guardagujas noviembre

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la jornada aguascalientes / suplemento esperanzador / noviembre 2010 / No. 16 hp://lajornadaaguascalientes.com.mx/guardagujas eudoro fonseca patricia henríquez daniela bojórquez vértiz einar salcedo marco antonio campos alexandro roque cecilia eudave luis vicente de aguinaga iván trejo miguel ángel lozano sandra martínez hernández foto: daniela bojórquez vértiz

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guardagujas noviembre

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Page 1: guardagujas noviembre

la jornada aguascalientes / suplemento esperanzador / noviembre 2010 / No. 16http://lajornadaaguascalientes.com.mx/guardagujas

eudoro fonseca

patricia henríquezdaniela bojórquez vértiz

einar salcedo

marco antonio campos

alexandro roquececilia eudave

luis vicente de aguinagaiván trejo

miguel ángel lozano

sandra martínez hernández

foto: daniela bojórquez vértiz

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Bajo el magnífico título de La edad vulnerable, Sofía Ramírez ha escrito un nuevo libro sobre el poeta Ramón López Velarde. Uno de los iniciadores de

nuestra modernidad poética; el otro es José Juan Tablada. Esa modernidad poética que, como recuerda Octavio Paz, nace en Hispanoamérica antes que en España, con la lu-minosa excepción de otro Ramón, Gómez de la Serna. La edad vulnerable se suma a los importantes estudios críticos y biográficos que se han sucedido desde la muerte tempra-na del poeta, ocurrida, por cierto, en un año de conmemo-raciones centenarias como el actual: 1821, año del primer centenario de la consumación de la independencia nacio-nal. Una vida corta que apenas alcanzó la cifra cabalística de 33 años, ha dado lugar a una bibliografía especializada que, pese a todo, sigue creciendo. ¿Es que todavía queda algo por decir acerca del poeta de Jerez y su obra? ¿No se ha dicho todo sobre este poeta “escaso, concentrado y comple-jo”? La respuesta es no, por muchas razones: una de ellas es que como sucede con los grandes poetas, cada generación lo lee y lo interpreta de manera diferente, a la luz de pers-pectivas literarias y temporales también distintas. El pasa-do ilumina el presente, pero también al revés; otra razón es que, como ya señalaba Gabriel Zaid en un libro publicado en 1997 (Tres poetas católicos, Océano, 1997, p. 202), tratándose de López Velar-de todo está por aclararse, “Estamos lejos de tener descifradas sus metáforas y su biografía”.

La edad vulnerable se ocupa del perío-do en que vivió López Velarde en Aguas-calientes, un lapso que abarca de 1898 a 1900 y, posteriormente, de 1902 a 1908. Este último año, es el mismo de la muerte de su padre y del traslado de su amigo y protector Eduardo J. Correa a la ciudad de Guadalajara. Se trata, pues, de un primer momento de infancia, de los 10 a los 12 años de edad del poeta, y de otro de su ado-lescencia y juventud temprana, de los 14 a los 20 años. ¿Edad vulnerable? Sí. ¿A qué? A la impronta que dejan en nuestras vidas las impresiones de la infancia; al proceso de socialización y educativo que recibimos de los mayores, padres y maestros, del entorno social mismo; a nuestra sexualidad; a nuestra personalidad incierta; al llamado temprano de la vocación y del amor. Pero los años vulnerables son también de revelaciones y descubrimientos, son años formativos “en que alma y ra-zón ejercen una lucha de poder a poder” (Sofía Ramírez, La edad vulnerable. Ramón López Velarde en Aguascalientes, Instituto Zacatecano de Cultura, 2010, p. 12). Si bien los primeros años en Jerez serán fundamentales en la fragua del mundo íntimo de Ramón, los años de Aguascalientes brindarán al poeta un entorno no sólo propicio, sino esti-mulante para afianzar su incipiente vocación intelectual, y más particularmente, poética. Jerez marcará su vocación espiritual; Aguascalientes su formación literaria.

Esta es, me parece, la idea central de la investigación de Sofía Ramírez. Fue el entorno social de Aguascalientes el que motivó el quehacer literario de López Velarde y no el ambiente familiar, en donde no se registra, por cierto, nin-gún antecedente poético. Aguascalientes, a principios del siglo XX, fue un escenario en que se gestó un movimiento de renovación cultural, una nueva sensibilidad estética y una nueva manera de mirar e incorporar “la provincia” y lo nacional a la creación artística. No es casual que a prin-cipios del siglo XX vivieran en Aguascalientes intelectua-les y artistas como Saturnino Herrán, Enrique Fernández Ledesma, Manuel M. Ponce, Eduardo J. Correa, Pedro de Alba y Ramón López Velarde.

Los años de Aguascalientes fueron cruciales en la for-mación literaria de Ramón y en la definición de su voca-ción poética, años formativos, más no de realizaciones, si tomamos en cuenta que ninguno de sus poemas mayores fue escrito en ese lapso. En la opinión de Octavio Paz, poco se salva de lo que escribió Ramón antes de 1915.

Sofía Ramírez, ella misma poeta, aguascalentense y devota de López Velarde, estaba llamada a emprender la asignatura pendiente: realizar una investigación rigurosa y con base en fuentes documentales de la época, acerca de los años en Aguascalientes del autor de “La suave Patria”. Gracias a su trabajo, podemos establecer con mayor preci-sión el itinerario educativo lopezvelardeano, reconstruir de una manera más precisa la cronología de la vida del poeta durante sus años tempranos. La edad vulnerable aporta da-tos que corrigen afirmaciones erróneas o inexactas hechas en otros estudios. La misma autora se encarga de consignar algunos casos. Por ejemplo, el lugar común que ha hecho tanta fortuna de que el poeta reprobó un examen de lite-ratura en el Instituto de Ciencias de Aguascalientes, o “ese romántico relato que nos dice cómo Herrán, López Velarde y Manuel M. Ponce se reunían en el Jardín de San Marcos para ‘planear el arte nacional.” (Sofía Ramírez, op. cit. p. 13)

Pero, más allá de las acotaciones y precisiones de carácter anecdótico o puntual, la investigación aporta una aproxi-mación comprensiva del contexto social y educativo de Aguascalientes a principios del siglo pasado. Conocemos, por ejemplo, la naturaleza y características de la educación básica, las materias que se cursaban, y el tamaño de la co-

bertura educativa en la ciudad; el tipo de estudios y exáme-nes del Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe; datos precisos sobre los profesores que enseñaban en el Ins-tituto de Ciencias de Aguascalientes y sobre sus filiaciones políticas o perfiles académicos.

Un aspecto que no toca la investigación de Sofía Ra-mírez, es la vida sentimental de López Velarde, sus posibles amores juveniles y su relación con las mujeres; quizá el vacío obedezca a la dificultad de documentar este tipo de cuestiones, de agregar algo más a lo ya recogido por Pedro de Alba en su artículo “Las mujeres y los amigos de Ramón López Velarde.” (Novedades, 8 de enero de 1961)

López Velarde no sólo encontró en Aguascalientes un clima propicio para el desarrollo de su vocación literaria, encontró también una “parvada” de compañeros y amigos, espíritus afines con los que descubrió los gozos de la cul-tura y de la vida, ensayó en y desde la provincia mexicana el sueño de la modernidad y la bohemia, experimentó los vientos de fronda y compartió con otros jóvenes intelectua-les de otras latitudes, la inquietud frente al anquilosamien-to político y cultural que vivía el país en las postrimerías del porfiriato. No fue Ramón un Prometeo o un Aquiles solitario, formó parte de un grupo que lo arropó, de una ge-neración que compartía señas de identidad, intereses, lec-turas, posiciones políticas y búsquedas estéticas. Su obra de ese momento es solamente la de un escritor en ciernes, la de un “seminarista sin Baudelaire, sin rima y sin olfato”, pero en ese clima social, anhelante y desapacible, encontrará las llaves del reino poético que estaba para él.

