el príncipe azul de gaelen foley

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Tercera entrega de la serie Los príncipes del Mar. Premio Golden Leaf como autora del mejor romance histórico. Premio National Reader's al mejor romance histórico.

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  • El prncipe azulGaelen Foley

    Traduccin de Diana Delgado

  • EL PRNCIPE AZULGaelen FoleyEl Jinete Enmascarado es un misterioso bandolero adorado por el pueblo queroba a los ricos para ayudar a los pobres. Una noche asalta por error el carrua-je de Raffaele di Fiore, el prncipe heredero de la isla de Ascensin, famosopor sus caprichos sexuales y otros placeres que le han hecho valedor delsobrenombre de Rafe el Libertino. El asalto es abortado y, ante su sorpresa,Rafe descubre que detrs de esa mscara se esconde una dama de extremabelleza, cuya actitud desafiante despertar en l sus ms profundos senti-mientos.

    Daniela Chiaramonte, una joven tenaz y valiente comprometida con su pue-blo, se convierte sin quererlo, al ser apresada, en el nuevo capricho del prn-cipe, quien le ofrece salvarla de la horca si accede a casarse con l. Con esteperverso plan, el prncipe quiere aprovechar su popularidad para ganarse laconfianza del pueblo. Pero al adentrarse en la vida de palacio, Daniela descu-bre un complot contra la familia real que pondr en jaque no solo el futuro deAscensin sino tambin su propio corazn.

    ACERCA DE LA AUTORAGaelen Foley, tras licenciarse en literatura por la Universidad Estatal de NuevaYork y durante cinco aos, trabaj de noche como camarera para poder perfec-cionar su estilo como escritora durante el da. El prncipe pirata, la primeranovela de esta misma serie, fue su primera obra y con ella gan el premio a laMejor Primera Novela Histrica que convoca anualmente la revista RomanticTimes, la ms importante del gnero. La princesa y El prncipe azul completan laserie Prncipes del mar, ntegramente publicada por Terciopelo. Gaelen estcasada y vive en Pennsylvania con su marido, Eric.

    www. gaelenfoley.com

    ACERCA DE LA OBRAEl prncipe azul es un libro que me ha sido ameno y fcil de leer. Algo queltimamente es algo difcil de lograr.AuToRAsEnLAsombRA.com

    Gaelen Foley no deja de sorprenderme. He disfrutado como una nia conun caramelo. A medida que iba pasando los captulos, una nueva intrigaSus descripciones son amenas, muy amenasRnovELARomnTicA.com

    Tercera entrega de la serie Prncipes del mar.

  • Para EeroUn fuerte abrazo desde la distancia.

  • Mi corona est en el corazn, no en mi cabeza

    Shakespeare

  • Captulo uno

    Ascensin, 1816

    El mayor amante de todos los tiempos estaba all otra vez, se-duciendo sin problemas a la inocente Zerlina. Mientras el fa-moso dueto de Mozart, La ci darem la mano, llenaba el suntuo -so teatro, tenor y soprano se amaban con la elegante calidez desus voces.

    Nadie prestaba atencin. El centelleo de los anteojos y unmurmullo constante en la sala indicaban que la atencin de laaudiencia no estaba en el escenario, sino en el primer y mejorpalco, a la derecha del escenario y justo encima de la orquesta.Profusamente adornado de cupidos y lazos de escayola, el palcoestaba desde siempre reservado para la realeza.

    l estaba apoyado en la barandilla tallada de mrmol, con lamitad de su cuerpo en la sombra, inmvil, su rostro inexpresivobronceado por el sol. La luz del escenario se reflejaba en la sor-tija con forma de sello que llevaba en el dedo y jugaba con losngulos patricios de su rostro. Una coleta recoga su larga cabe-llera rubia oscura.

    La audiencia mantuvo la respiracin al verle moverse porprimera vez desde el inicio de la obra. Lentamente, se meti lamano en el bolsillo de su extravagante chaleco, cogi un cara-melo de menta de una cajita de metal y se lo llev a la boca.

    Las mujeres observaron cmo chupaba el caramelo y enro-jecieron, agitando sus abanicos.

    Esto es tan aburrido pens, con los ojos en blanco, tanaburrido.

    Los favoritos de su cortejo le rodeaban sentados en el palco,

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  • sombros, jvenes seores encopetados y soberbiamente vesti-dos. Tras su aire de estudiada holgazanera se ocultaban unosojos duros y amenazantes. Con poco, el humo del opio se afe-rraba a sus ricas vestimentas. Alguno se alejaba un poco del re-bao, pero en general, todo estaba permitido.

    Alteza? susurr alguien a su derecha.Sin retirar la mirada aburrida de su bella amante que se en-

    contraba sobre el escenario, el prncipe heredero Raffaele Gian-carlo Ettore di Fiore agit su mano enjoyada, y rechaz la petacaque se le ofreca. No estaba de humor para alcohol, aquejado deun cinismo que hasta el mismsimo Dante hubiese reprobado.

    Ni el infierno, con todo su fuego y su azufre, podra ser peorque esta especie de limbo en el que se suspendan sus das deeterna espera.

    Nacer siendo hijo de un gran hombre era difcil; pero msdifcil an resultaba heredar de uno que adems de grande erainmortal. No es que desease bajo ningn concepto la muerte desu padre, pero en las vsperas de su trigsimo cumpleaos, elsentimiento de condena le embruteca.

    El tiempo se le escapaba de las manos y no le conduca aningn sitio. Acaso haba cambiado su vida en los ltimos, di -gamos, doce aos?, se preguntaba mientras la cancin de DonGiovanni resonaba en la parte de atrs de su cerebro. Seguateniendo los mismos amigos que cuando tena dieciocho aos,jugaba a los mismos juegos, languideca entre un lujo al que noencontraba sentido, prisionero de su rango.

    Incapaz de hacerse con las riendas de su propio destino, erauna mera marioneta de su padre, nada ms. Cualquier cosa quetuviese que ver con su existencia, deba ser debatida, votada yaprobada por la Corte, los peridicos y el maldito Senado en ple -no Seor, estaba harto de todo eso! Se senta ms como unprisionero que como un prncipe; un adolescente grande, en lu-gar de un hombre.

    Ya ni siquiera peda a su padre que le asignase tareas msacordes con su educacin y posicin. Era intil. El viejo tiranose negaba a compartir ni una onza de su poder con l.

    Entonces, para qu preocuparse? Haba aceptado dormir to -dos estos aos en su caja de cristal rodeado de una especie de pa-

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  • red encantada de espinos. Que le despertasen cuando llegase elmomento de empezar con su vida.

    Despus de una eternidad ms o menos, Don Giovanni fueexpulsado al infierno y la pera pudo concluir. l y sus seguido-res dejaron el palco mientras el pblico segua aplaudiendo.

    Con la mirada hacia delante, camin flanqueado por susamigos hasta el vestbulo de alabastro, haciendo como si no vie -se a la gente que se alineaba para verle, sonrientes, todos buenaspersonas ansiosas de pegarle un bocado, como la matrona quetrataba de detenerle y cuyo rostro le resultaba vagamente fa -miliar.

    Alteza le dijo efusivamente, inclinndose hasta que lanariz le lleg al suelo, qu maravilla verle aqu esta noche!Mi marido y yo nos sentiramos muy honrados si aceptara ve-nir a nuestra fiesta y conocer a nuestras tres hermosas hijas

    Lo siento, seora, gracias y buenas noches murmur conacritud sin dejar de caminar. Dios me salve de las suegras.

    Un periodista se abri paso entre la gente.Alteza, de verdad gan cincuenta mil liras en una apues ta

    la semana pasada rompiendo un eje de su carruaje en la carrera?Sacadle de aqu murmur al amigo de su infancia Adria -

    no di Tadzio.En ese momento, uno de esos condes de algo le cort el

    paso con una elegante reverencia. Alteza, qu excelente actuacin la de la seorita Sinclair!

    Le ruego me disculpe, pero tengo aqu algunas personas a lasque les encantara conocerle

    Gru y dej de lado al calvo. Despus, ni l ni su comitivapararon hasta llegar a la parte de detrs del escenario.

    Con un leve pavoneo y la barbilla alta, Rafe entr en el came-rino de las actrices y al instante empez a sentirse ms relajado.Haba mujeres a medio vestir por todos lados, una visin que sinduda poda calmar los nimos de cualquier hombre, por muyhastiado que estuviese. Mujeres. Slo el clido y dulce olor de sucarne le haca respirar. Con una media sonrisa en la cara mirlentamente a su alrededor, valorando la muestra que all haba.

    Mirad! Ha venido!Un coro estridente de voces femeninas retumb en la habi-

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  • tacin. Corrieron hacia l desde todos los ngulos, dando gritosde placer.

    Raaaaaafe!Una marabunta de chiquillas gritonas se abalanz sobre l.

    Todas queran hablar al mismo tiempo, y le empujaron hacia lasilla para que se sentara. Tres de ellas se sentaron en sus rodi-llas, riendo y acaricindole el pecho, y dos le rodearon el cuellocon los brazos, cubrindole la cara de besos.

    Ah suspir, sonriendo por primera vez en toda la no-che, mientras se dejaba caer perezosamente sobre la silla y dor-mitaba con placer bajo el suave, oloroso y encantador amasijode miembros, pechos y rizos. Adoro el teatro.

    Las oa rer y pronto empez a sentir cmo le hurgaban en losbolsillos de su chaleco y abrigo, como nios en busca de carame-los. Ah, bueno. Estaba claro que las haba acostumbrado mal, des-pus del puado de joyas que les haba regalado la ltima vez, enel transcurso de una borrachera monumental.

    Unos blandos labios rozaron levemente su boca, como enuna caricia. Despus de un breve momento de raciocinio, em-pez a devolver el beso, dispuesto a deshacerse del aburrimien -to. Todas las caricias parecan estarle permitidas siempre y cuan -do respondiese uno a uno a sus besos. En ese momento entrChloe, y la diversin se acab para todos.

    Rafe observ a la diva inglesa que se contoneaba hacia l en-fundada en su vestido plateado.

    Tena un cuerpo perfecto y una sonrisa luminosa. ste erasu ltimo juguete. Su relacin duraba ya cuatro meses, todo unrcord para Rafe. No saba muy bien cmo decirle que empe-zaba a estar aburrido, por lo que esperaba que ella sola termi-nase por darse cuenta.

    Chloe rabi al ver a sus compaeras encima de su protectorsoberano. Quitndose la boa de plumas que llevaba en los hom-bros, se abri paso entre las mujeres y rode el cuello de Rafecon ella. l levant los ojos, impenitente, y le sonri a regaa-dientes. Chloe le devolvi la mirada con desaprobacin, pero sinatreverse a reprocharle nada.

    En vez de eso, sacudi la boa enrollada a su cuello. Querido, qu vanguardista!

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  • Ay, le queda tan bien! exclam una de las chicas, co-locando las plumas rosas en sus hombros como si fuera unabufanda.

    Todo le queda bien suspir otra.Rafe mir con aburrimiento a la muchacha, preguntndose si

    haba sido alguna vez tan joven y fcil de impresionar como ella.Mira esto, prncipe Rafe! dijo una pelirroja desco-

    cada, levantndose de su regazo. Atrevida, apart la ropa interiorque cubra el cachete izquierdo de sus hermosas y redondeadasnalgas.

    El prncipe no pudo sino levantar las cejas de admiracin alver una R tatuada all. Con la punta del dedo traz la inicialrozando levemente la curva suave de su piel.

    Qu dulce, mi preciosa nia! Cmo has dicho que te lla-mabas?

    Largo de aqu, pequeas tramposas, o le dir al directorque os despida! bruscamente, Chloe las ahuyent a todas.

