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LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL

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LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL

ALUMNO: JUAN FERNANDO ACEVEDO

CURSO: 1° DE FILOSOFÍA

AÑO: 2004TUTOR: FR. DANIEL MEURZET OCD

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INTRODUCCIÓN

El mandato del Maestro es: «Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo» (Mt. 5, 48.) Quien quiera seguirme que tome su cruz, renuncie a sí mismo y me siga. Quien quiera seguir al Maestro en una vida de perfección, de santidad, de felicidad deberá procurar dejarse guiar por el Espíritu. La Dirección Espiritual es uno de los medios por el cual el Espíritu se manifiesta para guiarnos, santificarnos, en el camino del encuentro al Padre. Es cierto también que no es el único, pero es el modo más habitual y ordinario que se tiene para recorrer este camino.

Nadie puede guiarse a sí mismo sin una ayuda especial de Dios. La falta de objetividad, el apasionamiento con que nos vemos a nosotros mismos, la pereza, van difuminando nuestro camino hacia Dios. Y llega el estancamiento espiritual, la mediocridad aceptada, el desánimo, la tibieza. Cuando se trata de llegar a Dios hay que actuar con sentido común, debemos dejarnos orientar por quien conoce el camino que conduce a él.

No podemos esperar gracias especiales si no queremos utilizar los medios que tenemos a mano: los que Dios, de una manera natural y ordinaria, ha puesto a nuestro alcance. Dice San Vicente Ferrer que «Nuestro Señor, sin el cual nada podemos, nunca concede su gracia a aquel que, teniendo a disposición a una persona capaz de instruirle y dirigirle, desprecia este eficacísimo medio de santificación, creyendo que se basta a sí mismo y que por sus solas fuerzas puede buscar y encontrar lo necesario para su salvación… Aquel que tuviere un director y le obedeciere sin reservas y en todas las cosas, llegará al fin mucho más fácilmente que si estuviera solo, aunque poseyera muy aguda inteligencia y muy sabios libros de cosas espirituales…» (Sobre la vida espiritual, 2, 1).

La dirección espiritual canaliza nuestros afanes de lucha contra la mediocridad espiritual y contra el pecado. Es un medio que la Iglesia, desde los primeros siglos, ha recomendado siempre como medio eficacísimo para progresar en la vida del cristiano.

La dirección espiritual es un tema muy tradicional pero que ha entrado en crisis en los últimos años. Hoy vuelve hablarse de la dirección espiritual después de un período de desvalorización y de abandono debido a múltiples causas, muchas de ellas asociadas a la carga etimológica que traen estos términos desde la Edad Media.

Juan Pablo II, en una carta que dirigía a los seminaristas de España, Valencia el 8-XI-1982, les dice: “En la propia vida no faltan las oscuridades e incluso debilidades. Es el momento de la dirección espiritual personal. Si se habla confiadamente, si se exponen con sencillez las propias luchas interiores, se sale siempre adelante, y no habrá obstáculo ni tentación que logre apartaros de Cristo”.

Cuando se quiere progresar en la vida interior se hace necesaria la Dirección Espiritual, para ello hay que conocer de qué se trata, la necesidad de practicarla, los medios que disponemos, las personas que intervienen, sus cualidades, sus problemas, para que así podamos

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dejarnos guiar por el Espíritu que sabe cuál es la voluntad divina para nosotros, las que nos conducirá hacia la Felicidad Eterna.

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1. ESENCIA, FINALIDAD Y NATURALEZA.

1.1. ESENCIA

La Dirección Espiritual está conectada y hace referencia a la finalidad profunda del ser humano, a su mismo “proyecto existencial”. El hombre tiene un dinamismo connatural propio según una realización final de sí mismo, un proyecto trazado. Esa conexión consiste en una ayuda para esa finalidad: ayuda de un hombre a otro hombre en una relación humana que podríamos expresar como “relación humana de ayuda” en vistas a captar y llevar a cabo la finalidad.

Esa finalidad se capta y se va realizando hacia la plenitud en la experiencia cristiana. La Dirección Espiritual se apoya en esa misma esencia del hombre, y en concreto del hombre cristiano, que como tal “sacramentaliza” en sí la experiencia de Jesús. La persona humana dejada sola al comienzo de su búsqueda, se siente insegura, débil, inconstante y ansiosa. Necesita ayuda. Una ayuda, en medio de debilidades y negatividades, para ese dinamismo interior que todo hombre posee y defiende celosamente.

La Dirección Espiritual es una ayuda en un acompañamiento progresivo que un cristiano suficientemente capacitado intenta dar a otro, para que éste capte en la comunicación personal que Dios le brinda la finalidad para la cual existe, responda a esa iniciativa de Dios para con él, aumente esa relación comunicativa y asuma responsable y efectivamente las exigencias derivadas de esa finalidad.

El eje sobre el que gira la Dirección Espiritual no deberá estar en adoctrinamientos, consejos formulados o mandatos decretados sino en la experiencia religiosa del dirigido. De esta experiencia se desprenderá una vida dialogal que será esencial en la Dirección Espiritual.

También la Dirección Espiritual se ha tomado con frecuencia como un encuentro con el director para discutir o solucionar problemas circunstanciales del dirigido, pero eso no es la verdadera Dirección Espiritual, su objetivo no es solventar y tratar de solventar problemas del momento y “salir del paso”; además, eso puede servir de cortina de humo para evadir la verdadera responsabilidad del dirigido que es el encuentro personal y dialogal con Dios dando una respuesta; y evadir también lo esencial del papel del director: ayudar y fomentar la experiencia religiosa del dirigido. El solventar problemas aislados es una actividad de francotirador y da ocasión a otros problemas, interminables: porque los problemas del ser humano tienen algo de infinito.

Una verdadera Dirección Espiritual:

No puede llevar consigo el ceder a otro la responsabilidad de decisión de la propia vida. Al contrario, fomentará al máximo el desarrollo de la responsabilidad y de la decisión autónoma del dirigido delante de sí mismo y, sobre todo, delante de Dios con quien se relaciona.

Conducirá a una aclaración y aceptación responsable de la propia identidad integral y ésta será fuente de energía que llevará al

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dirigido a enfrentar con equilibrio, sus problemas: previniéndolos, solucionándolos o soportándolos.

Tiene como principio fundamental lo siguiente: sólo el Espíritu Santo es el que dirige. La acción de Dios, si no hay impedimentos, es la que dirige y transforma. Y esa dirección tiene que asumirla y captarla el dirigido mismo en el encuentro relacional con Él en la oración. El director será el instrumento que encauce, proteja y alimente la vida de relaciones del dirigido con el Espíritu Santo. Éste guiará por la inspiración en la conciencia y guiará también por la razón iluminada por la fe.

El proceso de discernimiento espiritual continuado no va ciertamente a que el dirigido se “sienta mejor”, sino a que se realice en su ser fundamental; va “a ser mejor”.

En lo más profundo de la esencia de la Dirección Espiritual está en que esta no se apoya en construcciones mentales, estrategias o prácticas, sino en la atracción de Alguien, el Padre, hacia Alguien, Jesús, por la acción de Alguien, el Espíritu Santo. La Dirección Espiritual tendrá en su centro el percibir y ser fiel a esa presencia activa de Dios en la persona y su proceso.

La experiencia de Dios se da en y por la experiencia humana, La experiencia humana es mediación para la experiencia con Dios. De aquí que la Dirección Espiritual toma como punto de partida el hombre real, lo que es humano de por sí e integralmente: cuerpo, psiquismo y espíritu, y la situación concreta en que se halla en ese momento la persona.

Sintetizando lo dicho, puedo decir que la Dirección espiritual es:

Ayuda de un hombre a otro hombre, con cierta continuidad, en orden a la búsqueda y realización de su finalidad más profunda y proyecto existencial.

Relación humana de ayuda de un cristiano a otro en el proceso de búsqueda, discernimiento, libre decisión y ejecución de un proyecto de su existencia humano – cristiana.

Ayuda para discernir y crecer en la respuesta al Espíritu que atrae, inspira e impulsa en orden a la realización final del hombre para la alabanza de la gloria de Dios.

Ayuda de un hermano para crecer en la praxis de Jesús de Nazaret.

Pedagogía psicoespiritual a la experiencia de Jesús.

Diálogo espiritual, entendido como un tipo de comunicación interpersonal en el que un adulto (acompañante) ayuda a otro adulto (acompañado) en su crecimiento espiritual.

