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Una pulga a otra:

-¿Tú crees que hay vida en otros perros?

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- Me encanta estar aquí arriba. Ya lo sabe, se lo he dicho infinidad de veces. Pero lo que

no sabe, porque no se lo he dicho, es porqué me encanta estar aquí arriba... � Hoy

tocaba discurso. Largo. Profundo. Sentido. Sin llegar a la verborrea de Fidel Castro, Mr

Yee también era afecto a las larguísimas peroratas. Y si estas iban a tener lugar en la

vieja noria, todavía más. Porque cada vez que Mr Yee le sacaba de ProFinal, agencia

de exterminio de plagas, y le llevaba a aquel vetusto parque de atracciones, el discurso

se prolongaba durante, al menos, cinco o seis viajes. No es de extrañar que el capataz de

la atracción siempre les saludase tan afectuoso �. Hoy, estimado amigo, se lo voy a

contar. Me encanta subir aquí arriba, porque desde esta altura uno gana perspectiva.

Desde esta altura, uno logra distanciarse de los problemas que nos acechan en el suelo.

Y sin problemas, la gente parece otra cosa. Toda esa gente que se ve desde aquí arriba,

toda, parecen cucarachas.

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A las cinco de la mañana es normal que uno no tenga ganas de despertarse, sobre todo

cuando fuera hace menos de 15 grados bajo cero y está cayendo la nevada que será el

récord del siglo, cuando el viento está a punto de alcanzar la incómoda velocidad de 45

km/h y la niebla no permite distinguir si lo que viene de frente es un coche o todo un

parque de atracciones desplazándose incontrolado. Cuando la calefacción todavía no ha

despertado de su programado letargo nocturno y el último vestigio de café debe

encontrarse en ese registro fósil que forman los granos de azúcar, sal y arroz perdidos al

final de toda despensa. Y cuando debajo del edredón de plumas se está tan a gustito.

Y sin embargo, a él no le costó nada despertarse.

A las cinco de la mañana.

Nevando.

Helando.

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Con vientos huracanados.

Sin calefacción.

Y para colmo, sin café.

Se vistió como si esa fuese su hora habitual de vestirse. No desayunó, como si esa fuese

su hora habitual de no desayunar. Se lavó los dientes como todos los días. Incluso al

peinarse repitió los gestos acostumbrados. Sólo le faltó sentarse tranquilamente en el

sofá y encender la tele. Pero ese día no tenía tiempo para presentadoras. Ese día tenía

prisa.

Salió a la calle vestido con su traje de rebajas azul marino y su corbata azul claro,

cobijado por su abrigo imitación de piel de camello y su bufanda gore-tex morada.

Despierto, tan pleno de vida y energías iba, que no reparó en las inclemencias

climatológicas: la descarga de adrenalina le mantenía despabilado y en guardia. Bien.

Aquél iba a ser un buen día. Encontró el coche a la primera, acertó a meter la llave en la

cerradura también a la primera y ocupó en el asiento del conductor sin tener que

sentarse encima de nadie, por supuesto también a la primera. Todo estaba bien. Todo

estaba en su sitio. Definitivamente, aquél iba a ser un gran día. Aunque el suyo no era

un coche de lujo, un Volkswagen Escarabajo diesel de quinta mano de color amarillo

desleído ya por los años, difícilmente puede ser considerado por nadie como un �coche

de lujo�, solía ser invadido noche sí y noche también por los mendigos del barrio. Al

principio, nada más mudarse a aquella zona, aquella intrusión nocturna le molestaba

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sobremanera, hasta incívica, irrespetuosa le parecía, pero con el tiempo comenzó a verlo

como algo habitual. �En algún sitio tienen que resguardarse�, solía excusarlos, �y mejor

aquí, que no en casa�.

Metió la llave en el contacto. La giró. La volvió a girar. Nada. Ni siquiera un gemido.

�Venga, arranca, no me hagas esto...� balbuceó. Y por primera vez fue consciente del

frío que hacía al ver cómo el vaho salía de sus labios, tan denso, tan espeso que

reproducía en escasos centímetros la cortina blanca absoluta que la niebla había

formado en el exterior del vehículo. Se había quedado helado. De golpe. Volvió a girar

la llave en el clausor. Nada otra vez. Ni siquiera el acostumbrado gemido. Cero. Habrá

que coger un taxi. O dar un paseo. �No, si va a ser que a los coches sí que les cuesta

madrugar...�.

Diez minutos después y tras la enésima intentona, el Escarabajo decidió ponerse en

marcha. �Menos mal que sólo era que le costaba despertarse; por un momento pensé

que había entrado en coma. Ay, el sueño eterno... � y, convencido que en la insistencia

hay alguna virtud, dejó que su mente divagase recordando viejas películas de cine

negro. Su preferida era una en la que Humprey Bogart seducía a Lauren Bacall tras

silbar tres veces a modo de aviso de la llegada inminente de la policía. �¿O era al

revés?�. La noche seguía inhóspita, pero la calefacción del coche empezaba a

desentumecer sus congelados pies. �Si pongo el radiador entraré en calor; si abro la

ventanilla, el frío me mantendrá despierto�. Sí, porque iba a necesitar estar despierto.

Primero, por la niebla... Bueno, más que niebla, ese muro blanco que resplandecía con

la más mínima luz haciendo que una bombilla se convirtiese en un cañón de luz y, un

foco en condiciones, en un resplandor semejante al que ven los muertos justo después

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de haber repasado toda su vida a cámara rápida, produciendo en el conductor esa

desagradable sensación de que cual las distancias y las proporciones de la calle se

distorsionan alucinadas. Pero la niebla no era el único adversario al que tenía que

enfrentarse. Y, además, no había que olvidar la nieve y el viento. Tres elementos que

rara vez se dan simultáneamente, pero que cuando lo hacen suponen la peor pesadilla de

quienes se ganan la vida al volante: camioneros, taxistas, repartidores y comerciales,

todos ellos aprovechan esa circunstancia para alargar la comida, echarse una siesta o

retrasar la salida. Y sin embargo, él decidió continuar. Aunque trazase las curvas a

ciegas. Aunque tuviera que detener el coche al tacto en los semáforos. Aunque tuviera

que conducir por instinto. Esa mañana tenía algo muy importante que hacer en el Museo

Nacional de Historia Natural y ni la niebla, ni la lluvia, ni el viento iban a detenerle.

Aquel iba a ser el primer día del resto de su vida.

Llevaba meses planeando el golpe, había estudiado hasta el más mínimo detalle. Era,

como suele decirse en estos casos, pan comido. Tan fácil que ni siquiera había

contemplado la posibilidad de buscarse un compinche, alguien que, en caso de

necesidad, fuese capaz de silbar tres veces. Había visto cientos de veces la entrada ideal

al sistema de conducciones del aire acondicionado, en la parte trasera, justo al lado de la

salida de basuras. Sabía de memoria sus conductos, qué tubo llevaba a dónde. Entrar en

la sala de los artrópodos iba a ser cosa de niños. Destornillar la rejilla, descolgarse por al

agujero y, ¡voila!, allí estaría. Por suerte, los insectos son una forma de coleccionismo

que aún no mueve las cantidades de dinero que mueve, por ejemplo, el arte o las drogas,

por lo que aquel valiosísimo, en términos biológicos, que no pecuniarios, ejemplar de

trilobites fosilizado, único en el mundo, que lucía la vitrina central de la Gran Sala

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Trilobites del Museo Nacional de Historia Natural no estaba protegido por alarmas,

infrarrojos, rayos láser o perros, como lo están las Meninas de Velázquez o la heroína.

Y, lo que era mejor, esperaría en los servicios, ya había pernoctado encerrado en ellos

en un par de ocasiones y sabía que allí nunca entraba aquel vigilante anciano y raquítico

que estaba a cargo de la sección de Insectos los miércoles como aquél, hasta que

abriesen el Museo para salir por la puerta, como un visitante más. Pero dejando al

Museo con un habitante menos. Así de sencillo. Además, unas condiciones

meteorológicas tan adversas no podían sino venirle bien: menos gente pululando por la

zona, menos posibles testigos.

En esas estaba cuando un enorme resplandor se le vino encima. Algo, una enorme masa

de luz de colores parpadeantes había invadido su carril, descontrolado, y se había

estampado contra su Escarabajo dejándolo inservible. No tuvo tiempo para esquivarlo.

Fue sólo un segundo. Cuando se quiso dar cuenta, su coche estaba en dirección

contraria al Museo y se negaba a arrancar. Otra vez. Pero esta vez era definitiva. El

golpe había sido el tiro de gracia final: adiós al Escarabajo. �Brrrrr, si ese fuese el único

escarabajo que he perdido hoy...�. Resignado, salió del coche y todo lo que llegó a ver

de su agresor fue un sonido: una música de feria que iba desvaneciéndose de forma

paulatina mientras aquello que le había atacado desaparecía entre la niebla, la nieve y el

viento.

En toda casa hay una selva de dimensiones reducidas. En todas. Porque en todas las

casas hay por lo menos una planta. Y donde hay una planta hay vida. Y donde hay vida

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hay bichos. Más grandes o más pequeños, pero bichos. Quizá no puedas verlos a simple

vista, pero si tienes una planta, tienes bichos. Bichos, sí, insectos. Con sus patitas, sus

antenas, sus alitas, sus aparatos digestivos y su exoesqueleto. O, si tienes suerte, con

todo a la vez. Pueden pertenecer al grupo de los arácnidos, los quilópodos, los

miriápodos, los crustáceos o los insectos; pero todos serán artrópodos. Y si tienes más

suerte, mucha más, puede que no correspondan a ninguna de las taxonomías conocidas.

Que tu planta cobije a tu bicho y que tu bicho no corresponda a ninguna del más de un

millón de especies y subespecies descritas en el Bulletin of the Entomological Society of

America. Quizá te haya tocado la lotería y seas capaz de darte cuenta. Quizá, además,

tu especie sea tan rara, tan inusual, que hasta recibas una recompensa. Quizá tengas en

tu salón un ornitorrinco en miniatura: como cuando los ingleses llegaron a Australia en

el siglo XVII y se encontraron con semejante criatura, un pato con pelos, un topo con

pico, mitad ave mitad ratón, mamífero ponedor de huevos, toda una paradoja de sangre

caliente y metabolismo estable. O quizá tengas un bicho bola. Como cuando el alemán

Athanasius Kircher di Fulda encontró un insecto palo y lo calificó como el eslabón

perdido entre los reinos vegetal y animal.

Y entonces, sólo entonces, te permitirían darle nombre, bautizar a una nueva especie de

insectos. Hay quien bautiza estrellas; tú habrás bautizado a un bicho. Mucho mejor. Tú

habrás bautizado un nuevo artrópodo y cobrado una suculenta recompensa por ello. Al

fin y al cabo, tras la próxima hecatombe nuclear, sólo sobrevivirán los insectos. Sólo

tendrías que pasarte por el departamento de Entomología del Museo Nacional de

Historia Natural y preguntar por el encargado. Tras las pertinentes comprobaciones

por parte del científico bastaría con que rellenases un formulario y en la casilla en la

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que preguntan cómo quieres bautizar la nueva especie, escribir tu nombre. O tu

apellido. O tu mote.

El dinero lo recibirás por transferencia bancaria al cabo de unos días.

- Juan...¿Juan?...¡Juan! ¿Pero tú sabes qué hora es? ¿Qué coño haces en la calle a estas

horas? ¿Y qué coño haces llamando al telefonillo, a mi telefonillo, a las cinco y media

de la madrugada? ¿Pero tú sabes el día que me espera mañana? Mañana toca inspección

general, viene hasta el Director de Sección... ¿Pero qué cojones te estoy contando? ¿Te

ha pasado algo? ¿Te ha pasado algo o simplemente eres así de imbécil? ¡Tú eres

imbécil! ¡Tú te has propuesto no dejarme vivir! Me tienes hasta las...- por suerte un

zumbido no permite escuchar el final de la frase: es el zumbido que abre la puerta del

portal. Bzzzzzz. Clack. Es el chasquido de la cerradura. ¡Zas! Es el portazo que pega el

portón al cerrarse.

Crack. Es el ruido de la suela al aplastar la vieja tarima. Creeeeck. Es el quejido de la

madera tras ser aplastada. Crack. Creeeeck. Crack. Creeeeck. Crack. Creeeeck. Crack.

Creeeeck. Es el diálogo suela-escalón que acompañaba a Juan mientras llegaba al

primer piso. Ñiiieeeck. Es la puerta que se abre. No ha habido que llamar al timbre.

¡Plash! ¿Plash? Es la bofetada en la cara de Juan.

- Perdona, ya sé que es temprano...

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- ¿Temprano...? ¡Las cinco y media no es temprano; las cinco y media es muy

temprano!

Entró en el apartamento. Era un piso modesto, pequeño, a pesar de albergar dos

habitaciones, salón, comedor y cocina. Modesto y pequeño, pero su propietaria lo había

decorado con esmero. Cada uno de los ambientes era perfectamente distinguible del

otro. El salón era un salón; el dormitorio, un dormitorio; el despacho, un despacho; y la

cocina era una cocina. Todo reducido a la mínima expresión, de dimensiones diminutas.

Con los muebles y adornos suficientes para que todavía se distinguiese su función,

salón, dormitorio y cocina, pero sin concesión ni espacio para el lujo. Todo muy

funcional y, al mismo tiempo, todo muy personal. Los marcos de los cuadros serían de

multinacional de la decoración, pero las láminas era imprevistas escenas de gente

corriente ocupados en cosas corrientes. Las estanterías eran de saldo de alguna

superficie comercial, pero los libros que sujetaban estaban escogidos con gusto. La

vajilla no era muy diferente a la de un bar cualquiera, pero la comida que sustentaba era

más propia de restaurante de firma. Una, que así se llamaba la propietaria, los pelos

despeinados y los brazos cruzados sobre un albornoz de rayas rojas, estaba de pie en

mitad del salón. Tenía los ojos clavados en Juan. Estaba esperando una explicación, una

aclaración, unas palabras, incluso un abrazo, algo que la ayudase a comprender porqué

había sido sacada de la cama antes, mucho antes de que amaneciese.

- Es que mi coche... Mi coche se ha estrellado contra un parque de atracciones... Un

parque de atracciones móvil, que iba al menos a 150. Además ocupaba mi carril - fue

todo lo que se le ocurrió decir a Juan.

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- Ya... Comprendo... Un parque de atracciones... - De pie, frente a ella, Juan todavía

parecía más bajo de lo que era. La diferencia de estatura, aunque siempre a favor de

Una, no justificaba la distancia que en ese momento había entre uno y otra. Era como si

ella viviese en lo alto de una nube mientras que Pulgarcito aún estuviese empezando a

escalar la guisantera. Tanta era la distancia que les separaba que Una no pudo sino

ablandarse, dar un paso hacia atrás y sentarse en la cama: � Mira, Juan...

- Dabús, por favor.- le interrumpió Juan.

- Mira Dabús, acuéstate en el sofá y mañana hablamos. Seguro que lo que te ha traído

aquí a estas horas es sumamente� razonable. Seguro. Si no, no tendrías la mala cabeza

de despertarme a estas horas... Pero es mi cabeza la que no está para explicaciones, así

que, anda, hazme el favor de echarte en el sofá y ya hablaremos mañana en el desayuno.

¿Te apetece pan con aceite, sal y ajo?

- Dabús...

- Pues venga, acuéstate y mañana te lo preparo... � Y mientras le hablaba suavemente le

empujó tiernamente hasta el sofá, esperó a que se quitase la chaqueta azul marino, la

corbata azul claro y los zapatos de cordones y le tapó con una manta. Sólo faltó que el

beso en la frente para completar la escena maternal. Pero en realidad, no hubiera hecho

falta porque Juan, Dabús, ya había caído frito antes incluso de que ella le arropase.

Esa noche Juan volvió a soñar con multitudes.

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En La Tierra no hay familia más numerosa que la de los artrópodos. Hasta hoy se han

descubierto 1.065.000 especies distintas. Entre arácnidos, insectos, crustáceos y demás,

suman más del 80% de los seres vivos. Sólo de escarabajos se han definido ya 350.000

especies distintas. Se calcula que todavía faltan millones por descubrir en la última

frontera biológica: la bóveda del bosque tropical. Y en cada especie, el número de

ejemplares es inmenso. Un solo enjambre de langostas migratorias, observado en julio

de 1975 en las Montañas Rocosas, ha llegado a cubrir una superficie de más de

514.000 kilómetros cuadrados y, según algunos entomólogos especializados en plagas,

estaba formado por más de 12 trillones de insectos, con un peso aproximado de 25

millones de toneladas. Toda una familia numerosa. La familia artrópoda. Y que,

además, sigue creciendo: cada año se descubren alrededor de 5.000 especies; sólo en

España se descubre una especie nueva cada 5 días. Muchas de ellas en entornos

domésticos. Porque, es cosa sabida, en toda casa hay una selva de dimensiones

reducidas: tus plantas son la última frontera biológica, de bolsillo.

A las ocho y media de la mañana, el olor a café recién hecho despertó a Juan.

- ¿Y mis tostadas? � fue lo primero que dijo. A continuación se estiró, tanto y tan fuerte,

que todas las articulaciones de sus extremidades superiores acabaron por chasquear.

Dentro de lo que cabía, después de levantarse a las cinco a.m., chocar con el coche y

dormir en un sofá, no se encontraba del todo mal. No tenía más dolores que los

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acostumbrados: aquella vértebra, vieja compañera suya, empeñada en recordarle cada

mañana que, efectivamente, estaba vivo. Y despierto.

- Jajaja, menuda jeta la tuya � rió Una. - Enseguida te las pongo... ¿Cuántas quieres?

¿Has descansado? Anda, pasa ahí dentro y dúchate. Cuando salgas tendrás el desayuno

preparado.

Era cierto. Cuando salió del baño se encontró con un completo desayuno, tan completo

y tan bien servido que parecía más un anuncio que la realidad. Todo estaba perfecto,

como si lo hubiese dispuesto el mejor equipo de estilistas de Madison Avenue. Tanto

que, durante unas décimas de segundo, Juan esperó que le cambiasen de canal y, de

pronto, se viese otra vez no-desayunando, como todos los días. El café humeante, el

zumo recién hecho, las tostadas oliendo a ajo, croissants a la plancha, donuts de

mermelada... hasta las servilletas de papel hacían juego con el mantel y la decoración de

las tazas. De pronto, a Juan se le hizo la boca agua. Quería probarlo todo. Es más, quería

devorarlo todo. Se sentó a la mesa bajo la mirada, atenta pero comprensiva de Una, y se

puso a comer. Todo estaba delicioso.

Segundos después, se vio a sí mismo salir del dormitorio de Una. Se vio a sí mismo salir

del dormitorio de Una desnudo. Se vio a sí mismo salir del dormitorio de Una desnudo,

con una toalla enrollada a la cintura como única vestimenta. Se vio a sí mismo salir del

dormitorio de Una desnudo, con una toalla enrollada a la cintura como única vestimenta

y besar a la anfitriona en la boca. Se vio a sí mismo salir del dormitorio de Una

desnudo, con una toalla enrollada a la cintura como única vestimenta y besar a la

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anfitriona en la nuca mientras le pellizcaba el culo. Y Una no protestó, sino todo lo

contrario: le devolvió beso y pellizco.

- Hola, tú eres Juan, ¿verdad? - Juan, todavía con la boca abierta para dejar paso a lo

que iba a ser el primer bocado de la primera tostada, no contestó. � Pues si no te

importa, paso y me ducho.

�Efectivamente, han cambiado de canal�, pensó. Todavía no había vuelto a cerrar la

boca cuando aquél otro él había salido de la ducha. Engalanado. Feliz. Grande. Y para

colmo de males, llevaba su misma ropa. Aquel traje de rebajas azul marino, aquella

corbata azulada eran iguales a las suyas. Incluso parecían las mismas. Pero en aquel sí

mismo parecían mejores. No tan de saldo; no tan desleídas. Más optimistas. No estaban

arrugadas y, sobre todo, no transmitían aquella sensación de fracaso por no haber hecho

lo que llevaba tanto tiempo planeando hacer.

- Hola, yo también soy Juan � vio cómo se presentaba él a sí mismo, mientras se sentaba

en la mesa y cogía una tostada con aceite para llevársela a la boca. Igual que él. � Me ha

contado Una � siguió Juan � que anoche tuviste un percance con un parque de

atracciones... Es curioso, yo estuve a punto de dármela con un camión de esos que

transportan atracciones de feria. Se salió de su carril y se abalanzó encima de mí.

Supongo que el conductor iba cansado; debió quedarse dormido. ¿Sabes qué me hizo

reaccionar a tiempo? Para mantenerme despierto, anoche llevaba la ventanilla abierta. Y

unos segundos antes de que las luces multicolor del camión me cegasen, escuché una

música de feria... Entonces supe que algo se me venía encima...

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- Juan... � interrumpió Una mientras señalaba el reloj, suplicando que apurasen porque

ella tenía que salir a trabajar.

- ¡Dabús! � le corrigió al instante el Juan siniestrado.

- Dabús, si no es mucho pedir � intervino, mucho más afable y cordial, el segundo Juan.

�Efectivamente, han cambiado de canal, pero se ha colado una interferencia�. No podía

ser. Aquello no tenía sentido. Juan miró a Una. Y volvió a mirar Juan. Y se vio a sí

mismo mirando a Una.

Atónito.

Perplejo.

Confuso.

Turbado.

Mudo.

Las cucarachas albinas no existen. Las cucarachas, simplemente, crecen. Y las

cucarachas, como todos los artrópodos, poseen exoesqueleto. Es más, los artrópodos

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son justamente famosos por eso, por poseer exoesqueleto. Exosqueleto. Esto es, tienen

el esqueleto por fuera. Osea, que su aparato óseo cumple tres funciones básicas:

esqueleto, piel y protección. Esqueleto, porque les permite combatir la gravedad al

ganar consistencia corporal; piel, porque distingue esa consistencia del medio; y

protección, porque a veces la consistencia corporal no lo es tanto.

Pero a veces, sí. Como cuando las cucarachas crecen. Entonces su consistencia lo es

tanto que acaba por romper el caparazón desde dentro. El exoesqueleto se les ha

quedado pequeño. Se despojan de él, lo abandonan y se hinchan todo lo que pueden.

Entonces se quedan blancas.

Cucarachas blancas.

Albinas.

E hinchadas.

Pero sólo por unas horas.

Sólo hasta que el óxido solidifica y ennegrece el nuevo exosqueleto.

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ProFinal era una empresa conservadora. Lo cual, aunque en principio podría parecer

paradójico por tratarse de una empresa dedicada al exterminio de plagas de insectos,

tenía cierta lógica. Era conservadora hasta en el eslogan: �Bicho bueno, bicho muerto�.

Se le había ocurrido a su fundador hacía 57 años, cuando tan sólo contaba 13. Estaba en

la terraza de su casa, una soleada terraza cuadrada que coronaba un edificio cuadrado de

dos plantas, encalado en blanco y con vistas a la vega cantonesa, decorada con

maceteros de bambú flecha en todas sus esquinas, el mismo bambú flecha del que se

alimentaban los osos panda a unos escasos cientos de metros, allí en las montañas, y

dividida en diagonal por dos cuerdas en las que se oreaba la colada de la tarde anterior.

Estaba allí, empezando a descubrir su sexualidad, cuando vio por el rabillo del ojo que

una mancha blancuzca cruzaba el terrazo. Al no atravesar su campo de visión principal,

la mancha no era más que eso, una mancha borrosa, desenfocada. Un halo blanco y

denso como un campo de niebla en miniatura. Giró la cabeza y sus ojos enfocaron el

rostro de una cucaracha. Albina, además. Una cucaracha blanca. �Las cucarachas

albinas no existen. Las cucarachas, crecen. Así de sencillo�, se dijo a sí mismo, �es sólo

que cambió de esqueleto hace menos de tres horas�. Y era cierto. La cucaracha hacía

menos de tres horas que había cambiado de caparazón. Aquello despertó su curiosidad:

si el nuevo caparazón no tenía más de tres horas, quizá todavía conservase algo de

sensibilidad. Y en ese momento se levantó: había descubierto que el conocimiento

profundiza, intensifica el sabor de la crueldad.

Si tenía el caparazón más sensible, entonces tendría los filamentos de la parte superior

trasera del caparazón aún más sensibles. Esos filamentos sensibles a la más mínima

variación, movimiento del aire que se produjese en el entorno trasero de la cucaracha.

Esos filamentos son, por decirlo de alguna manera, los espejos retrovisores de las

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cucarachas: un avanzado, un sofisticado sistema de alarma que avisa a la cucaracha ante

cualquier peligro que se aproxime por la retaguardia.

Y si esos filamentos tan sensibles aún lo eran más de lo habitual, entonces aquella

cucaracha era una cucaracha para jugadores expertos. La cucaracha ideal para quienes

se atreven a jugar en modo avanzado.

- Call me The Master! � murmuró mientras se disponía a juguetear con su ballena

blanca en miniatura, su Moby Dick de bolsillo.

Se incorporó y la rodeó con sus manos abiertas para poder ver a través de ellas. Esperó a

que se descubriera atrapada. Esperó a que se agotase. Y entonces, levantó las manos. Ya

no necesitaba el coso. Ahora el ruedo sería toda la superficie de aquella azotea. Una

plaza sin barreras ni burladeros, sin tendido ni pasodobles.

Era el momento del picador.

Estiró un dedo y se puso a aguijonear a la cucaracha. Primero la había agotado; ahora la

estaba revitalizando. La estaba hostigando para que la combinación de ira, terror y

viejos instintos la volviesen a poner en marcha. Y con ella sus sensibles filamentos. La

cucaracha despertó e, iracunda, aterrorizada puso en marcha su respuesta ancestral, la

huida. Tenía que escapar. Y mientras lo intentaba, aquel chico de rasgos orientales la

perseguía, tentando la suerte, haciendo quites maestros: juntos recorrieron la azotea en

todas las direcciones posibles durante más de una hora. Hasta que el sudor no comenzó

a gotear en la frente de ambos, la cucaracha nunca rehusó el combate, jamás se entregó

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desesperada, sino que continuó combatiendo hasta que sus fuerzas le flaquearon:

demostró una nobleza inimaginable.

Era el momento del matador.

Pero aquella cucaracha de comportamiento tan encomiable se merecía un destino mejor.

Aquella cucaracha no merecía despedirse de este mundo con un simple pisotón. Aquella

cucaracha merecía la inmortalidad.

Entonces fue cuando el chico decidió cuál sería su futuro profesional.

Aprovechando que el artrópodo estaba agotado, buscó dónde guardarlo. Y se decidió

por el tiesto de uno de aquellos bambúes. Volcó la maceta, sacó la tierra y puso el tiesto,

boca abajo, encima del bicho. Tras lo cual bajó corriendo a su cuarto en busca de un

tarro y alcohol.

Algún día esa cucaracha blanca presidiría la sala museo de exposiciones de ProFinal.

Un anexo a la empresa con el que el dueño quería rendir tributo a todos los artrópodos

que había exterminado. A todos los artrópodos que habían marcado su vida.

Dentro de un hormiguero, con tantas galerías, pasillos y recovecos, con tantos rincones

en los que esconderse y dar un susto a tus compañeros, con tantos huecos donde

acurrucarse y echar una siesta reparadora � algunos hormigueros tienen más de 200

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kilómetros de túneles �, bien podría decirse que la vida tiene que ser, cuando menos,

distraída. Pues no. Las hormigas no hacen otra cosa que trabajar, trabajar y trabajar.

Hasta la reina, la única que alguna vez ha tenido un contacto sexual, el único momento

de placer que se da en cada generación de hormigas, no hace otra cosa sino trabajar. Y

es que la gran mayoría de las hormigas no tiene vida sexual alguna. Renuncian al

placer por el bien de la colonia. O mejor dicho, renuncian al sexo para asegurar su

supervivencia. Prefieren dejar la cosa sexual para la reina y ellas dedicarse a trabajar

para que no le falte nada a la comunidad. En ese sentido, se diría que todas las

hormigas, salvo la reina, son católicas.

En la tarjeta de Juan, justo debajo de la ilustración de una cucaracha blanca que era el

logotipo de ProFinal, se podía leer �Juan Onésimo. Adjunto al Director Técnico�. Era

un puesto cómodo, de responsabilidad relativa, sin demasiada tensión y sin demasiado

estrés. Y por consiguiente sin demasiado sueldo. Bueno, en ProFinal ningún sueldo era

demasiado. De forma oficial y de cara a la galería, su cometido era servir de apoyo

teórico al Director Técnico. Se suponía que Juan era quien proporcionaba estrategias,

prescribía insecticidas y tratamientos de mantenimiento a su Director. Pero además de

realizar su trabajo como Adjunto al Director Técnico, era también Adjunto al Director

de la Gran Sala Trilobites ProFinal. Si el primer cargo no era excesivamente

complicado, simplemente había que estar al tanto de las novedades del mercado,

mantenerse informado y parecerlo, el segundo cargo cada día le consumía más.

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En ambos puestos, la principal dificultad que presentaba su trabajo estribaba en que el

Director Técnico y el Director de la Sala-Museo eran la misma persona: el dueño de

ProFinal. Y cuando ambos Directores o el dueño tenían un mal día, él estaba ahí, a

mano, para pagar los platos rotos. Pero como contrapartida, estar tan cerca de la reina

del hormiguero suponía que él a veces también podía disfrutar de los placeres del sexo,

que en ProFinal se traducían en copiosas comidas con los mejores clientes, otros dueños

de empresas, generalmente pequeñas industrias de alimentación y almacenes de papel,

que requerían sus servicios de mantenimiento e higiene y, más aún, necesitaban el

certificado de empresa saneada para poder continuar con su actividad, como exigía la

legislación vigente, y que sólo ProFinal era capaz de proporcionar a un precio tan

competitivo.

Juan había comenzado a trabajar allí inmediatamente después de finalizar la

Universidad. Durante sus estudios, que había concluido con una nota algo mejor que

mediocre, se había especializado en biología molecular y su impacto sobre el sistema

nervioso de los artrópodos. Eso le llevó a construir su tesis doctoral en torno al

apasionante tema de la parálisis mortal en artrópodos debida a la ingesta de insecticidas.

�Gestión del sistema nervioso artrópodo. Estrategias, medios y perspectivas�, era el

título. La defendió delante de un tribunal exactamente dos años después de haber

acabado la carrera. Y como en aquellos años la biología industrial estaba en boga, todos

los catedráticos ostentaban altos puestos en alguna multinacional alimentaria, vieron en

aquel chico, en el énfasis que ponía al exponer sus ideas, en el entusiasmo empleado en

cada argumentación, en el ímpetu con que rebatía cualquier crítica, vieron al hijo que

ellos siempre quisieron tener y le otorgaron la calificación máxima: Cum Laude.

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Con aquel expediente académico no tardaron en llegarle varias ofertas profesionales.

Muchas de ellas venían de las mismas multinacionales en las que trabajaban esos

catedráticos que tan bien le habían valorado; pero, entre todas, destacaba una. Era de

una pequeña empresa, de no más de veinte años de antigüedad, con pocos empleados y

sin grandes planes de expansión. Además, ofrecían más sueldo y mejores condiciones.

Parecía un trabajo cómodo en una empresa sin demasiadas aspiraciones: el lugar ideal

para comenzar una carrera profesional. A pesar de las críticas de aquellos catedráticos,

decidió aceptar la oferta de ProFinal y empezar a trabajar allí como Adjunto al Director

Técnico.

Años más tarde, se convertiría, además, en Director de la Sala de Entomología ProFinal.

Los artrópodos actuales son a los trilobites lo que los griegos actuales son a los griegos

clásicos.

Los griegos clásicos sentaron las bases de lo que es hoy la civilización occidental.

Fundaron la paradoja, descubrieron el �yo�, inauguraron la tragedia y la epopeya,

logos y paedia,... Los griegos actuales, por importantes que sean, y acaban de ganar al

Eurocopa de Selecciones de Fútbol, jamás alcanzarán la trascendencia de sus

antepasados.

Los trilobites (que por algo tiene nombre de raíz griega) sentaron las bases de lo que es

hoy la vida vertebrada. Tuvieron el primer sistema óseo de La Tierra, desarrollaron las

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primeras formas de visión, ojos y nervios ópticos, fueron los primeros animales en

reinar en el planeta azul y también los primeros en abandonar el mar... Los artrópodos

actuales, por importantes que sean, y acaban de descubrir que pueden habitar

ecosistemas que hasta ahora se consideraban inhabitables, jamás alcanzarán la

trascendencia de sus antepasados.

Y si los trilobites son la Grecia clásica, el Ptychopariina Hallucigenia es Sócrates.

- Juan, ¿puede venir a mi despacho? � era Mr Yee, el Director Técnico y dueño de

ProFinal, a través del teléfono interno. Y cuando el dueño de tu empresa te dice que

vayas, vas. Mr Yee había llegado a nuestro país como un humilde inmigrante, pero a

base de esfuerzo y tesón se había convertido en todo un prohombre, aunque fuese un

prohombre modesto y limitado al sector de los exterminadores. Ahora contaba con una

pequeña empresa que daba trabajo a 24 personas y, lo que cada vez le parecía más

importante, una no tan pequeña fortuna en algún banco de Hong Kong.

Juan se levantó de su asiento y se dirigió al despacho de Mr Yee.

- Pase Juan, pase � Mr Yee le conminó a entrar. Y sin el más mínimo asomo de ironía,

continuó: � este señor ha tenido la amabilidad de venir a visitarnos...

- Permítame que me presente. Soy Hank Quinlan, inspector de policía.

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Acto seguido, como si estuviera cumpliendo un mero acto protocolario, el agente abrió

la cartera y le enseñó la placa: allí, grabado en oro de pega, brillaba el nombre del

agente: Cierto, era Hank Quinlan. Un estirado, o más bien, alargado, pelirrojo alto ya

entrado en la treintena. Irlandés. O de ascendencia irlandesa, puesto que nada en su

acento le delataba como irlandés. Vestía una chaqueta de espiga, en tonos marrones,

pantalones vaqueros y zapatos negros de cordones. No parecía un policía, aunque nadie

sepa a ciencia cierta qué aspecto se le supone a un policía. Parecía, más bien, un joven y

dinámico profesional: un abogado, un psicólogo o un analista de sistemas. Juan sentó en

la única silla que quedaba libre:

- Encantado, ¿qué puedo... podemos hacer por usted?

- El Ptychopariina Hallucigenia ha desaparecido � disparó.

�Sin duda está esperando algún tipo de reacción por mi parte�, reflexionó Juan. Y le

devolvió la mirada al agente.

- Estos servidores de la ley � intervino Mr Yee � han tenido la delicadeza, el exquisito

detalle de venir a informarnos de una desafortunada nueva. El Ptychopariina

Hallucigenia ha desaparecido. Ya lo conoce; el trilobites aquel del que tanto hemos

hablado, el que estaba en la sala principal de entomología del Museo Nacional de

Historia Natural. Un ejemplar único en el planeta � dijo mientras su mirada se pisaba en

ambos visitantes �. Magnífico, bello...

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El Ptychopariina Hallucigenia era la joya de los trilobites: uno de los fósiles más

antiguo y mejor conservado, pertenecía a la mejor colección entomológica del mundo,

la Gran Sala Trilobites del Museo Nacional de Historia Naturales. Y era, también, el

motivo por el que Juan se había despertado a las cinco de la mañana; por lo que se había

enfrentado a la niebla, la nieve y el viento; por lo que había chocado su coche contra un

parque de atracciones volante...

Y ahora, había desaparecido.

- ¿Y cómo ha sido?

- Un robo digno de un aprendiz� � afirmó el detective.

- Parece � interrumpió Mr Yee � que el ladrón pasó allí la noche aprovechando la

deficiente calidad del turno de vigilancia de los miércoles...

- El robo de alguien sin oficio ni talento... � confirmó el inspector.

- ...y abandonó el edificio � volvió a interrumpir el exterminador oriental � por la

mañana, después de que abriesen el Museo...

- Un robo digno de un lector de tebeos� - reafirmó, de nuevo, el agente.

- �y ahora creen que � interrumpió por tercera vez el señor Yee � o se ha puesto o se

va a poner en contacto con nosotros, con alguien de ProFinal en cualquier cas�

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- ¡Por amor de dios � gritó mientras se levantaba el policía. Ya no podía más, había

aguantado tres interrupciones y, a pesar de su experiencia, estalló, � ¿quiere dejar de

interrumpirme? ¿Quiere dejar de hacer mi trabajo? Si usted hace de policía amable,

¿qué hago yo? � A lo que Mr Yee se incrustó en el respaldo de la silla. Por primera vez

en su vida, alguien había sido capaz de callarle. Humillado, guardó silencio hasta el

final de la exquisita visita � Haga el favor de permanecer callado y todo será más fácil,

al menos para mí. Se trata � dijo, dirigiéndose a Juan � de un robo mal planteado, mal

planificado y mal ejecutado. Y, para más inri, se trata de un Ptychopariina Hallucigenia,

un fósil de trilobites único eso sí, pero un objeto tan especializado que no demasiada

gente pagaría por él. Lo que me hace pensar que el ladrón o bien era un entomólogo o

bien estaba asesorado por un entomólogo. Lo que me lleva a ustedes: los mayores

coleccionistas de este país de artrópodos disecados.

- No puede ser... � se lamentó Juan.

No podía ser.

�No puede ser�, pensó Juan, �dos sorpresas el mismo día. Primero Una, después de

haberme robado el sueño durante tanto tiempo, va y me�; y después, van y roban el

trilobites que yo pretendía robar�.

No podía ser.

29

3

- Pero esté tranquilo, hijo � siguió amablemente Mr Yee � no le he traído hasta aquí

arriba para aburrirle con mis pequeñas cuitas, no. Lo que yo puedo ver con estos dos

ojos será siempre menor, ridículo, comparado con lo que pueden ver nuestros cuatro

ojos. Quiero compartir con usted una visión. Por eso le he invitado aquí arriba hoy � e

hizo una breve pausa para arroparse con el abrigo. En lo alto de la noria hacía frío, sí

señor. Y, después de subirse los cuellos, continuó: � Ya sabe que el año que viene

ProFinal cumple su vigésimo aniversario. Y tenemos que celebrarlo como se merece

esta institución. Convendrá conmigo que como empresa disfrutamos de una situación

inmejorable: una clientela consolidada, un balance saneado y una situación ventajosa

frente a nuestros más cercanos competidores. Y eso lo hemos conseguido trabajando día

a día, siempre con la satisfacción del trabajo bien hecho, pero sin contentarnos jamás

con lo ya conseguido. Desde que llegué a este país, su país que ahora también es el mío,

he tenido la fortuna de rodearme de gente comprometida con su trabajo; honrados

trabajadores con quienes he tenido el placer de compartir una visión: un mundo más

limpio, un mundo más higiénico: un mundo libre de la amenaza patológica de las plagas

de insectos. Somos una empresa de exterminio de plagas. Y lo que hacemos, lo hacemos

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bien. Y a precios muy competitivos. Esa es la fórmula de nuestro éxito: ofrecemos la

mejor combinación de profesionalidad y servicio. Así ha sido desde el primer día y así

será el día siguiente a que cumplamos veinte años.

Juan ya estaba acostumbrado a los larguísimos parlamentos de Mr Yee. Y en cierta

medida le gustaban. Era un hombre solitario y él, Juan, con el tiempo se había

convertido en algo así como, si no su confidente, sí una especie de aprendiz, de heredero

en el sentido oriental de la palabra. Mr Yee era el Maestro y Juan su acólito. ProFinal

era una academia en la que Mr Yee le transmitía su sabiduría, sus conocimientos, su

experiencia, y se la transmitía de forma oral como si de un maestro en filosofía zen o de

artes marciales se tratase, con la única diferencia que el discurso de Mr Yee estaba tan

salpicado de misticismos como de tecnicismos empresariales: combinaba con gracia y

gusto el haiku más refinado con la jerga gestora más burda, la sentencia delicada con el

vocabulario financiero. Además, cuando caía una perorata como aquella es que todo iba

bien. Así que le dejó seguir hablando.

- Pero no sólo hemos compartido esa visión � continuó �, también hemos compartido la

misión, los caminos que han hecho posible que ProFinal esté donde está hoy. En todo lo

alto. Caminos que hemos abierto nosotros. Caminos que hemos ido descubriendo

juntos. Caminos que transitamos mejor que nadie. Caminos en los que todos nosotros

hemos puesto en peligro hasta nuestras propias vidas. Y no estoy hablando de los

insecticidas tóxicos o los riesgos laborales habituales de nuestra profesión. No; estoy

hablando de un peligro aún mayor, más profundo... Más trascendente; místico, me

atrevería a decir. Durante casi veinte años hemos estado contradiciendo, hemos estado

contraviniendo a los dioses... � En ese momento, Mr Yee hizo una pausa. Juan, que

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acertó al temerse que en realidad lo que quería su jefe era comprobar qué efecto habían

tenido sus palabras en su acólito, mantuvo el gesto serio y profesional que, pensaba,

requería la situación. � Recuerde que en vuestro... nuestro Viejo Testamento, cuando los

dioses querían castigar a los hombres no hacían otra cosa que enviarles una plaga. Y

nosotros, convencidos de que la salud de las personas está por encima de ninguna

divinidad, hemos luchado con ahínco y sudor, y sobre todo con éxito, contra las plagas.

Quizá los dioses nos deberían de haber castigado. Quizá... Pero no lo hicieron. Y

nosotros, como muestra de gratitud y reconocimiento a un trato inmerecido por nuestra

parte, tenemos, debemos, estamos obligados a hacer algo por los dioses a quienes

hemos contrariado durante casi veinte años. Necesitamos realizar un acto público de

desagravio para con esos mismos dioses. Necesitamos volver a merecer su favor. Por

eso esta mañana he desayunado con el Director de nuestro Banco.

Pero la relación entre acólito y Maestro, para que se realice en toda su magnitud,

siempre tiene que tener un final. Tiene que concluir. Hasta que el discípulo no rompe

lazos con su preceptor, no se puede afirmar que la instrucción haya terminado. Y toda

instrucción termina, se supone, con éxito. Para Juan el éxito era librarse de aquel

pesado, de aquel capullo que no hacía otra cosa sino aprovecharse de su curro. Darle la

brasa era su deporte nacional. Ya no eran las jornadas de más de diez horas al día, a

veces hasta seis días a la semana. O las continuadas faltas de respeto. O el desprecio

soterrado, subyacente a todos sus reproches. No. Era, simple y llanamente, que estaba

hasta los cojones. Tenía que deshacerse de él. Tenía que perderle de vista.