    Rafe rio entre dientes divertido por los celos de su amante,pero no dijo nada a las chicas que salan con cara apenada. Son-riendo para s, vio cmo sus amigos las interceptaban, flirtean -do con la billetera en la mano.

    Qu fulanas tan encantadoras! Mir a la altiva rubiacon un brillo en los ojos. Por no hablar de ti, madame Bruja.

    Ella se inclin hacia l agarrando los bordes de la boa de plu-mas para atraerle.

    As es susurr, sus sensuales ojos fijos en l, y t, midemonio, te vienes conmigo. Debo castigarte por dormirte enmi aria. No creas que no te he visto.

    Estaba despierto pero puedes castigarme si eso te com-place murmur suavemente mientras se levantaba altsimo,junto a ella. Sin dejar de rer, Chloe le apres con la llamativaprenda, prometindole placeres futuros. l pretendi no darsecuenta de la profunda adoracin que vio en sus ojos, apartandola mirada en direccin a sus compaeros. Os veo a eso de lasdos en el club dijo, dirigindose a la puerta mientras Chloeretiraba la boa de sus hombros.

    Ciaodijo Adriano, con una sacudida de flequillo.Que te diviertas farfull Niccolo con una mueca.

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  • En ese momento, Rafe oy a alguien que le llamaba desde elpasillo.

    Alteza! Alteza! Seor!Un mensajero real se precipitaba hacia el camerino. Al ins-

    tante, todos los msculos de su cuerpo se tensaron.Un mensaje del Rey.Mientras el mensajero se acercaba, Rafe inspir hondo y dej

    salir el aire lentamente, recordndose que no era un hombre ca-paz de perder los nervios fcilmente. Su padre era el impulsivode la familia; l se enorgulleca de mantener la compostura fra-mente en todas las situaciones. Levant las cejas, expectante alver cmo se inclinaba el enviado de palacio.

    Cmo est el bueno de mi padre esta noche? preguntcon un tono amable no exento de irona.

    El mensajero se inclin disculpndose. Su majestad le reclama, alteza.Rafe le mir fijamente un momento, con su ligera y plstica

    sonrisa en el lugar adecuado, sus ojos verde mrmol enfurecidos. Dile que ir a verle maana al medioda. Despus del de-

    sayuno.Perdn, alteza. El hombre trag saliva, inclinndose de

    nuevo. El Rey insiste en que vaya.Es una emergencia?No, no lo s, seor tartamude. Su majestad le enva

    el carruajeTengo mi propio carruaje dijo Rafe entre dientes, sa-

    biendo que su padre haba mandado el carruaje real para alec-cionarle, porque seguramente habra odo lo de su loca carrerade la madrugada del mircoles, cuando haba conducido borra-cho campo a travs.

    Sin duda, su padre le llamaba para incordiarle otra vez conalguna de sus reprimendas, recordndole sus deberes como fu-turo Rey, explicndole que las muchas responsabilidades de sucargo le seran insoportables porque no era ms que un soa-dor, que le iban a comer vivo y etctera, etctera.

    No estaba de humor para orlo otra vez.Mientras tanto, sus amigos, su amante y sus encantadores

    devotos presenciaban la conversacin con aspecto preocupado,

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  • como si esperasen que fuera a explotar de un momento a otro.Comprendi que slo tena una opcin, la de siempre. Poda

    montar una escena y salvar su orgullo o, como siempre, tragar -se la humillacin de ser una marioneta y acudir cada vez que supadre chasqueaba los dedos.

    Con voz aterciopelada y sonrisa angelical, eligi su respuesta:Estar encantado de obedecer a su majestad ahora, pero

    puede estar seguro de que coger mi propio carruaje.El mensajero se balance como si su propio alivio le hubiese

    golpeado. Como su alteza desee. Y se alej de Rafe todava balan-

    cendose.Rafe se volvi hacia su amante y le alz la mano para besr-

    sela con galantera. Su cabeza estaba ya a kilmetros de distan-cia de all, llena de los ms furiosos pensamientos.

    Lo siento, corazn.Est bien, cario le tranquiliz, acaricindole el brazo

    y mirndole fijamente a los ojos. Siempre y cuando maanapue da darte mi regalo de cumpleaos.

    Me muero de ganas por saber qu es murmur con unasonrisa de complicidad.

    A continuacin, se alej solo, sin dejar de sacudir la cabezaal pensar en la poca consideracin que le tena su padre, aunquela misma rutina le indicaba que nada poda sorprenderle ya.

    Ya fuera, pudo ver cmo se alejaba el reluciente carruaje queel Rey haba enviado para insultarle. Frente al teatro, le espe-raba el recin estrenado y caro vehculo de caoba que el fabri-cante de carruajes ms famoso de la ciudad le haba proporcio-nado mientras arreglaba el eje de su propio carruaje.

    Ese generoso gesto le haba salido muy bien al artesano,pen s cnicamente Rafe, porque ahora ese modelo se estabavendiendo como rosquillas. Era extrao ver cmo el mundo,que le despreciaba por sus costumbres salvajes, imitaba despusca da uno de sus caprichos, lo que le converta en el mejor crea-dor de las tendencias de moda. Aunque no pudiese alardear detener la conciencia tranquila, al menos nadie poda reprocharlesu buen gusto.

    La gente segua arremolinada a la entrada del esplndido tea-

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  • tro, mientras los ms rezagados terminaban de salir. Los vende-dores aprovechaban para ofrecerles coloridos helados. La granpera de Belfort estaba siendo renovada, por lo que la alta so-ciedad se haba trasladado a este teatro ms pequeo, situado enun pintoresco pueblo costero de la parte baja de la colina. Loscafs de la playa estaban haciendo furor.

    Rafe camin en direccin al carruaje, respirando el aire sa-lado y aromtico de su tierra y se par para contemplar la co-lina, esa mole inmensa de la isla italiana en la que su familia ha-ba gobernado durante ms de setecientos aos.

    Bajo la luna, la localidad portuaria le pareca estrecha yalargada, como apresada entre la empinada ladera de la mon-taa y el mar. Las farolas se esparcan aqu y all a lo largo dela parte derecha del muelle, iluminando las robustas palmerasque eran balanceadas por el viento. Rafe se volvi hacia all,con la brisa acariciando sus mejillas recin afeitadas, y se que -d mirando las adelfas que crecan junto a las rocas que dabana la playa.

    Observ tambin la hilera de pequeas tiendas con letrerospintados que colgaban de sus fachadas. Los balcones de rejas da-ban al puerto y a la playa de piedras. Las puertas estaban cubier-tas de espesas cascadas de jazmines blancos, cuyo perfume em-briagador suavizaba un poco el olor a pescado que vena de lalonja del puerto.

    Ascensin, susurr para s, como si pronunciase el nombrede su enamorada. Ms hermosa an que la isla de Capri, ella erasu herencia sagrada. Por Ascensin, estaba dispuesto a vivir enuna jaula y soportar todas las humillaciones de su padre. Fueracomo fuese aguantara, sabiendo que antes o despus l tendraque morir. Lo nico que frenaba su desesperacin era la pro-mesa de que un da l sera el gobernador de esa perla del Me-diterrneo. El nico deseo que an no haba podido satisfacerera el de ser un buen Rey para su pueblo.

    Todos pensaban que sera un desastre, lo saba. Pero algnda les demostrara lo contrario. Algn da.

    Suspirando, subi al carruaje. Un mozo de cuadra se apresura cerrar la puerta. Se acomod perezosamente en el interior y suvehculo prestado se puso en marcha, dejando atrs con rapidez el

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  • pequeo pueblo pesquero y adentrndose por el Camino del Rey,que ascenda por la colina hasta la capital, Belfort.

    De repente, record que haba olvidado decir a sus guardiasreales que parta. Bueno, se lo imaginarn y me alcanzarnpron to. No les necesitaba de todas formas. Ir siempre rodeadode seis bestias uniformadas no haca sino recordarle que hastaque no tomara el poder, no era nada ms que un mimado y glo-rioso prisionero.

    En la oscuridad del carruaje, apoy el codo en el borde de laventana y dej reposar la mejilla sobre su mano. Su mirada es-cap pensativa hacia el paisaje. La luz de la luna le mostraba unreinado de plata y ail que pasaba ante sus ojos como lo hacasu vida.

    Al diablo con los cumpleaos, pens. Cuando fuese Rey, losprohibira.

    El Camino del Rey era una cinta azul bajo la luna. Desde losarbustos, unos pares de ojos observaban en tenso silencio el ca-mino, preguntndose si su noche de vigilia habra acabado. Unpoco antes, haban visto pasar el dorado carruaje del Rey. Aho -ra, un elegante y reluciente vehculo negro de caoba se precipi-taba camino arriba tirado por cuatro caballos bayos.

    Parece prometedor susurr Mateo, justo cuando su her-mano menor haca el ulular del bho para avisarles desde la dis-tancia.

    El Jinete Enmascarado asinti y advirti a los dems paraque se preparasen.

    A hurtadillas, adentraron sus caballos al cobijo de los rbo-les hasta ocupar sus posiciones, en el montculo que remontabael camino. Y all esperaron

    El carruaje tropez con un socavn del camino y rebot vio-lentamente sobre sus recin estrenados radios. Rafe hizo unamueca de disgusto y tom aire para gritar al conductor que tu-viese cuidado lo ltimo que quera era tener que comprar elmaldito carruaje, cuando de repente, oy gritos en el exterior.

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  • Un caballo relinch asustado y el coche aminor la marcha.El sonido de un disparo traspas la noche.

    Rafe entorn los ojos en la penumbra. Instintivamente aler -ta, se acerc a la ventana para ver lo que ocurra en el exterior,sintiendo la desconfianza de las sombras que se cernan sobre l.

    Vaya, estoy perdido. El Jinete Enmascarado. Su expre-sin se transform en una mueca diablica. Al fin nos cono-cemos.

    Vio que le superaban en nmero con creces, pero segn susinformes, ninguna de sus fechoras haba estado acompaadade sangre, por lo que se senta ms intrigado que alarmado. Sinembargo, su seguridad era un asunto de prioridad nacional. Aga-chndose para abrir el compartimento que haba bajo el asien -to, cogi con cuidado el par de pistolas que guardaba all, lis-tas y cargadas. Guard una en su chaleco y empu la otra conuna sonrisa: Pequeo e impdico bastardo, preprate para unasorpresa.

    Ni siquiera los guardias de su padre haban podido coger alEnmascarado y su banda. Las historias de Ascensin ensalzabanal joven bandido, cuya identidad era un misterio y quien, al pare-cer, robaba ciertamente a los ricos para drselo a los pobres.

    Rafe pensaba que el muchacho tena bastante clase. Aun as,no le haca ninguna gracia que este misterioso Robin Hood es-tuviese ah fuera queriendo robarle, con lo mucho que esto po-dra ridiculizar su nombre. Ya tena suficientes problemas conla opinin pblica que desaprobaba sus ocasionales, aunque cier-tos, excesos salvajes. Su gente no poda entender que esas peque-as diabluras eran su nico recurso para no volverse loco.

    Estaba seguro de que media docena de sus guardias deba deestar ya en camino, por lo que su cara se ilumin con una ex-presin de audacia. Levant el arma y puso la otra mano en elpo mo de la puerta, listo para enfrentarse a su asaltante.

    Mientras tanto, en el camino, el Jinete Enmascarado gritabaal cochero:

    Alto! Alto!A horcajadas en un caballo de largas patas, cuyo color se ha-

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  • ba visto oscurecido por el polvo acumulado en su pelaje, el Ji-nete Enmascarado se precipitaba al galope, con la mano negraextendida para coger las riendas de los caballos del carruaje. Elcochero llevaba una pistola, pero el Jinete la ignor. Este tipode hombres nunca usaban las armas. En el momento en queacababa de pensar esto, la puerta del coche se abri de un gol -pe y una gran figura masculina asom por ella con una pis-tola en alto.

