la casa de las bellas durmientes-yasunari

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21 juventud de las muchachas dormidas. Quizá pensara que la fragancia de las doncellas fuera como un elixir de ju- ventud ante la irremediable decaden- cia, tristeza y fealdad de la vejez. Para Eguchi “lo que fluía de las muchachas era la corriente de la vida, la melodía de la vida, el hechizo de la vida y, para un anciano la recuperación de la vida”. Tema tratado ya en la antigüedad don- de los ancianos habían intentado usar la fragancia de las doncellas como elixir de juventud, sólo, recordar la historia bíblica del anciano Rey David cuando Abisag, joven virgen, se casó con él. O quizá nos insinúa que lo que los ancianos buscaban era reavivar el recuerdo. Podría ser la excusa para es- timular el recuerdo con elegancia y finu- ra de ciertas imágenes que ha preser- vado su memoria -la fragancia, el olor a leche que le retrotrae a los inicios de su vida, al origen del mundo-, incluso des- pertar los oscuros fantasmas del deseo que la imaginación anima “porque los placeres que buscan no sólo tienen que ver con el cuerpo sino con la memoria y la imaginación”. O simplemente, podría ser que intentara sumergirse en un olvido letár- gico -“para un viejo en los umbrales de la muerte no podía haber un momento de mayor olvido que cuando estaba en- La Casa de las Bellas Durmientes YASUNARI KAWABATA Por Alberto Fournier Ilustraciones de Nadia Hafid “Es fácil entrar en el mundo de los budas es difícil entrar en el mundo de los demonios. Todo artista que as- pire a lo verdadero, a lo bueno y a lo bello como objeto de su suprema aspi- ración, está fatalmente cautivado por el deseo de forzar este acceso difícil al mundo de los demonios y este pensa- miento aparente o secreto, vacila entre el temor y la plegaria”. ¿ Qué era lo máximo que se podría conseguir en la casa? Esa es la pre- gunta que parece flotar en el ambien- te claustrofóbico, denso, de la casa. Kawabata logra crear un clímax as- fixiante de confinamiento arrastrándo- nos hasta sentir una tensión sofocante que nos lleva al límite de la extenua- ción, del ahogo. Una de la muchas respuestas que Kawabata nos sugiere, como jue- go o trampa, es la de que nuestro pro- tagonista, Eguchi, quisiera beber de la LIBROS

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juventud de las muchachas dormidas. Quizá pensara que la fragancia de las doncellas fuera como un elixir de ju-ventud ante la irremediable decaden-cia, tristeza y fealdad de la vejez. Para Eguchi “lo que fluía de las muchachas era la corriente de la vida, la melodía de la vida, el hechizo de la vida y, para un anciano la recuperación de la vida”. Tema tratado ya en la antigüedad don-de los ancianos habían intentado usar la fragancia de las doncellas como elixir de juventud, sólo, recordar la historia bíblica del anciano Rey David cuando Abisag, joven virgen, se casó con él. O quizá nos insinúa que lo que los ancianos buscaban era reavivar el recuerdo. Podría ser la excusa para es-timular el recuerdo con elegancia y finu-ra de ciertas imágenes que ha preser-vado su memoria -la fragancia, el olor a leche que le retrotrae a los inicios de su vida, al origen del mundo-, incluso des-pertar los oscuros fantasmas del deseo que la imaginación anima “porque los placeres que buscan no sólo tienen que ver con el cuerpo sino con la memoria y la imaginación”. O simplemente, podría ser que intentara sumergirse en un olvido letár-gico -“para un viejo en los umbrales de la muerte no podía haber un momento de mayor olvido que cuando estaba en-

La Casa de las Bellas

DurmientesYASUNARI KAWABATA

Por Alberto Fournier Ilustraciones de Nadia Hafid

“Es fácil entrar en el mundo de los budas es difícil entrar en el mundo de los demonios. Todo artista que as-pire a lo verdadero, a lo bueno y a lo bello como objeto de su suprema aspi-ración, está fatalmente cautivado por el deseo de forzar este acceso difícil al mundo de los demonios y este pensa-miento aparente o secreto, vacila entre el temor y la plegaria”.

¿Qué era lo máximo que se podría conseguir en la casa? Esa es la pre-

gunta que parece flotar en el ambien-te claustrofóbico, denso, de la casa. Kawabata logra crear un clímax as-fixiante de confinamiento arrastrándo-nos hasta sentir una tensión sofocante que nos lleva al límite de la extenua-ción, del ahogo. Una de la muchas respuestas que Kawabata nos sugiere, como jue-go o trampa, es la de que nuestro pro-tagonista, Eguchi, quisiera beber de la

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vuelto en la piel de una muchacha jo-ven”- y adormecer el miedo a la muer-te disimulando la conciencia terrible de la soledad. Lo que conseguiría así Eguchi sería crear una profunda muerte aparente, un cálido reposo, para poder borrar o quizá sólo amortiguar su des-contento por no ser capaz de morir. Puede que la respuesta debamos buscarla en su intento por mostrarnos la iniquidad humana. En la esencia vil de lo narrado, el terror lascivo estimula-do por la proximidad de la muerte, don-de los deseos sexuales y la pulsión de destrucción y muerte se confunden. Allí donde el resplandor de la vida aparece en el reino donde coinciden muerte y erotismo. Kawabata comenta en la obra “ tal vez engañados por la costumbre y el orden de nuestro sentido del mal se puede llegar a atrofiar y llegar a come-ter un delito aunque ese delito no tome forma clara como crueldad y terror”. En la oscuridad del mundo -¿es el infierno por el que tendremos que pasar para lograr lo verdadero?- están enterrados todas las variedades de transgresión. De lo que no podemos dudar es que la obra nos impregna de una suer-te de magia que anticipa el descubri-miento de algo que está fuera de nues-tra comprensión, de lo inasible -de la imposibilidad del logro de la belleza, de la muerte-, de lo ininteligible (analogía con la propia traducción de la obra al castellano). Tenemos la sensación de que quisiera mostrarnos el mundo de los demonios, de los demonios de Egu-chi, para más tarde deslumbrarnos con el verdadero conocimiento, con lo bue-no y lo bello. Y llegar así a descubrir lo esencial que no es otra cosa que la pasividad serena ante las contigencias de la vida -la pasividad de la mujer de la casa ante la muerte de la muchacha y el descubrimiento por el mismo Eguchi del secreto. Lograr la purificación esté-tica -donde la estética trasciende como valor supremo lo moral y lo llamado hu-mano- y la purificación humana de sig-

no budista....“Y acaso no podría ser la propia bella una especie de buda, casi creía que como en las antiguas leyen-das la muchacha era la encarnación de buda, ¿no había relatos antiguos en que las prostitutas y cortesanas eran budas encarnados?. Kawabata nos contesta a la enigmática pregunta insinuándonos que lo que vamos a encontrar en la casa es la existencia de un goce crucial y de-terminante -el acceso al mundo de los demonios- que precede a la auténtica compresión que no es otra que enten-der que la muerte es la llamada de la Nada, el regreso al mundo de los bu-das. “¿Sería posible que una muchacha profundamente dormida, qué no dijera nada ni oyera nada, lo oía todo y lo de-cía todo...?”.

Otras obras1926 La bailarina de Izu1935 País de nieve1949 Mil grullas1951 El maestro de Go1954 El rumor de la montaña. El lago.1962 Kioto1964 Lo bello y lo triste1968 Premio Nobel de Literatura

Guión de la película: Una página de locura. 1926. Director: Kinugasa Teinosuke

La casa de las bellas durmientes, 1961.

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