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SINGAPUR, LA TRANSICIÓN

ORDENADA

Los domingos, al caer elsol, la calle Orchardbulle entre pantallasgigantes, perfumescaros y coches de altagama. Es el reino delconsumo. Cincelado conmano de hierro por LeeKuan Yew, Singapur seha transformado encincuenta años en unode los países másdesarrollados delmundo con un PIB percápita de 85.198 dólares.Pero muchas libertadeshan sido sacrificadas ennombre del progreso.Hoy, una nuevageneración reclama susderechos, pero sin poneren riesgo el legado del«autócrata bueno».

Pablo L. OrosaThinkstockFotografía:

Texto:

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Tras fallecer en marzo «Ah Kong», «el Abuelo»en dialecto hokkien, como todos en Singapurllamaban cariñosamente a Lee Kuan Yew, elmonzón le correspondió con una semana de

intensas lluvias que no acobardaron a los habitantesde la ciudad-Estado. Las colas para presentar sus res-petos ante la capilla ardiente se prolongaron hasta diezhoras. «Todo el mundo deseaba ir. Incluso los días entresemana los trenes iban llenos. Hasta tuvieron que pedirque no acudiésemos más», recuerda Chew Keng. Al fu-neral de Estado acudieron decenas de representantespolíticos de todo el mundo, entre ellos el primer mi-nistro japonés, Shinzo Abe, o el jefe de Gobierno indio,Narendra Modi, en unas honras que la prensa localequiparó a las de Nelson Mandela. Pese a ser un desconocido en Occidente, Lee Kuan

Yew, «el autócrata bueno» como lo denomina el repu-tado autor estadounidense Robert Kaplan en su libro“Asia’s Cauldron”, es una de las figuras más importantesde los últimos cincuenta años. «Uno de los líderes másinteligentes y relevantes del siglo», en palabras del exsecretario de Estado norteamericano Henry Kissinger.En apenas tres décadas, Lee Kuan Yew transformó estediminuto territorio insular de poco más de 700 kiló-metros cuadrados, sin recursos naturales y rodeado deenemigos étnicos e ideológicos, en un Estado del primer

mundo. Sus calles, por las que en los años 60 las ratasdeambulaban entre la basura, son hoy una geografíaimpoluta de rascacielos cristalinos y su puerto, encla-vado en el estrecho de Malaca, una de las rutas comer-ciales más importantes del planeta, es ya uno de losmás activos. De hecho, Singapur es ya el tercer mayorcentro de refinado mundial. «El país no sería hoy loque es si no fuera por Lee Kuan Yew y sus lugartenien-tes, así como la generación pionera de singapurenses»,asegura el profesor de Derecho en la Singapore Mana-gement University, Eugene Tan.Cuando en 1963 la unión con la Federación Malaya,

creada tras la independencia del Imperio británico, sederrumbó víctima de las tensiones étnicas, los dos mi-llones de habitantes de Singapur –un 75% de los cualesera de origen chino, el resto principalmente malayos eindios– confiaron su futuro a Lee Kuan Yew. Este im-puso un férreo contrato social que trajo consigo el pro-greso económico a cambio de limitar derechos y liber-tades individuales y colectivas. «Todo tiene un precio»,concede Chew Keng.El “capitalismo autoritario” de Lee Kuan Yew cata-

pultó el desarrollo de Singapur: las multinacionales re-cibían exenciones fiscales a cambio de formar en susfactorías a trabajadores locales, mientras los sindicatosy la prensa quedaban bajo el control del poder guber-

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namental. Nada en el país escapaba a las directrices delmandatario, quien estableció el inglés como idiomaoficial –en la actualidad, el malayo, el chino mandaríny el tamil son también reconocidos–, impulsó una po-lítica de grandes infraestructuras, servicios y proyectosartísticos que atrajo a una primera hornada de inge-nieros e inversores occidentales, e implantó un códigode buenas prácticas para acabar con la corrupción. HoySingapur es el séptimo país menos corrupto del mundo,según el índice Transparency International, y uno delos más seguros. «Es uno de los pocos sitios en los quepuedes dejar tus cosas sobre la mesa sin temor a quete las roben. Mientras no sea un iPhone», bromea ChewKeng mientras degusta un plato de pollo estofado converduras en uno de los food corners al norte de la ciu-dad. La presencia policial es constante y los barrioscuentan con carteles advirtiendo de los peligros másrecurrentes en cada zona. En Balestier Towers, se pro-dujeron cinco robos en viviendas desde enero.

