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guardagujas tres Suplemento de La Jornada Aguascalientes octubre 2009

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la jornada aguascalientes / suplemento mensual / número 3 / octubre 09http://lajornadaaguascalientes.com.mx/

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gera

rdo

gonz

ález

el crack y el servicio exterior

mexicanoomar nieto

“estoy convencida de que alguien

dirige mis sueños”

6

7“es fantasma

escabullido a la verdad y al deseo”

“a mi natural desconfianza se

unieron mis malos pensamientos”

Incluir a escritores como agregados culturales en las naciones en las que México cuenta con sedes di-plomáticas es una historia de larga tradición. Des-

de 1886, Federico Gamboa, Amado Nervo, José Juan Tablada, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol o Fernado del Paso, se pusieron al frente de la representación cultural de México.

En el 2000, año de cambio político en nuestro país, los mecanismos de difusión cultural en el extranjero no se modificaron. El régimen panista retomó las estrate-gias de coorporativismo cultural al designar tan sólo en un año a casi el 30 por ciento del total de los agregados culturales de la historia de nuestro país, es decir a nueve de los 35 literatos que conforman la lista de escritores que han trabajado en el Servicio Exterior Mexicano.

Tal política, impulsada por el ex canciller Jorge G. Castañeda, tenía como objetivo difundir la imagen de un país “moderno, democrático y progresista”, acorde al cambio de régimen de Estado.

La apuesta que hizo el canciller Castañeda tuvo una doble senda: por un lado, dar cabida a artistas con reco-nocida presencia cultural fuera de México como Hugo Hiriart, José María Pérez Gay, Sealtiel Alatriste, Gui-llermo Sheridan, Alejandro Aura y Silvia Molina. El otro camino consistía en desginar a tres jóvenes agre-gados culturales menores de 40 años, tal como sucedió con Juan Villoro en el sexenio de José López Portillo, a quien se le concedió la agregaduría cultural de Alema-nia oriental contando con apenas 25 años.

Esos tres jóvenes eran Jordi Soler de 37 años de edad,

Ignacio Padilla de 33 y Jorge Volpi también de 33. En el 2001, Soler contaba con una carrera literaria incipien-te aunque popular por haber fungido como director de las estaciones juveniles Rock 101 y Radioactivo en la Ciudad de México. Soler fue enviado a Dublín, Irlanda, a pesar de haber publicado tan sólo el poemario El co-razón es un perro que se tira por la ventana, las novelas Bocafloja y La corsaria, así como los libros de cuentos La cantante descalza y otros casos oscuros del rock y Nueve aquitania, este último con cierta reputación en-tre la crítica especializada.

Los casos de Padilla y Volpi eran bastantes diferentes. Para el 2001, Padilla ya había ganado los más impor-tantes premios nacionales de literatura, entre ellos, el de las Juventudes Literarias Alfonso Reyes, el FILIJ de ensayo juvenil, el Infantil de Cuento Juan de la Cabada, el Juan Rulfo para Primera Novela, el Malcolm Lowry de Ensayo y el Kalpa de Ciencia Ficción, así como el de Ensayo José Revueltas, el de Cuento Gilberto Owen, el Nacional de Cuento San Luis Potosí y el Efrén Hernán-dez, aunque es el Premio Primavera de Novela Espasa-Calpe, lo que lo catapulta al escenario internacional.

La novela ganadora, Amphitryon, fue traducida a 10 idiomas (turco, inglés, ruso, francés, holandés y por-tugués) y se publicó en España, Gran Bretaña, Países Bajos, Francia, Rusia, Estados Unidos, Brasil, Polonia y Turquía.

El palmarés de Volpi era similar. En 1991 ya había ga-nado el Premio Vuelta de Ensayo y publicado A pesar del oscuro silencio, Días de ira, La paz de los sepulcros, El temperamento melancólico, Sanar tu piel amarga, El juego del Apocalipsis y el ensayo La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968, lo cual lo con-solidaba como una prometedora pluma joven.

Para el 2000, Volpi alcanza la notoriedad internacio-nal con En busca de Klingsor, novela ganadora del Pre-mio Biblioteca Breve, la cual interesa a 16 editores. En busca de Klingsor se tradujo a 17 idiomas (entre ellos italiano, danés, francés, holandés, inglés, alemán, grie-go, turco, húngaro, finlandés, polaco, taiwanés, chino y hebreo) y se vende en 30 países.

La apuesta del gobierno panista rindió frutos. Padilla y Volpi fueron apoyados inmediatamente por Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, quien dijo de Volpi: “He aquí un escritor mejor que yo”.

El Crack, ¿una apuesta al futuro?

Es muy posible que la decisión de Castañeda al desig-nar a Padilla y a Volpi como agregados tenga un ori-gen identificable: la sugerencia de Alejandro Estivill, miembro “exterior” del Crack, que en ese mo-mento fungía como coordinador de asesores de

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editores

Elaborado por Servicios Editoriales de Aguascalientes S. de R.L. de C.V. para La Jornada Aguascalientes.

edilberto aldán / joel grijalva

consejo adán brand /beto buzali / alberto chimal / luis cortés juan carlos gonzález / rodolfo jm / paloma mora josé ricardo pérez ávila /jorge terrones / gustavo vázquez lozano

[email protected] se responde por originales no solicitados.

crack...la Subsecretaría de Relaciones Exteriores.

Estivill formó parte junto a Pedro Ángel Palou, Eloy Urroz, Ri-cardo Chávez Castañeda, Vicente Herrasti, Padilla y Volpi, en la conformación del Crack, grupo alineado –según ellos mismos lo declaran- en contra de las “novelas facilistas” como Como agua para chocolate de Laura Esquivel que llegó a representar a las letras latinoamericanas en la Feria del Libro de Frankfurt de 1992, en la primera ocasión en la que el subcontinente era invitado.

Estivill había ingresado al Servicio Exterior desde 1993, fungien-do como secretario de Asuntos Políticos y Prensa, además de en-cargado de Asuntos Culturales en Costa Rica. En el 2005, se erige como director de Asuntos Culturales de la Secretaría de Relacio-nes Exteriores.

La pregunta que queda en el aire no es si la decisión de Castañe-da rendirá frutos o no para la política interior o exterior mexicana, sino para la literatura nacional en sí. El objetivo del Crack, según lo delinean ellos mismos, es escribir “novelas ambiciosas y polifóni-cas, complejas”, y la búsqueda de un “lector ideal”, listo “para de-leitarse con su dificultad como quería Lezama...” (Eloy Urroz, “El Crack en el vórtice de la novela mexicana”, en Crack, instrucciones de uso).

