kawabata yasunari - el rumor de la montaña

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libro de Kawabata

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El rumor de la monta?a

El anciano Ogata Shingo no consigue ganarse ni el amor ni el respeto de sus hijos, pero sin embargo puede or el rumor de la montaa. Como cabeza de familia, le preocupa la decadencia moral de sus descendientes: Shuichi, a quien la guerra ha helado el corazn, est casado con la maravillosa Kikuko pero le es infiel y tiene un hijo con otra mujer; por otro lado, Fusako vuelve a la casa paterna con sus dos hijos tras haberse divorciado de un marido drogadicto. Tanto Shuichi como Fusako creen que su padre es demasiado viejo e interpretan sus silencios como senilidad. Pero, en realidad, el pensamiento de Ogata Shingo sigue activo, repleto de hermosas imgenes, de sonidos de la naturaleza, de aromas, de escenas. Bajo la fina capa de la vida familiar, cada uno de sus miembros vive, en solitario, su drama, luchando en unas ocasiones contra el amor y en otras, contra la muerte.

El ganador del Premio Nobel de Literatura en 1968 nos deleita con una obra que gira en torno a la soledad, la muerte y la bsqueda obsesiva de la belleza.

Yasunari Kawabata

El rumor de la montaa

Ttulo original: (Yama no Oto)

Yasunari Kawabata, 1954

Traduccin: Amalia Sato

Diseo de cubierta: Daruma

Editor digital: Daruma

El rumor de la montaa

Ogata Shingo el ceo fruncido, los labios entreabiertos tena un aire pensativo. Quiz no para un extrao, que habra pensado que estaba ms bien apenado. Pero su hijo Shuichi saba lo que suceda y, como vea as a su padre con frecuencia, ya no le daba importancia. Para l era evidente que no estaba pensando, sino que intentaba recordar algo.

Shingo se quit el sombrero, lo sostuvo con aire ausente en la mano derecha y lo deposit sobre sus rodillas. Shuichi lo cogi y lo coloc en el portaequipajes.

Veamos. Cmo se llamaba? En momentos como ese, a Shingo le costaba encontrar las palabras. Cmo se llamaba la criada que nos dej el otro da?

Te refieres a Kayo?

Kayo, eso es. Cundo se fue?

El jueves pasado. Hace unos cinco das.

Cinco das? Hace slo cinco das que nos abandon y ya no puedo recordarla?

A Shuichi la reaccin de su padre le pareci algo teatral.

Esa Kayo creo que fue unos dos o tres das antes de que nos dejara. Sal a dar un paseo y me sali una ampolla en el pie. Ella me dijo que yo padeca por una lastimadura[1]. Me gust eso, porque pareca un modo amable y anticuado de decirlo. Me gust mucho. Pero ahora que lo pienso, creo que pronunci mal. Hubo algo equivocado en cmo lo dijo. En realidad, quiso decir que las cintas del calzado me lastimaron[2]. A ver, repite:

Ozure.

Ahora di Hana o zure.

Hana o zure.

Ya me pareca a m. Lo pronunci mal.

Por su origen provinciano, Shingo desconfiaba de la pronunciacin estndar de Tokio. En cambio, su hijo se haba criado en la capital.

Al decirlo sonaba muy elegante, muy bonito y elegante. Ella ya estaba en el vestbulo y, mira, ahora que entiendo lo que dijo realmente, soy incapaz de recordar su nombre. No recuerdo cmo iba vestida ni tampoco su rostro. Supongo que estuvo con nosotros unos seis meses, no?

Algo as.

Habituado a ese tipo de situaciones, Shuichi no era muy paciente con su padre.

El propio Shingo tambin se haba acostumbrado a esos episodios, pero todava senta la punzada de algo cercano al miedo. Sin embargo, por ms que lo intentaba, no lograba recordar a la muchacha. Haba momentos en que intentos tan ftiles como ese se contaminaban con sentimentalismo. Como ahora, que le pareca que Kayo, inclinada en reverencia en el vestbulo, lo consolaba por su dolor de pies.

Ella haba estado en su casa durante seis meses y lo nico que l poda recordar era esa frase. Shingo presenta que una vida estaba a punto de desaparecer.

2

Yasuko, la esposa de Shingo, tena sesenta y tres aos, uno ms que su marido. Tenan un hijo, una hija, y dos nietas por parte de esta, que se llamaba Fusako.

Yasuko no aparentaba su edad. Nadie le habra echado ms aos que a su marido, y no porque Shingo pareciera particularmente viejo. Formaban una pareja armoniosa: l era lo suficientemente mayor como para que juntos no desentonaran. Aunque era muy pequea, su esposa gozaba de buena salud.

Ella no era una belleza. De joven aparentaba ms edad, y le disgustaba que la vieran con l en pblico.

Shingo no recordaba cundo ella haba comenzado a parecer ms joven que l. Tal vez haba sido en algn momento ya bien entrada en los cincuenta. Por lo general, las mujeres envejecen ms rpido que los hombres, pero en este caso haba sucedido lo contrario.

Cierto da, el ao anterior, al entrar en la segunda etapa de sus sesenta, Shingo escupi sangre, aparentemente de los pulmones. No se someti a ninguna revisin mdica, pero el problema desapareci pronto y no volvi a repetirse.

Este episodio, sin embargo, no le provoc un envejecimiento repentino. Al contrario, despus de eso, su piel se volvi ms firme y, en las dos semanas que pas en cama, el brillo de sus ojos y el color de sus labios mejoraron.

Shingo no haba observado con anterioridad sntomas de tuberculosis, pero escupir sangre a su edad se convirti en el ms oscuro de los presentimientos. En parte fue por eso por lo que se neg a ser examinado. Para Shuichi, tal conducta no era ms que el rechazo terco de un anciano a enfrentarse a los hechos. Su padre tena otra explicacin.

Yasuko sola dormir profundamente. A veces, en mitad de la noche, Shingo culpaba a los ronquidos de su esposa de su insomnio. Roncaba y, segn contaban, cuando era una joven de quince o diecisis aos, sus padres haban intentado infructuosamente corregir ese defecto, que se haba interrumpido al casarse. Luego, una vez pasados los cincuenta, haba comenzado de nuevo.

Cuando empezaba con los ronquidos, Shingo le apretaba la nariz en un intento por detenerlos. Si este recurso no surta efecto, la coga por el cuello y la sacuda. Las noches en que no estaba de humor, senta repulsin por la imagen de ese cuerpo envejecido con el que haba convivido tanto tiempo.

Esa noche estaba de malhumor. Encendi la luz, mir a Yasuko de soslayo y la tom por el cuello. Estaba levemente sudada. Slo cuando roncaba se atreva a tocarla, y eso le resultaba infinitamente deprimente.

Cogi una revista que estaba cerca de su almohada pero, agobiado por el calor que haca en la habitacin, se levant, desliz la puerta corredera y se sent.

La luna brillaba.

Uno de los vestidos de su nuera estaba colgado fuera, desagradablemente sucio. Tal vez haba olvidado llevarlo a la tintorera o quiz haba dejado a la intemperie la prenda manchada de sudor para que el roco nocturno la humedeciera.

Del jardn llegaba el chirrido de los insectos. Haba cigarras en el tronco del cerezo que estaba a la izquierda. Le llamaba la atencin lo spero del sonido, pero no podan ser sino las cigarras.

Shingo se pregunt si a veces ellas tambin sufriran pesadillas.

Una de ellas entr en la habitacin y choc contra el tul del mosquitero. No profiri ningn sonido cuando la atrap.

Muda.

No sera una de las que oa entre los rboles.

Para que no volviera, atrada por la luz, la lanz con fuerza en direccin a la copa del rbol. Cuando la solt no hubo ninguna resistencia contra su mano.

Shingo se agarr a la puerta y observ. No poda decir si la cigarra se haba posado en el rbol o si se haba ido volando. Esa noche de luna, una vasta profundidad se extenda sin lmites por los cuatro costados.

Aunque apenas se haba iniciado agosto, los insectos propios del otoo ya estaban all cantando; hasta se oa el goteo del roco de una hoja en otra.

Entonces oy la montaa.

No era el viento. Con la luna casi llena y la humedad en el aire bochornoso, la hilera de rboles que dibujaba la silueta de la montaa estaba borrosa, inmvil.

En la galera, ni una hoja del helecho se mova.

En los retiros de montaa de Kamakura, algunas noches se poda or el mar. Shingo se pregunt por un momento si habra sido el rumor del mar. Pero no estaba seguro de que haba sido la montaa.

Era como un viento lejano, pero con la profundidad de algo que retumbara en el interior de la tierra. Sospechando que poda tratarse de un zumbido en sus odos, Shingo sacudi la cabeza.

En ese instante, el sonido se interrumpi y, de repente, tuvo miedo. Sinti un escalofro, como un anuncio de que la muerte se aproximaba. Quera preguntarse, con calma y determinacin, si haba sido el sonido del viento, el rumor del mar o un zumbido dentro de sus odos. Pero haba sido otra cosa, de eso estaba seguro. Haba sido la montaa.

Como si un demonio a su paso la hubiera hecho sonar.

La empinada colina, envuelta en las hmedas sombras de la noche, era como una pared negra. Tan pequea que habra entrado por completo en el jardn de Shingo; era como un huevo cortado por la mitad.

Haba otras montaas detrs y a su alrededor, pero el sonido pareca provenir de esa colina en el jardn trasero de la casa de Shingo.

En la cima, las estrellas brillaban entre los rboles.

Al cerrar la puerta, un extrao recuerdo se le hizo presente.

Unos diez das antes, esperaba a un invitado en un restaurante inaugurado recientemente. Una sola geisha le haca compaa. Su invitado llevaba retraso, como tambin las dems geishas.

Por qu no se quita la corbata? dijo ella. Debe de tener calor.

Shingo asinti y le permiti que lo hiciera.

No era una geisha con quien tuviera una particular familiaridad, pero despus de que le enroll la corbata y se la guard en el bolsillo del abrigo, que estaba al lado del tokonoma[3], la conversacin deriv hacia temas personales.

Segn le cont, dos meses antes ella haba estado a punto de suicidarse junto con el carpintero que haba construido el restaurante. Pero en el momento en que iban a tomar el veneno la asaltaron las dudas. La dosis sera efectivamente letal?

l dijo que era suficiente. Me asegur que haban calculado tanto la suya como la ma, y que la cantidad era la justa y necesaria.

Pero ella no lo crea. Y su desconfianza aumentaba.

Le pregunt quin se haba encargado de hacerlo. Tal vez el que las haba medido lo haba hecho slo para enfermarnos y darnos una leccin. Le pregunt por el farmacutico o el mdico que se las haba dado, pero no me contest. No es extrao? Si los dos bamos a ir juntos hacia la muerte, por qu no me responda? Despus de todo, para qu tanto secretismo si nadie ms iba a enterarse?

Una buena historia, Shingo estuvo tentado de decirle.

Ella sigui relatando que haba insistido tanto que lo postergaron hasta encontrar a alguien que repitiera la medicin.

Los tengo aqu conmigo.

A Shingo la historia le son muy rara. Todo lo que haba retenido era que el hombre era un carpintero y que haba construido el restaurante.

La geisha sac dos paquetitos de su monedero y los abri ante l. Les ech una mirada, pero no tena modo de saber si contenan veneno o no.

Al cerrar la puerta, Shingo pens en ella.

Volvi a acostarse. No despert a su mujer para hablarle del miedo con que lo haba paralizado el rumor de la montaa.