El cambio para asegurar el pasado.En Singapur tam-bién se está gestando una primavera, pero, a diferenciade la revolución de los paraguas en Hong Kong o los le-vantamientos birmanos de 2007, los deseos de cambiono se han transformado en protestas, ni siquiera enmanifestaciones. El modelo de cambio es educado y

ordenado, tal y como lo diseñó Lee Kuan Yew. Pese adejar su puesto como primer ministro en 1990, cargoque actualmente ocupa su hijo Lee Hsien Loong, la in-fluencia del «padre de la patria» se extiende aún hoy«a todas las facetas de la vida en Singapur». Las políticassobre las que fundamentó el país, «como el bilingüismoy una firme postura sobre las tensiones raciales y reli-giosas», siguen todavía vigentes, asegura Tan. «Junto ala primera generación de líderes, estableció los princi-pios de gobernanza que aún hoy actúan como pilarespara regir el país: diversidad racial, honradez, merito-cracia y pragmatismo; los mejores principios para cons-truir una sociedad inclusiva y una economía vibrante.Un principio añadido es el del desarrollo sostenible ySingapur es una ciudad-jardín precisamente por estaconciencia de la necesidad de equilibrar desarrollo conla saludad ecológica. Este es el legado de Lee Kuan Yew»,añade la doctora Gillian Koh, investigadora del Instituteof Policy Studies (IPS) de la National University of Sin-gapore. Sin embargo, en un país con 7.636 habitantes por ki-

lómetro cuadrado, la falta de espacio es un problemaendémico. El cementerio de Bukit Brown, el mayor cam-posanto chino fuera del gigante asiático, es la últimavíctima del progreso. Más de 4.000 tumbas de este pul-món verde están siendo exhumadas para la construc-

El mundo mástradicional (arriba) yel más moderno(izquierda)confluyen enSingapur. En la doblepágina anterior,«skyline» de laciudad-Estado.

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una de las tasas de desigualdad más altas del mundo,superior incluso a algunos países subdesarrollados. Laausencia de una salario mínimo favorece los abusoslaborales entre la comunidad inmigrante. Así, mientrasuna familia con permiso de residencia obtiene una me-dia de 7.500 euros mensuales, los migrantes percibenpoco más de 500. Durante medio siglo, la llegada de mano de obra ba-

rata formó parte de la fórmula del éxito del «modeloSingapur». Además de ayudar a su economía, la comu-nidad migrante, procedente de Bangladesh, Myanmaro Camboya, contribuía a frenar el progresivo envejeci-miento poblacional del país, cuya tasa de fertilidad esuna de las más bajas del mundo, con 1,2 hijos por mujer.Paralelamente, el Gobierno implantó una política ama-ble para atraer el talento extranjero. De hecho, en losúltimos años muchos ingenieros europeos se han ins-talado en este rincón de Asia escapando de la crisis eco-nómica. Singapur es el único país asiático, junto a Japón,en el que los conductores se detienen voluntariamenteen los pasos de peatones. Sus amplias avenidas, de Or-chard Road al puente Helix, están jalonadas de zonasverdes, parques y viviendas coloniales. Por toda la ciu-dad, los hawkers, vendedores ambulantes, ofrecen unrelato culinario inspirado en el pasado mestizo de sustierras: especialidades chinas, indias y malasias con-forman el ADN gastronómico de la pequeña ciudad-Estado.Hoy, sin embargo, muchos ciudadanos denuncian la

masificación y “colonización” inmigrante. Actualmente,1,46 millones de personas residen y trabajan en el paíscomo no residentes y las previsiones del Gobiernoapuntan a que los extranjeros supondrán casi la mitadde los 6,9 millones de habitantes estimados para 2030,y por eso exigen medidas para frenarla. El problema,apunta Tan, es que «con demasiada frecuencia» en es-tos días, «los singapurenses no aprecian lo suficientelos beneficios de la inmigración y tienden a centrarseen los aspectos negativos»: el incremento de la presióndemográfica, que, pese a los esfuerzos del Ejecutivo porcontrolarla, se traduce en problemas de transporte yen un encarecimiento de los costes de vida.La inmigración, junto al alto coste de la vivienda o