El apunte de Urroz es sumamente ilustrativo para responder esta pregunta. En la programática del Crack, la novela constituye toda las bondades de la literatura y con ella también tal vez, sus limita-ciones. Asimismo, en la búsqueda de su “lector ideal” pisan el terre-no del narcicismo literario, tan lleno de barroquismo, así como su extremo: la nimia ambición fuenteciana de escribir todas las nove-

las de La Comedia Humana, con o sin el genio de Balzac.Tal vez el tiempo dirá si la apuesta del ex canciller Castañeda

rendirá frutos para la historia de la literatura en nuestro país. Tan-to Padilla como Volpi argumentan que sus años al frente de las agregadurías culturales les quitaron tiempo para escribir, aunque la publicación de novelas y la conformación de antologías, refieren lo contrario, eso sin negar el impulso que significó proyectarse a nivel diplomático en Europa. Lo cierto es que ahora Padilla y Volpi ocupan todos los reflectores. Volpi continúa al frente de Canal 22 y Padilla, aunque renunció al complejo entramado burocrático-cultural al frente de la nueva Bilblioteca de México “José Vascon-celos”, continúa en la palestra académica y mediática.

Ambos siguen cosechando premios a diestra y siniestra, y eso lla-ma urgentemente a la academia a comenzar una evaluación seria de qué significa estéticamente el Crack. Los recientes premios de Volpi (el Debate-Casa de América 2009 de Random House España) y de Padilla (Premio Nacional de Ensayo Estación Palabra García Már-quez 2009 y el II Premio Málaga de Ensayo 2009, que se suman al Premio de Artes Plásticas Luis Cardoza y Aragón, al Nacional de Obra de Teatro para Niños y al Internacional de Cuento Juan Rulfo ganados en el 2008), llaman al análisis de estos dos autores que representan para bien o para mal el puente entre dos generaciones de escritores con intereses completamente opuestos: los anteriores a los años 60 s cultivadores de una estética de los géneros “altos” y los nacidos en los 70 s, tan cercanos a la cultura popular, la fractali-dad, los medios de comunicación y los “subgéneros” literarios. Sólo hasta entonces podremos hablar de una renovación real de una tra-dición de grandes escritores al frente de los negocios culturales de nuestro país, allende las fronteras.

enrique montañez

lili marlene, luz de fe entre guerras mundiales

La poesía se sobrepone a cualquier circunstancia humana, sea de la índole más cruenta posible. La palabra revestida de lirismo es una imperiosidad de or-den carnal. El nous en el proceso de la escritura sólo actúa como mero deco-

dificador; el origen del impulso poético-creativo se halla más allá de los linderos constreñidos de las operaciones mentales. Sólo con esas presuposiciones es dable concebir que en 1915 Hans Liep, un efímero poeta alemán devenido en soldado para cumplir con las exigencias patrióticas de su nación frente a la Gran Guerra, durante alguna pausa entre batallas y dentro de una trinchera, escribiera unos ver-sos que, posteriormente, se convertirían en letra de una de las canciones román-ticas fundamentales de la primera mitad de la centuria pasada y que hoy es icono musical: Lili Marlene.

Haciendo historia, la primera canción de amor de la que se tiene registro es de origen sumerio. El poema era interpretado, hace más de 4,000 años, durante la celebración del matrimonio sagrado anual, en el que el rey desposaba a una sa-cerdotisa de Inanna, diosa del amor y la procreación. Transcribo algunos versos: “Me has cautivado, déjame estar temblorosa ante ti,/ esposo, quisiera ser llevada por ti a la cámara nupcial,/ me has cautivado, déjame estar temblorosa ante ti,/ león, quisiera ser llevada por ti a la cámara nupcial”. “Tú, porque me amas,/ dame, te ruego, tus caricias,/ señor mi dios, mi señor protector (…)”. “Tu lugar, bueno como la miel, pon, te ruego, tu mano sobre él,/ trae tu mano sobre él como un vestido gishban (…)”.

El poema de Liep, una elegía de amor en la que el autor añora a su novia, a quien no está seguro de volver a ver, se salvó de la destrucción de la primera gran con-flagración mundial. Lale Andersen, cantante danesa que vivía en Alemania, leyó el poema reeditado en 1937 y le pidió a su compositor de cabecera que le adaptara música. En 1938 Norbert Schultze, músico y compositor oficial del Tercer Reich, se interesó en la canción y le pidió a Andersen que la interpretara con el ritmo de tango que él había compuesto. De esta manera, Lale grabó el disco Lili Marlene, que Radio Berlín transmitía como entradilla de la mayoría de sus programas, y pronto se institucionalizó como el himno oficial de la Alemania nazi.

Pero como la naturaleza de la poesía es disidir, pronto la popularidad de Lili Marlene implosionó el statu quo nazi. El ministro de Propaganda Joseph Goebbels consideraba que la canción minaba la moral de la Wehrmacht, por el carácter melancólico del tema. No obstante, Lili Marlene se impuso a los em-bates del gran ideólogo del régimen nacionalsocialista, pues el estado de ánimo del Ejército alemán encontró eco en la canción. Con la voz de Marlene Dietrich, Lili Marlene logró otro de los milagros de fraternidad que se han registrado, sin embargo, en guerras de alcances intercontinentales. Dietrich decidió cantar los versos de Hans Liep en inglés, y de inmediato las tropas aliadas, a las que Mar-lene apoyaba, también asumieron a Lili Marlene como el epinicio de su causa. Sentimiento compartido, por demiurgo poético, sólo equiparable a la tregua de Navidad de 1914.

En la programática del Crack, la novela constituye toda las bondades de la literatura y con ella también tal vez, sus limitaciones.

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Entre marzo y abril del año pasado me separé de mi mujer. Lo peor no fue el pleito en sí, pues ya desde hacía rato traíamos bronca, sino ha-

llar un lugar donde mudarme. ¡Que ella se quedara con la casa y los muebles! Primero pensé en pedirle asilo a mi hermana, pero sentí que eso le buscaría un conflicto con su marido, además tienen dos cha-vitos y la casa es muy chica... Mi carnal no vive en México desde hace dos años. Y con los amigos es más difícil de lo que parece, de pronto nos sale lo ojete, además. Y a esto hay que sumarle que venía pasan-do por una situación económica perrísima. Nece-sitaba un departamento así y asá, en tal zona y por equis pesos de renta: sueños de pobre: pero pasó.

Me instalé en un par de días. En un camioncito me cupieron todas mis cosas, los cargadores me cobraron bien barato por transportármelas de la colonia Roma a la Narvarte. Con un guardadito que no quería sacar puse los tanques de gas, que era lo único que me faltaba; tenía agua, el contrato de la luz y el teléfono. Todo al corriente. Y de pilón me habían heredado una suscripción de El Universal y tele por cable, aunque no dejaron el aparato. El departamentito tenía ese aire como para personas de paso. Encontré varios cachivaches que habían ido abandonando los anteriores inquili-nos, un destapador en forma de pito, unos vasos verdes, una silla de ratán toda pintada de blanco, dos huevos de marfil, y un despertador en el que no se podía confiar. Tenía buena vista, ubicado sobre la calle del Obrero Mundial. La contribución de los chavos que me pasaron el departamento era un hartero de botellas de caguama, de vino chileno y de las marranillas que ellos tomaban. Estaban arrumbadas debajo del lavadero.