3

Shuichi y Shingo trabajaban en la misma compaa. El hijo era como una especie de apuntador de su padre.

Haba otros, Yasuko y Kikuko, la mujer de Shuichi. Los tres trabajaban conjuntamente como un equipo que completaba los fallos de memoria de Shuichi. La secretaria de la oficina era otra apuntadora.

Al entrar en el despacho de su padre, Shuichi cogi un libro de un pequeo estante que haba en una esquina y empez a hojearlo.

Bien, bien dijo. Se acerc al escritorio de la muchacha y seal una de las pginas.

Qu es eso? pregunt Shingo, sonriente. Shuichi le acerc el libro.

Uno no comprende que el sentido de castidad se ha perdido aqu deca el pasaje en cuestin. Conocemos el mecanismo para que el amor perdure. Un hombre incapaz de soportar el dolor de amar a una sola mujer y una mujer incapaz de soportar el dolor de amar a un solo hombre deben partir alegremente en busca de otros compaeros, y as encontrar el modo de fortalecer sus corazones.

Dnde queda ese aqu?

Pars. Es el relato de un novelista sobre su viaje a Europa.

La mente de Shingo haba perdido vivacidad para captar aforismos y paradojas, pero le pareci que la frase no era nada de eso y s una mera observacin perspicaz.

Probablemente no era que su hijo estuviera conmovido con el fragmento, sino que, improvisando con lo que las circunstancias le permitan, haba encontrado el modo de insinuarle a la muchacha que quera salir con ella despus del trabajo.

Al bajar del tren en Kamakura, Shingo se encontr deseando haber vuelto junto con Shuichi o, tal vez, haber postergado su regreso.

El autobs iba lleno hasta los topes, por lo que decidi caminar.

Cuando se par delante de la pescadera, el tendero lo salud con una inclinacin de cabeza. Entr. El agua del cubo con langostinos era de un blanco lechoso. Toc una langosta; estaba viva, pero no se movi. Shingo se decidi por los buccinos, de los que haba en abundancia.

Cuando el pescadero le pregunt cuntos quera, sin embargo, se qued perplejo.

Bueno, que sean tres. Tres de los ms grandes.

Se los limpio, seor?

El pescadero y su hijo extrajeron la carne con sus cuchillos. A Shingo le desagradaban los crujidos que estos producan al rozar las conchas.

Mientras el hombre lavaba y cortaba la carne, dos muchachas se detuvieron delante de la tienda.

Qu desean? les pregunt, al tiempo que segua con los cortes.

Arenques.

Cuntos?

Uno.

Uno?

S.

Slo uno?

El arenque no era lo ms pequeo que se ofreca, pues haba unos pescaditos de un peso menor. No obstante, la joven no se mostr particularmente afectada por la demostracin de desagrado del tendero.

El hombre envolvi el arenque en un pedazo de papel y se lo alcanz.

Pero si no necesitbamos pescado dijo la otra, acercndose a su compaera y dndole un codazo.

Me pregunto si habr este sbado dijo la primera mirando las langostas. A mi novio le encantan.

Su amiga no respondi.

Shingo, sorprendido, se atrevi a observarlas.

Una nueva clase de prostitutas pens, con las espaldas desnudas, zapatos de tela y buena figura.

El pescadero reuni la carne troceada en el centro de la tabla y, dividindola en tres, empez a colocarla dentro de los caracoles.

Cada vez sern ms frecuentes seal. Incluso aqu en Kamakura.

La rudeza del pescadero le choc a Shingo como algo muy desagradable.

Creo que se han comportado con bastante correccin replic, indignndose no saba muy bien por qu.

El hombre colocaba la carne en las conchas con indiferencia. Toda mezclada, sin respetar la procedencia, pens Shingo, consciente de los detalles ms nimios.

Era jueves. Faltaban ms de dos das hasta el sbado, y con seguridad la muchacha conseguira langostas en cualquier pescadera. Le intrigaba cmo esa joven tan ordinaria se las preparara a su amigo norteamericano. Una langosta resultaba un plato sencillo, comn, tanto frita como hervida o asada.

Shingo no haba sentido ninguna animosidad hacia las muchachas, pero despus lo invadi un difuso desaliento.

Aunque eran cuatro en casa, haba comprado slo tres buccinos. No lo haba hecho por desconsideracin hacia su nuera, si bien saba, por supuesto, que Shuichi no estara para la cena; simplemente se haba olvidado de su hijo.

Un poco ms adelante compr frutos de ginkgo en un almacn.

4

No era usual que Shingo comprara comida de camino a casa, pero ni Yasuko ni Kikuko hicieron comentarios. Tal vez para disimular la ausencia de Shuichi, que debera haber vuelto con l.

Le entreg la compra a su nuera y la sigui hasta la cocina.

Un poco de agua, por favor, con una pizca de azcar. Sin esperar, l mismo se dirigi al grifo.

En la pila haba langostinos y langostas. A Shingo le sorprendi la coincidencia. Los haba visto en la pescadera, pero no se le haba ocurrido comprarlos.

Un buen color dijo. Los langostinos tenan un brillo fresco.

Kikuko parti un fruto de ginkgo con el revs de la hoja de un cuchillo.

S, pero me temo que no son buenos.

No? Sospech que podan estar fuera de temporada.

Llamar al almacn para quejarme.

No te molestes. Aunque estos buccinos, mi contribucin, no representan mucho.

Podramos abrir una marisquera. Kikuko mostr la punta de la lengua en un suave gesto de burla. Veamos. Podemos hervir los caracoles. Asar las langostas y frer los langostinos. Puedo comprar setas. Mientras me ocupo de todo esto, usted podra traer unas berenjenas del jardn?

Por supuesto.

Que sean pequeas. Y trigame tambin un poco de salvia. Ser suficiente slo con los langostinos?

Kikuko llev dos buccinos a la mesa.

Debera haber otro dijo Shingo, un tanto sorprendido.

S, pero como los abuelos no tienen la dentadura demasiado bien, pens que preferiran compartir uno.

Ah, s? Pues yo no veo a ninguna de mis nietas por aqu.

Yasuko baj la vista y se rio tontamente.

Perdn. Kikuko se puso de pie con presteza y fue a la cocina en busca del tercer caracol.

Deberamos hacer lo que nos aconseja tu nuera dijo Yasuko. Compartir uno entre los dos.

A Shingo las palabras de Kikuko le haban parecido bellamente oportunas: era como si su dilema de comprar tres o cuatro buccinos se hubiera diluido. Su tacto y su habilidad no eran de despreciar.

Otra posibilidad podra haber sido que dijera que dejaba uno para Shuichi o que ella y Yasuko compartiran uno. Tal vez haba considerado todas las combinaciones.

Pero slo haba tres? insisti Yasuko, poco sensible a tales sutilezas. Has comprado tres y nosotros somos cuatro.

No necesitamos otro. Shuichi no ha venido.

Su esposa esboz lo que sera una amarga sonrisa, pero tal vez por su edad termin siendo algo menos que eso.

Ninguna sombra cruz el rostro de Kikuko y tampoco pregunt qu podra haberle sucedido a Shuichi.

Kikuko era la menor de ocho hermanos. Los otros siete estaban tambin casados, y todos tenan hijos. A veces Shingo pensaba en la fertilidad que ella haba heredado de sus padres.

Su nuera se quejaba de que l todava no hubiera aprendido el nombre de sus hermanos y hermanas. Y le costaba an ms recordar los nombres de los sobrinos y las sobrinas.

Ella haba nacido en un momento en que su madre no quera ms hijos o ya no se senta capaz de tenerlos. Adems, la mujer se avergonzaba de estar embarazada a su edad y haba considerado la posibilidad de abortar. Fue un parto difcil; aplicaron frceps a la cabeza de Kikuko.

Su nuera le cont a Shingo que se haba enterado de todo de boca de su madre.

A Shingo le costaba entender cmo una madre poda hablarle de tales cosas a su hija, o que una joven se las revelara a su suegro. Kikuko se haba echado el cabello hacia atrs para mostrarle una tenue cicatriz en la frente.

Despus, cada vez que por casualidad y fugazmente se le haca visible, esa cicatriz de algn modo lo atraa hacia ella.

A pesar de todo, aparentemente, Kikuko haba sido criada como la protegida de la familia. No la haban mimado, precisamente, pero pareca haber recibido afecto. Haba algo delicado en ella.

La primera vez que la haba visto, ya como novia de su hijo, Shingo haba notado el modo ligero y gracioso que tena de mover los hombros, insinuando una luminosa y fresca coquetera.

Algo en su tenue figura le recordaba a la hermana de Yasuko.

Cuando era muy joven, Shingo se haba sentido fuertemente atrado por su cuada. Despus de su muerte, Yasuko haba ido a hacerse cargo de sus sobrinos y se haba consagrado a los quehaceres domsticos, como deseando suplantar a su hermana fallecida. Era cierto que senta un gran afecto por su cuado, un hombre muy atractivo, pero tambin mucho amor por su hermana, una mujer tan bella que costaba creer que ella y Yasuko hubieran nacido de la misma madre. Yasuko consideraba a su hermana y a su cuado como seres pertenecientes a un mundo de ensueo.

Ella trabajaba con empeo por su cuado y los nios, pero el hombre se mostraba indiferente hacia sus sentimientos y se extravi en placeres, mientras para Yasuko su sacrificio se converta en un apostolado.

Fue entonces cuando Shingo se cas con ella.

Ahora haban pasado treinta aos. Para Shingo su boda no haba sido un error. Un largo matrimonio no necesariamente queda sometido a su origen.

Sin embargo, la imagen de la hermana permaneca en la mente de ambos. Ninguno la mencionaba, pero ninguno la haba olvidado.

No haba nada especialmente malsano en el hecho de que, una vez instalada Kikuko en la casa, los recuerdos de Shingo se vieran atravesados por destellos como haces de luz.

Menos de dos aos despus de su boda, Shuichi ya haba encontrado a otra mujer, lo que sorprendi mucho a Shingo.

A diferencia de l, que se haba criado en el campo, su hijo no daba ninguna pista sobre sus aventuras. El padre ignoraba cundo se haba iniciado sexualmente.

Shingo estaba seguro de que, fuera quien fuese la que concitara la atencin de su hijo, deba de ser una mujer que manejara dinero, algo parecido a una prostituta.

Sospechaba que las relaciones con mujeres de la oficina no iban ms all de ir a bailar despus del trabajo, y que podan tener como propsito distraer la atencin de su padre.

De ninguna manera esa mujer sera una joven reservada como la que tena ante l. De algn modo, Shingo lo senta ms por la propia Kikuko. Desde el inicio de la aventura se haba producido una maduracin en la relacin de su nuera con Shuichi. Shingo perciba un cambio en el cuerpo de ella.

Al despertarse durante la noche en que haban cenado el marisco, Shingo se percat de un nuevo tono en la voz de Kikuko.

Sospech que ella desconoca que Shuichi tena una amante.

Y padre se ha disculpado con un buccino murmur para s.

Era como si, aun ignorando lo de la otra mujer, ella sintiera emanaciones que llegaban como a la deriva hasta su persona?

Shingo se adormeci y repentinamente se hizo de da. Fue en busca del peridico. La luna todava brillaba en lo alto. Ech una mirada a las noticias y se durmi de nuevo.

5

Shuichi se abri camino por el interior del tren y le cedi el asiento a su padre, que lo segua.

