fortaleza y santidad al pueblo de Dios ; pero en esta ocasión iba a comenzar a actuar con un nuevo instrumento, a saber, la verdad relativa al Salvador divino crucificado, resucitado y ascendido. Para la proclamación de esta verdad la iglesia era el agente elegido; el episodio de Pentecostés, por consiguiente, es el primer capítulo en la historia de la iglesia en cuanto a testigo de Cristo, y encarna la impresionante lección de que en todo testimonio fructuoso el poder es el del Espíritu y el instrumento es el mensaje del evangelio.

Al iniciarse el episodio los discípulos se hallan reunidos, es probable que en "el aposento alto", un domingo por la mañana, con los corazones puestos en Cristo, en espera del cumplimiento de su promesa. Un lugar, tiempo y actitud así, son condiciones ciertas de bendición. "De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba”; no hacía viento, pero el ruido era símbolo del Espíritu; indicaba su poder, vigoroso, misterioso, celestial, aunque invisible. "Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos”; no había fuego, pero sobre cada creyente se posó una lengua luminosa,

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símbolo del testimonio ferviente y entusiasta que a cada uno se le facultaría para dar. "Y fueron todos llenos del Espíritu Santo”; fueron puestos bajo su dominio absoluto; para los discípulos ésta fue la experiencia esencial de Pentecostés. Se repitió una y otra vez en los días siguientes. Es una experiencia normal y natural para todos los seguidores de Cristo. Su Espíritu nunca sale del creyente, pero una y otra vez, cuando uno se somete a la voluntad del Señor, su Espíritu lo domina de un modo absoluto, aunque inconsciente.

En el caso de estos discípulos acompañó a la experiencia un don maravilloso y "comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen".

Esta capacidad para hablar en lenguas extrañas no estudiadas fue un don temporal concedido para un propósito específico. Fue uno de esos dones espirituales milagrosos que caracterizaron la era apostólica. En los tiempos actuales la pretensión de poseer este poder nunca se ha demostrado con suficiente evidencia, ni tampoco hay que pensar que el dominio que el Espíritu tenga en la vida de un creyente haya que demostrarlo por la presencia de algún don especial. A quien es obediente al Maestro, aún en nuestros días, se le concede la capacidad de cumplir su voluntad, no necesariamente con algún servicio espectacular sino con una vida santa, porque "el fruto del Espíritu es amor, gozo paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza".

El don de lenguas fue exactamente la preparación que los discípulos necesitaban para la misión de testificar ante las multitudes que de todas las partes del mundo habían acudido para cumplir con la fiesta; porque "moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo". Los milagros de la Biblia no eran simples prodigios que despertaban pasmo; tenían siempre un propósito práctico. Y así este don de Pentecostés hizo posible que el testimonio evangélico se pudiese dar en un solo día a oyentes de muchas naciones diferentes.

Los milagros, sin embargo, siempre producen sor-presa y despiertan interés; también servían para esto, y el don de lenguas de inmediato reunió a una gran multitud y centró su atención en el mensaje hacia el cual de otro modo se hubieran podido mostrar indiferentes, porque cuando "cada uno... les oímos... hablar... en nuestra lengua en la que hemos nacido” estaban "atónitos y maravillados".

Los milagros, además, eran "señales" de poder divino y símbolos de verdades permanentes. Por esto el don de lenguas convenció a muchos oyentes de la realidad del mensaje evangélico cuando los discípulos comenzaron a contar "las maravillas de Dios". Para otros lo que decían no era más que la charlatanería de hombres que "están llenos de mosto". La historia de la cruz muchas veces la han considerado hombres tenidos por sabios como "locura".

El don de lenguas y la oportunidad providencial de poder dirigirse a hombres de muchos países y naciones tan diferentes debió recordar a los discípulos la presencia y el poder prometidos del Maestro y la seguridad que les dio que serían sus testigos "hasta lo último de la tierra". A la iglesia de hoy este episodio del don pentecostal debería proporcionarle una seguridad igual en cuanto a la gracia que

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necesitan quienes asumen la responsabilidad de llevar el evangelio de Cristo a todos los pueblos del mundo.

PRIMER DISCURSO DE PEDRO (CAP. 2: 14-41)

Entonces Pedro, con los Once a su lado, se puso de Pie, alzó la voz y se dirigió a ellos diciendo: "Amigos judíos y todos los que se encuentran en Jerusalén, escúchenme, pues tengo algo que enseñarles. No se les ocurra pensar que estamos borrachos, pues son apenas las nueve de la mañana, sino que se está cumpliendo lo que anunció el profeta Joel: Escuchen lo que sucederá en los últimos días, dice Dios: derramaré mi Espíritu sobre cualesquiera que sean los mortales.

Sus hijos e hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones y los ancianos tendrán sueños proféticos. En aquellos días derramaré mi Espíritu sobre mis siervos y mis siervas, que profetizarán. Haré prodigios arriba en el cielo y señales milagrosas abajo en la tierra. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre antes de que llegue el Día grande del Señor. Y todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará.

Israelitas, escuchen mis palabras: Dios acreditó entre ustedes a Jesús de Nazaret. Hizo que realizara entre ustedes milagros, prodigios y señales que ya conocen. Ustedes, sin embargo, lo entregaron a los paganos para ser crucificado y morir en la cruz, y con esto se cumplió el plan que Dios tenía dispuesto. Pero Dios lo libró de los dolores de la muerte y lo resucitó, pues no era posible que quedase bajo el poder de la muerte.

Escuchen lo que David decía a su respecto: Veo constantemente al Señor delante de mí; está a mi derecha para que no vacile. Por eso se alegra mi corazón y te alabo muy gozoso, y hasta mi cuerpo esperará en paz. Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos ni permitirás que tu Santo experimente la corrupción. Me has dado a conocer los caminos de la vida, me colmarás de gozo con tu presencia.

Hermanos, no voy a demostrarles que el patriarca David murió y fue sepultado: su tumba se encuentra entre nosotros hasta el día de hoy. Pero era profeta y Dios le había jurado que uno de sus descendientes se sentaría sobre su trono. Sabiéndolo, se refería a la resurrección del Mesías, viéndola de antemano, con estas palabras: no será abandonado en el lugar de los muertos, ni su cuerpo experimentará la corrupción.

Y es un hecho que Dios resucitó a Jesús; de esto todos nosotros somos testigos. Después de haber sido exaltado a la derecha de Dios, ha recibido del Padre el don que había prometido, me refiero al Espíritu Santo que acaba de derramar sobre nosotros, como ustedes están viendo y oyendo. También es cierto que David no subió al cielo, pero estas palabras son suyas: Dijo el Señor a mi Señor: "Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies.

Sepa entonces con seguridad toda la gente de Israel, que Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quien ustedes crucificaron. Al oír esto se afligieron profundamente y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: "¿Qué tenemos que hacer, hermanos?"

La presencia y el poder y del Espíritu Santo se manifestaron en Pentecostés no sólo en el don de lenguas, sino igualmente en el sermón de Pedro que concluyó con la

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conversión de tres mil almas. ¿De qué otro modo se podría explicar el valor intrépido del hombre que por cobardía, pocos días antes, había negado a su Señor, y que ahora se yergue frente a la multitud en las calles de Jerusalén y censura a toda una nación por su incredulidad y su crimen? No menos sorprendentes son la habilidad y sabiduría que este pescador inculto demuestra al ordenar sus argumentos y presentar sus pruebas de modo que evita ofender y convence a una multitud hostil y fanática.

Ningún predicador moderno puede pretender poseer una inspiración divina como la que Pedro disfrutó; pero si el Espíritu va a usar a alguien, este tal debería imitar a Pedro en dos detalles al menos: predicar a Cristo, y explicar las Escrituras. El propósito de su discurso fue demostrar que Jesús de Nazaret era el Mesías, el divino Salvador del mundo; para hacerlo utiliza como prueba citas del Antiguo Testamento las cuales en realidad abarcaron casi la mitad de su sermón.

1. La introducción, vs. 14-21, se refiere con sagacidad al don de lenguas, defendiendo a los discípulos contra la acusación de embriaguez basándose en la costumbre judía, y explicando el milagro como cumplimiento parcial de la profecía de Joel, la cual afirmaba que una característica de la era actual serían estas manifestaciones del poder del Espíritu, tal como el don de lenguas. Joel había predicho, sin embargo, que esta era acabaría en medio de portentos tremendos y con el juicio divino, pero que "todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo". Que Jesús de Nazaret es el Señor divino que volverá un día para juzgar, a quien los hombres deben acudir en penitencia y fe, esta es la verdad que Pedro procedió a dejar bien sentada ; y es la entraña de todo mensaje evangélico en nuestros días

2. La demostración, vs. 22-36, es triple : a. Jesús había sido aprobado por Dios "con las maravillas, prodigios y

señales”; de ellos eran testigos los oyentes. En los tiempos actuales no goza de favor la demostración basada en los milagros de Cristo como prueba de la veracidad de sus afirmaciones de lo que era, y a su poder salvador; pero no se debe tener vergüenza en imitar esta dialéctica del Apóstol Pedro.

b. Jesús murió y resucitó de nuevo, vs. 23-32; el Cristo, según la Escritura, debía morir y resucitar de nuevo; por consiguiente Jesús era el Cristo. Esta prueba a partir de la resurrección de nuestro Señor sigue siendo válida. Su victoria sobre la muerte fue el mayor de de los milagros. Nuestra fe cristiana sigue basándose en hechos que el sepulcro vacío implicó. Esta verdad debe seguir proclamándose como la esperanza del mundo. Pedro declaró que los discípulos fueron testigos de esta resurrección; todos los creyentes deberían dar testimonio, con sus palabras y obras, de este mismo hecho.

c. Jesús ascendió a la "diestra" de Dios; el Cristo, según la predicación de David, así debía ascender, vs. 34, 35. El don del Espíritu Santo era prueba de que con ello Jesús había asumido el puesto de autoridad suprema. Por consiguiente esta demostración, como las dos anteriores, llevó a la conclusión de que Jesús era en verdad el Señor y Cristo de quien Joel y otros profetas habían hablado; y quedó inmediatamente demostrado que, al rechazarlo y crucificarlo, los

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judíos se habían hecho culpables de un crimen sin par. Así también, la acción actual del Espíritu Santo es testimonio del poder divino de Cristo, y quienes rechazan a Cristo repudian una salvación que sólo él puede dar, y se sitúan en oposición al único poder que puede dar bienaventuranza a ellos y al mundo.

3. El llamamiento, vs. 37-40, con el que Pedro concluye el sermón, se hace a hombres cuyos corazones había conmovido la presentación que había hecho de Cristo. Los invita a que se arrepientan y bauticen, y les promete el don del Espíritu Santo; porque todas las bendiciones que el divino Señor puede dar están garantizadas para quienes se aparten del pecado y confiesen con sinceridad su fe en él.

4. El resultado de este sermón, v. 41, fue la conversión de tres mil almas; también esto fue una demostración del poder del Espíritu Santo, porque, por muy elocuente o bíblico que fuese el sermón, sólo el Espíritu del Cristo vivo puede renovar las almas.

LA VIDA DE LOS CONVERTIDOS (CAP. 2: 42-47)

Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones. Toda la gente sentía un santo temor, ya que los prodigios y señales milagrosas se multiplicaban por medio de los apóstoles. Todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno.

Todos los días se reunían en el Templo con entusiasmo, partían el pan en sus casas y compartían sus comidas con alegría y con gran sencillez de corazón. Alababan a Dios y se ganaban la simpatía de todo el pueblo; y el Señor agregaba cada día a la comunidad a los que quería salvar.

No menos maravilloso que el don de lenguas o que la elocuencia de Pedro o que la conversión de una multitud fue la manera de vivir de quienes aceptaron a Cristo como su Salvador. Muchas personas parecen suponer que el poder pentecostal se demuestra con dones sorprendentes o con la habilidad para hablar en público; su mejor demostración es la vida diaria del creyente. Estos primeros cristianos seguían buscando instrucción de los hombres que habían realmente conocido al Señor; se regocijaban en un compañerismo espiritual; observaban el sacramento que les recordaba la muerte del Salvador; se reunían con frecuencia para orar y alabar; vivían alegres y satisfechos; se amaban unos a otros con tanta sinceridad que "vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno". El Espíritu de Cristo unía a estos creyentes en un solo cuerpo, en fe, amor y esperanza; por ello no es extraño que Pentecostés se considere por lo común como el verdadero nacimiento de la Iglesia Cristiana; ni tampoco sorprende que tales hombres tuviesen "favor con todo el pueblo" y que se les añadiesen más y más "cada día".

LA PRIMERA OPOSICIÓN (CAPS. 3: 1 AL 4: 31)

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LA CURACIÓN DE UN COJO (CAP. 3: 1-10)

Un día, cuando Pedro y Juan subían al Templo para la oración de las tres de la tarde, acababan de dejar allí a un tullido de nacimiento. Todos los días lo colocaban junto a la Puerta Hermosa, que es una de las puertas del Templo, para que pidiera limosna a los que entraban en el recinto. Cuando Pedro y Juan estaban para entrar en el Templo, el hombre les pidió una limosna.

Pedro, con Juan a su lado, fijó en él su mirada, y le dijo: "Míranos. El hombre los miró, esperando recibir algo. Pero Pedro le dijo: "No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo: En nombre del Mesías Jesús, el Nazareno, camina. Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó. Inmediatamente tomaron fuerza sus tobillos y sus pies, y de un salto se puso en Pie y empezó a caminar.

Luego entró caminando con ellos en el recinto del Templo, saltando y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio caminar y alabar a Dios, y lo reconocieron: "¡Es el tullido que pedía limosna junto a la Puerta Hermosa!". Y quedaron sin palabras, asombrados por lo que había sucedido.

La curación del cojo en la puerta la Hermosa del Templo no fue el primero y posiblemente tampoco el más maravilloso de los milagros que los apóstoles habían venido realizando desde el día de Pentecostés; pero se menciona porque hace que los dirigentes judíos se fijen en los apóstoles y de ahí nazca la primera oposición seria contra la iglesia cristiana. El episodio todo constituye una sección importante de Hechos, porque en la historia de "La iglesia que da testimonio de Cristo" este relato muestra la independencia de la iglesia y su valentía en dar testimonio.

El relato del milagro tiene interés en sí, y es instructivo y dramáticamente vívido. Los instrumentos por medio de los cuales se lleva a cabo el milagro son Pedro y Juan. Al igual que en los Evangelios están unidos por una entrañable intimidad con Cristo, en Hechos son compañeros en la dirección de su iglesia. Estos dos apóstoles "subían juntos al templo a la hora de la oración", porque, como todos sus hermanos cristianos, se seguían considerando como judíos leales y observaban todas las ceremonias y ritos de su culto nacional. Sin duda que es bueno que el pueblo de Dios tenga siempre lugares y tiempos fijos para orar.

Están a punto de cruzar del patio exterior del templo al interior. El camino que siguen los lleva por la puerta que se llamaba la "Hermosa" debido a sus soberbias puertas de bronce corintio. Les llama la atención un pobre tullido, cojo de nacimiento, a quien por años habían estado llevando a diario a este lugar público a fin de que pudiera pedir "limosna de los que entraban en el templo". Cuando se la pide a los apóstoles, su esperanza aumenta ante la respuesta de Pedro, "Míranos".

Lo sobrecogen las palabras que oye: "No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda". Pedro quiso decir desde luego, que tenía para el hombre algo de valor no menor sino mayor que "plata" y "oro”; le ofreció al desvalido la curación "en el nombre" de Cristo, o sea, en virtud de todo lo que había sido revelado y declarado con respecto a Cristo corno Salvador divino, vivo. Ante esta promesa la fe del tullido responde de inmediato. Entonces Pedro "tomándole por la mano derecha, le levantó", no para dar fuerza a

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sus pies sino a su fe; "y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios... Y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido". Fue en verdad una curación extraordinaria; el hombre era bien conocido, había innumerables testigos que podían identificarlo, había estado tullido por cuarenta años, y en un instante recibió "completa sanidad", en cuanto puso su confianza en el Cristo vivo.

No es inadecuado demorarse en las verdades que un episodio así simboliza. El género humano se puede describir como postrado frente al templo de la vida verdadera, del servicio auténtico, del culto verdadero. Débil, desvalido, desahuciado, el género humano necesita el poder transformador que consiguen quienes ponen su confianza en Cristo. Los hombres tienen menos necesidad de limosnas que de renovación espiritual, menos necesidad de caridad que de fortaleza para sostenerse a sí mismos. El deber de la iglesia es extender la mano en servicio amoroso, ofrecer ayuda y manifestar compasión, pero "en el nombre de Jesucristo", e inspirar fe en el único que puede sanar y salvar.

SEGUNDO DISCURSO DE PEDRO (CAP. 3: 11-26)

El hombre sanado no se separaba de Pedro y Juan, por lo que toda la gente, fuera de sí, acudió y se reunió alrededor de ellos en el pórtico llamado de Salomón. Al ver esto, Pedro se dirigió al pueblo y les dijo: "Israelitas, ¿por qué se quedan tan maravillados? Ustedes nos miran como si hubiéramos hecho caminar a este hombre por nuestro propio poder o por ser unos santos. Pero no; es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, el que acaba de glorificar a su siervo Jesús.

Ustedes lo entregaron y, cuando Pilato decidió dejarlo en libertad, renegaron de él. Ustedes pidieron la libertad de un asesino y rechazaron al Santo y al Justo. Mataron al Señor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. Miren lo que puede la fe en su Nombre, pues en su Nombre acaba de ser restablecido este hermano al que ustedes ven y conocen.

La fe que él nos inspira es la que lo ha sanado totalmente en presencia de todos ustedes. Yo sé, hermanos, que ustedes obraron por ignorancia, al igual que sus jefes, y Dios cumplió de esta manera lo que había dicho de antemano por boca de todos los profetas: que su Mesías tendría que padecer. Arrepiéntanse, pues, y conviértanse, para que sean borrados sus pecados. Así el Señor hará llegar el tiempo del alivio, enviándole al Mesías que les ha sido destinado, que es Jesús.

Pues el cielo debe guardarlo hasta que llegue el tiempo de la restauración del universo, según habló Dios en los tiempos pasados por boca de los santos profetas. Moisés afirmó: El Señor Dios hará que un profeta como yo surja de entre sus hermanos. Escuchen todo lo que les diga. El que no escuche a ese profeta será eliminado del pueblo. Y después todos los profetas, empezando por Samuel, anunciaron estos días.

Ustedes son los hijos de los profetas y los herederos de la alianza que Dios pactó con nuestros padres, al decir a Abrahán: A través de tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra. Por ustedes, en primer lugar, Dios ha resucitado a su

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Siervo y lo ha enviado para bendecirles, con tal que cada uno renuncie a su mala vida.

El maravilloso milagro que se había realizado en la puerta Hermosa del templo le proporcionó a Pedro una audiencia ávida, y también una prueba para la verdad que quería proclamar, Lo mismo había ocurrido el día de Pentecostés; el don de lenguas atrajo la atención de una gran multitud y también ratificó el hecho de que Jesús era "Señor y Cristo". Cuando el tullido que había sido cojo de nacimiento fue curado en el nombre de Cristo, "todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón". A esta multitud reunida en el gran pórtico o claustro del costado oriental del templo, Pedro dirigió su segundo discurso.

1. El tema, vs. 12-18, como en Pentecostés, es el hecho de que Jesús es el Cristo, el Siervo de Dios, el Salvador divino. El milagro que había atraído a la multitud, como el milagro de Pentecostés, le brindó a Pedro una introducción para el tema y también su prueba más definitiva. Señalando al hombre que acababa de ser curado, Pedro afirma que la maravilla no la ha producido ningún poder suyo propio sino la fe en Jesús; esta fe le había dado al tullido "esta completa sanidad". Este Jesús había sido entregado y matado; y este milagro de curación, que ningún poder humano había realizado, era una prueba cierta de que había resucitado de los muertos, y de que manifestaba su presencia y poder divinos. Al dar este testimonio de su divino Señor, Pedro también proclama el crimen incomparable de quienes lo habían rechazado y crucificado. Y subraya esta acusación con una serie de contrastes verbales. En su culpable incredulidad habían rechazado verdaderamente al Dios de sus padres al que habían profesado servir. Entregaron a la muerte a quien incluso el pagano Pilato hubiera puesto en libertad. "Negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida". Eligieron a uno que quitaba vidas en lugar del dador y "autor de la vida". Al que habían matado, Dios lo resucitó. El que ellos habían considerado como un malhechor había realizado esta merced maravillosa. El milagro era una vindicación de Jesús, y una acusación contra quienes se habían negado a aceptarlo. Pedro añade dos afirmaciones más; no excusa a sus oyentes, pero les ofrece esperanza y perdón. Primero, habían obrado por ignorancia; fue pecado, pero podían conseguir el perdón si se arrepentían ante el testimonio que habían recibido relativo a Cristo resucitado. En segundo lugar, la muerte de Cristo, que ellos habían procurado, era parte del plan de salvación del que todos los profetas habían hablado; esto no reducía su crimen, pero les hablaba de la divina provisión para el perdón de los pecados.

2. Un llamamiento al arrepentimiento, vs. 19-21, sigue lógicamente. Es breve y grave, pero no va acompañado de ninguna amenaza, sino que está apoyado en las promesas más generosas. Habla de bendiciones individuales y universales, para el momento presente y para el futuro. Si se arrepentían con sinceridad de su incredulidad y se apartaban de su mal camino, sus pecados serían "borrados”; y, más maravilloso todavía, Jesucristo volvería de los cielos y el mundo entero disfrutaría de los gozosos "tiempos de la restauración" que todos los poetas y profetas habían celebrado. La primera venida de Cristo, sufrimientos y muerte, habían hecho posible el perdón de los pecados; pero las bendiciones universales dependen de su aparición por

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segunda vez. Cada creyente que se arrepiente acelera ese día, y mensajes como este de Pedro conducen a los hombres al arrepentimiento.

3. Una apelación a la Escritura, vs. 22-26, concluye el discurso y fundamenta tanto las amonestaciones como las promesas en las palabras de Moisés y de los profetas. Incluso el gran legislador había predicho en forma específica la venida de Cristo y había proclamado la condenación de todos los que se nieguen a aceptarlo: "toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo". Sin embargo, "todos los profetas desde Samuel en adelante" habían predicho los días actuales de gracia; habían hablado de la obra expiatoria de Cristo, y de su gloria venidera; las promesas de bendiciones eran para "todas las familias de la tierra", pero antes la promesa de salvación había llegado a Israel; Cristo les había sido enviado para bendecirlos con la conversión de todos ellos del pecado. El mismo Salvador se ofrece hoy día; y sus mensajeros oficiales proclaman su gracia que perdona, el peligro de rechazarlo, y la posibilidad de compartir las bienaventuranzas de su reino ya perfecto.

EL VALOR DE PEDRO Y JUAN (CAP. 4: 1-22)

Pedro y Juan estaban aún hablando al pueblo, cuando se presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos;" toda esa gente se sentía muy molesta porque enseñaban al pueblo y afirmaban la resurrección de los muertos a propósito de Jesús. Los apresaron y los pusieron bajo custodia hasta el día siguiente, pues ya estaba anocheciendo. Pero muchos de los que habían oído la Palabra creyeron, y su número llegó a unos cinco mil hombres.

Al día siguiente, los jefes de los saduceos se reunieron con los ancianos y los maestros de la Ley de Jerusalén. Allí estaban el sumo sacerdote Anás, Caifás, Jonatán, Alejandro y todos los que pertenecían a la alta clase sacerdotal. Mandaron traer a Pedro y Juan ante ellos y empezaron a interrogarles: "¿Con qué poder han hecho ustedes eso? ¿A qué ser celestial han invocado?" Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: "Jefes del pueblo y Ancianos:" Hoy debemos responder por el bien que hemos hecho a un enfermo.

¿A quién se debe esa sanación? Sépanlo todos ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre que está aquí sano delante de ustedes ha sido sanado por el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron, pero a quien Dios ha resucitado de entre los muertos. El es la piedra que ustedes los constructores despreciaron y que se ha convertido en piedra angular. No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres ningún otro Nombre por el que debamos ser salvados.

Quedaron admirados al ver la seguridad con que hablaban Pedro y Juan, que eran hombres sin instrucción ni preparación, pero sabían que habían estado con Jesús. Los jefes veían al hombre que había sido sanado allí, de Pie a su lado, de modo que nada podían decir contra ellos. Mandaron, pues, que los hicieran salir del tribunal mientras deliberaban entre ellos. Decían: ¿Qué vamos a hacer con estos hombres?

Todos los habitantes de Jerusalén saben que han hecho un milagro clarísimo, y nosotros no podemos negarlo. Pero prohibámosles que hablen más de ese Nombre

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ante ninguna persona, no sea que esto se extienda entre el pueblo. Llamaron, pues, a los apóstoles y les ordenaron que de ningún modo enseñaran en el nombre de Jesús, que ni siquiera lo nombraran. Pedro y Juan les respondieron: "Juzguen ustedes si es correcto delante de Dios que les hagamos caso a ustedes, en vez de obecedecer a Dios.

Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído. Insistieron ellos en sus amenazas y los dejaron en libertad. No encontraron manera de castigarlos a causa del pueblo, pues todos glorificaban a Dios por lo que había sucedido, sabiéndose además que el hombre milagrosamente sanado tenía más de cuarenta años.

1. El arresto de los apóstoles, vs. 1-4, no se debió tanto al milagro que habían realizado cuanto a su declaración de que el milagro había sido ocasión y prueba. Fue el sermón de Pedro el que suscitó el antagonismo de los dirigentes y produjo la primera oposición a la iglesia cristiana. Estos dirigentes estuvieron prontos a actuar. Cuando los apóstoles todavía estaban hablando a la multitud que el milagro había atraído, "vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del templo, y los saduceos... y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente". "El jefe de la guardia del templo", el sacerdote que estaba al frente del sagrado recinto, quizá temió que se produjera un tumulto cuando vio la conmoción que la presencia del hombre sanado suscitó; pero el motivo secreto de la oposición lo descubre la mención de los "saduceos". Ellos eran los verdaderos instigadores del movimiento. Constituían el partido más aristocrático, rico y poderoso de Jerusalén, y también el menos ortodoxo. Como eran materialistas y negaban la vida futura y la inmortalidad del alma, estaban "resentidos" porque los apóstoles enseñaban al pueblo y anunciaban "en Jesús la resurrección de entre los muertos". Los debió enfurecer que se les dijera que el hombre al que habían crucificado había resucitado de nuevo e iba a volver a aparecer. Conviene advertir también que hubieran estado celosos de cualquier movimiento popular que pudiera disminuir su poder y poner en peligro las copiosas ganancias que sacaban del culto del templo. Sin embargo, su acción fue cauta y precavida. Simplemente hicieron arrestar a los apóstoles, los confinaron, sólo hasta el día siguiente, porque la hora era demasiado tardía para juzgarlos en público en ese mismo momento. Nótese que escépticos como los saduceos han sido siempre los más encarnizados enemigos de Cristo; también que los ataques contra la iglesia se hicieron más agudos sólo a medida que sus miembros estuvieron mejor preparados para soportar la prueba; y por último, que la iglesia siempre florece bajo la persecución. Este es el posible significado de la sorprendente conexión de las afirmaciones de que Pedro y Juan fueron arrestados, y de que "muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil".

2. El proceso de Pedro y Juan, vs. 5-7, ofrece un cuadro imponente. "Se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los escribas", o sea, sesionó el concilio (sanedrín), la corte suprema de la nación. Entre sus miembros estaban Anás, a quien los romanos habían depuesto aunque los judíos seguían considerándolo como sumo sacerdote ; Caifás, su yerno, que había sido nombrado sucesor suyo ; y Juan y Alejandro, cuyos nombres se mencionan para aumentar la impresión de la dignidad, la autoridad y el carácter representativo del sanedrín (concilio). La pregunta que

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oficialmente se formuló a los discípulos no era sincera, sino que a manera de trampa pretendía sacar de ellos una respuesta que se pudiese interpretar como blasfemia: "¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?" Esperaban que los apóstoles atribuyeran poder divino a algún otro ser que no fuera Dios. El reto que implícitamente lanzaron fue recogido de inmediato; los apóstoles afirmaron que el milagro lo habían realizado en el nombre de su Salvador y Señor divino.

3. La respuesta de los apóstoles, vs. 8-12, es, sin embargo, cortés y digna. Cuando hombres de humilde extracción se encuentran frente a un tribunal tan augusto suelen mostrar o cobardía o rastrera insolencia descarada. Pedro es cortés; pero no podemos dejar de notar algo de sarcasmo en su primera frase : "Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo" —siendo esto así, ¿ no es acaso absurdo tratar como criminales a hombres que no han hecho más que aliviar una necesidad ? Así pues, Pedro desde el principio pone en situación ridícula a sus enemigos, quienes por cobardía y traición han pedido explicaciones del milagro. Sin embargo pasa a contestar a su pregunta, y se alegra del hecho de que sus jueces no nieguen ni puedan negar la realidad del milagro o separarlo del testimonio que está a punto de dar. Proclama con valentía que el hombre ha sido sanado en el nombre de Jesucristo, a quien estos dirigentes mataron, y a quien por el contrario "Dios resucitó de los muertos”; lo habían tratado con desprecio, pero Dios lo había elevado a una posición de supremo honor —"es la piedra reprobada por vosotros... la cual ha venido a ser cabeza del ángulo". "No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos", con lo cual Pedro asevera no sólo que el milagro ha sido realizado en el nombre de Jesucristo, sino que él mismo y sus jueces no pueden ser salvos en ningún otro nombre. Sus palabras son reproche, reto e invitación al mismo tiempo. Deberían revisarlas y sopesarlas ciertos oradores benévolos aunque superficiales quienes afirman que el cristianismo es una de tantas religiones, y que lo único necesario es ser sincero en la creencia que uno profesa. Tales maestros deben reconciliar sus afirmaciones con las de Pedro y Juan quienes estaban "llenos del Espíritu. Santo" cuando proclamaron que no hay otro Nombre en el que podamos ser salvos.

4. La amenaza de los dirigentes y el desafío sereno de los Apóstoles, vs. 13-22, no sólo pone todavía más de relieve el valor de Pedro y Juan sino que en realidad señala un punto crucial en la historia de la iglesia. Por dos razones la audacia de los apóstoles sorprendió a los miembros del concilio. Primero, porque eran "hombres sin letras y del vulgo", lo cual no significa que fueran analfabetos, pero sí que no habían recibido la preparación especializada de las escuelas judías y por lo tanto no hubieran debido atreverse a discutir con los expertos legistas que componían el tribunal. En segundo lugar, "les reconocían que habían estado con Jesús"; se suele explicar esta conocida afirmación en el sentido de que el conocimiento explicaba la conducta de los apóstoles ; por otra parte vino a aumentar la perplejidad de los dirigentes ; los apóstoles "habían estado con Jesús", lo conocían íntimamente, no podían haberse confundido fácilmente en cuanto a quién era, y sin embargo afirmaban que estaba vivo ; y a pesar de su humilde condición insistían, incluso ante el concilio, que Jesús vivía y que los milagros se realizaban en

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su nombre. Los dirigentes se reunieron en secreto; no podían negar el milagro, porque el hombre sanado estaba en medio de ellos, pero sí podían prohibir a los apóstoles que "enseñasen en el nombre de Jesús". Así lo hicieron bajo severas amenazas; y recibieron la memorable respuesta: "Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que liemos visto y oído". Con estas palabras los apóstoles virtualmente afirmaron que la iglesia era independiente del Estado Judío, y repudiaron a los dirigentes por estar opuestos a Dios, del lado del cual los apóstoles pretendían estar. Pedro y Juan quizá no vieron el significado pleno de sus palabras; pero su valiente decisión de dar testimonio de Cristo fue el primer gran paso en la transformación de la iglesia de secta judía en fraternidad universal. Requiere valor separarse de agrupaciones que uno ha tenido por sagradas y oponerse a autoridades que uno ha considerado como supremas; el único camino que el cristiano puede seguir es el que cree ser "justo delante de Dios". Una elección así siempre conduce a libertades más amplias y un mayor poder.

LA ORACIÓN DE LA IGLESIA (CAP. 4: 23-31)

Apenas quedaron libres, Pedro y Juan fueron a los suyos y les contaron todo lo que les habían dicho los jefes de los sacerdotes y los ancianos. Los escucharon, y después todos a una elevaron su voz a Dios, diciendo: "Señor, tú hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos. Tú, por el Espíritu Santo, pusiste en boca de tu siervo David estas palabras: ¿Por qué se agitan las naciones y los pueblos traman planes vanos?

Se han aliado los reyes de la tierra y los príncipes se han unido contra el Señor y contra su Mesías. Es verdad que en esta ciudad hubo una conspiración de Herodes con Poncio Pilato, los paganos y el pueblo de Israel contra tu santo siervo Jesús, a quien tú ungiste. Pero solamente consiguieron lo que tú habías decidido y llevabas a efecto. Y ahora, Señor, fíjate en sus amenazas; concede a tus siervos anunciar tu Palabra con toda valentía, mientras tú manifiestas tu poder y das grandes golpes, realizando curaciones, señales y prodigios por el Nombre de tu santo siervo Jesús.

Terminada la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a anunciar con valentía la Palabra de Dios.

Una vez que los dirigentes hubieron puesto en libertad a Pedro y a Juan, éstos fueron a encontrar a sus hermanos cristianos para contarles sus experiencias. Se tuvo una reunión para orar y loar. Hubo gozo por la libertad de los apóstoles y por el valiente testimonio que fueron llamados a dar; pero la situación era seria. Se les había encomendado dar testimonio de Cristo, y ahora los dirigentes supremos de la nación habían prohibido formalmente todo testimonio en su nombre.

Sus corazones fueron en busca de aliento a las Escrituras, esa inagotable fuente de consuelo para los cristianos de todas las épocas. El Salmo segundo les ofreció el mensaje que necesitaban; siempre esos cánticos sagrados han sido bálsamo para los corazones angustiados en sus horas de más necesidad. En las palabras de David hallaron una descripción de la oposición hecha a Cristo, y ahora a su iglesia. El

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paralelo es perfecto; el salmista había hablado de "reyes" y "príncipes" y "gentes" y "pueblos" que se unían en contra del "Cristo", y así hicieron Herodes el rey y Pilato el gobernador y los "gentiles" y "el pueblo de Israel", incrédulos, quienes se confabularon contra Jesús, el Cristo. Al citar en oración este salmo, se identifican con su Señor; la misma hostilidad que él había sufrido era dirigida ahora contra ellos, sus seguidores. Pero hay una implicación más; el salmo afirmaba que ante tal oposición "el que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos". Por tanto, los discípulos, al clamar en ese momento de necesidad, lo hacen a Aquel que puede liberar. Aunque lo que los discípulos piden en especial no es liberación, sino "denuedo" en el testimoniar de Cristo y milagros que acompañen y confirmen su mensaje. La iglesia actual no debe esperar verse libre de oposición; pero en cualquier circunstancia pueden mostrar valor y pueden realizar maravillas quienes acuden a Dios en busca de ayuda para llevar a cabo la misión encomendada.

La respuesta llegará, como les ocurrió a los discípulos de antaño: "El lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios". Esta experiencia ha sido llamada "un segundo Pentecostés"; y eso fue en realidad. Sin embargo, en lugar del ruido como de viento y de las lenguas de fuego, tembló el lugar donde estaban, para simbolizar la presencia y poder divinos. En vez de recibir la capacidad para hablar en lenguas extrañas, les fue dado denuedo para ciar testimonio de Cristo ante el pueblo. Los cristianos necesitan ser "llenos del Espíritu Santo" una y otra vez. La condición indispensable es la entrega a Cristo y el deseo sincero de cumplir su voluntad a pesar de peligros, oposiciones y odios. Las consecuencias serán un valor y poder nuevos en el servicio, y no pocas veces llegará cuando los creyentes estén reunidos en algún "aposento alto" a donde han acudido para leer las Escrituras, cantar, y unir sus corazones en oración.

LAS PRIMERAS NORMAS (CAPS. 4: 32 AL 5: 11)

La multitud de los fieles tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba como propios sus bienes, sino que todo lo tenían en común. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran poder, y aquél era para todos un tiempo de gracia excepcional. Entre ellos ninguno sufría necesidad, pues los que poseían campos o casas los vendían, traían el dinero y lo depositaban a los pies de los apóstoles, que lo repartían según las necesidades de cada uno.

Así lo hizo José, un levita nacido en Chipre, a quien los apóstoles llamaban Bernabé (que quiere decir: "El Animador"). Éste vendió un campo de su propiedad, trajo el dinero de la venta y lo puso a los pies de los apóstoles. Otro hombre llamado Ananías, de acuerdo con su esposa Safira, vendió también una propiedad, pero se guardó una parte del dinero, siempre de acuerdo con su esposa; la otra parte la llevó y la entregó a los apóstoles.

Pedro le dijo: "Ananías, ¿por qué has dejado que Satanás se apoderara de tu corazón? Te has guardado una parte del dinero; ¿por qué intentas engañar al Espíritu Santo?" Podías guardar tu propiedad y, si la vendías, podías también quedarte con todo. ¿Por qué has hecho eso? No has mentido a los hombres, sino a Dios. Al oír Ananías estas palabras, se desplomó y murió. Un gran temor se apoderó de cuantos lo oyeron.

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Se levantaron los jóvenes, envolvieron su cuerpo y lo llevaron a enterrar. Unas tres horas más tarde llegó la esposa de Ananías, que no sabía nada de lo ocurrido. Pedro le preguntó: "¿Es cierto que vendieron el campo en tal precio?" Ella respondió: "Sí, ese fue el precio. Y Pedro le replicó: "¿Se pusieron, entonces, de acuerdo para desafiar al Espíritu del Señor? Ya están a la puerta los que acaban de enterrar a tu marido y te van a llevar también a ti.

Y al instante Safira se desplomó a sus pies y murió. Cuando entraron los jóvenes la hallaron muerta y la llevaron a enterrar junto a su marido. A consecuencia de esto un gran temor se apoderó de toda la Iglesia y de todos cuantos oyeron hablar del hecho.

El pecado de Ananías y Safira se produjo con ocasión de lo que por un tiempo fue práctica de la iglesia de Jerusalén, la "comunidad de bienes". Esta costumbre se menciona por primera vez en relación con la manifestación del Espíritu Santo en Pentecostés; asimismo esta segunda referencia le sigue de inmediato al relato de la nueva plenitud del Espíritu que los discípulos experimentaron mientras se hallaban reunidos en oración. En este segundo caso se explica la costumbre en forma más completa. Podría parecer a primera vista que todos los miembros de la iglesia tuvieron una bolsa común, y basados en este relato muchos han defendido que el "comunismo" es verdaderamente cristiano y apostólico. Una lectura más cuidadosa de todo el texto muestra que la "comunidad de bienes" ahí descrita era algo puramente local, temporal, ocasional, y voluntario. Sólo se practicó en Jerusalén, y no en otras ciudades del imperio, y aún ahí sólo por un tiempo. No la observaron todos los cristianos ni siquiera en Jerusalén, en el sentido de que vendieran todas sus posesiones y las colocaran en un fondo común. María, la madre de Marcos, siguió siendo propietaria de su amplia casa en la ciudad y la siguió usando para agasajar a sus amigos cristianos. Su sobrino Bernabé se cita en este aparte como ejemplo de especial generosidad por haber vendido una heredad que le pertenecía y ofrecido su producto para uso de la iglesia. Pedro le dice a Ananías que nadie le había obligado a vender su heredad, y que una vez vendida hubiera podido guardarse el dinero si lo hubiese querido. Parece que la realidad fue que muchos cristianos ofrecieron a la iglesia todo lo que poseían, otros vendían parte de sus posesiones cuando se presentaban necesidades especiales, y otros conservaban la propiedad de sus bienes aunque los consideraban como un depósito sagrado. La cuestión era más bien de sentimiento personal, de espíritu, de caridad, que de exigencia concreta y de norma inflexible. Estos creyentes eran "de un corazón y un alma", esto es lo importante; y cuando se suscitaba alguna necesidad estaban dispuestos a vender sus casas y heredades y a poner el dinero "a los pies de los apóstoles" a fin de que se distribuyese "a cada uno según su necesidad". Por consiguiente no se puede argüir en contra del derecho a la propiedad privada hoy día, ni tampoco tratar de demostrar una teoría económica específica. Lo que sí es significativo en verdad, notable y admirable, es el amor que movía a estos creyentes, hasta el extremo de que "ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía". Esta actitud mental le es posible a quien sigue conservando la propiedad legal de los bienes que administra a beneficio de los que dependen de él, y por el bien de la comunidad, de la iglesia, y del Estado. Este amor, sin embargo, es un don del Espíritu, como lo da a entender la circunstancia en relación a la cual se menciona esta comunidad de bienes, y sólo lo poseen quienes se han entregado completamente a Cristo. En algunos se puede manifestar en la forma de comunismo voluntario tal como lo practicó esta iglesia primitiva; donde existe ha

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de notarse necesariamente; y cuando el mundo incrédulo contempla un amor así, auténtico, práctico, generoso, por los hermanos cristianos, como ocurrió en Jerusalén en los primeros días de la iglesia, el testimonio de los creyentes "de la resurrección del Señor Jesús" se verá acompañado de "un gran poder".