    Retrese! dijo una voz autoritaria.El Jinete Enmascarado ignor la recomendacin agachn-

    dose junto al cuello del caballo, intentando una vez ms hacersecon el arns de cuero

    Un rugido estrepitoso atraves el aire acompaado de unallamarada.

    El Jinete Enmascarado dej escapar un gemido y su cuerpose tambale sobre el cuello de la montura.

    Dan! grit Mateo, horrorizado.El caballo castrado se alej de los caballos del carruaje con

    un relincho, desconcertado por el olor a sangre que caa de sunegro pelambre.

    Volved! Volved! grit Alvi a los otros.No se os ocurra volver! No os preocupis por m! Co-

    ged el botn! el Jinete Enmascarado le increp con una vozjuvenil, tratando de hacerse con el control de su caballo.

    Pero el caballo sali desbocado.Sooo! Para, bestia miserable! Una larga lista de adje-

    tivos, nunca aprendidos con las monjas, salieron de los labios dela seorita Daniela Chiaramonte, hasta que su caballo se detuvoviolentamente.

    Fue entonces cuando sinti como si el fuego estuviera abra-sando su hombro y su brazo. Me han disparado!, pens, tanasombrada como dolorida. No poda creerlo. Era la primera vezque la heran en todas sus correras.

    Sinti un hilillo de sangre caliente que le caa por el brazomientras su caballo, todava asustado, se precipitaba por un te-rrapln que se adentraba en el bosque. Con el corazn desbo-cado, trat de calmar al animal hacindole dar vueltas sobre smismo.

    el prncipe azul

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  • Cuando por fin se detuvo para coger aire, reprimi sus ga-nas de castigar al animal por haber perdido as los nervios, y secentr en la herida de su brazo derecho. Sangraba y dola comoel demonio. Se sinti desvanecer al ver el horror de su carne ras-gada, pero cuando palp con cuidado la zona de la herida, respi -r aliviada al comprobar que era limpia.

    Ese idiota me ha disparado jade, asombrada. Despusdirigi su mirada al camino y comprob que los hermanos Gab-biano, sus hombres, como ella les llamaba, haban detenido el ca-rruaje y apagado sus luces, utilizando slo la luz de la luna pa ratrabajar.

    Haban obligado al conductor a sentarse en el suelo y Alvi lemantena a raya a punta de espada. Al verle suplicar clemencia,la enmascarada gru con desprecio. Acaso les tomaba por vi-les asesinos? Todo el mundo saba que el Jinete Enmascarado ysu banda no haban matado nunca a nadie. Alguna vez habantenido que dar una leccin a algn listillo atndole desnudo aun rbol, pero nunca haban derramado sangre.

    Es preferible que nos cojan antes de cambiar de poltica,pens al ver a Mateo y Rocco en sus monturas. Los hermanosmantenan a raya al elegante pasajero ante la puerta del carruaje,con las espadas en alto. Incluso a esa distancia, su prisionero pa-reca bastante capaz de arreglrselas por s mismo.

    Afortunadamente, sus hombres le haban desarmado, des-cubri. Tena las manos en alto y las dos pistolas descansabanen el suelo polvoriento del camino. Sus compaeros no ataca-ran a un hombre desarmado; aun as, Mateo era bastante im-pulsivo, capaz de saltar al menor insulto. En cuanto a Rocco, nisiquiera l era consciente de su fortaleza. Los dos eran tan pro-tectores con ella como si se tratara de su propia hermana. Peroella no quera que nadie saliese herido.

    Dani se sec la frente con el antebrazo y se ajust la mscaranegra que le cubra rostro y pelo, asegurndose de que su iden-tidad se mantena oculta despus de la desbandada del caballo.Satisfecha, azuz al caballo guindolo con mano firme para quevolviera al camino, con ganas de conocer al pavo real que habanasaltado esta vez y del que podran beneficiarse.

    Ojal fuese suficiente para pagar el incremento abusivo de

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  • impuestos que se haba producido en su regin y alimentar conel resto a los que se haban quedado sin nada por la prolongadasequa.

    Mientras conduca el caballo hacia el tro de hombres, saccon rapidez su ligero estoque. Mateo y Rocco se apartaron parahacerle un hueco entre ellos.

    Ests bien? Era Mateo, el mayor de sus amigos de lainfancia, el que preguntaba.

    No pudo evitar sentirse intimidada al ver su pose alta y po-derosa, pero al instante se esforz en ocultar sus miedos avan-zando con decisin y coraje hacia donde l se encontraba.

    Me encuentro perfectamente gru, azuzando al ca-ballo para que se acercara al prisionero. Se detuvo para deslizarcon elegancia la punta del florete bajo la mandbula apretada delprisionero. Y bien, qu es lo que tenemos aqu? se burlen voz alta, utilizando la punta de la espada para obligarle a le-vantar la barbilla.

    Estaba demasiado oscuro para ver bien, pero la luz plateadade la luna reflejaba el dorado de algunos mechones de su pelo,que pareca ser largo y rubio, recogido en una coleta. Su narizpareca imperiosa, y su boca, dura y hambrienta. Con la cabezaalta, sus ojos entornados brillaban en la oscuridad, fijos en ella.Estaba demasiado oscuro para poder ver su color.

    Me has disparado le reproch, inclinndose hacia ldesde el caballo. Saba que no deba dejarle ver su temor. Esuna suerte que slo me hayas rozado el brazo.

    Si hubiese querido matarte, lo habra hecho dijo en unmurmullo suave y peligroso que se sinti como la seda en la piel.

    Ah, excusas! No eres ms que un pobre tirador le re -t. Ni siquiera me duele.

    Y t, muchacho, no eres ms que un pobre mentiroso.Dani se incorpor en la silla, considerando lo que haba di-

    cho. ste era de los buenos, admiti. Al recorrer con la vista lagrandeza de su fsico atltico, se dio cuenta de que le admira bams de lo que era prudente. Su prisionero meda ms de unmetro noventa y pareca estar hecho de puro msculo. Enton-ces, por qu no opona ms resistencia? Ciertamente, tenatres armas apuntndole, pero aun as haba un brillo de trai-

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  • cin en sus ojos que le hizo preguntarse si no estara traman -do algo.

    Se pregunt quin de ellos sera, quin de los intiles laca-yos del prncipe Raffaele, El Libertino. Desde luego le recorda-ra si le hubiese visto antes. Un sexto sentido le deca que lomejor era salir de all, pero necesitaba el dinero y estaba, since -ramen te, demasiado intrigada como para abandonar el asalto,que adems estaba yendo a las mil maravillas.

    Mateo haba relevado a su hermano de la tarea de vigilar alconductor a punta de espada. El prisionero sigui con ojos du-ros y brillantes como diamantes los movimientos de Alvi, queentraba en el carruaje con un saco vaco. Aprovechando que suprisionero estaba centrado en Alvi, Dani le mir con una mez-cla de atraccin y desdn.

    Ah, cmo despreciaba a estos tipos arrogantes y despreocu-pados, enfundados en sus elegantes trajes de fiesta, impecablescon sus pantalones color crema y sus zapatos negros brillantes!Slo el frac verde oscuro que llevaba deba costar lo mismo quesus impuestos de los ltimos seis meses. Observ sus bien cui-dadas manos, que l haba bajado como si hubiese decidido queella no era ninguna amenaza.

    Tu anillo orden. Dmelo.Le amenaz con el puo a la altura de su cadera. No gru l.Por qu no? Es tu anillo de bodas? pregunt sarcstica.La manera en la que sus ojos se entrecerraron en la oscuri-

    dad le dio a entender que le sacara el corazn con la mano si tu-viese la oportunidad.

    Lamentars tu audacia, chico dijo, con una voz suave,profunda y peligrosa. Tena un deje de autoridad. No tienesni idea de con quin ests hablando.

    Vaya, no estaba tomndose las cosas muy bien. Dani sonribajo la mscara al ver su enfado y le roz con elegancia la meji-lla con la punta del florete.

    Cllate, pavo.Tu juventud no podr salvarte de la horca.Para eso tendrn que cogerme primero.Muy valiente. Tu padre debera darte unos azotes.

    gaelen foley

    24

  • Mi padre est muerto.Entonces ser yo el que te d los azotes un da, te lo

    prometo.Como respuesta, acerc an ms el filo de la espada debajo

    de su barbilla, forzndole a alzar su orgullosa cabeza para nosentir el pinchazo de la afilada arma. Su seora apret su her-mosa mandbula.

    No pareces entender la posicin en la que te encuentrasdijo ella con dulzura.

    Manteniendo la mirada, sonri framente. Te coger y te encerrar respondi con un tono de des-

    precio.Bajo la mscara, Dani no pudo evitar ponerse blanca. Esta -

    ba tratando de ponerla nerviosa! Quiero ese anillo tan brillante que tienes, milord. Dme -

    lo ahora mismo!Tendrs que matarme antes, chico. Su sonrisa era blan -

    ca y desafiante.Estaba loco? Ah de pie, bajo la luz azul de la luna y las ne-

    gras sombras, pareca imponente y poderoso, cuando ni siquierahaba levantado un dedo para detenerles. Tal vez no saba cmoluchar, se dijo ansiosa. Estos tipos ricos nunca se ensuciaban lasmanos. Pero le bast una mirada para ver que sus clsicas y es-beltas proporciones no dejaban lugar a dudas de que era todo locontrario.

    Algo iba mal.No estars perdiendo el coraje, verdad, chico? le ret

    en voz baja.Cllate! orden, titubeando y sintiendo cmo perda

    gradualmente el control de la situacin sobre el prisionero. Eraabsurdo! Los hombres de finos modales nunca le haban inti-midado.

    Rocco, su manso gigante, la mir preocupado.Carga los ponis le orden, sin saber por qu, de mal hu-

    mor. Estaba claro que su prisionero se estaba riendo de ella yhaba comprendido que no iba a matarle, aunque Dios saba quese lo mereca ms que nadie. El brazo le dola como si la estuvie-ran quemando viva. Baj la cabeza para echar un vistazo al in-

    el prncipe azul

    25

  • terior del carruaje y dese que Alvi terminase pronto. Cmovan las cosas ah dentro?

    Es rico! grit Alvi, sacando un saco lleno. Muy ri -co! Dame otro saco!

    Mientras, Mateo se apresur a coger otro saco de la mon-tura de su caballo. Dani vio que el prisionero no apartaba la vis -ta del camino.

    Esperas a alguien? pregunt.Lentamente, neg con la cabeza y Dani se sorprendi mi-

    rando ensimismada la comisura de su boca, donde se haba di-bujado una media sonrisa llena de perversidad.

    De repente, una voz aguda se alz en la noche desde lo lejos. Rpido! El benjamn de los Gabbiano, Gianni, corra

    hacia ellos agitando los brazos. Soldados! Ya llegan! R-pido!

    Con un gemido, Dani mir fijamente al prisionero. l le de-volvi la mirada con frialdad, satisfecho consigo mismo.

    Bastardo susurr. Nos has estado entreteniendo to -do este tiempo!

    Vamos, vamos! Mateo gritaba a los dems.Gianni segua gritando. Hay que irse! Estarn aqu en unos segundos!Dani inspeccion el camino otra vez. Saba que su caballo era

    el ms rpido. Todos sus instintos femeninos le decan que debacoger al pequeo en la silla con ella antes de que llegaran los sol-dados. El chico no tendra que haber venido. Con slo diez aostoda la culpa era suya. Le haban prohibido decenas de veces queles siguiese, pero Gianni no les escuchaba, y finalmente ella ha-ba accedido y le haba asignado la tarea ms segura, la de vigilar.