Acompañamiento y asesoría en la peregrinación conductora del Espíritu Santo en el espíritu de la persona hacia la santidad.

De todo lo anterior y de los esbozos de definición es necesario destacar y analizar los siguientes elementos:

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Ayuda: La Dirección Espiritual fundamentalmente es una ayuda. No es sustituto de la función de decisión. Significa una presencia activa y acompañante que provee fuerzas supletorias para algo que tiene que realizar otro. En líneas generales será potenciar al máximo las energías y posibilidades; y eliminar, disminuir o inhibir las debilidades en orden a conseguir un equilibrio en libertad suficiente para llevar a cabo el proceso de búsqueda. Naturalmente la ayuda vendrá de alguien que conoce más y mejor el funcionamiento de la realidad humana en sus diversos niveles y de quien puede esclarecer más el mensaje cristiano aplicado. Y aunque el que ayuda no sepa más puede proveer una asistencia con la presencia, la acogida y el apoyo. Por eso la ayuda es más que la entrevista, es decir el encuentro como tal y el diálogo. No es simplemente consejaduría: no es la principal función del director decirle al dirigido qué tiene que hacer, aunque le pueda ofrecer ayuda con sus sugerencias provechosas. Su función principal será la de ofrecer ayuda en estas áreas: liberación, clarificación, discernimiento y apoyo.

Antropología definida: La Dirección Espiritual lleva consigo una antropología bien definida y con elementos bien determinados y claros:

o El ser humano es unitario y distinto: cada persona es única e irrepetible y, por lo tanto, distinta a los demás. La visión filosófica – teológica que se tiene del hombre es unitaria, en efecto, cuerpo, psique y espíritu son atributos íntimos, aunque no en el mismo grado de esencia, del único yo. Por lo tanto el acompañamiento ha de ser integrador, debe hacer referencia a todos los estratos de la persona. No hay que tener en cuenta solamente la “vida espiritual” del dirigido sino todos los aspectos de su ser armónicamente, porque no se ayuda a un “alma” sino a un hombre entero con sus circunstancias. De allí que a cada uno hay que considerarlo como es y en las condicionalidades circunstanciales en que está, y no de un modo abstracto ni exclusivamente según los principios generales de tal o cual ley puntualmente determinada.

o El hombre es un ser con una finalidad: no es un ser “propulsado” sino un ser atraído por un fin, y todo él, desde lo más íntimo tiende hacia ese fin. Hay en él un anhelo estructural y preconsciente de vida divina que lo impulsa hacia lo Excelente, hacia el Fin Último, hacia su Creador.

o El hombre es un ser libre: La Dirección Espiritual asume y respeta a la persona como libre ya que toda la pedagogía pasa por la libertad. Asume y respeta el principio de la intransferible autonomía de la persona. Pero como el hombre es un ser con finalidad, por lo tanto su libertad deberá ser de la misma naturaleza, es decir dinámica y teleológica, que tienda a un fin. Ayudar a vivir en esa libertad dinámica significa que a la persona humana se la educa no tanto para “tener libertad” sino para ser “libre de” y así poder activar un crecimiento hacia una finalidad. Ser “libre de…” es liberarse de todo impedimento o alienación psíquica, ideológica, sociológica, etc., para entregar la vida por algo que vale la pena.

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o Entendiendo así la libertad, el hombre debe tomar libres decisiones: así cuando decida libremente sobre algo bueno lo hará bueno y al contrario una libre decisión por algo malo lo hace malo.

o La antropología asume también el principio de la individualidad y auto-identidad, y por lo tanto, opta por un respeto total por ella ya que en sí es independiente. Cada persona al ser distinta a las demás es de una identidad autónoma. Puede individualizarse de los demás y ser quien es. Esto lo llevará a perfilar su propia identidad haciéndola consciente y construyéndola en maduración. En el proceso de encontrar la propia identidad jugará un papel importante el que la Dirección Espiritual conduzca al dirigido a presentarse a sí mismo ante Dios tal como realmente es, a que acepte en profundidad que Dios lo ama y acepta como es. Por eso, el director más que dar normas, lo que preferentemente debe hacer es despertar la conciencia en el dirigido de que tiene que ser el mismo ante Dios y ante los demás.

o El hombre como “capaz de Dios”: La antropología será cristiana, el hombre como tal pero con las actitudes del Hombre, Jesús. Jesús tuvo, como hombre, la experiencia de sentirse amado y acogido por el Padre-Dios. Fue experiencia “fontal” porque de ella nació como de su fuente el amor al hermano: el amar y acoger al hombre como el Padre-Dios lo ama y acoge. La experiencia de Jesús fue experimentar en toda la dimensión del ser “homo capax Dei” y de ahí capaz del hermano.

o Por lo tanto el hombre es un ser unitario, distinto, autoidentificado, esencialmente independiente y relacionable a la vez, capaz de ser libre a pesar de los condicionamientos de su inconsciente y de su historicidad, capaz de decidir absolutamente sobre sí mismo aunque en maduración dinámica hacia una Finalidad, digno de ser respetado y amado, cristiano de raíz.

El Espíritu Santo: La Dirección Espiritual es un proceso de ayuda y en todo ese proceso actúa inspirando e impulsando el Espíritu Santo. Más aún, la Dirección Espiritual de fondo, propiamente dicha, es la que lleva adelante el Espíritu Santo, y es Él el único Director Espiritual en pleno sentido de la palabra. El liderazgo es del Espíritu. Tanto es así que la vida entera del hombre, en cuanto es guiada por el Espíritu, toda ella es “vida espiritual”. La Dirección Espiritual, es sólo para preparar, liberar interiormente y quitar obstáculos a fin de que actúe el Espíritu Santo y la persona responda al máximo posible. No se trata simple-mente de poner unas metas y a base de inducir voluntad de ejecución conseguirlas. Nada hay más alejado de la esencia de la Dirección Espiritual que un voluntarismo ascético que ya de antemano quiere fijar las gracias que Dios “debería” comunicar al dirigido. El Espíritu Santo inspira cuando y como quiere. La actitud acertada del hombre sólo tiene que ser la apertura, la docilidad sana, la plena responsabilidad y disponibilidad generosa, la espera en constancia. Para llegar a esa docilidad al Espíritu no basta la gracia bautismal a secas, sino que la persona entera debe disponerse en libertad. El error máximo y

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esterilizante de la Dirección Espiritual sería considerar a ésta como una actividad cerrada en sí misma, es decir, del director y del dirigido como si entre los dos solos plantearan una empresa cualquiera.

La Dirección (y el director) es un instrumento ministerial de la Dirección Formal que es la del Espíritu Santo.

La Dirección efectiva (formal) es un “ministerium verbi”: un ministerio de la palabra. Supone, por tanto, una mediación entre Dios y el hombre.

Al admitir esta realidad decisiva de la acción del Espíritu Santo, se puede afirmar que propiamente no existen diversos tipos de Dirección Espiritual, ya que sólo existe el camino inescrutado del Espíritu para cada uno.

El Espíritu Santo habla al yo-profundo reflejando su voz en la conciencia en forma de orientación al modo de brújula sensible, y también por medio de las “mociones”. Son éstas ciertas atracciones o rechazos inducidos por Él en el espíritu humano con repercusión en toda la persona sobre todo en su parte sensible y emocional. Aunque, por no estar atado a nada, el Espíritu puede guiar por infinidad de modos: acontecimientos, condicionamientos de carácter, decisiones de terceras personas, etc.

De aquí que siempre haya que estar a la expectativa: tener la convicción y sensación de que es el Otro el que está decidiendo los caminos, los criterios y los hechos, y de que yo descubro esos caminos en la relación dialogal con Él y decido libremente asumir o rechazar. El capítulo 8 de la carta a los Romanos, cuyo tema central es la vida del cristiano en el espíritu, da la clave de intelección de lo que vamos tratando: “todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de Dios” (v.14). A su vez en Gálatas 5,18 se insiste en que hace falta estar libre para ser guiados por el espíritu. En ambos textos se expresa que el Espíritu Santo es el que guía. Además de ser el principio mismo de una vida divina, es el maestro “desde dentro”, el dinamizador, el abogado, el consolador, el testigo de Jesús en el interior de la persona, el memorizador de la doctrina y de la vivencia de Jesús, el esclarecedor, el interprete de la realidad, el orientador, el que lleva al “más” trascendente y eterno, a la Finalidad-Absoluta. Su acción es muchas veces inesperada e inescrutable y “sopla” donde quiere, oyes su voz pero no sabes de dónde viene ni a dónde va e invita a dejarse llevar. El Espíritu Santo es el que atrae y guía desde el yo-profundo porque es espíritu de sabiduría e inteligencia, consejo, fortaleza y ciencia.