Esta comunidad voluntaria de bienes dio oportunidad para manifestar liberalidad y amor, pero también fue ocasión de abusos, engañosos y fraudes. Bernabé, de Chipre, se menciona como ilustración notoria de lo primero, aunque queda en el campo de las conjeturas el por qué lo que hizo fue especialmente notable; de lo segundo, y en marcado contraste con Bernabé, fueron ejemplo Ananías y Safira. La debilidad de la mayor parte de las teorías que abogan por el comunismo, radica en suponer honradez y generosidad, en tanto que han de habérselas con el egoísmo y depravación humanos.

El primer pecado que aparece en la iglesia primitiva fue grave y mereció el castigo más severo, y no es tan poco común hoy día como para que no siga siendo una saludable admonición para los que se profesan seguidores de Cristo. El pecado se suele considerar como de mentira, y sin duda lo fue, aunque incluyó otros varios elementos. Ananías representó una mentira, su esposa la dijo. Aquél vendió una heredad y le llevó a Pedro, para el fondo de la iglesia, parte de lo obtenido, simulando que era todo. Cuando Safira se presentó, Pedro le preguntó si el importe que su marido trajo era todo lo que habían obtenido por la heredad, y ella afirmó con mentira que sí. Convendría detenerse en este punto del relato para observar cuán dolorosamente comunes son distintas clases de engaños, fingimientos, simulaciones y falsedades, y también para sugerir un repaso de las advertencias en contra de este pecado que se hallan en el Antiguo y en el Nuevo Testamentos. Sin embargo, Ananías no fue sólo un mentiroso; fue ladrón. Esto es lo que quiere decir Pedro cuando lo acusa de haber sustraído deshonestamente, o de haber escondido con fraude parte de lo obtenido. Era culpable, además, de impiedad y sacrilegio. Había mentido no sólo a los hombres sino a Dios, y en realidad había tratado de robar a Dios, porque había intentado engañar a la iglesia a la que el Espíritu Santo gobernaba; se había guardado parte de la suma que había manifestado dedicar a uso sagrado. Por ello Pedro describe al pecado como intento de mentir "al Espíritu Santo" y de "tentar al Espíritu del Señor". Esta última expresión parece indicar la temeridad de poner a prueba el conocimiento, santidad, justicia, y poder de Dios.

Los motivos que indujeron a una deshonestidad y presunción tales fueron probablemente el amor al dinero y a la alabanza. Aquél se manifiesta por lo común en forma de avaricia y codicia. Cuando llegó el momento en el que se esperaban sacrificio y generosidad, Ananías deseó conservar sus bienes; y al pretender dar a la iglesia todo lo que poseía, esperaba seguir disponiendo del fondo reservado para los pobres. Y también, hubo la vana ambición de ser considerado como generoso y heroico sin la disposición de pagar el precio de ello. El que siguiesen estos impulsos y su avenencia en el pecado demuestran que Ananías y Safira habían sido infieles e hipócritas.

Por ello no es difícil comprender la dureza sorprendente del castigo que cayó sobre los pecadores. Con una intervención directa de poder divino fueron abatidos con muerte repentina. Dios quería proteger a su iglesia de impostores e intrusos; por esto leemos que como consecuencia de ello "de los demás, ninguno se atrevía

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juntarse con ellos". El efecto producido en los creyentes también fue notable: "Vino gran temor sobre toda la iglesia". La conexión parece poner de relieve la lección suprema del episodio, a saber, que la iglesia es un cuerpo que, como testigo de Cristo, debe mantenerse puro y santo ; y se podría agregar que la consagración no se puede someter a mejor prueba que a la de la práctica de los cristianos en materia de diezmos y ofrendas.

LA PRIMERA PERSECUCIÓN (CAP. 5: 12-42)

Con un acto de dura disciplina Dios había protegido a la iglesia de corrupción interior; ahora extiende la mano para librar a la iglesia de peligros exteriores. Algo antes, Pedro y Juan habían chocado con los dirigentes judíos y habían sido encarcelados y amenazados; ahora se presenta una oposición más grave: no sólo dos, sino todos los apóstoles son puestos bajo arresto; no sólo se los amenaza, sino que son golpeados. Esta fue la primera verdadera persecución de la iglesia cristiana.

LA OCASIÓN (CAP. 5: 12-16)

Por obra de los apóstoles se producían en el pueblo muchas señales milagrosas y prodigios. Los creyentes se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón, y nadie de los otros se atrevía a unirse a ellos, pero el pueblo los tenía en gran estima. Más aún, cantidad de hombres y mujeres llegaban a creer en el Señor, aumentando así su número. La gente incluso sacaba a los enfermos a las calles y los colocaba en camas y camillas por donde iba a pasar Pedro, para que por lo menos su sombra cubriera a alguno de ellos.

Acudían multitudes de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo a sus enfermos y a personas atormentadas por espíritus malos, y todos eran sanados.

La ocasión para perseguir a la iglesia dio lugar al rápido crecimiento en el número de creyentes, y la violenta envidia consiguiente de los saduceos. Este crecimiento se debió en no escasa medida a los milagros extraordinarios que los apóstoles realizaban, y al testimonio, que estos milagros rubricaban, que los apóstoles ciaban en forma del todo pública cuando los cristianos se reunían a diario en el pórtico de Salomón dentro del recinto del templo. Los milagros eran tan extraordinarios que se hablaba de ellos hasta en el último rincón de la ciudad santa, y se sacaban los enfermos a las calles con la esperanza de que la sola sombra de Pedro al pasar pudiera curarlos. La conmoción se extendió fuera de Jerusalén, y de las ciudades vecinas traían a los enfermos y endemoniados, y eran sanados.

ENCARCELAMIENTO Y LIBERACIÓN (CAP. 5: 17-25)

El sumo sacerdote y toda su gente, que eran el partido de los saduceos, decidieron actuar en la forma más enérgica. Apresaron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero un ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel durante la noche y los sacó fuera, diciéndoles: Vayan, hablen en el Templo y anuncien al pueblo el mensaje de vida. Entraron, pues, en el Templo al amanecer, y se pusieron a enseñar.

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Mientras tanto el sumo sacerdote y sus partidarios reunieron al Sanedrín con todos los ancianos de Israel y enviaron a buscar a los prisioneros a la cárcel. Pero cuando llegaron los guardias no los encontraron en la cárcel. Volvieron a dar la noticia y les dijeron: Hemos encontrado la cárcel perfectamente cerrada y a los centinelas fuera, en sus puestos, pero al abrir las puertas no hemos encontrado a nadie dentro.

El jefe de la policía del Templo y los jefes de los sacerdotes quedaron desconcertados al oír esto y se preguntaban qué podía haber sucedido. En esto llegó uno que les dijo: "Los hombres que ustedes encarcelaron están ahora en el Templo enseñando al pueblo.

El encarcelamiento y liberación de los apóstoles se describen con dramático vigor. Los dirigentes judíos, cuyas amenazas habían sido desatendidas, locos de celos y odio, echaron mano de los apóstoles "y los pusieron en la cárcel pública", con la intención de juzgarlos y darles muerte; pero de noche un ángel del Señor abrió las puertas y envió a los prisioneros a predicar en el templo el mensaje evangélico que se designa en forma hermosa como "las palabras de esta vida", las buenas nuevas de la vida que es vida de verdad. Es poco juicioso negar la intervención de los ángeles o poner en duda un acontecimiento sobrenatural en este capítulo de milagros. Probablemente la mayoría de cristianos harían bien en creer sin reservas en el poder protector de esos "espíritus ministradores" los cuales son "enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación". Evidentemente los alguaciles que refirieron la desaparición de los prisioneros no dieron ninguna explicación al concilio judío; y es cierto que la sorpresa y la angustia de este cuerpo, en nada se redujeron cuando se les dijo que los apóstoles estaban en el templo enseñando al pueblo.

EL SEGUNDO ARRESTO (CAP. 5: 26-32)

El jefe de la guardia fue con sus ayudantes y los trajeron, pero sin violencia, porque tenían miedo de ser apedreados por el pueblo. Los trajeron y los presentaron ante el Consejo. El sumo sacerdote los interrogó diciendo: Les habíamos advertido y prohibido enseñar en nombre de ése. Pero ahora en Jerusalén no se oye más que su predicación, y quieren echarnos la culpa por la muerte de ese hombre.

Pedro y los apóstoles respondieron: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de un madero. Dios lo exaltó y lo puso a su derecha como Jefe y Salvador, para dar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de esto y lo es también el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que le obedecen.

Cuando vuelven a arrestar y a procesar a los apóstoles, la reprensión que hacen los dirigentes y la respuesta de los apóstoles indican la ansiedad desesperada de aquéllos y la confianza tranquila de éstos. Los jueces ocupan el lugar de criminales encausados, y rechazan que los seguidores de Jesús traten de hacer caer sobre ellos la responsabilidad por su muerte. La respuesta de Pedro los sobresalta. Los acusa con valentía de asesinato por haber hecho crucificar a Jesús; pero afirma que Jesús ha resucitado, que ocupa una posición de poder supremo, y que por su nombre todos los que se arrepienten pueden conseguir el perdón; declara que los apóstoles, como testigos de estas verdades, están de acuerdo con el Espíritu Santo.

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Lo más sorprendente de todo es su valiente afirmación: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres". Con ello sitúa a un lado al concilio supremo de los judíos, y en el otro a Dios y a los seguidores de Cristo. En ello no hay tan sólo un desafío a sus jueces, sino una nueva y valiente afirmación de que la iglesia cristiana es independiente del Estado judío.

LA DEFENSA DE GAMALIEL (CAP. 5: 33-39)

Ellos escuchaban rechinando los dientes de rabia y querían matarlos. Entonces se levantó uno de ellos, un fariseo llamado Gamaliel, que era doctor de la Ley y persona muy estimada por todo el pueblo. Mandó que hicieran salir a aquellos hombres durante unos minutos y empezó a hablar así al Consejo:"Colegas israelitas, no actúen a la ligera con estos hombres. Recuerden que tiempo atrás se presentó un tal Teudas, que pretendía ser un gran personaje y al que se le unieron unos cuatrocientos hombres.

Más tarde pereció, sus seguidores se dispersaron y todo quedó en nada. Tiempo después, en la época del censo, surgió Judas el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí. Pero también éste pereció y todos sus seguidores se dispersaron. Por eso les aconsejo ahora que se olviden de esos hombres y los dejen en paz. Si su proyecto o su actividad es cosa de hombres, se vendrán abajo. Pero si viene de Dios, ustedes no podrán destruirlos, y ojalá no estén luchando contra Dios.

El Consejo le escuchó"

La defensa de Gamaliel redujo en cierto modo la ira de los dirigentes, y es probable que salvase la vida de los apóstoles. Gamaliel era un fariseo de amplia reputación y reconocida capacidad. Incluso ante un concilio compuesto en su mayor parte de saduceos, sus palabras convencieron e influyeron decisivamente en la decisión tomada. Aconsejó inacción, espera, precaución: "Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios". Argumentó a base de dos ejemplos históricos de levantamientos populares que habían fracasado rotundamente; los de Teudas y de Judas, quienes unos años antes habían hecho un llamamiento a las esperanzas nacionalistas de los judíos, habían intentado rebelarse contra la dominación romana, y habían perecido miserablemente. Así también, arguyó Gamaliel, iban a acabar los apóstoles a no ser que, tal vez, fuesen portadores de un mensaje divino. Este consejo no fue perfecto; no fue del todo valiente; no propuso esforzarse por sopesar las pruebas y descubrir la verdad; pero estuvo muy lejos de la rabiosa intolerancia que había dominado en el tribunal judío. Censuró la impaciencia que suele ser la causa de la persecución y el fanatismo. Un consejo así es a menudo necesario; siempre es muchísimo mejor que recurrir a la violencia, o a la sugerencia de que la fuerza hace el derecho

CASTIGO Y LIBERACIÓN (CAP. 5:40 – 42)

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Y mandaron entrar de nuevo a los apóstoles. Los hicieron azotar y les ordenaron severamente que no volviesen a hablar de Jesús Salvador. Después los dejaron ir. Los apóstoles salieron del Consejo muy contentos por haber sido considerados dignos de sufrir por el Nombre de Jesús. Y durante todo el día no cesaban de enseñar y proclamar a Jesús, el Mesías, en el Templo y por las casas.

El concilio judío siguió sólo en parte la sugerencia de Gamaliel. Decidieron poner en libertad a los apóstoles, pero antes los amenazaron y los castigaron con flagelación. Fue probablemente el primer sufrimiento físico que los seguidores de Cristo soportaron. Los apóstoles quedaron impertérritos; se alegraron de haber sido considerados dignos de sufrir por el nombre de su Señor; siguieron dando testimonio con toda intrepidez, porque con su intervención Dios había dado su aprobación a la declaración de libertad del Estado judío que ellos habían proclamado, y les había dado seguridad en cuanto a su poder y propósito de libertad para la iglesia que da testimonio de Cristo.

LA PRIMERA ORGANIZACIÓN (CAP. 6: 1-7)

Por aquellos días, como el número de los discípulos iba en aumento, hubo quejas de los llamados helenistas contra los llamados hebreos, porque según ellos sus viudas eran tratadas con negligencia en la atención de cada día. Los Doce reunieron la asamblea de los discípulos y les dijeron: "No es correcto que nosotros descuidemos la Palabra de Dios por hacernos cargo de las mesas.

Por lo tanto, hermanos, elijan entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu y de sabiduría; les confiaremos esta tarea" mientras que nosotros nos dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la Palabra. Toda la asamblea estuvo de acuerdo y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás, que era un prosélito de Antioquía.

Los presentaron a los apóstoles, quienes se pusieron en oración y les impusieron las manos. La Palabra de Dios se difundía; el número de los discípulos en Jerusalén aumentaba considerablemente, e incluso un buen grupo de sacerdotes había aceptado la fe.

La primera dificultad que surgió en la iglesia primitiva fue en relación con la distribución de los fondos para ayuda de los pobres. "Hubo murmuración" de los judío-cristianos de habla griega en contra de los de lengua hebrea, siendo la acusación que "las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria". Es probable que la queja tuviese fundamento, aunque el problema no se debía a falta voluntaria, va que no se trató de resolverlo castigando a culpables o exigiendo mayor igualdad en la distribución diaria, sino ofreciendo ayuda personal a los apóstoles quienes eran los responsables de dicha tarea. El trabajo se había hecho agobiante, "como creciera el número de los discípulos" y entre tantos que necesitaban ayuda, las viudas que no tenían a nadie que las representase, y que no sabían hablar hebreo, pudieron muy bien quedar relegadas al olvido. Sin embargo, sí parece que los cristianos de habla griega eran suspicaces y amenazaban con crear un conflicto serio.

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Los apóstoles mostraron gran sabiduría en la solución de la dificultad; convocaron a los miembros de la iglesia y aconsejaron la elección (le siete hombres a quienes se les pudiese confiar el cuidado de los pobres. Se ve, pues, que la iglesia fue democrática desde sus mismos comienzos; su gobierno no fue el de un clericalismo autoritario, sino el de una república cristiana. El pueblo fue quien eligió, aunque a los nuevos oficiales los ordenaron los apóstoles, quienes oraron y les impusieron las manos, para indicar que quedaban solemnemente nombrados para su nueva misión. Debe advertirse también que entre los oficiales de la iglesia se hace distinción; una clase era para "servir a las mesas", para administrar las finanzas y cuidar de los necesitados; y la otra era para dedicarse a la predicación y a la oración. Esta regulación en cuanto al ministerio de la iglesia muestra cómo se desarrolló el gobierno de la iglesia, no estableciendo de antemano un sistema elaborado de normas y oficios, sino por libre determinación con la que se daba solución a los problemas creados por nuevas circunstancias a medida que se iban presentando.

La indicación de los apóstoles también muestra cuál ha de ser la índole moral de los hombres que estén calificados para servir como oficiales de la iglesia, aun cuando su ministerio se ocupe sólo de fianzas y asuntos temporales. Debían ser "de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría". La integridad y perspicacia no eran suficientes; también se requería espiritualidad.

La elección produjo la selección de siete hombres, todos de nombre griego. Esto no demuestra, sin embargo, que todos fueran griegos, ya que tales nombres eran comunes entre los judíos y se hallan incluso en la lista de los doce apóstoles. Quizá indica, empero, que la mayoría eran de habla griega y fueron escogidos para complacer al grupo que se había sentido agraviado.

El efecto de esta nueva reglamentación se manifestó de inmediato en el crecimiento más rápido de la iglesia. Esto se debió al espíritu de armonía que se había producido, y además al hecho de que los apóstoles desde entonces estuvieron más libres de deberes onerosos y pudieron consagrarse del todo a la predicación del evangelio. Incluso "muchos de los sacerdotes" creyeron. Estos hombres tenían mucho más que perder que los demás con el cambio de fe, y su conversión pone en relieve más elocuente el rápido avance de la causa cristiana.

Es muy probable que este incidente sea el origen del oficio de "diácono". No se designa con este nombre a los siete, pero sus deberes parece que fueron los que realizaban los diáconos en la iglesia primitiva, y es lógico concluir que esta forma importante de servicio cristiano se organizó por primera vez en esa ocasión.

El párrafo está lleno de sugerencias para la dirección de tales oficiales y también para todos los interesados en los asuntos de beneficencia cristiana:

1. Es deber obvio de la iglesia en todo lugar ayudar a sus miembros necesitados.

2. Esta ayuda requiere discernimiento y esmero, si no se quiere que los más necesitados queden olvidados.

3. La administración de la ayuda debe incluir contactos y compasión personales, y nunca debería ser mecánica e institucional. Debería ayudar y, a ser posible, conducir al sostenimiento personal.

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4. Esta obra exige el que se nombren oficiales especiales. El "ministro" debe estar libre de los detalles relacionados con la obtención y administración de fondos.

5. Se debe dejar que el ministro dedique el tiempo al estudio, la predicación y la oración.

6. La ayuda a los pobres, o el servicio social de cualquier clase, nunca puede ocupar el lugar del esfuerzo evangelístico.

7. Todos los oficiales de la iglesia son verdaderos "ministros" o "servidores", y no señores o amos de la iglesia; y cualquiera que sea la forma en que sirvan, deberían tratar de dar testimonio de Cristo, como lo sugieren los episodios de Esteban y Felipe, dos diáconos cuyo testimonio público constituye una parte importante de la historia que sigue a continuación.

EL PRIMER MARTIRIO (CAPS. 6: 8 AL 8: 3)

EL ARRESTO Y ACUSACIÓN DE ESTEBAN (CAP. 6: 8-15)

Esteban, hombre lleno de gracia y de poder, realizaba grandes prodigios y señales milagrosas en medio del pueblo. Se le echaron encima algunos de la sinagoga llamada de los libertos y otros llegados de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia. Se pusieron a discutir con Esteban, pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Al no poder resistir a la verdad, sobornaron a unos hombres para que afirmaran: "Hemos oído hablar a este hombre contra Moisés y contra Dios.

Con esto alborotaron el pueblo, a los ancianos y a los maestros de la Ley; llegaron de improviso, lo arrestaron y lo llevaron ante el Sanedrín. Allí se presentaron testigos falsos que declararon: "Este hombre no cesa de hablar contra nuestro Lugar Santo y contra la Ley. Le hemos oído decir que Jesús el Nazareno destruirá este Lugar Santo y cambiará las costumbres que nos dejó Moisés.

En ese momento todos los que estaban sentados en el Sanedrín fijaron los ojos en Esteban, y su rostro les pareció como el de un ángel.

La elección de "diáconos" puso en primer plano a uno cuya cultura griega y simpatías lo ayudaron a superar los estrechos prejuicios del judaísmo y a caer en la cuenta del carácter universal del cristianismo. Esteban había sido nombrado para cuidar de los creyentes necesitados a fin de que los apóstoles estuvieran libres para la predicación ; sin embargo su propio testimonio público era tan valiente, tan claro, tan convincente, que el martirio lo selló, y marcó una época en la historia de la iglesia. La vida de este "laico" subraya la verdad de que la evangelización del mundo no la pueden llevar a cabo por sí solos los "ministros" ordenados, a no ser que su testimonio esté sostenido con el de todos los miembros de la iglesia según sus capacidades y oportunidades.

La índole de Esteban está claramente descrita; era "de buen testimonio, lleno del Espíritu Santo y de sabiduría”; luego, era "varón lleno de fe y del Espíritu Santo”; estaba "lleno de gracia y de poder". Este "poder" se manifestó en que "hacía grandes prodigios-y señales entre el pueblo", pero también se descubría en su

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ardiente elocuencia y en su habilidad en las discusiones. Esto se demostró al "disputar" con respecto a Cristo con hombres de su propia raza, que negaban su testimonio, cuando él hablaba en su sinagoga. Era la sinagoga "llamada de los libertos, y de los de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de Asia". Los "libertos" eran descendientes de los judíos que habían sido llevados cautivos a Roma un siglo antes y luego "libertados". Los Cireneos y los alejandrinos procedían de África del Norte; Cilicia y Asia eran provincias de la actual Asia Menor. Cuando los judíos griegos de varias procedencias acudieron a residir en Jerusalén, se construyeron una de las muchas sinagogas de la Ciudad Santa. La mención de Cilicia es la más significativa de todas; su capital era Tarso, y de esa ciudad estaba entonces en Jerusalén un joven fariseo llamado Saulo. Es casi cierto que Saulo se encontró con Esteban en la sinagoga, y que dicho encuentro afecto tanto su propia vida como la historia del mundo.

Cualesquiera que fuesen los dirigentes de dicha sinagoga, al oponerse a Esteban, "no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba". Sus celos y furor se convirtieron en odio mortal y asesino. Sobornaron a hombres para que dijeran que lo habían oído "hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios". Agitaron contra el al pueblo y a los dirigentes; consiguieron su arresto y luego su proceso ante el tribunal supremo de los judíos. Pusieron testigos falsos que lo acusaron de "hablar palabras blasfemas contra este Lugar canto y contra la ley", y de afirmar que Jesús destruiría el templo y cambiaria los ritos que Moisés había establecido.

Es difícil, por solo el relato, comprender con exactitud la índole de la acusación hecha a Esteban. Es evidente que fue en parte verdad; sin embargo, sus palabras habían sido tergiversadas, y una acusación de tal género siempre es difícil de refutar. Después de leer la defensa que sigue, esta muy claro, sin embargo, que al dar testimonio de Jesús, Esteban había predicho la destrucción de Jerusalén, la desaparición del judaísmo, el carácter universal del cristianismo, y el regreso del Señor. Estas verdades habían sido interpretadas y falseadas de tal modo, que dieron pie a la acusación de blasfemia. Esteban fue procesado por ello. Con anterioridad, solo los saduceos se habían mostrado contrarios a los dirigentes de la iglesia; pero es fácil ver como el pueblo y los fariseos fueron incitados, el pueblo por amor excesivo a la ciudad y el templo de los cuales Vivian, y los fariseos debido a su celo por la ley cuya santidad, creían, había sido atacada. Ahora mas que nunca estuvo lleno del Espíritu Santo; "todos los que estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en el, vieron su rostro como el rostro de un ángel". Los testigos mas fieles de Cristo deben esperar oposición, odio, y difamación; pero el Espíritu Santo les daré sabiduría y fortaleza en la hora de necesidad, e iluminara sus rostros con una luz que incluso los enemigos comprenderán que no es de la tierra.

LA DEFENSA DE ESTEBAN (CAP. 7: 1-53)

Entonces el sumo sacerdote le preguntó: "¿Es verdad lo que dicen?" Esteban respondió: "Hermanos y padres, escúchenme: El Dios glorioso se apareció a nuestro padre Abrahán mientras estaba en Mesopotamia, antes de que fuera a vivir a Jarán, y le dijo: "Deja tu país y tu parentela y vete al país que te indicaré. Entonces abandonó el país de los caldeos y se estableció en Jarán.

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Después de la muerte de su padre, Dios hizo que se trasladara a este país en que ustedes habitan ahora. Y no le dio en él propiedad alguna, ni siquiera un pedacito de tierra donde poner el Pie, sino que le prometió dárselo en posesión a él y a su descendencia después de él. Se lo dijo a pesar de que no tenía hijos. Dios le habló así: "Tus descendientes vivirán en tierra extranjera y serán esclavizados y maltratados durante cuatrocientos años.

Pero yo pediré cuentas a la nación a la que sirvan como esclavos. Después saldrán y me darán culto en este lugar. Luego hizo con él el pacto de la circuncisión. Y así, al nacer su hijo Isaac, Abrahán lo circuncidó al octavo día. Lo mismo hizo Isaac con Jacob, y Jacob con los doce patriarcas. Los patriarcas se pusieron celosos de José, hasta que lo vendieron, y fue llevado a Egipto.

Pero Dios estaba con él y lo libró de todas sus tribulaciones; le concedió sabiduría y lo hizo grato a los ojos de Faraón, rey de Egipto, que lo nombró gobernador de Egipto y de toda su casa. Sobrevino el hambre por toda la tierra de Egipto y de Canaán, y la miseria fue tan enorme que nuestros padres no encontraban qué comer. Al enterarse Jacob de que había trigo en Egipto, mandó allí a nuestros padres una primera vez.

La segunda vez José se dio a conocer a sus hermanos y así Faraón conoció a la raza de José. Luego José mandó buscar a su padre Jacob con toda su familia, que se componía de setenta y cinco personas. Jacob entonces bajó a Egipto, donde murió él, y más tarde también nuestros padres. Sus cuerpos fueron llevados a Siquem y descansan en la tumba que Abrahán había comprado en Siquem a los hijos de Hamor por cierta suma de plata.

Ya se iba acercando el tiempo de la promesa que Dios había hecho a Abrahán; el pueblo creció y se multiplicó en Egipto, hasta que llegó otro rey a Egipto que no había conocido a José. Este rey, actuando con astucia contra nuestra raza, obligó a nuestros padres a que abandonaran a sus hijos recién nacidos para que no tuvieran más familia. Fue en ese tiempo cuando nació Moisés, al que Dios amaba.

Durante tres meses fue criado en la casa de su padre, y cuando tuvieron que abandonarlo, la hija de Faraón lo recogió y lo crió como hijo suyo. Así Moisés fue educado en toda la sabiduría de los egipcios, y llegó a ser poderoso en sus palabras y en sus obras. Tenía cuarenta años cumplidos cuando sintió deseos de visitar a sus hermanos, los israelitas.

Al ver cómo uno de ellos era maltratado, salió en defensa del oprimido y mató al egipcio. ¿Comprenderían sus hermanos que Dios lo enviaba a ellos como un libertador? Moisés lo creía, pero ellos no lo entendieron. Al día siguiente vio a dos israelitas que se estaban peleando y trató de pacificarlos, diciéndoles: "Ustedes son hermanos, ¿por qué se hacen daño el uno al otro?"

Pero el que maltrataba a su compañero lo rechazó diciendo: ¿Quién te ha nombrado jefe y juez sobre nosotros? ¿Quieres matarme a mí como hiciste ayer con el egipcio? Al oír esto Moisés huyó y fue a vivir en la tierra de Madián, donde tuvo dos hijos. Pasados cuarenta años se le apareció un ángel en el desierto del monte Sinaí en la llama de una zarza que ardía.

Moisés quedó perplejo ante esta visión y, al acercarse para mirar, oyó la voz del Señor: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Moisés

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sintió tanto miedo que no se atrevía ni a mirar. Pero el Señor le dijo: "Quítate las sandalias, porque el lugar que estás pisando es tierra santa. He visto cómo maltratan a mi pueblo en Egipto, he oído su llanto y he bajado para liberarlo.

Y ahora ven, que te voy a enviar a Egipto. A este Moisés, al que rechazaron diciendo: "¿Quién te nombró jefe y juez?", Dios lo envió como jefe y libertador, con la asistencia del ángel que se le apareció en la zarza. Y los hizo salir de aquel país, realizando prodigios y señales en Egipto, en el mar Rojo y en el desierto durante cuarenta años. Este Moisés es el que dijo a los israelitas: "Dios les dará un profeta como yo de entre sus hermanos.

Este es el que estaba con nuestros padres en la asamblea del desierto, con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y el que recibió las palabras de vida para comunicárselas a ustedes. Nuestros padres no quisieron obedecerle, lo rechazaron y pensaron volverse a Egipto. Incluso dijeron a Aarón: "Danos dioses que vayan delante de nosotros, porque no sabemos qué ha sido de este Moisés que nos sacó de Egipto.

Y fabricaron en aquellos días un becerro, ofrecieron sacrificios al ídolo y festejaron la obra de sus manos. Entonces Dios se apartó de ellos y dejó que adoraran a los astros del cielo, como está escrito en el Libro de los Profetas: "¿Acaso me ofrecieron ustedes víctimas y sacrificios durante cuarenta años en el desierto?" Más bien llevaban con ustedes la tienda de Moloc y la estrella del dios Refán, imágenes que ustedes mismos se fabricaron para adorarlas.

Por eso yo los desterraré más allá de Babilonia. Nuestros padres tenían en el desierto la Tienda del Testimonio; el que hablaba a Moisés le había ordenado que la fabricara según el modelo que había visto. Después de recibirla, nuestros padres la introdujeron, al mando de Josué, en la tierra conquistada a los paganos, a quienes Dios expulsó delante de ellos. Esto duró hasta los días de David.

David agradó a Dios y quiso darle un lugar donde descansara entre los hijos de Jacob. De hecho fue Salomón quien le edificó un templo. En realidad, el Altísimo no vive en casas fabricadas por manos de hombres, como dice el Profeta: El cielo es mi trono y la tierra el apoyo de mis pies. ¿Qué casa me podrían edificar?, dice el Señor. ¿Cuál sería el lugar de mi descanso?

¿No fui yo quien hizo todas estas cosas? Ustedes son un pueblo de cabeza dura, y la circuncisión no les abrió el corazón ni los oídos. Ustedes siempre resisten al Espíritu Santo, al igual que sus padres. ¿Hubo algún profeta que sus padres no hayan perseguido? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, y ustedes ahora lo han entregado y asesinado;" ustedes, que recibieron la Ley por medio de ángeles, pero que no la han cumplido.

La defensa de Esteban fue una argumentación histórica para desmentir la acusación de blasfemia que se le había hecho y probar la culpabilidad de sus jueces por su incredulidad criminal. Fue histórica: en ella muestra ante todo su sabiduría, porque sólo así podía mantener por un tiempo el interés del hostil tribunal judío y refrenar su ira; escucharían por necesidad relatos acerca de sus propios patriarcas y héroes. También fue una argumentación; no fue una revisión deshilvanada ni un simple resumen de historia hebrea, sino que cada afirmación e incidente fue un

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eslabón en la cadena lógica, y cuando formuló la conclusión, ésta se basó en cada una de las frases pronunciadas. Vindicó a Esteban y probó la culpabilidad de los dirigentes, de modo que al llegar al punto culminante no les quedó más remedio que matar a su acusador o confesar su pecado.

La argumentación elabora dos temas paralelos:

1. La revelación de Dios había sido siempre progresiva, y nunca había estado confinada al templo.

2. Los mensajeros de Dios primero habían sido repudiados, pero luego aceptados como nombrados por Dios para comunicar su mensaje. El primero está sintetizado en las palabras: "El Altísimo no habita en templos hechos de mano”; el segundo en la afirmación: "Como vuestros padres, así también vosotros". El primero demuestra que Esteban está libre de blasfemia; el segundo prueba la culpabilidad de sus jueces por oponerse a la voluntad de Dios.

3. Esteban había sido acusado de blasfemia por haber afirmado que a Dios se le podía adorar sin el templo y sus ritos; pero, con alusiones a la historia sagrada, les recordó a sus oyentes en su primera frase que "el Dios de la gloria apareció a... Abraham, estando en Mesopotamia" —es decir, fuera de la Tierra Santa y del templo—, del mismo modo se había revelado a José en Egipto, y a Moisés en el desierto. Incluso cuando el templo ya había sido edificado, Salomón, en su oración de dedicación, le había recordado al pueblo que el Altísimo no podía confinarse al recinto de ningún edificio. Paso a paso, la revelación de Dios se había ido perfeccionando, y había culminado en Cristo; así parece argumentar Esteban: primero Dios se reveló por medio de un hombre, luego de una familia, después de una nación, más tarde de un ceremonial, y por fin de su Hijo. Toda la historia judía se había encaminado hacia la aparición del Mesías como a su meta; y ahora, a través de Cristo, los creyentes pueden adorar a Dios no sólo en el Monte Santo y en el templo, sino dondequiera que se dirijan a él en "espíritu y verdad". Dios tiene un mensaje para cada uno de nosotros aun cuando nos rodeen paganos e incrédulos, como a Abraham en Mesopotamia; o cuando estemos encarcelados y solos, como José en Egipto; o cuando la presunción y la ira nos lleven a algún desierto, como Moisés; o cuando rindamos culto por medio de algún ritual, como en el tabernáculo; o cuando nos postremos bajo las bóvedas majestuosas de algún templo, como hizo Salomón. Sin embargo, cualquier experiencia debe considerarse que tiene como finalidad dirigirnos a Cristo, y conducirnos a hallar intimidad con Dios en él.

4. En su segunda demostración, apoyada también en la historia, Esteban muestra cómo la incredulidad ha sido siempre lerda en aceptar los mensajes y los mensajeros de Dios. Incluso Abraham se demoró en Harán hasta que su padre hubo muerto. A José lo envidiaron sus hermanos y lo vendieron a Egipto, pero más tarde se convirtió en el salvador de su familia. A Moisés su propia nación incrédula lo exilió, e incluso después de haber conducido al pueblo hasta Sinaí, éste lo abandonó; pero, una vez vuelto, demostró ser su libertador. También Jesús, el Hijo divino de Dios, había aparecido; pero, tal como Esteban argumenta, estos dirigentes judíos lo habían envidiado, repudiado y crucificado, aunque un día regresaría y un pueblo arrepentido lo acogería. Así pues los dirigentes, en su ciega adhesión

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a Moisés, de quien según ellos Esteban había blasfemado por haber proclamado a Cristo, en realidad se oponían al profeta, porque éste había predicho la venida de Cristo; decían guardar la ley, pero conculcaban su espíritu, y con su oposición a su Hijo lo que realmente hacían era oponerse y desafiar a Dios. Así pues, quien hoy día le niega lealtad a Cristo se opone a Dios, y excluye de su propia vida al Único que puede darle claridad y gozo. Un día, este Cristo volverá y el que fue escarnecido y crucificado será aclamado como Rey universal y todo el mundo se regocijará en la alegría de su reino.

LA MUERTE DE ESTEBAN (CAPS. 7: 54 AL 8: 3)

Al oír este reproche se enfurecieron y rechinaban los dientes de rabia contra Esteban. Pero él, lleno del Espíritu Santo, fijó sus ojos en el cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús a su derecha, y exclamó: "Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre a la derecha de Dios. Entonces empezaron a gritar, se taparon los oídos y todos a una se lanzaron contra él.

Lo empujaron fuera de la ciudad y empezaron a tirarle piedras. Los testigos habían dejado sus ropas a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras era apedreado, Esteban oraba así: "Señor Jesús, recibe mi espíritu. Después se arrodilló y dijo con fuerte voz: "Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y dicho esto, se durmió en el Señor.

Saulo estaba allí y aprobaba el asesinato. Este fue el comienzo de una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron un gran duelo por él. Saulo, por su parte, trataba de destruir a la Iglesia. Entraba casa por casa, hacía salir a hombres y mujeres y los metía en la cárcel.

En la defensa de Esteban las dos grandes ternas convergieron en un solo punto. De repente comprendieron sus jueces que cada una de las referencias históricas que había utilizado indicaban la misión divina de Jesucristo, ponían de relieve su propia culpabilidad y vergüenza en haberlo repudiado y crucificado. No sorprende, pues, que "se enfurecían en sus corazones" y que "crujían los dientes contra él" y que "echándole fuera de la ciudad, le apedrearon". Es evidente que no aguardaron sentencia oficial alguna, ni la confirmación del gobernador romano. Actuaron impulsados por rabia ciega y crueldad despiadada. La indefensa víctima, según la costumbre, fue colocada en una roca elevada, con las manos atadas a la espalda, y empujada para que la caída le produjera la muerte; pero como seguía con vida y se pusiera de rodillas para orar, lo apedrearon hasta darle muerte.

En esta hora de peligro y angustia, Esteban estuvo lleno del Espíritu Santo y experimentó lo que ha sido concedido a otras víctimas inocentes que han dado valiente testimonio de Cristo. Primero, tuvo una visión más clara de su Señor: "Vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios". La fe ha otorgado esta visión beatífica a muchos héroes que han dado valiente testimonio de Cristo. En segundo lugar, se le dio espíritu de perdón. Al igual que su Maestro, pudo orar: "Señor, no les tomes en cuenta este pecado". Sólo el poder de Cristo lo capacita a

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uno para orar así. En tercer lugar, la paz de Cristo se enseñoreó de su corazón en esos momentos de agonía suprema. Entre esa granizada de piedras y esos gritos de odio, "durmió". A quienes son fieles hasta la muerte les ha sido a menudo concedida la misma paz divina. Por fin, recibió una "corona de vida". Su nombre significa "corona" y estamos seguros de que esto era lo que le aguardaba, al igual que aguarda a todos los que son fieles a su Señor y esperan su aparición. Sin embargo hubo una recompensa de valor incalculable en la influencia que nació del testimonio de este primer mártir. Estuvo presente como testigo "un joven que se llamaba Saulo". Probablemente es cierto que "si Esteban no hubiera orado así, Pablo no hubiera predicado", y no cabe duda que la corona más brillante que se les da a quienes sufren por el nombre de Cristo consiste en la imperecedera influencia que ejercen en quienes son testigos de su heroísmo y valor.

La muerte de Esteban, sin embargo, tuvo una con-secuencia inmediata y sorprendente. Prendió la llama de una fiera persecución. Saulo fue el líder de la misma. Produjo la dispersión de los cristianos "por las tierras de Judea y de Samaria". Supuso dolor, pena, separación, sufrimientos, pérdidas; pero también resultó de ella una predicación más vasta del evangelio. Hasta entonces la iglesia no había hecho esfuerzo alguno para ciar testimonio de Cristo fuera de Jerusalén; la persecución que se suscitó en relación con la muerte de Esteban fue la ocasión de un movimiento que iba a llevar las buenas nuevas de salvación "hasta lo último de la tierra".

CAPITULO 2: LA TRANSFORMACIÓN DE LA IGLESIA / EL TESTIMONIO EN SAMARIA & JUDEA (CAPS. 8: 4 AL 12:25)

LA PREDICACIÓN DE FELIPE (CAP. 8: 4-40)

EL EVANGELIO EN SAMARIA (CAP. 8: 4-25)

Mientras tanto, los que se habían dispersado anunciaban la Palabra en los lugares por donde pasaban. Así Felipe anunció a Cristo a los samaritanos en una de sus ciudades adonde había bajado. Al escuchar a Felipe y ver los prodigios que realizaba, toda la población se interesó por su predicación. Pues espíritus malos salían de los endemoniados dando gritos, y varios paralíticos y cojos quedaron sanos.

Hubo, pues, gran alegría en aquella ciudad. Había llegado a aquella ciudad antes que Felipe un hombre llamado Simón. Tenía muy impresionada a la gente de Samaria con sus artes mágicas y se hacía pasar por un gran personaje. Todos estaban pendientes de él, pequeños y grandes, y decían: "Este es el poder de Dios", pues se hablaba de un tal "gran poder de Dios".

Desde hacía tiempo los tenía alucinados con sus artes mágicas, y la gente lo seguía. Pero cuando Felipe les habló del Reino de Dios y del poder salvador de Jesús, el Mesías, tanto los hombres como las mujeres creyeron y empezaron a bautizarse.

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Incluso Simón creyó y se hizo bautizar. No se separaba de Felipe, y no salía de su asombro al ver las señales milagrosas y los prodigios que se realizaban.

Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén tuvieron noticia de que los samaritanos habían aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, ya que todavía no había descendido sobre ninguno de ellos y sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Pero entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.