Una tarde, como a la semana de haber llegado, sin chamba y en espera de que me re-solvieran una promesa en un despacho de arquitectos, me sentí medio de la mierda. A mis cuates no los vería hasta la noche, no se me ocurría a quién llamar por teléfono a esa hora... ni modo de llamarla a ella, a mi ex esposa. Sin saber qué hacer, hirviendo en un caldo de tedio andaba girando por el departamento, como descubriendo los rincones secretos de mi nueva casa. Me asomé a la zotehuela y me topé con los cascos de cagua-ma. Me encabronó verlos, todos polvosos, y un chingo. Pensé que se los podría vender al del carro de la basura. Luego me pareció que sería más el trabajo de juntarlos que lo que me darían. En un impulso ciego, tomé uno de los envases, vi que era de cerveza Corona. Como si supiera lo que estaba haciendo me agaché a ver de cuáles otras había. De Sol, de Carta Blanca y de Victoria, y de una marca que no conocía. Agarré el de Victoria, que no es tan aguada como la Corona, y además porque a mí me late más la Viqui, es la que he chupado siempre. Así que me lancé a la tiendita que estaba a dos cuadras de la avenida Niño Perdido. Más que clavarme en el disco que iba a poner para tomarme la chela, iba calculando que ya me quedaba poco dinero. Decidí que además de la caguama compra-ría unas papas chicas.

Estaba yo al principio de la callecita, en la esquina: no sé por qué me detuve, apenas unos segundos, a contemplar el fondo de la calle, como si fuera yo a iniciar algo. Seguí avanzando con la botella en la mano. Era una cuadra extensa, de una de esas manzanas que son muy largas pero muy delgaditas, las aledañas al Viaducto. La tienda estaba en el otro extremo. De pronto, cuando ya llevaba como un quinto de la cuadra, en la acera de enfrente, a la puerta de una casa vi una viejita. Me atrajo de inmediato. Como casi no pasan coches en esa calle, sin mirar me crucé con la intención espontánea de acercarme a la señora.

Estaba apoyada en su bastón, la noté afligida, y también muy convencida de hacer con-tacto conmigo. “Oiga, joven”, me dijo, “por favor ayúdeme, se me cerró la puerta, dejé mi llave en la mesa”. Como la puerta del zaguán estaba abierta, comprendí que la señora se refería a la de adentro. Me fue diciendo que tenía reuma, que debía descansar, que estaba sola y que su hijo no regresaría del trabajo hasta la noche. “Pobre viejita”, pensé, “sí se ve cansada”. Yo no acababa de darme cuenta de qué esperaba la anciana que yo hiciera, cuando ya habíamos entrado al patio de la casa, angosto y largo. Al fondo había una es-calera de hierro, medio despintada. Vi que subía directamente a la azotea, la casa era de una sola planta. Me volví a mirarla, como preguntándole qué quería. “Ay, joven, me apena mucho, pero creo que usted podría entrar a mi casa por la zotehuela. Mire, se sube a la azotea y desde allí se brinca, la puerta de la cocina está abierta...” Mientras la señora iba hablando me vi mentalmente realizando lo que ella me pedía pero al mismo tiempo me entró mucha suspicacia. Sí, parece que la viejita está sola, pensé, pero quién me asegura a mí que ya en medio de la acción no se me aparecen unos cabrones y me apañan y me acu-san de robo o de algo así, mejor no, porque... Entonces vi que a la anciana le temblaban las piernas y que hacía un gran esfuerzo por sostenerse en pie apoyada con las dos manos en el bordón. “Está bien”, le dije, “pero antes vamos a cerrar el zaguán”, le propuse, con la idea de asegurarme de que no entraría nadie en tanto subía a la azotea.

Dejé en el piso el envase de cerveza y me lancé para arriba por la escalera de hierro. No había nada allí, ni tendederos. Caminé directamente al cubo de la zote-huela. Vi que tendría que descolgarme agarrado de la barda y saltar al lavadero y de ahí al piso, pero estaba más alto de lo que creí. Necesitaría una escalera... En eso miro a mi lado y ahí está tirada: una vieja escalera de madera como de un metro de largo. La tomé y me acomodé con la intención de colocarla sobre el lavade-ro, pero faltaba más de un metro para hacer contacto. “Si la suelto seguramente se va a caer o se va a romper, necesito un lazo”, me dije. Miro hacia otro lado y ahí lo veo: un cordel blanco como de un metro de largo. Lo ato a un extremo de la escalera y la bajo con cuidado hasta que casi toca el lavadero, faltaban unos cuantos

centímetros... pero calculé que a esa distancia caería bien. Así lo hice. Antes de decidirme a bajar quise asomarme al patio para ver a la viejita: allí seguía: mirando hacía mí, con una mano en los riñones y la otra en el bastón. “Puedo confiar”, me dije. Así que pasé una pierna por encima de la barda, luego la otra, me di la vuelta apoyando la panza en el bor-de; me descolgué a pulso hasta que mis pies sintieron el primer peldaño de la escalera. Ya la hice. Con las palmas de las manos pegadas a la pared mantuve mi precario equili-brio hasta que sentí el segundo peldaño, crujiente. No me puedo demorar aquí, ni puedo intentar regresar; sentí que titubeaba demasiado, que aquello parecía más un pozo que una zotehuela, máxime porque ya en ese punto la luz había disminuido mucho y al mirar hacia arriba vi un cielo rojo y lejano. Bajé al tercero, miré hacia abajo y ya no pisé el cuarto escalón, brinqué al lavadero, de ahí al piso. Había ropa remojándose en una bandeja, por el polvo que tenía encima y el aspecto lechoso del agua me pareció que llevaba semanas allí. Flotaba un olor amargo, de agua estancada o cañería descompuesta.

La puerta de la cocina efectivamente estaba abierta. Apenas puse un pie dentro suce-dió que a mi natural desconfianza se unieron mis malos pensamientos; atisbé la oscuri-dad del lugar tratando de descubrir a alguien y palpando la posibilidad de que hubiera algo que robarme, algún objeto de valor al alcance de mi mano, que no hiciera mucho bulto... Pasé la vista por la mesa y descubrí la llave olvidada por la abuelita: dorada, bri-llaba mucho en medio de la penumbra. A la derecha, bajo la ventana tapiada que daba a la calle, había un sofá atiborrado de papeles, ropa, periódicos y directorios telefónicos. Olía a encerrado, a moho. En una esquina brillaba levemente la pantalla de un apara-to de televisión sobre el cual reposaban objetos indistinguibles, veladoras consumidas. Cuando tomé la llave los dedos se me pringaron con algo que estaba embarrado en el mantel. Noté que la anciana ya estaba frente a la puerta, impaciente. En eso oigo un ruidito, que venía del otro lado del pasillo, donde no había mirado. Fue más fuerte que yo: di tres pasos, hasta descubrir una puerta entreabierta por donde alcanzaba a verse un espejo, en el que se asomó un rostro hermoso, de doncella. Se estaba peinando y po-niéndose crema en la cara. Yo seguí con la respiración contenida. En mi mano izquierda latía el pegajoso embarazo que me causaba la llave. Al cabo de unos instantes me pa-reció obvio que esa princesa ya me había visto. Con jactanciosa seguridad empecé a acercármele. Ella siguió como si nada, pero ya había calculado que cuando yo abriera la puerta ella se estaría pintando los labios, mirándome por el espejo. En cuanto oí su voz caí en la cuenta de mi error. Con verdadera seguridad se había vuelto para mirarme directamente a los ojos, me deslizó su mano helada por la barbilla, luego pasó sus uñas por mis labios. Di unos pasos en reversa. Empezó a reír-se; más miserable me sentí cuando quise poner de pretexto a la señora que me había pedido ayuda. Su risa se tornaba cada vez más intimidante. “¿Qué carajos estoy haciendo aquí?”, me dije por fin. Era un muchacho como de veinte años. Con tacones y pelos en las canillas. Corriendo volví a la coci-na... a mis espaldas oí con claridad su voz cuando decía “Tú no sabes lo que es vivir con ella. Ya no la soporto”.

