¿puedo tener un café con leche - salem state...

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¿Puedo tener un café con leche? Jesús Fernández Imagínese la siguiente situación: Usted está tomando un café y unos churros en una cafetería del centro. Al tiempo que ojea si demasiado interés las noticias en un periódico local ve con el rabillo del ojo, como un joven de aspecto extranjero dejan sus mochilas en el suelo, se apoyan en la barra del bar y se dirigen al camarero diciendo con un acento foráneo: Buenos días, señor, ¿Puedo tener un café con leche? Como persona interesada por el español como lengua extranjera o simplemente como persona curiosa, probablemente, le habrán llamado la atención tres hechos: en primer lugar, el acento extranjero. Es posible, incluso que haya adivinado la procedencia de nuestro hambriento protagonista, que haya notado que sus vocales son demasiado oscuras o sus consonantes algo exageradas; en segundo lugar, quizá le haya sorprendido que se haya dirigido al camarero utilizando la palabra señor. Puede incluso que se pregunte en qué contextos utilizamos los hablantes nativos del español está forma de dirigirnos a los demás. Por último, sospecho que también se ha dado cuenta de que la forma que John, Peter, André o comoquiera que se llame nuestro amigo, disuena por alguna razón. No se trata ahora del acento, de eso ya hemos hablado. Tampoco son las palabras que integran la oración: puedo – tener – un – café – con – leche son todas ellas perfectamente correctas y admitidas en todos los diccionarios del español. ¿Es acaso la gramática? Si nos paramos un poco a pensar tampoco parece haber ningún error gramatical. El verbo poder va seguido de un infinitivo, lo cual es absolutamente normal: ¿Puedo entrar? ¿Puedes hacerme un favor? ¿Puedes tenerme esto un momento? Seguramente, ya empieza a verlo claro: aunque la estructura gramatical es correcta, lo que sucede es que no pedimos cafés así. Dicho con otras palabras, cuando un hablante nativo entra a tomar algo en un bar o en una cafetería no lo pide mediante la estructura ¿Puedo tener un / una X? Dispone de otras alternativas: ¿Me pones un café con leche? Ponme un café con leche Dame un café con leche Un café con leche En realidad, nuestro amigo extranjero está utilizando una fórmula de petición de permiso para pedir un objeto. Si le invitáramos a nuestra casa a comer y quisiera un poco más de sal en su ensalada, muy probablemente nos diría: ¿Puedo tener la sal? en lugar de ¿Me pasas la sal? o ¿Puedes pasarme la sal? por fa. Puesto que estamos en el terreno de lo gastronómico, démosle la vuelta a la tortilla. Imaginémonos que estamos en Londres, sedientos tras una larga jornada de museos y compras, que entramos en un pub clásico, con su diana, sus jugadores de dardos y su medio penumbra, y que nos dirigimos al camarero diciendo: Do you put me a beer, please? (Lit. ¿Me pone una cerveza, por favor? Los camareros son gente muy amable y casi con toda seguridad nos preguntaría qué tipo de cerveza queremos; pero muy bien podría haber preguntado ¿Dónde quiere que le ponga la cerveza, señor? Los lectores que estén familiarizados con el inglés habrán entendido sin más la reacción del camarero. Para los que no lo estén, la pregunta transmite un significado meramente locativo, no de petición. Volvamos al principio. Imaginemos que no hemos podido resistir la tentación y le hemos enseñado a nuestro amigo extranjero que los cafés no se piden diciendo: ¿Puedo tener un café con leche? sino Me pones / pone un café Page 1 of 29

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¿Puedo tener un café con leche? 

Jesús Fernández 

Imagínese  la siguiente situación: Usted está  tomando un café y unos churros en una cafetería del centro. Al tiempo que ojea si demasiado interés las noticias en un periódico local ve con el rabillo del ojo, como un  joven de aspecto extranjero dejan sus mochilas en el suelo, se apoyan en la barra del bar y se dirigen al camarero diciendo con un acento foráneo: 

Buenos días, señor, ¿Puedo tener un café con leche? 

Como  persona  interesada  por  el  español  como  lengua  extranjera  o  simplemente  como  persona  curiosa, probablemente,  le  habrán  llamado  la  atención  tres  hechos:  en  primer  lugar,  el  acento  extranjero.  Es  posible, incluso que haya adivinado la procedencia de nuestro hambriento protagonista, que haya notado que sus vocales son demasiado oscuras o sus consonantes algo exageradas; en segundo  lugar, quizá  le haya sorprendido que se haya dirigido al camarero utilizando la palabra señor. Puede incluso que se pregunte en qué contextos utilizamos los hablantes nativos del español está  forma de dirigirnos a  los demás. Por último, sospecho que también se ha dado cuenta de que la forma que John, Peter, André o comoquiera que se llame nuestro amigo, disuena por alguna razón. No se trata ahora del acento, de eso ya hemos hablado. Tampoco son las palabras que integran la oración: puedo  –  tener  –  un  –  café  –  con  –  leche  son  todas  ellas  perfectamente  correctas  y  admitidas  en  todos  los diccionarios del español.   ¿Es acaso la gramática? Si nos paramos un poco a pensar tampoco parece haber ningún error  gramatical.  El  verbo poder  va  seguido de un  infinitivo,  lo  cual  es  absolutamente normal:  ¿Puedo  entrar? ¿Puedes hacerme un favor? ¿Puedes tenerme esto un momento? Seguramente, ya empieza a verlo claro: aunque la estructura gramatical es correcta, lo que sucede es que no pedimos cafés así. Dicho con otras palabras, cuando un hablante nativo entra a tomar algo en un bar o en una cafetería no lo pide mediante la estructura ¿Puedo tener un / una X? Dispone de otras alternativas:  

¿Me pones un café con leche?  

Ponme un café con leche 

Dame un café con leche 

Un café con leche   

En realidad, nuestro amigo extranjero está utilizando una fórmula de petición de permiso para pedir un objeto. Si  le  invitáramos a nuestra casa a comer y quisiera un poco más de sal en su ensalada, muy probablemente nos diría: ¿Puedo tener la sal? en lugar de ¿Me pasas la sal? o ¿Puedes pasarme la sal? por fa. 

Puesto  que  estamos  en  el  terreno  de  lo  gastronómico,  démosle  la  vuelta  a  la  tortilla.  Imaginémonos  que estamos en Londres, sedientos tras una larga jornada de museos y compras, que entramos en un pub clásico, con su diana, sus jugadores de dardos y su medio penumbra, y que nos dirigimos al camarero diciendo: 

  Do you put me a beer, please? 

  (Lit. ¿Me pone una cerveza, por favor?  

Los camareros son gente muy amable y casi con toda seguridad nos preguntaría qué tipo de cerveza queremos; pero muy bien podría haber preguntado ¿Dónde quiere que  le ponga  la  cerveza,  señor?  Los  lectores que estén familiarizados  con  el  inglés  habrán  entendido  sin más  la  reacción  del  camarero.  Para  los  que  no  lo  estén,  la pregunta transmite un significado meramente locativo, no de petición. 

Volvamos al principio. Imaginemos que no hemos podido resistir  la tentación y  le hemos enseñado a nuestro amigo extranjero que los cafés no se piden diciendo: ¿Puedo tener un café con leche? sino Me pones / pone un café 

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con leche? Hemos hecho nuestra buena obra del día. Nos despedimos amistosamente y... no ha pasado ni media hora cuando de paseo por el centro, lo vemos en una tienda de souvenirs hablando con el dependiente y diciendo:  

  ¿Me pone una camiseta de la Universidad, por favor? 

Recapitulemos. Nuestro  protagonista  ha  cometido  dos  errores:  en  primer  lugar  ha  utilizado  una  estructura equivocada  para  una  función  comunicativa  específica;  en  segundo  lugar,  una  vez  advertido,  ha  generalizado estructura aprendida y la ha aplicado equivocadamente en una situación diferente en la que era inadecuada. 

 El propósito de este libro es compartir algunas reflexiones sobre estos problemas con el lector. Las lenguas son herramientas para realizar cosas y es necesario disponer de  la herramienta adecuada para cada tarea y en cada situación. Un cutter  de metal no es lo más apropiado para apretar un tornillo y menos si ese tornillo pertenece a un aparato por el que circula alta tensión. Intentaremos, por tanto, evitar que se produzcan descargas lingüísticas, por más que éstas sean, en general, menos peligrosas. 

1. El lenguaje como herramienta

El lenguaje puede ser estudiado como un objeto, como si de una máquina se tratara. Así, si tomamos un coche como ejemplo, podemos observar en él una serie de sistemas estructurales de muy diverso tipo: la carrocería, el motor, la tapicería, etc., los cuales a su vez pueden ser descompuestos ulteriormente. Durante mucho tiempo, los estudios lingüísticos primaron un estudio del lenguaje en esa línea. Así nos encontraríamos con:  

a) un componente fónico dividido a su vez en dos estratos: el segmental, que comprendería los sonidos de  la  lengua  y  su  organización,  y  el  suprasegmental,  que  englobaría  los  patrones  acentuales, entonativos, etc. 

b) un componente léxico semántico que agruparía el conjunto de ítems léxicos: palabras, frases hechas, clichés, etc. 

c) un  componente  gramatical,  escindible  a  su  vez  en  un  nivel  morfológico,  que  se  ocuparía  de  la estructura de  las palabras y de  los procedimientos de  formación y en otro  sintáctico, en el que  se integrarían las reglas y restricciones en la formación de constituyentes y oraciones 

Dicho en términos de lo que un aprendiz de una lengua extranjera tiene que aprender, debe adquirir un nuevo sistema  de  sonidos, parcialmente  diferente  al  de  su  lengua materna;  debe  incorporar  un  acervo  léxico  nuevo, teniendo en cuenta que la categorización que su lengua materna hace de la realidad no coincide necesariamente con la de la lengua que está aprendiendo; debe adaptarse a un sistema morfológico distinto, probablemente con nuevos paradigmas, así como internalizar unas estructuras sintácticas diferentes. 

Gráficamente: 

      Estructura 

 

 

Componente fónico  componente gramatical  componente léxico – semántico 

 

 

    nivel morfológico nivel  sintáctico 

 

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Esquema1 

Ahora bien, al igual que un coche no es un mero objeto estático, sujeto a una autopsia de taller, sino que sirve para desplazarse de un lugar a otro, para transportar personas y objetos o simplemente para disfrutar del placer de  conducir,  y  todo  ello  adaptándose  a  diferentes  tipos  de  carreteras,  condiciones meteorológicas,  límites  de velocidad, etc. El  lenguaje o, más concretamente, cada  lengua, es un  instrumento que nos permite  llevar a cabo diferentes funciones en diversas situaciones. Las palabras no sólo sirven para como elementos  informativos sino que pueden  realizar determinadas acciones. De  la misma manera que    realizamos actos  físicos,  como  llevar  las bolsas del supermercado o cambiar el botón del mando a distancia, al igual que realizamos actos mentales como imaginarnos que haremos en vacaciones o visualizar nuestros deseos, llevamos a cabo también actos de habla por el mero hecho de hablar. Podemos utilizar el  lenguaje para  transmitir  información: La clase   empieza a  las seis; para  pedirla:  ¿A  qué  hora  empieza  el  concierto?;  dar  órdenes:  cállate;  pedir  cosas:  acércame  la  impresora; amenazar: como no te calles, te mato; advertir: ten cuidado con la niebla; apostar: me juego veinte duros a que no lo consigues; aconsejar: deberías ir al oculista, etc. 

