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Vidasimaginarias-MarcelSchwob

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Marcel Schwob Vidas imaginarias La ciencia de la historia nos sume en laincertidumbre acerca de los individuos. No nos losmuestra sino en los momentos que empalmaroncon las acciones generales. Nos dice que Napoleónestaba enfermo el día de Waterloo, que hay queatribuir la excesiva actividad intelectual de Newtona la absoluta continencia propia de sutemperamento, que Alejandro estaba ebrio cuandomató a Klitos y que la fístula de Luis XIV pudo ser lacausa de algunas de sus resoluciones. Pascalespecula con la nariz de Cleopatra –si hubiese sidomás corta– o con una arenilla en la uretra deCromwell. Todos esos hechos individuales no tienenvalor sino porque modificaron los acontecimientos

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o porque hubieran podido cambiar su ilación.Son causas reales o posibles. Hay que dejarlas paralos científicos.El arte es lo contrario de las ideas generales,describe sólo lo individual, no desea sino lo único.No clasifica, desclasifica.En tanto como a nosotros atañe, nuestras ideasgenerales pueden ser similares a las que rigen en elplaneta Marte y tres líneas que se cortan forman untriángulo en todos los puntos del universo. Peromírese una hoja de árbol, sus nervadurascaprichosas, sus tintes que varían con la sombra y elsol, la protuberancia que ha levantado en ella lacaída de una gota de lluvia, la picadura que le dejóun insecto, el rastro plateado del pequeño caracol,el primer dorado mortal que le imprimió el otoño;búsquese una hoja exactamente igual en todos losgrandes bosques de la tierra; lanzo el desafío. Nohay ciencia del tegumento de un foliolo, de losfilamentos de una célula, de la curvatura de unavena, de la manía de una costumbre, de los

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arranques de un carácter. Que un hombre hayatenido la nariz torcida, un ojo más arriba que otro,la articulación del brazo nudosa; que hayaacostumbrado comer pechuga de pollo a una horadeterminada, que haya preferido el Malvoisie alChateau-Margaux, eso es lo que no tiene paralelo enel mundo. Lo mismo que Sócrates, Tales hubierapodido decir NOO-IEFAYTON, pero no se habríafrotado la pierna de la misma manera, en la prisión,antes de beber la cicuta. Las ideas de los grandeshombres son patrimonio común de la humanidad;lo único que cada uno de ellos poseyó realmentefueron sus rarezas. El libro que describiera a unhombre con todas sus anomalías sería una obra dearte similar a una estampa japonesa en la cual se veeternamente la imagen de una pequeña oruga vistauna vez a una hora particular del día.Las historias callan estas cosas. En la árida colecciónde materiales que suministran los testimonios nohay muchos resquicios singulares e inimitables. LOSbiógrafos, los antiguos sobre todo, son avaros.Como casi todo lo que estimaban era la vida públicao la gramática, lo que nos transmitieron de los

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grandes hombres fueron sus discursos y los títulosde sus libros. Fue Aristófanes mismo quien nos diola alegría de saber que era calvo y si la nariz chatade Sócrates no hubiese sido objeto decomparaciones literarias, si su costumbre de andardescalzo no hubiese sido parte de su sistemafilosófico de desprecio por el cuerpo, no habríamosconservado de él sino sus interrogatorios sobremoral. Los comadreos de Suetonio son sólopolémicas llenas de rencor. El buen genio dePlutarco a veces hizo de él un artista; pero no supocomprender la esencia de su arte, puesto queimaginó "paralelas" ¡como si dos hombres descritosexactamente con todos sus detalles pudiesenparecerse! No queda más que consultar a Ateneo, aAulio Gelio, a los Escoliastas y a Diógenes Laercio,quien creyó haber compuesto una especie dehistoria de la filosofía.El sentimiento de lo individual se ha desarrolladomás en los tiempos modernos. La obra de Boswellsería perfecta si no hubiese creído necesario citar lacorrespondencia de Johnson y hacer digresionessobre sus libros. Las vidas de las personas

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eminentes de Aubrey son más satisfactorias. Aubreytuvo, sin duda, instinto de biógrafo. ¡Es lamentableque el estilo de este excelente anticuario no esté a laaltura de su concepción! Su libro hubiese sido larecreación eterna de los espíritus avisados. Aubreynunca experimentó la necesidad de establecer unarelación entre los detalles individuales y las ideasgenerales. Le bastaba con que otros hubiesenseñalado para la celebridad a los hombres por loscuales se interesaba. Casi nunca se sabe si habla deun matemático, de un hombre de Estado, de unpoeta o de un relojero, pero cada uno de ellos tienesu rasgo único, que lo diferencia para siempre entretodos los hombres.El pintor Hokusaí esperaba alcanzar el ideal de suarte cuándo tuviera ciento diez años. En esemomento, decía, todo punto, toda línea trazados porsu pincel cobrarían vida. Por vida entiéndaseindividualidad. No hay nada más parecido entre síque los puntos y las líneas; la geometría sefundamenta en ese postulado. El arte perfecto deHokusaí exigía que nada fuera más diferente.Asimismo, el ideal del biógrafo sería diferenciar al

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infinito el aspecto de dos filósofos que hubieseninventado poco más o menos la misma metafísica.Es por esto que Aubrey, que se consagraúnicamente a los hombres, no alcanza la perfección,pues no ha sabido consumar la milagrosatransformación que Hokusaí esperaba de lasemejanza en la diversidad. Pero Aubrey no habíallegado a la edad de ciento diez años. Es muyestimable, no obstante, y se daba cuenta del alcancede su libro. "Recuerdo –dice en su prefacio aAnthony Wood– una frase del general Lambert:"that the best of men are but men at the best" de locual se encontrarán muchos ejemplos en esta arduay precipitada colección. Por ello estos arcanos nodeberán ser expuestos a la luz sino dentro de unostreinta años. Conviene, efectivamente, que el autor ylos personajes (como los nísperos) estén podridosantes".Se podría descubrir en los predecesores de Aubreyalgunos rudimentos de su arte. Así DiógenesLaercio nos informa que Aristóteles llevaba en elestómago una bolsa de cuero llena de aceite calientey que en su casa se encontró, después de su muerte,

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una gran cantidad de vasijas de tierra. No sabremosnunca lo que Aristóteles hacía con todo esecacharrerío. Y el misterio es tan agradable como lasconjeturas en las cuales Roswell nos deja sumidosacerca del uso que Johnson hacía de las cáscaras denaranja secas que acostumbraba guardar en susbolsillos. En esto Diógenes Laercio se alza casi a losublime del inimitable Boswell. Pero estos sonplaceres raros. Aubrey, en cambio, nos los ofrece encada línea. "Milton –nos dice– pronunciaba la letra Rmuy dura". Spencer "era un hombre pequeño,llevaba los cabellos cortos, una pequeña gorguera ypequeños puños de encaje". Barclay vivía enInglaterra allá por la época tempore R. Jacobi. Eraentonces un hombre viejo, de barba blanca yllevaba un sombrero con plumas, lo queescandalizaba a algunas personas serias". A Erasmo"no le gustaba el pescado, no obstante haber nacidoen una ciudad pesquera". En cuanto a Bacon"ninguno de sus servidores osaba presentarse anteél sin botas de cuero de España, pues olíainmediatamente el olor a cuero de becerro, que leera desagradable". El doctor Fuller "tenía la cabezatan metida en su trabajo que, mientras se paseaba y

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tan metida en su trabajo que, mientras se paseaba ymeditaba antes de cenar, comía un pan de doscentavos sin darse cuenta". Acerca de Sir WilliamDavenant hace esta observación: "Yo estaba en suentierro; tenía un féretro de nogal. Sir John Denhamaseguró que era el más hermoso féretro quehubiese visto nunca". A propósito de Ben Jonsonescribe: "Oí decir al señor Lacy, el actor, que tenía lacostumbre de usar una capa parecida a una capa decochero, con aberturas debajo de las axilas". Estofue lo que lo impresionó de William Pryne: "Sumanera de trabajar era esa. Se ponía un largo gorropuntiagudo que le caía por lo menos dos o trespulgadas sobre los ojos y que le servía comopantalla para proteger sus ojos de la luz y cada treshoras más o menos, su criado debía llevarle un pany un jarro de cerveza para que se refocilara suánimo; de modo que trabajaba, bebía y masticaba supan y esto lo entretenía hasta la noche, cuandotomaba una buena cena". Hobbes "se puso muycalvo en su vejez; no obstante, en su casa, tenía lacostumbre de trabajar con la cabeza descubierta ydecía que nunca sentía frío pero que lo que más lefastidiaba era el tratar de impedir que las moscas

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fueran a posarse en su calvicie". No nos dice nadadel Océano, de John Harrington, pero nos cuentaque el autor, "A¡ Ddi 1660, fue enviado prisionero ala Torre, donde se lo encerró y después a PortseyCastle. Su estancia en esas prisiones (dado que eraun gentilhombre de mucho espíritu y cabezacaliente) fue la causa procatártica de su delirio o desu locura, que no fue furiosa; conversaba demanera bastante razonable y era de trato muyplacentero; pero lo asaltó la fantasía de que susudor se convertía en moscas y a veces en abejas adcelera sobrius e hizo construir una versátil casillade tablas en el jardín del señor Hart (en frente de St.James's Parle) para hacer un experimento. La volvíahacia el sol y se sentaba enfrente; después hacíaque le llevaran sus colas de zorro para espantar yaniquilar a todas las moscas y abejas que allí seencontraran; en seguida cerraba todo.Ahora bien; este experimento lo hacía sólo en épocade calor, de manera que algunas moscas seocultaban en las hendiduras y en los pliegues de lascortinas Al cabo de un cuarto de hora, más o menos,el calor hacía salir de su agujero a una mosca o dos,

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o más. Entonces exclamaba: ¿No ven claramenteque salen de mí?"He aquí todo lo que nos dice de Meriton. "Suverdadero nombre era Head. El señor Bovey loconocía bien. Nació en. . . Era librero en LittleBritain. Había vivido con los gitanos. Tenía elaspecto de un pillo con sus ojos picaros. Podíarevestir no importa qué forma. Quebró dos o tresveces. Fue librero por fin, o cerca de su fin. Seganaba la vida con sus borroneos. Le pagaban 20chelines la hoja. Escribió unos cuantos libros: TheEnglish Rogue, The Art of Wheadling, etcétera.Ahogóse camino de Plymouth en alta mar hacia1676, a la edad de 50 años, más o menos.Se ha de citar por fin su biografía de Descartes: Meur. RENATUS DESCARTES "Nobilis Gallus, Perroni Dominus, summus

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Mathematicus et Philosophus, matus Turonum,pridie Calendas Apriles 1596. Denatus Holmiae,Calendis Februari, 1650 (Encuentro esta inscripciónal pie de su retrato por C. V. Dalen). Cómo pasó sutiempo en su juventud y con qué método llegó a sertan sabio, él mismo lo cuenta al mundo en sutratado intitulado De la Méthode. La Sociedad deJesús se jacta de que en la orden haya recaído elhonor de educarlo. Vivió algunos años en Egmont(cerca de La Haya) en donde dató varios de suslibros. Era un hombre demasiado sensato comopara cargar con una mujer; pero, dado que erahombre, tenía los deseos y apetitos de un hombre.Por eso mantenía a una hermosa mujer de buenacondición a la que amaba y con la cual tuvo algunoshijos (creo que dos o tres). Sería muy sorprendenteque, salidos de los riñones de un tal padre, nohubiesen recibido una buena educación. Era taneminentemente sabio que todos los sabios lovisitaban y muchos de ellos le rogaban que lesmostrara sus. . . de instrumentos (en esa época laciencia matemática estaba fuertemente ligada alconocimiento de los instrumentos y, tal como lodecía el Sr. H. S., a la práctica de los trucos).

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decía el Sr. H. S., a la práctica de los trucos).Entonces sacaba un pequeño cajón de debajo de lamesa y les mostraba un compás que tenía uno desus brazos roto; y después, como regla, usaba unahoja de papel doblada en dos". Está claro queAubrey tuvo perfecta conciencia de su trabajo. Nose crea que desconociera el valor de las ideasfilosóficas de Descartes o de Hobbes. No era eso loque le interesaba. Nos dice muy claramente queDescartes mismo expuso su método al mundo. Noignora que Harvey descubrió la circulación de lasangre, pero prefiere anotar que ese gran hombrepasaba sus insomnios paseándose en camisa, quetenía mala letra y que los más célebres médicos deLondres no hubieran dado ni cinco centavos poruna de sus recetas. Está seguro de habernosinstruido acerca de Francis Bacon cuando nosexplica que tenía ojos vivaces y delicados color dealmendra y parecidos a los de una víbora. Pero noes tan grande artista como Holbein. No sabe fijarpor la eternidad a un individuo por sus rasgosespeciales en un fondo de semejanza con el ideal. Leda vida a un ojo, a la nariz, a la pierna, a la mueca desus modelos, pero no sabe animar el rostro. El viejo

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Hokusaí veía bien que había que llegar a hacerindividual lo que hay de más general. Aubrey notuvo la misma penetración. Si el libro de Boswellcupiera en diez páginas, sería la obra de arteesperada. El sentido común del doctor Johnson estácompuesto por los lugares comunes más vulgares; yexpresado con la violencia extravagante queBoswell supo pintar, tiene una calidad única en estemundo. Sólo que ese pesado catálogo se parece alos mismos diccionarios del doctor; de él podríainferirse una Scientia Johnsoniana, con un índice.Boswell no tuvo el coraje estético de escoger.El arte del biógrafo consiste justamente en laelección. No tiene que preocuparse por ser veraz;debe crear sumido en un caos de rasgos humanos.Leibnitz dijo que para hacer el mundo Dios eligió elmejor de entre los posibles. El biógrafo, como unadivinidad inferior, sabe elegir de entre los posibleshumanos, aquel que es único. No debe equivocarseacerca del arte así como Dios no se equivocó acercade la bondad. Es necesario que el instinto de los dossea infalible. Pacientes demiurgos han acumuladopara el biógrafo ideas, movimientos de fisonomía,

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acontecimientos, Su obra se encuentra en lascrónicas, las memorias, las correspondencias y losescolios. De esta grosera aglomeración el biógrafoentresaca lo necesario para componer una formaque no se parezca a ninguna otra. No es de utilidadque sea parecida a aquella que fue creada otrorapor un dios superior, con tal que sea única, comotoda nueva creación.Los biógrafos, por desgracia, han creído,generalmente, que eran historiadores y así nos hanprivado de retratos admirables. Supusieron quesólo la vida de los grandes hombres podíainteresarnos. El arte es ajeno a esasconsideraciones. Para un pintor el retrato de unhombre desconocido por Cranach tiene tanto valorcomo el retrato de Erasmo. No es gracias al nombrede Erasmo que ese cuadro es imitable. El arte de unbiógrafo radicaría en atribuirle tanto valor a la vidade un pobre actor como a la vida de Shakespeare.Es un bajo instinto lo que nos hace notar con placerel acortamiento del esternomastoideo en el bustode Alejandro o la mecha en la frente en el retrato deNapoleón. La sonrisa de Mona Lisa, de la cual no

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sabemos nada (tal vez sea un rostro de hombre) esmás misteriosa. Una mueca dibujada por Hokusaílleva a más profundas meditaciones. Si se tratase decultivar el arte en el cual descollaron Boswell yAubrey no habría, sin ninguna duda, que describirminuciosamente al más grande hombre de sutiempo, o anotar la característica de los máscélebres del pasado, sino contar con el mismoesmero las existencias únicas de los hombres, asíhayan sido divinos, mediocres o criminales.EMPEDOCLES Dios supuesto Nadie sabe cuál fue su cuna ni cómo llegó a estatierra. Apareció en las cercanías de las orillasdoradas del río Acragas, en la bella ciudad deAgrigento poco después del tiempo en que Jerjeshizo azotar al mar con cadenas. La tradición refiere

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solamente que su abuelo se llamaba Empédocles;nadie lo conoció. Sin duda esto ha de entendersecomo que era hijo de sí mismo, tal como cuadra aun Dios. Pero sus discípulos aseguran que antes derecorrer en su gloria los campos de Sicilia, ya habíapasado por cuatro existencias en nuestro mundo, yque había sido planta, pez, pájaro y muchacha.Llevaba un manto de púrpura sobre el cual caíansus largos cabellos, alrededor de la cabeza unabanda de oro, en los pies sandalias de bronce y enlas manos guirnaldas trenzadas de lana y delaureles.Por la imposición de sus manos curaba a losenfermos y recitaba versos a la manera homérica,con acento pomposo, subido a un carro y con lacabeza levantada hacia el cielo. Mucha gente depueblo lo seguía y se prosternaba ante él paraescuchar sus poemas. Bajo el cielo puro quealumbra los trigales, los hombres llegaban de todaspartes a Empédocles, con sus brazos cargados deofrendas. Él los dejaba boquiabiertos cantándoles labóveda divina, hecha de cristal, la masa de fuego ala que llamamos sol y el amor, que lo contiene todo,

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semejante a una vasta esfera.Todos los seres –decía– no son sino pedazosdesprendidos de esa esfera de amor en la cual seinsinuó el odio. Y lo que llamamos amor es el deseode unirnos y de fundirnos y de confundirnos, comoestábamos antes, en el seno del dios globular que ladiscordia rompió. Invocaba el día en que la esferadivina se inflaría después de todas lastransformaciones de las almas. Pues el mundo queconocemos es obra del odio y su disolución seráobra del amor. Así cantaba por las ciudades y porlos campos; y sus sandalias de bronce llegadas deLaconia tintineaban en sus píes y delante de élsonaban címbalos. Mientras tanto, de las fauces delEtna surgía una columna de humo negro queechaba su sombra sobre Sicilia.Semejante a un rey del cielo, Empédocles estabaenvuelto en púrpura y ceñido de oro, mientras quelos pitagóricos iban con sus leves túnicas de lino,con calzado hecho con papiros. Se decía que sabíahacer desaparecer las légañas, disolver los tumoresy sacar los dolores de los miembros; se le suplicaba

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que hiciese cesar las lluvias o los huracanes;conjuró las tempestades en un círculo de colinas; enSelinonte echó a la fiebre volcando dos ríos en ellecho de un tercero; y los habitantes de Selinonte loadoraron y le levantaron un templo y acuñaronmedallas en las cuales su imagen estaba colocadacara a cara con la imagen de Apolo.Otros sostienen que fue adivino instruido por losmagos de Persia, que dominaba la necromancia y laciencia de las hierbas que vuelven loco. Un día,cuando cenaba en lo de Anquitos, un hombrefurioso irrumpió en la sala, la espada en alto.Empédocles se incorporó, tendió el brazo y cantólos versos de Homero sobre la nepenta que da lainsensibilidad. E inmediatamente la fuerza de lanepenta aferró al furioso, y éste quedó inmóvil, conla espada en el aire, olvidado de todo, como sihubiese bebido el dulce veneno mezclado con elvino espumoso de una crátera.Los enfermos iban a él en las afueras de lasciudades y era rodeado por una multitud demiserables. Había mujeres mezcladas en su séquito.

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Besaban los bordes de su capa preciosa. Una deellas se llamaba Panthea, era hija de un noble deAgrigento. Debía ser consagrada a Artemis, perohuyó lejos de la fría estatua de la diosa y consagrósu virginidad a Empédocles. Nunca se vieron signosde su amor, pues Empédocles preservaba suinsensibilidad divina. No profería palabras como nofuera en metro épico y en el dialecto de Jonia, apesar de que el pueblo y sus fieles se valiesen sólodel dórico. Todos sus gestos eran sagrados. Cuandose acercaba a los hombres era para bendecirlos opara curarlos. Casi todo el tiempo permanecíasilencioso. Ninguno de aquellos que lo seguían pudojamás sorprenderlo en medio del sueño. Se lo viosólo majestuoso.Panthea iba vestida de fina lana y de oro. Peinabasus cabellos a la rica moda de Agrigento, donde lavida se deslizaba blandamente. Sostenía sus senosuna almilla roja y las suelas de sus sandaliasestaban perfumadas. Por lo demás, era bella y largade cuerpo y de color muy deseable. Era imposibleasegurar que Empédocles la amase, pero tuvopiedad de ella. En efecto, el soplo asiático engendró

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la peste en los campos sicilianos. Muchos hombresfueron tocados por los dedos negros del flagelo. Yhasta los cadáveres de los animales cubrían losbordes de las praderas y por un lado y otro se veíaovejas peladas, muertas con el hocico vuelto hacia elcielo, con sus costillas salientes. Y Panthea comenzóa languidecer por esta enfermedad. Cayó a los piesde Empédocles y no respiraba más. Aquellos que larodeaban levantaron sus miembros rígidos y losbañaron en vinos y aromas. Desataron la almillaroja que ceñía sus jóvenes senos y la envolvieroncon vendas. Y su boca entreabierta fue cerrada conun broche y sus ojos huecos ya no contemplaban laluz.Empédocles la miró, desprendió el círculo de oroque le ceñía la frente y se lo impuso. Depositó ensus senos la guirnalda de laurel profético, cantóversos desconocidos sobre la migración de lasalmas y le ordenó por tres veces que se levantara yanduviera. La muchedumbre estaba llena de terror.Al tercer llamado, Panthea salió del reino de lassombras y su cuerpo se animó y se irguió sobre suspies, todo envuelto en las vendas funerarias. Y el

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pueblo vio que Empédocles era evocador de losmuertos.Pasiánates, padre de Panthea, acudió a adorar alnuevo dios. Se tendieron mesas bajo los árboles desus campos para ofrecerle libaciones. A los lados deEmpédocles había esclavos que sostenían grandesantorchas. Los heraldos proclamaron, como en losmisterios, el silencio solemne. De pronto, la terceravelada, las antorchas se apagaron y la nocheenvolvió a los adoradores. Y hubo una voz fuerteque llamó: ¡Empédocles! Cuando se hizo la luz,Empédocles había desaparecido. Los hombres novolvieron a verlo. Un esclavo espantado contó quehabía visto una saeta roja que surcaba las tinieblashacia la cima del Etna. Los fieles treparon lascuestas estériles de la montaña a la luz melancólicadel alba. El cráter del volcán vomitaba un haz dellamas. Se encontró, en el poroso brocal de lava querodea el abismo ardiente, una sandalia de bronceretorcida por el fuego.

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EROSTRATO Incendiario La ciudad de Efeso, donde nació Herostratos, seextendía en la desembocadura del Caistro, con susdos puertos fluviales, hasta los muelles delPanormo, de donde se veía, por sobre la mar deprofundos colores, la línea brumosa de Samos.Rebosaba de oro y de tejidos, de lanas y de rosas,desde que los magnesios, sus perros de guerra ysus esclavos que lanzaban venablos, habían sidovencidos a orillas del Meandro; desde que lamagnífica Mileto había sido arruinada por lospersas. Era una ciudad indolente, donde se festejabaa las cortesanas en el templo de Afrodita Hetaira.