Le abrí a la señora y avanzó hacia dentro en busca de donde sentarse. “Gracias, muchas gracias, joven”, me dijo al tiempo que le entregaba la llave. Cerré el zaguán tras de mí, reto-mando mi camino. Ya casi frente a la tienda me di cuenta de que había olvidado la botella.

mario gonzález suárez

baño maría

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Es poco frecuente asistir a la presentación del primer libro de un poeta que rebasa el medio siglo de existencia. Debido se-guramente a su profundo sentido crítico y autocrítico, Fran-

cisco Martínez Farfán se ha tomado su tiempo para publicar y eso es algo que debemos valorar como lectores, aunque desde luego habrá que esperar un poco para conocer la opinión de los especialistas.Por diferentes razones que no viene al caso mencionar, he sido tes-tigo -no se si afortunado o desafortunado-, de algunas vueltas y ro-deos del proceso creativo que culminó con la integración del libro de Farfán. Como lector y no como especialista quiero compartir con ustedes algunos comentarios.De La memoria verdadera conozco varias versiones. Los primeros poemas comenzaron a tomar forma hace tres años cuando Farfán fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Ar-tístico del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes. Desde entonces muchas palabras, versos y poemas completos, se modificaron o sim-plemente desaparecieron por completo. Otros poemas nuevos fueron incorporados en el transcurso del primer semestre de este año, cuan-do Farfán retomó el proyecto con el propósito de publicar un libro. Como lector, debo reconocer que me resulta incómodo el perfec-cionismo obsesivo de Farfán. Ahora que leí la última versión, que no sé si será la definitiva, advierto la ausencia de ciertas palabras que me resultaban ya familiares y que en el proceso de corrección fueron sustituidas por otras o incluso algunos poemas que fueron excluidos por un exceso de cautela del poeta. Y si existe algo así como los derechos del lector, yo apelaría a ellos para reapropiarme de las palabras que fueron relegadas, en particu-lar una que debería estar presente en el poema de la página 70.Donde dice El escriba de mí se me escabulle decía en una versíon anterior El poeta de mí se me escabulle. Aunque entre los hebreos el escriba era el doctor o intérprete de la ley, en un sentido gene-ral también es el copista o amanuense, lo cual no tiene nada que ver con alguien que ha buscado durante décadas Esa limpieza de la palabra evocada/... ese eco de lo inmóvil,/ su plegaria, su oráculo, su exasperante/manar en heladas escamas/bajo el sol. Farfán es un poeta no un escriba, un poeta modesto pero al fin poeta.Por otra parte, seguramente como a muchos de ustedes me lla-mó la atención el título del libro, La memoria verdadera, quizá demasiado fuerte para el espíritu light de nuestro tiempo. Y no es broma: en los tiempos posmodernos que vivimos, una simple re-ferencia a la verdad basta para despertar las sospechas de un au-ditorio demasiado predispuesto a los enredos de una hermenéu-tica viciada que ha terminado por asociar este concepto con el

ángel francisco hernándezsobre la memoria verdadera dogmatismo, con el autoritarismo o con las creencias eternas y uni-

versales.Pero nada más apartado de la intención poética de Farfán. En su libro la verdad se revela como un concepto mesurado y razonable, tanto como la memoria que es la más humana de todas nuestras fa-cultades: falible, imprecisa, frágil, imperfecta, limitada, amenazada siempre por el olvido que es otra forma del silencio.Yo recuerdo -leemos en uno de los poemas- si tal recuerdo existe detrás de lo vivido. Y la duda está plenamente justificada. ¿Qué es lo que queda detrás de lo vivido? ¿Acaso somos capaces de recordar el pasado con un mínimo de certidumbre cuando somos incapaces de recordar los detalles de lo que hicimos apenas hace unos momentos? Pero la duda no implica negación porque detrás de lo vivido algo queda. Dice Farfán que la Memoria no es caudal sólo un rasgo/luz que decrece. Y ciertamente, a la luz de la distancia sólo quedan pala-bras que pierden su silencio.Y siempre es bueno que los poetas nos recuerden lo que hemos olvidado, que es tal vez lo esencial para nosotros. En este sentido, La memoria verdadera es memoria del silencio, evocación de la in-fancia, soledad entre los otros, cansancio de vivir, recuento de las pérdidas, culpable permanencia en la irrealidad, proximidad de la muerte, terapia psicoanalítica, angustia y dolor existencial, ensoña-ción metafísica, asombro e incredulidad, placer introspectivo y jue-gos de lenguaje. En suma, parafraseando a Octavio Paz, la memoria verdadera es la voz dormida o confundida en el interior de cada uno de nosotros. Durante muchos años, Farfán permaneció vagando entre oniromas que aparentan certeza/y vencido por los demás, viviendo en el des-tierro/del orín público, restregado contra el horror/de ser uno solo, un solo... En La memoria verdadera escuchamos la voz del poeta, una voz que ofrece múltiples vetas para la interpretación, una voz que a partir de ahora podemos explorar como lectores. Una de esas vetas es el diálogo imaginario entre Sara Cohen y Alejandra Pizarnik, que se resuelve en la última frase del poemario.Tal vez, sólo tal vez, el silencio de los poetas no existe, aunque Alguien puede morir/Sin decir palabra/Abandonado a su sola necesidad/Al sol profuso custodiado de insectos/Sin cerrar los ojos a la impaciencia de durar. Como quiera que termine ese diálogo, yo celebro que Farfán se haya decidido por fin a publicar lo que a mi juicio de lector es un buen libro de poesía que afortunadamente ya no le pertenece porque lo seguiría corrigiendo hasta el infinito. Desde luego, una mención es-pecial merece el diseño de la portada y la portadilla de Andrés Vázquez Gloria, así como el excelente trabajo del equipo de la dirección edito-rial del Instituto Cultural de Aguascalientes.