Estas funciones no se realizan en el vacío, sino en una situación concreta que incluye: 

a) contexto:  El momento  y  el  lugar  en  el que  el  acto  comunicativo  tiene  lugar  (en  la  iglesia,  en una reunión, por teléfono, etc.) 

b) Participantes: número y tipo de relación que existe entre ellos 

c) Actividad lingüística: conversación, debate, etc. 

Detengámonos un  momento  en estos parámetros: 

Por lo que se refiere al contexto, de la misma manera que no se va vestido con la misma ropa a una piscina que a un funeral o a una fiesta que a una boda, igualmente la situación en la que se desarrolla la comunicación impone una serie de condicionantes lingüísticos. En una entrevista de trabajo, pongamos por caso, no es esperable el uso de  tacos,  coloquialismos,  etc.  En  una  conversación  de  bar  entre  amigos  es  menos  frecuente  imaginar  el tratamiento  de  usted,  la  afectación,  etc.  Veamos  un  sencillo  ejemplo  de  cómo  la  situación  puede  variar  la formulación de una pregunta:  

Juan a su amigo Pedro: ¿Dónde te metiste anoche? Te llamé a ver si querías salir a tomar una copichuela? 

El fiscal al acusado: ¿Podría decirnos donde estuvo usted la noche del viernes, 17 de marzo? 

Por  lo que hace  a  los  participantes,  la persona  con  la que  estamos hablando,  su  relación  con nosotros,  su condición social o profesional, el hecho de que haya una tercera o terceras personas escuchando, etc. Determinan en buena medida la manera de hablar. Veamos un par de ejemplos: 

  Ejemplo 1: 

     Pepito.‐ Hola mamá 

    Madre.‐ Hola. Llegas tarde 

    Pepito.‐ Sí, el capullo del profe nos hizo quedarnos 

    Madre.‐ La abuela está aquí 

    Pepito.‐ Ah, vaya, lo siento 

El chico se hubiera expresado de manera diferente si hubiera sabido desde el principio que la abuela estaba en casa. 

   Ejemplo 2: 

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    Empleado: Perdone, Don Facundo, quería pedirle un aumento 

    Jefe: Coño, Gómez, ya estamos con lo mismo 

En general quien más alto está en  la escala  social  se dirige más  informalmente al que está más bajo y a  la inversa. 

En otro orden de cosas,   dentro de  la  relaciones entre  los participantes hay que  incluir el  conocimiento del mundo compartido por ellos para que la comunicación tenga éxito. Así, para entender completamente un ejemplo como Se conocieron ayer y se sorprendentemente se van a casar mañana e la frase anterior compartir la creencia de que el conocimiento de un solo día no lleva frecuentemente al matrimonio. 

En relación con el destinatario, es interesante observar dos fenómenos típicos: a) un intento de convergencia lingüística  de manera  que  uno  se  adapta  al  otro  o  los  dos  acercan  posiciones.  b)  un  intento  de  divergencia lingüística en el que se busca el efecto opuesto, esto es, marcar las distancias. 

En cuanto a  la actividad, necesariamente  influye también de manera decisiva en nuestro uso del  lenguaje. La conversación informal, por ejemplo, se caracteriza por: 

  ‐ poca explicitud, ya que el contexto aclara lo suficiente: ¿Esta bueno/a? Sí está, sí 

  ‐ ausencia de planteamiento temático cuidadoso, frecuentes cambios de tema 

‐ un cierto grado de falta de fluidez es normal. Salidas en falso, pausas, repeticiones, dudas (er, um) 

  ‐ rapidez en la manera de hablar, con omisiones fonéticas 

  ‐ construcciones sintácticas libres 

Podríamos hablas así de una variación estilística con un espectro del tipo: 

Informal – neutro – formal – afectado 

La selección de uno u otro afectaría a todos  lo niveles del  lenguaje. En el nivel  fónico, por ejemplo, cuanto más informal fuera el estilo menos esmero tendría la pronunciación. En el nivel léxico hay también una clara marcación social de las palabra. Siendo sinónimos conceptuales no es lo mismo decir: micción‐ orina ‐ pis ‐ meada. En el nivel gramatical  pueden  percibirse  igualmente  variaciones,  como  por  ejemplo  la mayor  tendencia  a  la  elisión  en  el lenguaje conversacional informal. 

Así,  las cosas, una misma función  lingüística podría manifestarse de diferente  forma en virtud de contexto en el que se lleva a cabo. 

A  partir  de  los  años  sesenta,    los  estudios  lingüísticos  empezaron  a  prestar  una  especial  atención  al  uso lingüístico  con  el  desarrollo  de  dos  disciplinas:  la  pragmática  y  la  sociolingüística.  Nosotros  nos  ocuparemos fundamentalmente de la primera, aunque, de manera colateral incidiremos también en la segunda. 

2. Nociones de pragmática.

En  términos  generales  la  pragmática  puede  definirse  como  la  disciplina  lingüística  que  estudia  como  los hablantes emitimos e  interpretamos enunciados en relación con el contexto. En otras palabras se ocupa del uso lingüístico. Planteándolo por el momento de manera informal, nos explica por ejemplo que decirle a alguien hijo de perra no es hacer una opinión zoológica sino insultar; preguntarle a alguien ¿Tienes dinero? no es una petición de información sino de dinero; .que si alguien nos pregunta ¿Tienes hora? no podemos simplemente responder Sí y marcharnos, que lo mismo se aplica a ¿Tienes fuego? mientras que si alguien nos pregunta ¿Tienes frío? entonces decir  sí  sí  sería  pertinente;  que  decirle  a  alguien  Yo  os  declaro  marido  y  mujer  puede  en  determinadas circunstancias constituir un acto matrimonial.  

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De manera que podemos reformular el esquema 1 y dar una versión más ajustada de lo que es una lengua en  el esquema 2: 

 

              Lengua 

             

      Estructura    componente pragmático      Uso 

 

 

Componente fónico  componente gramatical  componente léxico – semántico 

 

 

    nivel morfológico nivel  sintáctico 

              Esquema 2 

La  pragmática  estudia,  pues,  formas  de  producir  el  significado  que  no  entran  dentro  del  dominio  de  la semántica, el objeto de  estudio de la pragmática no es totalmente lingüístico sino que entra en relación, o mejor dicho  se  inscribe  en  una  determinada  realidad  extralingüística. De  ahí  que  una misma  expresión  pueda  tener diferentes  interpretaciones en virtud de esa realidad.   Así Hace calor aquí puede querer decir ‐Por favor, abre  la ventana o ‐Estás derrochando calefacción. En ocasiones   pueden querer decir  justo  lo contrario de  lo que dicen: [Un amigo nos devuelve el coche que le hemos prestado. El deposito de gasolina está vacío] ‐Gracias por llenar el depósito. 

Son muchos los factores contextuales que intervienen en la interpretación de un enunciado. Los manuales de pragmática  suelen  incluir  la  resolución de  ambigüedades,  la deixis,  las  figuras  retóricas,  los  actos de habla,  las implicaturas, la cortesía y el análisis de la conversación. Por la especial relevancia que tienen en el aprendizaje de lenguas nos referiremos a los cinco últimos. 

Los actos de habla    

La  teoría de  los actos de habla, desarrollada por dos  filósofos del  lenguaje  John Austin y  John Searle,  tiene como idea central la de que el lenguaje no es sólo un instrumento para describir el mundo, sino para hacer cosas.  Así se quiere amenazar a alguien puede hacerse  físicamente, blandiendo el puño, por ejemplo, pero también es posible hacerlo verbalmente Como no bajes el volumen de  la tele,  llamo a  la policía. Emitir este enunciado no es sólo una mera transmisión de información, es un desafío que, en el peor de los casos, puede tener consecuencias imprevisibles. De forma semejante, si se dice Me juego cuarenta duros a que no lo consigues  supone la apuesta de una cantidad que, en el caso de perder, tengo el compromiso moral de entregar a mi interlocutor. 

J. Searle clasificó los actos de habla de la siguiente manera:  

a) representativos: el hablante se compromete en  diversa medida a la veracidad de lo que enuncia, por ejemplo  Te informo de que ya se ha acabado el plazo, Niego que haya dicho eso, Creo que es posible 

b) directivos: el hablante quiere que el oyente haga algo: Insisto en que vengas, Te pido que me dejes ir, Te mando que copies eso 

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c) Comitativos: El hablante se compromete en diversa medida a una determinada acción:   Te prometo que iré, Te garantizo que no volverá a ocurrir, Te juro que estudiaré más 

d) Expresivos: El hablante expresa una actitud ante un estado de cosas: Lamento que haya pasado eso, Te agradezco que hayas venido, Te pido perdón por no haber tenido eso en cuenta 

e) Declaraciones: El hablante altera una situación mediante el acto locutivo: Te bautizo con el nombre de Antonio, Estás despedido, Declaramos a Antonio López persona non grata. 

El  desarrollo  posterior  de  los  estudios  sobre  los  actos  de  habla  permitió  además  establecer  una  distinción entre:: 

a) actos de habla directos: aquellos que realizan su función de una manera directa o literal 

b) actos de habla indirectos: aquellos que no lo hacen de manera directa. En ellos se distingue: 

‐ locución: las palabras pronunciadas, Hace calor aquí 

    ‐ ilocución: la fuerza o intencionalidad de las palabras, Quiero aire fresco 

‐ perlocución: el efecto de la ilocución en el oyente, El oyente abre la ventana 

Los actos de habla directos pueden realizarse mediante dos procedimientos: 

a) el uso de estructuras gramaticales que directamente expresan la intención: 

b) interrogativas para preguntar: ¿Puedo irme? 

c) imperativas para ordenar: Ven 

c) el uso de verbos realizativos: verbos cuya enunciación significa la acción a la que se refieren 

d) Te prometo que me iré 

e) Yo os declaro marido y mujer 

Los  actos  de  habla  indirectos  suponen,  como  hemos  apuntado,  dejar  la  intención  de  lo  que  se  dice  no expresada o encubierta en la forma oracional. Cuando preguntamos ¿Tienes hora? estructuralmente hacemos una interrogativa  total,  cuya  contestación  es  sí  o  no.  Ahora  bien,  si  la  respuesta  es  afirmativa,  todo  el mundo  la entiende como interrogativa parcial, esto es, como petición de información. Los procedimientos para realizar actos de habla  indirectos pueden ser muy numerosos, así, para conseguir que alguien haga algo, por ejemplo, que nos limpie las ventanas, tendríamos al menos las siguientes posibilidades:  

    ‐ Mediante una oración enunciativa de una manera directa:  

      Hay que limpiar las ventanas 

      Puedes limpiar las ventanas 

      Lo de las ventanas es cosa tuya 

    ‐ Mediante una oración enunciativa de manera indirecta: 

      A alguien se le ha olvidado limpiar las ventanas 

      Me molesta tener que decir que se limpien las ventanas 

    ‐ Mediante una oración interrogativa de manera directa: 

      ‐¿Están limpias estas ventanas? 

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      ‐¿No has podido limpiar las ventanas? 

      ‐¿No te toca a ti limpiar las ventanas? 

      ‐¿Se me olvidó decirte que limpiaras las ventanas? 

    ‐ Mediante una oración interrogativa de manera indirecta: 

      ‐¿Te gusta vivir en una habitación tan oscura? 

      ‐¿Se te ha acabado el limpiacristales? 