los sueldos de los altos cargos de la Administración,han concentrado las críticas contra el Gobierno del Par-tido de Acción Popular (PAP), fundado por el propioLee Kuan Yew y que, aunque el país es en teoría una re-pública parlamentaria multipartidista, lleva gober-nando desde 1959. En los comicios de 2011, el PAP ob-tuvo el peor resultado de su historia, con el 60% de losvotos –el otro 40% quedó en manos del Partido de losTrabajadores (PT)–, lo que alimentó las expectativas deun cambio histórico.

ción de una autopista y otras miles lo serán si los terre-nos son finalmente edificados. «Desarrollo y patrimoniocultural tienen difícil la convivencia», reconoce ChewKeng, quien desde hace cuatro años lidera una organi-zación que reivindica la conservación del cementerio.Él mismo es consciente de que «hace una década», unmovimiento como el suyo habría sido imposible. El Go-bierno no lo habría tolerado. Hoy Singapur es un paísdistinto para poder seguir siendo el mismo. Desde su retiro político, «Ah Kong» Lee dejó trazada

la ruta del cambio, la ruta para una revolución tranquila.«El cambio es una constante en Singapur e incluso elmodelo de Lee Kuan no es inmune a ello. Nuestro sis-tema político ha ido evolucionando para adaptarse alos deseos de la población de una mayor liberalizaciónpolítica. El mayor legado de Lee Kuan es que, inclusodespués de su muerte, Singapur continúa siendo un Es-tado único», afirma el profesor de la Singapore Mana-gement University. Su hijo, el primer ministro, Lee HsienLoong, aceptó el camino del cambio como la mejor es-trategia para consolidar el legado de su padre. En unaentrevista en “The Washington Post” en 2013, Hsein Lo-ong reconoció que el país debe adaptarse a los nuevostiempos: «Es una generación diferente, una sociedaddiferente y la política será diferente…. Tenemos que tra-bajar de una manera más abierta. Tenemos que aceptarmás el desorden». Educados en las más prestigiosas universidades, las

nuevas generaciones singapurenses exigen más alter-nativas políticas y menos restricciones a sus libertadesy derechos sociales en un país en el que mascar chicleestá prohibido y escupir o arrojar desperdicios multadocon penas que superan los 900 euros. La homosexuali-dad, solo reconocida en el caso de los hombres, es casti-gada con dos años de cárcel. «Aquí tenemos buena edu-cación y un alto nivel de vida, pero nos falta algo. A lagente, no sé cómo decirlo, le falta autenticidad». Las pa-labras de Wei, una joven que trabaja como asistente so-cial en Camboya, resumen el sentimiento de una gene-ración que no conoció las miserias y amenazas de laépoca colonial y la Guerra Fría. Nacidos ya en la pequeñaciudad-Estado cincelada con mano de hierro por LeeKuan Yew, los jóvenes reclaman un nuevo contrato socialque sustituya al que firmaron sus padres cincuentaaños atrás. «Esto no es demasiado sorprendente. Conlas necesidades básicas satisfechas, la atención se centracada vez más en las preocupaciones y aspiraciones post-materiales, como la equidad y la justicia social, la iden-tidad nacional o el control y equilibrio de nuestro sis-tema político», asegura Tan.Con un poder adquisitivo per cápita de más de 85.000

dólares anuales, el tercero del mundo según los datosdel Fondo Monetario Internacional, Singapur presenta

Rascacielos de cristalcomo el de la imagen

pueblan estediminuto territorio

insular de poco másde 700 kilómetros

cuadrados.

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Amparado por el crecimientoeconómico del país, el «padre Lee»impulsó durante sus décadas demandato una costosa política deDefensa encaminada a mitigar suvulnerabilidad geográfica: el Ejército,cuyas fuerzas especiales han sidoentrenadas por Israel, se convirtió enuno de los más modernos del mundo ycuenta con una de las fuerzas aéreasmás poderosas del planeta. Pese a ser elpaís más pequeño del sudeste asiático,su gasto militar sigue siendo en laactualidad el más alto de la región,superando los 9,800 millones dedólares, lo que supone el 18% de todo elpresupuesto estatal.