Para siempre.

32

4

Uuuuuuuuueeeeeeeeeaaaaaaaa...

Al sonar la alarma, el agente de policía agachó la cabeza instintivamente.

- Disculpe � gritó Mr Yee por encima del ruido de la sirena � pero me temo que se trata

de uno de nuestros clientes. Juan, ¿le importaría ir a ver qué pasa?

Juan salió del despacho. En recepción ya le esperaba su equipo: almacenes Sheridan &

Co, importador de alimentos exóticos, estaba sufriendo un ataque de escala 3. Y cuando

una empresa de alimentación sufría un ataque de escala 3, era imprescindible acudir de

inmediato. Así lo había establecido Mr Yee en el pliego de PEPIT-0, Plan de

Emergencia para Plagas e Infecciones Tropicales, Capítulo Cero. �Joder, una escala 3

ahora, ¡justo lo que necesitaba!�, juró, �pero al menos podré librarme de ese policía�.

Cogió la bolsa con su equipo de protección y se unió a los suyos. Ya se vestiría en la

furgoneta.

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Tardaron 23 minutos 18 segundos en llegar ante la puerta de los almacenes, lo que no

estaba mal teniendo en cuenta que la sede de Sheridan estaba al otro lado de la ciudad y

que ésta estaba atascada como nunca a causa de la nevada de la noche anterior. Los

almacenes eran una gran nave industrial en mitad de un polígono perdido, tan retirado

de cualquier centro urbano que hasta allí sólo iban las putas y los clientes de las putas.

Una de ellas, la más exótica, mezcla de negra y asiática, se acercó hasta ellos.

Seguramente era la estrella del lugar; un privilegio que le duraría seis meses a lo sumo,

el tiempo que el proxeneta tardaría en conseguir carne fresca... Se acercó hasta ellos e

hizo el ademán de enseñarles una teta para animar la cosa, cosa difícil con tanta ropa de

abrigo, pero se detuvo al instante cuando vio a los tres ocupantes. Tan exhaustivas eran

las medidas de profilaxis de ProFinal, �no basta ser limpio; también hay que parecerlo�,

solía decir Mr Yee, que Juan y sus dos acompañantes parecían enfundados en tres

condones. Cubiertos desde la cabeza a los pies por un traje de una sola pieza de látex

blanco, con tan solo una apertura a la altura de los ojos para dejar asomar los visores y

una chapita en el pecho con el nombre y el cargo del portador, sin duda no eran una

buena perspectiva para una prostituta.

Entraron en el almacén.

En recepción, justo debajo del logotipo de Sheridan & Co, les estaba esperando la

secretaria del Departamento de Mantenimiento, responsable de la salubridad de las

instalaciones. Y, por tanto, del certificado ministerial necesario para continuar con su

actividad importadora de alimentos exóticos. Estaba realmente preocupada, ni siquiera

saludó: temían una inspección de Sanidad en cualquier momento y en aquellas

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condiciones... Nada más verlos, dio media vuelta y se encaminó a toda velocidad hacia

la zona contaminada. La siguieron, claro.

Aunque para aquella mujer que caminaba a unos dos metros escasos por delante de

ellos, atravesando pasillos, abriendo puertas y pulsando maquinalmente códigos de

seguridad en cada una de ellas, la situación era de una emergencia excepcional, Juan ya

sabía qué le esperaba al final de aquel trayecto. Tanto que ni siquiera se tomó la

molestia de repasar los prolegómenos de la que iba a ser su actuación exterminadora en

caso de infestación por Fulgora lanternaria colombiana o Fulgora negris peruana, cuyas

larvas Sheridan & Co habría importado bajo la etiqueta del alguna lata de palmitos o

piña, ambos al natural: se trataría de localizar el foco de la infección y, a partir de ahí,

trazando una espiral, ir rociando insecticida; una vez cubierta toda la zona, la plaga no

tardaría más de dos horas en ser aniquilada.... Nada demasiado excepcional, la verdad.

Cucarachas, al fin y al cabo. Y sin demasiado interés entomológico.

La secretaria caminaba a toda velocidad, como si de aquella carrera fuese a depender un

ascenso o una subida de sueldo. Tan rápido iba que las cámaras de seguridad que

pendían del techo en cada pasillo, no podían seguirla, con su giro lento y cotilla. Juan

imaginó la sala de circuito cerrado, una batería de doce monitores, tres, tres, tres y tres,

y a los vigilantes frente aquellas pantallas, frente aquel ocelo de visión fragmentaria

como el ojo de una mosca, e imaginó a la secretaria cruzándolos todos... Tan rápido iba

que más parecía estar en un campeonato de marcha, clasificatorio para la próxima

olimpiada... Pero eso sí, gracias a aquel ímpetu, sus glúteos no cesaban de subir y bajar,

acompasados, dentro de la falda. �El culo merece la pena, sí señor�, pensó Juan.

35

- Perdone, un segundo � la detuvo.

Y sin darle tiempo para reaccionar y evitar así un ataque de histeria, con la mano

enguantada atrapó algo que campaba ahí donde la espalda pierde su casto nombre. Era

una cría de Fulgora lanternaria colombiana.

Blanca, además.

La guardó en un recipiente y continuaron la marcha.

Ya sabía el lugar que ocuparía aquel ejemplar en la Sala de Exposiciones ProFinal.

Además de a Cristo, en la curia colombiana rezan a una cucaracha llamada �La

Machaca�. Porque �La Machaca�, dicen, ha casado a mas parejas que todos los

Santos Evangelios.

Todo empezó hace muchos años durante las fiestas anuales de un pequeño pueblo del

Putumayo. Un par de periodistas de la capital fueron enviados a cubrir el evento.

Como pronto cayeron en la cuenta de que aquella celebración carecía de la chicha

suficiente como para contentar a sus editores, comenzaron un periplo por el pueblo

tratando de descubrir algo que fuese interesante. Lo que fuera. Hasta que la suerte les

llevo a una pequeña exposición de artesanos que exponían y vendían, entre muchas

otras cosas, mochilas, vasijas, collares� Entre aquellas cosas, los periodistas

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encontraron un insecto que nunca habían visto antes y preguntaron qué era aquello. El

comerciante contestó que se trataba de La Machaca (Fulgora lanternaria) y que era un

bicho muy peligroso, porque su picadura era mortal. La única forma de evitar morir

era hacer el amor dentro de las 12 horas siguientes a la picadura. La historia apareció

en la primera página en la siguiente edición del periódico. Inmediatamente se desató

una epidemia de picaduras de machaca. Tanto es así, que incluso se registró el caso de

unas monjas que prefirieron morir antes que acudir al tratamiento. Esto sucedió hace

cincuenta años y aún hoy se siguen reportando accidentes por machaca, aunque con un

toque de malicia y buen humor, en ciertos círculos de la sociedad colombiana. Hoy hay

que aclarar de una vez por todas que los fulgóridos en general son insectos totalmente

inofensivos y que a pesar de las explicaciones realizadas por los expertos en este

sentido, muchos colombianos deben su boda a esta historia.

Juan apretó el botón de parada del cronómetro justo cuando este señalaba 124 minutos,

25 segundos exactos. Era el tiempo que habían invertido en erradicar la plaga. Lo más

arduo fue dar con el foco de infección, una lata de palmitos importada en cuya etiqueta,

entre la goma adhesiva y el papel, había hecho su nido una cucaracha en la lejana

Colombia. Y es que la composición de algunos pegamentos es un manjar para

determinados artrópodos. Y una dieta sana y equilibrada para sus larvas. Si a esa fuente

de alimentos, rica en proteínas y grasas polisaturadas, le sumamos las tres semanas de

oscuridad absoluta que dura la travesía hasta este continente, el envés de la etiqueta se

convierte en el paraíso de toda la cucaracha. Un oasis donde florecer alejadas de la luz y

de la mano del hombre u otros depredadores. No era de extrañar que tanto Sheridan

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como otros importadores de alimentos tropicales fuesen una importante fuente de

ingresos para ProFinal.

Una vez detectado el foco, había que rociar sus inmediaciones con un insecticida

especial. En esta ocasión, Juan escogió el BlackRoachBlaster 4.700 de Bayer. Una

maravilla de la química alemana. Inocuo para el ser humano, era implacable con la

Fulgora lanternaria colombiana. Incluso un lactante podría tomarse una cucharada de

aquel portento de laboratorio durante días y no sufrir ni la más mínima lesión. Además,

era inodoro e insípido. Y sin embargo, bastaba que una cucaracha estuviese a menos de

un metro de una cantidad ínfima de RoachBlaster para que abandonase este mundo

entre estertores y espasmos. Porque menos de 5 mm3 bastaban para que sufriese la más

espantosa de las muertes ya que entre los componentes de su fórmula destacaban tres

aminoácidos, cuya patente disfrutaba en exclusiva la poderosa industria farmacéutica

teutona, que atacaban sin piedad al sistema nervioso del artrópodo, procurándole una

severa parálisis general en escasos milisegundos y, como consecuencia, una lenta y

dolorosa defunción por inanición. �Menos mal que las cucarachas no gritan�, pensaba

Juan siempre que lanzaba un ataque con RoachBlaster, �si no esto sería una escena

infernal�. Y quizá por eso tarareaba la Cabalgata de las Valkirias mientras soñaba que

su pistola de chorro a compresión era un helicóptero americano en pleno ataque por

sorpresa a aquella subestación poblada de pequeñas charlies negras.

- Esto está hecho. En dos días volveremos � le dijo al ya entonces agradecido Director

del Departamento de Mantenimiento de Sheridan a modo de despedida � para una

Sesión de Mantenimiento y Control.

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La sesión de mantenimiento y control, obligada según lo prescrito en el PEPIT-0, era en

realidad una sesión de limpieza. De basureo. Un eufemismo para la recogida

indiscriminada de cadáveres: operarios de rango menor y aprendices, cargados con

aspiradoras portátiles, recorrían el lugar succionando armaduras de quitina

De la secretaria del Departamento de Mantenimiento no volvió a saber nada.

Cambiando nuestros gustos alimenticios podríamos acabar con el hambre en el mundo.

Sólo hay que empezar a comer otros tipos de artrópodos. Hoy devoramos con placer

gambas, langostinos y centollos; si devorásemos con la misma fruición saltamontes,

arañas, moscas y termitas, se reduciría considerablemente la mortandad debida a la

malnutrición.

Obsérvese el cuadro siguiente:

Especie Proteínas (%)

Pollo 23

Pescado 21

Carne de Bovino 20

Carne de Cerdo 17

Carne de Ovino 17

Saltamontes y Langostas 50 - 75

Arañas 64

39

Larvas de mosca 64

Termitas 46

Sólo en Estados Unidos y Canadá durante el otoño los apicultores eliminan sus

colonias de abejas y compran otra en la primavera siguiente: cerca de 500.000 kilos de

abejas son desperdiciadas cada año, lo que supone 80.000 kilos de proteína

desperdiciada.

Las moscas producen por cada 6.5 cm2 de estiércol, un gramo de larvas al día. Si

dispusiésemos una hectárea de estiércol en un ambiente cerrado, al cabo de un año nos

encontraríamos con más de 992.000 kilos de larvas. Si procesáramos estas larvas

produciríamos 180.000 kilos de proteína pura.

Los cuerpos de las termitas, gramo a gramo contienen dos veces más proteínas que el

más caro filet mignon. Las proteínas de las termitas contienen más aminoácidos

esenciales para los seres humanos que cualquier otra proteína animal. Las termitas

son la forma de vida más abundante de la tierra. Una colonia de termitas puede

contener de 10.000 a 3 millones de insectos.

- ...sube pedazo de gili...� por desgracia un zumbido no permite escuchar el final de la

frase: es el zumbido que abre la puerta del portal. Bzzzzzz. Clack. Es el chasquido de la

cerradura. ¡Zas! Es el portazo que pega el portón al cerrarse.

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Crack. Es el ruido de la suela al aplastar la vieja tarima. Creeeeck. Es el quejido de la

madera tras ser aplastada. Crack. Creeeeck. Crack. Creeeeck. Crack. Creeeeck. Crack.

Creeeeck. Es el diálogo suela-escalón que acompañaba a Juan mientras llegaba al

primer piso. Ñiiieeeck. Es la puerta que se abre. No ha habido que llamar al timbre.

¡Plash! ¿Plash? Es la bofetada en la cara de Juan.

- ¿Eh...? � intentó decir mientras esquivaba aquella inesperada torta.

- La de esta mañana fue por el susto que me diste; esta es por engañarme...

- ¿Engañarte?

- Sí, por no decirme que tenías un hermano gemelo. Estoy hasta el culo de tus secretos.

Pero esta vez has batido tu propio récord. Te has sobrado. Pase que me la dieses al

mentirme con tu trabajo. O que me la colases con aquella historia sobre tus padres...

¡Pero que me escondieras esto, eso no tiene nombre! Resulta que para una vez que me

decido a acostarme contigo va y, tonta de mí, lo hago con el hermano equivocado.

¡Cabronazo! ¿Cómo crees que me siento? ¡Sois unos capullos enfermos! La próxima

vez os vais a jugar con vuestra puta madre...

El cabreo de Una no tenía trazas de amainar, así que Juan se acomodó y se preparó para

aguantar el chaparrón. Hasta se puso el cojín sobre el pecho a modo de protección. No

es que tuviese miedo físico, no, las agresiones no iban a ir más allá, pero nunca se

sabe... Lo mejor que podía hacer era mantener la boquita cerrada hasta que se despejase

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el horizonte. Pero como no remitía el temporal, Una siguió echando rayos y centellas

por la boca.

Hasta que de pronto le entró una duda.

- ¿No serás tú tu hermano gemelo?

- Una...

- ¿No me digas que me he vuelto a equivocar de Juan? � dijo Una, a quien la sombra de

la duda la enfadaba aún más, si cabe � Mira que me están entrando ganas de vomitar.

- Una...

- ¿Lo tienes?

- Yo qué sé; yo hasta esta mañana pensaba que no... Ahora no sé. ¡Qué idiotez: yo no

tengo un hermano gemelo!

Y, por fin, se hizo el silencio.

- Una... ¿con quién estuviste ayer?

Ella le miró sin comprender. Extrañada. ¿Qué clase de pregunta era aquella?

42

- ¡Con tu hermano! ¿Contigo? ¡Dímelo tú!

Y no pudo más. La pobre se levantó y corrió al baño. Cerró de un portazo. Lo último

que supo de ella era que tosía con esa tos que sólo ataca cuando uno está agachado en

cuclillas sobre la taza del váter.

- ¿Estás bien? � le preguntó Juan una vez que había vuelto.

- No � y se sentó en el sillón.

Estaba asqueada. Molesta. Indignada. Descompuesta. Fuera de sí. Peor que fuera de sí.

Más allá de fuera de sí. Quería gritar. Llorar. Insultar. Blasfemar. Estallar. Se sentía

sucia. Infecta. Obscena. Pútrida.

Atónita.

Perpleja.

Confusa.

Turbada.

Muda.

43

- Creo � continuó cuando recuperó la voz � que yo no me merezco esto. Siempre te he

tratado bien. Te he ayudado cuando me lo has pedido. Te he acompañado cuando

estabas solo. Entre nosotros las cosas iban bien. No lo entiendo. No entiendo por qué

tienes que tirarlo todo a la mierda. No lo entiendo. ¿Tú que ganas con esto?

- Una � ahora que ella se había calmado, o mejor dicho, ahora que ya no lanzaba

llamaradas por la boca, quizá fuese el momento para que Juan intentase explicarse: � yo

no gano nada con esto porque yo no he hecho nada. De verdad. Es cierto que a veces no

te he contado toda la verdad, pero sabes que nunca te he engañado. Y mucho menos con

una cosa así. Jamás te haría una cosa así.

Lo dejó ahí. La situación requería una disculpa, requería ternura y paciencia. Y Juan

estaba dispuesto a darlo todo. Disculpas, ternura y paciencia. Si él había visto un

fantasma, su supuesto hermano gemelo, ella se había acostado con él, con su supuesto

hermano gemelo. El muy cabrón se lo había montado bien anoche: se lo había hecho

con Una. Había conseguido en tan sólo unas horas lo que él llevaba ansiando meses...

- ¿Quieres decir que no sabes quién ha dormido en mi cama? ¿Que esos abrazos, esos

besos...?

Juan no contestó. Qué decir ante aquellas preguntas. Además, él buscaba las mismas

respuestas. Pero no acababa de encontrar la forma de hacerse entender, de compartir su

incertidumbre.

- No, no sé de quién eran. Y lo siento. De verdad que lo siento.

44

- Pues era exacto, clavadito a ti.

- Esa es la cosa. Alguien clavadito a mí ha pasado aquí la noche. Contigo. Alguien que

no era yo. Y que no era mi hermano gemelo. Yo no tengo, bueno, nunca he tenido un

hermano gemelo.

Ahora era Una la que se protegía con un cojín sobre el estómago. Sin duda, no le iban

las movidas raras. Y aquella era, se quiera o no, bastante rarita.

- ¡Juan, ya basta! � no podía más. Si aquello se prolongaba unos segundos más acabaría

por estallar. Y lo último que quería era llorar.

- Te juro que yo esta noche no te he visto antes de las cinco y media. Y te juro que no

tengo un hermano gemelo. No sé cómo decírtelo.

- ¿Quieres decir que ese lamparón que hay en mi cama, el semen que lleva manchando

mis bragas desde esta mañana no es tuyo? ¿Ni de tu hermano gemelo? � no había

acabado la frase cuando ya estaba otra vez corriendo en dirección al baño. Pero esta vez

dejó la puerta abierta.

- ¿Entonces quién cenó aquí conmigo? ¿Quién repitió dorada al horno?... ¡hasta creo

que tengo por ahí el tique de la pescadería! Nos bebimos dos botellas de vino blanco y

con el puntillo nos...

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- Os...

- ¿No nos...?

- No.

Juan se inclinó hacia delante y levantó la voz unos decibelios, como para que ella le

escuchase desde el baño: ella merecía una explicación. Y él la necesitaba. Le contó que

él aquella noche cenó una tortilla francesa y algo de queso blanco, algo frugal y fácil de

digerir, se acostó pronto, concentrado porque debía levantarse temprano, repasó

mentalmente un par de veces el plan que tenía que llevar a cabo y que, a las cinco de la

madrugada se despertó. Que hacía un amanecer infernal, más propio del país de Papá

Noel que de su cuidad, que nevaba, que había ventisca y niebla. Que cuando llegó al

coche, este al principio no quería arrancar. Que una vez que se puso en marcha, tuvo

que ir tan despacio por las calles que pensó que nunca llegaría a su destino. Y que,

efectivamente, nunca llegó a su destino, pero no porque se lo impidieran las

inclemencias del tiempo, sino porque un parque de atracciones móvil le había sacado de

la carretera.

Le contó que cuando llegó se acostó en el sofá con la promesa de un desayuno especial.

Que cuando vio el desayuno, no se lo podía creer, que todavía se le hacía la boca agua al

recordarlo. Que entonces apareció alguien exactamente igual a él, alguien que también

decía llamarse Juan y que tenía toda la pinta de haber pasado una noche inolvidable.

Alguien que tenía toda la pinta de ser un listillo, un triunfador, un gilipollas... Pero

alguien que no era su hermano gemelo. Él no había tenido un hermano gemelo en su

46

vida y no iba a empezar ahora a tenerlo. Le contó su extrañeza al descubrir que había

alguien en el mundo que era su doble exacto, idénticos como dos gotas de aguas, tan

parecidos que hubiera pensado que se trataba de un relejo en algún espejo si no hubiese

sido por la falta de simetría espectacular.

- A mí siempre me ha pasado una cosa muy curiosa. Cuando yo era pequeño tenía un

amigo, bueno, era mi mejor amigo. Se llamaba Iñaki Estellés. Íbamos a la misma clase...

fuimos a la misma clase durante todo el colegio. Estábamos siempre juntos. Teníamos

un grupo de tecno, jugábamos al tenis casi todos los días e intentábamos ligar todo lo

que podíamos. Éramos dos adolescentes convencidos de ser los tipos más seductores del

mundo. Recuerdo que un día hasta nos besamos compitiendo por una chica... Bueno, el

caso es que ahora ya no nos vemos desde hace tiempo. Y me acuerdo mucho de él.

Tanto que muchas veces pongo su cara en cuerpos que no le corresponden, creo que en

situaciones en las que me gustaría que estuviese. Veo a Andy García en el cine y no veo

su cara: veo a Iñaki. Pongo la tele y sale Raúl, el futbolista: veo a Iñaki. Leo una

entrevista con Fernando Alonso y adivina a quién veo: a Iñaki. Joder, si hasta me pasa

con el Presidente del Gobierno. Supongo que le pasa a mucha gente, proyectar la cara

de sus seres queridos en otras personas. Pero esto, lo de ahora, no me había pasado

jamás. Todo el mundo ha pensado alguna vez que tiene un doble. ¿A quién no le han

contado alguna vez que se parece mucho a alguien, a un vecino, a alguien que se han

cruzado en la cola del supermercado, a alguien con quien coinciden en la lavandería?

Pero una cosa es que te lo cuenten y otra muy distinta que lo veas con tus propios ojos.

Las palabras de Juan tuvieron un curioso efecto en su amiga. Por supuesto, no sirvieron

para convencerla de que el amante tan generoso que había compartido su noche no eran

47

él ni su hermano gemelo; pero el relato de Juan, el énfasis que ponía al exponer sus

ideas, en el entusiasmo empleado en cada argumentación, en el ímpetu con que rebatía

cualquier crítica, abrieron una leve grieta, un angosto resquicio por el que se coló un

finísimo haz de duda.

- Entonces, ¿quién era él?

Las hormigas son un insecto social. Tanto que sin hormigueros no hay hormigas. Y sin

hormigas no hay hormigueros. Y la explicación es relativamente sencilla: todas las

hormigas de un mismo hormiguero, independientemente de su casta o clase, son

parientes. Parientes muy cercanos, además.

Hamilton descubrió que los miembros del orden de insectos Himenópteros, hormigas,

abejas y avispas, heredan el sexo mediante la haplodiploidía: los huevos fecundados,

que son diploides (esto es, poseen dos juegos de cromosomas), se convierten en

hembras. Los huevos no fecundados, que son haploides (un único juego de

cromosomas), se convierten en machos. De esta forma, todos los machos de un mismo

hormiguero sólo portan un juego cromosómico, que obtuvieron de su madre. Así, al

fecundar a la reina, todos los espermatozoides son idénticos. Genéticamente idénticos.

Y, en consecuencia, su descendencia comparte siempre el 75% de la carga genética (lo

usual es que las crías compartan sólo un 50% de dicha carga). Por lo que para las

hormigas, abejas y avispas es más provechoso trabajar para la supervivencia de las

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hermanas y hermanos, para la totalidad de la comunidad, en una palabra, para el

hormiguero o el panal, que para su propia descendencia.

Después de los hermanos gemelos, ningún otro ser vivo comparte tanta información

genética como los miembros de un mismo hormiguero.

- Si no fuiste tú y no fue tu hermano gemelo, ¿quién era? Porque según tú, esta noche

me he follado a alguien que no existe.

- No sé, eso deberías decírmelo tú.

El silencio se volvió a instalar entre ellos. De la perplejidad inicial, pasaron a una

perplejidad más profunda. Cósmica, hubiera dicho Mr Yee. De pronto el salón se había

convertido en una sala de espera, una sala a la espera de respuestas. Una sabía que había

pasado la noche con alguien, todavía podía sentir el aroma de la piel de su amante, sus

caricias, pero no sabía con quién. Juan, sabía que había desayunado con alguien tan

parecido a él mismo que incluso su mejor amiga los había confundido, alguien que

también se llamaba Juan y que había cumplido uno de sus sueños más preciados:

acostarse con Una. Todo un capullo. Pero un capullo envidiable.

- ¿Pero no te extrañó vernos aquí, juntos?

49

- Claro. Pero como tú nunca cuentas nada... Ya te he dicho que pensé que era otro de tus

secretos. ¿Cuánto tardaste en contarme la verdad sobre dónde trabajabas? ¿Y cuántas

veces me has contado la misma historia con finales diferentes? Creí que era uno de tus

rollos. Además, pensé que era un juego vuestro. Y que no iba a caer en vuestra trampa.

Que no os iba a dar ese gusto.

- Joder...

- Y yo que pensaba que eras tú...

Hacer el amor abre el apetito. Y si eres hembra, la posible fecundación consiguiente

requiere un aporte proteínico extra. Un hecho que, en el diminuto universo de los

artrópodos, convierte a las hembras en extremadamente peligrosas.

Por eso no es de extrañar que la cópula entre mantis dure, a veces, más de 12 horas.

El cortejo comienza cuando el macho detecta las feromonas que desprende la hembra:

señal de partida de uno de los rituales amorosos más largos de la fauna invertebrada.

A partir de ese momento, el macho se afanará por localizar a la hembra efluyente y, sin

perderla jamás de vista, intentará acercarse a ella con la mayor de las cautelas. Una

hazaña a la que el macho, previsor, puede dedicarle unas horas.

50

Cuando se presenta la oportunidad, el macho se abalanza sobre la hembra y se

encarama a su espalda, donde permanecerá, quieto, como mínimo, 20 minutos. Durante

todo ese tiempo, el macho intenta ganar el corazón y la confianza de la hembra

mediante un suave masaje con las antenas o las patas anteriores a la hembra en la

espalda. Una vez adquirida la intimidad, el macho se desliza hacia atrás, arquea la

parte posterior de su abdomen hacia abajo, para establecer contacto con la cloaca de

la hembra y le transfiere su esperma.

Entonces, el macho sólo querrá huir.

Porque no es infrecuente que la hembra comience a devorarlo, incluso que lo haga

antes de que la transferencia de esperma haya concluido: empezará por la cabeza,

donde se encuentra el centro que podría inhibir la cópula, y seguirá con el resto del

cuerpo, hasta que la hembra haya despedazado, lentamente eso sí, a su compañero, que

se convierte así en una valiosa fuente de proteínas para la futura producción de los

huevos.

- Juan, Mr Yee te está esperando en su despacho.

�Joder, todavía no he entrado y ya quiere verme. ¿Qué querrá ahora?�

- ¿El policía sigue aquí?

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- No.

- Gracias.

Y la recepcionista se quedó mirándole fijamente mientras se dirigía al despacho de Mr

Yee. En esa situación y en otras parecidas, Juan no podía evitar preguntarse si le estaría

mirando el culo. Y, más aún, si lo que veía le gustaba. �Si no le gustase, no lo miraría

tanto�, pensó.

- ¿Me buscaba? � preguntó Juan mientras asomaba la cabeza en el despacho de su jefe.

- Pasa hijo, pasa. Siéntate � Otra vez tocaba rollo �. No he tenido tiempo para leer tu

informe sobre la actuación de Sheridan. ¿Todo bien?

- Todo bien � pero Juan no encontró respuesta. Se produjo una pausa. Osea, que Juan

tenía que explayarse: tenía que improvisar allí el informe. Lástima que no hubiera

cogido la grabadora de su despacho; así solo hubiera tenido que pasarlo a limpio

después. Pero no le pareció procedente comentarlo. � Todo bien, como siempre.

Llegamos en menos de 25 minutos, lo que teniendo en cuenta el estado del tráfico puede

considerarse una hazaña. Era una Fulgora lanternaria colombiana, cuyas larvas habían

importado bajo la etiqueta de una lata de palmitos. Aplicamos la diligencia definida en

los prolegómenos de actuación para el caso, establecidos en el PEPIT-0, Plan de

Emergencia para Infecciones Tropicales, capítulo Cero, punto dos...

- Juan, sé perfectamente qué dice el Plan. Lo redactamos juntos, ¿recuerdas?

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- Claro, estaba intentando ser fiel al informe. Bueno, pues aplicamos el tratamiento

especificado para estos casos y marcamos las pautas de mantenimiento. Tenemos que

volver dentro de dos días para fumigar con una solución de alcaloides. ¡Toda la

actuación nos llevó 124 minutos, 25 segundos exactos! � exclamó exultante Juan.

Pero como respuesta a aquella hazaña, sólo consiguió una cosa: silencio. Mr Yee aún le

seguía mirando fijamente. Sin embargo, Juan ya no tenía nada más que añadir.

- ¿Y no pasó nada más?

- No.

- ¿En serio?

- No.

- Han llamado para quejarse � le espetó Mr Yee �. La secretaria del Departamento de

Mantenimiento. Nuestra clienta � al ver la cara de incomprensión de Juan, enseguida

trató de explicarse �. Estoy seguro que se trata de un malentendido. Pero es una buena

clienta. Así que nos conviene aclarar las cosas. ¿Pasó algo con ella?

- ¿Con la secretaria? No, no pasó nada.

- ¿Seguro? Intenta recordar...

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- Nos estaba esperando en recepción cuando llegamos. Nos condujo a toda velocidad

hasta la zona afectada. Eso fue todo.

- ¿Ella les condujo? ¿Iba delante? ¿Tenía un bonito trasero?

Al contrario que Judas, Juan afirmó tres veces seguidas.

- Ya le he dicho mil veces que su obsesión por los traseros nos iba a traer problemas.

¿No es cierto que en un momento determinado se acercó usted a su culo y lo pellizcó?

Juan comenzó a reírse a carcajada limpia. Así que aquello era el misterio. Ella había

interpretado aquel gesto como un pellizco en el culo. Jajaja. �Hay que ser imbécil�.

Jajaja. Se levantó sin dejar de reír y salió del despacho. Al cabo de unos segundo volvió

y le enseñó un frasquito a Mr Yee. El frasquito contenía una solución de éter de alta

salinidad y en esta flotaba un precioso ejemplar blanco de Fulgora lanternaria

colombiano. Y, mientras todo esto pasaba, Juan seguía riéndose. Sin parar.

- Perdone Mr Yee, pero no lo puedo evitar. Es cierto que le miré el culo mientras nos

llevaba hasta el núcleo de la infesta... y que cuando se lo miré, vi que a este hermoso

ejemplar también le había gustado: tanto que estaba allí plantado, tan ricamente. Así que

decidí atraparlo para nuestra colección. No se lo dije a la chica en cuestión para evitar

que se pusiera histérica... Pensé que no se había dado cuenta.

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- Pues se dio cuenta. Y nos ha enviado una protesta por escrito. Mejor hubiera sido que

se pusiese histérica por la cucaracha que no por un pellizco que ni siquiera existió. En

fin, hágame el favor de ponerse en contacto con ella y explicárselo. Espero que así retire

la protesta. ¡Ah � añadió como colofón el oriental �, sepa usted que me alegra saber que

su obsesión por los culos no ha llegado tan lejos como para agredir a un buen cliente!

Juan hacía ya el ademán de levantarse para ir a cumplir la penitencia impuesta, cuando

Mr Yee volvió a abrir la boca:

- Un segundo, déjeme ver ese frasco. Maravilloso ejemplar � dijo una vez que tuvo el

tarro entre sus manos �, una preciosa Fulgora lanternaria colombiana capturada en el

exacto momento en que ha abandonado su viejo exosqueleto. Fantástico. ¿Es para la

colección?

- Por supues...

- Por cierto, que de la colección quería hablarle�

Juan volvió a arrellanarse en la silla. Aquello aún no había acabado. Y más cuando se

trataba de la colección. Porque la Sala-Museo ProFinal se estaba convirtiendo en una

obsesión para Mr Yee. Era su mausoleo. Su panteón. Si en aquel momento le hubiese

dicho a Juan que su última voluntad era ser enterrado allí, flotando en una solución de

éter de alta salinidad dentro en un frasquito, entre la cucaracha blanca que atrapó de

joven y algún otro ejemplar excepcional, no le hubiera extrañado nada.

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- En estos días he estado pensando mucho en la colección. Ha hecho usted un magnífico

trabajo y se lo agradezco, pero creo aún no acaba de hacer clic � y giró una mano contra

la otra, como dos piezas que encajan en un mecanismo. � Necesitamos darle otra vuelta.

La instalación es perfecta pero necesitamos ganar en espectacularidad. La didáctica es

estupenda, sólo hay que ver la de colegios que, incluso antes de haber inaugurado, ya

nos piden permiso para visitarnos, pero aún necesita ser más sugerente. Necesitamos

darle un impulso, ¿cómo lo diría yo para que usted me entienda?, un empujón

conceptual. Eso es. Conceptual. Póngase a ello inmediatamente.

Y como por arte de magia, sacó una tarjeta del bolsillo de la chaqueta. Se la entregó. Era

plateada. De un material plástico que no provenía de la celulosa. Algún derivado del

petróleo.

De la visita policial no dijo nada.

56

5

- Como bien sabe, hace seis meses estuve en Montreal � continuó el Director Técnico �.

También sabe que estuve visitando la sede central de JBL, empresa líder mundial de

exterminio de plagas. Pero quizá no sepa, y si es así aprovecho este instante para

informarle de ello, que allí conocí a su dueño y fundador, John �Buggy� Landstorm.

Durante años, John y yo hemos mantenido un intenso intercambio de correspondencia

acerca de nuestra común ocupación, el exterminio, tan intenso que ha acabado por

fructificar en una, también intensa, amistad. Compartimos métodos, técnicas y

experiencias y, lo que es menos frecuente pero mucho más interesante, compartimos

puntos de vista. Profesionales y vitales. Así las cosas, no es raro que John y yo

quisiésemos conocernos. El XXVII Congreso Mundial de Entomología Industrial, que

iba a celebrarse en Montreal, era la excusa perfecta. Ambos íbamos a asistir: él como

ponente, encargado de abrir el Congreso; yo, más modesto, como simple asistente. Su

discurso fue excelente, más que eso, creo que escribió una obra maestra. Tan grande que

yo ya la considero una obra maestra de la literatura. Si conoces la mejor obra literaria

que nunca un hombre ha dedicado a un artrópodo, La Metamorfosis de Kafka, creo que

su discurso no tiene nada que envidiarle. Tan profundo, tan sugerente me pareció... Y

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que no reciba el reconocimiento que sin duda merece, no se debe a otra cosa que a la

mezquindad de los cenáculos literarios de todo el mundo� Aquella noche, durante la

cena inaugural, se lo comenté. Creo que a él le pareció una apreciación justa y sincera.

Y desde ese momento no volvimos a separarnos, hasta la ceremonia de clausura del

Congreso. Ahora, � dijo cambiando de tema y de registro � quiero que vea una cosa...

Mr Yee extrajo un sobre papel kraft acolchado, tamaño A5, del bolsillo interior de la

chaqueta. Y del interior del sobre, sacó un mazo de fotografías. Comenzó a pasárselas

una a una. Era un reportaje: un edificio acristalado de tres plantas. El clásico edificio

inteligente que tan de moda estuvo en los años ochenta del siglo pasado. De formas

regulares, todo eran rectángulos, las ventanas, las puertas, hasta las banderolas que

decoraban la fachada con el logotipo de JBL... El jardín que lo rodeaba, también

rectangular, era una amplia pradera de césped en la que sólo sobresalía un seto de bog,

podado en forma de cubo. Después vinieron más imágenes, ya del interior del edificio,

la recepción, los ascensores, los pasillos... La decoración era asombrosa. Minimalista.

Todo era blanco. La moqueta, los muebles, los falsos tabiques. Todo era blanco. Incluso

los monitores de los ordenadores dejaban ver una resplandeciente pantalla blanca. El

personal, afortunadamente, podía vestir de otros colores, aunque predominaba el blanco

de las batas de los técnicos. Era, por lo que parecían reflejar aquellas fotografías

digitales, un estupendo ambiente de trabajo. Todos aparecían sonriendo, y todos

aparecían sonriendo a la cámara. Blancos. Con los dientes blancos. Para cualquier

burócrata de Recursos Humanos, aquello era el paraíso.

- Mire estas fotografías � le dijo Mr Yee �. Como verá, se trata de unas instalaciones

equipadas a la perfección. Estudiadas hasta el más mínimo detalle. A mí me encantan...

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Yo no las hubiera concebido mejores. Nunca en mi larga vida profesional había visto

unas oficinas iguales. No me extraña que su productividad sea tan alta. Su media de

exterminio es de 107 minutos, 49 segundos. Impresionante, ¿no le parece? Tardan, de

media, menos de dos horas en terminar con la plaga estándar. Increíble. Nosotros

estamos a 24 minutos, 12 segundos de alcanzarlos. ¡Y eso que somos la mejor empresa

del continente!

Tras este arrebato de orgullo innecesario, que son los mejores arrebatos de orgullo, Mr

Yee respiró a pleno pulmón. Había vuelto a bajar la temperatura, pero aquel aire frío y

seco le hacía bien a cualquiera. Tras dicho ejercicio de respiración, sacó otro mazo de

fotografías y continuó:

- Pero por impresionantes que sean, estas oficinas palidecen al compararlas con el

proyecto más ambicioso que jamás acometió mi muy estimado colega John �Buggy�

Landstorm: la Sala-Museo JBL. Una maravilla, una joya, una preciosidad. Mire estas

fotografías: son las únicas que nunca nadie ha tomado a la Sala-Museo JBL. Y usted es

la tercera, y última, persona en verlas; después procederé a destruirlas. Ahí, en esas

vitrinas, están todos los especímenes que han marcado la vida de John, además de

piezas de coleccionista de valor incalculable.

Ahí, en esas fotografías estaban las vitrinas. Pero esas vitrinas a su vez se encontraban

en salas inmensas, como un mausoleo, un panteón para la gran familia de los

artrópodos. Y esas salas también aparecían en las instantáneas. Porque la Sala-Museo

JBL era un cosmos cerrado, circular, perturbador, dedicado en exclusiva a la pasión de

un hombre, un hombre empeñado en mostrarle al mundo el material de sus obsesiones:

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los artrópodos y su universo. Un empeño para cuya consecución no había reparado en

gastos.

- Mi voluntad, mi última voluntad profesional, si usted quiere �continuó Mr Yee

mientras Juan ojeaba las instantáneas �, es construir en ProFinal algo así. La Sala-

Museo ProFinal. Un lugar de encuentro para todos aquellos interesados en la

entomología. Un homenaje a todos los artrópodos que han marcado mi... nuestras vidas.

Fíjese bien en esas fotografías, preste atención a los detalles, quiero que esa magnífica

instalación sea su inspiración. Puesto que a partir de hoy, además de sus funciones

habituales, le nombro Comisario Jefe de la Sala-Museo ProFinal: su misión será darle

cuerpo a esta mi última voluntad. Mi más sincera enhorabuena, estimado amigo.

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6

Pues ya tenía deberes. Tenía que disculparse con la secretaria veloz. Tenía que contactar

con el� cómo lo diría yo para que usted me entienda� ¿creativo? Y sobre todo, tenía

que encontrar a aquel otro Juan que se había acostado con Una. Y las tres cosas eran

para ¡ya! �Como decía mi madre: los problemas se solucionan uno a uno�, se dijo. Y se

puso en marcha.

Marcó el número de Sheridan y preguntó por la secretaria más rápida a ninguna parte.

Tras una breve presentación le contó su versión de lo sucedido. Ella escuchaba

atentamente y desde el otro lado del teléfono, Juan no podía adivinar si sus excusas

estaban surtiendo efecto o no. Así que cada vez se enrollaba más. Hablaba más y se

liaba más. Y desde el otro lado del teléfono, nada. Volvió a empezar su explicación y la

remató otra vez con la misma excusa. Silencio. Hasta que un clic seguido de la voz

robotizada de una amable señorita anunció que la comunicación se había cortado.

Sonó el teléfono de su despacho.

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- ¿Sí...?

- Pregunta por ti la secretaria del Departamento de no sé qué de Sheridan. Te paso.

- Gracias Mart...

- ¿Juan Onésimo? � otra vez la recepcionista le había vuelto a pasar demasiado rápido �.

Creo que se cortó la llamada; a ver si la compañía telefónica acaba de una vez con las

obras... ¿Qué quería usted?

�No se ha enterado de nada�, pensó. Y suspiró ante la perspectiva de tener que volver a

relatar lo sucedido. Respiró profundamente y se puso a ello. Le contó que sí, que se

había fijado en su trasero al caminar tan rápido por los pasillos del almacén. Y que al

hacerlo había visto una cucaracha ahí posada: todo un ejemplar de Fulgora lanternaria

colombiana blanca. Un espécimen único, perfecto para la sala museo de ProFinal. Y que

con un movimiento que él creyó ágil y preciso, la había cogido. Que la tenían allí en un

frasco, flotando en una solución de éter de alta salinidad, por si la quería ver. Que su

intención no había sido jamás la de pellizcarla en salva sea la parte. Y que no la avisó

por no asustarla, que es mucha la gente que se horroriza la mera visión de estos

artrópodos.

Y de nuevo, todo lo que obtuvo fue nada. Silencio.

- ¿Oiga? � preguntó Juan. Si aquello había vuelto a fallar, mejor saberlo antes que

empezar a hablar solo otra vez. Pero pasados unos segundos, sí que obtuvo respuesta. Y

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era positiva. Que sí, que ahora comprendía perfectamente la situación; que su intención

no era pellizcarla, claro; que sí, que le gustaría ver aquel bicho; y que incluso le

agradecía que no se la hubiese enseñado porque seguro que hubiese reaccionado mal y

así le había ahorrado un ataque de histeria; que estaba muy estresada y el error de

interpretación seguramente se debía a eso; y que, por supuesto, ahora mismo iba a

retirar la protesta por escrito. Pero que aún le quedaba una duda:

- ¿Me está diciendo que sólo se fijo en mi culo porque iba andando deprisa?

Bueno, ahora ya solo le quedaban dos tareas.

Los artrópodos constituyen el 80% de los seres vivos del planeta; y sin embargo,

ocupan el 17,43% de la superficie de todos los museos de ciencias naturales del mundo.

Salió de su despacho.

- Si me llaman � le dijo a la recepcionista � estoy en la Obra.

La Obra era la obra de la Sala-Museo ProFinal. A escasos metros de distancia de sus

oficinas, era el amplísimo local de tres plantas de 500m2 cada una, con más de 40 de

fachada, al que se accedía desde el portal de al lado. Era lo que se suele llamar un local

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noble, representativo. Osea, techos altos decorados con escayolas, suelo de parqué y, lo

más importante, diáfano y luminoso. Nada más entrar Juan, bajaron el volumen de la

música que gritaba un pequeño aparato de radio enchufado a una toma de obra.

