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Nazarín (Novela) Publicada en 1985, Nazarín pone de relieve diversos conflictos filosóficos y religiosos en el contexto del Madrid del siglo XIX. Son rasgos de la etapa espiritualista a la que pertenece la obra, que dirige su punto de mira hacia la dimensión más interna del ser humano, sin renunciar a la interpretación crítica de las circunstancias sociales y religiosas que caracterizan su época. Nazarín es un clérigo de profundas convicciones ascetas y confianza plena en la pura doctrina católica. Religioso entregado a la miseria, así como a los míseros, con los que comparte su pobreza: “ ¡La propiedad! Para mí no es más que un nombre vano, inventado por el egoísmo. […] Todo es del primero que lo necesita.“ Galdós describe a Nazarín como una síntesis entre el idealismo cervantino de Don Quijote y la máxima expresión de la figura cristiana. Conforme ante la adversidad y personaje humilde donde los haya, Don Nazario profesa una purísima fe inspirada por una interpretación fidedigna de los Evangelios. Su plena confianza en Dios se imprime en su actitud serena ante la miseria, hasta el punto que “ no huía de las penalidades, sino que iba en busca de ellas“ como forma de redención. La actitud intriga al narrador, elemento que Galdós añade a la trama mediante una entrevista con el religioso que pone de manifiesto la dimensión moral del personaje. La introducción de Ándara y Beatriz desencadena la acción mediante la puesta en escena, respectivamente, de dos elementos: el pecado y la culpa. Ándara, criminal de nombre Ana (etimológicamente, “Dios se ha compadecido”) encarna el primero, pero también la redención; fugitiva de apariencia tosca y carácter fuerte, sufrirá una transformación psicológica a raíz de su contacto con el beato. Beatriz es la expresión del segundo: su personalidad, en permanente conflicto, experimentará una evolución que culminará con la superación de la vergüenza que la culpa le inspira. Ambos presentan caracteres contradictorios: Andara es vigorosa, “batalladora”, hasta el punto de ser comparada con el arcángel Miguel –durante la visión de Nazarín del último capítulo-. Beatriz en cambio es frágil, reservada y temerosa, pero de propósito

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Nazarín (Novela)Publicada en 1985, Nazarín pone de relieve diversos conflictos

filosóficos y religiosos en el contexto del Madrid del siglo XIX. Son rasgos de la etapa espiritualista a la que pertenece la obra, que dirige su punto de mira hacia la dimensión más interna del ser humano, sin renunciar a la interpretación crítica de las circunstancias sociales y religiosas que caracterizan su época.

Nazarín es un clérigo de profundas convicciones ascetas y confianza plena en la pura doctrina católica. Religioso entregado a la miseria, así como a los míseros, con los que comparte su pobreza: “¡La propiedad! Para mí no es más que un nombre vano, inventado por el egoísmo. […] Todo es del primero que lo necesita.“ Galdós describe a Nazarín como una síntesis entre el idealismo cervantino de Don Quijote y la máxima expresión de la figura cristiana. Conforme ante la adversidad y personaje humilde donde los haya, Don Nazario profesa una purísima fe inspirada por una interpretación fidedigna de los Evangelios. Su plena confianza en Dios se imprime en su actitud serena ante la miseria, hasta el punto que “no huía de las penalidades, sino que iba en busca de ellas“ como forma de redención. La actitud intriga al narrador, elemento que Galdós añade a la trama mediante una entrevista con el religioso que pone de manifiesto la dimensión moral del personaje.

La introducción de Ándara y Beatriz desencadena la acción mediante la puesta en escena, respectivamente, de dos elementos: el pecado y la culpa. Ándara, criminal de nombre Ana (etimológicamente, “Dios se ha compadecido”) encarna el primero, pero también la redención; fugitiva de apariencia tosca y carácter fuerte, sufrirá una transformación psicológica a raíz de su contacto con el beato. Beatriz es la expresión del segundo: su personalidad, en permanente conflicto, experimentará una evolución que culminará con la superación de la vergüenza que la culpa le inspira. Ambos presentan caracteres contradictorios: Andara es vigorosa, “batalladora”, hasta el punto de ser comparada con el arcángel Miguel –durante la visión de Nazarín del último capítulo-. Beatriz en cambio es frágil, reservada y temerosa, pero de propósito noble. Las conexiones entre los tres personajes descritos se intensifican a lo largo de la historia, desarrollándose un concepto de amor que será uno de los temas de la obra. 1

La acción es itinerante desde el incendio de la casa de huéspedes, asemejándose la estructura a las “desventuras” del Quijote y Sancho Panza o a los relatos de Jesucristo acompañado por sus Apóstoles. Se sitúa en una serie de escenarios en la provincia de Madrid que ponen de relieve diversas problemáticas éticas y morales concernientes a su contexto histórico:

-El conflicto naturaleza-sociedad, la creación frente al “mundanal ruido”, postura que adopta Nazarín al inicio de su

