guardagujas 67

4
diciembre 2012, n° 67 http://issuu.com/guardagujas alejandra eme vázquez cecilia eudave erika mergruen sofía ramírez odette alonso abril medina foto edmundo gutiérrez

Upload: la-jornada-aguascalientes

Post on 31-Mar-2016

228 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Suplemento literario de La Jornada Aguascalientes

TRANSCRIPT

diciembre 2012, n° 67http://issuu.com/guardagujas

alejandra eme vázquez

cecilia eudaveerika mergruen

sofía ramírezodette alonsoabril medina

foto edmundo gutiérrez

ueva correspondencia de Pizarnik es un libro ve-hicular que a manera de ventana indiscreta nos

conduce ágilmente a ates-tiguar las múltiples, secretas,

Alejandras de Piarnik. Empezando por la joven apenas destetada de una Argentina iluminista, en bulliciosa transición, compartimos su mudanza por lo que ella ha definido como “una división de la vida en algo a modo de etapas”, pasamos por su encantadora efervescencia, por su fatalidad abru-madora, hasta encontrarnos con la re-cia última, la gran potente de lo frágil: Buma, como firma en lengua idish el primero de sus nombres Flora, esa Flora que ya de vuelta y ya cansada y alcanzada finalmente por su propia locura… es nuestra última estación

Una vez más estoy cambiando (oh la pequeña Alice) y no tengo instrumentos para decir desde la

otra que sobrevengo.

Si bien la Alicia en este cuento de países encantados y covachas subter-fugios que aparece misteriosa y dota-da de una prudencia un tanto elegante como natural, no deja ella de aso-marnos seductoramente un guiño, de hacernos su regalo personal y autén-tico mediante una compleja visión de la realidad que aquí, traba inquietante hermandad con la poesía.Alejandra contiene sus efluvios como quien cierto de la varga, de la furiosa bastedad del contenido, decide con-trolar, en apariencia al menos, los esfínteres reconocibles y delineados de la propia expresión. No extraña por lo tanto, que su dualidad visible tenga el efecto de los fantasmas, dado que en esta casa de espectros que es la Pizarnik, nos acecha el iris de las palabras que, dicho sea de este modo, aparecen como en el umbral de dos dimensiones posibles…

Explicar con palabras de este mundo / que partió de mí un

barco, llevándome

Su querida Ivonne Bordeloise, autora del prólogo en la primera edición de las epístolas, es oportuna al recordar-nos esta frase, que certifica, de alguna sutil manera su abordaje de los límites más finos, arroja luz sobre un discreto misticismo también cobijado por la frase con que Alejandra dedica a An-tonio Requeni, entrañable confidente, un poema que versa:

entonces el ángel que firma con mi nombre de dictó este poema

para ti

En sus cartas, al menos en la may-oría, Alejandra se muestra asequible y carismática, perfectamente cómoda con la pluma sobre la idea… de pronto aunque alucinante y por momentos trastornada, no podemos escapar a la certeza de encontrarnos ante un talento donde las verdades se reúnen a abrevar.Prodigios como la muerte y la delicia, el sentido del humor (que secreta-

mente respeta por debajo de lo serio) y las tribulaciones que de todo lo an-terior son causa, se detienen frente a ella en ocasión de un rebautizo.Su pasmosa cariñosidad confiable, articulada un poco a la manera de los niños cuando escribe a su María, a sus Antonios, a su intelectualmente am-ada y sexualmente apetecida Silvina Ocampo, revelan en ella un ingenio fresco e inductivo, frases como

Mentalmente me siento libre y contenta pero digestivamente

vacía y melancólica

o esta otra que profiere a Bordeloise en una carta con motivo de una breve narración de la que comenta:

El cuentito irá, tal vez, al lugar de las desapariciones, pero antes qui-ero perfeccionarlo para no pasar

vergüenza delante de la nada

Son íntimos pronunciamientos desti-nados a acentuar su postura sencilla, si desinteresada forma de incluir al prójimo (ojo: prójimo en una reduci-da secta de fraternos), en cada aventu-ra espontánea que por otro lado, siem-pre es tomada con la mayor seriedad, ya que sugerido antes por Chesterton: la aventura puede ser loca, peor el aventurero deberá ser cuerdo.Pizarnik haciendo caso omiso de las cuadraturas institucionales, permane-

ció concéntrica a lo que pudo adivinar como su propia vocación, ser Alejandra, escribir para Alejandra, tender Alejan-dramente un puente de palabras hasta el otro… la calidad literaria y afectiva de sus cartas, develan a una mujer no siem-pre feliz, no siempre en conflicto, pero asumida permanentemente por esta su-erte de albacea-espía que en ella opera y no es otra que la poesía.En sus cartas, da cuenta también de apasionadas querencias, gustos liter-arios y prejuicios de toda índole, como respetable obsesiva se justifica pero no demasiado, concede pero no a manos llenas, halaga sin embargo especifica… la descripción aguda y un tanto enter-necedora que ha enviado a Bordeloise acerca de su corta estancia en Nueva York, por ejemplo, es digna de repro-ducirse por mero ocio ilustrativo:

