fragmentos.docx

5
Conócete a ti mismo — Díme, Eutidemo, ¿has estado alguna vez en Delfos? —En dos ocasiones—. ¿Has notado, en no sé qué parte del templo, la inscripción: conócete a ti mismo? —Yo sí. — Ahora bien, ¿no has prestado ninguna atención a esa inscripción, o bien la has grabado en tu mente y te has vuelto hacia tí mismo para examinar lo que eres?. . . —En verdad, no me he preocupado en absoluto, pues creía saberlo perfectamente, y apenas si podría conocer otra cosa, si no me conociera a mí mismo—. Pero de estos dos, ¿quién te parece que se conoce a sí mismo: el que sólo sabe su propio nombre, o aquél que se ha examinado como examina a un caballo quien desea comprarlo. . ., o sea que se ha examinado en qué condiciones se halla con respecto al oficio al que está destinado el hombre, y que ha conocido sus propias fuerzas? (JENOFONTE, Memorab., IV, La vida sin examen es indigna de un hombre (PLAT., Apol., XXVIII). Sócrates El conocimiento, condición de sabiduría y de virtud — No (podría) consentir nunca que un hombre, que no tiene conocimiento de sí mismo, pudiera ser sabio. Pues hasta llegaría a afirmar que precisamente en esto consiste la sabiduría, en el conocerse a sí mismo, y estoy conforme con aquél que en Delfos escribió la famosa frase (PLAT., Carmides, 164) ¿Qué, pues? ¿Podremos saber nunca cuál es el arte que convierte a cada uno en mejor, mientras ignoremos qué es

Upload: manuelsilva

Post on 13-Apr-2016

212 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: Fragmentos.docx

Conócete a ti mismo

— Díme, Eutidemo, ¿has estado alguna vez en Delfos? —En dos ocasiones—. ¿Has notado, en no sé qué parte del templo, la inscripción: conócete a ti mismo? —Yo sí. —Ahora bien, ¿no has prestado ninguna atención a esa inscripción, o bien la has grabado en tu mente y te has vuelto hacia tí mismo para examinar lo que eres?. . . —En verdad, no me he preocupado en absoluto, pues creía saberlo perfectamente, y apenas si podría conocer otra cosa, si no me conociera a mí mismo—. Pero de estos dos, ¿quién te parece que se conoce a sí mismo: el que sólo sabe su propio nombre, o aquél que se ha examinado como examina a un caballo quien desea comprarlo. . ., o sea que se ha examinado en qué condiciones se halla con respecto al oficio al que está destinado el hombre, y que ha conocido sus propias fuerzas? (JENOFONTE, Memorab., IV,

La vida sin examen es indigna de un hombre (PLAT., Apol., XXVIII).

Sócrates

El conocimiento, condición de sabiduría y de virtud

— No (podría) consentir nunca que un hombre, que no tiene conocimiento de sí mismo, pudiera ser sabio. Pues hasta llegaría a afirmar que precisamente en esto consiste la sabiduría, en el conocerse a sí mismo, y estoy conforme con aquél que en Delfos escribió la famosa frase (PLAT., Carmides, 164)¿Qué, pues? ¿Podremos saber nunca cuál es el arte que convierte a cada uno en mejor, mientras ignoremos qué es lo que somos nosotros mismos? —Imposible—. . . Entonces, hasta que no nos conozcamos a nosotros mismos y no seamos sabios, ¿podremos saber jamás qué es lo bueno que nos pertenece y qué lo malo? (PLAT., Alcib. prim., 128 y 133).

Sócrates

Page 2: Fragmentos.docx

El método de la Introspección

¿Es, acaso, cosa fácil conocerse a sí mismo, y fue hombre de poco valor quien escribió este precepto sobre el templo de Apolo, o bien es cosa difícil y no accesible a todos? Vamos, ¡ánimo!, ¿de qué manera podría descubrirse este sí mismo?. . . ¿Qué es el hombre? —No sé decirlo. —Pero tú sabes decir que es aquél que se sirve de su cuerpo. —Sí—. ¿Y quién se sirve del cuerpo, sino el alma?. . . Conocer el alma, pues, nos ordena, quien nos ordena: conócete a ti mismo. —Así parece—.Ahora bien, ¿cómo podremos conocerla del modo más claro?. . . Procura tú también. Si (la inscripción de Delfos) hubiese dicho al ojo, como a un hombre, para aconsejarlo: mírate a ti mismo, ¿cómo y a qué crees que lo exhortara? ¿Quizás a mirar aquello, mirando a lo cual, el ojo podría verse a sí mismo?. . . Evidentemente, pues, a mirarse en un espejo o cosa semejante. —Justamente—. Ahora bien, ¿no hay también algo semejante en (otro) ojo, en el cual nosotros podamos mirar? —Ciertamente—. Un ojo, pues, si quiere verse a sí mismo, es preciso que mire en un ojo, primero en aquella parte del ojo, en la que reside la virtud del ojo que, precisamente, es la vista. . . Ahora bien, también el alma, si quiere conocerse a sí misma, ¿no necesita, quizá, que mire en un alma, y sobre todo en aquella parte de ella en la que reside la virtud del alma, la sabiduría? Y quien mire en ella y conozca todo su ser divino, podrá conocerse a sí mismo, sobre todo, de esta manera (PLAT., Alcib. Primero, 1, 129, 130, 132-3).