Luego le alcanz el diario de la maana y sac de su bolsillo las gafas bifocales de Shingo. Su padre tena otro par, pero sola olvidrselo, as que el hijo era el depositario del par de repuesto.

Shuichi se inclin sobre el diario.

Tanizaki me ha dicho hoy que una antigua compaera de colegio est buscando trabajo. Como sabes, necesitamos una criada, as que le dije que la cogeramos.

No te parece un poco imprudente tener a una amiga de Tanizaki con nosotros?

Imprudente?

Podra enterarse de cosas a travs de Tanizaki y luego contrselas a Kikuko.

Cosas? A qu clase de cosas te refieres?

Bueno, lo que creo es que nos conviene tener una criada que venga con buenas referencias. Shingo volvi a su peridico.

Tanizaki te ha estado hablando de m? pregunt Shuichi cuando bajaron en Kamakura.

No me ha contado nada. Me imagino que le pediste discrecin.

Bien, supongamos que algo est sucediendo entre tu secretaria y yo. Crees que permitira que fueras el hazmerrer de la oficina?

Desde luego que lo sera, pero, si no te importa, asegrate de que Kikuko no se entere de nada.

Shuichi no era muy dado a las confidencias.

De modo que Tanizaki te cont algo.

Sabe que tienes a otra. Y me parece que ella quiere salir contigo.

Es probable. Tal vez por celos.

Magnfico.

Voy a romper. Estoy tratando de terminar con eso.

No te entiendo. Pero espero que me lo cuentes todo alguna vez.

Cuando termine.

No dejes que Kikuko se entere.

Tal vez ya lo sepa.

Shingo se sumi en un silencio malhumorado.

Que continu durante la cena. Se levant de la mesa bruscamente y se fue a su habitacin.

Kikuko le llev meln.

Has olvidado la sal dijo Yasuko, entrando tras ella.

Las dos se sentaron en la galera.

Kikuko te ha llamado varias veces. No la oas?

No. No saba que haba meln en la nevera.

l no te oa dijo Yasuko. Y t lo llamabas una y otra vez.

Porque est molesto por algo le contest Kikuko a su suegra.

Shingo guard silencio un momento.

Tengo problemas con los odos ltimamente. El otro da deslic la puerta para dejar entrar un poco de aire y o rugir a la montaa. T seguas roncando.

Yasuko y Kikuko miraron hacia afuera.

Las montaas rugen? pregunt Kikuko. Pero, madre, usted dijo algo una vez, lo recuerda? Dijo que, poco antes de que su hermana muriera, padre oy el rumor de la montaa.

Shingo estaba consternado. No se perdonaba no recordar. Haba odo la montaa; por qu el recuerdo no se haca presente?

Aparentemente, Kikuko se arrepinti de haber hecho esa observacin. Sus bellos hombros estaban inmviles.

Las alas de la cigarra

Fusako, la hija, lleg a la casa con sus dos nias.

Hay otra en camino? pregunt Shingo de pasada, aunque saba que, con la mayor de cuatro aos y la pequea, con un ao apenas cumplido, la diferencia no invitaba a tener otro beb en lo inmediato.

Me preguntaste lo mismo el otro da. Fusako puso a la pequea boca arriba y empez a quitarle los paales. Y qu pasa con Kikuko?

Su pregunta son casual, pero el rostro de Kikuko, mientras observaba a la nia, se puso repentinamente tenso.

Deja a la criatura tranquila un momento dijo Shingo.

Se llama Kuniko. Acaso no elegiste t mismo el nombre?

Pareca que slo Shingo se haba percatado de la expresin de su nuera, pero no dej que eso lo preocupara. Estaba muy concentrado en los movimientos de las piernecitas que haban quedado liberadas.

S, djala dijo Yasuko. Se la ve muy feliz. Seguramente tena calor. Y le haca cosquillas o le daba palmaditas en la barriguita o en los muslos. Por qu no dejas que tu madre y tu hermana se refresquen un poco?

Les traigo unas toallas? pregunt Kikuko desde la puerta.

Hemos trado las nuestras contest Fusako, y con eso pareca indicar que se quedaran algn tiempo.

Fusako sac toallas y ropa de un atado. Su hija mayor, Satoko, que estaba de pie detrs de ella, se le agarraba a la cintura, enfurruada. Satoko no haba dicho una sola palabra desde su llegada; su espeso cabello negro le tapaba un ojo.

Shingo reconoci el pauelo del atado. Todo lo que recordaba era que perteneca a la casa, pero no poda asegurar desde cundo.

Fusako haba caminado desde la estacin con Kuniko a la espalda, con una mano llevando a rastras a Satoko y cargando el atado con la otra. Todo un espectculo, se dijo Shingo.

Satoko no era una nia dcil. Tena un modo de ser particularmente difcil, cuando las cosas ya eran de por s suficientemente complicadas para su madre.

Le fastidiara a Yasuko se preguntaba Shingo que, de las dos mujeres jvenes, fuese su nuera la que siempre fuera bien arreglada?

Yasuko se sent y empez a frotar una zona rojiza que el beb tena en la cara interna del muslo. Fusako haba ido al bao.

No s, pero me parece que es ms dcil que Satoko.

Naci despus de que las cosas empezaron a ir mal con su padre dijo Shingo. Recuerda que todo empez despus de que Satoko naci, y eso la ha afectado.

Una nia de cuatro aos es capaz de comprender?

Por supuesto que s, y tambin de sufrir las consecuencias.

Yo creo que ya naci as.

Tras unas complejas contorsiones, el beb se coloc boca abajo, gate y, agarrndose de la puerta, se puso en pie.

Vamos a caminar nosotras dos solas dijo Kikuko, tomndola de las manos y conducindola a la otra habitacin.

Yasuko se abalanz con presteza sobre el monedero que estaba junto a las pertenencias de Fusako y lo abri.

Qu diablos te crees que haces? Shingo mantuvo un tono de voz bajo, pero casi temblaba de rabia. Detente, te lo ordeno.

Por qu debera obedecerte? Yasuko actuaba con calma.

Te he dicho que te detengas. Qu te crees que ests haciendo? Sus manos temblaban.

No pretendo robar nada.

Es algo peor que robar.

Yasuko dej el monedero donde estaba, pero se qued sentada al lado.

Qu tiene de malo que me interese por los asuntos de mi hija? Quiz ha venido sin dinero suficiente para comprarles dulces a las nias. Quiero saber cmo le van las cosas. Eso es todo.

Shingo la mir fijamente.

Fusako regres del bao.

He abierto tu monedero para echarle un vistazo, Fusako dijo Yasuko en el momento en que su hija entraba en la habitacin, y tu padre me ha regaado. Si he hecho mal, te pido disculpas.

No ha sido correcto resopl Shingo.

La confesin de su mujer no hizo sino aumentar su irritacin.

Shingo se pregunt si sera cierto, tal como el comportamiento de su esposa lo sugera, que incidentes como ese eran algo habitual entre madre e hija. Estaba furioso, y la fatiga de los aos lo abrum.

Fusako lo mir. Probablemente le sorprenda menos la conducta de su madre que la de su padre.

Por favor, adelante, mira, cercirate dijo lanzando las palabras con violencia y sacudiendo el monedero abierto sobre las rodillas de su madre.

Ese gesto no contribuy a suavizar el enojo de Shingo.

Yasuko no cogi el monedero.

Aihara pens que sin dinero no me atrevera a escapar. De modo que no hay nada. Adelante, mira.

El beb, con sus manos todava en las de Kikuko, de repente perdi el equilibrio. Su ta la levant.

Fusako se abri la blusa y le ofreci su pecho. No era una mujer hermosa, pero tena una buena figura. Su porte era erguido, y el seno por el que se derramaba la leche, firme.

Incluso siendo domingo Shuichi anda por ah? inquiri.

Pareca sentirse obligada a decir algo para aliviar la tensin.

2

Casi a las puertas de su casa, Shingo levant la vista para admirar los girasoles florecidos de la casa vecina.

Se encontraba justamente debajo de las flores que colgaban sobre la cerca.

La hija de los vecinos se detuvo. Podra haber pasado de largo y entrado en la casa pero, como lo conoca, se qued junto a l.

Qu flores tan enormes! exclam al verlas. Son unas flores preciosas.

Ella sonri, un poco intimidada.

Decidimos dejar slo una por planta.

Ah, es por eso por lo que son tan grandes. Dura mucho la floracin?

S.

Cuntos das?

La chica deba de tener doce o trece aos no contest. Aparentemente absorta en algn clculo silencioso, observaba a Shingo, y luego, junto con l, nuevamente a las flores. Su cara era redonda y bronceada, pero sus brazos y sus piernas eran delgados.

Con la intencin de que la muchacha se sintiera libre de entrar en su casa, Shingo mir hacia la calle. Dos o tres puertas ms all haba ms girasoles, tres por planta, pero las flores eran de la mitad del tamao de estas.

Al reiniciar su marcha, levant otra vez la vista.

Kikuko lo llamaba; estaba a su espalda. Traa una bolsa de la compra de la que asomaban judas verdes.

Admirando los girasoles?

Lo que ms deba importarle, sin duda, ms que el hecho de que estuviera maravillado con los girasoles, era que hubiera regresado a casa sin Shuichi.

Son especmenes notables dijo l. Como cabezas de personas famosas.

Kikuko asinti con su modo displicente.

Shingo no haba meditado sus palabras. La comparacin simplemente se le ocurri; no la haba buscado. Sin embargo, con esa observacin, sinti en toda su inmediatez la fuerza de las enormes y pesadas cabezas florecidas. Se le hicieron patentes la regularidad y el orden con que estaban dispuestas. Los ptalos como coronas, y el gran disco central ocupado por estambres agrupados perfectamente, que se abran paso con pujanza, sin dar la impresin de competir, sino de estar tranquilamente organizados. Una fuerza emanaba de ellos. La circunferencia de las flores era mayor que una cabeza. Tal vez fue el arreglo formal del volumen lo que lo llev a asociarlas con un cerebro. El poder que emanaban lo hizo pensar en un smbolo gigantesco de masculinidad. Ignoraba si eran machos o no, pero de algn modo as las imagin.

El sol de verano se desvaneca y el aire de la noche era calmo.

Los ptalos eran dorados, femeninos.

Se apart de los girasoles, cavilando si no habra sido la llegada de su nuera lo que lo haba conducido a extraos pensamientos.

Mi cabeza no ha estado muy clara estos ltimos das. Supongo que por eso los girasoles me hicieron pensar en cabezas. Me gustara que la ma estuviera tan clara como lo son ellos. En el tren vena pensando si habra un modo de clarificar y dar un nuevo brillo a la cabeza. O cortarla, aunque esto podra ser un poco violento. O desprenderla y llevarla a algn hospital universitario como si se tratara de un atado para la lavandera. Les traigo esto, dira. Y el resto del cuerpo se mantendra dormido durante tres o cuatro das, o incluso durante una semana, mientras el hospital se ocupa diligentemente de limpiarla y se hace cargo de los desechos. Y uno sin insomnio ni sueos.

Creo que est algo cansado dijo Kikuko, y su expresin se ensombreci.

Lo estoy. Hoy ha venido alguien a la oficina. Le di una calada a un cigarrillo y lo dej, y encend otro y tambin lo dej, y entonces vi que haba tres, encendidos y casi sin fumar. Fue muy embarazoso.