Justamente, una de las aportaciones más interesantes del libro, es ese acercamiento que hace la autora a lo que el propio Ramón llamó “la cofradía superficial y aturdida”. El grupo de amigos que coinciden en el Instituto de Cien-cias de Aguascalientes y que estaba conformado por Enri-que Fernández Ledesma, Pedro de Alba, José Villalobos Franco, Rafael Sánchez, Luis Valdepeña, Alfonso Romo Alonso y el propio López Velarde. Mención aparte merece Eduardo J Correa, varios años mayor que Ramón y valedor suyo, incansable editor y animador cultural, representante conspicuo de un catolicismo liberal y tolerante. Este grupo inquieto y fraternal, además de sucumbir inevitablemente “al encanto de la vida bohemia”, se constituyó en una suerte de “ambulante y animoso ateneo”, sin veleidades de man-darinato cultural, pero que contribuyó a la renovación de la vida intelectual de “la provincia” y logró, a través de sus representantes más talentosos, un lugar dentro del panora-ma cultural del país.

El estudio de Sofía presenta un carácter más descriptivo que interpretativo, quizá por eso no ahonda en la caracte-rización y significación del movimiento cultural protago-nizado en Aguascalientes por “la cofradía” del Instituto de Ciencias, y por el grupo de escritores e intelectuales agluti-nado alrededor de la labor editorial de Correa. Es por esta razón que el episodio de la agresión perpetrada contra éste en Aguascalientes en 1908, por lo demás tan bien reseñado por la autora, queda como un pasaje más bien anecdótico. Hace falta ver este movimiento en un marco histórico, polí-tico y cultural, y verlo también en un marco más amplio que el meramente local o regional para desentrañar su naturale-

za y significación. Sin embargo, como de-cía Alfonso Reyes, “todo lo sabemos entre todos”: Gabriel Zaid en un ensayo muy lú-cido (“Muerte y resurrección de la cultura católica”, op cit., pp. 15-71), como todos los suyos, aborda precisamente esta cuestión, de modo que los datos aportados por Sofía Ramírez se vuelven muy reveladores a la luz de la exposición del autor regiomonta-no.

Para Gabriel Zaid, grupos intelectuales como el nucleado por Correa en Aguas-calientes, se inscriben dentro de un mo-vimiento que nuestra historia cultural ha negado, o más bien, no ha querido ver: el de un catolicismo liberal y modernizan-te, que militó en la Revolución al lado del

maderismo, y que desde posiciones tolerantes luchó por la democratización del país y la renovación de nuestra vida cultural. No es casual entonces la cercanía de Correa y Ló-pez Velarde con el Partido Católico Nacional (Correa diri-gió El Regional, órgano del PCN; el poeta de Jerez colaboró con dicha publicación y fue candidato suplente a diputado por ese partido); tampoco es casual la amistad entre Ma-nuel Gómez Morín (más tarde fundador del PAN) y Ló-pez Velarde (de acuerdo con el testimonio de María Neva-res, la novia potosina del poeta, la de los “ojos inusitados de sulfato de cobre”, fue Gómez Morín quien le presentó a Ramón). Dice Zaid que López Velarde fue miembro de una tribu “cuyo contexto se perdió: los poetas y artistas que creyeron que era posible ser católicos y modernos” (Op.cit., p. 13). Y añade en un párrafo elocuente:

Y eso era, finalmente, lo que estaba mal en la recepción de su obra: la ignorancia del contexto. El sueño de crear una cultura católica moderna fracasó hasta el punto de que ni siquiera es historiado, de que la tradición crítica recibida no conserva siquiera una precaución que diga: hay cosas de la cultura mexicana que nunca entenderás, si ignoras que el catolicismo mexicano soñó la modernidad. (Ibid. p. 13)

Hay un episodio en nuestra historia cultural por de-más interesante en donde vemos a “la cofradía superficial y aturdida”, es decir el grupo de jóvenes intelectuales de Aguascalientes, actuar en el escenario cultural del país, po-lemizando nada menos que con el grupo de los futuros ate-neístas. Se trata de una disputa producida en 1907, a propó-sito del intento del escritor y periodista Manuel Caballero

la edad vulnerable, de sofía ramírez

eudoro fonseca yerena

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de exhumar la célebre Revista Azul, de Gutiérrez Nájera. Manuel Caballero tenía ya una larga y tesonera labor como gestor de empresas editoriales. No era brillante, pero era innovador. Puede ser considerado como uno de los precur-sores de nuestro periodismo contemporáneo. Victoriano Salado Álvarez dijo de él en sus memorias que parecía un personaje balzaciano, el mismo Balzac, “por su amor a los negocios y por su mala estrella para conducirlos” (Memo-rias, Editorial Porrúa, Colección Sepan Cuantos, 1985, p. 219-220). La tentativa de resucitar la Revista Azul, que bajo la mano de Gutiérrez Nájera había adquirido un prestigio y una influencia notables en todo el mundo de habla españo-la, por parte de un personaje que, a los ojos de los futuros ateneístas, no estaba a la altura de esa empresa, era poco menos que un sacrilegio.

Alfonso Reyes tildó a Manuel Caballero de mentecato y oscuro aficionado. La ocurrencia de resucitar la Revista Azul terminó en “desastre balzaciano”, en un verdadero linchamiento intelectual de Caballero por parte de sus bri-llantes adversarios. El acto de linchamiento fue, por lo de-más muy histriónico: incluyó manifestaciones con banda de música y un carro alegórico romano, discursos calleje-ros, una velada de desagravio al gran Duque de Job, gritos, abucheos y quema de impresos. O sea, un gran aquelarre. Reyes y compañía se rasgaron las vestiduras en defensa de la memoria ultrajada de Gutiérrez Nájera. Se trataba sin duda de los arrestos de un impetuoso grupo juvenil, cons-ciente de su propia brillantez y ávido de ocupar el escenario cultural de México. El coraje y la saña que no mostraron para combatir la dictadura de Díaz (de hecho el movimien-to lo patrocinó el Ministro de Instrucción Pública, Justo Sierra) los canalizaron contra el pobre Caballero:

“[…] protestamos públicamente contra la obra de irreve-rencia y falsedad que, en nombre del excelso poeta Manuel Gutiérrez Nájera, se está cometiendo con la publicación de un papel que se titula “Revista Azul”, y que ha emprendi-do un anciano reportero carente de toda autoridad y todo prestigio, quien dice venir a continuar la obra de aquel gran poeta […] ¡Momias, a vuestros sepulcros! ¡Abrid el paso! ¡Vamos hacia el porvenir! (citado por Zaid, op.cit., p. 83)

Manuel Caballero tenía 58 años, una larga trayectoria edi-torial y Manuel Gutiérrez Nájera lo celebró una vez como “noble príncipe amante de lo bello” (Revista Azul, 19 de agosto de 1894). El pecado de Manuel Caballero era ser un continuador poco brillante.

En defensa de Caballero salió la “cofradía” de Aguasca-lientes. En la nueva Revista Azul (28 de abril de 1907) apa-reció la siguiente declaración firmada por Eduardo Correa, Ramón López Velarde, Enrique Fernández Ledesma, entre otros:

Ha llegado a nuestro conocimiento la manifestación ruda y de todo punto injustificada con que algunos escri-tores modernistas han pretendido atacar el viril programa de Revista Azul. Por estar dicho programa enteramente de acuerdo con nuestras convicciones artísticas y por ser Re-vista Azul el órgano defensor de los fueros del purismo cas-

tellano […]creemos un deber hacer constar nuestro fervor por la nobilísima causa que alienta el referido programa, a la vez que protestar enérgicamente contra la punible mani-festación a que aludimos. La vieja bandera tiene sus adep-tos. ¡Viva esa bandera! (Jorge Von Ziegler, estudio intro-ductorio a la edición facsimilar de la Revista Azul, UNAM, 1988, t. I, p. XXIV)

El grupo de Eduardo J. Correa defendía en realidad a uno de los suyos. En La edad vulnerable, Sofía Ramírez con-signa entre los colaboradores de Bohemia (1901) y de La Provincia (1903) ambas dirigidas por Correa, el nombre de Manuel Caballero. Cuando el grupo de la “cofradía” funda hacia 1906 la revista Bohemio, dirigida por Enrique Fernán-dez Ledesma y Pedro de Alba, la iniciativa es elogiada por Manuel Caballero desde las páginas del periódico El En-treacto. López Velarde al rememorar la revista declaró que el objetivo de la misma era “fundar un periódico en el que habláramos todos” (Sofía Ramírez, op.cit., pp. 68-70)

No sabemos hasta dónde guardarían memoria Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña de la firma de Ramón Ló-pez Velarde en el escrito en defensa de Caballero, pero lo cierto es que ni Reyes ni Henríquez Ureña terminaron de entender nunca el valor y el carácter renovador de la poesía del poeta de Jerez. En Árbol de pólvora, Reyes llama a López Velarde “poeta de campanario” y ya en 1941 declara no en-tender qué le veían: “arte aldeano y arte complicado, y en quien hoy la joven crítica busca muchos secretos, conquis-tó la fama de una vez con una sola poesía: La suave Patria” (Citado por Zaid, op. cit., p. 109-116) Por su parte, Henrí-quez Ureña, escribió: “Lo que he leído de él [de López Ve-larde] no me parece bastante personal: hallo que recuerda a otros, y además de esto, no tiene gusto depurado” (Ibid., p. 111). Desde la capital, López Velarde se veía como un payo, provinciano y tieso.