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Los efesios llevaban túnicas amórginas,transparentes, vestimentas de lino hilado en larueca, color de violeta, de púrpura y de azafrán,sarapides de color amarillo manzana y blancas yrosadas, paños de Egipto color de jacinto, con losresplandores del fuego y los movedizos matices delmar y calasiris de Persia, de tejido tupido, liviano,con todo su fondo escarlata salpicado con granosde oro con forma de copelas.Entre la montaña de Prion y un alto "acantiladoescarpado, se divisaba, a orillas del Caistro, el grantemplo de Artemisa. Habían hecho falta cientoveinte años para construirlo. Figuras tiesas ornabansus habitaciones interiores, cuyos techos eran deébano y ciprés. Las pesadas columnas que losostenían estaban embadurnadas con minio. La salade la diosa era pequeña y ovalada. En el medio selevantaba una piedra negra prodigiosa, cónica yreluciente, con marcas de un dorado lunar, que erala propia Artemisa. El altar triangular tambiénestaba tallado en una piedra negra. Otras mesas,hechas de losas negras, estaban perforadas conagujeros a espacios regulares para dejar que

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corriera la sangre de las víctimas. De las paredespendían anchas hojas de acero, con empuñadura deoro, que se usaban para abrir las gargantas, y elpiso pulido estaba sembrado de vendasensangrentadas. La gran piedra sombría tenía dostetas duras y puntiagudas. Así era la Artemisa deEfeso. Su divinidad se perdía en la noche de lastumbas egipcias y había que adorarla según losritos persas. Poseía un tesoro encerrado en unaespecie de colmena pintada de verde, cuya puertapiramidal estaba erizada de clavos de bronce. Allí,entre los anillos, las grandes monedas y los rubíes,yacía el manuscrito de Heráclito, quien habíaproclamado el reino del fuego. El mismo filósofo lohabía depositado allí, en la base de la pirámide,cuando la estaban construyendo.La madre de Herostratos era violenta y orgullosa.Nunca se supo cuál era su padre. Herostratosdeclaró más tarde que era hijo del fuego. Su cuerpoestaba mareado, debajo de la tetilla izquierda, conuna medialuna, que pareció arder cuando se lotorturó. Las que asistieron a su nacimientopredijeron que estaría sometido a Artermisa. Fue

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colérico y permaneció virgen. Su rostro estabacorroído por líneas obscuras y el tinte de su piel eranegrusco. Desde la infancia le gustó pararse bajo elalto acantilado, cerca del Artemision. Miraba pasarlas procesiones de ofrendas. Debido a que seignoraba todo acerca de su raza, no pudo llegar aser sacerdote de la diosa a la cual se creíaconsagrado. El colegio sacerdotal debió prohibirlevarias veces la entrada a la nao donde esperabadescorrer el tejido precioso y pesado que velaba aArtemisa. Eso le inspiró odio y juró violar el secreto.El nombre de Herostratos le parecía incomparableasí como su propia persona le parecía superior atoda la humanidad. Deseaba la gloria. En unprincipio se plegó a los filósofos que enseñaban ladoctrina de Heráclito; pero ellos no sabían nada dela parte secreta, puesto que ésta estaba encerradaen la pequeña célula piramidal del tesoro deArtemisa. Herostratos sólo conjeturó la opinión delmaestro. Se endureció en el desprecio de lasriquezas que lo rodeaban. Su desagrado por elamor de las cortesanas era extremado. Se creyó queguardaba su virginidad para la diosa. Pero Artemisa

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no tuvo nada de piedad para con él. El colegio deGerusia, que custodiaba el templo, lo juzgópeligroso. El sátrapa permitió que lo exiliasen a lasafueras. Vivió en una ladera del Keressos, en unacueva cavada por los antiguos. Desde allí acechaba,a la noche, las lámparas sagradas del Artemision.Algunos suponen que iniciados persas fueron hastaallí a conversar con él. Pero es más probable que sudestino se le revelara de golpe.En efecto; al ser torturado confesó que habíacomprendido de repente el sentido de la palabraHeráclito, el camino de lo alto, y porqué la filosofíahabía enseñado que el alma mejor es la más seca yla más inflamada. Atestiguó que su alma, en esesentido, era la más perfecta y que él había queridoproclamarlo. No reconoció ningún otro motivo a suacción como no fuera la pasión por la gloria y laalegría de oír proferir su nombre. Dijo que sólo sureino hubiera sido absoluto, puesto que no se leconocía ningún padre y que Herostratos hubierasido coronado por Herostratos, que era hijo de suobra y que su obra era la esencia del mundo; quede ese modo habría sido al mismo tiempo rey,

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filósofo y dios, único entre los hombres.El año 356, en la noche del 21 de, julio, la luna no sehabía levantado en el cielo y el deseo deHerostratos había cobrado una fuerza tan inusitadaque resolvió violar la cámara secreta de Artemisa.Se deslizó entonces por el camino de la montañahasta la orilla del Caistro y trepó los escalones deltemplo. Los sacerdotes guardianes dormían junto alas lámparas santas. Herostratos tomó una ypenetró en la nao.Aquello exhalaba un fuerte olor a aceite de nardo.Las aristas negras del techo de ébanoresplandecían. El óvalo de la cámara estaba divididopor la cortina tejida con hilo de oro y de púrpuraque ocultaba a la diosa. Herostratos, jadeante devoluptuosidad, la arrancó. Su lámpara alumbró elcono terrible de tetas erectas. Herostratos las tomócon las dos manos y besó con avidez la piedradivina. Después dio una vuelta alrededor de ella yadvirtió la pirámide verde donde estaba el tesoro.Tomó los clavos de bronce de la puertecita y laarrancó. Hundió sus dedos en las joyas vírgenes.

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Pero sólo tomó el rollo de papiro en el cualHeráclito había inscrito sus versos. Al resplandor dela lámpara sagrada los leyó y supo todo.Enseguida exclamó: "¡El fuego, el fuego!"Tomó la cortina de Artemisa y acercó la mechaencendida al borde inferior. La tela ardió, primerolentamente; después, alimentada por los vaporesdel aceite perfumado en el cual estaba impregnada,la llama subió, azulada, hacia el techo de ébano. Elterrible cono reflejó el incendio.El fuego se enroscó en los capiteles de las columnas,se arrastró a lo largo de las bóvedas. Una por una,las placas de oro consagradas a la poderosaArtemisa cayeron de donde estaban suspendidas alas baldosas con resonancias de metal. Después elhaz fulgurante estalló sobre el techo e iluminó elacantilado. Las tejas de bronce se desplomaron.Herostratos se erguía en el resplandor, clamando sunombre en medio de la noche.Todo el Artemision fue un cúmulo rojo en el centrode las tinieblas. Los guardias apresaron al criminal.

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Se lo amordazó para que cesara de gritar su propionombre. Fue arrojado a los sótanos, atado, duranteel incendio.Artajerjes, inmediatamente, envió la orden detorturarlo. No quiso confesar sino lo que ya se dijo.Las doce ciudades de Jonia prohibieron, so pena demuerte, que se transmitiera su nombre a las edadesfuturas. Pero el murmullo lo hizo llegar hastanosotros. La noche en que Herostratos quemó eltemplo de Efeso vino al mundo Alejandro, rey deMacedonia.

CRATES

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Cínico Nació en Tebas, fue discípulo de Diógenes y conociótambién a Alejandro. Su padre, Ascondas, era rico Yle dejó doscientos talentos. Un día, cuando había idoa ver una tragedia de Eurípides, se sintió inspiradoante la aparición de Telefo, rey de Misia, vestido conharapos de mendigo y con una cesta en la mano. Selevantó en el teatro y anunció con voz fuerte quedistribuiría entre quienes los quisieran losdoscientos talentos de su herencia y que desde esemomento las vestimentas de Telefo le seríansuficientes. Los tebanos se pusieron a reír y seamontonaron delante de su casa; no obstante, élreía más que ellos. Les arrojó su dinero y susmuebles por las ventanas, tomo un manto de tela yuna alforja; luego se fue.Al llegar a Atenas vagabundeó por las calles ydescansó apoyando las espaldas en las murallas, en

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medio de los excrementos. Puso en práctica todo loque aconsejaba Diógenes. Su tonel le pareciósuperfino. A juicio de Crates, el hombre no era deningún modo un caracol ni un paguro. Viviócompletamente desnudo en medio de la basura yrecogió cortezas de pan, aceitunas podridas yespinas de pescado seco para llenar su alforja.Decía que esa alforja era una ciudad amplia yopulenta donde no se encontraba parásitos nicortesanas y que producía para su rey suficientetomillo, ajo, higos y pan. Así Crates cargaba su patriaen sus espaldas y se alimentaba de ella.No se mezclaba en los asuntos públicos, ni siquierapara burlarse de ellos y no era afecto a insultar alos reyes. No aprobó de ningún modo esa actitud deDiógenes quien, habiendo gritado un día,"¡Hombres, acercaos!", golpeó con su bastón a losque habían acudido y les dijo "¡Llamé a hombres, noa excrementos!". Crates fue tierno con los hombres.Nada lo inquietaba. Las llagas le eran familiares.Lamentaba mucho no tener el cuerpo lo bastanteflexible como para poder lamerlas, como hacen losperros. Deploraba también la necesidad de valerse

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de alimentos sólidos y de beber agua. Pensaba queel hombre debía bastarse a sí mismo, sin ningunaayuda exterior. Por lo menos, no iba a buscar aguapara lavarse. Si la mugre lo molestaba, seconformaba con frotarse el cuerpo contra lasmurallas, pues había observado que era así comoprocedían los asnos. Hablaba rara vez de los diosesy no le importaban; lo mismo le daba que loshubiese o no y sabía muy bien que no podríanhacerle nada. Por otra parte, les reprochaba elhaber hecho desgraciados a los hombresdeliberadamente, al volverles el rostro hacia el sol yprivarlos de la facultad que tienen la mayoría de losanimales, la de caminar en cuatro patas. Puesto quelos dioses decidieron que hay que comer para vivir,pensaba Crates, debían haber vuelto el rostro de loshombres hacia la tierra, donde crecen las raíces;nadie podría alimentarse de aire o de estrellas.La vida no fue generosa con él. A fuerza de exponersus ojos al polvo acre de la Ática tuvo légañas. Unaenfermedad de la piel desconocida lo cubrió detumores. Se rascó con sus uñas, que nuncarecortaba y observó que así obtenía doble

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provecho, pues las iba desgastando al mismotiempo que experimentaba alivio. Sus largoscabellos llegaron a parecerse a fieltro grueso y losdispuso en su cabeza de modo que lo protegieronde la lluvia y del sol.Cuando Alejandro fue a verlo, no le dirigió palabrasmordaces, pero lo consideró como un espectadormás, sin hacer ninguna diferencia entre el rey y lamuchedumbre. Crates no tenía opinión de losgrandes. Le importaban tan poco como los dioses.Sólo los hombres le preocupaban y la manera depasar la existencia con la mayor simplicidad quefuera posible. Las recriminaciones de Diógenes lohacían reír, no menos que sus pretensiones dereformar las costumbres. Crates se creía muy porencima de preocupaciones tan vulgares.Transformaba la máxima inscrita en el frontón deltemplo de Delfos y decía: "Vive tú mismo". La ideade un conocimiento cualquiera le parecía absurda.Lo único que estudiaba era las relaciones de sucuerpo con lo que le era necesario, tratando dereducirlas tanto como fuera posible. Diógenesmordía como los perros, pero Crates vivía como los

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perros.Tuvo un discípulo, el nombre del cual era Metrocles.Era un joven rico de Maronea. Su hermanaHiparquia, bella y noble, se enamoró de Crates. Estácomprobado que lo amó y que fue a buscarlo. Lacosa parece imposible, pero es cierto. Nada ladesalentó, ni la suciedad del cínico, ni su pobrezaabsoluta, ni el horror de su vida pública. Él leprevino que vivía como los perros, en las calles, yque buscaba huesos en los montones de basura. Leadvirtió que nada de su vida en común seríaocultado y que la poseería públicamente, cuando eldeseo lo asaltara, como los perros hacen con lasperras. Hiparquia ya sabía todo eso. Sus padrestrataron de retenerla; ella los amenazó con matarse.Tuvieron piedad de ella. Entonces ella abandonó elpueblo de Maronea, completamente desnuda, conlos cabellos colgantes, cubierta sólo por una viejatela, y vivió con Crates, vestida igual que él. Se diceque tuvo de ella un hijo, Pasicles; pero nada segurohay al respecto.Esta liparquia fue, según parece, buena con los

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pobres y compasiva; acariciaba a los enfermos consus manos; lamía sin ninguna repugnancia lasheridas sangrientas de aquellos que sufrían,persuadida de que eran para ella lo que las ovejasson para las ovejas, lo que los perros son para losperros. Si hacía frío, Crates e Hiparquia seacostaban apretados contra los pobres y tratabande darles algo del calor de sus cuerpos. Lesprestaban la ayuda muda que los animales seprestan los unos a los otros. No tenían ningunapreferencia por ninguno de aquellos que seacercaban a ellos. Les bastaba con que fuesenhombres.Esto es todo lo que llegó a nosotros acerca de lamujer de Crates; no sabemos cuando murió nicómo. Su hermano Metrocles admiraba a Crates y loimitó. Pero nunca tenía tranquilidad. Su salud estabatrastornada por flatulencias continuas que no podíacontener. Desesperó y resolvió morir. Crates seenteró de su desdicha y quiso consolarlo. Comióuna buena cantidad de altramuces y fue a ver aMetrocles. Le preguntó si era la vergüenza de suenfermedad lo que lo afligía de tal manera.

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Metrocles confesó que no podía soportar esadesgracia. Entonces Crates, hinchado por losaltramuces, soltó ventosidades en presencia de sudiscípulo y le afirmó que la naturaleza sometía atodos los hombres al mismo mal. Le reprochó enseguida el haber sentido vergüenza ante los demásy le dio su propio ejemplo. Después soltó unascuantas ventosidades más aún, tomó a Metrocles dela mano y se lo llevó.Los dos estuvieron mucho tiempo juntos en lascalles de Atenas, con Hiparquia, sin duda. Sehablaban muy poco. No sentían vergüenza pornada. Aunque revolvían los mismos montones debasuras, los perros parecían respetarlos. Se puedepensar que, si hubiesen sido apremiados por elhambre, se habrían peleado los unos con los otros adentelladas. Pero los biógrafos no han referidonada de ese tipo. Sabemos que Crates murió viejo,que había terminado por permanecer siempre en elmismo lugar, echado bajo el alero de un almacén delPireo, donde los marineros guardaban los bultosdel puerto, que dejó de andar errabundo en buscade algo que roer, que no quiso ni siquiera extender

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el brazo y que se lo encontró, un día, desecado porel hambre.SÉPTIMA Encantadora Séptima fue esclava bajo el sol africano, en la ciudadde Hadrumeto. Y su madre Amoena fue esclava, y lamadre de ésta fue esclava, y todas fueron bellas yobscuras, y los dioses infernales les revelaronfiltros de amor y de muerte. La ciudad deHadrumeto era blanca y las piedras de la casadonde vivía Séptima eran de un rosa trémulo. Y laarena de la playa estaba sembrada de Conchitas quearrastra el mar tibio desde la tierra de Egipto, en ellugar donde las siete bocas del Nilo derraman sietelimos de diversos colores. En la casa marítimadonde vivía Séptima, se oía morir la franja de platadel Mediterráneo y, a sus pies, un abanico de líneas

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azules resplandecientes se desplegaba hasta al rasdel cielo. Las palmas de las manos de Séptimaestaban enrojecidas por el oro, y la punta de susdedos pintada; sus labios olían a mirra y suspárpados ungidos se estremecían suavemente. Asíiba por los caminos de las afueras, llevando a lacasa de los sirvientes una cesta de panes tiernos.Séptima se enamoró de un joven libre, Sextilio, hijode Dionisia. Pero no les está permitido ser amadas aaquellas que conocen los misterios subterráneos, yaque están sometidas al adversario del amor, que sellama Anteros. Y así como Eros gobierna el centelleode los ojos y aguza las puntas de las flechas, Anterosdesvía las miradas y atenúa la acritud de los dardos.Es un dios bienhechor que mora en medio de losmuertos. No es cruel, como el otro. Posee elnepentas que da el olvido. Y porque sabe que elamor es el peor de los dolores terrestres, odia ycura el amor. Sin embargo, no tiene el poder deechar a Eros de un corazón ocupado. Entoncestoma el otro corazón. Así Anteros lucha contra Eros.Por esto fue que Sextilio no pudo amar a Séptima.Tan pronto como Eros hubo llevado su antorcha al

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seno de la iniciada, Anteros, irritado, se apoderó deaquel a quien ella quería amar.Séptima supo del poder de Anteros en la miradabaja de Sextilio. Y cuando el temblor púrpura aferróal aire de la tarde, salió por el camino que va desdeHadrumeto hasta el mar. Es un camino apacibledonde los enamorados beben vino de dátilesrecostados en las murallas pulidas de las tumbas. Labrisa oriental sopla su perfume sobre la necrópolis.La joven luna, todavía velada, va allí a vagabundear,incierta. Muchos muertos embalsamados alardeanalrededor de Hadrumeto en sus sepulturas. Y allídormía Foinisa, hermana de Séptima, esclava comoella, muerta a los dieciséis años, antes de queningún hombre hubiese respirado su olor. La tumbade Foinisa era estrecha como su cuerpo. La piedraabrazaba sus senos oprimidos por vendas. Muycerca de su frente baja una larga losa cortaba sumirada vacía. De sus labios ennegrecidos se elevabatodavía el vapor de los aromas en que la habíanempapado. En su mano quieta brillaba un anillo deoro verde con dos rubíes pálidos y turbiosincrustados. Soñaba eternamente en su sueno

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estéril con las cosas que no había conocido.Bajo la blancura virgen de la luna nueva, Séptima setendió junto a la tumba estrecha de su hermana,contra la buena tierra. Lloró y pegó su rostro a laguirnalda esculpida. Acercó su boca al conducto pordonde se vierten las libaciones y su pasión brotó:–Oh, hermana mía, apártate de tu sueño paraescucharme. La pequeña lámpara que ilumina lasprimeras horas de los muertos se apagó. Hasdejado deslizar de tus dedos la ampolla de vidriocoloreada que te habíamos dado. El hilo de tu collarse rompió y los granos de oro se derramaronalrededor de tu cuello. Ya nada de nosotros es tuyoy ahora aquel que tiene un halcón en la cabeza teposee. Escúchame, pues tu tienes el poder de llevarmis palabras. Ve a la celda que tú sabes y suplícale aAnteros. Suplícale a la diosa Hator. Suplícale a aquelcuyo cadáver despedazado fue llevado por el maren un cofre hasta Biblos. Hermana mía, ten piedadde un dolor desconocido. Por las siete estrellas delos magos de Caldea, yo te conjuro. Por laspotencias infernales que se invocan en Cartago, Jao,

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Abriao, Salbaal y Batbaal, recibe mi encantamiento.Haz que Sextilio, hijo de Dionisia, se consuma deamor por mí, Séptima, hija de nuestra madreAmoena. Que arda en la noche; que me busquejunto a tu tumba. ¡Oh, Foinisa! O llévanos a los dos ala morada tenebrosa, poderosa. Ruega a Anterosque enfríe nuestros alientos si le niega a Eros quelos encienda. Muerta perfumada, acoge la libaciónde mi voz. ¡Ashrammachalada!Inmediatamente, la virgen vendada se levantó ypenetró en la tierra mostrando los dientes.Y Séptima, avergonzada, corrió por entre lossarcófagos. Hasta la segunda noche permaneció encompañía de los muertos. Espió a la luna fugitiva.Ofreció su garganta a la mordedura salada delviento marino. Fue acariciada por el primer oro deldía. Después volvió a Hadrumeto y su larga camisaazul flotaba detrás de ella.Mientras tanto, Foinisia, rígida, erraba por loscircuitos infernales. Y aquel que tiene un halcón enla cabeza no escuchó su ruego. Y la diosa Hator

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permaneció tendida en su funda pintada. Y Foinisiano pudo encontrar a Anteros, pues ella no conocíael deseo. Pero en su corazón mustio sintió la piedadque los muertos tienen para con los vivos. Entonces,a la segunda noche, a la hora en que los cadáveresse liberan para consumar los encantamientos, hizoque sus pies atados se movieran por las calles deHadrumeto.Sextilio temblaba acompasadamente, agitado por lossuspiros del sueño, con el rostro vuelto hacia eltecho de su habitación surcado de rombos. YFoinisia, muerta, envuelta en las vendas olorosas, sesentó a su lado.Y ella no tenía ni cerebro ni vísceras; pero sucorazón desecado había sido puesto de nuevo en supecho.Y en ese momento Eros luchó contra Anteros, y seapoderó del corazón embalsamado de Foinisia. Enseguida deseó el cuerpo de Sextilio, para queestuviese acostado entre ella y su hermana Séptimaen la casa de las tinieblas.

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Foinisia posó sus labios tintados en la boca viva deSextilio y la vida escapó de él como una burbuja.Después se encaminó a la celda de esclava deSéptima y la tomó de la mano. Y Séptima, dormida,se dejó llevar por la mano de la hermana. Y el besode Foinisia y el abrazo de Foinisia hicieron morir,casi a la misma hora de la noche, a Séptima y aSextilio. Tal fue el desenlace fúnebre de la lucha deEros contra Anteros; y las potencias infernalesrecibieron una esclava y un hombre libre al mismotiempo.Sextilio está acostado en la necrópolis deHadrumeto, entre Séptima, la encantadora y suhermana virgen Foinisia. El texto del encantamientoestá inscripto en la placa de plomo, enrollada yperforada por un clavo, que la encantadora deslizópor el conducto de las libaciones en la tumba de suhermana.