En el tren se le haba ocurrido lo de mandar su cabeza a la lavandera, era cierto, pero se haba sentido atrado no tanto por la idea de la cabeza lavada como por la del cuerpo en descanso. Un sueo muy reparador, con la cabeza separada. No haba duda: estaba muy cansado.

Haba tenido dos sueos al amanecer y en ambos apareca un muerto.

No va a tomarse vacaciones este verano?

Haba pensado en ir a Kamikochi. Pero no hay nadie a quien pueda dejarle mi cabeza, as que me parece que ir a ver montaas.

Debe hacerlo como sea dijo Kikuko con cierta zalamera.

Pero tenemos a Fusako con nosotros. Ella ha venido a descansar tambin. Qu te parece? Ser mejor para ella tenerme en casa, o lejos?

La envidio por tener un padre tan bueno.

Las palabras de Kikuko sonaron a compromiso.

Al llegar a casa sin su hijo, su intencin era fastidiarla, despistarla, distraerla de su figura solitaria? No se lo haba propuesto conscientemente pero, sin embargo, dudaba.

Lo dices con sarcasmo? le pregunt.

No quiso poner nfasis en su rplica, pero a Kikuko le provoc un sobresalto.

Mira a Fusako y luego dime si he sido un buen padre.

Ella se sonroj hasta las orejas.

Lo de Fusako no es culpa suya repuso.

l encontr consuelo en su voz.

3

A Shingo le desagradaban las bebidas fras, incluso en los das calurosos. Yasuko no se las ofreca y la costumbre de no tomarlas se haba consolidado a lo largo de los aos.

Por la maana, al levantarse, y al atardecer, cuando regresaba, tomaba una taza de t llena hasta el borde. Siempre era Kikuko quien se la serva.

Al entrar en la casa despus de contemplar los girasoles, ella se apresur a preparrsela. l tom la mitad, se puso un quimono de algodn y sali con su taza a la galera, sorbiendo el contenido mientras caminaba. Su nuera, que lo segua con una toalla fra y cigarrillos, le sirvi ms t. Luego fue en busca de sus gafas y del diario vespertino.

Shingo miraba el jardn. Enjugarse el rostro para colocarse los anteojos pareci demandarle un esfuerzo enorme. El csped hirsuto y descuidado, una mata de trboles y, ms lejos, cortaderas tan altas que tenan un aspecto salvaje.

Ms all haba mariposas revoloteando entre las hojas. Shingo las observaba a la espera de que se posaran sobre el trbol o pasaran volando sobre l, pero estas siguieron de largo a travs de las hojas.

Presinti que, ms all de los arbustos, exista un pequeo mundo aparte y especial. Una vez que traspasaban los trboles, las alas de las mariposas adquiran para l una belleza extraordinaria.

Entonces se acord de las estrellas que haba visto haca un mes entre los rboles de la cima de la colina, aquella noche con una luna casi llena.

Yasuko sali y se sent a su lado.

Shuichi llegar tarde otra vez? pregunt, abanicndose.

Shingo asinti y sigui mirando el jardn.

Hay mariposas ms all de los arbustos.

Pero, como si prefirieran evitar que Yasuko las viera, tres mariposas levantaron el vuelo por encima de los trboles.

Macaones.

Para ser de esa especie, eran demasiado pequeas y de un color un tanto apagado.

Describieron una diagonal cruzando el seto y volvieron a aparecer en el pino de la casa vecina. Avanzaban en formacin vertical, sin romper la fila o alterar la distancia que las separaba, ascendiendo desde la mitad del rbol hasta la copa. Este haba crecido muy erguido, no tena el aspecto domesticado de los rboles de jardn.

Instantes despus, otra cola de macan surgi desde un rincn inesperado y, trazando una lnea horizontal, pas rozando los trboles.

Esta maana he soado con dos muertos. El viejo del Tatsumiya me invitaba a fideos.

No los habrs comido, no?

No deba hacerlo? Shingo se pregunt si comer los fideos que un difunto le ofreca en un sueo anunciaba la muerte. No lo recuerdo. Me parece que no. Lo que s recuerdo es que estaban fros.

Crea haberse despertado antes de comerlos.

Se acordaba hasta del color de los fideos, dispuestos sobre una esterilla de bamb, en un recipiente lacado en negro por fuera y rojo por dentro.

Sin embargo, no poda asegurar si haba visto el color en sueos o si lo haba aadido una vez despierto. En cualquier caso, los fideos aparecan con claridad en su mente, aunque todo lo dems estuviera borroso.

l estaba de pie cerca de una porcin de fideos que haba sido colocada sobre la moqueta del suelo. El hombre de la tienda y su familia estaban sentados sobre la moqueta, pero ninguno sobre un almohadn. Lo raro era que el nico que permaneca de pie era l. Eso era todo lo que poda recordar, aunque muy vagamente.

Al despertar del sueo, lo recordaba con claridad. Y despus de volver a dormirse y levantarse por la maana, las imgenes regresaron ms claramente todava. Ahora, sin embargo, se haban apagado. La imagen centrada en los fideos haba permanecido en su mente, pero era incapaz de reconstruir la historia: qu haba sucedido antes y qu haba ocurrido despus.

El hombre del sueo era un ebanista que haba muerto a los setenta, unos tres o cuatro aos antes. Como era un artesano de la vieja escuela, a Shingo le gustaba y sola hacerle algunos encargos. Aunque no haba sido un amigo tan ntimo como para aparecer en un sueo tanto tiempo despus de muerto.

Shingo crea que los fideos estaban en las habitaciones de la familia, en el fondo de la tienda. Si bien ocasionalmente se haba quedado charlando con el viejo, no recordaba haber entrado en las habitaciones del fondo. Ese sueo de los fideos lo dejaba atnito.

El viejo tena seis hijas.

Shingo recordaba haber dormido con una muchacha en el sueo, pero ahora, por la tarde, no saba si era una de las hijas o no.

Recordaba muy bien haber tocado a alguien, pero no tena idea de quin podra haber sido. No haba nada que pudiera servirle de indicio.

Le pareca que lo saba al despertar, y tambin al volver a dormirse y despertar por segunda vez, pero ahora, por la tarde, ya no poda acordarse de nada.

Como ese sueo era la continuacin del que haba tenido con el ebanista, intent aclarar si la muchacha con la que haba dormido era una de sus hijas, pero no lleg a ninguna conclusin clara. Ni siquiera poda recordar el rostro de las hijas de Tatsumi.

Era una continuacin, y mucho ms ntida; pero no saba qu haba sucedido antes y qu haba pasado despus de los fideos. Y ahora resultaba que estos eran la imagen ms clara que haba en su mente al despertar. Pero no habra respondido a las leyes de los sueos ese despertar sobresaltado por el contacto con la muchacha?

Claro que no, a menos que se hubiera tratado de una sensacin lo suficientemente aguda como para despertarlo.

En este caso, tampoco nada haba quedado definido. La figura se haba borrado y no poda recuperarla; lo nico que persisti fue una sensacin de desigualdad fsica, de fallo en el contacto de los cuerpos.

Shingo nunca haba tenido una experiencia como esa con una mujer. No la haba reconocido pero, por tratarse de una muchacha, el encuentro nunca habra sucedido en la vida real.

A los sesenta y dos, la ausencia de sueos erticos no era extraa, pero lo que ahora le provocaba sorpresa era la absoluta insustancialidad de todo eso.

Rpidamente volvi a dormirse y tuvo otro sueo.

Aida, viejo y gordo, se acercaba con una botella de sake en la mano. Se notaba que ya haba bebido bastante. Los poros de su cara enrojecida estaban muy dilatados.

Shingo no poda recordar nada ms del sueo. No poda asegurar si la casa era la actual o una donde haba vivido antes.

Aida haba sido, hasta haca unos diez aos, uno de los directores de la empresa de Shingo. Haba muerto de un derrame cerebral a finales del ao anterior. En sus ltimos aos haba adelgazado.

Y luego tuve otro sueo. Esta vez era Aida el que vena a casa con una botella.

El seor Aida? Pero qu raro. l no beba.

Es cierto. Tena asma, y cuando tuvo el ataque fue la flema lo que lo mat. Pero no beba. Andaba siempre con una botella con medicina en la mano.

Sin embargo, haba irrumpido en el sueo como un fanfarrn. Su imagen flotaba vvidamente en la mente de Shingo.

Y Aida y t os emborrachasteis?

Yo no prob una sola gota. Aida vena caminando hacia m, pero me despert antes de que tuviera oportunidad de sentarse.

No es muy agradable soar con muertos.

Tal vez vengan a por m.

Shingo haba alcanzado una edad en la que la mayora de sus amigos haban fallecido. Quiz era natural que soara con difuntos.

Pero ni el ebanista ni Aida se le haban aparecido como muertos. Haban entrado en sus sueos como personas vivas.

Y ambas figuras, tal como haban aparecido en los sueos, estaban todava claras en su memoria. Mucho ms que en el recuerdo usual que tena de ellos. La cara de Aida, roja por el alcohol, tena una intensidad que l nunca haba tenido en vida; y Shingo hasta haba retenido un detalle como el de sus poros dilatados.

Entonces, por qu, si recordaba con tal claridad a esos dos hombres, no poda definir el rostro de la muchacha que lo haba tocado ni tampoco identificarla?

Se pregunt si habra intentado olvidar por un sentimiento de culpabilidad, pero no pareca ser el caso. Lo nico que le haba quedado era un desengao sensual.

Y no saba por qu le haba sucedido en un sueo.

No le cont esta parte a su esposa.

Kikuko y Fusako estaban cenando, poda orlas en la cocina. Sus voces le sonaban un tanto ruidosas.

4

Todas las noches las cigarras acudan volando desde el cerezo.

Shingo se acerc hasta el tronco.

Envuelto en el sonido de las alas que zumbaban, levant la vista. Qued asombrado por la cantidad, y tambin por el ruido de su aleteo, que era como el de una bandada de gorriones sobresaltados.

Las cigarras empezaron a dispersarse cuando se puso a atisbar la copa.

Las nubes corran hacia el este. El pronstico del tiempo haba anunciado que el ms ominoso de los das, el nmero doscientos diez tras el comienzo de la primavera, transcurrira sin incidentes, pero Shingo sospechaba que habra vientos y chaparrones que haran bajar la temperatura.

Ha sucedido algo? Kikuko apareci detrs de l. O las cigarras y qued intrigada.

Te han hecho pensar que haba pasado algo, verdad? El aleteo de las aves acuticas impresiona, pero a m me resulta igualmente impresionante el de las cigarras.

Kikuko tena en las manos una aguja e hilo rojo.

No han sido las alas, sino un chillido repentino, como si algo las estuviera amenazando.

Yo no lo percib as.

Mir en el interior de la habitacin de la que ella haba salido. Diversas partes de un vestido de nia, cuya tela era de una vieja camisa de Yasuko, estaban desparramadas all.

Satoko todava juega con cigarras?

Kikuko asinti. Un tenue movimiento de sus labios pareci dar forma a un s.

Las cigarras le resultaban extraas e interesantes criaturas a Satoko, una nia de ciudad. Haba algo en su naturaleza que le propona una suerte de entretenimiento. Qued impresionada la primera vez que su madre le dio una para jugar. Despus Fusako le haba quitado las alas y, desde entonces, cada vez que la nia capturaba una cigarra corra hasta quien fuera, Kikuko o Yasuko o cualquier otra persona, para pedir que le cortaran las alas.