Sofía Ramírez afirma en relación a los estudios consagra-dos a López Velarde que “aunque existe una gran cantidad de estudios que abordan el tema, casi ninguno lo hace a profundidad o con el rigor que presupone la investigación de las fuentes directas; o, dicho todavía más preciso: se han ocupado del tema con incuestionable inexactitud o con enormes lagunas informativas” (Sofía Ramírez, op.cit., p. 12). Zaid concuerda con ella y, por su parte, escribe con humor irónico: “Se ha escrito tanto y tan descuidadamente sobre López Velarde que la industria lopezvelardeana pu-diera cambiar de giro: dedicarse a las aclaraciones” (Ga-briel Zaid, op. cit., p. 202).

A propósito de esta industria, me gustaría terminar mi ya extenso comentario, con un guiño no exento tampoco de ironía. Quisiera dejar constancia de dos divergencias que encuentro entre los datos aportados por Sofía y los de Zaid en torno a la figura de López Velarde.

Cabe advertir que el apellido López Velarde no aparece en el acta de nacimiento del abuelo del poeta, cuyo nombre era Ramón López Díaz, y que tampoco el padre de éste, Francisco López lo utilizaba; sin embargo, gracias a diver-sos recibos que le fueron proporcionados por la familia a

Elena Molina Ortega puede demostrarse que el tatarabue-lo del poeta sí lo hacía, puesto que firmaba con el nombre de Juan Antonio López de Velarde. Dichos recibos datan de 1806. Se ignora por qué el apellido no aparece común-mente, y por qué dos generaciones no lo adoptaron, pero es claro que José Ramón Modesto López Velarde Beru-men [nombre completo del poeta] no fue el primero en utilizarlo. (Sofía Ramírez, op. cit., pp. 9 y 10)

Escribe Zaid: Ramón López Berumen (que se firmaba López Velarde, como su padre José Guadalupe López Morán y su abuelo Ramón López Díaz, que adoptaron el Velarde como ele-gancia, porque en La Barca hubo un Velarde de riqueza legendaria: Francisco J. Velarde, “El Burro de Oro”)…(Gabriel Zaid, op.cit., p. 134)

Segunda.- Los motivos de la salida de Jerez. De acuerdo con Sofía:

En 1898, cuando Ramón contaba con diez años de edad, su padre decidió buscar fortuna en otro sitio y eligió Aguascalientes, convencido de que la entidad era muy atractiva para quienes tenían ambiciones de mejorar tan-to económica como socialmente (Sofía Ramírez, op.cit., p. 11)

Y un poco más adelante:A finales de 1898, el licenciado Guadalupe López Velar-de [padre del poeta] fue nombrado notario público en Aguascalientes, por lo que la familia tuvo que trasladarse a esta ciudad […]Contrario a lo que otros investigadores afirman, la familia López Velarde Berumen no se trasladó a la ciudad de Aguascalientes a causa de problemas eco-nómicos, aunque seguramente sus aspiraciones y sus ex-pectativas iban más allá de lo que Jerez podía ofrecerle…(Ibid., pp. 39 y 40)

Zaid dice, por su parte: El abogado José Guadalupe López Velarde (padre del poeta) trató de prosperar como notario y fracasó, luego tuvo éxito como empresario escolar hasta que (hostigado por un gobernador que estaba en contra de la enseñanza católica) cerró el Colegio Morelos […] Fracasado abando-na el estado de Zacatecas y se lleva la familia a Aguasca-lientes…(Gabriel Zaid, op. cit., pp. 135 y 136)

Y en otro lugar:También se crearon muchas escuelas católicas [en el país], como algo indispensable, frente a la enseñanza laica, y no sin persecuciones, como las que obligaron a Don José López Velarde, padre de Ramón, a cerrar su próspero Co-legio Morelos (el gobernador de Zacatecas le negaba la certificación oficial) y emigrar con su familia a Aguasca-lientes…(Ibid., p. 49)

En efecto, tratándose de Ramón, todo está por aclararse. Es como si un ángel guardián custodiara receloso el misterio de su poesía y nimbara con un vaho de hermetismo y con-fusión los avatares de su vida.

peceraeinar salcedo

Hay un montón de hombres sesgando el aire, nacen mariposas y un arco declina su luz sobre la ciudad desnuda.

Escucho voces a coro; en cada nota una pincelada de paisaje: amarillo-violeta, amarillo-violeta, y el órgano despliega los dientes, como carcajada que escupe libé-lulas neones.

Los botes zarpan sobre un mar erizado, y los alcalinos comparten cada pieza de las naves, cada legua acendrada; el camino es la pista donde navega el barco solitario.

Así el prado está lleno de murmullos que burbujean bajo las plantas, las plantas que tocan el convivio anélido enroscado en la porosa nostalgia que la modernidad

endurece; así metales o la concreta ergonomía de un sol explicado.Si el púrpura supiera la distancia, si cada pixel alongara el rastro del verbo

somnífero… Aquí hay un dibujo instantáneo, se observa el perfil de una nube que restalla y sucumbe a las exigencias de un avión aturdido. Míralo. No calla. El motor escuece y la extravagancia marina edulcora sus escamas; es la luz de un pan elaborado en la fortuna de un navegante ahogado; anda ahogado; así la cara azul y los ojos vacuos, la adrenalina como aura y un accidente. Un accidente en los límites de esta mirada, este vidrio donde se estrella tu rostro. ¿Ves tu rostro? Es una pecera.

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sampedro o seguimos en los setentamarco antonio campos

Para mí, como para la mayoría de quienes somos sus amigos y conocidos, siempre fue y ha sido Sampedro. Si alguien lo llama José de Jesús nos parecería que hablan de otro.

La vida está hecha de casualidades. Óscar Oliva, director de li-teratura del INBA, había organizado en 1974 un ciclo de jóvenes narradores en la Manuel M. Ponce de Bellas Artes, donde parti-cipamos varios amigos: Luis Chumacero, Bernardo Ruiz, Óscar Mata y yo. En octubre ese ciclo se repitió en Zacatecas. De aquella ocasión que fui se me superponen imágenes de la ciudad. No po-dría decir ni siquiera dónde leí y hablé; quizá en la sala del Consejo universitario que se hallaba en la Preparatoria 1, a un costado de lo que es ahora el Museo Pedro Coronel.

Sampedro era compañero de Esther Cárdenas. Ya empezaba a crearse de él su mito urbano. Si mal no recuerdo acababa de entrar al Partido Comunista, del cual se saldría cuando se convirtió en PSUM. Desde entonces le incomodaría y a veces repudiaría a las izquierdas desdibujadas y rijosas que hubo en la Zacatecas de los setenta, ochenta y noventa, varias de las cuales tomaban asiento en la Universidad (UAZ). Para bien de todos Sampedro ha sido ante todo, conciliando sus contradicciones, un anarquista creativo y un individualista que ha pensado siempre más en el bien ajeno.

Era devoto hasta la raíz del árbol –sigue siéndolo- de André Breton, el cual, creo, es la mayor inf luencia en su poesía. Un año después de conocerlo, en 1975, ganó el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes con Salto de gato pinto, uno los libros raros –como los llamaría Rubén Darío- de la poesía mexicana, pero en Punto de Partida de la UNAM ya le habíamos publicado en un libro colecti-vo y sabíamos lo buen poeta que era.