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LUCRECIO Poeta Lucrecio apareció en una gran familia que se habíaretirado lejos de la vida civil. Sus primeros díaspasaron a la sombra del pórtico obscuro de una altacasa empinada en la montaña. El atrio era severo ylos esclavos mudos. Estuvo rodeado, desde lainfancia, por el desprecio por la política y por loshombres. El noble Memio, que tenía su misma edad,sobrellevó, en el bosque, los juegos que Lucrecio leimpuso. Juntos se asombraron ante las arrugas delos viejos árboles y espiaron el temblor de las hojasbajo el sol, como un velo verde de luz salpicado demanchas de oro. Contemplaron con frecuencia loslomos rayados de los chanchos salvajes que

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lomos rayados de los chanchos salvajes quehusmeaban el suelo. Atravesaron palpitantescohetes de abejas y bandas movedizas de hormigasen marcha. Y un día alcanzaron, el salir de un soto,un claro totalmente rodeado por viejosalcornoques, asentados tan cerca uno de otro comoque un círculo cavaba un pozo de azul en el cielo. Laquietud en aquel asilo era infinita. Se hubiese creídoestar en un ancho camino claro que fuera hacia loalto del aire divino. Allí, Lucrecio se sintióimpresionado por la bendición de los espacioscalmos.Abandonó con Memio el templo sereno del bosquepara estudiar elocuencia en Roma. El ancianogentilhombre que gobernaba la alta casa le dio unprofesor griego y lo conminó a que no volviese sinocuando poseyera el arte de despreciar las accioneshumanas. Lucrecio no lo volvió a ver más. Muriósolitario, execrando el tumulto de la sociedad.Cuando Lucrecio volvió había con él en la alta casavacía, en el atrio severo y entre los esclavos mudos,una mujer africana, bella, bárbara y malvada. Memioestaba de regreso en la casa de sus padres. Lucreciohabía visto las facciones sangrientas, las guerras de

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partidos y la corrupción política. Estaba enamorado.Y en un principio su vida fue encantada. La mujerafricana apoyaba en los tapices de los muros laperfilada masa de sus cabellos. Todo su cuerpo sesumía largamente en los divanes. Rodeaba lascráteras llenas de vino espumoso con sus brazoscargados de esmeraldas translúcidas. Tenía unamanera extraña de levantar un dedo y de sacudir lafrente. Sus sonrisas tenían una fuente profunda ytenebrosa como los ríos de África. En vez de hilar lalana la deshacía pacientemente en pequeños coposque volaban alrededor de ella.Lucrecio deseaba ardientemente fundirse con esehermoso cuerpo. Apretaba sus senos metálicos ypegaba su boca a sus labios de un violeta obscuro.Las palabras de amor pasaron de uno a otro,fueron suspiradas, los hicieron reír y se gastaron.Tocaron el velo flexible y opaco que separa a losamantes. La voluptuosidad creció en furor y quisocambiar de persona. Llegó hasta la extremidadaguda en que se expande alrededor de la carne, sinpenetrar hasta las entrañas. La africana se acurrucó

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en su corazón extranjero. Lucrecio se desesperó alno poder consumar el amor. La mujer se tornóaltanera, melancólica y silenciosa, parecida al atrio ya los esclavos. Lucrecio anduvo errabundo en lasala de los libros.Fue allí donde desplegó el rollo en el cual un escribahabía copiado el tratado de Epicuro.En seguida comprendió la variedad de las cosas deeste mundo y la inutilidad de esforzarse tras lasideas. El universo le pareció similar a los pequeñoscopos de lana que los dedos de la Africanadesparramaban en las salas. Los racimos de abejasy las columnas de hormigas y el tejido movedizo delas hojas le parecieron agrupamientos deagrupamientos de átomos. Y en todo su cuerposintió un pueblo invisible y discorde, ansioso corsepararse. Y las miradas le parecieron rayos mássutilmente carnosos y la imagen de la bella bárbara,un mosaico agradable y coloreado, y sintió que elfin del movimiento de esa infinitud era triste y vano.Así como había visto las facciones ensangrentadasde Roma, con sus tropeles de clientes armados e

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insultantes, contempló el torbellino de tropeles deátomos tintos en la misma sangre y que se disputanuna obscura supremacía. Y vio que la disolución dela muerte sólo era la manumisión de esa turbaturbulenta que se lanza hacia otros mil movimientosinútiles.Ahora bien; cuando Lucrecio hubo sido asíinstruido por el rollo de papiro, en el cual laspalabras griegas como los átomos del mundoestaban entretejidas las unas con las otras, salióhacia el bosque por el pórtico obscuro de la altacasa de los ancestros. Y vio el lomo de los chanchosrayados que tenían siempre el hocico dirigido haciala tierra. Después, al atravesar el soto, se encontróde pronto en medio del templo sereno del bosque ysus ojos se sumergieron en el pozo azul del cielo. Yfue allí donde sentó su reposo.Desde allí contempló la inmensidad hormigueantedel universo; todas las piedras, todas las plantas,todos los árboles, todos los animales, todos loshombres, con sus colores, con sus pasiones, con susinstrumentos, y la historia de esas cosas diversas y

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su nacimiento y sus enfermedades y sus muertes. Yentre la muerte total y necesaria, percibió conclaridad la muerte única de la Africana; y lloró.Sabía que las lágrimas provienen de un movimientoparticular de las pequeñas glándulas que estándebajo de los párpados, y que son agitadas por unaprocesión de átomos salida del corazón, cuando elpropio corazón ha sido conmovido por la sucesiónde imágenes coloreadas que se desprenden de lasuperficie del cuerpo de una mujer amada. Sabíaque la causa del amor es la dilatación de los átomosque desean juntarse con otros átomos. Sabía que latristeza que causa la muerte es la peor de lasilusiones terrenales, pues la muerta había dejado deser desgraciada y de sufrir, en tanto que aquel quela lloraba se afligía por sus propios males y pensabatenebrosamente en su propia muerte. Sabía que noqueda de nosotros ninguna doble apariencia paraderramar lágrimas sobre su propio cadáver tendidoa sus pies. Pero, como conocía exactamente latristeza y el amor y la muerte y sabía que son vanasimágenes cuando se las contempla desde el espaciocalmo donde hay que encerrarse, continuó llorando,

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y deseando el amor, y temiendo la muerte.Por esto fue que habiendo vuelto a la alta y sombríacasa de los ancestros, se acercó a la bella Africana,quien cocía un brebaje en un recipiente de metal enun brasero. Porque ella también había pensado, porsu parte, y sus pensamientos se habían remontado ala fuente misteriosa de su sonrisa. Lucrecio miró elbrebaje todavía hirviente. Este se aclaró poco aPoco y se volvió parecido a un cielo turbio y verde. Jla bella Africana sacudió la frente y levantó un dedo.Entonces Lucrecio bebió el filtro. E inmediatamentedespués su razón desapareció, y olvidó todas laspalabras griegas del rollo de papiro. Y por primeravez, al volverse loco, conoció el amor; y a la noche,por haber sido envenenado, conoció la muerte.

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CLODIA Matrona impúdica Era hija de Apio Claudio Púlquer, cónsul. Cuandotenía apenas unos pocos años, se distinguía de sushermanos y de sus hermanas por el fulgor flagrantede sus ojos. Tertia, su hermana mayor, se casó muypronto; la joven cedió por entero a todos suscaprichos. Sus hermanos, Apio y Cayo, ya eranavaros con las alcancías de cuero y los carritos denuez que les hacían; más tarde, fueron avaros desestercios. Pero Clodio, hermoso y femenino, fuecompañero de sus hermanas. Clodia las persuadíacon miradas ardientes de que lo vistieran con unatúnica con mangas, le pusieron un pequeño gorrode hilos de oro y lo ciñesen por debajo del pecho

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de hilos de oro y lo ciñesen por debajo del pechocon un cinturón flexible. Después lo cubrían con unvelo color de fuego y lo llevaban a los dormitoriosdonde se acostaba con las tres. Clodia fue supreferida, pero también tomó la virginidad de Tertiay la de la menor.Cuando Clodia tenía dieciocho años, su padre murió.Clodia se quedó en la casa del monte Palatino. Apio,su hermano, gobernaba la propiedad y Cayo sepreparaba para la vida pública. Clodio, siempredelicado e imberbe, dormía entre sus hermanas, lasque llamaban Clodia a las dos. Empezaron a ir a losbaños con él en secreto. Les daban un cuarto de asa los grandes esclavos que las masajeaban, despuéshacían que se lo devolvieran. A Clodio le daban igualtrato que a sus hermanas, en presencia de ellas.Tales fueron sus placeres antes del matrimonio.La más joven se casó con Lúculo, quien la llevó aAsia, donde estaba en guerra con Mitrídates. Clodiatomó por marido a su primo Mételo, hombrehonesto y basto. En esos tiempos de alboroto, fue elsuyo un espíritu conservador y cerrado. Clodia nopodía soportar su brutalidad rústica. Ya soñaba con

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cosas nuevas para su querido Clodio. Césarcomenzó a imponerse a los espíritus; Clodia juzgóque había que impedirlo. Hizo que Pomponio Áticole llevara a Cicerón a su casa. La envolvía unambiente burlón y galante. Al lado de ella seencontraba a Licinio Calvo, el joven Curión,apodado la "nenita", Sextio Clodio, que le hacía losmandados, Egnacio y su banda, Cátulo de Verona yCelio Rufo, que estaba enamorado de ella. Mételo,sentado pesadamente, no decía una palabra. Sehablaba de los escándalos de César y Mamurra.Después, Mételo, nombrado procónsul, partió parala Galia cisalpina. Clodia quedó sola en Roma con sucuñada Mucia. Cicerón fue totalmente subyugadopor sus grandes ojos llameantes. Pensó que podíarepudiar a Terencia, su mujer, y supuso que Clodiaabandonaría a Mételo. Pero Terencia descubriótodo y aterrorizó a su marido. Cicerón, miedoso,renunció a sus deseos. Terencia quiso más aun yCicerón debió romper con Clodio.El hermano de Clodia, mientras tanto, tenía en queocuparse. Le hacía el amor a Pompeya, mujer deCésar. La noche de la fiesta de la buena Diosa no

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debía haber sino mujeres en la casa de César, queera pretor. Pompeya ofrecía sola el sacrificio. Clodiose vistió de tañedora de cítara, como su hermanahabía acostumbrado disfrazarlo, y entró en lo dePompeya. Una esclava lo reconoció. La madre dePompeya dio la alarma y el escándalo fue público.Clodio quiso defenderse y juró que en aquellosmomentos estaba en casa de Cicerón. Terenciaobligó a su marido a negar aquello; Cicerón dio sutestimonio en contra de Clodio.Desde entonces Clodio estuvo perdido en el partidonoble. Su hermana acababa de pasar la treintena.Estaba más ardiente que nunca. Tuvo la idea dehacer adoptar a Clodio por un plebeyo para quepudiese convertirse en tribuno del pueblo. Mételo,que había vuelto, adivinó sus proyectos y se burlóde ella. En esos tiempos, cuando ya no tenía a Clodioentre sus brazos, se dejaba amar por Cátulo. Sumarido, Mételo, le parecía odioso. Y su mujerresolvió desembarazarse de él. Un día, cuandovolvía del Senado fatigado, le ofreció de beber.Mételo cayó muerto en el atrio. Desde ese momentoClodia quedaba libre. Abandonó la casa de su

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marido y volvió rápidamente a enclaustrarse conClodio en el monte Palatino. Su hermana huyó de lode Lúculo y se fue con ellos. Reanudaron su vida encomún los tres y ejercieron su odio.Primero, Clodio, convertido en plebeyo, fue des"nado tribuno del pueblo. A pesar de su graciafemenina, tenía la voz fuerte y mordiente. Logró queCicerón fuese exiliado; hizo que se arrasara su casaante sus propios ojos y juró la ruina y la muertepara todos sus amigos. César era procónsul en Galiay nada pudo hacer. Sin embargo, Cicerón ganóinfluencias merced a Pompeyo, e hizo que se lollamara al año siguiente. El furor del joven tribunofue mucho. Atacó con violencia a Milón, amigo deCicerón, quien comenzaba a maniobrar en procuradel consulado. Se apostó de noche y trató dematarlo, derribando a sus esclavos que llevabanantorchas. El favor popular de Clodio disminuía. Secantaban refranes obscenos sobre Clodio y Clodia.Cicerón los denunció con un discurso violento; enél, Clodia era tratada de Medea y de Clitemnestra. Larabia del hermano y de la hermana acabó porestallar. Clodio quiso incendiar la casa de Milón, y

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los esclavos guardianes lo abatieron en las tinieblas.Entonces Clodia se desesperó. Había aceptado yrechazado a Cátulo, después a Celio Rufo, después aEgnacio, cuyos amigos la habían llevado a las bajastabernas; pero ella amaba sólo a su hermanoClodio.Por él había envenenado a su marido. Por él habíaatraído y seducido a bandas de incendiarios.Cuando él murió su vida ya no tuvo objeto. Aún erahermosa y cálida. Tenía una casa de campo en elcamino a Ostia, jardines junto al Tíber y en Bayes.Allí se refugió. Trató de distraerse bailandolascivamente con mujeres. No fue suficiente. Nopodía apartar de su mente los estupros de Clodio, aquien veía siempre imberbe y femenino. Recordabaque había sido apresado en una ocasión por piratasde Cilicia, los que habían usado su tierno cuerpo.También volvía a su memoria una cierta tabernaadonde había ido con él. En el frontón de la puertahabía dibujos hechos con carbón y de los hombresque allí bebían emanaba un olor fuerte y tenían elpecho velludo.

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Y Roma la atrajo de nuevo. Las primeras nochesanduvo errante por encrucijadas y pasajesestrechos. La insolencia fulgurante de sus ojos erasiempre la misma. Nada podía apagarla; y lo probótodo, hasta recibir a la lluvia y acostarse en el barro.Fue de los baños a las celdas de piedra, a lossótanos donde las esclavas jugaban a los dados. Ylas salas bajas donde se embriagaban los cocinerosy los cocheros también conoció. Esperó a lospasantes en las calles embaldosadas. Pereció en lamañana de una noche sofocante, víctima de unaextraña reaparición de lo que había sido unacostumbre en ella. Un batanero le había Pagado conun cuarto de as: la acechó en el crepúsculo del albaen la alameda para recuperarlo y la estranguló.Después arrojó su cadáver, con los ojos muyabiertos, al agua amarilla del Tíber.

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PETRONIO Novelista Nació en los días en que saltimbanquis vestidos contrajes verdes hacían pasar a cerditos amaestradospor aros de fuego; cuando porteros barbudos, contúnica cereza, desgranaban legumbres en unabandeja de plata, delante de los mosaicos galantes ala entrada de las quintas; cuando los libertos, llenosde sestercios, maniobraban en las ciudades deprovincia para obtener cargos municipales; cuandolos rapsodas, a los postres, cantaban poemasépicos; cuando el lenguaje estaba relleno devocablos de ergástulo y redundancias ampulosas

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venidas de Asia.Su infancia transcurrió entre elegancias como esas.No se ponía dos veces seguidas una lana de Tiro. Laplatería que caía en el atrio se hacía barrer juntocon la basura. Las comidas estaban compuestas porcosas delicadas e inesperadas y los cocinerosvariaban sin cesar la arquitectura de las vituallas.No había que asombrarse si al abrir un huevo seencontraba una pasa de higo, ni temer cortar unaestatuilla imitación de Praxíteles esculpida enfoiegras. El yeso que tapaba las ánforas estabadiligentemente dorado. Cajitas de marfil indioencerraban perfumes ardientes destinados a losconvidados. Los aguamaniles estaban perforados dediversas maneras y llenos de aguas coloreadas quesorprendían al surgir. Toda la cristaleríarepresentaba monstruosidades irisadas. Al asirciertas urnas las asas se rompían en los dedos y losflancos se abrían para dejar caer flores artificialespintadas. Pájaros de África de cabeza escarlatacacareaban en jaulas de oro. Detrás de rejasincrustadas en las ricas paredes de las murallas,chillaban muchos monos de Egipto que tenían caras

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de perro. En receptáculos preciosos reptabananimales delgados que tenían flexibles escamasrutilantes y ojos con rayas de azur.Así Petronio vivió blandamente, pensando que hastael aire que aspiraba había sido perfumado para suuso. Cuando hubo llegado a la adolescencia, luegode haber encerrado su primera barba en un cofreornado, comenzó a mirar alrededor de él. Unesclavo cuyo nombre era Siro, que había servido enel circo, le enseñó cosas desconocidas. Petronio erapequeño, negro y bizqueaba de un ojo. No era deningún modo de raza noble. Tenía manos deartesano y un espíritu culto. De ahí que le fueseplacentero darles forma a las palabras e inscribirlas.Estas no se parecían en nada a lo que los poetasantiguos habían imaginado. Porque se esforzabanpor imitar a todo lo que rodeaba a Petronio. Y nofue sino más tarde cuando tuvo la fastidiosaambición de componer versos.Conoció entonces a gladiadores bárbaros ycharlatanes de feria, hombres de miradas oblicuasque parecían echar el ojo a las legumbres y

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descolgaban pedazos de carne, niños de cabellosrizados que paseaban a senadores, viejosparlanchines que discurrían sobre los asuntos de laciudad en las esquinas, lacayos lascivos y ramerasadvenedizas, vendedores de frutas y patrones dealbergues, poetas lamentables y sirvientas picaras,sacerdotisas equívocas y soldados errantes. Fijabaen ellos su ojo bizco y captaba con exactitud susmodales y sus intrigas. Siro lo llevaba a los baños deesclavos, a las celdas de las prostitutas y a losreductos subterráneos donde los figurantes decirco se ejercitaban con sus espadas de madera. Alas puertas de la ciudad, entre las tumbas, le confiólas historias de los hombres que cambian de piel,que los negros, los sirios, los taberneros y lossoldados guardianes de las cruces de tortura sepasaba» de boca en boca.Alrededor de los treinta años, Petronio, ávido deesa libertad diversa, comenzó a escribir la historiade esclavos errantes y disipados. Reconoció suscostumbres en medio de las transformaciones dellujo; reconoció sus ideas y su lenguaje en medio delas conversaciones elegantes de los festines. Solo

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ante su pergamino, apoyado en una mesa olorosade madera de cedro, dibujó con la punta de sucálamo las aventuras de un populacho ignorado. Ala luz de sus altas ventanas, bajo las pinturas de losartesones, imaginó las antorchas humeantes de lashosterías y ridículos combates nocturnos, molinetesde candelabros de madera, cerraduras forzadas ahachazos por esclavos de la justicia, camastrosgrasientos recorridos por chinches yrecriminaciones de procuradores de islote en mediode aglomeraciones de pobre gente vestida concortinas desgarradas y trapos sucios.Se dice que cuando acabó los dieciséis libros de suinvención, mandó llamar a Siro para leérselos, y queel esclavo reía y gritaba muy fuerte golpeando susmanos. En ese momento maquinaron el proyecto dellevar a la práctica las aventuras compuestas porPetronio. Tácito refiere mentirosamente quePetronio fue arbitro de la elegancia en la corte deNerón y que Tigelino, celoso, le hizo enviar la ordende muerte. Petronio no se desvaneciódelicadamente en una bañera de mármol,murmurando versitos lascivos. Huyó con Siro y

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terminó su vida recorriendo los caminos.Su apariencia le permitía disfrazarse con facilidad.Siro y Petronio cargaron un poco cada uno elpequeño saco de cuero que contenía sus enseres ysus denarios. Durmieron a la intemperie, junto a lostúmulos de las cruces. Vieron brillar tristemente enla noche las pequeñas lámparas de los monumentosfúnebres.Comieron pan agrio y aceitunas blandas. No se sabesi volaron. Fueron magos ambulantes, charlatanesde campaña y compañeros de soldadosvagabundos. Petronio olvidó completamente el artede escribir tan pronto como vivió la vida que habíaimaginado. Tuvieron jóvenes amigos traidores a losque amaron, y que los abandonaron en las puertasde los municipios quitándoles hasta su último as. Seentregaron a toda clase de desenfrenos congladiadores evadidos. Fueron barberos y mozos debaños. Durante varios meses vivieron de panesfunerarios que sustraían de los sepulcros. Petronioaterrorizaba a los viajeros con su ojo opaco y su

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negrura que parecía maliciosa. Desapareció unanoche. Siro pensó que lo encontraría en una celdaroñosa donde habían conocido a una ramera decabellera enredada. Pero un carnicero ebrio lehabía hundido una ancha hoja en el pescuezo,cuando yacían juntos, a campo raso, en las losas deuna sepultura abandonada.

SUFRAH Geomántico La historia de Aladino cuenta por error que el magoafricano fue envenenado en su palacio y que searrojó su cuerpo ennegrecido y cuarteado por lafuerza de la droga a los perros y a los gatos; esverdad que su hermano fue decepcionado por esa

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apariencia y se hizo apuñalar después de habersecubierto con la vestimenta de la santa Fátima;también es cierto, sin embargo, que el mogrebíSufrah (pues era este el nombre del mago) sólo sedurmió debido a la omnipotencia del narcótico, yescapó por una de las veinticuatro ventanas delgran salón mientras Aladino besaba tiernamente ala princesa.Apenas hubo tocado tierra, después de haberdescendido de manera bastante cómoda por uno delos caños de oro por donde desaguaba la granterraza, cuando el palacio desapareció, y Sufrahestuvo solo en medio de la arena del desierto. No lequedaba siquiera una de las botellas de vino deÁfrica que había ido a buscar al sótano a pedido dela engañosa princesa. Desesperado, se sentó bajo elsol ardiente, y como sabía que la extensión de arenatórrida que lo rodeaba era infinita, se envolvió lacabeza con su capa y esperó la muerte. Ya no poseíaningún talismán; no le quedaba ningún perfume conel cual hacer fumigaciones; ni siquiera una varitamovediza que pudiese señalarle una fuenteprofundamente oculta en la cual saciar su sed. La

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noche llegó, azul y cálida, pero que calmó un poco lainflamación de sus ojos. Entonces tuvo la idea detrazar en la arena una figura de geomancia ypreguntar si estaba destinado a perecer en eldesierto. Con sus dedos marcó las cuatro grandeslíneas, compuestas por puntos, que están bajo lainvocación del Fuego, del Agua, de la Tierra y delAire, hacia la izquierda y hacia la derecha, delMediodía, del Oriente, del Occidente y delSeptentrión. Y en los extremos de esas líneas,agrupó los puntos pares e impares, a fin decomponer la primera figura. Vio con alegría que erala figura de la Fortuna Mayor, de donde se seguíaque escaparía del peligro, pues la primera figurahabía de ser colocada en la primera casa deastrología, que es la casa de aquel que pregunta. Y,en la casa que se llama "Corazón del cielo", volvió aencontrar la figura de la Fortuna Mayor, lo cual fuemuestra de que triunfaría y que sería glorioso. Peroen la octava casa, que es la casa de la Muerte, fue aubicarse la figura del Rojo, que anuncia la sangre oel fuego, lo cual es de presagio siniestro. Cuandohubo dispuesto las figuras en las doce casas, sacóde ellas dos testigos, y de estos un juez, para

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de ellas dos testigos, y de estos un juez, paraasegurarse de que su operación estaba biencalculada. La figura del juez fue la de la Prisión, pordonde supo que hallaría la gloria, con gran peligro,en un lugar cerrado y secreto.Seguro de que no moriría en seguida, Sufrah sepuso a reflexionar. No tenía la esperanza derecuperar la lámpara, que había sido llevada con elpalacio al centro de la China. Sin embargo, pensóque nunca había averiguado cuál era el verdaderodueño del talismán y el antiguo poseedor del grantesoro y del jardín de los frutos preciosos. Unasegunda figura de geomancia, que leyó según lasletras del alfabeto, le reveló los caracteres S. L. M.N., los que trazó en la arena, y la décima casaconfirmó que el amo de esos caracteres era rey.Sufrah supo entonces que la lámpara maravillosahabía sido parte del tesoro del rey Salomón.Entonces estudió con atención todos los signos, y laCabeza del Dragón le indicó lo que buscaba, dadoque estaba unida por la Conjunción a la Figura delDoncel, que señala las riquezas ocultas en la tierra ya la de la Prisión donde se puede leer la posición delas bóvedas clausuradas.