Martínez Farfán, Francisco. La memoria verdadera. Instituto Cultural de Aguascalientes, Aguascalientees, México, 2009

malapatavap

[email protected]

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gabriela condealguien camina en el pasillo

Una mujer en el centro de una habitación vacía. Vestida con andrajos. Una mu-jer sentada en el suelo: los ojos entrecerrados, apretadísimos; concentrada en las piedras que reúne en diferentes montones. Las capas de mugre de sus

manos se mezclan con el gris de algunas piedrecillas. Piedras ordinarias, cuarzo, granito, basalto, cristales. Toma una piedra de un montón, la examina con deteni-miento y después la desecha del otro lado. Pareciera que lleva horas en esa acción, trayendo piedras de aquí para allá: horas, quizá días. De vez en vez se lleva las manos a la cabeza y se busca entre los pelos. Saca de la maraña piojos que se mete a la boca. El crujir de los animales entre sus dientes rompe el silencio del cuarto.

Afuera el invierno endurece el aire. Amanece. El sol se escurre por la única ven-tana y comienza a caminar por el cuarto, enfoca un sillón viejo, un camastro, platos sucios en el piso.

En la habitación de al lado otra mujer, gorda (quizá más joven que la primera), baja la palanca del excusado. Luego camina en círculo por el pequeño baño. Se mira en el pedazo de espejo de la pared y, en un intento absurdo, escupe entre sus manos; con la saliva trata de limpiarse la cara. Sonríe, tiene tres dientes. A cada movimiento la acompañan moscas que a cierta distancia parecen dibujarle una sombra.

El vaivén de ambas mujeres se interrumpe, repentinamente, por el ruido de una sirena. Se escucha muy cerca. La gorda entra al cuarto donde la otra está asomada por la ventana.

—¿Y si… y si… y si le pasó algo? —dice la gorda.—Sabríamos, alguien habría venido aquí. —Nadie sabe que estamos aquí.—Pero habrían venido a buscar entre sus pertenencias.—No, buscarán en su casa, con su esposa y sus hijas. Algo le pasó. No nos abando-

naría así de fácil.—¿Abandonarnos?; pero si han pasado sólo cuatro días. Él sabía que iba a tardar,

por eso dejó alimentos. —Pero hace mucho frío afuera, y yo lo escuché toser la semana pasada. Quizá cayó

muerto de neumonía en algún parque. Oigo patrullas. —Llegará… de un momento a otro, además este es en un quinto piso, lo que oí-

mos puede no ser cierto.La gorda se sienta en el suelo, observa las piedras con detenimiento; al poco la otra

mujer se sienta a su lado.—Estoy revisando las piedras que no sirven, tal vez se nos escapó alguna.—Si se escapó alguna, tuvo razón en pegarte. —Sí. ¿Me ayudas?Las dos mujeres revisan las piedras. El sol ha caminado, ahora un halo las ilumina

en línea recta. Las moscas van de una mujer a otra, de un montón a otro. —A lo mejor… ya no le gustamos —vuelve la gorda.—Si no le gustáramos… nos mataría. Lo ha dicho siempre.—Quizá no se atrevió, nomás se fue.La mujer gorda se pone de pie. Regresa al baño. Sonríe frente al espejo. Entrecierra

los ojos, los entorna y mira fijamente los dientes que le quedan. Toma uno entre los dedos y lo sacude violentamente, casi con rabia. Lo jala. Una, dos, tres veces. Final-mente sale. Un hilo de sangre le escurre por la boca. Sonríe. El que sigue. Jala. Una, dos, tres veces. El tercero. Jala. Sus andrajos son ahora un mapa gris con rayas rojas.

Del otro lado la mujer de las piedras ha cesado en su acomodo. Ahora, concentradí-sima, come piojo tras piojo. La luz sucia del sol ha entrado de lleno por la ventana.

—Podríamos escapar. Ya no hay comida,—le grita.La gorda sale del baño. Su boca es un amasijo de sangre y mugre. —¿Ya no le gustamos?—Quizá.—Hagamos una prueba —dice la gorda. —Dame tu mano.Y la gorda se mete uno de esos dedos a la boca, lo succiona. Uno, otro, otro, la mano

completa. Chupa. La otra mujer quita su mano.—A mí no me gusta, pero a él…a lo mejor…La gorda regresa a lo de las piedras. Las dos mujeres se concentran en revisarlas

una a una. —Buscamos verdes.—No. Rojas.Y cada una aparta las que considera preciadas. El sol que brilla como moneda nue-

va no es suficiente para calentar el aire que se mete por la ventana. —¿Y si gritamos?. Quizá alguien sube, nos libera y podemos volver a casa. Pero,

¿cómo? Ha pasado tanto tiempo que ya no sabría llegar. —Sí, podría escucharnos algún policía; tal vez, nos auxiliaría.—Los policías son los peores. Él siempre lo dice.Y de nuevo a las piedrecillas. A los montones.—¿Por qué dejamos de gustarle? Hacemos todo lo que pide.—A lo mejor por eso.La de los piojos se sube la falda y le muestra a la otra una herida reciente en el

muslo.—Me la hizo la última vez que estuvimos juntos. Sacó la navaja y me la enterró

poco a poco. Pero no grité, si no grito él acaba más rápido. Me zarandeó y al poco se quedó tranquilo. Es por eso, por no gritar, es mi culpa.

—No, yo casi ni grito —la gorda se agacha y le lame el muslo.Se escucha otra sirena. Ambas corren a la ventana.La puerta al fondo es acero oxidado. Moscas vienen y van por la habitación. El sol

camina por el cuarto en retirada. Se siguen escuchando sirenas. Dos mujeres casi inmóviles esperan a un hombre. Mujeres en andrajos. De vez en

vez se miran; se abrazan; lloran; se besan la cara, los ojos, las manos. Después vuel-ven a la ventana, a la inmovilidad de mirar. El sol en picada se resbala por el cuarto.

De pronto escuchan pasos afuera. Alguien camina en el pasillo. Los pasos se oyen muy cerca, casi adentro. Ambas corren a la puerta, se plantan a los costados. Esperan. Las moscas se revuelven inusualmente entre una y otra. Los pasos son claros. Afuera hay por lo menos dos personas. Ahora se escuchan voces, risas. Las mujeres siguen de pie, calladas. Pasan diez, quince minutos y de pronto, los sonidos cesan. La gente allá afuera se ha ido.

—Era él…con otras.—¿Cómo lo sabes? —Lo intuyo.La gorda entonces se aferra a la manija y la puerta, sin ningún esfuerzo, se abre.

Las mujeres miran la oscuridad del pasillo. La gorda asoma su cabeza. Gira a un lado, luego al otro.

— ¿Se fue?—No puso candado. Nos abandonó —llora la gorda.—Podríamos irnos.—…La gorda vuelve a asomar la cabeza. Luego cierra y abre la puerta, algunos ovillos

de basura caminan por el pasillo. Entonces la otra la jala y de un manotazo la cie-rra.

—Mejor mañana, anochece —y ambas se quedan calladas.