      ‐¿Se encarga otra persona de limpiar las ventanas? 

    ‐ Mediante un imperativo:  

      ‐ Limpia las ventanas 

Las implicaturas 

La existencia de actos de habla  indirectos, es decir, de maneras sesgadas de manifestar nuestras  intenciones, llevó a los estudiosos de la pragmática a preguntarse cuáles son los principios comunes que  permiten interpretar los enunciados de los otros hablantes. Así cuando oímos:  

A. ¿Qué hora es?  

B. Ya, ya nos vamos 

A. Hace frío aquí 

B. Ya pongo la calefacción 

    A.‐ ¿A qué hora es el partido? 

    B.‐  No te preocupes, hoy iremos a cenar fuera 

nos damos cuenta de que no siempre descodificamos un significado  literal, sino que buecamos un significado intencional, extraemos  lo que  técnicamente  se  llama una  implicatura, es decir, que nuestro  interlocutor quiere marcharse, quiere saber qué hora es o quiere ir a una oficina de correos.  

Hay una relación entre el sentido  literal y el contexto. El uso  lingüístico está regulado de  tal manera que  los hablantes  no  sólo  descodifican  oraciones,  sino  que  infieren  el  sentido  y  la  fuerza  de  los  enunciados.  Estas inferencias  son  posibles  porque  el  uso  del  lenguaje  responde  a  un  acuerdo  previo  de  colaboración  entre  los hablantes. ¿En qué consiste ese acuerdo? 

Básicamente, podría enunciarse en torno a dos principios, el de cooperación y el de relevancia. El primero de ellos  viene  a  decir  que  en  nuestros  intercambios  comunicativos  nos  guiamos  y  esperamos  que  nuestros interlocutores  se  guíen  de  tal  forma  que  la  comunicación  sea  sencilla,  es  decir,  que  nos  den  una  información suficiente (ni más ni menos), que lo que se afirme sea verdad, y que se exprese de forma clara. Esto no quiere decir que no podamos hablar más de la cuenta, mentir o ser incapaces de organizar nuestro mensaje. Por supuesto que esto sucede. Ahora bien, si sistemáticamente infringiéramos estas tres normas la comunicación sería inviable. Con un símil automovilístico, se espera que todos conduzcamos por la derecha, que vayamos a velocidades ajustadas a la  vía  por  la  que  transitamos  y  que  nuestro  coche  esté  en  unas  condiciones  aceptables.  Evidentemente,  hay quienes se saltan esas normas, pero si todos lo hicieran sería verdad la metáfora de la jungla del asfalto. 

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Veamos  algunos ejemplos en  los que no  se  sigue este principio de  cooperación para  comprender mejor  su importancia: 

  A.‐ ¿Jugamos al ajedrez? 

  B.‐ Sí, ahora mismo y la sopa está caliente 

En este caso hay una información adicional sobre la temperatura de la sopa que no parece necesaria en relación con la pregunta 

  A.‐ ¿Jugamos al ajedrez? 

  B.‐ Sí, jugar al ajedrez es posible, pues las figuras están dispuestas, que cierto es, el placer del juego 

En este caso, no queda claro, dada  la complejidad y  falta de coherencia del discurso, si el  interlocutor B quiere jugar o sufre algún tipo de trastorno. 

  A.‐ ¿Jugamos al ajedrez? 

  B.‐ Claro [el interlocutor B se marcha] 

En este caso, lo dicho no se compadece con la acción. No hay coherencia entre palabras y hechos. 

El segundo de los principios el de relevancia alude a que la interacción comunicativa exige que los que se dice sea pertinente,  tenga  relación con el discurso anterior. La  falta de  relevancia es  la que está presente en chistes lingüísticos como: 

  A.‐ Muy buenas 

  B.‐ Muy buenas 

  A.‐ ¿Quiere magdalenas? 

  B.‐ Muy buenas 

  A.‐ Muy buenas 

  B.‐ Muy buenas 

A. Quiere magdalenas? 

B. Muy buenas 

.... 

 Ahora bien, a poco que se piense en ello, es fácil darse cuenta que en la interacción cotidiana son muchos los casos  en  los  que  aparentemente  no  respetamos  los  principios  enunciados  y,  sin  embargo  la  comunicación  es perfecta. En estos casos, bajo las aparentes y obvias violaciones sobreactúa el principio de relevancia poniendo en relación el contexto  lingüístico y extralingüístico con  la emisión  lingüística superficialmente no  relevante. Así   si alguien   pregunta  la hora y contestamos Todavía no ha venido el  cartero, parece que a primera vista el que el cartero haya o no llegado no viene al caso (es irrelevante), pero el conocimiento compartido del mundo hace que nuestro interlocutor interprete que, como el cartero pasa todos los días a una hora, todavía no es esa hora.  

En otras palabras, cuando un  interlocutor viola estas principios de comportamiento normalmente no se trata de que se niegue a cooperar sino que quiere dar a entender algo sin decirlo directamente, de manera explícita, esto es, quiere implicar algo. Veamos algunos ejemplos de estas infracciones: 

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  A.‐ Mira ponen una película de miedo 

  B.‐ No me digas. Creo que me voy a morir 

En  función  del  contexto,  podríamos  interpretar  el  enunciado  de  B  bien  como  un  caso  de  hipérbole,  de exageración desmedida, pues no es frecuente que las películas de miedo sean responsables de ninguna defunción, o bien como un ejemplo de ironía, el hablante dice justo lo contrario de lo que piensa, con el fin de ridiculizar el interés del interlocutor A. 

  A.‐ ¿Qué tal está la redacción? 

  B.‐ Bueno, no hay faltas de ortografía 

La falta de información en este caso es justamente muy informativa. Como dice el refrán: A buen entendedor con pocas palabras basta.  

  A.‐ ¿A quién vas a votar? 

  B.‐ ¿Qué has dicho que querías tomar? 

La irrelevancia de la intervención de B es una manera indirecta de esquivar la pregunta de A. Es una forma de cambiar de tema para evitar referirse al anterior    

  A.‐ ¿Crees que lo hizo él? 

  B.‐ No diría que es incapaz de hacerlo 

La manera  deliberadamente  retorcida    de  contestar  a  la  pregunta  pone  de manifiesto  una  afirmación  no comprometedora. 

A.‐ ¿Quieres salir a tomar algo? 

  B.‐ Tengo que estudiar 

¿Cómo  infiere  A  que  su  invitación  está  siendo  rechazada?  El  principio  de  relevancia  sugiere  que,  cuando interpretamos  los enunciados, nos centramos en  la  información que es  relevante, es decir, que  tiene un efecto contextual.  Así  interactúa  el  contexto  lingüístico  y  el  extralingüístico  proporcionando  nueva  información  que confirma,  contradice  o modifica  de  alguna manera  las  ideas  o  creencias  del  interlocutor  en  relación  con  un enunciado. 

En resumen,  la armonía, el delicado equilibrio entre  los principios de cooperación y relevancia, y el contexto lingüístico,  extralingüístico  y  de  conocimiento  compartido  establecen  las  bases  sobre  las  que  se  desenvuelve nuestra comunicación. Así cuando decimos cosas como Un bocadillo de jamón es un bocadillo de jamón; El fútbol es  el  fútbol, Un Mercedes  es  un Mercedes,  incurrimos  desde  un  punto  de  vista  lógico  en  una  tautología,  una repetición  innecesaria,  pero  desde  un  punto  de  vista  comunicativo  estamos  diciendo  algo,  estamos  diciendo mucho,  estamos  diciendo  que  no  hay  nada mejor  que  un  bocadillo  de  jamón,  que  el  fútbol  es  un  deporte imprevisible o que no hay coche que supere al   Mercedes.   Cuando decimos, y se  trata sin duda de una de  las conversaciones más habituales:  

¿Qué ponen en la televisión?  

Nada. 

no podemos interpretar este enunciado en sentido literal, lo que todos entendemos es  Nada que merezca la pena. 

En definitiva,  si  tuviéramos que enseñar a hablar a un  robot, no bastaría dotarle de un  lexicón de 150.000 palabras y de una gramática que le permitiera combinarlas, deberíamos enseñarle que un mismo enunciado tiene diferentes significados según el contexto, que Parece caro como respuesta a ¿Te gusta mi sombrero? puede dar la 

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idea de no me gusta mucho, pero que Parece  caro  como  respuesta a  ¿Entramos en este  restaurante?  significa Mejor no  entramos; que He acabado de planchar  como  contestación  a  ¿Has acabado de planchar  y  colocar  la ropa? significa No he colocado  la  ropa, pero que He acabado de planchar como réplica a Pareces muy contento  implica estoy feliz porque ya he acabado mi tarea. 

 La pragmática es, en definitiva, el puente entre la lengua y el mundo real.   

La cortesía 

Estos dos principios se ven matizados por la intervención de la cortesía lingüística. Muchas veces decimos, de una manera perfectamente apropiada, cosas que son falsas o menos informativas de lo requerido con el fin de no herir la sensibilidad del interlocutor o no ponerle en una situación de desventaja que podría llevar a un conflicto. La cortesía lingüística es una válvula de seguridad que impone unos límites a la veracidad, relevancia o cantidad de la  información  que  aportamos.  A  veces  se  trata  de  un  principio  de  cortesía  (cortesía,  generosidad,  tacto, aprobación, modestia). Imaginemos, por ejemplo, que un cliente pregunta en un comercio ¿Qué tal me sienta este traje? Y el dependiente, aunque es consciente de que no  le sienta nada bien, no dice directamente: Le sienta a usted fatal, estos trajes no son para gente de tanto peso;  sino que buscará una manera cortés de desaconsejarlo: No está mal, pero no sé si va con su estilo. En definitiva, la posibilidad de que convivencia origine roces entre los individuos hace necesarias unas estrategias que minimicen  los enfrentamientos. Estas estrategias pueden   tener una doble orientación:   

a) cortesía positiva, aquella que  refuerza  la  solidaridad con el  interlocutor,  la pertenencia a un grupo común, mediante, por ejemplo:  

‐ atención explícita a los intereses del interlocutor: Debes estar cansado ¿Quieres dormir? 

‐ El uso de apelativos que pongan de manifiesto  la pertenencia al mismo grupo: Déjame mil pelas, venga, tío 

‐ La manifestación de un deseo mutuo:  Vamos a tomar algo 

b) cortesía negativa, aquella que pone de manifiesto el respeto a  la  intimidad y a  la  libertad de acción del interlocutor, mediante, por ejemplo, manifestaciones de:  

‐  pesimismo o necesidad: ¿Te sería posible echarme una mano? 

‐  deferencia: Creo que puede haber un error en esa fórmula, profesor 

‐ disculpa: Ya sé que estas muy liado, pero... 

‐ invitación solapada:  Quizá vaya mañana a Madrid 

La preferencia por unas u otras depende de factores situacionales y culturales 

Un comportamiento inverso es el que muestra el principio de solidaridad o confianza. Su importancia es menor, pero  es muy  frecuente  entre  grupos  en  los  que  los miembros  tienen mucha  confianza  entre  sí,  por  ejemplo pandillas de  jóvenes. Podría enunciarse así: con el  fin de mostrar el alto grado de solidaridad con el oyente des posible decirle algo que es obviamente falso y obviamente descortés para con él, por ejemplo, Cabronazo, Menudo buga te has comprao. Esta aparente  falta de cortesía no es sino un signo de que  la confianza que hay entre  los interlocutores permite estas agresiones  verbales  ficticias, de  forma  semejante  al  amago de unos   golpes  como saludo. 