Volví a Zacatecas en 1978. Como el poeta Jorge Salmón, quien me invitó, sólo apareció fantasmalmente frente al hotel Posada de los Condes para darme el dinero de la paga, y luego se desenten-dió de mí, Sampedro sirvió de anfitrión. Por ese tiempo Miguel Donoso Pareja unía mucho, a través de los talleres en provincia, a ese grupo sin grupo que vivía en Zacatecas y San Luis Potosí, y que formaban en buena medida Sampedro, David Ojeda, Ignacio Betancourt, Alberto Huerta y Alberto Enríquez. El ecuatoriano Donoso los puso en ese momento en el mapa nacional. Cuando se organizaba algo desde Ciudad de México se debía contar con ellos. Donoso me lo dijo en varias conversaciones que tenía una fe ciega en los discípulos, sobre todo en Ojeda como narrador -a quien veía como un hijo- y en Sampedro como poeta. Sampedro vivió inten-samente esa década. Por eso, aun muchos años más tarde, suele aún escribir o decir enfáticamente: “Seguimos en los setenta”.

Desde aquel 1978 hubo entre Sampedro y yo una viva empatía y se dio una gran amistad. He reído mucho con él y creo que se

debe en gran medida a ese rasgo característico poco loable que te-nemos de ver simultáneamente de personas y hechos la parte seria y la parte bufa. Sampedro y yo compartimos el gusto, y diría más, el entusiasmo, por el mismo tipo de mujeres, por la poesía y la figura de Ramón López Velarde, por las calles de la ciudad de Zacatecas (que tanto hemos caminado), por el futbol, y a ambos -pasemos del haz al envés-, nos hace temblar de horror la fealdad de la ciudad de Fresnillo y nos revuelven el estómago los pequeños burócratas cul-turales y los poetas adocenados o los que se toman en serio y se la creen. Con él he visitado una o varias veces pueblos y ciudades de su estado: Jerez, Pinos, Veta Grande, y, perdonen la tristeza (diría Vallejo), Fresnillo. Para los poetas no hay mejor guía lopezvelar-deano para ir a Jerez que Sampedro. De su frase, que hizo famo-sa en los años ochenta: “Basta de López Velarde”, sólo queda un apagado eco, porque se conoce de memoria poemas y prosas de su paisano y ha sido su sistemático divulgador. Con frases de López Velarde solemos hacer juegos y bromas muy divertidas sobre per-sonas y situaciones actuales, como, por ejemplo, pronunciar “pala-bras irrespetuosas a la llegada de cualquier personaje impopular”, o emprenderla contra los “plumistas ripiosos”, o definir a quien lo es como “caballero plano y opaco”, o defender a los viejos verdes, esos que “empuñan todavía las armas melladas”, y seguir con curiosidad a las señoras, señoritas y niñas que han sido arrastradas por “el de-monio lírico”.

Desde los años ochenta, cuando yo era director de literatura de la UNAM, juntos llevamos a cabo no sé cuántos proyectos cultura-les. Cuando Sampedro se compromete en algún proyecto nada ni nadie lo detienen. Están para la breve historia cultural zacatecana encuentros literarios, publicaciones, homenajes, curosos, confe-rencias...

Sin duda Sampedro es el mejor editor zacatecano. En su tarea es impecable e implacable. En los libros que edita es un corrector que siempre vence. En los seis años que dirigió en la década de los ochenta las publicaciones de la Universidad de Zacatecas editó 125 libros de poesía y en esos a los mejores poetas que había en el cen-tro y el norte de la república. La revista independiente que dirige, la cual de tan veraz se ha vuelto verosímil, tan real que parece legen-daria (Dos filos), Sampedro la sostiene contra viento y marea. Fue toda una celebración cuando llegó a los cien números; ahora van ciento once. Y es aún la mejor revista contracultural que se hace en el país.

“Seguimos en los setenta”, diría él. Sampedro llegó a los sesenta el 2 de noviembre. Los sesenta jóvenes años de mi gran amigo Sam-pedro, a quien, como decía Tablada de López Velarde, “la Belleza le dio un ala; la otra el Bien”.

Cuando venías entrando a estas calles ya pavimentadas te escuché, sonaban pequeños tamborcitos, cascabeles y guitarras. Me asomé a la ventana, eras tú llorona, con ese mirar que tienes, llorona, con esos ojos tan bellos, con

ese mirar que tienes, llorona, con esos ojos tan bellos. Llegaste descalza, a mí no me engañas, todavía eras una muchachita pero ya con un niñito en tu espalda; lo traías en rebozo de colores, tú, mi llorona, con la mirada hacia el piso, ¡cuánto te tardaste en levantarla!

Vivías en la azotea de una casa, ahí te metiste y salías apenas para entregar bolsas a señoras de casas grandes. Yo te miraba de lejos, no hablabas, apenas me acercaba a ti y salías corriendo. Nunca dejabas a tu criatura, él no te daba lata, tu espalda era su cuna. Poco a poco todos los vecinos te fuimos reconociendo, no tenías nombre, no, eras, mi llorona, ¡ay de mí!, llorona, llorona, tú eres mi shunca.

Apenas juntaste unos centavos y bautizaste a tu hijo. Nos invitaste a tu pequeño cuarto. Hubo mole, arroz y pollo, hiciste un agua de horchata que preparabas en tu pueblo. Fue cuando supimos que venías de tierras calientes, que habías salido de ahí porque te habías adelantado a parir una cría de un hombre que no era con el que ya te habían vendido, te dio pena, llorona,, decirnos, te dio vergüenza, llorona, contarnos. También supe, porque las demás mujeres ya sabían, que tu trabajo era lavar ropa de otros. Desde ese día te llevaba aunque sea una camisa para platicar

contigo.Me enseñaste que había más colores en tu pueblo que en esta ciudad, me habla-

bas de ríos largos, largos, que no tenían final, ¡ay, de mí!, llorona, llorona, llévame al río. También me enseñaste hacer buen café. Cómo te gustaba ir al mercado de la Merced los domingos; comprar café de tu tierra, llorona; se te veía llegar con tu morral en el brazo derecho; había chocolate macizo, masa, porque seguías hacien-do las tortillas como en tu pueblo, mezcal y tela para hacer la ropa de tu niño.

Después de unos años ya tu hijo corría, tú ya traías huaraches y más tarde zapa-tos. Me hice padrino de la criatura en su primera comunión, bien chiquito y ya te lo llevabas a la iglesia, llorona, mi llorona. Los domingos nos íbamos a la Alameda a pasear, te gustaba ver a gente bailar, puestos de ropa, comida; nos comprábamos un helado, a veces jícamas con chile y limón, otras un raspado de guayaba. Cuan-do me pagaban mi sueldo le pedía a un señor dos globos, uno para ti, mi llorona, otro para tu hijo. Así, un hombre como yo conoce la felicidad; viendo a una mujer y un niño sonreírle. De pronto, tímidamente, llorona, me acerqué a ti, estábamos sentados en una banca; rosé mis labios con los tuyos. ¡Ay, de mí!, llorona, llorona llévame a tu tierra.

Una noche sentí mucho frio, no lo dudé. Fui contigo y te dije: “tápame con tu rebozo, llorona, porque me muero de frío, tápame con tu rebozo, llorona, porque

lloronasandra martínez hernández

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me muero de frío”. Me miraste y apenas te escuché decir: “no puedo, es malo meterse con un hombre cuando la mujer anda encinta”. Meses después ya abultaba algo bajo tu vestido de encajes. No supe quién era el padre, no importaba.

Había que lavar más, pero Dios era bueno contigo y te mandaba varias mujeres que pedían también planchado. El tiempo corría, mi llorona, y tú no envejecías, ya dos hijos traías; uno de tu mano, otro en la espalda y seguías igual que la primera vez que te vi, llorona. Ahora los dejabas en la escuela, sí, llorona, los años pasaban.

Por aquel tiempo enfermé, no podía salir de casa, deje de ver a mis ahijados, mi hija ya muy grande me lo impedía. Preguntaba mucho por ti pero no me daban razón alguna. Entonces comencé a escuchar tu voz por la calle. ¡Ay, de mí! llorona, llorona llévame a las calles. Me asomé a la ventana, eras tú, mi llorona, ibas empu-jando un triciclo con tus dos criaturas, ahora vendías pan, pan y atole. Al parecer también eran tiempos difíciles para ti. Cuidabas de la niña y del varón con fuerza, sobre todo del hombre; porque en tu casa nunca hubo alguno, sólo ahora tu hijo. Aquella imagen es la última que tuve de tu persona. Pase meses en un hospital, llorona.