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F

Qb3

Apartir de las notas “Disney to Pay $4 Billion for Comic Giant Marvel” del 29 de agosto de 2009, “In a Private Ser-vice, Last Goodbyes for Jackson” del 3 de septiembre, “Bi-llion-Dollar Pyramid Scheme Rivets Lebanon” del 15 de septiembre, publicadas por The New York Times.

Es tan listo Stan Lee (tanto como Salah Ezzedine)

Es tan listo Stan Lee tan brillanteque sabe cuando dar el brincocual antorcha humana en el cielo prístinose expande cual hipérbole verde

Convertido en desplante se trasciendecolgado del techo como puerco arañase sabe mutante dotado de cuanta mañavolado está después de haber pactado su suerte

Es tan listo Stan Lee tan condescendienteque sabe cuando dejar en mejores manosal multicolor explotado de sus superhéroes y supervillanospremiados con orejitas de ratón resplandeciente

Es para saberlo todo Disneylandiacomo lo quiso alguna vez ese san Miguelel Jackson transfigurado en chocolate con lechedespués de comprada toda la tierra real e imaginaria

¿Cómo pudiste irte, rey de reyes, dador del pop?nunca tutsi el pop en su atisbo fugaz de satélitea lo largo del primero de los continentesno se sabe si ha muerto en manos del propofol

Durmientes todos somos durmientes para el expreso de sueñoatiborrado de indigentes que claman desde el subconscientela certeza de haber perdido sus lenguas en lances concupiscentes en pos de esa tierra mausquetera, esa nunca jamás con dueño

No puede haberse muerto san Miguel el Jacksonvive en la tentación lunar del pasaje cual crisálidavacío va el féretro llevado en procesión hasta las ánimaspor otros santos inmortales entre el clamor de tanto claxon

Mientras casi lejos en Líbano más de quinientas familiascaídas de la gracia en la promesa dada por un tal Salah Ezzedinede un árbol de portentos: dinero nacido de sus ramas: pirámide vilse han visto desposeídas de los ahorros de todas sus vidas

Deba de cantar tal vez un Miguelito ratón de la ilusiónsobre el deseo pedido a una estrella voraz y multinacionaldeba tal vez cantar ese otro Miguel Arcángel rey confesionalcomo todo ese dinero vertido en una confianza salida de excursión

ricardo pohlenz

menester de juglaríaLa locura,cuarto de noches insomnes,polvo de huesos derramados en el tiempo.

Detrás de un hueco imprevisto,la sangre de su voz escurre en el silencio,se siembra en las gargantas de los hombres, en las horas en los momentos.

Es fantasma escabullido a la verdad y al deseola gotera de un alma vestida de sombrasla artesana creadora de vacíos.

Alimenta las raíces de las flores,moja los cimientos de las casas,pinta los platos,surte las alacenas,grita suspendida desde las lámparas,alumbra desdoblada entre las almas,teje en los cabellos de los mártires habita el corazón la piel y las ojeras abultadas de esperanza.

Unos cuentan que es una enfermedad desprovista de curay que las almas contagiadas no se redimen nunca.Otros creen que detrás de los espacios suspendidos en el aireen la orilla más oscura del tormentovive un hilo de luz colgado desde el techo:huso redentor de la existencia,salvación única de los caídos.

La única certeza de la locuraes que aquella desnuda sosegada transparente encanecidaes un desierto eternizado,duplicado en el sueño de las lunas;es una mancha que viste la conciencia,hogar nebuloso de la razón y el intelecto;es un gemido confinado a la cárcel de vientoguardada por su cómplice, el delirio;es un murmullo, un lastreuna luz tintineante, un gusano vivo bajo la piel de los que anhelan.

adriana irais dorantes moreno

la locura

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G

dxc4

territorio de los sueñoserika mergruen

Estoy convencida de que alguien dirige mis sueños. Se ha aplica-do en la edición, los efectos especiales, la fotografía y también en el guión. He tratado de ponerme en contacto con el susodi-

cho director, pero todavía no he tenido éxito. Supongo que es gente ocupada y que tiene su estudio en el rincón más oscuro de mi in-consciente. No deseo reprocharle nada, ni siquiera enviarle una crí-tica constructiva sobre sus últimos trabajos cinematográficos. Sólo quiero pedirle que incluya un cartógrafo en su equipo. Mi petición no es un capricho de diva, en realidad necesito un cartógrafo, con urgencia, pues tal parece que el tipo cree que la frase “el territorio de los sueños” debe ser textualizada cuando yo duermo.

Como todos los durmientes, poseo sueños de una sola noche, pero la mayoría son recurrentes al igual que algunos de sus personajes y sus locaciones. Éstas suelen estar comunicadas por curiosos portales –puer-tas, un centro comercial, una calle, un camino en el bosque– de tal suerte que puedo trasladarme de un sueño a otro. Así, a lo largo de los años, he regresado a varios lugares oníricos con lo cual he intentado construir un mapa, aunque los puntos cardinales del territorio son imprecisos.

Existen un golfo, costas varias, colinas en los alrededores, valles y cuevas. El clima, la flora, la fauna y los hombres varían en cada lugar. Algunas locaciones conservan su temática. Tal es el caso de la Casa de la Colina Alta y sus alrededores, donde se desarrollan los sueños de violencia extrema; o el pueblito pintoresco de las paranoias, donde coexisten la tienda de velas y el Loco de la Fuente de quien debo ocul-tarme siempre para que no me siga (aunque él no sea tan inquietante como La Sombra o La Momia que Flota). Están la Avenida Callejón, cuyo atractivo principal es el Mercado de los Vivos y los Muertos, el condomio Art Déco y las Casitas del Laberinto, ubicados todos fren-te al Estadio de Beisbol. Conozco también una calle con fachadas de utilería, un terreno baldío que oculta las ruinas de una civilización an-tigua y la casa de mi infancia que se transforma todo el tiempo.

En la mayoría de mis sueños, la trama inicia con algo cotidiano: compras, visitas, trabajos, entregas. Pero la acción arranca cuando la tarde se acerca, porque es la que me indica que es tiempo de empren-der el camino a casa, pero suelo encontrarme lejos y debo apurarme para que no anochezca antes de mi regreso. El conflicto radica en que en estas curiosas locaciones no hay transporte, o bien yo no puedo usarlo, y como ocurre en la vida real, no tengo automóvil propio. Pare-ciera que nunca sé cómo he llegado al lugar aunque me concentre en recordarlo, así que debo tratar de orientarme o preguntar a los lugare-ños cuál es la forma más rápida de llegar a mi hogar.

Mi regreso puede ser breve, entonces el guión del sueño se desarro-lla en mi casa. Esta puede encontrarse en cualquiera de las locaciones y exhibir cualquier estilo, pero en el interior siempre me espera mi hijo y sus eternos tres años. Pero a veces mi regreso es el éxodo mismo, y debo tratar de reconocer algún portal que me acerque a casa. Mas los portales son un arma de dos filos pues pueden llevarme a otro sueño. A veces logro identificar los portales sombríos, otras veces logro regre-sar a sueños entrañables. Pero también ocurre que cruzo los portales sin darme cuenta, y nunca hay vuelta atrás.