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Y Sufrah batió palmas, pues la figura de geomanciamostraba que el cuerpo del rey Salomón seconservaba en esa misma tierra de África, y que aúnllevaba en el dedo su sello todopoderoso que da lainmortalidad terrena; tanto como que el rey debíaestar dormido desde hacía miríadas de años. Sufran,contento, esperó el alba. En una media luz azul viopasar a Ba-da-oui salteadores que tuvieron piedadde su infortunio cuando les imploró y le dieron unabolsita con dátiles y una cantimplora llena de agua.Sufrah echó a andar hacia el lugar designado. Eraun paraje árido y pedregoso entre cuatro montañasdesnudas, levantadas como dedos hacia los cuatrorincones del cielo. Allí trazó un círculo y pronunciópalabras; y la tierra tembló y se abrió y se vio unalosa de mármol con una anilla de bronce. Sufrahasió el anillo e invocó por tres veces el nombre deSalomón. Al momento la losa se levantó, y Sufrahdescendió por una escalera estrecha al subterráneo.Dos perros de fuego se lanzaron fuera de dosnichos enfrentados y vomitaron llamasentrecruzadas. Pero Sufrah pronunció el nombre

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mágico y los perros desaparecieron gruñendo.Después encontró una puerta de hierro que girósilenciosamente cuando apenas la había tocado.Avanzó por un pasillo excavado en pórfido. Encandelabros de siete brazos ardían luces eternas. Enel fondo del pasillo había una sala cuadrada cuyosmuros eran de jaspe. En el centro, un brasero deoro despedía un rico resplandor. Y en un lechoconstruido en un solo diamante tallado y queparecía un bloque de fuego frío, estaba tendida unaforma vieja, de barba blanca, con la frente ceñidapor una corona. Al lado del rey yacía un graciosocuerpo desecado cuyas manos se tendían aún paraestrechar las suyas; pero el calor de los besos sehabía extinguido. Y en la mano pendiente del reySalomón, Sufrah vio brillar el gran sello.Se acercó de rodillas y, arrastrándose hasta el lecho,levantó la mano arrugada, hizo que se deslizara elanillo y lo tomó.Al instante se cumplió la obscura prediccióngeomántica. El sueño en la inmortalidad del reySalomón quedó roto. En un segundo, su cuerpo se

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desintegró y se redujo a un pequeño puñado dehuesos blancos y pulidos que las delicadas manosde la momia parecían proteger aún. Pero Sufrah,aniquilado por el poder de la figura del Rojo de lacasa de la Muerte, eructó en una oleada bermejatoda la sangre de su vida y cayó en eladormecimiento de la inmortalidad terrenal. Con elsello de Salomón en el dedo, se tendió al lado dellecho de diamante, protegido de la corrupcióndurante miríadas de años, en el lugar cerrado ysecreto que había leído en la figura de la Prisión. Lapuerta de hierro volvió a caer sobre el pasillo depórfido y los perros de fuego comenzaron a velar algeomántico inmortal.

FRATE DOLCINO Hereje

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Aprendió a conocer las cosas santas en la iglesia deOrto San Michele, donde su madre lo alzaba paraque pudiese tocar con sus manitos las bellas figurasde cera colgadas ante la Santa Virgen. La casa desus padres estaba al lado del baptisterio. Tres vecespor día, al alba, a mediodía, al anochecer, veía pasara dos hermanos de la orden de San Francisco quemendigaban pan y ponían los pedazos en un cesto.Con frecuencia los seguía hasta la puerta delconvento. Uno de esos monjes era muy viejo; decíahaber sido ordenado por el mismo San Francisco.Le prometió al niño enseñarle a hablarles a lospájaros y a todos los pobres animalitos de loscampos. Pronto Dolcino pasó sus días en elconvento. Cantaba con los hermanos y su voz erafresca. Cuando sonaba la campana para pelar laslegumbres, les ayudaba a limpiar sus hierbasalrededor de la gran tina. El cocinero Robert leprestaba un cuchillo viejo y le permitía repasar lasescudillas con su toalla. A Dolcino le gustaba mirar,en el refectorio, la pantalla de la lámpara en la cualse veían pintados los doce apóstoles con sandalias

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de madera en los pies y pequeños mantos que lescubrían los hombros.Pero su gran placer era salir con los hermanoscuando iban a mendigar pan de puerta en puerta yllevar su cesto tapado con una tela. Un día, cuandocaminaban así, a la hora en que el sol está alto en elcielo, no les dieron limosna en varias casas bajas ala orilla del río. El calor era fuerte; los hermanostenían mucha sed y mucha hambre. Entraron en unpatio que no conocían y Dolcino lanzó un grito desorpresa al mismo tiempo que dejaba el cesto.Porque aquel patio estaba tapizado de parrasfrondosas y lleno de un verdor delicioso ytransparente; había leopardos que brincaban conmuchos animales de ultramar y se veía, sentados, amuchachas y muchachos vestidos con telasbrillantes que tocaban apaciblemente la zanfonia yla cítara. Allí la calma era profunda, la sombra densay olorosa. Todos escuchaban en silencio a los quecantaban y el canto era de un tono extraordinario.Los hermanos no dijeron nada; su hambre y su sedse vieron satisfechas; no se atrevieron a pedir nada.Con mucha pena se decidieron a salir, pero en la

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orilla del río, al volverse, no vieron ningunaabertura en la muralla. Creyeron que era una visiónde necromancia, hasta el momento en que Dolcinodescubrió el cesto. Estaba lleno de panes blancos,como si Jesús con sus propias manos hubiesemultiplicado las ofrendas.Así le fue revelado a Dolcino el milagro de lamendicidad. Sin embargo, no entró en la orden,pues había nacido en él una idea de su vocaciónmás alta y más singular. Los hermanos lo llevabanpor los caminos cuando iban de un convento a otro,de Bolonia a Módena, de Parma a Cremona, dePistoya a Luca. Y fue en Pisa donde se sintióarrastrado por la verdadera fe. Dormía en la crestade un muro del palacio episcopal cuando lodespertó el sonido de una trompeta. Una multitudde niños que llevaban ramos y velas encendidasrodeaba en la plaza a un hombre salvaje quesoplaba una trompeta de bronce. Dolcino creyó vera San Juan Bautista. Aquel hombre tenía una barbalarga y negra, iba vestido con un saco de cilicioobscuro, marcado con una ancha cruz roja, desde elcuello hasta los pies; alrededor de su cuerpo llevaba

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atada una piel de animal. Exclamó con voz terrible:Laudato et benedetto et glorificato sia lo Patre; y losniños lo repitieron en voz alta; después agregó: sialo Fijo; y los niños también lo dijeron; despuésagregó: sia lo Spiritu Sancto; y los niños dijeron lomismo después que él; después cantó con ellos:¡Aleluya, aleluya, aleluya! Por fin, tocó la trompeta yse puso a rezar. Su palabra era áspera como el vinode la montaña, pero atrajo a Dolcino. Dondequieraque el monje del cilicio tocó la trompeta, Dolcino fuea admirarlo y deseó hacer su vida. Era un ignoranteagitado por la violencia; no sabía nada de latín; paraordenar la penitencia gritaba: ¡Penitenzagite! Peroanunciaba de manera siniestra las predicciones deMerlin y de la Sibila y del abate Joaquín, que estánen el Libro de las figuras; profetizaba que elAnticristo había venido con la forma del emperadorFederico Barbarroja, que su ruina estabaconsumada, y que las Siete Ordenes pronto iban alevantarse contra él, según la interpretación de laescritura. Dolcino lo siguió hasta Parma, donde,inspirado, lo comprendió todo.El Anunciador precedía a Aquel que debía venir, el

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fundador de la primera de las Siete Ordenes. En elmonolito de Parma, desde donde hacía años lospodestás hablaban al pueblo, Dolcino proclamó lanueva fe. Decía que había que vestir mantillas detela blanca, como los apóstoles que estabanpintados en la pantalla de la lámpara, en elrefectorio de los Hermanos Menores. Asegurabaque no bastaba con hacerse bautizar; y con elpropósito de volver enteramente a la inocencia delos niños, se fabricó una cuna, se hizo envolver conpañales y pidió el pecho a una mujer simple quelloró de piedad. Para poner a prueba su castidad, lerogó a una burguesa que convenciera a su hija deque se acostase completamente desnuda junto a élen una cama. Mendigó una bolsa llena de denarios ylos distribuyó entre los pobres, los ladrones y lasmuchachas de la calle, proclamando que ya no habíaque trabajar, sino vivir a la manera de los animalesen los campos. Robert, el cocinero del convento,huyó para seguirlo y alimentarlo en una escudillaque había robado a los pobres hermanos. La gentepiadosa creyó que habían vuelto los tiempos de losCaballeros de Jesucristo y de los Caballeros deSanta María y los de aquellos que habían seguido,

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Santa María y los de aquellos que habían seguido,otrora, errantes y frenéticos, a Gerardino Sacorelli.Se aglomeraban beatamente alrededor de Dolcino ymurmuraban: ¡Padre, padre, padre! Pero loshermanos Menores lo hicieron echar de Parma. Unadoncella de noble casa, Margherita, corrió tras élpor la puerta que se abre hacia el camino dePlasencia. La cubrió con un saco marcado con unacruz y la llevó. Los porquerizos y los vaqueros loscontemplaban desde las orillas de los campos.Muchos abandonaron sus animales y fueron a ellos.Mujeres prisioneras a quienes los hombres deCremona habían mutilado cruelmente cortándolesla nariz, les imploraron y los siguieron. Tenían elrostro envuelto con una tela blanca. Margherita lasinstruyó. Se establecieron todos en una montañaarbolada, no lejos de Novara y practicaron la vidaen común. Dolcino no impuso regla ni ordenninguno, seguro de que tal era la doctrina de losapóstoles y que todo debía ser hecho por caridad.Los que querían se alimentaban con las bayas de losárboles; otros mendigaban en las ciudades; otrosrobaban ganado. La vida de Dolcino y deMargherita fue libre bajo el cielo. Pero la gente de

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Novara no quiso comprenderlo. Los campesinos sequejaban de los robos y del escándalo. Se mandóllamar a una banda de hombres armados paracercar la montaña. Los Apóstoles fueron echadospor los lugareños. A Dolcino y a Margherita losataron encima de un asno, con el rostro vuelto haciala grupa; los llevaron hasta la gran plaza de Novara.Allí fueron quemados en una misma pira por ordende la justicia. Dolcino pidió sólo una gracia: que losdejaran vestidos, durante el suplicio, en medio delas llamas, como los Apóstoles en la pantalla de lalámpara, con sus dos mantillas blancas.

CECCO ANGIOLIERI Poeta rencoroso

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Ceceo Angiolieri nació rencoroso en Siena, el mismodía que Dante Alighieri en Florencia. Su padre,enriquecido en el comercio de las lanas, era procliveal imperio. Ya en su infancia Ceceo sintió celos delos grandes, los despreció y masculló oraciones.Muchos nobles no querían someterse más al Papa.No obstante, los gibelinos habían cedido. Pero entrelos mismos güelfos había los Blancos y los Negros.Los Blancos no repudiaban la intervención imperial.Los Negros permanecían fieles a la Iglesia, a Roma,a la Santa Sede. A Ceceo lo hizo Negro el instinto,quizás porque su padre era Blanco.Lo odió casi desde su primer aliento. A los quinceaños reclamó su parte de la fortuna, como si el viejoAngiolieri estuviese muerto. Al serle negada se irritóy abandonó la casa paterna. Desde entonces no dejóde quejarse a los pasantes y al cielo. Llegó aFlorencia por el camino real. Allí reinaban losBlancos todavía, aun después de haber sidoexpulsados los gibelinos. Ceceo mendigó su pan, diotestimonio de la severidad de su padre y acabó porinstalarse en el cuchitril de un zapatero que teníauna hija. Esta se llamaba Becchina y Ceceo creyó

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que la amaba. El zapatero era un hombre simple,adicto a la Virgen, de la cual llevaba medallas, yestaba convencido de que su devoción le dabaderecho a cortar sus zapatos en cuero malo.Conversaba con Ceceo de la santa teología y de laexcelencia de la gracia al resplandor de una tea deresina antes de ir a acostarse. Becchina lavaba lavajilla y sus cabellos estaban siempre enredados. Seburlaba de Ceceo porque tenía la boca torcida.Por aquel tiempo comenzó a correr por Florencia elrumor del amor excesivo que había sentido Dantedegli Alighieri por la hija de Folco Ricovero dePortinari, Beatrice. La gente letrada sabía dememoria las canciones que le había dedicado. Ceceolas oyó recitar y las reprobó con energía.–Oh, Ceceo –dijo Becchina– te burlas de ese Dante,pero tú no podrías escribir versos tan hermosospara mí.–Veremos –dijo Angiolieri burlón.Y comenzó por componer un soneto con el cualcriticaba la medida y el sentido de las canciones de

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Dante. Después hizo versos para Becchina, quien nosabía leerlos y echaba a reír cuando Ceceo se losrecitaba, porque no podía soportar las muecasamorosas de su boca.Ceceo estaba pobre y desnudo como una piedra deiglesia. Amaba a la madre de Dios con furor, lo quele granjeaba la indulgencia del zapatero. Los dosveían a ciertos miserables eclesiásticos que estabana sueldo de los Negros. Se esperaba mucho deCeceo, que parecía iluminado, pero no había ningúndinero para darle. Así, a pesar de su fe loable, elzapatero tuvo que casar a Becchina con un vecinogordo, Barberino, que vendía aceite. "¡Y el aceitepuede ser santo!", dijo piadosamente el zapatero aCeceo Angiolieri para disculparse. El enlace secelebró más o menos en la misma época queBeatrice se casó con Simone de Bardi. Ceceo imitó eldolor de Dante.Pero Becchina no murió. El 9 de junio de 1291,Dante dibujaba en una tablilla; era el primeraniversario de la muerte de Beatrice. Se encontrócon que había dibujado un ángel cuyo rostro era

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parecido al rostro de la bienamada.. Once díasdespués, el 20 de junio, Ceceo Angiolieri (Barberinoestaba ocupado en el mercado de aceite) obtuvo deBecchina el favor de un beso en la boca y compusoun soneto ardiente. No por eso disminuyó el odioen su corazón. Quería oro junto con su amor. Nopudo sacárselo a los usureros. Con la esperanza deobtenerlo de su padre partió para Siena. Pero elviejo Angiolieri le negó a su hijo hasta un vaso devino flojo, y lo dejó sentado en el camino, delante dela casa.Ceceo había visto en la sala una bolsa de florinesrecién acuñados. Era la renta de Arcidosso y deMontegiovi. Estaba muerto de hambre y de sed; sutraje estaba rasgado, su camisa humeaba. Volvió aFlorencia cubierto de polvo y Barberino le cerró laspuertas de su tienda debido a sus harapos.Ceceo regresó, a la noche, al cuchitril del zapatero, aquien encontró cantando una dócil canción paraMaría a la humareda de su vela.Se abrazaron y lloraron piadosamente. Después del

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himno, Ceceo dijo al zapatero cuan terrible ydesesperado era el odio que sentía por su padre,anciano que amenazaba con vivir tanto como elJudío Errante Botadeo. Un sacerdote que entrabapara conferenciar acerca de las necesidades delpueblo lo convenció de que esperase su liberaciónen estado monástico. Llevó a Ceceo a una Abadíadonde le dieron una celda y unas viejas vestimentas.El prior le impuso el nombre de hermano Enrique.En el coro, durante los cantos nocturnos, tocaba conla mano las losas despojadas y frías como él. Larabia le aferraba la garganta cuando pensaba en lariqueza de su padre; le parecía que secarse el marera más fácil que su padre muriera. Se sintió tandesvalido que por un momento creyó que legustaría ser sumidero de cocina. "Es algo –se dijo– alo cual uno podría muy bien aspirar".En otros momentos lo asaltó la locura del orgullo:"Si yo fuera el fuego –pensó– quemaría el mundo; sifuera el viento, le enviaría el soplo del huracán; sifuera el agua, lo ahogaría en el diluvio; si fuera Dios,lo hundiría en medio del espacio; si fuera Papa, nohabría más paz bajo el sol; si fuera el Emperador,

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cortaría cabezas a diestra y siniestra; si fuera laMuerte, iría a buscar a mi padre. . . si fuera Ceceo. . .esa es toda mi esperanza. . .". Pero era frute Arrigo.Después volvió a su odio. Se procuró una copia delas canciones para Beatrice y las comparópacientemente con los versos que él había escritopara Becchina. Un monje errante le dijo que Dantehablaba de él con desdén. Buscó la manera devengarse. La superioridad de los sonetos paraBecchina le parecía evidente. Las canciones paraBice (le daba su nombre vulgar) eran abstractas ypálidas; las suyas estaban llenas de fuerza y color.Primero envió versos insultantes a Dante; despuéspensó en denunciarlo al buen rey Carlos, conde deProvenza. Finalmente, como nadie prestó atención asus poesías ni a sus cartas, quedó sumido en laimpotencia. Por fin se cansó de alimentar su odio enla inacción, se despojó de su hábito, volvió aponerse su camisa sin broche, su chaqueta raída, sucapucha lavada por la lluvia y regresó a buscar laasistencia de los Hermanos devotos que trabajabanpara los Negros.Una gran alegría le esperaba. Dante había sido

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desterrado; no había sino partidos obscuros enFlorencia. El zapatero le murmuraba humildementea la Virgen el próximo triunfo de los Negros. CeceoAngioleri, en medio de su voluptuosidad, olvidó aBecchina. Se arrastró por los arroyos, comiómendrugos duros, corrió detrás de los enviados dela Iglesia que iban a Roma y regresaban a Florencia.Se vio que podía servir. Corso Donati, jefe violentode los Negros, de regreso en Florencia, y poderoso,lo empleó junto con otros. La noche del 10 de juniode 1304, una turba de cocineros, tintoreros,herreros, frailes y mendigos invadió el noble barriode Florencia donde estaban las hermosas casas delos Blancos. Ceceo Angiolieri blandía la antorcharesinosa del zapatero, quien lo seguía a distancia,admirando los decretos celestes. Incendiaron todo yCeceo encendió el maderamen de los balcones delos Cavalcanti, que habían sido amigos de Dante.Aquella noche sació su sed de odio con fuego. Alotro día le envió a Dante el "Lombardo", versosinsultantes a la corte de Verona. En la mismajornada se convirtió en Ceceo Angiolieri como lodeseaba desde hacía tantos años; su padre, tan viejocomo Elias o Enoch, murió.

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como Elias o Enoch, murió.Ceceo corrió a Siena, hizo saltar las tapas de loscofres y hundió sus manos en las bolsas de florinesnuevos, se repitió cien veces que no era más elpobre hermano Enrique, sino noble, señor deArcidosso y de Montegiovi, más rico que Dante ymejor poeta. Luego pensó que era pecador y quehabía deseado la muerte de su padre. Se arrepintió.Garabateó en ese mismo momento un soneto parapedirle al Papa una cruzada contra todos aquellosque insultaran a sus padres. Ávido de confesión,volvió precipitadamente a Florencia, besó alzapatero, le suplicó que intercediera ante María.Se precipitó a lo del vendedor de cirios santos ycompró un gran cirio. El zapatero lo encendió conunción. Los dos lloraron y le rezaron a NuestraSeñora. Hasta hora muy tardía se oyó la vozapacible del zapatero que cantaba loas, seregocijaba con su tea y enjugaba las lágrimas de suamigo.