Todo el que tenga alguna clase de relación de ayuda espiritual con otra persona o alguna forma de dirección espiritual, tiene necesariamente que estar convencido, y respetar, la realidad de que el Espíritu no está inerte sino que actúa en esa persona; es decir, que continuamente hay que discernir “por dónde le lleva” aunque no se vea claro cuál ha de ser el siguiente paso.

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Santidad. La Dirección Espiritual, al no ser una simple asesoría, sino una ayuda al hombre en orden a conseguir el fin último para el que existe, tiene como telón de fondo la santidad a la que está destinado; y es precisamente el Espíritu Santo el que conduce al Santo y va identificando con él.

Búsqueda laboriosa. La Dirección Espiritual supone también una búsqueda y una laboriosidad concretadas en un trabajo de liberación interior de discernimiento de lo que va pidiendo Dios a cada uno, de decisiones casi siempre arduas y de puesta en práctica llena de obstáculos. Esto es consecuencia de dos cosas: la primera, que el hombre es un ser en maduración y en crecimiento; y la segunda, que el hombre es débil y por su naturaleza frágil. Su trabajo ha de ser ir encontrando, en camino progresivo, las actitudes y sus actos concretos correspondientes con los que “construir” su finalidad existencial.

Dios nos ama del todo, gratuitamente y primero, y pide una respuesta del todo, gratuita y presta. La Dirección Espiritual va a ayudar a buscar la respuesta más adecuada, respuesta hecha obras; y esa búsqueda para ambos, director y dirigido, es laboriosa, difícil y dura.

La ayuda del director será, pues, una laboriosa búsqueda compartida en favor del dirigido pero será éste el que tenga que enfrentarse a si mismo para liberarse, enfrentarse en total apertura al Padre examinando el impulso de su Espíritu y decidir, con sus consecuencias prácticas, lo que Él quiere.

Dentro de esa dura búsqueda entra el ir creciendo en los motivos de su vivir y actuar porque si uno no crece buscando nuevos y más profundos motivos, los iniciales se van haciendo insuficientes. La búsqueda de un sentido motivado cada vez más profundo de la vida siempre será difícil y doloroso. Quien inicie un proceso de Dirección Espiritual descartando previamente la búsqueda intensa, el esfuerzo y la laboriosidad, está llamado al fracaso.

Hemos visto: ayuda; antropología definida; acción del Espíritu Santo; santidad y búsqueda laboriosa. Estos han sido los elementos que elegí para resaltar la esencia de la Dirección Espiritual. Son como pilares que no se pueden prescindir para su comprensión recta aunque evidentemente no sean los únicos.

1.2. FINALIDAD

Apoyados en la definición vista y en los elementos fundamentales se puede responder con facilidad a la pregunta: ¿Qué pretende la Dirección Espiritual? ¿a dónde va? Porque si se tiene bien clara su finalidad, toda metodología o estrategia de actuación adquirirá, en diverso grado, el rango de “relativas” respecto a esa finalidad. El curar o disminuir una neurosis, está bien; pero la Dirección Espiritual no va directamente a curar neurosis, sin embargo si logra curar alguna conseguirá una libertad mayor en la persona que a su vez le servirá para algo más alto dentro de su proceso; la finalidad de toda actuación estará sometida a la principal.

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Así pues, la Dirección Espiritual pretende ayudar a que la persona lle-gue a realizarse en su ser más pleno, a ser lo que debe ser en su existencia. Por tanto, pretende ayudar a conocer el plan de Dios sobre la vida de la persona, y a poner los medios conducentes en orden a la respuesta más adecuada. Dicho de un modo más teológico, ayudar a que la persona dé un culto mayor a Dios en espíritu y en verdad en el desarrollo de su existencia. La Dirección Espiritual pretende echar a andar y desarrollar un proceso de búsqueda de los designios de Dios sobre la persona y un proceso de preparación para la respuesta más adecuada a la iniciativa divina. Va a ayudar a que la persona desarrolle ese proceso desde las máximas posibilidades de libertad interior, desde motivos fundados en valores definitivos y absolutos, con una opción del todo responsable. Para eso deberá tender, en primer lugar, a reconstruir la unidad interior personal, esa unidad que le permitirá optar por motivos claros y en libertad. “El acompañamiento espiritual no puede quedar en los aspectos o niveles más superficiales de la personalidad sino que ha de procurar llegar a los más interiores de la persona para que ésta se vaya construyendo y creciendo desde dentro, desde sí misma”. Será un crecer orgánico y armónico en su propio valor deliberadamente asumido de tal manera que el individuo encuentre en sí mismo la justificación de sus decisiones.

Según esto, la Dirección Espiritual pretende ayudar a:

1. Liberarse en un máximo posible de todo lo que pueda condicionar la búsqueda y su opción.

2. Descubrir la llamada de Dios a la persona: llamada al ser, al ser-humano, alser-humano-cristiano y en concreto a descubrir en esa llamada los motivos que le impulsen a la realización concreta del designio de Dios sobre él en cada aquí-y-ahora, en cada momento.

3. Potenciar las opciones y decisiones, y su puesta en práctica.

A cada uno de estos puntos corresponden las siguientes actividades:

Al primero corresponde aplicar toda una serie de técnicas y dinámicas (especialmente psicológicas) que procuren una liberación interior progresiva y cada vez más amplia de la persona. Trabajo que siempre será largo y arduo.

Al segundo corresponde facilitar y fomentar una dimensión contemplativa de la persona para que en una cierta clase de unión con Dios vaya discerniendo su designio sobre su vida. Es decir, fomentar de alguna manera la vida interior de oración y en ella aclarar la voz del Espíritu y lograr la docilidad en maduración a él: Supone crecimiento; hacer que toda esa experiencia constituya una “motivación coherente” que le dé fuerza interior: que la motivación sea lo que significa, motor.

Al tercero corresponde facilitar y fomentar elecciones y decisiones comprometidas, es decir, realizadas con la eficacia en y con una praxis; facilitar y fomentar actitudes que lleven a “trascenderse a sí mismo”

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(perderse, renunciarse…), a soportar y mantener las decisiones a pesar de los obstáculos inevitables removiendo en lo posible los evitables. Así mismo, acompañar y apoyar a la persona en sus esfuerzos en medio de las debilidades durante el proceso, y ayudar a adaptar sin cesar los actos de cada instante a lo decidido.

1.3. NATURALEZA

Dentro de la naturaleza de la Dirección Espiritual se encuentra el que ella es tarea de carácter netamente eclesial. Su práctica tiene la misión misma de la Iglesia. La función docente de la Iglesia se da en orden a rendir un culto mayor y mejor a Dios “en espíritu y en verdad”. La Iglesia, al vivir plenamente esa función de su misión total, no sólo enseñará la verdad y el camino (dogmas y costumbres) para ese culto fundamental, sino que ayudará de todas las formas posibles a que, además de la Comunidad, cada uno, dentro de esa verdad y camino, vaya buscando y respondiendo a las iniciativas de Dios (muchas veces imprevisibles) a fin de que ese culto se dé también hasta en los perfiles personales “en espíritu y en verdad” dentro de sí; esto es, se dé en rectitud de corazón y con mente más iluminada. Así, en cada persona el culto será más agradable al Creador. Ese llevar a la Comunidad y a cada uno a un culto mayor y mejor a Dios constituye el servicio espiritual de la Iglesia y el centro mismo de su pastoral.

Pero la Iglesia no solamente es docente, sino que gobierna y santifica en estado de servicio. En todos los sentidos y en su esencia, ella es servidora como su Fundador y sus Apóstoles lo fueron. Para este servicio precisamente recibió el triple poder de enseñar, gobernar y santificar. La Dirección Espiritual, que es servicio para ayudar a una persona a ir a Dios, participa de ese triple poder pero no a un nivel de jurisdicción y de comunidad como Cuerpo, sino a nivel carismático de “ayuda fraterna”, de hermano a hermano. Ayuda fraterna de tipo carismático de una significación muy estrechamente análoga a aquel “corazón de carne” bíblico, flexible y misericordioso. La Dirección Espiritual presta su servicio ayudando a “saber”, a poseer la “sabiduría” que “hace amigos de Dios”, dando instrucción en la doctrina y en el hacer (cuando haga falta), ayudando a “ir” por la vía de la praxis de Jesús, a encontrar al Dios-Santo, a discernir sus designios sobre cada uno y a decidirse por ellos. Son estos servicios precisamente la versión carismática del triple poder: enseñar, gobernar, santificar. La Dirección Espiritual, por tanto, no hace referencia directamente al poder eclesiástico jurisdiccional. Y al no exigir los poderes jurisdiccionales, puede ser ejercida por sacerdotes, religiosos o laicos; es decir, por el hermano-en-iglesia; aunque la del sacerdote es, por lo general, preferible por el carisma del Orden y de la formación teológica que posee.