- Ya os he dicho mil veces que no subáis tanto la música. Que los vecinos se quejan del

volumen � advirtió Juan a la concurrencia. Porque allí dentro estaban el arquitecto, el

aparejador y el jefe de obra, además de una variopinta cuadrilla multiétnica, de número

indeterminado e imprevisible, dándole al mazo unos, aplicando escayola otros y, o eso

le parecía a Juan, simplemente fumando, los más. Y estos últimos, los más, le miraron

de forma extraña, como sin comprenderle. ��guiris��, se dijo.

Las obras iban bastante avanzadas. Todo seguía su ritmo según el plan establecido. Y el

plan estipulaba que en tres semanas estarían listos para la inauguración. Hasta ese

momento todo había sido bastante llevadero, al contrario de lo que cabría suponer.

Desde la definición preliminar con Mr Yee hasta la presentación de los primeros

bocetos por parte del arquitecto, desde la elección de los materiales hasta la selección

del tipo de iluminación deseada, todo iba a las mil maravillas. Y lo que era más

importante, el dueño de todo aquello estaba satisfecho. Muy satisfecho.

La Sala-Museo ProFinal iba a ser el punto de encuentro de todos los amantes de la

entomología del país. Porque ni en este país ni en ninguno otro del entorno habrá jamás

un centro privado semejante, dedicado en exclusiva a los artrópodos. Según los planos,

la Sala-Museo contaba con una amplia sala de exposiciones en la primera planta, donde,

sin duda, luciría como se merecía la colección particular de Mr Yee, que ya se

encontraba entre las colecciones privadas más importantes del mundo tanto por número

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de ejemplares como por la calidad de los mismos; pero también sería un lugar vivo, en

constante movimiento: en la segunda planta dispondría de una gran sala de conferencias

donde impartir charlas, cursos e incluso proyectar documentales y otros materiales

audiovisuales; asimismo contaría, en la tercera planta, con un completo taller de

taxidermia a disposición tanto de profesionales como de aficionados.

Y a cargo de todo aquello iba a estar él.

- Buenos días Juan � le saludó el arquitecto �. Estamos comprobando la instalación

eléctrica. Todo correcto.

- Bien... ¿Hoy instalan las vitrinas, no?

Las vitrinas eran uno de los elementos estrella de la Sala-Museo. No sólo eran casi el

elemento más caro; eran especiales. Antirrobo. Antirreflectantes. Repelentes al polvo y

a la humedad. Irrompibles. Estancas. De hecho, eran tan especiales porque iban a ser el

contenedor de la posesión más preciada de Mr Yee, porque iban a ser la única

separación entre los artrópodos de la colección y el mundo. Una caja de hormigón

armado, encastrada a la pared por los cuatro costados salvo aquel por el que estaba

acristalada. Blindada. Antibalas. Con control independiente de humedad e iluminación.

El Lamborghini de las vitrinas, un equipamiento tan alto de gama del que ni siquiera el

Museo Nacional de Historia Natural, que pagamos todos, podía presumir.

- Deben de estar al caer� � muy seguro no debía estar el arquitecto cuando sacó el

móvil y se puso a llamar �. Aquí están.

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Y ahí estaban. Justo en ese momento aparecía por la puerta un hombre de unos treinta

años con un albarán en la mano: era la avanzadilla del equipo de instaladores y, como es

natural, si no se cobra, no se trabaja. Tras una breve presentación, el arquitecto se hizo

cargo de la situación. Con instrucciones sencillas pero rotundas, dejó claro cómo y

dónde quería que se colocasen. Los operarios se pusieron a ello. El sonido de los

taladros percutores, las grapadoras y otras herramientas terminó por ahogar la música.

Juan esperó unos segundos y se dio media vuelta: ya no pintaba nada allí.

- Hola, ¿Luis Montero? � dijo Juan, hablando por el móvil � Soy Juan Onésimo.

¿Podrías acercarte por la Sala-Museo?

Y guardó la tarjeta plateada en el bolsillo.

La literatura está plagada de insectos. Y por favor, no lo entiendan como un chiste fácil

sobre escritores. Innumerables son los héroes literarios asociados a algún artrópodo.

Gregorio Samsa, el protagonista de La Metamorfosis de F. Kafka, es el más conocido,

quizá por su íntima relación con la quitina. Pero no es el único. Este vínculo se

remonta a mucho antes. Ya en la Odisea, Homero relata que Aquiles, uno de los

mayores guerreros de todos los tiempos, cuya mayor conquista, para él mucho más

importante cualquier victoria en el campo de batalla, ha sido el reconocimiento de las

generaciones venideras, era descendiente de hormigas.

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Porque Aquiles era Mirmidón, habitante de la isla de Egina, en el golfo Sarónico. Y los

Mirmidones reciben su nombre de la palabra griega myrmêkes, hormigas.

Según cuenta la mitología, el rey Mirmides tuvo una hija llamada Egina, que además

de dar nombre una isla, fue seducida por Zeus. Hera, la mujer de éste, celosa por los

devaneos sexuales de su esposo, envió una peste que acabó con toda la población del

istmo. Sucesivos reyes vieron como sus súbditos eran cada vez menos, hasta que Eaco,

rey de los Mirmidones y padre de Aquiles, desesperado y con la mirada gacha, tanto

que fijó su vista en una hilera de hormigas, alzó una plegaria a Zeus con el objeto de

repoblar la ciudad hasta que los mercados volvieran a hervir el sábado.

Y el dios de dioses hizo realidad sus deseos. Transformó aquella caravana de

artrópodos en hombres, hombres que serían, a partir de ese día, los mirmidones. Y

dicen las malas lenguas que fueron tantos que tuvieron que ampliar la plaza central.

Pero como todo mito siempre se sustenta en alguna verdad, el historiador Estrabón

afirma que los mirmidones se dieron ese nombre porque para poder labrar los campos

tenían que retirar muchos pedruscos formando largas cadenas humanas, como hacen

las hormigas, ya que sus tierras eran áridas y pedregosas.

El sueldo de Una no daba para fantasías. Trabajaba en el Departamento de Recursos

Humanos de una multinacional francesa dedicada a la venta de combustibles líquidos de

uso industrial. Aunque estaba rodeada de metanos, alcoholes y otros gases nobles, de

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silos, depósitos y camiones cisterna, su vida laboral transcurría con la misma rutina, la

misma inactividad displicente con la que transcurre la jornada de un cajero automático.

Rodeada de papeles y notas post-it durante ocho horas diarias, su cometido consistía en

mantener motivado al personal. A veces pensaba que lo suyo era como lo de los

animadores de los hoteles todo incluido pero sin sesiones de aeróbic junto a la piscina

por las mañanas. E, ironías de la vida, ella, encargada de mantener las cuotas de

productividad por empleado sin que aumentase el coste por hora y hombre, no sabía

cómo aplicarse su propia medicina. Estaba hasta las nalgas de su trabajo, de sus

compañeros y, sobre todo, de lo ridículo de su sueldo. Aún así lo llevaba con dignidad.

Con toda la dignidad que puede permitirse quien no sabe cuándo saldrá del hoyo, y ni

siquiera si acaso hay vida allí arriba, donde luce el sol y la hierba es verde. Por eso era

adepta y adicta al metro. Todas las mañanas tomaba la línea 5, la verde, en dirección

sur. El trayecto hasta su trabajo era largo pero cómodo, se subía en la primera estación y

no se bajaba hasta la antepenúltima, después de haber superado 18 paradas y 37 km, y

no precisaba hacer trasbordo alguno, por lo que podía leer durante todo el trayecto. Esa

mañana iba leyendo un libro americano, una novela de casi 700 páginas sobre un

soldado que, una vez acaba la segunda guerra mundial y ya licenciado del ejército,

empezaba a trabajar como cazador de caimanes en las cloacas para el Ayuntamiento de

Nueva York. El tocho era bueno, muy bueno y su lectura, muy absorbente. Tan

concentrada iba que ni el traqueteo del vagón, ni los empujones ni la megafonía podían

romper el profundo hilo de concentración con el que seguía cada línea, cada palabra del

libro. Las estaciones iban pasando y cada vez el libro era más interesante. Llevaba ya

dos semanas con él y aún pasarían otras dos para que lo terminase. Aquellas aventuras

bajo la tierra, en los túneles y cavernas de la metrópoli americana de posguerra, las

peripecias del protagonista por los bajos fondos de la gran ciudad, las alcantarillas y el

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extrarradio, los caimanes y las pandilleras, la caza y las peleas, se habían convertido en

la mejor compañía.

Pero a los pocos días el libro se tornó extraño. Desconcertante. Los meandros de aquella

historia divergían cada vez más de la trama central. Pero no por ello eran menos

interesantes. Tanto que las páginas iban cayendo al mismo ritmo que las estaciones de

metro. La historia fantástica comenzó a ser una historia carnal. Más aún. La narración,

de pronto, era pornográfica. El sexo más explícito, erecciones, felaciones,

eyaculaciones, todas las humedades posibles finalizadas en �ciones�, empezaron a

poblar las páginas y sus trayectos. Viajaba, por así decirlo, con las piernas cruzadas.

Pero una tarde, cuando ya volvía a casa, sola en su asiento del vagón de metro,

disfrutando de las deliciosas sensaciones que describe el protagonista de la novela

cuando tiene su polla, desprejuiciada y desprepuciada, en la boca de aquella chica de

barrio de cazadora naranja con emblemas de pandilla bordados en la espalda, aquel

bombear que sienta tan bien, sintió una presencia a su lado. Solía pasar. El coche vacío

y justo se tenía que sentar a su lado. Como siempre, ni siquiera levantó la cabeza para

mirar a su convecino, ni siquiera buscó su reflejo en la ventana de enfrente de su

asiento. Con apariencia imperturbable, siguió leyendo. La lengua de aquella pandillera

era toda una experta. Según el protagonista, más que eso. Una maestra. Sabía cómo

tenía que lamer, dónde había que sorber y cuándo debía morder.

Y como suele pasar en estos casos, sintió la insidiosa mirada de su acompañante

indeseado recorrer las mismas líneas que ella. Las mismas palabras. Las mismas

humedades.

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Normalmente, en esos casos, Una cerraba el libro y miraba al tendido. Pero ese día no lo

hizo. Quizá fuese el cansancio; o quizá, el contenido de aquellas páginas; o puede que

fuese que, de repente, sintió curiosidad por sorprender, por epatar a la inesperada visita,

qué pensaría aquella improvisada audiencia de una mujer lectora de pornografía en el

metro... La cosa es que dejó que el otro acabase la página. Continuó con el libro abierto

sobre su regazo mientras hacía que rebuscaba algo en el bolso.

- Gracias Una... � agradeció el otro. ¿Una? ¿Se conocían?

¿Se giró y a quién vio?

- Sí, soy Juan. ¿Cómo estás? � preguntó como si de verdad le interesase. Y tras mirarla

con detenimiento, añadió � Pareces cansada.

Sí, era Juan.

¿Pero era Juan, su amigo? ¿O era Juan, su amante?

Sintió que delante de ella se abría una bifurcación. Como si no supiese si cerrar las

piernas como medida de protección o � conjunción copulativa � si cerrar las piernas

para disimular la ilusión. Como si delante del metro en el que viajaba se abriesen dos

vías diferentes y tuviese que elegir cuál tomar. Pero ella no llevaba dentro un

maquinista, educado para tomar esas decisiones sin consultar con la Central de Control.

70

- Ha sido un día duro. ¿Tú qué tal?

- Bien � e hizo una pausa. Astuta. � ¿No piensas besarme?

¿Era Juan, su amante?

Lo besó.

Era Juan. Su amante. Definitivamente. Aquellos labios esponjosos, mullidos. Aquel

tacto. Aquel aliento. Notó que le miraba las tetas. Cruzó aún más las piernas.

Si las palabras matan la ansiedad producida por la incertidumbre, Juan se puso manos a

la obra. Pasados los rubores y dudas iniciales, o para que pasasen cuanto antes, comenzó

a hablar. A trompicones. Como si el traqueteo del metro se hubiese infiltrado en su

discurso. Intentó explicar cuánto había disfrutado la otra noche, la sorpresa tan

agradable que fue estar allí, con ella. A trompicones pero con la suficiente fluidez como

para amortiguar el vaivén del tren. Era curioso aquel torrente de palabras, aquella

marejada de recuerdos, aquel remolino de sensaciones. Juan, este Juan, combinaba a la

perfección la cháchara cariñosa, el comentario sentimental y las anotaciones más

ingenuas con las observaciones más perspicaces. Una se arrellanó en el asiento, relajó

un tanto las piernas y se dejó hablar. Aquel Juan, el otro y primigenio, era mucho más

burdo, pero también más directo. Más torpe, pero también más franco. Donde este Juan

era sinuoso, ondulado, sutil; aquel era recto, inmediato, claro. Este, sin duda, haría un

buen amante; aquel, un buen amigo. Este sería Juan 1; aquel, Juan 0. Pasara lo que

pasara siempre tendría a Juan 0, el amigo. La bifurcación comenzaba a despejarse,

71

perdía aquello que de laberíntico tenía: de pronto, desde el puesto del maquinista de

aquel tren podía leerse la señalización.

Este Juan continuó hablando. Y sus palabras continuaron teniendo el mismo efecto

balsámico. Su recapitulación la noche de autos coincidía a la perfección con la que ella

misma se hacía. Los sentimientos, las emociones que narraba su convecino coincidían

punto por punto con las suyas. Este Juan sería físicamente igual al primero, pero sus

palabras eran una réplica exacta de las de Una. ¿Se estaba complicando aún más la

madeja? Ella, que no era muy dada a las veleidades metafísicas, rechazó aquel sendero

por el que parecían querer adentrarse sus pensamientos, no fuera a ser que el hilo de

Ariadna acabase por romperse de tan estirado, retorcido y encrespado. Siguió

repantigada en el asiento, arrullada por el riachuelo que eran sus palabras. Tranquila.

Inmune. Incluso cuando Juan 1 le contó su extrañeza, su estupor al descubrir que había

alguien en el mundo que era su doble exacto, idénticos como dos gotas de aguas, tan

parecidos que hubiera pensado que se trataba de un reflejo en algún espejo si no hubiese

sido por la falta de simetría espectacular.

- A mí siempre me ha pasado una cosa muy curiosa. Cuando yo era pequeño tenía un

amigo, bueno, era mi mejor amigo. Se llamaba Iñaki Estellés. Íbamos a la misma clase...

fuimos a la misma clase durante todo el colegio. Estábamos siempre juntos. Teníamos

un grupo de tecno, jugábamos al tenis casi todos los días e intentábamos ligar todo lo

que podíamos. Éramos dos adolescentes convencidos de ser los tipos más seductores del

mundo. Recuerdo que un día hasta nos besamos compitiendo por una chica... Bueno, el

caso es que ahora ya no nos vemos desde hace tiempo. Y me acuerdo mucho de él.

Tanto que muchas veces pongo su cara en cuerpos que no le corresponden, creo que en

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situaciones en las que me gustaría que estuviese. Veo a Andy García en el cine y no veo

su cara: veo a Iñaki. Pongo la tele y sale Raúl, el futbolista: veo a Iñaki. Leo una

entrevista con Fernando Alonso y adivina a quién veo: a Iñaki. Joder, si hasta me pasa

con el Presidente del Gobierno. Supongo que le pasa a mucha gente, proyectar la cara

de sus seres queridos en otras personas. Pero esto, lo de ahora, no me había pasado

jamás. Todo el mundo ha pensado alguna vez que tiene un doble. ¿A quién no le han

contado alguna vez que se parece mucho a alguien, a un vecino, a alguien que se han

cruzado en la cola del supermercado, a alguien con quien coinciden en la lavandería?

Pero una cosa es que te lo cuenten y otra muy distinta que lo veas con tus propios ojos.

Las paradas de metro fueron fluyendo. Las puertas se abrían y cerraban sin que ningún

pasajero entrara o saliese nunca. El tren entraba y salía de los túneles al compás del

relato de Juan 1. Cada palabra que decía, cada emoción que transmitía empujaba al

vagón hacia su destino. Y con tanto tesón, con tanta elocuencia salían de su boca, que

acabaron por llegar a la estación de Una. El trayecto no había durado los veinte minutos

habituales, no: a Una el viaje se le había hecho cortísimo. Se incorporó en el asiento,

cogió libro y bolso. Se puso en pie.

- Bueno, yo me quedo aquí � anunció. � Ha sido un placer.

Juan 1 se levantó. Sonrió a modo de despedida y se acercó a su cara para darle dos

besos. Unos milisegundos más tarde lo que estaba besando era su boca; lo que estaba

abrazando era su cuerpo; lo que apretaba contra sí era su culo. Un apretón que duró los

treinta segundos que tardan en cerrarse las puertas, sólo interrumpido por el silbido que

anuncia el cierre. Ambos, al unísono, saltaron al andén. Se rieron. Y como suelen hacer

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las parejas, continuaron andando, hablando, sin determinar ni el rumbo ni el destino, a

veces cogidos de la cintura, a veces abrazados, a veces entre besos, a veces entre

caricias.

Nadie sabrá nunca cómo llegaron a casa de Una. Bueno, tampoco se lo preguntará

nunca nadie. Ni siquiera ellos mismos. El caso es que ahí estaban, otra vez en la cama,

como aquella primera noche, las manos recorriendo los cuerpos respectivos, curiosas,

con toda la precipitación y la precaución de la primera noche pero con toda la ilusión y

la ansiedad de la segunda. Las segundas noches suelen ser mejores, menos fugaces. Hay

más tiempo, más confianza para escuchar al otro y repetir gestos, caricias, disfrutar de la

seguridad de pisar tierra conocida, pero aún con la incertidumbre de saber si bajo aquel

suelo se esconde un campo minado. Por suerte, allí minas no había, sino bocas, oídos,

manos y dedos, piernas, torsos, todos cruzados, enzarzados en una madeja que nadie

pretendió desliar.

- Habrá que comer algo � dijo Una pasados los fragores de la primera batalla. � ¿Qué te

apetece?

Y se sentaron a cenar. Para los curiosos, el menú iba a consistir en un plato precocinado,

Una no estaba para concentrarse en tales minucias, prepararía algo, cualquier cosa

rápida y eficaz, con el suficiente aporte de proteínas e hidratos como para convertirse en

combustible de aquellos dos carros de combate. Tortellini a los cuatro quesos con salsa.

�Verter la pasta en abundante agua hirviendo con sal y cocer a fuego lento durante 11 ó

13 minutos. Remover a menudo. Escurrir y aliñar al gusto�, decía en el envase. Y eso

hizo Una: cocer bajo, dentro, sobre, por los brazos de Juan 1; remover aquello que

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sobresalía en la entrepierna de su convecino; y, para terminar, escurrirlo al gusto.

Acabada la segunda batalla, se sentaron a cenar. Como la pasta se había quemado a

fuego lento, tomaron un poco de pavo sin grasa acompañado de patatas fritas de la

churrería de la esquina.

Y Una empezó a hablar.

- Es que yo tengo un post-coito muy bueno � anunció.

Y, era cierto: lo era. Lo era si lo que a uno le gusta es hablar, dormitar, acurrucarse en el

otro a la espera de algo que nunca llega, pero ¡qué buena es la espera! Y qué buena les

pareció a ambos. Una le contó lo jodida que se había quedado el otro día, cuando

descubrió que no había dormido con quien creía que había dormido. Que ahora

comprendía que él no le hubiese dicho nada, pero que el otro día le había odiado. Que

había odiado a Juan 0, a Juan 1... y de haber habido un Juan n, también lo hubiera

odiado. Porque se había sentido utilizada.

- Ten en cuenta que yo creía que vosotros dos erais gemelos...

Porque la habían tratado como una cosa.

- ...que me la habíais jugado...

Porque ninguno de los dos le había dicho que el otro existía.

75

- ...que os habíais apostado que me llevabas a la cama...

Porque ninguno de los dos le había aclarado quién era quién.

- ...y que habías ganado...

Porque la habían hecho desaparecer, como si no existiera.

- ...sin que os importara lo que yo pudiera sentir...

Porque se había sentido postrada, humillada.

- ...pero ya estoy mejor...

Porque no entendía.

- ...ahora que he visto que no os conocíais, que todo ha sido una coincidencia.

Aquellas palabras, que también fluyeron como un torrente que los oídos de Juan 1

parecían tragarse con avidez, sirvieron para que Una se reconciliase con los dos Juanes

y, sobre todo, con ella misma. Sin advertirlo, comenzó a subirle un sabor dulce desde el

estómago. Era el dulce sabor de la placidez. Del sosiego. Desde la noche en la que

comenzó todo, aquel maldito juego de repeticiones en el que a ella le había tocado el

ingrato papel de espejo, había estado inquieta, intranquila. Ingrávida. Como si sus pies

no se apoyaran en el suelo; no porque ella se sintiese ligera, etérea, sino porque hasta el

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mismo suelo la repudiaba, queriendo alejarse de ella. Por fin podía sentir la fuerza de la

gravedad, el peso de su propio cuerpo hundido en el colchón. Por fin.

Los artrópodos constituyen más del 80% de los seres vivos del planeta; sin embargo

nunca en la historia un artrópodo ha abierto un telediario.

Así estuvieron, borrachos de sopor y ternura, durante casi más de dos horas. Despacio,

entre besos y caricias, mientras se arropaban bajo el edredón y montaban las piernas por

encima del otro, la conversación que mantenían se fue tornando de monólogo en

diálogo. Hablaron de sus gustos, de sus aficiones. Se contaron sus vidas y sus cuitas.

Ella habló de su infancia, de sus años estudiantiles, de cómo la edad va desgastando,

puliendo los sueños juveniles sin reemplazarlos por otros nuevos, y que ese vacío es lo

que molesta, no el no haber culminado uno sus anhelos. Él, el contrapunto prosaico,

hizo una crónica satírica de sus problemas cotidianos. Se acababa de mudar a la ciudad

después de haber vivido quince años en el extranjero y todo se le hacía raro. Incluso el

idioma, cuyo argot no dominaba por falta de uso, sus únicas conversaciones durante

todo ese tiempo habían sido con su familia, y su familia, que por desgracia y el cáncer

se reducía a su madre y su abuela, no usaba demasiado argot. Palabras y frases, giros y

expresiones enteras, habían mutado, cambiado su significado, y él, ajeno a tal

evolución, no hacía más que el ridículo en cuanto se juntaba con dos colegas. Pero lo

que más gracia le hacía, lo que más le sorprendía era que ya había vivido antes esa

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situación. Lo de ahora, aquí, no era más que un reflejo de algo que le había sucedido

hacía años, quince para ser más exactos, cuando se fue a vivir a Canadá. Entonces,

aunque también sabía el francés oficial, no pillaba ni una en cuanto le hablaban como se

habla en la calle.

- Otra coincidencia más... � sonrió y Una sonrió con él. � Y hablando de coincidencias...

¿sabes que ya había leído ese libro?

- ¿Cuál?

- El que ibas leyendo en el metro - aclaró. � Y me encantó. Es buenísimo. ¿Quieres que

te cuente el final?

Debemos al eminente paleontólogo francés André Leroi-Gourhan el descubrimiento en

1949 de la Cueva del Ciervo, en las proximidades de Arcy-sur-Cure, Francia. Después

de 15 años de excavaciones, los hallazgos fueron extraordinarios: gracias al

levantamiento de un poblado Neardental, de más de 15.000 años de antigüedad, hoy

comprendemos mucho mejor la naturaleza del hombre paleolítico.

Sabemos que poseía sensibilidad artística. Algunas de las pinturas halladas en las

cuevas, esbozos que representan manos humanas, pájaros, formas geométricas y

figuras animales como aves y bóvidos, han sido interpretadas como formas

contemplativas sin intención trascendente.

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Y también sabemos que poseía una gran curiosidad por su entorno. En la �Gruta de los

trilobites� de la Cueva del Ciervo se han encontrado más de un millar de fósiles de

artrópodo que los Neardentales quizá utilizaban como amuletos u ornamentos. Como

prueba de lo preciado que dichos talismanes eran para ellos, basta un dato: esos fósiles

pertenecen a un filón sitaudo a más de 700 km de distancia. Viajaban casi un millar de

kilómetros hacia el norte con el propósito exclusivo de seleccionar los mejores

ejemplares. Algunos de esos magníficos ejemplares pueden ser contemplados aquí.

Bienvenido a la Sala-Museo ProFinal. Bienvenido a nuestro homenaje a aquel espíritu

pionero que inauguró el hombre de Neardental: la sensibilidad y la curiosidad por el

entorno. Bienvenido al sueño de su propietario: el honorable Mr Tai Chan Yee, un

entomólogo profesional que ha dedicado los mejores años de su vida a profundizar el

conocimiento de los artrópodos.

Un conocimiento que hoy Mr Yee quiere compartir con usted.

Luis Montero se hizo esperar.

Mientras, Juan 0 tenía con qué entretenerse. Montar la Sala de Exposiciones ProFinal no

estaba siendo la tarea laberíntica que esperaba, pero distracciones tampoco faltaban. La

mayoría de las veces eran simples preguntas sin demasiado sentido, preguntas que, sin

duda, tanto el arquitecto como el aparejador habrían respondido mejor, �debe ser su

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forma de buscarse una propina�, argumentaba. El hecho era que, una tras otra, todas las

profesiones del sindicato de la construcción desfilaron alguna vez ante sus ojos. Cuando

no eran los electricistas eran los albañiles o los fontaneros y cuando estos le dejaban en

paz, eran los pintores, los carpinteros o los escayolistas. Y siempre, como si de un

perrito faldero se tratase, porque más que capataz era acompañante, detrás de ellos se

asomaba el jefe de obra, quien, en numerosas ocasiones, se proclamaba a sí mismo

intérprete o traductor, como si aquellos profesionales hablasen otro idioma diferente al

de Juan 0. Ahora era el turno del equipo de instaladores de vitrinas.

- Oiga, ¿seguro que esta vitrina va ahí?

- Quiere decir que...

- ¿Y por qué � preguntó Juan 0 haciendo caso omiso del jefe de obra � me lo preguntan?

¿Puedo ayudarles en algo?

- Nah... creo que no.

El ritual era siempre idéntico. La misma dinámica una y otra vez. Sólo cambiaban los

actores. Se acercaban, ponían alguna pega, Juan 0 escuchaba, con atención las primeras

veces, de forma automática después, hacía alguna pregunta sin demasiada lógica que

ellos contestaban también sin ningún sentido y aquí paz y después gloria.

- Perdone... � escuchó Juan a su espalda.

80

�Otro que viene a dar la brasa�, pensó. Y dando por sentado que se trataba de otro

trabajador cualificado en busca de una gratificación, exclamó:

- ¡Es que vamos a estar así todos los días o qué cojones pasa!

- ...perdone, ¿el señor Onésimo, es usted?

Sí, era él; pero le hubiera gustado no serlo. Meter la gamba no estaba entre sus aficiones

favoritas y ahora había metido el cuezo hasta el fondo.

- Discúlpeme � se excusó. � Pensé que se trataba de otra persona. Perdone. ¿Usted

es...? � y le tendió la mano.

- Soy Luis Montero. Me ha llamado hará unas dos horas...

- Encantado. Y discúlpeme por favor.

Avergonzado, Juan aceptó mi mano. Y mientras las chocábamos, inadvertidamente me

quedé mirando fijamente el rostro del Adjunto al Director Técnico. Tan insistente fue

mi mirada que pareció que el entomólogo se había molestado. Sin embargo, todo eran

aprensiones mías: toda la tensión pareció relajarse en cuanto dije:

- Siento llegar tan tarde, pero el tráfico se pone imposible en cuanto caen dos copos.

- No se preocupe.

81

Y así aparecí yo en la novela.

Luis Montero.

Tarde, como siempre.

Parece ser que uno de mis mejores clientes conocía a Mr Yee. Y me recomendó. Que la

cadena continuaba hasta la llamada de Juan Onésimo no era difícil de deducir. Pero

permítanme que me presente. Soy Luis Montero. Comencé mi carrera hará unos veinte

años como redactor publicitario; más tarde pasé a engrosar la nómina de algunas de las

mejores agencias de publicidad; rodé espots multimillonarios con afamados directores,

viaje en Concorde y viví en Gran Clase. Pero de pronto me aburrí. Cambié de profesión.

Comencé a trabajar como diseñador y a hacer trabajos freelance en el mercado. Como

diseñador, como copy o como director creativo. A veces como las tres cosas. Total, por

un módico precio se puede contar con mi talento sin tener que aguantarme 24/7, 24

horas al día, siete días a la semana. Y me fue bien. No subí los precios y comencé a

escoger clientes. Y me fue mejor. Rara vez acudo a la llamada de nuevos clientes, pero

jamás dejo pasar uno que encuentro curioso. Y Juan Onésimo, de ProFinal, con su jefe

Mr Yee y su proyecto de museo en pequeña escala son cuando menos curiosos.

- ¿Esto deben de ser las obras para la Sala-Museo ProFinal...? � inquirí.

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- Exacto. Ahora mismo está usted en mitad de la tienda de recuerdos y demás

parafernalia entomológica � me aclaró Juan O. � Pero permítame que le enseñe el local;

seguro que le ayuda a comprender mejor nuestro proyecto.

En marcha. Al ritmo casi marcial del Director Técnico, comprendí el proyecto mucho

mejor. Un chino delirante había ganado una fortuna en una empresa delirante en un

mercado delirante. Y quería celebrarlo. Yo estaba allí como creativo, sea lo que sea eso,

y me iban a pagar una fortuna. Delirante.

Bien, ¿dónde hay que firmar?

Phylum Subphylum Superclase Clase Edad

Protoarthopoda Onychophora Precámbrico - Actual

Trilobitomorpha

Trilobitoidea

Trilobita

Cámbrico � Devónico

Cámbrico - Pérmico

Artrópoda

Chelicerata

Merostomata

Arácnida

Cámbrico � Actual

Silúrico - Actual

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Crustácea

Myriapoda

Hexapoda

Cámbrico � Actual

Devónico � Actual

Devónico - Actual

Euarthropoda

Pycnogonida

Devónico - Actual

Era un proyecto fascinante, extraño, casi extraterreno. Extraterrestre. Seguro que era el

tipo de trabajo que cualquier profesional de la comunicación explicaría en lenguaje

técnico, abusando de la jerga profesional, con un discurso cargado de expresiones como

�superar las barreras�, �construir afectos� y �establecer diálogos recíprocos con la

comunidad�... Seguro, pero yo no lo hago: fue esa borrachera de palabras la que terminó

por aburrirme de mi trabajo como redactor publicitario. Mucho más sencillo. Mucho

mejor. Se trataba de ayudarles a acercar el universo de los artrópodos al total del

universo de la población. Que todo quisque, el público objetivo, sintiese una cierta

familiaridad y aceptación por los artrópodos. ¿Mola o no mola?

Mola.

1. Porque lo primero que uno piensa cuando escucha hablar de artrópodos es que

son feos, sucios y, encima, venenosos. Si a alguien le dices que las gambas son

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artrópodos, lo niega en rotundo: porque no son artrópodos, son gambas. Está

claro.

2. Porque lo primero que se le ocurre a uno cuando ve un artrópodo, es pisarlo. El

crujido del caparazón de quitina es uno de los sonidos más fáciles de recordar.

Todos lo llevamos dentro de la cabeza como llevamos el color verde o la idea de

silla.

3. Porque lo primero que te viene a la cabeza cuando sabes algo de artrópodos es

que nos sobrevivirían en caso de una hecatombe nuclear. E, incluso, aunque esta

no llegue a darse.

4. Y sobre todo, porque lo primero que advierte un diseñador es que son un icono

potentísimo. La representación de un artrópodo, uno cualquiera escogido al azar,

es sorprendentemente atractiva. No bella, atractiva. Poderosísima.

Y es que los artrópodos son tan repugnantes que pueden resultar misteriosos.

Y a nosotros nos encantan los misterios.

Si no, de qué nos iba a gustar el fútbol.

- Y aquí terminamos nuestro recorrido por la Sala-Museo ProFinal. Espero no haberle

aburrido; a veces me doy cuenta que me excedo en mis explicaciones. Es que para mí

esta iniciativa se ha convertido en un segundo hogar.

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- No se preocupe. De verdad...

- Adiós buenas tardes � Juan 0 se despidió del capataz de obra, dando por terminada la

visita guiada. � ¡Ah, que no se me olvide! Mañana vendré a examinar las vitrinas con el

nuevo Director del Departamento de Conservación; espero que no haya fallos. Tengo

toda mi confianza puesta en ustedes. Es que � ya dirigiéndose a mí � toda precaución es

poca cuando se trata de preservar una de las especies que seguro será una de las estrellas

de la colección. El Dermestes Haemorrhoidalis. Un escarabajo tan diminuto como

maravilloso. Su tamaño no llega a los 10 milímetros, pero es uno de los carnívoros más

voraces que existen. Una colonia de unos 200 ejemplares puede dejar limpio el cadáver

de una persona adulta en menos de 24 horas. De hecho, son utilizados en cientos de

talleres taxidermistas en todo el mundo. Pero lo más curioso del Dermestes

Haemorrhoidalis no es eso, no: lo más curioso es que no posee ni una dentadura capaz

de rasgar la piel de sus víctimas ni un aparato digestivo capaz de metabolizar la carne

ingerida. Para ambas cosas dependen de un parásito microscópico que se alberga en su

cavidad bucal, el Edovum puttleri. Por ello, el Dermestes Haemorrhoidalis busca

siempre las partes del cadáver más fáciles de penetrar y allí regurgita a su compañero

Edovum, quien segrega una encima capaz de disolver la proteína de la carne hasta

convertirla en un jugo, que es de lo que se alimenta el escarabajo. Y, como bien indica

su nombre, Dermestes Haemorrhoidalis, el camino de entrada preferido al cadáver es la

vía rectal. Así, digamos, consigue devorar a sus víctimas de dentro hacia afuera� Por

aquí, por favor � abrió la puerta y, cortés, me invitó a salir a la calle.

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Volvía a hacer un frío del carajo. No sé si fue mi tiritona o que fuera de los artrópodos

ya no tenía más conversación, el caso es que me pidió que le acompañara a su despacho

para discutir allí los términos económicos de la relación. Acepté, por supuesto.

Anduvimos menos de doscientos metros y entramos en las oficinas de ProFinal. Lo más

sorprendente es que no me parecieron feas. Para nada. Estaban bastante bien, mejor que

muchas agencias de publicidad que yo había pisado. Y coño, la recepcionista estaba

buena. Una morenita con una pinta más que interesante.

Subimos hasta su despacho. Abrió la puerta y me cedió el paso. Pasó detrás de su mesa

y me invitó a sentar en una de las sillas que había delante. Tras la sorpresa inicial con

las oficinas, el despacho no me llamó demasiado la atención. Era bastante normalito.

Peor que eso, era cutre. Como si la oficina que acabábamos de dejar atrás y el despacho

de Juan O. fueran dos versiones con distintos aumentos de una misma. La oficina era el

tamaño natural; el despacho, la vista ampliada a través de la lente de un microscopio. Y,

claro, aguantar un primerísimo plano es muy complicado. Se te ven los poros de la piel,

los puntos negros, la sombra del bigote mal depilado... O se te ven los muebles de

formica mal terminados, el suelo de pergo en vez de madera o las sillas cuya holgura en

el respaldo termina por conseguir que no apoyes la espalda. Es muy jodido el

primerísimo plano.

Y debe ser muy jodido trabajar en una oficina así de fea.

- ¿Quiere tomar algo? ¿Una tila? ¿Un Kas manzana?

87

- ¿Eh? No gracias � mentí mientras me sentaba en una de las sillas que había frente a su

mesa, pero al menos no hice el chiste diciendo que estaba de servicio. � Bonito

despacho � volví a mentir.

- ¿Le gusta? Gracias.

- Sí; es una mezcla entre funcional y... � y... ¿qué? Ni puta idea, así que decidí salir del

lío con lo primero que me vino a la cabeza. � ¿Y aquí, qué hacen exactamente?

- ¿Aquí, en ProFinal? - ¡dios!, fue como si llevase toda la vida esperando que le hicieran

esa pregunta, qué cara puso: hasta se le iluminaron los ojos. Pero al menos tuvo la

misericordia de ahorrarme el comentario sobre cuánto se alegraba de que le hubiera

hecho esa pregunta. � En ProFinal nos dedicamos al control sanitario...

Todos los trabajos tienen dos niveles. O mejor dicho, dos discursos. El de alto nivel. Y,

por lógica, el de bajo nivel. El de alto nivel suele ser una descripción de las funciones a

realizar cargada de tecnicismos, redundante en las formas y eufemística en el fondo. La

explicación de bajo nivel viene a ser más llana, más inteligible. Y, sobre todo, más

corta. El alto es la versión que le contarías a tu futuro suegro; el bajo, a un compañero

de barra. Ni que decir tiene que Juan O. se lanzó de cabeza por los vericuetos del

discurso de alto nivel. Y claro, me aburrí. Mientras él hablaba y yo ponía cara de

interés, miraba lo único interesante que había en todo el despacho: unos cartones

apilados contra la pared, justo al lado de la mesa, con ilustraciones de, supuse,

artrópodos acompañados de textos explicativos. El primero, el que mejor se leía, decía:

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Los artrópodos se preparan básicamente dejándolos secar o conservándolos con

líquidos preservantes. El tipo de preparación depende del grosor de la capa quitinosa

del esqueleto externo y también del tamaño corporal. Para la mayoría de insectos se

utiliza el método de deshidratación y preservación en seco, que obliga a colocar a los

insectos con los apéndices extendidos antes de que queden secos en una postura

definitiva. En los ejemplares pequeños y poco quitinizados se opta por la preservación

en líquido conservante (preferentemente alcohol de 70º), procedimiento que también se

emplea en los estados larvarios y en la mayoría de artrópodos no insectos, como los

arácnidos, crustáceos y miriápodos. Complementariamente, se realizan preparaciones

anatómicas de genitalias de insectos, lo que implica la extracción y disección del

aparato reproductor.

- Pero como ve, aquí está todo atado y bien atado. Donde aún queda mucho por hacer es

en la Sala-Museo ProFinal. Como habrá podido apreciar, nos apasiona tanto que

desearíamos que todo el mundo participase de nuestra iniciativa. Queremos que t-o-d-o-

e-l-m-u-n-d-o conozca la Sala-Museo ProFinal. Pero por desgracia nosotros no podemos

llegar a todo el mundo nosotros solos. No sabríamos por dónde empezar. No tenemos

los conocimientos necesarios y no estamos familiarizados con el marketing. Y ahí es

donde estamos muy necesitados de alguien como usted.

89

- Jajaja � tuve que interrumpirle: siempre he llevado fatal los halagos, sobre todo los

merecidos. Además se acercaba el momento de empezar a discutir la naturaleza de mi

colaboración y, lo que es más jugoso, la retribución a percibir por este menda. Así que

decidí tomar la iniciativa. � Exacto. T-o-d-o-e-l-m-u-n-d-o, aún más, T-O-D-O-E-L-M-

U-N-D-O tiene que conocer la Sala-Museo ProFinal. Aquí se pueden hacer maravillas.

Esto es una oportunidad única. Créame, he trabajado para las mejores marcas de este

país, Renault, Telefónica, Iberia, Campofrío, Pepsi Cola, la ONCE, las mejores, y

nunca, salvo una ocasión al principio de mi carrera en que hice una campaña para una

exposición de dinosaurios en el Museo Nacional de Ciencias Naturales...

- ¡Ha trabajado para la competencia! � me interrumpió esta vez. � ¡Y además por partida

doble! Jajaja.

Yo no entendía nada y puse cara de no entender nada.

- El MNHN...

Seguí sin cambiar de cara.

Y sin entender nada.

- El MNHN, el Museo Nacional de Historia Natural. Cuenta con la mejor colección de

artrópodos del mundo. Del mundo. Esa colección es, como podrá imaginarse, uno de

nuestros mayores competidores; los dinosaurios, el otro. Sabrá usted que los fósiles de

dinosaurios y de trilobites son los más buscados del mundo. Hace una década los

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trilobites eran los restos paleontológicos preferidos por profesionales y aficionados.

Pero Parque Jurásico nos hizo mucho daño. Las cosas han cambiado mucho. Hoy los

artrópodos dan miedo o, en el mejor de los casos, asco, mientras los dinosaurios se han

convertido en nuestros compañeros, en nuestros amigos. ¿Cuántos dinosaurios de

peluche ha visto usted? ¿Y cuántos artrópodos de peluche? Pero hay algo que aún nos

da esperanzas. Que el trilobites es mucho más democrático: permite a mucha más gente

tener una experiencia de primera mano del Paleolítico. De hecho, no hay aficionado a

los fósiles o a los artrópodos que no tenga un trilobites en casa. Da igual que lo use

como pisapapeles o que lo comprara en Marruecos de recuerdo; tiene un trilobites.

¿Pero quién tiene un resto de dinosaurio? ¿Por pequeño que sea, una uña, un diente...?

Nadie. Nadie que conozcamos usted o yo. ¿Por qué?

- ¿Qué es eso? � uf, qué agobiazo, Juan O. me estaba rayando. Menos mal que volví a

cambiar de tema. � Sí, eso que está ahí, contra la pared...

- ¿Eso? � preguntó, señalando los cartones con ilustraciones de artrópodos y textos. �

No sabe cuánto me alegro que se haya fijado en ellos. Se los iba a enseñar ahora mismo.

Hasta ahora, aparte de construir físicamente el sitio, lo único que hemos hecho acerca de

eso que llamas, llamáis, concepto, ha sido preparar unos breves textos que acompañarán

a cada uno de los ejemplares expuestos en cada una de las vitrinas. Textos acerca de la

importancia de los artrópodos, su taxonomía y sus orígenes, curiosidades, anécdotas y

su influencia en la literatura. Textos destinados a paliar el escaso reconocimiento que

reciben, dado el profundo impacto que ejercen en nuestra vida diaria. Breves

introducciones pensadas para motivar la curiosidad por los artrópodos. Si le parece, se

los lleva y nos dice qué le parecen y cualquier otra mejora que se le ocurra. ¿Quizá sea

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una buena manera de empezar nuestra colaboración? ¿Quedamos dentro de una semana,

a esta misma hora, y nos presenta sus primeras conclusiones? Perfecto. � Pues a mí no

me habían parecido tan malos. Las ilustraciones eran fascinantes, como la de la portada

de este libro, y los textos eran, al menos, curiosos. Y, ahora, qué pretendía que hiciera

yo para dentro de una semana...

- ¡Ah, antes de que se me olvide! � remató. � Creo que debería comenzar este trabajo

con una visita urgente a la colección de artrópodos del MNHN.