Al ver Simón que mediante la imposición de las manos de los apóstoles se transmitía el Espíritu, les ofreció dinero, diciendo: "Denme a mí también ese poder, de modo que a quien yo imponga las manos reciba el Espíritu Santo. Pedro le contestó: "¡Al infierno tú y tu dinero! ¿Cómo has pensado comprar el Don de Dios con dinero?" Tú no puedes esperar nada ni tomar parte en esto, porque tus pensamientos no son rectos ante Dios.

Arrepiéntete de esa maldad tuya y ruega al Señor que te perdone por tus intenciones, si es posible. Porque en tus caminos solamente veo amargura y lazos de maldad. Simón respondió: "Rueguen ustedes al Señor por mí, para que no venga sobre mí nada de lo que han dicho. Pedro y Juan dieron testimonio y, después de predicar la Palabra del Señor, volvieron a Jerusalén.

Por el camino evangelizaron varios pueblos de Samaria.

La predicación de Felipe inicia lo que se puede considerar una sección distinta en el relato de Hechos. Los siete primeros capítulos relatan la fundación de la iglesia; pero el testimonio que daba de Cristo quedaba confinado a la ciudad de Jerusalén, y los convertidos eran todos judíos de nacimiento. Estos cinco capítulos, del ocho al doce ambos inclusive, nos cuentan cómo las buenas nuevas fueron llevadas a Judea y Samaria, e incluso tan al norte como Antioquía, y cómo los gentiles fueron admitidos como miembros de la iglesia. Describen un período de transición; el horizonte de la iglesia se amplía, y se van preparando los grandes viajes misioneros de Pablo que llenan los restantes capítulos del libro. El interesante material de esta sección intermedia se agrupa alrededor de los nombres de Felipe, Saulo, Pedro, Cornelio, Bernabé y Herodes.

Este Felipe no era el apóstol del mismo nombre, sino uno de los siete "diáconos", a quien luego se le conoció con el nombre de "el evangelista". Este título no aparece en conexión con ningún otro nombre. No fue, desde luego, el único evangelista; pero su obra fue tan especial que un estudio de su actividad revela los grandes principios relativos a la predicación y métodos evangelísticos, y pone en relieve especial el poder del Espíritu de quien en último término depende el éxito en esta clase de trabajo.

Todos los creyentes se convirtieron en sentido real en evangelistas; porque leemos que "todos fueron esparcidos... salvo los apóstoles", y "pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio". El "pero" está lleno de significado. Si estos primeros cristianos llevaron las "buenas nuevas" más allá de Jerusalén se debió a la fiera persecución que se desencadenó sobre la iglesia, a la conscripción, al exilio, a la repatriación y a los fatigosos viajes. Así suele Dios sacar

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bien del mal; así han podido muchas veces los cristianos ver con mayor claridad el sendero del deber precisamente en horas tenebrosas. A este precio tan elevado también ha sido siempre proclamado el mensaje evangélico a "lo último de la tierra".

Entre estos fugitivos de Jerusalén muchos sin duda fueron igualmente fieles como Felipe, pero ninguno se hizo tan famoso como él. Huyó a Samaria, es probable que a su capital, y allá proclamó con tal poder la fe a causa de la cual había sido perseguido, que los acontecimientos resultantes han sido llamados "el Pentecostés Samaritano". En el primer día mismo de congregarse las multitudes, escucharon el testimonio acerca de Cristo, el mensaje del evangelio se vio confirmado con maravillosos milagros, muchos se convirtieron, y "había gran gozo en aquella ciudad", como lo hay en verdad en toda ciudad en la que el evangelio es proclamado con fidelidad.

El hecho significativo es que un judío predicara a samaritanos, y que samaritanos se regocijaran con el mensaje de un judío; porque se suponía que los judíos no se trataban con los samaritanos, y hasta entonces los judíos conversos habían predicado sólo a hombres de su misma raza. Aun esto, empero, fue menos sorprendente de lo que la conversión de gentiles lo iba a ser. Los samaritanos eran despreciados, pero sólo eran medio paganos y su religión en realidad venía a ser un judaísmo adulterado. Este fue un paso muy grande en la transformación de la iglesia, aunque fue el paso más sencillo; fue una transición natural hacia la posición de que gentiles y judíos constituyen un cuerpo en Cristo. Siguen existiendo prejuicios raciales, e incluso ciertos cristianos tienen una visión provinciana de la misión de la iglesia. Hoy día se requiere poner en vigor las lecciones de este capítulo y de los capítulos subsiguientes.

También es significativo que el hombre que luego fue conocido como "el evangelista" fuera un "laico", tal como muchos de sus sucesores más eminentes lo han sido. El ejemplo es un requerimiento, no a tener en menos la ordenación, porque Felipe fue ordenado como oficial en la iglesia y esto en vista de sus dotes intelectuales y espirituales, sino a utilizar todas las capacidades naturales y todas las oportunidades providenciales para ciar fiel testimonio de Cristo.

También hay que advertir que "el evangelista" laboró donde el evangelio no había sido proclamado; su labor fue la de un misionero moderno, y el término "evangelista" se usa con más precisión para describir a quien trabaja entre quienes todavía no han recibido las buenas nuevas de salvación.

Los incidentes sorprendentes dan fe del gran éxito de la labor que Felipe realizó en Samaria: el primero es la experiencia de Simón, el mago, y el segundo es el nuevo don del Espíritu Santo.

En las tradiciones de los primeros siglos este Simón el mago ocupa un lugar importante como enemigo de la iglesia. Por lo que se refiere al relato de Hechos, se nos presenta como un mago hábil y sin escrúpulos, quien con artimañas y engaños se ha aprovechado de la ignorancia y credulidad de sus seguidores para hacerles aceptar sus enseñanzas místicas aunque toscas, y sobre todo para enriquecerse con sus donativos. Había causado tanta impresión en la gente de Samaria que lo consideraban como la encarnación de un poder divino, y decían de él "éste es el

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gran poder de Dios". El éxito de Felipe se manifiesta, pues, por el hecho de que todo el pueblo dejó a Simón para ir a él, y de que "también Simón mismo creyó, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe". Desde luego que su fe era muy imperfecta; lo que sigue demuestra que no había experimentado ni verdadero arrepentimiento ni verdadera fe. Su influencia sobre el pueblo, sin embargo, había quedado destruida, y él mismo quedó convencido de que en el nombre de Jesús había un poder que nunca había conocido. Es, pues, el símbolo de los falsos maestros religiosos, de antes y de ahora, místicos, engañadores, egoístas, quienes se han opuesto al evangelio, pero han sido derrotados por el mismo.

El don del Espíritu Santo fue otorgado a los samaritanos conversos por medio de los apóstoles, Pedro y Juan, quienes fueron enviados desde Jerusalén para investigar acerca de la actuación de Felipe. Este don, en este caso, no denota el acostumbrado influjo del Espíritu que produce arrepentimiento, fe y santidad, sino los "dones" extraordinarios y milagrosos que a menudo se les concedieron a los creyentes, en especial en los primeros tiempos de la iglesia apostólica. Estas señales tenían por objetó específico el dar fe de la verdad, y corno en el caso de Samaria, fueron pruebas de la vida nueva que produce la fe en Cristo. Ni siquiera los apóstoles tenían poder para otorgar estos dones; pero el hecho de que orasen para que fueran concedidos muestra que reconocían el hecho de que los samaritanos se habían hecho de verdad cristianos, y que sancionaron el nuevo paso que Felipe había dado al predicar el evangelio a no judíos.

Esta misión de Pedro y Juan, su oración, y los dones milagrosos, también demuestran la unidad de la iglesia. Sugieren que hubo verdaderos conversos en Samaria, pero también que pertenecían al mismo cuerpo que los creyentes de Jerusalén, y que debían reconocer y aceptar la posición oficial de liderazgo de los apóstoles. Del mismo modo en toda labor evangelística, quienes se convierten deberían ser examinados por los oficiales de la iglesia y conducidos a la vida orgánica y organizarla de ella.

El lapso de tiempo que transcurrió entre la aceptación de Cristo y el don del Espíritu Santo no pretende incluir enseñanza alguna con respecto a que esa vida espiritual o dones o gracias procedan de "la imposición de las manos", ni tampoco respaldar la teoría de que siempre hay un intervalo entre la conversión y la "plenitud del Espíritu", o el "bautismo del Espíritu", ni que los convertidos deben esperar una "segunda bendición".

En el caso típico de Cornelio y de sus amigos el don les vino sin imposición de manos y sin intervalo de tiempo. Esta experiencia de los samaritanos fue excepcional y fue para enseñar también que, así como los dones milagrosos podrían ser negados por un tiempo a verdaderos conversos, así también en el futuro, al igual que en ese tiempo, la conversión podría ser verdadera aun cuando no la acompañasen milagros o señales.

El efecto de este incidente con Simón el mago y su entrevista con Pedro revelan el verdadero estado de su corazón, y subrayan su completa confusión y derrota. Propone comprar a los apóstoles el poder de conferir estos clones sobrenaturales del Espíritu Santo, con lo cual indica que su intención era venderlos. El comercio en las cosas sagradas ha sido llamado "simonía" por el nombre de este antiguo mago; y todos los que estuviesen tentados de procurarse ganancias de los oficios santos o

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de los dones espirituales harían bien en ponderar la reprensión solemne y penetrante que salió de la boca de Pedro. Sus palabras, sin embargo, no han de considerarse corno una imprecación o maldición. Son un llamamiento al arrepentimiento, aunque insinúan que hay poca esperanza de que Simón quiera o pueda cambiar su perverso camino. Su respuesta a Pedro expresa temor pero no verdadera contrición; indica, empero, hasta qué extremo Simón, el famoso líder, ha sido desacreditado y reducido al silencio.

El episodio concluye con la afirmación de que los apóstoles, mientras regresaban a Jerusalén, hicieron labor de evangelistas y que, aunque eran judíos, "en muchas poblaciones de los samaritanos anunciaron el evangelio". Así pues, su horizonte se iba ensanchando y no había de pasar mucho tiempo antes de que se regocijasen que las buenas nuevas les fuesen predicadas también a los gentiles.

LA CONVERSIÓN DE UN ETÍOPE (CAP. 8: 26-40)

Un ángel del Señor se presentó a Felipe y le dijo: "Dirígete hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza; no pasa nadie en estos momentos. Felipe se levantó y se puso en camino. Y justamente pasó un etíope, un eunuco de Candaces, reina de Etiopía, un alto funcionario al que la reina encargaba la administración de su tesoro. Había ido a Jerusalén a rendir culto a Dios y ahora regresaba, sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías.

El Espíritu dijo a Felipe: "Acércate a ese carro y quédate pegado a su lado. Y mientras Felipe corría, le oía leer al profeta Isaías. Le preguntó: "¿Entiendes lo que estás leyendo?" El etíope contestó: "¿Cómo lo voy a entender si no tengo quien me lo explique?" En seguida invitó a Felipe a que subiera y se sentara a su lado. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era éste: Fue llevado como oveja al matadero, como cordero mudo ante el que lo trasquila, no abrió su boca.

Fue humillado y privado de sus derechos. ¿Quién podrá hablar de su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra. El etíope preguntó a Felipe: "Dime, por favor, ¿a quién se refiere el profeta? ¿A sí mismo o a otro?" Felipe empezó entonces a hablar y a anunciarle a Jesús, partiendo de este texto de la Escritura. Siguiendo el camino llegaron a un lugar donde había agua.

El etíope dijo: "Aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?" (" Felipe respondió: "Puedes ser bautizado si crees con todo tu corazón. El etíope replicó: "Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.)" Entonces hizo parar su carro. Bajaron ambos al agua y Felipe bautizó al eunuco Apenas salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y el etíope no volvió a verlo.

Prosiguió, pues, su camino con el corazón lleno de gozo. En cuanto a Felipe, se encontró en Azoto y salió a evangelizar uno tras otro todos los pueblos hasta llegar a Cesarea.

De su gran obra en la ciudad de Samaria Felipe fue llamado de repente a las colinas desérticas de Judea meridional. En lugar de dirigirse a multitudes iba a llevar el mensaje evangélico a un hombre; pero la tarea no es menos difícil y, para el Maestro, no es menos importante. El que predica a Cristo a muchedumbres ansiosas no es más evangelista que el que da testimonio de su Señor a un conocido

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casual en un viaje solitario. Los resultados relativos sólo Dios los conoce. El hombre al que Felipe encontró en el camino que conducía de Jerusalén a Gaza no era otro que el ministro de economía de Candace, reina de los etíopes. Llegó a ser misionero cristiano para el continente africano. A Felipe y a los apóstoles, una vez que hubieron aprendido que el evangelio tenía que ser predicado en Samaria además de en Jerusalén, se les recordó también que debían ser testigos "hasta lo último de la tierra".

Hay otra razón por la que la conversión de este dirigente etíope es congruente con el período por el que la iglesia está pasando; era un tiempo de transición, y el horizonte se iba ampliando en forma paulatina. Felipe hubiera podido vacilar en testimoniar de Cristo a un pagano; pero este hombre, no judío de nacimiento, sin duda que no era "pagano"; había estado en Jerusalén "para adorar”; estaba leyendo el Antiguo Testamento. Era precisamente el hombre que podía hacer fácil el paso que transformó a los cristianos, de misioneros entre los judíos, a testigos en todo el mundo.

Posiblemente que las lecciones más prácticas que aparecen en la superficie misma de este fascinante relato son las que orientan y estimulan a quienes están dispuestos a evangelizar en conversaciones privadas, personales:

1. Se encuentran oportunidades en los lugares más inesperados. Para quien estaba acostumbrado a las multitudes de Samaria, el camino desértico de Gaza debe haber parecido un campo de trabajo muy pobre; pero ahí encontró Felipe al príncipe etíope. A quienes desean seguir la dirección divina sin duda que se les presentarán coyunturas sorprendentes para testimoniar.

2. Estas oportunidades pasan rápidamente. El Espíritu dijo, "Ve", y "él se levantó y fue". Es pintoresco e instructivo. De haber pasado de largo el carro, la oportunidad del evangelista hubiera pasado para siempre. La obra de Cristo exige obediencia inmediata a todo impulso de su Espíritu.

3. El camino está abierto para todos los que obedecen la voz del Espíritu. Cuando Felipe se acercó al carro, el eunuco estaba leyendo al "profeta Isaías", y había abierto el libro en el capítulo cincuenta y tres ; ¿ cómo hubiera podido estar mejor preparado para el mensaje que el evangelista iba a darle ? El que es enviado por el Señor para hablar a un alma necesitada descubrirá que el Señor se le ha adelantado para preparar el corazón del oyente.

4. Además de la Biblia, se necesita un maestro, humano si el camino de la salvación se ha de manifestar con claridad. Hay casos excepcionales, pero la norma la expone el príncipe etíope. Poseía la palabra escrita, pero cuando Felipe le preguntó si entendía replicó: "¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?"

5. El mensaje de Felipe constituyó la médula del evangelio; declaró que Jesús de Nazaret era el Salvador sufriente, el Cordero de Dios que vino a quitar el pecado del mundo. Este es el núcleo de las "buenas nuevas" que todo auténtico evangelista proclama.

6. Las palabras de Felipe evidentemente incluyeron instrucciones relativas al rito del bautismo cristiano. El evangelismo debe tratar de conseguir una profesión de fe abierta por parte del que acepta a Cristo.

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7. El Señor de repente "arrebató" a Felipe del gozoso converso, y lo condujo a Cesarea, que se convirtió en su morada. Cuando vuelve a aparecer en la narración se presenta como anfitrión que agasaja a misioneros y prepara a sus hijas para que den testimonio de Cristo; en ese momento se le llama "el evangelista". Esto sugiere un tercer modo de servicio evangelístico. Se puede ser llamado a predicar el evangelio como Felipe en Samaria, o a hablar a alguien en el desierto de Judea; pero se puede evangelizar al mundo en forma igualmente verdadera ayudando a los obreros cristianos, y con la influencia permanente de un hogar cristiano.

LA CONVERSIÓN DE SAULO (CAP. 9: 1-30)

Saulo no desistía de su rabia, proyectando violencias y muerte contra los discípulos del Señor. Se presentó al sumo sacerdote y le pidió poderes escritos para las sinagogas de Damasco, pues quería detener a cuantos seguidores del Camino encontrara, hombres y mujeres, y llevarlos presos a Jerusalén. Mientras iba de camino, ya cerca de Damasco, le envolvió de repente una luz que venía del cielo.

Cayó al suelo y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Preguntó él: "¿Quién eres tú, Señor?" Y él respondió: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Ahora levántate y entra en la ciudad. Allí se te dirá lo que tienes que hacer. Los hombres que lo acompañaban se habían quedado atónitos, pues oían hablar, pero no veían a nadie, y Saulo, al levantarse del suelo, no veía nada por más que abría los ojos.

Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. Allí permaneció tres días sin comer ni beber, y estaba ciego. Vivía en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor lo llamó en una visión: "¡Ananías!" Respondió él: "Aquí estoy, Señor. Y el Señor le dijo: "Vete en seguida a la calle llamada Recta y pregunta en la casa de Judas por un hombre de Tarso llamado Saulo.

Lo encontrarás rezando, pues acaba de tener una visión: un varón llamado Ananías entraba y le imponía las manos para que recobrara la vista. Ananías le respondió: "Señor, he oído a muchos hablar del daño que este hombre ha causado a tus santos en Jerusalén. Y ahora está aquí con poderes del sumo sacerdote para llevar presos a todos los que invocan tu Nombre.

El Señor le contestó: "Vete. Este hombre es para mí un instrumento excepcional, y llevará mi Nombre a las naciones paganas y a sus reyes, así como al pueblo de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que sufrir por mi Nombre. Salió Ananías, entró en la casa y le impuso las manos diciendo: "Hermano Saulo, el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo.

Al instante se le cayeron de los ojos una especie de escamas y empezó a ver. Se levantó y fue bautizado. Después comió y recobró las fuerzas. Saulo permaneció durante algunos días con los discípulos en Damasco, y en seguida se fue por las sinagogas proclamando a Jesús como el Hijo de Dios. Los que lo oían quedaban maravillados y decían: "¡Y pensar que en Jerusalén perseguía a muerte a los que invocaban este Nombre!

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Pero ¿no ha venido aquí para encadenarlos y llevarlos ante los jefes de los sacerdotes?" Saulo se mostraba cada vez más fuerte cuando demostraba que Jesús era el Mesías, y refutaba todas las objeciones de los judíos de Damasco. Después de bastante tiempo los judíos decidieron matarlo, pero Saulo llegó a conocer su plan. Día y noche eran vigiladas las puertas de la ciudad para poder matarlo.

Entonces sus discípulos lo tomaron una noche y lo bajaron desde lo alto de la muralla metido en un canasto. Al llegar a Jerusalén intentó juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, pues no creían que fuese realmente discípulo. Entonces Bernabé lo tomó consigo, lo presentó a los apóstoles y les contó cómo Saulo había visto al Señor en el camino y cómo el Señor le había hablado.

También les expuso la valentía con que había predicado en Damasco en nombre de Jesús. Saulo empezó a convivir con ellos. Se movía muy libremente por Jerusalén y predicaba abiertamente el Nombre del Señor. Hablaba a los helenistas y discutía con ellos, pero planearon matarle. Los hermanos se enteraron y lo llevaron a Cesarea, y desde allí lo enviaron a Tarso.

La conversión de Saulo de Tarso, a quien se conoce mejor como Pablo el Apóstol, fue un acontecimiento de importancia suprema en la historia de la iglesia y por consiguiente del mundo. Esto se podría deducir por el lugar prominente que se le da al relato de este suceso en Hechos; se repite tres veces: primero, tal como la escribe Lucas para sus lectores cristianos; luego, tal como Pablo la cuenta a una turba judía; y tercero, tal como la repite el mismo apóstol ante los dirigentes romanos. El relato contiene un significado profundo para nuestros días. En primer lugar, proporciona una de las pruebas más elocuentes de la verdad de la fe cristiana; porque, ¿cómo se podría explicar la vida de Pablo si no fuese por su conversión, y cómo explicar la conversión si Jesús el crucificado no es el Cristo divino resucitado? En segundo término, el relato está lleno de aliento para todos los que clan testimonio de Cristo; porque Pablo fue conducido a la vida y servicio cristianos por medio del testimonio de un oscuro discípulo llamado Ananías, y es patente la indicación de que el esfuerzo fiel puede llevar a la conversión de alguien cuya vida puede llegar a influir en generaciones de hombres. En tercer lugar, la inmediata confesión pública de Cristo que Pablo hizo es un ejemplo que debería dar a todos los creyentes secretos, tímidos, ánimo para actuar de acuerdo con sus convicciones.

El historiador Lucas coloca con toda lógica este episodio en la sección de Hechos cine describe la preparación de la iglesia para su testimonio de dimensiones mundiales, porque en dicho episodio muestra la elección y asignación de un nuevo apóstol como mensajero principal para el mundo gentil. Saulo había sido preparado providencialmente para dicha misión; judío de nacimiento, pero también ciudadano romano, pasados los primeros años de su vida bajo el influjo de la cultura griega en la ciudad universitaria de Tarso, más tarde preparado en el conocimiento de las Sagradas Escrituras como estudiante en Jerusalén, sus experiencias lo moldearon para saber valorar todos los elementos y fases de pensamiento y creencias que formaban parte del mundo en la época a la que él pertenecía.

También su índole particular lo hizo idóneo para ese servicio eminente; era hombre de inteligencia poderosa, aunque tierno en sus emociones, y con un genio

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especial para lo religioso; esta combinación poco frecuente produjo una personalidad interesante, atrayente y enérgica al mismo tiempo. En el momento de su conversión estaba en plena madurez de facultades, bien conocido en Jerusalén, y con una posición de vasta influencia. El suceso se relaciona en forma inmediata con la muerte de Esteban y la persecución que entonces se produjo.

1. Tal como el historiador lo describe la atención se fija en el convencimiento de pecado de Saulo

2. En su aceptación de Cristo, y en su confesión de fe.

Lo que llevó al alma de Saulo una profunda convicción de pecado fue una visión del Cristo resucitado y glorificado.

1. Saulo había sido un ejemplo palpable de la verdad de que un hombre puede ser sincero y moral, incluso muy religioso, y sin embargo estar manchado de pecado. Su vida exterior había sido irreprochable; era tan celoso de la fe de sus padres, y estaba tan seguro de que estaba sirviendo a Dios, que sin remordimientos de conciencia arrestaba, torturaba y trataba de hacer renegar a todos los que habían aceptado la nueva fe; como dirigente dio su voto para que se los condenase a muerte. Era tan fanático en su celo que incluso los perseguía en ciudades extranjeras. Hallándose en tales pesquisas, respaldado con cartas del sumo sacerdote, se acercaba a la ciudad de Damasco, cuando de repente una luz más brillante que el sol de Siria a mediodía lo envolvió, y oyó la voz del Señor que le decía : "Saulo, Saulo, ¿ por qué me persigues ?" Y Saulo dijo: "¿Quién eres, Señor?" Y el Señor le respondió: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues". Pablo vio de verdad a Cristo. Su experiencia no fue una simple impresión mental, una alucinación, una fantasía febricitante que una insolación hubiera causado. Él mismo insistió en que en esa ocasión vio tan de verdad al Señor resucitado como los discípulos en el aposento alto en la tarde de la primera "Pascua". Afirmó ser literalmente testigo de la resurrección y en este hecho basó su autoridad apostólica. Las palabras que acompañaron a la visión le dieron a Pablo la seguridad de que Cristo se identifica de tal modo con sus seguidores que quien perseguía a éstos era culpable de hacer violencia al Señor de la gloria. Lo vano e insensato de tal actuación lo pusieron más de relieve las palabras que constan en una versión posterior del relato: "Dura cosa te es dar coces contra el aguijón". Tratar de oponerse a Cristo, esforzarse por destruir su iglesia, de seguro causaría daño al perseguidor mismo, como lo produce el esfuerzo del buey enfurecido por dar coces al aguijón de acero que utiliza el que guía la yunta. En un instante Saulo cayó en la cuenta de toda la verdad; Jesús era el Hijo divino. de Dios; al perseguir a sus seguidores se había hecho. culpable de un crimen sin igual; era el cabecilla de los. pecadores. Lleno de arrepentimiento, pesar, vergüenza y sumisión, exclama: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?" Se levanta del suelo al que había sido derribado, ciego y desamparado, perplejo y en tinieblas en su espíritu; pero le ha llegado una palabra de promesa: "Entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer". Guiado de la mano el que en otro tiempo había sido-orgulloso perseguidor, entra en Damasco y pasa tres días ciego y sin comer; pero sin duda le llegarían luz y vida nuevas, porque había sometido su voluntad a la del Señor. Así es siempre. Una visión nueva de

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Cristo en su divina santidad, poder y misericordia deben producir conciencia de pecado; pero la más tenebrosa noche de penitencia siempre conduce al amanecer de una vida gloriosa más abundante.

2. La aceptación de Cristo como Salvador personal se debió, en el caso de Saulo, a la dirección de un oscuro judío converso de Damasco, llamado Ananías. Cuando se le requirió el cumplimiento de esa misión que iba a tener como resultado una bendición para el mundo entero, Ananías al principio vaciló; temía acercarse al perseguidor cruel que había llegado a la ciudad con el propósito expreso de arrestar a todos los seguidores de Cristo. Su vacilación la venció la seguridad divina que le dio Cristo de la gran obra que Pablo estaba destinado a realizar. Esta consideración de los posibles resultados del testimonio propio ha vencido los temores de innumerables mensajeros cristianos de todos los tiempos cuando se han hallado ante tareas difíciles. Como es frecuente en tales casos, el mensajero halló el camino preparado. Saulo estaba en oración y además, estaba esperando la llegada de Ananías, quien le explicó a su ansioso oyente el evangelio de gracia, el perdón de pecados, la necesidad del bautismo, y el don del Espíritu Santo. Entonces, al aceptar Saulo la verdad, sus ojos se abrieron y al mismo tiempo la ceguera de su alma desapareció, sus pecados fueron borrados, y con el contacto de Ananías fue lleno del Espíritu Santo. Merece advertirse que el último don le fue impartido de manos de un laico; la elección de Saulo, y su nombramiento para el servicio, fueron por tanto completamente independientes de los doce apóstoles. Así pues, un nuevo apóstol fue escogido en una ciudad gentil para ser el testigo supremo de Cristo hasta lo último del mundo gentil.

3. La confesión de fe fue inmediata y heroica. Todos los que vacilan en reconocer en público su entrega secreta a Cristo deberían ponderarlo. Desde luego que provocó sorpresa en toda la ciudad de Damasco; pero ¿debería uno temer lo que los hombres puedan pensar o decir, si se sabe que se está obedeciendo la voluntad de su Señor? Implicó peligros y sufrimiento; porque se urdió una conspiración contra su vida, y Saulo se vio obligado a huir bajo el manto de la noche; pero nadie debe esperar entrar en el reino de los cielos sin persecución y oposición. Expuso a Saulo a sospechas y malas inteligencias; ésta es una experiencia común para quienes confiesan su fe cristiana; de hecho, muchas personas vacilan en confesarla por temor a ser considerados como hipócritas. Incluso los discípulos en Jerusalén tuvieron a Saulo por impostor y espía; sin embargo, es mejor que el mundo nos considere como falsos si nosotros sabemos que somos sinceros, que no que el mundo confíe en nosotros cuando en nuestros corazones sentimos que somos infieles al Cristo que no nos atrevemos a confesar; un creyente secreto es un hipócrita. La confesión fue, sin embargo, de una utilidad sin par. Salido de Jerusalén, como lo había hecho de Da-masco, Saulo volvió a su ciudad natal. La patria chica de uno es siempre el lugar primero y mejor para el testimonio cristiano. Poco después fue llamado para ayudar a Bernabé en Antioquía y desde allá pasó a iniciar una vida de testimonio que ha cambiado las corrientes de la historia humana. El mundo espera hoy la influencia bendita de hombres así, que tengan el valor de confesar sus convicciones, y que en todas las manifestaciones de la vida sean abiertamente leales al divino Maestro.

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LOS VIAJES DE PEDRO (CAP. 9:31-43)

La Iglesia por entonces gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se edificaba, caminaba con los ojos puestos en el Señor y estaba llena del consuelo del Espíritu Santo. Pedro, que recorría todos los lugares, fue también a visitar a los santos que vivían en Lida. Allí encontró a un tal Eneas, que era paralítico y desde hacía ocho años yacía en una camilla.

Pedro le dijo: "Eneas, Jesucristo te sana. Levántate y arregla tu cama. Y de inmediato se levantó. Todos los habitantes de Lida y Sharon lo vieron y se convirtieron al Señor. En Jope había una discípula llamada Tabita (o Dorcas en griego), que quiere decir Gacela. Hacía muchas obras buenas y siempre ayudaba a los pobres. Por aquellos días enfermó y murió: después de lavar su cuerpo, lo pusieron en la habitación del piso superior.

Como Lida está cerca de Jope, los discípulos, al saber que Pedro estaba allí, mandaron a dos hombres con este recado: "Ven inmediatamente a donde nosotros. Pedro se fue sin más con ellos. Apenas llegó lo hicieron subir a la habitación del piso superior, donde les presentaron a todas las viudas, que estaban llorando, y le mostraban las túnicas y mantos que Tabita hacía mientras vivía con ellas.

Pedro hizo salir a todos, se puso de rodillas y oró. Luego se volvió al cadáver y dijo: "Tabita, levántate. Ella abrió los ojos, reconoció a Pedro y se sentó. El le dio la mano y la ayudó a levantarse; luego llamó a los santos y a las viudas y se la presentó viva. Esto se supo en todo Jope, y muchos creyeron en el Señor. Pedro permaneció en Jope bastante tiempo, en casa de un curtidor llamado Simón.

La conversión de Saulo, el principal perseguidor, fue seguida de un período de tranquilidad y crecimiento de la iglesia cristiana. Desde la muerte de Esteban, el relato histórico se había ocupado principalmente del trabajo de Felipe y de la misión de Ananías, ambos laicos. Sin embargo, esto no significa que los apóstoles estuvieran inactivos. Su ministerio casi ni se ha mencionado, porque otros agentes estaban preparando a la iglesia para su testimonio más vasto; pero ahora se relatan los viajes de Pedro, porque lo llevaron a Jope, no lejos de Cesarea, donde iba a realizar la obra cumbre de este período de transición. Iba a abrir la puerta de la iglesia para la recepción de creyentes gentiles.

Sin embargo, el paso de Pedro por Judea tuvo importancia por sí mismo; fortaleció a la iglesia, consiguió nuevos conversos, y realizó dos milagros notables. La curación de Eneas, quien estaba enfermo de parálisis, recuerda algunas de las escenas más memorables de la vida de Cristo, en cuyo poder este enfermo fue ahora librado del tormento de ocho años de penosa enfermedad. La curación fue tan maravillosa que produjo la conversión de una multitud en Lida y Sharon.

De Dorcas, o Tabita, nada se sabe a excepción de este episodio sorprendente. La muerte la había sorprendido en medio de una vida de ministerio y servicio. Sus amigos, movidos por el dolor, aunque también por fe, pidieron a Pedro que fuera a Jope; y en respuesta a la oración de éste la santa dormida despertó. Esta devolución de la vida a quien había estado muerta fue el milagro más maravilloso que los apóstoles habían realizado. No sorprende que hiciera nacer la fe en muchos

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corazones, y que como consecuencia "muchos creyeron en el Señor". En cuanto a Dorcas, se puede subrayar que su caridad cristiana ha puesto en movimiento innumerables agujas y ha inspirado espíritu de servicio en un sinnúmero de mujeres. Pedro iba a ser comisionado con una misión más sorprendente para la iglesia primitiva que la curación de Eneas o la resurrección de Dorcas.

LA RECEPCIÓN DE CORNELIO (CAPS. 10: 1 AL 11: 18)

Es posible que Cornelio no fuera el primer gentil en convertirse, pero sí fue el primer gentil cuya conversión se relata. Quizá los misioneros de Chipre y de Cirene habían predicado con anterioridad en Antioquía (HH. 11: 19, 20); pero el caso de Cornelio fue en muchos aspectos único y de una importancia tan grande que se describe con detalles minuciosos y reiterados. Un apóstol, bajo la dirección divina, va a predicar a un oficial romano, y los gentiles son formalmente admitidos en la iglesia. Se reconoce la legitimidad del hecho y se establece la cristiandad gentil. Además, el ejemplo es típico, de modo que quienes estudien los sucesos que acompañan a la conversión, y la verdad relativa al Espíritu Santo en su relación con los creyentes, deben ponderar este relato inspirado. Es uno de los hitos de la historia cristiana, y un rasgo sobresaliente del período en el que la iglesia estaba siendo preparada para su testimonio mundial.

Al principio sólo los judíos eran evangelizados, luego los samaritanos también; pero ahora un gentil representativo y un amplio círculo de sus amigos son conducidos a aceptar a Cristo y son llenos de su Espíritu, de manera que este incidente ha sido llamado el "Pentecostés romano".

EL HOMBRE (CAP. 10: 1-8)

Vivía en la ciudad de Cesarea un hombre llamado Cornelio, que era un capitán del batallón Itálico. Era un hombre piadoso y, al igual que toda su familia, era de los "que temen a Dios". Daba muchas limosnas a los judíos pobres y oraba constantemente a Dios. Una tarde, alrededor de las tres, tuvo una visión de la que no pudo dudar: un ángel de Dios entraba a su habitación y le llamaba: "¡Cornelio!"

El lo miró frente a frente y se llenó de miedo. Le dijo: "¿Qué pasa, señor?" El ángel respondió: "Tus oraciones y tus limosnas han subido hasta Dios y acaban de ser recordadas ante él. Ahora envía algunos hombres a Jope para que traigan a un tal Simón, llamado Pedro, que se aloja en la casa de Simón, el curtidor, que está junto al mar.

Apenas desapareció el ángel que le hablaba, Cornelio llamó a dos criados y a un soldado piadoso que estaba a su servicio. Les explicó todo y los envió a Jope.

Cornelio el centurión estaba al mando de una compañía militar o cohorte, conocida como "la Italiana". Estaba de guarnición en Cesarea, capital de la provincia romana. Al igual que los otros tres centuriones que aparecen en el Nuevo Testamento, era hombre de índole moral excelente. Su nombre indica que era de ilustre, y quizá de noble estirpe. Había llegado a conocer y a adorar al verdadero Dios, y su piedad sincera había inspirado una fe igual en toda su casa. Su generosidad quedaba demostrada con los dones liberales que hacía a sus vecinos judíos, a quienes otros

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romanos despreciaban y maltrataban. Era hombre de oración, y en medio de su ocupada vida observaba los períodos regulares que los judíos prescribían a las nueve, doce y tres horas del día. Sin embargo este hombre noble, religioso, generoso y de oración no era salvo; porque mientras oraba, un ángel se le apareció y le dijo que enviara a buscar a Pedro a Jope, el cual le explicaría qué debía hacer para que él y su familia fueran salvos (Cap. 11: 13, 14).

Casi sobresalta advertir la índole moral de los hombres que Hechos presenta como en necesidad de la salvación que sólo se puede encontrar en Cristo. Esta sección del libro narra tres conversiones notables: la del príncipe etíope, la de Saulo, y la de Cornelio, y los tres eran hombres religiosos; no sólo su moralidad era irreprochable sino que eran celosamente religiosos. ¿Hombres así pueden estar perdidos? ¿Es absoluta-mente necesario hoy día que hombres de tal índole experimenten un "nuevo nacimiento"? Estos episodios así parecen afirmarlo, y nos recuerdan las palabras que nuestro Señor le dirigió al gran maestro de Israel: "Os es necesario nacer de nuevo".

Sin embargo, debería agregarse de inmediato, que a tales hombres que viven según la luz que poseen, siempre les será dada más luz; y entonces, cuando la nueva luz llegue, sin duda que será aceptada. Cuando se presenta a Cristo a hombres como éstos, acuden a él de inmediato en penitencia y fe. Así se somete a prueba la sinceridad. Cristo es siempre la piedra de toque de la índole moral.

La fuente de nueva luz se la reveló a Cornelio un ángel; su sinceridad quedó comprobada en la rapidez con que envió a buscar al mensajero asignado. El ángel visitante fue una prueba de la importancia del suceso que iba a seguir, a saber, la apertura oficial de la iglesia para los creyentes gentiles; pero el hecho de que el ángel no revelara el camino de salvación, sino que mandara a Cornelio que enviara a buscar a Pedro, nos recuerda la importante verdad de que el mensaje evangélico, del cual depende la salvación, debe proclamarse, no por medio de mensajeros sobrenaturales, sino por medio de hombres a sus hermanos los hombres.

EL MENSAJERO (CAP. 10: 9-23)

Al día siguiente, mientras iban de camino, ya cerca de la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar. Era el mediodía. Sintió hambre y quiso comer. Mientras le preparaban la comida tuvo un éxtasis: vio el cielo abierto y algo que descendía del cielo: era como una tienda de campaña grande, cuyas cuatro puntas venían a posarse sobre el suelo.

Dentro había toda clase de animales cuadrúpedos, reptiles y aves. Entonces una voz le habló: "Pedro, levántate, mata y come. Pedro contestó: "¡De ninguna manera, Señor! Jamás he comido nada profano o impuro. Y se le habló por segunda vez: "Lo que Dios ha purificado no lo llames tú impuro. Esto se repitió por tres veces. Después aquella cosa grande fue levantada hacia el cielo.

Después de volver en sí, Pedro buscaba en vano el significado de aquella visión, cuando justamente se presentaron los hombres enviados por Cornelio. Habían preguntado por la casa de Simón y ahora estaban a la puerta. Llamaron y

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preguntaron si se alojaba allí Simón, llamado Pedro. Como Pedro aún seguía recapacitando sobre la visión, el Espíritu le dijo: "Abajo están unos hombres que te buscan.

Baja y vete con ellos sin vacilar, pues los he enviado yo. Pedro bajó adonde ellos y les dijo: "Yo soy el que ustedes buscan. ¿Cuál es el motivo que los trae aquí?" Ellos respondieron: "Nos envía el capitán Cornelio. Es un hombre recto, de los "que temen a Dios", y lo aprecian todos los judíos. Ha recibido de un santo ángel la orden de hacerte venir a su casa para aprender algo de ti.

Entonces Pedro los invitó a pasar y les dio alojamiento. Al día siguiente partió con ellos, y algunos hermanos de Jope le acompañaron.

Y al día siguiente, levantándose, se fue con ellos; y le acompañaron algunos de los hermanos de Jope.

Por toda una serie de providencias, Pedro el mensajero elegido, había sido conducido cerca, pero ahora iba a recibir una preparación especial para su misión. Necesitaba que se le quitaran los prejuicios antes de poder estar dispuesto a emprender la obra. Pedro hubiera podido consentir en predicar a los gentiles, pero se hubiera negado a comer con ellos o a aceptar a gentiles creyentes en el seno de la hermandad cristiana. El abismo que separaba a judíos y gentiles era mucho mayor de lo que hoy podemos imaginar. Para aquél el gentil era una abominación; su contacto manchaba, sus costumbres eran odiosas, su religión una blasfemia. Por esta razón Pedro recibió una visión para enseñarle que aquellos a quienes Dios purificaba no debían considerarse impuros.

Mientras oraba en la azotea de la casa de Simón el curtidor, en Jope, como ya era mediodía Pedro comenzó a sentir hambre, tanto más cuanto que la comida se atrasaba. Cae en éxtasis y ve un lienzo que desciende de los cielos lleno de animales, algunos ritualmente limpios y adecuados para comer, y otros impuros para un judío y de los que no podía comer. Los limpios habían quedado contaminados por el contacto con los impuros —este era el problema. El lienzo aparece tres veces; cada vez se oye una voz que invita a Pedro a comer; cada vez se niega; cada vez recibe el mismo reproche: "Lo que Dios limpió, no lo llames tú común". En ese momento llegan los mensajeros y lo invitan a ir a la casa de Cornelio el gentil. Antes de la visión Pedro no hubiera aceptado; ahora la invitación explica la visión y está dispuesto a ir. Ha aprendido que si Dios lo manda no ha de retroceder ante el contacto con hombres de otras naciones, ni ha de temer aceptarlos como hermanos en el caso de que Dios haya purificado sus corazones. El primer párrafo del episodio nos dice que incluso los hombres religiosos como Cornelio necesitan el evangelio; este párrafo nos asegura que su poder puede transformar aun a los más despreciados. Lo primero que necesitan los mensajeros cristianos es estar dispuestos a hablar a cualquiera al que sean enviados, y una simpatía tan amplia que sepa acoger como hermanos a creyentes de cualquier raza y nación.

EL ENCUENTRO (CAP. 10: 24-33)

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Al otro día llegaron a Cesarea. Cornelio los estaba esperando, y había reunido a sus parientes y amigos más íntimos. Cuando Pedro estaba para entrar, Cornelio le salió al encuentro, se arrodilló y se inclinó ante él. Pedro lo levantó diciendo: "Levántate, que también yo soy un ser humano. Entró conversando con él y, al ver a todas aquellas personas reunidas, les dijo: "Ustedes saben que no está permitido a un judío juntarse con ningún extranjero ni entrar en su casa.