    Al diablo contigo, pavo real murmur, abandonando asu prisionero. Tir de las riendas del caballo para alejarse de allmientras Rocco montaba en su lento pero resistente caballo.Alvi y Mateo cogieron cada uno una de las bolsas llenas de mo-nedas y las cargaron en sus ponis.

    El pequeo corra desesperado hacia ellos. Pero al darse lavuelta, Dani vio por el rabillo del ojo que el hombre se agachabaa coger la pistola del suelo y rodando sobre su hombro apun-taba con ella a Mateo.

    gaelen foley

    26

  • Mateo! Hizo girar a su caballo para abalanzarse so-bre el prisionero. La pistola sali despedida y el disparo se fueal aire.

    El prisionero se puso en pie con una asombrosa agilidad pa -ra un hombre de su estatura. Cogi a Dani y trat de tirarla delcaballo. Ella pataleaba y le golpeaba con fuerzas y Mateo con-dujo a su poni hacia ellos para ayudarla.

    Ella le mir con furia. Puedo cuidar de m! Coge a tus hermanos!Mateo dud.El sonido de los soldados aproximndose era cada vez mayor.Vete! grit, mientras daba una patada en el pecho del

    prisionero. El hombretn se tambale hacia atrs, tratando deprotegerse las costillas con una maldicin.

    Al verlo, Mateo dio media vuelta y corri en busca de su her-mano pequeo.

    Su seora carg contra ella en el momento en que Mateodesapareca galopando.

    Mientras ella y el prisionero trataban de resolver la medidade sus fuerzas, el caballo se encabrit con un relincho de miedo.Ella tir de las riendas, tratando de mantener el equilibrio, perosinti que perda progresivamente la batalla ante la superiori-dad fsica del hombre.

    Slo era cuestin de tiempo que l la tirase al suelo. Al ha-cerlo, su montura escap agradecida de verse por fin libre de sujinete.

    No pudo evitar un grito ahogado de furia al verse de pie enel camino, inmovilizada por su fuerte apretn. Sus ojos erancomo antorchas y la sujetaba con fuerza por el brazo. Era in-cluso ms alto de lo que haba pensado al verle desde el caballo.El forcejeo haba soltado algunos mechones de su coleta. Pare-ca feroz e inmenso, un brbaro con ropas elegantes.

    Pequea escoria! le grit a la cara.Deja que me vaya! Trat de forcejear, pero l la sos-

    tuvo an con ms fuerza y al tirar de su brazo herido grit dedolor. Agg! Mierda!

    l le zarande. Te tengo! Lo entiendes?

    el prncipe azul

    27

  • Ella se ech hacia atrs y le golpe la cara con todas sus fuer-zas, librndose de sus garras y corriendo hacia el terrapln. l lasigui a corta distancia.

    El corazn le lata con fuerza al deslizarse por el polvo y res-balar con las hojas secas. Ech una mirada desesperada al ca-mino, y vio que Mateo haba conseguido coger a Gianni y lo lle-vaba en la grupa en direccin a casa.

    Pero su alivio dur poco, porque en ese momento el prisio-nero la alcanz en la parte alta del terrapln abrazndola confuerza por las caderas.

    La aplast con su cuerpo y los dos rodaron por el suelo. Elprisionero le rode la garganta con el antebrazo.

    Odio a los hombres, pens, cerrando los ojos con desprecio.No te muevas gru, apretando fuerte. Su cuerpo pa-

    reca hecho de acero comparado con el de ella.Dani descans durante medio segundo y despus hizo lo

    opuesto, dando patadas y retorcindose como si le fuese la vidaen ello, clavando sus dedos enguantados de negro en el suelo.

    Deja que me vaya!Deja de retorcerte! No podrs escapar, maldita sea!

    Rndete!

    Esquivando los golpes del chico, Rafe trat de inmovilizarsu delgado cuerpo con el peso del suyo, contento de que la luchalibre fuese uno de los deportes que mejor dominara en su ado-lescencia. Nunca hubiese pensado que fuera a servirle. El chicopataleaba y se revolva tratando de soltarse.

    Rndete! le orden con los dientes apretados.Vete al infierno! La voz del joven era cada vez ms agu -

    da, insegura por el miedo.Resollando por el cansancio, dej recaer an con ms con-

    tundencia su cuerpo musculoso sobre el muchacho, con la espe-ranza de que as se mantuviese quieto.

    No te muevas! Ech una mirada por encima de suhombro en direccin al camino, constatando que sus hombresestaban cerca. Aqu!

    Al moverse l, el pequeo bandido consigui de alguna for -

    gaelen foley

    28

  • ma caer pesadamente sobre su espalda, aunque el brazo de Rafesegua inmovilizndole.

    Te dije que te ahorcaran gru Rafe.No, dijiste que me cogeran y me encarcelaranRafe cogi al vuelo un puo amenazador. Qudate quieto, por el amor de Dios!De repente, el chico se qued inmvil, sin aliento, al ver el

    sello que llevaba en el dedo.Eres! El chico ahog un grito.Frunciendo el ceo en direccin a sus hombres, Rafe baj la

    mirada y entorn los ojos, satisfecho. Ah, mocoso. Por fin lo vas entendiendo, no?Bajo la mscara, sus ojos se mantuvieron fijos en l, ate-

    rrados.La risa de Rafe son profunda y prepotente, despus se de-

    tuvo abruptamente. Qu demonios? Arrug el entrecejo alpercibir un olor que su instinto reconoca, pero que su cabeza senegaba a aceptar.

    Cmo te llamas, cloaca inmunda? pregunt en tonoimperial, alzando la mano para agarrar el cordn del antifaz delchico.

    Como un rayo, el pequeo bandido lo esquiv. Rafe deberahaberlo previsto. Ese demonio sucio y lleno de sangre le dio unrodillazo en la entrepierna, directo contra la joya de la corona. Sequed sin aliento y durante un momento pens que no volveraa respirar. El chico le apart golpendole en el hombro y rod decostado hasta librarse de una mano debilitada por el dolor.

    Todava ciego de dolor, Rafe reuni las fuerzas que le queda-ban para gritar con furia Tras l!, mientras el chico desapa-reca en la espesura.

    el prncipe azul

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  • Captulo dos

    Dani no par de correr, aunque poda or el eco profundo delrugido de su perseguidor pisndole los talones. Corri lo msrpido que pudo por el pequeo sendero utilizado por los cier-vos, apartando la maraa de zarzas y ramas que le cortaban elpaso y saltando troncos cados, aterrorizada. El sonido de los cas-cos le indicaba que los soldados la seguan de cerca. Poda verlosa travs de los rboles.

    El atajo, pens, y corri adentrndose an ms en el bos-que, mientras los soldados seguan la caza en la direccin queMateo y los otros haban tomado.

    Encontr a su caballo pastando en un campo de maz a me-dio camino de la casa. El corazn le lata con fuerza y las manosle temblaban de miedo cuando se subi al castrado y galop to -do el camino hasta la oxidada puerta de la finca, por donde si-gui el camino de la casa flanqueado de altos lamos.

    Detrs del establo, le esperaba el cubo de agua para lavar elsudor del animal. An no haba seales de Mateo y los dems.Por favor, Seor. S que no son mucho, pero son todo lo quetengo. Los Gabbiano haban sido como hermanos para elladesde que era una mocosa de nueve aos con la que las demsnias no queran jugar por sus maneras masculinas.

    Dej descansar a su caballo, caliente pero limpio, y corri ha-cia la casa. Mara vino corriendo hacia ella.

    Ten listo el escondite, los chicos llegarn en un mo men to!orden Dani. El escondite era una falsa pared construi da enuna esquina de la bodega, bajo la anciana villa. Ah, y preparaalgo para comer aadi. Pronto tendremos com paa.

    La experiencia le haba enseado que los soldados creeran

    30

  • todo lo que se les dijera si jugaba a ser una mujercita hacendosay llenaba sus barrigas de comida y sus copas de vino. Esto la ha-ba salvado varias veces antes, aunque su despensa no tuviesedemasiado para compartir.

    Se precipit escaleras arriba hacia su habitacin, donde po-dra volver a convertirse en la gentil y empobrecida dama de lacasa. A su espalda, Mara grit conmocionada.

    Seorita! Est herida!No te preocupes ahora de eso! No hay tiempo! Dani

    se dio prisa por llegar a la habitacin. Cerr las cortinas en unsegundo para protegerse del aire nocturno y despus se retir lamscara negra.

    Una cascada de rizos castaos cay por sus hombros. Conmanos temblorosas, se quit la camisa y utiliz una cantidad ge-nerosa de agua para lavar la herida. Afortunadamente, haba de-jado de sangrar. La visin de la herida por arma de plvora la ate-rroriz, pero no tanto como saber a quin haba robado, a quinhaba visto! Le aterraba saber lo que podra pasarle si los hom-bres del prncipe Raffaele los encontraban.

    Con este pensamiento, se quit los pantalones y se limpicon rapidez la suciedad de la piel, deleitndose con la calidez delpao despus de las calamidades pasadas. Se puso una combina-cin y un vestido sencillo de lino y algodn de color beis. Se cal -z unas manoletinas y con manos temblorosas se recogi el pe -lo en un nudo apresurado. Baj las escaleras con la misma rapidezy se puso un delantal, alisndoselo un poco mientras se reunacon Mara en la entrada.

    Todava no han llegado?Mara neg con la cabeza, preocupada.No pueden haberse dejado coger. Estarn aqu en unos minutos. Estoy segura de ello. Voy

    a ver al abuelo.Tratando de calmarse, Dani se agarr las manos a la altura del

    estmago, aunque su corazn segua intranquilo por sus amigos.Respir hondo y camin hacia el dormitorio de su abuelo. Dor-ma y Mara haba dejado la vela encendida porque saba que si suabuelo despertaba en medio de la oscuridad, empezara a gritarasustado. Su abuelo, el gran duque de Chiaramonte, que haba

    el prncipe azul

    31

  • una vez dirigido con dignidad un ejrcito, necesitaba ahora loscuidados de un nio.

    Mirndole desde la puerta, Dani observ su perfil aristocr-tico, la nariz puntiaguda y prominente, un ms que distinguidobigote y una frente noble, aunque llena de arrugas. Cerr lapuerta con cuidado despus de entrar y, acercndose, se arrodi-ll junto a su cama. Cogi las manos entre las suyas y dej caerla cabeza sobre el nudo que formaban, tratando de ser valiente,pero su brazo le dola demasiado y tena el presentimiento deque la noche no iba a terminar bien.

    El prncipe RaffaeleEsplndido, el ngel cado. El Rey y la Reina haban pro-

    ducido un dios dorado de impecable belleza, con una sonrisa tandulce como un cielo de veranoy un corazn lleno de vicios yperversidades. Rafe el Libertino, le llamaban. Era conocido porser un seductor: extravagante, elocuente y calavera.

    Despus de haber atracado a los nobles ms intiles que lerodeaban, Dani saba todo acerca del libertino real y sus amigos.

    Los peridicos decan que era aficionado a la bebida y se re-feran a l simplemente como R. Le gustaba el juego y dilapi-daba su fortuna en cosas hermosas pero intiles, como cuadrosy valiosas piezas de arte que coleccionaba en el joyero de pala-cio que se haba mandado construir a las afueras de la ciudad. Sebata en duelo. Era mal hablado. Flirteaba tanto con vrgenescomo con solteronas, utilizando su encanto con todas las muje-res por igual, dejando claro que no quera que ninguna de ellasle tomase en serio. Se rea demasiado alto y gastaba bromas atodo el mundo. Sala a navegar en su maldito barco alrededor dela isla, ya fuese maana o tarde, dando gritos de alegra y dejn-dose ver con el pecho descubierto como si fuera un salvaje. Fre-cuentaba las casas de mala reputacin y atormentaba a los vigi-lantes nocturnos cuando llegaba a palacio tambalendose a altashoras de la madrugada.