92

7

- Permítame una confianza: ¿sabe usted la diferencia entre las cucarachas humanas que

se ven desde aquí arriba y las cucarachas reales, los artrópodos? Que si toda la

humanidad desapareciera de golpe, el resto de la vida del planeta se recuperaría

enseguida e, incluso, florecería. Las extinciones en masa que ahora estamos

produciendo cesarían, los ecosistemas dañados sanarían y se extenderían. Pero, si de

alguna manera, se extinguieran todos los artrópodos, las cucarachas, las hormigas, las

termitas, las gambas, los arañas, los escorpiones, los escarabajos..., el efecto sería

exactamente el contrario. Y catastrófico. La extinción de especies aumentaría aún más

sobre la tasa actual, y los ecosistemas terrestres se marchitarían más rápidamente a

medida que los innumerables servicios que proporcionan hoy los artrópodos se

redujeran.

93

8

- Tome asiento. Enseguida viene el Capitán Mike Vargas.

Esa misma mañana, nada más levantarse, había recibido una llamada de la comisaría

próxima a las oficinas de ProFinal. Querían que se presentase allí antes de las doce del

medio día para hacerle unas preguntas. Simple rutina, habían afirmado. Antes de las

doce, exactamente a las 11:37, se había presentado al oficial de guardia y le habían

acompañado hasta una pequeña sala, tan lúgubre como la inexistente decoración. Se

esperaba café en vaso de plástico desechable, incluso algún que otro bollo relleno de

mermelada de fresa, y ahora además tenía que esperar a un capitán, le hablaban de usted

y estaba sentado en una lúgubre salita. Si no hubiera sido porque tenía la conciencia

tranquila, muy tranquila, se hubiese preocupado. Se sentó. Miró a su alrededor. Aquello

parecía más una sala de interrogatorios que una sala de espera. Sólo faltaba el falso

espejo: �supongo que ahora se grabará todo en vídeo�. Todo parecía falso, un decorado

de cartón piedra: una sala tan falsa como las salas prefabricadas de cualquier institución

pública. Desde los colegios hasta los centros de salud de barrio, desde las oficinas de

información turística hasta las comisarías de policía, todas están construidas para

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producir una falsa sensación de volatilidad. Los suelos y techos técnicos, las paredes de

pladur, los espejos ciegos... ¡y qué decir de esa luz gris, esa iluminación también falsa

que nace de unos tubos fluorescentes, enjaulados como buenos criminales y

emparejados como los buenos policías, que tan vilmente las iluminan! Las instituciones

públicas, ministerios, hospitales, universidades y cuarteles, queriendo acabar con la

anterior imagen de poder absoluto han optado por el extremo opuesto en sus

construcciones. Han pasado de la dureza y solidez granítica a la liviandad e ingravidez

de lo sintético. Eso sí, se echaba de menos la música ambiental, alguna versión del

Yesterday de los Beatles interpretada con bandurria.

Coño.

Los Beatles.

Los egcarabajos.

En esas estaba, cuando oyó detrás:

- ¿Don Juan Onésimo es usted?

¿Don Juan Onésimo? El salto cualitativo era aún mayor. Casi un salto mortal: de la fría

cordialidad de la primera visita al tratamiento respetuoso y distante. Se dio la vuelta a la

vez que se incorporaba para saludar al que suponía era el capitán. Al ver una cara

familiar se relajó al instante.

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- Buenos días, inspector Hank Quinlan.

- Lo siento, pero hoy no puede venir el inspector�

- ¿�pero no es usted el inspector Hank?

- Jajaja... � el capitán soltó una carcajada seca y afilada, poco o nada amigable. � ¿No

me diga que ya conoce al inspector�? Por la expresión de su cara ya veo que sí.

- ¿�pero no vino usted a vernos a ProFinal hace dos días?

- ¿Fue a verlo él personalmente? No es de extrañar, Hank era tan cumplidor. Verá, es

algo más complicado que eso. El inspector Hank Quinlan no puede continuar con este

caso. Bueno, de hecho, no puede continuar trabajando: está de baja. Desde ayer. Y

esperemos que no por mucho tiempo. Es un asunto difícil, extraño. Le ruego que sea

discreto, lo que le voy a contar podría arruinar la carrera más prometedora, y la del

inspector lo era, perdón, lo es sin duda. Todo empezó con las revisiones anuales, ya

sabe, pura rutina, simples chequeos médicos a los que debe someterse todo el personal

del cuerpo, un requisito de la compañía aseguradora y los beneficios sociales, en fin, ya

se puede imaginar, análisis de sangre, toma de tensión, pruebas físicas, una chorrada.

Pero parece que al inspector le detectaron una dolencia más grave. O cuando menos,

más difícil de tratar. Tanto que ha sido retirado del servicio. Temporalmente, claro.

- Vaya, lo siento�

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- No se preocupe. Pero permítame que me presente: soy el capitán Mike Vargas � acto

seguido, como si estuviera cumpliendo un mero acto protocolario, el agente abrió la

cartera y le enseñó la placa: allí, grabado en oro de pega, brillaba el nombre del agente:

Cierto, era Mike Vargas. Un estirado, o más bien, alargado, pelirrojo alto ya entrado en

la treintena. Irlandés. O de ascendencia irlandesa, puesto que nada en su acento le

delataba como irlandés. Vestía una chaqueta de espiga, en tonos marrones, pantalones

vaqueros y zapatos negros de cordones. No parecía un policía, aunque nadie sepa a

ciencia cierta qué aspecto se le supone a un policía. Parecía, más bien, un joven y

dinámico profesional: un abogado, un psicólogo o un analista de sistemas. � Pero

siéntese � concluyó la presentación.

- Pues son ustedes como dos gotas de agua. Porque he visto su placa� de lo contrario,

jamás le hubiese creído.

- Verá usted, don Juan Onésimo, ¿verdad? � con un leve gesto, suave pero imperativo,

le invitó a que tomase asiento: desde luego no le habían hecho ir allí para hablar de las

enfermedades del cuerpo. � Me gustaría enseñarle una grabación. Pero antes quisiera

hacerle una advertencia: quizá quiera llamar a su abogado�

- ¿Mi abogado? � del frío y distanciado tratamiento respetuoso habían pasado a la

sospecha y la incriminación: qué lejos quedaban el café con leche en vaso de plástico y

el bollo relleno de mermelada � ¿Necesito un abogado? No tengo un abogado�

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- No es necesario que lo tenga. Es más, quizá tenga usted una explicación lógica para lo

que va a ver a continuación; esperemos. La presencia de un abogado es un mero

formalismo. Aún así, si lo desea podemos proporcionarle uno de oficio�

- Antes me gustaría saber de qué se trata.

El capitán no contestó. Empujó la cinta de vídeo dentro de la boca del reproductor, que

se la tragó sin pestañear, encendió la tele con el mando a distancia y se sentó frente a

Juan de manera que podía verlos a ambos, a él y al monitor, sin tener que desviar la

mirada.

El monitor sí que parpadeó unos instantes, pero enseguida sintonizó la imagen. Era una

grabación de circuito cerrado. En la parte inferior izquierda de la pantalla se podía leer

la fecha y hora en que habían sido tomadas las imágenes: 05:43:27, dos días antes. En

blanco y negro y mal, muy mal iluminada, demasiado contrastada. La definición era,

además, ridícula. El tamaño del píxel era tan grande que más que perfiles se veían

dientes de sierra. Además, la pantalla tardaba tanto en refrescarse que hasta se podía

apreciar la cortinilla negra que barría la pantalla entre una imagen y la siguiente.

Costaba acostumbrarse a aquella visión casi estroboscópica, ��hay artrópodos que ven

mejor�� hubiera pensado Juan si la simple mención al abogado no le hubiera

producido un cortocircuito neuronal� Pero pasados unos segundos el ojo aprendía a

descifrar lo que veía.

Y lo que veía era la Gran Sala Trilobites del Museo Nacional de Historia Natural.

Detrás de esa imagen difusa todavía se podía adivinar la grandiosidad, la suntuosidad de

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una de las mejores salas del mundo dedicadas a la entomología. Inaugurada el 29 de

abril de 1743 por el ministro del ramo, el excelentísimo señor don Alfonso

Barraguesigoitia, acompañado por el presidente de la Real Sociedad de Entomología y

otras autoridades académicas del momento, según podía observarse en el cuadro

conmemorativo, pintado por el entonces conocido pintor de cámara de origen aragonés,

Francisco de Goya, y expuesto � el cuadro, no el pintor � desde entonces en la entrada

de la colección, pronto se convirtió en una de las exposiciones permanentes más

prestigiosas y con mayor afluencia de público de todo el Museo desde el mismo día de

su apertura. Todavía hoy se recuerdan los tumultos que hubo en las numerosas colas que

se formaron ya desde bien entrada la madrugada. Tanta expectación hubo, tanta gente

agolpada en las puertas, que el gremio de carteristas y otros pícaros de la calle ha tenido

que esperar casi dos siglos y medio, hasta la Gran Exposición Antológica de Velázquez

de 1980, para disfrutar de otra oportunidad igual.

Ya desde sus comienzos, tanto el Museo Nacional de Historia Natural como su

contenido, constituyeron mucho más que una gran exposición naturalista; constituyeron

todo un símbolo con el que la monarquía quería representar su profundo compromiso,

indudable e ineludible, con el progreso y el ideario ilustrado. Felipe V, por algo también

conocido como el animoso, y su importada esposa, Isabel de Farnesio, sin duda

inspirados en los consejos del Comité de Sabios, un incipiente grupo de presión

compuesto por artistas renovadores y hombres de ciencia, decidieron epatar a su pueblo

con una ambiciosa empresa: construir algo mucho más importante que un Museo: llevar

a cabo un ambicioso plan de modernización científica, confeccionado a la medida del

rey ilustrado y de su corte: un ambicioso plan de modernización mediante la

construcción de un magnífico triángulo científico en los mejores solares de la capital del

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reino, cuyos vértices serían el Museo Nacional de Historia Natural, el Jardín Botánico y

el Real Observatorio Astronómico, una empresa que muy pocas monarquías, de su

tiempo y de este, podrían acometer.

El Museo fue un encargo personal de la reina Isabel de Farnesio al arquitecto Juan de

Villanueva, sí, el maestro del neoclasicismo, ya por entonces arquitecto jefe de la Orden

de los Jerónimos de El Escorial. Entre sus obras destacan, además del Museo de

Historia Natural y el Observatorio Astronómico, el Oratorio del Caballero de Gracia y la

reconstrucción de la Plaza Mayor de Madrid después del incendio de 1790. Juan de

Villanueva llegó a ser persona de renombre en su época. Tanta que también fue

retratado por Goya entre los años 1800 y 1805, cuando el arquitecto contaba con 60

años de edad, su etapa de mayor plenitud creadora. Un cuadro que se aún se puede

contemplar en el Museo de la Real Academia de San Fernando: el arquitecto, captado

en su lugar de trabajo, �viste el uniforme de Académico de la Real de San Fernando con

casaca azul oscura y chaleco rojo, bordadas ambas prendas en hilos de plata en mangas

y cuellos. La figura del arquitecto se sitúa tras una mesa en la que encontramos un buen

número de planos correspondientes a sus proyectos junto a un compás. El fondo oscuro

atrae a don Juan hacia el espectador, creando un atractivo efecto volumétrico. Pero lo

más destacable es el gesto de Villanueva, sus ojos despiertos y alegres, su boca

entreabierta esbozando una ligera sonrisa, su frente despejada y su peluca empolvada.

Las arrugas del elegante rostro están resaltadas por el fogonazo de luz que impacta en

él. Los detalles del traje están realizados con una pincelada rápida y empastada,

destacando el perfecto dibujo de la mano que apreciamos y de la cabeza, los dos

elementos principales de este genial retrato��, tal como reza el catálogo de una

reciente exposición.

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El Museo de Historia Natural le fue encargado en recepción oficial el 14 de febrero de

1938. El arquitecto se comprometió ese día a presentar sus primeras ideas a los tres

meses exactos; seis meses antes de la partida de la primera expedición entomológica. La

reina pretendía un edificio sobrio y sólido, imagen de la corona, construido con los

últimos avances de la ingeniería y la construcción, que diese la verdadera medida de una

monarquía profundamente instalada en su tiempo, comprometida con los avances del

pensamiento y de la ciencia. Un proyecto humanista para una casa real ilustrada. Juan

de Villanueva no tenía que construir un edificio, tenía que levantar una representación.

Un símbolo.

El arquitecto se llevó el proyecto a su taller y se encerró durante, exactamente 87 días.

Durante doce semanas y media trabajó sin descanso, veinticuatro horas al día, como un

cajero automático, de día iluminado con el triste sol del fin del invierno, de noche se

dejaba la vista a la luz de las velas, que se hacía fabricar ex profeso en la cerería

centenaria de Gómez y Herederos, fundada en 1610 y proveedores oficiales de la Casa

Real. Trabajó con tal ardor que incluso cayó enfermo. La madrugada del 16 de abril,

casi un mes y medio antes de la fecha de entrega, le visitó el doctor Xavier de Aguado y

le recomendó una cura de sueño tras sangrarle con unas sanguijuelas recién traídas de

Asturias. Incluso afirman que la única salida de la casa en los tres meses, fue para asistir

al parto de su segunda hija. Dicen que el tiempo que pasó preparando el proyecto, se

dividió en cuatro etapas:

1. Primero recabó información, hizo estudiar de nuevo plantas y alzados de

muchos de los edificios que él consideraba emblemáticos; pero también se

101

interesó por la naturaleza que iba a cobijar el Museo: bichos, bichos y más

bichos. Continuó así unos días hasta que, de forma paulatina, aceleró el paso:

pasaba de los planos al cuaderno de esbozos: empezó a dibujar formas, sin

conexión primero, entrelazadas después: era la segunda fase.

2. El ritmo de la producción de bocetos se incrementó al tiempo ganaban sentido

los dibujos. Esta segunda fase acababa con el arquitecto frenético, poseído.

Dibujaba sin parar, emborronaba una página tras otra, no comía, no dormía, no

vivía� Fue entonces cuando su asistente, el vallisoletano Diego de Vélez y

Beltrán, inquieto por el estado en que se encontraba el maestro, requirió la visita

del médico.

3. Pasado ese momento de furor, Juan de Villanueva entró en un estado de sopor

absoluto, abandonado el reino de los mortales, se perdió en su nebulosa de

líneas, cotas y trazas. Esta tercera fase acabó con una suculenta comilona: había

que reponer fuerzas: la invitación a cochinillo asado de La Posada de la Villa,

fundada en 1612 y sito en la Cava Baja, era la señal que su equipo llevaba

esperando: el arquitecto había tenido la idea y ahora les tocaba trabajar a ellos.

Era la cuarta fase.

4. Fase que no terminó hasta que el proyecto estaba acabado y listo para presentar.

El día convenido, en la fecha indicada, 14 de abril de 1739 a las 12:00 a.m., Juan de

Villanueva se presentó en el Palacio Real. Tenía una importantísima misión que

cumplir: presentar su proyecto a Isabel de Farnesio. Poco se sabe de lo ocurrido en

102

aquella recepción o la impresión que su Majestad recibió de la presentación, pero no es

difícil de imaginar, dado que desde ese momento el proyecto de Juan de Villanueva

tendría prioridad absoluta.

El resultado es un conjunto de trazas monumentales. El sentido del edificio es

claramente el de un eje longitudinal, absolutamente simétrico y dividido en cinco

cuerpos: dos rotondas en los extremos, dos galerías venecianas llenas de ventanales y un

gran cuerpo central donde se ubica la fachada principal. El conjunto goza de gran

uniformidad estética gracias a la columnata gigante que recorre sus paredes de principio

a fin. El equilibrio, las ortogonales, la alternancia de claros y oscuros, así como la

síntesis de las virtudes y las artes en las esculturas que adornan la fachada, son la

esencia del Neoclasicismo, el estilo que pretende recuperar el equilibrio constructivo y

moral tras la supuesta decadencia exuberante del Barroco, mientras que en el empleo de

los materiales, ladrillo y piedra, lejos de las imposiciones clasicistas, retoma la tradición

española. Asimismo, introduce criterios de urbanismo al articularse perfectamente con

su entorno: la iglesia de los Jerónimos, las fuentes y jardines a los que se abrían las

galerías venecianas y el amplio paseo de bulevares franceses el paseo era el lugar de

reunión de la nobleza y la burguesía, donde se lucían carruajes, modales y vestidos,

patria del requiebro y el comentario sobre el prójimo. Era pues el mejor lugar para que

todo Madrid pudiera presenciar el testimonio de la renovación arquitectónica propuesta

por el círculo ilustrado de la Corte.

Pero esa renovación no podía ser sólo formal. Cuanto más grandioso fuese el envoltorio,

más tenía que serlo el contenido. Por eso, ya desde sus comienzos, el Museo fue creado

para albergar una colección que hoy nadie dudaría en calificar como espectacular:

103

acogería la mayor colección de artrópodos jamás vista. Hospedaría los ejemplares y

fósiles que se preveían capturar y encontrar en las tres mayores expediciones

entomológicas nunca orquestadas. Tres ambiciosas incursiones científicas, primero por

el interior de la Península Ibérica, bordeando la costa norte africana después y, para

terminar, en una empresa sin parangón hasta el momento, hasta internarse en el

continente sudamericano, previstas para los años 1739, 1740 y 1743, con el objetivo de

reunir todas las maravillas de una ciencia que empezaba a desarrollarse y que, gracias al

mecenazgo de la corona, muy pronto alcanzaría un imponente esplendor. Comandadas

por el que sería el padre de la entomología expedicionaria, Koldo de Azkoitia y

Garamendi, navarro de origen y vascongado de adopción, quien, tras muchos años de

peregrinaje por las cortes europeas del momento, acabó siendo apadrinado, financiado

y, según algunos historiadores, algo más, por la reina Doña Isabel de Farnesio, después

de haber sido condecorado con el rimbombante título de Contramaestre General de toda

la Fauna Invertebrada. Tal título y la inversión que lo acompañaba, suficiente para

sufragar los costes de las tres expediciones.

Qué resultados esperaban obtener de ese saber aún hoy no está claro. Los especialistas

no se ponen de acuerdo en la interpretación de ese momento de nuestra historia, aunque

parece que hay tres corrientes principales. La primera afirma que el afán de

conocimiento de la reina era sincero. Otros, más carnales, concluyen que Doña Isabel de

Farnesio cayó hechizada bajo los encantos del navarro y jamás pudo negarle nada. Y,

por fin, la tercera corriente defiende una hipótesis minoritaria que, con el paso de los

años, ha ido ganando adeptos: que la reina pretendía vengarse de la familia

invertebrada.

104

Los partidarios de la primera opción, que la reina filántropo buscaba el conocimiento

por el conocimiento, suelen ser investigadores de mayor edad, académicos prestigiosos

y academicistas convencidos, para quienes la realeza es siempre fuente de alegría. Las

tesis sobre las que construyen sus argumentos se basan, sobre todo, en la buena

voluntad. La de la reina y la de Koldo, pero también la suya propia. Que la decisión de

la monarca comprometiese gravemente los intereses militares del país, basta leer las

airadas y despreciativas cartas que el Duque de Alba, entonces Gran Capitán de la

Armada Invencible, envió a Doña Isabel de Farnesio, para darse cuenta del nefasto

impacto que tal ambición por el conocimiento tuvo en la moral y, sobre todo, en el

abastecimiento de carne fresca para la manutención de las tropas de vanguardia, � �la

decisión de su Serenísima Majestad será acatada con la mirada alta y los dientes

apretados por la soldadesca cuya sangre vierten con honor robado�, � les parece una

anécdota soslayable en aras de todo lo que aprendimos sobre la quitina, los ocelos o

termiteros.

Aquellos otros que, por otro lado, afirman que el hecho de que contemos con una

excepcional colección de invertebrados fósiles y disecados no es sino el resultado de los

escarceos amorosos de una reina aburrida, no son sino unos cachondos mentales. Que

uno mande a su amado al otro extremo del mundo con el objeto de coger bichitos y

meterlos en frasquitos es una curiosa forma de entender el amor. Claro que, bien vista,

dicha afirmación se convierte en ladina porque de alguna forma insinúa que los cientos

de miles, millones de artrópodos que descansan en las vitrinas del museo son, también,

una curiosa descendencia para una pareja de enamorados.

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Y por fin, aquellos, los menos, partidarios de una opción minoritaria por cruel, pero que

poco a poco va ganando adeptos dadas sus trazas de verosimilitud: la soberana pretendía

exterminar a todos los invertebrados. Acabar con cualquier insecto sin importar los

medios o el precio. De ahí, la popular frase �acabar con todo bicho viviente�, que se ha

venido repitiendo generación tras generación en la villa y corte. Según investigaciones

recientes la reina sufrió durante su infancia un percance con una escolopendra que no

pudo superar jamás. Parece ser que la repentina e inesperada muerte de su hermano

mayor y heredero al trono, a la temprana edad de siete años, en una familia que por lo

demás siempre ha gozado de una excelente salud, bien pudiera ser el resultado de una

picadura mortal, hecho que la habría marcado de por vida con tanta intensidad hasta

hacer peligrar la campaña europea al desviar parte de la financiación que la soldadesca

exigía, para acometer una empresa que para muchos era descabellada: construir un

gigantesco mausoleo con capacidad para cientos de miles de ejemplares de artrópodos,

para millones de cadáveres disecados o conservados en alcohol, todos muertos a manos

del Contramaestre General durante tres ambiciosas expediciones � como soporte a esta

última especulación, cabe destacar la importancia que la familia tenía para la reina: de

hecho, durante todo su reinado la soberana marcó estrechamente los destinos de la

política exterior española con el único objetivo de colocar a sus hijos en las principales

coronas europeas: Carlos será rey de Nápoles y de España; Felipe recibirá los ducados

de Parma y Módena; María Teresa se casará con el heredero francés; María Antonia

será reina de Cerdeña; y Luis Antonio, conde de Chinchón, tras renunciar al capelo

cardenalicio.

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Sea como fuere, habría que decir en defensa de la reina que mientras los bichos no

profesaban religión alguna, los holandeses, alemanes y franceses que se salvaron de

morir por la falta de recursos de las tropas españolas eran, al menos, cristianos.

Y algo de cierto debe de haber en ello, porque las tres expediciones se organizaron

como se organizaba una Cruzada. Un centenar largo de fervientes creyentes dispuestos a

enfrentarse a lo desconocido con la única ambición de conquistar si no las almas �nunca

hubo un piadoso Fray Bartolomé de las Casas dispuesto a plantarse ante la todopoderosa

corte para defender los intereses de los artrópodos �, sí los cuerpos de cientos de miles,

millones de indefensos invertebrados. Hombres que, espada en una mano y redecilla en

la otra, surcaron mares, escalaron montañas, vadearon ríos y pasaron a cuchillo a toda

población indígena que se puso a tiro de piedra, con la mirada puesta en el panal, el nido

o el termitero más cercano. Y dada la cantidad de ejemplares que encontraron eterno

descanso en los lotes del Museo Nacional de Historia Natural, hoy todavía la mayor

colección entomológica del mundo, a fe que lo consiguieron.

Por fortuna, aquellas tres expediciones no fueron sólo una campaña sangrienta y

despiadada, no, aquellas tres expediciones fueron, además, una campaña sangrienta,

despiadada y, para más inri, sistematizada. Porque mientras los hombres desembarcaban

con el objetivo de arrasar con la población y aunque para la soberana aquello podía ser

una masacre justificada, la venganza cruel de una gobernanta amargada o el fruto

sangrante de un amor prohibido, para el segundo de abordo, don Bosco de Azkárraga y

San Román cada uno de los viajes fue una visita al cielo. Porque don Bosco de

Azkárraga y San Román estaba a cargo de la organización, clasificación y conservación

de todos los ejemplares capturados y, gracias a su buen hacer e �industrioso faenar�,

107

como años más tarde no dudaría en calificarlo la reina Doña Isabel de Farnesio en su

correspondencia privada con el Contramaestre General, hoy, cada vez que visitamos la

Gran Sala Trilobites del Museo Nacional de Historia Natural, disfrutamos de la mejor

colección de artrópodos del mundo, catalogada, archivada y preservada de acuerdo a los

preceptos que establece la ciencia moderna. Si por aquel entonces hubiese existido el

término, y por tanto el honor, a Don Bosco de Azkárraga y San Román le hubiese sido

concedido el título de Taxónomo Real.

Don Bosco de Azkárraga y San Román, al contrario de lo que podría parecer por sus

apellidos vascongados, era de Cádiz. Huérfano de padre y madre desde muy temprana

edad, fue recogido por su tío don Armando de Oria y Carcalosa, excelentísimo

recaudador de impuestos y notario, cuya jurisdicción se extendía a las provincias de

Huelva, Badajoz y Cáceres. Don Army, como le gustaba ser llamado en las noches de

parranda, que aquí no vienen a cuento ahora pero que bien merecerían un capítulo

aparte por sabrosas y desenfadadas, era una persona �cabal, abierta y amiga de la vida�,

como se definía a sí mismo cuando se sumía en los dulces ardores etílicos de la

manzanilla, que, además de disfrutar plenamente de su cuerpo, dedicó su alma a la

educación de su sobrino. �El hijo de mi hermano es más hermano que mi hijo�, se le

escuchó afirmar tan orgulloso, tan satisfecho en más de una ocasión que nadie jamás le

preguntó por el significado de aquellas palabras. Así, aquel que era �más hermano que

su hijo� recibió la mejor educación que su padrastro y su fortuna fueron capaces de

proporcionarle. Culto y cultivado, sereno y despejado, don Armando era un hombre de

su tiempo. Y su tiempo era convulso. Todavía la doctrina católica no había hecho sino

comenzar a desdibujarse en los meandros del descreimiento y la falta de lógica; todavía

el empuje ilustrado y científico no lo era tanto. Y como es normal, la educación que

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recibió su sobrino fue reflejo fiel de aquella convulsión. Como católico viejo, puso a su

sobrino en manos de los Teresianos, quienes le propinaron una educación en la estricta

observancia de la fe y sus dogmas, fundamentalista diríamos ahora, casi rozando con el

misticismo tan propio del momento. Como reciente ilustrado, dispuso que, además, su

sobrino recibiera clases particulares de latín, griego, árabe y matemáticas con algunos

de los maestros mejor preparados de toda su jurisdicción, con independencia de su

credo. Resumiendo, recibió lo mejor de la herencia católica de manos de los discípulos

de la gran mística castellana y lo mejor de la herencia andalusí bajo la tutela de los

herederos de la gran tradición erudita mozárabe. Esta contradicción, aristotélica como

ella sola pero básica en su vida, llegaría a su apogeo en los años cruciales de su

educación: la Universidad. Buen estudiante, atento y despierto, como siempre había

sido, consiguió una beca con mención honorífica, sea lo que sea eso, para la

Universidad de Uppsala, donde se doctoró cum laude en teología y ciencias naturales,

dos campos antitéticos entonces y antagónicos ahora.

Y fue allí, tieso de frío y rodeado de tísicos, entre cedros pelados y cedros helados,

donde, entre libros de teología y páginas aristotélicas, descubrió a quien sería el motor

fundamental de su vida: el padre de la taxonomía moderna, Franz Linneo. Sueco de

nacimiento, alcanzó su primera fama como médico especialista en el tratamiento y

curación de la sífilis; una fama local, menuda, pero fama suficiente como para que su

prestigio se extendiera por la pequeña cuidad de Uppsala, en cuya Universidad, rodeada

de cedros pelados y helados, acabó impartiendo clases. En 1735, después de organizar

una serie de expediciones botánicas y entomológicas, publicó la primera versión de su

clasificación de todos los seres vivos, Systema Naturae. Y lo que es más interesante

para nosotros, en 1738 mandó a sus 20 mejores estudiantes en viajes comerciales, de

109

exploración y descubrimiento del mundo. Quizás su alumno más famoso fue Daniel

Solander, naturalista a bordo durante el primer viaje alrededor del mundo del Capitán

James Cook, que trajo a Europa las primeras colecciones de plantas de Australia y del

Pacífico Sur. Anders Sparrman, otro de los alumnos de Linneo, fue botánico durante el

segundo viaje de Cook. Otro alumno, Pehr Kalm, viajó durante tres años por las

colonias británicas en América nororiental, estudiando las plantas americanas. Otro,

Carl Peter Thunberg, fue el primer naturalista occidental que, en más de un siglo, visitó

Japón; no sólo estudió la flora de Japón, sino que enseño medicina occidental a

practicantes japoneses. Otros de sus alumnos viajaron por América del Sur, Asia

sudoriental, África y el Medio Oriente. Muchos murieron durante sus viajes.

Uno de los que no murió fue el número 20 de esa lista de empollones, que no era otro

que don Bosco Azkárraga de San Román. El gaditano, gracias a la intermediación de su

maestro en la Universidad de Uppsala, consiguió enrolarse ya en la primera expedición

de don Koldo de Azkoitia y Garamendi. Y ya desde el primer día fue un mimbre

indispensable de la organización. Participó en todo lo que pudo, se ocupó de tareas que

no eran suyas y animó al resto de los compañeros de viaje. Tanto fue su ímpetu, tan

voraz su apetito que muy pronto, más de seis meses antes de la partida de la primera

expedición, pasó a formar parte como uno de los miembros del núcleo ejecutivo, del

comité de dirección. Sabía que cuanto más energía desplegase en las tareas

organizativas, más capacidad tendría para disponer de todos los medios posibles para

llevar a cabo sus fines, que no eran otros que catalogar y conservar todo artrópodo,

viviente o no, que la fortuna tuviese la gracia de otorgarle. Así, mientras acariciaba la

calidad de las telas para el caballaje, compraba cientos de probetas; mientras alforjaba

forraje, almacenaba barriles repletos de una solución etérea de primera calidad; y

110

mientras negociaba el precio de las monturas, adquiría las mejores vitrinas del mercado.

Disfrutó de gran poder sobre las finanzas de la empresa y su departamento no iba a

quedar desabastecido. Para nada. Dispuso todos los adelantos que la técnica entonces

podía ofrecer.

Por eso tuvo ese éxito.

Logró reunir la mejor colección de artrópodos del mundo. La que aún es hoy la mejor

colección de artrópodos. Del mundo.

Y no sólo por el número, �17.732.737�, como afirmaba, exigente, en su frío balance don

Bosco Azkárraga de San Román, de ejemplares cosechados, no; porque el número de

ejemplares cosechados, además de ser �mayor que el número de estrellas,� como

afirmaba don Koldo de Azkoitia y Garamendi en carta, exultante, a su majestad la reina

Isabel de Farnesio, había seguido cada una de las pautas que Linneo exponía en su

Systema Naturae, sino que se había anticipado a algunas de las correcciones, no

muchas, que al sistema le han hecho después.

Y esa es la colección que alberga el Museo.

El Museo Nacional de Historia Natural.

Inventario de la colección entomológica del Museo Nacional de Historia Natural:

Orden Material seco Preparado micr. Alcohol Muestra Veg.

Anoplura - 117 - -

111

Blattaria 6.730 99 66 - Coleoptera 992.246 2.800 804 13 Collembola 6.585 556 648 644 Dermaptera 12.569.873 14.598 956 -

Diplura - - 2.956 - Diptera 69.542 54.824 256 144

Embioptera 5 2 - - Ephemeroptera 356 - - 3

Hemiptera 59.862 658 13.623 42.689 Homoptera 25.697 6.598 2.765 214

Hymenoptera 659.884 3.694 4.862 588 Isoptera 458 - 4 -

Lepidoptera 548.000 12.658 9.111 13 Mallophaga - 2.965 - - Mantodea 5.986 5 62 - Mecoptera 223 - - -

Megaloptera 58 - 4 - Monteroptera 3 1 1 1 Neuroptera 6.058 - 444 -

Odonata 6.279 - 32 - Orthoptera 195.367 6 458 -

Phasmoptera 3.669 - - - Plecoptera 589 - 58 -

Protura - - Psocoptera 684 - 754 -

Raphidioptera 184 - 2 - Siphonaptera - 987 87 - Strepsiptera 87 - 868 -

Thysanoptera 99 - 621 - Thysanura 68 - 634 48 Trichoptera 2.598.634 - - 9 Miscelánea 5.872 - 598 369.872

TOTAL 17.762.737 99.136 37.944 413.434

El espacio reservado para el Salón Entomológico contaría con dieciséis salas, doce

pasillos, trescientas cincuenta y dos ventanas, veinte y siete puertas y más de setenta mil

metros cuadrados para 17.732.737 ejemplares únicos, distribuidos por lotes perfectamente

clasificados y conservados en más de 8.987.325 vitrinas, y estaría a cargo de más de 45

personas, entre taxónomos, biólogos, conservadores y personal administrativo y de

limpieza. Curiosamente, aunque hoy la colección ha crecido, sobre todo gracias a las

112

donaciones que ha realizado el gobierno de Estados Unidos como compensación por el

apoyo prestado por los paleontólogos del museo en las excavaciones del yacimiento de

Burgess Shale, sin embargo, el museo no ha aumentado su nómina.

La colección está dispuesta de manera que el aficionado a la entomología o el simple

curioso puede visitarla siguiendo una ruta didáctica, hasta dispone de pequeños

auriculares en los que el visitante puede disfrutar de un guía particular en cinco idiomas,

español, inglés, alemán, francés, chino y ruso, que relata, en tono afable y lenguaje llano

salpicado con escasos tecnicismos, las maravillas allí expuestas y cientos de anécdotas

relativas a la historia de la institución, que, al final, es lo más recordado por los

visitantes, sobre todo por aquellos originarios de países desarrollados con un poder

adquisitivo y, por tanto, de educación, bajo o medio bajo, según el estudio de mercado

encargado a una empresa privada hace unos dos ó tres años. Pero la colección también

es el destino preferido de cientos de profesionales de la entomología de todo el mundo.

Por eso, su disposición permite también una visita menos dirigida, más anárquica. Cada

sección se ha establecido reflejando las categorías taxonómicas establecidas por Linneo,

continuando la labor de clasificación que ya en pleno siglo XXVIII comenzó don Bosco

Azkárraga de San Román. Y cada sección es autoexplicativa: una exposición en sí

misma: comienza destacando sus conexiones y dependencias con sus antecesores, narra

sus características fundamentales y, termina, abriendo la puerta a las especies que

vendrían después.

Es una exposición con dos niveles de lectura. Diseñada para satisfacer a ambos tipos de

lectores. Como muchas otras cosas en la industria cultural moderna. Como los

vídeojuegos, contaba con dos niveles de juego: modo principiante y modo experto. O

113

como el curioso �caso del bacalao�, trama mafiosa desmantelada por Mortadelo en una

de sus descabelladas aventuras. Una historia que ha hecho reír a varias generaciones de

lectores; una historia que disfrutan, con mayor profundidad, todos aquellos que poseen

alguna noción de teoría económica.

Pero de entre las dieciséis salas, los más de diecisiete millones de ejemplares, las más de

siete millones de vitrinas, había una preferida por todos los visitantes, principiantes o

expertos: la Sala Trilobites. Era la sala que exponía el gran tesoro de la Colección

Entomológica del Museo Nacional de Historia Natural. La sala que exhibía el

Ptychopariina Hallucigenia. El fósil de trilobites más antiguo jamás encontrado. El fósil

de un ser vivo pluricelular más antiguo jamás encontrado. El único fósil descubierto de

uno de los primeros seres vivos que después evolucionarían para abandonar el mar y

adentrarse tierra adentro. Uno de los padres de la familia animal más extensa del

planeta, protagonista de lo que hoy se conoce como la Explosión Cámbrica, aquel

momento en la historia de la vida en el planeta tierra en el que unos cientos de

organismos vivos comenzaron a poblar todos y cada uno de los ecosistemas que aquel

planeta albergaba. Es, pues, uno de los padres de la constitución de la vida terrestre en

este planeta. Una pieza tan importante, un descubrimiento tan significativo y

trascendental que ha marcado un antes y un después en la historia de la evolución de la

vida en la tierra. Una revelación de la que ya fueron conscientes sus primeros testigos,

aunque, con toda lógica, ellos nunca se lo plantearon en términos de evolución,

desarrollo o progreso, según sabemos hoy gracias a la trascripción de los hechos que,

con su tono adusto y severo, mezcla de la sobriedad católica del castellano y de la

austeridad puritana del sueco, hemos recibido de la pluma de don Bosco Azkárraga de

San Román tal y como queda de manifiesto en su diario de abordo, fechado el día 23 de

114

abril de 1745, durante la tercera expedición con destino a la América continental: �Hoy,

después de maitines, he mandado convocar por vez primera a don Koldo de Azkoitia y

Garamendi, Contramaestre General de toda la Fauna Invertebrada. Habíale de

comunicar un hecho excepcional. Hasta ahora nuestras tribulaciones estribaban en la

captura de ejemplares vivos, desechando aquellos que incrustados en las piedras,

parecen recuerdos del pasado. Desde hoy también esas piedras constituyen la naturaleza

primera de nuestro viaje�.

El Ptychopariina Hallucigenia es un fósil fascinante, extraño, casi extraterreno.

Extraterrestre. Todos los fósiles lo son; pero este multiplicado por cien. Por eso no

parece insólito que ya desde el primer día causase una profunda impresión en todo aquel

que lo contemplase. De entrada, porque no parece un bicho. Ni siquiera un ser vivo. No

parece nada. Y sin embargo, basta verlo un instante para reconocerlo: son los restos

fosilizados de una criatura que una vez anduvo por la tierra. De color marrón claro,

calcáreo como el terreno donde sedimentó hará unos 2.500 millones de años, en la orilla

occidental de lo que hoy conocemos como la Península del Yucatán, se encuentra en

perfecto estado de conservación, tanta que incluso se pueden apreciar detalles

imposibles en otros fósiles, ojos, pelicelos y ocelos, de aproximadamente doce

centímetros de ancho por quince de largo. Su cuerpo es un disco circular compacto,

rodeado de una poderosa armadura de ese potente polímero del carbono, antecesor

natural de nuestros modernos plásticos, que es la quitina. Es el tronco del Ptychopariina

Hallucigenia. Un cilindro chato de unos 4 centímetros de alto por 3,5 de radio. Del

tronco emergen 12 apéndices, también protegidos por el exosqueleto quitinoso, algunos

de hasta 13 centímetros de largo. Cada uno de estos apéndices terminan en un diminuto

pedúnculo y están articulados mediante diminutas secciones en la quitina de la

115

armadura. Se cree que esos 12 apéndices realizaba las funciones de elementos

propulsores, remos al tratarse de un ser todavía acuático, y de antenas al mismo tiempo.

Esta disposición de tronco de forma cilíndrica y extremidades lanzadas hacia el exterior,

hace que el Ptychopariina Hallucigenia parezca más que un artrópodo, un tío vivo

desprendido de la tierra, un minúsculo parque atracciones volante.

El parque de atracciones volante.

El monstruo de feria más conocido en toda la tierra.

Dada la naturaleza de la Colección, capaz de estimular la imaginación del más sosaina,

la impresionante calidad del contenido allí expuesto y la forma en que está dispuesta, no

es de extrañar que sea la tercera institución cultural que más visitantes recibe al cabo del

año, sólo superada por la Sala Velázquez del Museo del Prado y la sala de trofeos del

Camp Nou del Fútbol Club Barcelona. Casi dieciséis millones de ojos, osea, casi ocho

millones de personas posan su mirada sobre la vitrina que cobija al Ptychopariina

Hallucigenia. Y todas se llevan una impresión indeleble de su visita. Basta con hacer un

ejercicio para darse cuenta de la magnitud de dicho templo: piense en una celebridad,

quien sea, del ámbito que sea, de la nacionalidad, raza y religión que sea, quien sea;

pues bien, esa celebridad ha pasado por allí al menos una vez en su vida. Darwin,

Eisenhower, ella y él, pero ella primero, Einstein, Borges, Victor Hugo, Magic Johnson,

Voltaire, Marx, Groucho y Karl,... Incluso Pynchon afirma haber pasado por allí en su

más reciente entrevista. Todos, qué digo, t-o-d-o-s han pasado por allí.

116

O basta mirar la magnitud de la impronta que deja en los visitantes. Tanta y tan

profunda que incluso ha habido quien ha establecido que la impresión que produce la

visita es equivalente al impacto que sentían los artistas románticos ante la

contemplación de la belleza, el Síndrome de Stendhal. Un honor nunca ha reconocido

por un simple motivo, el objeto de la colección. Nadie, ni siquiera los visitantes más

afectos a la fauna artrópoda, permitiría jamás que la morfología insecta se asociara a su

ideal de belleza, por particular que esta sea. Hasta dónde llega la cosa que, según dice la

leyenda, uno de los visitantes que más profundamente recibió el impacto de la

Colección fue Franz Kafka. El autor austriaco visitó el Museo justo antes de introducir

las famosas correcciones a la primera edición de La Metamorfosis. Según dicha

leyenda, Johanus Ambeseetreck, rabino de la sinagoga de Budapest y editor de la

primera edición del famosísimo libro, afirmó una vez que en el primer borrador del

cuento, el protagonista, que entonces todavía no tenía un nombre definitivo pero que

después sería conocido como Gregorio Samsa, se despierta siendo una tortuga, y que su

mayor miedo era acabar siendo el ingrediente principal del primer plato del menú de la

fonda donde estaba hospedado.

Pero la gran mayoría de los visitantes la Sala Central, residencia habitual del único fósil

descubierto de Ptychopariina Hallucigenia, son gente como usted y como yo,

trabajadores honrados e infelices, como conductores de autobús, electricistas, notarios,

informáticos� O como aquel vigilante nocturno que, cruzando la Sala Central

cumpliendo con su rutina diaria, aparecía en ese momento en la pantalla que Juan y el

detective miraban en completo silencio, con toda la atención del mundo. Aunque las

condiciones de la grabación dejaban mucho que desear, aún se podía contemplar la

majestuosidad del escenario, se podía ver con claridad algunos de los detalles del

117

momento. Se podían distinguir los seis ojos atentos, los ojos de la reina, el

expedicionario y el taxonomista que vigilaban la escena desde el cuadro

conmemorativo; el pesebre que era la vitrina con el trilobites representando los papeles

de María, José y Jesús, resplandeciente en la oscuridad al paso de la linterna del

vigilante como si de un ángel fugaz se tratara; los faroles acharolados que eran los

zapatos al pisar sobre la tarima de roble... El reloj de la esquina inferior derecha

indicaba que eran las 05:47:27.

- Como puede ver � añadió al contenido de las imágenes el inspector Mike Vargas,

dando por sentado que Juan conocía la hora exacta en que se había producido el robo

del Ptychopariina Hallucigenia � aún quedan seis minutos para que se produzcan los

hechos.