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PAOLO UCCELLO Pintor Su verdadero nombre era Paolo di Dono; pero losflorentinos lo llamaron Uccelli, es decir, PabloPájaros, debido a la gran cantidad de figuras depájaros y animales pintados que llenaban su casa;porque era muy pobre para alimentar animales opara conseguir aquellos que no conocía. Hasta sedice que en Padua pintó un fresco de los cuatroelementos en el cual dio como atributo del aire, laimagen del camaleón.Pero no había visto nunca ninguno, de modo que

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representó un camello panzón que tiene la trompamuy abierta. (Ahora bien; el camaleón, explicaVasari, es parecido a un pequeño lagarto seco, y elcamello, en cambio, es un gran animaldescoyuntado). Claro, a Uccello no le importabanada la realidad de las cosas, sino su multiplicidad ylo infinito de las líneas; de modo que pintó camposazules y ciudades rojas y caballeros vestidos conarmaduras negras en caballos de ébano que tienenllamas en la boca y lanzas dirigidas como rayos deluz hacia todos los puntos del cielo. Y acostumbrabadibujar mazocchi, que son círculos de maderacubiertos por un paño que se colocan en la cabeza,de manera que los pliegues de la tela que cuelgaenmarquen todo el rostro. Uccello los pintópuntiagudos, otros cuadrados, otros con facetas conforma de pirámides y de conos, según todas lasapariencias de la perspectiva, y tanto más cuantoque encontraba un mundo de combinaciones en losrepliegues del mazocchio. Y el escultor Donatello ledecía: "¡Ah, Paolo, desdeñas la sustancia por lasombra!".Pero el Pájaro continuaba su obra paciente y

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agrupaba los círculos y dividía los ángulos, yexaminaba a todas las criaturas bajo todos susaspectos, e iba a pedir la interpretación de losproblemas de Euclides a su amigo el matemáticoGiovanni Manetti; luego se encerraba y cubría suspergaminos y sus tablas con puntos y curvas. Seconsagró perpetuamente al estudio de laarquitectura, en lo cual se hizo ayudar por FilippoBrunelleschi; pero no lo hacía con la intención deconstruir. Se limitaba a observar la dirección de laslíneas, desde los cimientos hasta las cornisas, y laconvergencia de las rectas en sus intersecciones, ycómo las bóvedas cerraban en sus claves, y lareducción en abanico de las vigas de techo queparecía unirse en la extremidad de las largas salas.Representaba también todos los animales y susmovimientos y los gestos de los hombres con elpropósito de reducirlos a líneas simples.Después, a semejanza del alquimista que seinclinaba sobre las mezclas de metales y órganos yque escudriñaba su fusión en el hornillo en buscade oro, Uccello volcaba todas las formas en el crisolde las formas. Las reunía, las combinaba y las

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fundía, con el propósito de obtener sutransmutación en la forma simple de la cualdependen todas las otras. Fue por esto que PaoloUccello vivió como un alquimista en el fondo de supequeña casa. Creyó que podría convertir todas laslíneas en un solo aspecto ideal. Quiso concebir eluniverso creado tal como se reflejaba en el ojo deDios, que ve surgir todas las figuras de un centrocomplejo. Alrededor de él vivían Ghiberti, dellaRobbia, Brunelleschi, Donatello, cada uno de ellosorgulloso y dueño de su arte, burlándose del pobreUccello y de su locura por la perspectiva,apiadándose de su casa llena de arañas, vacía deprovisiones. Pero Ucello estaba más orgullosotodavía. Con cada nueva combinación de líneasesperaba haber descubierto el modo de crear. Laimitación no era la finalidad que se había fijado, sinoel poder de desarrollar soberanamente todas lascosas, y la extraña serie de capuchas con pliegues leparecía más reveladora que las magníficas figurasde mármol del gran Donatello.Así vivía el Pájaro y su cabeza pensativa estabaenvuelta en su capa; y no se fijaba en lo que comía

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ni en lo que bebía y se parecía por entero a unermitaño. Y sucedió que en un prado, junto a uncírculo de viejas piedras hundidas entre la hierba,vio un día a una muchacha que reía, con la cabezaceñida por una guirnalda. Llevaba un largo vestidodelicado, sostenido en la cintura por una cintadescolorida, y sus movimientos eran elásticos comolos tallos que doblaba. Su nombre era Selvaggia y lesonrió a Uccello. Él notó la inflexión de su sonrisa. Ycuando ella lo miró, vio todas las pequeñas líneas desus pestañas y los círculos de sus pupilas y la curvade sus párpados y los entrelazamientos sutiles desus cabellos y en su mente hizo adoptar a laguirnalda que ceñía su frente una multitud deposiciones. Pero Selvaggia no supo nada de eso,porque tenía solamente trece años. Ella tomó aUccello de la mano y lo amó. Era la hija de untintorero de Florencia y su madre había muerto.Otra mujer había ido a la casa y había pegado aSelvaggia. Uccello la llevó a la suya.Selvaggia permanecía en cuclillas todo el día frentea la muralla en la cual Uccello trazaba las formasuniversales. Jamás comprendió por qué prefería

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contemplar líneas derechas y líneas arqueadas amirar la tierna figura que se tendía hacia él. A lanoche, cuando Brunelleschi o Manetti iban aestudiar con Uccello, ella se dormía, después demedianoche, al pie de las rectas entrecruzadas, en elcírculo de sombra que se extendía bajo la lámpara.A la mañana, se despertaba antes que Uccello y sealegraba porque estaba rodeada por pájarospintados y animales de color. Uccello dibujó suslabios y sus ojos y sus cabellos y sus manos y fijótodas las actitudes de su cuerpo; pero no hizo suretrato, como hacían los otros pintores que amabana una mujer. Porque el Pájaro no conocía la alegríade limitarse a un individuo; no permanecía nunca enun mismo lugar; quería planear, en su vuelo, porencima de todos los lugares. Y las formas de lasactitudes de Selvaggia fueron arrojadas al crisol delas formas, con todos los movimientos de losanimales y las líneas de las plantas y de las piedras ylos rayos de la luz y las ondulaciones de los vaporesterrestres y de las olas del mar. Y sin acordarse deSelvaggia, Uccelle parecía permanecer eternamenteinclinado sobre el crisol de las formas.

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A todo esto no había nada que comer en la casa deUccello. Selvaggia no se atrevía a decírselo aDonatello ni a los otros. Calló y murió. Uccellorepresentó la rigidez de su cuerpo y la unión de suspequeñas manos flacas y la línea de sus pobres ojoscerrados. No supo que estaba muerta, así como nohabía sabido si estaba viva. Pero arrojó sus nuevasformas entre todas aquellas que había reunido.El Pájaro se hizo viejo y nadie comprendía más suscuadros. No se veía en ellos sino una confusión decurvas. Ya no se reconocía ni la tierra, ni las plantas,ni los animales, ni los hombres. Hacía largos añosque trabajaba en su obra suprema, que ocultaba atodos los OÍOS. Debía abarcar todas sus búsquedasy ser, en su concepción, la imagen de ellas. EraSanto Tomás incrédulo, palpando la llaga de Cristo.Uccello terminó su cuadro a los ochenta años.Llamó a Donatello y lo descubrió piadosamenteante él. Y Donatello exclamó: "¡Oh, Paolo, cubre tucuadro!". El Pájaro interrogó al gran escultor, peroéste no quiso decir nada más. De modo que Uccellosupo que había consumado el milagro. PeroDonatello no había visto sino una madeja de líneas.

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Y algunos años más tarde se encontró a PaoloUccello muerto de agotamiento en su camastro. Surostro estaba radiante de arrugas. Sus ojos estabanfijos en el misterio revelado. Tenía en su mano,estrictamente cerrada, un pequeño redondel depergamino lleno de entrelazamientos que iban delcentro a la circunferencia y que volvían de lacircunferencia al centro.

NICOLÁS LOYSELEUR Juez Nació el día de la Asunción y fue devoto de laVirgen. Era costumbre en él invocarla en todas lascircunstancias de su vida y no podía oír su nombre

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sin que los ojos se le llenaran de lágrimas. Despuésde haber estudiado en una pequeña boardilla de larué Saint-Jacques bajo la férula de un clérigo flaco,en compañía de tres niños que mascullaban elDonado y los salmos de la Penitencia, aprendiólaboriosamente la lógica de Okam. Así llegó muypronto a ser bachiller y maestro en artes. Lasvenerables personas que lo instruían notaron en éluna gran dulzura y una unción encantadora. Teníalabios gruesos de los que se deslizaban palabras deadoración. Tan pronto como obtuvo su bachilleratoen teología la Iglesia puso sus ojos en él. Oficióprimero en la diócesis del obispo de Beauvais, quiensupo de sus cualidades y se valió de él para avisar alos ingleses que asediaban Chartres sobre ciertosmovimientos de los capitanes franceses. Cuandotuvo más o menos treinta y cinco años de edad, selo hizo canónigo de la catedral de Rúan. Allí fuebuen amigo de Jean Bruillot, canónigo y sochantre,con quien salmodiaba bellas letanías en honor deMaría.A veces le reprochaba a Nicole Coppequesne, queestaba en su capítulo, su enojosa predilección por

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santa Anastasia. Nicole Coppequesne no se cansabanunca de admirar el hecho de que una muchachatan sensata hubiese encantado a un prefectoromano hasta el punto de hacer que se enamorara,en una cocina, de las marmitas y calderos, a los quebesaba con fervor; y tanto como que, con el rostrotodo ennegrecido, volvióse parecido a un demonio.Pero Nicolás Loyseleur le demostraba cuansuperior había sido el poder de María al devolverlela vida a un monje ahogado. Era un monje lúbrico,pero que nunca había omitido reverenciar a laVirgen. Una noche, cuando se levantaba para acudira sus malas acciones, tuvo la precaución, al pasarpor delante del altar de Nuestra Señora, de haceruna genuflexión y saludarla. Su lubricidad hizo queaquella noche se ahogara en el río. Pero losdemonios no alcanzaron a llevárselo y cuando losmonjes sacaron su cuerpo del agua, al día siguiente,volvió a abrir los ojos, reanimado por la graciosaMaría. "¡Ah! esta devoción es un remedio selecto –suspiraba el canónigo– y una venerable y discretapersona como usted, Coppequesne, deberíasacrificar por ella el amor a Anastasia."

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La gracia persuasiva de Nicolás Loyseleur no fue deningún modo olvidada por el obispo de Beauvaiscuando comenzó a instruir en Rúan el proceso deJuana la Lorenesa. Nicolás vistió hábitos cortos,laicos y, con su tonsura oculta bajo una capucha, sehizo introducir en la pequeña celda redonda, debajode una escalera, donde estaba encerrada laprisionera.–Juanita –dijo, permaneciendo en la sombra– meparece que es Santa Catalina quien me envía a ti.–Pero en nombre de Dios, ¿quién es usted,entonces? –dijo Juana.–Un pobre zapatero de Greu –dijo Nicolás– ¡ay! denuestro desgraciado país; y los "gotones" me hanprendido como a ti, hija mía. ¡Quiera el cieloderramar sus loas en ti! Te conozco bien, sí; te viuna y otra vez cuando ibas a orar a la muy santaMadre de Dios en la iglesia de Santa María deBermont. Y contigo con frecuencia oí las misas denuestro buen cura Guillaume Front. Ay, ¿recuerdasacaso a Jean Moreau y a Jean Barre de

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Neufcháteau? Son mis amigos.Entonces Juana lloró.–Juanita, ten confianza en mí –dijo Nicolás–. Meordenaron clérigo cuando era niño. Y fíjate, aquíestá la tonsura. Confiésate, hija mía, confiésate contoda libertad, pues yo soy amigo de nuestrogracioso rey Carlos.–Me confesaré de muy buena gana con usted, amigomío –dijo la buena Juana.A todo esto, se había hecho un agujero en la murallay afuera, en un peldaño de la escalera, GuillaumeManchón y Bois-Guillaume escribían la minuta de laconfesión. Y Nicolás Loyseleur dijo:–Juanita, persiste en tus palabras y sé constante: losingleses no se atreverán a hacerte daño.Al otro día Juana compareció ante los jueces.Nicolás Loyseleur se había colocado con un notarioal abrigo de una ventana, detrás de una cortina desarga, con el propósito de dar cabida sólo a las

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acusaciones y pasar por alto los descargos. Pero losotros dos escribanos protestaron. Cuando Nicolásreapareció en la sala le hizo furtivas señas a Juanapara que no pareciese sorprendida y asistió conseriedad al interrogatorio.El 9 de mayo, opinó en la gran torre del castillo quelos atormentamientos eran urgentes.El 12 de mayo, los jueces se congregaron en la casadel obispo de Beauvais con la finalidad de deliberaracerca de si era útil someter a Juana a la tortura.Guillaume Erart pensaba que no valía la pena, puesya había material bastante amplio y sin tortura. Elabogado Nicolás Loyseleur dijo que le parecía quecomo medicina para su alma, sería bueno que se lediese tormento; pero su consejo no prevaleció.El 24 de mayo Juana fue llevada al cementerio deSaint-Ouen, donde se la hizo subir a un patíbulo deyeso. Encontró al lado de ella a Nicolás Loyseleur,quien le hablaba al oído en tanto que GuillaumeErart le predicaba. Cuando se la amenazó con elfuego se puso blanca; mientras la sostenía, el

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canónigo guiñó el ojo a los jueces y dijo: "Abjurará".Le llevó la mano para que marcara con una cruz yun redondel el pergamino que se le tendía. Despuésla acompañó hasta debajo de una pequeña puertabaja y le acarició los dedos.–Mi Juanita –le dijo– ha sido esta una buena jornadapara ti; así lo quiera Dios. Has salvado tu alma.Juana, ten confianza en mí, porque si tú lo quieres,serás liberada. Acepta tus vestimentas de mujer; haztodo cuanto se te ordene; de otra manera, estarásen peligro de muerte. Pero si haces lo que te digo,serás salvada, habrá para ti mucho de bueno y nosufrirás ningún daño; y estarás bajo el poder de laIglesia.El mismo día, después de cenar, fue a verla en sunueva prisión. Era una habitación mediana delcastillo a la que se llegaba por ocho peldaños.Nicolás se sentó en el lecho al lado del cual había ungran madero atado a una cadena de hierro.–Juanita –le dijo– ya ves cuan grande ha sido lamisericordia que Dios y Nuestra Señora tuvieron

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hoy para contigo, pues te han acogido en la gracia ymisericordia de nuestra Santa Madre Iglesia; habráque obedecer muy humildemente las sentencias yordenanzas de los jueces y personas eclesiásticas,abandonar tus antiguas imaginaciones y no insistiren ellas, sin lo cual la Iglesia te abandonará parasiempre. Ten, aquí tienes honestas vestimentas demujer decente; Juanita, ten mucho cuidado con ellas;y haz que te rapen en seguida esos cabellos que teestoy viendo y que están cortados en redondo.Cuatro días después, Nicolás se deslizó a la nocheen la pieza de Juana y le robó la camisa y la faldaque le había dado. Cuando se le anunció que habíavuelto a vestir sus ropas de hombre dijo: "Ay, esrelapsa y ha caído muy hondo en el mal!"Y en la capilla del arzobispado repitió las palabrasdel doctor Gilles de Duremort:–Nosotros, jueces, no podemos hacer menos quedeclarar a Juana hereje y abandonarla a la justiciasecular rogando a ésta que sea benévola con ella.Antes de que la llevasen al melancólico cementerio,

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fue a exhortarla en compañía de Jean Toutmouillé.–Oh, Juanita –le dijo– no ocultes más la verdad;ahora tienes que pensar sólo en la salvación de tualma. Hija mía, créeme, dentro de un momento, en laasamblea, humíllate y haz, de rodillas, públicaconfesión. Que sea pública, Juanita, humilde ypública, como medicina para tu alma.Y Juana le rogó que se lo recordase por temor a noatreverse a hacerlo delante de tanta gente.Se quedó para verla quemar. Fue entonces cuandose manifestó visiblemente su devoción por laVirgen. Tan pronto como oyó las imploraciones deJuana a Santa María, comenzó a derramar cálidaslágrimas. Tanto lo conmovía el nombre de NuestraSeñora. Los soldados ingleses creyeron que seapiadaba y lo abofetearon y lo persiguieron con laespada en alto. Si el conde de Warwick no hubiesetendido su mano sobre él, lo degollaban. Montópenosamente un caballo del conde y huyó.Durante largas jornadas anduvo errante por loscaminos de Francia, no atreviéndose a volver a

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Normandía y temiendo a la gente del rey. Por finllegó a Basilea. En el puente de madera, entre lascasas puntiagudas, cubiertas con tejas estriadas enojivas y los pimenteros azules y amarillos, de prontose sintió deslumbrado ante la luz del Rin; creyó quese ahogaba, como el monje lúbrico, en medio delagua verde que se arremolinaba en sus ojos; lapalabra María se ahogó en su garganta y murió conun sollozo.

KATHERINE LA ENCAJERA Muchacha de la vida Nació hacia mediados del siglo quince, en la calle dela Parcheminerie, cerca de la calle Saint-Jacques, uninvierno en que hizo tanto frío que los lobos

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corrieron por la nieve a través de París. Unaanciana, que tenía la nariz roja bajo su caperuza, larecogió y la crió. Y primero jugó bajo los portalescon Perrenette, Guillemette, Ysabeau y Jehaneton,quienes vestían pequeñas faldas y empapaban susmanitos enrojecidas en los arroyos para atraparpedazos de hielo. También miraban a los quetrampeaban a los pasantes en el juego de tablas quese llama Saint-Merry. Y desde abajo de los saledizosatisbaban las tripas en sus baldes y las largassalchichas bamboleantes y los grandes ganchos dehierro en los que los carniceros cuelgan los cuartosde res. Por Saint Benoit le Bétourné, donde están lasescribanías, oían rechinar las plumas y soplaban lasvelas en las narices de los clérigos, al anochecer,por los tragaluces de las boticas. En el Petit Pont seburlaban de las vendedoras de arenques yescapaban rápidamente hacia la plaza Maubert, aesconderse en los recovecos de la calle de las Trois-Portes; después, sentadas en los bordes de lafuente, parloteaban hasta que caía la bruma de lanoche.Así pasó la primera juventud de Katherine, antes de

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que la anciana le enseñase a sentarse frente a unpequeño cojín de encaje y a entrecruzarpacientemente los hilos de todas las bobinas. Mástarde se dedicó a su oficio, así como Jehanneton sehizo sombrerera, Perrenette lavandera e Isabeauguantera y Guillemette, la más feliz, salchichera, consu pequeño rostro carmesí que relucía como sihubiese sido frotado con sangre de cerdo fresca.Aquellos que habían jugado al Saint-Merry yaencaraban otras empresas; algunos estudiaban enla montaña Sainte-Genevieve, otros barajabannaipes en el Trou-Perrette, otros entrechocabanjarros de vino de Aunis en la Pomme de Pin y otrosreñían en la taberna de la Grosse Margot; y al llegarel mediodía se los veía en la entrada de la taberna,en la calle de los Féves, y al llegar la medianochesalían por la puerta de la calle de los Juifs. PeroKatherine entrelazaba los hilos de su encaje y lasnoches de verano tomaba el sereno en el banco dela iglesia, donde estaba permitido reír y charlar.Katherine llevaba una camiseta de tela cruda y unasobrevesta de color verde; la trastornaban losadornos y a nada odiaba tanto como al rodete que

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distingue a las muchachas que no son de noblelinaje. Le gustaban también las monedas de plata,los "blancos" y sobre todo los escudos de oro. Fueesto lo que la hizo juntarse con Casin Cholet,sargento de vara del Chátelet; al amparo de suoficio, no era poco el dinero que éste ganaba. Amenudo ella cenó en su compañía en la hostería dela Mulé, en frente de la iglesia de los Mathurins; ydespués de cenar, Casin Cholet iba a cazar gallinasdel otro lado de los fosos de París. Las traía bajo sugran tabardo y las vendía muy bien a laMachecroue, viuda de Arnoul, hermosa vendedorade aves de la puerta del Petit Chátelet.Y pronto Katherine dejó su oficio de encajera; laanciana de la nariz roja ya se pudría en el osario delos Innocents. Casin Cholet encontró para su amigauna piecita baja cerca de las Trois Pucelles y allí ibaa verla al caer la tarde. No le prohibía que semostrara en la ventana con los ojos ennegrecidoscon carboncillo y las mejillas untadas con albayalde;y todos los jarros, tazas y platos con frutas en loscuales Katherine da de beber y comer a todosaquellos que pagan bien, fueron robados en la

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Chaire, o en los Cygnes o en el hotel del Plat d'Etain.Casin Cholet desapareció un día en que habíaempeñado el vestido y el cintillo de Katherine en lasTrois Lavandiéres. Sus amigos dijeron a la encajeraque había sido azotado amarrado a la culata de unacarreta y echado de París, por orden del preboste,por la puerta Baudoyer. No lo volvió a ver nunca. Ysola, ya sin ánimos para ganar dinero, se hizomuchacha de la vida y vivió en todas partes.Primero esperó en las puertas de las hosterías y losque la conocían la llevaban detrás de los muros, alpie del Chátelet, o contra el colegio de Navarre;después, cuando hizo demasiado frío, una viejacomplaciente la hizo entrar en una casa de bañoscuya patrona le dio abrigo. Allí vivió en una pieza depiedra alfombrada con juncos verdes. Se le dejó sunombre de Katherine la Encajera, aunque ya nohiciese más encaje. A veces le dejaban ir a pasearsepor las calles, con la condición de que volviese a lahora en que la gente acostumbra ir a los baños. YKatherine deambulaba por delante de las tiendas dela guantera y la sombrerera y muchas veces sequedó mucho tiempo envidiando el rostro

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rubicundo de la salchichera, que reía entre suscarnes de cerdo. Después volvía a los baños, que alllegar el crepúsculo la patrona alumbraba concandelas que ardían rojas y que se derretíanpesadamente detrás de los vidrios negros.Por fin Katherine se cansó de vivir encerrada enuna pieza cuadrada y se fue por los caminos. Ydesde entonces no fue más parisiense ni encajera; ysí como una de aquellas que merodean por losalrededores de las ciudades de Francia, sentadas enlas piedras de los cementerios, para dar placer a losque pasan. Esas muchachas no tienen otro nombreque aquel que conviene a su rostro, y Katherinetuvo el nombre de Hocico. Iba por los prados, y a lanoche, acechaba a orillas de los caminos, y se veíasu mohín blanco entre las moreras de los setos.Hocico aprendió a aguantar el terror nocturno enmedio de los muertos, cuando sus pies tiritaban alrozar las tumbas. No más monedas de plata, no más"blancos", no más escudos de oro; vivía pobrementede pan y de queso y de su escudilla de agua. Tuvoamigos desdichados que le susurraban de lejos:"¡Hocico, Hocico!"; y ella los amó. Su más grande

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tristeza era oír las campanas de las iglesias y de lascapillas; entonces Hocico se acordaba de las nochesde junio, cuando se había sentado, con sobrevestaverde, en los bancos de los soportales santos. Eraen los tiempos en que envidiaba los atavíos de lasseñoritas; ahora ya no le quedaba rodete nicaperuza. Con la cabeza descubierta, esperaba supan, apoyada en una losa áspera. Y añoraba lasvelas rojas de los baños sumida en la noche delcementerio, y los juncos verdes de la piezacuadrada metida en el limo espeso en el cual sehundían sus pies.Una noche, un rufián que se las daba de hombre deguerra cortó la garganta de Hocico para robarle elcinturón. Pero no encontró en él ninguna bolsa.