Pero a mí me ha manifestado Dios que no hay que llamar profano a ningún hombre ni considerarlo impuro. Por eso he venido sin dudar apenas me llamaron. Ahora desearía saber por qué me han mandado a buscar. Cornelio respondió: "Hace cuatro días, a esta misma hora, estaba yo orando en mi casa, cuando se presentó delante de mí un hombre con ropas muy brillantes, que me dijo:" Cornelio, tu oración ha sido escuchada y tus limosnas han sido recordadas ante Dios.

Envía mensajeros a Jope y haz buscar a Simón, llamado Pedro, que se hospeda en casa del curtidor Simón, junto al mar. Te mandé a buscar en seguida y tú has tenido la amabilidad de venir. Ahora estamos todos aquí, en la presencia de Dios, dispuestos a escuchar todo lo que el Señor te ha ordenado.

Cuando un alma busca la luz, y hay un mensajero dispuesto a aprovechar cualquier oportunidad para hablar de Cristo, siempre se presenta un encuentro. Así sucedió con Pedro y Cornelio. ¡Cierto que fue una reunión extraordinaria! El soldado romano había calculado el tiempo de la llegada de Pedro y había invitado a su casa a muchos amigos y parientes. Pedro regresaba de Jope con los tres mensajeros, pero también lo acompañaban seis judíos cristianos quienes iban a servir de testigos de los sucesos subsecuentes. Cornelio quiso adorar al mensajero que el cielo le enviaba con las buenas nuevas de salvación; pero Pedro le dijo a su anfitrión que no pretendía ser sobrenatural y que, como judío, había aprendido a no considerar a ningún hombre como "común o inmundo". Cornelio entonces explicó las circunstancias extraordinarias que lo habían llevado a invitar a Pedro y concluyó con estas sorprendentes palabras: "Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado".

Sin duda que este capítulo del episodio contiene dos lecciones para cualquier miembro de la iglesia actual:

Primero, ¿qué esfuerzo hace cada uno para proporcionarle a algún mensajero de Cristo una ocurrencia como la que Cornelio le preparó a Pedro? ¿No podría cada uno calcular con exactitud algún tiempo y lugar en que el evangelio sea predicado, y no es posible conducir allí a parientes y amigos? En segundo lugar, cuando se asiste a un lugar de culto, cada uno podría prepararse para decir, "todos nosotros estamos aquí" —todos, familiares y amigos, en espíritu y corporalmente— "en la presencia de Dios" —no para ser vistos por los demás, no tan conscientes de los otros cuanto de la presencia de Dios— "para oír todo" —no para pasar el rato o dormir— "lo que Dios te ha mandado" —no para escuchar elucubraciones humanas o exposiciones de dudas, sino para recibir un mensaje positivo pronunciado en espíritu de reverencia y con palabras proféticas : "Así dice el Señor". ¿Qué ocurriría si todas las iglesias cristianas se llenasen de auditorios así?

EL MENSAJE (CAP. 10: 34-43)

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Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: "Verdaderamente reconozco que Dios no hace diferencia entre las personas. En toda nación mira con benevolencia al que teme a Dios y practica la justicia. Ahora bien, Dios ha enviado su Palabra a los israelitas dándoles un mensaje de paz por medio de Jesús, el Mesías, que también es el Señor de todos. Ustedes ya saben lo que ha sucedido en todo el país judío, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan.

Jesús de Nazaret fue consagrado por Dios, que le dio Espíritu Santo y poder. Y como Dios estaba con él, pasó haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el diablo. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en la misma Jerusalén. Al final lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se dejara ver, no por todo el pueblo, sino por los testigos que Dios había escogido de antemano, por nosotros, que comimos y bebimos con él después de que resucitó de entre los muertos.

El nos ordenó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido Juez de vivos y muertos. A El se refieren todos los profetas al decir que quien cree en él recibe por su Nombre el perdón de los pecados.

Pedro sólo tuvo tiempo para comunicar parte del mensaje que tenía en mente, sólo la introducción y el tema (cap. 11: 15). Su primera frase ha sido sorprendentemente mal interpretada. Pedro no quiso decir que Cornelio ya era salvo y que en todas las naciones los hombres como Cornelio son salvos ya sin conocer a Cristo, sino que afirmó que por Cristo pueden ser salvos los hombres de cualquier nación, aunque no sean judíos. Pedro había aprendido que hombres como Cornelio eran "aceptables" a Dios en el sentido de que podían ser salvos una vez se les presentase el evangelio; Pedro todavía tenía que aprender que un gentil depravado podía igualmente salvarse, y no sólo los piadosos, religiosos, y devotos.

El orador procedió a poner de manifiesto el camino de salvación; contó la vida y las obras de Jesús, su crucifixión y resurrección, y su regreso como Juez; y luego exclamó: "De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre". En una sola frase ofreció los medios de salvación —el nombre de Cristo, es decir, todo lo que Cristo revela ser como Salvador y Señor; la universalidad de la salvación para "todos los que en él creyeren”; la condición de la salvación —Creer en Cristo; y también la naturaleza de la salvación —"perdón de pecados"— porque así comienza la experiencia que culmina en la vida eterna. Este mensaje constituye un modelo para el predicador evangélico de cualquier época, y quizá ninguna otra como la actual necesita un testimonio tan claro.

EL MILAGRO (CAP. 10: 44-48)

Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo bajó sobre todos los que escuchaban la Palabra. Y los creyentes de origen judío, que habían venido con Pedro, quedaron atónitos: "¡Cómo! ¡Dios regala y derrama el Espíritu Santo también sobre los que no son judíos!" Y así era, pues les oían hablar en lenguas y alabar a Dios. Entonces Pedro dijo: "¿Podemos acaso negarles el agua y no bautizar a quienes han recibido el Espíritu Santo como nosotros?"

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Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Luego le pidieron que se quedara algunos días con ellos.

En medio de su sermón Pedro fue interrumpido. El Espíritu Santo vino sobre sus oyentes y comenzaron a hablar "en lenguas" y a magnificar a Dios. Lo que sucedió fue sencillamente esto: al oír Cornelio y sus amigos el mensaje relativo al poder salvador de Cristo, lo aceptaron y fueron de inmediato llenos del Espíritu de Cristo. Pedro había esperado poder concluir el sermón, invitar a los presentes a confesar su fe, bautizar a los que creyeran, y luego imponer las manos sobre ellos a fin de que recibieran los dones milagrosos del Espíritu Santo. En este caso típico de conversión de un gentil el don del Espíritu Santo interrumpió el programa. La lección es obvia: la acción del Espíritu Santo es independiente de la confesión, del bautismo o de la imposición de manos; ni tampoco es necesario un intervalo de tiempo entre la aceptación de Cristo y la recepción de su Espíritu en toda la plenitud de su poder. El proceso normal es exactamente éste: mientras el predicador está todavía proclamando el mensaje evangélico, el oyente se entrega a Cristo, una nueva vida se le imparte, y el Espíritu de su Señor le da poder y toma posesión de él. Desde luego que debe haber una confesión de fe en el rito del bautismo, la nueva vida debe desarrollarse, y se deben repetir las "plenitudes" del Espíritu; pero la experiencia esencial es la entrega del corazón a Cristo y la transformación subsiguiente de la vida por el poder de su Espíritu. Quizá esta experiencia ya no vaya acompañada de milagros; en esa ocasión fueron otorgados como un refrendo divino de la conversión de gentiles a la fe en Cristo y a una vida nueva en él.

LOS MIEMBROS DE LA IGLESIA (CAP. 11: 1-18)

Los apóstoles y los hermanos de Judea tuvieron noticias de que también personas no judías habían acogido la Palabra de Dios. Por eso, cuando Pedro subió a Jerusalén, los creyentes judíos comenzaron a criticar su actitud: ¡Has entrado en la casa de gente no judía y has comido con ellos! Entonces Pedro se puso a explicarles los hechos punto por punto: Estaba yo haciendo oración en la ciudad de Jope cuando en un éxtasis tuve una visión.

Algo bajaba del cielo, algo que se parecía a una gran tienda de campaña, y llegaba hasta mí, posándose en el suelo sobre sus cuatro puntas. Miré atentamente y vi en ella cuadrúpedos, bestias del campo, reptiles y aves. Oí también una voz que me decía: "Pedro, levántate, mata y come. Yo contesté: "¡De ninguna manera, Señor! Nunca ha entrado en mi boca nada profana o impura.

La voz me habló por segunda vez: "Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú impuro. Esto se repitió por tres veces y después fue retirado todo al cielo. En aquel momento, tres hombres que habían sido enviados a mí desde Cesarea, llegaron a la casa donde nosotros estábamos. El Espíritu me dijo que los siguiera sin vacilar. Me acompañaron estos seis hermanos y entramos en la casa de aquel hombre.

El nos contó cómo había visto a un ángel que se presentó en su casa y le dijo: "Envía a alguien a Jope, y que traiga a Simón, llamado Pedro. El te dará un mensaje por el que te salvarás tú y toda tu familia". Apenas había comenzado yo a hablar, cuando el Espíritu Santo bajó sobre ellos, como había bajado al principio sobre nosotros.

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Entonces me acordé de la palabra del Señor, que dijo: "Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo.

Si ellos creían en el Señor Jesucristo y Dios les comunicaba el mismo don que a nosotros, ¿quién era yo para oponerme a Dios?" Cuando oyeron esto se tranquilizaron y alabaron a Dios diciendo: "También a los que no son judíos les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida.

La noticia de la conversión de gentiles no tardó en llegar a Jerusalén, y los discípulos llamaron de inmediato a Pedro para que diese cuenta del papel que había representado en el incidente. Poco hay en este episodio que hable de infalibilidad papal de Simón Pedro; la iglesia primitiva era demócrata. La acusación que se le hacía al apóstol no era que hubiese predicado a gentiles —nadie hubiera objetado en contra de esto—sino que hubiese sido huésped de gentiles y hubiese comido con ellos; ésta fue su culpa.

Pedro repitió toda la historia, y tuvo con él como testigos a los seis judíos cristianos de Jope que lo habían acompañado a la casa de Cornelio. Su relato fue, sin embargo, en forma de argumentación lógica. Primero, relató la visión del lienzo que bajaba del cielo, y el mensaje divino de que lo que Dios había purificado no debía considerarse impuro.

En segundo lugar, les dijo que Dios había confirmado la purificación y conversión misma de los gentiles con los dones milagrosos de su Espíritu Santo. En tercer lugar, declaró a la iglesia que estas palabras de Cristo habían venido a tener un significado nuevo para él: "Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo". Si estos hombres habían sido bautizados con el Espíritu, ¿hizo mal él en administrarles un bautismo inferior? Así pues, la palabra "os" que Cristo había empleado, había sido divinamente ampliada; había mostrado que incluía a los gentiles.

¿Cuál fue, pues, la conclusión de Pedro? Nada menos que ésta, que los hombres que han sido en verdad purificados y llenos del Espíritu deberían ser tratados como hermanos y admitidos como miembros del cuerpo de Cristo. Los argumentos eran tan irrebatibles, los hechos tan convincentes, que los objetantes quedaron satisfechos: "Callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!"

Es verdad que otros, que no oyeron este testimonio de Pedro, posteriormente fueron causa de perturbación en la iglesia, al insistir en que los gentiles que se hacían cristianos debían observar la ley mosaico para poder ser salvos, o por lo menos para estar a la par con los cristianos judíos. Para decidir esta cuestión se convocó el primer concilio de la iglesia en Jerusalén.

Resulta igualmente verdadero, que algunos miembros de la iglesia cristiana hoy día quieren tener en cuenta clases, raza, distinciones sociales con un espíritu del todo contrario a la actitud de hermandad e igualdad que Pedro mostró al admitir a los primeros gentiles en la intimidad de la iglesia cristiana.

LA MISIÓN DE BERNABÉ (CAP. 11: 19-30)

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Algunos que se habían dispersado a raíz de la persecución cuando el asunto de Esteban llegó hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, pero sólo predicaban la Palabra a los judíos. Sin embargo, unos hombres de Chipre y de Cirene, que habían llegado a Antioquía, se dirigieron también a los griegos y les anunciaron la Buena Noticia del Señor Jesús.

La mano del Señor estaba con ellos y fueron numerosos los que creyeron y se convirtieron al Señor. La noticia de esto llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquía. Al llegar fue testigo de la gracia de Dios y se alegró; animaba a todos a que permaneciesen fieles al Señor con firme corazón, pues era un hombre excelente, lleno del Espíritu Santo y de fe.

Así fue como un buen número de gente conoció al Señor. Bernabé salió para Tarso en busca de Saulo, y apenas lo encontró lo llevó a Antioquía. En esta Iglesia trabajaron juntos durante un año entero, instruyendo a muchísima gente, y fue en Antioquía donde los discípulos por primera vez recibieron el nombre de cristianos. Por aquel tiempo bajaron algunos profetas de Jerusalén a Antioquía.

Uno de ellos, llamado Agabo, dio a entender con gestos proféticos que una gran hambre vendría sobre todo el mundo, que de hecho sobrevino en tiempos del emperador Claudio. Entonces cada uno de los discípulos empezó a ahorrar según sus posibilidades, destinando esta ayuda a los hermanos de Judea. Así lo hicieron, enviándosela a los presbíteros por medio de Bernabé y Saulo.

La importancia de estos sucesos se puede sintetizar en gran parte en cuatro afirmaciones breves: se organiza entre los gentiles una iglesia cristiana; se establece un nuevo centro para expandir el testimonio; un nuevo evangelista es llamado a servir; se les da un nombre nuevo a los creyentes.

El actor más destacado en todos estos episodios es Bernabé. Dio pie a que visitara Antioquía el éxito conseguido por algunos de los cristianos que habían tenido que salir de Jerusalén debido a la persecución que se suscitó en conexión con la muerte de Esteban. Estos hombres, originarios de Chipre y de Cirene, cuya visión habían ampliado las enseñanzas del mártir, al llegar a Antioquía, predicaron el evangelio no sólo a los judíos sino también a los griegos gentiles. Su testimonio fue tan bendecido que una gran multitud aceptó a Cristo. Se supo de ello en la iglesia de Jerusalén y Bernabé fue enviado para averiguar acerca de la obra y para confirmar a los recién convertidos. Ya se ha descrito antes la índole de este mensajero; era un "hijo de consolación", hombre de corazón generoso y mentalidad amplia, originario de Chipre, y por consiguiente tanto más apto para aprobar la obra que los "varones de Chipre" habían llevado a cabo.

Bernabé se alegró al ver la obra de gracia que Dios había realizado en la ciudad pagana, y también de dar la bienvenida a los neo conversos como hermanos en Cristo. Su presencia produjo el robustecimiento de los creyentes y la extensión todavía mayor de la obra, porque, como nos dice Lucas, "era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe". Quien está lleno de fe está seguro de estar lleno del Espíritu Santo, y quien está lleno del Espíritu será en verdad "bueno".

La visita de Bernabé produjo no sólo el rápido crecimiento de la iglesia, sino también la incorporación de un nuevo evangelista que se convirtió en el gran

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apóstol del mundo gentil. Dándose cuenta de que necesitaba ayuda en la dirección y guía de la iglesia, Bernabé fue a Tarso e invitó a Saulo a ir a Antioquía para ayudarlo en la obra. Esta invitación fue un acto de desinterés y de discernimiento. Bernabé sin duda cayó en la cuenta de que, si se asociaba con una mente poderosa como la de Saulo, a no tardar él mismo iba a pasar a ocupar un puesto secundario ; pero su máxima preocupación era el éxito de la causa de Cristo, y comprendió que Saulo poseía idoneidad única para trabajar en una ciudad griega. El Señor había preparado a Saulo para dar testimonio a escala mundial, y se sirvió de la generosa invitación de Bernabé para iniciar la carrera del misionero más importante de todos los tiempos. A la realización de una misión transcendental por Cristo y su iglesia le sigue en importancia, si es que no le está a la par, el privilegio de representar el papel de un Bernabé e iniciar a un gran obrero en su misión.

"A los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía" se suele atribuir a la burla o escarnio de sus enemigos; el relato parece indicar que se debió a la enseñanza de Bernabé y Saulo; pero cualquiera que sea su origen el nuevo nombre está lleno de significado. Indica que la enseñanza de los apóstoles y las vidas de los creyentes tenían su centro y esencia en Cristo, y además, que la iglesia ya no se consideraba como una institución local perteneciente a los judíos y a Jerusalén, sino que era un cuerpo de creyentes cuya esfera de influencia era el inundo entero.

Para esta obra de evangelización universal Antioquía era un centro adecuado. Era la tercera ciudad del Imperio, luego de Roma y Alejandría; su población era heterogénea, y grandes rutas comerciales y mercantiles la unían tanto con el Este como con el Oeste. Estaba fuera de Palestina; su iglesia, pues, estaría libre de intervenciones y prejuicios judíos. No se hubiera podido hallar una base mejor para las operaciones misioneras. Antioquía era la puerta natural del mundo grecorromano; y el establecimiento en dicho lugar de una iglesia gentil fue un paso de importancia decisiva en los preparativos que, bajo la guía de la providencia, se realizaban para llevar el evangelio "hasta lo último de la tierra".

La iglesia de Antioquía, sin embargo, no estaba separada de la de Jerusalén; ambas formaban un solo cuerpo en Cristo. Siempre debe ponerse de relieve esta unidad permanente de la iglesia. Se reconoció en el hecho de que Bernabé fuera enviado a Antioquía; se volvió a manifestar con su regreso a Jerusalén. Previendo la carestía que había sido anunciada, los cristianos de Antioquía "determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea; lo cual en efecto hicieron, enviándolo... por mano de Bernabé y de Saulo". Este donativo, al igual que la comunidad de bienes que se practicó en Pentecostés, fue un acto espontáneo de generosidad cristiana, demostró a los creyentes de Jerusalén que la acción de la gracia en Antioquía era genuina, y unió a los creyentes judíos y gentiles con los vínculos de una vida espiritual común. Un grupo de nuevos cristianos se había iniciado, pero formaba parte de la única iglesia universal.

LA PERSECUCIÓN DE HERODES (CAP. 12)

Por aquel tiempo el rey Herodes decidió apresar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Hizo matar a espada a Santiago, hermano de Juan, y, al ver que esto agradaba a los judíos, mandó detener también a Pedro: eran precisamente los

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días de la fiesta de los Panes Azimos. Después de detenerlo lo hizo encerrar en la cárcel bajo la vigilancia de cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno, pues su intención era juzgarlo ante el pueblo después de la Pascua.

Y mientras Pedro era custodiado en la cárcel, toda la Iglesia oraba incesantemente por él a Dios. Llegaba el día en que Herodes iba a hacerlo comparecer; aquella misma noche Pedro estaba durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas, y otros guardias custodiaban la puerta de la cárcel. De repente la celda se llenó de luz: ¡estaba el ángel del Señor!

El ángel tocó a Pedro en el costado y lo despertó diciéndole: "¡Levántate en seguida!" Y se le cayeron las cadenas de las manos. El ángel le dijo en seguida: "Ponte el cinturón y las sandalias. Así lo hizo, y el ángel agregó: "Ponte el manto y sígueme. Pedro salió tras él; no se daba cuenta de que lo que estaba ocurriendo con el ángel era realidad, y todo le parecían visiones.

Pasaron la primera y la segunda guardia y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad, la cual se les abrió sola. Salieron y se metieron por un callejón, y de repente lo dejó el ángel. Entonces Pedro volvió en sí y dijo: "Ahora no cabe duda: el Señor ha enviado a su ángel para rescatarme de las manos de Herodes y de todo lo que proyectaban los judíos contra mí.

Pedro se orientó y fue a casa de María, madre de Juan, llamado también Marcos, donde muchos estaban reunidos en oración. Llamó a la puerta, y fue a atender una muchacha llamada Rodesa. Reconoció la voz de Pedro, y fue tanta su alegría, que en vez de abrir la puerta entró corriendo a contar que Pedro estaba a la puerta. Los demás le dijeron: "¡Estás loca!"

Como ella seguía insistiendo, ellos dijeron: "Será su ángel. Pedro seguía llamando. Cuando abrieron y vieron que era él, se quedaron sin palabras. Les hizo señas con la mano pidiendo silencio, y les contó cómo el Señor lo había sacado de la cárcel. En seguida les dijo: "Comuniquen esto a Santiago y a los hermanos. Luego salió y se fue a otro lugar.

Al amanecer no fue poco el alboroto entre los soldados: ¿Qué había pasado con Pedro? Herodes ordenó buscarlo y, como no lo encontraron, hizo procesar y ejecutar a los guardias. Después bajó de Judea a Cesarea y se quedó allí. Por aquel entonces Herodes estaba muy irritado con los ciudadanos de Tiro y de Sidón. De común acuerdo se presentaron ante él y, después de ganarse a Blasto, tesorero del rey, buscaron una solución pacífica, ya que su país dependía del de Herodes para su abastecimiento.

El día señalado, Herodes, vestido con el manto real, se sentó en la tribuna y les dirigió la palabra. Entonces el pueblo lo empezó a aclamar: "¡Esta es la voz de Dios, no de un hombre!" Pero de repente lo hirió el ángel del Señor por no haber devuelto a Dios el honor, y empezó a llenarse de gusanos que lo comían, hasta que murió. Mientras tanto la Palabra de Dios crecía y se difundía. Bernabé y Saulo habían terminado su misión y se volvieron a Jerusalén; traían con ellos a Juan, llamado también Marcos.

La ubicación, al igual que el contenido de este capítulo, deberían observarse con esmero. Cierra la sección de Hechos que cuenta cómo la iglesia fue preparada para emprender la misión de evangelizar el mundo gentil; muestra el odio insano de los

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judíos contra los cristianos, y su rechazo total del evangelio, de modo que si iba a predicarse el evangelio, habría que predicarlo a los gentiles; también muestra la protección que el Señor dio a sus testigos al dirigirse al mundo con su mensaje. El odio se ve en la persecución que Herodes inició sólo para agradar a los judíos; la protección divina aparece en la liberación de Pedro y en la muerte de Herodes.

Este Herodes Agripa había heredado el reino de su padre, "Herodes el Grande", y como él, era cruel, sanguinario, hueco, y aficionado a ostentaciones. Ansiaba siempre conseguirse el favor de los judíos, y por ello, sabiendo del odio de éstos por la iglesia, decapitó a Jacobo y arrestó a Pedro, con la intención de ejecutarlo poco después. Este Jacobo era el apóstol que había estado tan estrechamente vinculado a Jesús, a Pedro y a Juan. Su madre había pedido para él un lugar principal en el reino. Nuestro Señor no se lo negó en forma concreta; pero le indicó que debía merecerse, y le advirtió que debía esperar compartir su copa de sufrimiento. Jacobo bebió la amarga hiel de esa copa y fue el primero de los apóstoles de Cristo en ganarse la corona del martirio.

La liberación de Pedro se describe con viveza gráfica y detalles minuciosos. Ya antes se había escapado de la cárcel de Jerusalén; en esta ocasión lo custodian con especial cuidado; se mencionan dieciséis soldados, cuatro para cada turno. Sin embargo, por poder sobre-natural y bajo la guía de un ángel, se ve liberado del calabozo y puede unirse al grupo de cristianos que se han reunido para orar en la casa de María, la madre de Marcos.

El hecho mismo de una intervención divina de tal naturaleza, indica cuán grave era la situación de la iglesia, y cuán grande el peligro; pero la liberación fue una manifestación evidente de que, aunque un poder civil persiga y los cristianos se vean obligados a sufrir, ningún gobierno puede jamás destruir la iglesia de Cristo.

Se ha repetido a menudo que es lógico que cuando Pedro se presentó ya libre, en respuesta a las oraciones de los discípulos, éstos no creyeron que fuera Pedro, sino que pensaron que debía ser una aparición. Sólo la sierva, Rodé, parece que tuvo verdadera fe. Aunque el episodio es un reproche para nuestra incredulidad tan común, también es un aliento a tener conciencia de que Dios a menudo responde gratuitamente a oraciones que nacen de una fe imperfecta.

La ejecución de los guardias es prueba de la realidad de la liberación milagrosa del apóstol, porque muestra que Pedro se había escapado, y es también una indicación más de la crueldad del rey, porque una investigación imparcial hubiera demostrado que estos guardias no eran culpables.

El juicio divino que cayó sobre Herodes se indica que fue, no por haber perseguido a la iglesia, sino porque "no dio la gloria a Dios". Como gobernante debía su cargo a Dios y era responsable ante él; su abuso de poder, tanto al condenar a inocentes como en la complacencia de su vanidad personal, eran una traición al Señor supremo. Es un cuadro trágico: el rey, revestido de ropajes rutilantes, sentado en el trono y recibiendo honores divinos, se ve azotado con una enfermedad asquerosa y es "comido de gusanos". Todo ello es muy lamentable; pero ¿qué cristiano en Jerusalén no consideraría la suerte de Herodes como justo castigo de Dios por haber intentado destruir la iglesia del Dios vivo? Sin duda que los dos grandes líderes que habían estado en la Ciudad Santa en esos días fatales regresaron a

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Antioquía con una confianza renovada de que el Cristo vivo protegería su testimonio; estos hombres eran Bernabé y Saulo, a quienes la iglesia estaba a punto de enviar para comenzar la obra de evangelización de las vastas provincias del mundo romano.

CAPITULO 3: LA EXTENSIÓN DE LA IGLESIA / EL TESTIMONIO HASTA LO ÚLTIMO DE LA TIERRA (CAPS. 13 AL 28)

EL PRIMER VIAJE MISIONERO DE PABLO (CAPS. 13, 14)

PABLO EN CHIPRE (CAP. 13: 1-12)

En Antioquía, en la Iglesia que estaba allí, había profetas y maestros: Bernabé, Simeón, llamado el Negro, Lucio de Cirene, Manahem, que se había criado con Herodes, y Saulo. Un día, mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: "Sepárenme a Bernabé y a Saulo y envíenlos a realizar la misión para la que los he llamado.

Ayunaron e hicieron oraciones, les impusieron las manos y los enviaron. Enviados por el Espíritu Santo, Bernabé y Saulo bajaron al puerto de Seleucia y de allí navegaron hasta Chipre. Llegados a Salamina, comenzaron a anunciar la Palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Juan les hacía de asistente. Atravesando toda la isla hasta Pafos, encontraron a un mago judío, un falso profeta llamado Bar-Jesús, que estaba con el gobernador Sergio Paulo, el cual era un hombre muy abierto.

Este hizo llamar a Bernabé y Saulo, pues deseaba escuchar la Palabra de Dios, pero el otro ponía trabas. El Elimas (éste era su nombre, que significa el Mago), intentaba apartar al gobernador de la fe. Entonces Saulo, que no es otro que Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijó en él sus ojos y le dijo: "Tú, hijo del diablo, enemigo de todo bien, eres un sinvergüenza y no haces más que engañar.

¿Cuándo terminarás de torcer los rectos caminos del Señor?" Pues ahora la mano del Señor va a caer sobre ti, quedarás ciego y no verás la luz del sol por cierto tiempo. Al instante quedó envuelto en oscuridad y tinieblas, y daba vueltas buscando a alguien que lo llevase de la mano. Al ver lo acontecido, el gobernador abrazó la fe, pues quedó muy impresionado por la doctrina del Señor.

Cuando Bernabé y Saulo zarparon de Seleucia, puerto de la vieja Antioquía, hacia Chipre, el viaje probablemente no tenía interés alguno para el mundo de su época, pero era el primer paso de un movimiento que ha cambiado el curso de la historia humana y tendrá una influencia vital en las generaciones todavía por nacer. Desde Chipre cruzaron el mar hasta Perge, por la cordillera Tauros en dirección norte llegaron a Antioquía de Pisidia, y luego hacia el este hasta Iconio, Listra y Derbe; luego, rehaciendo el camino y rodeando la provincia de Cilicia, zarparon de Atalía para ir a reunirse con sus amigos en Antioquía. Habían realizado un viaje de unos mil ochocientos kilómetros; y por medio de estos mensajeros la iglesia había comenzado la empresa para la que su Señor la había comisionado especialmente.

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Es cierto que habían transcurrido unos dieciséis años desde que la comisión había sido dada; pero ahora por fin, en forma deliberada, un grupo de cristianos había enviado a sus representantes a llevar el evangelio al mundo gentil. La obra que realizaron los apóstoles no fue exactamente igual al de las misiones modernas, aunque sus características esenciales fueron las mismas e ilustran y robustecen métodos y principios misioneros que hoy día son válidos y vitales.

Por ejemplo, las frases iníciales del relato, versículos 1-3, nos dicen que la empresa misionera obviamente exige que la iglesia en la que se origina debe ser espiritual, de oración, dispuesta al sacrificio, esmeradamente instruida en la verdad revelada, y profundamente preocupada por la expansión de la obra. Estos primeros cristianos no parece que estuvieran muy impresionados con el acostumbrado argumento de que "bastantes paganos hay a nuestro alrededor"; en Antioquía había medio millón de paganos cuando el Espíritu Santo dijo: "Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado".

En cuanto a los misioneros mismos, es evidente que los escogidos eran los más brillantes que se hubieran podido encontrar, tanto intelectual como espiritualmente; el Espíritu Santo los eligió, pero la iglesia reconoció su llamamiento divino y dio su aprobación con el solemne rito de la ordenación al enviarlos como representantes suyos.

Las experiencias de los apóstoles en Pafos ilustran la oposición que han de encontrar los misioneros. Es posible que Bernabé y Saulo eligieran a Chipre como primer campo de labor porque era de fácil acceso por mar, estaba en la ruta comercial normal, y se hallaba a sólo unos ciento sesenta kilómetros de distancia; además era la patria chica de Bernabé; y luego, la población tenía muchos judíos y había ya algunos cristianos. Cualesquiera que hayan sido las razones, viajaron hasta Salamina, y después de una breve estancia en ella utilizaron la vía romana hasta Pafos para cruzar la isla, como a unos ciento sesenta kilómetros al oeste.

Allí estaba una ciudad que era un mundo en pequeño, a la cual tratarían de evangelizar. Los tres elementos, griego, romano y judío, estaban presentes. Era el centro del licencioso culto a Venus, y un modelo de la cultura y la corrupción moral griegas; era el hogar de Sergio Paulo, gobernador de la provincia, hombre de índole moral excelente, y representante del gobierno romano, quien iba a proteger a la iglesia naciente; pero también había un "cierto mago, falso profeta, judío, llamado Barjesús", prototipo del elemento judío, egoísta y degenerado, que en todas partes se iba a oponer a la labor apostólica.

Al tratar el mago de disuadir a Sergio Paulo de abrazar la fe cristiana, Saulo ve en él a un agente de Satanás y lanza sobre él un juicio solemne por medio del cual es castigado con ceguera temporal. El triunfo de los apóstoles es completo. El gobernador cree asombrado, no tanto ante el milagro, cuanto ante la maravillosa doctrina relativa a Cristo. Así pues, los mensajeros del evangelio deben esperar antagonismos violentos, pero tienen también seguridad de triunfar.

Desde ese momento en adelante se designa al apóstol Saulo con el nombre de Pablo ; es probable que ambos nombres fueran suyos, uno hebreo y otro romano, y el segundo se comienza a utilizar ahora como más aceptable para el mundo romano, como el de un ciudadano romano que va a desplazarse por las provincias

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romanas como evangelista de fuego. No menos interesante es el hecho de que en adelante el orden en que se solía nombrar a los apóstoles, Bernabé y Saulo, se modifica por el de Pablo y Bernabé. Parece que asume el puesto de liderazgo el que iba a ser conocido en años posteriores como "el gran apóstol de los gentiles".

El éxito de Pafos sugiere que no ha de limitarse el mensaje evangélico a una clase o casta; quizá "no muchos nobles" son llamados, pero el primer converso que se menciona en la historia misionera de la iglesia es Sergio Paulo, el procónsul romano de Chipre.

PABLO EN ANTIOQUÍA DE PISIDIA (CAP. 13: 13-52)

Pablo y sus compañeros se embarcaron en Pafos y llegaron a Perge de Panfilia. Allí Juan se separó de ellos y regresó a Jerusalén, mientras ellos, dejando Perge, llegaban a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron. Después de la lectura de la Ley y los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: "Hermanos, si ustedes tienen alguna palabra de aliento para los presentes, hablen.

Pablo, pues, se levantó, hizo señal con la mano pidiendo silencio y dijo: "Hijos de Israel y todos ustedes que temen a Dios, escuchen:" El Dios de Israel, nuestro pueblo, eligió a nuestros padres. Hizo que el pueblo se multiplicara durante su permanencia en Egipto, los sacó de allí con hechos poderosos y durante unos cuarenta años los llevó por el desierto.

Luego destruyó siete naciones en la tierra de Canaán y les dio su territorio en herencia. Durante unos cuatrocientos cincuenta años les dio jueces, hasta el profeta Samuel. Entonces pidieron un rey, y Dios le dio a Saúl, hijo de Cis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años. Pero después Dios lo rechazó y les dio a David, de quien dio este testimonio: Encontré a David, hijo de Jesé, un hombre a mi gusto, que llevará a cabo mis planes.

Ahora bien, Dios ha cumplido su promesa: ha hecho surgir de la familia de David un salvador para Israel, ese es Jesús. Antes de que se manifestara, Juan había predicado a todo el pueblo de Israel un bautismo de conversión. Y cuando estaba para terminar su carrera, Juan declaró: "Yo no soy el que ustedes piensan, pero detrás de mí viene otro al que yo no soy digno de desatarle la sandalia.

Hermanos israelitas, hijos y descendientes de Abrahán, y también ustedes los que temen a Dios, a todos nosotros se nos ha dirigido este mensaje de salvación. Es un hecho que los habitantes de Jerusalén y sus jefes no lo reconocieron, sino que lo procesaron, cumpliendo con esto las palabras de los profetas que se leen todos los sábados. Aunque no encontraron en él ningún motivo para condenarlo a muerte, pidieron a Pilato que fuera ejecutado.

Y cuando cumplieron todo lo que sobre él estaba escrito, lo bajaron de la cruz y lo pusieron en un sepulcro. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días se apareció a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén, y que habían de ser sus testigos ante el pueblo. Nosotros mismos les traemos ahora la promesa que Dios hizo a nuestros padres, y que cumplió para nosotros, sus hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en el Salmo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.

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Dios lo resucitó de entre los muertos, y no volverá a conocer muerte ni corrupción. Pues así lo dijo: Les daré las cosas santas, las realidades verdaderas que reservaba para David. Asimismo está dicho en otro lugar: No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Bien saben que David, después de haber servido durante su vida a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción.

Otro, pues, es el que no sufre la corrupción, y ése es Jesús, al que Dios resucitó. Sepan, pues, hermanos, cuál es la promesa: por su intermedio ustedes recibirán el perdón de los pecados y de todas esas cosas de las cuales buscaron en vano ser liberados por la Ley de Moisés. Quien cree en este Jesús es liberado de todo esto. Tengan, pues, cuidado de que no les ocurra lo que dijeron los profetas: Atiendan ustedes, gente engreída, asómbrense y desaparezcan.

Porque voy a realizar en sus días una obra tal, que si se la contaran no la creerían. Al salir Pablo y Bernabé de la sinagoga, les rogaban que de nuevo les volvieran a hablar de este tema el sábado siguiente. Y cuando se dispersó la asistencia, muchos judíos y de los que temen a Dios les siguieron. Pablo y Bernabé continuaron conversando con ellos, y los exhortaban a perseverar en la gracia de Dios.

El sábado siguiente casi toda la ciudad acudió para escuchar a Pablo, que les habló largamente del Señor. Los judíos se llenaron de envidia al ver todo aquel gentío y empezaron a contradecir con insultos lo que Pablo decía. Entonces Pablo y Bernabé les hablaron con coraje: "Era necesario que la Palabra de Dios fuera anunciada a ustedes en primer lugar. Pues bien, si ustedes la rechazan y se condenan a sí mismos a no recibir la vida eterna, sepan que ahora nos dirigimos a los que no son judíos.

El mismo Señor nos dio la orden: Te he puesto como luz de los paganos, y llevarás mi salvación hasta los extremos del mundo. Los que no eran judíos se alegraban al oír estas palabras y tomaban en consideración el mensaje del Señor. Y creyeron todos los que estaban destinados para una vida eterna. Con esto la Palabra de Dios empezó a difundirse por toda la región.

Pero los judíos incitaron a mujeres distinguidas de entre las que temían a Dios y también a los hombres importantes de la ciudad y promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé hasta que los echaron de su territorio. Así que los apóstoles se fueron a la ciudad de Iconio, pero al salir sacudieron el polvo de sus pies en protesta contra ellos.

Dejaban a los discípulos llenos de gozo y Espíritu Santo.

Esta sección contiene la promulgación del mensaje misionero para todos los tiempos y lugares. Ciertas circunstancias pueden exigir cambios insignificantes, pero la esencia es la misma siempre. Pablo y sus compañeros han cruzado el Mediterráneo desde Pafos hasta Perge. En este lugar Juan Marcos ha abandonado el grupo y desde allí ha regresado a Jerusalén. Los intrépidos misioneros han atravesado los angostos desfiladeros de la Cordillera de Tauros hasta llegar a Antioquía de Pisidia situada en la elevada meseta central de Asia Menor. En dicha ciudad han acudido en sábado a la sinagoga judía, y, al invitárseles a hablar, Pablo pronuncia el primer sermón del que queda mención. Demuestra por la historia sagrada que Dios ha cuidado siempre de su pueblo elegido, y hace ver a sus

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oyentes que estos dones han culminado en Jesús, el Salvador de Israel; que Jesús sea este Salvador lo demuestra por el testimonio de Juan el Bautista, por el rechazo recibido por Jesús que cumplió las profecías, y sobre todo por la resurrección, de la cual hay testigos vivos, y que fue predicha en conocidos pasajes de los Salmos. Concluye el discurso con un llamamiento a aceptar el perdón de pecados que este Salvador ofrece, y con una advertencia, tomada del Antiguo Testamento, en contra de la incredulidad.

Debería advertirse, pues, que, según el ejemplo de Pablo, la predicación del evangelio consiste en presentar al Cristo crucificado y resucitado como Salvador del pecado, y en presentar como pruebas a testigos vivos y a la Palabra inspirada.

Como consecuencia del sermón se le pidió a Pablo que volviese a predicar el sábado siguiente; pero, llegado el día, los judíos vieron que la ciudad entera había acudido a escuchar a Pablo, la envidia se apoderó de ellos, y discutieron con Pablo y blasfemaron. Entonces Pablo, con toda valentía declaró su intención de ir a los gentiles y defendió esta posición con una adecuada cita bíblica. Los gentiles recibieron con gozo su mensaje, aunque no todos. Lucas quiere que sus lectores comprendan que en ningún lugar la aceptación del evangelio será universal, ni por parte de gentiles ni por la de judíos; sólo "todos los que estaban ordenados para vida eterna". Incluso la evidente popularidad de los misioneros fue sólo temporal. Los judíos instigaron a la ciudad entera contra los apóstoles y éstos se vieron obligados a refugiarse en Iconio; pero lo hicieron con gozo. A los misioneros les acompañan por doquier oposiciones y persecuciones, pero el Señor está con ellos, y se gozan en que los pecadores sean salvos.

PABLO EN ICONIO, LISTRA Y DERBE (CAP. 14)

En Iconio ocurrió lo mismo. Pablo y Bernabé entraron en la sinagoga de los judíos y hablaron de tal manera que un gran número de judíos y griegos abrazaron la fe. Pero entonces los judíos que se negaron a creer excitaron y envenenaron los ánimos de los paganos contra los hermanos. Con todo, permanecieron allí un buen número de días. Predicaban sin miedo, confiados en el Señor, que confirmaba este anuncio de su gracia con las señales milagrosas y los prodigios que les concedía realizar.

La población de la ciudad se dividió, unos a favor de los judíos y otros a favor de los apóstoles. Un grupo compuesto de paganos y judíos con sus jefes al frente, se preparó para ultrajar y apedrear a los apóstoles. Ellos, al enterarse, huyeron a la provincia de Licaonia, a las ciudades de Listra, Derbe y alrededores, donde se quedaron evangelizando.

Había en Listra un hombre tullido, que se veía sentado y con los pies cruzados. Era inválido de nacimiento y nunca había podido caminar. Un día, como escuchaba el discurso de Pablo, éste fijó en él su mirada y vio que aquel hombre tenía fe para ser sanado. Le dijo entonces en voz alta: "Levántate y ponte derecho sobre tus pies. El hombre se incorporó y empezó a andar. Al ver la gente lo que Pablo había hecho, comenzó a gritar en la lengua de Licaonia: "¡Los dioses han venido a nosotros en forma de hombres!"