En la pantalla, el vigilante terminó de cruzar la escena. Y, pasado ese instante de acción,

trepidante, la película volvió a ser lo mismo que era, igual a sí misma, cada fotograma

idéntico al anterior, aunque el reloj insistiese en avanzar. Un plano fijo. Un plano

secuencia. Como los del maestro Tarkowski y su discípulo menor, el sueco Bergman.

La Sala Central era la Sala Central. Inamovible. Inmutable. Eterna...

Y en ese instante, se fue la luz.

05:47:28.

- ¡Dios, es la tercera vez esta semana!

118

05:47:29.

Habían muerto los tubos fluorescentes. Había muerto el flexo que había encima de la

mesa. Incluso había muerto el chivato rojo del teléfono inalámbrico que estaba a su

lado. Había muerto el monitor. Había muerto el reproductor de vídeo.

05:47:30.

Había nacido la iluminación de emergencia. Esa luz tenue, ese ocaso antinatural que son

las luces de socorro. Ese blanco y negro filtrado al beige. Esa falta de nitidez. Tan baja

era la visibilidad, tan escasos los contrastes que, por momentos, daba la sensación que

ahora eran ellos los protagonistas de otra grabación por circuito cerrado, los personajes

de otra secuencia irreal que estaba a su vez siendo contemplada por los actores de otra

película que sería vista por otros figurantes de una secuencia circular. Incluso la luz de

emergencia parpadeaba como parpadean las grabaciones de mala calidad.

05:47:31.

El inspector se levantó, sacó la cabeza por la puerta y gritó:

- ¿Es que no hay nadie que arregle esto?

05:47:32.

05:47:33.

119

05:47:34.

05:47:35.

Parecía que no, que no iba a haber nadie capaz de arreglarlo. Pasaban los segundos y

aquella pequeña sala seguía en penumbra.

05:47:36.

- Bueno, tendremos que continuar así...

05:47:38.

- Se preguntará qué aparece en el vídeo a continuación, ¿verdad? Intentaré resumirlo.

Unos siete minutos después de que el vigilante terminara su ronda aparece alguien más

en la grabación. Un segundo protagonista. Más relevante para nuestras pesquisas. Es un

varón joven, pasada la treintena pero por muy poco, bien vestido, bien calzado. Moreno,

pelo rizado, mejor dicho, ondulado. Ni muy largo ni muy corto. La piel del abrigo se

corresponde con piel de camello. El traje es oscuro, posiblemente de lana. La corbata,

también de lana, pero de color claro. Pero destaca un detalle, lleva bufanda, parece que

de color morad. Sintética. Un toque de excentricidad, de informalidad en una apariencia

más bien discreta. Entra por la derecha de la pantalla. Se acerca a la urna que cobija al

Ptychopariina Hallucigenia...

120

05:47:47.

- ... levanta el vidrio y arrebata el fósil. Y desaparece por la derecha de la pantalla. Otra

vez.

05:47:50.

05:47:51.

05:47:52.

- Bien � el inspector era, sin duda, un experto en el arte de manejar los silencios � pues

esa persona, ese varón de treinta y pocos con bufanda morada, ése, es usted.

05:47:53.

05:47:54.

05:47:55.

05:47:56.

- ¿Me está usted acusando?

- No.

121

05:47:59.

05:47:60.

05:48:01.

- De momento.

De momento, el tiempo dejó de correr.

Juan era sospechoso de haber cometido el robo que planeó cometer pero nunca cometió.

Le estaban acusando. Era acusado. El acusado. A pesar de las deficiencias de la

grabación, la calidad era suficiente para producir una identificación positiva. Un jurado

no tardaría ni diez segundos en declararle culpable. Puede que incluso ni llegase al

jurado. Que el caso se resolviese en los pasillos en una negociación entre fiscal y

abogado defensor, resultado de la cual Juan y dada la falta de pruebas realmente

concluyentes, se declararía culpable pero, a cambio, recibiría ciertas medidas

compensatorias, reducción de la pena, aplicación del primer grado penitenciario desde

el día 1, incluso dinero transferido a su nombre en alguna cuenta bancaria de un paraíso

fiscal, en función de su grado de colaboración en la investigación del caso. Y siempre

con el beneplácito del juez. Estaba condenado. Quizá él no lo había hecho, pero ahora

iba a pagar como si lo hubiera hecho. �Efectivamente�, concluyó, �tras la aparición del

otro Juan hay un plan�. Alguien había cogido un papel y había trazado una línea lógica

entre la primera aparición del otro Juan en casa de Una y su acusación de un delito que

no ha cometido. Pero quizá el plan se remontase incluso más atrás, en una

122

concatenación de acontecimientos que llevara hasta su nacimiento. �Y ese plan

concluye el día en que yo ingreso en prisión por un robo que no cometí�. ¿Por qué no?

¿Acaso no era él el que se veía en el vídeo? ¿No tenía él el mismo corte de pelo? ¿No

colgaban su en armario un abrigo piel de camello, un traje azul marino, una corbata azul

clara y, un toque de excentricidad, de informalidad dentro de una apariencia más bien

discreta, una bufanda morada? Quién se iba a atrever a negarlo. ¿Cuál es la pena por

cometer un delito semejante?

- Pero de momento no le vamos a llevar ante el juez.

05:48:02.

El tiempo siguió fluyendo de nuevo. Todavía le quedaban esperanzas.

- La cinta no es prueba concluyente. Todo parece indicar que es usted quien cometió el

robo: la ropa, la bufanda, el peinado... El vídeo no se equivoca; pero a veces no muestra

toda la realidad. Y este es uno de esos casos. Por suerte para usted, perdón, para el

ladrón, y por desgracia para nosotros, quien cometió el delito o estaba en su día de

suerte o era un tipo frío, calculador y experimentado; sin embargo, por su modus

operandi, su forma de actuación, el proceder del criminal sabemos que era un

principiante. Un aficionado. Pero un aprendiz con suerte, eso sí. Porque durante toda la

operación no da la cara a la cámara ni una sola vez... Pero � prosiguió el policía � como

la idiotez aprieta pero no ahoga, no todo son malas noticias. Por suerte no es la única

prueba. Hay una persona dispuesta a identificarle en una rueda de reconocimiento.

Alguien que afirma haberle visto coger el coche unos minutos antes de los hechos.

123

- ¿Quién? � exclamó Juan.

- Mire, si quiere, continúa usted haciendo las preguntas y yo respondo � le increpó el

agente por haberle interrumpido.

- Perfecto.

- ¿Qué?

- Que por mí, perfecto � Juan estiró la pausa todo lo que pudo. � Yo hago las preguntas

y usted da las respuestas.

- Ah, vale.

- ¿Quién � preguntó con autoridad, tomando posesión de nuevo rango � es capaz de

identificarme?

- Un mendigo que se disponía a dormir en su rincón habitual, el interior de un coche,

cuando llegó el propietario del coche y se lo llevó.

- ¿Y dice que soy yo?

- Sí.

124

- Pffff � Juan no pudo disimular la risa. Sin duda, se le estaba subiendo el cargo a la

cabeza. Y es que para todo hay que valer � ¡Y esa es toda la prueba!

- Bueno, el coche resultó ser un Volkswagen diesel de quinta mano de color amarillo

desleído, matrícula AB3 HT3. Y el coche, el escarabajo, está a su nombre.

- ¿Y eso qué prueba, que salí de casa a las cinco y media de la mañana? ¿Cómo saben

que llegué al Museo? Me podría haber pasado algo, qué se yo. Me podría haber chocado

con... no sé, un parque de atracciones volante.

En ese mismo instante, volvió la luz.

Se acabó la retransmisión. Todos los monitores que mostraban aquella grabación

circular, esa espiral de irrealidad sugerida por las luces de emergencia, se apagaron al

unísono.

Había vuelto la luz, y con ella la normalidad.

Hubo unos milisegundos de silencio. El tiempo necesario para que las pupilas se

ajustasen a la nueva iluminación.

La sala volvía a ser la del principio, esa lúgubre salita, que parecía más una sala de

interrogatorios que una sala de espera. Sólo faltaba el falso espejo: �supongo que lo

grabarán todo en vídeo�. Pero ya no parecía todo falso. De pronto, las paredes de

pladur, los suelos y techos técnicos, los espejos ciegos habían adquirido vida. Eran

125

reales. Estaban allí. Como prueba de ello, el policía se puso en pie y apoyó todo su peso

sobre una de las sillas. Y la silla resistió.

- Lo tiene francamente mal � el agente miró a Juan sonriéndole. Volvía a llevar otra vez

el mando de la situación. � Si yo fuera usted me iría buscando un buen abogado. El

mejor que pueda pagar. Salvo, claro está, que haya alguien que pueda atestiguar que

usted no estaba en el Museo Nacional de Historia Natural el jueves a las seis menos

cuarto de la...

- Quizá haya alguien.

- Entonces si el fiscal lo considera necesario, quizá tenga que buscarle para procurarnos

su identidad para que procedamos a interrogar a esa persona. Y, por favor, no le anticipe

nada.

- No hay problema.

- De momento, eso es todo. Sepa que le estamos vigilando. Sea prudente. Y quizá lo

más prudente sea colaborar Pero dejémoslo ahí. Sólo añadir que sabemos que en esta

operación hay alguien más. Y nos gustaría saber quién es � en ese instante, el inspector

dio por concluido el interrogatorio. O ya sabía lo que quería saber o ya lo sabría por

otros medios. Se levantó de la silla, se puso la chaqueta de nuevo y se dirigió a la

puerta: � ¡Ah, otra cosa! No salga de la ciudad sin avisarnos.

Iba ya a cerrar la puerta, cuando Juan reaccionó:

126

- Perdone, pero antes de marcharme me gustaría pedirle un favor.

- Si está en mi mano�

- ¿Podría darle recuerdos al inspector Hank de mi parte? Porque supongo que ahora,

estando de baja, necesitará ánimos�

- Claro, se los daré. ¿Alguna cosa más?

- Por cierto, ¿qué enfermedad padece?

- PM. Personalidad Múltiple.

127

9

- Las abejas son el esperma de las flores.

128

10

- ¿Y tiene más identidades?

- Que yo sepa, no. Pero, al menos, que yo haya visto, tiene dos. Hank noséqué y Mike

Vargas, creo. Uno es agente de policía y el otro es capitán. Hasta tiene dos placas

distintas. Yo las he visto. Las dos. Una para cada personalidad...

- O sea, que es oficial. No sabía que la personalidad múltiple estuviera reconocida. �

Aquí Una hizo una breve pausa, como si dudase de lo que iba a decir a continuación. �

¿Cobrará dos sueldos? O cobra dos sueldos o el Ministerio del Interior se está ahorrando

uno. Como política de recursos humanos no está mal...

- ¿En el curro, estás bien?

- ¿Eh...? � Una volvía de su pequeño y diario ataque de estrés laboral.

129

- Que soy la leche. Vengo aquí, a tu casa, y no te cuento más que marrones sin ni

siquiera preguntarte por tus cosas.

- No te preocupes. Yo estoy bien. Bueno, estoy como siempre. Aburrida.

- ¿Por qué no te decides a buscarte otra cosa?

- ¿Qué quieres que te diga?, ¿que la cosa está fatal?

- Peor que fatal... � sentenció Juan.

Juan bajó la cabeza. Sentado así, en esa postura, el torso echado para adelante, cabizbajo

y callado, los codos apoyados en las rodillas, hundidos y hundido, parecía la antítesis

del Juan con el que se había acostado Una. Se llamarían igual, serían idénticos, pero

eran dos personas distintas. Absolutamente. Por desgracia para Juan O., porque el pobre

se había llevado la peor parte. La peor suerte.

- ¿Pero la grabación � no le gustaba ver así a Juan � serviría de prueba en un juicio?

- La grabación es malísima � continuó, despacio, el entomólogo, tan bajo que parecía

que hablaba para él, � no vale para nada. Además, el ladrón está casi todo el rato de

espaldas a la cámara. Nunca se le ve la bien cara.

- ¿Entonces por qué creen que eres tú?

130

- Porque el del vídeo es igual de alto que yo, tiene la misma figura, misma altura,

mismo color de pelo, incluso el mismo peinado, idéntico a mí en gestos, va vestido

igual que yo, se mueve como yo... Blanco y en botella.

- ¿Pero valdría en un juicio o no?

- El policía ha dicho que no es una prueba concluyente. Espero que no, que sepa de qué

está hablando. Pero yo no tengo ni idea.

- Él sabrá lo que dice: piensa que si tuviera la más mínima posibilidad, por pequeña que

sea, de poder incriminarte con la grabación, se ahorraría muchísimo trabajo.

- Eso sí.

Y permaneció con la cabeza gacha. Estaba hecho polvo. Roto. Papilla. Hundido. Como

hundida tenía la barbilla en el pecho. Aunque había adoptado la misma posición que

tienen los que se han quedado dormidos sentados sin ladear la cabeza, el mentón

escondido bajo la nuez, la distancia anímica entre nuestro depresivo y un durmiente

cualquiera era enorme. Como si cuanto más lejana fueran la sensaciones, más parecidas

tenían que ser las posturas. De hecho, si la pose de Juan era de un perfecto dormilón, su

cabeza estaba en la antípoda de quien disfruta de un merecido descanso. Y si estaba

durmiendo, aquello era su pesadilla.

- ¿Sabes cuál sería el colmo? El colmo sería que ahora te quedases embarazada de ese

otro Juan y que el ADN demostrase que ese hijo es mío. Y que, desde la cárcel,

131

mientras cumplo condena por un robo que no he cometido, tuviera que manteneros. Ya

me veo haciendo horas extra en la cocina o en la lavandería.

-¿Será gilipollas? ¿Pues no ha dicho que me voy a quedar embarazada? Juan � le

interrumpió, � no me voy a quedar embarazada. Además, colega, te estás volviendo

paranoico. No mezcles las cosas...

- ¡Pero si ya vienen mezcladas! � protestó Juan.

- Si no has robado el Museo y no te has acostado conmigo, entonces no vas a pagar ni

por uno ni por otro.

- Una, ese condicional me mata. Si hay condicional es que hay sospecha, o al menos no

hay certidumbre. Y hay certidumbre.

- Entonces no tienes que temer nada.

- Vamos a ver... Si quieres te lo vuelvo a explicar...

- ¿Que vienes de la comisaría?

- ...

- ¿Que has visto un vídeo en el que el otro Juan robaba un... cómo se llamaba?

132

- Ptychopariina Hallucigenia.

- ¿Pero quién coño les pone esos nombrecitos?

- Para que el sistema taxonómico fuera universal, la nomenclatura sólo podía ser en latín

� calló unos instantes, pero al momento, como hubiese saltado un resorte, una alarma

que tan sólo él podía escuchar: � ¿Cuántas veces han metido en la cárcel a gente que no

ha hecho nada? Y en mi caso más, que somos exactamente iguales.

- Pero alguna diferencia habrá. No sé, genética o lo que sea. De alguna forma se podrá

demostrar que sois distintos.

- Uf, confiar en el ADN, eso es mucho pedir. Pero aunque no me metiesen en la cárcel.

Es que es una pesadilla. Peor que una pesadilla � sentenció.

Esta vez fue Una quien se quedó callada. Bajó la cabeza. Empezó a jugar con los

posavasos que había encima de la mesa. Primero hizo un montoncito. Luego lo cogió

con la punta de los dedos. Lo levantó y le dio un par de vueltas girando la muñeca.

Comprobó que no se le caían. Empezó a colocarlos. Primero el de la esquina izquierda,

a su lado. Luego el de la otra esquina. Después puso otro entre medias. Continuó con los

demás posavasos hasta que los hubo distribuido todos. Y mientras hacía todo eso,

escuchaba a Juan decir:

- Imagínate, yo hasta ahora también me lo tomaba un poco a broma. Vale, había por ahí

alguien que era exactamente igual que yo. Bien. A todo el mundo le han encontrado un

133

gemelo desconocido. Pero resulta que ese desconocido es exactamente igual que yo.

Para el policía de esta tarde, el otro soy yo. O, mejor dicho, somos uno. Imagínate vivir

tu vida sabiendo que eres la mitad de ti. De tripi. Por un lado, disfrutas la mitad de todo

lo que ese tú podrías disfrutar, sí; pero por otro, sufrirías la mitad de lo que podrías

sufrir. ¿Elegirías vivir una vida así? A medias. A ti te puede parecer una idiotez de

pregunta; pero, piensa, no tienes nada con que comparar. Yo sí. � Una había terminado

de colocar los posavasos... ¡Un segundo! Todavía le faltaba por retocar ése que no

estaba exactamente en el centro. � Pero la cosa no acaba ahí, no. Piensa que si el gozo y

el sufrimiento son compartidos, también deben serlo el resto de cosas. La alegría. La

tristeza. Las risas, las lágrimas. Lo bueno y lo malo. Pero también la libertad, el amor o

las responsabilidades. Sí, las responsabilidades. Si las responsabilidades se comparten,

no soy entera y únicamente responsable de mis actos. Porque la pena a redimir también

es compartida. Entonces tendría cierta lógica que yo pagara por sus actos. Que fuera a la

cárcel por un delito que no he cometido; o que cargara por un embarazo que no he

generado. O las dos cosas...

- Juan, deja de flipar. No me voy a quedar embarazada.

- Pero � continuó Juan sin siquiera procurar disimular que no la había oído, � ¿y el

dolor? ¿Y si a mí me duelen las cosas la mitad de lo que podían dolerme? Así me

apuntaba yo, fijo. Imagínate vivir tu vida con la mitad del dolor físico que sientes hoy.

Vamos, ¿que dónde se firma? Pero eso también tiene otra lectura: que si el dolor es lo

único que no compartes con él, el dolor es lo único que es realmente tuyo. Tuyo de

verdad. Algo que sólo tienes tú. Vivir así significa que sólo es verdadera,

auténticamente tuyo lo que te sucede en el plano físico. Sólo es tuya tu experiencia

134

física más inmediata. Sólo lo que sientes es tuyo. Todo es compartido, salvo lo que

estimula tus sentidos, que es tuyo. Solo es tuyo loa información que recibes a través de

tu aparato nervioso. Acojonante, ¿no? Sólo es tuyo lo que tocas; sólo es tuyo lo que ves,

lo que hueles o lo que oyes. Eso te hace que estés mucho más atento a tus sentidos. Eres

una máquina fenomenológica. Y sobre todo, es tuyo, sólo tuyo el sexo que practicas.

Sólo lo que follas te hace ser diferente. Imagínate lo que es vivir sabiendo que su vida y

la mía se distinguen en que él ha tocado el Ptychopariina Hallucigenia y que te ha

follado a ti. � Ahora ya estaban bien colocados todos los posavasos. Uno en el centro,

cuatro en cada una de las cuatro esquinas de la mesa, y otros cuatro en cada uno de los

centros de los lados. Enderezó la espalda, se alisó la falda y contestó:

- ¿Pero tú estás tonto o qué?

- Una � se excusó Juan, � lo siento. Es que no sé qué pensar. Me estoy volviendo loco.

Juan notó como Una posaba su mano sobre su rodilla izquierda. No quería consolarle,

no había consuelo posible a sus temores, sólo quería que supiera que le entendía. Que

comprendía su sufrimiento. Que compartía aquel pesar, aquella pena. Aquel dolor. Que

ese dolor suyo no lo era tanto porque ella también sentía una parte. Que estaban

compartiendo eso. Y que, sin embargo, no eran iguales físicamente. Que no hacía falta

ser gemelos idénticos. Que bastaba con ser personas. Todo eso quería decir aquel gesto,

y sin embargo fue Juan quien continuó hablando:

- ¡Y hoy llego a la comisaría y qué me encuentro! ¡A un policía con doble personalidad!

¡Un policía que es justo lo contrario que yo! Él es dos personas en un mismo cuerpo; el

135

otro Juan y yo, nosotros, somos una misma persona en dos cuerpos. Imagínate vivir esa

vida. ¿Es para alucinar o no es para alucinar? ¡Y al principio me lo tomaba a broma!

Una retiró su mano.

Lo había conseguido.

Ahora estaban ambos cabizbajos, las manos en las rodillas, cada uno en las suyas. Las

barbillas hundidas en los respectivos pechos. Si no fuese porque no veían, no miraban,

se diría que estaban vigilando el suelo con la mirada atenta. A la caza de algún

artrópodo. Pero no. El silencio se había adueñado de la habitación.

- Tú y yo compartimos ahora este silencio y no somos iguales � Una no se resignaba.

- Que tú y yo compartamos algo � arguyó exasperado Juan � no deja de ser una

maravilla. Perdona, no me refería a ti y a mí. No era person...

- Ya lo sé, bobo � le excusó ella.

- Me refiero a que, que entre dos personas haya algo, es acojonante. Pero no tiene nada

que ver con que yo sea yo solo. O que yo esté compartido. Es otro tipo de acojonante.

Porque yo estoy compartido. Como si fuera un ordenador en red. Es raro� � en ese

instante se calló. Pero esta vez sí levantó la cabeza. Miró a su alrededor y dijo: � Me

está entrando hambre, ¿tienes algo para picar?

136

Una, sorprendida, se puso en pie de un respingo. Tenía cacahuetes, o eso creía, en algún

rincón del tercer armario de la cocina, en la estantería superior. Pero no estaba segura.

Iría a ver. Salió de la salita.

- De beber tengo cerveza; nada más � dijo, mientras desaparecía tras la puerta de la

cocina. � ¿Quieres que baje al chino a por otra cosa?

- Cerveza está bien � espetó Juan.

- A mí me encanta la cerveza helada. Yo siempre se la compro al chino de abajo �

explicaba mientras volvía al salón con un platito de cacahuetes y dos botellines. Llegó a

la mesa y plantó el plato. Para colocar las cervezas tuvo que descolocar los posavasos. �

Y se la compro al chino por un extraño sentido de la justicia que yo tengo. Se la compro

porque me la vende a todas horas, aunque sea ilegal.

Juan cogió un puñado de cacahuetes y se los llevó a la boca. De un golpe.

- Si lo piensas, es la misma relación que se tiene con un camello � sentenció Una.

Juan miró a su compañera y se la hubiera llevado a la boca. De un golpe.

Ese era el tipo de cosas que le volvían loco. De Una. Esas salidas de tono. Esa

capacidad para saltar de niveles. Le rompían la cabeza, y parecía que le gustaba que se

la rompieran. �La sorpresa es un grado, superior. Si en el comunismo hubiera cabido la

137

sorpresa, hubiéramos sido nosotros los que hubiésemos tirado el muro�, le gustaba

pensar después al recordar esos momentos.

- ¿Te puedo decir una cosa? Imagínate que no te vas a quedar embarazada, ¿vale?, y que

no me condenan por lo del Ptychopariina Hallucigenia. Imagínate que nadie me hace

responsable nunca de los actos del otro Juan. Que no se comparten las

responsabilidades, imagínatelo, te lo imaginas, ¿verdad? Han pasado seis años, el delito

ha prescrito y todo se ha solucionado: no voy a la cárcel ni tú estás embarazada. ¿Vale?

¿Pues sabes qué me jodería más, el robo del trilobites o que se lo hubiera hecho

contigo?

- ¡Juan, no quiero saberlo! � le cortó ella. Como para decirle que había vuelto a estar

con Juan 1.

- Supongo que es porque ya te imaginas la respuesta.

- Juan � insistió ella. � No me molesta la respuesta, me repugna la pregunta. Además,

no ha pasado nada y todo esto no es más que paranoia tuya. Vale que hay un tipo igual

que tú. Vale que se ha acostado conmigo. Que ha robado el bicho ese...

- El Ptychopariina Hallucigenia.

- ¡Da igual, no me lo digas! � sin éxito, intentó anticipar la que el otro le dijera el

dichoso nombrecito: Ha robado un museo. Vale, pero sigue siendo otro: no sois iguales,

no sois el mismo. ¡Y ya!

138

- Pero para todo el mundo somos idénticos. El mismo. Para la policía, para ti...

- Juan, seréis iguales, pero no sois el mismo. Son cosas distintas.

- ¿No somos el mismo? ¡Cómo vamos a ser el mismo! ¡Él es yo mejorado! O yo soy él

emputecido. Porque en lo que a mí respecta, la diferencia entre él y yo estriba en que él

es capaz de hacer realidad las cosas con las que yo sólo me atrevo a soñar.

Había cambiado el tono. Como antes el silencio había invadido la habitación, ahora el

tono se había hecho dueño de la estancia. Y el tono era sincero. Llegaba el momento de

dejar de quejarse y comenzar a compartir experiencias físicas inmediatas como el calor

que produce la ternura, el recogimiento que genera la amistad o el temblor que incita la

sinceridad.

- ¿Que sólo te atreves a soñar? ¿De qué estás hablando?

- De ti y del Ptychopariina Hallucigenia.

- ¿De mí y del... eso? De mí bien me lo puedo imaginar, pero ¿del bicho? ¿Tú qué

querías hacer con el bicho? ¡No me jodas que tú... !

- Tú sabías que quería acostarme contigo. � Inmediatamente Juan se arrepintió de lo que

había insinuado y comenzó una maniobra de distracción: lanzó un torpedo que sabía

139

jamás alcanzaría su objetivo. Se acercó a ella unos centímetros y desplegó la pose

amenazante del predador. � Tú sabías que me gustabas. Y todavía lo sabes.

Juan hizo un ademán de besarla, aunque fuera en la mejilla.

- ¡No cambies de tema! � insistió Una. � ¿Tú querías robar un Museo?

El torpedo había estallado contra una ballena a mitad de camino: la maniobra de

distracción ha sido desactivada, mi capitán. Juan comprendió que no tenía escapatoria.

Debía rendir sus armas. Entregarse. Darse. Compartirse. Era el momento de reconocer

sus pecados. Sus pecados no cometidos, además.

- Sí. Yo planeé robar el MNHN. El Ptychopariina Hallucigenia, para ser exactos. Y no

lo hice porque me estrellé contra el camión de feria aquel. ¿Te acuerdas del día que vine

a verte a las cinco y tantas de la mañana? Vine aquí porque no sabía a dónde ir...

- Pero no lo robaste tú...

- No. No lo robé yo. Lo robó el otro Juan, justo después de acostarse contigo.

- Pero no fuiste tú.

- No.

140

Una cogió su cerveza, que hasta entonces estaba intacta, y se la llevó a los labios. Pero

antes de tomar el primer sorbo, dijo:

- Joder, nunca me lo hubiera imaginado. Ninguna de las dos cosas � ahora sí que bebió

cerveza. Pero ya no estaba tan fría y a ella le gustaba helada. Volvió a dejarla sobre la

mesa. � Bueno, que quisieras acostarte conmigo no era difícil de imaginar. Otra cosa es

que yo quisiese imaginármelo. ¡Pero que fueses a robar un Museo... un Museo

Nacional, jamás lo hubiera imaginado!

- Pues ya ves. Lo tenía todo planificado al milímetro. La Gran Sala Trilobites del

MNHN no está muy vigilada precisamente. Es fácil de robar. Sólo hay que entrar por

alguna de las ventanas de la parte de atrás, subir hasta la Sala de Trilobites, coger el

Ptychopariina Hallucigenia, esconderse en los servicios y esperar a que abriesen para

salir de allí. ¿A que no adivinas cómo lo hizo el otro?

- ¿Exactamente igual?

- Sí.

- La verdad es que me alegro que te esté pasando todo esto. Por muy mal que lo lleves.

No me hubiera gustado nada que lo hubieses robado tú.

141

El Cheleutoptera, más conocido como Fásmidos (Phasmida) y, sobre todo, como

insecto palo o insecto hoja, dependiendo de la especie, es un insecto alargado y fino, de

largas patas, que se esconde entre las hojas de los arbustos aparentando ser una

ramita.

Este camuflaje ha dado anécdotas curiosas en la Historia de la Ciencia. Para los

estudiosos que tuvieron la suerte de encontrar por vez primera un insecto palo, allá por

el siglo XVII, supuso un dilema irresoluble: dilucidar si se trataba de un animal o de

una planta.

- ¿Y para qué coño querías tú el bicho ese?

- Hay quien pagaría una fortuna por ese fósil. No te lo vas a creer, pero hay un mercado

negro inmenso. Por el Ptychopariina Hallucigenia uno puede sacar fácilmente casi un

millón de euros. Y ahora que ya se conoce la noticia, seguro que ha subido el precio.

El jesuita Athanasius Kircher di Fulda había elaborado su propia teoría sobre el origen

del Cheleutoptera y llamó Xilophyton, o sea "retoño" o "hijo de la madera", a aquella

misteriosa ramita que, erguida sobre seis frágiles patas, caminaba sobre los setos.

También llegó a afirmar que esa curiosa criatura era generada por ramas putrefactas

del viburno o por la descomposición de paja y juncos.

142

Una puso la televisión. No solía verla a menudo, pero necesitaba escuchar otra voz que

no fuera la de Juan. La confesión que acababa de oír, el delito que Juan estuvo a punto

de cometer, le había dejado una extraña sensación. Por un lado, ahora sabía que no

había sido Juan, una historia tan rocambolesca no se la inventaría nadie ni serviría jamás

como coartada; pero por otro, no le gustaba saber que se había acostado con un ladrón.

Por suerte, ya eran más de las nueve y había empezado el telediario. El locutor ya había

desgranado las noticias de nacional e internacional y estaba en la sección de economía.

Y como siempre sucede con las noticias económicas, eran tremendas. Habían vuelto a

subir la inflación, el paro y el precio del barril de petróleo. Una quitó el sonido del

televisor pero no lo apagó. Como una chimenea, siguió allí chisporroteando el rostro del

ministro del ramo mientras era entrevistado. Mudo.

- Bah � concluyó harta ante aquel otro pesimista.

Juan se quedó mirando la pantalla.

Tras el ministro volvió el presentador del telediario. Era un chico joven, desenvuelto y

dinámico, la imagen que la televisión pública quería dar de sí misma. No se escuchaba

lo que decía, pero enseguida aparecieron unos negros durmiendo en una calle junto a la

Plaza Mayor. Protestaban por la injerencia de las cámaras con gestos obscenos y

malencarados. Intentaban tapar el objetivo. Era una noticia sobre la ola de frío.

143

- ¿Una, puedo � dijo sobre el hombre del tiempo, que ahora ocupaba la pantalla �

decirte una cosa?

Una no contestó. No hacía falta. Juan se lo iba a contar igual. Fuese lo que fuese.

Además, ahora ya poca cosa podía decirle que le afectase más. ¿Qué iba a decirle que

fuese peor que lo que ya le había dicho?

- No sé quién dijo que había que tener cuidado con lo que se soñaba, que podía hacerse

realidad. Pero supongo que no se refería a esto, claro. � Juan interrumpió la

introducción, quizá se estuviese planteando el enfoque, el camino a seguir. � El caso es

que hay un tercer deseo.

- ¿Cuál?

- Matar a Mr Yee.

Hasta los huevos de los Cheleutópteros parecen pertenecer al reino vegetal; en efecto,

son sorprendentemente parecidos a semillas, tanto como para poner en un serio aprieto

a algún experto. Forma ya parte de la historia de la ciencia el clamoroso error de un

comerciante de la isla de Java que, engañado por su apariencia exterior, envió al

Jardín Botánico de París dos mil huevos de Phyllium, recogidos en el terreno, a los pies

de ciertos arbustos de una isla indonesia, con la convicción de que se trataba de

144

semillas de esa planta. Así, algún tiempo después, los botánicos parisinos tuvieron la

sorpresa de encontrarse con los neonatos que vagaban por el invernadero.

- Espera, déjame que te lo explique.

Una se levantó y negó con la mano. Abierta, los dedos extendidos, hizo un gesto que

valió para que ni siquiera lo intentara. Desapareció de la habitación. La cerveza de Juan

se había acabado, la de Una estaba intacta, los cacahuetes estaban a medias. Pero esa no

era la razón de su huida, no. La televisión ahora sí que ocupaba un segundo plano.

Como si la emisión se hubiera desenfocado. Borrosa. Esa tampoco. También era la

primera vez que él se oía a sí mismo. Decirlo. Que quería matar a Mr Yee. Lo había

pensado. Pero nunca lo había dicho. Ni siquiera para sí. Aunque fuese en voz baja. Si él

hubiese podido, también habría huido.

Y ahora que se había escuchado, ahora que estaba solo, decidió que tenía que evitar que

el otro Juan matara a Mr Yee.

145

11

- En estos últimos días he estado pensando. Pensando mucho. Y he llegado a algunas

conclusiones. Si no le molesta, me gustaría compartirlas con usted � en ese instante,

justo cuando nuestro cajetín alcanzaba el punto más alto, la noria se detuvo. Otro

apagón. Y allí se quedaron Mr Yee y Juan, con los pies colgando al ritmo del balanceo

del habitáculo, mecido por la brisa helada. Ambos se acurrucaron aún más, en un último

intento por evitar que ninguna caloría se escapara de sus cuerpos. � Salvo los clones y

los gemelos idénticos, ningún otro ser vivo comparte tanta información genética como

los Himenópteros. Cada hormiga es igual a su hermana en un 75%. Cada avispa es igual

a su prima en un 75%. Todas las hormigas son una hormiga. Todas suman la misma

hormiga. Todas viven una única vida, la vida Hormiga. La vida del Hormiguero. Los

Himenópteros, cada himenóptero es una dimensión del ser Hormiga, Avispa o Abeja. Y

el Hormiguero, el panal o la colmena son la suma de todas esas dimensiones del ser

Hormiga.

146

En ese momento, en la cabina de la noria se produjo un chasquido seguido de un leve

respingo. Mr Yee, quizá debido al inesperado movimiento, cesó en la exposición de su

teoría.

Había vuelto la luz.

147

12

Supongamos que es verdad. Que existe otro idéntico a mí. Que existe otro Yo. O mejor

dicho, que existo otro Yo. Que existimos otro Yo. Hermanos gemelos no ya de bolsas

vitelinas distintas, hermanos gemelos de madres distintas. O peor aún, no es mi gemelo:

es igual que yo. Nos llamamos igual y nuestras vidas son prácticamente fotocopias

exactas con la única diferencia de que él, Juan 1, ha vivido mi vida y mis sueños. Somos

clones. Pero él es mi clon mejorado. O yo su clon empeorado. Su carrera profesional es

la que yo hubiese querido tener, se acuesta con las mujeres con las que yo he deseado

hacerlo y realiza los actos que yo ansiaba realizar. Como si se alimentase de mis sueños.

Como si al anhelar algo, lo que hago en realidad es abrir la puerta para que él lo haga

posible. Me pregunto si yo me alimentaré de sus temores, de sus pesadillas. Si él, al

temer algo, hace que se convierta en realidad... pero para mí. Y me pregunto si esto será

una cadena con muchos más eslabones. Si existe otro Juan por encima de él, Juan 2, que

represente para Juan 1 lo mismo que Juan 1 representa para mí... Y si después habrá

otro, y otro, y otro, y otro; hasta llegar a Juan n. Juan Enésimo.

Entonces, ¿yo quién soy?

148

Yo soy Juan Onésimo. Juan O. Juan 0. Juan Cero.

Porque yo soy el eje sobre el que pivota esta cadena. Porque necesariamente yo tengo

que creer que soy el que está en el lado de la realidad, que es él quien ha atravesado el

espejo y está al otro lado del cristal. ¿Que él pensará lo mismo? ¿Que él creerá estar en

el centro del Universo y que soy yo, y los demás Juanes, quienes estamos en los

extremos? Pues claro que lo piensa. Es su obligación. Porque es su subjetividad. Igual

que ésta es la mía. No puede ser de otra manera.

Y además porque mientras no exista un Juan anterior a mí, Juan �1, yo soy la base de

sus experiencias. Sus mejores vivencias están construidas sobre mis expectativas, que

para él son realidades.

¿Existirá ese Juan �1? ¿Su vida estará construida en base a mis temores, mis pesadillas?

¿Mi vida estará construida basada en sus sueños, sus anhelos?

¿Y dónde acaba la cadena?

¿Acaba?

¿Dónde acaba?

¿Dónde empieza?

149

¿Hay más Juanes?

Juan -n, Juan -n + 1, Juan -n + 2,... Juan -2, Juan -1, Juan 0, Juan 1, Juan 2,... Juan n - 2, Juan n -

1, Juan n

Si es una serie, ¿responderá a algún patrón o será caótica? ¿Cuál será su razón, números

reales, enteros, naturales, complejos�? ¿¿Habrá un fractal entre Juanes? ¿Responderá a

la áurea proporción de la serie de Fibonacci?¿Tenderá a infinito? ¿O, lo que es peor,

tenderá a cero?

Juan Cero.

Juan �n + Juan -n + 1 + Juan -n + 2 + ... + Juan �2 + Juan �1 + Juan 0 + Juan 1 + Juan 2 + ...

+ Juan n � 2 + Juan n � 1 + Juan n = x

Entre todos sumamos todas las vidas posibles de Juan. Pero si para vivir una vida

absolutamente completa, fundamentalmente llena, con todos sus éxitos, pero también

con todos sus fracasos, hacen falta n Juanes, entonces para un solo Juan es imposible

alcanzar, culminar esa vida reservada a todos nosotros. Todos, incluso el más exitoso de

nosotros, Juan n, estamos condenados a la frustración y el desengaño. La vida completa

es imposible. Inalcanzable. Somos un fraude. Nuestra vida es un fraude.

¿O quizá hagan falta n vidas para adquirir esa Vida Plena?

150

¿O quizá haya que matar a todos los Juanes, salvo a uno, para que a ese Juan se le

presenten todas las posibilidades?

x = JUAN

Habrá que reencarnarse entonces. Buda tenía razón. Salvo por un pequeño detalle. Ni

Juan 1 es mi reencarnación ni yo soy la reencarnación de Juan 1. No hay vidas

sucesivas: Juan 1 y yo vivimos aquí y ahora. De forma simultánea. Coetáneos.

Contemporáneos. Además, ambos poseemos recuerdos, experiencias, sensaciones

semejantes. En el budismo hay un solo ser, un solo ente, que se manifiesta de diferentes

maneras en el tiempo en función de la pureza alcanzada en las vidas anteriores; aquí y

ahora somos dos personas distintas.

¿Somos dos personas distintas?

¿Todos los Juanes somos uno?

¿Todos somos Yo?

Entre todos formamos el conjunto de todos los Juanes.

Entre todos formamos el conjunto Juan.

¿Existen subconjuntos dentro del conjunto Juan? ¿El subconjunto de todos los Juanes

que jamás llegaron a nacer? ¿O el subconjunto de todos los Juanes que lograron la

151

máxima calificación en su doctorado? ¿O el subconjunto de todos los Juanes que

consiguieron robar el Ptychopariina Hallucigenia? ¿O el subconjunto de todos los

Juanes que consiguieron robar el Ptychopariina Hallucigenia y follarse a Una en una

misma noche?

¿Existirá el conjunto de todos los Juanes que pagan por los crímenes de otros Juanes?

¿Existirá el conjunto de todos los Juanes que pagan por los crímenes de otros Juanes

que además se han tirado a su novia?

¿Seré yo su único miembro?

Una nube de langostas en el África oriental puede fácilmente cubrir 1.500 kilómetros

cuadrados, reuniendo hasta 400 billones de insectos. En 2004, una colonia llegó a

agrupar a más de 12.000 ejemplares por m2. Es decir, 18.000.000.000 de ejemplares.

Un único par de moscas domésticas comunes, en apenas una temporada de

procreación (cerca de 5 meses por año), es capaz de generar una descendencia de 190

quintillones de individuos.

Afortunadamente para el resto de los seres vivos, muchos artrópodos mueren por el

camino, exterminados por enfermedades, predadores, accidentes ambientales e

insecticidas, lo cual disminuye notablemente esa población.

152

Pero si existe el conjunto de todos los Juanes, cualesquiera que sean sus atributos, quizá

también exista el conjunto Una. ¿Y el conjunto Mr Yee?

¿Existen n Mr Yee?

¿Existen n Unas?

Bueno, si existen n Unas aún tengo posibilidades de pillar una. Una.

153

13

- El oso hormiguero come termitas, jamás hormigas.

154

14

Lo peor de mi trabajo es tener que ir a visitar a los clientes. De vez en cuando está bien,

pero si lo empiezas a hacer a menudo acabas harto. Todos son iguales. Idénticos. Igual

de predecibles, sus exigencias son las mismas. Todos te hacen las mismas preguntas que

tú contestas, invariablemente, con las mismas respuestas.

Por eso, cuando vi que el despacho de Juan no había cambiado en absoluto no me

sorprendí. Lo cierto es que tampoco me esperaba que hubiera cambiado. Quiero decir

que fijo que ese despacho está igual desde el día que Juan tomó posesión. Salvo los

cartones que me llevé en mi visita anterior, todo estaba en el mismo sitio. De haber

tenido alguna planta, le hubiera aconsejado que debería girarla de vez en cuando. Cosas

de la luz, ya se sabe. Y, además, no había ido allí para hablar de plantas o decoración;

yo había ido allí a presentar mis primeras ideas. Y uno es un profesional. Así que lancé

mi perorata:

- ¿Cómo se llama Spiderman?

155

Me callé.

Ahí siempre hacía una pausa. Que la bomba estallara. La pregunta era como uno de esos

planos de televisión tomados desde la cámara de un avión de combate: se veía cómo

salía el misil, la estela que surcaba el aire y que perdía tamaño progresivamente hasta

que era solamente un puntito blanco en la pantalla y, porque nunca parece llegar el

momento del impacto, sorprenderte porque el edificio que había ya no está. Y ahora

tocaba comprobar si el edificio estaba:

- No sabe cómo se llama � ¡bang!, el edificio no estaba. � No se preocupe, NADIE sabe

cómo se llama. Y nadie sabe cómo se llama Batman. ¿Cómo se llama Batman?

Pregúnteselo a quien quiera ahí fuera. � Lanzado el misil, derruido el edificio, ahora

sólo restaba tomar posesión de la plaza: me dirigí a la puerta y la abrí, retándole a que

preguntara al primero que pasara, pero entre que no pasó nadie y que quizá no pensaba

hacerlo, tomé efectivamente posesión de la plaza. � Pues eso es que usted pertenece al

97% de los humanos que no sabe la respuesta.

- Perdone... � le interrumpió Juan. Por lo visto, el edificio no estaba derruido del todo:

aún quedaban supervivientes � pero no tengo toda la tarde.