Yasuko odiaba esa prctica. Rezongaba diciendo que Fusako no era as de pequea, que su marido la haba echado a perder. Y una vez hasta se haba puesto blanca al ver cmo un batalln de hormigas coloradas se llevaba a rastras a una cigarra sin alas.

Y eso que no era una persona que se conmoviera por ese tipo de cosas. A Shingo esto lo diverta y lo inquietaba al mismo tiempo.

La repugnancia que ella senta, como por un vapor ponzooso, era tal vez seal de algn presagio demonaco. Shingo sospechaba que el problema no eran las cigarras.

Satoko era una nia obstinada y, cuando el adulto en cuestin ya haba capitulado y haba arrancado las alas, ella todava segua demorndose, y luego, con ojos tristes y sombros, arrojaba al jardn el insecto con las alas recin cortadas, como para ocultarlo, consciente de que los adultos estaran observndola.

Supuestamente, Fusako destilaba todos los das sus quejas en los odos de su madre, pero el hecho de que no tocara nunca la cuestin de cundo se ira daba a entender que todava no haba llegado al meollo del asunto.

Una vez acostados, Yasuko le contaba los lamentos del da a Shingo. Si bien l no prestaba demasiada atencin, perciba que haba algo que estaba siendo omitido.

Saba que, como padre, deba dar el primer paso y aconsejar a Fusako, pero ella ya tena treinta aos y estaba casada, as que el asunto no era simple. No sera fcil acomodar a una mujer con dos nias. La decisin se iba postergando da a da, como si los protagonistas esperaran que la naturaleza siguiera su curso.

Pap es muy amable con Kikuko, no? observ Fusako durante la cena.

Kikuko y Shuichi estaban sentados a la mesa.

S, claro admiti Yasuko. Tambin yo trato de ser buena con ella.

Los modos de Fusako no sugeran que esperara una respuesta. Haba risa en el tono de la espontnea respuesta de Yasuko, pero, a la vez, la intencin de reprimir a su hija.

Despus de todo, ella es muy buena con nosotros.

Kikuko enrojeci.

Esta segunda observacin de Yasuko, aparentemente simple, representaba una especie de estocada hacia la hija. Casi insinuaba que le gustaba su agradable nuera y le desagradaba su infeliz hija. Incluso se poda sospechar crueldad y malicia. Shingo experiment algo cercano a la aversin, y detect una vena similar en s mismo. Sin embargo, le extra que Yasuko, mujer y madre entrada en aos, le hubiera dado curso en presencia de su hija.

No estoy de acuerdo con ese juicio dijo Shuichi. No lo es con su marido.

La broma no tuvo eco.

Era evidente para todos tanto para Shuichi como para Yasuko y para la propia Kikuko que Shingo era especialmente amable con su nuera. Era un hecho tan notorio que ni siquiera mereca ser mencionado y que se destacase entristeci a Shingo.

Kikuko era para l una ventana que permita la entrada de la luz en una lbrega casa. Sus lazos sanguneos no eran como l habra deseado, y tampoco los miembros de la familia eran capaces de vivir segn sus deseos personales, as que el efecto de esas relaciones de sangre era de opresin y pesadez. Su nuera era un desahogo para l.

La delicadeza con que lo trataba era una tabla de salvacin para su aislamiento. Un modo de consentirse, de darle un toque de suavidad a su vida.

Por su parte, Kikuko no se entregaba a negras conjeturas sobre la psicologa de los ancianos, ni pareca tener preocupaciones por su causa.

El comentario de su hija, as lo sinti Shingo, rozaba su secreto.

Lo haba hecho durante la cena, haca tres o cuatro noches.

Bajo el cerezo, Shingo se acord de eso, y de Satoko y las alas de las cigarras.

Fusako est echando la siesta?

S. Kikuko lo mir. Trata de dormir a Kuniko.

Qu nia tan extraa es Satoko. Cada vez que Fusako quiere dormir a su hermanita, ella va y se cuelga de la espalda de su madre. Siempre hace lo mismo.

Conmovedora, realmente.

Yasuko no la soporta. Pero cuando la nieta tenga catorce o quince aos, roncar: la viva imagen de su abuela.

Kikuko pareci no entender, pero, en el momento en que cada uno iba a regresar a sus ocupaciones, le pregunt:

As que fue a bailar?

Cmo? Shingo mir a un lado y a otro. Ya te has enterado?

Dos noches antes haba ido a un saln de baile con la muchacha que trabajaba en su oficina.

Era domingo y, por lo visto, ella, Tanizaki Eiko, se lo haba contado a Shuichi el da anterior, y este a su vez se lo habra comentado a Kikuko.

Haca siglos que Shingo no iba a bailar. Su invitacin sorprendi a la joven. Ella le dijo que si salan juntos empezaran los rumores en la oficina, y l le contest que lo nico que tena que hacer era quedarse callada. Pero, evidentemente, ya se lo haba contado todo a Shuichi.

Por su parte, ni ese da ni el anterior, su hijo haba dado muestras de saber algo.

Era evidente que Eiko ya haba ido con Shuichi a bailar alguna que otra vez. Y la invitacin de Shingo responda a su deseo de ver a la amante de su hijo en el saln que ambos frecuentaban.

Sin embargo, no haba visto a la supuesta amante, y tampoco se haba animado a pedirle a Eiko que se la mostrara.

Aparentemente, la sorpresa haba dejado algo aturdida a la joven, y esa nota discordante impresion a Shingo como algo peligroso y pattico al mismo tiempo.

Tena veinte aos, pero sus pechos eran diminutos, apenas suficientes para llenar la palma ahuecada de una mano. A la mente de Shingo acudieron los grabados erticos de Harunobu[4]. En medio del entorno ruidoso, la asociacin de ideas lo divirti.

La prxima djame llevarte a ti le dijo a su nuera.

Con mucho gusto.

Kikuko se haba ruborizado desde el momento en que lo haba retenido con su pregunta.

Habra adivinado que l haba acudido all con la esperanza de ver a la amante de Shuichi?

No vea por qu deba mantener el episodio en secreto, pero el recuerdo de las otras mujeres le provocaba una ligera inquietud.

Se encamin de la puerta de entrada hacia la habitacin de su hijo.

Tanizaki te lo cont? pregunt sin tomar asiento.

S, lo hizo. Novedades en relacin con nuestra familia.

No me parece que haya nada que destacar en todo esto. Eso s, la prxima vez que la lleves a bailar, cmprale un vestido de verano decente.

Te avergonzabas de ella, no?

La blusa y la falda no combinaban.

Tiene mucha ropa. Es culpa tuya por no haberla avisado con tiempo. Simplemente prepara tus citas con antelacin y ella se vestir como corresponde repuso Shuichi, y se volvi de espaldas a l.

Shingo pas por el cuarto donde Fusako y las dos nias dorman. Al entrar en la sala, mir el reloj.

Las cinco murmur como confirmando un hecho importante.

Hoguera de nubes

Aunque el peridico haba pronosticado que el da doscientos diez transcurrira en calma, hubo un tifn la noche anterior.

Shingo no recordaba cuntos das antes haba ledo el artculo, tantos que no poda considerrselo propiamente un pronstico. Haba habido numerosos avisos y advertencias a medida que la fecha se aproximaba.

Supongo que volvers a casa temprano esta noche le dijo Shingo a su hijo. Y era ms una sugerencia que una pregunta.

Como ya haba ayudado a Shingo a prepararse para partir, tambin la joven Eiko tena prisa por volver a su casa. A travs de su impermeable blanco transparente, sus pechos parecan an ms pequeos.

Shingo les prestaba atencin desde la noche en que haban salido a bailar y haba notado lo diminutos que eran.

Eiko baj la escalera corriendo y se reuni con ellos en la entrada. A causa del aguacero, aparentemente el apuro no le haba permitido retocarse el maquillaje.

Dnde vives? Pero Shingo no termin la pregunta. Deba de haberle preguntado lo mismo unas veinte veces, y no recordaba la respuesta.

En la estacin de Kamakura los pasajeros se quedaban parados bajo los aleros, evaluando la violencia del viento y la lluvia.

Al pasar frente a la entrada de la casa de los girasoles, Shingo y Shuichi oyeron la cancin Sous les toits de Paris a travs de la tormenta.

No parece muy preocupada dijo Shuichi.

Saban que era Kikuko, que escuchaba el disco de Lys Gauty.

Cuando terminaba, volva a ponerlo.

En el momento en que se disponan a entrar, oyeron cmo Kikuko cerraba las ventanas y segua cantando con el disco.

Con el ruido de la tormenta y la msica, no los oy.

Mis zapatos estn llenos de agua dijo Shuichi, y se quit las medias.

Shingo entr tal como estaba, con las medias empapadas.

Ya estis de vuelta. Kikuko fue hacia ellos con el rostro iluminado de placer.

Shuichi le tendi sus medias.

Padre debe de tenerlas mojadas tambin dijo Kikuko. Y tras volver a poner el disco, sali con la ropa hmeda de ambos.

Todo el barrio puede orte, Kikuko dijo Shuichi mientras se ataba el cinto alrededor del vientre. Deberas mostrar mayor preocupacin.

Precisamente he puesto msica porque estaba preocupada. No estaba tranquila, pensando en vosotros.

Pero su aire juguetn sugera que la tormenta le resultaba vivificante. Sigui tarareando cuando sali en busca del t de Shingo.

Shuichi, aficionado a la chanson parisina, le haba regalado esa coleccin. l saba francs y ella no, pero con algunas lecciones de pronunciacin, Kikuko haba adquirido bastante habilidad para imitar la grabacin. Por supuesto que no poda, como Gauty, dar esa sensacin de haber luchado y seguir viviendo por algo. De todos modos, su esmerada y vacilante interpretacin resultaba de lo ms placentera.

El regalo de bodas de sus compaeras de seminario haba sido una coleccin de canciones de cuna del mundo entero. Durante los primeros meses de su matrimonio sola escucharlas y, cuando estaba a solas, se pona a cantar quedamente junto con el disco, lo que a Shingo le daba una sensacin de paz.

Un hbito tremendamente femenino, pensaba Shingo, que intua que, al escuchar esas canciones de cuna, ella se entregaba a los recuerdos de su adolescencia.

Puedo pedirte que las pongas en mi funeral? le pidi una vez. As no necesitar de plegarias.

No lo haba dicho con gravedad, pero repentinamente se le humedecieron los ojos por la emocin.

Pero Kikuko segua sin tener hijos, y pareca que se haba cansado de esas canciones, pues ya no las escuchaba.

Cuando la chanson estaba a punto de terminar, se interrumpi de golpe.

Se ha ido la luz dijo Yasuko desde el comedor.

No volver esta noche dijo Kikuko, desconectando el tocadiscos. Cenemos temprano, madre.

Durante la cena, las velas se apagaron tres o cuatro veces cuando el viento se col por las rendijas de las puertas.

El rugido del ocano sobrepasaba el del viento. Era como si mar y viento compitieran por la creacin de un clima de terror.

2

El olor de las velas que acababan de apagarse todava impregnaba la nariz de Shingo.

Cada vez que la casa se sacuda, Yasuko buscaba la cajita de fsforos junto a la cama y la agitaba, como para tranquilizarse y hacrselo saber a Shingo. Tambin buscaba su mano y se la tocaba suavemente.

No nos pasar nada?

Claro que no. Y por ms que algo vuele por encima de la cerca, no estamos en condiciones de salir a mirar.

Cmo estarn en casa de Fusako?

No haba pensado en ella.