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Según ellos, Bernabé era Zeus, y Pablo Hermes, porque era el que hablaba. Incluso el sacerdote del templo de Zeus, que estaba fuera de la ciudad, trajo hasta las puertas de los mismos toros y guirnaldas y, de acuerdo con la gente, quiso ofrecerles un sacrificio. Al escuchar esto, Bernabé y Pablo rasgaron sus vestidos para manifestar su indignación y se lanzaron en medio de la gente gritando: Amigos, ¿qué hacen?

Nosotros somos humanos y mortales como ustedes, y acabamos de decirles que deben abandonar estas cosas que no sirven y volverse al Dios vivo, que hizo el cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos. El permitió en las generaciones pasadas que cada nación siguiera su propio camino, pero no por eso dejó de manifestarse, pues continuamente derrama sus beneficios.

El es quien desde el cielo les da las lluvias, y los frutos a su tiempo, dando el alimento y llenando los corazones de alegría. Aun con estas palabras, difícilmente consiguieron que el pueblo no les ofreciera un sacrificio, y que volvieran cada uno a su casa. Se quedaron allí algún tiempo enseñando. Luego llegaron unos judíos de Antioquía e Iconio y hablaron con mucha seguridad, afirmando que no había nada de verdadero en aquella predicación, sino que todo era una mentira.

Persuadieron a la gente a que les dieran la espalda y al final apedrearon a Pablo. Después lo arrastraron fuera de la ciudad, convencidos de que ya estaba muerto. Pero sus discípulos se juntaron en torno a él, y se levantó. Entró en la ciudad, y al día siguiente marchó con Bernabé para Derbe. Después de haber evangelizado esa ciudad, donde hicieron muchos discípulos, regresaron de nuevo a Listra y de allí fueron a Iconio y Antioquía.

A su paso animaban a los discípulos y los invitaban a perseverar en la fe; les decían: "Es necesario que pasemos por muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios. En cada Iglesia designaban presbíteros y, después de orar y ayunar, los encomendaban al Señor en quien habían creído. Atravesaron la provincia de Pisidia y llegaron a la de Panfilia.

Predicaron la Palabra en Perge y bajaron después a Atalía. Allí se embarcaron para volver a Antioquía, de donde habían partido encomendados a la gracia de Dios para la obra que acababan de realizar. A su llegada reunieron a la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto las puertas de la fe a los pueblos paganos.

Permanecieron allí bastante tiempo con los discípulos.

La actuación de Pablo en Iconio ilustra dos puntos de estrategia misionera que hubieran podido advertirse con anterioridad en conexión con este memorable viaje : primero, Pablo fue a las ciudades mayores y en ellas formó iglesias, con el propósito de llegar a las zonas más distantes por medio de estos centros de influencia ; en segundo lugar, siguió la línea de menor resistencia y entró en todas las puertas abiertas, yendo ante todo a sus compatriotas en sus propias sinagogas y, una vez se le rechazaba en ellas, a los gentiles. En Iconio la oposición fue más dura de lo que lo había sido en Antioquía, pero también la manifestación de poder divino fue mayor, y "señales y prodigios" se hacían por manos de los apóstoles. Así ha sido a menudo la experiencia de los obreros cristianos; cuando las dificultades

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aumentan, se presenta una revelación consoladora de la gracia, misericordia y bondad de Dios.

Se tramó una conspiración contra las vidas de Pablo y Bernabé, y por ello huyeron en dirección este hacia las ciudades de Listra y Derbe en Licaonia. ¿Es adecuada esta conducta para los misioneros cuando se hallan frente al peligro? Sólo las circunstancias pueden decirlo. A veces es mejor sufrir martirio; otras, buscar un lugar seguro y recomenzar la obra cuando la tormenta haya pasado.

En Listra Pablo da mil ejemplos admirables de la adaptación necesaria del mensaje misionero al auditorio, no alterando su esencia, sino el enfoque. Este segundo sermón de Pablo que se cita, se debe comparar con el primero. La ocasión del mismo es notablemente parecida a la del "segundo sermón" de Pedro. En ambos casos un inválido, cojo incurable, queda curado instantáneamente, y el milagro atrae a una multitud maravillada. En Listra la gente está tan impresionada que llega al punto de ofrecer sacrificios a los apóstoles como a dioses; imaginan que Pablo es Mercurio, y Bernabé Júpiter. Pablo se dirige a esta excitada multitud de paganos. No comienza recurriendo a la Escritura, que sus oyentes desde luego desconocen por completo, sino hablándoles de Dios cuyo poder y amor se manifiestan en las obras de la naturaleza y de su providencia. Ante la bondad de un Dios vivo y verdadero como ése, Pablo invita a sus oyentes a que se arrepientan, y prepara el camino para el mensaje relativo a Cristo Salvador.

Sin embargo, apenas se le permite a su mensaje tener efecto. Una turba de judíos celosos llega al lugar y soliviantan a los paganos para que hagan causa común con ellos en contra de los apóstoles. Apedrean a Pablo, lo arrastran fuera de la ciudad, y lo dejan por muerto; pero al rodearlo sus fieles seguidores, se alegran al verlo levantarse, y regresan de nuevo, llenos de valor, a la ciudad hostil. Al día siguiente, sin embargo, Pablo sale con Bernabé hacia Derbe, donde con su predicación llega a establecer la iglesia cristiana.

Lucas esboza ahora en forma rápida el regreso de los apóstoles, cuando vuelven a pasar por Listra, Iconio, Antioquía y Perge, y zarpan de Atalía para ir a informar a la iglesia que los había enviado. El escritor se detiene, sin embargo, para subrayar un punto esencial de estrategia misionera, a saber, la cuidadosa organización de la iglesia que se habían constituido en distintos lugares. La evangelización, en el caso de Pablo, no consistió en una simple proclamación, superficial y apresurada, sino en el establecimiento de una obra permanente. Con gran riesgo personal volvió a visitar a los neos conversos, los confortó, los instruyó, e hizo que se nombraran "ancianos en cada iglesia". Un programa misionero, si ha de ser adecuado, debe tener como fin el establecimiento de iglesias con gobierno autónomo, que se sostengan a sí mismas, y que a su vez se propaguen. Este fue siempre el propósito y la práctica de Pablo.

EL CONCILIO DE JERUSALÉN (CAP. 15: 1-35)

Llegaron algunos de Judea que aleccionaban a los hermanos con estas palabras: "Ustedes no pueden salvarse, a no ser que se circunciden como lo manda Moisés. Esto ocasionó bastante perturbación, así como discusiones muy violentas de Pablo y

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Bernabé con ellos. Al fin se decidió que Pablo y Bernabé junto con algunos de ellos subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los apóstoles y los presbíteros.

La Iglesia los encaminó, y atravesaron Fenicia y Samaria. Al pasar contaban con todo lujo de detalles la conversión de los paganos, lo que produjo gran alegría en todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén fueron recibidos por la Iglesia, por los apóstoles y los presbíteros, y les expusieron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos. Pero se levantaron algunos del grupo de los fariseos que habían abrazado la fe, y dijeron: "Es necesario circuncidar a los no judíos y pedirles que observen la ley de Moisés.

Entonces los apóstoles y los presbíteros se reunieron para tratar este asunto. Después de una acalorada discusión, Pedro se puso en Pie y dijo: "Hermanos: ustedes saben cómo Dios intervino en medio de ustedes ya en los primeros días, cuando quiso que los paganos escucharan de mi boca el anuncio del Evangelio y abrazaran la fe. Y Dios, que conoce los corazones, se declaró a favor de ellos, al comunicarles el Espíritu Santo igual que a nosotros.

No ha hecho ninguna distinción entre nosotros y ellos, sino que purificó sus corazones por medio de la fe. ¿Quieren ustedes mandar a Dios ahora? ¿Por qué quieren poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que nuestros padres no fue capaz de soportar, ni tampoco nosotros? Según nuestra fe, la gracia del Señor Jesús es la que nos salva, del mismo modo que a ellos. Toda la asamblea guardó silencio y escucharon a Bernabé y a Pablo, que contaron las señales milagrosas y prodigios que Dios había realizado entre los paganos a través de ellos.

Cuando terminaron de hablar, Santiago tomó la palabra y dijo: "Hermanos, escúchenme:" Simeón acaba de recordar cómo Dios, desde el primer momento, intervino para formarse con gentes paganas un pueblo a su nombre. Los profetas hablan el mismo lenguaje, pues está escrito: Después de esto volveré y construiré de nuevo la choza caída de David. Reconstruiré sus ruinas y la volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor, todas las naciones sobre las cuales ha sido invocado mi Nombre.

Así lo dice el Señor, que hoy realiza lo que tenía preparado desde siempre. Por esto pienso que no debemos complicar la vida a los paganos que se convierten a Dios. Digámosles en nuestra carta tan sólo que se abstengan de lo que es impuro por haber sido ofrecido a los ídolos, de las relaciones sexuales prohibidas, de la carne de animales sin sangrar y de comer sangre. Porque desde tiempos antiguos leen a Moisés en las sinagogas todos los sábados, y tiene predicadores en cada ciudad. Entonces los apóstoles y los presbíteros, de acuerdo con toda la Iglesia, decidieron elegir algunos hombres de entre ellos para enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé.

Fueron elegidos Judas, llamado Barsabás, y Silas, ambos dirigentes entre los hermanos. Debían entregar la siguiente carta: "Los apóstoles y los hermanos con título de ancianos saludan a los hermanos no judíos de Antioquía, Siria y Cilicia. Nos hemos enterado de que algunos de entre nosotros los han inquietado y perturbado con sus palabras. No tenían mandato alguno nuestro. Pero ahora, reunidos en asamblea, hemos decidido elegir algunos hombres y enviarlos a ustedes junto con los

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queridos hermanos Bernabé y Pablo, que han consagrado su vida al servicio de nuestro Señor Jesucristo.

Les enviamos, pues, a Judas y a Silas, que les expondrán de viva voz todo el asunto. Fue el parecer del Espíritu Santo y el nuestro no imponerles ninguna otra carga fuera de las indispensables: que no coman carne sacrificada a los ídolos, ni sangre, ni carne de animales sin desangrar y que se abstengan de relaciones sexuales prohibidas. Observen estas normas dejándose guiar por el Espíritu Santo.

Adiós. Después de despedirse fueron a Antioquía, reunieron a la asamblea y entregaron la carta. Cuando la leyeron, todos se alegraron con aquel mensaje de aliento. Judas y Silas, que también eran profetas, dieron ánimo y confortaron a los hermanos con un largo discurso. Se quedaron allí algún tiempo, y los hermanos los despidieron en paz para volver a la comunidad que los había enviado.

Pero Silas prefirió quedarse con ellos y Judas volvió solo. En cuanto a Pablo y Bernabé, se detuvieron en Antioquía, enseñando y anunciando con muchos otros la Palabra de Dios.

En la iglesia de Antioquía surgió el problema que hizo que Pablo fuese enviado como delegado al "primer concilio" de la iglesia cristiana. Se suele recordar que los discípulos fueron llamados cristianos por primera vez en Antioquía. La iglesia de dicha ciudad tuvo, sin embargo, un honor todavía mayor; fue la primera iglesia misionera, y llegó a ser el centro de irradiación para la evangelización del mundo gentil. Para cualquier más grave era que las Escrituras parecían favorecerlos. El Antiguo Testamento exigía la ley ceremonial y no había constancia de abrogación alguna. Nuestro Salvador mismo la había observado con esmero. ¿Cómo se podía prescindir de ella en el mensaje misionero? ¿Cómo se podía reconciliar la libertad de la ley que Pablo predicaba con la autoridad de la Escritura? ¿Cómo reconciliamos hoy día fe y obras, libertad y necesidad, gracia y ley?

Después de una reunión privada de dirigentes se sostuvo la discusión pública. Pedro lógicamente habla en primer lugar. Arguye a base del caso de Cornelio y de sus amigos, a quienes parecen haber olvidado los que abogan por la ley. Esas personas habían sido salvas sin observancia legal alguna, e incluso antes del bautismo cristiano. Además, insiste Pedro, la ley es demasiado gravosa para cualquiera. ¿Quién de entre los cristianos actuales ha observado jamás la ley tal como el Maestro la interpretó en el Sermón del Monte? Por fin, tal como Pedro afirma, nosotros, y cualquiera, somos salvos en forma exclusiva por medio de la gracia a través de la fe en Cristo. No hay otro camino de salvación.

Luego habla Pablo. Cuenta lo ocurrido en su reciente viaje misionero y relata la conversión y vida nueva de multitudes de gentiles que han sido salvos sin el más mínimo conocimiento de la ley ceremonial. Este era un hecho incontrovertible. Los resultados de las misiones actuales son la mejor prueba de la verdad del mensaje evangélico.

Jacobo fue el último orador. Sabe que, después de todo, las Escrituras concuerdan con el mensaje evangélico, y que habían anunciado que, por medio de un príncipe que iba a surgir de la casa de David, les iba a llegar la salvación a los gentiles, quienes iban a ser salvos sin observar la ley de Moisés.

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La decisión, que Jacobo sugirió y que el concilio iglesia de hoy es un honor envidiable el poseer espíritu misionero.

El problema surgió de esa misma actividad misionera. Las misiones siempre crean problemas; exigen hombres y dinero, atención y oración; requieren el reajuste de planes personales y cooperación entre hombres de opiniones divergentes. Las iglesias muertas no tienen problemas. El éxito del primer viaje misionero de Pablo y el gran número de gentiles convertidos crearon una divergencia de opiniones tan grande entre ciertos cristianos de Antioquía y de Jerusalén que se consideró necesario enviar a Pablo, a Bernabé, y a otros a Jerusalén para que consultaran con los miembros de la iglesia madre. El problema se refería al mensaje misionero. Este es el asunto fundamental y definitivo de toda empresa misionera. En aquel entonces todos estaban de acuerdo en que el mensaje del evangelio se centraba en una única palabra, "salvación". Interpretaban dicha palabra en su sentido espiritual. Con ella no querían significar tan sólo una mejoría en la condición social, sino un estado del alma y una relación con Dios. Significaba liberación de la culpa, del poder y de la presencia del pecado, y una vida de santidad y servicio. Todos estaban de acuerdo en que se alcanzaba por la fe en Cristo, pero en tanto que Pablo había predicado durante su viaje misionero que se alcanzaba por la fe sola, ciertos miembros de la iglesia de Jerusalén insistían en que también era necesario guardar la ley de Moisés. ¿Era correcto el mensaje misionero de Pablo? ¿Qué se debe hacer para ser salvo?

La dificultad no le pareció grande a Pablo. Estaba seguro de que tenía razón. En el viaje a Jerusalén tuvo gran gozo en anunciar la salvación de gentiles que se habían convertido a través de su mensaje de "fe en Cristo". En la mente de los fariseos convertidos, sin embargo, la dificultad era en verdad grande. El hecho aceptó, incluyó tres puntos: (1) Libertad (cap. 15: 19); no era necesario observar la Ley de Moisés, la cual no era base de la salvación. Esta decisión fue la "Carta Magna" de la libertad cristiana (Gál. 2: 15-21). (2) Pureza (cap. 15: 20); libertad no es libertinaje, sino vida de santidad, por la fe en Cristo (Gál. 5: 13-26). (3) Caridad; en materias de por sí indiferentes no ofendamos sin necesidad a los que prefieren observar ciertas formalidades y ceremonias (Gál. 6: 2).

En nombre de toda la iglesia se envió una carta circular para anunciar dicha decisión, lo cual produjo gran gozo en las iglesias locales y espíritu de sanidad, armonía y paz. Sólo una unión así de cristianos, basada en la aceptación de las doctrinas fundamentales de la gracia ofrece garantía de éxito misionero y de una proclamación extensa de un mensaje evangélico auténtico.

SEGUNDO VIAJE MISIONERO DE PABLO (CAPS. 15: 36 AL 18: 22)

LOS COMPAÑEROS DE VIAJE (CAPS. 15: 36 AL 16: 5)

Pero un día Pablo dijo a Bernabé: "Volvamos a visitar a los hermanos y veamos cómo están en cada una de las ciudades donde hemos anunciado la Palabra del Señor. Bernabé quería llevar con ellos también a Juan, llamado Marcos, pero Pablo consideraba que no debían llevar consigo a quien los había abandonado en Panfilia,

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cuando debía haber compartido sus trabajos. Se acaloraron tanto que acabaron por separarse el uno del otro.

Bernabé tomó consigo a Marcos y se embarcó rumbo a Chipre. Pablo, por su parte, eligió a Silas. Los hermanos lo encomendaron a la gracia de Dios y partió. Recorrió Siria y Cilicia confirmando a las Iglesias y entregando las decisiones de los presbíteros. Pablo se dirigió a Derbe y después a Listra. Había allí un discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía que había abrazado la fe, y de padre griego;" los hermanos de Listra e Iconio hablaban muy bien de él.

Pablo quiso llevarlo consigo y de partida lo circuncidó, pensando en los judíos que había por aquellos lugares, pues todos sabían que su padre era griego. A su paso de ciudad en ciudad iban entregando las decisiones tomadas por los apóstoles y presbíteros en Jerusalén y exhortaban a que las observaran. Estas Iglesias se iban fortaleciendo en la fe y reunía cada día más gente.

El hecho más destacado en relación con el segundo viaje misionero de Pablo es que produjo el establecimiento de iglesias cristianas en el continente europeo. Estas constituyeron centros de irradiación de la obra evangelística, e incluyeron en su campo de influencia las ciudades de Filipos, Tesalónica y Corinto.

El relato se inicia con la mención de un incidente penoso, la separación de Pablo y Bernabé. Se suscitó una discusión en cuanto a la conveniencia de llevar con ellos a Juan Marcos quien, en el viaje anterior, los había abandonado en Perge. Parece cierto que Marcos había faltado, pero el asunto era si se le debía perdonar y ofrecer otra oportunidad. Bernabé, primo de Marcos y hombre de índole cordial y compasiva, asumió la posición benévola. A Pablo lo consumía el celo de la gran obra que tenía entre manos, a la cual creía no debía hacérsele correr ningún riesgo por cuestiones de sentimientos y preferencias personales. La controversia llegó a un punto tan definitivo que los apóstoles decidieron separarse.

Uno de los problemas más graves de las misiones modernas, y de hecho de todas las empresas cristianas, es el de las relaciones personales de los obreros. A veces es necesario "estar de acuerdo para poder estar disconforme"; de ordinario las diferencias importantes se perdonan y olvidan por completo como fue el caso, años más tarde, de Pablo, Bernabé y Marcos.

Hay que lamentar el incidente y debe haber afligido a los dedicados amigos cuyas vicias habían estado tan íntimamente unidas; pero todo fue dejado en un segundo plano en bien de una extensión más vasta de la obra. Bernabé se unió a Marcos y navegaron a Chipre, en tanto que Pablo escogió a Silas y se dirigieron por tierra hacia Cilicia. Las fragilidades humanas no pueden demorar los propósitos de Dios; si un obrero falla, otro toma su puesto.

El sucesor de Marcos, como ayudante de Pablo, fue Timoteo. Era algo tímido, modesto, y emotivo, pero afectuoso, sincero, y consagrado. Se convirtió en el amigo más íntimo de Pablo y en su compañero más constante, y llegó a ser tan caro al gran apóstol como un "hijo amado". Pablo descubrió a este joven discípulo al volver a visitar las ciudades de Listra y Derbe. A Timoteo lo habían instruido con esmero en las Escrituras su madre y su abuela, judías; pero su padre era gentil y la Ley Mosaica no se había observado en su hogar. A fin de evitar cualquier agravio

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para los judíos entre los que Pablo iba a trabajar, Timoteo fue circuncidado; luego fue ordenado por los ancianos, y partió con Pablo para el memorable viaje que llevó a los evangelistas a Europa. Todo el relato es un hermoso comentario del valor de la amistad y compañerismo en el servicio cristiano y en especial en la obra en países extranjeros.

PABLO EN FILIPOS (CAP. 16: 6-40)

Atravesaron Frigia y la región de Galacia, pues el Espíritu Santo no les dejó que fueran a predicar la Palabra en Asia. Estando cerca de Misia intentaron dirigirse a Bitinia, pero no se lo consintió el Espíritu de Jesús. Atravesaron entonces Misia y bajaron a Tróade. Por la noche Pablo tuvo una visión. Ante él estaba de Pie un macedonio que le suplicaba: "Ven a Macedonia y ayúdanos.

Al despertar nos contó la visión y comprendimos que el Señor nos llamaba para evangelizar a Macedonia. Nos embarcamos en Tróade y navegamos rumbo a la isla de Samotracia; al día siguiente salimos para Neápolis. De allí pasamos a Filipos, una de las principales ciudades del distrito de Macedonia, con derechos de colonia romana. Nos detuvimos allí algunos días, y el sábado salimos a las afueras de la ciudad, a orillas del río, donde era de suponer que los judíos se reunían para orar.

Nos sentamos y empezamos a hablar con las mujeres que habían acudido. Una de ellas se llamaba Lidia, y era de las que temen a Dios. Era vendedora de púrpura y natural de la ciudad de Tiatira. Mientras nos escuchaba, el Señor le abrió el corazón para que aceptase las palabras de Pablo. Recibió el bautismo junto con los de su familia, y luego nos suplicó: "Si ustedes piensan que mi fe en el Señor es sincera, vengan y quédense en mi casa.

Y nos obligó a aceptar. Mientras íbamos un día al lugar de oración, salió a nuestro encuentro una muchacha esclava que estaba poseída por un espíritu adivino. Adivinando la suerte producía mucha plata a sus amos. Empezó a seguirnos a nosotros y a Pablo gritando: "Estos hombres son siervos del Dios Altísimo y les anuncian el camino de la salvación. Esto se repitió durante varios días, hasta que Pablo se cansó, Se volvió y dijo al espíritu: "En el nombre de Jesucristo te ordeno que salgas de ella"

Y en ese mismo instante el espíritu la dejó. Al ver sus amos que con ello se esfumaban también sus ganancias, tomaron a Pablo y a Silas y los arrastraron a la plaza ante el tribunal. Y los presentaron a los magistrados diciendo: "Estos hombres son judíos y están alborotando nuestra ciudad;" predican unas costumbres que a nosotros, los romanos, no nos está permitido aceptar ni practicar.

La gente se les echó encima. Los oficiales mandaron arrancarles las ropas y los hicieron apalear. Después de haberles dado muchos golpes, los echaron a la cárcel, dando orden al carcelero de vigilarlos con todo cuidado. Este, al recibir dicha orden, los metió en el calabozo interior y les sujetó los pies con cadenas al piso del calabozo. Hacia media noche Pablo y Silas estaban cantando himnos a Dios, y los demás presos los escuchaban.

De repente se produjo un temblor tan fuerte que se conmovieron los cimientos de la cárcel; todas las puertas se abrieron de golpe y a todos los presos se les soltaron las

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cadenas. Se despertó el carcelero y vio todas las puertas de la cárcel abiertas. Creyendo que los presos se habían escapado, sacó la espada para matarse, pero Pablo le gritó: "No te hagas daño, que estamos todos aquí.

El hombre pidió una luz, entró de un salto y, después de encerrar bien a los demás presos, se arrojó temblando a los pies de Pablo y Silas. Después los sacó fuera y les preguntó: "Señores, ¿qué debo hacer para salvarme?" Le respondieron: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia. Le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa. El carcelero, sin más demora, les lavó las heridas y se bautizó con toda su familia a aquella hora de la noche.

Los había llevado a su casa; allí preparó la mesa e hicieron fiesta con todos los suyos por haber creído en Dios. Por la mañana los magistrados enviaron a unos oficiales con esta orden: "Deja en libertad a esos hombres. El carcelero se lo comunicó a Pablo y Silas, diciendo: "Los magistrados han dado orden de dejarlos en libertad. Salgan, pues, y marchen en paz. Pero Pablo le contestó: "A nosotros, ciudadanos romanos, nos han azotado públicamente y nos han metido en la cárcel sin juzgarnos, ¿y ahora quieren echarnos fuera a escondidas?

Eso no. Que vengan ellos a sacarnos. Los oficiales transmitieron esto a los magistrados, que se llenaron de miedo al escuchar que eran ciudadanos romanos. Fueron a la prisión acompañados por un grupo de amigos de Pablo y les pidieron que se marcharan, diciéndoles: "¡Cómo íbamos a pensar que ustedes fueran muy buena gente!" Y cuando Pablo y Silas estaban para irse, les rogaron: "Ahora que se van libres, por favor, no nos creen problemas por haberles hablado duramente".

Apenas dejaron la cárcel fueron a casa de Lidia. Allí se encontraron con los hermanos, a los que dieron ánimo antes de marcharse.

El propósito primero que Pablo anunció fue visitar las iglesias que había establecido con anterioridad; pero el horizonte de lo que era su privilegio y deber se vio inesperadamente ampliado. Después de pasar por Frigia y Galacia, fue impedido providencialmente de ir a Bitinia, por lo cual se dirigió hacia el oeste hasta llegar a Troas, donde el mar lo detuvo. Se ha dicho con razón que el Señor guía los pasos y también las paradas del hombre bueno. Por la noche le llegó la visión: "un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos". Cuando uno busca dirección y está dispuesto a obedecer, la señal más insignificante puede ser suficiente para indicarle el curso para seguir; y el historiador afirma: "Cuando vio la visión, en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio".

¿Quién es este historiador que por primera vez emplea el "nosotros" y "nos" y escribe como testigo ocular? Es casi con toda seguridad Lucas, "el médico amado", que en este punto se une al grupo, digno precursor de ese leal equipo de misioneros médicos que han estado siempre en primera fila para aliviar cuerpos y almas en ultramar.

El importante viaje a Europa les llevó pocos días. Desembarcaron en Neápolis, cruzaron la cordillera hasta Filipos, a unos dieciocho kilómetros. En las llanuras de Filipos, casi un siglo antes, se había decidido la hegemonía del mundo cuando

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Augusto y Antonio derrotaron a Bruto y Casio. La ciudad era colonia militar, una Roma en miniatura, y en las personas que los apóstoles encontraron están reflejados las necesidades morales y espirituales del mundo antiguo y moderno.

La primera conversión en Filipos, y por tanto en Europa, fue la de Lidia. Era mujer rica, inteligente, de mucha experiencia, vendedora de púrpura, procedente de Tiatira; además era religiosa, piadosa, de oración. Sin embargo necesitaba la salvación, necesitaba a Cristo. Pablo la encontró entre un grupo de mujeres a las que habló en el lugar de oración en sábado; el Señor abrió el corazón de ella para que creyera el mensaje evangélico, se bautizó, y hospedó a los apóstoles en su casa. Personas así se encuentran en todos los países; pero no va de acuerdo con las Escrituras decir que son salvas sin el evangelio. Sus vidas honestas, rectilíneas, de oración, según algunos autores modernos, son indicio de que ya poseen "el Cristo esencial", que la vida espiritual que tienen es como la de los que se llaman cristianos, por lo menos de la misma clase y quizá también en intensidad. El caso de la primera conversión en Europa sugiere algo distinto y es una clara advertencia hecha a la iglesia de que no deje de lado a estas almas nobles que ansían la luz, la paz y la vida que sólo el evangelio puede darles. Lidia nos recuerda al eunuco etíope, a Saulo de Tarso, a Cornelio el centurión ; todos eran buenos, justos, religiosos ; sin embargo necesitaban la salvación que procede de una fe inteligente en el Cristo divino, crucificado y resucitado ; y éstos son conversos típicos en la historia de la iglesia primitiva.

Si Lidia sugiere la necesidad de lo que los mensajeros del evangelio pueden ofrecer, su acción generosa, a continuación de su conversión, simboliza el apoyo y ayuda incalculables que las mujeres de todos los tiempos han ofrecido a la causa de las misiones cristianas. Lidia la judía, sin embargo, no es el prototipo común de mujer en países paganos; la condición de éstas la representa más bien la pobre muchacha esclava, "la pitonisa", poseída de un espíritu malo, cuya miseria era fuente de ganancias para sus amos. Así son los instrumentos de los hombres. Sus agonías y pesares sin par son el verdadero "grito de Macedonia" que la iglesia de los países cristianos debería escuchar. Su miseria más profunda no es la de las circunstancias exteriores; necesitan que el mal sea arrancado de sus corazones. Al espíritu que poseía la miserable muchacha de Filipos Pablo dirigió las memorables palabras: "Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella". "Y salió en aquella misma hora". Las mujeres del Oriente no son todas como la muchacha esclava; algunas son como Lidia; pero hay millones que esperan mensajeros que les hablen con la fe confiada de Pablo, en el nombre omnipotente de Cristo.

La liberación de la muchacha produjo la ira violenta de sus "amos"; hay hombres hoy día que quieren enriquecerse con la degradación de la mujer, y quienes se ofenden de lo que consideran intrusión impertinente de los que tratan de arrancar a sus víctimas del poder del pecado. Así consideraron estos hombres la acción de Pablo. Consiguieron que los apóstoles fueran azotados y encarcelados con una acusación falsa y sin proceso legal.

Los intrépidos evangelistas, sangrando y magullados, confinados en el calabozo de más adentro, estuvieron cantando toda la noche, hasta que Dios sacudió la prisión y liberó a sus mensajeros. Los que se oponen a las fuerzas del vicio organizado

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deben esperar oposición violenta, pero estar con Cristo es estar con el que todo lo puede, y no hay que desesperar.

El temblor de tierra que abrió la prisión, la extraña acusación hecha a los apóstoles, la salvación de la que habían hablado, su propio temor y sentimiento de necesidad, condujeron a la conversión del carcelero. Es prototipo de la humanidad envilecida, oprimida, degradada, que siempre necesita el evangelio. No todos los hombres son como Saulo y Cornelio. La pronta aceptación del evangelio por parte del carcelero, su inmediata confesión de fe, todo es prueba de cuán claramente comprendió la respuesta que Pablo dio a su ansiosa pregunta en cuanto al camino de salvación: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa". No cabe duda de que ese mensaje se adapta a las necesidades de hombres de toda clase y condición.

Por la mañana los magistrados, sin duda afectados por lo que se les había referido, enviaron a decir que soltaran a Pablo y Silas; pero Pablo insistió en que se les diese satisfacción pública y acabó de aterrorizar a los magistrados diciéndoles que era ciudadano romano. Siendo esto así, eran culpables de una falta grave por el trato que le habían dado. No sorprende, pues, que acudieran de inmediato a la cárcel para sacar a los apóstoles con toda deferencia y respeto. El triunfo de Pablo fue completo. Estaba dispuesto a sufrir por Cristo, pero quería que los gobernantes civiles comprendieran mejor que al perseguir a hombres por causa de su fe cristiana transgredían las leyes tanto humanas como divinas.

PABLO EN TESALÓNICA Y BEREA (CAP. 17: 1-15)

Pablo y Silas atravesaron Anfípolis y Apolonia, y llegaron a Tesalónica, donde los judíos tenían una sinagoga. Pablo, según su costumbre, fue a visitarlos y por tres sábados discutió con ellos, basándose en las Escrituras. Las interpretaba y les demostraba que el Mesías debía padecer y resucitar de entre los muertos. Y les decía: "Este Mesías es precisamente el Jesús que yo les anuncio.

Hubo algunos que se convencieron y formaron un grupo en torno a Pablo y Silas. Lo mismo hizo un buen número de griegos, de los "que temen a Dios", y no pocas mujeres de la alta sociedad. Los judíos no se quedaron pasivos: reunieron a unos cuantos vagos y maleantes, armaron un motín y alborotaron la ciudad. Hicieron una demostración frente a la casa de Jasón, pues querían a Pablo y Silas para llevarlos ante la asamblea del pueblo.

Pero al no encontrarlos allí, arrastraron a Jasón y a otros creyentes ante los magistrados de la ciudad, gritando: "Esos hombres que han revolucionado todo el mundo han llegado también hasta aquí" y Jasón los ha hospedado en su casa. Todos ellos objetan los decretos del César, pues afirman que hay otro rey, Jesús. Lograron impresionar al pueblo y a los magistrados que los oían, los cuales exigieron una fianza a Jasón y a los demás hermanos antes de dejarlos en libertad.

Aquella misma noche los hermanos enviaron a Pablo y Silas a la ciudad de Berea. Al llegar se dirigieron a la sinagoga de los judíos. Estos eran mejores que los de Tesalónica, y recibieron el mensaje con mucha disponibilidad. Diariamente examinaban las Escrituras para comprobar si las cosas eran así. Un buen número de

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ellos abrazó la fe y, de entre los griegos, algunas mujeres distinguidas y también bastantes hombres.

Pero cuando los judíos de Tesalónica se enteraron de que Pablo estaba predicando la Palabra de Dios en Berea, fueron también allí para agitar al pueblo y crear disturbios. Inmediatamente los hermanos hicieron salir a Pablo hacia la costa, mientras Silas y Timoteo se quedaban en Berea. Los que acompañaban a Pablo lo llevaron a Atenas, y después regresaron a Berea con instrucciones para Timoteo y Silas de que fueran a reunirse con él lo antes posible.

Un viaje de unos ciento sesenta kilómetros hacia el suroeste condujo a Pablo hasta Tesalónica, y luego, a unos ochenta kilómetros más por la misma vía romana, hasta Berea; su permanencia en la primera ciudad indica cómo debe predicarse el evangelio, en tanto que su experiencia de Berea enseña cómo hay que recibirlo.

Tesalónica, ahora conocida como Salónica, era una ciudad de dimensiones e influencia considerables; en tiempos modernos llegó a ser la segunda ciudad del Imperio turco; y los ojos del mundo han estado puestos en ella más recientemente, con los sucesos de la primera Guerra Mundial. Es extraño, pero su verdadera fama depende más bien de la visita que hizo a la ciudad un misionero cristiano hace muchos siglos y de dos pequeñas cartas que escribió a la iglesia que fundó en ella. Por estas cartas a los tesalonicenses se deduce que Pablo tuvo que permanecer en la ciudad algo más que los "tres días de reposo" que Lucas menciona. Este período inicial lo dedicó en su mayor parte a trabajar entre los judíos, en tanto que pasó varias semanas más en predicar a los gentiles conversos de los que la iglesia se componía en su mayor parte. Tanto Hechos como las Epístolas, sin embargo, ponen muy de relieve el contenido del mensaje que Pablo proclamó. Fue en esencia una exposición de las Escrituras, las cuales, después de todo, constituyen la forma más valiosa de predicar también hoy. Su único tema fue Jesucristo, del que demostró ser el Salvador verdadero, el Mesías prometido, y quien, tal como el Antiguo Testamento afirmó, debía sufrir por el pecado y resucitar de entre los muertos. Las Epístolas muestran además que insistió mucho en la segunda venida de Cristo como Rey glorioso.

De esta última enseñanza se aprovecharon los enemigos de Pablo para incitar a una turba y tratar de apoderarse del apóstol. Al no encontrarlo en la casa en la que se había hospedado, condujeron a Jasón, el dueño de la misma, ante los dirigentes de la ciudad, con la acusación de haber acogido a gente culpable de traición, a hombres que habían dicho, "que hay otro rey, Jesús". Los magistrados actuaron con justicia; tomaron nota de la acusación y soltaron a Jasón bajo fianza para juzgarlo más adelante.

Pablo, Silas y Timoteo se escaparon de noche, y fueron a Berea. En esta ciudad los judíos demostraron que "eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.". Oyentes así son los ideales, y contrastan en forma marcada con los que Pablo encontró en Tesalónica, cuyos ciegos prejuicios les impidieron sopesar con sinceridad las pruebas de lo que se les anunciaba. En las diferencias religiosas que se suscitan, el problema no es tanto lo que piensen los maestros sino lo que las Escrituras dicen. Los judíos de Tesalónica, llevados de los celos, persiguieron al apóstol hasta Berea. El éxito que había conseguido en ese

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nuevo campo de labor los enfureció, agitaron al pueblo y obligaron a Pablo a seguir huyendo. Silas y Timoteo, sin embargo, se quedaron; parece que Lucas también permaneció en Filipos; pero Pablo viajó cuatrocientos setenta kilómetros por mar en dirección sur, hasta Atenas.

PABLO EN ATENAS (CAP. 17: 16-34)

Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu hervía viendo la ciudad plagada de ídolos. Empezó a tener contactos en la sinagoga con judíos y con griegos que temían a Dios, hablando también con los que diariamente se encontraban en las plazas de la ciudad. Algunos filósofos epicúreos y estoicos entablaron conversación con él. Unos preguntaban: "¿Qué querrá decir este charlatán?", mientras otros comentaban: "Parece ser un predicador de dioses extranjeros.

Porque le oían hablar de "Jesús" y de "la resurrección". Lo tomaron, lo llevaron con ellos a la sala del Areópago y le preguntaron: "¿Podemos saber cuál es esa nueva doctrina que enseñas?" Nos zumban los oídos con esas cosas tan raras que nos cuentas, y nos gustaría saber de qué se trata. Se sabe que para todos los atenienses y los extranjeros que viven allí no hay mejor pasatiempo que contar o escuchar las últimas novedades.

Entonces Pablo se puso de Pie en medio del Areópago, y les dijo: "Ciudadanos de Atenas, veo que son personas sumamente religiosas. Mientras recorría la ciudad contemplando sus monumentos sagrados, he encontrado un altar con esta inscripción: "Al Dios desconocido. Pues bien, lo que ustedes adoran sin conocer, es lo que yo vengo a anunciarles. El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él no vive en santuarios fabricados por humanos, pues es Señor del Cielo y de la tierra, y tampoco necesita ser servido por manos humanas, pues ¿qué le hace falta al que da a todos la vida, el aliento y todo lo demás?

Habiendo sacado de un solo tronco toda la raza humana, quiso que se estableciera sobre toda la faz de la tierra, y fijó para cada pueblo cierto lugar y cierto momento de la historia. Habían de buscar por sí mismos a Dios, aunque fuera a tientas: tal vez lo encontrarían. En realidad no está lejos de cada uno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como dijeron algunos poetas suyos: "Somos también del linaje de Dios.

Si de verdad somos del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca a las creaciones del arte y de la fantasía humana, ya sean de oro, plata o piedra. Ahora precisamente Dios quiere superar esos tiempos de ignorancia, y pide a todos los hombres de todo el mundo un cambio total. Tiene ya fijado un día en que juzgará a todo el mundo con justicia, valiéndose de un hombre que ha designado, y al que todos pueden creer, pues él lo ha resucitado de entre los muertos.

Cuando oyeron hablar de resurrección de los muertos, unos empezaron a burlarse de Pablo, y otros le decían: "Sobre esto te escucharemos en otra ocasión. Así fue como Pablo salió de entre ellos. Algunos hombres, sin embargo, se unieron a él y abrazaron la fe, entre ellos Dionisio, miembro del Areópago, una mujer llamada Damaris y algunos otros.

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Atenas era el centro no sólo intelectual sino también religioso del mundo antiguo; en ella se habían asentado todas las escuelas filosóficas dominantes; por otra parte, en la base de todas las religiones hay ciertos conceptos filosóficos esenciales en cuanto a Dios, el hombre, el mundo, la mente, y la materia. En este episodio están presentes todos los elementos que constituyen las así llamadas "religiones" del mundo moderno, y contiene indicaciones en cuanto a cómo deben enfocarse estos sistemas y cómo deben hacerles frente los seguidores de Cristo.

Ante todo, había idolatría, adoración de imágenes, o del espíritu que se suponía residir en las mismas. Lo que impresionó a Pablo no fue la belleza artística de las estatuas; santuarios, altares y templos, sino lo que era sabido que estas obras de arte representaban: "Su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría". A Pablo le conmovió pensar en toda la ignorancia, superstición, vicio e inmoralidad que acompañan inevitablemente a la idolatría.

El mundo moderno está literalmente "lleno de ídolos". Es en verdad aterrador ver qué parte tan vasta de la raza humana vive hoy día postrada ante dioses que el hombre mismo se ha fabricado. Incluso la mayoría de los que en teoría aceptan alguna de las "f es étnicas", en la práctica son adoradores de fetiches; e innumerables "cristianos" dan culto a imágenes, y otros hacen ocupar el lugar de Dios a objetos de devoción y afecto.

Pablo también discutió con los judíos, tanto en sus lugares de culto como en las plazas públicas. Por doquier en el mundo moderno se encuentran judíos ortodoxos, y en la práctica vienen a ser judíos muchos millones de hombres más que adoran al único Dios vivo y verdadero, pero que niegan la divinidad, la resurrección, y la obra redentora de Cristo.