- Bueno, que el otro día, cuando salí de aquí, además de visitar el MNHN � así es como

lo conocemos los profesionales, � me acerqué a mi dvdclub. Para mí es una especie de

ritual: siempre que me enfrento a un producto diferente, desconocido, uno de esos

productos que crean categorías, como el kleenex o el actimel, siempre consulto los

clásicos. Y los clásicos, moleste a quien moleste, están todos en Hollywood. ¿Y qué me

156

encontré? Que el número 1 en ventas y alquiler, algo que no ha conseguido nadie desde

la caja �edición especial� de Parque Jurásico, es un pack fabuloso con Spiderman 1 y 2

a precio de lujo. ¡Más de 18 �!

- Ya. No me diga que toda esta vuelta que hemos dado era para terminar con que

Spiderman es un artrópodo. � No era un superviviente cualquiera: era un francotirador.

Resentido, además. Me estaba obligando a usar la guerra biológica.

- Los artrópodos � concluí � no tienen mala fama; tienen malos prescriptores.

- Mire, veo que su trabajo merece más tiempo del que por desgracia dispongo.

Comprendo que despachar con usted a toda prisa no sería justo. ¿Por qué no sigue

trabajando en lo que tenga en mente y nos lo presenta en una semana? Además, si le

parece, convoco también a Mr Yee y lo solucionamos todo en la misma reunión.

Después de la fallida toma de la plaza, no me quedaba otro remedio que poner en

marcha el Plan B. Amagar primero para rematar después. Hacer creer al enemigo que

estoy tocado y dejar que su orgullo se hinche como la jarcia henchida por el viento para

que, henchido, nos quiera dar con todo. Tanto que la fiebre le haga descuidar su

seguridad. Y entonces, sólo entonces, abrirte como el volcán al abrirse abre el cráter y

darle con todo lo tuyo y parte de lo suyo.

Entonces será el próximo viernes.

- ¿A la misma hora, en el mismo sitio?

157

- No. Puesto que también vendrá Mr Yee, le atenderemos en la Sala de Juntas. Salvo

que tenga otra preferencia, claro. � contestó Juan, ya en pie y abriéndome la puerta del

despacho. ¿Cómo se había levantado y llegado hasta la puerta? Podría jurar que no le

había visto moverse de su asiento. Cortés, acepté su invitación a salir y en dos zancadas

ya me había puesto en la puerta de la calle. Una puerta que ya se cerraba pero que no tan

rápido como para amortiguar el final de la despedida de Juan: � ¡Ah, y el nombre civil

de Spiderman es Peter Parker!

Químicamente la quitina es un polímero, más exactamente, la quitina es poli(N-

acetilglucosamina). Veámos su estructura molecular:

La quitina es el compuesto base del caparazón de los langostinos, camarones,

cangrejos, langostas de mar y otros muchos artrópodos. Es rígida, insoluble y, en cierta

medida, flexible. Hasta ahora, no hemos sido capaces de generar un polímero sintético

que combine esas tres propiedades. Ni tampoco hemos descubierto qué hacer con la

quitina ya existente, la que producen los artrópodos.

158

- ¿Juan? � era la recepcionista.

- ¿Sí...? � contestó el Director Técnico de ProFinal.

- Pregunta por ti la secretaria del Departamento de no sé qué de Sheridan. Te paso.

- Gracias Mart...

- ¿Juan? � otra vez la recepcionista le había vuelto a pasar demasiado rápido.

-... � ¿Juan? ¿Y esa confianza, a cuento de qué?

- Juan, quiero, � se atropellaba la secretaria, � necesito verte otra vez. ¿Qué tal esta

noche a las ocho? Me vienes a buscar, ¿vale?

- ... vale... � Juan todavía no salía de su asombro. ¿No era aquella la misma mujer que

había estado a punto de dirigir una queja formal y por escrito a ProFinal después de

aquel episodio entre la cucaracha blanca y su culo?

- Espérame en el bar Cogollo. Sí, ese que está en el mismo polígono que Sheridan.

Seguro que te has fijado en él cuando has venido otras veces. A la entrada del

polígono... A las ocho, ¿vale?

159

- ... vale...

- Si te retrasas un minuto, me voy � y colgó.

Sí, era la misma mujer. Pero ahora necesitaba verle. O eso había dicho. ¿Querría

disculparse? Pero nadie necesita disculparse, a menos que se pertenezca a de una secta

proclive a las disculpas, claro. �Seguro que sólo quiere disculparse�, concluyó. Y

continuó con sus pequeñas tareas habituales. Dirigir las operaciones de exterminio que

se produjeran y supervisar la construcción de la Sala-Museo. Coordinar a sus equipos de

trabajo y controlar a sus proveedores. Pero ahora, además, tenía que sumar una nueva

labor, más importante, más urgente, una labor que haría que atendiese las otras de forma

maquinal, sin prestarles la atención que requerían: encontrar a aquel otro Juan antes de

que algo le sucediese a Mr Yee.

¿Y cómo evitar que le sucediese algo a Mr Yee?

Tenía que pensar.

Pensar.

Pensar.

Pensar.

¿Pensaría el otro lo mismo que él, exactamente al mismo tiempo?

160

- ¡Hostias, las ocho menos cuarto!

Quedaban quince minutos escasos para la hora de su cita. Había quedado con la

secretaria del Departamento de Mantenimiento de Sheridan. ¡Y su oficina estaba al otro

lado de la ciudad! El otro día había tardado algo más de veinte minutos en llegar y no

era hora punta... �Mejor la llamo desde el coche y le digo que me espere�, se

tranquilizó. Salió de su despacho y se acercó a la recepcionista:

- Marta, ¿me puedes hacer un favor?

- Claro.

- ¿Cómo se llama la secretaria del Departamento de Mantenimiento de Sheridan & Co?

- Un segundo � y Juan vio cómo manipulaba el ordenador. Sin duda estaba consultando

la agenda. � Aquí está: Olivia Pérez. ¡Menudos apellidos, debe ser de la misma teta!

Bajó al garaje y cogió la furgoneta de ProFinal. No sería el colmo de la elegancia pero sí

era más útil que su coche, que había abandonado hacía unos días después del percance

aquel, entre la niebla y la nieve, y del que no se había vuelto a acordar. Tendría que ir a

buscarlo. O mejor aún, mañana mandaría al mensajero de la empresa a recogerlo y

llevarlo al taller. Son esos pequeños privilegios del rango que no requieren justificación

alguna.

161

Salió del aparcamiento y puso dirección al polígono industrial. Antes de llegar al primer

semáforo ya había llamado a Olivia. No había problema, había dicho ella. Incluso le

vendrían bien esos diez minutos suplementarios para terminar algunas cosas. Había

estado muy amable, demasiado amable, ya no parecía urgida, presionada por una

urgencia imposible como esa mañana al teléfono. Bien. Tenía ahí, frente a sus ojos,

delante de él, otros veinte minutos, el tiempo que tardaría en llegar al bar Cogollo, y no

pensaba perderlos.

Tenía que pensar.

- ¡Ahí está!

Allí estaba el bar Cogollo. Resplandeciente. La iluminación refulgía contra el gélido

anochecer. La animación que se veía a través de las ventanas contrastaba con el aspecto

desolador de un polígono fuera de las horas de trabajo. Coño, había un sitio justo

delante de la puerta. Juan aparcó la furgoneta. La cucaracha blanca del logotipo de

ProFinal brillaba bajo el neón verde como un cogollo radiactivo. Salió del vehículo.

Todavía no había llegado a la puerta del bar cuando se le acercó una sombra:

- Seis euros y te la chupo. Diez y me lo trago todo � era una prostituta, también era

exótica, mezcla de negra y asiática, en busca de los últimos clientes del día.

- No, gracias � y abrió la puerta del bar.

162

No hizo falta que se esforzase mucho para reconocer a la secretaria de Sheridan. Estaba

de espaldas a la entrada, apoyada en la barra, charlando amigablemente con el camarero.

Allí enfrente, tenía el mismo culo que la otra vez, espléndido, turgente, pero esta vez sin

cucaracha alguna. Lo que, curiosamente, no le restó encanto a ojos de Juan. Parecía una

habitual del local. Se estaba tomando un gintonic, pero también podía ser sólo tónica. Se

acercó hasta ella.

- ¿Olivia?

Olivia se dio la vuelta, sonrió y le plantó un beso en los morros. Juan le devolvió el

beso. Era gintonic, sin duda. Que lo fuera no le sorprendió en absoluto, estaban fuera

del horario de trabajo; lo que sí le sorprendió, y mucho, fue aquel beso. Sólo se habían

visto un par de veces antes y jamás se habían besado. Pero algo le dijo que quizá

tampoco eso debía sorprenderle. Que ya había vivido esa situación. Y no era el

cansancio o la metempsicosis lo que lo había provocado. Era cosa de Juan 1. Él ya había

estado allí. Como había estado antes en casa de Una. O en la Gran Sala Trilobites...

Tenía dos opciones: podía reaccionar como la vez anterior e intentar aclarar la situación

o podía dejar fluir los acontecimientos. Y, en milisegundos, durante el tiempo que se

tarda en recibir un beso y mirar a los ojos de la otra persona, las analizó. Pensó algo así

como que dada una situación S, de su reacción dependería el siguiente paso de Juan 1.

Demostración:

A.- Si reaccionaba como la vez anterior, entonces la secuencia de los

acontecimientos, su sucesión, se repetiría. Sería una serie. Y sería lineal. No

163

importa como fuese la sucesión aritmética, geométrica... siempre sería una serie

sin final. O mejor dicho, que acabaría en infinito. Y en esos días, justo esa,

�infinito�, era una palabra impronunciable. Indecible.

B.- Si dejaba seguir el rollo, entonces la secuencia de los acontecimientos, su

sucesión, se rompería. El azar, el caos entraría en juego y terminaría por

adueñarse de la matemática de Juan 1. Entonces, sólo entonces podría darle la

vuelta a la tortilla. Dejaría de ser Juan 0 para convertirse en Juan n. El JUAN. La

sucesión se rompería, la serie terminaría ahí: luego sería finita. Y �finita� era, en

aquellos días, una palabra muy deseable. Muy decible.

Sólo la respuesta B era finita, evaluable y cuantificable.

Sólo la respuesta B era decible.

Luego:

�Para toda situación S, la incógnita sería decible optando únicamente por la ecuación

B.�

Esa noche, él sería el otro Juan. Sería Juan 1.

Miró fijamente a los ojos de Olivia Pérez. Se los miró con tanta intensidad que se diría

que se buscaba a sí mismo allí dentro. Se encontrara o no, lo siguiente que hizo fue

besarla. Con mayor ardor esta vez. Y la respuesta de la otra boca le gustó. De pronto

164

habían desaparecido la barra del bar y camarero con el que estaba hablando ella cuando

él entró. De hecho, desapareció el bar. Entero. Y, sobre todo, desapareció él.

- Te he echado de menos � mintió.

Y coló. Ella no sólo no lo negó, sino que asintió con una mirada dulce pero aguda.

Sincera. Como si estuviese buscando en los ojos de Juan su propio recuerdo y lo

hubiese encontrado. �Luego era cierto�, confirmó. El otro ya había pasado por allí.

Bien. Bien por la lógica.

Y decidió seguir con la lógica de Juan 1.

- ¿Te apetece bailar?

- ¿Aquí?

Iba bien. Jamás se le habría ocurrido bailar en aquel bar de mierda que, justo en ese

momento volvió a aparecer de repente, pero que a ella se le hubiera ocurrido quería

decir algo. La cogió de la cintura, arrimó la suya y se lanzó a dar el primer paso. En ese

instante la máquina tragaperras comenzó a cantar una dulce melodía destinada a llamar

a los jugadores, pero que allí también podía interpretarse como una azucarada cadencia

escrita para los amantes. O al menos eso hicieron ellos. Porque cuando comenzó la

cadencia juntaron sus cuerpos y comenzaron a seguir el ritmo. Se miraron a los ojos. Se

cogieron de una mano y se fueron del local. Juan la guió hasta su furgoneta, abrió la

puerta del copiloto y la invitó a entrar. Sin soltar su mano, la ayudó a encaramarse.

165

Estaba triunfando. Hasta seguía moviéndose al compás de la música de la tragaperras.

Cadencioso dio la vuelta alrededor del vehículo, se acercó a su puerta y la abrió.

Cadencioso dio la vuelta alrededor del vehículo, se acercó a su puerta y la abrió. Ya

tenía un pie en el estribo cuando aquella prostituta vestida de sombra se le volvió a

acercar para susurrarle al oído:

- Cincuenta euros y le como el coño a tu novia. Cien y te dejo darme por culo a la vez.

Ni la miró. Subió y cerró la puerta.

La música de la máquina había dejado de sonar.

Metió la llave en el contacto, pisó el embrague y puso la mano sobre la palanca de

cambio. Sintió el frío tacto del plástico en la palma. Metió primera, desembragó y la

furgoneta dio un respingo. Iba a las mil maravillas. La furgoneta y la noche. No miró a

su compañera de viaje, pero sabía que sonreía.

- Ahora tú y yo vamos a bailar de verdad.

Salieron del polígono y volvieron a la ciudad. Juan no tenía excesiva experiencia

nocturna; no salía mucho de noche y la última vez que lo hizo acabó medio estrellado

contra un parque de atracciones volante. Así que se dirigió al único garito que conocía,

uno que había visto cerca de su casa, en el que los adolescentes solían formar colas las

tardes de los fines de semana. Era una discoteca famosa. Juan no había bailado en su

vida. Su sentido del ritmo era comparable al de una almeja, pero esa noche iba

166

disfrazado de Juan 1 y cuando uno se disfraza las vergüenzas lo son menos. Pensaba

romper la pista de baile, si eso era lo que la noche requería. El tráfico todavía no era

alarmante: no tardarían en llegar. Ella fue hablando todo el camino. De su trabajo. De lo

aburrido que era trabajar en un polígono, sin restaurantes donde comer otra cosa que no

fuese un triste menú de seis euros, sin tiendas donde pasar el rato o comprarse un

capricho, ni siquiera un triste quiosco donde comprar alguna revista femenina, y, por

último, de lo mal que lo había pasado con aquella infestación de cucaracha colombiana.

Incluso hizo un chiste sobre el artrópodo que él atrapó en su trasero.

- Desde entonces eres mi héroe.

- Pues bien que intentaste ponerme una queja.

- Es que todavía no sabía que eras mi héroe.

Llegaron a la puerta de la discoteca. Pero desistieron de entrar. Entre que aquello

todavía estaba plagado de adolescentes con pendiente y teléfono móvil y que parecía no

haber sitio para aparcar la furgoneta, decidieron seguir adelante. Quizá sería mejor plan

cenar algo primero. Una cosa rápida en algún lugar mono. Y Juan sí conocía un sitio así.

Un pequeño restaurante vegetariano a dos ó tres manzanas de su casa, sin mesas, sólo

una barra en la que compartirían algo de curry.

Entraron. Pero también estaba hasta la bandera. La nube de humo imposibilitaba ver

más allá de unos cuantos metros y la marea de voces impedía mantener cualquier

conversación con un mínimo de coherencia. Entre empujones y codazos, lograron llegar

167

hasta el fondo del local, donde se acomodaron en un minúsculo espacio al final de la

barra. Pidieron un par de cañas para empezar y, mientras leían la carta, se acariciaban la

mano por debajo del mostrador. Olivia se acercó y le dio un beso en la mejilla. Él sonrió

y le devolvió el beso, pero esta vez en los labios. Quizá como consecuencia de aquellos

arrumacos, juntaron un poco más sus banquetas. Rozaron sus rodillas y ninguno de los

dos hizo nada por retirarlas. Tomarían una ensalada templada de puerros y queso de

cabra y tacos de berenjena.

- ¿Para tomar aquí o para llevar? � preguntó el camarero.

- Yo vivo aquí al lado � le murmuró Olivia a Juan, escondiendo su voz bajo la

atronadora marea de voces de los otros clientes. � ¿Y si nos la llevamos a mi casa?

Estaremos más cómodos.

- Para llevar � contestó Juan al camarero. Y ambos sonrieron.

La casa de Olivia estaba, efectivamente, a diez minutos de allí. Era un piso pequeño, un

estudio con cocina americana y un dormitorio al final. Pequeño, pero muy mono.

Entraron cogidos de la cintura. Ella dejó su bolso y abrigo sobre la butaca que había al

lado del sofá y le invitó a hacer lo mismo. Olivia se disculpó y se fue al dormitorio:

- ¿Porqué no vas abriendo el vino? Ahora mismo vuelvo.

Juan dudaba. ¿Había estado allí antes o no? En cualquier caso ya no tenía elección. Se

comportaría con naturalidad y todo saldría bien. Tras la puerta del dormitorio se

168

escuchó el sonido de la cisterna primero y, después, el trasiego de ropas de aquí para

allá. �Se estará poniendo cómoda�, pensó. En la encimera de la cocina había una botella

de vino. No tenía etiquetas, como esos vinos que se compran por cajas en las bodegas

de barrio. Empezó a rebuscar entre los cajones, en algún lugar habría un sacacorchos.

No había vuelto ella todavía cuando ya había servido dos vasitos. Le dio un trago a la

suya. Coño, estaba bueno; tendría que preguntarle dónde lo había comprado. Lo mismo

era un chollito.

En ese momento apareció ella. Tenía razón, se había cambiado. Se había quitado el traje

de ejecutiva y se había puesto una camiseta ceñida y un pantalón de algodón. Todo

blanco. Se acercó hasta donde estaba él y aceptó el vaso que Juan le tendía.

- Es que no sé dónde están las copas � se disculpó con una sonrisa.

- Ahí, en esa caja � señaló una hilera de cajas de cartón, encima del mueble alto de la

cocina. � Pero da igual. No te preocupes. No soy una maniática de las copas.

En un santiamén habían puesto la mesa, dos pequeños salvamanteles color crudo, dos

platos de loza blanca, dos copas, cubiertos y unas cuantas velas. Se sentaron a cenar.

Como siempre, la comida estaba exquisita, aunque la ensalada templada había dejado de

estarlo; pero prefirieron comérsela así a recalentarla en el microondas. La conversación

se mantuvo fluida, entrecortada por risas y caricias, con constantes alusiones a la noche

anterior, la noche que Juan 1 y Olivia habían compartido y de la que ahora se estaba

beneficiando Juan, pero por suerte para él nunca surgió una pregunta, un comentario

comprometido que pudiera ponerle en evidencia. Por lo que contaba Olivia, Juan 1

169

parecía ser bastante normal. Bastante majo. Una persona educada, cortés y ocurrente,

aunque un amante, o eso se podía deducir de sus comentarios, mediocre. En cuanto a los

tres primeros atributos, Juan no tenía problemas. Él también era bastante educado,

cortés y ocurrente, pero como amante estaba seguro de ser peor que mediocre. En fin,

que intentaría esforzarse. Acabaron de cenar y llegó el momento del café. Juan prefirió

no tomar, no sabía cómo le gustaría al otro. Ella se hizo una infusión de hierbas. Y

sirvió dos copas. Dos gintonics. Tampoco preguntó. La conversación ahora era mucho

más banal. Ya ni de ellos trataba. Así estuvieron hasta que los hielos se hubieron

derretido.

Hasta que no supieron de qué hablar. Momento que Juan aprovechó para abalanzarse

sobre ella. Tan rápido, tan de repente que ella se atragantó. Un ataque de tos rompió la

incipiente tensión sexual. Las risas que estallaron a continuación la aliviaron. E, incluso,

tuvieron un efecto multiplicador. Ella aún no se había repuesto de su pequeño síncope

cuando tomó la iniciativa. Le agarró del cuello de la camisa y lo arrastró hasta su boca.

Lo devoró.

- Joder, qué ganas tenía � susurró uno de los dos.

El revolcón que vino a continuación fue glorioso. Sublime. El hambre de siglos que

apaciguó el primer polvo de Juan se combinó a la perfección con la imperiosa necesidad

que resolvió el segundo de Olivia. Un cóctel fastuoso. Como esos platos que combinan

sabores contrastados. Un matrimonio. Ella, la anchoa; él, el boquerón. Las camisetas

volaron. Los pantalones, cada uno se quitó el suyo. Enseguida sintieron el calor del otro

pecho en el propio. Y se besaron, chuparon, lamieron, mordieron, succionaron hasta que

170

los besos se tornaron en charcos. Él ni siquiera se había quitado los calzones cuando

entró en ella por primera vez. Dentro. Líquido. Azucarado. Oscuro. Hermoso. Y empujó

y empujó. Bombeó hasta que estallaron todas las estrellas y se encendió el universo

todo. Fuera. Etéreo. Blanco. Brillante. Hermoso. Era la luz al final del túnel. Los tres

segundos previos al Big Bang. Lástima que la felicidad dure tan poco. Y esa desgana,

ese desánimo que cunde después dio paso a la ternura. Las miradas, las sonrisas, las

caricias ganaron protagonismo en detrimento de los abrazos y los empujones. Se

acomodaron en el sofá y entraron en esa etapa que Victor Hugo se negó a contar en Los

Miserables: ese momento en que los amantes no dicen nada más que cursilerías. Y así

pasó el rato, entre nadería y nadería, hasta que ella rompió el tedio. Por fin.

- Menos mal que hoy no te has emparanoyado con tu hermano gemelo.

Osea, que Juan 1 también se emparanoyaba.

Después del vuelo nupcial, la reina llega al suelo y se deshace de las alas,

arrancándoselas con las mandíbulas o frotando contra el suelo. Los músculos de las

alas serán su reserva alimenticia durante 4 meses. Tras lo cual, perfora el suelo,

construye una pequeña cámara a 15 cm de la superficie, tapa la entrada y regurgita un

trozo de micelio del hongo (llamado Attamyces bromatificus) que trae del nido madre

en la cavidad infrabucal que, a partir de ese instante, activa, primero, y abona,

después, con sus excrementos y saliva.

171

Cuando el hongo se ha asentado, empieza a depositar sobre el cultivo dos tipos de

huevos, unos que darán origen a las primeras hormigas que son muy pequeñas y otros

para alimentarse. Han pasado casi 4 meses.

Las primeras hormigas, muy pequeñas, ayudan en el cuidado del hongo y de la reina,

luego surgen las exploradoras y cortadoras que cosechan el material vegetal como

sustrato para el hongo. Las últimas, la última casta, son la casta de las soldado, que, al

estar adaptados morfológicamente para la defensa, deben ser alimentadas por

Trofalaxis (boca a boca)

El hormiguero ha adquirido el estado de madurez.

Han pasado casi tres años.

Tiene que dividirse. Que no reproducirse. Y otra vez produce gran cantidad de aladas,

es la última remesa de hormigas. Cientos de reinas vírgenes y zánganos salen en

"manada de distintos nidos" al vuelo nupcial que primero copulen, la relación del vuelo

es de 6 machos por 1 reina, cada reina recibe hasta 130 millones de espermatozoides.

Tras la cópula, las reinas bajan al suelo a fundar nuevos hormigueros.

Pero antes se arrancarán las alas.

Cri cri � cri cri. Cri cri � cri cri... El móvil.

172

- ¿No habrá salido de la ciudad, verdad?

Hala, a bocajarro. Sin calentamiento previo ni introducción. Pues no, no había salido de

la ciudad. Ni se le había pasado por la mente. En realidad, había seguido con su vida.

No había cambiado nada.

- Buenos días, agente Mike Vargas � saludó.

Era el otro policía. Llamaba para darle una buena noticia. Que ya estaba limpio. Que ya

no era sospechoso. Y sobre todo, que el juez había aceptado su coartada. Y el testigo la

había ratificado. Hacía dos días habían recibido una llamada suya: quería prestar

declaración. Y sin abogado. Como señal de buena voluntad. Algo que, insistió en ello,

quería que constase en el documento. Y así consta en la redacción definitiva. El caso es

que don Juan Onésimo y García, con DNI número 12.345.7890 Z, y residente en Calle

de la Cebada, 5, declaraba haber pasado la noche en casa de doña Una C. M. La señorita

Una C. M., presente en dicho acto, ratificaba dicha declaración con juramento expreso

sobre las Sagrada Escrituras.

- ¿Entonces ya puedo salir de la ciudad?

- Entonces ya puede hacer lo que desee. ¡Ah, � se despidió el agente de la ley � se me

olvidaba! Recuerde que tiene una coartada, no un caparazón a prueba de bombas. Si no

quiere que nos volvamos a ver, no haga ninguna idiotez...

173

Aunque extraña, era una buena forma de empezar el día. Un buen colofón para una gran

noche, también extraña.

El número de descendientes en cada generación de una abeja macho o zángano nos

conduce a la sucesión de Fibonacci, y por lo tanto, al número áureo.

Según se sabe, una vez inseminada la abeja reina por un zángano (de otro enjambre),

se queda en su colmena y no sale más, dedicándose a la puesta de huevos que ella

misma va fecundando o no, dando origen así a abejas, obreras o reinas, en el primer

caso, y machos o zánganos en el segundo. Si observamos el árbol genealógico de un

zángano, podemos ver como el número de abejas en cada generación es uno de los

términos de la sucesión de Fibonacci.

1ª generación

2ª generación

3ª generación

4ª generación

5ª generación

6ª generación

1

3

3

5

8

13

Nº totalde abejas.

174

No deja de ser irónico que el nombre de Fibonacci, cuyas aportaciones a la matemática

fueron de tanta importancia, sea hoy conocido a causa de una sucesión numérica que

forma parte de un problema trivial del Liber abaci.

Aunque lo primero que tenía pensado hacer en cuanto llegara a la oficina era hablar con

Una, Marta, la recepcionista, enseguida hizo que cambiase de planes. Tenía un mensaje

de Mr Yee. Quería que el Director Técnico fuera a verle. Y eso es lo que hizo.

- ¿Me buscaba? � desde que se había oído a sí mismo hablar de sus futuros proyectos

con Mr Yee, cada vez que lo veía sentía que un escalofrío le recorría la espalda. ¿Sería

esa la última vez que cruzarían sus miradas?

- Pase � el dueño de ProFinal le invitó a sentarse. � Hace unos días que usted y yo no

hablamos y quisiera que me informara de cómo están las cosas. Me gustaría empezar

por saber cuál es, en su opinión, el estado de las obras de la Sala-Museo.

Antes, cuando Mr Yee le planteaba otro de estos exámenes sorpresa, se callaba.

Esperaba unos segundos para empezar a hablar, como forma de protesta. Juan los

odiaba porque le obligaban a mantenerse al día en todo; el oriental los amaba, porque

mantenían la tensión. Pero también antes Mr Yee le recordaba a una tarántula, que

esperaba tras una red de preguntas, atenta a la más mínima vibración de los hilos para

abalanzarse y envenenar a su presa; ahora le parecía más bien un vulgar bicho bola,

enroscándose sobre sí mismo en busca de protección.

175

- La obra va bien. Incluso hemos conseguido rebajar algunos días sobre el calendario

inicial. Ya se están colocando las vitrinas. La iluminación ya está diseñada. Está

previsto que en dos semanas se empiecen a amueblar las aulas.

- ¿Sin desviaciones en el presupuesto?

- Ninguna.

Entre que uno creía que aún la tarántula seguía tejiendo y que el otro pensaba que el

bicho bola seguía enroscado, hubo unos segundos de silencio.

- ¿Y?

- Ni � Juan dudó unos instantes, �ni un céntimo. El presupuesto va bien. También.

Bueno, no tan bien como va el calendario, no hemos conseguido rebajar ni un céntimo

al presupuesto pactado, pero también va bien.

- Me complace saberlo. � lo decía en serio. Muy serio. � ¿Y aquí, en la casa, cómo van

las cosas?

- Pues lamento repetirme, pero también van bien. Como única nota negativa, podría

destacar que llevamos dos semanas sin rebajar ni una sola décima de segundo a nuestra

media de exterminio: 83 minutos, 37 segundos. Quizá nos hayamos estancado y

debamos acometer algunas reformas...

176

- ¿Como por ejemplo?

- Sería conveniente renovar algunas cosas: los extintores más antiguos, por ejemplo. Y

también algunas furgonetas, que no dan la punta de velocidad adecuada. Por lo demás,

la motivación de los equipos es buena y su preparación también. ¡Ah! � añadió,

interrumpiendo su discurso triunfal � he leído que hemos importado una nueva especie

de ácaros mahunkai. De momento ningún cliente ha reportado nada que se pueda

achacar a ella, pero sospecho que no tardarán en hacerlo. He abierto una nueva línea

presupuestaria para investigar. Espero tener resultados en dos semanas y tres días.

- Y yo espero que no sea demasiado tarde...

- No lo será. Nadie, ninguna empresa de la competencia puede obtener resultados tan

pronto. En eso nuestra media es imbatible.

- Uhmmmm, � farfulló Mr Yee � ya veo que todo va bien. Me satisface saberlo. Me

gustaría tenerlo por escrito cuanto antes. Y ahora pasemos a lo que no está escrito en

ninguna parte: el personal, ¿bien?

- ¿A qué se refiere? � ¿la tarántula había desarrollando una nueva estrategia?, ¿el bicho

bola había aprendido a tejer?, ¿qué era aquello �que no está escrito�? � Ya le he

comentado que la motivación es buena.

177

- Creo que sabe perfectamente de qué le hablo. Me refiero a que la gente no es tonta.

Aquí no ha habido una subida de sueldo en tres años; exactamente el mismo tiempo que

llevamos construyendo la Sala-Museo.

- Bueno, esta es una organización relativamente corta. Aquí todo se sabe. Desde cuánto

gastamos en mensajeros hasta que ProFinal y la Fundación ProFinal son dos entidades,

desde el punto de vista financiero, absolutamente distintas. Aunque no lo reconozcan y

a veces sirva como excusa para alguna protesta puntual, de momento el brote no es

síntoma de una epidemia.

- ¿Y del trabajo, se quejan?

- ¿De la cantidad? � pretendía aclarar Juan.

- Por ejemplo... � concedió el dueño.

- Afortunadamente, la carga laboral se ha mantenido estable desde hace siete años. Las

variaciones son ínfimas. Aquí la gente está más que acostumbrada.

- Pero ahora hay quien trabaja mucho más que antes...

¿Había? ¿En ProFinal? ¿Y él no se había dado cuenta?:

- Como, ¿por ejemplo?

178

- Bueno, no hace falta ir muy lejos. Usted. Usted, por ejemplo. Entra por la mañana a la

misma hora de siempre y se va muchísimo más tarde, sobre las doce y media de la

noche. Con solo dos recesos, para comer y cenar, que juntos no suman ni una hora. Ha

habido días que hace jornadas de casi dieciséis horas. Más del doble.

Mr Yee siguió hablando, pero él no escuchó nada más.

En México se dice que las mariposas nocturnas negras son almas de difuntos que no

pueden dejar este mundo.

En Costa Rica, que para que un gallo de pelea salga victorioso en los combates, hay

que darle de comer una cola de alacrán de siete nudos.

En Nicaragua, que en la cima del cerro Mombacho existe una especie de alacrán, del

tamaño de un punche (cangrejo) y de color azul brillante.

En Colombia, los andoke consideran que esta mariposa sol hace "maldad" en el camino

para que les duela las rodillas a las personas al caminar por él.

En España, las mantis conocidas con el nombre de "cavall de serp", son portadoras de

mensajes del más allá.

179

Entró en su despacho y, antes incluso de sentarse en su silla, encendió el ordenador. Fue

un acto casi mecánico, tan lejos tenía la cabeza. Así que estaba trabajando el doble.

Bien. Esto de tener un gemelo empezaba a ser interesante. ¿Le acabarían subiendo el

sueldo? Abrió el correo electrónico y el gong del primer mensaje recibido le sacó de su

ensimismamiento.

Lo abrió.

De: Olivia Pérez.

Para: Juan Onésimo.

Asunto: Pequeña duda.

<Body>

No me dirás que no te hubiera gustado hacer lo que proponía la puta...

Bzzs.

O.

PS. Ha sido una noche fantástica.

<End of text>

180

Lo borró.

En Cuba se ha registrado una única especie del Orden Odonata.

Y no es autóctona.

El establecimiento de la libélula Iberiprepus coerulatus en la isla caribeña data de

mediados del siglo XVIII, cuando don Bosco de Azkárraga y San Román, el padre de

moderna ciencia entomológica, la importó desde el archipiélago canario. Aunque aún

se desconocen los motivos que llevaron a ello al insigne científico, sí que podemos

valorar el impacto que dicha acción tuvo en la fauna local: más de 45 especies de

artrópodos vernáculas, siendo los mosquitos la más conocida, han desaparecido de la

isla desde hace 200 años.

La introducción de especies en ecosistemas terceros es la principal causa de polución

biológica en nuestros días.

Ni siquiera tuvo que marcar el número de Una. Lo tenía grabado en la memoria del

teléfono del despacho. Era la número tres de las quince que permitía. La primera era la

casa de sus padres; la segunda la de su casa, no tenía asistenta ni nadie con quien hablar

181

en su casa, pero aún así era la segunda; y la tercera era la de Una. Tenía un par de

números más, pero no recordaba de quiénes.

- ¿Una?

- Hola Juan.

Y Juan entró hasta la cocina:

- ¿Qué es eso de un juez y de una declaración?

- ¿Ya te has enterado? � Una reaccionó con una serenidad admirable. Ya se había

acostumbrado al hecho de que hubiese dos Juanes. � Bien, eso es que el juez ha

aceptado la coartada.

- Sí, la ha aceptado pero...

- ¿Pero qué? � Una lo paró en seco: el elefante entraría en la cacharrería, pero ya no

habría cacharros: � ¿No querías que se solucionasen tus problemas con el otro Juan?

Pues ya tienes un problema menos. Ya no tienes porqué preocuparte de la policía. Ya no

eres sospechoso. No estabas allí. Estabas conmigo. ¿O no estabas conmigo esa mañana?

La policía dice que en la grabación del museo, el reloj de circuito cerrado marcaba las

seis de la mañana cuando se produjo el robo. Y tú, en ese momento, estabas conmigo.

¿O no? Yo no le he mentido a nadie.

182

- ... pero tampoco es toda la verdad...

- ¿Cómo que no? Yo no le he mentido a nadie y de paso te he hecho un favor. Lo único

que me preguntó el juez fue si un tal Juan Onésimo había pasado la noche conmigo. Y

sí, la pasaste, ¿no?

- No toda la noche...

- Pero en el momento en que robaban el fósil, ¿estabas en mi casa o no?

- ... sí...

- Pues eso.

Hubo una pausa. Ambos tenían razón y ninguno tenía motivos para la queja. Una no

había mentido y Juan estaba libre de sospecha. Y sin embargo hubo una pausa. Todo

estaba dicho pero aún faltaba mucho por contar. Así las cosas, solo era cuestión de ver

quién de los dos se decidía a romper el silencio.

- No me habías dicho que habías vuelto a verle � así, fue Juan quien parpadeó primero.

- No, � condescendió la testigo � no te lo había dicho.

Otra pausa. Pero esta vez fue premeditada. Una quería hacerle rabiar. Que se diera

cuenta que aquello podía tener sus ventajas. Que ser dos hermanos gemelos

183

complementarios, uno con facilidad para la historia y otro con habilidad para las

matemáticas, garantizaba pasar por el colegio con la mitad de esfuerzo. Que ellos eran

complementarios: uno era una gran persona; otro, un gran amante. Una continuó

hablando:

- Pero no te lo había dicho porque no estaba segura de mi misma. No � intentaba

aclararse � de mí misma, sino de mis sentimientos. Y ni siquiera de mis sentimientos, de

mis ideas. No sabía qué pensar. Claro que había otros dilemas, creerte o no creerte,

escoger entre Juan 0 ó Juan 1, pero a mí lo que me importaba era saber si era bueno o

no. ¿Cómo es mejor la vida, con un solo yo o con dos? Tú dices que ahora vives media

vida; pero también podría ser que ahora estuvieras viviendo el doble. No sé, piénsalo, lo

mismo no está tan mal tener un doble. Los actores tienen dobles para las escenas más

comprometidas. Y los dictadores, para inaugurar pantanos. Tendrías la mitad de

problemas...

Un hormiguero de dos años puede tener 2.000 cámaras, de las cuales 248 contienen

hongos como reserva alimenticia, 1219 vacías y 296 con basura, y una población de 2

millones de hormigas. Es un hormiguero joven.

A los 10 años puede contar con 7000 cámaras, 5.849 con hongos, 889 vacías y 1.246 de

basura, y albergar entre 5 y 8 millones de hormigas.

Y ocupar una extensión de 120m2.

184

Pero jamás superará el metro cincuenta de profundidad máxima.

Cri cri � cri cri. Cri cri � cri cri...

- ¿No habrá salido de la ciudad, verdad?

Venga, otra vez a bocajarro. Sin calentamiento previo, ni introducción. Pues no, no

había salido de la ciudad. Ni se le había pasado por la mente. En realidad había seguido

con su vida. No había cambiado nada.

- Buenos días, ¿agente Hank Quinlan? � saludó.

Era el otro policía. Llamaba para darle una buena noticia. Que ya estaba limpio. Que ya

no era sospechoso. Y sobre todo, que el juez había aceptado su coartada porque el

testigo la había ratificado. Hacía dos días habían recibido una llamada suya: quería

prestar declaración. Y sin abogado. Como señal de buena voluntad. Algo que, insistió

en ello, quería que constase en el documento. Y así consta en la redacción definitiva. El

caso es que don Juan Onésimo y García, con DNI número 12.345.7890 Z, y residente en

Calle de la Cebada, 5, declaraba haber pasado la noche en casa de doña Una C. M. La

señorita Una C. M., presente en dicho acto, ratificaba dicha declaración con juramento

expreso sobre las Sagrada Escrituras.

185

- ¿Entonces ya puedo salir de la ciudad?

- Entonces ya puede hacer lo que desee. ¡Ah!, � se despidió el agente de la ley � Se me

olvidaba. Recuerde que tiene una coartada, no un caparazón a prueba de bombas. Si no

quiere que nos volvamos a ver, no haga ninguna idiotez...

Nombre egipcio: Jepri

Representación: Humano con cabeza de escarabajo.

El sol del amanecer, "El que llega a la existencia", dios que se creó a sí mismo y

símbolo de la vida eterna; forma del dios Ra, que representa el sol de la mañana, la luz

naciente del alba que surge de Manu, la montaña de oriente, y el principio de todas las

transformaciones que sufren los seres vivos desde que llegan al mundo hasta que

fallecen y luego su renacimiento, una vez superadas todas las etapas de su recorrido

post mortem. En los Textos de las Pirámides se dice que la tierra es un "escupitajo

salido de Jepri". Era el dios titular de la estación de Peret. Los egipcios pensaban que

los escarabajos se creaban a sí mismos y por eso se le representa como un escarabajo

empujando el sol por el cielo o como un hombre con cabeza de escarabajo o con un

escarabajo en su cabeza. Al igual que su manifestación animal, Jepri se creaba a sí

mismo cada mañana y renacía como un nuevo sol después de la noche, por lo que se le

vinculó con Atum, el dios sol autocreador . Los escarabajos peloteros mediterráneos

ponen sus huevos en una bola de estiércol, y cuando las larvas nacen se alimentan de

esa bola. Los egipcios descubrieron cómo estos escarabajos rodaban una pelota de

186

estiércol hasta un agujero, del que después veían surgir nuevos escarabajos, que creían

se habían creado a sí mismos. De igual manera, el sol cada mañana resurgía renovado.

El escarabajo se llegó a convertir en uno de los amuletos más populares, y se utilizaba

en el ritual funerario. Su santuario principal estaba en Heliópolis.

Juan tenía claro que no iba a cambiar de opinión: aquella situación no podía continuar.

Aquello era una locura. Había alguien idéntico a él que estaba viviendo su vida:

1.- Se había acostado con Una.

2.- Había robado el Ptychopariina Hallucigenia.

3.- Se había acostado con Olivia Pérez.

4.- Estaba doblando su jornada laboral. ¿Estaba trabajando también en la Sala-

Museo? Claro, ahora entendía todas aquellas dudas idiotas de los obreros... No

buscaban propinas, buscaban cerciorarse debido a sus continuos cambios de

opinión. Los que provocaban las visitas de Juan 1.

5.- Y lo más preocupante: ¿se disponía a matar a Mr Yee?

El balance no parecía inclinarse hacia su lado, la verdad. Más bien tendía a caer del otro

lado. De toda la lista, de lo único que se había beneficiado era ¿de?, ¡ah sí!, de haberse

187

beneficiado a Olivia Pérez. Pero eso también lo podría haber hecho él solito. Bueno,

quizá. Quizá también lo podría haber hecho él solito. Vale sí, se había beneficiado de

eso. Pero aún así, seguía contabilizando mucho más en el haber de Juan 1.

Aquello tenía que acabarse.

Tenía que encontrarle.

Tenía que pensar.

Y pensó.

La única solución era tenderle una trampa. Sólo tendría que:

1.- Contactar con Juan 1.

Tendría que haber alguna forma de ponerse en contacto con él. De darle un

toque. ¿Por medio de Una? Era la solución más inmediata, ¿pero era la mejor?

También podría decírselo a Mr Yee. Y poner en la misma cesta el huevo de su

sueldo con el huevo de su vida privada. Ni de coña. Otra posibilidad era hablar

con Olivia Pérez. Uf, después del correo electrónico anterior... Ni de coña,

tampoco. A Olivia mejor reservarla para otra ocasión. No, tenía que haber otra

solución. Más simple. ¡Coño, será idiota! Lo más sencillo era dejarse un mensaje

a sí mismo. ¿No compartían trabajo? Pues se pondría una cita en la agenda.

2.- Citarle.

188

Para decidir el lugar no tuvo problema alguno. Simplemente se le ocurrió. ¡Zas!

Y ahí estaba. La galería principal de la Sala-Museo ProFinal. Era lo más fácil.

Era campo neutral. Ambos conocían la obra y ambos eran conocidos en ella. Era

exclusiva: solo ellos dos, o casi, tenían acceso a aquel lugar fuera de las horas de

oficina. Y además no había otra alternativa. Su casa, imposible. La oficina,

tampoco. ¿La casa de Una? Sería implicarla demasiado, aunque ya estaba

bastante implicada. Era una posibilidad, pero por fortuna había una alternativa

mucho mejor.

3.- Obligarle a desistir o, en su defecto, acabar con él.

Bueno, eso ya lo iría improvisando sobre la marcha.

No parecía tan complicado. Y lo puso en marcha.

El artrópodo más extendido por toda La Tierra es el Cimex Lecturalis, un parásito

perfectamente adaptado para sobrevivir a lomos del animal más extendido: nosotros.