Sócrates

La docta ignorancia (conciencia de los problemas)

— Querefonte (vosotros lo conocéis) . . . habiendo ido en una ocasión a Delfos, osó interrogar al oráculo. . . si había alguien más sabio que yo. Respondió la Pitia: ninguno. . . Entonces, oyendo tales palabras, pensé: ¿Qué es lo que dice el Dios? ¿Qué se oculta en sus palabras?; porque yo no tengo conciencia, ni mucha ni poca, de ser sabio. ¿Qué dice, entonces, afirmando que soy sapientísimo? Y durante mucho tiempo permanecí dudando de lo que Él quisiese decir. Después, fatigosamente, comencé a investigar de la manera siguiente. Fui a visitar a uno de aquellos que parecen sabios, y me dije a mí mismo: Ahora, desmentiré el vaticinio, y demostraré al oráculo que éste es más sabio que yo: y tú en cambio, dijiste que soy yo (más sabio). Y he aquí lo que me sucedió. Habiéndome puesto a conversar con él, me pareció que este hombre, aunque bien parecía sabio a muchos otros hombres, y especialmente a él mismo, pero que en realidad no lo era. Y traté de demostrárselo: tú crees ser sabio, pero no lo eres. . . Habiéndome ido, comencé a razonar, y me dije así: yo soy más sabio que este hombre, pues, por lo que me parece, ninguno de nosotros dos sabe nada bueno ni bello, pero éste cree saber, y no sabe; yo no sé, pero tampoco creo saber. Y parece que por esta pequeñez soy más sabio yo, pues no creo saber lo que no sé (PLATÓN, Apol., V-VI).

Me parece ver una especie más grande y peligrosa y bien definida de la ignorancia, que tiene (por sí sola) un peso igual al de todas las otras partes de ella. —¿Cuál?— Aquélla que no sabe y cree saber, pues a causa de ésta, corremos el riesgo de que nos sucedan a todos nosotros los despropósitos que cometemos con la inteligencia (PLAT. Sofista, 22

Sócrates

Page 3: Fragmentos.docx

El refugio en el interior del alma

— Se buscan refugios solitarios...; pero es cosa realmente necia...; pues el hombre no tiene lugar más apropiado para refugiarse tranquilo y sereno que en su propio alma... (IV, 3 ) ... La mente libre de pasiones es una fortaleza: no tiene ninguna más sólida el hombre, refugiándose en la cual pueda permanecer inapresable. Quien no la conoce, es ignorante: quien, conociéndola, no se refugia en ella, es un infeliz (VIII, 48). Vuelve la mirada hacia tu interior. En lo interior (del alma) se halla la fuente del bien, siempre inagotable a medida que se profundiza más en ella (VII, 59).. . .No te encierres completamente en el alma, ni te arrojes enteramente al exterior... ¿Cómo podrás poseer en tu interior un manantial inagotable? Conservándote constantemente en libertad, con mansedumbre, simplicidad y modestia (VIII, 51).

Marco Aurelio

La vida como milicia y las adversidades como prueba y educación de las virtudes

— Entre las múltiples palabras magníficas de nuestro Demetrio [el cínico], éstas. . . suenan y vibran aún en mis oídos: nada (dice) me parece más infeliz, que aquel que nunca ha sufrido alguna calamidad. Pues no ha tenido oportunidad de experimentarse a sí mismo (De la provid., III, 3). Has pasado la vida sin lucha; nadie sabrá jamás aquello de lo que hubieses sido capaz. Ni aun tú mismo. Para conocerse es menester la prueba. Sólo experimentando llega a conocer cada uno su propia capacidad. . . Los magnánimos gozan a veces con la adversidad, de manera no diferente a los valerosos soldados en la guerra... La virtud es ávida de peligros, y piensa siempre en el fin hacia el cual tiende, nunca en lo que ha de sufrir. . . El piloto se conoce en la tempestad y el soldado en la batalla. . . La desgracia es ocasión de virtud. Aquellos se llamarían con razón infelices, que se entorpecen con el exceso de felicidad por ser mantenidos en inerte tranquilidad como en un mar sin viento. Cualquier cosa que les acontece, los toma desprevenidos (íbid., IV, 3-7). Afrontando a menudo la lucha, nos convertiremos en más fuertes. La parte más robusta del cuerpo es aquella que más frecuentemente ha sido movida por el ejercicio. . . No es fuerte y sólido el árbol, si el viento no lo ha azotado frecuentemente (ib., 12 y 16).

Séneca