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Análisis de la conversación 

El estudio de la pragmática incluye, por último, la investigación sobre el acto más natural de comunicación. El análisis de  la  conversación  se basa en  la observación, acopio y análisis de un  corpus amplio de  conversaciones según  tienen  lugar en  la vida  real. Su objetivo es estudiar  las diferentes acciones y estrategias  interactivas que ponen en  juego  los hablantes  al  conversar,  y  analizar  los medios que utilizan para  satisfacer dichas  acciones  y estrategias.  Desde  otra  perspectiva  también  intenta  explicar  el  papel  que  la  conversación  tiene  en  el establecimiento de las relaciones sociales. 

¿Cómo funciona una conversación? Aunque pueda parecerlo, una conversación no es algo caótico, incoherente y deslabazado. Todos podríamos distinguir perfectamente una conversación de una lista de frases al azar o de un diálogo  inventado  por  un mal  guionista.  Como  si  de  una  obra  de  teatro  se  tratara,  podemos  hablar  de  tres momentos en la conversación: a) el inicio, b) el desarrollo y c) el cierre 

a) El inicio: 

De alguna manera, el principal problema que encaramos en  la conversación es pasar del silencio al habla al empezar una conversación, y del habla al silencio al  final. Empezar una conversación  requiere  interrumpir algo, aunque sólo sea interrumpir el silencio y en cierta medida invadir el territorio de alguien. Incluso cuando suena el teléfono, la tendencia más habitual es a cogerlo entre timbrazo y timbrazo. Es como si no quisiéramos interrumpir a un interlocutor mecánico. Por supuesto, el problema de iniciar una conversación depende en buena medida del interlocutor y de la situación. Iniciar determinadas conversaciones puede provocar pánico: dirigirse a una chica o chico que se quiere, pedir algo, protestar... De hecho, incluso nos educan para evitar las conversaciones: No hables con extraños, no hables hasta que te hablen... En otros casos, en cambio, en condiciones de intimidad o confianza, no supone ningún problema romper la barrera del silencio. 

En  la  medida  en  que  interrumpimos  o  nos  entrometemos  al  iniciar  una  conversación  tenemos  la responsabilidad de reparar el daño que hacemos, por ejemplo, ante un coche aparcado delante de  la puerta de nuestro garaje: 

‐ ¿Es ese coche suyo? 

‐ No 

‐ Ah perdón, creía que... 

De hecho, para compensar  la  intrusión que supone un   el  inicio de una conversación  las  lenguas disponen de operadores de pseudo disculpa del tipo:  perdone, por favor...  

Iniciar la conversación con un desconocido es hasta cierto punto una tarea arriesgada. Nos ayuda el contexto y las circunstancias: en un avión, en una sala de espera..., pero muchas veces no sabemos con quién hablamos, de qué podemos hablar, cómo reaccionará la persona. Al principio puede haber un cierto tanteo con temas triviales como  el  tiempo,  o  temas  “seguros”  en  los  que  no haya  polémica.  Lógicamente,  las  convenciones  sociales  nos impiden preguntar cosas como: ¿cuánto dinero ganas? o ¿pega a su esposa?   

Entre las muchas maneras que hay de iniciar una conversación podemos recordar las siguientes:   

‐ sin preliminares: Algo le pasa al fax 

‐ con petición de atención: Eh... Juan... Oye...con frecuencia de ahí se pasa a secuencias del tipo: sabes que... , escucha esto... 

‐ petición de tiempo: ¿Tienes un minuto? 

‐ saludo (muy variables): Hola. Buenos días ¿Qué tal? ¿Dónde te has metido? 

‐ identificación: Soy de Iberdrola 

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Finalmente,  comenzar  una  conversación  plantea  también  el  problema  de  cómo  dirigirse  a  la  persona.  En español, por ejemplo, hay que decidir  si el  trato es de  tú o de Usted. En  lenguas con  sistemas de cortesía más complejos como el japonés, las dificultades son aún mayores. 

El desarrollo 

Una  vez  que  se  ha  iniciado  la  conversación  hay  que  mantenerla  marcha.  Eso  supone  desarrollar  unos contenidos y hacerlo de una cierta forma. 

En  cuanto  a  los  contenidos,  el modo  en  que  los  temas  entran  en  la  conversación,  las  estrategias  que  los hablantes utilizan para  introducirlos, desarrollarlos o cambiar su orientación forman un aspecto muy  importante del  análisis  conversacional.  En  todo  caso,  los  temas  de  una  conversación  son  prácticamente  infinitos.  Los participantes seleccionan un primer tema mediante un proceso de negociación y éste se desarrolla hasta que se introducen otros. En general los temas se enlazan, se solapan unos sobre otros o se introducen directamente pero indicando el cambio: cambiando de tema, hablando de otra cosa. Cambiar de tema no es tan fácil, una vez que se tiene un  tema hay que  liquidarlo de alguna manera para meter otro. Expresiones como por cierto, a propósito, hablando de eso,... pueden facilitar el cambio, resulta además difícil cambiar de tema si son varias las personas que hablan. Las estrategias son muy variadas, por ejemplo antes de introducir un tema delicado, un conversador puede hablar de temas sin importancia para no parecer demasiado abrupto.  

Por  lo que  se  refiere a  la dinámica  formal de  la conversación,  son muchos  los  factores que  intervienen.   En primer término, cuando hablamos debemos asegurarnos de que nos escuchan y de que nos prestan atención. A la vez el que escucha debe mostrar atención, mediante gestos, expresiones  faciales, asentimientos, uhums,  sí, ya, etc, así como expresiones de apoyo al que habla como: y, y qué pasó? 

Hablar implica también un proceso de autoedición, que puede llevar a dudas a volver atrás. De hecho cuando esto no sucede, nos ponemos en guardia, pensando que el discurso ha sido ensayado y falso. a su vez el oyente arregla los desajustes que pueda hacer el hablante. 

    ‐Fui con su madre al cine 

    ‐¿Con su madre? ¿no era con su hermana? 

    ‐Sí, eso con su hermana, eso 

El  proceso  de monitorización  lleva  también muletillas  o  latiguillos  que  ayudan  a pensar,  a  ganar  tiempo,  a atraer la atención: la verdad es que, de cara, vamos a ver, eeh... A veces también se reformula o repite lo que esta diciendo para aclararlo, porque necesita tiempo...Vamos lo que estoy tratando de decir, no sé si me explico, a ver...   

En segundo lugar, la conversación se caracteriza por la alternancia de turnos: un participante A habla, se para, otro B habla, se para y así sucesivamente. En general hay poca superposición y, sin embargo, los intervalos entre una persona hablando y otra empezando  son  inferiores a décimas de  segundo. Es un proceso admirablemente ordenado. Este mecanismo funciona con un número variable de participantes, incluso a distancia (como es el caso de  la  conversación  telefónica).  Los  participantes  de  una  conversación  deben  acordar,  de manera  tácita,  claro, quién habla. Cuando un participante no toma su turno, los otros hacen una pausa y luego alguien toma la palabra:  

    A.‐ ¿Hay algo que te preocupe? 

    B.‐ [silencio] 

    A.‐ ¿Hay algo que te preocupe? 

    B.‐ No, pero me preguntaba si podrías ayudarme con... 

También las convenciones de cambio de turno se rompen cuando dos o más hablan a la vez:  

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A.‐ Después de la fiesta de Juan fuimos a la casa de Pedro. Así que tú...tú...tú... 

B:‐¿A qué hora llegasteis allí? 

Cuando  surge una  competición  así  uno de  los  hablantes  puede  ceder  el  turno  o  subir  el  volumen  y  seguir hablando.  Tanto  el  silencio  como  el  habla  simultánea  son  serios  problemas  en  la  conversación.  Las  reglas  de cambio de turno tienden precisamente a minimizar esos problemas. Básicamente son dos las reglas para el cambio de turno:  

1. Los hablantes marcan cuando desean acabar su turno, ya seleccionando al otro hablante ya  dejando la opción abierta. 

  2. El que va a intervenir coge el turno de palabra empezando a hablar. 

Los hablantes marcan el cambio de turno con claves verbales y no verbales. Veamos algunos ejemplos:  

‐ oraciones que acaban ( a veces con coletillas) 

A.‐ Hace bastante viento ¿verdad? 

B.‐ Desde luego 

‐ descenso marcado del tono de voz 

‐ pausa lo suficientemente larga 

‐ fin de los gestos o de la mirada al interlocutor 

‐ enlentecimiento las últimas sílabas y exagerando el final 

‐ relajación corporal 

De otra parte el que quiere hablar  tiende a  incrementar  la  tensión  corporal, a hacer  ciertos movimientos a tomar aire, al principio habla un poco más alto 

¿Cómo se producen  los cambios de turno? En  las conversaciones hay cortes naturales: un hablante tiene que hacer una pausa para  respirar, no  sabe qué decir, o no  tiene nada más que  añadir, estos  sitios  se denominan lugares de  transición pertinente. Con  todo, es  frecuente que  se produzcan  solapamientos de unos hablantes  y otros. Los solapamientos pueden tener dos objetivos:  

‐ reclamar el turno de palabra bien porque uno de los interlocutores presuma (equivocadamente o no) que el otro ha terminado su turno, bien porque pretenda interrumpirlo. 

‐ ayudar al interlocutor  en una suspensión o en una duda, esto es, un solapamiento colaborativo 

Un mecanismo muy frecuente en la organización de las conversaciones es el de los pares de adyacencia, esto es,  intervenciones que exigen  continuaciones específicas asociadas:  los  saludos van asociados a  los  saludos,  las invitaciones a aceptaciones o negaciones. Veamos algunos ejemplos:  

    ‐ Pregunta / respuesta:  

      A.‐ ¿Dónde está la leche que compré esta mañana? 

      B.‐ Allí encima 

    ‐ Invitación  / aceptación 

      A.‐ Vamos a un concierto ¿Quieres venir? 

      B.‐ Claro 

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    ‐ Valoración / desacuerdo 

      A.‐ Este vino es excelente 

      B.‐ No parece que entiendas mucho 

   Por supuesto las posibilidades son más abiertas, veamos algunos ejemplos:  

    ‐ Piropo: ¡Qué camisa tan bonita! 

      ‐ aceptación: Gracias 

      ‐ acuerdo. Sí ¿verdad? 

      ‐ rechazo modesto: ¿No crees que me hace gorda? 

      ‐ cambio: Me la compró mi madre 

      ‐ piropo: Gracias, la tuya también es muy bonita 

    ‐ Queja: ¡Te has comido el yogur que había en el frigorífico! 

      ‐ disculpa: lo siento 

      ‐ negativa: No, no fui yo, sería Luisa 

      ‐ justificación: Tenía hambre, además estaba pasado de fecha 

      ‐ reto: sí... y qué? 

    ‐ Petición: ¿Puedes echar esto al correo? 

      ‐ aceptación: claro 

      ‐ postposición: Sí, pero mañana 

      ‐ reto: ¿Por qué tengo que hacerlo yo? 

      ‐ negativa: No, no me da la gana 

Nos referiremos a ello con más detalle más adelante, pero en la enseñanza de lenguas extranjeras los pares de adyacencia  pueden  plantear  dificultades.  Aunque  un  determinado  inicio  del  par  de  adyacencia  puede  tener muchas  réplicas,  los estudiantes  suelen  tomarlo muchas veces  como  con una única opción de  respuesta,  como mera petición de información,  a la que sólo es posible contestar con si o no,  por ejemplo:  

    A.‐ ¿Son buenas estas manzanas? 