    Y a pesar de todos sus defectos, no haba una sola mujer en elreino que no hubiese soado con ser su princesa durante un da.Incluso Dani haba soado despierta, tumbada en su cama, losdas que siguieron a un encuentro fortuito que tuvo con l en laciudad, adonde haba ido con Mara a comprar grano para el

    gaelen foley

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  • invierno. Qu era lo que le gustaba?, se preguntaba. Lo que deverdad le gustaba. Qu era lo que le haca tan loco? Detrsde una barrera de guardias, le haba visto salir de una tienda delujo con una preciosa rubia del brazo cubierta de diamantes. Elprncipe tena la cabeza baja mientras escuchaba con atencin loque ella le deca y se rea suavemente de sus palabras.

    Mientras reunan los pocos peniques que llevaban, Mara yella haban permanecido de pie en la acera, tan cerca que casi pu-dieron tocar sus exquisitas ropas cuando pasaron como serescelestes y desaparecieron en el carruaje que esperaba en mitadde la calle, bloqueando el trfico.

    Dani frunci el ceo al recordar la ansiedad en su pecho y lacertitud de que se haba enamorado de l con tan slo verle.Ahora, le resultara ms fcil recordar que era un hombre queslo pensaba en s mismo y en sus placeres. El dolor de su brazo,del que l era responsable, bastaba para hacer desaparecer cual-quier fantasa. En este mundo de hombres infieles, una mujerinteligente slo poda depender de s misma.

    Un grito del exterior la trajo de sus recuerdos.Por fin! Gracias a Dios que estn bien. Dani salt del la -

    do de su abuelo y se precipit hacia la ventana. Lo que vio hi zoque se le helara la sangre.

    Mateo, Alvi, Rocco y el pequeo Gianni haban conseguidollegar a su propiedad y estaban all, sobre el csped descuidadodel jardn. Justo en el momento en que Dani miraba por la ven-tana un grupo de soldados consegua alcanzarles y cercarles,obligndoles a desmontar de sus sillas.

    Un soldado puso el can de su pistola en la sien de Alvi.Otro golpe al pequeo Gianni hasta hacerle caer al suelo. Danisaba que Mateo, el muy beligerante, no se rendira y lucharahasta conseguir que le matasen.

    Alejndose de la ventana, se precipit hacia la puerta. En elpasillo se encontr con Mara, pero sigui escaleras abajo sin de-tenerse. Abri la puerta de la entrada, furiosa, y se adentr en lanoche. Pero al verles, su corazn le dijo que era demasiado tarde.

    Mateo y los otros haban sido ya arrestados por los soldadosdel prncipe. Incluso haban cogido al nio.

    Dani temblaba de rabia. Descendiente de un linaje tan anti-

    el prncipe azul

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  • guo y digno y casi tan regio como el del propio prncipe, se man-tuvo derecha un momento, apretando y soltando los puos, sin-tiendo cmo la sangre de los duques y generales que haba ha-bido en su familia circulaba por sus venas.

    Carg contra ellos con un grito de guerra.Dejad que se vayan!

    Vencido por un muchacho insignificante!, pens Rafe. Te-na ganas de estrangular a alguien.

    Condenado salvaje murmuraba mientras se pona depie unos segundos despus. Eso ha sido un golpe bajo! Te co-ger, pequea sanguijuela!

    Nadie se rea de Raffaele di Fiore sin recibir su merecido. Sesacudi las hojas y las ramas secas pegadas a su ropa y compro -b con disgusto los agujeros en sus pantalones, a la altura de lasrodillas. Despus se desliz con agilidad por el terrapln, conla tierra seca desmenuzndose bajo sus zapatos, que haban de-jado ya de parecer limpios.

    Alteza, est bien? gritaron los dos guardias que se ha-ban quedado para ayudarle.

    Estoy perfectamente les espet, tratando de ignorar elhecho de que haba perdido una buena parte de su aplomo real.A grandes zancadas se acerc a un caballo blanco del que unode los soldados acababa de desmontar. Quiero que les co-jis! Me entendis? dijo furioso. Les quiero presos an-tes del alba y no me importa si tengo que hacerlo yo mismo!T! orden al primer hombre, me llevo tu caballo. Ayudaal conductor y sguenos con el carruaje. Por ah. Seal ha-cia el camino.

    S, alteza dijo asustado el hombre. El otro subi al caba-llo y galop con Rafe para unirse al grupo de persecucin.

    Dejad que se vayan, os digo! grit Dani, obstruyendoel paso a los caballos de los soldados y exponindose a sus co-ces. Fuera de mi tierra! Estuvo a punto de ser pisoteadacuan do se interpuso entre ellos.

    gaelen foley

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  • Uno de los soldados la cogi de la cintura antes de que pu-diera alcanzar a sus amigos.

    No tan rpido, seorita!Qu significa esto? pregunt, deshacindose de l.Aprtese, seora! Estos son hombres peligrosos!No sea absurdo! ste es el herrero del pueblo y los otros

    son sus hermanos. Est claro que esto es un error!No es un error, seora. Estos hombres son salteadores de

    caminos, y les hemos cogido con las manos en la masa.Eso es imposible! dijo exasperada.Un hombre de ojos grises se acerc a ella, con el ceo frun-

    cido. Por la insignia de su chaqueta, vio que era el capitn de laGuardia Real, los soldados ms duros del reino.

    Que Dios nos ayude, pens.Sabe usted la razn por la que estos hombres han cabal-

    gado hasta su casa, seora? pregunt con recelo.Tenemos un atajo que pasa por aqu! gru Mateo.El capitn le mir con escepticismo y despus la mir a ella

    de nuevo. Y cmo debo dirigirme a usted, seora?Ella levant la barbilla. Yo soy la seorita Daniela Chiaramonte, nieta del duque

    de Chiaramonte, y usted ha traspasado nuestra propiedad!Algunos de los soldados se intercambiaron miradas de asom-

    bro al or el nombre. Dani lo percibi orgullosa.Vuelva a su casa y mantngase al margen, seorita la

    advirti Mateo con los dientes apretados.Tiene razn, seorita. Ser mejor que vuelva adentro

    le dijo el capitn de ojos grises. Estos hombres son crimi-nales peligrosos y el prncipe Raffaele en persona me ha orde-nado que les arreste.

    Pero estoy segura de que no querr arrestar al chico tam-bin! grit angustiada, sealando hacia Gianni. Mir al mu-chacho y vio cmo le temblaba la barbilla mientras les escucha -ba discutir. El muchacho se acerc todo lo que pudo a Mateo.

    El hombre miraba a Gianni, sopesando la decisin, cuandoMara sali de la casa con un farol en la mano. La pequea ycorpulenta ama de llaves sostena la luz en alto y se enfrent al

    el prncipe azul

    35

  • gran hombre con una mirada beligerante. Desliz la mano alre-dedor de la cintura de Dani, como para reconfortarla, aunqueDani saba que lo que intentaba era alejarla de all.

    El capitn le hizo una reverencia. Seora.Qu est pasando aqu? pregunt Mara. Los soldados

    estaban esposando en ese momento a Mateo, Alvi y Rocco.No queremos ningn problema con nadie!

    Justo entonces, oyeron una voz que vena del camino, de lapuerta herrumbrosa. Dani mir hacia all y vio que dos hom-bres ms cabalgaban hasta donde ellos estaban. El alma se levino a los pies al ver al jinete de grandes hombros cabalgandoen un enorme caballo blanco. Vena directamente hacia ellas.

    Era como si se hubiese quedado pegada al suelo que pisaba,incapaz de mover un slo msculo.

    Santa Mara dijo la anciana mujer en un suspiro. Esse quien yo creo que es?

    El prncipe Raffaele hizo pasar a su montura del galope a unvigoroso trote. Despus, en una demostracin de maestra ecues-tre, lo detuvo en medio de una nube de polvo, interponindoseentre sus hombres y las dos mujeres. Hizo como si ella y Marano existieran. Su poderosa mirada se centr en el grupo de hom-bres, probablemente ocupado en contarles, y despus observ lalnea de rboles, sujetando las riendas con fuerza entres sus ma-nos. Con una seal imperceptible para los humanos, inst al ani-mal a una caminata nerviosa. Baj la barbilla para mirar a loshermanos Gabbiano, mientras haca que su caballo caminara a lolargo de la fila que formaban.

    Dnde est l? pregunt con un tono cido.Dani cerr los ojos, sabiendo en lo ms profundo de su ser

    que no era un hombre que fuera a detenerse hasta conseguirlo que quisiese.

    Estoy esperando dijo en un tono que por amable resul-taba inquietante.

    Los chicos permanecieron en silencio. Dani parpade. Era aella a quien buscaba. Saba que ellos no revelaran nunca suidentidad, por mucho que les presionaran. Saber esto aumen-taba an ms su lealtad hacia ellos. Su cuerpo le peda a gritos

    gaelen foley

    36

  • entregarse y recibir as el castigo que mereca. Pero sin saberpor qu luch contra esta necesidad, sabiendo que si ella se en-tregaba, perderan su nica esperanza de ser rescatados.

    Porque eso es lo que hara: rescatarles, pens con determi-nacin. Ella les haba metido en esto y por su sangre, que seraella la que los sacase tambin.

    Dnde est l? salt de repente el prncipe, asustandoincluso a su caballo. Afortunadamente, su destreza con el ani-mal le daba poco margen para encabritarse.

    Se ha ido respondi con orgullo Mateo.Dani baj los ojos en direccin a la entrada de la finca y vio

    aparecer el carruaje del prncipe por el camino. Avanzaba conun ruido estrepitoso, mientras su alteza segua tratando de son-sacar algo a Mateo.

    Se ha ido adnde? pregunt el prncipe desde lo altode su caballo.

    Cmo voy a saberlo? dijo Mateo con un gruido.El prncipe levant su fusta amenazando a Mateo por su in-

    solencia, pero no le golpe, bajando la mano con una expresintosca. En vez de eso, mir a sus hombres con complicidad y unaexpresin de fra autoridad.

    Vosotros dos: poned a estos hombres en el carruaje y lle-vadles a la crcel de Belfort.

    A ste tambin, alteza? pregunt el capitn, cogiendoa Gianni por un brazo.

    A todos dijo impaciente. An queda uno en liber-tad. El lder. Un chico de unos dieciocho aos. Va a pie y llevaen el brazo derecho una herida de pistola. Sin duda, estar anescondido en el bosque, donde encontraris seguramente mioro tambin. Ya veis, estos ladrones son lo suficientemente lis-tos como para no llevar el botn con ellos. Por cierto, caballerosdi jo a sus hombres, si cualquiera de vosotros se queda conpar te de ese oro, sufriris el mismo castigo que estos ladron-zuelos. Podis iros.

    Los hombres se miraron unos a otros desconcertados.Iros, maldita sea, antes de que escape!Dani y Mara dieron un respingo, abrazndose la una a la

    otra. Dani temblaba de miedo. Mara la mir de reojo aterrori-

    el prncipe azul

    37

  • zada, porque haba visto su herida en el brazo. No es que Marano conociese sus actividades ilegales, pero

    Excelencia, por favor, dgale a mi madre lo que ha pasadodijo Mateo mientras sus hermanos eran introducidos en elcarruaje que haban robado slo unos momentos antes. La furiainundaba sus ojos negros. Resultaba extrao orle dirigirse aella por su ttulo. Pero el momento lo requera.