Ya había pasado una semana. Estábamos en el día D y se acercaba la hora H. Tocaba

desembarco. En la sala de reuniones de ProFinal. Y con el mismísimo Mr Yee. Pondría

a Wagner para darle mayor teatralidad.

189

- Huele a victoria esta mañana � me dije según pulsaba el botón del ascensor. No sería

un trayecto muy largo: ProFinal estaba en el segundo piso. Salí al corredor y entré en la

oficina. En recepción me enfrenté a la amable sonrisa de la recepcionista. Contesté a su

requerimiento y ella hizo una llamada interna.

- Ahora mismo viene a buscarle el señor Onésimo � me sonrió.

Efectivamente, mi cliente llegó en pocos segundos. Venía vestido igual que siempre,

traje de saldo azul marino, corbata azul clara mal planchada y zapatos a juego con el

resto de su triste indumentaria. Quizá fuese cosa mía, pero diría que en cuanto me vio

dio un respingo. Como si verme allí le hubiese sorprendido. Pero en los escasos metros

que tuvo que recorrer desde el pasillo hasta el lugar donde yo estaba tuvo tiempo para

rectificar. Pasó del sobresalto a la sonrisa y, acto seguido, me estrechó la mano

cordialmente. Al principio, pensé que no se acordaba de nuestra cita, que no me

esperaba. Tras el amable apretón de manos, me pidió que le acompañara.

Lo seguí.

Anduvo, y yo con él, hasta el final del pasillo delante de una puerta, donde se enderezó,

carraspeó y la abrió. Pasó y se detuvo al traspasar el umbral. Era su forma de invitarme

a entrar. Y cuando por fin entré, flipé. Flipé como no había flipado en mi vida. No es

que me llamara la atención la sala de reuniones de ProFinal, no. Aunque más grande

que el despacho de Juan, la decoración era idéntica. Igual de aburrida. Igual de

funcional. Igual de cutre. Tampoco me sorprendió Mr Yee, que estaba sentado al fondo,

en la última silla, justo al lado de la cabecera de la mesa. Una deferencia. Un gesto de

190

humildad oriental para gestionar la vanidad del visitante. No, lo que me sorprendió fue

que en la sala de reuniones de ProFinal ya había alguien presidiendo la mesa.

Y ese alguien era yo.

Aunque se tiende a creer lo contrario, el parasitismo no es un modo de vida particular

de los artrópodos.

Para nosotros, la rata común es un parásito al que hemos dedicado infinitos esfuerzos

para erradicarla. Pero la historia no es tan sencilla, afortunadamente.

Durante muchos años, se pensó que la rata era la causante de la peste bubónica. Hoy

sabemos que es su víctima. Porque, invariablemente, al cabo del tiempo la rata común

perece infectada.

Y es que, a su vez, la rata común sufre el ataque de otro parásito, una pulga, un

artrópodo, que se alimenta de ciertos nutrientes que encuentra en la sangre de su

anfitrión. Y cuando muere el roedor, la pulga debe buscarse otro hogar. Otra rata que

también acabará muriendo.

La pulga está condenada a mudar de anfitrión cada cierto tiempo.

191

Y, en la mudanza, muchas veces muere.

Porque en realidad, rata y pulga son víctimas de un tercer parásito: el microbio que

transmite la peste.

Y es que el parasitismo es el modo de vida más común en el reino animal.

Jajaja.

Que no.

No era yo.

Pero, ¿a que hubiera estado bien?

En realidad no me sorprendió nada. Todo estaba exactamente como me lo esperaba, con

la única salvedad del chino ese, quien, por otra parte, salvo en sus rasgos orientales,

tampoco distanciaba demasiado de la imagen que uno puede tener del dueño de una

empresa de exterminio de bichos. Feo, delgado y con la mirada ausente del que ha visto

muchas batallas. Me acerqué hasta él a trompicones por el angosto pasillo que me

separaba del que, decidí, iba a ser mi: me sentaría frente al sr. Lee, jamás en la cabecera

de la mesa. Si a uno se le presenta la oportunidad de empezar jodiendo en una reunión,

192

y sin duda rechazar la presidencia de aquella mesa lo era, no puede dejarla pasar. Para

nada. Cuestión de estilo. Y de política. En una presentación uno tiene que dejar claro

cuanto antes quién está al mando. Quizá ese sea el mejor consejo que yo pueda dar al

novato. Y para que quedase de manifiesto que yo estaba allí al mando, en cuanto llegué

a su altura, me presenté, anticipándome a Juan, que ya había abierto la boca con la

intención de formalizar el encuentro.

- ¿Mr Yee, deduzco?

- Deduce bien. Encantado � coincidimos ambos.

Pero Juan no volvió a cerrar la boca. No tuvo tiempo. Porque desde ese instante ya no

volvería a tener oportunidad de intervenir. Aprovechando la ventaja inicial que mi

astucia había brindado, me lancé a presentar mis ideas, mis conceptos, todo lo que se

podría realizar para presentarle al gran público la Sala Museo Pro-Final, desde

conciertos de música hasta ciclos de conferencias sobre la reproducción de la libélula

cubana, sin que ni por un instante ninguno de mis dos interlocutores se atreviera a

mover la lengua. Allí, sentados, parecían dos niños pequeños, ensimismados frente al

Rey Mago que tantas maravillas les prometía. ¿Querían gente? Pues sus deseos se iban a

ver cumplidos, gracias a una estrategia de lanzamiento absoluta, completa y

definitivamente novedosa. Se trataba de encontrar un prescriptor, alguien capaz de

servir de enlace entre la Sala Museo y el público, con el suficiente atractivo como para

poder entrar en las casas de todas las familias de este país.

193

- �y, sin duda, ese alguien a quien todas las madres querrían como yerno, no es otro

que � y aquí introduje una pausa dramática � ¡Peter Parker!

De lo que sucedió a partir de ese momento no guardo el menor recuerdo. No sé si la

idea gustó, si los bocetos colaron o, siquiera, si el presupuesto fue aceptado. Nada,

simplemente nada de lo que ocurrió se grabó en mi memoria. De alguna forma, yo había

abandonado aquella sala de reuniones. Nada de lo que desde entonces ocurriría entre

aquellas cuatro paredes importaba. Me importaba. Me quedé helado. Absorto.

Seguramente seguí la presentación, pero ya de una forma maquinal. Autómata. Como si

de verdad fuera otro Luis M. quien estaba allí largando una perorata interminable. Seis

palabras habían bastado para que mi mente se disparase hacia otras dimensiones, hacia

otras instancias pobladas de fantasmas. Seis palabras pronunciadas por Juan, que no

había vuelto a mover los labios hasta ese preciso momento:

- ¿Y quién coño es Peter Parker?

194

15

� La metamorfosis, el proceso por el cual la larva pasa a adulto no sólo se da en la

familia de las polillas y las mariposas. Sucede en muchos otros insectos. Incluso en

otros animales además de los artrópodos. Mamíferos superiores, como los anfibios

presentan procesos parecidos. A veces me inclino a pensar que ese fenómeno también

sucede entre nosotros, los seres humanos�

Pero Juan llevaba demasiadas vueltas en el cuerpo como para atender al resto del

discurso del Maestro. Entre el frío y el meneo de la cabina, la noria se había convertido

en la cuna perfecta. Así que se acurrucó sobre sí mismo, acomodó su cuerpo en la

bancada con la esperanza de rentabilizar todo el calor que desprendiese su organismo y

se quedó dormido.

¿Cuánto tiempo estuvo ausente Juan? Ni siquiera Mr Yee podría decirlo, dado no

pareció darse cuenta que su interlocutor se había quedado frito y continuó con su

discurso como si nada hubiera pasado:

195

� Y hablando de metamorfosis, hace un par de años vi un documental de la 2 magnífico.

Magnífico sí, pero también terrible. Estremecedor. Uno de esos documentales que nadie

ve. Trataba sobre un historiador americano. Un especialista en la Segunda Guerra

Mundial que parecía haber demostrado que iban a ser tres las bombas que cayeran sobre

Japón en 1945. Hiroshima. Nagasaki. Y Osaka. Como entonces los superbombarderos

no tenían la autonomía que tienen hoy, las enviaron a Filipinas en tres barcos distintos.

Pero a Manila sólo llegaron dos. El tercer barco se hundió en mitad del Pacífico, allí

donde las fosas abismales. Tan buena debió ser la demostración que el historiador

americano tuvo que exiliarse a Japón. Pero allí tampoco desistió. Consiguió levantar

financiación para dos expediciones submarinas en busca de los restos del barco. La

primera fracasó por que no contaba con un batiscafo lo suficientemente potente. La

segunda tuvo más éxito y fue considerablemente más cara. Mucho más. Sobre todo por

el potentísimo batiscafo, cedido temporalmente por la marina japonesa, capaz de bajar

hasta más de 4.000 metros, con una autonomía de 18 horas. Una maravilla. Lanzan el

batiscafo, que comienza a sumergirse. Plano corto del historiador, ilusionado. Las

primeras imágenes son de 1.000 metros de profundidad. Planos azulados y una guía

oscura. El tiempo corre, pero la emoción no decae. Se alcanzan los 2.000, los 3.000, los

4.500 metros. Ya estamos. El fondo es arenoso. Por encima de la línea del horizonte

amenaza una masa negra. No hay vida alrededor. "La contaminación nuclear", afirman a

bordo del buque. "Bzzzzzzzzzz", confirma el contador Geiger. El batiscafo sigue

avanzando en línea recta. Un kilómetro. Dos. Hasta que llegamos a una grieta. Una gran

grieta. El submarino empieza a descender. Vemos la pared rocosa. Hasta que llega al

fondo. Una pasillo de unos 20 metros de ancho. Avanza por el pasillo. Vemos la pared

rocosa. Sin vida. De pronto, el barco hundido. En superficie deciden parar la misión en

ese momento. Llevaban consumidos más de la mitad del combustible. Al día siguiente

196

vuelven a la carga. El Batiscafo cae al agua y ya estamos junto al buque hundido.

Comienza a explorarlo. Trozos de metal roto. Paredes de acero abollado. Pero como no

había vida, estaban limpias. Ajadas pero limpias. Como un esqueleto bien conservado.

En eso se empiezan a escuchar ruidos. "Interferencias", aclaran desde la superficie. Hay

una brecha en el casco, de tamaño suficiente para que entre el batiscafo. Alguien sugiere

que ya han consumido la mitad del depósito. Acuerdan echar un vistazo por dentro y

salir enseguida. Pero una vez dentro no pueden dar la vuelta. Es demasiado estrecho. No

hay marcha atrás. Hay que seguir avanzando hasta dar con una estancia o un

ensanchamiento. Siguen avanzando por el pasillo metálico. Más ruidos. Siguen

avanzando. Ahí esta, a un costado se puede ver la bomba. Está intacta. El contador

Geiger no se dispara. No aumenta el nivel de radiación. Llegamos a una sala. Más ruido.

Muy cerca. Algo ha sacudido el batiscafo. Arriba ya no dicen nada. Cuando el

submarino consigue estabilizarse, la cámara enfoca a la puerta por la que había entrado.

Estaba taponada por algo. El batiscafo se acerca. Es rojo. Es grande. Se mueve. Es un

cangrejo gigante, de más de dos metros de ancho el torax. Varios metros más si

contamos las patas. Se ha movido y ha dejado la puerta libre. Unos segundos. Hasta que

entra otro cangrejo. Y otro. Y otro. La estancia se llena de cangrejos gigantes, mutados

por la radiación. Ellos habían sido los causantes de la esterilidad del paisaje. Se lo

habían comido todo. En ese momento se pierde la conexión. Se ha acabado el

combustible.

El documental no aclaraba la reacción del Ministerio de la Marina de Japón.

197

16

�¿Cómo que Quien era Peter Parker?�

La cucaracha es un verdadero fósil viviente. Se trata de uno de los más antiguos

moradores de la Tierra, ya que asistió al nacimiento de los dinosaurios hace 170

millones de años y a su extinción, fue testigo de la formación de las cadenas

montañosas como los Alpes, las Rocosas y los Andes, presenció la formación de los

yacimientos de petróleo y carbón del mundo y también el avance y retroceso de los

glaciares.

La penumbra es el estado ideal para las cucarachas. Aunque están provistas de cinco

ojos, dos de ellos de una sensibilidad extraordinaria, prefieren la luz escasa o inexistente

para sus escaramuzas en busca de alimentos. Aunque su caparazón sea ligero, el

198

abdomen estrecho y los seis pares de patas largos y finos, aptos para reaccionar y

desplazarse a gran velocidad en caso de peligro, las cucarachas prefieren la oscuridad

absoluta, o casi, para sus incursiones alimenticias.

Porque las cucarachas únicamente abandonan sus rendijas y grietas, sus oscuros y

sucios refugios cuando la necesidad aprieta. Cuando la temperatura de sus estómagos

baja hasta niveles alarmantes y sienten la necesidad de comer. Entonces, esperan el

momento en que la luz desaparece y, protegidas por la impenetrable oscuridad, presas

del hambre se lanzan en una carrera voraz y desenfrenada. Sólo tienen ojos para una

cosa: saciar su apetito; necesitan el refugio de la negra noche para que nada las distraiga

de su único objetivo: echarse cualquier cosa al cuerpo, con la única condición de que su

aparato digestivo sea capaz de procesarlo. Porque las cucarachas son omnívoras. Se

alimentan prácticamente de cualquier cosa. Cualquier resto orgánico, y para ellas la

definición de orgánico es algo más laxa que para nosotros, hasta incluir viejos cables

roídos o el pegamento de las etiquetas de las latas. Cierta clase de cucarachas genera

una enzima en su estómago capaz de convertir en nutritiva sustancia alimenticia un

simple trozo de madera seca. Todo es bueno si pueden digerirlo. Y pueden digerirlo casi

todo.

Por eso hay cucarachas en todas partes.

Por eso están tan extendidas.

No hay ecosistema que no tenga su espécimen del género Blattella. Hay cucarachas en

las húmedas selvas tropicales. Y también en los sótanos de las viviendas residenciales

199

de los países escandinavos. En mercados, centros comerciales y pequeños abastos. En

edificios históricos y en edificios inteligentes. En los edificios más antiguos y en los

más modernos. En ruinas. Y en obras.

Y allí estaba ella, negra como la noche, rodeada de la más absoluta oscuridad, con la

certeza de estar al abrigo de depredadores, ebria de placer, en una bacanal pantagruélica

de sustancias alimenticias, dando cuenta de todo material orgánico fermentado que

encontraba en su camino voraz. La Sala-Museo ProFinal se había convertido en un

paraíso para las cucarachas. Las condiciones de temperatura y humedad, la acumulación

de restos orgánicos desperdigados por el suelo, la penumbra casi permanente, sobre

todo en las estancias interiores, hacían de aquel lugar un ecosistema casi perfecto para la

proliferación de cucarachas.

Casi perfecto, porque de vez en cuando, aunque fuese muy de vez en cuando, alguien

encendía una luz y provocaba una estampida despavorida de pequeños artrópodos en

busca de la seguridad de sus grietas y rincones. A veces eran los obreros, que iban a

rematar alguna chapuza; a veces era algún visitante inesperado.

Aquella noche era, efectivamente, un visitante inesperado.

Aquella noche era Juan.

200

La cucaracha posee algunos atributos extraordinarios. Habita cualquier lugar del

planeta, desde los más cálidos como el Sahara hasta los de temperaturas más frías. Se

las puede encontrar instaladas en intersticios de cajas registradoras y básculas de

mercados tanto como en aparatos de televisión, donde no sólo encuentra un cálido

hábitat sino también alimento, ya que devora prácticamente cualquier cosa, desde

pimpollos de orquídeas hasta tubos catódicos. Cierta especie de cucaracha mantiene

una relación simbiótica con cierta especie protozoos, que sólo existen en el interior de

esa especie de cucarachas, con la facultad de alimentarse de la madera: la cucaracha

ingiere madera, y se alimenta de los excrementos de esos protozoos. Pero además

puede sobrevivir largos períodos de ayuno, ya que soporta un mes sin agua ni comida,

dos meses a agua sola y cinco meses con comida aunque sin agua. La cucaracha tiene

un medio de protección poderoso en sus glándulas, que despiden un olor pestilente que

hace que muchos animales no se la coman.

Sin embargo el instrumento más notable lo tiene la cucaracha en sus antenas. Son más

largas que su cuerpo y contienen células olfatorias mediante las cuales descubre la

presencia de alimento y agua aún en la oscuridad. Los hábitos nocturnos del blátido

(nombre de la familia de la cucaracha) han contribuido grandemente a consolidar su

persistente dominio. Posee dos ojos compuestos, de finísima sensibilidad y tres ojos

simples, todos implantados en lo más alto de la cabeza, lo que le permite ver en todas

las direcciones.

201

El disparo no acabó conmigo, no. La bala entró por el abdomen, me atravesó el bazo y

salió limpiamente por mi espalda. La herida era mortal, pero el proceso más largo de lo

que a mi me hubiera gustado. No puedo precisar con exactitud el tiempo transcurrido

desde el bang del disparo y mi pérdida definitiva de consciencia. Diez, quince minutos a

lo sumo. Pero sí puedo precisar que en esos instantes no vi ni mi vida repetida en una

proyección de dispositivas en fastfoward ni una luz al final de ningún túnel. Lo que vi,

si es que a eso se le puede llamar ver, fue un dolor intenso. Inmenso. Tan intenso, tan

inmenso que su sensación ocupaba el centro y los alrededores de mi aparato perceptivo.

Mi atención sólo podía focalizarse en una cosa: sentir el fuego que me quemaba las

entrañas.

Entrañas, bonita palabra. Extraña, sobre todo.

Que iba a palmar, estaba claro. Allí acababan mis correrías y ni nada ni nadie iban a

poder evitarlo. Una vez aceptado esto, sólo me quedaba una cosa por hacer: buscar algo,

lo que fuera, con que distraerme y olvidar así ese dolor, ese Dolor, ese DOLOR. Y

como mis capacidades tampoco andaban sobradas, por motivos obvios, el recurso más a

mano era repasar mis actividades de aquella tarde, las mismas que habían desembocado

conmigo tirado en el suelo, con un agujero en el vientre y la sangre manando a

borbotones. ¡Menuda inauguración para el bonito pergo recién instalado de la Sala-

Museo ProFinal! Como los jugadores de ajedrez perdedores, me puse a repasar mi

última partida en busca del error que debería haber evitado, el error primordial.

Y como siempre, elegí la clásica apertura. Sin pensar moví el primer peón que se me

cruzó en mi camino. Ya empezamos mal.

202

No puedo negar que salí mosqueado de la reunión. Pero no sabía muy bien porqué.

Todo había ido más o menos como se puede esperar de una primera presentación. Los

conceptos habían gustado pero no tanto; los bocetos habían colado, pero no hasta la

cocina. Lo habitual, vamos. Pero aún así andaba mosca. Seguramente se debía a que no

habíamos hablado de los pagos; aunque si lo pienso ahora, aquí, tirado en el suelo con

una bala, calibre 9 mm, entre pecho y espalda, mejor hubiera reparado en el repentino

olvido que había cometido Juan O. en la reunión. Ahora sé que aquella pregunta con la

que me había despedido, ¿Quién es Peter Parker?, era un aviso. Pero ese día no caí, no,

me tuve que fijar en la pasta. Y no es que tuviera problemas económicos, todo lo

contrario, pero me gusta dejar claro el asunto dinerario cuanto antes: así trabajo más

tranquilo � que es otra forma de ser tacaño, ya lo sé, pero con el tiempo uno se

acostumbra a ser cómo es y ahí empieza a acomodarse. Ahora creo, y sin que sirva

como disculpa, mi falta de comprensión de lo que podía haber sido un aviso, quizá se

debiera a que tenía otras preocupaciones; y, de todas esas preocupaciones, la más

imperiosa, la más urgente era, seguro, rellenar la nevera. Que más que una nevera

parecía el baúl de los recuerdos de un amnésico. Además, tanto hablar de bichos me

había abierto el apetito: fue salir de la oficina de ProFinal y empezar a rugirme las

tripas. Todavía era pronto y no habría demasiada gente en el súper.

Efectivamente, el súper estaba medio vacío. Comprar y cantar. En menos de media hora

estaba en casa, las dos manos doloridas del peso de las bolsas, pero la nevera tenía

mucho mejor pinta. El amnésico había recuperado la memoria. De pronto, donde no

había nada había:

203

Referencia Cantidad Leche entera Carrefour. Botella 1 1/2 litros 2 Zumo de tomate Libby's. Botella 1 litro 2 Cerveza Mahou. Botella 1 litro 2 Mostaza en grano Louit 2 Huevos frescos. Docena. 2 Ravioli rellenos de requesón y espinacas Rana 2 Salsa pesto Rana. Envase de 250 gr 2 Nocilla, sabor cacao 2 Nata montada Pascual 2 Queso rallado parmesano Carrefour 2 Yogur Bífidus Carrefour. Sabor cereales 2 Yogur Bífidus Carrefour. Sabor ciruela 2 Yogur Bífidus Carrefour. Sabor muesli 2 Queso Brie President 2 Häagen-Dazs Strawberry Cheesecake 2 Pavo horneado Campofrío 2 Champiñón crudo. Envases de 150 gr 2 Espinacas congeladas Frudesa. Pack 1/2 k 2 Puerro 2 Cebolla 2 Calabacín 2 Chuletón de buey argentino 2

Agotado de tanta faena doméstica me tumbé en el sofá. Cogí La broma infinita, pero no

pude leer. Quizá me lo impidiera aquella desazón que traía desde ProFinal; o quizá la

melancolía que produce el sempiterno espectáculo de una nevera medio vacía. O medio

llena. Porque como decía el chiste de ingenieros: mi nevera no estaba nunca ni medio

llena ni medio vacía, no: aquí no había espacio para elucubraciones optimistas ni para

ensoñaciones pesimistas. Mucho más sencillo: mi nevera era del tamaño equivocado.

Un electrodoméstico tamaño familiar para una vivienda unipersonal. Da igual que yo

sea el rey de la oferta, un profesional de la ganga en el lineal, es imposible llenarla y no

dejarse la tarjeta en el intento. Aunque husmease el hiper en aras de la etiqueta dorada,

jamás conseguiría llenar la maldita nevera. Y eso que había arrasado con los 2 x 1. Todo

lo que había comprado iba por parejas, dos productos exactamente iguales por el precio

de uno. Un chollo. En esas estaba cuando encendí la televisión.

204

Las cucarachas practican un modo de convivencia inteligente, muy parecida a lo que

los humanos conocemos como �democracia�: cada uno de los insectos del grupo tienen

una importancia similar, y las consultas generales preceden siempre a las decisiones

que afectarán a toda la comunidad, indica un estudio de la Universidad Libre de

Bruselas, publicado por la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.

El estudio fue realizado para conocer cómo afectan las decisiones colectivas en

determinadas comunidades de insectos, cuando se debe elegir entre varias alternativas

posibles. ¿Cuándo y cómo inducen los individuos que componen un grupo a una

decisión colectiva determinada? Esta investigación ha demostrado que las elecciones

pueden surgir a través de una interacción no-lineal y dinámica entre individuos iguales,

sin necesidad de que haya un líder concreto.

El estudio ha puesto de relieve que las decisiones de las cucarachas siguen un patrón

predecible que podría explicar la dinámica funcional del grupo.

La cita que Juan se había puesto en su propia agenda decía que tenía que estar sin falta

esa tarde en aquel sitio, en la galería principal de la Sala-Museo ProFinal. Y como Juan

era siempre puntual, no iba a llegar tarde a su propia cita. Allí estaba él. Esperando. En

silencio. No estaba nervioso, ni temeroso; lo había pasado tan mal en las últimas

205

semanas que cualquier desenlace era mejor que ningún desenlace. La incertidumbre

puede matar mucho más que una cita a ciegas.

Cri cri � cri cri...

El grillo que anunciaba el móvil rompió la quietud. La inquietud.

Metió la mano en el bolsillo y sacó el aparato. El azul de la pantalla encendida iluminó

la estancia. De pronto, las sombras se marcaron más y los negros se hicieron mucho más

negros. Miró el visor. Nueve números parpadeaban en espera que contestase la llamada.

Seis-cero-nueve-tres-dos... Era su número. Alguien le estaba llamando a través de su

propio número. Como si él se estuviera llamando a sí mismo. Pero cuando uno se llama

a sí mismo, comunica. Uno no puede atender sus propias llamadas. Hasta los niños lo

saben. Y lo saben porque son los niños los únicos ingenuos que se llaman a sí mismos.

Pero quizá no lo hagan porque quieran encontrarse, no, quizá lo hagan movidos por esa

curiosidad infantil que prefiere que al otro lado de la línea haya un completo

desconocido.

Juan ya sabía quién estaba al otro lado de la línea.

- Hola Juan � dijo.

- Hola Juan � se oyó decir.

- Estoy en la sala de conferencias...

206

- La cita decía que era en la galería principal...

- ¿Estás allí ya? � preguntó la voz al otro lado.

- Sí, yo siempre soy puntual...

- Eso es una virtud, sin duda...

La conversación se mantuvo así, entre naderías y bagatelas, hasta que una extraña

sensación de familiaridad se apoderó de él. Juan acababa de verse entrar por la puerta.

Esa silueta, recortada contra la tenue luz de las bombillas mondas, era la suya. Esos

ademanes, eran los suyos. Esos gestos tenían nombre y apellidos. Y coincidían con los

que figuraban en su carné de conducir. De pronto recordó la grabación que había visto

en la comisaría: no era muy difícil identificarle con el ladrón del Ptychopariina

Hallucigenia. Distinguirles sería imposible incluso para alguien que le conocía tan bien

como Una.

- Tiene gracia que los primeros visitantes de esta sala sean los propios artrópodos.

- Bueno, � corrigió Juan, nuestro Juan, Juan Onésimo � en realidad, los primeros

visitantes han sido los obreros.

Y colgó el móvil. No tenía sentido seguir hablando por teléfono estando tan cerca.

207

- Juan, tú sabes como yo que los artrópodos llevan aquí muchísimo más tiempo que

nosotros � le escuchó decir al otro ya en su voz natural.

¿Tú?

- ¿Perdone? � obviamente, el tuteo era imposible.

Impronunciable.

Indecible.

Porque el otro era un extraño.

No era él.

Iba vestido exactamente igual que él. Traje gris de cadena multinacional del prèt-à-

porter, corbata a juego aunque contrastando con la camisa y zapatos imitación de

italianos. Iba peinado igual que él, pelito corto y raya a un lado. Era él.

Pero no era él.

Él no había robado el fósil del MNHN ni se había acostado con Una ni estaba haciendo

horas extras en ProFinal ni se lo había hecho con Olivia, bueno eso sí, pero por

casualidad, sin que ella fuese consciente de la situación.

208

No, no era él.

Juan se lo repetía sin cesar, necesitaba repetirse a sí mismo aquel mantra piadoso,

reconfortante. Necesitaba confirmarse. Aquel era el otro Juan. Quien había robado el

fósil de MNHN y casi le había robado la chica. A Una.

No era él.

Aunque parecía su reflejo simétrico en un espejo, cuando nuestro Juan se movía él otro

no tenía por qué.

Era peor.

Porque aunque era su reflejo simétrico, cuando él se movía el otro no tenía por qué. Era

su reflejo y no le obedecía. Era muchísimo peor. Por eso. Porque no tenía ningún poder

sobre el otro. Cuando uno se mira en un espejo, lo mínimo que espera es que su reflejo

le siga. La mirada, los gestos y los movimientos; que sea la fotocopia exacta. Que al

menos haya esa seguridad: que esté claro a qué lado del espejo queda el original. Y en

este caso, era el original quien estaba sufriendo las consecuencias de los actos de la

copia. Era a él, a Juan Onésimo, Director Técnico de ProFinal, a quien estaba buscando

la policía.

- Supongo que te estás preguntando por esto�

209

Bueno, no se lo estaba preguntando: tenía la certeza de que él lo tenía. Y que iban a

hablar sobre ello antes o después. Lo que no se imaginaba, lo que jamás se hubiera

imaginado era que fuera a hacer lo que hizo a continuación: sacar lo que tenía en el

bolsillo. Con dos cojones. Allí estaba. A unos escasos tres metros de él y sin nada que

les separase. Sin cámaras de seguridad, sin urna protectora, sin vigilantes jurados. Sólo

unos cuantos artrópodos por aquí y por allí, cucarachas, bichos bola y alguna que otra

hormiga. Puede que hasta incluso alguna araña. Nada de qué preocuparse. Y sin

embargo, todos ellos eran descendientes de aquella maravilla: el Ptychopariina

Hallucigenia.

- Y por si también te lo estás preguntando: sí, es el auténtico Ptychopariina

Hallucigenia.

Bueno, tampoco se lo estaba preguntando. Es más, lo sabía. Hay cosas que,

simplemente, uno no se pregunta. Uno lo sabe y ya está. Sin más. Sin necesidad de

explicación adicional. Punto y aparte.

En todo el mundo se han logrado identificar cerca de 3.500 especies de cucarachas, de

las cuales 19 tienen importancia médica, y de éstas solo siete se pueden considerar

realmente como una plaga. Se sabe que es portadora de gérmenes de poliomielitis, de

tifoidea, de gastroenteritis y otras enfermedades.

210

Se reproduce con asombrosa fecundidad. Algunas hembras han tenido hasta 180 crías

en 300 días. Las crías alcanzan el tamaño adulto en un mes y viven aproximadamente

un año. Si el medio es favorable, la población aumenta con fabulosa rapidez.

Algunas especies incuban los huevos dentro del cuerpo, pero la mayor parte llevan de

12 a 40 huevos en un saquito que asoma al extremo del abdomen, también conocido

como ooteca. En general la hembra deposita la ooteca en algún lugar que brinde

alimento a las crías y los disimula entre un montón de basura. Sin embargo los insectos

recién nacidos pueden vivir hasta una semana sin comer.

Hoy inauguraban un nuevo canal de televisión. La Quincuagésimo Nona.

Hoy era su presentación en sociedad y tenía ganas de ver de quién era el primer

anuncio. El primer anuncio de una nueva cadena de televisión es toda una declaración

de intenciones. Un tipo de apadrinamiento. Y quería ver le logo de quién se casaba con

el logo de la QN, como conocía ya todo el mundo a la nueva cadena. La Quincuagésimo

Nona, QN, era el último experimento financiero de una pareja de adolescentes que

habían hecho fortuna con la Quiniela Hípica. Dos estudiantes de ciencias exactas que

habían conseguido desarrollar y aplicar con éxito una fórmula matemática capaz de

vaticinar con un escasísimo margen de error los tres primeros ganadores de cada jornada

de los hipódromos de New Jersey, París y Auckland � que no funcionara en ninguna

otra carrera más allá de la tercera ni en ningún otro hipódromo del mundo y que no

fuera aplicable a otras competiciones, como las olímpicas o las de perros, no era óbice

211

para que supusiera todo un hito en la historia de la matemática al haber conseguido, por

primera vez, domeñar las leyes combinatorias que rigen los grandes números. Una vez

publicaron su descubrimiento en la sección de matemáticas de una oscura revista

universitaria alemana, la Pressestelle der Universität Heidelberg, alcanzaron tal

notoriedad pública que su fama transcendió incluso el estrecho mundillo de los amantes

de los números. Una fama que se incrementó al anunciar que los beneficios

conseguidos con la quiniela serían invertidos en negocios generalistas, con un único

propósito: demostrarle a la oligarquía financiera mundial que se podían hacer negocios

con productos que no fueran, directamente, una mierda. Empezaron por un refresco de

cola, cuya ventaja era que quitaba la sed sin efectos secundarios, como empalagamiento

o flatulencia. Muy pronto se habían hecho con todas las cabeceras de lineales de todas

las grandes superficies. Animados por el éxito, emprendieron caminos más ambiciosos.

Primero produjeron coches eléctricos, luego se pasaron a la informática con ordenadores

personales de bajo coste y altas prestaciones y, contraviniendo el parecer de toda la

comunidad financiera, una compañía de abastecimiento de carburante para líneas aéreas.

Y hoy estrenaban una nueva cadena de televisión. Pero cuando la encendí y puse la QN,

en vez de ver un anuncio, que era lo que realmente estaba esperando, me encontré con

una retransmisión del, seguramente, mejor partido de la historia del fútbol: la final de la

Copa de Europa de 1960, entre el Real Madrid y el Eintracht de Francfort. Como todo el

mundo sabe, dicho partido lo ganaron los de blanco por un apabullante 7 a 3. De aquel

partido en blanco y negro no sólo ha pasado a la historia como un ejemplo de fair play y

sana competitividad, de buen juego ofensivo y goles a barullo, sino sobre todo por el

bien hacer de un personaje calvo y gordito que, a partir de aquella tarde, quedaría

registrado en la memoria de unos cuatro millones de personas, tantas como

telespectadores había entonces, como el mejor jugador de todos los tiempos.

212

- ¡Mierda de antena autosintonizable! � estallé.

La recepción, sin ser imposible, era bastante deficiente. Di Stéfano, calvo y gordito,

recorría el campo de arriba abajo como un mariscal del campo. El balón no se

despegaba de sus pies salvo que fuera para besar la red de la portería. Pero junto a él

había otro Di Stéfano, más pálido, casi desvaído, transparente, y por ende menos

señorial, que más bien parecía un mero ayudante de campo. Además, a este segundo

Alfredo no se le veía el balón, daba saltos y patadas al aire sin ton ni son detrás del

verdadero astro, como si de una mala parodia se tratase. La recepción era tan mala que

había dos campos de fútbol superpuestos, uno real y opaco y otro onírico, translúcido,

desplazados unos centímetros uno de otro; 22 jugadores sobre los que se vislumbraban

otros 22, en una coreografía absurda y sin balón. Cada vez que uno de los dos equipos

tangibles marcaba un gol, el segundo equipo, el traslúcido, se fundía con el primero en

un abrazo como si, alborozados, abandonaran de su dimensión para recaer en la nuestra:

solo en los primeros planos la distancia entre ambos campos llegaba casi a solaparse. El

resultado al descanso era de 3 a 1 a favor del Real Madrid, gracias a los tantos de

Puskas y Di Stéfano.

Y por fin, los anuncios.

Pero el primer anuncio era una autopromoción.

� ¡Jodíos niñatos!

213

Habían roto la tradición. Los dos empresarios, dueños de QN, habían renunciado a que

ningún otro logotipo que no fuera el suyo apadrinase su cadena. Ni siquiera una de las

compañías de su grupo de empresas. Habían hecho trizas, así, una tradición centenaria

en los medios de comunicación. El primer anuncio era de la película que estrenarían a

continuación: un film de ciencia ficción de serie B llamado El Único, The One para los

que preferían la versión original. Según el trailer, era la joya del cine de ciencia ficción

de la industria japonesa. Una mezcla de violencia manga y futurismo en la que el

protagonista, Yulaw, se dedicaba a asesinarse a sí mismo en diferentes dimensiones.

Yulaw, interpretado por Jet Li, también tenía que sufrir las ridículas embestidas de su

doble fantasmal en la imagen repetida.

Apagué la televisión.

Cucaracha. Cockroach. Schabe. Cancrelat. Blatta. Barata.ゴキブリ. 바퀴벌레. 蟑螂.

,Mаракан. Zomorroa. Kakkerlak. Csótány. Kackelacka. Kecoa. Svab . روصرصل

Kackerlacka. Karaluch. �váb. Buba �vaba. Swabbogar. Torakka. Blato. Mende.

De las más de 2.500 lenguas que existen o han existido tienen, al menos, una palabra

para referirse a la Blattaria.

Un honor del que no pueden presumir todos los seres vivos.

214

- ¿Me permite�?

Ahora era Juan quien tenía el Ptychopariina Hallucigenia en sus manos. Cinco mil

millones de años pesaban bien poco. Ligero como cartón piedra y áspero al tacto.

Siempre había creído que el fósil sería mucho más sólido, más consistente. Pero pronto

se dio cuenta que no. �Tiene gracia�, pensó, �lo que hace una urna y una leyenda�. Una

vez que lo hubo sopesado, lo estudió. Observó el resto pétreo como el mecánico estudia

un carburador de importación. Con toda atención, el mismo mimo que solo es capaz de

dar el virtuoso. Era el Ptychopariina Hallucigenia. Y lo tenía en sus manos. Como lo

tuvo en sus manos, hace más de trescientos años, el Contramaestre General de Toda la

Fauna Invertebrada. Con el mismo asombro, el mismo estupor.

Y mientras lo hacía, Juan 1 no dejó de mirarle a los ojos:

- ¿Es maravilloso, verdad?

Lo era.

- Lo es.

Juan 1 aprovechó ese instante para aproximarse, y no sólo físicamente, a su compañero.

No había dado dos pasos hacia él, cuando cayó en la cuenta que el Juan primigenio

acababa de ser víctima del mismo hechizo del que él mismo también fue víctima en el

MNHN. Que la sensación era la misma, idéntica a la que él tuvo cuando, por primera

215

vez, sostuvo en sus manos el Ptychopariina Hallucigenia en la Sala Principal del Ala de

Entomología del Museo Nacional de Historia Natural. Cómo él había sentido que el

peso de cinco mil millones de años tampoco era tanto. Cómo casi se le cae de las

manos, allí, delante de las cámaras del circuito cerrado de televisión, al verse

sorprendido por la ligereza de aquella reliquia. Pero cómo, al mismo tiempo, el peso de

sus respectivos sueños personales sí se materializaba en aquel fósil exuberante. Un resto

pétreo que conjugaba ligereza y profundidad, delicadeza con gravedad.

- Es fascinante� � ya estaban uno junto al otro. Juan 1 se había acercado tanto a su

interlocutor que, a contraluz, iluminados por aquella triste bombilla que resplandecía

adormecida en aquella húmeda galería, sus halos se confundían, se mezclaban,

trenzados, en una misma emulsión de vapores.

- Un sueño hecho realidad� � dijeron los dos al unísono.

Y de la fusión de vapores se derivó la fusión de humores.

Una población de cucarachas continúa creciendo hasta verse limitada por falta de

alimento, agua, hábitat adecuado o tratamiento con algún insecticida. La población

llegara a un nivel máximo y fluctuará alrededor de ese nivel hasta que se vea afectada

y disminuya. Cuando el uso de un insecticida convencional afecta a la población

reduciéndola, la tasa de reproducción aumenta para compensar esta reducción, de

manera de que la población vuelve a llegar a sus niveles habituales una vez que

216

desaparezca el poder residual del insecticida. Por eso, para combatirla es necesario

ser sumamente escrupuloso en la limpieza, guardar todo comestible en envases

herméticos y emplear periódicamente un insecticida de alto poder residual.

Dos chuletones de buey argentino; dos Di Stéfanos; dos chinos persiguiéndose por

infinitas dimensiones. Buf, qué agobiazo. Tanta pareja y ni siquiera valían como jugada

de póquer. Aburrido, me levanté del sofá y me fui a la calle. Pensaba ir a caminar un

rato, pero entre la rasca que hacía y que justo en ese momento pasaba un taxi por

delante de la puerta, decliné el paseo.

� Al MNHN.

� ¿Me sabe indicar o enciendo el GPS?

� ¿El GPS? ¿Para ir al Museo Nacional de Historia Natural?

� ¿Ah, es ahí donde vamos? Como me había dicho al emenenosequé.

� Perdone.

Se estaba calentito allí dentro, la verdad es que sí. Pero era un tipo de calor diferente del

calor que me abrasaba, otra vez, las entrañas. Aquel calor era una tibieza agradable, casi

maternal, en la que me hubiera quedado dormido, acogido por aquella agradable

217

sensación como si estuviera acunado por algún espíritu bonachón y, sobre todo,

blandito. Ojalá volviera a sentir algo así en este momento. Ojalá pudiera quedarme

dormido ahora. Aquí, en el frío suelo de pergo rodeado de cucarachas. Pero la

conversación del taxista, como ahora el DOLOR, se empeñó en no dejarme dormir.

- ¿Ha escuchado lo de la secta esa?

- ¿Qué secta?

Por un momento temí que me fuera a endosar un folleto.

- Esos que tienen su iglesia en Lanzarote. Que van vestidos con túnicas doradas y dicen

que son los herederos de no sé qué raza de marcianos.

- Pues� no; � acepté la conversación, tranquilizado al ver que no iba a sufrir un nuevo

intento de evangelización � no he oído nada.

Es curioso que el folleto en formato americano y con papel satinado a cuatro tintas, un

texto que nadie se lee y fotos que miras con la curiosidad malsana del que sólo quiere

constatar el mal gusto con el que está decorada su capilla central, se haya convertido en

la mejor arma de conversión de todas las religiones. Da igual que sean mono, poli o

ateístas, nada más verte, todas te entregan un lindo folleto con la esperanza de que

abraces sus creencias. Eso debe ser la fe.

218

- Esta tarde salió su líder en la radio. Una rueda de prensa. Iba a anunciar que habían

conseguido clonar a uno de los miembros de la secta.

- ¿Han clonado a una persona?

- Bueno, eso dicen.

- ¿Dicen?

- Sí, al lado del líder de la secta estaba un científico coreano. Eran una pareja curiosa. El

tipo de la secta, vestido con su túnica dorada y el pelo rapado al cero; el coreano, de

chaqueta y corbata, todo serio él, � aquí el taxista hizo una pausa para poder

concentrarse mejor en la arriesgada maniobra de colarse entre coches hasta la primera

fila de salida del semáforo. � Y no sabría decirle quién de los dos parecía más un

extraterrestre, si el de la secta o el coreano trajeado.

El semáforo se puso en verde y mi conductor aceleró. Sí, salió el primero. Calló unos

instantes, hasta que el coche estaba cómodamente instalado en tercera. Una vez mecido

por los graves de un motor bajo en revoluciones, prosiguió:

- Resulta que el coreano ese había desaparecido del mapa hará unos siete meses.

Abandonó su laboratorio en�

- ¿Seúl? � anticipé su error.

219

- No, la otra gran ciudad de Corea, ¿cómo se llama�? Pusan, eso es, � continuó

anticipando mi error. � El caso es que el tipo trabajaba ahí hasta que un día decidió

marcharse sin despedirse. Decía el locutor de la radio que el científico tenía tanto lustro

en su país, que la policía anduvo buscándole durante casi cinco meses. Sin dar con el

jodío, claro. Pero hoy ha aclarado que durante todo este tiempo ha estado en

Lanzarote�

- ¿Escondido? ¿Secuestrado?

- ¡Qué coño, si estaba encantado! Los de la secta le había montado un laboratorio de tres

pares de narices y se podía pasar por el forro las leyes internacionales de la bioética.