Imagino que bien. En una noche como esta deben de haberse acostado temprano como cualquier matrimonio, no importa lo que suelan hacer las otras noches.

Podrn dormir? dijo ella, retomando su comentario, y luego guard silencio.

Entonces oyeron las voces de Shuichi y Kikuko. Haba un tono de suave ruego en la de ella.

Tienen dos nias pequeas dijo Yasuko despus de un rato. Las cosas no son tan fciles para ellos como lo son para nosotros.

Su madre est enferma. Y adems tiene artritis.

Para colmo. Si tuvieran que salir corriendo, Aihara debera cargar con la anciana sobre sus espaldas.

No puede caminar?

Por casa creo que s. Pero en medio de la tempestad? Es triste, no?

Triste?

La palabra triste en boca de Yasuko, con sus sesenta y tres aos, le son cmica a Shingo.

Le en el diario que una mujer cambia su estilo de peinado varias veces durante el curso de su vida. Me gust eso.

Dnde lo viste?

Segn Yasuko, eran las palabras de apertura de un elogio de un pintor del viejo estilo, especialista en retratos de mujer, dedicado a una pintora recientemente fallecida, tambin especializada en bellezas tradicionales.

Pero del texto se desprenda que esa artista haba sido exactamente el caso contrario. Durante unos largos cincuenta aos, desde los veinte hasta su muerte, a los setenta y cinco, haba llevado el cabello peinado hacia atrs y recogido con una peineta.

Aparentemente, a Yasuko le resultaba admirable que una mujer pudiera mantener durante toda su vida el cabello tirante; aunque tambin la idea de cambiar de peinado varias veces pareca resultarle atractiva.

Yasuko tena la costumbre de guardar los diarios una vez ledos y de volver a hojearlos cuando, tras varios das, estos se acumulaban; nunca se saba qu viejo artculo poda aparecer. Como adems siempre escuchaba atentamente las noticias de las nueve, poda derivar por los asuntos ms inesperados.

Con eso quieres decir que Fusako va a peinarse de las maneras ms inesperadas?

Despus de todo, es una mujer. Pero no sufrir tantos cambios como los que vivimos nosotros, eso seguro. De todos modos, no le favorece no ser tan bonita como Kikuko.

No estuviste muy cariosa con ella cuando vino a casa. Estaba desesperada.

No debi de ser por tu influencia? La nica que te preocupa es Kikuko.

Eso no es cierto. Es una invencin vuestra.

Es la verdad. Nunca has querido a Fusako; tu favorito siempre ha sido Shuichi. As eres t. Incluso ahora que tiene una amante eres incapaz de decirle nada. Y realmente le demuestras un enorme afecto a Kikuko. Casi hasta el grado de la crueldad, pues as no puede mostrarse celosa por temor a cmo puedas reaccionar. Es triste. Ojal el tifn nos llevara a todos.

Shingo estaba sorprendido.

Un tifn se dijo, pensando en la creciente furia de las observaciones de su mujer.

S, un tifn. Con Fusako intentando obtener un divorcio, a su edad, en estos tiempos. Una humillacin.

Yo no lo veo as. Pero ya han hablado de divorcio?

Lo grave es que veo lo que vendr, tu rostro severo cuando regrese y tengas que cuidar de ella y de esas dos nias.

Desde luego, no tienes pelos en la lengua.

Por Kikuko, a quien tanto quieres. Pero, dejando de lado a nuestra nuera, debo admitir que la situacin me inquieta. A veces Kikuko hace o dice cosas que me dejan profundamente aliviada, y en cambio cuando Fusako abre la boca, me siento agobiada. Yo no era tan mala antes de que ella se casara. S perfectamente que estoy hablando de nuestra propia hija y de nuestras nietas, pero no puedo evitarlo. Terrible, as es. Y por influencia tuya.

Eres todava ms injusta que Fusako.

Bromeaba. No puedes soportar que suelte la lengua.

Las viejas son buenas con la lengua.

Pero al mismo tiempo siento pena por ella. T no?

Si quieres, podemos decirle que venga a vivir con nosotros. Luego, como si recordara algo, aadi: El pauelo que trajo consigo

El pauelo?

S, s que lo haba visto antes, pero no recuerdo dnde. Era de la casa?

El de algodn grande? Se llev envuelto el espejo en l cuando se cas. Y era un espejo de gran tamao.

As que era ese.

Me choc que trajera un atado. Perfectamente podra haber metido todas sus cosas en la maleta que us durante su luna de miel.

Seguramente le habra pesado mucho, y vena con las dos nias. No creo que se detuviera a pensar en su aspecto mientras cargaba con el atado.

Kikuko s lo habra hecho. Yo traje algo envuelto en ese pauelo cuando nos casamos.

S?

Es muy viejo. Era de mi hermana. Cuando ella muri, un bonsi volvi a nuestra casa envuelto en l. Era un arce muy hermoso.

S? dijo Shingo. Su cabeza estaba invadida por el brillo rojo de aquel arce extraordinario.

Instalado de nuevo en el campo, la extravagancia de su suegro haba sido dedicarse al cultivo de los bonsis. Sobre todo les prestaba atencin a los arces. La hermana mayor de Yasuko era su ayudante.

Acostado, con la tormenta rugiendo a su alrededor, Shingo volva a verla entre los estantes repletos de los pequeos rboles.

Seguramente su padre le haba regalado uno cuando ella se cas. O quiz ella misma se lo haba pedido. Y al morir, la familia de su marido lo habra devuelto, por ser tan importante para su padre, o por no tener a nadie que supiera cuidarlo. Tal vez el propio padre hubiera ido por l.

El arce que ocupaba la mente de Shingo haba estado en el altar familiar.

La hermana de Yasuko haba fallecido en otoo, entonces? El otoo llegaba pronto a Shinano.

Lo haban devuelto inmediatamente despus de su muerte? Que estuviera all, rojo, en el altar, haca que todo se viera como algo dispuesto con excesiva precisin. No sera la nostalgia, que trabajaba en su imaginacin? No estaba seguro.

Shingo no poda recordar la fecha en que haba fallecido su cuada. Pero no se lo pregunt a Yasuko, en parte porque una vez ella haba dicho: Mi padre nunca me dej ayudarlo con los bonsis. Supongo que por algo que tena que ver con mi modo de ser, y l senta predileccin por mi hermana. Yo era incapaz de medirme con ella. No eran celos, sino vergenza. Todo lo haca mejor que yo.

Era el tipo de comentario que ella podra hacer si alguna vez se tocaba el tema de la preferencia de Shingo por Shuichi, con el aadido: Supongo que yo misma me parezco a Fusako.

A Shingo lo haba dejado atnito saber que el pauelo era un recuerdo de la hermana de Yasuko. Ahora que su cuada haba aparecido en la conversacin, guard silencio.

Creo que es mejor que durmamos dijo Yasuko. Van a pensar que los viejos tambin tenemos problemas para dormir. Kikuko rio durante la tormenta y puso discos sin parar. Me da lstima.

Hasta en esas pocas palabras hay una contradiccin.

T siempre ests igual.

Es tal como digo. Me acuesto temprano y, para variar, mira lo que sucede.

El bonsi persista en la mente de Shingo.

En otra parte de su mente se preguntaba si, incluso ahora que haban pasado ms de treinta aos de matrimonio con Yasuko, su juvenil deseo por la hermana no permaneca en l como una vieja herida.

Se durmi como una hora despus que Yasuko. Un violento golpe lo despert.

Qu es eso?

Oy a Kikuko, que andaba a tientas por la galera.

Estn despiertos? Han venido a avisarnos de que unas chapas de estao del omikoshi[5] del templo volaron y cayeron sobre nuestro tejado.

3

El tejado de estao del omikoshi haba sido arrancado por el viento.

El conserje lleg bien temprano por la maana para recoger las siete u ocho chapas que estaban dispersas por el tejado y el jardn.

La lnea de Yokosuka funcionaba, as que Shingo se fue a trabajar.

Qu tal te encuentras? Has podido dormir? le pregunt Shingo a Eiko cuando le llev el t.

No he pegado ojo.

Eiko le describi el nacimiento de la tormenta tal cual lo haba visto desde la ventanilla del tren.

Creo que hoy no iremos a bailar dijo Shingo despus de fumar uno o dos cigarrillos.

Eiko lo mir sonriente.

A la maana siguiente de nuestra salida me dolan las caderas. Es la edad.

Ella rio maliciosamente, arrugando los ojos y la nariz.

No ser por el modo en que arquea la espalda?

La espalda? Acaso me inclino?

Arquea la espalda para mantener las distancias. Como si fuera ilcito tocarme.

No puede ser.

Pero as es.

No intentara adoptar una buena postura? No me di cuenta.

No?

Vosotros los jvenes os colgis el uno del otro al bailar, algo que no me parece de buen gusto.

Eso no suena muy amable de su parte.

A Shingo le haba parecido que Eiko perda el equilibrio, que se desplazaba un poco tambaleante; segn su opinin, un tanto implacable. Pero, por lo visto, l haba resultado ser el torpe y desmaado.

Bueno, vayamos de nuevo, y esta vez me inclinar y me agarrar bien a ti.

Ella baj la vista y se rio.

Encantada, pero no esta noche. No con esta ropa.

No, esta noche no.

Eiko vesta una blusa blanca y llevaba el pelo recogido en un moo.

A menudo se pona blusas blancas y, tal vez, el moo, bastante voluminoso, aumentaba el efecto luminoso. El cabello estaba recogido atrs. Se dira que iba apropiadamente vestida para enfrentarse a una tempestad.

La lnea de nacimiento del pelo era lmpida y trazaba una curva graciosa detrs de las orejas. El cabello enmarcaba con nitidez la piel que, por lo general, esconda.

Su falda era de lana, de color azul marino, con un aspecto bastante rado.

Vestida de ese modo, no se perciban sus senos diminutos.

Ha vuelto a invitarte Shuichi?

No.

Qu pena. El hombre joven se distancia porque vas a bailar con su padre.

Si soy yo la que debe pedrselo.

De modo que puedo quedarme tranquilo?

Si contina con sus burlas, me negar a bailar con usted.

No me estoy burlando. Como Shuichi te tiene en su punto de mira, no hay remedio.

Ella guard silencio.

Imagino que sabes que Shuichi tiene una amante.

Ahora se la vea confundida.

Es bailarina?

No hubo respuesta.

Es mayor?

S, mayor que su esposa.

Y bonita?

S, muy atractiva. Eiko vacil pero sigui: Tiene la voz ronca, o ms bien cascada, dira yo. Algo que l encuentra muy ertico.

Vaya!

Pareca dispuesta a seguir. Pero l ya no quera orla. Senta vergenza y repulsin ante la posible revelacin de la verdadera naturaleza de la amante de Shuichi y de la propia Eiko.

Esa observacin sobre la sensualidad de la voz de la mujer lo haba pillado por sorpresa. Algo muy vulgar por parte de Shuichi, pero tambin de la propia Eiko.

Al ver el disgusto en su cara, ella guard silencio.

Esa noche, Shuichi volvi a casa con su padre. Despus de cerrar la casa, los cuatro salieron a ver una pelcula sobre la obra de teatro Kanjincho[6].

Cuando su hijo se quitaba la camiseta para cambiarse, Shingo vio unas marcas rojizas en su pecho y en un hombro. Se las habra hecho Kikuko durante la tormenta?

Los protagonistas de la pelcula, Koshiro, Uzaemon y Kikugoro, ya haban muerto. Y las emociones que Shingo viva diferan totalmente de las de su nuera y su hijo.