De su ferocidad intolerable no necesito enseñarte nada. Vos

habrás sentido como yo que allí el poema debe pedir perdón por su mera existencia. El poema, la religión, el amor, la comunión,

todo lo que sea belleza sin finali-dad y sin provechos visibles (…) Es una ciudad feroz y muerta a la vez y yo supe –“por la hija de la voz” – que si me quedaba un

poquito más me verá obligada a reaprender mi nombre.

A pesar de que en ningún momento se torna politizada o proselitista, deja claras sus convicciones como portavoz acaso involuntaria de una Latinoamérica más ansiosa por estre-char sus vínculos con el viejo conti-nente que por dejarse devorar sin fre-no y hasta consentidamente por las fauces del imperio yanqui, tan es así que se abstuvo de capitalizar la beca Fulbright que le otorgara la oficina de asuntos educativos y culturales de Estados Unidos en 1971.Por otra parte, las aproximaciones que experimentamos vía epistolar del periodo parisino contrastan notable-mente, se revela en la insistente ex-plicación a sus padres, una imperante necesidad de permanecer en Francia:

es muy importante, en todo sentido, continuar para mí en París; más que importante es

primordial y me haría un efecto catastrófico cortar bruscamente

este lento crecimiento que se inició en mí desde que llegué

La autora suplica y trabaja por su espacio, por un nicho en el epicen-tro del gran movimiento artístico en París de los sesenta. Son de una evocación magnífica sus intercam-bios con Paz, Bioy y Cortázar… en fin, esa manera líquida de filtrar su esencia en lo que escribe del lector aprecio y humildad, pero sobre todo, como cita repetidamente en la frase de Artaud:

“Nada de tutearme. Ni en la vida, ni, sobre todo, en el pen-

samiento”.

Alejandra juega siempre a las palabras, juega a los símbolos que en vías de expresar su propia magia tienden a fractalizarse, incluso a contraponerse movidos por una escisión central, ella misma, su ausente Alejandra.Por mi parte, deteniendo un velo frente a la pieza, aseguro al lector que son copiosas y vibrantes las radia-ciones de su lucidez, ejemplos mag-níficos de sublimación y proximidad encontramos en su carta (nunca en-viada) a Starobinski, por ejemplo, de la que cito:

Sí, hay que recubrir con poemas las desgarraduras, las fisuras,

los agujeros… todo lo que hace alusión a la presencia de la

ausenciay en la misma carta:

mi sed de tocar, mi sed animal es tan grande que sufro mu-

cho (o demasiado, si hubiera una medida) por no beber la

palabra “agua”Por último, a manera de invitación ur-gente y tramposa, quiero agregar que el libro, con una frase dirigida a Otero Silva, termina de forma explosiva, cierta, severísima, precisa como tes-tigo final de su autora, tanto así, que para asegurar la eficacia del anzuelo, me permitiré callarla

dos

nueva correspondencia de alejandra pizarnikabril medina

hay que recubrir con poemas las desgarraduras

tres

Para Malena, Toño, Carlos, Tere, Cony, Maribel, Pilar y Carmen

engo ocho hermanos: estoy segura que nin-guno se aburrió cu-ando éramos niños.

Probablemente car-guemos con muchos

traumas: que si no era frecuente es-trenar ropa, pues heredábamos lo que a los otros ya no les quedaba; que si debíamos compartir la hab-itación con una o dos hermanas; que si éste me está arremedando; que si la otra no cuelga el teléfono; que si soy la más lenta en pedir “sí” o pedir “no” según sea el caso; que si te compara-ban con la otra por sus calificaciones; que si el otro agarra tus cosas; en fin… seguro tenemos algunos trau-mas, complejos, alteraciones, lo que sea, pero de lo que no podemos que-jarnos es de una infancia aburrida.Nueve hermanos, literalmente lo que no se le ocurría a uno, se le ocurría a la otra. Uno de mis hermanos solía “entretenernos” a las más pequeñas con toda clase de juegos y ocurren-cias: en una casa de dos pisos, hacía-mos expedición a oscuras, trepando paredes, escalando barrotes, arras-trándonos por las escaleras. También a oscuras, a mitad del pasillo nos sorprendía Drácula o Frankenstein y luego nos perseguía por las habita-ciones. Delimitábamos los cuadros del piso y pasando una línea marcada en la mente, caíamos al precipicio si