La tarea de “estar con el hermano e ir con él” ayudándolo en su bús-queda, tiene carácter eclesial también porque viniendo de un hermano-en-Iglesia va a un hermano-en-Iglesia. La persona, el dirigido, se comunica con otro miembro de la Iglesia en lo que se refiere a su relación con Dios y a su vida concreta como praxis cristiana.

En la Iglesia es donde habita el Espíritu Santo y donde establece el rei-

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nado de docilidad por amor. De aquí que la Dirección Espiritual, que fundamentalmente es docilidad activa al Espíritu, tenga que ubicarse necesariamente dentro de la dimensión eclesiológica. El mismo Espíritu que guía a la Iglesia-Comunidad guía a cada miembro dentro de esa comunidad; por tanto, no hay contradicción sino complementariedad. La ayuda que constituye la Dirección Espiritual no se puede considerar como algo independiente y aislado, sino que se da dentro del ejercicio amplio de la maternidad de la Iglesia que “hace-crecer” y dentro de la pastoralidad de ella que conduce y guía acompañando desde dentro. El concepto de pastoral es muy apropiado aquí porque la finalidad de la Dirección Espiritual es “ayudar-a-ir” que es propio del pastor, y la función pastoral es propia, por su fundación, de la labor eclesial.

Dentro de la acción pastoral de la Iglesia está el “discernimiento de los carismas” y su puesta en práctica, y para esto, a nivel personal y a nivel no-jerárquico sino carismático, es necesaria la ayuda y el acompañamiento: es decir, la Dirección Espiritual.

El “cuidado pastoral” dentro de la Iglesia lo tienen, en primer y princi-pal lugar, los que han dedicado su vida de un modo especial a ella como pastores jerárquicos (nivel jerárquico, y, en segundo lugar, cualquier hermano, teóricamente hablando, “porque Dios ha dado al hermano el cuidado de su hermano” y Dios se sirve de otros para la santificación de múltiples e inesperados modos (nivel carismático). En ambos niveles actúa el mismo Espíritu Santo. Es obvio el entender que en circunstancias nor-males hace falta un buen grado de preparación y formación, aunque lo importante es que el que ayuda lo haga facilitando que la persona se ponga enfrente a Dios quien se le comunicará y le hará libre.

La tarea de la Dirección Espiritual pertenece, por tanto y primaria-mente, a la dimensión carismática de la Iglesia y por eso se le puede llamar tarea eclesiástica.

Respecto a la Dirección Espiritual, dado su carácter carismático, nunca hubo, ni hay, un mandato explícito solamente para esa misión. En el conjunto ministerial sacerdotal, si. Sin embargo, en la historia de la Iglesia, muchos de los mejores directores espirituales no recibieron el orden sacerdotal e incluso fueron mujeres. Recuérdese, por ejemplo, los antiguos monjes, santa Catalina de Siena, santa Teresa de Jesús, santa Teresa de Lisieux, santa Teresa de los Andes, san Alonso Rodríguez, san Ignacio de Loyola antes de ser sacerdote, san Francisco de Asís que sólo fue diácono, etc. La dimensión carismática de la Iglesia, por lo menos en general, es tan necesaria a ella como la jerárquica. Por eso en el seno de la comunidad eclesial tiene que haber personas que tengan la tarea, al menos por caridad, de “acompañar a otros en el camino del espíritu”, de ayudar a “buscar junto con”, de “estar con” en el discernimiento...

2. NECESIDAD DE LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL

Aunque no sea un medio absolutamente necesario para la santificación de las almas, es la dirección el medio normal que estas tienen para conseguir el adelantamiento espiritual. Al fundar la Iglesia, quiso Nuestro

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Señor que los fieles se santificasen por la sumisión al Papa y a los obispos en el fuero externo, tiene el interno a los confesores que enseñan los medio para no caer en el pecado y progresar en la virtud.

El papa León XIII siguiendo San Francisco, recuerda que hasta san Pablo recibió la guía del Señor. En el momento de su conversión, Jesús, en lugar de revelarle directamente su voluntad, le envió a Ananías, en Damasco, para que aprendiera de su boca lo que debía hacer. San Agustín dice también: “como no puede un ciego seguir el camino recto sin un lazarillo, tampoco puede nadie caminar sin guía”. Nadie es juez en su propia causa, en razón del secreto orgullo que puede hacernos desviar del camino recto. Casiano, en sus conferencias, afirma que aquel que se apoye en su propio juicio nunca llegará a la perfección, ni podrá evitar los lazos del demonio. Y concluye que la mejor manera de triunfar de las tentaciones más peligrosa, es manifestarla a un sabio consejero, que tenga la gracia de estado para aconsejarnos y lo cierto que muchas veces basta manifestarla a quien corresponda, para hacerla desaparecer. San Bernardo en una de sus cartas escribe: “aquel que se constituye en maestro de sí mismo, se hace discípulo de un necio”. Y añade: “me atrevo a afirmar que es mucho más sencillo conducir a muchos otros que conducirme a mi solo”. Es que el amor propio nos engaña menos cuando se trata de dirigir a los demás que al dirigirnos a nosotros mismos; y si fuéramos capaces de aplicar los remedios que damos a los demás, avanzaríamos con gran rapidez.

En general, todo lo que han instalado las cumbres de la perfección, lo han conseguido por el camino de la obediencia, a menos que, por privilegio y gracia singular, Dios haya instruido a algunas almas que no tuvieron quien las dirigiera.

La misma doctrina encontramos en Santa Teresa, en San Juan de la Cruz y en San Francisco de Sales.

El hombre por ser de naturaleza social necesita del otro, y lo necesita también en su búsqueda de la realización de su finalidad última. Más aún, la vida cristiana fundamentalmente es dialogal. Es por ello que la Dirección Espiritual viene siendo como una “expresión sacramental”, como un signo visible, -no el único, ciertamente- de esa dialogicidad; y en ese sentido se puede afirmar su necesidad moral. Necesidad en un grado mayor o menor según las condiciones en que se halle cada uno.

La Dirección Espiritual entendida como entrevista y diálogo verbal di-recto, con certeza no es absolutamente necesaria. Además, Dios puede sustituir esa técnica en innumerables ocasiones por otras providencias suyas y con una gran variedad de modos. Sin embargo, dada la naturaleza dialogal del ser humano y el modo de ser cristiano el cual se apoya en lo humano, y dada la gran cantidad de condicionalidades y debilidades reales de cada persona, se hace más clara su necesidad. La ayuda pastoral que significa la Dirección Espiritual es necesaria para superar los

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peligros de la arbitrariedad y evitar las ilusiones y engaños. Además, la soledad de aislamiento e introyección de la persona bloquea todo proceso de búsqueda especialmente la del camino espiritual.

La mediación humana de alguna manera y en algún grado siempre es necesaria. Es claro que aquí el concepto de Dirección Espiritual sería muy amplio y difuminado en el que entraría desde un consejo dado o recibido al paso, aun entre no-creyentes, hasta la Dirección Espiritual entendida como “seguimiento de ayuda” cercano y estrecho en el discernimiento del espíritu.

La práctica cristiana a través de la historia ha dado como resultado el que en distinto grado y en distintos niveles de maduración de la persona, y en distintos momentos de su vida espiritual y psicofísica, la ayuda de otro en la búsqueda y en el discernimiento de los designios divinos sobre uno, ha sido siempre en algún modo moralmente necesaria. En la actualidad, adquiere relevancia un aspecto de la necesidad moral de la Dirección Espiritual en orden a Ser más humano y por tanto más cristiano: y es que ella puede constituir una ayuda instrumental para abrir el campo de libertad del dirigido, al, por medio de técnicas bien aplicadas, hacer que muchos elementos del inconsciente humano surjan y se pongan a disposición de la consciencia y de la opción libre.

A pesar de todo, “una buena Dirección debería tender a disminuir la necesidad de dirección (entendida como entrevista dialogal), y debería cimentar la confianza de la persona en su propia habilidad para reconocer el liderazgo del Espíritu”.