Cuntas veces habremos visto a Koshiro haciendo de Benkei? pregunt Yasuko.

No me acuerdo.

Claro, si siempre te olvidas de todo.

Las luces de la ciudad destellaban a la luz de la luna. Shingo levant la vista al cielo.

La luna estaba en llamas. Por lo menos eso le pareci. Las nubes que la rodeaban le recordaron las hogueras de una pintura, o el espritu de un zorro. Tenan forma de espiral, retorcidas. Y al mismo tiempo, al igual que la luna, eran fras y de un blanco desledo. Shingo sinti que el otoo se abalanzaba sobre l.

La luna, casi llena, en lo alto hacia el este, estaba posada sobre un manto de nubes incandescentes, y cubierta por ellas. No haba otras cerca de esa plataforma en llamas sobre la que yaca la luna. Apenas una noche tras la tempestad y el cielo retomaba su insondable negrura.

Las tiendas estaban cerradas. En el transcurso de la noche, la ciudad tambin se haba baado de melancola. La gente regresaba a sus casas terminada la funcin, atravesando calles silenciosas y desiertas.

No dorm bien anoche. Hoy me acostar temprano.

Shingo sinti un escalofro y aoranza por algo de ternura. Como si un momento crucial hubiera venido para forzarlo a tomar una decisin sobre su vida.

Castaas

El ginkgo est echando brotes nuevamente coment Kikuko.

Y ahora te das cuenta? le contest Shingo. Yo lo he estado observando desde hace un tiempo.

Es que usted se sienta frente a l, padre.

Kikuko, que se haba sentado junto a su suegro, observaba el rbol, que quedaba a su espalda.

Con el paso del tiempo, los lugares que ocupaban en la mesa se haban vuelto fijos.

Shingo se sentaba mirando al este. A su izquierda estaba Yasuko, mirando al sur; a su derecha, Shuichi, que miraba al norte. Kikuko se sentaba de cara al oeste, enfrente de su suegro.

Como el jardn se extenda por el sur y por el este, los mayores ocupaban los mejores lugares. Y las mujeres estaban ubicadas donde mejor les convena para servir.

Fuera de las comidas, seguan ocupando los mismos lugares establecidos.

Por eso Kikuko tena el ginkgo siempre a su espalda.

A Shingo no le gust enterarse de que su nuera no se haba percatado de los brotes fuera de estacin, pues eso sugera cierta indiferencia.

Pero debes de haberlos visto al abrir las puertas o al limpiar la galera sugiri.

Supongo que s.

Claro que s. Adems, lo ves cada vez que cruzas el portn de entrada. Debes verlo quieras o no. O es que tienes tantas cosas en la cabeza que slo miras al suelo?

No. Y Kikuko se encogi de hombros a su manera ligera y graciosa. Desde ahora prestar mucha atencin a todo lo que usted haga y lo imitar.

Para Shingo hubo un toque de tristeza en su afirmacin de que eso no volvera a suceder.

En toda su vida ninguna mujer lo haba amado hasta el punto de querer ver lo mismo que vieran sus ojos.

Kikuko segua observando el ginkgo.

Algunos de los rboles de la montaa ya estn echando hojas nuevas.

S. Me pregunto si se habrn deshojado con el tifn.

La montaa, vista desde el jardn de Shingo, quedaba cortada por el predio del templo, que se extenda precisamente a esa altura. El ginkgo estaba en el lmite, pero desde la habitacin donde Shingo sola tomar su desayuno se vea an ms alto.

Haba quedado sin hojas la noche de la tormenta.

El ginkgo y el cerezo haban sido los rboles ms perjudicados por el viento. Como eran los de ms envergadura entre los que rodeaban la casa, haban sido el blanco de la tormenta. O sera por sus hojas especialmente vulnerables?

Al cerezo le haban quedado colgando unas pocas, pero ya las haba perdido y estaba desnudo.

Las hojas de los bambes en la montaa estaban marchitas, tal vez porque, con la cercana del ocano, el viento los haba cubierto de salitre. Por el jardn se vean caas de bamb desparramadas.

Nuevamente el gran ginkgo estaba echando brotes.

Shingo lo vea de frente al doblar por el sendero desde la calle principal, y todos los das lo observaba al regresar a casa. Adems, lo estudiaba desde el comedor.

El ginkgo tiene una fuerza de la que el cerezo carece dijo. He percibido que los que viven mucho son diferentes de los otros. Ha de exigirle mucha fuerza a un viejo rbol como este para que eche brotes en otoo.

Pero hay algo que entristece en ellos.

Tena curiosidad por ver si las hojas seran tan grandes como las que crecen en primavera, pero se niegan a salir.

Las hojas, adems de pequeas y pobremente diseminadas, eran demasiado escasas para cubrir las ramas. Parecan dbiles, de un color amarillento deslucido, que no llegaba a ser verde.

Era como si el sol otoal le recordara al ginkgo que estaba irremediablemente desnudo.

Casi todos los rboles del recinto del templo tenan un verdor perenne. Ante el viento y la lluvia se mostraban fuertes y salan casi indemnes. Sobre ese lujurioso verdor, se recortaba el contraste del suave verde de las hojas nuevas que Kikuko acababa de descubrir.

Yasuko haba entrado por el portn del fondo. Shingo oy ruido de agua que corra. Su esposa dijo algo pero, con el ruido, l no pudo entender qu.

Qu has dicho? le grit.

Kikuko sali en su auxilio:

Dice que la mata de trboles ha florecido esplndidamente.

A continuacin le transmiti otro mensaje.

Y que las cortaderas ya tienen brotes.

Yasuko iba a aadir algo ms.

Espera. No te entiendo.

Me divierte hacer de intermediaria en sus conversaciones.

Tentada de echarse a rer, Kikuko tena la vista baja.

Conversaciones? Es slo una vieja que habla consigo misma.

Dice que anoche so que la casa de Shinano se derrumbaba.

Oh!

Qu le respondo?

Ese oh es todo lo que tengo que decir.

El sonido del agua se detuvo. Yasuko llam a su nuera.

Ponlas en agua, por favor, Kikuko. Son tan hermosas que he cortado algunas. Pero cuida de ellas, te lo ruego.

Djeme que antes se las muestre a padre.

Y ella volvi con un ramo de trboles y cortaderas.

Yasuko se haba lavado las manos y se acercaba con un florero de Shigaraki[7] lleno de agua.

El amaranto de la casa vecina tiene un bello color dijo al sentarse.

Tambin hay uno en la casa de los girasoles acot Shingo al recordar los girasoles que haban sido derribados por la tormenta.

Las flores cubran la calle, deshechas y cubiertas por algunos centmetros de barro. Haban estado all durante das, como cabezas degolladas.

Primero se marchitaron los ptalos, y luego los tallos se secaron y se volvieron grises e inmundos.

Shingo no poda evitar pisarlos al ir a trabajar y al volver a casa. Le repelan.

Los tallos sin hojas seguan plantados en la entrada.

Junto a ellos, cinco o seis tallos de amaranto iban tomando color.

No hay ninguno en todo el vecindario que se iguale a los de la casa vecina dijo Yasuko.

2

Era la casa familiar lo que haba aparecido en el sueo de Yasuko.

Haba estado deshabitada durante muchos aos, desde la muerte de sus padres.

Con la aparente intencin de que fuera Yasuko la que conservara el apellido de la familia, su padre haba casado a su bella hija mayor. Probablemente un padre que sintiera debilidad por su hija habra actuado al revs, pero con tantos hombres que solicitaban la mano de su hermosa hija, era posible que hubiera sentido pena por Yasuko.

Tal vez desilusionado con ella cuando, tras la muerte de su hermana, la vio ir a trabajar a la casa de su cuado como si intentara ocupar su lugar, o quiz sintiendo culpa por un sometimiento favorecido por ellos sus padres, y el resto de la familia, lo cierto es que el casamiento de Yasuko con Shingo lo complaci.

Decidi vivir sus ltimos aos sin nombrar un heredero del apellido.

Shingo tena ahora ms aos que su suegro cuando le entreg a Yasuko en matrimonio.

La madre haba muerto antes, y todos los campos fueron vendidos cuando el padre falleci, de modo que slo qued la casa y una pequea parcela de bosques. No era una herencia importante.

Las propiedades quedaron a nombre de Yasuko, pero la administracin, a cargo de un pariente del campo. Probablemente los bosques haban sido talados para pagar impuestos. Ya haban pasado muchos aos sin que Yasuko percibiera alguna entrada o se enterara de gastos relacionados con esa propiedad en el campo.

Durante la guerra, un comprador potencial haba aparecido cuando el campo se llen de refugiados, pero Yasuko estaba encariada con la casa, y Shingo no quiso presionarla. Haba sido all donde se haban casado. A cambio de dar en matrimonio a la nica hija que le quedaba, su padre haba solicitado que la ceremonia tuviera lugar en la casa.

Una castaa haba cado cuando intercambiaban las copas nupciales. Rebot contra una gran piedra en el jardn y fue rodando hasta caer al arroyo. La trayectoria y el golpeteo fueron tan extraordinarios que Shingo estuvo a punto de gritar. Mir a su alrededor, pero nadie pareca haberse dado cuenta.

Al da siguiente, Shingo sali a buscarla. Encontr muchas castaas al borde del arroyo pero no poda determinar cul era la que haba cado durante la ceremonia; aun as, cogi una, con la intencin de comentarle a Yasuko lo sucedido.

En seguida se le ocurri que estaba actuando de un modo infantil. Acaso su esposa y las dems personas a quienes les contara lo sucedido lo creeran?

As que arroj la castaa a unos matorrales cerca del agua.

No era tanto el temor de que Yasuko no lo creyera como la timidez ante su cuado lo que le impeda hablar.

De no haber estado presente su cuado, Shingo habra hablado de eso en el curso de la ceremonia el da anterior. Pero delante de l se senta intimidado, casi avergonzado.

Lo invada la culpa por la atraccin que haba sentido por la hermana incluso despus que ella se hubo casado, y saba que su muerte y el casamiento de Yasuko haban perturbado al cuado.

En Yasuko el sentimiento de culpa deba de haber sido todava ms fuerte. Se dira que, fingiendo desconocer los verdaderos sentimientos que ella alimentaba, el viudo la usaba como la sustituta de una criada.

Era natural que, por ser pariente, lo hubieran invitado a la boda. Algo muy incmodo, de todos modos; a Shingo le costaba mirarlo a los ojos.

Su cuado era un hombre muy apuesto y que prcticamente eclipsaba a la propia novia. Shingo vea cmo su presencia irradiaba una peculiar luminosidad en la estancia.

Para Yasuko, su hermana y su cuado eran seres de un mundo de ensueo. Al casarse con ella, Shingo tcitamente haba descendido al rango inferior al que ella crea pertenecer.

Durante la ceremonia sinti como si su cuado los observara framente desde un sitial elevado.

Probablemente el vaco creado por su incapacidad de hablar sobre una tontera como la cada de aquella castaa haba afectado a su matrimonio.

Al nacer Fusako, Shingo albergaba la secreta esperanza de que fuera una belleza como su ta; un deseo que no poda expresar ante su esposa. Pero la hija result de facciones todava ms ordinarias que Yasuko.

Como si Shingo hubiera cometido alguna infidelidad, la sangre de la hermana mayor fall al pasar a la menor. Se sinti decepcionado con su esposa.