    B.‐  Sí 

    A.‐ ¿Son buenas estas manzanas? 

    B.‐ Acabo de comprarlas. Coge una. 

Como consecuencia muchos estudiantes son sólo capaces de  las  típicas  respuestas cortas de sí /no, que son gramaticalmente  correctas,  pero  pragmáticamente  muy  limitadas.  De  hecho,  los  hablantes  no  nativos  son considerados  frecuentemente muy pasivos  en  la  conversación. Una  explicación para  ello puede  ser que  los no nativos caen fácilmente en la trampa de utilizar sólo segundas partes y dejar las primeras al nativo, contestar sólo con sí o no, decir gracias cuando se les ofrece algo, en definitiva, respondiendo, pero nunca iniciando el discurso. Esto lleva a un esquema conversacional pregunta  /respuesta, pregunta / respuesta... algo que ocurre rara vez en la conversación normal, salvo en algunos tipos muy específicos como la conversación doctor ‐ paciente. Por eso , 

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los  profesores  deberían  animar  y  enseñar  a  los  estudiantes  a  contestar,  dar  información  extra  y  hacer  otra pregunta. 

    ¿Estas estudiando aquí en Salamanca? 

    Sí, estudio español. Tú ¿estudias también? 

La estructura de los pares de adyacencia responde a tres características:  

    ‐ Las partes son contiguas y dichas por diferentes hablantes 

    ‐ Las dos partes están ordenadas 

    ‐ Una y otra parte tienen relación 

Determinadas respuestas son preferidas, así, por ejemplo, parece preferible una aceptación que un rechazo en repuesta a una invitación; o un acuerdo es preferible a un desacuerdo en respuesta a una valoración. Las repuestas no preferidas suelen ser más largas que las preferidas y tienden a estar precedidas de alguno de estos elementos:  

  ‐ una pausa o una partícula del tipo: eh..., em... 

  ‐ un introductor del tipo: bueno..., esto... 

  ‐ una expresión de duda: no sé, no estoy seguro 

  ‐ una aceptación que esconde una negación: estaría bien, me encantaría 

  ‐ una disculpa: lo siento 

  ‐ una mención de obligación: tengo que... 

  ‐ petición de comprensión: mira, ya sabes 

  ‐ una explicación: tengo demasiado trabajo 

  ‐ negación: me temo que no 

 

Un pequeño esquema ilustrativo de las opciones preferidas y no preferidas podría ser:  

    preferida  no preferida 

Juicio    acuerdo   desacuerdo 

Invitación  aceptación  rechazo 

Oferta    aceptación   rechazo 

Petición   aceptación   rechazo 

A veces se producen secuencias de inserción del tipo:  

    A.‐ ¿Quieres venir al cine? 

    B.‐ ¿Qué ponen? 

    A.‐  Parque Jurásico 

    B.‐ Si, vale 

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    A.‐¿Puedo ver la tele? 

    B.‐ ¿Has hecho los deberes? 

    A.‐ No 

    B.‐ No 

A  lo  largo  de  la  conversación  aparecen  unos  elementos  cuya  misión  es  ordenar,  reconducir,  matizar, ejemplificar,  etc.  que  sirven  para  ordenar,  organizar  y  dar  coherencia  a  la  conversación.  Estos  elementos  se denominan operadores conversacionales. Entre ellos podemos indicar:  

Operadores globales:  

a) Indicadores del tema: Quería comentarte..., Has oído..., Cómo ves tú... 

b) Indicadores de cambio de tema: A propósito..., Eso me recuerda..., Esto no tiene nada que ver, pero.. 

c) Resumidores: En resumen..., Para no extenderme... 

Operadores locales:  

d) Ejemplificadores: En otras palabras..., Por ejemplo...,  Es como... 

e) Evaluadores: Creo que.., En mi opinión..., Para mí...  

f) Apartes: ¿Por dónde iba?..., Bueno, esto no tiene que ver..., Me estoy liando... 

g) Conectores: No obstante...,Además... En relación con...  

La tipología de los operadores del discurso es muy extensa y todavía no está bien estudiada. Así, por ejemplo, para  presentar  una  queja,  una  protesta  o  una  denuncia  en  un  medio  de  comunicación  son  frecuentes introductores como:  Se trata de..., Es referente a..., Es sobre.., Yo era para..., etc. ; para introducir una secuencia narrativa: Bueno, pues..., Resulta que... 

Además una determinada palabra puede  tener diferentes  funciones, es el caso de bueno, que puede actuar como:  

a) expresión de hastío, sorpresa, incredulidad aparente, indignación: Bueno, bueno, bueno, bueno o Pero bueno 

b) operador discursivo:  

c) redireccionador  o  reformulador  de mensajes:  Y  dice  usted  que,  bueno  ¿cómo  le  han  tratado  en telefónica?  

d) Secuencia de pre‐cierre: Bueno, pues, hasta luego 

El cierre 

Normalmente  las  conversaciones  no  acaban  deforma  abrupta,  hay  una  manera  bastante  ritualizada  de cerrarlas. Cuando, por ejemplo una conversación  telefónica  se corta  inopinadamente,  los hablantes dicen, ¿qué pasa? ¿se ha cortado? Podemos distinguir entre:  

    ‐ secuencias de precierrre: Bueno, dale recuerdos a Juan 

    ‐ secuencias de cierre: Adiós 

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Es frecuente poner disculpas para acabar la conversación: Bueno, tengo que irme. Te dejo, me están esperando... Las excusas ponen de manifiesto que nos quedaríamos pero no podemos. A veces puede resultar extremadamente difícil cuando un participante no coopera.  

Del método estructural al método comunicativo 

 Nos hemos  referido en el  capítulo anterior a  los  cambios que en el  campo de  la  lingüística desplazaban el centro  de  atención  de  la  estructura  al  uso,  de  la  lingüística  interna  a  la  lingüística  externa.  Paralelamente,  la metodología de la enseñanza de lenguas extranjeras fue cambiando su rumbo de un enfoque estructural, presente por ejemplo en métodos como el audiolingual muy populares en  la década de  los cincuenta y primeros sesenta hacia un enfoque más comunicativo. 

Los métodos  de  corte  estructural  partían  de  una  concepción  del  lenguaje  como  un  conjunto  de  unidades, estructuras  y  reglas  que  las  ponían  en  relación.  El  aprendizaje  de  una  lengua  extranjera  se  entendía  como  un proceso de memorización y automatización de unos nuevos hábitos lingüísticos que debían superponerse a los de la lengua materna. Por ejemplo, si para informar de la edad en inglés se utiliza una construcción con ser: I am 34 years old (Lit. Yo soy 34 años viejo), es necesario practicar la estructura con tener si se quiere dominar el español:  tengo 34 años.  En este sentido, era de suma importancia contrastar las estructuras de las dos lenguas en conflicto, la materna y la que se desea aprender con objeto de localizar aquellas áreas de divergencia que, según se entendía entonces, serían  fuente  inequívoca de error. Las nuevas estructuras debían ser practicadas  intensivamente para quedar fijadas como nuevo comportamiento  lingüístico y, a su vez, el error se veía como un producto  indeseado del aprendizaje, que debía ser erradicado mediante  la corrección  inmediata. La  fluidez quedaba supeditada a  la correción. 

A tenor de estos planteamientos sobre lo que es una lengua y lo que constituye su aprendizaje, los programas docentes  se diseñaban  como una  sucesión de puntos gramaticales, en  cuya  secuenciación  intervenía en buena medida el análisis contrastivo de las diferencias entre la lengua materna y la meta. Las clases se entendían como una ejercitación intensiva a base de ejercicios que permitieran la incorporación y el refuerzo de los nuevos hábitos. Los ejercicios incluían prácticas de repetición, sustitución, reformulación, expansión, transformación, etc. del tipo que se muestran en los siguientes ejemplos:  

  Transforme las siguientes oraciones a tiempo pasado: 

1. Juan Antonio toma café con leche todos los días 

2. El chef cocina estupendamente 

3. Santiago dibuja mientras el profesor explica 

4. Hoy tengo cita con el dentista 

5. ... 

Forme oraciones de relativo a partir de las oraciones simples 

1. El niño come mucho. El niño está sentado en el suelo 

2. El tren saldrá con retraso. El tren viene de Santiago de Compostela 

3.  La tienda abre a las seis. La tienda está enfrente de mi casa 

4. Fuimos a ver una película. La película era muy divertida 

5. ... 

Los métodos de corte estructural pretendían dotar al estudiante de una serie de recursos lingüísticos y de una preparación  intensiva  que  le  sirvieran  de  herramienta  en  su  interacción  comunicativa  fuera  de  la  clase.  Sin 

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embargo, lo que sucedía generalmente es que el estudiante era capaz de realizar de forma aceptable los ejercicios, pero no estaba preparado para el uso cotidiano de  la  lengua. Es como si, con un símil  futbolístico, se preparase físicamente en velocidad, flexibilidad, resistencia, etc. muy bien a unos jugadores, pero éstos no hicieran práctica de balón. Tendríamos excelentes atletas, pero muy probablemente pobres futbolistas. 

Sería injusto, no obstante, decir que no había ningún componente comunicativo en los métodos estructurales. La lectura, repetición y memorización de diálogos o las respuestas estipuladas a una serie de estímulos lingüísticos apuntaban  tímidamente  en  esa  dirección.  Por  otra  parte,  el  dominio  del  sistema  formal  es  necesario  para garantizar un cierto nivel de corrección.  

Con  todo,  como decíamos,  el  fracaso de  los  estudiantes para  trasladar  lo  aprendido  en  clase  a  la  vida  real contribuyó al progresivo declive de este concepto estructural de la enseñanza de lenguas extranjeras. A finales de la década de los sesenta estaba ya clara la necesidad de potenciar la relevancia de la comunicación en detrimento del mero dominio de unidades y estructuras. El desarrollo de  la pragmática y de  la sociolingüística en esos años proporcionaba un excelente caldo de  cultivo.  La  transmisión del  significado  tomaba  la delantera a  los patrones gramaticales. Se acuñó así el término de competencia comunicativa. 

En el plano sociopolítico, el estrechamiento de las relaciones internacionales, del contacto entre los pueblos y de  la movilidad de  las personas hacía aun más necesario un enfoque práctico, útil,  inmediato. En el marco del Consejo de Europa empezaron a desarrollarse proyectos para estudiar cuáles eran las necesidades comunicativas de  los  aprendices  y  qué  utillaje  léxico  y  formal  necesitaban  para  llevarlas  a  buen  puerto.  Estos  proyectos  se tradujeron en un enorme interés por una descripción pormenorizada de las funciones del lenguaje. Los lingüistas teóricos  habían  hablado  de  macrofunciones:  instrumental  (el  lenguaje  como  medio  para  conseguir  cosas), regulativa (el lenguaje como medio para controlar el comportamiento de los otros), interactiva (el lenguaje como medio  para  favorecer  el  contacto  interpersonal),  personal  (el  lenguaje  como  medio  de  expresión  de  los sentimientos),  heurística  (el  lenguaje  como medio  para  adquirir  conocimiento),  imaginativa  (el  lenguaje  como medio de evasión y creación), representativa ( el lenguaje como medio de descripción del mundo), etc. Ahora, sin embargo,  los  estudiosos  de  la  enseñanza  de  lenguas  extranjeras  necesitaban  descripciones más  detalladas  y pormenorizadas de lo que es posible hacer con el lenguaje. El ejemplo más conocido es, sin duda, el Nivel Umbral. Bajo los auspicios del Consejo de Europa, este trabajo se entendía como una serie de especificaciones sobre lo que debería ser capaz de hacer un usuario de una lengua extranjera 

3. Pragmática intercultural y pragmática contrastiva

La manera de hablar  varía en función de las lenguas y las culturas. Hay culturas más verbales y otras que lo son menos.   Por ejemplo, en  términos generales, el mundo occidental es muy parlanchín. No nos gusta el  silencio. Resulta incómodo, causa inseguridad. Cuando estamos en un ascensor o en una sala de espera, bien nos aislamos (mirando hacia todas partes o enfrascándonos en una revista) o iniciamos una conversación trivial sobre el tiempo, que es un tema muy seguro, para evitar que la atmósfera se cargue. 