3. LLAMADO A LA SANTIDAD

El Creador es el Santo: lo que es Él, es Santo. En el hombre, todo lo que le hace acercarse a Dios y ponerse en contacto con Él, le va asimilando a Él, le va transformando en santo. Por eso en el hombre la santidad no es una realidad independiente a “ser fabricada”, sino que la consecuencia de una transformación lenta, en crecimiento y maduración, en Alguien que es Santo en sí. Es verdad que esto se da en una tensión siempre continua a causa de la distancia infinita entre ambos, pero de un modo real y verdadero: “el hombre siempre que se abre a Dios participa (con participación identificativa) de Él”: vida de la Vida, bondad de la Bondad... santidad de la Santidad. Participación creada de la Santidad Increada.

Dios llama-atrae a esa santidad que es Él: “sed santos porque yo soy santo” (Lev. 19, 2; 20, 26). Llamada y atracción por Creación y más por Redención. Al estar la santidad, para el hombre, unida a la llamada atracción de Dios hacia Sí la actividad humana se tiene que dar en clave de respuesta, apoyada, eso sí, en motivaciones claras y personalizadas. La calidad de respuesta del hombre, su “salir-de-sí para darse-a”, será la pauta de realización de su finalidad última, y, por tanto, de su santidad. A mayor y mejor respuesta más y mejor realización de su existencia, y más y mejor santidad. Dios se da en la medida en que el hombre se abre y responde.

La santidad, por tanto, exige “liberación de...” y “entrega generosa de

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si”. Ahora bien, tanto la ruptura con lo que ata, como la entrega de sí, participan del fenómeno que llamaríamos de “diafragma”: a más apertura de libertad y entrega, es decir, de respuesta, más santidad; a menos, menos. Hay que hacer notar que en todo esto se supone, claro está, la presencia y la primacía de la gracia, aunque normalmente la gracia respeta las condiciones en que vive la persona. Pero el que la persona no se abra más o el que permanezca estancada en una apertura estrecha y reducida puede ser voluntario y consciente, por tanto culpable; o involuntario, no culpable. Pero, sin embargo, el que la apertura sea involuntaria y hasta inconsciente (piénsese en el inmenso y complejo inconsciente humano) eso no quita que la apertura sea exigua y, por tanto, no haya más calidad y cantidad de respuesta a Dios, y no haya, en consecuencia también, una mayor santidad. De aquí que podamos considerar una santidad subjetiva y otra objetiva. Lo explicamos.

La santidad subjetiva está dada por las respuestas que va dando la per-sona según el empleo que de hecho vaya haciendo de sus capacidades y posibilidades libres; es decir, según lo que “más puede dar”.

La santidad objetiva, sin embargo, considera todas las capacidades y posibilidades de la persona que de hecho todavía no son libres pero que pueden (mediante una serie de ayudas) ser transformadas en libres, y por tanto, pudieran ser susceptibles de ser optadas libremente abriendo así el canal de unión con Dios, y de santidad. Es decir, la santidad objetiva tiende a la realización máxima y plena del Reino: es una tensión.

La santidad subjetiva es la que de hecho puede realizar la persona con sus respuestas libres (siempre será limitada); y la santidad subjetiva es a la que puede tender haciéndose cada vez más libre.

La persona si es ayudada con ciertas técnicas y dinámicas psicológicas puede abrirse libremente en una medida mayor o menor en sus respuestas a la atracción de Dios. Se puede decir que hay una dependencia extrínseca de la santidad objetiva de las disposiciones, especialmente psicológicas, que tenga la persona. A ese cuidado de la respuesta más adecuada y libre puede proveer ayuda la Dirección Espiritual valiéndose incluso, eventualmente, de terapias psicológicas dadas por psicoterapeutas, psicólogos o psiquiatras.

“Santidad” no necesariamente significa “salud mental”, pero mientras más sano se sea, más libre se será y la respuesta será más colaboradora con la acción transformante del Espíritu. La Dirección Espiritual tiende no solamente a ayudar a ser fiel a la gracia con las capacidades libres que se tienen de hecho a nivel de motivaciones y respuestas (santidad subjetiva), sino que procura ampliar lo más posible el campo de las motivaciones y el campo de las respuestas más adecuadas haciendo que la persona “lleve a la consciencia” todos aquellos aspectos de su vida y personalidad que comúnmente se le “escapan” pero que coartan su libertad y que son obstáculo de hecho (quiérase o no, ya que el subconsciente limita) a la respuesta a Dios, y por tanto, a la apertura y al crecimiento en santidad.

Aunque sea de paso, conviene caer en la cuenta, por ser importante también para la Dirección Espiritual, de que lo dicho sobre la santidad subjetiva y objetiva se tiene que aplicar a lo más concreto de la “respuesta” que es el servicio y la tarea que necesariamente conlleva y

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que podríamos traducir por “actividad apostólica”. La actividad apostólica tiene una eficacia que puede ser mayor o menor según esté la persona preparada en mayor o menor medida. A la santidad subjetiva corresponde en el apostolado (o en general, en el servicio a los demás) obras y tareas en la medida que de hecho puede dar la persona: sería la eficacia apostólica subjetiva y en ese momento no se le puede pedir otra cosa mejor. Pero esa misma persona, ayudada, tendría otras posibilidades más amplias de servicio y trabajo al ensanchar sus capacidades: sería la eficacia apostólica objetiva.

En resumen, la santidad equivale a la realización de la finalidad última del hombre. Ella depende de la respuesta libre que vaya dando la persona a la atracción de Dios apoyada en motivos claros y sólidos. La Dirección Espiritual puede ayudar a abrir el campo de posibilidades de respuesta mediante el discernimiento y diversas técnicas y dinámicas psicológicas que conduzcan a una mayor liberalización interior para que la respuesta sea más amplia. Al Dios-Santo se va con la respuesta libre de hombre liberado.

Dentro del proceso de la Dirección Espiritual, la santidad no habrá que tomarla como meta a conseguir “en sí misma”, abstracta, aislada en absoluto, -sería un tremendo error- sino como el término, distante, sí, pero al que hay que tender e ir asumiendo en crecimiento continuo: la unión con Él en la respuesta dada. Concretamente, en dicho proceso la santidad se irá logrando mientras más se vaya asumiendo las actitudes profundas del Hombre Jesús, su praxis: ser del todo libre y darse libremente al Padre y a los hermanos sin condiciones.

3.1. UNIDAD FUNDAMENTAL DE LA SANTIDAD CRISTIANA Y DIFERENCIACIÓN DE LA MISMA EN VIRTUD DE LA DISTRIBUCIÓN DE LOS DONES DEL ESPÍRITU Y DE LAS VOCACIONES.

La santidad cristiana es radicalmente “una” pero es vivida y se expresa “in variis vitae generibus” “secundum propia dona et munera”. A propósito de la unidad de la santidad y de sus diversificaciones y diferenciaciones la Lumen Pentium enseña: “En los varios géneros de vida y oficios de santidad es cultivada por todos… los que siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer ser partícipes de su gloria. Así cada uno según los propios dones y oficios, debe sin vacilaciones avanzar por el camino de la fe viva la cual enciende la esperanza y obra por la caridad” (N° 41).

San Pablo nos enseña que la unión con Cristo, la santidad, por parte de los miembros de su Cuerpo, tienen variadas funciones en el Cuerpo y según la distribución de los dones, carismas y vocaciones deben vivir su unión con Cristo de maneras diversas en correspondencia con aquello que la Cabeza de este Cuerpo espera de ellos; o sea, aquello que el Espíritu Santo, Alma de la Iglesia, les concede vivir, dando vocaciones, funciones y tareas diversas según su designio divino.

Pero corresponde a cada uno la obligación de buscarla según el propio estado, teniendo en cuenta la forma de santidad propia de cada estado. La LG en el N° 41 habla de la santidad típica de los obispos, sacerdotes,

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diáconos, ministros de las órdenes inferiores y seminaristas. En el mismo contexto habla de la santidad típica de los cónyuges y de los padres cristianos, de las viudas y personas solteras, de los que están dedicados al duro trabajo, con una especial mención a los que realizan trabajos manuales. Finalmente, el texto se ocupa de aquellos que están oprimidos por la pobreza, la enfermedad y diversas tribulaciones o que sufren persecución a causa de la justicia. “Por tanto, todos los fieles cristianos se santificarán cada día más en sus condiciones de vida, sus deberes y circunstancias, y por medio de todas esas cosas, si todo lo toman con fe de la mano del Padre celestial y cooperan con la voluntad divina, manifestando a todos, en el mismo servicio temporal, la caridad con la cual Dios ha amado al mundo”.