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andanza. Los vicios de la sociedad solo pueden encontrar liberación en los dominios de la creación divina.-La crítica al positivismo ilustrado, el progreso pone de manifiesto una serie de consecuencias adversas en el terreno social, pero también en el moral. Las conversaciones con los personajes que representan la autoridad (como Pedro de Belmonte, cuyos diálogos con Nazarín desprenden temas como la vanidad que acompaña al dinero, el abuso de poder o la despreocupación de las clases altas; o el caso del alcalde de la localidad donde apresan a los tres peregrinos, que se describirá a sí mismo al proclamar que “ahora priva mucho la razón de la sinrazón”). -La oposición entre justicia natural y justicia positiva a través de los diálogos entre el clérigo y los distintos personajes, de cuya reflexión se deducen otros argumentos sobre la culpa, la conciencia y el arrepentimiento. -La fe, el espíritu y la convicción religiosa como bienes eternos, la razón y el progreso son, en cambio, efímeros. -La riqueza material frente a las virtudes humanas y la perfección moral.

Galdós propone por otra parte las preocupaciones más íntimas del ser humano, alejándose de la habitual crítica social característica del movimiento realista. No solamente los ya mencionados (el perdón, la culpa, la vergüenza o la virtud), sino también otros de matices existenciales como la reflexión sobre la vida (“El Señor nos ha deparado una epidemia, en cuyo seno postífero hemos de zambullirnos, como nadadores intrépidos que se lanzan a las olas para salvar a infelices náufragos”) o la muerte (“Señor, explíqueme: ¿ese son de las campanas, a esta hora en que no se sabe si es día o noche, ese son... explíquemelo..., es alegre o es triste?”).

La relación entre Nazarín y la figura de Cristo se hace evidente a lo largo del último capítulo que recoge, al igual que un Evangelio, el via crucis del personaje acompañado de las dos mujeres y algún que otro adepto. Destaca el cuidado simbolismo cristiano que maneja el autor a la hora de construir los acontecimientos. Cada uno de los personajes tiene su equivalencia con una figura cristiana, y los hechos se identifican con la pasión y muerte de Jesucristo 2. No se trata de una crítica a la religión, expuesta de manera favorable a lo largo de toda la obra, sino del rechazo a una Iglesia institucionalizada, víctima de la hipocresía y dogmáticamente desvirtuada.

El resultado de esta síntesis en la construcción de Nazarín no podía ser sino desafortunado. Como le ocurriera al caballero de la triste figura o al Hijo de Dios en la tierra la muerte del beato se convierte en una experiencia mística que incluso relata el contacto directo con Dios en las últimas líneas. El fracaso del clérigo en su anhelo por vivir de la caridad pone de manifiesto la ineficacia de la limosna, pero también la realidad de una sociedad sumida en el vicio en la que, no obstante, siempre hay resquicios para el bien.

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La interpretación cinematográfica de Luis Buñuel introduce algunos elementos en la trama y modifica la orientación temática de la narración. Por un lado resulta fidedigna y no adultera el carácter de la novela. Recurre a una dramatización de la dimensión interna de los personajes, enfatizando en su psicología, lo que colabora a construir esa visión espiritual e intimista que caracteriza a la novela 3. Sin embargo, su versión limita la temática de la novela en algunas de sus dimensiones, centrándose en las tesis principales (la caridad, el conflicto entre la idea de pureza cristiana y la realidad humana o la imposibilidad de bien en un mundo esencialmente malo).

El pasaje perteneciente a los capítulos I y II de la quinta parte de la obra exhala un dramatismo feroz durante el relato de la paliza que los presos en Móstoles le dan al Padre Nazario. La expresividad en la forma de narrar los eventos y las profundas y magistrales lecciones de humanidad y amor que el buen hombre profiere a los malhechores configuran un relato de una intensidad formidable. Se puede vivir la atroz batalla interior que disputa el asceta a través de las distintas fases que atraviesa su conciencia: desde la ira con la que defiende la doctrina cristiana de los blasfemos reos y el primer golpe, a lo que continúa el clímax en la lucha moral del religioso (“Sabed que os perdono, […] sabed también que os desprecio, y me creo culpable por no saber separa de mi alma el desprecio del perdón”) y finaliza de manera extraordinaria tras la paliza que todos le propinan al dirigirles palabras de perdón, amor, hermandad y compasión. El ambiente hostil, solitario y oscuro que presidía la escena hasta el momento se vuelve entonces hacia la calma más absoluta y al tiempo estremecedora con el triunfo del mártir sobre tamaña prueba de fe.

Se distingue con claridad la inspiración evangélica del pasaje, que toma como referencia los padecimientos de Jesucristo ante Jerusalén, durante el ascenso al patíbulo y después de su crucifixión. La posterior redención del presidiario arrepentido que salió a la defensa del cristiano ayuda a sostener más la tesis al quedar reflejado en su carácter la imagen del Buen Ladrón. El triunfo de Nazarín es el triunfo del bien, más no en la tierra que los hombres malos dominan.