 No  es  ésta una  característica  exclusiva de  los  países occidentales;  los  !Kung, bosquimanos del  suroeste de África son una cultura muy verbal. Para liberar las tensiones inherentes a su dura vida de cazadores son muy dados a   charlar y a comentar su  jornada.    Igualmente  los Roti de Timor consideran  la charla como uno de  los grandes placeres de la vida, y la demostración de artes verbales es muy apreciada.  

También entre los negros norteamericanos tienen mucho aprecio por la habilidad verbal, especialmente por las narraciones o por los duelos verbales. Un juego muy común entre los jóvenes, to play the dozens, que consiste en insultar a la madre del contrincante mediante una comparación ingeniosa: Tu madre es tan gorda que cuando se cae de la cama se cae por los dos lados, pues la tuya es tan estúpida que se queda mirando el microondas porque cree  que  es  la  televisión  ,pues  la  tuya  es  tan  promiscua  que  cada  hermano  tiene  un  apellido  diferente  etc. Igualmente, son conocidas sus grandes habilidades narrativas. 

Para  no  irnos  tan  lejos,  nosotros  somos  también  una  cultural  muy  verbal.  ¿Por  qué  charlamos  tanto  y resolvemos los problemas del mundo? Pensamos seriamente que podemos hacer algo. Creo que sinceramente, no; pero  la charla en grupo,  la queja compartida es una manera de afrontar nuestra vida sintiéndonos solidarios con 

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nuestros semejantes. Dicho en términos negativos “mal de muchos consuelo de tontos” o en términos positivos “terapia de grupo” sin necesidad de pagarle a un psiquiatra o a un psicólogo. 

 Por el contrario, los apaches occidentales del oeste de Arizona, prefieren el silencio. Cuando los niños regresan del  colegio  se  les  recibe  con  silencio  y  se  espera  que  los  niños  se  queden  también  callados.  Este  silencio  se mantiene  durante  un  tiempo,  hasta  que  se  han  acostumbrado  unos  a  la  presencia  de  otros.  En  el  inicio  del noviazgo, como indicación de una relación que comienza, se espera también una buena dosis de silencio. Cuando alguien muere, el silencio es fundamental y no se debe molestar a aquellos que están tristes [acaso la anécdota del velatorio de mi madre]. Otros pueblos indios de América del norte entienden una visita como ir a casa de alguien, sentarse  un  tato  y  luego  marcharse  sin  decir  una  sola  palabra.  Si  no  hay  nada  que  decir,  no  hace  falta  la conversación intranscendente o small talk. 

  No nos vayamos tan lejos otra vez, en nuestra propia historia de la lengua se define al héroe épico como un hombre de pocas palabras: El Cid era un hombre parco en  la conversación,  frente a  los  infantes de Carrión,  los villanos,    auténticos  parlanchines.  Los  héroes  de  las  películas  suelen  ser  parcos  en  el  hablar,  piensen  en  las películas del oeste o de superhéroes. 

Acerquémonos no sólo en el espacio sino también en el tiempo. Quiero referirme ahora a un ejemplo mucho más próximo en relación con la forma más o menos directa o indirecta de decir las cosas. Como muchos de ustedes saben, Salamanca es una ciudad a  la que muchos extranjeros se acercan para aprender el español. Los que nos hemos  dedicado  a  enseñárselo,  hemos  oído  frecuentemente  sus  comentarios  de  que  los  españoles  hablamos demasiado alto, demasiado rápido, que parece que nos estamos peleando cuando hablamos y de que somos muy directos. Una estudiante mía Holly Hightower preparó una memoria de máster bajo mi dirección sobre este último tema y de nuestras discusiones y de sus hallazgos quiero hablarles unos minutos.  

La indirectness o el uso de procedimientos indirectos es un recurso muy habitual en las lenguas. Es una especie de  tratado de no agresión, de  seguro ante meteduras de pata. Yo no me atrevería a decirle a uno de ustedes,  Cierre la puerta,  o Tráigame un vaso de agua.  Hacer eso supondría una amenaza directa a mi interlocutor y esa amenaza podría tener consecuencias  indeseadas: que  la persona aceptara, pero se formara una mala opinión de mí, o que me desafiara y dijera que te la traiga tu tía. Por eso las lenguas se sirven de unas estrategias de cortesía entre las cuales está el ser indirecto.  

Así cuando decimos ¿Tendrías un bolígrafo? Estamos evitando  la orden directa y nos estamos sometiendo al interlocutor. Las estrategias de cortesía y el grado de indirectness están presentes en todas las lenguas, aunque de forma muy variable. De todos es conocida la importancia de estos recursos en lenguas del extremo oriente, como el japonés, por ejemplo. No sólo su extensión es universal, sino que las leyes que las rigen son muy complejas, en ellas  influyen  la  distancia  social,  la  solidaridad,  la  jerarquía,  etc.  Los  ejemplos  son múltiples:  desde  uso  de  los tratamientos como tú y el usted  sometidos al binomio solidaridad o confianza vs respeto; el uso de presecuencias del tipo ¿Estás muy ocupado? No Puedes echarle un vistazo a estos papeles...  El uso de repuestas más largas para opciones no preferidas. Por ejemplo si nos preguntan ¿Quieres  ir al cine? La respuesta preferida es muy corta Sí. Las  repuestas no preferidas suelen ser más  largas que  las preferidas y  tienden a estar precedidas de alguno de estos elementos:  

  ‐ una pausa o una partícula del tipo: eh..., em... 

  ‐ un introductor del tipo: bueno..., esto... 

  ‐ una expresión de duda: no sé, no estoy seguro 

  ‐ una aceptación que esconde una negación: estaría bien, me encantaría 

  ‐ una disculpa: lo siento 

  ‐ una mención de obligación: tengo que... 

  ‐ petición de comprensión: mira, ya sabes 

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  ‐ una explicación: tengo demasiado trabajo 

‐ negación: me temo que no 

De  hecho  cuando  queremos  hablar  de  un  tema  delicado,  muchas  veces  empezamos  hablando  de  temas intranscendentes para prepararnos el camino. Evitamos ir al grano directamente y nos perdemos previamente por las ramas, para evitar ser demasiado directos. 

Si  la  falta de  indirectness puede ser causa de conflictos, su uso en determinadas circunstancias puede  tener consecuencias trágicas. El 13 de enero de 1982 hizo un frío y un hielo tremendo en Washington D.C.., el vuelo de Air Florida 90 despegó del aeropuerto nacional (hoy Ronald Reagan), pero no pudo conseguir el empuje necesario para despegar, de forma que cayó, choco contra el puente que une el estado de Virgina y  la capital federal y se hundió en el río Potomac. De las 64 personas que iban a bordo sólo sobrevivieron 5, las demás se ahogaron ante la mirada horrorizada e  impotente de  los que por  allí  se encontraban.  La  investigación  reveló que el  avión había  esperado demasiado tiempo una vez que se había procedido a quitarle la capa de hielo, de forma tal, que el hielo se había vuelto a acumular en las alas y en el motor, lo que provocó la catástrofe. ¿Cómo pudo pasar esto? ¿Cómo pudieron cometer ese error? 

La  investigación  puso  de  manifiesto  que  el  piloto  no  tenía  mucha  experiencia  en  volar  en  este  tipo  de condiciones y, aunque el copiloto tenía algo más e intentó advertir al comandante, lo hizo de manera tan indirecta que  sus  insinuaciones  no  fueron  tenidas  en  cuenta.  Todo  esto  lo  sabemos,  como  podrán  imaginarse,  por  la conversación grabada en la caja negra:  

  Co‐piloto:  Mira como está el hielo colgando de ahí detrás, ¿ves eso? 

  Piloto:  ese lado de ahí 

Copiloto: Ves esos carámbanos ahí detrás y por todos los sitios 

Piloto: Sí 

El copiloto expresó su preocupación por la esperar después de quitar el hielo 

Copiloto: Es una batalla perdida intentar quitar el hielo de ahí, te da un falso sentido de seguridad, es lo único 

Poco después les dieron permiso para despegar, y una vez más el copiloto expresó su preocupación: 

Copiloto: Por que no comprobamos la parte superior, ya que hemos estado aquí un rato 

Piloto: Creo que tenemos que salir en un minuto 

Cuando  estaban  a  punto  de  despegar,  el  copiloto  reclamó  la  atención  del  piloto  al  ver  que  los  datos  que marcaban los instrumentos no eran normales. 

Copiloto: Eso no parece que esté bien, verdad?... No, no está bien 

Piloto: Sí, sí está, son ochenta 

Copiloto: No, no creo que esté bien, bueno, a lo mejor sí 

Piloto: 120 

Copiloto: No sé 

El despegue se efectuó y 37 segundos más tarde el piloto y el copiloto intercambiaron sus últimas palabras: 

Copiloto: Larry, nos caemos 

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Piloto: Lo sé (sonido del impacto) 

Los  copilotos  son  los  que  suelen  expresarse más  indirectamente porque no quieren minar  la  autoridad del piloto  (el  cual,  por  su  parte,  puede  expresarse  con  mayor  libertad).  Por  eso  en  los  entrenamientos  a  las tripulaciones se intenta no tanto que los copilotos sean más directos, sino que los pilotos sean más sensibles a la indirectness de sus subordinados.  

Pero, bajemos de  las alturas, de manera menos dramática, y volvamos a nuestros visitantes americanos. Mi estudiante norteamericana y yo diseñamos un cuestionario de situaciones de la vida cotidiana para observar si las respuestas  que  los  jóvenes  españoles  y  americanos  coincidían  o  diferían  y  en  qué. Me  referiré  únicamente  a algunas de  las conclusiones más  interesantes y significativas. En  términos generales  los  jóvenes americanos son más  indirectos  que  los  españoles,  pero,  y  esto  es  lo  interesante,  incluso  cuando  hay  una  relación  próxima  de parentesco  o  amistad.  Cuando  la  distancia  social  o  la  jeraquía  establecen  una  separación  clara,  los comportamientos son más o menos semejantes, pero cuando hay una relación familiar o de amistad, el español es mucho más directo.Veamos algunos ejemplos: 

Una chica americana escribió:  

La primera vez que yo comí en España, mi señora dijo “Anna, ven aquí”. Yo creí que ella estaba enojada conmigo porque no me dijo  “por  favor”. Aprendí que ella decía  ¡Ven aquí! muy a menudo y que ella no estaba enojada conmigo o cuando lo decía. Era normal decir ¡Ven aquí!”.   