Entre los filósofos de Atenas Pablo se encontró con representantes de dos escuelas cuyos principios moldean las creencias de muchos sistemas y cultos religiosos modernos. Los "epicúreos" eran en la práctica materialistas y ateos. Enseñaban que el fin de la existencia es el placer; que el placer es el único bien, y el dolor el único mal; que la virtud sólo hay que buscarla porque ofrece mayor goce; que el hombre debe descartar toda creencia en dioses y en la inmortalidad del alma; que el universo no fue creado sino que se produjo como resultado de una "organización de átomos" del todo casual; que puesto que no hay vida futura ni juicio, "comamos y bebamos porque mañana moriremos". Sorprendería descubrir cuántos hombres de todos los países han adoptado en la práctica, muchos quizá en forma inconsciente, este credo preciso.

Luego estaban los "estoicos". Poseían muchas cualidades admirables, pero sus creencias venían a ser las del "panteísmo" moderno. Para ellos Dios lo era todo y todo era Dios; era "el alma del universo", aunque no distinto del mismo; la diferencia entre pecado y virtud, y la distinción entre lo humano y lo divino, carecían de sentido. Enseñaban la resignación y el dominio de las circunstancias; pero eran fatalistas y consideraban que el máximo triunfo moral era alcanzar la apatía. Sería ilustrativo saber hasta qué punto el hinduismo es panteísta, el islamismo fatalista, y hasta qué extremo ciertas "modas" religiosas populares en Estados Unidos de América e Inglaterra niegan en la práctica la personalidad de Dios, e identifican lo humano con lo divino.

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Para los filósofos como aquellos, las verdades cristianas más sencillas resultan absurdas; Pablo fue tenido por "charlatán, palabrero", como hombre que poseía ciertos vislumbres de verdad pero que no eran como para poderlos incluir en ningún sistema universal. Ni siquiera entendían el lenguaje que empleaba cuando hablaba de Jesús y de la resurrección. Llevados por la curiosidad, y con desprecio total, le permitieron a Pablo que les hablase.

Pablo comienza el discurso con suma cortesía, felicitando a los griegos por ser "muy religiosos"; ilustra esta afirmación con el hecho de la existencia de un altar dedicado "AL DIOS NO CONOCIDO". Basado en el significado de esta dedicatoria insiste en que, a pesar de toda su sabiduría y "religiosidad", no conocen al verdadero Dios. Pablo pasa a hablarles de este Dios, y lo hace en términos tales que muestran las falacias fundamentales de todos sus sistemas religiosos. Los errores básicos de las "religiones universales" de hoy día son los falsos conceptos de Dios; para la fe cristiana es del todo esencial un concepto justo de Dios. Es inútil tratar de conciliar el evangelio con el panteísmo, el materialismo o el naturalismo.

Hablando de Dios en su relación con el mundo y con los hombres, Pablo afirma que Dios es el Creador y el Señor moral de todo, verdades que atacan de frente la raíz misma del materialismo, panteísmo, politeísmo, ateísmo, fetichismo e idolatría. En cuanto al hombre, Pablo enseña que procede de Dios, de una sola raza, responsable ante Dios, y que está bajo su cuidado providencial. Esto lo ratifica con una cita de un poeta griego, Arato o Cleances. Por lo que respecta al pecado, Pablo lo considera como ofensa a un Juez personal que exige arrepentimiento para poder recibir una revelación nueva que ha hecho para guiar al hombre. El camino de salvación es Cristo, quien ha sido nombrado Juez y cuya verdadera naturaleza queda demostrada en el hecho de su resurrección de entre los muertos.

Claro que Lucas no nos da sino un breve esquema de este mensaje incomparable, pero incluso en su brevedad contiene referencias bien concretas a todos los puntos esenciales de la fe cristiana. Deben considerarlas con todo esmero aquellos que quieran comprender las religiones del mundo y deseen estar preparados para hacerles frente con cortesía y poder, con la presentación de la verdad que está en Cristo Jesús.

Los resultados del mensaje se dicen ser muy escaros, y a causa de ello se ha criticado a Pablo por haber sido demasiado filosófico. De hecho, uno de los jueces se convirtió, y también una mujer de posición social destacada, y "otros con ellos". Al hablar de "fracaso" éste debe atribuirse al orgullo intelectual de los oyentes. Pablo predicó en una ciudad universitaria.

PABLO EN CORINTO (CAP. 18: 1-22)

Tiempo después Pablo dejó Atenas y se fue a Corinto. Allí se encontró con un judío llamado Aquila, natural del Ponto, que acababa de llegar de Italia con su esposa Priscila, a consecuencia de un decreto del emperador Claudio; porque todos los judíos habían recibido la orden de abandonar Roma. Pablo se acercó a ellos, pues eran del mismo oficio y se dedicaban a fabricar tiendas.

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Y se quedó a vivir y a trabajar con ellos. Todos los sábados Pablo entablaba discusiones en la sinagoga, tratando de convencer tanto a los judíos como a los griegos. Al llegar de Macedonia Silas y Timoteo, Pablo se dedicó por entero a la Palabra, y aseguraba a los judíos que Jesús era el Mesías. Como se oponían y le respondían con insultos, se sacudió el polvo de sus vestidos mientras les decía: "Nada tengo ya que ver con lo que les suceda; ustedes son los únicos responsables. En adelante me dirigiré a los paganos.

Pablo cambió de lugar y se fue a la casa de un tal Tito Justo, de los que temen a Dios, que estaba pegada a la sinagoga. Crispo, uno de los dirigentes de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia; y de los corintios que escuchaban a Pablo, muchos creían y se hacían bautizar. Una noche el Señor le dijo a Pablo en una visión: "No tengas miedo, sigue hablando y no calles, pues en esta ciudad me he reservado un pueblo numeroso.

Yo estoy contigo y nadie podrá hacerte daño. Pablo siguió enseñando entre ellos la Palabra de Dios, y permaneció allí un año y seis meses. Siendo Galión gobernador de Acaya, los judíos acordaron unánimemente hacer una manifestación contra Pablo; lo llevaron ante el tribunal y lo acusaron:" Este hombre incita a la gente a que adoren a Dios de una manera que prohíbe nuestra Ley.

Pablo iba a contestar, cuando Galión dijo a los judíos: "Judíos, si se tratara de una injusticia o de algún crimen, sería correcto que yo los escuchara. Pero como se trata de discusiones sobre mensajes, poderes superiores y sobre su Ley, arréglense entre ustedes mismos. Yo no quiero ser juez de tales asuntos. “Y los echó del tribunal. Entonces toda la chusma agarró a Sostenes, que era un dirigente de la sinagoga, y empezaron a golpearlo delante del tribunal, pero Galión no se preocupó de ello.

Pablo se quedó en Corinto todavía por algún tiempo. Después se despidió de los hermanos y se embarcó para Siria, acompañado por Priscila y Aquila. Había hecho un voto, y solamente en el puerto de Cencreas se cortó el pelo. Así fue como llegaron a Éfeso, y allí dejó que ellos se fueran. Pablo entró en la sinagoga y empezó a discutir con los judíos.

Le rogaban que se quedara en Éfeso por más tiempo, pero Pablo no aceptó, y se despidió de ellos con estas palabras: "Si Dios quiere, volveré de nuevo por aquí. Y se fue de Éfeso por mar. Desembarcó en Cesarea. Subió a saludar a aquella Iglesia y después bajó a Antioquía.

La experiencia por la que pasó Pablo en Corinto fue tan importante y desacostumbrada, que se considera como uno de los momentos decisivos de su vida. Las causas del desaliento que se apoderó de él fueron las comunes a todos los cristianos, en especial a los que trabajan en otros países. Puede ser útil enumerarlas, y enumerar también los auxilios que Dios le dio; de este modo algunos hallará aliento y ayuda para las horas tenebrosas.

Ante todo, Pablo se sintió solo; esperaba con ansia la llegada de Silbas y Timoteo, pero entre tanto en la gran ciudad pagana no tenía amigo alguno a quien poder acudir en busca de compañía y simpatía. Con cuánta frecuencia el misionero de la cruz se ha sentido agobiado en medio del paganismo bajo el peso de la soledad y de la separación de los amigos!

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Luego también la falta de fondos turbaba a Pablo ; se vio obligado a recurrir a su oficio de fabricante de tiendas para poder subsistir. No siempre había sido así. Pablo no era artesano ; de ordinario viajaba y era predicador, hombre de letras, y su familia y amigos lo sostenían. No lo avergonzaba el trabajo manual ; sin embargo, la penuria económica siempre deprime, sobre todo cuando se ve que la obra cristiana sufre por falta de ayuda más liberal.

Además, el antagonismo de los judíos era muy violento : "oponiéndose y blasfemando éstos"; y no obstante eran sus compatriotas, a los que amaba entrañablemente, por quienes habría dado la vida, y de quienes hubiera podido esperar simpatía y ayuda. Muchos obreros cristianos no se ven apoyados en su propio círculo familiar ; muchos misioneros encuentran las dificultades mayores en las vidas de los cristianos de nombre que viven en esos países.

Es posible que la principal causa de depresión fuese el carácter de la ciudad en la que trataba de trabajar. Era la capital de la provincia de Acaya, rica, próspera, intelectual, pero cuya corrupción moral era tan profunda y universal que había llegado a ser proverbial en todo el mundo romano ; hería incluso el sentido pagano de la decencia. Dominaba por completo el espíritu comercial y materialista; y el orgullo intelectual era casi insuperable. ¿Acaso las condiciones dominantes no suelen desalentar a los seguidores de Cristo ? ¿ No suelen sentirse deprimidos los misioneros bajo el peso muerto de la corrupción pagana y de la degradación moral?

Las ayudas que encontró el apóstol tienen también su paralelo en las experiencias de la vida moderna. Primero, hizo nuevas amistades ; a partir de entonces Aquila y Priscila ocupan mucho lugar en su vida. Los viejos amigos son los mejores, pero se debe hallar nuevo, porque de lo contrario el círculo va reduciéndose demasiado.

La rutina diaria de la confección de tiendas fue en sí misma una ayuda providencial para la angustia y zozobra mentales ; las tareas cotidianas, que parecen simples y necesarias, ayudan a aliviar y fortalecer al obrero cristiano.

La predicación en los días de reposo era una fuente de abundante satisfacción para el apóstol ; por solo que uno se encuentre, siempre produce profundo gozo el testificar de Cristo.

La llegada de Silbas y Timoteo desde Macedonia, portando ofrendas, es un ejemplo del aliento que produce el reunirse con amigos queridos. La causa suprema de ayuda, sin embargo, la halló en una nueva visión de Cristo. Por medio de ella Pablo recibió garantía de la presencia, poder y propósito salvador de su Señor. Así fortalecido, Pablo llevó a cabo la tarea de fundar en Corinto una iglesia cristiana fuerte. Desde Corinto también escribió cartas de aliento para la iglesia de Tesalónica. Lo que ha sido escenario de desánimos a mentido se convierte en marco de victorias gloriosas.

Poco después de haber recibido la visión, Pablo tuvo una prueba palpable de la protección que el Señor le había prometido. Este incidente ha sido interpretado de dos modos opuestos. Los judíos se unieron para conducir a Pablo ante Galión, nuevo gobernador de Acaya, con la esperanza de que fuese expulsado de la ciudad ; pero Galión se negó a dar curso a su acusación, que no especificaba crimen o

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fechoría alguna, sino que implicaba un asunto legal puramente judío, y los echó del tribunal. Los griegos aprovecharon con gusto la oportunidad para propinar una golpiza a Sostenes, líder de los judíos. A los gentiles les complacía divertirse así. "Pero a Galión nada se le daba de ello", por lo que ha sido considerado como prototipo de la indiferencia religiosa. Sin embargo el problema no es éste. Galión no era irreligioso, según su manera de entender y sus luces. El "dulce Galión", como se le llamó, hermano de Séneca el famoso filósofo, era un hombre de índole genial y atractiva ; y en este caso se presenta como defensor de la majestad de la ley y la justicia ; hizo hincapié en que ningún hombre debía ser juzgado como criminal por sus creencias religiosas. Galión es en realidad un noble ejemplo de tolerancia religiosa.

Con unos cuantos trazos vivos Lucas describe la conclusión del trabajo de Pablo en Corinto, y el viaje que hizo por Éfeso hasta Cesarea, Jerusalén y Antioquía. Dos o tres pinceladas son significativas como nexo con lo que sigue. El voto que Pablo hizo y su anhelo por celebrar la "fiesta" en Jerusalén indican con cuánta sinceridad pudo afirmar siempre que había observado las tradiciones de los judíos. La ida de Priscila y Aquila a Éfeso y la favorable impresión que Pablo mismo produjo en su breve visita a dicha ciudad, prepararon el camino para la larga permanencia de Pablo en la misma durante el tercer viaje misionero.

TERCER VIAJE MISIONERO DE PABLO (CAPS. 18 : 23 AL 21 : 16)

APOLOS Y LOS DISCÍPULOS DE JUAN EL BAUTISTA (CAP. 18 : 23 AL 19 : 7)

Permaneció allí por algún tiempo, y luego se fue a recorrer una ciudad tras otra, las regiones de Galacia y Frigia, fortaleciendo a los discípulos. Un judío llamado Apolo, natural de Alejandría, había llegado a Éfeso. Era un orador elocuente y muy entendido en las Escrituras. Le habían enseñado algo del camino del Señor, y hablaba con mucho entusiasmo.

Enseñaba en forma acertada lo referente a Jesús, aunque sólo se había quedado con el bautismo de Juan. Hablaba, pues, con mucha convicción en la sinagoga. Al oírlo Aquila y Priscila, lo llevaron consigo y le expusieron con mayor precisión el camino. Como pensaba pasar por Acaya, los hermanos lo alentaron y escribieron a los discípulos para que lo recibieran.

De hecho, cuando llegó, ayudó muchísimo a los que la gracia de Dios había llevado a la fe, pues rebatía públicamente y con gran acierto a los judíos, demostrando con las Escrituras que Jesús es el Mesías. Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo llegó a Éfeso atravesando las regiones altas; encontró allí a algunos discípulos" y les preguntó: "¿Recibieron el Espíritu Santo cuando abrazaron la fe?"

Le contestaron: "Ni siquiera hemos oído decir que se reciba el Espíritu Santo. Pablo les replicó: "Entonces, ¿qué bautismo han recibido?" Respondieron: "El bautismo de Juan. Entonces Pablo les explicó: "Si bien Juan bautizaba con miras a un cambio de vida, pedía al pueblo que creyeran en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús.

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Al oír esto se hicieron bautizar en el nombre del Señor Jesús, y al imponerles Pablo las manos, el Espíritu Santo bajó sobre ellos y empezaron a hablar lenguas y a profetizar. Eran unos doce hombres.

El elemento principal de lo que se conoce como tercer viaje misionero de Pablo fue su permanencia de casi tres años en la ciudad de Éfeso. El relato de esta larga permanencia se inicia con la mención de dos incidentes que ocurrieron, uno algo antes y el otro algo después de su llegada; ambos preparan al lector para la narración del fructífero servicio de tres años del apóstol, al poner una vez más de relieve la totalidad del evangelio proclamado por Pablo, y la presencia del Espíritu Santo, en cuyo poder se llevó a cabo la obra.

El primer incidente presenta a Apolos, uno de los grandes personajes de la iglesia primitiva. Había nacido en Alejandría, centro de la más amplia cultura de la época; poseía gran elocuencia y ardor, era judío esmeradamente instruido en las Escrituras del Antiguo Testamento, creyente en Jesús, cuya vida y enseñanza conocía ; pero era discípulo de Juan el Bautista y desconocía la muerte, resurrección y ascensión de Cristo, y el don pentecostal del Espíritu Santo. Debió de haber sido de mente humilde y alma noble, porque después de enseñar en público en forma valiente e impresionante, permitió que dos humildes fabricantes de tiendas le hiciesen ver su ignorancia y le enseñaran la verdad plena acerca de Cristo; estos dos discípulos fueron Priscila y Aquila, y la mujer se menciona primero, porque posiblemente desempeñó el papel principal en el mostrar al gran predicador su ignorancia de la verdad. No hubiera sido fácil para Apolos seguir trabajando en Éfeso ; provisto de cartas de recomendación de los cristianos de Éfeso, partió para Corinto donde proclamó con vigor y poder la gracia de Dios en Cristo Jesús.

El libro de Hechos contiene pocas lecciones más impresionantes para los predicadores de hoy. Muchos hombres buenos, dotados, elocuentes y celosos, conocen o proclaman sólo "el bautismo de Juan"; invitan a los hombres al arrepentimiento, insisten en la justicia social y en la integridad pública, repiten las enseñanzas y ejemplos de Jesús, pero nada dicen en cuanto a la necesidad de volver a nacer por el poder del Espíritu Santo. Los principios éticos y las reformas sociales son parte totalmente esencial del mensaje evangélico, pero no deben suplantar y venir a continuación de la proclamación de un Cristo divino y vivo, ya que sólo creyendo en él reciben los hombres en plenitud el don de su Espíritu.

Este episodio de Apolos nos prepara para la extraña experiencia que aguardaba a Pablo a su llegada a Éfeso. Apolos ya se había ido, pero el apóstol de inmediato se encontró con doce discípulos más de Juan el Bautista. Fueron presentados a Pablo como "discípulos", pero el apóstol se sorprendió porque no poseían ninguno de los dones del Espíritu ; les preguntó si habían recibido el Espíritu Santo al creer ; porque desde luego que todo creyente cristiano posee la presencia cierta y el poder del Espíritu Santo. Contestaron que nada sabían de dicho don del Espíritu del que Pablo hablaba. Entonces les preguntó quiénes eran; ¿quiénes podían ser? Declararon ser seguidores de Juan el Bautista. Entonces Pablo comprendió su deficiencia; les habló de Jesús, de su muerte, resurrección, y poder actual ; ellos creyeron en él, fueron bautizados en su nombre, fueron llenos de su Espíritu, y se les concedió el don de "lenguas" y el de profecía.

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Hay hombres como Apolos que ocupan los púlpitos cristianos, pero hay muchos más como estos doce "discípulos" en los bancos de las iglesias cristianas. Son hombres sinceros, odian el pecado, creen en las enseñanzas de Jesús, admiran el Sermón del Monte, anhelan las cosas más elevadas y mejores, pero carecen de poder espiritual. ¿Por qué? Porque son "discípulos de Juan", no han fijado sus corazones y sus esperanzas en un Cristo divino, resucitado, glorioso, no conocen "la gracia de Dios". Cuando, sin embargo, adquieren conocimiento de todo el evangelio y se entregan a Cristo, no sólo son bautizados con agua, sino también por el Espíritu Santo.

LA OBRA DE PABLO EN ÉFESO (CAP. 19:8-41)

Pablo entró en la sinagoga y durante tres meses les habló con convicción sobre el Reino de Dios, tratando de persuadirles. Al ver que algunos, en vez de creer, se endurecían más y criticaban públicamente el camino, se separó de ellos. Tomaba aparte a sus discípulos y diariamente les enseñaba en la escuela de un tal Tirano desde las once hasta las cuatro de la tarde.

Hizo esto durante dos años, de tal manera que todos los habitantes de la provincia de Asia, tanto judíos como griegos, pudieron escuchar la Palabra del Señor. Dios obraba prodigios extraordinarios por las manos de Pablo, hasta tal punto que imponían a los enfermos pañuelos o ropas que él había usado, y mejoraban. También salían de ellos los espíritus malos.

Incluso algunos judíos ambulantes que echaban demonios, trataron de invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: "Yo te ordeno en el nombre de ese Jesús a quien Pablo predica. Entre los que hacían esto estaban los hijos de un sacerdote judío, llamado Escevas. Un día entraron en una casa y se atrevieron a hacer eso, pero el espíritu malo les contestó: "Conozco a Jesús y sé quién es Pablo, pero ustedes, ¿quiénes son?"

Y el hombre que tenía el espíritu malo se lanzó sobre ellos, los sujetó a ambos y los maltrató de tal manera que huyeron de la casa desnuda y malherida. La noticia llegó a todos los habitantes de Éfeso, tanto judíos como griegos. Todos quedaron muy atemorizados, y el Nombre del Señor Jesús fue tenido en gran consideración. Muchos de los que habían aceptado la fe venían a confesar y exponer todo lo que antes habían hecho.

No pocos de los que habían practicado la magia hicieron un montón con sus libros y los quemaron delante de todos. Calculado el precio de los libros, se estimó en unas cincuenta mil monedas de plata. De esta forma la Palabra de Dios manifestaba su poder, se extendía y se robustecía. Después de todos estos acontecimientos, Pablo tomó su decisión en el Espíritu: ir a Jerusalén pasando por Macedonia y Acaya.

Y decía: "Después de llegar allí, tengo que ir también a Roma. Envió a Macedonia a dos de sus auxiliares, a Timoteo y a Erasto, mientras él se quedaba por algún tiempo más en Asia. Fue en ese tiempo cuando se produjo un gran tumulto en la ciudad a causa del camino. Un platero, llamado Demetrio, fabricaba figuritas de plata del templo de Artemisa, y con esto procuraba buenas ganancias a los artífices.

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Reunió a éstos junto con otros que vivían de artes parecidas y les dijo: "Compañeros, ustedes saben que esta industria es la que nos deja las mayores ganancias. Pero como ustedes mismos pueden ver y oír, ese Pablo ha cambiado la mente de muchísimas personas, no sólo en Éfeso, sino en casi toda la provincia de Asia. Según él, los dioses no pueden salir de manos humanas.

No son sólo nuestros intereses los que salen perjudicados, sino que también el templo de la gran diosa Artemisa corre peligro de ser desprestigiado. Al final se acabará la fama de aquella a quien adora toda el Asia y el mundo entero. Este discurso despertó el furor de los oyentes y empezaron a gritar: "¡Grande es la Artemisa de los Efesios!" El tumulto se propagó por toda la ciudad.

La gente se precipitó al teatro arrastrando consigo a Gayo y Aristarco, dos macedonios, compañeros de viaje de Pablo. Pablo quería enfrentarse con la muchedumbre, pero los discípulos no lo dejaron. Incluso algunos consejeros, amigos suyos, de la provincia de Asia, le mandaron a decir que no se arriesgara a ir al teatro. Mientras tanto la asamblea estaba sumida en una gran confusión.

Unos gritaban una cosa, otra, y la mayor parte no sabía ni por qué estaban allí. En cierto momento algunos hicieron salir de entre la gente a un tal Alejandro, a quien los judíos empujaban adelante. Quería justificarlos ante el pueblo y pidió silencio con la mano. Pero cuando se dieron cuenta de que era judío, todos a una voz se pusieron a gritar, y durante casi dos horas sólo se oyó este grito: "¡Grande es la Artemisa de los efesios!"

Al fin el secretario de la ciudad logró calmar a la multitud y dijo: "Ciudadanos de Éfeso, ¿quién no sabe que la ciudad de Éfeso guarda el templo de la gran Artemisa y su imagen caída del cielo?" Siendo esto algo tan evidente, conviene que ustedes se calmen y no cometan ninguna locura. Estos hombres que han traído aquí no han profanado el templo ni han insultado a nuestra diosa.

Si Demetrio y sus artífices tienen cargos contra alguno, para eso están las audiencias y los magistrados: que presenten allí sus acusaciones. Y si el asunto es de mayor importancia, que se resuelva en la asamblea legal. ¿Han pensado ustedes que podríamos ser acusados de rebelión por lo ocurrido hoy? No tendríamos excusa alguna para justificar este tumulto.

Y dicho esto, disolvió la asamblea.

El don del Espíritu Santo a los doce discípulos de Juan, al creer éstos en Jesús, se ha llamado a veces el "Pentecostés efesio". Posiblemente este término se podría aplicar al episodio siguiente de la experiencia de Pablo en la gran ciudad pagana ; porque al igual que el relato de Pentecostés, intervienen no sólo el don de lenguas, sino el testimonio valiente, multitudes convertidas, y vidas transformadas por el poder del Espíritu Santo. El historiador da pocos detalles, y resume los sucesos de tres años en unos pocos párrafos.

Como sucedía con frecuencia, el apóstol predicó primero a los judíos y luego a los gentiles, sirviéndose para ello de la escuela de Tirano. Como resultado de su testimonio, la provincia entera de Asia fue evangelizada. Los milagros extraordinarios que realizó en el nombre de Jesús añadieron grandiosidad a su predicación. Cuando ciertos exorcistas trataron de servirse de este sagrado

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nombre para expulsar un demonio, el hombre poseso saltó sobre ellos y los hizo salir de la casa “desnuda y herida". Al saberse esto en la ciudad, los efectos fueron sorprendentes ; `,`tuvieron temor todos ellos, y era magnificado el nombre del Señor Jesús". Además, muchos creyentes confesaron sus pecados secretos; y lo más significativo de todo, los que practicaban las artes mágicas confesaron su fraude, e hicieron una hoguera con todos los pergaminos en los que tenían escritos los encantamientos y fórmulas, y de este modo destruyeron lo que hubiera valido más de ocho mil dólares.

No es extraño que los éxitos conseguidos en Éfeso llenasen a Pablo del deseo de ir a campos más vastos de labor y que empezase a pensar en Roma ; pero antes necesitaba visitar de nuevo las iglesias establecidas en su viaje anterior, y recoger en ellas contribuciones para los santos pobres de Jerusalén ; a partir de este punto el relato de Hechos se ocupa en forma primordial de las etapas a través de las cuales Pablo fue providencial-mente llevado a la ciudad imperial, la capital del mundo.

Se relata, sin embargo, un incidente en la conclusión de las experiencias en Éfeso ; es dramático, e incluso ridículo en ciertos aspectos ; pero constituye el punto culminante del éxito de Pablo, porque muestra cómo las fuerzas del enemigo estaban aterrorizadas, frustra-das, derrotadas. Se ve vacilar la institución misma de la idolatría, y esto en su sede y centro principal.

Demetrio, platero, hombre de evidente influencia en la ciudad, reúne a sus colegas y les hace ver que son tantas las personas que abandonan la idolatría, que la venta de imágenes y templecillos de Diana casi ha desaparecido. Como tantos otros en circunstancias similares, trata de encubrir su codicia bajo el pretexto de gran celo religioso y amor por su diosa. Se forma muy pronto un tumulto; la ciudad entera se conmueve; se apoderan de dos compañeros de Pablo ; la multitud acude al teatro público ; los amigos de Pablo le impiden ir allá, donde sin duda hubiera perdido la vida. Cuando un judío, de nombre Alejandro, se adelanta para hablar, posiblemente para explicar que los judíos no tenían culpa de nada, la multitud muestra su verdadero genio, su negativa a escuchar defensa alguna, y durante dos horas dama con furor : "¡ Grande es Diana de los efesios!" Ante esta situación el escribano de la ciudad pronuncia un discurso de gran sagacidad y fuerza. Le dice a la multitud que están gritando para demostrar un hecho que nadie ha negado ; luego insiste en que Pablo y sus compañeros no han cometido crimen alguno, y que si Demetrio y sus amigos tienen alguna acusación que hacer, para ello están los tribunales ante los cuales, y no de manos de la multitud, se administrará justicia ; por fin le recuerda al pueblo que desórdenes así ponen en peligro las libertades que Roma les ha concedido, y que alguien será requerido para que vaya ante el gobierno imperial para dar cuenta de esta asamblea tumultuosa. Estas palabras tan prudentes tienen efecto, y el orador despide a la multitud. Este incidente muestra la derrota del paganismo y el triunfo cada vez mayor de la causa de Cristo.

LA VISITA DE PABLO A GRECIA Y REGRESO A MILETO (CAP. 20: 1-16)

Cuando se calmó el tumulto, Pablo mandó llamar a sus discípulos para animarlos. Se despidió de ellos y se fue a Macedonia. Después de recorrer aquellas regiones, en las que multiplicó sus predicaciones para confortar a los discípulos, llegó a Grecia. Pasó

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allí tres meses y luego pensó en volver a Siria por barco. Pero supo que los judíos tramaban algo contra él, y decidió regresar por Macedonia.

Al marcharse de Asia, se fueron también con él Sópatros, hijo de Pirro, de Berea; Aristarco y Segundo, de Tesalónica; Gayo, de Derbe, y Timoteo; Tíquico y Trófimo, de Asia. Todos estos se fueron por delante y nos esperaron en Tróade. Nosotros nos embarcamos en Filipos apenas terminaron las fiestas de los Panes Azimos. Cinco días después nos reunimos con ellos en Tróade, donde nos detuvimos siete días.

El primer día de la semana estábamos reunidos para la fracción del pan, y Pablo, que debía irse al día siguiente, comenzó a conversar con ellos. Pero su discurso se alargó hasta la medianoche. Había bastantes lámparas encendidas en la pieza del piso superior donde estábamos reunidos. Un joven, llamado Eutico, estaba sentado en el borde de la ventana, y como Pablo no terminaba de hablar, el sueño acabó por vencerle.

Se durmió y se cayó desde el tercer piso al suelo. Lo recogieron muerto. Pablo, entonces, bajó, se inclinó sobre él, y después de tomarlo en sus brazos, dijo: "No se alarmen, pues su alma está en él. Subió de nuevo, partió el pan y comió. Luego siguió conversando con ellos hasta el amanecer, y se fue. En cuanto al joven, lo trajeron vivo, lo que fue para todos un gran consuelo.

Nosotros tomamos el barco para Aso; debíamos llegar antes que Pablo y recogerlo allí, pues se había decidido que él haría el viaje por tierra. Efectivamente, nos encontró en Aso. Subió a la nave con nosotros y llegamos a Mitilene. Al día siguiente zarpamos y llegamos a Quíos. Al otro día llegamos a Samos y un día después a Mileto, con una escala en Trogilón.

Pablo había decidido no hacer escala en Éfeso ni demorarse más en Asia, pues, de ser posible, quería estar en Jerusalén para el día de Pentecostés.

Con brevedad sorprendente Lucas bosqueja el viaje de Pablo a Macedonia y Acaya. La segunda Carta a los Corintios arroja luz en cuanto al propósito del apóstol y a las pruebas por las que pasó. Esta carta fue escrita en Macedonia de camino hacia Grecia. Estando en Éfeso había dirigido una carta a los gálatas y por lo menos una a los cristianos de Corinto. Al llegar a esta ciudad escribió la famosa carta a los creyentes de Roma. Su pensamiento y corazón estaban constantemente vueltos hacia esa ciudad, y Lucas parece impaciente por conducir a sus lectores hasta Jerusalén y hasta los acontecimientos que permitieron al apóstol ver cumplidas por fin sus esperanzas. Es significativo un rasgo del relato ; Lucas menciona una conspiración de los judíos que impidió a Pablo hacer el corto viaje por mar hasta Siria y lo obligó a dar una larga vuelta por Macedonia. La misma malicia judía, que aparece constantemente, espera al apóstol en Jerusalén. En este lugar se manifestará en su forma más enconada, pero será un instrumento en manos de la Providencia para llevar al apóstol como testigo de Cristo hasta el palacio de César.

Al dirigirse Pablo en dirección norte, por Macedonia, es evidente que, además de los compañeros de viaje ya mencionados, Lucas se une al grupo ; porque a partir de este momento la condensada narración se convierte en un relato lleno de detalles minuciosos ; está escrita en primera persona y es sin duda alguna obra de un testigo ocular. Entre Filipos y Mileto el suceso más importante ocurre durante la

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estancia de Pablo en Troas. Se demora una semana en dicha ciudad, y en ella realiza el milagro más portentoso. Se reúne con los discípulos para celebrar la cena del Señor, y para dirigirles palabras de aliento. Eutico cae por la ventana y se mata, pero Pablo le devuelve la vida. La presencia de un poder divino tal, fue consolador para los creyentes, y sin duda alguna sirvió de aliento para Pablo al aproximarse con paso rápido a las pruebas supremas de su vida.

DISCURSO DE PABLO A LOS ANCIANOS DE ÉFESO (CAPS. 20: 17-38)

Debido a eso, desde Mileto Pablo envió un mensaje a Éfeso para convocar a los presbíteros de la Iglesia. Cuando ya estuvieron a su lado, les dijo: "Ustedes han sido testigos de mi forma de actuar durante todo el tiempo que he pasado entre ustedes, desde el primer día que llegué a Asia. He servido al Señor con toda humildad, entre las lágrimas y las pruebas que me causaron las trampas de los judíos.

Saben que nunca me eché atrás cuando algo podía ser útil para ustedes. Les prediqué y enseñé en público y en las casas, exhortando con insistencia tanto a judíos como a griegos a la conversión a Dios y a la fe en Jesús, nuestro Señor. Ahora voy a Jerusalén, atado por el Espíritu, sin saber lo que allí me sucederá;" solamente que en cada ciudad el Espíritu Santo me advierte que me esperan prisiones y pruebas.

Pero ya no me preocupo por mi vida, con tal de que pueda terminar mi carrera y llevar a cabo la misión que he recibido del Señor Jesús: anunciar la Buena Noticia de la gracia de Dios. Ahora sé que ya no me volverán a ver todos ustedes, entre quienes pasé predicando el Reino. Por eso hoy les quiero declarar que no me siento culpable si ustedes se pierden, pues nunca ahorré esfuerzos para anunciarles plenamente la voluntad de Dios.

Cuiden de sí mismos y de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les ha puesto como obispos (o sea, supervisores): pastoreen la Iglesia del Señor, que él adquirió con su propia sangre. Sé que después de mi partida se introducirán entre ustedes lobos voraces que no perdonarán al rebaño. De entre ustedes mismos surgirán hombres que enseñarán doctrinas falsas e intentarán arrastrar a los discípulos tras sí.

Estén, pues, atentos, y recuerden que durante tres años no he dejado de aconsejar a cada uno de ustedes noche y día, incluso entre lágrimas. Ahora los encomiendo a Dios y a su Palabra portadora de su gracia, que tiene eficacia para edificar sus personas y entregarles la herencia junto a todos los santos. De nadie he codiciado plata, oro o vestidos.

Miren mis manos: con ellas he conseguido lo necesario para mí y para mis compañeros, como ustedes bien saben. Con este ejemplo les he enseñado claramente que deben trabajar duro para ayudar a los débiles. Recuerden las palabras del Señor Jesús: "Hay mayor felicidad en dar que en recibir. Dicho esto, Pablo se arrodilló con ellos y oró.

Entonces empezaron todos a llorar y le besaban abrazados a su cuello. Todos estaban muy afligidos porque les había dicho que no le volverían a ver. Después lo acompañaron hasta el barco.

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El discurso de despedida de Pablo a los ancianos de Éfeso, más que ningún otro pasaje de Hechos, revela el corazón del gran apóstol, su gran ternura, compasión, afecto y lágrimas. Ningún otro episodio contiene consejos más directos y prácticos para los ministros y misioneros cristianos ; además, la dirección e inspiración que ofrece son tales, que son de ayuda para cualquier seguidor de Cristo en su conducta diaria y en el cumplimiento del deber.

De viaje rumbo a Jerusalén no pudo encontrar tiempo para visitar a Éfeso; por ello invitó a los "ancianos" o "presbíteros" de la iglesia a que fueran a reunirse con él en Mileto, a unos cincuenta kilómetros de la gran ciudad pagana en la que por tres años había laborado con tanto éxito. El propósito que tenía no era tan sólo reunirse con amigos que le eran tan caros y con los que había trabajado, sino sobre todo alentarlos a ser fieles para cuidar de la iglesia que dejaba bajo su guía y dirección. Por esto pasó revista a los sucesos de los tres preciosos años que había vivido entre ellos, y luego les habló de sus experiencias actuales y del temor de que no vieran "más" su rostro.

Mirando hacia el pasado (cap. 20: 19-21), les recuerda su "humildad", paciencia en las pruebas, y fidelidad en enseñar todo el evangelio a toda la gente y todo lugar, público o privado. La esencia de ese mensaje evangélico consistió en el "arrepentimiento para con Dios, y ... la fe en nuestro Señor Jesucristo" (cap. 20:21).

En cuanto al presente, Pablo afirma que está convencido de que su deber lo lleva a Jerusalén, aunque está consciente de las cadenas y aflicciones que le aguardan allá ; y con respecto a esto muestra un valor sublime. "Ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios".

Contemplando el futuro, Pablo está seguro de que su obra en la iglesia (le Éfeso ha concluido, y exhorta a los "ancianos" a ser fieles en el cuidado del rebaño corno él lo ha sido. Es un depósito sagrado, porque la iglesia ha sido comprada con la preciosa sangre de Cristo. Será necesario vigilar, porque habrá falsos maestros que atacarán a la iglesia, como "lobos rapaces". Los ancianos deben confiar en Dios y apoyarse en su palabra de gracia que es poderosa para fortalecerlos y darles herencia entre los santos. Por fin, Pablo hace un llamamiento al motivo supremo del amor desinteresado, y ofrece el ejemplo de su propia vida en Éfeso, donde trabajó con sus propias manos para sostenerse y así poder continuar proclamando el evangelio; e incita a este amor sacrificado con una cita de las palabras de nuestro Señor que no se menciona en ningún otro pasaje : "Más bienaventurado es dar que recibir". Los seguidores de Cristo que puedan mostrar las virtudes que Pablo exhibió y recomendó, sin duda que compartirán el éxito que le fue concedido al apóstol en Éfeso, y recibirán algo del afecto que los compañeros de Pablo le mostraron cuando "echándose al cuello de Pablo, le besaban", y "le acompañaron al barco".

PABLO EN TIRO Y CESAREA (CAP. 21 : 1-16)

Cuando llegó la hora de partir, nos separamos a la fuerza de ellos y nuestro barco salió rumbo a Cos. Al día siguiente llegamos a Rodas, y de allí, a Pátara, donde encontramos otro barco que estaba para salir hacia Fenicia. Subimos a bordo y

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partimos. Divisamos la isla de Chipre y, dejándola a la izquierda, navegamos rumbo a Siria.

Atracamos en Tiro, pues el barco debía dejar su carga en aquel puerto. Aquí encontramos a los discípulos y nos detuvimos siete días. Advertían a Pablo con mensajes proféticos que no subiera a Jerusalén;" pero a pesar de ello, cuando llegó la fecha en que debíamos marchar, partimos. Nos acompañaron todos con sus mujeres y niños hasta fuera de la ciudad, y llegados a la playa, nos arrodillamos y oramos.

Después de los abrazos subimos a la nave, mientras ellos volvían a sus casas. De Tiro fuimos a Tolemaida, terminando así nuestra travesía. Saludamos a los hermanos y nos quedamos un día con ellos. Al día siguiente nos dirigimos a Cesarea. Entramos en casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los siete, y nos hospedamos allí;" tenía cuatro hijas que se habían quedado vírgenes y tenían el don de profecía.

Llevábamos allí algunos días, cuando nos salió al encuentro un profeta de Judea, llamado Agabo. Se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo, se ató con él de pies y manos y dijo: "Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos al dueño de este cinturón y lo entregarán en manos de los extranjeros. Al oír esto, nosotros y los de Cesarea rogamos a Pablo que no subiera a Jerusalén.

Pero él nos contestó: "¿Por qué me destrozan el corazón con sus lágrimas? Yo estoy dispuesto no sólo a ser encarcelado, sino también a morir en Jerusalén por el Nombre del Señor Jesús. Como no logramos convencerlo, dejamos de insistir y dijimos: "Hágase la voluntad del Señor. Pasados aquellos días, terminamos los preparativos del viaje y subimos a Jerusalén.

Algunos discípulos de Cesarea que nos acompañaban nos llevaron a casa de un chipriota, llamado Nasón, discípulo desde los primeros tiempos, donde nos íbamos a hospedar.

Después de salir de Mileto, Pablo pasó a Tiro, a Tolemaida y a Jerusalén. El breve relato centra el pensamiento en dos grandes hechos que nos preparan para las escenas finales de Hechos ; primero, el afecto profundo que los amigos tienen por Pablo, y luego, el valor incomparable con que Pablo hace frente a las pruebas que son tan seguras y están tan próximas. Estos dos factores forman parte de su experiencia en Tiro y en Cesarea. En ambos lugares amigos queridos quieren retenerlo o desviarlo del sendero del deber; y en ambos un ánimo heroico lo hace seguir hacia el dolor y el sufrimiento, hacia cadenas y cárcel.

Estos hechos explican la situación en Tiro, donde los discípulos "decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén". Por esto algunos lectores han deducido que Pablo desobedeció al Espíritu, y por pura testarudez se puso en peligro innecesario y sufrió la pérdida de la libertad. Lo que en verdad el historiador quiere decir se ve con claridad cuando una experiencia semejante, que le ocurrió a Pablo en Cesarea, se narra con más detalle. En ese lugar Pablo se hospeda en la acogedora casa de "Felipe el evangelista", y estando en ella, un profeta, Agabo, llega de Judea, y con una metáfora llamativa predice el cercano encarcelamiento de Pablo. "Tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo : Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles. Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no

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subiese a Jerusalén". Lo mismo había ocurrido en Tiro, es decir, se le había hablado a Pablo del peligro, y amigos entrañables habían tratado de disuadirlo de su propósito. Este propósito, sin embargo, se había formado bajo la dirección del Espíritu. Era la voluntad del Señor, como Pablo sabía muy bien. Durante años se había preparado para llevar a Jerusalén la colecta para los santos que habían recogido las iglesias misioneras del oeste. No fue autoconfianza testaruda sino valor heroico lo que llevó a Pablo a contestar: "¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aún a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús". Agabo no criticó al apóstol, sino que se unió a Lucas y a los demás discípulos para decir: "Hágase la voluntad del Señor".