    No te preocupes contest, hacindose pasar por la se-ora de la casa. Su cara se contrajo de dolor al verle desapareceren el carruaje con sus hermanos. Todo esto ha sido un errory estoy segura de que se solucionar por la maana!

    Quin es usted? le pregunt de repente el prncipe, fi-jndose en ella por primera vez. Arrogante como Lucifer, bajsu noble nariz en direccin a Dani, desde su posicin privile-giada a lomos del caballo.

    El brazo de Mara se tens alrededor de su cintura, como sitratara de obligarla a medir sus palabras. Pero sus maneras alti-vas y orgullosas resultaban bastante ofensivas, y le picaba la len-gua con una respuesta mordaz. Adems, se dio cuenta de quesus posiciones haban cambiado bastante deplorablemente des -de la ltima vez que se haban visto. Levant la barbilla.

    Soy la seora de esta casa. Debo tambin preguntarlequin es usted, ya que est traspasando mi propiedad.

    No sabe quin soy yo? dijo con aparente asombro.Nos conocemos?Sus ojos se entrecerraron. La mir como si se tratase de un

    insecto: una mirada altiva que fue desde sus sencillos botineshasta su delantal y su desafiante cara.

    Quera rerse de su arrogancia. Pero en lugar de eso, se cru -z de brazos y levant ambas cejas, mirndole con espontneasorpresa, aunque su corazn lata de miedo y enfado. Era todolo que poda hacer para no encogerse por su vergonzoso y gro-sero escrutinio.

    Sin duda, l estaba acostumbrado a mujeres de seda y satn,mujeres que nunca se atreveran a contrariar a su dios dora -do. Ella poda ir cubierta de harapos, pero poda reconocer a unsinvergenza con slo verlo. No le llamaban Rafe el Libertinopor nada.

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  • l la mir irritado, con el ceo fruncido, y entonces sus ojosse movieron a la entrada de la extensa pero decadente villa que sealzaba tras ella, y de cuyo tejado caan ramas descuidadas de jaz-mines blancos. Encima de la puerta, el escudo de armas de la fa-milia segua representado.

    A quin tengo el placer de dirigirme? pregunt conrecelo. Hizo descansar la fusta encima del cuello del animal.

    Durante un segundo, no estuvo segura de querer decirle sunombre, por los crmenes cometidos.

    l se impacient. Hay algn miembro de la familia en la casa?Se qued plida, con la vista levantada hacia l. Quera mo-

    rir. Ese hermoso dios pensaba que era una sirvienta.De repente, la puerta se abri con un portazo detrs de ellas.

    Mara se encomend a los santos y el corazn de Dani se enco-gi al ver a su abuelo arrastrndose hasta ellos con su camisny su gorro de dormir, palmatoria en mano. Slo llevaba una desus zapatillas.

    Ya voy yo, seorita murmur la anciana mujer, dejn-dola all, con la mirada fija en el prncipe Raffaele, retando al in-fame y egosta bribn a que se burlara de su abuelo.

    En vez de eso, el prncipe se limit a estudiar al viejo duquecon curiosidad.

    Entonces, Dani se qued helada al escuchar la voz chirriantede su abuelo que flotaba desde la entrada de la casa.

    Alphonse? Dios bendito, mi Rey, eres t? grit elabuelo.

    Dani vio que una expresin inefable apareca en los finosrasgos del prncipe. Le mir con recelo, y al darse media vuelta,vio que su abuelo corra tambalendose hacia ellos. La palmato-ria que llevaba en la mano se cay en la hierba seca y empez aarder. Mara grit y apag rpidamente el fuego mientras Danitrataba de sujetar al anciano. Raffaele desmont con rapidez yelegancia, justo a tiempo para interceptar al hombre que habaconseguido burlar a Dani.

    Con cuidado, viejo amigo dijo el prncipe con ama-bilidad.

    Dani mir fijamente a la pareja, deseando que la tierra se la

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  • tragase al ver a su abuelo agarrar al prncipe por los hombroscon lgrimas en los ojos.

    Alphonse! Eres t! Ests igualito que la ltima vez, miquerido amigo! No has cambiado! Cmo te mantienes tanjoven? Ah, debe de ser la sangre real que corre por tus venasdi jo con sincera candidez, hundiendo sus dedos huesudos enlos musculosos brazos del prncipe. Entra a tomar algo y ha-blaremos de los viejos das en la escuela, cuando ramos ni-os ah, qu tiempos aquellos!

    Abuelo, te confundes le rega Dani, sufriendo por ladignidad de su abuelo. Le puso la mano en su delgado brazo.ste es el prncipe Raffaele, el nieto del rey Alphonse. Venga,aho ra volvamos adentro. Vas a coger fro

    No te preocupes le murmur el prncipe Raffaele. Yrespondi con ojos tranquilos y firmes a la mirada alegre y fre-ntica del anciano caballero. El rey Alphonse era mi abuelo,seor. Y usted debe de ser su gran amigo el coronel BartolomeoChiaramonte.

    Despus de que su error le hubiese hundido an ms en susdesgastados hombros, las palabras del prncipe le devolvieron elbrillo a sus ojos, con una alegra que pareca decir: S, an nome han olvidado. Todava importo!.

    El anciano asinti con la cabeza, la punta de su gorro dan-zando al comps.

    Serv en Santa Fosca a ese gran hombre y ah, ramos muyfelices entonces dijo con una voz ahogada por la emocin.

    Con gravedad y ternura, el prncipe puso su brazo alrededorde los frgiles hombros del abuelo y le dio la vuelta suavementeen direccin a la villa.

    Quizs pueda usted hablarme de mi abuelo mientras ca-minamos de vuelta a su casa, coronel. Yo nunca le conoc

    Dani les miraba, con un inexplicable nudo en la garganta alver que su abuelo le obedeca con alegra.

    Era la ltima cosa en el mundo que hubiese esperado, y fueentonces cuando supo, tan segura como que estaba all en eseinstante, que Raffaele di Fiore era en realidad un prncipe.

    Mientras escuchaba con atencin las historias entusiasma-das de su abuelo, l la mir furtivamente por encima del hom-

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  • bro del anciano, con una arrogante y media sonrisa que parecadecir: Pens que no sabas quin era.

    Dani entorn los ojos y les sigui a una distancia prudencial.

    El prncipe se qued con ellos casi una hora.Durante todo ese tiempo, Dani no se atrevi a traspasar la

    puerta del saln donde l se sentaba junto a su abuelo. Dorado,magnfico, como el arcngel visitador.

    De la misma manera que haba fallado en reconocer su ver-dadera identidad all en el camino, tambin se dio cuenta, alverlo ahora a la luz de la chimenea, que haba subestimado subelleza.

    La haba conducido con total caballerosidad al interior de lacasa, algo que la aterraba, e incluso haba sujetado la puerta paraella, antes de seguir al abuelo por la entrada hasta el saln. Ellano necesitaba que ningn hombre la protegiese, pero de todosmodos le haba agradecido la deferencia, tan ruborizada quecrey que iba a morir all mismo.

    Le haba rozado al pasar, alzando los ojos hacia l con recelo.Fue entonces cuando se dio cuenta de que los peridicos tenanrazn: sus pestaas eran grandes y doradas y sus ojos sutiles yclidos, de color verde oscuro, pintados con motas doradas, comocuando la luz del sol se adentra en un bosque cerrado de pinos.

    La luz del modesto candelabro daba un halo de luminosidada su espesa melena, y al mirarle, su rostro cincelado le parecatan hermoso que le cortaba la respiracin. La belleza clsica desu cara superaba con creces a la que haba imaginado en sueos.Era un rostro incandescente, con la fiereza y la belleza ardientede un ngel cado en la tierra: el prncipe de los ngeles, alguienque no perteneca al mundo de los hombres.

    Al verla pasar, su mirada mostr un inters profundo de loms sensual. Baj la barbilla ligeramente, la expresin intensa,aunque serena.

    Le desconcertaba haberse sentido tan delicada, femenina ypequea a su lado. Le asustaba saberse tan inocente al lado dealguien de tanto mundo, tan refinado. Ola a brandy y el polvodel camino se mezclaba con una suave esencia a colonia limpia

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  • y sin duda cara. Y ella haba sentido el calor que irradiaba su f-rreo y atltico cuerpo.

    Sin decir una palabra, haba cerrado la puerta tras ella, y des-pus se haba reunido con su abuelo, caminando por la entra dacon unos pasos seoriales que parecan reclamar cada pal mo delsuelo que pisaba. Sus movimientos eran los de un espadachnseguro de su victoria.

    Para su desconcierto, su corazn no haba dejado de latir fuer-temente desde entonces.

    Su presencia poderosa pareca llenar la casa, la envolva co -mo el canto de una sirena y la pona irremediablemente ner-viosa. Ni siquiera poda pensar en una manera de rescatar a susamigos de la crcel. Lo nico que saba es que tendra que ir a laruidosa y gran ciudad, una perspectiva de lo ms desalentadora.Por eso, dej para ms tarde la estrategia y se concentr en es-piar a su abuelo y al prncipe.

    Poda orles por detrs de la puerta del saln. El prncipe serea abiertamente con las historias que contaba el viejo duquede las travesuras en el colegio. Al parecer, el rey Alphonse habasido tan granuja en su juventud como su nieto. l se mostrabade lo ms paciente con los rodeos que daba el abuelo, pensDani, sacudiendo la cabeza al escucharle. Nunca hubiese credoque un granuja tan famoso pudiese tener buen corazn. Se sen-ta casi culpable por haberle robado.

    Cuando Mara pas junto a ella para llevarles el vino, Dani seescondi an ms en la esquina de detrs de la puerta, para quelos hombres no pudieran verla cuando la mujer la abriese. Afor-tunadamente, el ama de llaves haba conseguido poner la bata asu abuelo, por lo que ahora pareca un poco menos ridculo.

    Seorita, est siendo una maleducada. Se trata del prn-cipe heredero le dijo en voz baja Mara, frunciendo el ceo.

    Por m como si es el mismo san Pedro. No pienso acer-carme a l! susurr ella, haciendo una seal a la sirvienta paraque la dejase sola. Mara lanz una mirada de sufrimiento al cieloy entr empujando con la cadera la puerta para que se abriera.

    Dani se encogi junto a la pared, con el pulso acelerado y laherida del brazo palpitando. Se dijo a s misma que la razn porla que estaba all era por temor a que l sospechase la verdad

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  • pero, aunque esta excusa era cierta, saba que sa no era la ver-dadera razn. La verdad era que l era encantador y fascinantey ella se senta pobre y poco sofisticada, y desesperadamente t-mida. Saba que l se sentaba con su abuelo por compasin, y suorgullo no soportara que l decidiese apiadarse de ella tambin.

    No obstante, tampoco poda controlar por ms tiempo sucuriosidad. Avanzando sigilosamente, pero guardando siemprela precaucin de un gato hambriento en un callejn, se aventu -r a entrar en el saln, desconcertada por un tmulo de senti-mientos que iban desde la culpa hasta la preocupacin, la exci-tacin y el rencor.

    Y aqu est mi nieta, alteza dijo el duque con una enor -me sonrisa, Daniela.

    El prncipe Raffaele se levant y se inclin ligeramente enuna reverencia.

    Seorita.Sintindose de repente el centro de atencin, consigui res-

    ponder al saludo. Alteza, por favor, sintese.l accedi educadamente. Se recogi los bordes de su frac y

    se sent, cruzando las piernas en una pose de espontnea y mas-culina elegancia. Dani tuvo que esforzarse para apartar la mi-rada. En silencio, se acerc al reposapis y se sent en l, con elcorazn latiendo a cien por hora.