3.2. EL CAMINO Y LOS MEDIOS PARA LA SANTIDAD. (LG 42)

El camino es la caridad, en la cual todos los medios y demás virtudes están incluidos y consumados. La virtud infusa de la caridad, don de Dios, por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por amor suyo, es el don primero y el más necesario. “Pero a fin de que la caridad como una buena semilla crezca en el alma y fructifique, cada fiel debe escuchar de buena gana la Palabra de Dios y, con la ayuda de su gracia, cumplir con las obras su Voluntad, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía y en las otras acciones sagradas; aplicarse constantemente a la oración, a la abnegación de sí mismo, al servicio activo de los hermanos y al ejercicio de todas las virtudes”.

En este número, la constitución dogmática, no se limita a enunciar principios generales acerca de la caridad sino que continúa ofreciendo algunas explicaciones acerca del ejercicio de la caridad típico de algunas vocaciones particulares en la Iglesia. Refiriéndose a la enseñanza acerca del martirio y de los consejos evangélicos “entre los que sobresale el precioso don de la gracia divina que el Padre da a algunos para que con un corazón indiviso más fácilmente se entreguen a Dios en la virginidad o en el celibato”.

4. ACOMPAÑAMIENTO O DIRECCIÓN ESPIRITUAL

El término “Dirección Espiritual” puede que induzca en muchos reacciones instintivas de rechazo y hasta de agresividad a causa de lo que han podido soportar en tiempos anteriores en los que en muchos estratos de la práctica de la vida cristiana, “dirección espiritual” era someterse a un sistema religioso y social, duro y jerárquico que se prescribía a la persona, hasta en detalle, lo que tenía que hacer y cómo vivir. Esto fue un hecho sociológico, innegable históricamente.

La reacción de rechazo viene principalmente por la gran sensibilidad que existe en la actualidad a favor de la propia responsabilidad y la propia libertad como persona. Nadie acepta en la mentalidad actual que otro tome las riendas de su responsabilidad sobre su propia vida. Más aún, nadie lo quiere hacer. La actividad directiva, tanto activa como pasiva, va siendo extraña no solo a la mentalidad teológica derivada del Vaticano II

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sino incluso a la cultura del mundo contemporáneo.

La actividad de dirigir a alguien, o la experiencia de ser dirigido por alguien -entendiendo a ambos términos como condicionadores-, ya no pertenece a la cultura actual porque implica un rechazo a la responsabilidad personal. Así, el binomio “Dirección Espiritual” puede sonar a nuestros oídos a un autoritarismo que una teología y una psicología actuales tienden a repudiar. Por todo esto y dado que las palabras con frecuencia se asocian emotivamente a la experiencia que ha ido unida a ellas, el término de “dirección espiritual” para muchas personas está ligado a la sensación desagradable y frustrante de obligación presionada y de coerción de la libertad. Por eso hay gente que prefiere que se sustituya el término por otros términos más atrayentes como “diálogo pastoral”, “relación humana de ayuda”, “acompañamiento en el espíritu”, “entrevista pastoral”, “counseling religioso”, etc. Sin embargo, ninguno de estos términos indica plenamente la realidad de ese ministerio eclesial de ayuda al hermano en el discernimiento del plan de Dios sobre su vida.

En la actualidad la gente joven que cultiva una vida en el Espíritu más intensa y que no sintió sobre sí los elementos negativos y frustrantes de la antigua dirección espiritual, prefieren el término de “dirección espiritual” porque lo que ven en él es el dejarse “dirigir por el Espíritu Santo” que les respeta plenamente su ser y libertad, y ven en el “director espiritual” nada más que un amigo en el Señor que le “sirve” para acompañarlos y abrirles camino en la búsqueda de la Voluntad del Padre.

5. EL DIRECTOR ESPIRITUAL

El artífice principal de la santidad es Dios. El director es el representante de Dios, el instrumento de que él se sirve para actuar eficazmente en las almas. Por ello tiene una misión comprometida que exige preparación adecuada, cualidades y tareas bien definidas. La responsabilidad de las almas impone el deber de una cuidadosa formación, la cual puede ser genérica y específica. La primera se identifica con la preparación al sacerdocio y abarca el trabajo de formación desde la entrada en el seminario hasta la sagrada ordenación. La formación específica se obtiene con estudios apropiados, cursillos y conferencias.

En lo que se refiere a las cualidades el Catecismo Romano pode de relieve tres dotes particulares: santidad de vida, competencia doctrinal, seguridad de juicio; Teresa de Jesús exige circunspección, inteligencia, experiencia; Francisco de Sales: caridad, ciencia, prudencia. Para ser completos sería: humildad, caridad, intensa vida espiritual, ciencia, experiencia, prudencia.

Humildad: es la virtud fundamental del director porque lo coloca en la justa posición ante Dios y ante las almas que debe guiar. Es doble: humildad de servicio y humildad de espíritu. La primera recuerda al director que no es, ni puede ser, un déspota, sino un siervo. Con la humildad de servicio, el director tiene que cultivar la humildad de

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espíritu ante Dios, ante sí mismo y ante las almas. Ante Dios, porque Dios se resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Ante sí mismo, para no resolver con audacia y atolondramiento las dificultades que se presentan. Ante las almas, puesto que la humildad atrae, subyuga, corrige sin ofender, cura sin irritar, ilumina sin coaccionar.

Caridad: el director es ante todo el hombre que debe cultivar la caridad, porque actúa en nombre de Cristo. Intentará no confundir la caridad sobrenatural con el amor sensible. Es el hombre que debe enseñar la caridad. Debe infundir en las almas una gran caridad, invitándolas a la apertura, a la entrega, al celo, al sacrificio, a la mutua comprensión, a la obligación de alejar cualquier replegamiento exagerado sobre uno mismo, les recordará que la vida cristiana es vida de amor y que es imposible llegar a ser perfectos cerrándose herméticamente en el propio yo solitario.

Intensa vida espiritual: el dicho “nadie da lo que no tiene” vale, naturalmente, también en el campo del espíritu. Dios actúa ordinariamente en las almas adaptándose a la naturaleza del instrumento. Si el instrumento es bueno, la acción de Dios será más eficaz; si el instrumento es malo o inadecuado, también la acción de Dios será ineficaz o menos productiva: “Grandemente le conviene al alma que quiere ir adelante en el recogimiento y perfección, mirar en cuyas manos se pone; porque cual fuere el maestro, tal será el discípulo, y cual el padre, tal el hijo” “Por más alta que sea la doctrina que el director predica y por más esmerada la retórica y subido el estilo con que va vestida, no hace de suyo ordinariamente más provecho que tuviere de espíritu”. (s. Juan de la Cruz, Ll 3, 30; S 3, 45, 2).

Ciencia: “Es menester –dice Teresa de Jesús- espiritual maestro; mas si este no es letrado, gran inconveniente es” (Vida 13, 19). Y san Juan de la Cruz añade: “Para guiar el espíritu el fundamento es el saber y la discreción” (Ll 3, 30). La importancia de la ciencia viene requerida por el carácter magisterial de la dirección del espíritu, que por su naturaleza es magisterio, enseñanza, guía, doctrina y, como tal, exige una formación científica conveniente. Lo que no quiere decir que el director conozca todos los modos extraordinarios con que Dios puede actuar en las almas sino que basta conocer el dinamismo ordinario de la vida espiritual en su realidad psicológica-dogmática, al individuo concreto, la acción común de Dios, y darse cuenta, haciendo las debidas reservas para algún caso excepcional, de la actividad carismática del Paráclito, que envía el fiel a una persona competente.

Experiencia: es doble: propia y ajena.

Experiencia propia: Para la dirección espiritual común, es suficiente la experiencia de la vida interior que se da en todo buen y celoso sacerdote. Tratándose, en cambio, de almas privilegiadas, llamadas a los grados superiores de la mística, es indispensable, para alejar toda

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incertidumbre y perplejidad, una experiencia más alta.

Experiencia ajena: Es oportuno estar en contacto con la de los demás. Y puesto que la experiencia se adquiere con los años, es indispensable al director cierta edad.