ALAIN EL GENTIL

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Soldado Sirvió al rey Carlos VII desde la edad de doce años,como arquero, después de que gente de guerra selo llevara consigo del llano país de Normandía. Y selo llevaron de esta manera. Mientras se incendiabalas granjas, se desollaba las piernas de loslabradores a cuchillazos y se volteaba a lasmuchachas en catres de tijera, desvencijados, elpequeño Alain se había acurrucado en una viejapipa de vino desfondada a la entrada del lagar. Lagente de guerra volcó la pipa y encontró unmuchachito. Se lo llevaron con sólo su camisa y suatrevido brial. El capitán hizo que le dieran unpequeño jubón de cuero y un viejo capuchón queprovenía de la batalla de Saint Jacques. Perrin Godinle enseñó a tirar con el arco y a clavar con limpiezasu saeta en el blanco. Pasó de Bordeaux aAngouléme y del Poitou a Bourges, vio SaintPourcaín, donde estaba el rey, franqueó los lindesde Lorraine, visitó a Toul, volvió a Picardie, entró enFlandres, atravesó Saint Quentin, dobló hacia

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Normandie, y durante veintitrés años recorrióFrancia en compañía armada, tiempo en el cualconoció al inglés Jehan Poule-Cras, por quien supocuál era la manera de jurar por Godon, aChiquerello el Lombardo, quien le enseñó a curar elfuego de San Antonio y a la joven Ydre de Laon, dequien aprendió cómo debía bajarse las bragas.En Ponteau de Mer su compañero Bernardd'Anglades lo persuadió de que se pusieran fuerade la ordenanza real, asegurándole que los dos sedarían la gran vida embaucando a los crédulos conlos dados trucados que llaman "cargados". Lohicieron, sin desprenderse de sus arreos militares, yfingían que jugaban, en la linde del cementerio,junto a los muros, en un tamboril robado. Un malsargento del juez eclesiástico, Pierre Empongnart,hizo que le enseñaran las sutilezas de su juego y lesdijo que no tardarían en ser prendidos, pero queentonces debían jurar con osadía que eran clérigos,para escapar así de la gente del rey y reclamar lajusticia de la Iglesia, y para ello, raparse la coronillay deshacerse con prontitud, en caso de necesidad,de sus gorgueras hechas jirones y sus mangas de

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color. El mismo los tonsuró con las tijerasconsagradas y les hizo mascullar los siete Salmos yel versículo Dominus pars. Después, cada uno tirópor su lado, Bernard con Bietrix la Claviére y Alaincon Lorenete la Chandeliére.Como Lorenete quería una sobrevesta de pañoverde, Alain acechó la taberna del Cheval Blanc enLisieux, donde habían bebido un jarro de vino.Volvió a la noche por el jardín, hizo un agujero en elmuro con su jabalina, entró en la sala dondeencontró siete escudillas de estaño, un capuchónrojo y una sortija de oro. Jaquet le Grand,ropavejero de Lisieux se las cambió muy bien poruna sobrevesta como la que deseaba Lorenete.En Bayeux, Lorenete se alojó en una pequeña casapintada donde se decía que estaban los baños de lasmujeres, y la patrona de los baños no pudo menosque reír cuando Alain el Gentil fue a buscarla parallevársela. Lo condujo hasta la puerta empuñandouna vela y con una gran piedra en la otra mano, entanto le preguntaba si no tenía ganas de que se lapasara por el hocico para hacerle ver lo rica que

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era. Alain huyó y en su huida volcó la vela y arrancódel dedo a la buena mujer lo que le pareció unasortija preciosa; pero sólo era de cobre dorado, conuna gran piedra rosada de fantasía.Después Alain anduvo errante y en Maubussonencontró, en la hostería del Papegaut, a Karandas,su compañero de armas, quien estaba comiendomondongo con otro hombre llamado Jehan Petit.Karandas llevaba aún su corcesca y Jehan le Petittenía una bolsa con sus agujetas colgada de sucinturón. La hebilla del cinturón era de plata fina.Después de haber bebido, acordaron los tres ir aSenlis por el bosque. Se pusieron en camino a latarde y cuando estuvieron en la espesura de lafloresta, sin luz, Alain el Gentil fue quedándoseatrás. Jehan le Petit caminaba adelante. Y en laobscuridad Alain le clavó con fuerza su jabalinaentre los hombros, mientras que Karandas lehundía su corcesca en la cabeza. Cayó de bruces yAlain, a horcajadas en él, le cortó la garganta con sudaga, de lado a lado. Después le rellenaron elpescuezo con hojas secas, para que no hubiese un

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charco de sangre en el camino. La luna apareció enun claro. Alain cortó la hebilla del cinturón ydesanudó las agujetas de la bolsa, en la cual habíadieciséis monedas de oro y treinta y seis cobres.Guardó las monedas, arrojó la bolsa con los cobresa Karandas, por el trabajo, con la jabalina en alto.Allí se separaron el uno del otro, en medio del claro,Kararidas jurando por la sangre de Dios.Alain el Gentil no se atrevió a tocar Senlis y volviódando rodeos a la ciudad de Ruán. Cuandodespertaba, ya pasada la noche, al pie de un setoflorido, se vio rodeado por gente de a caballo que leató las manos y lo condujo a la prisión. Cerca de laportezuela se escabulló por detrás de la grupa deun caballo y corrió a la iglesia de Saint Patrice,donde se instaló junto al altar mayor. Los sargentosno pudieron pasar del atrio. Alain, ya inmune,recorrió con libertad la nave y el coro, viohermosos cálices de rico metal y vinajeras buenaspara fundir. Y la noche siguiente, tuvo comocompañeros a Denisot y Marignon, rateros como él.Marignon tenía una oreja cortada. Lo único quesabían era comer. Envidiaban a las lauchitas que

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andaban por ahí y que anidaban entre las losas yengordaban royendo mendrugos de pan sagrado. Ala tercera noche debieron salir, mordidos por elhambre. La gente de Justicia los apresó y Alain,quien vociferaba que era clérigo, había olvidadoarrancarse sus mangas verdes.En seguida pidió ir al retrete, descosió su jubón yhundió las mangas entre la basura; pero loshombres de la prisión advirtieron al preboste. Vinoun barbero para afeitar por completo la cabeza deAlain el Gentil para borrarle la tonsura. Los juecesrieron del pobre latín de sus salmos. En vano juróque un obispo lo había confirmado con unapalmada cuando tenía diez años; no pudo llegar alfinal de los padrenuestros. Se le hizo dar tormentocomo a lego, primero en el potro pequeño, luego enel grande. Al fuego de las cocinas de la prisiónconfesó sus crímenes, con los miembrosdescalabrados por los tirones de las cuerdas y conla garganta deshecha. El lugarteniente del prebostepronunció la sentencia en ese mismo lugar. Fueatado a la carreta, arrastrado hasta la horca ycolgado. Su cuerpo se tostó al sol. El verdugo se

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quedó con el jubón, con sus mangas descosidas ycon un hermoso capuchón de paño fino, con forrode marta, que había robado en una buena hostería.

GABRIEL SPENSER Actor Su madre fue una muchacha, llamada Flum, quetenía un saloncito de planta baja al fondo deRottenrow, en Pickedhatch. Un capitán, con losdedos cargados de alhajas de cobre y dos galanesque vestían jubones amplios, iban a verla despuésde cenar. Albergaba a tres muchachitas cuyosnombres eran Poli, Dolí y Molí, qué no podíansoportar el olor del tabaco. Por eso subían confrecuencia a meterse en cama, y amables

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gentilhombres las acompañaban, después de haberbebido un vaso de vino de España tibio, para disiparel vaho de las pipas. El pequeño Gabriel se quedabaacurrucado bajo la campana de la chimeneamirando asarse las manzanas que se echaban en losjarros de cerveza. También iban actores de muydiversa apariencia. No se atrevían a aparecer porlas grandes tabernas a las que iban las compañíasen cartel. Algunos hablaban con el estilo de lafanfarronada, otros farfullaban como idiotas.Acariciaban a Gabriel, quien aprendió de ellosversos quebrados de tragedia y bromas rústicas deescena. Se le dio un pedazo de paño carmesí, conbordes de oro descoloridos, una máscara deterciopelo y un viejo puñal de madera. Así sepavoneaba, solo, delante del hogar, blandiendo untizón como si fuera una antorcha; y su madre Flumbalanceaba su triple papada por la admiración quesentía por su hijo precoz.Los actores lo llevaron al Rideau Vert, enShoreditch, donde tembló ante los accesos de rabiadel pequeño comediante que echaba espuma alvociferar el papel de Jeronymo. Ahí se veía también

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al viejo rey Leir, con su barba blanca desgarrada,arrodillándose para pedir perdón a su hija Cordelia;un clown imitaba las locuras de Tarleton y otroenvuelto con una sábana aterrorizaba al príncipeAmlet. Sir John Old-castle hacía reír a todo el mundocon su gran barriga, sobre todo cuando tomaba dela cintura a la patrona, la que le toleraba quearrugase el pico de su cofia y deslizase sus gordosdedos en la bolsa de bucarán que llevaba atada a sucintura. El Loco cantaba canciones que el Idiota nocomprendía nunca y un clown con gorro de algodónpasaba la cabeza a cada momento por un agujerodel telón, en el fondo del tablado, para hacermorisquetas. Había también un juglar con dosmonos y un hombre vestido de mujer que, se leocurría a Gabriel, se parecía a su madre Flum. Alterminar las obras, los despabiladores acudían paraponerle una toga de gros azul y gritaban que iban allevarlo a Bridewell.Cuando Gabriel tuvo quince años los actores delRideau Vert notaron que era hermoso y delicado yque podría representar los papeles de mujeres y dedoncellas. Plum le peinó sus cabellos negros que

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llevaba echados hacia atrás; tenía la piel muy fina,los ojos grandes, las cejas altas, y Plum le habíaperforado las orejas para colgar de ellas dos falsasperlas dobles. Entró entonces en la compañía delduque de Nottingham y le hicieron trajes de tafetány de damasco, con lentejuelas, paño de plata y pañode oro, blusas con lazos y pelucas de cáñamo conlargos rizos. Le enseñaron a pintarse en la sala deensayos. En un principio se ruborizó cuando subióal tablado; después respondió con mohines a lasgalanterías. Poli, Dolí y Molí, a quienes Flum llevó,muy agitada, dijeron con grandes risas que eraexactamente una mujer y quisieron desvestirlodespués de la representación. Lo llevaron a Picked-hatch y su madre le hizo poner uno de sus vestidospara mostrárselo al capitán, quien se deshizo encumplidos burlones y fingió ponerle en el dedo untosco anillo dorado con un carbunclo de vidrioengastado.Los mejores camaradas de Gabriel Spenser eranWilliam Bird, Edward Juby y los dos Jeffes. Estosdecidieron, un verano, ir a actuar en aldeas delcampo con actores errantes. Viajaron en un coche

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cubierto por una lona, donde dormían de noche. Enel camino de Hammersmith, una noche, vieron salirde la cuneta a un hombre que les encañonó con unapistola.–¡Su dinero! –dijo–. Soy Gamaliel Ratsey, por lagracia de Dios ladrón de grandes caminos y no megusta esperar.A lo cual los dos Jeffes respondieron gimiendo:–No tenemos nada de dinero, vuestra merced; sóloesas lentejuelas de cobre y esas piezas de cameloteteñido. Somos pobres actores, errantes igual que suseñoría.–¡Actores! –exclamó Gamaliel Ratsey–. Eso sí que esadmirable. No soy un ratero ni un pillo y soy amigode los espectáculos. Si no sintiese un cierto respetopor el viejo Derrick que se las arreglaría muy bienpara arrastrarme hasta la escalera y hacermebambolear la cabeza, no me apartaría de las orillasdel río, ni de las alegres tabernas con banderasdonde vosotros, mis gentilhombres, acostumbráisdesplegar tanto ingenio. Sed, pues, bienvenidos. La

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noche es bella. Levantad vuestro tablado yrepresentad vuestro mejor espectáculo. GamalielRatsey os escuchará. No es nada común. Podréiscontarlo.–Eso nos va a costar unas velas –dijeron con timidezlos dos Jeffes.–¿Velas? –dijo Gamaliel majestuoso–. ¿Qué habláisde velas? Yo soy aquí el rey Gamaliel, como Isabel esreina en la ciudad. Y como un rey he de trataros. Heaquí cuarenta chelines.Los actores descendieron, temblorosos.–Lo que Su Majestad guste –dijo Bird–. ¿Qué hemosde representar?Gamaliel reflexionó y miró a Gabriel.–A fe mía –dijo– una hermosa obra para estaseñorita y bien melancólica. Debe de estarencantadora como Ofelia. Hay flores de digital aquíal lado, verdaderos dedos de muerto. Amlet, eso eslo que quiero. Me gustan bastante los caprichos de

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esa composición. Si no fuera Gamaliel, con muchogusto representaría a Amlet. Bueno, vamos; ¡y no osequivoquéis en los asaltos de esgrima, misexcelentes troyanos, mis valientes corintios!Se encendieron los faroles. Gamaliel presenció eldrama con mucha atención. Cuando hubo concluido,dijo a Gabriel Spenser.–Hermosa Ofelia, os dispenso del cumplido. Podéispartir, actores del rey Gamaliel. Su Majestad estásatisfecha.Después desapareció en las sombras.Cuando el coche se ponía en marcha, al alba, se lovio de nuevo, en medio del camino y empuñando lapistola.–Gamaliel Ratsey, ladrón de grandes caminos –dijo–viene a recuperar los cuarenta chelines del reyGamaliel. Vamos, rápido. Gracias por el espectáculo.Decididamente, los caprichos de Amlet me gustaninfinitamente. Hermosa Ofelia, a vuestros pies.

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Los dos Jeffes, que eran quienes guardaban eldinero, tuvieron que dárselo por fuerza. Gamalielsaludó y partió al galope.Después de esta aventura, la compañía volvió aLondres. Se contó que un ladrón había estado apunto de secuestrar a Ofelia con su vestido y supeluca. Una muchacha llamada Pat King, que iba confrecuencia al Rideau Vert, afirmó que aquello no lasorprendía para nada. Tenía la cara gorda y lacintura redonda. Flum la invitó para que conocieraa Gabriel. Le pareció muy mono y lo besó conternura. Después volvió con frecuencia. Pat eraamiga de un obrero Iadrillero a quien su trabajofastidiaba y que ambicionaba actuar en el RideauVert. Se llamaba Ben Jonson, y estaba muy orgullosode su educación, pues era clérigo y tenía algunosconocimientos de latín. Era un hombre grande ycuadrado, con costurones de escrófulas, y tenía elojo derecho más arriba que el izquierdo. Era su vozfuerte y tonante. Ese coloso había sido soldado enlos Países Bajos. Siguió a Pat King, tomó a Gabrielpor la piel del pescuezo y lo arrastró hasta loscampos de Hoxton, donde el pobre Gabriel tuvo que

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hacerle frente, con una espada en la mano. Flum lehabía deslizado a escondidas una hoja diez pulgadasmás larga. Se la clavó en el brazo a Ben Jonson.Gabriel cayó con un pulmón atravesado. Murió en lahierba. Flum corrió a buscar a los condestables.Flum esperaba que lo colgaran. Pero él recitó sussalmos en latín, probó que era clérigo, y sólo se lemarcó la mano con un hierro al rojo.

POCAHONTAS Princesa Pocahontas era la hija del rey Powhatan, el quereinaba sentado en un trono hecho como paraservir de cama y cubierto con un gran manto depieles de mapache cosidas de las cuales pendían

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todas sus colas. Fue criada en una casa alfombradacon esteras, entre sacerdotes y mujeres que teníanla cabeza y los hombros pintados de rojo vivo y quela entretenían con mordillos de cobre y cascabelesde serpiente. Namontak, un servidor fiel, velaba porla princesa y organizaba sus juegos. A veces lallevaban a la floresta, junto al gran río Rappahanok,y treinta vírgenes desnudas bailaban paradistraerla. Estaban pintadas de diversos colores yceñidos por hojas verdes, llevaban en la cabezacuernos de macho cabrío, y una piel de nutria en lacintura y, agitando mazas, saltaban alrededor deuna hoguera crepitante. Cuando la danza terminaba,desparramaban las brasas y llevaban a la princesade regreso a la luz de los tizones.En el año 1607 el país de Pocahontas fue turbadopor los europeos. Gentilhombres arruinados,estafadores y buscadores de oro, fueron a acostaren las orillas del Potomac y construyeron chozas detablas. Les dieron a las chozas el nombre deJamestown y llamaron a su colonia Virginia. Virginiano fue, por esos años, sino un miserable pequeñofuerte construido en la bahía de Chesapeake, en

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medio de los dominios del gran rey Powhatan. Loscolonos eligieron para presidente al capitán JohnSmith, quien en otros tiempos había corridoaventuras hasta por tierra de turcos. Deambulabanpor las rocas y vivían de los mariscos del mar y delpoco trigo que podían obtener en el tráfico con losindígenas.Al principio fueron recibidos con gran ceremonia.Un sacerdote salvaje tocó ante ellos una flauta decaña; alrededor de sus cabellos anudados llevabauna corona de pelos de gamo teñida de rojo yabierta como una rosa. Su cuerpo estaba pintado decarmesí, su rostro de azul; y tenía la piel salpicadade lentejuelas de plata nativa. Así, con la fazimpasible, se sentó en una estera y fumó una pipade tabaco.Después otros se alinearon en columnas de acuatro, pintados de negro y de rojo y de blanco yalgunos por mitades, cantando y bailando delantede su ídolo Oki, hecho con pieles de serpientesrellenas de musgo y adornadas con cadenas decobre.

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Pero pocos días después, cuando el capitán Smithexploraba el río en una canoa, fue de prontoasaltado y maniatado. Lo llevaron en medio deterribles alaridos a una casa larga donde locustodiaron cuarenta salvajes. Los sacerdotes, consus ojos pintados de rojo y sus rostros negroscruzados por dos grandes franjas blancas,circundaron por dos veces el fuego de la casa deguardia con un reguero de harina y de granos detrigo. En seguida John Smith fue conducido a lachoza del rey. Powhatan vestía su manto de pieles yaquellos que estaban alrededor de él tenían loscabellos adornados con plumas de pájaro. Unamujer llevó al capitán agua para lavarle las manos yotra se las secó con un manojo de plumas. Mientrastanto, dos gigantes rojos depositaron dos piedrasplanas a los pies de Powhatan. Y el rey levantó lamano, como señal de que John Smith iba a seracostado en esas piedras y que se le aplastaría lacabeza a mazazos.Pocahontas tenía apenas doce años y sacabatímidamente la cabeza por entre los consejerospintarrajeados. Gimió, se lanzó hacia el capitán y

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puso su cabeza contra la mejilla de éste. John Smithtenía veintinueve años. Tenía grandes bigotesenhiestos, la barba en abanico y su rostro eraaguileño. Se le dijo que el nombre de la muchachitadel rey, que le había salvado la vida, era Pocahontas.Pero no era su verdadero nombre. El rey Powhatanhizo las paces con John Smith y lo puso en libertad.Un año más tarde el capitán Smith acampaba con sutropa en la selva fluvial. La noche era densa; unalluvia penetrante sofocaba todos los ruidos. Derepente, Pocahontas tocó el hombro del capitán.Había atravesado, sola, las espantosas tinieblas delos bosques. Le susurró que su padre quería atacara los ingleses y matarlos cuando estuvierancomiendo. Le suplicó que huyera si quería salvar suvida. El capitán Smith le ofreció abalorios y cintas;pero ella lloró y respondió que no se atrevía. Yhuyó, sola, por el bosque.Al año siguiente, el capitán Smith cayó en desgraciacon los colonos y, en 1609, lo embarcaron paraInglaterra. Allí compuso libros sobre Virginia, en loscuales explicaba la situación de los colonos y

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contaba sus aventuras. Hacia 1612, un ciertocapitán Argall, que había ido a comerciar con lospotomacs (que era el pueblo del rey Powhatan)raptó por sorpresa a la princesa Pocahontas y laencerró en un navío como rehén. El rey, su padre,se indignó, pero no le fue devuelta. Así languidecióprisionera hasta el día en que un gentilhombre debuena presencia, John Rolfe, se prendó de ella y ladesposó. Fueron casados en abril de 1613. Dicenque Pocahontas confesó su amor a uno de sushermanos, que fue a verla. Llegó a Inglaterra en elmes de junio de 1616, donde despertó, entre lagente de la sociedad, gran curiosidad por visitarla.La buena reina Ana la acogió con ternura y mandóque se grabara su retrato.El capitán John Smith, que estaba a punto de partirotra vez para Virginia, fue a rendirle pleitesía antesde embarcarse. No la había visto desde 1608. Ahoratenía veintidós años. Cuando él entró, ella volvió lacabeza y ocultó el rostro, no respondió a su maridoni a sus amigos y permaneció sola durante dos otres horas. Después preguntó por el capitán.Entonces alzó los ojos y le dijo:

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–Usted le había prometido a Powhatan que todo losuyo sería de él y él hizo lo mismo; extranjero en supatria, lo llamaba padre; por ser yo extranjera en lasuva, lo llamaré así.El capitán Smith arguyó razones de protocolo, puesella era hija de rey.Ella continuó:–Usted no tuvo miedo de ir al país de mi padre y loasustó, a él y a toda su gente, pero no a mí. ¿Tendrámiedo, acaso, de que aquí lo llame padre mío? Lediré padre mío y usted me dirá hija mía, y yo serépara siempre de la misma patria que usted. Allá mehabían dicho que usted había muerto. . .Y le confió con voz baja a John Smith que su nombreera Matoaka. Los indios, por temor a que les fueraarrebatada por un maleficio, habían dado a losextranjeros el falso nombre de Pocahontas.John Smith partió para Virginia y nunca más volvióa ver a Matoaka. Ella cayó enferma en Gravesend, acomienzos del año siguiente, empalideció y murió.

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Aún no tenía veintitrés años.Su retrato está orlado por este exergo: Matoakaalias Rebecca filia potentissími príncipis Powahatamiimperatoris Virginie. La pobre Matoaka tenía unsombrero de fieltro, alto, con dos guirnaldas deperlas; una gran gorguera de encaje tieso y llevabaun abanico de pluma. Tenía el rostro afinado, lospómulos salientes y grandes ojos dulces.