El  uso  de  imperativos,  la  ausencia  de  formas  de  cortesía  como  por  favor  y  a  veces  incluso  el  tono  de  voz elevado (porque pensamos que cuanto más alto hablamos mejor nos entienden) provocan la impresión de enfado. 

Igualmente en el  cuestionario que  se  facilitó a estudiantes  salmantinos y norteamericanos en Salamanca  se planteó la situación siguiente:  

Que diría tu madre si estás con ella en la cocina y necesita ayuda para poner la mesa. (Piensen un momento) 

Los  españoles  en  un  porcentaje muy  alto  eligieron  la  opción Hijo,  pon  la mesa  por  encima  de  otras  como ¿Podrías poner  la mesa? ¿Te  importa poner  la mesa? ¿Puedes poner  la mesa? En el caso de  los americanos, una forma tan directa sería demasiado agresiva. La opción preferida sería Could you set the table? (¿Podrías poner  la mesa?) 

De manera  semejante,  en otra  situación  se planteaba que  el  estudiante  tiene hambre  y no  tiene  ganas de levantarse del sofá, por  lo que  le pide a su madre que  le haga algo de comer,  las estrategias preferidas por  los españoles fueron bastante directas, del tipo: Mamá, hazme un bocata o Mamá ¿me preparas un bocata? Para un americano estas  fórmulas son, una vez más, demasiado directas, su  fórmula preferida sería Would you do me a favour and make me a sandwich? (¿Me harías el favor de hacerme un bocadillo?) 

Por último, ante el portero automático de la propia casa, un español  diría: Soy yo, abuela, abre o abre o soy yo. Igualmente para un americano semejante respuesta sería una falta de respeto, muy raramente diría eso. Lo normal sería algo como Can you please open the door for me, grandma, it´s me? (¿Puedes abrirme la puerta?. Abuela, soy yo). Incluso, algunos americanos se sorprendían de que los españoles hablaran tan crudamente a su abuela. 

Los ejemplos se podrían multiplicar, pero, en cualquier caso, lo que se observa es que para los americanos, los españoles somos muy directos y tenemos una  idea algo  laxa del respeto familiar; para  los españoles, en cambio, los americanos muestran un distanciamiento exagerado en  las  relaciones  familiares o amistosas. El uso de una forma  lingüística como el  imperativo da  lugar a todas estas especulaciones. Lo  importante es no hacer  juicios de valor,  para  los  americanos  la  independencia  y  el  respeto  al  individuo,  sea  o  no  familiar  es  prioritario,  para  el español la relación de solidaridad o intimidad se antepone y permite estrategias más directas, pero, por favor, no debe sacarse  la conclusión patriotera de que somos  los mejores y  los demás son unos desalmados. Cada cultura tiene sus estrategias, pero no deben juzgarse lo sentimientos.  

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Estos comportamientos son aprendidos desde niños. El uso por ejemplo de formas de cortesía se induce en los americanos desde muy pequeños, mientras que en España, comparativamente el uso es menor. Lo mismo cabría decir de la asertividad en la expresión de opiniones, sugerencias, etc. Voy a contarles una experiencia personal de mis primeros días en Estados Unidos: Iba en un coche de acompañante con unos amigas americanos, mi ventanilla estaba bajada y una de ellas me dijo: 

 You may want to roll up the window (literalmente Tu puedes querer subir la ventanilla).  

No sé cómo lo percibirán ustedes, pero a mí me pareció una total agresión a mi libertad. ¿Cómo alguien puede atreverse a decirme lo que yo puedo o no puedo querer? Ya soy mayorcito y lo era entonces para eso. Un millón de veces hubiera preferido que me dijera –como es habitual en mi lengua‐ Sube la ventana, por favor. Lo que yo no entendía entonces es que para un americano hay que hacer partícipe al interlocutor de la sugerencia y en ningún caso imponerse con un imperativo. A nosotros nos parece que los americanos (y lo mismo podría decirse de otras lenguas germánicas) son demasiado retorcidos, demasiado retóricos, si me permiten la acepción peyorativa de la palabra.  A  ellos,  que  somos  brutales,  insensibles.  Los  ejemplos  se  podrían multiplicar:  Is  it  O.K  if  I  open  the window? Shall I open the window? (¿Está bien si abro la ventana? ¿Debo abrir la ventana?) o En lugar de ¿Abro la ventana? Las anécdotas se podrían multiplicar, por ejemplo, con lo que es el trato como cliente en un restaurante o una tienda... (Gracias por venir, que tenga un buen día) 

Hay, sin embargo un aspecto, en el que el americano tiende a ser mucho más directo que el español y es en lo referente al dinero. Por ejemplo, ante la situación de dar una clase particular a un niño, un estudiante americano diría  a  los padres My  charge per  class  is $10 dollars  (Mi  tarifa por  clase  es de 20 dólares); un  español, por  lo general, se muestra más pudoroso, dilata más el  tema del dinero y acabaría diciendo, así que por cada hora de clase, cobro, bueno, 1.500 pts. 

 V. Verdú en su libro el planeta americano recuerda como el dinero es un factor determinante en esta sociedad y no esta tan sujeto al tabú como en la nuestra. Cuenta, por ejemplo, como en una ocasión tres escolares iban de puerta en puerta vendiendo sandwiches con el fin de reunir fondos para una fiesta. En una de las casas la señora les entregó un billete de cinco dolares para pagar el precio de cuatro dólares, pero al ver que los chicos no tenían cambio se fue por un papel y  les hizo firmar un papel reconociéndole  la deuda de un dólar. No se trataba – dice Vicente  Verdú‐  de  una  persona  avara  o  desiquilibrada.  Se  trata  de  que  el  dinero  tiene  un  valor  y  hay  que aprenderlo desde pequeño. Por eso, aunque a mí me molestaba la eterna pregunta americana de ¿Cuanto cuesta? he aprendido, al menos, a entenderla en su contexto.  

Habría muchos más temas de los que hablar en esta pragmática intercultural, en esta retórica de las culturas: las  interrupciones en  la conversación, el comportamiento en  la  interacción comercial, en el  trato académico,  la conversación telefónica, hasta el propio espacio personal o incluso la manera en la que se escriben los manuales de informática serían cuestiones de muchísimo interés.  

En muchas ocasiones  los  conflictos entre gentes de diferentes  lenguas y  culturas  tienen  su origen en u uso diferente de  las estrategias  lingüísticas, de  la misma forma que  los gestos no significan lo mismo en unas u otras partes (recordar lo de México con el golpeteo de una mesa o el sí o no, etc), la forma de presentar, la información, los sentimientos, de atraer la atención de los demás, etc. se plasma de diferentes maneras en las lenguas. 

La verdad es que empiezo a ver problemas para acabar el proyecto de humanoide parlante. 

‐ el teléfono suele considerarse preferente a la conversación cara a cara (estamos hablando con alguien, suena el teléfono, interrumpimos la conversación para coger el teléfono) 

  Son frecuentes las diferencias interlingüísticas:  

    ‐ España 

      ‐Diga/me /¿Si? / Nombre de la empresa 

      ‐¿Está X? 

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      ‐... 

    ‐ Alemania :  

      ‐ Apellido, a veces saludo 

      ‐ Identificación del que llama y petición de hablar 

    ‐ Inglaterra:  

      ‐ número de teléfono 

      ‐Identificación... 

4. Diferencias de género

Bueno, hasta ahora hemos pensado en el problema de darle a nuestro humanoide una nacionalidad y con ello un trasfondo cultural y pragmático, pero, seguramente alguno o alguna de ustedes ha podido pensar. ¿Vamos a construir un androide o una ginoide? Un hombre o una mujer. Desde el punto de vista biológico, serán los biólogos e  ingenieros  los que se ocupen de eso, pero desde el punto de vista  lingüístico esta decisión  también  tiene sus implicaciones, y no sólo por el hecho de que hombres y mujeres usemos palabras distintas (No es frecuente que un hombre diga jolín o he ido a la pelu) sino por el hecho de que los comportamientos y los estilos conversacionales son  también diferentes. No  estoy diciendo, por  favor, ni que  todos  los hombres  sean  iguales  (aunque  a  veces oímos eso) ni que todas las mujeres sean iguales. Sí parece, sin embargo, a tenor de los estudios que ya van siendo numerosos, que, producto de unas marcadas diferencias históricas  y  culturales,  los hombres  y mujeres hemos aprendido  comportamientos  sociales  y  lingüísticos  diferentes  y  en  muchos  casos,  desgraciadamente, discriminatorios.  

La  lingüista  Deborah  Tannen  de  la  Universidad  de  Georgetown  en Washington  ha  investigado  como  se diferencian  los estilos conversacionales de hombres y mujeres, y como unos y otros pueden entender un mismo enunciado o una misma  conversación de modo muy distinto. Estas  interpretaciones divergentes  llevan muchas veces a conflictos o a malentendidos, cuando en realidad no hay una intención de herir al otro sexo. 

Aunque todos  los seres humanos necesitamos tanto solidaridad como  independencia,  las mujeres tienden a centrarse en la primera, la solidaridad, y los hombres más en la segunda. Las mujeres tienden a consultar cualquier cosa, por  insignificante que parezca con su pareja. Los hombres, por su parte, suelen tomar máas decisiones sin consultar.  Las  mujeres  –entiende  D.  Tannen‐  entienden  que  las  decisiones  deben  ser  tomadaas  de  forma consensuada y sopesada; aprecian la conversación y la discusión en sí mismas, son prueba de la solidaridad, de la confianza,  de  la  fuerza  de  la  relación.  Los  hombres  se  sienten  oprimidos  por  largas  discusiones  en  ocasiones triviales y se sienten ninguneados si no pueden hacer algo directamente, sin tener que discutirlo.  

Supongamos una conversación como la siguiente. 

  Hombre.‐ Voy a comprar un ordenador 

  Mujer.‐ ¿Realmente te hace falta? ¿No te sirve el que tienes? 

  Hombre.‐ No, joder, si me sirviera, me compraría otro 

  Mujer.‐ Y no puedes ampliar a la memoria o... 

No es necesario  seguir,  cortemos  la  conversación  aquí antes de que empiecen  a  calentarse  los  ánimos.  La mujer está intentando mostrar su interés por el tema, analizarlo conjuntamente con su pareja, discutir los pros y los contras, sentirse partícipe de la decisión, compartir con él algo que a él le interesa. 

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El hombre, en cambio, ‐y, confieso que en mis relaciones con mujeres esto que describo me ha pasado‐ siente invadida su independencia, su poder. Él no está pidiendo opinión, no quiere discutir, simplemente informa de un hecho y no espera más respuesta que: estupendo o muy bien y ya está. 

A la inversa, si una mujer dice:  

  Mujer: Me voy a comprar un ordenador 

Y el hombre contesta con un simple muy bien, ella se sentirá frustrada ante su falta de interés, ante el hecho de que el no quiere hablar del tema (o como mucho para criticar el modelo elegido), ante la falta de sensibilidad por compartir esa decisión. 

La  conversación  entre  hombres  y mujeres muestra,  pues,  diferentes  parámetros.  En  realidad,  no  debería sorprendernos: desde que nacemos se nos trata de manera diferente, se nos habla de manera diferente y, como consecuencia, desarrollamos distintos estilos o maneras de hablar. Es, en palabras del psicólogo estadounidense John Gray, como si los hombres viniéramos de Marte y las mujeres de Venus. Nos atraemos como polos contrarios, pero, a veces saltan las chispas. 