Cercado por potencias regionalescomo Vietnam o Indonesia, Singapurnecesita de un imponente arsenalmilitar para “disuadir” cualquierinjerencia, apunta Robert Kaplan en suobra. No obstante, explica elprestigioso autor estadounidense, laverdadera amenaza son lasaspiraciones chinas en el marMeridional. Ahí es donde entra enjuego la alianza militar con EEUU,cuyos portaaviones y submarinosfondean habitualmente en la base deChangi Naval. En 2011, más de 150buques de guerra del Ejército de EEUUvisitaron el país. Paralelamente, los U.S.Marine Corps (USMC) y las SingaporeArmed Forces (SAF) realizanbianualmente ejercicios militaresconjuntos. «En caso de crisis o guerraen el mar de la China Meridional –explica el investigador de la S.Rajaratnam School of InternationalStudies de Singapore Collin Koh–,veremos a los EEU intervenir parasalvaguardar la libertad de navegación»de una de las rutas comerciales másimportantes del mundo. Llegados a esepunto, las aguas de Singapur seránclaves para una batalla que dirimirá lageoestrategia del próximo siglo.

Un poder militarclave en la región

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2%-4% al 2%-2,5%, un dato que ha acrecentado los te-mores de una sociedad acostumbrada a presumir deun desarrollo económico imparable. «A los singapuren-ses les encanta presumir de tener una renta superior ala de su antigua metrópoli británica», subraya el directordel Asia Institute Tasmania. Además, deberá afrontarlas demandas de una mayor libertad de prensa –actual-mente el país ocupa el puesto 153 de 180 en el índice deReporteros sin Fronteras–; frenar la inmigración; me-jorar la asistencia social, especialmente a los mayores;aliviar la presión demográfica y rebajar el coste de lavivienda. Paralelamente, aseguran algunos expertos,Lee Hsien Loong preparará su propia sucesión. «En lasdos últimas elecciones (2011 y 2015), el PAP ha incorpo-rado mucha sangre joven. Es probable que si se produceun traspaso de mandato, el actual primer ministro seincline por alguien mucho más joven», augura Koh.A partir de ahí, Singapur debería transformarse de

facto en un sistema multipartidista en el que, por pri-mera vez desde su independencia, se produzca una al-ternancia política que en ningún caso ponga en riesgoel camino marcado por Lee Kuan Yew. «El declive deldominio de un único partido es inevitable y esto notiene necesariamente implicaciones negativas. Habrácambios. No es una cuestión de si los habrá o no, la pre-gunta es cuándo tendrán lugar», concluye Tan.

En un movimiento arriesgado, puesto en duda poralgunos miembros de su propio partido, Hsein Loongejecutó el pasado mes de setiembre un adelanto electo-ral que, ante una oposición dividida, le granjeó una vic-toria aplastante: el PAP controla 83 de los 89 distritosen disputa tras obtener el 69,9 de los votos. «Es muysignificativo el crecimiento en porcentaje de votos delPAP. Demuestra que los singapurenses tienen miedo deun cambio político. Por primera vez, la oposición se pre-sentaba en todos los distritos y por primera vez, la gentetemió una victoria de la oposición. Temían el potencialdel cambio», arguye James Chin, director del Asia Insti-tute Tasmania. «Los ciudadanos sienten que debe haberpolíticos de la oposición en el Parlamento para controlaral PAP, pero también es necesario un Gobierno fuerte»,añade Koh. El fallecimiento de «Ah Kong» Lee y la celebración del

50 aniversario de la independencia del país, que llenódurante meses los medios de comunicación del país deloas a la gestión del PAP, contribuyeron decisivamenteal éxito de Hsein Loong. «Hubo una parte de tributo alpadre fundador y al PAP», asegura Chin. El nuevo Ejecutivo, con Heng Swee Keat como hombre

fuerte de las finanzas, tiene como prioridad relanzar laeconomía del país después de que las previsiones decrecimiento del PIB para 2015 hayan sido rebajadas del

Singapurensespractican running

por las modernas eimpolutas calles de

este enclave.