CYRIL TOURNEUR Poeta trágico Cyril Tourneur nació de la unión de un dios

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desconocido con una prostituta. La prueba de suorigen divino se encuentra en el ateísmo heroico enel cual sucumbió. Su madre le transmitió el instintode la revolución y de la lujuria, el miedo a la muerte,el estremecimiento de la voluptuosidad y el odio alos reyes; de su padre tuvo el amor por coronarse,el orgullo de reinar y la alegría de crear; los dos ledieron el gusto por la noche, por la luz roja y lasangre.La fecha de su nacimiento se ignora; pero aparecióun negro día de un año pestilencial.Ninguna protección celeste veló por la muchacha dela vida a la que preñó un dios, pues su cuerpo fuemaculado por la peste pocos días antes de parir y lapuerta de su pequeña casa fue señalada con la cruzroja. Cyril Tourneur vino al mundo al son de lacampana del enterrador de los muertos; y así comosu padre había desaparecido en el cielo común delos dioses, una carreta verde arrastró a su madre ala fosa común de los hombres. Se cuenta que lastinieblas eran tan profundas que el enterradordebió alumbrar la abertura de la casa apestada con

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una antorcha de resina; otro cronista asegura quela niebla en el Támesis (que bañaba el pie de lacasa) fue atravesada por una raya escarlata y quede las fauces de la campana de llamada se escapó lavoz de los cinocéfalos; por fin, parece fuera de dudaque una estrella flameante y furiosa se manifestópor sobre el triángulo del techo, hecha de rayosfuliginosos, retorcidos, desatados y que el niñorecién nacido le mostró el puño por una claraboya,mientras que ella sacudía encima de él sus rizosinformes de fuego. Así entró Cyril Torneur en lavasta concavidad de la noche cimeria. Es imposibledescubrir lo que pensó o lo que hizo hasta la edadde treinta años, cuáles fueron los síntomas de sudivinidad latente, como se persuadió de su propiarealeza. Una nota obscura y aterrorizada contiene lalista de sus blasfemias. Declaraba que Moisés nohabía sido sino un juglar y que un llamado Heriotsera más hábil que él. Que el primer principio de lareligión era mantener a los hombres en el terror.Que Cristo merecía la muerte más que Barrabás,aunque Barrabás fuese ladrón y asesino. Que si élse propusiese escribir una nueva religión, laestablecería con arreglo a un método más excelente

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establecería con arreglo a un método más excelentey más admirable, y que el estilo del NuevoTestamento era repugnante. Que él tenía tantoderecho a acuñar moneda como la reina deInglaterra y que conocía a un tal Poole, prisioneroen Newgate, muy diestro en la mezcla de losmetales, con la ayuda de quien esperaba acuñar, undía, oro con su propia imagen. Un alma piadosatestó en el pergamino otras afirmaciones másterribles. Pero esas palabras fueron recogidas poruna persona vulgar. Las actitudes de Cyril Tourneurindican un ateísmo más vindicativo. Se lo representavestido con un gran manto negro, llevando en lacabeza una gloriosa corona con doce estrellas, el pieapoyado en el globo celeste, alzando el globoterrestre con su mano derecha. Recorría las callesen las noches de peste y de tormenta. Era pálidocomo los cirios consagrados y sus ojos relucíanblandamente como quemadores de incienso.Algunos afirman que tenía en el costado derecho lamarca de un sello extraordinario; pero fueimposible verificarlo después de su muerte, pues nohubo nadie que viera sus despojos. Tomó poramante a una prostituta del Bankside que

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frecuentaba las calles de la ribera y a ella amóúnicamente. Era muy joven y su rostro era inocentey rubio. En él, los rubores eran como llamasvacilantes. Cyril Tourneur le dio el nombre deRosamonde, y tuvo de ella una hija a la que amó.Rosamonde murió trágicamente, por haberreparado en ella un príncipe. Se sabe que bebió enuna copa transparente veneno color de esmeralda.Fue entonces cuando la venganza se mezcló con elorgullo en el alma de Cyril. Nocturno, recorría elMail a lo largo de todo el cortejo real, agitando en lamano una antorcha de penacho llameante con elpropósito de alumbrar al príncipe envenenador. Elodio a toda autoridad le subió a la boca y a lasmanos. Se puso a acechar en los caminos reales, nopara robar, sino para asesinar reyes. Los príncipesque desaparecieron en esos tiempos fueroniluminados por la antorcha de Cyril Tourneur ymatados por él.Se emboscaba en los caminos de la reina, al lado delos pozos de grava y de los hornos de cal. Escogía asu víctima en el séquito, se ofrecía para alumbrar el

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camino por entre las zanjas, la llevaba hasta la bocadel pozo, apagaba su antorcha y la empujaba. Lagrava llovía después de la caída. En seguida Cyril,inclinado en el borde, dejaba caer dos enormespiedras para aplastar los gritos. Y, el resto de lanoche, velaba el cadáver que se consumía en la cal,junto al horno rojo sombrío.Cuando Cyril Tourneur hubo saciado su odio porlos reyes, hizo presa de él el odio a los dioses. Elaguijón divino que había en él lo incitó a crear. Soñócon que podría fundar una generación de su mismasangre y propagarse como dios en la tierra. Miró asu hija y la encontró virgen y deseable. Paraconsumar su designio a la vista del cielo, noencontró ningún lugar más significativo que uncementerio. Juró que desafiaría a la muerte ycrearía una nueva humanidad en medio de ladestrucción fijada por las órdenes divinas. Rodeadopor viejos huesos, quiso engendrar jóvenes huesos.Cyril Tourneur poseyó a su hija en la losa de unosario. El final de su vida se pierde en unresplandor obscuro. No se sabe qué mano nostrasmitió la Tragedia del ateo y la Tragedia del

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vengador. Una tradición pretende que el orgullo deCyril Tourneur se elevó más aún. Hizo levantar untrono en su jardín negro, y tenía la costumbre desentarse allí, coronado de oro, bajo el rayo. Algunoslo vieron y huyeron, aterrorizados por los penachosazulados que bailoteaban sobre su cabeza. Leía unmanuscrito de los poemas de Empédocles, quenadie vio después. Expresó con frecuencia suadmiración por la muerte de Empédocles. Y el añoen que desapareció fue también pestilencial. Elpueblo de Londres se había retirado a las barcasamarradas en medio del Támesis. Un meteoroterrorífico evolucionó bajo la luna. Era un globo defuego blanco, animado por una siniestra rotación.Se dirigió hacia la casa de Cyril Tourneur, quepareció pintada de reflejos metálicos. El hombrevestido de negro y coronado de oro esperaba en sutrono la llegada del meteoro. Hubo, como antes delas batallas teatrales, un toque melancólico detrompetas. Cyril Tourneur fue envuelto por unresplandor hecho de sangre rosada volatilizada.Trompetas, enhiestas en la noche, tocaron, como enel teatro, una charanga fúnebre. Así fue precipitadoCyril Tourneur hacia un dios desconocido en el

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Cyril Tourneur hacia un dios desconocido en eltaciturno torbellino del cielo.

WILLIAM PHIPS Pescador de tesoros William Phips nació en 1651, cerca de ladesembocadura del río Kennebec, entre los bosquesfluviales a donde los constructores de navíos iban atalar su madera. En una pobre aldea de Maine soñó,por primera vez, con una venturosa fortuna, alcontemplar el desbaste de las tablas marinas. Elincierto resplandor del océano que azota a NuevaInglaterra le llevó el centelleo del oro ahogado y dela plata sofocada bajo las arenas. Creyó en lariqueza del mar y deseó obtenerla. Aprendió aconstruir barcos, se hizo de un modesto pasar y fue

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a Boston. Su fe era tan fuerte que repetía: "Un día,seré capitán de una nave del Rey y tendré una casade ladrillos en Boston, en la Avenida Verde". En esetiempo yacían en el fondo del Atlántico muchosgaleones españoles cargados de oro. Ese rumorinundaba el alma de William Phips. Supo que ungran navío se había hundido cerca del Puerto de laPlata; reunió todo cuanto poseía y partió paraLondres, con el propósito de equipar un navío.Asedió al Almirantazgo con peticiones y memoriales.Le dieron el Rose d'Alger, que tenia dieciochocañones y, en 1687, se hizo a la mar hacia lodesconocido. Tenía treinta y seis años.Noventa y cinco hombres partían a borde del Rosed'Alger, entre ellos un primer maestre, Adderley, deProvidence. Cuando supieron que Phips se dirigía aHispaniola, no pudieron contener su alegría. PorqueHispaniola era la isla de los piratas, y el Rosed'Alger les parecía un buen navío. Y para comenzar,en una pequeña isla arenosa del archipiélago, sereunieron en consejo para hacerse caballeros defortuna. Phips, en la proa del Rose d'Alger,escudriñaba el mar. A todo esto, había una avería en

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la carena. Mientras la reparaba, el carpintero oyó elcomplot. Corrió a la cabina del capitán. Phips leordenó que cargara los cañones, apuntó con ellos ala tripulación amotinada en tierra, dejó a todos sushombres cimarrones en aquella guarida desierta, yvolvió a zarpar con algunos marineros fieles. Elmaestre de Providence, Adderley, regresó al Rosed'Alger a nado.Tocaron Hispaniola con mar calmo, bajo un solardiente. Phips preguntó en todos los fondeaderospor el navío que había zozobrado más de mediosiglo antes a la vista del Puerto de la Plata. Un viejoespañol lo recordaba y le indicó el arrecife. Era unescollo alargado, redondeado, cuyas laderasdesaparecían en el agua clara hasta el temblor másprofundo. Adderley, inclinado por sobre la bordareía y miraba los pequeños remolinos de las olas. ElRose d'Alger dio lentamente la vuelta al arrecife ytodos los hombres contemplaban en vano el martransparente. Phips daba golpes con el pie en elcastillo de proa, entre las dragas y los garfios. Unavez más el Rose d'Alger dio la vuelta al arrecife y entodas partes el fondo parecía igual, con sus surcos

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concéntricos de arena húmeda y los ramilletes dealgas inclinadas que estremecían las corrientes.Cuando el Rose d'Alger comenzó su tercera vueltael sol se hundió y el mar se puso negro.Después fue fosforescente. "¡Ahí están los tesoros!"gritó Adderley en la noche, con el dedo tendidohacia el oro humeante de las olas. Pero la auroracaliente se levantó sobre el océano tranquilo y claroy el Rose d'Alger recorría siempre la misma órbita.Y durante ocho días navegó así. Los ojos de loshombres estaban empañados a fuerza de escrutarla limpidez del mar. Phips no tenía más provisiones.Había que partir. La orden fue dada y el Rosed'Alger comenzó a virar. Entonces Adderley advirtióen un flanco del arrecife una hermosa alga blancaque se balanceaba y tuvo ganas de tenerla. Un indiose zambulló y la arrancó. La trajo colgando muyderecha. Era muy pesada y sus raíces enredadasparecían aferrar un guijarro. Adderley la sopesó ygolpeó las raíces en el puente para desembarazarlasde su peso. Algo centelleante rodó bajo el sol. Phipslanzó un grito. Era un lingote de plata que valía porlo menos 300 libras. Adderley balanceaba

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estúpidamente el alga blanca. Todos los indios sezambulleron en seguida. En pocas horas el puenteestuvo cubierto por sacos petrificados, conincrustaciones calcáreas y revestidos de conchillas.Los despanzurraron con escoplos y martillos; y porlos agujeros escaparon lingotes de oro y de plata ypiezas de a ocho: "¡Dios sea loado –exclamó Phips–;nuestra fortuna esta hecha!" El tesoro valíatrescientas mil libras esterlinas. Adderley repetía:"¡Y todo esto salió de la raíz de una pequeña algablanca!". Y murió loco, en las Bermudas, algunosdías después, balbuceando esas palabras.Phips transportó su tesoro. El rey de Inglaterra loconvirtió en sir William Phips y lo nombró HighSheriff de Boston. Allí, fiel a su quimera, se hizoconstruir una hermosa casa de ladrillos rojos en laAvenida Verde. Se convirtió en un hombre notable.Fue él quien dirigió la campaña contra lasposesiones francesas y él quien tomó la Acadia alseñor de Meneval y al caballero de Villebon. El reylo nombró gobernador de Massachusetts, capitángeneral de Maine y de Nueva Escocia. Sus cofresestaban llenos de oro. Se lanzó al ataque de Quebec

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después de haber levantado todo el dinerodisponible de Boston. La empresa falló y la coloniase arruinó. Entonces Phips emitió papel moneda.Para aumentar su valor cambió por ese papel todosu oro líquido. Pero la suerte había cambiado. Lacotización del papel bajó. Phips perdió todo, quedópobre, endeudado, y sus enemigos lo acechaban. Suprosperidad había durado sólo ocho años. Partiópara Londres, miserable, y, cuando desembarcaba,fue arrestado por 20.000 libras, a requerimiento deDudley y Bretón. Los sargentos lo transportaron ala prisión de Fleet.Sir William Phips fue encerrado en una celdapelada. Lo único que había guardado era el lingotede plata que le había dado la gloria, el lingote delalga blanca. Estaba agotado por la fiebre y ladesesperación. La muerte lo tomó de la garganta. Else resistió. Aun entonces fue acosado por su sueñode tesoros. El galeón del gobernador españolBobadilla, cargado de oro y de plata, se habíahundido cerca de las Bahamas. Phips mandó buscaral alcalde de la prisión. La fiebre y la esperanzafuriosa lo habían enflaquecido. Le presentó al

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alcalde el lingote de plata en su mano seca ymurmuró en un estertor de agonía:–Déjeme zambullir; este es uno de los lingotes deBo-ba-di-lla.Luego expiró. El lingote del alga blanca pagó suféretro.

EL CAPITÁN KID Pirata No hay acuerdo acerca de por qué razón se le pusoa este pirata el nombre del cabrito (Kid). El acta porla cual Guillermo III, rey de Inglaterra, lo invistió delmando de la galera La Aventura, en 1695, comienza

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por estas palabras: "A nuestro leal y bienamadoCapitán William Kid, comandante, etc. Salve". Pero esseguro que ya entonces era un nombre de guerra.Unos dicen que acostumbraba, elegante y refinadocomo era, calzar siempre, tanto en combate comoen maniobra, delicados guantes de cabritilla convueltas de encaje de Flandres; otros aseguran quedurante sus peores matanzas exclamaba: "Yo quesoy suave y bueno como un cabrito recién nacido";otros aun, pretenden que metía el oro y las alhajasen sacos muy flexibles, hechos de cuero de cabrajoven, y que se le ocurrió usarlos el día que saqueóun navío cargado de azogue con el cual llenó milbolsones de cuero que todavía están enterrados enel flanco de una pequeña colina en las islasBarbados. Basta con saber que su pabellón de sedanegra llevaba bordados una cabeza de muerto yuna cabeza de cabrito, lo mismo que llevabagrabado en su sello. Los que buscan los muchostesoros que ocultó en las costas de los continentesde Asia y de América, llevan delante de ellos unpequeño cabrito negro que debe gemir en el lugardonde el capitán enterró su botín; pero ninguno halogrado nada. El mismo Barbanegra, quien había

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logrado nada. El mismo Barbanegra, quien habíasido aleccionado por un antiguo marinero de Kid,Gabriel Loff, sólo encontró en las dunas sobre lascuales se levanta hoy Fort Providence, gotasdispersas de azogue que rezumaban de la arena. Ytodas sus excavaciones son inútiles, porque elcapitán Kid declaró que sus escondites seríaneternamente ignorados debido al "hombre del baldesangriento". Kid, en efecto, fue acosado por esehombre durante toda su vida, y los tesoros de Kidson acosados y defendidos por aquél desde queéste murió. Lord Bellamont, gobernador de lasBarbados, irritado por el enorme botín cobrado porlos piratas en las Indias Occidentales, equipó lagalera La Aventura y obtuvo del rey, para el capitánKid, la comisión del mando. Hacía mucho tiempoque Kid sentía celos del famoso Ireland, quesaqueaba todos los convoyes. Le prometió a lordBellamont que tomaría su chalupa y que lo traeríacon sus compañeros para hacerlos ejecutar. LaAventura llevaba treinta cañones y ciento cincuentahombres. En primer término Kid tocó Madera y seaprovisionó de vino; después Bonavist, para cargarsal; por fin Saint lago, donde completó el

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aprovisionamiento. Y de ahí se hizo a la mar hacia laentrada del Mar Rojo donde, en el Golfo Pérsico,hay un lugar en una pequeña isla que se llama laClef de Bab.Fue allí donde el capitán Kid reunió a suscompañeros y les hizo izar el pabellón negro con lacabeza de muerto. Juraron todos, sobre el hacha,obediencia absoluta al reglamento de los piratas.Cada hombre tenía derecho a votar e igual opciónpara provisiones frescas y licores fuertes. Losjuegos de naipes y de dados estaban prohibidos.Las luces y candelas debían estar apagadas a lasocho de la noche. Si un hombre quería beberdespués de esa hora, bebía en el puente, en laobscuridad, a cielo abierto. La compañía no recibíamujeres ni muchachos. Aquel que los introdujeradisfrazados sería castigado con la muerte. Loscañones, las pistolas y los machetes debíanmantenerse bien cuidados y relucientes. Lasquerellas se ventilarían en tierra, con sable o conpistola. El capitán y el segundo tendrían derecho ados partes; el maestre, el contramaestre y elcañonero, a una y media; los otros oficiales a una y

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un cuarto. Reposo para los músicos el día delSabbat.El primer navío que encontraron era holandés, almando del Schipper Mitchel. Kid izó el pabellón y ledio caza. El navío mostró enseguida los coloresfranceses, entonces el pirata lo interpeló en francés.El Schipper llevaba un francés a bordo, el querespondió. Kid le preguntó si tenía un pasaporte. Elfrancés dijo que sí. "Y bien, por Dúos –respondióKid–, en virtud de su pasaporte lo apreso comocapitán de este navío". Y en seguida lo hizo colgarde la verga. Después hizo que viniesen losholandeses uno por uno. Los interrogó y, haciendocomo que no entendía nada de flamenco, ordenópara cada prisionero: "¡Francés; la tabla!". Se fijóuna tabla hacia afuera de la borda. Todos losholandeses corrieron por ella, desnudos, delante dela punta del machete del contramaestre y saltaron almar.En ese momento, el cañonero del capitán Kid, Mooralzó la voz: –Capitán, ¿por qué mata a esoshombres? –gritó. Moor estaba ebrio. El capitán se

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volvió, tomó un balde y le dio con él en la cabeza.Moor cayó con el cráneo partido. El capitán Kid hizoque lavaran el balde, pues habían quedado cabellospegados con sangre coagulada. Ningún hombre dela tripulación quiso volver a usarlo para mojar ellampazo. Dejaron el balde atado a la borda.Desde ese día el capitán Kid fue acosado por elhombre del balde. Cuando apresó al navío moroQueda, tripulado por hindúes y armenios, con diezmil libras de oro, al hacer el reparto del botín elhombre del balde sangriento estaba sentado en losducados. Kid lo vio claramente y echó un juramento.Bajó a su cabina y vació una taza de bombú. Luego,ya de vuelta en el puente, hizo arrojar el viejo baldeal mar. En el abordaje del rico buque mercanteMoceo no encontraron con qué medir las partes deoro en polvo del capitán. "Un balde lleno", dijo unavoz a espaldas de KM. Este cortó el aire con sumachete y enjugó sus labios, que echaban espuma.Después hizo colgar a los armenios. Los hombresde la tripulación parecían no haber entendido nada.Cuando Kid atacó al Hirondelle, se acostó en sulitera después del reparto. Cuando despertó se

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sintió empapado de sudor y llamó a un marineropara pedirle con qué lavarse. El hombre le llevóagua en una cubeta de estaño. Kid lo miró fijamentey aulló: "¿Es así como se comporta un caballero defortuna? ¡Miserable! ¡Me traes un balde lleno desangre!" El marinero huyó. Kid lo hizo desembarcary lo dejó "cimarrón", con un fusil, una botella depólvora y una botella de agua. No tuvo otra razónpara enterrar su botín en diferentes lugaressolitarios, en las arenas, que la convicción de quetodas las noches el cañonero asesinado iba a vaciarel pañol del oro con su balde para arrojar lasriquezas al mar.Kid se dejó prender a la altura de New York. LordBellamont lo envió a Londres. Fue condenado a lahorca. Lo colgaron en el muelle de la Exécution, consu casaca roja y sus guantes. En el momento en queel verdugo le calaba hasta los ojos el gorro negro, elcapitán Kid se debatió y gritó: "¡Me cago en Diez!¡Yo sabía muy bien que me metería su balde en lacabeza!" El cadáver ennegrecido permanecióenganchado en las cadenas por más de veinte años.

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WALTER KENNEDY Pirata iletrado El capitán Kennedy era irlandés y no sabía leer niescribir. Alcanzó el grado de teniente, bajo el granRoberts, por el talento que tenía para la tortura.Poseía a la perfección el arte de retorcer una mechaalrededor de la frente de un prisionero hastahacerle saltar los ojos, o de acariciarle el rostro conhojas de palmera encendidas. Su reputación quedóconsagrada en el juicio que se celebró a bordo delCorsario, contra Darby Mullin, sospechoso detraición. Los jueces se sentaron apoyados en labitácora, frente a un gran tazón de ponche, conpipas y tabaco; después el proceso comenzó. Se ibaa votar la sentencia cuando uno de los jueces

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a votar la sentencia cuando uno de los juecespropuso que se fumara una pipa más antes de ladeliberación. Entonces Kennedy se levantó, se quitóla pipa de la boca, escupió y habló en estostérminos:–¡Me cago en Diez! Señores y gentilhombres defortuna, que el diablo me lleve si no colgamos aDarby Mullin, mi viejo camarada. Darby es un buenmuchacho ¡qué joder! Y me cago en quien diga locontrario y por algo somos gentilhombres, ¡quédiablos! ¡Si habremos andado juntos, me cago enDiez! ¡Lo quiero con todo mi corazón, carajo!Señores y gentilhombres de fortuna, lo conozcobien; es un verdadero sabandija; si vive no searrepentirá nunca. ¡Que el diablo me lleve si searrepiente! ¿No es cierto, viejo Darby?¡Colguémoslo, qué joder! Y con el permiso de lahonorable compañía, voy a tomar un buen trago asu salud.Ese discurso pareció admirable y digno de las másnobles oraciones militares que nos son referidaspor los antiguos. Roberts quedó encantado. Ese díaKennedy se volvió ambicioso. A la altura de las

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Barbados, Roberts se extravió en una chalupacuando perseguía a un barco portugués, y Kennedyobligó a sus compañeros a elegirlo capitán delCorsario. Y se hizo a la mar por su cuenta.Hundieron y saquearon muchos bergantines ygaleras cargados de azúcar y de tabaco del Brasil,sin contar el oro en polvo y las bolsas llenas dedoblones y de piezas de a ocho. Su bandera era deseda negra, con una calavera, un reloj de arena, doshuesos cruzados y, por debajo de esto, un corazónatravesado por un dardo, de donde caían tres gotasde sangre. Así equipados encontraron una chalupamuy apacible, de Virginia, cuyo capitán era uncuáquero piadoso llamado Knot. Ese hombre deDios no llevaba a bordo ron, ni pistola, ni sable, nicuchillo; iba vestido con un largo hábito negro ytocado con un sombrero de anchas alas del mismocolor.–¡Carajo! –dijo el capitán Kennedy–. ¡Sí que vivebien y es alegre! Eso me gusta. No le haremos dañoa mi amigo, el señor capitán Knot, que va vestido demanera tan regocijante.