Según la "voluntad del Señor", la ruta hacia Roma pasaba por Jerusalén. Quería que los judíos en su propia capital tuvieran la oportunidad de oír el evangelio de labios de uno que amaba a su nación, que acudía con donativos que expresaban su devoción, que hablaría ante el consejo supremo y daría a la nación una última oportunidad para aceptar a Jesús como Mesías. El rechazo del mensaje que Pablo proclamó selló el destino de la nación y tuvo como efecto el envío del evangelio a Roma y al mundo gentil.

PRISIÓN DE PABLO (CAPS. 21: 17 AL 26: 32)

EL ARRESTO CAP. 21: 17-36

Al llegar a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con alegría. Al día siguiente acompañamos a Pablo a casa de Santiago, donde se habían reunido todos los presbíteros. Pablo los saludó y fue contando detalladamente todas las cosas que Dios había realizado entre los paganos por su ministerio. Todos, por supuesto, dieron gloria a Dios por lo que escuchaban, pero luego le dijeron: "Bien sabes, hermano, cuántas decenas de millares de judíos han abrazado la fe en Judea, y todos ellos son celosos partidarios de la Ley.

Por otra parte han oído decir que enseñas a todos los judíos del mundo pagano que se aparten de Moisés, que no circunciden a sus hijos ni vivan según las tradiciones judías. De todos modos se van a enterar de que has llegado, y entonces ¿qué hacer? Reuniremos la asamblea, y harás lo que te vamos a decir. Hay entre nosotros cuatro hombres que han hecho un voto y tú los vas a apadrinar.

Te purificarás con ellos y pagarás los gastos cuando se hagan cortar el pelo. Así verán todos que es falso lo que han oído decir de ti y que, por el contrario, tú también cumples la Ley. En cuanto a los creyentes de origen no judío, ya les hemos enviado instrucciones, pidiéndoles que se abstengan de carne sacrificada a los ídolos, de la sangre y de la carne de animales sin sangrar y de las relaciones sexuales prohibidas.

Pablo, pues, apadrinó a aquellos hombres. Al día siguiente se purificó con ellos y entró en el Templo para notificar qué día concluiría su tiempo de purificación y se ofrecería el sacrificio por cada uno de ellos. Estaban para cumplirse los siete días, cuando unos judíos de Asia vieron a Pablo en el Templo y empezaron a alborotar a la gente.

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Agarraron a Pablo y gritaron: "¡Israelitas, ayúdennos! Este es el hombre que por todas partes predica a todos en contra de nuestro pueblo, de la Ley y de este Lugar Santo. Y ahora incluso ha introducido a unos griegos dentro del Templo, profanando este Lugar Santo. Decían esto porque poco antes habían visto a Pablo en la ciudad acompañado de Trófimo, natural de Éfeso, y pensaron que Pablo lo había llevado al Templo.

La ciudad entera se alborotó. Concurrió la gente de todas partes, y tomando a Pablo, lo arrastraron hacia la salida del Templo, cerrando inmediatamente las puertas. Querían matarlo, pero llegó al comandante del batallón la noticia de que toda Jerusalén estaba alborotada. En seguida tomó consigo algunos oficiales y soldados y bajaron corriendo hacia la multitud.

Al ver al comandante y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo. El comandante se acercó, hizo arrestar a Pablo y ordenó que lo ataran con dos cadenas. Después preguntó quién era y qué había hecho. Pero entre la gente unos gritaban una cosa y otros otra. Al ver el comandante que no podía sacar nada en claro a causa del alboroto, dio orden de que llevaran a Pablo a la fortaleza.

Al llegar a las escalinatas, los soldados tuvieron que levantarlo y llevarlo a hombros a causa de la violencia de la multitud, pues un montón de gente lo seguía gritando: "¡Mátalo!"

La parte restante de Hechos trata en forma exclusiva de las experiencias de Pablo corno prisionero en manos de las autoridades romanas; se calcula en cinco años el tiempo transcurrido entre el arresto en Jerusalén y la puesta en libertad en Roma. Dio ocasión al arresto el esfuerzo que Pablo hacía para eliminar ciertos prejuicios que los miembros de la iglesia en Jerusalén tenían contra él. Los líderes cristianos, alegrándose al conocer el éxito que había tenido entre los gentiles, lo acogieron con cordialidad. Sin embargo, estos líderes sabían que muchos miembros de la iglesia en Jerusalén, que se componía en su totalidad de judíos conversos, creían un informe falso que decía que Pablo no sólo admitía gentiles a la iglesia, sino que obligaba a los judíos que aceptaban a Cristo a abandonar las costumbres nacionales y la ley de Moisés. Para desmentir los informes falsos, para dar unidad perfecta a la iglesia, e incluso para aplacar el odio enfurecido de los judíos no creyentes, se le aconsejó a Pablo que hiciese el voto nazareo y que observase todo el ritual del mismo. Pablo aceptó el consejo; y como el ceremonial de dicho voto era complicado y económicamente costoso, hasta estuvo de acuerdo en pagar los gastos para el voto de cuatro miembros pobres de la iglesia local. De este modo dio una prueba pública y cierta de que era fiel a la raza judía y a sus costumbres. Se le ha criticado mucho a Pablo esta acción; se ha calificado como una componenda e hipocresía, y se la ha considerado como la causa innecesaria de su arresto. Sin embargo, esta opinión no acierta a ver el sentido del suceso ni comprende los principios de Pablo. Había repudiado la ley como medio de justificación, no como estilo de vida ; no creía en que cumplirla garantizase la salvación, pero practicaba sus ritos por amor a su patria y para evitar agraviar sin necesidad a sus compatriotas. En cuanto al arresto, no se debió a que había observado la ley, sino a la acusación totalmente falsa de que la había violado. Ciertos judíos de Asia organizaron un tumulto apoderándose de Pablo, reuniendo a una multitud, y proclamando que había profanado el templo al hacer entrar a gentiles en el recinto

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del mismo. La acusación era del todo mendaz. Pablo fue víctima de una mentira maliciosa, y la verdadera intención del escritor, la fuerza auténtica del relato, no es sugerir falta alguna por parte del apóstol, sino poner de relieve la culpa de los judíos. Se esforzaban por llevar a Pablo a la muerte por apóstata y blasfemo, y sin embargo, se apoderaron de él en el momento y lugar mismo en que demostraba el intenso amor que sentía por el templo, y lealtad a la ley y costumbres judías. Las circunstancias demuestran que lo que impulsaba a sus enemigos era sólo la malicia y la envidia, que por quien sentían verdadera animosidad era por Cristo, y que la violencia que usaron con Pablo era en verdad un nuevo repudio del evangelio.

La multitud enloquecida que se apodera de Pablo en el templo y lo golpea, los soldados romanos de guarnición en la fortaleza vecina de Antonia que lo rescatan, todo ello es un cuadro típico de las experiencias de Pablo en los cinco o más años siguientes. Lo arrestan injustamente, pero los oficiales romanos lo protegen del odio asesino de los judíos. Estas experiencias quedan simbolizadas en la escena que Lucas describe de este modo: "Llegando el tribuno, le prendió y le mandó atar con dos cadenas, y... le mandó llevar a la fortaleza... la muchedumbre del pueblo venía detrás, gritando: Muera!"

DEFENSA DE PABLO ANTE EL PUEBLO JUDÍO (CAPS. 21: 37 AL 22 : 22)

Cuando estaban ya para meterlo dentro de la fortaleza, Pablo dijo al comandante: "¿Me permites decirte una palabra?" Le contestó: "¡Pero tú hablas griego!" ¿No eres, entonces, el egipcio que últimamente se rebeló y llevó al desierto a cuatro mil terroristas?" Pablo respondió: "Yo soy judío, ciudadano de Tarso, ciudad muy conocida de Cilicia.

Permíteme, por favor, hablar al pueblo. El comandante se lo permitió. Entonces Pablo, de Pie en la escalinata, hizo un gesto con la mano y se produjo un gran silencio. Después empezó a hablar al pueblo en lengua hebrea. Hermanos y padres, escúchenme, pues les quiero dar algunas explicaciones. Al oír que les hablaba en hebreo, se calmó más aún su agitación.

Y Pablo continuó: Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad. Teniendo a Gamaliel de maestro, fui instruido en la Ley de nuestros padres en la forma más seria, y era un fanático del servicio de Dios, como ustedes ahora. Así que perseguí a muerte a este camino e hice encadenar y meter en la cárcel a hombres y mujeres;" esto lo saben muy bien el sumo sacerdote y el Consejo de los Ancianos. Incluso me entregaron cartas para nuestros hermanos de Damasco, y salí para detener a los cristianos que allí había y traerlos encadenados a Jerusalén para que fueran castigados.

Iba de camino, y ya estaba cerca de Damasco, cuando a eso de mediodía se produjo un relámpago y me envolvió de repente una luz muy brillante que venía del cielo. Caí al suelo y oí una voz que me decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Yo respondí: "¿Quién eres, Señor?" Y él me dijo: "Yo soy Jesús el Nazareno, a quien tú persigues. Los que me acompañaban vieron la luz y se asustaron, pero no oyeron al que me hablaba.

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Entonces yo pregunté: "Qué debo hacer, Señor?" Y el Señor me respondió: "Levántate y vete a Damasco. Allí te hablarán de la misión que te ha sido asignada. El resplandor de aquella luz me dejó ciego, y entré en Damasco llevado de la mano por mis compañeros. Allí vino a verme un tal Ananías, un hombre muy observante de la Ley y muy estimado por todos los judíos que vivían en Damasco.

Me dijo: "Saulo, hermano mío, recobra la vista". Y en el mismo instante pude verle. Entonces agregó: "El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, veas al Justo y oigas su propia voz. Con todo lo que has visto y oído serás en adelante su testigo ante las personas más diversas. Y ahora, ¿a qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su Nombre.

Después de regresar a Jerusalén, mientras un día me encontraba orando en el Templo, tuve un éxtasis. Vi al Señor que me decía: "Muévete y sal pronto de Jerusalén, pues no escucharán el testimonio que les des de mí. Yo respondí: "Señor, ellos saben que yo recorría las sinagogas encarcelando y azotando a los que creían en ti. Y cuando se derramó la sangre de tu testigo Esteban, yo me encontraba allí; estaba de acuerdo con ellos e incluso guardaba las ropas de los que le daban muerte.

Pero el Señor me dijo: "Anda; ahora te voy a enviar lejos, a las naciones paganas. Hasta este punto la gente estuvo escuchando a Pablo, pero al oír estas últimas palabras se pusieron a gritar: "¡Mata a ese hombre! ¡No tiene derecho a vivir!"

El capitán romano por orden del cual Pablo fue arrestado estaba muy equivocado en cuanto a su prisionero; suponía que era un prófugo egipcio, impostor y malhechor, quien un tiempo antes había acaudillado una insurrección y se había escapado después de ser derrotado. Se sorprendió mucho cuando Pablo le habló en griego, con un acento que revelaba a un hombre refinado y culto. Y todavía más lo sorprendió enterarse de que Pablo era ciudadano de Tarso, ciudad por la que el gobierno romano había mostrado predilección. Por esta razón estuvo dispuesto a acceder a la petición que le hizo Pablo de poder hablar al pueblo, tanto más cuanto que tenía esperanza de que lo que Pablo fuese a decir podría suministrarle informes útiles.

La defensa que Pablo hace de sí mismo parece ser, a primera vista, una mera enumeración de los detalles de su conversión, episodio del que Lucas ya ha informado a sus lectores; pero un estudio más esmerado del discurso muestra que se trata de una demostración habilidosa, ordenada de modo que prueba que el curso de la vida de Pablo ha sido divinamente ordenado y por consiguiente da a entender que quienes se opongan a Pablo se colocan, en realidad, en contra de Dios.

En la exposición de Pablo se advierten tres etapas:

1. Por nacimiento, educación y primeras experiencias, Pablo está en armonía perfecta con sus oyentes. Es judío, educado en Jerusalén a los pies de un famoso rabino, y ha sido siempre tan celoso de la ley que antes persiguió a todos los que aceptaban a Jesús como al Camino y se sabía que vivían como discípulos del mismo. Por consiguiente, si Pablo se halla ahora en desacuerdo con otros judíos debe ser porque alguna intervención sobrenatural se ha hecho sentir en su vida.

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2. El poder divino que cambió de repente a Pablo de perseguidor en apóstol, se manifestó en una visión de Jesús al que Pablo, de camino a Damasco, vio vivo y glorificado y en un milagro que un judío piadoso llamado Ananías realizó en él; este hombre le devolvió la vista que había perdido, y ante él confesó la fe que le ciaba el perdón de sus pecados. De este modo Pablo les recuerda a sus oyentes, en forma incidental aunque convincente, que Jesús de Nazaret es el verdadero Salvador, y que perseguir a sus seguidores es un gran pecado.

3. Pablo afirma que su relación con los gentiles, su actividad entre ellos, el mensaje que les ofrece, se deben exclusivamente a un propósito divino, y ha dado pie a ello la negativa de los judíos de recibirlo, precisamente a él, quien, debido a la defensa fanática de la ley judía que siempre había hecho, era el más creíble de los testigos al dar ahora testimonio de la verdad de las creencias que antes repudió y odió tanto. Esta afirmación suscita la pregunta: ¿Actuarán los judíos de ahora como lo hicieron sus compatriotas de veinte años antes? ¿ Repudiarán el evangelio, y de hacerlo, se puede condenar a Pablo por llevar este evangelio a los gentiles ?

Es posible que estas preguntas hubiesen comenzado a agobiar las mentes de los oyentes, pero la sola palabra "gentiles" les resulta demasiado odiosa. Están demasiado enfurecidos para dejarse convencer por el razonamiento tranquilo e inatacable del apóstol. "Entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva". Es un momento decisivo; al rechazar a Pablo el pueblo vuelve a repudiar a Cristo; y quien repudia a Cristo siempre se condena a sí mismo; está en verdad "luchando contra Dios".

PABLO ANTE EL CONCILIO JUDÍO (CAPS. 22: 23 AL 23: 11)

Vociferaban, agitaban sus vestidos y tiraban tierra al aire. Entonces el comandante ordenó que lo metieran dentro de la fortaleza y lo azotaran para que confesara por qué motivo gritaban de aquella manera contra él. Pero cuando quisieron quitarle la ropa, Pablo preguntó al oficial que estaba allí presente: "¿Es conforme a la ley azotar a un ciudadano romano sin haberlo antes juzgado?"

Al oír esto, el oficial fue donde el comandante y le dijo: "¡Qué ibas a hacer! Ese hombre es un ciudadano romano. El comandante vino y le preguntó: "Dime, ¿eres ciudadano romano?" "Sí", respondió Pablo. El comandante comentó: "A mí me costó mucho dinero hacerme ciudadano romano. Pablo le contestó: "Yo lo soy por nacimiento. Al momento se retiraron los que estaban para torturarlo, y el mismo comandante tuvo miedo porque había hecho encadenar a un ciudadano romano.

Al día siguiente hizo soltar a Pablo. Quería conocer con certeza cuáles eran los cargos que los judíos tenían contra él, y mandó que se reunieran los jefes de los sacerdotes y todo el Consejo que llaman Sanedrín. Después hizo bajar a Pablo para que compareciera ante ellos. Pablo miró fijamente al Sanedrín y les dijo: "Hermanos, hasta el día de hoy he actuado rectamente ante Dios.

A este punto el sumo sacerdote Ananías ordenó a sus asistentes que le golpearan en la boca. Pablo entonces le dijo: "Dios te golpeará a ti, pared blanqueada. Estás ahí sentado para juzgarme según la Ley, y tú violas la Ley ordenando que me golpeen.

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Los que estaban a su lado le dijeron: "Estás insultando al sumo sacerdote de Dios. Pablo contestó: "Hermanos, yo no sabía que fuera el sumo sacerdote, pues está escrito: No insultarás al jefe de tu pueblo.

Pablo sabía que una parte de ellos eran saduceos y la otra fariseos. Así que declaró en medio del Sanedrín: "Hermanos, yo soy fariseo e hijo de fariseos. Y ahora me están juzgando a causa de nuestra esperanza, a causa de la resurrección de los muertos. Apenas hizo esta declaración, se originó una gran discusión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió.

Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritu, mientras que los fariseos admiten todo eso. Se armó, pues, un enorme griterío. Algunos maestros de la Ley que eran del partido de los fariseos se pusieron en Pie, afirmando: "Nosotros no hallamos nada malo en este hombre. Tal vez le haya hablado un espíritu o un ángel.

La discusión se hizo tan violenta que el capitán tuvo miedo de que despedazaran a Pablo. Ordenó, entonces, que vinieran los soldados, sacaran a Pablo de allí y lo llevaran de nuevo a la fortaleza. Aquella misma noche el Señor se acercó a Pablo y le dijo: "¡Animo! Así como has dado testimonio de mí aquí en Jerusalén, tendrás que darlo también en Roma.

La defensa de Pablo había fracasado en el intento de convencer a la turba de judíos airados, y también dio poca luz al capitán romano. No fue capaz de seguir su argumentación; por lo menos no le ofreció ninguna pista con respecto al crimen del que Pablo era culpable, según los judíos. A fin de enterarse de los hechos por el apóstol mismo, decidió someterlo a interrogatorio bajo tortura. Estaba ya atado el apóstol y a punto de ser cruelmente azotado, cuando hizo saber que era ciudadano romano, y que por consiguiente no podía ser atado, y mucho menos azotado, sin haber sido limpiamente juzgado antes. El tribuno y sus lugartenientes se atemorizaron ante tal revelación, y Pablo fue tratado de inmediato con toda cortesía.

El tribuno romano, fracasado en el propósito de conocer por qué los judíos estaban tan enfurecidos con Pablo, decidió que fuese juzgado ante el concilio supremo judío, el Sanedrín. A la mañana siguiente, se reunió el concilio ante el cual Pablo fue procesado. Poco pensaron los soldados romanos en ese día, que no el apóstol sino sus jueces iban a ser juzgados y condenados. Cristo iba a ser presentado ante la nación en la persona de sus dirigentes, e iba a ser de nuevo repudiado, quedando así sellada la sentencia de la nación.

En cuanto a la conducta de Pablo ante el concilio se han formulado dos preguntas : (1) ¿ Fue la ira lo que indujo a Pablo a reprender al sumo sacerdote ? y (2) ¿ Se sirvió de un subterfugio sagaz cuando hizo la pregunta acerca de la "resurrección" ?

Respecto a la primera, parece mejor concluir que Pablo, en medio de la multitud reunida, no percibió que el que habló para ordenar que se le golpease en la boca fuera el sumo sacerdote. La respuesta de Pablo no fue una imprecación airada, sino una advertencia o profecía solemne. Estos mismos jueces, en su pretendido celo por la ley de Moisés, estaban actuando en contra del espíritu y requerimiento de la

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misma. Cuando se le dijo a Pablo cuál era la jerarquía del que había hablado, su respuesta fue cortesa y dio a entender que no hubiera querido hacerse culpable de ni siquiera una violación aparente del respeto debido a alguien que ocupaba un oficio sagrado. En cuanto a la "resurrección", Pablo demostró la penetración que poseía al afirmar que la cuestión toda de su culpabilidad o inocencia estaba implicada en la aceptación o rechazo de esa sola doctrina. La verdadera acusación que se le hacía no era que no fuese fiel a la ley o a las creencias judías; era que predicaba la resurrección y declaraba que la resurrección de Jesús era la prueba de que era el Mesías. Era, pues, después de todo, la cuestión de la resurrección la que se planteaba ante el concilio. Pablo estaba muy consciente de la división existente entre los jueces con respecto a este problema; conocía la incredulidad de los saduceos, y debió sentir una satisfacción secreta en conseguir que los demás jueces los reprocharan por tratar de condenar a alguien por abandonar la ley que ellos mismos rechazaban en forma abierta. No fue tan sólo un ardid humano lo que movió al apóstol; había declarado ante el concilio la doctrina básica de la fe cristiana por la cual se le juzgaba. Esta declaración produjo un tumulto en la corte. Los saduceos hubieran despedazado a Pablo; los fariseos lo hubieran protegido de toda violencia, puesto que reconocían que no era culpable y que, cuando más, se le podía considerar víctima de alguna alucinación o aún depositario de algún mensaje divino. Pablo hubiera perdido la vida de no haber sido por el tribuno que lo rescató y lo hizo trasladar a la fortaleza.

Durante esa misma noche una nueva visión del Señor lo confortó. Fue una aprobación divina concreta de la actuación de Pablo ; fue una nueva garantía de ayuda y protección sobrenatural. Se le prometió a Pablo que se cumpliría el deseo de su vida. Iba a dar testimonio de Cristo en Roma ; pero Pablo no podía ni soñar por qué extrañas providencias se iba a poder realizar eso.

PABLO ENVIADO A CESAREA (CAP. 23 : 12-35)

Al amanecer se reunieron algunos judíos y se comprometieron con juramento a no comer ni beber hasta dar muerte a Pablo. Los comprometidos en esta conjuración eran más de cuarenta. Se presentaron, pues, a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos y les dijeron: "Nos hemos comprometido bajo juramento a no probar comida alguna hasta que no hayamos dado muerte a Pablo.

Ahora les toca a ustedes, con el Consejo, obtener del comandante que haga bajar de nuevo a Pablo con pretexto de examinar más a fondo su caso. Nosotros, por nuestra parte, estamos preparados para matarlo antes de que llegue. Pero el sobrino de Pablo, hijo de su hermana, se enteró de esta emboscada y fue a la fortaleza a informarle.

Entonces Pablo llamó a un oficial y le dijo: "Lleva a este joven ante el comandante, pues tiene algo que contarle. El oficial se lo llevó ante el comandante y le dijo: "El preso Pablo me llamó y me pidió que te trajera a este joven, pues tiene algo que decirte. El comandante lo tomó de la mano, lo llevó aparte y le preguntó: "¿Qué tienes que contarme?"

El joven respondió: "Los judíos han decidido pedirte que mañana lleves a Pablo al Sanedrín con el pretexto de examinar más de cerca su caso. Pero no les creas, porque

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hay más de cuarenta hombres de ellos listos para tenderle una trampa. Se han comprometido bajo juramento a no comer ni beber hasta que no le hayan dado muerte.

Ya están preparados esperando tu decisión. El comandante despidió al joven con esta advertencia: "Que nadie se entere de que me has dado esta información. Después llamó a dos oficiales y les dijo: "Estén listos para salir hacia Cesarea esta noche después de las doce con doscientos soldados, setenta de caballería y doscientos auxiliares. Preparen también cabalgaduras para llevar a Pablo y entregarlo sano y salvo al gobernador Félix.

El comandante escribió la siguiente carta al gobernador: Claudio Lisias saluda al excelentísimo gobernador Félix y le comunica lo siguiente: Los judíos habían detenido a este hombre y estaban a punto de matarlo, cuando me enteré de que era un ciudadano romano e intervine con la tropa para arrancarlo de sus manos. Como quería saber de qué lo acusaban, lo presenté ante el Sanedrín, y descubrí que lo acusaban por cuestiones de su Ley, pero que no había ningún cargo que mereciera la muerte o la prisión.

Después me enteré de que los judíos preparaban una emboscada contra este hombre, por lo que decidí enviártelo, y dije a sus acusadores que presentaran sus quejas ante ti. Adiós. De acuerdo a las instrucciones recibidas, los soldados tomaron a Pablo y lo llevaron de noche a Antípatris. Al día siguiente regresaron a la fortaleza, y los de caballería siguieron viaje con él.

Al llegar a Cesarea, entregaron la carta al gobernador y le presentaron a Pablo. Félix se informó y preguntó a Pablo de qué comarca era; al saber que era de Cilicia, le dijo: "Te oiré cuando estén presentes tus acusadores. Y mandó que lo custodiaran en el palacio de Herodes.

El primer eslabón en la cadena de circunstancias que condujeron a Pablo de Jerusalén a Roma fue la conspiración que los judíos tramaron contra él. Cuarenta de ellos se comprometieron bajo maldición a no comer ni beber hasta haberlo matado. Acudieron al concilio supremo de la nación y acordaron que los dirigentes pidieran que Pablo se presentara de nuevo ante ellos para examinarlo mejor, con el entendido de que los asesinos tendrían así la oportunidad de llevar a cabo el crimen mientras el prisionero fuera conducido hacia la sala del tribunal. Lo que se pone de relieve es no sólo la vileza de los asesinos, sino la degradación total del concilio nacional, y por consiguiente la apostasía irremediable de la nación judía.

El descubrimiento y fracaso de la detestable trama se debieron a la perspicacia de un sobrino de Pablo. Muy pocas cosas suelen suceder que se le escapen a un muchacho; pero es difícil conjeturar cómo este mozalbete se enteró de los planes de los asesinos. Ni tampoco se puede decir cómo pudo llegar hasta su tío para enterarlo del tenebroso secreto. Pablo, sin embargo, envió al muchacho al centurión quien de inmediato cayó en la cuenta de la gravedad de la situación y del peligro que corría su misterioso prisionero. Se reunió una poderosa guardia militar compuesta de soldados de infantería y de caballería, bajo cuya custodia Pablo fue enviado de noche a Antípatris y de ahí a Cesarea donde iba a estar bajo la protección del gobernador romano, Félix. Los detalles minuciosos que se dan son pintorescos, están llenos de interés, y además subrayan el aspecto del relato que

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muestra cuánto más seguras estuvieron la vida y justicia en las manos de un gobierno pagano que bajo los degenerados dirigentes del que se profesaba pueblo de Dios.

El tribuno, Claudio Lisias, envió también una carta, dirigida a Félix, en la que expuso en lo posible los hechos concernientes al caso. La carta (cap. 23 : 26-30), se inicia con una mentira manifiesta ; el oficial afirma que rescató a Pablo del populacho cuando se enteró de que era romano ; en realidad cuando arrestó a Pablo pensaba que era un rebelde egipcio. Lo que se indica es que la ley romana garantizaba justicia, aunque sus funcionarios estaban lejos de ser dignos de confianza. Sin embargo la impresión de conjunto que el lector saca del retrato de ese viejo romano es, en general, favorable. Conoce cuál es su deber, está dispuesto a actuar, es leal al imperio y está orgulloso de su ciudadanía ; es cortés con Pablo e incluso gentil con el sobrino de éste. En esta carta hace todo lo que puede por el bien del apóstol, afirmando que "ningún delito tenía digno de muerte o de prisión". Hasta este tenaz soldado contrasta mucho con el sumo sacerdote judío. Cada fase del relato subraya el abismo en el que la nación judía había caído y la honradez relativa del gobierno romano.

El primer gobernador ante el cual compareció Pablo era, sin embargo, hombre de índole innoble. Se informó de la provincia a la que Pablo pertenecía y luego lo envió de nuevo a la cárcel hasta tanto sus acusadores llegaran de Jerusalén.

PABLO ANTE FÉLIX (CAP. 24)

Cinco días después, el sumo sacerdote Ananías bajó a Cesarea con algunos ancianos y un abogado llamado Tértulo, y presentaron una demanda contra Pablo ante el gobernador. Fue llamado Pablo, y Tértulo empezó su acusación: Excelentísimo Félix, gozamos de gran paz gracias a ti y las reformas que supiste promover para bien de esta nación.

Todo esto lo reconocemos de mil maneras y en cualquier lugar, y te estamos plenamente agradecidos. Pero no quisiera abusar más de tu tiempo y solamente te ruego nos escuches un momento con tu acostumbrada comprensión. Nos consta que este hombre es peor que la peste, crea divisiones entre los judíos de todo el mundo y es un dirigente de la secta de los Nazarenos.

Incluso intentaba profanar el Templo cuando lo tomamos preso. Queríamos juzgarlo según nuestra Ley, pero el comandante Lisias intervino en forma muy violenta y nos obligó a soltarlo. Luego declaró que sus acusadores tenían que presentarse ante ti. Si tú lo interrogas, podrás comprobar todas las cosas de que lo acusamos. Los judíos lo apoyaron, afirmando que realmente las cosas eran así.

Entonces el gobernador dio la palabra a Pablo, que contestó: "Sé que has administrado esta nación durante muchos años, y esto me hace sentir muy confiado para exponer mi defensa. Tú mismo podrás comprobar que no hace más de doce días que subí a Jerusalén en peregrinación, y que nadie me sorprendió discutiendo en el Templo o alborotando a la gente ni en las sinagogas ni en la ciudad;" de modo que no pueden probar los cargos de que ahora me acusan.

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Pero sí admito ante ti que sirvo al Dios de nuestros padres según nuestro camino, que ellos llaman secta. Creo en todo lo que está escrito en la Ley y los Profetas y espero de Dios, como ellos mismos esperan, la resurrección de los muertos, tanto de los justos como de los pecadores. Por eso yo también me esfuerzo por tener siempre la conciencia limpia ante Dios y ante los hombres.

Después de muchos años he vuelto a traer ayuda a los de mi nación y a ofrecer sacrificios. Y esta es la razón por la que me encontraron en el Templo. Me había purificado según la Ley, y no había aglomeración de gente ni tumulto. Todo empezó por causa de unos judíos de Asia que hoy deberían estar aquí para acusarme, si es que tienen algo contra mí.

Que los aquí presentes digan qué crimen hallaron en mí cuando comparecí ante el Sanedrín, a no ser esto que dije en voz alta ante ellos: "Yo soy juzgado hoy por ustedes a causa de la resurrección de los muertos". Félix, que estaba bien informado sobre el Camino, postergó el caso con estas palabras: "Cuando baje el comandante Lisias, resolveré este caso.

Dio instrucciones al oficial para que vigilara a Pablo, pero dejándole cierta libertad y sin impedir a los suyos que lo atendieran. Algunos días después vino Félix con su esposa, Drusila, que era judía. Mandó llamar a Pablo y lo dejó hablar de la fe en Cristo. Pero cuando habló de la justicia, del dominio de los instintos y del juicio futuro, Félix se asustó y le dijo: "Por ahora puedes irte; te llamaré en otra oportunidad.

Félix tenía esperanza de que Pablo le ofreciese dinero, y por eso lo llamaba a menudo para conversar con él. Pasaron así dos años. Entonces Félix fue reemplazado por Porcio Festo, y como quería quedar bien con los judíos, dejó a Pablo preso.

La causa de Pablo resultó perjudicada y su vida puesta en peligro al llevarlo ante un juez de índole cruel y libertina como Félix. Sin embargo, el historiador no da descripción alguna de este gobernador romano, y dejaque la índole del mismo se revele sólo en parte, y eso sólo hasta el final del episodio. El propósito del escritor es manifestar la inocencia de Pablo, y con ello la ignominia creciente y desvergonzada de sus enemigos, los judíos. Representan a éstos, el sumo sacerdote y otros dirigentes, y llevan consigo como portavoz a un orador llamado Tértulo. Lo que pretenden los judíos es demostrar que Pablo es un criminal y así aparecer inocentes al rechazar el evangelio que predica. ¡Con qué afán buscan los hombres excusas para rechazar a Cristo; y sin embargo, al hacerlo, ya se han condenado a sí mismos!

El discurso de Tértulo se inicia con una ampulosidad tal que resulta en verdad ridícula. Alaba al "excelentísimo Félix" por la tranquilidad y orden que con su gobierno ha conseguido, sabiendo perfectamente que nunca se habían permitido mayores abusos, y que el gobernador había eliminado a algunos bandidos, pero sólo por codicia de lo que éstos poseían. El orador dice luego de Pablo que es un hombre malo, y presenta tres acusaciones concretas contra él: primero, lo declara culpable de sedición, luego, de herejía; y por último, de sacrilegio.

Una vez que los testigos judíos han perjurado al declarar que dichos cargos son verdaderos, Pablo se defiende con argumentos claros y convincentes. Le ofrece a

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Félix el único cumplido que un hombre honrado le podía prestar, a saber, que el gobernador había tenido muchas oportunidades para conocer la ley y costumbres judías ; es una hábil insinuación de que las acusaciones se referían a esos asuntos y no implicaban crimen alguno. Pablo tiene a menos darse por enterado de la difamación que Tértulo hace de él, pero responde por orden a sus tres acusaciones. En cuanto a sedición, es absurdo suponer que Pablo pueda ser culpable, porque ha estado en Jerusalén menos de una semana; y en ese tiempo tan breve no había pronunciado discursos ni amotinado a la multitud ; no hay además ni la más mínima prueba que apoye la acusación.

En cuanto a herejía, confiesa abiertamente que es cristiano, pero como tal acepta todo el Antiguo Testamento, Las Escrituras que los judíos consideraban sagradas, espera lo que en ellas se promete, y en su poder ha mantenido su conciencia libre de culpas.

Por lo que respecta a la última acusación, muestra que en lugar de haber profanado el Lugar Santo de los judíos, había acudido a Jerusalén para llevar limosnas al pueblo y donativos al templo, en el cual se hallaba realizando los ritos sagrados cuando se le arrestó con acusaciones falsas ; además, los que así lo acusaron no se hallaban presentes, y los judíos que lo hacen no son testigos competentes ; éstos ya habían investigado el caso en su propio tribunal supremo y habían hallado que su única falta había sido creer en la doctrina de una "resurrección" en la que muchos de los miembros de dicho tribunal también creían.

La argumentación era irrebatible; el mismo Félix no pudo discutir la fuerza del mismo; pero con el deseo de complacer a los judíos decidió suspender su decisión hasta la llegada de Lisias desde Jerusalén. De hecho, empero, ya tenía el testimonio favorable del mismo; y al otorgar a Pablo la mayor libertad posible, virtualmente lo vino a declarar inocente.

Cuando Pablo pudo volver a hablar ante Félix y su pecadora esposa, disertó con tanta fuerza acerca "de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero", que el culpable Félix se atemorizó, y le dijo a Pablo que volvería a oírlo en momentos más oportunos. Esto, desde luego, no fue más que una excusa endeble para no cambiar de vida y para no hacer justicia a Pablo. La causa verdadera de la demora e indecisión fue el estar esclavizado al pecado, y la esperanza de que la dilación tendría como efecto el que los amigos del apóstol le ofrecieran un soborno. La consecuencia fue que Pablo permaneció encarcelado por dos años, hasta que Porcio Festo sucedió a Félix como gobernador.

APELACIÓN DE PABLO A CÉSAR (CAP. 25)

Tres días después de su llegada a la provincia, Festo subió de Cesarea a Jerusalén. Allí los jefes de los sacerdotes y las autoridades de los judíos volvieron a acusar a Pablo. Insistieron y pidieron a Festo, como un favor, que lo trajera a Jerusalén, pues ellos todavía planeaban matarlo en el camino. Festo les respondió que Pablo estaba bajo custodia en Cesarea y que él volvería muy pronto allá.

Los que entre ustedes tienen más autoridad, les dijo, bajen conmigo a Cesarea; y si ese hombre hizo algo condenable, presentarán sus acusaciones. Festo no permaneció en

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Jerusalén más de ocho o diez días y luego volvió a Cesarea. Al día siguiente se sentó en el tribunal y mandó llamar a Pablo. Apenas se presentó, los judíos que habían bajado de Jerusalén lo acosaron con numerosas y graves acusaciones.

Pero no podían probar lo que alegaban. Pablo se defendió diciendo: "Yo no he cometido ninguna falta contra la Ley de los judíos, ni contra el Templo, ni contra el César. Entonces Festo, que quería ganarse la amistad de los judíos, preguntó a Pablo: "Si soy yo el que te va a juzgar, ¿quieres subir a Jerusalén?" Pablo contestó: "Estoy ante el tribunal del César; ahí debo ser juzgado.

No he hecho ningún mal a los judíos, como tú muy bien sabes. Si he cometido algún delito que merezca la muerte, acepto morir. Pero si no he hecho nada de lo que me acusan, nadie tiene derecho a entregarme a ellos. Apelo al César. Entonces Festo, después de hablar con su consejo, decidió: "Has apelado al César; al César irás. Transcurridos unos días, llegaron a Cesarea el rey Agripa y su hermana Berenice para saludar a Festo.

Permanecieron allí algún tiempo, y Festo expuso al rey el caso de Pablo, diciéndole: "Tenemos aquí a un hombre que Félix dejó preso. Cuando estuve en Jerusalén, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos presentaron quejas contra él y me pidieron que lo condenara. Yo les contesté que los romanos no acostumbran entregar a un hombre sin que haya tenido la oportunidad de defenderse de los cargos en presencia de sus acusadores.

Vinieron, pues, conmigo y, sin demora, me senté al día siguiente en el tribunal y mandé traer al hombre. Se presentaron los acusadores, pero no lo demandaron por ninguno de los delitos que yo sospechaba. Sólo tenían contra él cuestiones referentes a sus creencias y a un cierto Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive. Como yo me perdía en esos asuntos, le pregunté si quería ir a Jerusalén para ser juzgado allí sobre esas cosas.

Pero Pablo apeló y pidió que el sumario lo hiciera el tribunal del emperador. Entonces ordené que lo mantuvieran bajo custodia hasta que pueda enviarlo al César. Agripa le dijo: "Me gustaría escuchar a ese hombre. Festo le contestó: "Mañana lo oirás. Al día siguiente llegaron Agripa y Berenice con gran pompa y entraron en la sala de la audiencia acompañados por los jefes militares y las autoridades de la ciudad.

Festo ordenó que trajeran a Pablo y dijo: "Rey Agripa y todos los presentes: aquí tienen al hombre contra quien toda la comunidad de los judíos ha venido a reclamarme, tanto en Jerusalén como aquí, pidiendo a gritos que no lo dejara con vida. Yo, por mi parte, me convencí de que no había hecho nada digno de muerte, y como él mismo apelaba al emperador, decidí enviárselo.

Pero todavía no tengo nada seguro para escribir a nuestro soberano respecto a él, y por eso lo presento aquí ante ustedes, y especialmente ante ti, rey Agripa, para que pueda escribir algo cuando se esclarezcan un poco más las cosas. Porque me parece absurdo enviar a un detenido sin señalar los cargos en su contra.

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La apelación de Pablo a César se debió no a impaciencia, enfado o cobardía, sino a la indecisión, injusticia y falsedad de un gobernante romano. Porcio Festo era hombre de mayor estatura moral que Félix, a quien había sucedido como gobernador, pero su vergonzosa conducta hacia el apóstol pone bien de manifiesto la inocencia del apóstol y con ello subraya aún más la culpa de los judíos, quienes lo acusaban con falsía y buscaban su muerte. De hecho, el mensaje básico de estos últimos capítulos de Hechos es el pecado de Israel al rechazar el evangelio representado en la predicación y persona del apóstol.

Festo era hombre activo e incansable, y, de acuerdo con ello, apenas tres días después de ser nombrado visitó a Jerusalén. Habían pasado dos años desde que Pablo había sido rescatado de manos de la turba judía, y llevado a Cesarea ; pero los judíos seguían igual, tanto en el odio a Pablo corno en la degradación moral más absoluta. Informaron al gobernador romano que Pablo era un vil criminal que no debía seguir viviendo y solicitaron que fuera conducido a Jerusalén para ser juzgado "preparando ellos una celada para matarle en el camino". Damos por supuesto que los cuarenta asesinos, que muchos meses antes "se juramentaron bajo maldición, diciendo que no comerían ni beberían hasta que hubiesen dado muerte a Pablo", se habían permitido entre tanto tomar algún ligero refrigerio ; pero su corazón y el de sus sucesores permanecía intacto, y se debe recordar que estos asesinos representaban al concilio supremo de los judíos, y por lo tanto a la nación judía. Festo acertadamente se negó a conceder lo pedido, y aconsejó a los dirigentes judíos que, si deseaban presentar cargos contra Pablo, fueran a Cesarea. Unos días después, seguido al poco tiempo de los dirigentes judíos, regresó a Cesarea y de inmediato hizo que Pablo se presentara ante su tribunal. No se dan detalles del proceso ; la trama se está volviendo demasiado monótona la inocencia de Pablo ha quedado bien sentada una y otra vez. Como de costumbre, los judíos vuelven a presentar "contra él muchas y graves acusaciones, las cuales no podían probar" ; es perfectamente evidente que los judíos nada podían probar contra el apóstol pero estaban enloquecidos de odio debido a su valiente e inquebrantable adhesión a Cristo.