    Su abuelo la mir primero a ella y despus al prncipe, conun centelleo en sus cansados ojos.

    Qu piensa de ella, Rafe?Abuelo! jade Dani.El prncipe parpade. Su sobresalto desapareci. Bueno, me temo que no s nada de ella.Entonces, deja que te diga unas cuantas cosas acerca de mi

    Daniela, ya que ella es demasiado tmida para decir nada.Abuelo! Estaba segura de caerse de la silla y morir all

    mismo aterrorizada.Los ojos del prncipe danzaron a la luz de la vela mientras la

    miraba, divertido y travieso.Si fuera un poco menos atractivo, quizs ella hubiera podido

    sentirse un poco menos incmoda.

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  • Adelante dijo.Daniela lleva cuidando de m desde que tena nueve aos,

    despus de que las monjas la expulsasen del cuarto colegio alque la mandbamos.

    Slo era el tercero, abuelo. Estoy segura de que su altezano est interesado en esto!

    No, por favor. Soy todo odos dijo, verdaderamente di-vertido de verla tan incmoda.

    Daniela recibi una educacin ms propia a la de un chi -co, entiende? Por eso es por lo que no es tan aburrida de tratarcomo otras muchas de su sexo. Mientras las otras nias apren-dan a coser, ella aprenda a mezclar plvora. La ense muy bienaadi con orgullo.

    Despus de que el abuelo se retirase de la Artillera, sehizo cargo de los fuegos artificiales en algunas de las fiestas lo-cales explic Dani apresuradamente, antes de que empezase asospechar que estaba involucrada en algo relacionado con lasarmas de fuego.

    Ah, mi Daniela poda montar su poni a horcajadas sentadahacia atrs con slo diez aos! sigui contando el abuelo.

    Sorprendente exclam el prncipe con suavidad.Dani dej caer la cabeza, con las mejillas ardiendo de ver-

    genza.No te estar avergonzando, verdad, querida? pregun -

    t el abuelo, levantando sus pobladas cejas blancas. Perd-name, quizs me he excedido.

    Eso creo dijo, lanzando a su abuelo una mirada repro-batoria.

    l la mir con una amplia sonrisa de infantil inocencia.Entonces, se dio cuenta de que el prncipe la miraba fija-

    mente con una extraa y divertida expresin. Cubra lngui-damente su boca con la mano, el codo apoyado en el brazo dela silla. El corazn de Dani dio un brinco al ver la nube de sen-sualidad que cubra sus ojos. Retir la mirada, enrojeciendouna vez ms.

    Bueno dijo el dios de repente, debera irme ya. Mi pa-dre me espera.

    Dani dej escapar un lento suspiro de alivio cuando su al-

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  • teza se levant y se inclin para estrechar la mano del duque enseal de despedida.

    Ella se puso en pie y camin con piernas temblorosas haciala puerta, donde esper para acompaar a su ilustre invitado co -mo mereca.

    Slo Dios saba cunto deseaba que el hombre se fuera.

    Rafe estaba considerando seducirla.No saba muy bien qu hacer con la nieta del anciano Chia-

    ramonte, pero le hubiese ayudado mucho saber por qu la se -orita Daniela pareca determinada a tratarle como si ella fuerademasiado buena para l. Le hubiese ayudado tambin si alguienpudiera decirle por qu encontraba en su fro desinters unatractivo tan potente.

    Desde el momento en que le haba levantado la barbilla, co -mo si se mereciera todo su desprecio, esta descarada haba lla-mado su atencin. Se supona que uno no poda coger comoamante a la nieta virginal de un duque pero, qu demonios!,las reglas estaban para ser desobedecidas.

    Maana era su cumpleaos y haba decidido tenerla como re-galo. Adems, por qu no? Era evidente que su situacin econ-mica era difcil. Tal vez con unas suaves palabras y la persuasinconveniente, sera posible seducirla y llegar a un acuerdo conve-niente para los dos.

    El nico problema era que la chica apenas le haba mirado,mucho menos le haba dirigido la palabra. Tena el presenti-miento de que su reputacin le preceda y, por extrao que pa-reciera, su silencio acusador le dola. Desde luego era extrao,teniendo en cuenta que hasta ahora siempre se haba redo delas diatribas del primer ministro contra su carcter caprichoso,sin que stas le importasen lo ms mnimo.

    La sigui hasta la entrada con paso relajado, sopesando laspalabras que poda decir a esta chica de campo para sacarla delvirtuosismo y conducirla a su guarida de perdicin.

    No esperaba una conquista fcil, circunstancia que le sedu-ca an ms. La seorita Daniela, como haba podido comprobardespus de su nerviosa actuacin ah fuera, era una de esas mu-

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  • jeres tocadas por la inteligencia y el aplomo indestructible de lafeminidad, capaz de hacer sentir a un hombre como un verda-dero inepto con solo mirarlo. Ella era poco convencional, malin-tencionada y espontnea. Por si esto fuera poco, era pelirroja, ysu experiencia le deca que las pelirrojas siempre eran sinnimode problemas.

    Pero para su desgracia, l se mora por los problemas.Estaba claro, y eso le diverta, que no haba conseguido im-

    presionarla en absoluto. Aun as, al mirar a su alrededor, no ha-ba podido obviar el estado lamentable en el que se encontrabala villa, la falta de sirvientes, la frgil salud del viejo hombre, laspobres ropas que cubran el cuerpo de la joven, cuando esa pieltier na como las flores debera ser envuelta en seda. Como corres-ponda a su noble linaje. Adems de sus ganas por llevrsela a laca ma, haba en l una necesidad profunda de ayudar a esta gente.

    Habra la posibilidad de casarla con uno de sus nobles y bienacomodados amigos. Aunque eso tendra que esperar a que l hu-biese tenido bastante de ella. Por el momento, no poda resistirimaginarla en unos brazos que no fueran los suyos.

    La seorita Daniela permaneca severa y silenciosa mien-tras le conduca a la puerta principal de la villa. Sus pequeas ycastigadas manos reposaban en su regazo. Era un crimen ver lascondiciones en las que se encontraba esta pobre gente, pen s.Les hubiese dado un batalln de sirvientes, para que ella no tu-viese que volver a levantar un dedo en su vida.

    Plvora, eh?, pens divertido. Ella misma era como unapequea mecha de plvora.

    Tena curiosidad sobre sus gimnasias ecuestres y no podaevitar preguntarse, con la mente calenturienta que le caracteri-zaba, si su agilidad podra utilizarse en otros ruedos donde l, encambio, podra alardear de una cierta experiencia. Intent adivi-nar cules seran sus pensamientos en ese momento, pero unaslargas pestaas color canela cubran sus ojos.

    En realidad no saba por qu la deseaba. Un antojo, quizs. Uncapricho pasajero. El simple y egosta impulso de un granuja detemporada. Chloe era diez veces ms hermosa y sofisticada, unacortesana con talento a la altura de su rango. Pero claro, Chloebailaba en la palma de su mano. Qu tena eso de divertido?

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  • La muchacha deba de ser muy joven, pens, mientras mi-raba furtivamente a su presa. Tena el aire de un nio en creci-miento, una cabeza redonda apoyada en un cuerpo esbelto. Tenauna altura agradable, la parte ms alta de su cabeza le llegabacuatro centmetros por debajo de su hombro.

    Cuanto ms la miraba, ms intrigado se senta. Tena unospmulos prominentes y angulosos y una boca pequea y deli-cada, como el capullo de una rosa. Su barbilla era firme y fresca,y a l le hubiese gustado pellizcrsela para ver si as poda arran-carle una sonrisa. Su nariz era pequea y descarada. En cuanto asus ojos, Rafe hubiese querido que ella le mirase al menos unavez para poder ver su color.

    Como ella haba elegido sentarse en el sitio ms alejado delsaln, l slo haba podido vislumbrar la expresin brillantede esos ojos grandes e inteligentes, llenos de una fuerte vo-luntad y autoridad innata llenos tambin, de una intensidadtan inocente que haca que su pecho se encogiese de maneraextraa.

    Ah, iba a ser un hueso duro de roer. Sera maravilloso podersentir a una criatura tan salvaje y pura bajo l. Domesticarla. Ellaera de las duras, eh?, pens mientras salan por la puerta y seadentraban en la oscuridad de la noche. De alguna forma supoque ella era la que mantena esa casa en pie. Era horrible que unamuchacha tan joven tuviera que trabajar tan duro, pens, entris-tecido, y a la vez admirndola por ello ms aun si cabe.

    Gracias por haber sido tan amable con mi abuelo dijoen voz baja Daniela Chiaramonte.

    l se volvi para mirarla: una joven aqu, en medio de la na -da, sin nadie que la protegiera y con un criminal acechando porlos alrededores. A saber si la familia tena siquiera para comer.Desde luego, ella estaba en los huesos.

    De repente, lo vio claro. La seducira, y al diablo con todo lodems. Al menos, como amante suya, estara protegida y bienalimentada.

    Maana es mi cumpleaos dijo de repente, golpendo -se suavemente con la fusta las rodillas.

    Ella le mir extraada. Ah, felicidades por adelantado, alteza!

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  • No, no dijo impaciente, sabe? Mis amigos dan unafiesta en mi palacete para la ocasin. Me gustara que viniera.

    Ella levant los ojos con rapidez. Yo?Pero Rafe se neg a contestar, mirando fijamente a sus ojos

    y tratando de ver el destello que produca en ellos la antorchaque haba colgado la sirvienta en la puerta.

    Aguamarina.Por supuesto. Se qued perdido en esos ojos grandes e ino-

    centes de extraordinario color azul agua. Le recordaron a las ca-las secretas donde sola ir a nadar cuando nio. Llegaba all y sequedaba dormido sobre las rocas, con el sol dorando su piel y lamsica del agua acunando sus odos. Era el mejor sitio para es-capar de la presin de su destino y esa bsqueda desesperada poragradar a su padre.

    Al mirar en esos ojos cristalinos y dulces, se sinti por pri-mera vez contento de celebrar su cumpleaos.

    Porque le daba la oportunidad de volver a verla.S, debe venir dijo con una sonrisa de lo ms determi-

    nada. No se preocupe de los detalles prcticos. Enviar un ca-rruaje a por usted. Ser mi invitada de honor.

    Qu?El prncipe quera buscar una forma delicada de explicarle

    que quera ayudarla, pero decidi que era demasiado orgullosacomo para aceptarlo. Era preferible tomarse las cosas con calmay hacerle ver sus intenciones poco a poco. La honr con una desus ms encantadoras sonrisas.

    Me gustara mucho poder conocerla mejor, seorita Danie -la dijo. Baila?

    No.No repiti l. Maldicin!, no se haba precisamente des-

    vanecido ante la perspectiva de bailar con l.Mordindose el labio, pensativo, la mir fijamente. Quera

    tocarla, quizs una ligera caricia en la mejilla Pero se lo pensmejor.

    Le gusta la msica?Algo.Y qu hay de los jardines de recreo? Le gustan?

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  • Ella frunci el ceo y le mir con recelo, sacudiendo ligera-mente la cabeza.

    No he visto ninguno.Se inclin hacia ella y baj la voz hasta que slo fue un su-

    surro. Y los caramelos? Sac una pequea caja de latn de su

    bolsillo y la abri, colocando dos caramelos de menta en su pal -ma. Yo soy un goloso. Levant la mano y esper a que ellacogiera uno. Es mi nico vicio.