Al volver y preguntar por ti, no me decían nada. Visité tu cuarto y lo hallé vacío. ¿Dónde estabas, llorona? ¿Dónde? Entonces me contaron que los tiempos empeo-raron para ti. Me dijeron que tus hijos preguntaban qué donde estaba el café, en-tonces tú les contestabas: “hoy no hubo café”, y te ibas a arrancar unas hojas de un árbol de limón, les dabas pan duro y así engañabas a sus estómagos. Así di contigo. Te fui a visitar, llorona, te miré ¿Dónde estaban tus ojos? ¿Dónde estaba tu olor a

chocolate? No sé lo que tienen las flores, llorona, las flores de un campo santo, no sé lo que tienen las flores, llorona, las flores de un campo santo, que cuando las mueve el viento, llorona, parece que están llorando, que cuando las mueve el viento, llorona, parece que están llorando. ¡Ay de mí!, llorona, llorona llévame contigo.

Me dijeron que si quería buscar a tus hijos, fuera a unas calles del centro, no los hallé, llorona, perdóname, no los encontré. Así me fui enterando que de una calentura ya no pudiste levantarte, tanto trabajo y casi nada de co-mida te tiró en un vacío para taparte más tarde, pero con un rebozo negro. ¡Cómo no estuve ahí, llorona! El que no sabe de amores, no sabe lo que es martirio, llorona, llorona.

Anoche me volví a asomar por la ventana, sonaban pequeños tamborcitos, cas-cabeles y guitarras. Te vi bajando de un cerro, salías del templo, llorona, cuando al pasar yo te vi, hermoso huipil llevabas, llorona, que la virgen te creí, hermoso huipil llevabas, llorona, que la virgen te creí. Pensé estar desvariando otra vez, pero no, eras tú, mi llorona, con la cabeza alta, con ese mirar que tienes, llorona, con esos ojos tan bellos, que no merecen llorar… ¡Ay! ¡Ay!, llorona, hoy que estoy lejos de ti llorona, me muero por tus quereres.

Volví a dormirme, ya jamás te vi. Todavía siento que tengo vida, llorona, y re-cuerdo que llevo en el alma, llorona, algo que no se aparta de mí, dos besos llevo en mi alma, llorona, que no se apartan de mí, el último de mi madre, llorona, y el primero que te di.

Siete de la tarde, el sol ya se ha ocultado. Parpadeo dos veces. Por lo demás permanezco inmóvil. Odio que me asignen este tipo de casos para que

no los resuelva, aunque he cumplido cabalmente en esta ocasión y todas las anteriores. Supongo que el viento se ha enfriado ya, pero no tengo forma de saberlo. Quisie-ra decir que sabía que este caso terminaría mal, sería un consuelo, mas no puedo engañarme a mí mismo, ocultar a mi pobre ego lo imbécil que fui.

Mi jefe, unas semanas antes, con la mirada adormilada, me extendió los papeles y continuó desenfadadamente haciéndose pendejo por el resto del día. Sobra decir que lo logra, es mucho mejor pendejo que yo detective. Con un manotazo me despachó.

Todo comenzó en un hotel del norte. Comenzó en el bar, para ser más precisos. Dos pequeños grupos, presen-tados y citados por uno de los meseros, se conocieron ahí para hacer un trato mientras bebían: Unos entregarían un cargamento de heroína a los otros para que lo transporta-ran hacia otra ciudad fronteriza, ya que con el descubri-miento del último narcotúnel la seguridad se había acre-centado en este segmento de la frontera, y había que sacar la “merca” lo más pronto posible, en donde sea.

Cuando una semana después no había noticia alguna de los transportadores, la parte afectada acudió de inme-diato a buscar al mesero que los presentó. Con amenazas, algunas mesas volteadas, y botellas rotas, le hicieron ver claramente que si en dos días no aparecía el paquete, mas intereses, él aparecería mágicamente encobijado y con vi-sibles marcas de tortura en la orilla de uno de los canales verdosos de la ciudad.

Quiero un cigarrillo al bajar, el viento de la tarde es un poco frío, pero no tengo forma de saberlo. Me gustaría cu-brirme bien con mi chaqueta, qué chistoso.

El hombre dejó el trabajo, dejó su casa y desapareció totalmente de la faz de la tierra. Sus familiares y amigos re-visaron la nota roja durante semanas, pero nunca apareció su cadáver, ni su cabeza. Mi supuesto trabajo era encon-trarlo vivo o muerto. Los únicos que extrañan al mesero son sus familiares cercanos, quienes ya sospechaban que

andaba en el bussiness.Las estrellas son especialmente brillantes aquí. Oigo

pasos.Por supuesto, todo el caso era una pantomima, ya los

sé identificar. Cuando pasa una semana entera y nade me pregunta nada al respecto, es que estamos haciendo tiem-po para el carpetazo. Bueno, puedo seguir el juego. Ten-go oportunidad de vagar por la ciudad, visitando hoteles, moteles y congales, dizque investigando. Ya me conocían en todas partes y me tomaban como inofensivo. Así debí haberme quedado.

Debo admitir que hay dolor, sigue habiéndolo.Pero la familia intervino, a pesar de que todos les advir-

tieron que no les convenía, que el hombre ya sabía a lo que entraba y que mejor sería nomás un encobijado, pero no escucharon. Siguieron interrogando gente, avisando a todo mundo... Debo reconocer que me enseñaron dos o tres cosas acerca de investigar. Cuando alguien dijo que habían visto a su pariente por la colonia fulanita (me cues-ta trabajo recordar el nombre en estos momentos), hicie-ron guardia por turnos. Fueron eliminando posibilidades, hasta que lo vieron salir de una residencia particular escol-tado por dos sujetos.

¡Qué huevos tuvieron estos cabrones de ir a tocar la puerta uno de esos días! Se encontraron al pariente, él abrió la puerta. Le pidieron que se saliera de esa casa, que se fuera con ellos. El otro respondió que no podía, estaba como desesperado, dijo que una cuenta pendiente espe-raba ser saldada. Que dijo esto como ido, me contaron después.

Ahí fue cuando mi jefe me llamó de urgencia. Que había gente entrometiéndose con la justicia, la investigación y la chingada, que cómo era posible. Me contó todo el mito-te y nunca supe ni de dónde sacó la información. Ahora mi objetivo era detener a los familiares, obstaculizar sus investigaciones. El mesero, de quien ya teníamos el para-dero exacto, pasó a segundo plano.

Fui estúpido, me digo a mí mismo, demasiado estúpi-do.

Las noches se hicieron más oscuras. Me sentí detective de todo derecho, ya tenía un objetivo que debía ser cum-plido de verdad, ya no me dirían “el pendejo” a mis espal-das. Pero nadie me dijo cómo cumplirlo, pequeño detalle. Fuiste estúpido, me digo. Interrogué, enseñé la cara, me metí donde no debía.

Miré cómo al mesero le volaron los seso a un lado de mí. Nunca apareció el paquete, ni los transportadores. Quién

sabe si él tenía trato con aquellos, nunca lo supe. Después le tocó el turno a su hermano. Es curioso cómo el rostro va perdiendo toda expresión después del cuetazo, y la piel debajo de los ojos cae, se tiende como sábanas mojadas, y los cachetes caen, y los ojos se van a la nada lentamente, y todo el rostro cuelga de los huesos. Es chistoso de cierta forma. Lo sería más si no hubiera tanta sangre, aunque la sangre es lenta.

Guardaron lo mejor para mí. De ellos aprendí otras tác-ticas, las que debí usar desde el principio. Todo un día de interrogatorio después, sin dormir, ni comer, orinado en mis pantalones y cagado encime, miraba mi piel totalmen-te amoratada cuando llegaba otro investigador a repetir la rutina. Preguntaba lo mismo y me dejaba un poco peor. Vieran qué fácil hablé. Aunque no dije gran cosa. ¿Qué tanto podría decirles? Hasta les inventé realidades más interesantes, y que mi jefe estaba con los del otro cártel, y que menganito. Les dije hasta lo que iba a pasar. Queda-ron satisfechos, creo.