los demás nos vencían a los empujo-nes. Y con las raquetas y un soporte para las bolsas de la basura, hacíamos una banda de rock. Mi hermano era el entrenador de karate o de atletis-mo y dos de mis hermanas dejaron la clavícula: una brincando obstáculos, la otra en combate. Hacíamos piñatas en los focos, jugábamos beisbol en la cochera, pat-inábamos en las escaleras, nos mo-jábamos por la casa con jeringas, visi-tábamos a las tías de la cuadra y de la calle de atrás y rompíamos sus macetas, salíamos a patinar a la calle Lomas, íbamos a correr al jardín de San Mar-cos, hacíamos travesuras y culpábamos a otros, nos peleábamos a golpes y nos reconciliábamos sin necesidad de decir “perdón”. Sí, nunca nos aburrimos.A no aburrimos aprendimos con mis padres: mi madre siempre de aquí para allá, con la mejor actitud y án-imo; mi padre con el constante pre-texto para hacernos reír, para ense-ñarnos nuevos juegos. Y los abuelos también pusieron de su parte: todos los domingos de paseo, que si nos llevaban a andar en bici a La Chona o sencillamente a hacer la compra del mandado. Pero entre semana no era la excepción: a casa de la abuela a hacer la tarea, para después premi-arnos con una Coca-cola chiquita; o bien a la ferretería del abuelo a brin-car de los anaqueles a la estopa.Tengo ocho hermanos - yo soy la no-vena- y sé que ninguno se aburrió cu-ando éramos niños

zoomsofía ramírez

aburrimiento

scribió tanto que sus piernas eran ya una exten-sión del brazo y la palabra: deseaba su concien-cia probar a aquellas otras que el poeta no es-

taba destinado a la evolución: lo natural, decía, era el retroceso. Entonces se volcó en tierra de

nadie y fue perdiendo fuerza, malicia... poco a poco se sintió menos proclive a decir, así que comenzó a dibujar y a hacer origami. No pasaron ni dos meses para que el caparazón lo cubriera y se quedara inmóvil, fascinado de sí, creyendo que su malvado plan acabaría con esa patraña de la experiment-ación poética.

Lo encontraron una semana después, tieso y sonriente dentro de lo que podría ser una ostra, con una perla falsa en las manos que ganó el primer premio póstumo en el concurso de poesía performativa

alejandra eme vázquez

parábola del agua tibia

cuatro

o sé si algo tuvo que ver el eclipse lu-nar del 28 de

noviembre o si hay eclipses per-

sonales. Así, como si uno fuera también un montón de con-stelaciones sin ton ni son que de pronto deciden alinearse o no, hacer pequeñas alianzas o ir contra toda predicción y dislocarnos la vida, llegan de pronto, oscurecen todo y uno tiene la sensación de estar, otra vez, ante un inminente desastre, ante un breve pero intenso fin de mundo.

A todos nos ha pasado, esas rachas que nos hacen pensar si el karma existe, o si es una invención más para arras-trarnos con esa consigna de resignación y seguir adelante. Sin embargo, a veces ya no queremos seguir, se vale claudicar, se vale decir, paso, y sentarnos a ver como se desmorona todo. Sin llegar a ser masoquistas es delicioso darse por vencido por unos instantes aunque sea, de-jar que un Apocalipsis nos caiga encima, deleitarnos en ese desgarramiento mental,

que de tan negativo apaga la luz—literalmente—, te deja a ciegas mirando un cielo eclipsado. Eres un cavernícola ancestral: solo, sin dioses, sin noción de tiempo, tan primi-tivo como una evocación equivocada en el contexto de la evolución de un creador in-tuitivo. Sientes, simplemente sientes, entonces descubres que estás más vivo que nunca y puedes ir hacia delante: se asoma un futuro mientras se despeja la negrura del eclipse.

El pasado, las cargas ajenas o ganadas a pulso, los afec-tos mal entrañados, la frus-tración, la guerra cuerpo a cuerpo desdoblada en los otros, la miseria sentimen-tal, la mezquindad de los que se ganan todo reptando y quieren más, la condena de no saber decir no, la necesi-dad de agradar en la comi-tiva social que nos lanza al aislamiento personal, el ego desmedido de esa figuras que se autoerigen como maestros o Mesías, todo eso y más —agregue lo que quiera porque no quiero abrumarlo— que se vaya al oscuro fin del mun-do, y sí, que se acabe, que

se hunda en los anales de la historia, quede ahí como una fugas locura.

Es el fin de ese momento mundo.