    Slo se? pregunt ella escptica, moviendo los ojosdesde los caramelos hasta su cara, sin saber si poda creerle.

    l se rio. Vamos, tome uno. No estn envenenados. La observ

    cuando por fin cogi uno y lo coloc con desconfianza en su bo -ca. Usted, seorita Daniela dijo va a venir a mi fiesta decumpleaos y juntos podremos darnos el gusto, sin el menorde los recatos, de disfrutar de las mejores tartas de chocolate, delmejor champn y de unos deliciosos pastelillos de color rosa lla-mados Pechos de Venus, y que mi cocinero hace se bes losdedos alla perfezione.

    Gracias dijo, con el caramelo en un carrillo, pero leaseguro que no puedo

    No hable con la boca llena la reprimi, interrumpiendosu protesta. Y qu pasara si insistiese?

    Esa inocente confusin en sus ojos se intensific. Parecaabrumada. Le mir fijamente con una expresin de lo ms se-ria, chupando diligentemente el mentolado.

    Para satisfaccin del prncipe, ella le obedeci y no trat dehablar hasta que hubo terminado de comerlo.

    Dios, cmo la deseaba. Un deseo tembloroso y salvaje des-cendi en cascada por su cuerpo.

    Le agradezco la invitacin y me imagino que usted diceesto nicamente porque se compadece de m en este lugar des-tartalado, acompaada nicamente por un viejo aunque en -traable coronel loco. Daniela mir en direccin a la casa.Pe ro le aseguro, prncipe Raffaele, que no puedo ir de ningnmodo a su fiesta. Dud. Si de verdad quiere ayudarme,ocpese de que el nio, Gianni, no pase la noche en la crcel.

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  • l movi la cabeza con una sonrisa suplicante que le habafuncionado con las mujeres desde que andaba a gatas.

    Si hago esto por usted, vendr al baile?De verdad, no entiendo cmo podraChist! No se hable ms, entonces. Le dedic la ms en-

    cantadora de sus sonrisas. Enviar un carruaje a por usted ma-ana a las seis. Eso le dar tiempo suficiente para vestirse. Una se-ora amiga ma le enviar un vestido adecuado para la ocasin yme atrevera a decir que puedo hacerle llegar un collar de palosde fuego que irn a la perfeccin con sus rasgos. Confe en m,tengo ojo para estas cosas. Hasta maana por la noche entonces,seorita. Levant su mano y la bes en los nudillos. Ella, sinembargo, le miraba con severidad. Sin hacer caso, el prncipe lesolt la mano y empez a retirarse. Con una sonrisa de victoriaen los labios empez a bajar las escaleras dando pequeos sal-tos en direccin a su caballo, silbando La ci darem la mano.

    Seor, he dicho que no.Se detuvo. Se gir, un poco sorprendido, pero encantado con

    su resistencia de doncella. Nadie quera conquistas fciles. Ha-ciendo descansar la fusta sobre uno de sus hombros, pregunt:

    Seorita Daniela, est segura de que no quiere conce-derse un poco de diversin en esta vida?

    Ella se cruz de brazos y levant la barbilla. Con todos mis respetos, alteza, mis amigos acaban de ser

    arrestados. No es un buen momento.Para empezar, no debera relacionarse con criminales, que-

    rida le dijo con condescendencia. Despus sonri. Nuestrotrato est sellado. Sacar al nio de la crcel y me ocupar de quele coloquen en un lugar seguro y, a cambio, usted bailar con-migo maana y probar uno de mis deliciosos pastelillos ro-sas del chef. Insisto en esto.

    Ella se puso las manos en la cintura, con la frente fruncida,y le dijo en tono beligerante.

    He dicho que no ir, seor. Acaso est sordo?Decididamente, adoraba discutir con ella. Se puso una mano

    en la oreja a modo de audfono. Cmo dice?Cmo puede su alteza pedirme que sea tan egosta como

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  • para pensar en superfluos entretenimientos mientras mis ami-gos pueden ser mandados a la horca maana?

    En ese momento, Rafe se dio cuenta de dos cosas, absortocomo estaba de msica y amore. En primer lugar, la muchachano haba an comprendido la verdadera naturaleza de su propo-sicin; y en segundo lugar, su contestacin no era una estupidezporque, se dio cuenta ahora, ella estaba enamorada de ese impe-tuoso y feroz joven que acababa de arrestar.

    En conclusin, su no era rotundo.Darse cuenta de esto supuso un jarro de agua fra para el ca-

    lor de su entusiasmo. Apenas poda creerlo.Vaya, esto es interesante dijo, sin dejar de mirarla, con

    un puo levantado a la altura de la cadera.Record entonces al mayor de los rebeldes bandoleros a los

    que haba enviado a la crcel haca ms de una hora. Era un hom-bre alto, un chico de granja robusto, de unos veinticuatro aos,que haba dicho llamarse Mateo Gabbiano. Iba vestido con ro-pas de trabajo, un chaleco marrn y un pauelo rojo anudado alcuello. Mateo Gabbiano tena ese tipo de belleza rstica, el pelorizado negro y esos grandes ojos marrones que hacan derretira las mujeres de corazn bondadoso.

    Ah! Ahora esa indiferencia de la seorita Daniela desde elprincipio cobraba algn sentido.

    Raffaele estaba acostumbrado a ser adorado por las mujeres.No tena mucha experiencia en rechazos de este tipo, por lo queno sola tomrselos bien.

    Su opinin sobre ella se desplom.Su cara se ensombreci. Cmo poda esta joven incauta dar

    su corazn, y tal vez tambin sus favores, a un criminal?, penscon un resoplido aristocrtico de desdn. Tal vez la soledad eneste lugar apartado pero, acaso no tena esta mujer respetopor su rango? Cmo diablos poda elegir a ese campesino envez de a l?

    Est bien, seorita dijo con fra prepotencia. Ver qupuedo hacer por el chico. Que usted lo pase bien.

    Se dio medio vuelta y complet los pocos escalones que lequedaban para salir del soportal, caminando muy derecho haciael caballo blanco. Su mejor sentido le deca que el bandolero ha-

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  • ba corrido hasta su propiedad y que es posible que ella estu-viese tambin envuelta en sus crmenes. De ser as, l preferano saberlo.

    Unos pocos pasos ms all, Rafe se detuvo y se volvi brus-camente.

    Ella segua all, con su delgado cuerpo silueteado por la luzde la antorcha.

    Por qu pretendi no saber quin era yo? pregunt.Para bajarle un poco los humos contest. Por qu pa -

    s ms de una hora con un anciano senil cuando estaba tan de-terminado a coger a un fugitivo?

    Porque, seorita dijo con destreza, hay veces en lasque un acto de ternura supera a uno de justicia.

    Ella se qued en silencio un momento, sin apartar la mira -da de l.

    Le estoy agradecida por haber querido ayudarme le di -jo. Pero en vez de eso, soy yo la que voy a ayudarle.

    Ayudarme? pregunt con sarcasmo. Lo dudo.Eche un vistazo a los libros del recaudador de impuestos

    de esta regin, alteza, y podr encontrar al verdadero criminal.l entorn los ojos. Qu quiere decir, seora?Ya lo ver.Se golpe la palma de la mano con la fusta. No existe la corrupcin bajo el mandato de mi padre. Al

    menos no si el rey Lazar di Fiore puede evitarlo.Dgaselo al conde Bulbati.Quin es se?El hombre que sube mis impuestos cada vez que me nie -

    go a casarme con l.El asunto llam su atencin como si le hubiese apuntado

    con un sable. Tom mentalmente nota de ello y apart la acusa-cin de malversacin para centrarse en ella.

    Por qu le rechaza? No podra un matrimonio conve-niente aliviar un poco su situacin aqu?

    Tal vez. Pero, en primer lugar, el conde Bulbati es un co-rrupto y un cerdo codicioso; y en segundo lugar, nunca voy acasarme. Con nadie. Nunca.

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  • Por qu, por el amor de Dios? pregunt conmociona -do, como si no hubiese pronunciado l mismo esas mismas pa-labras cientos de veces.

    Ella levant la cabeza, con la luz de las estrellas iluminandosu pelo.

    Porque yo soy libre. Hizo un gesto hacia la villa.Nuestra casa puede necesitar alguna remodelacin, pero es micasa. Y todas estas tierras aadi y, extendiendo la mano, lemostr el paisaje. Aunque estn sedientas por la sequa y elgrano no ha crecido mucho, al menos son mis tierras. Todas ellasme pertenecern hasta el da en que me muera. Cuntas muje-res pueden sentirse tan afortunadas?

    l mir a su alrededor, perplejo de que pudiera sentirse tanafortunada cuando l haba dudado de que hubiese comido losuficiente en los ltimos das o incluso en las ltimas semanas.

    Para m no es sino mucho trabajo y algunos dolores decabeza.

    Yo no necesito dar explicaciones a nadie, sino a m mismareplic. Por qu debera convertirme en propiedad legalde una persona que no es mejor que yo, y con toda seguridad,inferior a m en casi todos los sentidos? Sus finos hombros seelevaron, como si no conociese la respuesta. No espero que niusted ni nadie me entienda. Simplemente, es una decisin queyo he tomado.

    Una decisin que usted ha tomado repiti, sintindosedesorientado con las palabras de la muchacha. No estaba segurode si llegara muy lejos con esas opiniones, pero al menos pare-ca tener el control de su vida, que era mucho ms de lo que po-da decir de s mismo.

    Ese pensamiento le molest.Al or caballos acercndose, mir a su alrededor y vio a sus

    hombres que salan del bosque y se aproximaban adonde l es-taba. Vio que traan su oro, pero no haba ni rastro del JineteEnmascarado. Con el ceo fruncido mir a Daniela Chiara-monte por encima del hombro. La muchacha esperaba en lo altode la escalinata, haciendo reposar sus manos en su extremada-mente delgada cintura.

    Haba pensado dejar dos soldados haciendo guardia en la

    el prncipe azul

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  • casa, como medida de proteccin para ella y su familia. Sin em-bargo, cambi de idea al darse cuenta de que el Jinete Enmasca-rado no poda ser ninguna amenaza para ella si era tan cercanaa los miembros de su banda, especialmente a uno de ellos.

    El pensamiento le asqueaba. Si ha terminado de instruirme, seorita Daniela, el Rey

    espera mi llegada.Adis, prncipe dijo con educacin. Y feliz cum-

    pleaos.Se estaba riendo de l esta pequea mocosa? La mir con

    dureza, con la sensacin de que en su voz haba habido un li-gero tono de sarcasmo. Y aun as, a pesar de l mismo, todo loque quera era marchar sobre ella y cubrir con sus labios esasonrisa engreda. Pero, no, no lo hara. Seguira andando hastasu caballo y cabalgara lejos, muy lejos de ella. l era bueno ol-vidando a las mujeres; y haba decidido sacar inmediatamentede su mente a esa descarada pelirroja.

    Aunque tarde, record que ya haba sufrido las consecuen-cias de querer ayudar a mujeres en apuros hace aos.

    Al montar en el caballo y apremiarlo para que se pusiera enmovimiento, su cabeza borr para siempre la imagen de la ex-cntrica Daniela Chiaramonte.

    El propio Don Giovanni se hubiese sorprendido.

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  • Ttulo original: Prince Charming (Prncipes del mar III)Copyright 2000 by Gaelen Foley"This translation published by arrangement with Ballantine Books, an imprint of Random House Publishing Group, a division of Random House, Inc.

    Primera edicin en este formato: febrero de 2013

    de la traduccin: Diana Delgado de esta edicin: Roca Editorial de Libros, S. L.Av. Marqus de lArgentera, 17, pral.08003 [email protected]

    del diseo de cubierta: Ignacio Ballesteros de la fotografa de cubierta: Getty Images

    ISBN: 978-84-15410-56-0

    Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida,ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema derecuperacin de informacin, en ninguna forma ni por ningn medio,sea mecnico, fotoqumico, electrnico, magntico, electroptico, porfotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.