Tres o cuatro das despus de que Yasuko so con la casa de campo, lleg un telegrama de un pariente diciendo que Fusako haba aparecido por all con las dos nias.

Fue Kikuko quien firm el acuse de recibo, y Yasuko esper a que Shingo regresara a casa desde la oficina para darle la noticia.

Ese sueo habr sido una advertencia? Estaba notablemente tranquila mientras observaba a Shingo leer el telegrama.

Fusako est en el campo?

Ella no se suicidar fue lo primero que le vino a la mente.

Pero por qu no vino aqu?

Tal vez imagin que Aihara saldra a buscarla.

Hay alguna noticia de l?

No.

Supongo que el matrimonio toc a su fin, con Fusako llevndose a las nias, y sin una palabra por parte de l.

Pero la otra vez vino a casa, y es probable que le haya dicho a Aihara que vendra nuevamente con nosotros por un tiempo. No ha de ser fcil para l dar la cara.

Todo ha terminado, no importa lo que digas.

Me sorprende que haya tenido el temple de volver al campo.

Pero si ha ido all, no podra haber venido aqu con nosotros?

No me parece una manera comprensiva de plantearlo. Debemos sentir pena por ella, que ha decidido no regresar a su hogar. Somos sus padres y ella nuestra hija, y a esto hemos llegado. Estoy muy apenada.

Con el ceo fruncido, Shingo levant el mentn para desatarse la corbata.

Dnde est mi quimono?

Kikuko se lo alcanz y se llev su traje en silencio.

Yasuko permaneci con la cabeza gacha mientras su esposo se cambiaba.

Es muy probable que Kikuko tambin busque refugio alguna vez musit ella con los ojos fijos en la puerta que su nuera acababa de cerrar tras de s.

Deben los padres responsabilizarse para siempre de los matrimonios de sus hijos?

T no entiendes a las mujeres. Es diferente cuando las mujeres estn tristes.

Y t crees que una mujer puede entenderlo todo sobre las otras mujeres?

Shuichi tampoco ha venido esta noche. Por qu no podis volver a casa juntos? T vuelves por tu cuenta y aqu tienes a Kikuko, que se ocupa de tus ropas. Te parece bien?

Shingo no le contest.

No le contaremos lo de su hermana?

Lo enviaremos al campo? Podramos mandarlo a buscarla.

A ella no le gustar. l siempre la deja en ridculo.

No vale la pena hablar de eso ahora. Lo mandaremos el sbado.

As quedaremos bien ante el resto de la familia. Y nos mantendremos aqu apartados como si no tuviramos nada que ver con ellos. Fusako no tiene a nadie all que la proteja, pero aun as ha ido.

Quin la estar cuidando?

Quiz ella desee quedarse en la vieja casa. Pero no puede seguir para siempre con mi ta.

La ta de Yasuko deba de andar por los ochenta aos. Yasuko no se entenda mucho con ella, ni tampoco con su hijo, el actual cabeza de familia. Shingo no poda ni siquiera recordar cuntos hermanos y hermanas eran.

Era inquietante pensar que Fusako se haba refugiado en la casa que apareca en ruinas en un sueo.

3

El sbado por la maana, Shingo y su hijo salieron juntos de casa con tiempo de sobra para coger el tren de Shuichi.

Este entr en la oficina de su padre.

Dejo esto aqu dijo entregando su paraguas a Eiko.

Ella levant la cabeza inquisitivamente.

Te vas de viaje por trabajo?

S.

Shuichi deposit su maleta en el suelo y tom asiento cerca del escritorio de su padre.

La mirada de Eiko lo sigui.

Cudate, probablemente haga fro.

Claro que s.

Shuichi le hablaba a Shingo, a pesar de que segua mirando a Eiko.

Se supona que yo deba ir a bailar con esta jovencita esta noche.

S?

Que te lleve el seor mayor.

Eiko se sonroj.

Shingo no tuvo ganas de agregar nada.

Eiko cogi la maleta como si fuera a acompaar a su hijo.

Por favor, esa no es tarea para una dama.

Y Shuichi le arrebat la maleta y desapareci por la puerta.

Ella dio un paso hacia la puerta y luego regres llorosa a su escritorio. Shingo no poda asegurar si el gesto haba sido espontneo o calculado, pero haba tenido un toque femenino que le gustaba.

Qu vergenza, te lo haba prometido.

No confo mucho en sus promesas ltimamente.

Puedo sustituirlo?

Si quiere

No habr problemas?

Cmo?

Ella lo mir sorprendida.

Ir la amante de Shuichi a bailar?

No!

Shingo se haba enterado por Eiko de que la voz ronca de la mujer era ertica. No indag ms detalles.

Quiz no debera haberle resultado algo extraordinario que su secretaria conociera a la mujer, y que su propia familia ni siquiera supiera de ella; pero el hecho le pareci duro de aceptar. Sobre todo teniendo a Eiko all, delante de l.

Era una persona insignificante, y sin embargo, en tales ocasiones pareca pender pesadamente ante l, como el velo de la vida misma. Y l era incapaz de adivinar qu estaba pasando por la mente de la joven.

La viste cuando l te llev a bailar? pregunt de pasada.

S.

Muchas veces?

No.

Te la present?

No fue exactamente una presentacin.

No lo entiendo. Te llev para que os encontrarais, acaso quera ponerla celosa?

Yo no soy alguien que pueda provocar celos. Eiko se encogi ligeramente de hombros.

Shingo comprob que estaba apegada a Shuichi, y que estaba celosa.

Entonces s alguien que s puede provocarlos.

S, claro. Mir al suelo y rio. Eran dos en realidad.

Haba un hombre con ella?

No un hombre, sino una mujer.

Me haba inquietado.

Por qu? Lo mir. Se trata de la mujer con quien vive.

Comparten una habitacin?

Una casa. Es pequea pero muy bonita.

Eso significa que estuviste en la casa?

S. Eiko se comi la mitad de la palabra.

Shingo estaba de nuevo sorprendido.

Dnde es? pregunt casi con rudeza.

No puedo decirlo le respondi ella quedamente, con una sombra que empaaba su expresin.

Shingo guard silencio.

En Hongo, cerca de la universidad.

Eh?

Ella continu como si la presin se hubiera aliviado.

Queda al final de una callejuela oscura, pero la casa en s es bonita. Y la otra mujer es hermosa. Yo la aprecio mucho.

Te refieres a la que no sale con Shuichi?

S. Es una persona muy agradable.

Y qu hacen? Las dos son solteras?

S, aunque realmente no lo s.

Dos mujeres viviendo juntas.

Eiko asinti.

Nunca he conocido a nadie tan agradable. Me gustara verla todos los das.

Haba cierta afectacin en su modo de decir esto. Hablaba como si la afabilidad de la mujer le permitiera aliviarse de algo.

Todo es muy extrao, pens Shingo.

Se le ocurri que, al elogiar a la otra mujer, indirectamente criticaba a la amante; pero no se atrevi a definir sus verdaderas intenciones.

Eiko mir por la ventana.

Est escampando.

Y si abrimos un poco la ventana?

Me preocupaba que Shuichi se hubiera dejado el paraguas. Qu suerte que el buen tiempo lo acompaa en su viaje.

Se qued de pie durante un momento con la mano apoyada en la ventana abierta. Llevaba la falda algo torcida, levantada de un lado. Su actitud sugera confusin.

Volvi a su escritorio con la cabeza inclinada. Un muchacho le alcanz tres o cuatro cartas y Eiko las puso sobre el escritorio de Shingo.

Otro funeral murmur Shingo. Demasiados. Toriyama esta vez? A las dos de la tarde. Me pregunto qu ser de su esposa.

Acostumbrada a ese modo que tena Shingo de hablar consigo mismo, Eiko se limit a observarlo.

Esta noche no puedo ir a bailar. Tengo un funeral. Con la boca ligeramente abierta, miraba como ausente hacia adelante. Se senta perseguido; cuando se hizo mayor, ella lo atormentaba. No le daba de comer; en serio. l quera desayunar algo en casa, pero nunca haba nada preparado. Haba comida para los nios y l tomaba un poco cuando su mujer no lo vea. Tanto miedo le tena que no poda volver a casa. Todas las noches se quedaba dando vueltas, o iba a ver una pelcula, algn show de variedades o algo por el estilo, y regresaba cuando ya estaban todos acostados. Los nios estaban de parte de ella y la ayudaban a acosarlo.

Me pregunto por qu.

As era. La vejez es algo terrible.

A Eiko le pareci que se burlaba de ella.

Y no poda ser culpa suya?

Tena un cargo importante en el gobierno, y despus entr en una empresa privada. Han alquilado un templo para el funeral, as que supongo que tena una buena posicin. Cuando trabajaba para el gobierno su conducta era intachable.

Imagino que mantena a su familia.

Por supuesto.

No es algo fcil de entender.

No, creo que no. Pero hay muchos hombres de cincuenta o sesenta aos que pasan las noches dando vueltas, pues les tienen miedo a sus esposas.

Shingo trat de recordar la cara de Toriyama, pero no lo logr. No se haban visto en los ltimos diez aos.

Se pregunt si habra muerto en su casa.

4

Shingo crey que en el funeral se encontrara con compaeros de la universidad. Se qued de pie en la entrada del templo despus de hacer una ofrenda de incienso, pero no vio a ningn conocido. No haba nadie de su edad. Tal vez haba llegado demasiado tarde.

Mir en el interior. El grupo reunido en la puerta del vestbulo central haba empezado a dispersarse y ya todos se retiraban.

La familia estaba dentro. La viuda le haba sobrevivido, tal como Shingo haba supuesto que ocurrira. La delgada mujer delante del atad deba de ser ella.

Evidentemente llevaba el cabello teido, pero no se lo haba retocado ltimamente y se vea blanco en las races.

Cuando se inclin ante ella, pens que no se lo haba teido a causa de que la larga enfermedad de Toriyama la haba mantenido ocupada. Pero al encender su incienso ante el atad, se vio mascullando que una persona nunca poda estar segura de nada.

Al subir la escalinata y dar su psame a la familia, casi se haba olvidado de que el muerto era perseguido; y al rendir homenaje al difunto, volvi a recordarlo todo de nuevo. Se qued atnito consigo mismo.

Al retirarse, lo hizo evitando tener que saludar a la viuda.

Se alarm no por la viuda sino por su propia y extraa descortesa. Al bajar por la senda de piedras sinti una cierta aversin.

A medida que se alejaba, senta como si la desatencin y la prdida estuvieran presionando su nuca.

Ya no haba gente que supiera de Toriyama y su mujer. Y aun cuando unos pocos estuvieran vivos, ya se haba perdido la relacin. Caba recordar a la viuda lo que quisiera. No haba terceras personas que pudieran rememorar.

En una reunin anterior de seis o siete compaeros a la que Shingo haba acudido, ni uno solo haba hablado con sentimiento cuando se nombr a Toriyama. Se haban limitado a rer. El que lo haba mencionado reforz sus observaciones con risotadas y exageracin.

Dos de los hombres que participaban en la reunin haban muerto antes que Toriyama.

Ahora a Shingo se le ocurra que ni siquiera Toriyama y su mujer saban por qu ella lo atormentaba.

Toriyama se haba ido a la tumba sin saberlo. Para su mujer, que le haba sobrevivido, era algo que quedaba en el pasado. Sin Toriyama, era algo que se haba adentrado en el pasado. Probablemente ella tambin morira ignorndolo.