De paseo por la carretera, en una camioneta de vidrios polarizados. Me bajaron para caminar maniatado por el desierto, entre algunos matorrales que difícilmente están verdosos. También llevaron un machete. De un golpe me pusieron de rodillas. Sentí que el mundo giraba alrededor de mi cabeza. Mis ojos quedaron viendo al cielo. Una no-che clara, brillante, limpia y sin una nube en la majestuosa bóveda celeste. Me quedan unos segundos para recapitu-lar mientras tiño la arena de rojo, debe ser un tanto gracio-so. Fui estúpido, demasiado estúpido.

noche clara, noche oscura

miguel ángel lozano

Elaborado por Servicios Editoriales de Aguascalientes S. de R.L. de C.V. para La Jornada Aguascalientes.

editores edilberto aldán / joel grijalvaconsejo adán brand /beto buzali / alberto chimal / luis cortés

juan carlos gonzález / rodolfo jm / josé ricardo pérez ávila / norma pezadilla /jorge terrones

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I.Si alguna particularidad tengo es que duermo a todas horas, en cualquier lugar y sin importarme las consecuencias. No siempre fue así. Era un niño normal

hasta que mi padre desde su sillón me miró y sentenció: “otro hijo insignificante”. Mi madre completó el cuadro: “y para colmo tiene mal sueño.” Eso debió quedar en mi cerebro, o en algún lado se atoró, porque desde los cinco años decidí que dormiría la mayor parte del tiempo. Al principio fue una condición adversa en mi futuro pero luego se convirtió en mi fuerza, en mi singularidad.

La culpa, si hay que echársela a alguien, fue de mi subconsciente pudo haber esco-gido otra cosa, cualquiera, pero de entre todos los traumas, fobias o miedos que deter-minan el desarrollo de un ser humano él seleccionó dormir constante para nutrir mi vida. Pero no crean que por dormir mucho me quisieron más. Lejos de facilitarles mi crianza se vieron obligados a vigilarme constantemente, no sabían si por las noches tenía frío o calor, hambre o cólicos, pues me limitaba a girar de un lado a otro de la cuna o a lanzar algunos quejidos imperturbable como una tabla o una piedra en el fondo del mar.

La nana con los años aprendió a interpretar mi estado de acuerdo a los pujidos o movimientos en la cama acertando casi siempre; mi madre, en cambio, renunció a mi cuidado pensando que me habían hecho mal de ojo.

—Nos han hechizado al niño.Repetía constantemente.—En todo caso nos los han hechizado a todos. Éste duerme todo el tiempo, el otro

se come todo, literalmente, mira lo que le acabo de sacarle de la boca— y le enseñaba unos cables— y la niña… no sabemos cómo va a ser la niña.

Se tiene la creencia que de padres monstruosos a veces nacen bellezas, pero de pa-dres hermosos nunca se espera que paran bestias. Nosotros pertenecíamos a la se-gunda categoría pues nunca estuvimos a la altura de los deseos de mamá o papá. Y la verdad nos esforzamos, si bien no resultamos, después de unas penosas adolescencias, unos adonis, sobre todo la niña (que a ciencia cierta no sabíamos cómo iba a ser), logramos ocupar un modesto lugar entre los normales. Y digo modesto porque aún queriendo pasar desapercibidos era difícil imaginar a un hijo que ya entrado en an-gustia de exámenes semestrales, se comía los libros, los bolígrafos, las lapiceras y los termos de café, a trocitos, bien doblados, por aquello de no desgarrarse un intestino. Mientras el otro, o sea yo, era entregado invariablemente en calidad de bulto por los maestros, los policías, los amigos o algún transeúnte piadoso, porque simplemente me dormía y no despertaba por más intentos que hicieran. Ni agua fría, ni caliente. Ni infusiones, ni bálsamos olorosos, ni pastillas, ni remedios, ni doctores, ni chamanes,

nadie pudo contrarrestar esta tendencia mía al sueño, porque yo decidí dormir con tanta voluntad que les fue imposible combatirme. Y ¿La niña? Nadie sabía con ella ¿qué? Tal vez nunca se le puso atención a su crecimiento. Más tengo un recuerdo muy vívido, como si hubiese sucedido ayer, cuando llegó muy tarde a cenar, nadie hubiera notado su ausencia, pero fue a disculparse diciendo:

—Me he cenado a un hombre.Mi padre dejó por un minuto el periódico de lado y la miró. Mi madre se limpió la

boca con la servilleta intentando no perder la compostura, no atinó a pronunciar nada. Mi hermano siguió comiendo con esa glotonería insaciable que le orilló a tragarse un pedazo de cuchara (es la angustia, el ansia, decían los doctores), y a mí aquello me pa-reció genial: “Es caníbal, la niña es caníbal”. Comencé a reí apenas un instante, hasta que mi padre carraspeó y se quitó los lentes (él nunca hace eso) para preguntar:

—¿Lo dices en sentido literal o metafórico?Los ojos de los cuatro cayeron sobre ella sólo atinó a levantar los hombros. Mi padre

suspiró, se puso los lentes de nuevo, siguió con la lectura del periódico y cenando. Yo no supe dónde colocarme, sólo atine a mirar por unos segundos, antes de caer dormido sobre la sopa, el rostro de la niña lleno de frustración. Quise seguir escudriñando aque-lla cara que por un instante se mostró ante nosotros: los labios ligeramente amorata-dos, los ojos hundidos y desproporcionadamente tristes, las manos crispadas y el color de su piel perdido en algún lado, recostado, quizá, en otra pared. La descubrí hermosa, algo en ella se abrió instantáneamente y nadie quiso darse cuenta. Tal vez yo pude co-mentar algo para sacarla de ese letargo, pero… mi madre se apresuró a decir:

insignificantescecilia eudave

Se solicita la amable colaboración de los lectores para localizar una memoria que el dueño de la misma extravió el pasado fin de semana cuando estuvo de visita en Aguascalientes. Es una memoria usb marca kingston y no tiene señas

particulares. Contiene fotos y documentos de gran valor sentimental para su dueño. Si encuentran una memoria usb y al abrirla el documento que está primero en la lista es 000novela.doc, esa es.

Pueden vender y revender las fotografías de desnudo si tal es el gusto de quien la encuentre, pero pide, por amor de dios, sólo suban a Internet las más de mil fotos que fueron bajadas de él, es decir, las que están en la carpeta Wow, no las que están en la carpeta que se llama Digitales. Pueden copiar y borrar, incluso, las de artistas famosas, las de las modelos en close ups y en long shots que durante tantas horas el dueño de la memoria fue recopilando para encontrar alivio tras el trance amargo del abandono de su esposa, o las de las artistas que dieron consuelo con sus rebuscadas poses al que perdió la memoria desde que supo teclear una computadora, hace al-gunos años.

De la carpeta de videos, pide que sólo copien los de la carpeta De Otros, que con-tiene algo así como 300 cortos de su grupo en yahoo, donde no se oyen sino gritos. Los de la carpeta XXX pide que no lo vean, porque son escenas que grabó con varias compañeras que lo odiarían si llegaran a verse en la red, y sobre él caería el descrédi-to que reguramente acomete a los altos funcionarios que como él gustan de guardar recuerdos de momentos amorosos. La alta encomienda de velar por los intereses del pueblo no obsta para no ser humano, asegura, tan humano como su corazón le permite amar y ser amado y guardar recuerdos. Si de cualquier modo alguien desea hacerlos públicos el dueño de la memoria pide encarecidamente sean borradas las voces, ya que en cada uno suele decir el nombre de su amada y ella repite el suyo hasta el hartazgo. Asismismo, si no hubiera más remedio, solicita sean difuminados los rostros y otras señales como tatuajes y piercings que pudieran llevar a la identificación de los respec-tivos amorosos.

La carpeta Digitales es la única que verdaderamente necesita de la memoria el due-ño, porque todas sus amantes y sus dos esposas tienen derecho a que no se sepa que saben posar como las mejores, o a que nadie tenga que ver sus caras de éxtasis o sus partes íntimas, por no hablar de sus cicatrices o hasta de su celulitis. El dueño pide que algún alma caritativa cambie el nombre de cada subcarpeta por el de alguna estrella de la farándula o les deje un número consecutivo. Si, sea por dios, quien encuentre su me-moria se empeña en compartir las imágenes en algún blog o red social, el ya entonces no tan anónimo dueño ruega se pixeleen las sonrisas en su rostro.