Como en todo territorio sin cartografía precisa, los descubrimien-tos ocurren. O supongo que mi director es un creativo inquieto, pues suele buscar nuevas locaciones, y con ellas llegan los sueños nuevos. Algunos no tienen éxito de taquilla. Hace poco creó una gran terminal de trenes en la que lo mismo se podía comprar un boleto para ir a la es-quina que a Amsterdan o a Grecia usando la misma línea. Pero olvidó incluir la estación Mi Casa y meter billetes suficientes en mi cartera. Terminé, ya entrada la noche, en las Casitas del Laberinto para vivir una pesadilla. Pero perdoné su traspiés cuando me nombró protago-nista de su última gran producción: un sueño saturado de símbolos y alegorías, con animales y transformaciones en una colosal locación: las ruinas de una ciudad anasazi. Aseguro que estaba muy cerca de Casa de la Colina Alta, pero deseo regresar a las dichosas ruinas una de estas noches. Pero, por favor, con un mapa.

sueño remediosvarianopaloma zubieta lópez

Los fenómenos más sencillos guardan secretos insospechados. Por fuera, la parte alta de la torre está coronada con unas fau-ces monstruosas -la equivocada impresión se debe a la forma

del receptáculo de gases-; en el interior, la habitación a la que sólo el Maestro tiene acceso alberga una máquina insólita de última generación. Un suave ronroneo acompaña la circulación de esta sustancia valiosísima por múltiples tubos hasta su destino final, los pequeños frascos, entregados con discreción a seres alados que la distribuyen según el estado del tiempo. Es probable que el lector ya se percate de lo trascendente de este mecanismo universal y que a partir de ahora, entienda el delicado engranaje que subyace lo que algunos llaman el ciclo del agua.

París es un sueño, madre,un paraíso de sombrasy la corriente pausada de un río gris.

Allá mi cuerpo se escurreen miradas garzas sobre las piedrascomo si lloviera con furia apaciguadasobre la ciudad que muere.

Hay flores rojas en los balcones,flores pequeñas que se deshojan fácilmente,que contagian a mi corazón de ansia volátily lo toman para trazar aves en el cielo.

Gatos, madre,quiero ir a París a mirar los gatosy sentarme junto a ellos a limpiarme la pielcon la lengua, los ojos cerrados, sanar en la caricia.

Yo sé que digo París y te entristeces,madre, yo misma estoy triste desde hace muchoy sé que soy muy débil para sostenerme en pie.

Pero iré a París, madre,así lo dicen las líneas en mi mano,así me digo cada nochecuando prendo la luz para alejar a los fantasmasy me obligo a dormir hecha un ovillo.

París, madre, aunque no tenga fuerzaaunque calle lo que seguramente sucederá.

parís es un sueñoarlette luévano

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H

Feria del Libro de Aguascalientes César Aira, Mónica Brozón, Eduardo Casar y Alberto Laiseca son algunos de los escritores que estarán en los últimos días de la edición 2009 de esta fiesta de los libros, Museo Descubre, Aguascalientes. El 4 de octubre asiste al concierto de clausura, con Rick Parker Trío, 19:30 hrs. Tríptico. Persona: Destino: Cosmos Ciclo de conferencias sobre Historias culturales a través de la ópera que impartirá Otto Cazares en la Galería Benjamín Manzo de la

Casa de la Cultura de Aguascalientes, 1 y 2 de octubre a las 18 hrs., 3 de octubre a las 10 hrs 2nda. Feria del Libro Teatral. Obras de teatro, presentaciones, libros, lecturas dramatizadas, conferencias, charlas, mesas de trabajo, exposición y ventas de libros. Del 1 al 11 de octubre en la Plaza Ángel Salas del Centro Cultural del Bosque (atrás del Auditorio Nacional), DF. II Foro de Novela Negra, Literatura de Horror y Suspenso Del 5 al 9 de octubre en el Museo de la Ciudad, Guadalajara, Jalisco (Independencia #684, Centro). Taller “Edgar Allan Poe, creador del cuento contemporáneo” y conferencias de Alberto Chimal, Sergio Figueroa, José Reyes, Erika Mergruen, Ricardo Bernal y José María Rodríguez. Jaime López. Líneas al aire, concierto del mejor compositor del rock mexicano en el Teatro Casa de la Paz (Cozumel 33, Col. Roma, DF) 7 de octubre, 20 hrs. Kings of Leon en México. El potente grupo estadounidense de rock sureño formado por los hermanos Caleb, Nathan y Jared Followill y Matthew Followill brindará dos conciertos, uno en el Auditorio Telmex (Jalisco) el 20 de octubre, el segundo en el Palacio de los Deportes el día 22 (DF), escúchalos en http://www.myspace.com/kingsof leon. http://www.losperrosdelalba.com/ es el sitio en internet donde puede leer esta revista cultural elaborada desde San Luis Potosí y que en su número 3 incluye textos de Daniela Bojórquez, Eduardo Huchín y Julian Herbert, también de venta en la Librería de la UAA. Encuentro Iberoamericano de Poetas en el Centro Histórico 8 a 18 de octubre en el DF, encuentra el programa en http://www.vertigodelosaires.blogspot.com/ Parteaguas. Ya circula el número 18 de la revista del Instituto Cultural de Aguascalientes. Textos de Mónica Lavín, Féliz Suárez, Dolores Castro, Aldo García. Fotografías de David Corona. Imágenes inéditas de Manuel M. Ponce.

agenda

tripulación

En 1974, el prestigioso premio Pulitzer de ficción fue decla-rado desierto en medio una gran polémica. El jurado encar-gado de seleccionar al ganador había recomendado por una-

nimidad la novela Gravity’s Rainbow (El arco iris de gravedad) de Thomas Pynchon para recibir el galardón, pero la comisión del Pu-litzer decidió no tomar esa recomendación, aduciendo que dicha novela le parecía un obscena e incomprensible.

Ese mismo año, Gravity’s Rainbow recibió el National Book Award. En vez de recibir o rechazar el galardón, el autor envió a un comedian-te, Irwing Corey, a dar el discurso de aceptación. Según varias crónicas del evento, durante el discurso de aceptación muchos pensaron que el comediante era el propio Thomas Pynchon que les estaba tomando el pelo. La razón era que nadie conocía a Pynchon, un autor tan conoci-do por la complejidad de sus textos como por su reclusividad. No sin buen humor hacía esta actitud, el escritor ha aparecido tres veces en Los Simpsons, dibujado con una bolsa de papel en la cabeza.