Por eso estoy tranquila, no pi-enso en los mayas que anun-cian el termino inminente de una era, de un ciclo, de la humanidad, de lo que sea con dimensiones catastróficas, porque el fin siempre es en re-alidad un principio. Ahora que he superado ese eclipse que me hizo dudar de mí, de ti, de todos; que me lanzó al límite de un abismo cuyo fondo era tan negro como mis intensiones de no continuar adelante, me digo: esa que era yo ahora es otra, no sé si mejor, es diferente. Y ¿acaso ese Apocalipsis no es el ideal? Destruir un yo an-terior, renovarse a pesar de llevar el mismo traje puesto; porque si bien no podemos mudar de piel sí de hábitos, de vida, de pensamientos e inventarnos otro mundo, quizá lleno de lo mismo, pero con esa candidez que brinda la esperanza de hacer las cosa de otra manera

qué sabe nadiececilia eudave

eclipsarse

Y entonces habló el marrepitió entre palmeras un guarismo.La playa era una niña juntando caracolesuna mano en el hueco de mi mano.Arde este resplandor que convoca a las ánimasfantasmas que ante mí se corporizanviejos abrazos sí resucitadoscírculos que también ha aprendido mi alma.El verdorque es la marca del paisajenada quiere decirsólo el curso natural que estos días extrañossiembran en mi cabezaal fondo de mis ojosallí donde se enreda esta película.Las cuentas caen al marse hacen guarismovalses de ingravidez.Desde un balcónalzada por el airedescribo una pirueta y otros actos de suerteconvoco a mis fantasmas

De Víspera del fuego (Monterrey, Ediciones Intempestivas, 2011)

odette alonsoveintiuno

editores edilberto aldán J joel grijalva

consejo editorial beto buzali J alberto chimal J luis cortés J rodolfo jm

J norma pezadilla Jsofía ramírez J jorge terrones

diseño sarahi cabrera

s inevitable, pi-enso que esta decimonovena

entrega de los Métodos de Adivi-

nación es la última. Y todavía más: que este texto es el úl-timo que publicaré, y que por ello importa mucho, o bien importa nada. Pienso esto y descubro que nunca ha teni-do importancia el hecho de si será publicado, si será leído o si será arrojado a la papelera de la computadora de mi edi-tor, Edilberto. Bien mirado, el acto de escribirlo, ese mo-mento que vivo en solitario, es lo que trasciende. Justo ese momento único e irrepetible en el que logro aprisionar el

presente en una prisión imagi-naria construida con el ruido de las teclas y el resplandor de la hoja blanca de word. Justo ese momento cuyo entorno nunca está descrito, en sí, en el texto y que escapa como el humo del cigarro cuando medito si lo que he escrito tiene sentido, si las comas es-tán bien colocadas o si debería de dejar de inventar mancias.

En estas 19 entregas he repetido que buscamos adiv-inar el futuro para quitarnos de encima el peso de la in-certidumbre. Pero esto posee una gama. Mucho de lo que la humanidad ha preguntado a un adivino se refiere al lo-

gro, la fama, la fortuna, el amor y todo aquello que con-sideramos como la bonanza. Lo triste es que parece que siempre olvidamos que lo único que importa es seguir vivos, acaso sólo para darnos a la tarea de escribir palabras como estas o buscar méto-dos inauditos para encontrar respuestas. Lo demás “es va-nidad de vanidades”, como dijo el predicador.

La radio, la tele, los espec-taculares y otros medios anuncian que el 21 de dic-iembre es el final de este mundo. Pero bien mirado, el final siempre está a la vuelta de la esquina, puesto que

nuestra propia muerte es ese final. Acaso lo que nos desa-sosiega es conocer la fecha exacta de lo inevitable y no el plazo de la codiciada bo-nanza. Quizá deberíamos ser como los replicantes de la película Blade Runner y ded-icar nuestros últimos días de este diciembre a rebelarnos contra el conocimiento de nuestra fecha de caducidad. ¿Y si lo estamos haciendo al negarla? Ya lo sabremos el 22 de diciembre.

Tal vez nuestro malestar ante la incertidumbre es lo que nos hace sentir vivos, lo que nos hace humanos. La con-ciencia del pasar del tiempo

y el temor a que algo o al-guien detenga el segundero nos da vitalidad.

Ya lo había dicho, esta colum-na sólo me da pretextos para decir tal o cual cosa, y esta vez el supuesto fin del mundo me da la pauta para terminar esta sección. Esta es la última en-trega de los Métodos de Ad-ivinación, sin mancia y sin la certeza de si iniciaré otra co-lumna o no. No importa mu-cho, esto es un mínimo fin del mundo editorial, así como en realidad sería el fin del mun-do: el último enunciado del único superviviente y el eco que nadie escuchará cuando se adivine el punto final

métodos de adivinaciónerika mergruen

el fin del mundo