El dueño, de San Luis Potosí, pide que si alguien se compadece de él dejen la me-moria en un sobre cerrado en el hotel Quinta Real, para él pasar a recogerla en cuanto pueda (preguntar por don Cosme, el botones). A manera de pago, incluso, dice que si alguien se atreve a quedarse con los textos que están en ella, pueden usarlos con con-fianza, en concursos o revistas de segunda (porque advierte que las de primera tal vez no los acepten). Hay cuentos y supuestos poemas, esbozos de novela firmados por un tal Rubén Mendoza (nombre ficticio) y muchos textos bajados de Internet, la mayoría de autores no muy famosos. Hay también documentos en acrobat que son de interés, no para mucha gente sino para algunos estudiantes de literatura: Stendhal, Goethe, Cioran, Eco y otros.

Aclara esa persona desesperada que los mensajes de correo capturados en documen-tos de word en ningún caso se refieren a ese conocido político ni a la afamada escritora, pues cambió los nombres e inventó los supuestos diálogos de dichos mails, no para quedarse con evidencias sino más bien como un ejercicio de la imaginación.

Si alguien encuentra la memoria pero se niega a entregarla, como último y más triste final del caso, el dueño pide que por lo menos borren la carpeta que se llama nips, que en realidad contiene oraciones a diversos santos y cadenas de Internet elaboradas en powerpoint.

Asimismo, el dueño desea, de todo corazón, que nadie, nunca, pierda una memoria tan llena de recuerdos, todos inventados, como la suya.

servicio social: memoria extraviadaalexandro roque

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—Lávate las manos y ven a cenar. Entonces yo sentí que todo aquello debió

ser un sueño por eso nunca le dije nada y de-cidí volver a dormir.

II.No hacía falta que me esforzara por mantener los ojos abiertos. La

verdad con las pocas horas que me animaba a estar entre los diurnos eran suficientes para saber como iba nuestra vida familiar. Por ello no me extrañó que mi madre, quien ya había perdido la fe a fuerza de tanto hijo mal pari-do, se enrolara en cosas de espiritismo y otras artes, buscando entre ellas algún consuelo. Nos hizo practicar a su lado toda clase de… atajos, para llegar a ser las personas…ade-cuadas en su vida. Pero ni limpias, ni viajes astrales, ni la herbolaria sagrada, ni el vudú (que practicó con recato y recelo, tampoco nos precisaba zombis) hicieron de nosotros lo que ella quería.

Fue quizá su mayor consuelo las lecturas de vidas pasadas. Aquí, bajo la tutela de Ma-dame M., logró establecer la conexión kár-mica que existía entre ella y nosotros. Porque no éramos, eso le quedó muy claro, un dar-ma en su vida, una bendición de los dioses, una dádiva de la naturaleza. Entre sueños y duermevelas recuerdo su rostro ahogado en lagrimas mientras se miraba al espejo recla-mándose por no haber criado una familia decente, cómo si eso se pudiera criar… Lue-go nos maldecía a cada uno haciendo una enorme lista de defectos (en ello no había ninguna distinción todos éramos arrasados de manera equitativa), lanzando sin recato su desilusión, aquí y allá, en donde fuera. Mis hermanos nunca llegaron a escucharla, por lo menos era discreta frente a ellos, yo tuve la desgracias de despertar un par de veces du-rante sus crisis y soportar fingiendo dormir cual muro de las lamentaciones, su desdicha. Claro, ella siempre pensó que estaba dormi-do.

Mamá fue la primera en someterse a las regresiones. La Madame le confirmó que fue una duquesa caprichosa y hostigadora. La vidente, astuta como era, supo manejar a mi madre que jamás hubiese pagado lo que pagó para oír sobre un vida ínfima y sin de-coro. Así estuvo, pues, meses escuchando su pasado real, descubriendo el por qué de su conducta y claro está: la relación con noso-tros. Sobre este punto, la pitonisa afirmó que la duquesa, ahora madre nuestra, era dueña absoluta de la existencia de sus criados y los trataba como esclavos, nulificándolos y mal-tratándolos constantemente. Tal vez por esa razón, nosotros, antes sus sirvientes, ahora reencarnados en sus hijos veníamos a escar-mentarla. Horrorizada ante la idea de ser la mala, y que se lo dijeran, decidió dar un giro a su relación con su prole ( sobre todo para despejar el mal karma y no volvernos a ver en sus vidas futuras), y estableció su estrategia: dejarnos a nuestro libre albedrío, es decir crecer salvajemente.

Eso hubiera cambiado el rumbo de nues-tras existencias y quizá no hubiésemos acaba-do así como acabamos, pero como Madame M. no tenía intenciones de perder tan buena clienta, le sugirió que nos llevara y nos some-tiera a un proceso de regresiones, sobre todo para determinar si sólo era un mal karma en

relación a ella o nosotros cargábamos con otras culpas más específicas. De ser así ella debía orientarnos para liberarse y liberarnos. Esa era su misión ser nuestra guía. Cómo si tuviéramos misiones en el mundo…

Sin podernos negar para no acentuar la idea de que eras unos pésimos hijos acudi-mos puntuales a las citas. Yo resulté ser un piojoso ratero del siglo XVII, debatido entre la necesidad de reconocimiento y la avaricia, un holgazán de pacotilla que vivía del trabajo de los otros, del que se esperaba mucho y al final no logro nada.

—De ahí viene su necesidad de dormir tanto para evadir su fracaso.

Sentenció la Madame. ¡Por dios! Fue mi elección no una evasión.

Luego le tocó a mi hermano. Quién quie-tecito y taciturno como era, comiéndose a hurtadillas los clavos de la silla escuchó estoi-camente su pasado. La mujer, después de es-carbar mucho, bajando a los planos alfa, beta y no sé que más, logró ubicarlo como un boti-cario borracho que intoxicó y mató por negli-gencia a mucha gente por allá en el XVIII. Y ¿la niña? No pusimos mucha atención, sobre todo porque la asoció con algo así como un espíritu muy joven que había habitado plan-tas y animales: “Es un ser muy tribal, una esencia poderosa”. Mi madre debió haber escuchado “Es un ser muy trivial en esencia poderosa”. Cosa que no le gustó en absoluto pues en casa la única con poder era ella:

— ¿Por qué nadie sabe qué va ser esta niña?

III.Como lo había dicho antes mi ego acompañado del favor del

inconsciente decidió vivir más dormido que despierto. La verdad no fue ninguna compli-cación llevar este ritmo en la cotidianeidad, pues nuestras vidas era como esas malas pe-lículas donde te duermes, y cuando vuelves abrir los ojos sigue sin pasar nada, lo cual te facilita seguir la historia sin ningún problema. Yo así vivía, enterándome de lo fundamental, como cuando mi hermano se tragó todo un instrumental médico y murió a causa de ello. En realidad fue un suicidio eso a todos nos quedó muy claro, menos a mi padres, que en el funeral se mantuvieron abrazados mien-tras de manera siniestra movían la cabeza al unísono negando aquello. Quizá porque mi madre reconoció en silencio que no se puede tomar la batuta en cuestiones kármicas y que mi hermano siempre fue un pésimo doctor (porque nunca quiso serlo).

Doctor, que además en ese intento de no llevar una vida tan monótona, dejaba dentro de sus pacientes un pequeño bisturí, el algu-nas ocasiones este olvido voluntario acabó con la vida de sus pacientes. Quizá, y no lo justifico, fue esa necesidad de que los otros continuaran comiendo esas cosas que a él prohibieron desde siempre echándole la cul-pa al ansia, a la angustia. Si lo hubieran deja-do inmolar a aquel hombres que se tragó un avión en tres años mi hermano estaría vivo, sería famosos y no repitiendo su karma… Yo lo quería, aún así me quedé dormido en su entierro.

Y ¿la niña? Apareció como las sombra llegan para apo-

yarse en un árbol del que no se movió has-

ta que el féretro descendió y comenzaron a echarle tierra. Luego cuando quise acercar-me para saber qué era de su vida ya no estaba. Pero sí los reporteros acechando a mis padres con sus preguntas morbosas. Logré persua-dirlos y ayudé a mis progenitores a subir al auto a toda prisa. Por recompensa obtuve una mirada húmeda, distraída, y yo como siempre: me dormí.