Prudencia: tiene un doble significado: común y teológico. En el primero, indica equilibrio, moderación, discreción. En el segundo, designa la virtud que mediante el consejo, el juicio y el mando dirige las acciones del individuo al logro del último fin. Al director le son necesarias estas dos formas de prudencia. Inspirándose en el concepto teológico, practicará el consejo, el juicio y el mando.

1. El consejo se presentará iluminado, paterno, benévolo, alejado de cualquier interés material o personal;

2. El juicio tendrá que ser recto, claro, decidido; evitar ansiedades y no abandonar nunca los problemas sin resolver; aparecer franco y sincero en orden al bien como en orden al mal;

3. El mando será firme. La obra del director debe tender a esto: forjar almas viriles, templadas en el dolor y la ascesis cristiana.

6. EL DIRIGIDO

El sujeto de la dirección espiritual es “Toda alma que, aspirando seriamente a la perfección cristiana, se ha puesto voluntariamente bajo el régimen y gobierno de un director espiritual” (Royo, o.c., p. 997).

Naturalmente, el fiel tiene que ser cauto en la elección. Se tendrá que inspirar en los criterios siguientes: el sacerdote tenga las dotes requeridas; esté a disposición del fiel; engendre confianza y apertura de corazón. Los medios más eficaces para una elección son la oración y la razón iluminada por la fe: “es ésta la que debe examinar si el sacerdote director posee las cualidades requeridas, ponderar los pros y los contras, independientemente detona actividad personal y descartar la consideraciones que el demonio o la naturaleza podrían sugerir, haciendo prevalecer las que verdaderamente provienen de la gracia de Dios” (P. Giloteaux, Anime vittime, Turín 1934, p. 153).

Las cualidades requeridas en la persona dirigida se indican en relación con la dirección espiritual estrictamente dicha y en relación con el director. Las principales en relación con la dirección espiritual son: apertura de corazón, humilde sumisión, autonomía espiritual.

Apertura de corazón: el fiel se hace dirigir para ser iluminado, ayudado, guiado; pero el director no puede desempeñar su tarea de iluminación, ayuda y guía si no se conoce el estado del alma. El ambiente, la condición social y las exigencias materiales deben ser conocidos en la medida en que influyen en la vida del espíritu. En la apertura de corazón se requiere simplicidad y sobriedad. Cuanto más conoce el director al sujeto, tanto mayor es la eficacia en el consejo.

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Humilde sumisión: hay una polémica en la dirección espiritual de si comporta obediencia o simple docilidad. Más allá de la polémica hay que estar de acuerdo en un hecho indiscutible: el director como tal no es superior propiamente dicho. No hay, por tanto, imposición moral a la estricta obediencia. La dirección espiritual, sin embargo, resultaría imposible si el cristiano no aceptase humildemente las advertencias y exhortaciones del director. El concepto de humilde sumisión no excluye que el fiel pueda valorar la idoneidad o falta de idoneidad de los consejos recibidos. Si tuviese motivos fundados para considerar que el director se equivoca, no está obligado a seguirlo. Lo que hay que rechazar es la falta habitual de docilidad, y además el intento de hacerse mandar o aconsejar lo que le place.

Autonomía espiritual: en lo que se refiere a las decisiones, el cristiano es autónomo. Tiene el derecho de examinar con responsabilidad personal cada una de las acciones y de ofrecer libremente su propio consentimiento. Deberán dejarse dirigir para aprender a dirigirse por sí mismos: “El resultado de la buena dirección será hacer cada vez menos necesarios los golpes de timón enderezadores del camino, al haberse habituado el alma a captar y seguir por sí misma las divinas inspiraciones”.

El hombre debe ser autónomo, pero a la luz de sus deberes, de su último fin. Y puesto que por sí mismo es incapaz de alcanzar la perfección cristiana y, por ello, la plena madurez espiritual, está obligado a aceptar la guía de otro buscando fuera de sí mismo lo que sus recursos individuales no pueden darle. En particular debe pedir luz para la inteligencia y fuerza para la voluntad.

Las principales dotes en relación con el director son: respeto, confianza, amor sobrenatural.

Respeto: El director es un padre, un verdadero padre en el orden de la gracia, en cuanto desempeña una función tan rica de elementos, recompromisos, de vigilancia, de custodia, de preocupaciones, de ansiedad y de rigor, que realmente merece el nombre de “padre”. Al nombre de padre une también el de “vicario”. Representa a Dios, hace las veces de Dios. Por lo tanto se debe aquella humilde y respetuosa veneración debida al mismo Dios y que no se utiliza con los amigos del mundo. El director es un amigo, un verdadero amigo, pero a la luz de Jesús, el cual, manifestando hacia todos una gran caridad, exige honor incondicional a su divina persona.

Confianza: Es doble, filial y sobrenatural. Filial, en cuanto el alma debe sentirse contenta, segura, perfectamente cómoda. Sobrenatural, en cuanto “se basa en un título sobrenatural, el sacerdocio; con un objeto que es sobrenatural, la gracia; con un fin también sobrenatural, la santificación” (Anastasio del SSmo. Rosario, en RVS 19-20).

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Amor sobrenatural: Examinando los elementos positivos y negativos que determinan las relaciones de afecto entre sacerdote y cristiano, los autores espirituales ofrecen los siguientes principios directivos: el amor tiene que ser sobrenatural en su origen y en sus motivos; el cristiano puede amar al director también teniendo en cuenta sus cualidades naturales, pero no se debe limitar a éstas, ni buscarlas como un fin en sí mismas.

7. DIFICULTADES DEL DIRECTOR Y DEL DIRIGIDO

Director y voto de obediencia: Algunos creen que es útil vincularse al director con voto de obediencia, considerando que mediante una obligación tan comprometida, el fruto será mayor y las desviaciones más raras. Aunque en ciertos casos sea recomendable, generalmente no se aconseja por las razones siguientes: inquietud del fiel, exagerada pasividad sobre todo en el alma femenina, continuas consultas, apego desordenado, relaciones de superior y súbdito y no de mutua colaboración.

Dirección espiritual por carta: La dirección espiritual se realiza ordinariamente a través del coloquio personal. En general, la dirección espiritual por carta no es aconsejable. Y ello por tener notables inconvenientes, como la posibilidad de darse por completamente a conocer, el peligro del secreto, la falta de una respuesta inmediata, la pérdida de tiempo no compensada adecuadamente por los frutos.

Pluralidad de directores: Ordinariamente es desaconsejable y el motivo es claro. Con demasiados consejeros el alma se encontraría incómoda y perdida.

Cambio de director: La dirección espiritual comporta un conocimiento íntimo y profundo del alma. El cristiano que cambia a menudo de director no puede darse a conocer plenamente ni recibir, por tanto, iluminación adecuada. Por otra parte es libre y, así como escoge por iniciativa propia, también puede cambiarlo cuando quiera. No se puede cambiar por curiosidad, por inconstancia, soberbia, enfermedad patológica, falsa vergüenza, ligereza, deseo de vida menos comprometida. Se puede y se debe cambiar cuando la dirección espiritual resulta inútil o dañosa; por ejemplo: cuando el director está demasiado ocupado y no puede ponerse habitualmente a su disposición; cuando el dirigido no siente ya el respeto, la confianza y la franqueza indispensables; cuando advierte una incapacidad efectiva, como la falta de ciencia, prudencia, energía, espíritu sobrenatural, etc.; cuando se imponen obligaciones superiores a las propias fuerzas.

Transferencia: La palabra transferencia indica aquí esa no tan frecuente tendencia de ver en el director a un sucedáneo, a alguien con cara de

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otro, y se da cuando se desplazan y encauzan hacia él los sentimientos, ilusiones y expectativas que corresponden y deberían ir dirigidos a otras personas determinadas de la vida de uno. También puede hablarse de una forma de transferencia cuando el dirigido trata de aprovecharse de su relación con el director para satisfacer necesidades y deseos personales.

Cuanta más madurez y seguridad posee el director, menos posibilidad hay de transferencia. Hay directores que son bastante reservados y autodisciplinados en la dirección espiritual. Si esto es algo que les sale natural y no forzado, puede ser la postura ideal para evitar la transferencia.

Ejemplos de transferencia:

1. El adolescente está teniendo problemas con su padre y busca ayuda en un religioso al que llama padre. Es fácil que tarde o temprano este muchacho transfiera y descargue algo de la hostilidad que siente contra su padre sobre la persona del director.

2. La persona con problemas de autoridad que reacciona hacia el director con la carga emocional que en el fondo siente hacia su jefe de trabajo, su superior religioso, su madre, etc.