No obstante, El arco iris de gravedad es mucho más que la suma de las excentricidades de su autor y las polémicas en torno a sus premios. El inicio es uno de los más deliciosos de la literatura contemporánea: “A screaming comes across the sky. It has happened before, but there is nothing to compare to it now.” (Aunque el efecto se pierde un poco el efecto en la traducción: “Llega un grito a través del cielo. Ya ha ocurrido otras veces, pero ahora no hay nada con que compararlo.”). Ese grito a través del cielo es el sonido de la bomba V-2 al caer sobre Londres du-rante la Segunda Guerra Mundial, una bomba tan veloz que si escuchas el sonido ya es demasiado pronto para salvarte. Curiosamente, el lugar donde caen las bombas sigue a la perfección el mapa de las conquistas amorosas del teniente Tyrone Slothrop. Si esto le suena demasiado ex-traño, entonces quizá ya no habría que mencionar que la novela comien-za con un festín de bananas en medio de un bombardeo e incluye una degustación de los dulces más asquerosos del mundo y un pulpo gigante amaestrado para atacar a una mujer. Pero si le parece interesante, y no le molesta que las primeras doscientas de las más mil páginas de esta no-vela sean divertidísimas pero no tengan mucho sentido (en realidad, lo empiezan a tener cuando se lleva la mitad de la novela leída) puede que usted sea un lector nato de Thomas Pynchon.

Aunque quizá valga la pena abrir el apetito con su primera novela, V., la historia de la búsqueda obsesiva de una misteriosa mujer, que incluye entre otras cosas una cacería de cocodrilos por las alcantarillas de Nueva York, y que tiene una notable red de similitudes con Rayuela de Julio Cortázar aunque es casi imposible que una haya influenciado a la otra, ya que ambas aparecieron publicadas el mismo año. O quizá con La su-basta del Lote 49, inspirada en parte por un cuadro de Remedios Varo,

rené lópez villamar

thomas pynchon o el llamado a la aventuradonde la protagonista Oedipa Maas (casada, por cierto, con Mucho Maas), se sumerge en el mundo de la enigmatica conspiración Trys-tero.

Si algo sobra en las novelas de Thomas Pynchon es acción. Nunca dejan de suceder cosas, en ocasiones demasiadas a la vez. El espiona-je, la novela policiaca, el Pato Donald, la física cuántica, la gastrono-mía, Harry Potter, el jazz y las persecuciones al estilo de Hollywoode stán todos al orden del día. La cantidad de personajes es tan grande y son tan extravagantes que no cabrían todos ni en el reparto de los más fastuosos musicales de Broadway. Las tramas tan complejas, en-revesadas y surrealistas que son para todos propósitos inflimables. Tal vez esto choque un poco con la parquedad de las novelas con-temporáneas, donde la acción se reduce hasta casi detenerse, los per-sonajes son pocos y apenas dibujados y las tramas parecen diseñadas para saltar a la pantalla cinematográfica a la menor provocación. Si la frase anterior parece exagerado o una generalización burda (que lo es), se debe en parte a que ante una novela de Thomas Pynchon casi cualquier cosa parece una trompeta con sordina frente al atronador sonido de una enorme banda de jazz.

Y es que a Pychon hay que leerlo como quien escucha música. Hay cierto grupo de lectores que se sienten ofendidos o timados si no comprenden todas y cada una de las referencias de la lectura, que si el autor no les indica el camino a seguir se frustran o se enfurecen o simplemente prefieren leer otra cosa. No hay nada de malo con ser uno de esos lectores, que en todo caso pueden ser tan críticos y fieles como cualquier otro, pero a esos lectores Vineland o Mason & Dixon, otras dos enormes novelas de éste escritor, les resultarán una enorme pesadilla. Para buena o mala fortuna, todos los críticos de su última obra, Against the Day (Contra el día) parecen haber pertene-cido a este grupo (amén de haber tomado un curso de lectura rápida para poder leer el enorme ladrillo de 1095 páginas en menos de dos semanas). Contra el día, una historia que resume el espíritu del siglo XXI a partir de una reinvención de los géneros narrativos “meno-res” de inicios del siglo XX, con todo y una batalla de dirigibles, un duelo de pistolas a medio día y un incansable detective privado, es tan extraña que ni siquiera los fanáticos del autor pueden decidirse a declarar si es su mejor novela o una enorme coda a El arco iris de gravedad. Lo que si es seguro es que lo seguirán discutiendo durante los próximos cien años.

Si usted es un lector aventurero, que no teme perderse en el espe-sor de novelas como una jungla, sin brújula ni mochila de supervi-vencia, Thomas Pynchon lo está esperando. En definitiva, se lee me-jor en el inglés original, pero prácticamente toda su obra está editada en español por Tusquets. Y si no es un lector aventurero, quizá tenga algún enemigo a quién quiera regalarle su obra completa.

omar nieto/narrador. Es maestro en Letras Latinoamericanas por la

UNAM. Es autor de los libros Striga Pandemonium y El sistema de lo

fantástico: el pasajero clandestino de la literatura. Conduce el programa de

televisión “La Nueva Cofradía”.

enrique montañez / egresado de la carrera de Letras Hispánicas. Está incluido en antologías de poesía y cuento breve. Editorial Praxis le

publicó su primer libro de cuentos: 96 grados Bucareli.

mario gonzález suárez / director de la Escuela de Escritores de la SOGEM. Autor de De la infancia, El libro de las

pasiones y Nostalgia de la luz, entre otros. Premio Nacional de Literatura

“Gilberto Owen” 1997, Premio Nacional de Literatura “José Fuentes Mares” 2001 y Premio Internacional

de relato Emecé/Zoetrope 2002.

ángel francisco hernández /promotor cultural, es responsable

de Fondos de Cultura y Programas Mixtos del Instituto de Cultura de

Aguascalientes

gabriela conde / narradora (Tlaxcala, 1979). Con Espejo sobre la tierra,

obtuvo el premio estatal de literatura Beatriz Espejo en Tlaxcala, becaria

de la Fundación para las Letras Mexicanas.

adriana irais dorantes moreno / poeta y narradora (DF, 1985). Estudió

Literatura y Ciencias del Lenguaje. En este año obtuvo el primer lugar en el Certamen de Poesía Bernardo

Ruiz.

ricardo pohlenz /poeta y escritor, colabora como crítico en diversas

revistas nacionales e internacionales, es la voz cantante de Los Ositos

Arrítmicos de Lemuria.

erika mergruen / editora independiente, imparte talleres de literatura. Ha publicado Marverde,

El Osario y El sueño de las larvas (poemarios); Las reglas del juego

(cuentos), su libro más reciente es La piel dorada y otros animalitos.

arlette luévano / poeta. Desde 1997 dirige el suplemento cultural Ananke,

miembro del comité editorial de la revista Parteaguas. Premio Nacional

de Poesía Efraín Huerta 2006 con Casa en ruinas. Su libro más reciente: No basta con nombrar al llanto llanto.

paloma zubieta lópez / bióloga experimental, profesora,

escritora y editora. deesquinasyrincones.blogspot.com

rené lópez villamar / prófugo de la ingeniería y las escuelas católicas.

En 2006 ganó el Premio Sergio Pitol de relato con De la obsesión de Julián

Casillas por las amapolas. Le gustan la comida japonesa y los títulos largos.

gerardo gonzález / fotografíaviviana reyes/ ilustración interiores