IV.Pasaron los años. Yo luchando contra un destino manifies-

to que me condenaba a ser ladrón, porque a fuerza de repetirme mi madre aquello llegué a creerlo. Y después de la muerte de mi her-mano se empeñó en vigilarme más. Así que por sí o por no, me mantuve al margen de las fortunas (de los otros), y de aquello que me pudiera atraer problemas. Me hice de buenos trabajos en los que me esforzaba y destacaba, pero mi imposibilidad de mantenerme mu-cho tiempo despierto me impidió sobresalir. Todos se volvieron recelosos porque una per-sona que duerme tanto no puede estar sana ni física ni mentalmente. Y así, uno a uno fui perdiendo mis trabajos, mis amigos y mis novias, a la larga siempre me quedaba dormi-do…

V.Cuando mi padre me informó, des-pués de despertarme varias veces

porque dormitaba constantemente en el telé-fono, sobre la muerte de mi madre. No lloré, ni sentí nada salvo un profundo alivio. Eso sí, me incomodó un poco el no haber sido invi-tado al funeral, celebrado de manera privada y con a penas unos cuantos allegados (¡Por dios, yo soy el hijo!). Sin embargo, como una cosa natural, fui notificado, esa fue la palabra que utilizó mi padre, como una atención por los lazos de sangre, además quería verme por un asunto muy familiar. Descarté la idea de una herencia tardía mamá no desheredo des-de nacidos.

Nos reunimos para cenar. La mesa que an-tes estuviera llena ahora sólo nos albergaba a los dos. Sin pronunciar palabra comimos. Sin perder la costumbre mi padre leía el periódi-co, y yo tardaba bastante en terminar cada plato pues dormía fugazmente entre uno y otro. Cuando por fin llegó el café —doble para mí a ver si la cafeína hacia su trabajo y me mantenía entre los diurnos—, él se quitó los lentes (cosa que no presagiaba ninguna buena noticia) y habló:

—Creo que tu hermana sí está comiendo literalmente personas. Hay que buscarla no quiero más escándalos… No por la memoria de tu madre.

Sin evitarlo volví a soltar aquella carcaja-da que muchos años antes se me atoró en la garganta. Una vez que terminé de reíme (no cabía duda que con los años uno aprende a reprimirse menos), pude observar a mi padre muy serio. Me miraba como nunca lo había hecho. Quién sabe qué descubrió después de examinar mi cara durante un buen rato, pues le devolvió un rostro sereno. Se puso los len-tes y sin dejar de lado el periódico dijo:

—Menos mal que contigo no me equivo-que, ojala todos hubieran nacido así de insig-nificantes…

Los restos de la risa se me atragantaron en la garganta y no, no pude caer dormido…

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Alan Mills – Guatemala 1979El poeta tiene a su propio doble proyectado en el tiempo: un animal que cuida

el recorrido de su espíritu en la selva de los arquetipos. El poeta es el sueño de la fiera que adelanta su cuerpo entre la vegetación. Lo que en determinado con-texto suena a rugidos y crispación de garras, en otros hábitats se experimenta como metáfora. El poeta salta con agilidad felina el vacío que distancia a las palabras del espíritu del Lector. Mira a las mariposas como ideas que trascen-dieron la imposibilidad de volar desde la página. El poeta es un hombre-jaguar que comenzó a escribir poesía, para poder explicarle su metamorfosis a fami-liares y amigos.

Alicia García Bergua – México 1954Los poetas somos los únicos humanos conscientes de nuestra animalidad,

pues nos observamos respirar, pensar, sentir... con cierto asombro, como si no nos hubieran dado un papel de antemano. Los seres humanos nacemos incom-pletos y tenemos que hacernos, sólo por eso pensamos que no somos animales, pero al hacernos descubrimos que el animal que somos es el más imperfecto de la tierra, el que menos se acepta a sí mismo como tal por esa incompletud y por la naturaleza de su mente derivada probablemente de ella.

Armando Alanís Pulido - México 1969Un animal marino que vive en la tierra y anhela volar

Benjamín Valdivia – México 1960El poeta es un animal ambiguo, suerte de perro y mago a la vez, ávido de

incrustar el colmillo a la sustancia física y, en el instante igual, darle un cuerpo sutil a lo que espera morder con otros dientes invisibles.

Eduardo Hurtado – México 1950Un animal que observa y escucha y casi no comprende y toma nota.

Héctor Carreto – México 1953El poeta es el animal de la triste figura, un animal neurótico: piensa que sus

palabras pueden devorar a su presa. Los poetas no son dioses; tan solo son ani-males domésticos, como usted y como yo.

Jessica Freudenthal Ovando – Bolivia 1978El poeta es un animal torpe y vehemente, que deja rastros y huellas, tinta y

sangre desparramada. Un infructuoso cazador de metáforas. Autómata. Má-quina. Monstruo.

Marta Eloy Cichocka – Polonia 1973El poeta es un animal auto domesticado. Mordiéndose el rabo, lamiendo la

lengua. Si su ego lo pierde, su eco lo salva.

Margaret Randall – USA 1936El poeta es un animal que vive igual en tierra tropical que en el polo norte o

sur. Respira y se nutre de todo lo visible e invisible, lo lejano y cercano, lo que se ve y lo que solamente se puede oír, oler, saborear, tocar. El poeta no está en-casillado en cuanto a clase, raza, género, o sexo. Sin embargo, escribe desde la profundidad de su clase, raza, género y sexo. El poeta crece en la medida en que se envejece; el mejor poema suele llegar mañana. Yo vivo a través de la poesía, y la poesía me ayuda a vivir.

Tedi López Mills – México 1959Es un gato encerrado.

animaliaiván trejo

dónde buscarmeluis vicente de aguinaga

No, por desdicha, en Ur de los Caldeos,ruina de adobes inmoladosen la sombra lunar de un tiempo infértil.No buscarme tampoco entre las víctimasdel pasado, el presente y el futuro,aunque argumentos no me falteny hasta me sobren quejas y reproches.Eso, mejor: sencillamenteno buscarme.

Mucho menos debajo de la camao atrás de las cortinas:no estoy en contra de ocultarme,pero me sé proclive al estornudoy mis pies los descubrenincluso los radares más ineptos.

En los jueves hay algo que no haríasospechar la existencia de los viernes.Recorre la semana;búscame ahí, en ese doblezindemostrable, y piensaque lo mejor será, quizás, no encontrar nada.Encontrar algo en Ur, en Menfis, en Cartagopuede acarrear pequeñas maldiciones.Mi ciudad, a su modo, ya está en ruinas.

eudoro fonseca yerena. Aguscalientes, 1958. Poeta, promotor cultural. Ha publicado Volver sobre los pasos, (1989); El vendaval y la Hojarasca, (1992); San Luis Blues, (1995); La hoguera vencida, 2000. Fue director del Instituto de Cultura de San Luis Potosí y coordinador de Vinculación Cultural y Ciudadanización del Conaculta. Actualmente es director

de enseñanza artística media y superior en el Instituto Cultural de Aguascalientes. / einar salcedo. Estudió la licenciatura en Artes Plásticas en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”. Cursé el diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la SOGEM. marco antonio campos. Poeta, narrador, ensayista y traductor. El Forastero en la tierra incluye su obra poética de 1970 al 2004. Ha obtenido diversos reconocimientos internacionales, el más reciente en España. / sandra martínez hernández. Estado de México, 1990. Obtuvo

el primer lugar en el concurso Palabras de Café. Estudia los últimos semestres de la licenciatura en Trabajo Social y cursa una licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas. / miguel ángel lozano chairez. Mexicali, 1982. Ingeniero en sistemas computacionales, estudia ciencias de la comunicación y la maestría en estudios culturales. Ha publicado en las revistas Aquilón, Magín, en el diario La Voz de la Frontera y fue antologado en el libro Ni desierto, ni maquila, ni frontera. Actualmente es docente del Colegio de Bachilleres del Estado de Baja California. / alexandro roque. San Luis Potosí, 1971. Editor, escritor y divulgador. Coordinador de Difusión de El Colegio de San Luis. Autor de Cuentos tipográficos y otras prosas sépticas (2000) y Villa Juárez, la bella villa (2004). Su blog: alexandroroque.blogspot.com / cecilia eudave. Guadalajara, 1968. Novelista, cuentista, ensayista. Autora de Técnicamente humanos, Registro de imposibles, La criatura del espejo, Bestiaria vida y Sobre lo fantástico mexicano, entre otros libros. Su blog: ceciliaeudave.blogspot.com / iván trejo. autor de los poemarios Silencios (Conarte, 2007) y Los tantos días (FORCA, 2009), este año se publica Memorias colombianas // portada: daniela bojórquez vértiz / ilustraciones: patricia henríquez

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