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El señor Knot se inclinó, en una afectada y silenciosareverencia.–Amén –dijo el señor Knot–. Así sea.Los piratas hicieron regalos al señor Knot. Ledieron treinta mohures, diez rollos de tabaco delBrasil y bolsitas de esmeraldas. El señor Knotaceptó de muy buena gana los mohures, las piedraspreciosas y el tabaco.–Son presentes que está permitido aceptar, parahacer de ellos un uso piadoso. ¡Ah, pluguiese al cieloque nuestros amigos, que surcan el mar, estuviesentodos animados por sentimientos semejantes! ElSeñor acepta todas las restituciones. Son por asídecir, los miembros del becerro y las partes delídolo Dagon, lo que le ofrecéis, mis amigos, ensacrificio. Dagon reina aún en esos países profanosy su oro suscita malas tentaciones.–¡Me cago en Dagon! –dijo Kennedy–. ¡Cierra laboca, carajo! Toma lo que se te da y bebe un trago.Entonces el señor Knot se inclinó sereno, pero

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rechazó su cuarto de ron.–Señores, amigos míos. . . –dijo.–¡Gentilhombres de fortuna, carajo! –gritó Kennedy.–Señores, mis amigos gentilhombres –volvió acomenzar el señor Knot–, los licores fuertes son,por decir así, aguijones de tentación que nuestradébil carne no puede soportar. Ustedes, mis amigos...–¡Gentilhombres de fortuna, carajo!–gritó Kennedy.–Vosotros, amigos míos y afortunadosgentilhombres –repitió desde el principio el señorKnot– curtidos como estáis en largas pruebascontra el Tentador, es posible, probable, diría yo,que no sufráis ningún inconveniente; pero vuestrosamigos se sentirían incómodos, gravementeincómodos...–¡Incómodos al diablo! –dijo Kennedy–. Estehombre habla admirablemente, pero yo bebo mejor.Nos llevará a Carolina a ver a sus excelentes amigos

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que poseen, sin duda, otros miembros del becerroese. ¿No es cierto, señor capitán Dagon?–Así sea –dijo el cuáquero–, pero mi nombre esKnot.Y se inclinó otra vez. Las grandes alas de susombrero temblaban al viento.El Corsario echó el ancla en una de las caletas delhombre de Dios. Este prometió traer a sus amigos yvolvió, en efecto, esa misma noche, con unacompañía de soldados enviados por el señorSpotswood, gobernador de Caroline. El hombre deDios juró a sus amigos, los afortunadosgentilhombres, que aquello sólo era para impedirque se introdujera en esos países profanos sustentadores licores. Y cuando los piratas fueronarrestados:–¡Ah, mis amigos! –dijo el señor Knot–. Aceptadtodas las mortificaciones, tal como yo lo he hecho.–¡Carajo! Mortificación es la palabra –exclamóKennedy.

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Lo llevaron engrillado a bordo de un transportepara ser juzgado en Londres. Old Bailey lo recibió.Firmó con cruces todos sus interrogatorios, lamisma marca que había puesto en sus recibos depillaje. Su último discurso lo pronunció en el muellede la Exécution, donde la brisa del mar balanceabalos cadáveres de antiguos gentilhombres de fortuna,colgados de sus cadenas.–¡Carajo! Sí que es un honor –dijo Kennedymirando a los colgados–. Van a colgarme al lado delcapitán Kid. Ya no tiene ojos, pero ese debe de serél.No había sino él que pudiera llevar un tan rico trajede paño carmesí. Kid fue siempre un hombreelegante. ¡Y escribía! ¡Conocía las letras, mierda!¡Una mano tan hermosa! Disculpe, capitán. (Saludóal cuerpo seco de chaqueta carmesí.) Pero unotambién ha sido gentilhombre de fortuna.

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EL MAYOR STEDE BONNET Pirata de alma El Mayor Stede Bonnet era un gentilhombreretirado del ejército que vivía en sus plantaciones,en la isla de Barbados, hacia 1715. Sus campos decaña de azúcar y de cafetos le daban beneficios yfumaba con placer el tabaco que él mismo cultivaba.Había estado casado, pero no fue nada feliz en elmatrimonio y se decía que su mujer le habíatrastornado el seso. Efectivamente, su manía no ledio sino poco después de los cuarenta y en unprimer momento sus vecinos y sus criados laconsintieron inocentemente.La manía del Mayor Stede Bonnet fue ésta. Nodesdeñaba ocasión para desacreditar la tácticaterrestre y alabar la marina. Los únicos nombresque acudían a sus labios eran los de d'Avery, de

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Charles Vane, de Benjamín Hornigold y de EdwardTeach. Eran, según él, osados navegantes y hombresemprendedores. "Espumaban" en aquellos tiemposel mar de las Antillas. Si por casualidad alguien losllamaba piratas delante del mayor, éste exclamaba:–Loado sea Dios, entonces, por haber permitido aesos piratas, como usted los llama, dar ejemplo de lavida franca y llana que llevaban nuestros abuelos.Por entonces no había poseedores de riquezas, niguardianes de mujeres, ni esclavos para suministrarel azúcar, el algodón o el índigo; y sí un diosgeneroso que dispensaba todas las cosas y cadauno recibía su parte. Es por eso que admiro tanto alos hombres libres que comparten los bienes entretodos y llevan juntos la vida de los compañeros defortuna.Cuando recorría sus plantaciones, con frecuencia elMayor golpeaba el hombro de un trabajador:–¿No sería mejor para ti, imbécil, estibar en algúngaleón o bergantín las balas de la miserable plantasobre cuyos retoños derramas aquí tu sudor?

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Casi todas las noches el Mayor reunía a susservidores en los cobertizos de grano donde lesleía, a la luz de un candil, mientras moscas de colorzumbaban alrededor, las grandes acciones de lospiratas de la Hispaniola y de la isla de la Tortuga.Pues había volantes con los que se advertía de susrapiñas a los poblados y las granjas.–¡Excelente Vane! –exclamaba el Mayor–. ¡BravoHornigold, verdadero cuerno de la abundancia llenode oro! ¡Sublime Avery, cargado con las joyas delgran Mogol y rey de Madagascar! ¡Admirable Teach,que has sabido someter sucesivamente a catorcemujeres y deshacerte de ellas, y que tuviste la ideade entregar todas las noches la última (tiene sólodieciséis años) a tus mejores compañeros (por puragenerosidad, grandeza de alma y conocimiento delmundo) en tu buena isla de Okerecok! ¡Oh, qué felizsería quien siguiese tu estela, el que bebiera su roncontigo, Barbanegra, señor de la Revanche de laReine Anne!Discursos todos que los criados del Mayorescuchaban con sorpresa y en silencio; y las

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palabras del Mayor no eran interrumpidas sino porel leve, apagado ruido de los pequeños lagartos quecaían del techo, cuando el miedo aflojaba lasventosas de sus patas.Después, el Mayor, protegiendo el candil con lamano, trazaba con su bastón entre las hojas detabaco todas las maniobras navales de sus grandescapitanes y amenazaba con la ley de Moisés (es asícomo los piratas llaman a un apaleamiento decuarenta golpes) a quien no comprendiera lasutileza de las evoluciones tácticas propias de losfilibusteros.Finalmente el Mayor Stede Bonnet no pudo resistirmás; compró una vieja chalupa con diez piezas deartillería, la equipó con todo lo que convenía a lapiratería, como machetes, arcabuces, escalas, tablas,garfios, hachas, biblias (para prestar juramento),pipas de ron, fanales, betún para ennegrecer elrostro, pez, mechas para hacer arder entre losdedos de los ricos mercaderes y muchas banderasnegras con calavera blanca, con dos fémurescruzados y el nombre del navío: la Revanche.

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Después hizo que subieran a bordo de improvisosetenta de sus criados y se hizo a la mar, de noche,derecho al Oeste, rozando Saint Vincent, paradoblar el Yucatán y "espumar" todas las costashasta Savannah (a donde nunca llegó).El Mayor Stede Bonnet no conocía nada de las cosasdel mar. Comenzó entonces a perder la cabeza entrela brújula y el astrolabio, confundiendo artimón conartillería, botalón con botavara, escotilla conescobillón, trinquete con castillete, ordenando izarpor arriar. En suma, tanto lo agitó el tumulto de laspalabras desconocidas y el movimiento inusitadodel mar, como que pensó en regresar a las costas deBarbados, lo que habría hecho de no habermediado el glorioso deseo de izar la bandera negraa la vista del primer buque, lo que lo sostuvo en supropósito. No había embarcado provisión ninguna,pues contaba con el pillaje. Pero la primera nocheno se divisaron las luces ni del más pequeño galeón.El Mayor Stede Bonnet decidió entonces que habíaque atacar una aldea.Alineó a todos sus hombres en el puente, les

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distribuyó machetes nuevos y los exhortó a la másgrande ferocidad; después se hizo llevar un baldede betún con el cual se ennegreció el rostro yordenó que lo imitaran, lo que se hizo no sin alegría.Después, estimando, según sus recuerdos, queconvenía estimular a su tripulación con algunabebida habitual en los piratas, les hizo tragar atodos y a cada uno una pinta de ron mezclada conpólvora la falta de vino que es el ingredienteacostumbrado en piratería. Los criados del Mayorobedecieron, pero, al contrario, de lo que era deestilo, sus rostros no se inflamaron de furor.Avanzaron con bastante simultaneidad hacia babory hacia estribor, asomaron sus faces negras porsobre la borda y ofrecieron aquella mixtura alpérfido mar. Después de lo cual, dado que laRevanche había poco menos que encallado en lacosta de Saint Vincent, desembarcaronbamboleándose.Era muy de mañana y los rostros asombrados delos aldeanos no despertaban demasiado la cólera.Ni el mismo Mayor se sentía con ánimo de proferir

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alaridos. Hizo entonces, altanero, su provisión dearroz y de legumbres secas con cerdo salado, lasque pagó (como buen pirata y muy noblementesegún le pareció) con dos barricas de ron y un viejocable. Después de lo cual, los hombres consiguieronpenosamente volver a poner a flote la Revanche; yel Mayor Stede Bonnet, henchido de su primeraconquista, regresó al mar.Anduvo con velas desplegadas todo el día y toda lanoche, sin saber que viento lo impulsaba. Hacia elalba del segundo día, habíase amodorrado apoyadoas la bitácora, muy molesto debido a su cuchillo y suespingarda, cuando fue despertado por el grito de:–¡Ah, de la chalupa!Y divisé a un tiro de cable el botalón de un navíoque se balanceaba. Un hombre muy barbudo estabaen la proa. Una pequeña bandera negra flotaba enel mástil.–¡Izad nuestro pabellón de muerte! –exclamó elMayor Stede Bonnet.Y al recordar que su título era de las fuerzas de

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tierra, decidió ahí mismo tomar otro nombre,siguiendo ilustres ejemplos. Sin vacilaciónrespondió entonces:–¡Chalupa La Revanche, capitaneada por mí, capitánThomas, con mis compañeros de fortuna!Ante lo cual el hombre barbudo se echó a reír.–¡Bien hablado, compañero! –dijo–. Podremosnavegar en conserva. Y venid a beber un poco deron a bordo de la Revanche de la Reine Anne.El Mayor Stede Bonnet comprendió en seguida quehabía encontrado al capitán Teach, Barbanegra, elmás famoso de aquellos que admiraba. Pero sualegría fue menos grande de lo que podía habersupuesto. Sintió que iba a perder su libertad depirata. Taciturno, saltó por sobre la borda del navíode Teach, quien lo recibió muy cortés, con el vasoen la mano.–Compañero –dijo Barbanegra–, me gustasmuchísimo. Pero navegas con imprudencia. Y quieroque me creas, Capitán Thomas, será mejor que

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permanezcas en nuestro buen navío; yo haréconducir tu chalupa por ese buen hombre muyexperimentado que se llama Richards; y tú, a bordodel navío de Barbanegra, disfrutarás a tus anchas lalibre existencia de los gentil-hombres de fortuna.El Mayor Stede Bonnet no se atrevió a rehusarse. Selo desembarazó de su machete y de su espingarda.Prestó juramento sobre el hacha (porqueBarbanegra no podía soportar la vista de unaBiblia) y se le asignó su ración de galleta y de ron,con su parte de los futuros botines. El Mayor nuncahabía imaginado que la vida de los piratas estuviesetan reglamentada. Padeció los furores deBarbanegra y las angustias de la navegación. Habíapartido de las Barbados como gentilhombre, paraser pirata según su fantasía, y se vio así obligado aconvertirse verdaderamente en pirata a bordo deLa Revanche de la Reine Anne.Llevó esa vida por tres meses, durante los cualesasistió a su amo en trece capturas; despuésencontró la manera de volver a su propia chalupa,La Revanche, bajo el mando de Richards. En eso

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mostró prudencia pues, la noche siguiente,Barbanegra fue atacado a la entrada de su isla deOkerecok por el teniente Maynard, quien llegaba deBathtown. Barbanegra fue muerto en el combate yel teniente ordenó que se le cortara la cabeza y se lacolgara de la punta de su bauprés, lo que fue hecho.Mientras tanto, el pobre capitán Thomas huyó haciaCarolina del Sud y navegó aún varias semanas. Elgobernador de Charlestown, advertido de su paso,envió al coronel Rhet a que se apoderara de él en laisla de Sullivans. El capitán Thomas se dejó apresar.Fue llevado a Charlestown con gran pompa bajo elnombre de Mayor Stede Bonnet, que reasumió tanpronto como pudo. Fue metido en prisión hasta el10 de noviembre de 1718, cuando compareció antela corte del vicealmirantazgo. El jefe de justiciaNicolás Trot lo condenó a muerte con este muyhermoso discurso:–Mayor Stede Bonnet; está usted convicto de dosacusaciones de piratería, pero sabe que saqueó porlo menos trece naves. De modo que podríanhacérsele once cargos más; pero con dos nos

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bastará –dijo Nicolás Trot– pues son contrarios a laley divina que ordena: No robarás (Éxodo, 20, 15) yel apóstol San Pablo declara expresamente que losladrones no heredarán el Reino de Dios (I, Cor., 6,10). Pero también sois culpable de homicidio, y losasesinos –dijo Nicolás Trot– recibirán su parte en ellago ardiendo con fuego y azufre, que es la muertesegunda. (Apoc. 21. 8).¿Y quién entonces –dijo Nicolás Trot– podrá habitarcon las llamas eternas? (Isaías 33, 14) ¡Ah, MayorStede Bonnet, tengo sobrados motivos para creerque los principios de la religión que os inculcaronen vuestra juventud –dijo Nicolás Trot– han sidomuy corrompidos por vuestra mala vida y porvuestra demasiado grande dedicación a la literaturay a la vana filosofía de estos tiempos, pues SÍvuestra delicia hubiese estado en la ley del Eterno –dijo Nicolás Trot– y en ella hubieseis meditado dedía y de noche (Salmos, I, 2) habríais hallado que lapalabra de Dios lámpara era a tus pies y lumbreraen tu camino (Salmos 119, 105) Pero así noprocedió usted. No os queda entonces sinoconfiaros al Cordero de Dios –dijo Nicolás Trot–

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que quita el pecado del mundo (Juan I, 29) que havenido para salvar lo que se había perdido (Mateo,18, 11) y ha prometido que no echaría fuera a quiena él fuera (Juan, 6, 37). De modo que si quiere ustedvolver a él, aunque tarde –dijo Nicolás Trot– comolos obreros de la undécima hora en la parábola delos viñadores (Mateo, 20, 6, 9) aún podrá recibiros.Mientras tanto, la corte sentencia –dijo NicolásTrot– que seáis conducido al lugar de la ejecucióndonde seréis colgado por el cuello hasta que lamuerte sobrevenga.El Mayor Stede Bonnet, después de escuchar concompunción el discurso del jefe de justicia, NicolásTrot, fue colgado ese mismo día en Charlestowncomo ladrón y pirata.

LOS SEÑORES BURKE Y HARE

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Asesinos El señor William Burke ascendió de la condiciónmás baja a una celebridad eterna. Nació en Irlanda ycomenzó como zapatero. Ejerció ese oficio durantemuchos años en Edimburgo, donde se hizo amigodel señor Hare, en quien ejerció una gran influencia.No cabe duda de que, en la colaboración de losseñores Burke y Hare, el poder de inventiva y desíntesis haya pertenecido al señor Burke. Pero susnombres perduran inseparables en el arte como losde Beaumont y Fletcher. Vivieron juntos, trabajaronjuntos y fueron apresados juntos. El señor Hare noprotestó nunca contra la popularidad que favoreciómuy particularmente a la persona del señor Burke.Un tan completo desinterés no recibió surecompensa. Fue el señor Burke quien legó sunombre al procedimiento especial que diocelebridad a los dos colaboradores. El monosílaboburke vivirá mucho tiempo todavía en boca de loshombres, cuando ya la persona de Hare se hayadesvanecido en el olvido que se abate injustamente

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sobre los trabajadores obscuros. El señor Burkeparece haber puesto en su obra la fantasíamaravillosa de la isla verde donde había nacido. Sualma debió de estar empapada en los relatos delfolklore. Hay, en lo que hizo, como un remoto relente de las Mil y una noches. Semejante al califaque deambulaba por los jardines nocturnos deBagdad, deseó misteriosas aventuras, pues eracurioso de relatos desconocidos y de personasextranjeras. Semejante al gran esclavo negroarmado con una pesada cimitarra, no encontróninguna más digna conclusión para suvoluptuosidad que la muerte de los demás. Pero suoriginalidad anglosajona consistió en que logrósacar el más grande provecho de las correrías de suimaginación de celta. Cuando su gozo artístico habíaterminado ¿qué hacía el esclavo negro, decidme, conaquellos a quienes les había cortado la cabeza? Conuna barbarie muy árabe, los descuartizaba paraconservarlos, salados, en un sótano. ¿Qué provechosacaba? Ninguno. El señor Burke fue infinitamentesuperior.De alguna manera, el señor Hare le sirvió de

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Dinazarde. Según parece, el poder de invención delseñor Burke fue particularmente excitado por lapresencia de su amigo. La ilusión de sus sueños lespermitió valerse de un altillo para alojar allípomposas visiones. El señor Hare vivía en uncuartito, en el sexto piso de una casa de altos muypoblada de Edimburgo. Un canapé, una gran caja yalgunos enseres de tocador sin duda, componíancasi todo el mobiliario. En una mesita, una botella dewhisky con tres vasos. Era norma que el señorBurke no recibiera sino a una persona a la vez,nunca la misma. Su procedimiento consistía eninvitar a un transeúnte desconocido, a la caída de lanoche. Deambulaba por las calles para examinar losrostros que despertaban su curiosidad. A veceselegía al azar. Se dirigía al extraño con toda laamabilidad de que hubiera podido hacer galaHarún-al-Raschid. El extraño trepaba los seis pisoshasta el altillo del señor Hare. Se le cedía el canapé;se le daba a beber whisky de Escocia. El señorBurke le preguntaba cuáles eran los incidentes mássorprendentes de su existencia. Era un insaciableoyente el señor Burke. El relato era interrumpidosiempre por el señor Hare, antes que despuntara el

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siempre por el señor Hare, antes que despuntara eldía. La forma de interrupción del señor Hare erainvariablemente la misma y muy imperativa. Parainterrumpir el relato, el señor Hare acostumbraba irdetrás del canapé y aplicar sus dos manos en laboca del narrador. En el mismo momento, el señorBurke iba a sentarse en el pecho de éste. Los dos,en esa posición, imaginaban, inmóviles, el fin de lahistoria, que no oían nunca. De esta manera, losseñores Burke y Hare acabaron una gran cantidadde historias, de las cuales el mundo no conoceránada.Cuando el cuento se detenía definitivamente, juntocon el aliento del narrador, los señores Burke yHare exploraban el misterio. Desvestían aldesconocido, admiraban sus alhajas, contaban sudinero, leían sus cartas. Algunas correspondenciasno carecieron de interés. Después metían el cuerpoen la gran caja del señor Hare para que se enfriara.Y era entonces cuando el señor Burke mostraba lafuerza práctica de su espíritu.Era importante que el cadáver estuviese fresco,pero no tibio, para poder utilizar hasta el último

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residuo del placer de la aventura.En esos primeros años del siglo, los médicosestudiaban anatomía con pasión, pero, debido a losprincipios de la religión, experimentaban muchasdificultades para conseguir sujetos para disecar. Elseñor Burke, como buen espíritu esclarecido, sehabía dado cuenta de esta laguna de la ciencia. Nose sabe cómo se vinculó con un venerable y sabioprofesional, el doctor Knox, que enseñaba en lafacultad de Edimburgo. Bien puede ser que el señorBurke hubiese seguido cursos públicos, aunque porsu imaginación debió inclinarse más bien hacia losgustos artísticos. Se sabe con certeza que prometióal doctor Knox ayudarlo tanto como le fueraposible. Por su parte, el doctor Knox secomprometió a pagarle por sus esfuerzos. Habíauna tarifa decreciente según se tratara de cuerposde jóvenes o cuerpos de ancianos. Estos últimosinteresaban poco al doctor Knox. De la mismamanera opinaba el señor Burke, debido a que,generalmente, éstos tenían menos imaginación. Eldoctor Knox se hizo célebre entre todos sus colegaspor su saber en anatomía. Los señores Burke y

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Hare disfrutaron la vida como diletantes.Corresponde, sin duda, ubicar en esta época elperíodo clásico de sus existencias.Porque el genio omnipotente del señor Burkepronto lo arrastró más allá de las normas y reglasde una tragedia en la cual había siempre un relato yun confidente. El señor Burke evolucionócompletamente solo (sería pueril invocar lainfluencia del señor Hare) hacia una especie deromanticismo. El decorado del altillo del señor Hareya no le bastaba, e inventó el procedimientonocturno en la niebla. Los numerosos imitadoresdel señor Burke han empañado un poco laoriginalidad de su estilo. Pero he aquí la verdaderatradición del maestro.La fecunda imaginación del señor Burke se habíacansado de los relatos eternamente parecidos de laexperiencia humana. El resultado no habíarespondido nunca a su esperanza. Y acabó porinteresarse tan sólo por el aspecto real, siemprevariado para él, de la muerte. Localizó todo eldrama en el desenlace. La calidad de los actores

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dejó de importarle. Los tomó al azar. El accesorioúnico del teatro del señor Burke fue una máscarade tela embebida en pez. El señor Burke salía lasnoches de bruma con su máscara en la mano. Loacompañaba el señor Hare. El señor Burkeesperaba al primer pasante, caminaba delante de ély después, volviéndose, le aplicaba la máscara depez en la cara, repentinamente y sólidamente. Enseguida los señores Burke y Hare se apoderaban,cada uno por su lado de los brazos del actor. Lamáscara de tela empapada en pez deparaba lasimplificación genial de sofocar los gritos y larespiración al mismo tiempo. Además, era trágico.La bruma esfumaba los gestos del actor. Algunosparecían representar a un borracho. Cuando laescena terminaba, los señores Burke y Haretomaban un cab y desvalijaban al personaje; elseñor Hare se encargaba de la ropa y el señorBurke subía un cadáver fresco y limpio a lo deldoctor Knox.Y aquí, disintiendo con todos los biógrafos,abandonaré a los señores Burke y Hare en mediode su aureola de gloria. ¿Por qué destruir un tan

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hermoso efecto artístico llevándolo lánguidamentehasta el final de su carrera, revelando sus flaquezasy sus decepciones? No hay que verlos de otramanera como no sea con su máscara en la manodeambulando en las noches de niebla. Porque elfinal de sus vidas fue vulgar y parecido a muchosotros. Parece que uno de ellos fue colgado y que eldoctor Knox tuvo que dejar la facultad deEdimburgo. El señor Burke no dejó otras obras.