El  término  clave  podría  ser  el  de metamensaje.  Igual  que  un  determinado  enunciado  –  como  veíamos  al principio‐ puede tener diferentes implicaturas según el contexto en el que se articule, un mismo enunciado puede ser interpretado de formas muy distintas por hombres y mujeres. Es como si habláramos diferentes idiomas, con las mismas palabras, pero con distintos significados adheridos, distintos énfasis emocionales. Ahí estaría la raíz de nuestro desencuentro. 

Por ejemplo, según Gray, cuando una mujer dice Nunca me escuchas no espera que se entienda la frase en un sentido literal, se trata de una exageración que intenta implicar al hombre. Este, sin embargo, suele interpretar la oración en sentido literal y se molesta, se siente agredido. 

Igualmente, cuando una mujer dice No salimos nunca quiere decir <Tengo ganas de salir y hacer algo juntos. Siempre nos divertimos cuando salimos y me apetece. ¿Qué te parece a ti? ¿Me  llevarías a cenar? Ya ha pasado algún tiempo desde la última vez que salimos>. El hombre, por su parte, puede interpretar <No te ocupas de mí, no haces tu trabajo, eres decepcionante. No hacemos nada porque eres perezoso, poco romántico y aburrido>.  

Cuando una mujer dice Ya no me quieres quiere decir <hoy me siento como si no me quisieras. Tengo miedo de haberte alejado de mí. Sé que me quieres, pero hoy me siento insegura, por qué no me muestras tu amor, me haces  sentir bien>. El hombre puede  llegar  a escuchar,  sin embargo, algo  como <Yo  te  amo  tanto  y  tú no me quieres, sólo me usas. Eres egoísta y frío. Sólo piensas en ti. Nadie te importa...> 

A la inversa, el lenguaje de los hombres tiene también sus claves. Imaginen el siguiente diálogo 

Mujer,. ¿ Te pasa algo? 

Hombre.‐ No 

Mujer ¿Estas bien? Parece como si te pasara algo 

Hombre.‐ Estoy bien. No me pasa nada 

Mujer.‐ No. Estás raro. Te pasa algo. Lo noto 

Hombre.‐ Déjame tranquilo 

Mujer.‐ ¿Cómo puedes tratarme así? Ya no hablas conmigo. No me quieres... 

A partir de aquí continúen ustedes el diálogo, pero seguro que ya se imaginan que acabará mal. Lo que sucede es que cuando un hombre dice. Estoy bien, no pasa nada,  lo que quiere  transmitir es <Estoy bien porque estoy enfrentando a mi problema. No necesito ayuda. Puedo enfrentarme a ello solo. Si intentas ayudarme, me estarás infravalorando>. La mujer erróneamente puede  interpretar <No sé  lo que me pasa. Necesito que me preguntes, 

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que me ayudes>. Así ella empezara una  inquisición que, generalmente, acabará por   enfrentarlos. Es el dilema entre la solidaridad y la independencia. 

En  la misma  línea está  la  tendencia masculina a  resolver problemas  frente al deseo  femenino por hablar de ellos y  compartirlos. D. Tannen  refiere el  caso de una mujer a  la que extirparon un bulto de un pecho. Tras  la operación, hablado con su hermana, esta mujer le comentó lo incómoda que se sentía y cómo le molestaba ver los puntos y el cambio en la forma de su seno. Su hermana le dijo Lo sé. Cuando a mí me operaron me sentí igual. De forma análoga, al  comentar  sus  sentimientos  con una amiga, ésta  le  replico: Sí es verdad, es  como  si hubieran violado  tu cuerpo. Su marido, a  su vez, cuando oyó  sus sentimientos  le dijo   puedes hacerte  la cirugía estética, quitar la cicatriz y que te dejen el pecho como estaba. 

Nuestra protagonista se sintió consolada por los comentarios de su hermana y de su amiga, pero no por los de su marido. Es más, se quedó todavía más preocupada. No sólo no había escuchado de él lo que ella quería oír, sino, aún peor, ella entendió que él quería que se hiciera la cirugía estética, esto es, que se sometiera a otra operación, justamente cuando ella le estaba diciendo lo mal que lo había pasado. Así que ella le replicó  No me voy a operar otra vez. Siento mucho si no te gusta mi pecho.  El marido se quedó sorprendido y dolido. Me da igual cómo se vea, a mi me da  igual el aspecto.   Entonces, dijo ella, ¿por qué me dices que me opere?   Bueno, dijo él, porque me acabas de decir que te preocupa cómo se ve. 

Como vemos, es una de esas conversaciones que saca de quicio a las parejas, que parecen ser un ejemplo de incomunicación. Una  de  esas  conversaciones  que  nos  hacen  decir  a  los  hombres No  hay  quien  entienda  a  las mujeres y a las mujeres Los hombres no nos entienden. 

En el  caso que describíamos,  la mujer quería  comprensión, no  consejo. El hombre adoptó el papel de quien resuelve el problema, cuando ella sólo quería solidaridad, comprensión, compartir un sentimiento. De manera que  las mujeres  se  frustran porque  los hombres no  responden a  sus problemas ofreciendo problemas  semejantes  como  testimonio de  identificación  y  a  los hombres nos pasa  lo  contrario. A  las mujeres no les agrada la tendencia masculina de ofrecer soluciones y a los hombres nos fastidia el hecho de que las mujeres no intentan  tanto resolver algunos problemas como hablar de ellos. 

Los ejemplos de las diferencias entre los géneros se podrían multiplicar. Se dice, por ejemplo, que las mujeres hablan más que  los hombres, aunque  los estudios realizados muestran que, al menos en el ámbito público es el hombre el que tiene el control de la palabra más tiempo. Igualmente la tendencia de los hombres a la interrupción es mayor que en las mujeres. 

Con  frecuencia  también  los  hombres  tratan  o  tratamos  de  impresionar  a  las mujeres  dándoles  auténticas conferencias en las que intentamos demostrar nuestro gran conocimiento del mudo en todas sus facetas. 

Los hombres a nuestra vez nos sentimos ninguneados cuando las mujeres nos sugieren de forma cooperativa:  Vamos a hacer esto o lo otro... 

 

Todas estas reflexiones pueden aplicarse a otros ámbitos. Algunos de los parámetros que hemos mencionado sirven también para dar cuenta de las diferencias generacionales, sociales, laborales, etc.  

Por ejemplo, el amor de  los padres hacia  los hijos  se  traduce en preocupación por ellos y en un deseo de solidaridad.  A  medida  que  los  niños  crecen,  los  padres  van  dándoles  cada  vez  más  independencia,  aunque generalmente no al ritmo al que a la prole le gustaría. El adolescente que se enfada porque su padre o su madre insiste en que se ponga una chaqueta o que se acabe el desayuno está interpretado un signo de solidaridad como una  imposición. El metamensaje que el adolescente escucha es Todavía eres un niño al que hay que proteger y decirle las cosas. 

Muchos  temas y problemas podrían plantearse y quizá corregirse si empezáramos a comprender  los estilos conversacionales de los demás: los médicos los de los pacientes y los pacientes los de los médicos, no me refiero 

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ahora a la terminología de llamar cefalea al dolor de cabeza, sino a la necesidad que siente el paciente de que le expliquen, le tranquilicen, etc.; de empleados y jefes, de autoridades y ciudadanos, etc. etc. 

Podemos construir un humanoide, sí, pero, ¿podemos construir un hombre o una mujer? Creo que me quedo con el método tradicional. 

SITUACIONES 

1. Usted entra en un banco, va a  firmar el  impreso para  sacar dinero, pero no  tiene bolígrafo ni hay uno en el 

mostrador ¿Cómo pediría un bolígrafo? 

  a) ¿Tiene un bolígrafo? por favor 

  b) ¿Me deja un bolígrafo? 

  c) ¿Hay un bolígrafo? 

  d) ¿Me presta un bolígrafo? 

  e) ¿Puedo pedirle prestado un bolígrafo? 

  f) Querría un bolígrafo 

  g) ¿Puedo tener un bolígrafo? 

2. Usted va en el tren; hace calor; usted quiere abrir la ventana, pero antes quiere asegurarse de no molestar a los 

otros viajeros. ¿Qué diría usted? 

  a) Me permite que abra la ventana 

  b) Abro la ventana ¿verdad? 

  c) Si no le importa abriré la ventana 

  d) ¿Por qué no abrir la ventana? 

  e) Le importa si abro la ventana 

3)  Imagínese que un policía  le pide  la documentación y, casualmente, usted se ha dejado su pasaporte en casa. 

¿Cómo se lo explicaría al policía? 

  a) Olvidé mis papeles en casa 

  b) Lo siento, mis papeles no están aquí 

  c) Me disculpo por no traer papeles 

  d) Lo siento, no llevo el pasaporte encima 

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4) Un amigo suyo, que sabe que usted ha visto una determinada película, le pregunta si merece la pena ir a verla. 

La verdad es que usted no se aburrió viéndola, pero tampoco fue maravillosa. ¿Cómo expresaría esa opinión? 

  ¿Qué tal la película que fuiste a ver anoche? 

  a) más o menos 

  b) ni fu ni fa 

  c) regular 

  d) no estuvo mal 

  e) indecisa 

5) La señora de su casa le pregunta cómo quiere usted los huevos si fritos o tortilla. A usted le gustan los huevos de 

cualquier manera ¿Cómo expresaría su opinión? 

  a) No me importa 

  b) A mí no me importa 

  c) Valen los dos 

  d) Me da igual 

6) Usted entra en una tienda sin intención de comprar nada. En realidad sólo quiere pasar el rato. El dependiente 

le pregunta ¿Desea algo?, ¿Cómo le contesta usted?    

  a) No 

  b) No, gracias, sólo estoy mirando 

  c) No, sólo miro alrededor 

  d) No deseo algo, gracias     

7) Ayer usted se divirtió mucho en una fiesta. La señora de su casa quiere saber si usted se divirtió y le pregunta 

¿Qué tal anoche? ¿Cómo le contestaría usted? 

  a) Tuve un tiempo magnífico 

  b) Fue muy bien 

  c) Me lo pasé estupendamente 

  d) De puta madre, tía 

  e) Un muermo, oye 

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8) Su intercambio cumple hoy 22 años. ¿Qué le dice usted? 

  a) Te felicito 

  b) Los mejores deseos para tu cumpleaños 

  c) Felicidades 

  d) Enhorabuena 

  e) Qué seas muy feliz 

9) No se encuentra bien; decide llamar por teléfono al médico. ¿Cómo lo hace? 

  a) ¿Podría verme voy? 

  b) Querría ir a su consulta 

  c) ¿Podría darme hora para hoy? por favor 

  d) ¿Podemos tener una cita? 

10) No era su intención, pero ha pisado a una anciana en el pie ¿Cómo se disculpa? 

  a) Excúseme 

  b) ¿Me disculpa?, por favor 

  c) Mis disculpas señora 

  d) Lo siento, ha sido sin querer 

11) Usted quiere  ir al gimnasio y  se entera por un amigo que hay que  traer un  certificado médico,  rellenar un 

impreso, per no está muy seguro de si son necesarias dos fotografías. ¿Cómo lo preguntaría? 

  a) ¿Necesito traer dos fotos? 

  b) ¿Hay que llevar dos fotos? 

  c) ¿Tengo que traer dos fotos? 

  d) ¿Es necesario traer dos fotos? 

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