Que a la vista de lo que ha presentado hoy, lo ha hecho a base de bien�

- ¿Pero han enseñado al clon?

- No; han anunciado que han sido capaces de clonar a una persona, nada más.

- Osea, que se están tirando el pisto.

- Puede ser� � hizo una pausa, como si tomara carrerilla para lanzarse cuesta abajo

después, � pero a mi me encantaría que fuera verdad. Que se pudiera clonar a alguien.

Desde luego, si mi lo hubieran preguntado, yo me hubiera presentado voluntario.

Además, al clonado no le puede pasar nada, ¿no? Le cogen eso que llaman células

madre y las cultivan en un tubo de ensayo hasta que crece. Creo que es algo así. A mi es

que siempre me ha interesado eso de la clonación, desde hace ya mucho tiempo, desde

220

que leía cuentos de ciencia ficción. Yo lo tengo claro, me clonaría a mi mismo para que

ese otro se comiera mis horas de taxi. Así se lo digo. Yo sentadito en casa, o en el bar,

ya me entiende, y el otro aquí, tragándose los atascos, los clientes malhumorados y los

malos modos de los policías municipales. El clonado dándolo todo al volante y yo

dándolo todo en el bar. Como dios, vamos. No me diga que no sería el paraíso, contar

con una flota de clones, entrenados para hacer todo lo que a uno no le gusta hacer.

Desde currar hasta rellenar los formularios del banco. Sería maravilloso. Imagínese que

todos los funcionarios tuvieran un clon amable que hiciera su trabajo: de pronto el

mundo sería otro. Seguro que su trabajo tiene sus cosas malas, sus inconvenientes�

Haga lo que haga, seguro que tiene facetas le aburren, le cansan o le hastían. O todo a la

vez, que suele ser lo normal. Todos los trabajos lo tienen. Algunos más que otros, es

cierto, pero todos tienen algo malo. Hasta el presidente del FMI tiene que comerse sus

marrones, ¿no cree? Vistas así las cosas, ¿no le gustaría contar con un clon que hiciera,

al menos, esa parte de su trabajo que no le mola? Pues claro que le encantaría, no me lo

puede negar. Ahora, supongamos por un momento que esa secta ha conseguido clonar a

un ser humano, ¿no se apuntaría usted a la secta? Yo, de cabeza, vamos. Y como yo,

millones. No se me ocurre ningún reclamo publicitario mejor. Imagínese: pasarían del

folleto al clon como forma de captación de adeptos. Un éxito asegurado, fijo.

Buf, me estaba agotando con su cháchara clónica. Si se quería apuntar a la secta, ¿por

qué no lo hacía y me dejaba en paz? O lo mismo ya lo había intentado y le habían

rechazado por parlanchín. Ojalá hubiera tenido yo un clon a mano para que aguantara a

determinados taxistas�

221

- Las posibilidades son infinitas � continuó inasequible a mi desaliento. � Además,

cuantos más clones, más trabajos podría hacer uno, ¿no? Y más pasta ganar, ¿no?, que

al final es para lo que estamos aquí. Claro, me dirá, si los trabajos pudieran ser

realizados por clones, entonces bajarían los sueldos percibidos por esos trabajos. Puede

que sí, pero a su vez esa bajada podría ser compensada con la puesta a trabajar de más

clones. Con lo cual, se mantendría el nivel de ingresos y no se trabajaría. El paraíso, ya

le digo. A mi, y mire que le he dado vueltas al asunto, sólo se me ocurre una cosa mejor

que que me clonen: que yo me aproveche de las vivencias de mis clones. Quiero decir

que sea yo también el beneficiario de sus experiencias. Y que lo fuera solo de las

buenas, de las positivas, por supuesto. Sería�, ¡eso sí que será la hostia! Sería como ver

la vida por televisión�

- ¡Espere un segundo! � exclamé.

- ¿Le molesta la clonación? Efectivamente hay gente a quien asuntos como estos les

producen una desazón enorme �

- No, disculpe, no es eso. Un segundo� � Bueno sí, también era eso. este clon de mi

mismo que soy yo mismo ya no podía más. La experiencia me había sobrepasado

claramente. Ya no podía más. Menuda tarde la mía. Pero, sobre todo, es que acababa de

ver a Juan O. un par de coches más adelante. � ¿Ve aquel Volkswagen amarillo ahí

delante? ¿Le importaría seguirlo? Es que es un cliente mío y me gustaría hablar con él.

- Como usted quiera.

222

Como las hormigas y otros insectos sociales, la cucaracha también vive en grupo. De

noche, en sus recorridos de rapiña, salen en grupo. De día, cuando son sorprendidas en

sus cobijos, no es raro encontrarlas descansando también en grupo.

Pero ahí acaban las semejanzas.

Los insectos sociales se caracterizan por que individuos de la misma especie cooperan

en el cuidado de las crías, existe una división reproductiva del trabajo y hay una

superposición de por lo menos dos generaciones capaces de contribuir a las labores de

la colonia. Las cucarachas, aunque son insectos gregarios puesto que viven en

comunidad, no comparten ninguna de las tres características �sociales� mencionadas

ya que se alimentan individualmente y se comportan de manera poco comunitaria,

Jamás una cucaracha daría su vida por una convecina.

No comparten tanta información genética.

Por primera vez en toda la noche, ambos Juanes sonrieron.

Se sonrieron.

223

Y esa sonrisa fue, además, un acto de reconocimiento. Del otro, y por tanto, de sí

mismos.

En un mundo de cucarachas, ellos eran dos hormigas.

Científicos de la Universidad de Tokio han logrado desarrollar un dispositivo que al

implantarse en la cabeza de una cucaracha, permite que esta sea controlada

remotamente. El dispositivo, compuesto por unos electrodos y una mochila, que se

coloca donde normalmente van las alas, envía impulsos al sistema nervioso del insecto.

Con un poco de experimentación y sin saber exactamente cómo funciona el sistema

nervioso de una cucaracha, han logrado controlarlas hasta cierto punto.

�Los insectos pueden hacer muchas cosas que la gente no puede� -dice el profesor Isao

Shimoyama, director del Laboratorio de Bio-robots de la Universidad de Tokio.

Shimoyama afirma que dentro de algunos años insectos controlados electrónicamente

llevarán mini-cámaras u otros dispositivos para realizar misiones especiales como

buscar víctimas entre los escombros de un terremoto o inspeccionar recintos con alta

radioactividad.

- Aquí me quedo.

224

- ¿Quiere un recibo?

- Por favor.

Si había seguido a Juan O. por la pasta, ¿no iba a querer un recibo�? El cucaracha

amarillo desleído aparcó a dos manzanas de las oficinas de ProFinal, en plena zona de

estacionamiento reservado para residentes. Mientras Juan O. sacaba el tique de la

máquina expendedora, pagué y me bajé del taxi. Juan echó a andar hacia sus oficinas,

cuando de pronto caí en la cuenta que acababa de caer en otros de mis gloriosos

despistes.

- ¡Hostias, el recibo!

Me di la vuelta rápidamente y busqué al taxi. Con un poco de suerte, el siguiente

semáforo rojo le habría detenido. ¡Sí, allí estaba! Me acerqué caminando deprisa, pero

no tan rápido como para anticipar el cambio de color del semáforo y la consiguiente

arrancada del taxi. Había vuelto a llegar tarde. Que le den por culo al recibo; total, entre

el importe del taxi y un adelanto por el trabajo para la empresa de exterminio no había

mucho que pensar, así que di media vuelta y me dispuse a encontrarme con Ju�

¿Dónde se había metido? Busqué a mi alrededor y nada. Aunque no había mucha gente

por la calle, sí que pululaban por allí la gente suficiente como para perderle el rastro a

cualquiera. Menudo detective de pacotilla estaba yo hecho: justo cuando iba a

interceptar a mi víctima, dejaba que me despistara un simple recibo cuyo valor ya ni

recuerdo�

225

Me acerqué otra vez hasta donde había aparcado el coche mi cliente; allí estaba el WV.

Luego no se había ido. Afortunadamente. Estaría en su feo despacho sentado sobre su

fea silla haciendo su feo trabajo. Decidí subir y preguntar por él.

- ¿Juan Onésimo? � me contestó la recepcionista. � Un segundo, que llamo a su

despacho, pero creo que no está.

Pues no estaba. Por lo visto no había subido a la oficina. Cojonudo, le había perdido.

Puto recibo de mierda� Y ahora vete a saber dónde está Juan O. Si le llamo por

teléfono, mi plan, al garete: adiós a la excusa. Eso del encontronazo casual era perfecto

para sacar la cosa pecuniaria. Comencé a andar calle abajo. Ya se me habían quitado las

ganas de ir al Museo Nacional de Historia Natural, encima no le iba a dedicar más

tiempo a los insectos. Hasta que, unos portales más abajo pasé delante de la Sala-Museo

ProFinal. Mira que estaba yo para pocos bichos, pero no pude resistir echar una mirada

al interior.

Ahora lo veía claro: ese fue mi gran error en la partida de ajedrez.

La cucaracha es el único ser vivo que puede sobrevivir más de un mes después de ser

decapitado.

Y aún así, pasado ese tiempo, acabará muriendo de sed, al no poder beber.

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232

Los científicos del Swiss Federal Institute of Technology de Lausanne, Alexandre Colot,

Gilles Caprari and Roland Siegwart, tienen el inmenso honor de haber desarrollado el

primer robot capaz de convivir con artrópodos.

Y, posiblemente, también el de ser los exterminadores más eficaces de la historia.

Porque han construido un robot-insecto: un espécimen del tamaño de una caja de

cerillas pequeña capaz de introducirse en una colonia y pasar desapercibido, debido a

las feromonas que emitía y a que su comportamiento refleja las pautas modelizadas

matemáticamente de una colonia de estos animales. El robot es producto del programa

europeo llamado Leurre (Señuelo) y su propósito es infiltrar robots en colonias de

insectos para convertirse en el líder del grupo e inducir discretamente comportamientos

en la colonia que les lleven a cambiar de hábitat o a su destrucción. Una especie de

Flautista de Hamelin a escala artrópoda.

Nadie sabe por qué el robot ha sido bautizado con el nombre de Alicia.

¡Suishhhhhh�!

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Eso fue lo último que oí, el último sonido de este mundo.

Era la vitrina, que se cerraba herméticamente.

Que me encerraba, herméticamente.

A partir de ahí, y durante el tiempo que durase, hasta que me desangrase o los

escarabajos estos me derritieran los intestinos, fuese lo que fuera que pasara antes,

estaría yo solo.

Así que, mejor, buscar algo que me distrajese.

Osea, que Juan tenía un hermano gemelo.

Estaba claro. Por fin.

Un hermano gemelo que, además, no tenía ni idea de superhéroes.

Eso o había sufrido un ataque de amnesia.

234

¿Podría ser que lo hubiera olvidado todo salvo la verdadera identidad de Spiderman?

Improbable. Uno no se olvida de algo así tan fácilmente.

Además, de haber sufrido un repentino ataque de amnesia, no habría vuelto tan pronto al

trabajo. Sólo habían pasado un par de semanas desde que nos conocimos. No.

Claro, que eso habría explicado su silencio durante toda la reunión.

Sí, pero la Seguridad Social jamás le hubiera permitido incorporarse tan pronto.

Los ataques de amnesia habitualmente son provocados por una situación traumática, ya

sea de orden físico o psicológico. Sea como fuere, ningún psiquiatra público le hubiera

dejado escapar tan pronto.

Puede que uno se escaquee de los cuidados hospitalarios para asistir a una reunión

trascendental. Pero, por mucho que me joda, mi charleta y mis cartones no sé si pueden

ser considerados como tales.

Además, ni Juan O. parecía convaleciente ni Mr Yee había insinuado nada.

Tenía que ser otra cosa.

Tenía que ser un hermano gemelo.

235

Por algún extraño motivo, Juan O. había hecho que su hermano gemelo asistiese a

nuestra reunión en su nombre.

Eso explicaría que no hubiera pronunciado palabra en toda la presentación.

Y, sobre todo, que se hubiera olvidado de Peter Parker.

Estaba claro.

236

17

- Quizá ya conozca la leyenda: don Bosco de Azkárraga y San Román se embarcó en

solitario con destino a Cuba por primera vez en 1753. Durante al menos tres meses,

estuvo preparando el viaje. Reservas de agua y comida, repuestos para el velamen y

herramientas para arreglar cualquier desperfecto, cartas náuticas actualizadas e incluso

lecturas para más de noventa días, que era lo que predecía iba a durar la travesía. Libros

que pensaba donar en cuanto llegase a la isla. Cuando tuvo todo preparado y a bordo,

decidió que haría escala en Canarias antes de emprender la singladura definitiva hasta

La Habana. Pero en el archipiélago un viejo marinero le hizo una recomendación:

Deberías llevar contigo alguna compañía, alguien con quien puedas hablar. La soledad,

concluyó el lobo de mar, ha matado tantos navegantes como las tormentas. Y tras

reflexionar que quizá los libros no fuesen compañía suficiente, hizo capturar dos

hermosos ejemplares de Iberiprepus Coerulatus, una pareja de hermosas libélulas,

macho y hembra, de tallo verde y alas con aguas amarillas y rojas; adquirió además una

amplia jaula de estaño y alimento seco suficiente como para alimentar a sus huéspedes

durante un año. Al día siguiente embarcaron los tres con destino a Cuba.

237

Al cabo de dos jornadas de travesía, cuando la tierra canaria ya se había ocultado bajo la

línea del horizonte y se encontraban en mitad de una inmensa nada de agua salada, don

Bosco de Azkárraga y San Román comenzó a sufrir los primeros achaques de soledad.

Y comenzó a hablar con los insectos. Colocaba la jaula junto a él, colgada allí de un

saliente cercano a las jarcias y les contaba su vida. Por qué se había embarcado, qué

esperaba encontrar en la isla tropical y aún esas otras cosas, por disparatadas que fueran,

que se le iban viniendo a la cabeza de forma espontánea. Al principio le causaba

extrañeza estar allí hablando solo, pero pronto se acostumbró a la compañía de las

libélulas. Se habían convertido en sus compañeros de viaje. Más que eso, aquella pareja

se había se había convertido en el segundo de abordo, en su tripulante. Por eso, al tercer

día los bautizó Pinzón 1 y Pinzón 2, como los hermanos, contramaestres de Colón. Por

las mañanas, mientras don Bosco de Azkárraga y San Román se preparaba el café les

preguntaba qué tal había pasado la noche. Después al mediodía, cuando el sol colgaba

en todo lo alto, les consultaba si ya tenían ganas de comer o preferían retrasar la comida

hasta media tarde, justo antes de la caída del sol. Y ya por la noche, les deseaba un

descanso reparador. Y con el tiempo, don Bosco de Azkárraga y San Román llegó a

interpretar los gestos de los animales como respuestas a sus comentarios. Sí, he dormido

bien; gracias, pero todavía no tengo hambre; e incluso, buenas noches don Bosco de

Azkárraga y San Román. A lo que don Bosco respondía con una orden seca y tajante,

¡A dormir, hermanos Pinzón!

Pasaron los días y con ellos las horas de plácida navegación. Llegaron las borrascas, las

marejadas y los vientos, si no huracanados, sí de los nudos suficientes como para

escorar el barco más de lo que el equilibrio agradecía. Don Bosco de Azkárraga y San

Román nunca supo si fue porque la inestabilidad le afectaba a él o a los insectos o a los

238

tres, pero con los vaivenes de la embarcación comenzó a sospechar que la comunicación

entre ellos ya no era tan fluida. Será que se están mareando, pensó. Las respuestas a sus

palabras ya no eran tan rápidas. Incluso parecía que ya no prestaban tanta atención a sus

palabras: ni le miraba tan fijamente mientras hablaba ni asentía con aquel subibaja de

alas tan gracioso, como si estuviesen agitando el aire. Ni siquiera le ofrecían esos

zumbidos matinales que tanto le agradaban.

Pero lo peor no había llegado todavía. En cuanto sobrepasaron el paralelo meridional de

la borrasca pasaron a la tormenta. Una tarde el cielo se oscureció antes de hora y un

manto negro cubrió sus cabezas. Era un mal presagio. Don Bosco de Azkárraga y San

Román, marino novel que aún no estaba muy ducho en las travesías atlánticas, prefirió

ser prudente. Cuando lo consultó con los hermanos Pinzón, 1 y 2, le pareció que estos

también le aconsejaban que actuara con sensatez. Así que recogió el velamen, soltó los

cabos, comprobó que no quedaba nada sin sujetar en el puente y, tras tomar la jaula,

acomodó a sus amigos y tripulantes en su camarote. Efectivamente, a los pocos minutos

comenzó a soplar por barlovento un fuerte viento, preludio de la intensa lluvia que no

tardaría en caer. Una cortina de agua tan densa, tan espesa que ni siquiera dejaba ver las

olas de más de diez metros que sepultaban la embarcación para volver a resurgir justo

antes de caer sumergida de nuevo por otro muro de agua salada. Viento, lluvia y olas

inclinaron la nao hasta que el borde de la cubierta rozaba la línea del mar. Mientras la

quilla no asome, no hay peligro, suspiraba don Bosco sin poder siquiera mirar por la

escotilla a ver si asomaba o no. Tan estremecido estaba.

Pasaron las horas, pero no las olas. Ni tampoco amainaron las lluvias ni el viento. Pero

la embarcación resistía y con ella los ánimos de don Bosco. Y de los Pinzón. Allí

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dentro, mientras el maderamen crujía ante las embestidas del tiempo inclemente y ellos

eran sacudidos como dos dados en un cubilete, don Bosco decidió que tenían que hacer

algo para distraerse. Para distraerse y alejar el miedo. Comenzó a hablar otra vez con

sus insectos, los cuales, quién sabe si también empujados por la turbación y con el

objetivo de acallar al desasosiego, comenzaron a responder como lo hacían los primeros

días, cuando todo, incluso su amistad, era nuevo para ellos y el tiempo aún no iba en su

contra. ¿Os apetece comer?, preguntaba uno; no, no tenemos hambre todavía,

respondían los otros. Esta ola parece que ha sido más pequeña que la anterior, afirmaba,

esperanzado, uno; sí, mucho más, contestaban, también esperanzados, los otros. Y así

siguieron departiendo, ola va ola viene, hasta que una sacudida fatal descolgó la jaula y

la estrelló contra la pared del camarote. Don Bosco de Azkárraga y San Román,

asustado, corrió hasta aquel amasijo de alambres y alimento seco en busca de su

compañeros de viaje. Don Rodrigo, ¿estáis bien?, gritó lastimero el capitán. Y

enseguida vio cómo los insectos asentían con ese subibaja de alas que tanta gracia le

hacía. ¡Estaban bien! No había sido más que un susto, y la única víctima que había que

lamentar era la jaula. Se había destrozado. Don Bosco, después de asegurarse que sus

amigos se encontraban a salvo y posarlos encima de su litera, intentó arreglarla. Pero

desmadejar aquella madeja era tarea de chinos, y mucho más en aquellas condiciones,

con el barco moviéndose de un lado a otro sin parar. Se sentó a los pies de la litera y

siguió hablando. Menos mal que no os ha pasado nada, dijo. Menos mal, asintieron de

nuevo los Pinzón. Os llega a pasar algo y me tiro por la borda, sentenció don Bosco.

Sólo ha sido un susto, sólo eso, terciaron las libélulas. Ahora que me he acostumbrado a

vuestra compañía me sería imposible soportar la ausencia, dijo uno. A nosotros también,

respondieron.

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- ¿Creéis que va a durar mucho la tormenta todavía?

- Espero que no.

- ¿Sabéis lo primero que voy a hacer cuando amaine?

- No.

- Darme un baño. Atarme al barco y lanzarme al agua.

- Y nosotros te vigilaremos desde el puente.

Y así, hablando y haciendo planes, pasaron las horas y se enfrentaron al tiempo. Don

Bosco de Azkárraga y San Román acabó recostado en la litera, con Pinzón 1 y Pinzón 2

anidados en la almohada. De vez en cuando, una ola sacudía la nave y los insectos

revoloteaban durante unos segundos, hasta que la embarcación volvía a estabilizarse,

momento que aprovechaban para volver a posarse junto a la cabeza de don Bosco de

Azkárraga y San Román. De haber sido aquel trío una pareja de la misma especie, sin

duda aquella noche se hubieran convertido en amantes, tanta era la intensidad con la que

se estaba desarrollando su amistad. De hecho, aunque las separaciones provocadas por

la marejada no duraban más que unos segundos, a los tres les parecían una eternidad.

Pero sí que había dos ejemplares de una misma especie. Las libélulas macho y hembra

sintieron la imperiosa llamada de actuar como tales. Pinzón 2, el macho, comenzó otra

vez con el subibaja de alas que tanta gracia hacía Don Bosco. Quien, visto que el bicho

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aceleraba cada vez más las vibraciones de sus alas, pensó que el artrópodo se estaba

dando cuenta de su simpática reacción de entomólogo sin caer en la cuenta que también

Pinzón 1, la hembra, estaba reaccionando al baile de su compañero de viaje y de

especie. Y así, Pinzón 2, desbocado, agitaba las alas como un poseso; don Bosco,

sonreía complacido; y Pinzón 1, excitada, se ofrecía como quien a va ser poseído. El

baile nupcial de la Iberiprepus Coerulatus puede prolongarse desde escasos segundos

hasta unos veinticinco minutos, tiempo durante el cual el macho se va aproximando

poco a poco hasta la hembra, que excitada por las feromonas que exuda el pretendiente,

se coloca muy despacio, sus movimientos son imperceptibles al ojo humano, las alas

abiertas y echadas hacia delante, la espalda lisa y despejada, dejando el espacio

suficiente para que el macho se pose, como si de un portaviones se tratase. Todo el

cortejo es un alarde de delicadeza, los movimientos acompasados y sutiles: el macho,

porque no quiere perder su oportunidad; la hembra, porque no quiere espantar al

candidato. Una delicada coreografía, sutil y elegante, preludio de uno de los actos

sexuales más feroces de todo el reino animal, solo comparable con la fecundación entre

rinocerontes, los cuales pueden permanecer amándose durante horas, a veces días,

puesto que no cuentan con enemigos de su talla en la sabana africana.

Don Bosco, ajeno al efecto de las feromonas y sus peligros derivados, contemplaba con

ojos inocentes el baile hasta que por fin Pinzón 2 se encaramó al lomo de la libélula,

momento en el cual el entomólogo por fin cayó en la cuenta de lo allí, sobre su

almohada, sucedía. Pudoroso, se levantó de la cama y dejó que la naturaleza siguiera su

curso. Mientras recogía los destrozos provocados en la cabina por la tormenta, miraba

de soslayo a sus dos amigos, quienes, como no podía ser de otra manera, se habían

entregado con frenesí a una de las formas amatorias más legendarias y que incluso

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cuenta con descripción propia en el libro de los libros; y así describe el Kamasutra la

postura Odonata, no hace falta que le recuerde que el orden Odonata es el orden

taxonómico de las libélulas: �Ella se acuesta apoyada sobre uno de sus codos y se tiende

de costado. Él se acuesta detrás, pega su pecho a la espalda de ella y su boca a la nuca.

Luego levanta una de las piernas de la mujer y se la pasa por detrás mientras mete una

de las suyas entre las de ella. La mujer debe ser lo suficientemente flexible para que la

posición con la pierna elevada no le incomode y pierda la sensación de placer. Esta

postura se resume en cinco palabras: Él da y ella recibe.�. Y dieron y recibieron hasta

que la tormenta cesó y la lasitud volvió a cubrir al mar.

Reencontrada la calma, no tardaron en caer dormidos.

La mañana siguiente, la tormenta, el viento y las nubes habían pasado y dejado que el

sol recuperara la fuerza que había parecido perder durante la tormenta. Lucía

resplandeciente en todo lo alto como un faro brilla en la noche negra. Pero los tres

marineros no despertaron hasta que los rayos que se colaban por la escotilla les dieron

de pleno en sus rostros. Entonces, los tres despertaron a la vez. Abrieron un ojo y lo

primero que vieron fue el abrir del ojo del otro. Se sonrieron. Don Bosco de Azkárraga

y San Román se incorporó y salió a cubierta. Tuvo que cerrar los ojos hasta que se

acostumbraron al brillo azul del mar. Todo estaba en calma. De pronto sintió una

intensa sensación, como si su pecho se dilatara, sintió que su alma revoloteaba libre

sobre un mar sin horizonte.

¿Revoloteaba libre?

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¡Pardiez, familia Pinzón�! No se había acordado que la jaula se había roto y ahí, a

pocos metros de él, del barco, y a miles de millas de cualquier islote habitado, Pinzón 1

y 2 agitaban las alas con frenesí. Sus almas, sus espíritus también se expandían y

aquella era su forma de expresarlo. Don Bosco de Azkárraga y San Román los miraba

volar en derredor, al principio temeroso que no volvieran a posarse nunca más, pero

enseguida comprendió que Pinzón 1, que Pinzón 2, aunque se sintieran empujados a

abandonarlo, jamás podrían hacerlo. ¿Adónde iban a ir? Como mucho volarían unos

trescientos metros para regresar de inmediato. Estaban condenados a revolotear libres,

sí, pero jamás irían muy lejos en aquel mar sin horizonte.

- ¡Voy a darme un baño! � gritó don Bosco de Azkárraga y San Román desde cubierta.

- Sí � asintieron los insectos.

Aquella noche la dedicarían a calcular su nueva posición después de que la tormenta

dispusiera de ellos a su antojo. Uno escudriñaba el cielo con el astrolabio mientras los

otros consultaban las cartas marinas. Compás y medidor en mano dibujaron la deriva y

concluyeron que no era tanta. Se habían desviado unas decenas de millas al suroeste. Si

no ocurría otro percance, aquella deriva no les retrasaría más de un par de días. Los tres

tocaron madera. Y debió tener efecto, porque no volvieron a sufrir otro contratiempo.

Quizá la rotura de algún cabo, puede que hasta llegaran a preocuparse por una grieta que

habían detectado en mitad del palo mayor, que creía y crecía hasta amenazar con

partirlo en dos. Pero afortunadamente nada sucedió. Pusieron rumbo a La Habana y su

singladura continuó. Plácida.

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Tras aquella noche vino otra, y después otra, y otra aún hasta que cayeron las semanas,

una tras otra, y con ellas los cientos de millas que todavía les separaban de Cuba. Días

que comenzaban con el dúo Pinzón volando alrededor del barco, que arrastraba a don

Bosco de Azkárraga y San Román quien, atado con un cabo a la popa, tomaba su baño

matinal. Días que terminaban con los dos amigos hablando alrededor de una mesa,

comentando los pormenores de la jornada recién terminada.

Una mañana, brillante como la anterior y brillante como la siguiente, Pinzón 2 zumbó

sus alas de nuevo. Después de desayunar mosquitos secos, había salido a volar para

hacer ejercicio y cuando ya había alcanzado una quincena de metros rompió a zumbar.

Don Bosco de Azkárraga y San Román, que primero no supo identificar la naturaleza de

aquel batir de alas, muy pronto se asomó a cubierta. Y lo que vio le provocó dos

sensaciones, extrañas, encontradas. La primera, abierta y expansiva, hacía que

comulgara con su el zumbido de su amigo; la segunda, estrecha y oscura, lo alejaba de

su vuelo. Frente a ellos, a unas escasas noventa millas al noreste asomaba entre las

brumas el perfil de la ansiada isla, Cuba.

Contra lo que era su costumbre, esa noche don Bosco de Azkárraga y San Román y sus

huéspedes, los Pinzón, cenaron en el camarote. Y lo hicieron en silencio. Ninguno dijo

nada. Ninguno comentó nada, ni sobre lo brillantes que lucían las estrellas esa noche o

lo propicios que habían sido los vientos desde la tormenta. Los tres tenían toda su

atención puesta en sus respectivos servicios. Uno con la mirada fija en el plato, los otros

con el pico hundido en sus cuenquitos de mosquitos secos. Los tres concentrados sólo

en comer, como si el hecho de no reconocer que tras cada cucharada, tras cada bocado,

menor era la distancia que les separaba de la isla, hiciera que se alejasen de ella. Antes

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de las doce, don Bosco de Azkárraga y San Román se acostó en su litera con ambas

libélulas anidadas sobre la almohada.

- Buenas noches.

- Buenas noches.

Cuando despertó los artrópodos ya no estaban allí.

Don Bosco de Azkárraga y San Román siguió con su rutina diaria. Preparó café, repasó

su singladura en la carta náutica y se vistió despacio. Hizo lo mismo que hacía todas las

mañanas, pero esa mañana lo hizo un poco más despacio, como si le costara moverse

con la soltura habitual. Y sobre todo, lo hizo solo. Por primera vez desde que zarparon

de Canarias había desayunado solo, había verificado su posición solo y se había vestido

solo. Pero a pesar de su soledad, siguió hablando. Espero, Pinzón 1 y Pinzón 2, que, en

el momento de echar a volar, hayáis calculado bien la distancia y medido bien vuestras

fuerzas. Salió a cubierta y comprobó que en un par de horas estaría embocando la bahía

de La Habana. Y siguió hablando. Espero, Pinzón 1 y Pinzón 2, que mientras volabáis

desfallecieran vuestras fuerzas y hayáis perecido ahogados a escasos metros de la costa,

como el desafortunado náufrago de la leyenda aciaga. Que en tres a lo sumo, ya habría

desembarcado. Y ahora, Pinzón 1 y Pinzón 2, si me disculpáis, tengo que preparar la

nave para el atraque.

Cuando desembarcó, ni siquiera preguntó por los Pinzón. Sabía que, si habían

conseguido arribar a la isla, ahora estarían en el paraíso. Cualquiera que fuese el paraíso

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de las libélulas. Y nadie tiene derecho a arrancar a nadie del paraíso. Los libros, los

mismos libros que no había abierto durante la travesía, los donó a la biblioteca del

colegio más cercano. El Colegio Nacional La Aviación, aunque por aquellos entonces se

llamaba Colegio Nuestra Señora de Loreto. El lector curioso todavía puede encontrar

allí los tomos de su exigua biblioteca y admirar, sobre todo, uno cuya relevancia aquí es

grande: Artrópodos, escrito por Luis Montero, publicado en Madrid en 1753.

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18

¡Suishhhhhh�!

La vitrina que cobijaba los más de 200 ejemplares que componían la colonia Dermestes

Haemorrhoidalis de la Sala-Museo, se acababa de cerrar, herméticamente.

- ¿Seguro que de aquí no sale?

- ¿Tú qué crees? Además � sentenció, - mañana a estas horas ya no quedan ni los

huesos.

Aproximadamente, dos horas más tarde, todas las hembras de la colonia estarían

arrejuntadas entre mis piernas. Comenzarían a raer, con sus extremidades delanteras,

mis Levi�s 501. Alrededor de una hora después, ya habrían atravesado mi ropa interior.

Una vez comprobado con sus antenas que ya habían llegado a mi zona rectal, se

retiraban. Es el momento de los machos.

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- Y, sobre todo, esto no puede acabar así. ¿Sabes que la probabilidad de que nazca

alguien exacto a ti en nuestro sistema solar asciende a 101028?

Los machos de la colonia se colocan en dos filas paralelas, dispuestos en orden de talla

decreciente. Los ejemplares más robustos, mayores más cerca de mi culo; los menores,

los más jóvenes y los más débiles al final de cada fila.

- ¿101028 = 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10

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10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10 x 10?

� Sí�

� Bueno, por enorme que sea, al menos podría decirse que es una serie finita.

� Jajaja � se rieron los dos, al unísono, sorprendidos por la astronómica magnitud de la

casualidad que les había tocado vivir.

251

19

- Existe un manual de Medicina Legal chino, escrito a principios del siglo XIII, en el

que se relata la resolución de un curioso caso policial. En una remota región del interior

del país había aparecido un labrador degollado por una hoz. Para resolver el caso

hicieron que todos los labradores de la zona que podían encontrarse relacionados con el

muerto, depositasen sus hoces en el suelo, al aire libre. Observando que tan solo a una

de ellas iban a parar las moscas, y que todas se posaban sobre su hoja, llegaron a la

conclusión de que el dueño de esa hoz era el asesino. Pues todo el mundo sabía que las

moscas son atraídas por dos cosas, las deyecciones y la sangre.

Hay cosas de las que no se puede escapar y un nuevo discurso de Mr Yee era una de

ellas. Mientras girase la noria, Juan sabía que no tenía escapatoria. Así que se acomodó

como pudo en el duro banco de la cabina, estrechó aún más el abrazo de sus brazos

cruzados sobre el pecho y procuró mantener la atención. Cada vuelta que daban hacía

más frío y él, como única respuesta, como última esperanza, no hacía otra cosa sino

apretar contra su pecho, cada vuelta un poco más, los brazos cruzados. Bueno, al menos

252

el frío de la noche había despejado el aire y desde lo alto las vistas era impresionantes.

Y mientras llegaban arriba, Mr Yee continuó diciendo:

- La muerte de un ser vivo lleva pareja toda una serie de cambios y transformaciones

físico-químicas que hacen del cuerpo inerte un ecosistema dinámico y único al que van

asociados una serie de organismos necrófagos, necrófilos, omnívoros y oportunistas que

se van sucediendo en el tiempo dependiendo del estado de descomposición del cadáver.

Esos organismos son, fundamentalmente, artrópodos. Y los estudia la entomología

forense. La ciencia de los insectos asociados a un cadáver con el fin de determinar el

tiempo transcurrido desde su muerte. Una disciplina que ha avanzado muchísimo desde

el siglo XIII y que se espera sea la primera fuente ingresos de toda la entomología

aplicada de aquí a unos años. Una disciplina en la que quiero que seamos líderes. Una

oportunidad de negocio que no se nos puede escapar. ProFinal también tiene que ser

líder en ese mercado. Espero que comprenda la importancia de lo que le estoy diciendo.

Sé de buena tinta que algunas multinacionales están planeando instalarse en nuestro país

y como imaginará, tenemos que anticiparnos. Por muy rápido que quieran moverse, no

podrán estar operativos antes de ocho o, a lo sumo, nueve meses: tiempo mínimo para

comenzar a funcionar de forma comercial.

Bien, ya estaban arriba. Y sí, la vista era magnífica. Pero como a Mr Yee se lo ocurriera

dar otra vuelta en la noria, lo mataba. Era ya una cuestión de supervivencia. O el

asiático parlanchín o él. Y, obviamente, la elección ya estaba tomada.

- Por suerte para nosotros � prosiguió, � JBL es la empresa líder en su mercado. He

estado hablando con mi amigo John �Buggy� Landstorm y, ¿sabe qué?, pone a nuestra

253

entera disposición todo su conocimiento. Sus laboratorios, sus técnicas, sus

procedimientos, todo está a nuestra disposición. Casi diez años de corpus teórico y más

de cinco de éxitos prácticos, todos a nuestro alcance. Enteritos. Con sus técnicas,

productos y soluciones y nuestra base de contactos aquí, pronto nos habremos hecho

con todo el mercado. Es una operación ganadora.

Solo bastaría un codazo, un empujón, para que Mr Yee cayera en picado hasta el suelo.

A su edad, no aguantaría el golpe.

Una operación ganadora.

- ¿Y � prosiguió � qué no podemos hacer nosotros en nueve meses? ¿Cuánto hemos

tardado, mejor dicho, cuánto ha tardado usted en montar la Sala-Museo? Sí, porque

estoy pensando en usted para liderar este proyecto. Otro reto que se sumará a los

muchos que ya ilustran su currículo, sin duda, y esto es algo que me llena de orgullo,

uno de los mejores de la profesión. Primero Director Técnico de ProFinal, después

Director de la Sala-Museo y ahora Director General de ProFinal Forense. ¿Qué le

parece? Un magnífico colofón, ¿no es así? De momento claro, porque su carrera aquí no

ha hecho más que comenzar.

¿Cuántos metros habría hasta el suelo? ¿Siete? ¿Ocho? Diez como mucho. Mr Yee,

dado su peso, tardaría unos dos segundos y medio en colisionar, tiempo más que

suficiente para haber alcanzado una aceleración mortal. Y eso que su carrera no habría

hecho más que comenzar.

254

- Tenemos nueve meses durísimos por delante. No hay tiempo que perder. ¿Conoce

usted Montreal? Espero que le guste el lugar, porque va a estar allí seis meses. Su

misión es empaparse de todo el conocimiento y de establecer el sistema de intercambio

de información más eficaz posible. Después contará con un mes para establecer aquí su

cuartel general y aún le sobrarán dos para formar sus equipos. Tengo tanta confianza en

esta oportunidad que el dinero no será un problema, descuide.

¿Montreal? ¿Seis meses? ¿Con dinero? Descuide, aún podía resistir un par de vueltas

más si hacía falta. Ya habría otro momento para matar al viejo. Mr Yee acababa de

salvar sus vidas. Las tres.

Juan 2, Mr Yee 1.

255

20

Tuit-tuit.

Era un mensaje.

Aunque todos estamos condicionados para responder en cuanto nuestro móvil da las

más mínima señal de vida, Una todavía tardó unos minutos en reaccionar. Estaba liada

resolviendo un crucigrama y no iba a dejar ahora que estaba en lo más emocionante. Y

esos segundos de distracción dieron pie a más de veinte minutos de intensa

concentración, tiempo que tardó en resolver el crucigrama. Resuelto este, tomó el

teléfono y consultó el mensaje. Tenía un mensaje en el buzón de voz. Llamó.

- Tiene un mensaje nuevo. Primer mensaje. Recibido el nueve de� � sí, era de ese día

apenas hacía media hora. La voz maquinal de la operadora robótica advirtió: � El

mensaje tiene una duración de dieciocho minutos.

256

Y entró el mensaje. Eran 18 minutos de nada. De absolutamente nada. Los 18 minutos

más aburridos de la historia de las telecomunicaciones. Los más rentables también. Los

más inútiles. Roces. Golpes. Ruido. Zumbidos. Y silencios. Y detrás de aquellos

silencios, se apreciaba, en la distancia, que los roces y los golpes se debían a que

alguien se había dejado el teléfono en el bolsillo; y que ruidos y silencios se debían a

que alguien se había dejado el teléfono en el bolsillo lateral de una bolsa de viajes.

De pronto, los primeros, los roces y golpes, cesaron.

Llamaban desde un aeropuerto y el dueño del teléfono acababa de llegar al origen de la

megafonía, estaba en alguno de los mostradores de facturación.

El ruido correspondía a la marea de murmullos que inunda un aeropuerto. Un fondo de

voces, música ambiental y megafonía. Los zumbidos no podían ser otra cosa que

aviones.

Estaban en un aeropuerto.

Alguien que estaba a punto de despegar o de aterrizar la había llamado por error.

Dejarse el teclado sin bloquear es lo que tiene. Porque en ese momento escuchó a Juan

decir:

- Perdone, ¿dónde podemos encontrar un taxi?

257

Más ruido. Más zumbidos. Más silencio. Ante lo que parecía ser la incomprensión de la

azafata, Juan insistió:

- Excusez-moi, un taxi pour nous deux?

Y ahí se cortaba la llamada. O Juan se había dado cuenta y había colgado o el teléfono

se había golpeado contra algo pulsando el botón rojo.

¿Y desde cuándo sabía Juan francés?

¿Juan sabía francés?

¿Y Juan 1?

258

epílogo

Algunos de los textos de este libro han salido de mi mano. Otros han sido escritos a dos

manos. Y, aún otros, han sido escritos por una tercera mano. Por los míos, quiero dar las

gracias al otro Luis Montero, quien aunque anticipó mi muerte por lo menos en dos

siglos, al menos fue capaz de acabar la novela. Los escritos a dos manos son

responsabilidad, sobre todo, de Ana Trello, cuya habilidad con el lápiz ha hecho posible

el cómic que ilustra mi fallecimiento. También quiero agradecer la colaboración de

Carmen Cotelo, Almudena Montero y Laura Díaz, sin cuya ayuda, sugerencias y

correcciones Artrópodos jamás hubiese pasado del estado larvario. Y, por los escritos

enteramente por terceros, quiero dar las gracias a Bert Hölldobler y Edwar O. Wilson

por Viaje a las Hormigas; a Alexander B. Klots y Elsie B. Klots por Los Insectos; a

Sergi Clivillé Rovirosa por sus artículos en www.e-animales.com; a A. Torralba por el

III Curso de Iniciación a la Entomología, en www.scriptusnaturae.com; a Lon J.

Mathias por su artículo Polímeros naturales en www.pslc.ws; a María Carolina Gatica

Jonquera y Raúl Armando Galeno Rojas por su artículo Curioso en http://www.unap.cl;

a David Deutsch por su libro The Fabric of Reality; a Hernando Medina por su reportaje

Las Hormigas Culonas y Magaña Loarte por La entomología forense y su aplicación en

la medicina legal, ambos aparecidos en www.insectariumvirtual.com; a Max Tegmark,

259

por su artículo Parellel Universes, not just a staple of science fiction, aparecido en

Scientific American; a James Wong, por su película The One; a José Ernesto Bernal por

su conferencia Entomologia Forense: Determina el tiempo y lugar de un asesinato

dictada en el Primer Congreso Internacional de Ciencias Forenses; a Javier Tomeo por

Bestiario; a José Martinez Maroza por Anecdotario Matemático aparecido en

www.etsi2.ugr.es; a Rosa Thode por su artículo Jepri en www.egiptologia.org; a Mark

Benetti por el informe A brief history of forensic entomology para el International

Forensic Research & Consulting; a la BBC, por su documental sobre tiempo y

conciencia, Time Machine III; a Big Sky Beetle Works, LLC; al Australian Museum

Online, por su web dedicada a la entomología; a Bugguide.net; a Alexandre Colot,

Gilles Caprari y Roland Siegwart, del Swiss Federal Institute of Technology por su

artículo InsBot : Design of an Autonomous Mini Mobile Robot Able to Interact with

Cockroaches; a Skull Taxidermy y su artículo sobre limpieza de esqueletos utilizando

escarabajos Dermestes; a la Burguess Shale Geoscience Foundation y su web; a Jean-

Marc Amé, José Halloy, Colette Rivault, Claire Detrain, y Jean Louis Deneubourg, por

su artículo Collegial decision making based on social amplification leads to optimal

group formation, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, April

11, 2006, vol. 103, no. 15, 5835-5840; a La Flecha, por su artículo Un insecto robot

logra camuflarse en una colonia de cucarachas, publicado en www.laflecha.net; y a los

sitios web del Museo Nacional de Ciencias Naturales, del Museu de Ciències Naturals,

Junta de Andalucía, Entomología.net, a la revista virtual New Books in German y a

Google.