3. El individuo que se comporta ante su director tal y como solía hacerlo con uno que tuvo anteriormente, por ver al otro reflejado en este.

4. La muchacha con tremendas necesidades afectivas, pero con miedo al matrimonio, no es raro que vaya tras un director que sea sacerdote o religioso, con quien puede encariñarse sin cuidado, porque sabe que es célibe.

5. La persona excesivamente dependiente e insegura, que necesita siempre de alguien en quien apoyarse, es fácil que quiera tener un director al que acudir para que le solucione todo.

La transferencia consiste en sentimientos, reacciones o actitudes desplazadas. Por tanto, deben darse cuenta que la cosa no va dirigida a ellos personalmente y no tienen por qué sentirse molestos o turbados ante tal comportamiento.

En estos casos, lo que debe hacer el director es, ante todo, ser muy comprensivo y aceptar al otro de verdad. Tiene que procurar ayudarle a reconocer y admitir la verdadera causa de esa inapropiada conducta.

A no ser que se trate de desequilibrios sicológicos serios, por lo general la simple identificación y aceptación de la transferencia es suficiente para liberar de sus efectos al dirigido.

Contratransferencia: La transferencia es un fenómeno que se da con frecuencia en situaciones de terapia sicológica. Esto ocurre en tanto en cuando el individuo trata al psicólogo como a alguien distinto de quien es, desplazando y proyectando sentimientos, expectativas, etc. La transferencia también puede darse en los dirigidos en relación con su director espiritual. Al principio en una dirección espiritual habrá tal vez que tolerar esa transferencia como un elemento que ayude a situarse a

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esa persona. Esto quizá tenga que seguir por algún tiempo hasta que vaya superando la falta de madurez que implica la transferencia y sea capaz de relacionarse con su director de manera más realista. Pero esta tolerancia no debe prolongarse indefinidamente, pues a la larga impediría la capacidad de escucha de dicha persona.

La contratransferencia es la misma transferencia, pero al revés. Denota una falsa o inapropiada conducta en el director en relación con su dirigido. La contratransferencia se hace patente cuando el maestro espiritual se acerca a su discípulo como si éste fuera otra persona y, por consiguiente, desplaza y proyecta sobre él emociones, suposiciones y reacciones que tienen su origen en otras relaciones interpersonales. En una palabra, coloca el rostro de otro sobre la cara del dirigido y se comporta de acuerdo con quien cree ver. También puede el director verse reflejado a si mismo en el dirigido, y en ese caso es fácil que tienda a identificar excesivamente la personalidad, las experiencias vividas y la senda a seguir de éste con las suyas propias.

Contratransferencia también ocurre cuando las necesidades personales se inmiscuyen en las relaciones con el dirigido. En este caso los directores pueden usar a los otros para propia gratificación.

Supongamos que una persona está en un momento realmente crítico de su vida, tal vez en proceso de divorciarse o de solicitar dispensa de votos. Si el director está de su parte y se involucra emocionalmente, es fácil que se meta a tomar y ejecutar decisiones que le corresponden al otro.

Otras veces lo que los directores pueden estar buscando de manera inapropiada es el satisfacer el hambre de cariño, su necesidad de ser amados, sobre todo cuando la vida personal carece de relaciones íntimas y profundas.

La tendencia de proteger y amparar al otro está a veces en estrecha relación con el afán de dominar. La postura de dependencia, por parte del dirigido, puede encerrar miedo a la responsabilidad, por eso quiere aparecer como más débil e impotente de lo que realmente es. Este tipo de actitud nada tiene que ver con la pobreza de espíritu. Es más bien una forma sutil que lo que persigue es controlar a los demás. La persona excesivamente sumisa y dependiente busca a alguien a quien agarrarse, por eso persuade sutilmente a otro a adoptar la postura de más fuerte. Y si el director tiene esa propensión al paternalismo se verá encantado de verse tan necesitado. Es decir, que son tal para cual, y sus deficiencias se complementan, aunque en este caso más que una ayuda lo que resulta de esta interdependencia es un gran daño mutuo.

Si el director retira sus excesivos cuidado hacia esa persona, esta se sentirá rechazada, confusa, contrariada y hasta puede enojarse. Sin embargo, si se ve que tales elementos (proteccionismo y dependencia) están muy hondamente arraigados, quizá el único remedio sea cortar esa relación.

Otro síntoma que también puede indicar cierto tipo de contratransferencia es la falta de respeto, antipatía o incluso hostilidad que el director siente cuando la persona dirigida no actúa como a él le gustaría que actuara.

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¿Qué deberían hacer los directores para conducirse con acierto ante ese peligro de la contratransferencia?

Lo primero de todo es no reprimir ni negar estos sentimientos en caso de que se presenten. Lo mejor es ponerles atención, identificar lo mejor posible el tipo de tal contratransferencia y admitir lo que está ocurriendo. Respetando y reconociendo estos sentimientos que está experimentando es como el director adquiere la libertad interior, que le permite deshacerse de sus proyecciones y le deja ver a sus dirigidos tal y como son. Ayuda a resolver este problema el que el directo busque dirección espiritual para sí mismo o que consulte su caso con algún director espiritual competente y con experiencia.

El factor común en toda contratransferencia es la incapacidad del director para ver a los dirigidos como realmente son. Es imposible escuchar a Dios en los otros hasta que no se les acepta tal y como son ante Él.

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CONCLUSIÓN

«Una de las cosas más arduas y dificultosas que hay en esta vida es saber ir a Dios y tratar familiarmente con él. Y por esto no se puede este camino andar sin alguna buena guía» (San Pedro de Alcantára, Tratado de la oración y meditación, II, 5).

«Y adviértase que para este camino, a lo menos para lo más subido a él y aun para lo mediano, apenas se hallará un guía cabal según todas las partes que ha menester, porque, demás de ser sabio y discreto, es menester que sea experimentado. Porque para guiar el espíritu, aunque el fundamento es el saber y la discreción, si no hay experiencia de lo que es puro y verdadero espíritu, no atinará a encaminar al alma en él, cuando Dios se lo da, ni aun lo entenderá.» (San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, canc. 3, N° 30)

Con estas citas quiero expresar, después de haber realizado este trabajo, lo importante de la Dirección Espiritual para la vida de cada hombre, como medio para buscar a Dios en todas las realidades de nuestra vida, facilitándonos la correspondencia a la gracia y la identificación con Cristo.

Dios nos creó en libertad, por lo que su libre iniciativa necesita también de una respuesta libre. Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle. Y la dirección espiritual será el medio para liberarnos de todas aquellas cosas que no nos permiten dar una respuesta libre a la iniciativa de amor del Creador.

El trabajo aquí realizado podría ser útil para aquellas personas que ya en su vida practican la dirección espiritual para poder profundizar y aprovechar al máximo cada encuentro, como así también a aquellas personas que recién empiezan en este camino de encuentro con el Padre, como luz y guía para sus almas.

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BIBLIOGRAFÍA

RODRÍGUEZ MIRANDA, TOMÁS SJ; La Dirección Espiritual. Pastoral del acompañamiento espiritual. Colección “Santos Mártires”. Asunción, Paraguay. 1995. CONCILIO VATICANO II. Lumen Gentium. BAC. Madrid. 1968.Diccionario de EspiritualidadTres edades de la Vida Interior.

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN...............................................................................................2

1. ESENCIA, FINALIDAD Y NATURALEZA..........................................................3

1.1. ESENCIA.............................................................................................3

1.2. FINALIDAD..........................................................................................8

1.3. NATURALEZA......................................................................................9

2. NECESIDAD DE LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL................................................11

3. LLAMADO A LA SANTIDAD........................................................................13

3.1. UNIDAD FUNDAMENTAL DE LA SANTIDAD CRISTIANA Y DIFERENCIACIÓN DE LA MISMA EN VIRTUD DE LA DISTRIBUCIÓN DE LOS DONES DEL ESPÍRITU Y DE LAS VOCACIONES.................................................................................14

3.2. EL CAMINO Y LOS MEDIOS PARA LA SANTIDAD. (LG 42).....................15

4. ACOMPAÑAMIENTO O DIRECCIÓN ESPIRITUAL............................................15

5. EL DIRECTOR ESPIRITUAL.........................................................................16

6. EL DIRIGIDO............................................................................................18

7. DIFICULTADES DEL DIRECTOR Y DEL DIRIGIDO...........................................20

CONCLUSIÓN................................................................................................24

BIBLIOGRAFÍA..............................................................................................25

ÍNDICE.........................................................................................................26

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