Festo, sin embargo, deseaba congraciarse con los judíos, y por ello le preguntó a Pablo si quería ir a Jerusalén para ser juzgado allá ; pero ¿ por qué otro juicio, si la inocencia de Pablo estaba bien clara, y por qué en Jerusalén, donde la vida de Pablo corría peligro a manos de los asesinos judíos ? Si la muerte fuera merecida o pudiera ser beneficiosa, Pablo estaba dispuesto a sufrirla, pero era tan sólo para saciar la sed de sangre, y si el gobernador romano no estaba dispuesto a defender a un ciudadano romano inocente, no quedaba más que una solución : apelar a la decisión del emperador.

Ante la exclamación de Pablo, "A César apelo", a Festo no le quedaba más que una respuesta que dar : "A César irás" ; pero la decisión colocó a Festo ante una terrible dificultad. Tenía que enviar a Roma a un hombre inocente contra el que no podía formular acusación alguna que pudiera sostenerse ante un tribunal romano. ¿ Cómo aparecería entonces Festo como administrador de justicia en una provincia romana cuando por fin todos los hechos fuese presentado ante el emperador ? La situación era dolorosamente turbadora, y sin embargo, en tales bretes se ponen los hombres cuando tratan de ganar ventajas actuando contra la propia conciencia, y cuando se oponen a decisiones que saben son las justas.

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Sin embargo, Dios dirigió la falta de Festo y por medio de ella llevó a cabo su propósito de conducir a Pablo hasta Roma. Aún antes de que el apóstol zarpara, la angustia de Festo le proporcionó la ocasión a Pablo de predicar el evangelio ante el auditorio más distinguido y poderoso de cuantos hasta entonces había tenido.

La ocasión fue una visita que el rey Agripa, hijo de aquel Herodes que había decapitado a Jacobo y encarcelado a Pedro, le hizo a Festo. El gobernador romano pensó que Agripa, judío, quizá hallaría en el prisionero, al que los judíos odiaban tanto, algo malo que Festo podría presentar como acusación al enviarlo a Roma. Por esto le repitió el asunto al rey, pero tuvo cuidado en esconder su injusticia y felonía en el caso. Dos cosas dejó bien claras, sin embargo : primero, que Pablo era inocente de todo crimen ; segundo, que el punto esencial del evangelio que Pablo predicaba y la causa principal del odio judío radicaban en la doctrina de la resurrección.

Con gozo por parte de Festo, su real invitado estaba ansioso por oír a Pablo. No perdieron tiempo, y al día siguiente se reunió un brillante grupo de personas para escuchar la mayor y última de las defensas de Pablo que se mencionan. En esta ocasión Pablo disfrutó de ciertas ventajas muy grandes. Sus jueces ya estaban convencidos de que estaba libre de toda falta grave ; ninguno de sus enemigos judíos estaba presente para presentar sus falsas acusaciones ; podía hablar con libertad y podía proclamar en su totalidad los hechos de su conversión del judaísmo y de su relación con Cristo. Por esto, aunque el discurso es muy personal, tiene inmenso valor como defensa del cristianismo, como afirmación de su carácter de religión para el mundo entero.

DEFENSA DE PABLO ANTE EL REY AGRIPA (CAP. 26)

Agripa dijo a Pablo: "Puedes hablar en tu defensa. Entonces Pablo extendió su mano y empezó a hablar así:" Rey Agripa, me siento afortunado de poderme defender hoy ante ti de todo lo que me reprochan los judíos, pues tú conoces perfectamente sus costumbres y las discusiones propias de ellos. Por eso te ruego tengas la bondad de escucharme.

Todos los judíos saben cómo he vivido desde mi juventud tanto en la comunidad judía como en Jerusalén. Me han visto de tan cerca que, si quisieran, podrían testificar que he vivido como un fariseo en la secta más rigurosa de nuestra religión. Y si ahora soy aquí procesado, es por esperar la promesa hecha por Dios a nuestros padres;" de hecho, el culto perpetuo que nuestras doce tribus rinden a Dios noche y día no tiene otro propósito que el de alcanzar esta promesa.

Por esta esperanza, oh rey, me acusan los judíos. Pero ¿por qué no quieren ustedes creer que Dios resucite a los muertos? Yo mismo, al principio, consideré que era mi deber usar todos los medios para combatir el nombre de Jesús el Nazareno. Así lo hice en Jerusalén con los poderes que me dieron los jefes de los sacerdotes: hice encarcelar a muchos creyentes, y cuando eran condenados a muerte, yo di también mi voto.

Recorría las sinagogas y multiplicaba los castigos para obligarlos a renegar de su fe, y tal era mi furor contra ellos, que los perseguía hasta fuera de nuestras fronteras. Con este propósito iba a Damasco con plenos poderes y por encargo de los jefes de los

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sacerdotes. En el camino, oh rey, a eso del mediodía, vi una luz que venía del cielo, más resplandeciente que el sol, que nos deslumbró a mí y a los que me acompañaban.

Todos caímos al suelo y yo oí una voz que me decía en hebreo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? En vano pataleas contra el aguijón. Yo dije: "¿Quién eres, Señor?" Y el Señor dijo: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Ahora levántate y ponte en Pie: me he manifestado a ti para hacerte servidor y testigo de lo que has visto de mí y de lo que te mostraré más adelante.

Yo te protegeré tanto de tu pueblo como de los paganos a quienes te envío. Tú les abrirás los ojos para que se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios: creyendo en mí se les perdonarán los pecados y compartirán la herencia de los santos. Yo, rey Agripa, no rechacé esta visión celestial. Muy por el contrario, empecé a predicar, primero a la gente de Damasco, luego en Jerusalén y en el país de los judíos, y por último en las naciones paganas.

Y les pedía que se arrepintieran y se convirtieran a Dios, mostrando en adelante los frutos de una verdadera conversión. Por cumplir esta misión los judíos me detuvieron en el Templo y trataron de matarme. Pero, con la ayuda de Dios, seguí dando mi testimonio a grandes y pequeños hasta el día de hoy. En ningún momento me aparto de lo que Moisés y los Profetas dijeron de antemano: que el Mesías tenía que morir; que sería el primero en resucitar de entre los muertos, y después anunciaría la luz tanto a su pueblo como a las demás naciones.

Al llegar Pablo a este punto de su defensa, Festo exclamó con voz muy alta: "Pablo, ¡tú estás loco! Tus muchos estudios te han trastornado la mente. No estoy loco, excelentísimo Festo, contestó Pablo; estoy diciendo cosas verdaderas con mucho sentido. El rey está bien enterado de estas cosas, por eso le hablo con tanta libertad. Estoy convencido de que no ignora nada de este asunto, pues esas cosas no han sucedido en un rincón.

Rey Agripa, ¿crees a los Profetas? Yo sé que crees. Agripa le contestó: "¡Un poco más y vas a pensar que ya me has hecho cristiano!" Pablo le respondió: "Por poco o por mucho, quiera Dios que no sólo tú, sino también todos los que hoy me escuchan, llegaran hasta donde yo he llegado, a excepción de estas cadenas. En ese momento el rey se levantó, y con él el gobernador, Berenice y todos los asistentes.

Mientras se retiraban, conversaban entre sí y decían: "Este no es hombre para hacer cosas que merezcan la muerte o la cárcel. Agripa dijo a Festo: "Si no hubiese apelado al César, se le habría podido dejar en libertad.

El discurso de Pablo ante Agripa es mucho más que una defensa de sí mismo o una exposición de su experiencia religiosa personal ; es una afirmación soberana de la esencia misma del cristianismo, y al leer este histórico mensaje, hay que advertir en forma especial dos o tres de sus frases. Pablo insiste en que la fe en el Cristo divino resucitado es la entraña misma del cristianismo, que testigos humanos competentes y las Escrituras inspiradas dan testimonio de la resurrección, y que el mensaje de salvación por medio de Cristo es para la totalidad del género humano.

Las frases de introducción son conciliatorias. Pablo le hace al rey Agripa el único cumplido que honradamente le podía hacer. Agripa era conocedor de "todas las costumbres y cuestiones que hay entre los judíos", y como Pablo ha sido acusado

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por los judíos de asuntos exclusivamente judíos y religiosos, se siente "dichoso" de hablar de su caso ante tal juez. Con esto mismo, sin embargo, Pablo da a entender que por cuanto las cuestiones son judías y religiosas, es inocente de todo crimen para el que la ley romana sea competente.

En cuanto a la acusación de herejía o sacrilegio, por las cuales se le mantiene en prisión, Pablo de inmediato demuestra que es absurda, porque es judío y de la secta más estricta, y se lo considera culpable porque cree y enseña la doctrina esencial del judaísmo, la esperanza de un Mesías. Es por tanto inocente ante la ley romana, porque el judaísmo es una religión autorizada por Roma ; es igualmente evidente que tampoco los judíos pueden acusarlo de hereje.

Sin embargo, hay dos puntos con respecto al Mesías en los que Pablo sí discrepa de los demás judíos : él cree en que Jesús de Nazaret es el Mesías prometido, y que el mensaje de la salvación por la fe en Jesús es tanto para los judíos como para los gentiles. La resurrección de Jesús ha convencido a Pablo de que es el Cristo. Para los judíos el hecho de la resurrección no es "cosa increíble", y el hecho de que Jesús ha resucitado es una verdad que Pablo no estaba predispuesto a aceptar ; de hecho, en otro tiempo perseguía a todos los que lo creían ; pero camino a Damasco vio a Jesús, resucitado y glorificado, y por tanto no puede seguir dudando de lo que él afirmaba, ni de su poder salvador. En cuanto a la predicación a los gentiles, Pablo muestra que no fue algo que él se impuso a sí mismo, sino la obediencia a una comisión recibida personalmente de su divino Señor. Fue expresada en palabras que todo seguidor de Cristo haría bien en recordar al contemplar al mundo de hoy cubierto de miseria, oscuridad y pecado : "Te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios ; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados".

¿ Cómo, pues, podría Pablo ser "rebelde a la visión celestial", cómo podría dejar de predicar arrepentimiento y fe en Cristo en "Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles", y qué justificación podrían tener los judíos por haberlo prendido en el templo e intentado "matarle" ? Después (le todo, los judíos, y no él, deberían ser acusados de herejes, porque las Escrituras del Antiguo Testamento habían declarado que el Cristo iba a sufrir y a resucitar de nuevo, e iba a ser la Fuente de luz y de vida, tanto para los judíos como para los gentiles; por consiguiente, no era reo de culpa alguna al haber aceptado a Jesús como el Mesías y haber dado testimonio de él a "pequeños y a grandes".

El pagano Festo poco podía entender de la defensa que Pablo exponía, y al hablar éste de la resurrección de un judío crucificado, y de luz y vida que se ofrecían al mundo a través de él, se impacientó y exclamó con intolerancia ignorante, "Estás loco, Pablo". Pablo le contestó con compostura y cortesía, y luego se dirigió con encarecimiento a Agripa. El rey tuvo que entender todo lo que Pablo había dicho. La argumentación tuvo que ser de peso para él, sobre todo en cuanto se había basado en el Antiguo Testamento. Exclamó el apóstol: "¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees". Pero el rey no iba a permitir tan fácilmente que se lo considerase como testigo a favor de los despreciados nazarenos. Con ironía desdeñosa replicó, "Por poco me persuades a ser cristiano". Entonces Pablo, con visión espiritual que percibió la vida humana con perspectiva verdadera, y como

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persona que experimentó por la fe en Cristo gozos tales que reyes y príncipes podrían envidiarle, exclamó, con fervor de visionario: "i Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!”

Así concluye la última gran defensa del apóstol. Los jueces dieron la decisión: Pablo era inocente; pero ¿qué debería decirse de Festo, cuya injusticia había compelido a Pablo a apelar a César, y qué de los judíos, que al entregar a Pablo a los romanos habían repudiado definitivamente a su Mesías, Maestro y Señor?

VIAJE DE PABLO A ROMA (CAPS. 27, 28)

EL VIAJE Y EL NAUFRAGIO (CAP. 27)

Cuando se decidió que nos debíamos embarcar rumbo a Italia, Pablo y otros prisioneros fueron entregados a un tal Julio, capitán del batallón Augusto. Subimos a bordo de un barco de Adrumeto que se dirigía a las costas de Asia y zarpamos; nos acompañaba Aristarco, un macedonio de la ciudad de Tesalónica. Llegamos a Sidón al día siguiente.

Julio se mostró muy humano con Pablo y le permitió visitar a sus amigos y que pudieran atenderle. Partiendo de allí nos desviamos hacia Chipre, pues los vientos eran contrarios. Atravesamos los mares de Cilicia y Panfilia y llegamos a Mira de Licia. Allí el capitán encontró un barco de Alejandría que se dirigía a Italia, y nos hizo subir a bordo.

Durante varios días navegamos lentamente, y con muchas dificultades llegamos frente a Cnido. Como el viento no nos dejaba entrar en ese puerto, navegamos al abrigo de Creta, dando vista al cabo Salmón. Lo costeamos con dificultad y llegamos a un lugar llamado Puertos Buenos, cerca de la ciudad de Lasea. El tiempo transcurría; ya había pasado la fiesta del Ayuno y la navegación empezaba a ser peligrosa.

Entonces Pablo les dijo: "Amigos, yo veo que la travesía es muy arriesgada, y vamos a perder no sólo la carga y la nave, sino también nuestras vidas. Pero el oficial romano confiaba más en el piloto y en el patrón del barco que en las palabras de Pablo. Como además este puerto era poco apropiado para pasar el invierno, la mayoría acordó partir, esperando alcanzar, con un poco de suerte, el puerto de Fénix, que está abierto hacia el suroeste y el noroeste, y donde pensaban pasar el invierno.

Comenzó entonces a soplar un ligero viento del sur, y pensaron que lograrían su objetivo. Levaron anclas y costearon la isla de Creta. Pero poco después la isla fue barrida por un viento huracanado que llama Euroaquilón. El barco fue arrastrado y no se logró hacer frente al viento, de manera que nos quedamos a la deriva. Mientras pasábamos al abrigo de una pequeña isla llamada Cauda, logramos con mucho esfuerzo recuperar el bote salvavidas.

Una vez subido a bordo, hubo que asegurar el casco ciñéndolo por debajo con cables. Ante el peligro de encallar en las arenas de Sirte, soltaron el ancla flotante y nos dejamos arrastrar. El temporal era tan violento que al día siguiente tuvieron que

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arrojar al agua parte del cargamento. Al tercer día los marineros arrojaron al mar con sus propias manos también el aparejo del barco.

Como la tempestad seguía con la misma violencia, los días pasaban y no se veían ni el sol ni las estrellas: estábamos perdiendo ya toda esperanza. Como hacía días que no comíamos, Pablo se puso en medio y les dijo: "Amigos, ustedes tenían que haberme escuchado y no salir de Creta, pues nos habríamos ahorrado este peligro y esta pérdida.

Pero ahora los invito a que recobren el ánimo; sepan que se va a perder el barco, pero no habrá pérdida de vidas. Anoche estuvo a mi lado un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien sirvo, y me dijo: "Pablo, no tengas miedo: comparecerás ante el César, y Dios te concede la vida de todos los que navegan contigo. Animo, pues, amigos míos: yo confío en Dios y todo sucederá tal como me ha dicho.

Acabaremos en alguna isla. Hacía ya catorce noches que éramos arrastrados a la deriva por el mar Adriático, cuando hacia la medianoche los marineros presintieron la proximidad de tierra. Midieron la profundidad del agua, y era de treinta y siete metros. Poco después la midieron de nuevo, y era de veintisiete metros. Temerosos de que fuéramos a chocar contra unas rocas, tiraron cuatro anclas desde la popa y esperaron ansiosamente a que amaneciera.

En cierto momento los marineros intentaron huir del barco y bajaban el bote salvavidas al mar como si quisieran alargar los cables de las anclas de proa. Pero Pablo dijo al capitán y a los soldados: "Si esos hombres abandonan el barco, ustedes no se salvarán. Entonces los soldados cortaron las amarras del bote y lo dejaron caer al agua.

Como aún no amanecía, Pablo los invitó a que se alimentaran, diciéndoles: "Hace catorce días que no tomamos nada; no hacemos más que esperar y permanecemos en ayunas. Si quieren salvarse, ¿por qué no comen? Les aseguro que ninguno de ustedes perecerá, y ni siquiera uno de sus cabellos se perderá. Dicho esto tomó pan, dio gracias a Dios delante de todos, lo partió y se puso a comer.

Los otros se animaron y al fin todos se pusieron a comer. En total éramos (doscientas) setenta y seis personas en el barco. Una vez satisfechos, tiraron el trigo al mar para reducir el peso del barco. Cuando amaneció no reconocieron la tierra, pero divisaron una bahía con su playa, y acordaron hacer lo posible por encallar en ella el barco.

Soltaron las anclas y las dejaron caer al mar mientras aflojaron las cuerdas de los timones; izaron al viento la vela delantera y se dejaron arrastrar hacia la playa. Pero chocaron contra un banco de arena y el barco quedó encallado: la proa se clavó y quedó inmóvil, mientras la popa se iba destrozando por los golpes violentos de las olas.

Entonces los soldados pensaron en dar muerte a los presos por temor a que alguno se escapara nadando. Pero el capitán, que quería salvar a Pablo, no se lo permitió. Ordenó que los que supieran nadar se tiraran los primeros al agua y se dirigieran a la playa;" los demás se agarrarían a tablones o a restos de la nave. Así todos llegamos sanos y salvos a tierra.

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Ningún relato de navegación es más fascinante y conocido que el del naufragio de Pablo y sus compañeros de viaje hacia Roma. Uno de esos compañeros era Lucas, el autor de Hechos, y es fácil comprender por qué escribe con tanta precisión de detalles; describe la aventura más excitante y peligrosa de su vida, y además se trata de escenas cuya figura central es su gran héroe, Pablo. Sin embargo, Lucas es un historiador de primera categoría; en todas y cada una de las secciones de su narración ha dado muestras de una cuidadosa selección de material, de subordinación de detalle, una continua insistencia en el propósito fundamental de su escrito; ¿se permite ahora romper la simetría de su obra, y precisamente en la culminación de la misma, por concesiones a experiencias personales o por admiración hacia un amigo? Desde luego que este naufragio fue parte de la historia que escribe, pero tuvo que haber algo más que el carácter dramático del suceso para hacer que Lucas desease describirlo tan extensamente. ¿Cuál ha sido el propósito que lo ha guiado en estos capítulos finales de Hechos? ¿No ha sido mostrar cómo el evangelio fue rechazado de los judíos, y cómo el centro futuro de su propagación no iba a ser Jerusalén sino Roma? ¿Cómo, pues, se hubieran podido grabar estos hechos en el lector de un modo más artístico que con un episodio sugestivo, extensamente descrito, y que separa las experiencias del apóstol en la provincia de Judea de las que tuvo en la capital del imperio?

Cualquiera que haya sido el propósito específico del autor, el relato contiene una revelación más de la sorprendente personalidad de Pablo, y prepara al lector para las grandes Cartas del mismo. Y también se perciben en la superficie misma de la narración lecciones de importancia práctica tanto para la vida como para el servicio cristiano.

El relato presenta a Pablo como prisionero enviado a Roma. Muchas cosas contribuyen a mitigar el dolor de esta cruel experiencia: Va como hombre inocente en quien el gobernador que lo envía no halla culpa alguna; Roma ha sido por mucho tiempo la nieta de su ambición; ha recibido garantía de que el viaje cumple el propósito divino; se le permite la asistencia de dos compañeros, uno de ellos el "médico amado”; goza de la confianza, e incluso del afecto del oficial romano que es responsable del grupo de prisioneros con los que viaja. Este soldado, corno Cornelio, y corno los otros dos capitanes que se mencionan en el Nuevo Testamento, parece haber sido hombre de alto nivel moral, y que se sintió de inmediato atraído por la personalidad de Pablo y llegó a poner en peligro su vida para salvar la del apóstol. El mismo día de zarpar, la nave arriba a Sidón, donde, como Lucas dice, el capitán trató "humanamente a Pablo, le permitió que fuese a los amigos, para ser atendido por ellos".

Siguiendo la ruta comercial corriente hacia el norte y luego hacia el oeste, llegan a Mira, en la costa de Licia, donde cambian de nave; se embarcan en un barco de Alejandría que va en dirección a Italia. Zarpan hacia Creta y hacen escala en un lugar llamado Buenos Puertos, donde Pablo los aconseja acerca del invierno; no le hacen caso y van a buscar un puerto mucho más al oeste. Apenas el malaventurado barco se hace a la mar cuando se ve embestido por una furiosa tempestad; con dificultad pueden izar a bordo el bote salvavidas, refuerzan la nave con cables, y navegan a la deriva. Al día siguiente la tempestad aumenta y se juzga necesario alijar. Luego, durante catorce días y noches, perdido por completo el rumbo, sin sol ni estrellas, los viajeros quedan a merced de la tempestad hasta que pierden toda

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esperanza. En estos momentos aparece Pablo como el personaje valeroso cuyo coraje inquebrantable da nuevos alientos a sus compañeros; les reprocha el haber hecho caso omiso del consejo que les había dado, pero les asegura que el Dios al cual sirve le ha enviado un mensaje que les dice que se salvarán todos aunque habrán de naufragar en una cierta isla.

Para los hombres inteligentes, sin embargo, la garantía de una promesa y propósito divinos no disminuye la necesidad de actuar y esforzarse. Pablo está en todo, y prácticamente asume el mando de la nave. Por la noche ciertos sonidos muestran que se hallan cerca de alguna costa; los marineros tratan de escapar en un bote; pero Pablo declara que todos deben quedarse porque de lo contrario todos perecerán. Han echado las anclas y todos anhelan la llegada del día. Pablo vuelve a darles ánimo y los exhorta a romper el largo ayuno; da ejemplo, pero antes, frente a todos, da gracias a Dios por el alimento y luego los hace comer. Necesitaron el refrigerio, porque al romper el día, al tratar de varar la nave hacia una ensenada, una vez más se ven a merced de las olas, quedan encallados, y muy pronto la nave queda hecha trizas ; pero, tal como Pablo prometió, unos nadando, otros agarrados a tablas, todos se ponen a salvo.

Muy a menudo los seguidores de Cristo han pasado por la experiencia de Pablo, y en tiempo de tempestad y peligro han recibido la seguridad de la presencia, poder y protección de su Señor; muy a menudo también, su fe les ha hecho aparecer como héroes que sobresalen entre todos tanto en valor como en decisión, al dar testimonio, de palabra y de obra, de la bondad de su Señor. Muchas veces, también, cuando la causa de Cristo ha corrido peligro, se ha descubierto que en las mismas tempestades y tormentas la mano de Dios lleva el timón, y que se realiza el propósito divino de llevar el evangelio a todo el mundo y a toda criatura.211

LA ESTADÍA EN MELITA (CAP. 28: 1-10)

Una vez a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta. Los nativos nos trataron con una cordialidad poco común, encendieron una gran hoguera y nos cuidaron a todos, ya que llovía y hacía frío. Pablo había juntado una brazada de ramas secas y, al echarlas al fuego, una víbora que escapaba del calor se le enroscó en la mano. Al ver los nativos a la víbora colgando de la mano de Pablo, se dijeron unos a otros: "Sin duda éste es un asesino. Aunque se haya salvado del mar, la justicia divina no lo deja vivir. Pero Pablo sacudió la víbora echándola al fuego y no sufrió daño alguno. Pensaban que se iba a hinchar o caer muerto de repente, pero después de esperar largo rato, vieron que no le pasaba nada. Entonces cambiaron de parecer y decían que era un dios.

Los terrenos cercanos pertenecían al hombre principal de la isla, llamado Publio, quien nos recibió y hospedó amigablemente tres días. Precisamente el padre de Publio estaba en cama con fiebre y disentería. Pablo entró a verlo, oró, le impuso las manos y lo sanó. A consecuencia de esto todos los enfermos de la isla acudieron a él y fueron sanados;" luego nos colmaron de atenciones y, al marchar, nos proveyeron de todo lo necesario.

Los principales sacerdotes judíos y los gobernadores romanos de Judea forman un contraste lamentable con los "bárbaros" de Melita y con el "hombre principal de la

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isla". Aquellos habían tramado contra la vida de Pablo y lo habían encarcelado como malhechor; éstos lo trataron "con no poca humanidad" y llegaron a considerarlo como un dios. La hospitalidad que estos isleños tuvieron con los náufragos forma un cuadro muy hermoso. En una mañana de invierno, en la helada lluvia, corren hacia la playa, rescatan de entre los restos de la nave a los exhaustos y aterrorizados sobrevivientes; encienden fuego y hacen todo lo que está a su alcance para aliviarlos. El evangelio, que los judíos han rechazado, es llevado a los paganos; y estos nativos de Melita no han sido los últimos en demostrar que la compasión humana es universal, ni los últimos en ser amables con los misioneros de la cruz.

Entonces ocurre un incidente que impresiona mucho a "los bárbaros"; Pablo, como es natural, trata de ayudar; cuando echa algunas ramas secas al fuego, de repente una víbora, que trata de escapar del calor del fuego, se le cuelga de la mano. Los nativos saben muy bien que la mordedura es mortífera; por ello deducen que Pablo debe de ser un asesino a quien, aunque ha podido escapar del mar, la justicia divina castiga. Sin duda que los paganos tienen conciencia que los acusa y les enseña que el mal será castigado y que el que peca debe morir ; lo que les falta no es tanto el sentido del pecado, sino el saber cómo pueden ser salvos. Pero cuando estos isleños ven que Pablo no sufre daño alguno a causa de la venenosa mordedura, cambian de modo de pensar y dicen que es "un dios".

Esta experiencia debe haber sido de consuelo para el apóstol; le debe haber recordado la promesa de Cristo de que, cuando sus mensajeros trabajan en la predicación del evangelio a toda criatura, él estará con ellos, y de que, entre muchas otras señales, "tomarán en las manos serpientes" y no les harán daño. Para algunos hombres, la mordedura de una víbora, tanto como la visita de un ángel, son ocasión para alegrarse por la presencia y protección del Señor.

Un visitante tan extraordinario como Pablo es llevado de inmediato a la casa "del hombre principal de la isla, llamado Publio”; tanto él como sus compañeros se hospedan en ella por tres días. El padre de Publio está gravemente enfermo, pero Pablo lo sana con su oración; la noticia corre de boca en boca, y se nos dice que "también los otros que en la isla tenían enfermedades, venían, y eran sanados".

La iglesia ya no necesita depender de milagros, pero la curación de los cuerpos que los misioneros realizan sigue siendo eficaz como medio de penetración del mensaje evangélico. No se puede dudar que Pablo anunció el evangelio a estos hombres de Melita ; Lucas, empero, no lo menciona ; sólo insinúa que del mismo modo que Pablo había sido el instrumento principal de salvación de las vidas de los náufragos, así también se debió al favor que se ganó de los nativos el que el grupo fuese hospedado con mucha solicitud durante tres meses y que por fin saliesen de la isla honrados "con muchas atenciones", y con todo lo que necesitaban para el resto del viaje hasta Roma.

RECIBIMIENTO DE PABLO EN ROMA (CAP. 28: 11-31)

Al cabo de tres meses subimos a bordo de un barco de Alejandría que había pasado el invierno en la isla y llevaba por insignia los Dióscuros. Navegamos hacia Siracusa, donde permanecimos tres días. De allí, bordeando la costa, llegamos a Regio. Al día

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siguiente comenzó a soplar el viento sur, y al cabo de dos días llegamos a Pozzuoli. Allí encontramos algunos hermanos que nos invitaron a quedarnos una semana con ellos, y así es como llegamos a Roma.

Allí los hermanos salieron a nuestro encuentro hasta el Foro Apio y Tres Tabernas, pues ya tenían noticia de nuestra llegada. Pablo, al verlos, dio gracias a Dios y se llenó de ánimo. Llegados a Roma, el capitán entregó los presos al gobernador militar, pero dio permiso a Pablo para alojarse en una casa particular con un soldado que lo vigilara.

Tres días después Pablo convocó a los judíos principales. Una vez reunidos, les dijo: "Hermanos, acaban de traerme preso de Jerusalén. He sido entregado a los romanos sin que yo haya ofendido a las autoridades de nuestro pueblo ni las tradiciones de nuestros padres. Los romanos querían dejarme en libertad después de haberme interrogado, pues no encontraban en mí nada que mereciera la muerte.

Pero los judíos se opusieron y me vi obligado a apelar al César, sin la menor intención de acusar a las autoridades de mi pueblo. Por este motivo yo quise poder verlos y conversar con ustedes, pues en realidad, por la esperanza de Israel yo llevo estas cadenas. Le respondieron: "Nosotros no hemos recibido ninguna carta de Judea referente a ti, y ninguno de los hermanos que han venido de allá nos ha dicho o transmitido mensaje alguno contra ti.

Pero nos gustaría escuchar de ti mismo cómo te defines, pues sabemos que esa secta encuentra oposición en todas partes. Fijaron con él un día y vinieron en gran número donde se hospedaba. Pablo les hizo una exposición; desde la mañana hasta la noche les habló del Reino de Dios, partiendo de la Ley de Moisés y los Profetas, y trataba de convencerlos acerca de Jesús.

Unos se convencían por sus palabras y otros no. Al final los judíos se retiraron muy divididos. Pablo los despidió con estas palabras: "Es muy acertado lo que dijo el Espíritu Santo cuando hablaba a sus padres por boca del profeta Isaías:" Ve al encuentro de este pueblo y dile: Por más que oigan no entenderán, y por más que miren no verán.

El corazón de este pueblo se ha endurecido. Se han tapado los oídos y cerrado los ojos; tienen miedo de ver con sus ojos y de oír con sus oídos, pues entonces comprenderían y se convertirían, y yo los sanaría. Por eso sepan que esta salvación de Dios ya ha sido proclamada a los paganos; ellos la escucharán. Pablo, pues, arrendaba esta vivienda privada y permaneció allí dos años enteros.

Recibía a todos los que lo venían a ver, proclamaba el Reino de Dios y les enseñaba con mucha seguridad lo referente a Cristo Jesús, el Señor, y nadie le ponía trabas.

La última etapa del viaje a Roma se describe con brevedad; al historiador le interesa ahora el recibimiento de Pablo en la ciudad imperial, primero por parte de la iglesia, luego por la de las autoridades, y por fin por la de los judíos.

Después de una travesía favorable desde Melita en dirección norte, con escalas en Siracusa y Regio, Pablo y sus acompañantes desembarcaron en Puteoli, a unos doscientos veinte kilómetros de Roma; la acogida cordial de los cristianos que allá encontraron les hizo sentir que ya estaban casi al término del viaje. La noticia de la

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llegada de Pablo fue llevada a la ciudad, y al aproximarse a la misma halló a delegaciones de la iglesia que le salían al encuentro, primero en el Foro de Apio, y luego en las Tres Tabernas, a setenta y cincuenta kilómetros de Roma, respectivamente. Al ver Pablo a estos hermanos, se llenó de gozo; "dio gracias a Dios y cobró aliento”; se dio cuenta de que el deseo de su corazón, que el objeto de sus oraciones, estaba ya a punto de realizarse, y que en Roma iba a recibir y a dar aquella ayuda espiritual de la que había escrito tres años antes en la gran Carta que dirigió a estos mismos hermanos queridos.

El trato que Pablo recibió de las autoridades romanas no dejó nada que desear. La carta de Porcio Festo no lo acusaba de nada; el informe del centurión Tulio debió haber predispuesto favorablemente a las autoridades con respecto a Pablo; al cerrarse la narración, se describe a Pablo viviendo "en una casa alquilada" y recibiendo "a todos los que a él venían, predicando y enseñando... sin impedimento".

Sin embargo, el centro de interés del relato se sitúa en el recibimiento que los judíos le hacen a Pablo. Casi nada más que al llegar, se reúne con sus representantes. Es muy satisfactorio y halagüeño. Pablo les habla del trato injusto recibido, pero les asegura que no piensa acusar de nada a la nación, porque es un judío fiel y se halla preso sólo a causa de su entrega a la confianza que se centra en el Mesías, quien es la esperanza de Israel. Los judíos responden que ninguna noticia han recibido con respecto a Pablo, y que están dispuestos a escuchar todo lo que tenga que decirles con respecto a la secta a la cual pertenece y contra la que todos hablan. En un día convenido Pablo habla extensamente, presenta todo el mensaje evangélico, y demuestra con las Escrituras las verdades relacionadas con la muerte, resurrección y reino futuro de Cristo. Ha llegado el momento de tomar una decisión definitiva. Algunos judíos aceptan el mensaje, pero muchos lo rechazan. Entonces Pablo anuncia la ruina de la nación; como en los días de Isaías, una ceguera de juicio ha caído sobre Israel "hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles". Algunos judíos se salvarán, pero la nación es repudiada. "Sabed, pues", declara el apóstol, "que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán". Así pues, en el centro imperial del mundo gentil los representantes judíos rechazan el evangelio como ya lo habían hecho en Jerusalén, y dondequiera que Pablo había predicado. La ruina de la nación está sellada; el apóstol ha pronunciado la sentencia; la única esperanza radica en un arrepentimiento nacional futuro y en la aceptación de Jesús de Nazaret como Mesías y Rey.

El relato de Hechos concluye con aparente brusquedad. ¿Qué fue de Pablo? ¿Fue puesto en libertad? ¿A qué otras obras fueron llamadas? ¿Cómo acabó su carrera? Estas preguntas son naturales. Sin embargo, debemos recordar que no hemos estado leyendo una vida del apóstol. Hechos es una historia, la cual nos dice cómo fue fundada la Iglesia de Cristo, cómo se transformó de secta judía en hermandad universal, y cómo se expandió, estableciendo centros de irradiación por todo el imperio, desde Jerusalén hasta Roma. Una vez que el gran apóstol ha llegado a la ciudad imperial, una vez que se ha visto rodeado de dedicados cristianos "enseñando acerca del Señor Jesucristo,... sin impedimento", la narración ya puede terminar; y ha sido escrita de modo que el lector sienta verdadero interés por la iglesia y un profundo deseo de acelerar la predicación del evangelio por todo el mundo y a toda criatura.

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Tabla de contenido PREFACIO ....................................................................................................................................... 2

INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................. 2

EL AUTOR ................................................................................................................................... 2

EL PROPÓSITO ........................................................................................................................... 3

EL TEMA ..................................................................................................................................... 4

EL TÍTULO .................................................................................................................................. 5

EL ESQUEMA ............................................................................................................................. 6

CAPITULO 1: LA FUNDACIÓN DE LA IGLESIA / EL TESTIMONIO EN JERUSALÉN (HECHOS 1: 1 AL

8: 3) ............................................................................................................................................... 6

PRELIMINAR (CAP. 1) ................................................................................................................. 6

LA ASCENSIÓN DE CRISTO (CAP. 1: 1-11) .............................................................................. 6

LOS DISCÍPULOS EN JERUSALÉN (CAP. 1: 12-26) ................................................................. 11

LOS PRIMEROS CONVERTIDOS (CAP. 2:1 – 47) ....................................................................... 14

EL DON PENTECOSTAL (CAP. 2: 1-13) .................................................................................. 14

PRIMER DISCURSO DE PEDRO (CAP. 2: 14-41) .................................................................... 17

LA VIDA DE LOS CONVERTIDOS (CAP. 2: 42-47) .................................................................. 19

LA PRIMERA OPOSICIÓN (CAPS. 3: 1 AL 4: 31) ........................................................................ 19

LA CURACIÓN DE UN COJO (CAP. 3: 1-10) .......................................................................... 20

SEGUNDO DISCURSO DE PEDRO (CAP. 3: 11-26) ................................................................ 21

EL VALOR DE PEDRO Y JUAN (CAP. 4: 1-22) ........................................................................ 23

LA ORACIÓN DE LA IGLESIA (CAP. 4: 23-31) ........................................................................ 26

LAS PRIMERAS NORMAS (CAPS. 4: 32 AL 5: 11) ...................................................................... 27

LA PRIMERA PERSECUCIÓN (CAP. 5: 12-42) ............................................................................ 30

LA OCASIÓN (CAP. 5: 12-16) ................................................................................................ 30

ENCARCELAMIENTO Y LIBERACIÓN (CAP. 5: 17-25) ............................................................ 30

EL SEGUNDO ARRESTO (CAP. 5: 26-32) ............................................................................... 31

LA DEFENSA DE GAMALIEL (CAP. 5: 33-39) ......................................................................... 32

CASTIGO Y LIBERACIÓN (CAP. 5:40 – 42) ............................................................................ 32

LA PRIMERA ORGANIZACIÓN (CAP. 6: 1-7) ............................................................................. 33

EL PRIMER MARTIRIO (CAPS. 6: 8 AL 8: 3) ............................................................................... 35

EL ARRESTO Y ACUSACIÓN DE ESTEBAN (CAP. 6: 8-15) ...................................................... 35

LA DEFENSA DE ESTEBAN (CAP. 7: 1-53) ............................................................................. 36

LA MUERTE DE ESTEBAN (CAPS. 7: 54 AL 8: 3) .................................................................... 40

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CAPITULO 2: LA TRANSFORMACIÓN DE LA IGLESIA / EL TESTIMONIO EN SAMARIA & JUDEA

(CAPS. 8: 4 AL 12:25) ................................................................................................................... 41

LA PREDICACIÓN DE FELIPE (CAP. 8: 4-40) .............................................................................. 41

EL EVANGELIO EN SAMARIA (CAP. 8: 4-25) ......................................................................... 41

LA CONVERSIÓN DE UN ETÍOPE (CAP. 8: 26-40) ................................................................. 45

LA CONVERSIÓN DE SAULO (CAP. 9: 1-30) .......................................................................... 47

LOS VIAJES DE PEDRO (CAP. 9:31-43) ................................................................................. 51

LA RECEPCIÓN DE CORNELIO (CAPS. 10: 1 AL 11: 18) ......................................................... 52

CAPITULO 3: LA EXTENSIÓN DE LA IGLESIA / EL TESTIMONIO HASTA LO ÚLTIMO DE LA TIERRA

(CAPS. 13 AL 28) .......................................................................................................................... 63

EL PRIMER VIAJE MISIONERO DE PABLO (CAPS. 13, 14) ......................................................... 63

PABLO EN CHIPRE (CAP. 13: 1-12) ....................................................................................... 63

PABLO EN ANTIOQUÍA DE PISIDIA (CAP. 13: 13-52) ............................................................ 65

PABLO EN ICONIO, LISTRA Y DERBE (CAP. 14) ..................................................................... 67

EL CONCILIO DE JERUSALÉN (CAP. 15: 1-35) ....................................................................... 69

SEGUNDO VIAJE MISIONERO DE PABLO (CAPS. 15: 36 AL 18: 22) .......................................... 72

LOS COMPAÑEROS DE VIAJE (CAPS. 15: 36 AL 16: 5) .......................................................... 72

PABLO EN FILIPOS (CAP. 16: 6-40) ...................................................................................... 74

PABLO EN TESALÓNICA Y BEREA (CAP. 17: 1-15) ................................................................ 77

PABLO EN ATENAS (CAP. 17: 16-34) .................................................................................... 79

PABLO EN CORINTO (CAP. 18: 1-22) ................................................................................... 81

TERCER VIAJE MISIONERO DE PABLO (CAPS. 18 : 23 AL 21 : 16) ............................................ 84

APOLOS Y LOS DISCÍPULOS DE JUAN EL BAUTISTA (CAP. 18 : 23 AL 19 : 7) ........................ 84

LA OBRA DE PABLO EN ÉFESO (CAP. 19:8-41) ..................................................................... 86

LA VISITA DE PABLO A GRECIA Y REGRESO A MILETO (CAP. 20: 1-16) ................................ 88

DISCURSO DE PABLO A LOS ANCIANOS DE ÉFESO (CAPS. 20: 17-38) ................................. 90

PABLO EN TIRO Y CESAREA (CAP. 21 : 1-16) ........................................................................ 91

PRISIÓN DE PABLO (CAPS. 21: 17 AL 26: 32) ........................................................................... 93

EL ARRESTO CAP. 21: 17-36 ................................................................................................. 93

DEFENSA DE PABLO ANTE EL PUEBLO JUDÍO (CAPS. 21: 37 AL 22 : 22).............................. 95

PABLO ANTE EL CONCILIO JUDÍO (CAPS. 22: 23 AL 23: 11) ................................................. 97

PABLO ENVIADO A CESAREA (CAP. 23 : 12-35) ................................................................... 99

PABLO ANTE FÉLIX (CAP. 24) ............................................................................................. 101

APELACIÓN DE PABLO A CÉSAR (CAP. 25) ......................................................................... 103

DEFENSA DE PABLO ANTE EL REY AGRIPA (CAP. 26) ......................................................... 106

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VIAJE DE PABLO A ROMA (CAPS. 27, 28) ............................................................................... 109

EL VIAJE Y EL NAUFRAGIO (CAP. 27).................................................................................. 109

LA ESTADÍA EN MELITA (CAP. 28: 1-10) ............................................................................ 112

RECIBIMIENTO DE PABLO EN ROMA (CAP. 28: 11-31) ...................................................... 113